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LECTURA BIBLICA

Juan 3:16,17 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna.

17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino


para que el mundo sea salvo por él.”

Himno inicial 446 mas cerca oh Dios de ti

Himno especial 432 - Como el ciervo

Himno final 296 comprado con sangre por Cristo

CRISTO NUESTRA JUSTICIA - 1

La Justificación por la Fe

Hoy, se difunden numerosos errores entre el pueblo de Dios sobre la justificación


por la fe, la santificación y otras doctrinas de salvación. Como resultado, muchos
miembros son engañados y cautivados por errores inexcusables, la mayoría de los
cuales se originaron en las iglesias del mundo, que conocemos como Babilonia. En
cuanto a la justificación, la sierva del Señor nos dijo: “El enemigo de Dios y del
hombre no quiere que esta verdad sea presentada claramente; porque sabe que si
la gente la recibe plenamente, habrá perdido su poder sobre ella” (Exaltad a Jesús,
p. 150).

“Nuestras iglesias mueren por falta de enseñanza acerca de la justicia por la fe y


otras verdades” (Obreros Evangélicos, p. 316).

Estos hechos desconcertantes, me conminan a seguir predicando sobre este


interesante tema.

Alguien en una ocasión me dijo ¡interesante el tema… basico pero interesante!

Y me preguntaba en mi interior, ¿puedes llamar basico lo referente a tu salvacion?


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Primero, notemos que aunque parezca extraño, frecuentemente el enseñar y


predicar el error a nuestros hermanos, puede resultar en grandes bendiciones. Me
parece oírlos diciendo: “hermano Giddel, ¿cómo es posible? Obtengamos valor
frente al siguiente consejo del Señor. “Cada vez que avanza el error, obra para el
bien de los que sinceramente aman a Dios. Porque cuando el error eclipsa la
verdad, los centinelas de Dios harán que ésta sea más penetrante y clara.
Escudriñarán las Escrituras para encontrar evidencias de su fe. La propagación del
error es un llamado para que los siervos de Dios se levanten y coloquen a la verdad
en un marcado relieve” (Signs of the Times [Señales de los Tiempos], January 6,
1898).

Es mi mayor deseo, que con la presencia del Espíritu Santo en mi vida, pueda ser
un centinela para Dios.

Oremos

Las escrituras introducen la base para la justificación por la fe, al explicar lo que
Cristo quiere hacer por nosotros

 Juan 1:29 El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí
el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
 Juan 6: 32 Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio
Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo.
33 Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al
mundo.
 Juan 3:16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna.
 17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo sea salvo por él.

La base de la justificación por la fe es lo que Cristo dispuso para nosotros y lo que


quiere hacer por nosotros. No sólo debemos saber cuál es la base sobre la cual se
hace posible la justificación por la fe, sino también cuáles son las condiciones para
recibirla.

Primero consideremos la base. En la Biblia, ambos Adán y Jesucristo,


representan a la raza humana. Por consiguiente, lo que espiritualmente ocurrió con
Adán y Cristo, atañe a todos los que han nacido en este mundo.

1- cuando Adán, el representante de nuestra raza fue tentado por Satanás para
rebelarse contra Dios, y al hacerlo pecó, trajo la muerte sobre sí mismo y
sobre todos sus descendientes.
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2- Cristo, nuestro representante, al venir a este mundo en forma humana por


medio del milagro del Espíritu Santo, también fue tentado por el diablo a
pecar, pero no se rebeló como lo hizo Adán, obedeció a Dios, nunca pecó.
Gracias a su victoria sobre Satanás, estuvo dispuesto a morir por nuestros
pecados, para que la condena de muerte por culpa de Adán, fuera cambiada
a vida eterna, si es que aceptamos su muerte en nuestro lugar.

Como consecuencia del pecado de Adán todos los hombres pecaron y recibieron la
sentencia de muerte.

