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Prefacio

La astronomía es una ciencia dichosa; según la expresión del sabio


francés Arago[1], no necesita elogios. Sus éxitos son tan cautivadores
que no hay necesidad de llamar la atención sobre ellos. Sin embargo,
la ciencia del cielo no está sólo constituida por descubrimientos
maravillosos y teorías audaces. Su fundamento lo constituyen hechos
comunes que se repiten día a día. Las personas que no son
aficionadas al estudio del cielo tienen, en la mayoría de los casos, un
conocimiento bastante vago de este aspecto ordinario de la
astronomía y se interesan poco por él, ya que es difícil concentrar la
atención en aquello que se halla siempre delante de los ojos.
Esta parte vulgar, cotidiana, de la ciencia del cielo, es su primera y no
su última frontera, y constituye una parte importante, aunque no
exclusiva, del contenido de la Astronomía recreativa. Este libro se
esfuerza ante todo en ayudar al lector a aclarar y comprender los
hechos astronómicos fundamentales. Esto no quiere decir que sea
semejante a un texto elemental de introducción. La manera de tratar
el tema lo distingue fundamentalmente de un libro de texto. Hechos
comunes; conocidos a medias, son presentados aquí en una forma no
acostumbrada, a menudo paradójica, desde puntos de vista nuevos,
inesperados, lo cual despierta el interés y aumenta la atención hacia
ellos. La exposición está exenta en lo posible de términos
especializadas y de todas esas fórmulas complicadas que son un
obstáculo habitual entre el lector y el libro de astronomía.
Con frecuencia se hace a los libros de divulgación el reproche de que
en ellas no es posible aprender nada seriamente. El reproche es en
cierta medida justo, y se fundamenta (si se tienen en cuenta las
obras sobre ciencias naturales exactas) en la costumbre de eludir en
ellos todo cálculo numérico. Y; sin embargo, el lector empezará a
dominar el tema del libro cuando empiece a comprender, aunque sólo
sea en forma elemental, los valores numéricos que en él se hallan.
Por esto, en la Astronomía recreativa, como en sus otros libros de la
misma serie, el autor no elude los cálculos sencillos, y sólo se
preocupa porque sean expuestos en forma elemental y al alcance de
quienes han estudiado las matemáticas de la segunda enseñanza. Los
ejercicios de este género no sólo consolidan los conocimientos
adquiridos, sino que, además, preparan para la lectura de libros más
profundos.
En el presente manual se incluyen capítulos referentes a la Tierra, la
Luna, los planetas, las estrellas y la gravitación. Por otra parte, el
autor ha dado preferencia a temas que habitualmente no se exponen
en las obras de divulgación: Los temas no tratados en este manual
piensa desarrollarlos el autor, a su tiempo, en un segundo libro de
Astronomía recreativa. Por lo demás, las obras de este género no se
proponen agotar en forma sistemática el riquísimo contenido de la
astronomía contemporánea.
Nota preliminar

El libro de Y. I. Perelman pone al lector en contacto con problemas


aislados de la astronomía, con sus maravillosos progresos científicos,
y describe en forma seductora los fenómenos más importantes del
cielo estrellado. El autor trata muchos fenómenos habituales, de
observación diaria, desde un punto de vista totalmente nuevo e
inesperado, y revela su verdadera esencia.
El propósito del libro es desplegar ante el lector el inmenso cuadro del
espacio sideral y los hechos notables que en él tienen lugar, y
despertar interés hacia una de las ciencias más cautivadoras, la
ciencia del firmamento.
Y. I. Perelman murió en 1942, durante el sitio de Leningrado, y no
tuvo tiempo de llevar a cabo su propósito de escribir una continuación
de este libro.

Capítulo 1
La tierra, su forma y movimientos

Contenido:

1. El camino más corto: en la Tierra y en el mapa


2. El grado de longitud y el grado de latitud
3. ¿En qué dirección voló Amundsen?
4. Cinco maneras de contar el tiempo
5. La duración de la luz diurna
6. Sombras extraordinarias
7. El problema de los dos trenes
8. El reloj de bolsillo como brújula
9. Noches “blancas” y días “negros”
10. La luz del día y la oscuridad
11. El enigma del Sol polar
12. ¿Cuándo comienzan las estaciones?
13. Tres “si”
14. Si la trayectoria de la Tierra fuera más pronunciada
15. ¿Cuándo estamos más cerca del Sol, al mediodía o por la
tarde?
16. Agregando un metro
17. Desde diferentes puntos de vista
18. Tiempo no terrenal
19. ¿Dónde comienzan los meses y los años?
20. ¿Cuántos Viernes hay en febrero?

1. El camino más corto: en la Tierra y en el mapa


La maestra dibuja con tiza dos puntos en la pizarra. Le pregunta a un
pequeño alumno que hay frente a ella si sabe cuál es la distancia más
corta entre esos dos puntos.
El chico vacila un momento y después dibuja con cuidado una línea
curva.
— ¿Ese es el camino más corto? —le pregunta la maestra
sorprendida.— ¿Quién te lo enseñó?
— Mi Papá. Es taxista.

Figura 1. Las cartas náuticas no designan el camino más corto del


Cabo de Buena Esperanza a la punta sur de Australia por una línea
recta (“loxodrómica”) sino por una curva (“ortodrómica”).

El relato sobre el dibujo del ingenuo colegial es, por supuesto, un


chiste. ¡Pero supongo que también sonreirás con incredulidad, cuando
te digan que la línea discontinua y arqueada de la Fig. 1 representa el
camino más corto desde el Cabo de Buena Esperanza hasta la punta
sur de Australia!
¡Te asombrarás aún más, al saber que el camino más corto desde
Japón hasta el Canal de Panamá, es la línea curva que se muestra en
la Fig. 2, y no la línea recta entre estos dos lugares trazada en el
mismo mapa!
Podrás pensar que se trata de un chiste, pero lo antedicho es
totalmente cierto, hecho que todos los cartógrafos atestiguarían.
Para dejar las cosas claras debemos decir unas palabras sobre los
mapas en general y sobre las cartas náuticas en particular. No resulta
fácil dibujar una sección de la superficie de la Tierra, porque esta
tiene forma esférica.
Figura 2. Parece increíble que la curva que une Yokohama con el
Canal de Panamá es más corta en la carta náutica que la línea recta
entre estos dos puntos.

Nos guste o no tenemos que aceptar las inevitables distorsiones


cartográficas. Se han desarrollado muchos métodos para trazar los
mapas, pero todos presentan defectos en un sentido u otro.
Los marinos usan mapas trazados al modo de Mercator[2], cartógrafo
y matemático flamenco del siglo XVI. Este método se conoce como la
Proyección de Mercator. Las cartas marinas se reconocen fácilmente
por su red de líneas entrelazadas; tanto meridianos como paralelos y
latitudes, se indican con líneas rectas; paralelos y latitudes son
horizontales y forman ángulos rectos con los meridianos cuyo trazo
es vertical[3].
Imagina que ahora debes encontrar la ruta más corta entre un puerto
y otro, ambos situados sobre el mismo paralelo. Podrás navegar en el
mar en cualquier dirección, siempre que sepas hallar el camino más
corto. Quizás pienses que viajas por el camino más corto, navegando
sobre el paralelo que une ambos puertos, una línea recta en nuestro
mapa. Después de todo, que puede ser más corto que una línea
recta. Pero cometes un error; la ruta a lo largo del paralelo no es la
más corta. De hecho, el camino más corto entre dos puntos sobre la
superficie de una pelota, es el arco de confluencia del círculo
máximo [4]. Sin embargo, la latitud es un círculo menor.
El arco del círculo máximo es menos curvado que el arco de cualquier
círculo menor que pase por esos dos puntos; el radio más grande
pertenece a la curva más pequeña. Coge un trozo de hilo y estíralo a
través del globo entre los dos puntos que hayas elegido (ver Figura
3): notarás que no sigue la línea del paralelo. Nuestro trozo de hilo
incuestionablemente nos muestra la ruta más corta, así que si no
coincide con el paralelo, lo mismo sucederá en las cartas náuticas,
donde los paralelos están indicados como líneas rectas. La ruta más
corta no será una línea recta, así que solo puede ser una línea curva.
Figura 3. Una manera simple de encontrar el camino más corto entre
dos puntos es estirar un trozo de hilo entre los puntos dados en un
globo.

Según nos cuenta la historia, los ingenieros no conseguían ponerse


de acuerdo para elegir una ruta para el ferrocarril entre San
Petersburgo y Moscú. El Zar Nicolás I resolvió la situación dibujando
una línea recta entre los dos puntos. Si se hubiera empleado un mapa
con la proyección de Mercator, el resultado habría sido embarazoso.
La vía férrea hubiera resultado curva y no recta.
Mediante un cálculo simple, se puede ver que una línea curva en un
mapa es, de hecho, más corta que una línea recta. Imaginemos que
nuestros hipotéticos puertos están en la misma latitud que
Leningrado, aproximadamente en el paralelo 60 y separados unos
60º entre sí.
En la Figura 4, el punto O designa el centro del globo y AB el arco de
60º de la línea latitudinal donde se encuentran los puertos A y B. El
punto C designa el centro de ese círculo latitudinal.
Figura 4. Cómo calcular las distancias entre los puntos A y B de una
esfera, a lo largo de los arcos del paralelo y el círculo máximo.

Al dibujar a través de los dos puertos un gran arco del círculo


imaginario con su centro en O, el centro del globo, su radio
resulta OA = OB = R, aunque no coincida exactamente con el
arco AB, su valor será bastante aproximado.
Calculamos ahora la longitud de cada arco. Como los
puntos A y B están a 60º de latitud, los radios OA y OB forman un
ángulo de 30º con OC, siendo este último el eje terrestre imaginario.
En el triángulo rectángulo ACO, el lado CA (= r), adyacente al ángulo
recto y opuesto al ángulo de 30º, es igual a la mitad de la
hipotenusa AO, de modo que r = R/2.
Como la longitud del arco AB es una sexta parte de la longitud del
círculo latitudinal, esa longitud es la siguiente:

Para determinar la longitud del arco del mayor de los círculos,


debemos encontrar el valor de ángulo AOB.
Como la cuerda del arco AB, es el lado de un triángulo equilátero
inscrito en el mismo pequeño círculo, AB = r = R/2. Si dibujamos una
línea recta OD, uniendo el punto O, el centro del globo, con el punto
medio D, de la cuerda del arco AB, obtenemos el triángulo
rectángulo ODA.
Si DA es ½ AB y OA es R, entonces el seno ∠AOD = AD ÷ AO = R/4 ÷
R = 0,25.
Encontramos (de las tablas trigonométricas) que ∠AOD = 14º 28’ 40”
y que ∠AOB= 28º 57’.
Ahora será fácil encontrar el camino más corto, tomando la longitud
de un minuto del gran círculo del globo como una milla náutica [5],

más o menos 1,85 kilómetros. Por lo tanto,

28º 57’ = 1.737’ y 3.213 km.

