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Él, muy animado, le siguió preguntando en torno a esta reflexión y ella le dijo:
^Dice el autor que la vida no es más que un viaje por tren, lleno de entradas y de salidas en las diversas
estaciones, salpicado de accidentes, de sorpresas agradables en algunos embarques y de profundas
tristezas en otros. Al nacer, por ejemplo, nos subimos al tren y descubrimos que algunas personas van a
estar siempre con nosotros en este viaje: nuestros padres.
—Sí, ellos se bajarán en alguna estación y nos dejarán huérfanos de su cariño, de su amistad y de su
compañía irreemplazable. No obstante, esto no impide que se suban otras personas muy especiales para
nosotros. Llegan hermanos, amigos y algunos amores maravillosos.
—De las personas que viajan en este tren —añadió el esposo—, habrá también aquellos que lo hacen
como un simple paseo, y unos más que, circulando por los vagones, estarán siempre listos en ayudar a
quien lo necesite.
—Pero habrá también muchos que se bajarán en alguna estación y nos dejarán con la idea de que se
fueron inesperadamente —repuso ella—, dejando en nosotros una vaga impresión de añoranza… Y sin
embargo, hay otros que pasan tan desapercibidos que ni siquiera nos damos cuenta cuando
desocuparon el asiento.
El almuerzo avanzaba y ambos estaban enfrascados en examinar estos conceptos tan interesantes,
tratando de ir un poco más allá de los pensamientos del autor. Ella hizo una pausa para probar una
deliciosa ensalada, y él prosiguió:
—Porque el viaje y el paisaje son siempre tan variados, tan llenos de desafíos, de sueños, de renuncias,
de fantasías, de esperas y despedidas… pero jamás de regresos. Y un día, puede que, sin nuestro
consentimiento, el acomodador del tren nos diga que tenemos que bajar pues nuestro boleto solo llega
hasta allí.