¡Alabado sea Dios!. El Hijo de Dios eligió tomar el lugar de Adán, como cabeza y
representante de la raza humana. Por su muerte en la cruz, pagó el castigo de
nuestra pena de muerte, disponiendo así la redención para todos los que creerán
en él:

 “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el
que crea en él, no perezca, sino tenga vida eterna. Porque Dios no envió a
su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo
por él” (Juan 3:16,17).

Esta base para la justificación por la fe está confirmada en la Palabra de Dios.

 Romanos:12 Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un


hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los
hombres, por cuanto todos pecaron.
 17 Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más
reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia
de la gracia y del don de la justicia.
 18 Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a
todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a
todos los hombres la justificación de vida.
 19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos
fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno,
los muchos serán constituidos justos.

He aquí la base sobre la cual se edifica la justificación por la fe.

Ahora, consideremos las condiciones que hacen posible la justificación por la fe y


la santificación, para los individuos. Alguien puede preguntar, ¿Qué? ¿Hay
condiciones para que un hombre pueda ser justificado? ¿No es la justificación un
don gratuito?

Esto no significa que contribuimos para nuestra salvación cumpliendo con lo


estipulado. Las obras del hombre antes o después de la justificación, no tienen
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ningún valor en sí mismas. No pueden comprar la salvación. Ésta es un don gratuito,


pero Dios dice que es solamente para los que cumplen con las condiciones.

Adán eligió creer la mentira de Satanás. Se rebeló contra su hacedor. Al pecar,


aceptó las condiciones por creer la mentira de Satanás, que sería como un “dios”.
Ignoró la verdad de Dios, que la paga del pecado es muerte. Pero, cuando elegimos
creer lo que dice Cristo, ese proceso, es inverso. Rechazamos a Satanás y
aceptamos las siguientes condiciones establecidas por Cristo para poder escapar a
la muerte y recibir la vida eterna.

1. Aceptamos por fe que el sacrificio de Cristo sustituye nuestro lugar en la cruz del
calvario.

2. Nos rendimos completamente, nos arrepentimos y confesamos a Dios nuestros


pecados.

3. Creemos que Dios perdona nuestros pecados individuales.

4. Experimentamos la dádiva de la justificación por la fe por medio del nuevo


nacimiento.

5. Permanecemos en Cristo por medio de una continua, amante relación de


confianza y obediencia. Esta quinta condición, resulta en nuestra santificación.

Hablemos de estas cinco condiciones, una a la vez.

La primera condición requiere que creamos y que aceptemos personalmente el


sacrificio de Cristo. Al desarrollar este tema, observaremos que creer significa
mucho más que de lo que muchos suponen.

Estas cinco condiciones mencionadas, están expresadas en las


palabras, “cualquiera que cree en él, no perecerá, pero tendrá vida eterna”.

Primera condicion. Creer, trae consigo más que un asentimiento verbal o emocional,
debemos comprender lo que se llevó a cabo por la muerte de Cristo en la cruz. Por
ejemplo, leemos en Romanos 6:23 “Porque la paga del pecado es la muerte”. Cristo
murió para expiar la paga de tu pecado y el mío, que es la muerte. Pero ¿de qué
muerte estamos hablando? ¿De la primera o de la segunda? La Palabra de Dios
nos da la respuesta.

 “¡Dichoso y santo el que tiene parte en la primera resurrección! La segunda


muerte no tiene poder” (Apocalipsis 20:6).

¿Y por qué la segunda muerte no tiene poder? Porque Cristo murió la segunda
muerte por los que creen en él, y lo aceptan como su sustituto. ¡Alabado sea Dios!
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¡Qué Salvador, murió en nuestro lugar!. Murió para que nosotros tengamos, no la
muerte eterna, sino la vida eterna.

La segunda condición es una entrega total. Esto trae consigo; arrepentimiento,


muerte al pecado y confesión. En Hechos aprendemos que debemos arrepentirnos:

 “Pedro contestó: ‘Arrepentios, y sed bautizados cada uno de vosotros en el


Nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados” (Hechos 2:38).