De este modo hemos encontrado que la ruta a lo largo del círculo


latitudinal, indicada en las cartas náuticas mediante una línea recta,
es de 3.333 km., mientras que la ruta a lo largo del círculo máximo,
una línea curva en el mapa, es de 3.213 km., es decir que la
trayectoria curva es 120 km. más corta que la trayectoria recta sobre
el mapa.
Con un trozo de hilo y un globo terrestre de escuela, podrás
comprobar que nuestros dibujos son correctos y verás que los arcos
de circunferencia son iguales a los que hemos mostrado. La ruta
marítima “recta”, trazada en la Figura 1, desde África hasta Australia,
es de 6.020 millas, en tanto que la ruta curva es de sólo 5.450, es
decir, que esta última mide unas 570 millas (1.050 km.) menos que
la primera.
En la carta de navegación la línea aérea “recta” que une Londres con
Shangai pasa a través del Mar Caspio, teniendo en cuenta que el
camino más corto es el norte de Leningrado. Podemos imaginar cuán
importante resulta la elección de la trayectoria curva y no la recta,
desde el punto de vista de ahorro de tiempo y combustible.
En la era de los grandes veleros, el hombre no apreciaba la relación
entre el tiempo y el dinero. Sin embargo, con la llegada del buque de
vapor, cada tonelada extra de carbón que se emplea para mover el
barco, se traduce en una pérdida de “dinero”. Eso explica por qué los
barcos toman el camino más corto, y en lugar de confiar en los
mapas de la Proyección de Mercator, se ciñen a los mapas de
Proyección “Central” [6] que indican los grandes arcos del círculo
mediante líneas rectas. ¿Entonces por qué los marineros de antiguos
tiempos usaron esos mapas engañosos y se introdujeron en rutas
poco ventajosas? Si crees que los marineros de antiguos tiempos no
conocían nada sobre las propiedades específicas de las Cartas de
Navegación que acabamos de mencionar, estás en un error.
Naturalmente, esa no es la verdadera razón. El caso es que, pese a
presentar algunos inconvenientes, los mapas con la Proyección de
Mercator poseen varias ventajas para los marineros. En primer lugar,
estos mapas conservan los contornos, sin distorsiones, dentro de
cada fracción del globo, encerrado entre líneas longitudinales y
latitudinales adyacentes. Este resultado no se ve afectado por el
hecho de que cuanto mayor es la distancia desde el Ecuador, más
alargados son los contornos. En las latitudes altas la distorsión es tan
grande que una persona que no conozca los rasgos característicos de
las Cartas de Navegación creerá que Groenlandia es tan grande como
África, o Alaska más grande que Australia; realmente Groenlandia es
15 veces más pequeña que África, mientras que Alaska y Groenlandia
juntos, no son mayores que la mitad de Australia. Esa persona tendrá
por lo tanto, una concepción completamente errónea del tamaño de
los diversos continentes. Pero el marinero avezado, al corriente de
estas particularidades, no estará en desventaja, porque como ya
hemos dicho, dentro de cada pequeña sección del mapa, la Carta de
Navegación proporciona un cuadro exacto (Figura 5).
La Carta náutica es un recurso para resolver tareas prácticas de
navegación. Es a su modo, el único mapa en el que se indica el
verdadero curso recto de un navío, mediante una línea recta. Seguir
un curso recto significa mantener la misma dirección, a lo largo del
mismo rumbo; en otras palabras, cruzar todos los meridianos con el
mismo ángulo.

Figura 5. Una carta náutica o proyección de Mercator del mundo.


Estos mapas dilatan enormemente los contornos de los territorios
alejados del Ecuador. Cuál es más grande: ¿Groenlandia o Australia?
(Vea la respuesta en el texto)

Este rumbo, conocido como línea loxodrómica, solo puede indicarse


como una línea recta, en un mapa donde los meridianos sean líneas
rectas paralelas. Puesto que los meridianos se cruzan con las
latitudes en ángulos rectos sobre el globo, este mapa también debe
mostrar las latitudes como líneas rectas, perpendiculares a los
meridianos.
Ahora entiendes por qué los marineros se sienten tan atraídos por la
Proyección de Mercator. Para trazar el rumbo hacia el puerto de
destino, el navegante une los puntos de salida y destino con una
regla, y calcula el ángulo entre esa línea y el meridiano. Siguiendo
este curso en el mar, el navegante llevará su nave infaliblemente a su
meta. Por consiguiente, se verá que mientras que el “loxodromo” no
es el camino más corto o el modo más económico, en cierto modo, es
un rumbo muy conveniente para el marino. Para alcanzar, por
ejemplo, el extremo sur de Australia partiendo del Cabo de Buena
Esperanza (ver Figura 1), debemos seguir, sin desviaciones, el rumbo
S 87º50’. Pero si queremos llegar allí por el camino más corto,
conocido como “ortodromo” [7], nos vemos forzados a cambiar el
rumbo continuamente, como puede verse en el dibujo, iniciando con
rumbo S 42º50’ y terminando con rumbo N 53º50’ (esto sería
intentar lo imposible ya que nuestro rumbo más corto nos llevaría
hacia las paredes de hielo del Océano Antártico).
Los dos rumbos, el “loxodrómico”, y el “ortodrómico”, coinciden con
una línea recta cuando el desplazamiento se realiza a lo largo del
ecuador o de cualquiera de los meridianos que se indican en el mapa
náutico. En los restantes casos siempre divergen.

2. El grado de longitud y el grado de latitud


Pregunta
Doy por sentado, que los lectores estarán al corriente de lo que son la
longitud y la latitud geográfica. Pero temo que no todos podrán dar la
respuesta correcta a la siguiente pregunta: ¿Es siempre mayor un
grado de latitud que un grado de longitud?
Respuesta
La mayoría de las personas cree que cada paralelo es más corto que
el meridiano. Como los grados de longitud se miden en los paralelos,
y los de latitud, en los meridianos, se deduce que bajo ninguna
circunstancia podrá ser el primero más largo que el último.
Pero la gente olvida que la Tierra no es una esfera perfecta, sino un
elipsoide, ligeramente combado hacia afuera en el ecuador. En este
elipsoide, no sólo el ecuador, sino que también sus paralelos
adyacentes son más largos que los meridianos. Según los cálculos, a
unos 5º de latitud, los grados de los paralelos, es decir la longitud,
resultan más largos que los grados del meridiano, o lo que es lo
mismo, la latitud.

3. ¿En qué dirección voló Amundsen?


Pregunta
¿Qué dirección tomó Amundsen cuándo regresó del polo Norte, y cual
en la vuelta atrás desde el polo Sur?
Debes responder sin ojear a escondidas el diario de este gran
explorador.
Respuesta
El Polo Norte es el punto que se encuentra más al norte del globo
terrestre. De modo que por cualquier camino que tomemos desde allí,
siempre nos moveremos hacia el sur. En su regreso desde el Polo
Norte, Amundsen solo podría ir hacia el sur, no existiendo ninguna
otra dirección. A continuación tenemos una sección del diario de su
vuelo del polo Norte a bordo del Norge:
“El Norge circulaba en las proximidades del Polo Norte. Entonces
continuamos nuestro vuelo.... Tomamos dirección al sur por primera
vez desde que nuestro dirigible dejó Roma”
De igual manera, Amundsen sólo podría ir hacia el norte, al regresar
del polo Sur. Hay una anécdota bastante antigua sobre el Turco que
se encontró en un país del Extremo Oriente. “El Este al frente, Este a
la derecha, Este a la izquierda. ¿Y qué hay del Oeste? También tiene
el Este a sus espaldas. Para abreviar, por todas partes no hay nada
más que un interminable este.
Es imposible encontrar en nuestra Tierra, un país con el Este en todas
las direcciones. Pero existe un punto con una sola dirección a su
alrededor: el Sur; así mismo, hay un punto en nuestro planeta
rodeado por un Norte “sin fin”. En el Polo Norte es posible construir
una casa cuyas cuatro paredes señalen al sur. De hecho, ésta es una
tarea que los exploradores soviéticos al Polo Norte podrían realizar en
la actualidad.

4. Cinco maneras de contar el tiempo


Estamos tan acostumbrados a utilizar los relojes que a veces no nos
damos cuenta de la importancia de sus indicaciones. Creo que tengo
razón si digo que no muchos lectores sabrán explicar lo que alguien
quiere decir cuando afirma: En este momento son las 7 pm.

Figura 6. ¿Por qué son los días solares más largos que los días
siderales? (Vea el texto para los detalles)

¿Es solo que la manecilla pequeña marca la figura del siete? ¿Y qué
significa realmente esta figura? Muestra que después del mediodía,
ha pasado una buena parte del día. ¿Pero después de que mediodía
y, en primer lugar, buena parte de qué día? ¿Qué es un día? El día es
la duración de una rotación completa de nuestra esfera con respecto
al Sol. Desde un punto de vista práctico se mide como: dos pasadas
sucesivas del Sol (para ser más exacto, de su centro) a través de una
línea imaginaria en el cielo que conecta el punto que se encuentra
directamente en lo alto, el cenit, con el punto sur del horizonte. La
duración varía con el cruce del Sol por esta línea, un poco más
temprano o más tarde. Es imposible poner un reloj a funcionar con
este “mediodía verdadero”. Ni siquiera el artesano más
experimentado puede hacer un reloj que mantenga el tiempo en
concordancia con el Sol; es demasiado inexacto. “El Sol muestra un
tiempo equivocado” era hace un siglo el lema de los relojeros de
París.
Nuestros relojes no son fijos al Sol real sino que funcionan con
relación a un Sol ficticio que ni brilla ni calienta, pero que se ha
inventado con el único propósito de evaluar el tiempo correctamente.
Imagina que un cuerpo celeste cuyo movimiento a lo largo del año es
constante, tarda exactamente el mismo período de tiempo que el Sol
real en pasar por la Tierra. En Astronomía este cuerpo ficticio se
conoce como el Sol Medio. El momento en que cruza la línea Cenit —
Sur, se llama mediodía medio, el intervalo entre dos mediodías
medios se conoce como el día solar medio; el tiempo así medido se
denomina tiempo solar medio. Nuestros relojes se regulan según este
tiempo solar medio. El reloj de Sol, sin embargo, muestra el
verdadero tiempo solar por la situación que presenta la sombra del
Sol.
De todo lo antedicho, el lector podrá pensar que el globo gira
irregularmente alrededor de su eje, y que a esto obedece la variación
en la longitud del verdadero día solar. De afirmar esto cometerá una
equivocación, ya que esta variación se debe al desnivel de otro de los
movimientos de la Tierra en su viaje alrededor del Sol. Si el lector
medita un poco, verá por qué afecta esta variación la longitud del día.
Regresa a la Figura 6. Allí verás dos posiciones sucesivas del globo.
Primero la posición izquierda. La flecha inferior derecha muestra la
dirección de la rotación de la Tierra, en sentido contrario a las aguas
del reloj, si lo observamos desde el Polo Norte. En el punto A es
ahora mediodía; este punto está directamente opuesto al Sol.
Imagina ahora que la Tierra ha efectuado una rotación completa; en
este tiempo se ha desplazado hacia la derecha alcanzando la segunda
posición. El radio de la Tierra con respecto al punto A es el mismo
que el día anterior, pero por otro lado, el punto A ya no se encuentra
directamente frente al Sol. No es mediodía para nadie en el punto A;
desde que el Sol se aparta de la línea Cenit — Sur, la Tierra tiene que
girar unos minutos más para que el mediodía alcance el punto A.
¿Qué implica esto entonces? Que el intervalo entre dos mediodías
solares verdaderos es más largo que el tiempo que necesita la Tierra
para completar un movimiento de rotación.[8]
La Tierra viaja alrededor del Sol a lo largo de una órbita circular, con
el Sol en el centro, de modo que la diferencia entre el período real de
rotación y el que nosotros suponemos con respecto al Sol, es
constante todos los días, sin excepción. Esto se comprende
fácilmente, si se tiene en cuenta el hecho de que estas pequeñas
fracciones de tiempo, suman en el curso de un año, un día entero (en
su movimiento orbital la Tierra realiza una rotación extra al año); por
consiguiente la duración real de cada rotación es igual a:

365 ¼ días ¸ 366 ¼ = 23 hrs. 56 min. 4 seg.

A propósito, deberíamos notar que la longitud “real” de un día


simplemente es el período de rotación de la Tierra con relación a
cualquier estrella: de aquí el término de día “sideral.”[9]
Así que el día sideral, en promedio, es 3 min. 56 seg., o sea, unos
cuatro minutos más corto que el día solar. La diferencia no es
uniforme, en primer lugar, porque la órbita de la Tierra alrededor del
Sol no es circular sino elíptica; la Tierra efectúa un movimiento con
velocidad variable, más rápido cuando se encuentra más cerca del
Sol, y más lento cuando se halla más lejos de éste; y en segundo
lugar, porque el eje de rotación de la Tierra está inclinado con
respecto a la elíptica[10]. Éstas son las dos razones por las qué en
diversas épocas, varían en cuestión de minutos, los días solares
verdaderos y los días solares medios, alcanzando hasta 16 minutos
de diferencia en ciertos momentos. Las dos medidas de tiempo solo
coinciden cuatro veces al año: el 15 de abril, el 14 de junio, el 1 de
septiembre y el 24 de diciembre. Y recíprocamente, se da la máxima
diferencia entre ellos, el 11 de febrero y el 2 de noviembre —
alcanzando cerca de un cuarto de hora de diferencia—. La curva de la
Figura 7, muestra las diferencias en los diferentes momentos del año.
Antes de 1919, las personas de la URSS ajustaban sus relojes con
relación al tiempo solar local.
En cada meridiano existía un tiempo diferente (el mediodía “local”),
de modo que cada población tenía su propio tiempo local; los
itinerarios de tren se regían por la hora de Petrogrado, y ésta se
estableció como hora estándar para todo el país.

Figura 7. Este mapa, conocido como “mapa de ecuación de tiempo”,


muestra las diferencias entre el verdadero mediodía solar y el
mediodía solar medio, en cada día del año. Por ejemplo, el 1 de abril,
al mediodía verdadero, un reloj que mida el tiempo con exactitud,
debe mostrar las 12:05 .

Por esta razón, los residentes urbanos establecieron dos tiempos


distintos, el “tiempo del pueblo” y “el tiempo del ferrocarril”, siendo el
primero de éstos el tiempo medio solar de cada localidad, es decir, el
que indicaba el reloj de cada lugar, y siendo el último, el de
Petrogrado, es decir, el tiempo medio solar que mostraban los relojes
de todas las estaciones ferroviarias, correspondiente a la hora
estándar de la URSS. Hoy en día los itinerarios ferroviarios en la
URSS se rigen por la hora de Moscú.
Desde 1919 el control horario en la URSS no se basa en el tiempo
local, sino en el tiempo zonal. Los meridianos dividen el globo en 24
zonas iguales, de modo que las localidades ubicadas dentro de cada
zona, tienen la misma hora.
Así que hoy en día, el globo tiene simultáneamente 24 horas
diferentes, y no la legión de horarios que existía antes de que se
introdujera el tiempo zonal.
A estas tres maneras de contar el tiempo:

1. el tiempo solar verdadero,


2. el tiempo solar medio local, y
3. el tiempo zonal

debemos agregar una cuarta, usada solamente por los astrónomos, el


tiempo “sideral”, basado en el antes comentado, día sideral, que
como ya sabemos, es unos cuatro minutos más corto que el día solar
medio. El 22 de septiembre coinciden el tiempo sideral y solar. A
partir de esta fecha, el primero salta diariamente cuatro minutos
hacia adelante.
Finalmente, hay una quinta forma de contar el tiempo, conocida como
tiempo de verano, empleada durante todo el año en la URSS, y en
verano, en la mayoría de países europeos.
El tiempo de verano se ubica exactamente una hora antes del tiempo
zonal. Este tiempo permite hacer ahorro en el combustible empleado
en la iluminación artificial, al empezar y acabar el día laboral más
pronto, durante el periodo más luminoso del año, entre primavera y
otoño. En el Oeste, se utiliza todas las primaveras, a la una am la
manecilla horaria se mueve a las dos, mientras en otoño el
movimiento de la manecilla se invierte.
En la URSS, los relojes han estado adelantados durante el ciclo anual,
verano e invierno.
Aunque esto no permite ahorrar más electricidad, asegura un trabajo
más rítmico en las fábricas.
El tiempo de verano se introdujo por primera vez en la Unión
Soviética en 1917[11]; durante algún tiempo los relojes estuvieron
adelantados dos e incluso tres horas. Tras un descanso de varios
años, durante la primavera de 1930, se decretó nuevamente el
tiempo de verano en la URSS y esto significa estar una hora por
delante del tiempo zonal [12].

5. La duración de la luz diurna


Para efectuar un cálculo exacto de la duración de la luz diurna en
cualquier parte del mundo y en cualquier día del año, uno debe
referirse a las tablas apropiadas en un almanaque astronómico. Pero
seguramente el lector no necesita tal nivel de exactitud; para realizar
un cálculo rápido y correcto le bastará con referirse a la tabla
mostrada en la Figura 8.
Figura 8. Una tabla de duración de la luz diurna. (vea el texto para
los detalles)

A la izquierda se indica la luz del día, en horas. En la base se tiene la


“declinación” solar, ángulo en grados, que forma el Sol con el ecuador
celeste. Por último, las líneas que cortan el dibujo, corresponden a las
diferentes latitudes de observación.
Para usar el dibujo debemos conocer la distancia angular del Sol
(“declinación”) con respecto al ecuador para los diferentes días del
año. (Ver la tabla mostrada a continuación)
Día del año Declin. del Sol (°) Día del año Declin. del Sol (°)
21 enero — 20 24 julio +20
8 febrero — 15 12 agosto +15
23 febrero — 10 28 agosto +10
8 marzo —5 10 septiembre +5
21 marzo 0 23 septiembre 0
4 abril +5 6 octubre —5
16 abril +10 20 octubre — 10
1 mayo +15 3 noviembre — 15
21 mayo +20 22 noviembre — 20
23 junio +23,5 22 diciembre — 23,5

Veamos cómo se emplea, mediante algunos ejemplos.