Ahora observemos la importancia que Elena de White le da a esta condición.


“Arrepentios, arrepentios, era el mensaje que hacía resonar la voz de Juan el
Bautista en el desierto. El mensaje de Cristo a la gente era: ‘Si no os arrepentís,
todos pereceréis igualmente’ (Lucas 13; 5). Y a los apóstoles se les ordenó predicar
por doquiera que los hombres debían arrepentirse” (Mensajes Selectos, t. 2, p. 20).

Pero observen, ¿Podemos nosotros arrepentirnos por nuestra propia fuerza? De


ninguna manera

31 A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel
arrepentimiento y perdón de pecados.

32 Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el


cual ha dado Dios a los que le obedecen.

Nosotros también debemos confesar nuestros pecados:

 “Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonar


nuestros pecados, y limpiarnos de todo mal” (1 Juan 1: 9).

La misma condición existía en el Antiguo Testamento: "si mi pueblo que lleva mi


Nombre se humilla y ora, si busca mi rostro, y se convierte de sus malos caminos,
entonces oiré desde el cielo, perdonaré sus pecados” (2 Crónicas 7:14). ¿No es
eso maravilloso?

¿Cuán importantes son estas condiciones?

“Los que no se han humillado de corazón delante de Dios reconociendo su culpa,


no han cumplido todavía la primera condición de la aceptación. Si no hemos
experimentado ese arrepentimiento, del cual nadie se arrepiente, y no hemos
confesado nuestros pecados con verdadera humillación de alma y quebrantamiento
de espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos buscado verdaderamente el
perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, nunca hemos
encontrado la paz de Dios. La única razón porque no obtenemos la remisión de
nuestros pecados pasados es que no estamos dispuestos a humillar nuestro
corazón y a cumplir con las condiciones de la Palabra de verdad”. (El Camino a
Cristo, p. 37).
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La tercera condición revela que debemos creer que Dios perdona nuestros
pecados y que hay que satisfacer ciertas condiciones antes de que realmente
podamos creer que Dios lo ha hecho. “El hombre debe despojarse de sí mismo
antes que pueda ser, en el sentido más pleno, creyente en Jesús” (Deseado de
Todas las Gentes, p. 247).

“Creer en Jesús significa aceptarlo como nuestro Redentor, como Modelo”


(Manuscrito 26, del 17 de octubre de 1885, (Cada día con Dios, p. 300). Después
de cumplir con estas condiciones específicas, de verdad podamos creer en Cristo y
entonces podemos creer que “en el momento que pedimos perdón con contrición y
sinceridad Dios nos perdona. ¡Oh qué gloriosa verdad!. Predícala, ora por ella,
cántala” (Signs of the Times, September 4, 1893).

Así que hablando claramente, somos justificados por fe en Cristo, quien murió por
nosotros. La fe en si misma, no nos salva. Es la fe en el Hijo de Dios la que
salva. ¡Qué espléndido!

La cuarta condición indica que debemos experimentar el nuevo nacimiento.

Cristo le dijo a Nicodemo: antes que puedas ver el reino de Dios, “debes nacer de
nuevo”. Cuando Dios perdona a un hombre, le proporciona un nuevo corazón, un
nuevo nacimiento. “Os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro
de vosotros. Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón
de carne” (Ezequiel 36: 26). Muchos no se dan cuenta que la justificación por la fe,
incluye el nuevo nacimiento, que obra una nueva mente, un nuevo pensamiento,
porque la inspiración revela claramente esta verdad: “Ser perdonados en la forma
en que Cristo perdona es no solamente ser perdonados, sino ser renovados en el
espíritu de nuestra mente” (Mensajes Selectos, t. 3, p. 217).

Esto se lleva a cabo cuando venimos al Señor como lo hizo David después que
había pecado con Bath-sheba. Considere su oración: “Lávame a fondo de mi
maldad, y límpiame de mi pecado. Purifícame con hisopo, y seré limpio. Lávame, y
seré más blanco que la nieve. Oh Dios, crea en mí un corazón limpio, y renueva un
espíritu recto dentro de mí” (Salmos 51:2, 7, 10).