1) Hallar la duración de la luz diurna a mediados de abril, en
Leningrado (latitud 60º).
La tabla nos da la declinación del Sol a mediados de abril como +
10º, (es decir, su distancia angular con respecto al ecuador celeste
en este momento específico). Ahora encontramos la marca
correspondiente a los 10º en la base de nuestro gráfico y trazamos
una línea perpendicular que corte la línea que corresponde al paralelo
60. Una vez obtenido el punto de intersección entre ambas líneas nos
dirigimos hacia la izquierda del gráfico para encontrar que el punto de
intersección se corresponde con el valor 14 ½, lo que significa que la
duración de la luz diurna que buscamos es aproximadamente 14 hrs.
30 min. Decimos “aproximadamente”, ya que el dibujo no tiene en
cuenta el efecto de la “refracción atmosférica” (ver Figura 15).
2) Encontrar la duración de la luz del día durante el 10 de
noviembre en Astrakán (46º Latitud Norte.).
La declinación del Sol durante el 10 de noviembre es — 17º (está
ahora en el Hemisferio Sur). Aplicando el método anterior
encontramos una duración de 14 horas y media. Sin embargo, debido
al estado actual de la declinación, el valor obtenido implica la
duración, no de luz del día, sino de la oscuridad nocturna. Así que
tendremos que restar 14 ½ a 24 y así obtenemos que la luz del día
dura 9 horas y media.
De este modo, también podemos calcular el tiempo de salida del Sol.
Dividiendo las 9 ½ horas entre dos, obtenemos 4 horas y 45 minutos.
De la Figura 7 sabemos que para el mediodía verdadero, el 10 de
noviembre, el reloj mostrará las 11 y 43 minutos. Para encontrar la
salida del Sol restaremos 4 horas y 45 minutos, y determinaremos
que el Sol subirá a las 6 y 58 minutos.
El ocaso, por otro lado, lo obtendremos del siguiente cálculo. 11
horas y 43 minutos + 4 horas y 45 minutos = 16 horas y 28 minutos,
es decir, a las 4 y 28 p.m.
Usando este método, se puede generar un gráfico de la salida y
puesta del Sol durante un año entero para una latitud determinada.
En la Fig. 9 se presenta un ejemplo para el paralelo 50, dando
también la duración de la luz del día. Un cálculo meticuloso te
ayudará a dibujar un mapa similar acorde a tus requerimientos.

Figura 9. Un mapa anual para la salida y ocaso del Sol en el paralelo


50.

Habiendo hecho esto, echando un vistazo rápido a tu gráfico, podrás


decir, la hora aproximada de salida del Sol o del ocaso, en cualquier
día dado.

6. Sombras extraordinarias
La Fig. 10 puede resultarte bastante extraña. El marinero que está de
pie bajo la intensa luz del Sol, prácticamente carece de sombra.
No obstante, ésta es una imagen real, no realizada en nuestras
latitudes, sino en el ecuador, cuando el Sol se encontraba casi en lo
más alto, en lo que se conoce como el “cenit”.
En nuestras latitudes el Sol nunca alcanza el cenit, por lo que una
imagen como la de la Figura 10 queda fuera de tema.

Figura 10. Casi sin sombra. El dibujo reproduce una fotografía


tomada cerca del Ecuador

En nuestras latitudes, cuando el Sol de mediodía alcanza lo más alto


el 22 de junio, encontraremos el cenit en el límite norte de la zona
tórrida, en los 23º 1/2 Latitud Norte (el Trópico de Cáncer). Seis
meses después, el 22 de diciembre, el cenit se encontrará en los 23º
1/2 Latitud Sur (el Trópico de Capricornio).
Entre estos límites, en los trópicos, el Sol del mediodía alcanza el
cenit dos veces por año, brillando de modo tal que no produce
sombras, o para ser más exacto, coloca las sombras justamente
debajo de los cuerpos que ilumina. La Fig. 11 traslada este efecto a
los Polos.
Aunque se trata de una imagen fantástica, a diferencia de la situación
anterior, no obstante resulta bastante instructiva. Un hombre no
puede tener, por supuesto, la sombra en seis lugares diferentes.
Figura 11. En el Polo las sombras son de la misma longitud alrededor
del reloj.

El artista pretende mostrar de forma llamativa, la singular


característica del Sol Polar, que permite que las sombras tengan
exactamente la misma longitud alrededor del reloj. Esto se debe a
que en los Polos el Sol no se inclina hacia el horizonte a medida que
avanza el día, como lo hace en nuestras latitudes, sino que toma un
camino casi paralelo al horizonte. De todos modos, el artista se
equivoca, al mostrar una sombra demasiado corta en comparación
con la altura del hombre. Para que esto fuera así, el Sol debería
encontrarse sobre los 40º, algo que es imposible en los Polos, donde
el Sol nunca brilla por encima de los 23º 1/2. El lector con
conocimientos de trigonometría puede comprobar con sus cálculos,
que la sombra más corta en los Polos tiene por lo menos 2,3 veces la
altura del objeto que desarrolla esa sombra.

7. El problema de los dos trenes


Pregunta
Dos trenes totalmente idénticos que viajan a la misma velocidad se
cruzan viniendo de direcciones opuestas, uno va hacia el oeste y el
otro hacia el este. ¿Cuál de los dos es el más pesado?
Respuesta
El más pesado de los dos trenes, es decir el que más presión ofrece
sobre la vía, es el tren que se desplaza en sentido contrario a la
dirección de rotación de la Tierra, es decir, el tren que se mueve
hacia el oeste.
Figura 12. El problema de los dos trenes.

Al moverse lentamente alrededor del eje de la Tierra, debido al efecto


centrífugo, pierde menos peso que el expreso que se dirige hacia el
este.
¿Qué tan grande es la diferencia? Tomaremos dos trenes que viajan
sobre el paralelo 60, a 72 kilómetros por hora, o sea a 20 metros por
segundo. La Tierra se mueve alrededor de su eje, en ese paralelo, a
una velocidad de 230 metros por segundo.
Por lo tanto el expreso que se desplaza hacia el este tiene una
velocidad total de 230 + 20 m/s, es decir, de 250 m/s, y el que se
desplaza hacia el oeste, tiene una velocidad de 230 — 20 m/s, es
decir, de 210 m/s. La aceleración centrífuga para el primer tren será:

Teniendo en cuenta que el radio de la circunferencia en el paralelo


60, es de 3.200 km.
Para el segundo tren la aceleración centrífuga sería:

La diferencia en el valor de aceleración centrífuga entre los dos trenes


es:

Puesto que la dirección de la aceleración centrífuga forma un ángulo


de 60º respecto a la dirección de la gravedad, sólo tendremos en
cuenta la componente tangencial a la superficie terrestre, de esa
aceleración centrífuga, o sea:

0,6 cm/s2 x cos 60º, que es igual a 0,3 cm/s2.

Esto da una fracción de la aceleración de la gravedad igual a 0,3/980,


aproximadamente 0,0003.
Por consiguiente el tren que se dirige al este es más ligero que el que
va al oeste en una fracción igual a 0,0003 de su peso. Supongamos,
por ejemplo, que cada tren está conformado por 45 vagones
cargados, es decir unas 3.500 toneladas métricas. Entonces la
diferencia de peso sería 3.500 x 0,0003 = 1,05 kg.
Para un tren de 20.000 toneladas, que se desplaza a una velocidad
de 34 kilómetros por hora (20 nudos), se obtienen 3 toneladas de
diferencia. De este modo, la disminución en el peso del tren que se
dirige al este, también se reflejaría en el barómetro; en el caso
anterior, el mercurio sería 0,00015 x 760, ó, 0,1 mm más bajo en el
tren que se dirige hacia el este. Un ciudadano de Leningrado que
camina en dirección al este a una velocidad de 5 km/h, se vuelve
aproximadamente 1 gramo y medio más liviano que si se desplazara
en la dirección opuesta.

8. El reloj de bolsillo como brújula


Muchas personas saben encontrar un rumbo en un día soleado
usando un reloj. Se coloca la esfera de modo que la manecilla horaria
apunte hacia el Sol. Entonces se divide en dos partes el ángulo
formado por esta manecilla y la línea que separa las 12 de las 6. La
bisectriz indica el sur. No es difícil entender por qué. Considerando
que el Sol tarda 24 horas en cruzar su camino completo en los cielos,
la manecilla que marca la hora se desplaza por nuestro reloj en la
mitad el tiempo, en 12 horas, o dobla el arco en el mismo tiempo. De
hecho, si al mediodía la manecilla de la hora indica el Sol, después lo
habrá dejado atrás y habrá doblado el arco. De este modo, sólo
tenemos que bisecar este arco para encontrar donde se encontraba el
Sol a mediodía, o en otros términos, la dirección sur (Fig. 13).
La comprobación nos mostrará que este método es bastante
impreciso, dando incluso a veces, desviaciones de una docena de
grados. Para entender por qué, examinaremos el método propuesto.
La razón principal para la inexactitud es que el reloj, la cara que
ponemos boca arriba, se sostiene paralela al plano horizontal,
considerando que el Sol en su paso diario sólo toca ese plano en los
Polos. Por otra parte, su trayectoria cae angularmente en relación con
el plano, alcanzando 90º en el ecuador. Por esta razón, el reloj sólo
da el rumbo exacto en los polos; en los demás lugares, es inevitable
una desviación mayor o menor. Miremos el dibujo (Fig. 14, a).
Figura 13. Una manera simple pero inexacta de encontrar los puntos
de la brújula con la ayuda de un reloj de bolsillo.

Supongamos que nuestro observador se encuentra en M. El punto N


indica el polo, y el círculo HASNRBQ que representa el meridiano
celeste, pasa a través del cenit del observador y del polo.

Figura 14. a y b. Por qué el reloj es inexacto, cuando se emplea como


brújula .

El paralelo del observador puede determinarse fácilmente: la medida


de la prolongación de la altura del polo sobre el horizonte NR, es igual
a la latitud del punto en el que se ubica el observador. Dirigiendo su
mirada en dirección del punto H, el observador, situado en M, estará
mirando al sur. El dibujo muestra el desplazamiento del Sol, durante
un día completo, como una línea recta; la parte ubicada sobre el
horizonte corresponde a la posición del Sol durante el día, mientras
que la otra parte, ubicada por debajo del horizonte, corresponde a la
posición del Sol durante la noche. La línea recta AQ indica el paso del
Sol en los equinoccios, cuando el día y la noche tienen la misma
duración. SB, paralelo a AQ, corresponde al paso del Sol en Verano,
la mayor parte del tiempo se encuentra por encima del horizonte (día
de verano), y sólo una pequeña parte quedan por debajo de éste
(corresponde a lo que se conoce como noches cortas de verano). El
Sol cruza 1/24 parte de la circunferencia cada hora, o 360º/24 =15º.
No obstante, a las tres de la tarde, el Sol no se encontrará
exactamente al Suroeste, como habíamos predicho (15º × 3 = 45º),
esta divergencia se debe a que los arcos descritos por el paso del Sol,
no son iguales al proyectarlos sobre el plano horizontal.
Para verlo con claridad nos remitimos a la Figura 14, b. Aquí SWNE es
el círculo horizontal visto desde el cenit, y la línea recta SN el
meridiano celeste. M es la ubicación de nuestro observador, y L el
centro del círculo descrito por el Sol al transcurrir un día completo,
proyectado sobre el plano horizontal. El círculo real del camino
descrito por el Sol, se proyecta formando la elipse S’B’.
Proyectemos ahora las divisiones horarias de SB, la ruta del Sol,
sobre el plano horizontal. Para hacer esto, llevamos el círculo SB
paralelo al horizonte, a la posición S”B”, como se muestra en la
Figura 14, a. A continuación, dividamos este círculo en 24 partes
equidistantes y proyectemos los puntos hacia el plano horizontal.
Dibujemos ahora desde estos puntos divisorios, líneas paralelas a SN
que corten la elipse S’B’, la cual, si recuerdan, era el círculo descrito
por el paso del Sol, proyectado sobre el plano horizontal. Claramente
percibiremos, que los arcos obtenidos tienen diferente ancho. A
nuestro observador le parecerá esta diferencia mucho mayor, debido
a que él no se encuentra en el punto L’, centro de la elipse, sino que
está ubicado en el punto M, a un lado de L’.
Estimemos ahora el error obtenido al determinar los puntos de la
brújula, para nuestra latitud escogida (53º), mediante un reloj en un
día de verano. En este momento del año, el Sol sale entre las 3 am y
las 4 am. (el límite del segmento sombreado indica la noche). El Sol
alcanza el punto E, este (90º), no a las 6 am como muestra nuestro
reloj, sino que lo hace a las 7:30 am Alcanzará los 60º, a las 9:30
am. y no a las 8 am., y el punto 30º, a las 11 am. y no a las 10 am.
El Sol estará al SW (45º al otro lado del punto S) a la 1:40 pm y no a
las 3 pm, y no se encontrará al Oeste (punto W) a las 6 pm sino a las
4:30 pm
Es más, si nos damos cuenta de que nuestro reloj marca la hora de
verano, la cual coincide con la hora solar real, el error será aún
mayor.
Por lo tanto, aunque se pueda el reloj como una brújula, es poco
fiable. Esta brújula improvisada será más precisa en los equinoccios
(la ubicación de nuestro observador no será excéntrica) y durante el
invierno.

9. Noches “blancas” y días “negros”


A mediados del mes de abril, llega a Leningrado, una temporada de
noches “blancas”, “crepúsculo transparente” y “brillo sin luna”, cuya
fantástica luz ha engendrado tantos vuelos de la imaginación poética.
Las blancas noches de Leningrado se asocian estrechamente con la
literatura, tanto es así que muchos se muestran propensos a pensar
que este particular prodigio, es prerrogativa exclusiva de esta ciudad.
Como fenómeno astronómico, las noches “blancas” se presentan en
cada punto de una latitud definida.
Pasando de la poesía a la prosa astronómica, aprendemos que la
noche “blanca” es la mezcla del crepúsculo y alba. Pushkin definió
este fenómeno correctamente como la reunión de dos crepúsculos –
la mañana y la tarde.
As tho’ to bar the night’s intrusion
And keep it out the golden heavens,
Doth twilight hasten for its fusion
With its fellow...[13]
En las latitudes dónde cae el Sol, en su viaje por los cielos, unos 17
½º bajo el horizonte, el ocaso es seguido casi de inmediato por el
alba, dando a la noche escasa media hora, a veces incluso menos.
Este fenómeno no es exclusivo de Leningrado ni de cualquier otro
lugar determinado.
Un estudio astronómico muestra el límite de la zona de las noches
“blancas”, a gran distancia, al sur de Leningrado.
Los moscovitas, también, pueden admirar sus noches “blancas” —
entre mediados de mayo y finales de julio. Aunque no tan luminosas
como en Leningrado, las noches “blancas” que se presentan en
Leningrado, en mayo, se pueden observar en Moscú, durante el mes
de junio y a comienzos de julio.
El límite sur de la zona de las noches “blancas” en la Unión Soviética
pasa a través de Poltava [14], a 49º latitud norte (66 1/2 — 17 ½º),
dónde se presenta una noche “blanca” al año, a saber, el 22 de junio.
Al norte de este paralelo, las noches “blancas” son más ligeras y más
numerosas; pueden observarse las noches “blancas” en Kuibyshev,
Kazan, Pskov, Kirov y Yeniseisk[15]. Pero como todos estos pueblos se
encuentran al sur de Leningrado, tienen menos noches “blancas”
(antes o después del 22 de junio) y no son tan luminosas. Por otro
lado, en Pudozh son más luminosas que en Leningrado, mientras en
Arkhangelsk, que está cerca de la tierra del Sol que nunca se pone,
estas son muy brillantes [16]. Las noches “blancas” de Estocolmo son
análogas a las de Leningrado.
Cuando el Sol en su punto más bajo, no se inclina por debajo del
horizonte sino que lo roza, no solo tenemos la fusión de la salida del
Sol y de su ocaso, sino que la luz del día continúa. Esto se observa al
norte de los 65º 42’, dónde comienza el dominio del Sol de
medianoche. Más al norte, en los 67º 24’, también podemos dar
testimonio de la noche continua, cuando el amanecer y el crepúsculo
se funden al mediodía, y no a la medianoche.
Éste es el día “negro”, el episodio opuesto a la noche “blanca”,
aunque su brillo es el mismo.
La tierra de la “oscuridad del mediodía” también es la tierra del “Sol
de media noche”, sólo que en una época diferente del año.
Considerando que el Sol nunca se pone en junio[17], en diciembre,
cuando el Sol nunca sube, la oscuridad prevalece durante días.

10. La luz del día y la oscuridad


Las noches “blancas” son prueba clara de que la noción que
conservamos desde nuestra niñez sobre la secuencia de las noches y
los días, en espacios iguales de tiempo en la Tierra, resulta
demasiado facilista. Realmente, la secuencia continua entre la luz del
día y la oscuridad es más intrincada y no encaja en el modelo típico
del día y la noche. Por esta razón, el mundo en que vivimos se puede
dividir en cinco zonas, cada una con sus propias variaciones entre la
luz diurna y la oscuridad.
La primera zona, exterior al ecuador en cualquier dirección, se
extiende hasta los paralelos 49. Aquí, y solo aquí, se da un día
completo y una noche completa cada 24 horas.
La segunda zona, entre el paralelo 49 y el 65 ½, abarca el conjunto
de la Unión Soviética, el norte de Poltava, tiene un crepúsculo
continuo alrededor del solsticio de verano[18]. Esta es la zona de las
noches “blancas.”
Dentro de la estrecha tercera banda, entre los paralelos 65 ½ y 67
½, el Sol no se pone durante varios días alrededor del 22 de junio.
Ésta es la tierra del Sol de media noche.
La característica de la cuarta zona, entre 67 ½º y 83 ½º, aparte del
día continuo en junio, se presenta la larga noche de diciembre,
cuando hay días sin ninguna salida del Sol, y la mañana y el
crepúsculo de la tarde duran todo el día. Ésta es la zona de los días
“negros.”
La quinta y última zona, al norte del paralelo 83 ½, tiene una notable
variación entre la luz diurna y la oscuridad. Aquí, la ruptura que
producen las noches “blancas” de Leningrado, en la sucesión de días
y noches, perturba completamente el orden normal. Los seis meses
entre el Verano y el Solsticio de Invierno, del 22 de junio al 22 de
diciembre, se pueden dividir en cinco períodos o estaciones. Primero,
el día continuo; segundo, los cambios entre el día y el crepúsculo de
media noche, sin las noches propiamente dichas (las noches
“blancas” de verano en Leningrado, son una ligera imitación de este
período); tercero, el crepúsculo continuo, sin noches apropiadas o
días en absoluto; cuarto, un crepúsculo continuo que alterna con una
verdadera noche alrededor de la medianoche; y quinto y último,
oscuridad completa todo el tiempo. En los seis meses siguientes, de
diciembre a junio, estos períodos siguen en orden inverso.
Al otro lado del ecuador, en el Hemisferio Sur, se observan los
mismos fenómenos, lógicamente, en las latitudes geográficas
correspondientes.
Si nunca hemos oído hablar de las noches “blancas” en el “Lejano
Sur”, es sólo porque el allí reina el océano.
El paralelo en el Hemisferio Sur correspondiente a la latitud de
Leningrado no cruza absolutamente nada de tierra; hay agua por
todas partes; de modo que sólo los navegantes polares han tenido la
oportunidad de admirar las noches “blancas” en el sur.

11. El enigma del Sol polar


Pregunta
Los exploradores polares notan un rasgo curioso de los rayos del Sol
en verano, en las latitudes altas. Aunque calientan débilmente la
superficie de la Tierra, su efecto es más pronunciado, en todos los
objetos dispuestos verticalmente, en esa zona del mundo. Los
precipicios escarpados y las paredes de las casas se calientan
demasiado, se presentan quemaduras de Sol en la cara, y se pueden
documentar muchos casos más. ¿Cuál es la explicación?
Respuesta
Esto puede explicarse por una ley de la física según la cual cuanto
menos inclinados son los rayos, más fuerte es su efecto. Incluso en
verano, en las latitudes polares, el Sol se eleva muy poco sobre el
horizonte.
Más allá del círculo polar, su altura no excede la mitad de un ángulo
recto — a mayor latitud su elevación es aún menor.
Tomando esta observación como nuestro punto de partida, no resulta
difícil establecer que los rayos del Sol forman un ángulo superior a
medio ángulo recto, con un objeto vertical (erguido); en otras
palabras, los rayos del Sol caen de forma empinada sobre una
superficie vertical.
Esto deja claro por qué los rayos del Sol en los Polos, calientan
débilmente la superficie, al tiempo que lo hacen de forma intensa
sobre los objetos verticales.

12. ¿Cuándo comienzan las estaciones?