Elena de White comenta acerca de esta experiencia de David: “Pero el perdón tiene
un significado más abarcante del que muchos suponen... El perdón de Dios no es
solamente un acto judicial por el cual libra de la condenación. No es sólo el perdón
por el pecado. Es también una redención del pecado”. [Me gusta eso] “Es la efusión
del amor redentor que transforma el corazón. David tenía el verdadero concepto del
perdón cuando oró "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu
recto dentro de mí" (El Discurso Maestro de Jesucristo, p. 97).

Gracias a Dios, cuando él perdona, también limpia el alma y crea un nuevo corazón
en el cual puede habitar Cristo. ¿No es eso maravilloso? ¿Cómo recibimos una
santificación tal? “Recibimos nuestra santificación al recibir a Jesús” (Mount of
Blessings [El discurso maestro de Jesucristo], p. 18).
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Cuando morimos al yo, el nuevo nacimiento trae a Cristo con su justicia a nuestros
corazones para habitar allí: “No están reconciliados con Dios, ni podrán estarlo,
hasta tanto hayan crucificado el yo y Cristo viva por la fe en sus corazones” (Exaltad
a Jesús, p. 334).

¡Que maravillosa experiencia para todos los que están dispuestos a morir al yo!
Entonces podemos decir: “Cristo es mi justicia”.

¿Amén? Yo espero que obtengamos un panorama claro de la justificación por la fe.

“Las melodías más dulces que provienen de Dios a través de los labios humanos,
la justificación por la fe y la justicia de Cristo”. (Joyas de los Testimonios, t. 3, p. 61).

La paz del cielo inunda el alma con la justificación,. Pablo nos dice: “Así, habiendo
sido justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor
Jesucristo” (Romanos 5: 1).

¡Oh, Cuán gloriosa verdad! Porque cuando somos justificados, “quedamos sin falta
delante de Dios”. Puede preguntar ¿Cómo es posible? Es posible porque estamos
vestidos con las hermosas vestiduras de la justicia de Cristo. “Cuando el pecador,
penitente y contrito delante de Dios, comprende el sacrificio de Cristo en su favor y
acepta ese sacrificio como su única esperanza en esta vida y en la vida futura, sus
pecados son perdonados. Esto es justificación por la fe... El perdón y la justificación
son una y la misma cosa.

Mediante la fe, el creyente pasa de la posición de rebelde hijo del pecado y de


Satanás, a la posición de leal súbdito de Jesucristo, no en virtud de una bondad
inherente, sino porque Cristo lo recibe como hijo suyo por adopción... De esta
manera el hombre, perdonado y cubierto con las hermosas vestiduras de la justicia
de Cristo, comparece sin tacha delante de Dios” (Fe y Obras, p. 108).

La recepción de un nuevo corazón y de la justicia de Cristo hace que un hombre


sea santo. ¿Se imaginan eso?” De una persona que ha nacido de nuevo se puede
decir: “La santidad encuentra que no hay nada más que requerir” (Ibíd.).

¿Podemos pedir algo más? Pero, no olviden que un hombre nunca se sentirá santo
ni admitirá serlo, sin embargo, así lo ve Dios debido a la justicia de Cristo que le es
imputada. Aún más, por el mismo proceso, es idóneo para el cielo. Nacido
nuevamente y convertido, que es lo mismo.

Es la justicia de Cristo que reside en el hombre la que lo justifica y capacita para el


cielo. “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).

Una vez completa la justificación, recién empieza la santificación, porque Jesús


comienza a vivir su vida dentro del hombre, imputándole su justicia y haciéndolo
más y más digno del cielo, mientras éste desarrolla el carácter de acuerdo al
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modelo, Cristo Jesús. La experiencia del apóstol Pablo, será nuestra experiencia
diaria. “Con Cristo estoy crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y
lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó, y
se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2: 20).