Si está cayendo nieve, la escala de mercurio indica temperaturas bajo
cero, o el tiempo es suave, las personas del Hemisferio Norte
consideran el 21 de marzo como el final del Invierno y el comienzo de
la Primavera, afirmación astronómicamente cierta. Muchas personas
no comprenden por qué razón se escoge esta fecha particular como
línea divisoria entre el Invierno y la Primavera, si podemos darnos
cuenta cuando tenemos un tiempo lleno de escarcha insoportable y
cuando llega un tiempo caluroso y agradable.
Lo cierto es que el principio de la primavera astronómica no tiene
nada que ver con los caprichos y las vicisitudes del tiempo. El hecho
de que se inicie la Primavera al mismo tiempo, en todos los lugares
de este hemisferio, nos basta para mostrar que los cambios del
tiempo no tienen ninguna importancia esencial. ¡De hecho, las
condiciones meteorológicas no pueden ser idénticas en medio mundo!
Al fijar el punto de llegada de las estaciones, los astrónomos no
tomaron como referencia los fenómenos meteorológicos sino los
astronómicos, por ejemplo, la altitud del Sol del mediodía y la
duración de la luz diurna. El tiempo, es solo una condición
complementaria.
El 21 de marzo difiere de los otros días del año en que en esta fecha
el límite entre la luz y la oscuridad corta los dos polos geográficos. Si
sostenemos un globo junto a una lámpara, veremos que el límite del
área iluminada sigue el meridiano, cruzando el ecuador y todos los
paralelos, en ángulo recto. Sostén el globo y gíralo sobre su eje: cada
punto de su superficie describirá un círculo, del cual una mitad queda
en la sombra, y la otra mitad en la luz. Esto quiere decir que en ese
momento particular del año, el día y la noche tienen igual duración.
En todo el mundo, desde el Polo Norte hasta el Polo Sur, se observa
esta igualdad entre la noche y el día.
Así que el 21 de marzo se caracteriza porque en dicha fecha, en todo
el mundo, el día y la noche tienen la misma duración. Este fenómeno
notable se conoce como Equinoccio Vernal (Primaveral) — vernal
porque no es el único equinoccio. Seis meses después, el 23 de
septiembre de nuevo tenemos un día y una noche iguales, el
Equinoccio Otoñal, con el que finaliza el Verano y llega el Otoño.
Cuando se da en el Hemisferio Norte el Equinoccio de Primavera, en
el Hemisferio Sur se da el Equinoccio Otoñal, y viceversa. En un lado
del Ecuador el Invierno da paso a la Primavera, en el otro, el Verano
se convierte en Otoño.
Las estaciones en el Hemisferio Norte no se corresponden con
idénticas estaciones en el Hemisferio Sur.
Veamos cómo cambia la longitud comparativa del día y la noche, a lo
largo del año. Comenzamos con el Equinoccio Otoñal, es decir, el 23
de septiembre, cuando en el Hemisferio Norte el día es más corto que
la noche. Esto dura unos seis meses, cada día es más corto que el
anterior hasta llegar al 22 de diciembre, cuando el día se empieza a
prolongar, hasta el 21 de marzo, cuando el día alcanza a la noche.
Desde ese momento, durante la otra mitad del año, el día del
Hemisferio Norte es más largo que la noche, alargándose cada vez
más, hasta el 22 de junio, y a partir de entonces empieza a reducirse
de nuevo el día frente a la noche, pero permanece más largo que
esta, hasta que se alcanza nuevamente el Equinoccio Otoñal, el 23 de
septiembre.
Estas cuatro fechas marcan principio y fin de las estaciones
astronómicas. Para el Hemisferio Norte se tienen las siguientes
fechas:

• 21 de marzo, el día iguala a la noche. Comienza la Primavera.


• 22 de junio, el día más largo. Comienza el Verano.
• 23 de septiembre, el día iguala a la noche. Comienza el Otoño.
• 22 de diciembre, el día es más corto. Comienza el Invierno.

Debajo del ecuador, en el Hemisferio Sur, la Primavera coincide con


nuestro Otoño, el Invierno con nuestro Verano, y así sucesivamente.
Para el beneficio del lector sugerimos algunas preguntas que le
ayudarán a asimilar y memorizar lo que se ha dicho.
¿En nuestro planeta, dónde iguala el día a la noche durante todo el
año?
¿El 21 de marzo, a qué hora —hora local— subirá el Sol en Tashkent,
en Tokio y en Medellín?[19]
¿El 23 de septiembre, a qué hora —hora local— se pondrá el Sol en
Novosibirsk, en Nueva York, y en el Cabo de Buena Esperanza?[20]
¿A qué hora subirá el Sol en los puntos del ecuador el 2 de agosto y
el 27 de febrero?
¿Es posible tener escarcha en julio y una ola de calor en enero?[21]

13. Tres “si”


A veces es más duro entender lo usual que lo extraño.
Comprendemos la utilidad de la numeración decimal que aprendemos
en la escuela, sólo cuando intentamos usar algún otro sistema,
basado por ejemplo en el siete o en el doce. Para apreciar realmente
el papel que juega la gravedad en nuestra vida, imaginemos una
fracción, o al contrario, un múltiplo de lo que realmente es, artificio al
que acudiremos después. Entretanto recurramos a los “si” para
comprender bien las condiciones del movimiento de la Tierra
alrededor del Sol.
Comencemos con el axioma, que determina que el eje de la Tierra
forma un ángulo de 66 ½º, o aproximadamente ¾ de un ángulo
recto, con respecto al plano orbital de la Tierra. Tú apreciarás lo que
esto significa imaginando este ángulo no como tres cuartos de un
ángulo recto, sino como un ángulo recto completo. En otras palabras,
supón que el eje de rotación de la Tierra sea perpendicular a su plano
orbital. ¿Qué cambios introducirá esta suposición en la rutina de la
Naturaleza si el Eje de la Tierra Fuera Perpendicular al Plano Orbital?
Bien, supón que los artilleros de Julio Verne han logrado su proyecto
de “enderezar el eje” de la Tierra, y le hacen formar un ángulo recto
al plano del vuelo orbital de nuestro planeta alrededor del Sol. ¿Qué
cambios observaríamos nosotros en la Naturaleza?
En primer lugar, la Estrella Polar — α Ursae Minoris Polaris — dejaría
de ser polar, ya que la continuación del eje de la Tierra no pasaría
cerca de ella, sino cerca de algún otro punto de giro de la cúpula
celeste.
Además, la sucesión de las estaciones sería completamente diferente,
o incluso no existiría ninguna alternancia. ¿Qué causa las estaciones?
¿Por qué el Verano es más caluroso que el Invierno? No evadamos
esta pregunta tan común. En la escuela obtuvimos una vaga idea de
ello, y después de la escuela muchos de nosotros estábamos
demasiado ocupados en otras cosas y no disponíamos de tiempo
como para molestarnos en pensar sobre el tema.
El Verano en el Hemisferio Norte es caluroso, en primer lugar, porque
la inclinación del eje de la Tierra, hace los días más largos y las
noches más cortas. El Sol calienta la tierra durante un tiempo más
largo y no hay ningún enfriamiento pronunciado durante las pocas
horas de oscuridad — el flujo de calor aumenta y las disminuciones
del mismo disminuyen. En segundo lugar, (debido de nuevo a la
inclinación del eje de la Tierra hacia el Sol), como el Sol se encuentra
muy alto durante el día, sus rayos caen directamente sobre la Tierra.
De modo que, en verano el Sol proporciona más y más calor,
mientras que la pérdida de calor durante la noche, es muy ligera. En
invierno, sucede lo contrario, la duración del calor es más corta y,
además, es más débil, ya que durante la noche, el enfriamiento es
más pronunciado.
En el Hemisferio Sur este proceso tiene lugar seis meses después, o
antes, si lo prefieres.
En Primavera y Otoño los dos polos son equidistantes respecto a los
rayos del Sol; el círculo de luz casi coincide con los meridianos; el día
y la noche prácticamente son iguales; y las condiciones climáticas
están a medio camino entre el Invierno y el Verano.
a. ¿Qué sucedería si el eje de la Tierra fuera perpendicular al
plano orbital?
¿Tendríamos esta alternancia? No, porque el globo siempre se
enfrentaría a los rayos del Sol con el mismo ángulo, y tendríamos la
misma estación en todos los momentos del año. ¿Qué sería esta
estación? Podríamos llamarlo Primavera en las zonas templadas y
polares aunque con tendría igual derecho a llamarse Otoño.
Siempre y en todas las partes del globo, día y noche serían iguales, el
día igualaría a la noche, como sucede ahora sólo en el caso de la
tercera semana de marzo y septiembre. (Éste es, de forma
aproximada, el caso de Júpiter; su eje de rotación es casi
perpendicular al plano de su desplazamiento alrededor del Sol.)

Figura 15. La refracción atmosférica. El rayo del astro S2 se refracta y


se curva al atravesar las capas de la atmósfera terrestre, pensando el
observador que se emite desde el punto S’2 punto más alto. Aunque
el astro, S1 ya se ha hundido por debajo del horizonte, el observador
todavía lo ve, debido a la refracción .
Ése sería el caso de la zona templada. En la zona tórrida, el cambio
de clima no sería tan notable; en los polos sucedería lo contrario.
Aquí debido a la refracción atmosférica, el Sol se elevaría ligeramente
sobre el horizonte (Figura 15), en lugar de salir completamente, solo
rozaría el horizonte. El día, o para ser más exactos, el comienzo de la
mañana, serían perpetuos. Aunque el calor emitido por el Sol a tan
baja altitud, sería ligero, ya que nunca dejaría de emitirlo durante
todo el año; el clima polar, ahora yermo, sería mucho más apacible.
Pero esa sería una pobre compensación para el daño que recibirían
las áreas bastante desarrolladas del planeta.

b. Si el eje de la tierra se inclinara 45º en el plano orbital.


Imaginemos ahora una inclinación de 45º del eje de la Tierra con
respecto al plano orbital.
Durante los equinoccios (alrededor del 21 de marzo y el 23 de
septiembre) el día se alternaría como ahora con la noche. Sin
embargo, en junio el Sol alcanzaría el cenit hacia el paralelo 45 y no
en el 23 y medio; esta latitud llegaría a ser tropical. A la latitud de
Leningrado (60º) el Sol estaría a no más de 15º del cenit, una altitud
solar verdaderamente tropical. La zona tórrida limitaría directamente
con la zona frígida, no existiendo la zona templada. En Moscú y
Cracovia el mes de junio sería un continuo y largo día.
Al contrario, en invierno, la oscuridad polar prevalecería durante
semanas en Moscú, Kiev, Kharkov y Poltava. Y la zona tórrida en esta
estación sería más templada porque el Sol al mediodía no subiría por
encima de los 45º. Naturalmente, las zonas tórridas y templadas
perderían mucho con este cambio. Las regiones Polares, sin embargo,
ganarían. Aquí, después de un invierno sumamente severo, peor que
los actuales, habría un verano ligeramente caluroso, teniendo en
cuenta que en el Polo el Sol al mediodía estaría sobre los 45º y
brillaría durante más de la mitad del año. Los hielos eternos del ártico
se retirarían de forma apreciable bajo la acción benéfica de los rayos
del Sol.

c. Si el eje de la Tierra coincidiera con el plano Orbital


Nuestro tercer experimento imaginario es poner el eje de la Tierra en
su plano orbital (Fig. 16). La Tierra giraría “acostada” alrededor del
Sol, girando sobre su eje, de la misma manera que lo hace un
miembro remoto de nuestra familia planetaria, Urano. ¿Qué pasaría
en este caso?
En las proximidades de los polos habría un día de seis meses durante
el cual, el Sol subiría en espiral del horizonte al cenit, y luego
descendería de la misma forma hacia el horizonte.
Tras esto viviríamos una noche de seis meses. Día y noche quedarían
divididos por un crepúsculo de varios días de duración. Antes de
desaparecer bajo el horizonte, el Sol cruzaría los cielos durante varios
días, rozando el horizonte. Un verano así fundiría todo el hielo
acumulado durante el invierno.
Figura 16. Así se movería la Tierra alrededor del Sol si el eje de
rotación estuviera en su plano Orbital.

En las latitudes medias los días rápidamente se harían más largos con
el comienzo de la Primavera; tras esto, tendríamos luz diurna durante
varios días. Ese largo día significaría aproximadamente el número de
días que coincidiera con el número de grados que distan del Polo y su
duración sería aproximadamente el número de días igual a los grados
del doble de la latitud.
En Leningrado, por ejemplo, esta luz diurna continua, empezaría 30
días después del 21 de marzo, y duraría 120 días. Las noches
reaparecerían 30 días antes del 23 de septiembre. En invierno
sucedería lo contrario; una continua luz diurna sería reemplazada por
una oscuridad continua de aproximadamente la misma duración. Sólo
en el ecuador la noche y el día serían siempre iguales.
El eje de Urano se inclina sobre su plano orbital más o menos como
se describe anteriormente; su inclinación hacia su propio plano en su
camino alrededor del Sol es de sólo 8º. Uno podría decir de Urano
que gira alrededor del Sol “echándose a su lado.”
Estos tres “si”, con toda seguridad, pueden dar una buena idea al
lector, de la relación entre el clima y la inclinación del eje de la Tierra.
No es accidental que en griego la palabra “clima” signifique
“inclinación”.

d. Un “Si” más
Regresemos a otro aspecto de los movimientos de nuestro planeta, la
forma de su órbita. Como cada planeta, la Tierra cumple la primera
ley de Kepler, según la cual, cada planeta sigue un camino elíptico,
del que el Sol, es uno de los focos.
¿Cómo es la elipse de la órbita terrestre? ¿Difiere significativamente
de un círculo?
Los libros de texto y los folletos de astronomía elemental muestran a
menudo la órbita del globo como una elipse bastante extendida. Esta
imagen, mal entendida, queda fija en la mente de muchos lectores
para toda la vida; muchas personas permanecen convencidas que la
órbita de la Tierra es una elipse notablemente larga. Sin embargo,
esto no es así en absoluto; la diferencia entre la órbita de la Tierra y
una circunferencia es tan despreciable que no puede dibujarse de
otra forma que no sea una circunferencia. Supongamos que en
nuestro dibujo el diámetro de la órbita es de un metro. La diferencia
entre la órbita mostrada y una circunferencia sería menor que el
espesor de la línea trazada para ilustrarla. Incluso el ojo perspicaz del
dibujante no distinguiría entre esta elipse y una circunferencia.

Figura 17. Una elipse y sus ejes, mayor (AB) y menor (el CD). El
Punto O designa su centro

Sumerjámonos por un momento en la geometría elíptica. En la elipse


de la Fig. 17, AB es su “eje mayor”, y CD, su “eje menor”. Además
del centro O, la elipse tiene dos puntos importantes, los “focos”,
ubicados simétricamente en el eje mayor a ambos lados del centro.
Los focos se localizan tal como se indica a continuación (Fig. 18). Se
abren los brazos del compás de modo que sus extremos cubran una
distancia igual al semieje principal OB. Con una punta en C, en el
extremo del eje menor, describimos con la otra punta un arco que
corta en dos puntos el eje mayor. Dichos puntos de intersección, F y
F 1, son los focos de la elipse.
Las distancias iguales OF y OF1 se indican con c, y los ejes, mayor y
menor, 2a y 2b. La relación entre el segmento c y la longitud del
semieje mayor, a, que corresponde a la fracción c/a, representa la
medida del achatamiento de la elipse y se llama “excentricidad”.
Cuanto mayor sea la diferencia entre la elipse y el círculo, mayor será
la excentricidad[22].
Tendremos una idea exacta de la forma de la órbita terrestre cuando
conozcamos el valor de su excentricidad. Esto se puede determinar
sin medir el valor de la órbita. El Sol, ubicado en uno de los focos de
la órbita, se variar en tamaño desde la Tierra, debido a que varia la
distancia de cada punto de la órbita hasta dicho foco.

Figura 18. Cómo se localizan los focos de una elipse

Unas veces aumenta el tamaño del Sol, y otras veces disminuye; su


tamaño varía proporcionalmente a la distancia entre la Tierra y el Sol,
al realizar cada observación. Asumamos que el Sol se encuentre en el
foco F1 de nuestra elipse (Fig. 18).
La Tierra pasa por el punto A de la órbita, el 1 de julio, cuando vemos
el disco del Sol más pequeño, su tamaño angular es de 31’ 28”. La
Tierra pasa por el punto B, el 1 de enero, cuando el disco del Sol
alcanza su mayor tamaño angular, 32’ 32”.
De acá se obtiene la siguiente proporción:

de donde conseguimos la proporción derivativa:

ó:

Esto significa que:


De donde se concluye que la excentricidad de la órbita de la Tierra es
0,017. Todo lo que necesitamos, por consiguiente, es tomar una
medida cuidadosa del disco visible del Sol para determinar la forma
de la órbita de la Tierra.
Ahora demostraremos que la órbita de la Tierra difiere muy poco de
una circunferencia. Imaginemos un dibujo enorme cuyo semieje
mayor, a, mide un metro. ¿Cuál será la longitud del semieje menor
de la elipse? Del triángulo del ángulo recto OCF1 (Fig. 18)
encontramos:

c2 = a2 — b2

ó:

pero c/a es la excentricidad de la órbita de la Tierra, es decir, 1/60.


Reemplazamos la expresión algebraica a2 — b2 por (a — b)·(a + b), y
(a + b) por 2a, ya que b difiere ligeramente de a. Así obtenemos:

y por lo tanto:

es decir, menor que 1/7 mm.


Hemos encontrado que incluso a gran escala, la diferencia de
longitudes entre el semieje mayor y el semieje menor de la órbita de
la Tierra es de menos de 1/7 mm. (Más delgada que una línea
trazada con un lápiz fino)
Así que no estamos muy equivocados si dibujamos la órbita de la
Tierra como una circunferencia.
¿Pero dónde encaja el Sol en nuestro esquema? ¿Para colocarlo en un
foco de la órbita, a qué distancia debe estar del centro? ¿En otras
palabras, cual debe ser la longitud de OF o de OF1, en nuestro dibujo
imaginario? El cálculo es bastante simple:

c/ a = 1/60

c = a/60 = 100/60 = 1,7 cm


En nuestro dibujo el centro del Sol debe estar alejado del centro de la
órbita 1,7 cm. Pero como el propio Sol debe dibujarse como un
círculo de 1 cm. de diámetro, sólo los ojos entrenados del pintor se
darán cuenta de que no está en el centro de la circunferencia.
La conclusión práctica a la que llegamos, es que podemos dibujar la
órbita de la Tierra como una circunferencia, colocando al Sol
ligeramente al lado del centro.
¿E insignificante asimetría en la posición del Sol, podría influir en el
clima de la Tierra?
Para descubrir el efecto probable, realizaremos otro experimento
imaginario, jugando de nuevo al “Si.” Supongamos que la
excentricidad de la órbita de la Tierra es mayor que la que hemos
calculado, por ejemplo, 0,5. Aquí el foco de la elipse divide su
semieje por la mitad; esta elipse se parecerá a un huevo. Ninguna de
las órbitas de los planetas mayores del sistema solar tiene esta
excentricidad; La órbita de Plutón, la más achatada, tiene una
excentricidad de 0,25. (Los asteroides y los cometas, sin embargo,
siguen elipses más pronunciadas.)

14. Si la trayectoria de la Tierra fuera más pronunciada


Imaginemos la órbita de Tierra notoriamente alargada, de modo tal
que cada foco divida al semieje mayor correspondiente, por la mitad.
Esta órbita se muestra en la figura 19. La Tierra estará en el punto A,
el más cercano al Sol, el 1 de enero, y en el punto B, el más lejano,
el 1 de julio. Ya que FB es tres veces FA, el Sol estará tres veces más
cerca de nosotros en enero que en julio. Su diámetro en enero sería
el triple del diámetro en julio, y la cantidad de calor emitido en enero,
será nueve veces mayor que la emitida en julio (la proporción inversa
del cuadrado de la longitud). ¿Qué pasará con nuestros Inviernos del
Norte? Sólo que el Sol estará más bajo en el cielo, los días serán más
cortos y las noches más largas. Pero, no tendremos un tiempo frío,
ya que la proximidad del Sol compensa el déficit de luz diurna.
Figura 19. Ésta es la forma que tendría la órbita de la Tierra, si su
excentricidad fuera 0,5. El Sol estaría en el foco F.

A esto debemos agregar otra circunstancia, proveniente de la


segunda ley de Kepler, que dice que el “radio—vector” barre áreas
iguales en tiempos iguales.