¿No es esta una noticia emocionante? Al perdonar la desobediencia pasada, Dios


aplica su obediencia en la cuenta del pecador arrepentido, como si él mismo hubiera
obedecido. “La ley demanda justicia, y ante la ley, el pecador debe ser justo. Pero
es incapaz de serlo. La única forma en que puede obtener la justicia es mediante la
fe. Por fe puede presentar a Dios los méritos de Cristo, y el Señor coloca la
obediencia de su Hijo en la cuenta del pecador. La justicia de Cristo es aceptada en
lugar del fracaso del hombre, y Dios recibe, perdona y justifica al alma creyente y
arrepentida, la trata como si fuera justa, y la ama como ama a su Hijo” (Mensajes
Selectos, t. 1, p. 430).

¿Captó el significado en la última línea? “Dios recibe, perdona y justifica al alma


creyente y arrepentida, y la trata como si fuera justa, y la ama como ama a su Hijo”.

¿Porqué ama tanto Dios al hombre? ¿No es acaso que por medio del Espíritu Santo
el hijo de Dios mora en el corazón del hombre? Entonces, no ve los trapos de
inmundicia de la desobediencia, sino la justicia de su propio hijo morando allí en el
corazón. ¡Qué Dios!. Dios nos ama como ama a su hijo. ¡Incomprensible!, Pero es
verdad. ¡Qué salvación!

El verdadero cristiano no obra para ser salvo, hace la obra de Cristo porque es
salvo. Una experiencia tal, llena el corazón de inexpresable gozo y paz, porque tiene
una verdadera relación viviente con su salvador. Es una experiencia que hace
posible, obtener la victoria sobre toda tentación y pecado, ¡qué seguridad ocasiona
esto al hombre!.“Si usted está bien con Cristo hoy, usted está listo si Cristo viniera
en este momento” (Heavenly places [En lugares celestiales], p. 227.) ¿No le gusta
esa seguridad?

Pero, alguien puede preguntar: ¿Cómo puedo saber si estoy bien con Cristo?
¿Cómo puedo saber que Jesús con su justicia mora en mi corazón y en mi mente?
“La justicia exterior da testimonio de la justicia interior” (Mensajes para los Jóvenes,
p. 32).

La quinta condición es la obediencia continua. Es por medio de la obediencia que


mantenemos nuestro estado de santificación. Pero, también descubrimos que la
obediencia continua es la única forma en que podemos retener nuestro estado de
justificación. “Pero al paso que Dios puede ser justo y, sin embargo, justificar al
pecador por los méritos de Cristo, nadie puede cubrir su alma con el manto de la
justicia de Cristo mientras practique pecados conocidos, o descuide deberes
conocidos. Dios requiere la entrega completa del corazón antes de que pueda
efectuarse la justificación. Y a fin de que el hombre retenga la justificación, debe
haber una obediencia continua mediante una fe activa y viviente que obre por el
amor y purifique el alma” (Fe y Obras, p. 103).
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Ahora, una gran verdad más. ¿Sabían que mientras mantenemos nuestra
justificación y nuestra santificación, la vida eterna ya ha empezado para nosotros
aquí y ahora? ¡Oh amigos, esto es real!. “El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Juan
5:12).

“Por el Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el Espíritu de Dios, recibido en


el corazón por la fe, es el principio de la vida eterna.” (El Deseado de todas las
Gentes, p. 352).

¡Qué gloriosa verdad! Mis amados, ¡Esta es una noticia apasionante!. Esta verdad
está confirmada también por el apóstol Juan. “Este es el testimonio: Que Dios nos
ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el
que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. Estas cosas, he escrito a vosotros que
creéis en el Nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para
que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5:11-13).

Con razón Pablo exclama: “Estad siempre gozosos. Dad gracias por todo, porque
ésta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:16,
18).

Existen razones para cantar con gozo

Existen razones para sonreir

Existen razones para salir a decirle al mundo cuan grandes cosas ha hecho Dios
por nosotros…

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