Figura. 20. Una ilustración de la segunda ley de Kepler: Si el planeta


viaja a lo largo de los arcos AB, CD y EF en tiempos iguales, los
sectores sombreados deben tener áreas iguales.

El “radio vector” de una órbita es la línea recta que une el Sol con el
planeta, la Tierra en nuestro caso. La Tierra se desplaza a través de
su órbita junto a su radio—vector, barriendo cierta área con este
último. Sabemos por la segunda ley de Kepler que las secciones de
un área de la elipse, barridas en el mismo tiempo, son iguales. En
puntos cercanos al Sol, la Tierra tiene que moverse más rápido a lo
largo de su órbita que en puntos más lejanos, en caso contrario, el
área barrida por un radio—vector más corto no igualaría el área
cubierta por uno más largo. (Fig. 20).
Aplicando esto a nuestra órbita imaginaria deducimos que entre
diciembre y febrero, cuando la Tierra está más cerca del Sol, se
mueve más rápido a través de su órbita que entre junio y agosto. En
otros términos, el invierno del Hemisferio Norte es de corta duración.
Mientras que el verano al contrario, es de larga duración, como si
estuviera compensando el poco calor ofrecido por el Sol.
La Fig. 21 presenta una idea más exacta de la duración de las
estaciones bajo nuestras condiciones imaginadas. La elipse muestra
la nueva órbita de la Tierra, con una excentricidad 0,5. Los puntos 1
al 12 dividen la trayectoria de la Tierra, en las secciones que cruza, a
los intervalos iguales; según la segunda ley de Kepler, las secciones
de la elipse divididas por los radios—vectores tienen áreas iguales.
La Tierra alcanzará el punto 1, el 1 de enero; el punto 2, el 1 de
febrero; el punto 3, el 1 de marzo; y así sucesivamente.

Figura 21. Así giraría la Tierra alrededor del Sol, si su órbita fuese
una elipse muy prolongada. (El planeta cubre las distancias entre
cada punto, en el mismo tiempo, un mes.)

El dibujo nos muestra que en esta órbita el equinoccio primaveral (A)


debe darse al principio de febrero, el otoñal (B) al final de noviembre.
Así el Invierno del Hemisferio Norte durará poco más de dos meses,
desde finales de noviembre a comienzos de febrero. Por otro lado la
estación de días largos y un Sol de mediodía alto, durará desde el
equinoccio primaveral hasta el otoñal, y por lo tanto serán más de 9
meses y medio.
Lo contrario sucederá en el Hemisferio Sur. El Sol permanecerá bajo
y los días serán cortos, cuando la Tierra se encuentre más lejos del
Sol diurno y el calor de este mengüe, al menos una novena parte. El
Invierno será mucho más riguroso y más largo que en el Norte. Por
otro lado, el Verano, aunque corto, será demasiado caliente.
Otra consecuencia de nuestro “Si.” En enero el movimiento orbital
rápido de la Tierra hará que el mediodía medio y el verdadero
mediodía sean tiempos considerablemente distintos, con diferencia de
varias horas. Esto hará inadecuado seguir el tiempo solar medio que
observamos ahora.
Ahora comprendemos los efectos de la posición excéntrica del Sol, en
la órbita de la Tierra. En primer lugar, el Invierno en el Hemisferio
Norte es más corto y más suave, y el Verano más largo que en el
Hemisferio Sur. ¿Realmente es así? Indiscutiblemente, sí.
En enero la Tierra está más cerca del Sol que en julio por 2×1/60, es
decir, 1/30. Por eso, la cantidad de calor recibida se incrementa
(61/59)2 veces, es decir, en un 6%.
Esto alivia un poco la severidad del Invierno en el Hemisferio Norte.
Además, el Otoño y el Invierno del Hemisferio Norte juntos, son
aproximadamente ocho días más cortos que las mismas estaciones
del Hemisferio Sur; mientras que el Verano y la Primavera en el
Hemisferio Norte, son ocho días más largos que en el Hemisferio Sur.
Quizás sea esta la razón por la que el hielo es más denso en el Polo
Sur.
Seguidamente encontramos una tabla que nos muestra la longitud
exacta de las estaciones en los Hemisferios Norte y Sur:

Hemisferio Norte Longitud Hemisferio Sur


Primavera 92 días 19 horas Otoño
Verano 93 días 15 horas Invierno
Otoño 89 días 19 horas Primavera
Invierno 89 días 0 horas Verano

Como se puede ver, el Verano en el Hemisferio Norte es 4,6 días más


largo que el Invierno, y la Primavera 3 días más larga que el Otoño.
El Hemisferio Norte no tendrá esta ventaja eternamente. El eje mayor
de la órbita de la Tierra está cambiando gradualmente de posición en
el espacio, en consecuencia, los puntos más cercano y más lejano a
lo largo de la órbita del Sol se transfieren a otro lugar. Estos
movimientos representan un ciclo completo cada 21.000 años y se
calcula que 10.700 después de Cristo, el Hemisferio Sur disfrutará las
ventajas antes dichas que ahora posee el Hemisferio Norte[23].
La excentricidad de la órbita de la Tierra tampoco es fija; vacila
despacio a lo largo de las épocas entre casi cero (0,003), cuando la
órbita es casi un círculo, y 0,077, cuando la órbita es mas alargada,
en esto se parece a Marte[24]. Actualmente su excentricidad esta
menguando; disminuirá durante otros 24 milenios hasta quedar en
0,003, e invertirá el proceso durante 40 milenios. Estos cambios son
tan lentos que solo tienen importancia teórica.

15. ¿Cuándo estamos más cerca del Sol, al mediodía o por la


tarde?
Si la órbita terrestre fuera estrictamente circular, con el Sol en su
punto central, la respuesta sería muy simple. Estaríamos a mediodía
más cerca del Sol, cuando los puntos correspondientes de la
superficie del globo, pertenecientes a la rotación axial de la Tierra,
estuvieran en conjunción con el Sol. Los puntos más cercanos al Sol
estarían sobre el ecuador, a 6.400 km. más cerca del Sol; este valor
corresponde a la longitud del radio de la Tierra.
Pero la órbita de la Tierra es una elipse con el Sol en uno de sus focos
(Fig. 22).

Figura 22. Un diagrama del tránsito de la Tierra alrededor del Sol.

Como consecuencia, a veces la Tierra está más cerca del Sol y a


veces más lejos. Durante los seis meses, entre el 1 de enero y el 1 de
julio, la Tierra se mueve alejándose del Sol y durante los otros seis
meses se aproxima. La diferencia entre la distancia más grande y la
más pequeña es de

2 x 1/60 × 150.000.000, es decir, 5.000.000 kilómetros.

Esta variación en la distancia promedia unos 28.000 km al día. Por


consiguiente, entre el mediodía y el ocaso (en un cuarto de día) la
distancia recorrida de ese promedio es de 7.500 km, es decir, más
que la distancia de la rotación axial de la Tierra.
De aquí se deduce la respuesta: entre enero y julio estamos más
cerca del Sol al mediodía, y entre julio y enero estamos más cerca
por la tarde.

16. Agregando un metro


Pregunta
La Tierra se mueve alrededor del Sol, a una distancia de 150.000.000
km. Supongamos que agregamos un metro a esta distancia.
¿Cuánto se alargaría el camino de la Tierra alrededor del Sol y cuánto
se alargaría el año, con tal de que la velocidad del movimiento orbital
de la Tierra permaneciera invariable (ver Fig. 23)?

Figura 23. ¿Cuánto se alargaría la órbita de la Tierra, si nuestro


planeta estuviera 1 metro más lejos del Sol? (ver el texto para la
respuesta).

Respuesta
Un metro no es mucha distancia, pero, teniendo en cuenta la enorme
longitud de la órbita de la Tierra, podríamos pensar que al agregar
esta insignificante distancia, aumentaría notoriamente la longitud
orbital e igualmente la duración del año.
Sin embargo, el resultado, es tan infinitesimal que nos inclinamos a
dudar de nuestros cálculos. Pero no hay razón para sorprenderse; la
diferencia es realmente muy pequeña.
La diferencia en la longitud de dos circunferencias concéntricas no
depende del valor de sus radios, sino de la diferencia entre ellos. Para
dos circunferencias trazadas en el suelo el resultado será
exactamente igual que para dos circunferencias cósmicas, siempre
que la diferencia entre los radios sea de un metro, en ambos casos.
Un cálculo nos mostrará cómo es posible esto.
Si el radio de la órbita de la Tierra (aceptada como un círculo) es, R
metros, su longitud será 2πR. Si nosotros hacemos ese radio 1 metro
más largo, la longitud de la nueva órbita será:

2p(R+1) = 2pR + 2p

La suma a la órbita es, por consiguiente, sólo 2π, en otras palabras,


6,28 metros, y no depende de la longitud del radio.
De aquí que la trayectoria de la Tierra alrededor del Sol, al agregar
ese metro, será solo 6 1/4 metros más larga. El efecto práctico de
esta variación en la longitud del año será nulo, ya que la velocidad
orbital de la Tierra es de 30.000 metros por segundo. El año será sólo
1/5.000 parte de un segundo, más largo qué el actual, por lo que
lógicamente nunca lo notaríamos.

17. Desde diferentes puntos de vista


Siempre que dejes caer algo, observarás que cae verticalmente. Te
parecerá raro que otra persona haya observado que dicho objeto no
caía en línea recta. Hay algo que si es cierto, en el caso de que el
observador no esté involucrado con nosotros en los movimientos de
la Tierra.
Imaginemos que estamos mirando un cuerpo que cae, a través de los
ojos del mencionado observador. La figura 24 muestra una pesada
bola que se deja caer libremente desde una altura de 500 metros. Al
caer, participa naturalmente y de forma simultánea, de todos los
movimientos terrestres.

Figura 24. Cualquier observador ubicado en nuestro planeta, verá


caer libremente un objeto, a lo largo de una línea recta

La única razón por la qué no notamos esos movimientos


suplementarios y rápidos del cuerpo que cae, es porque nosotros
también estamos envueltos en ellos. Si pudiéramos evitar la
participación en uno de los movimientos de nuestro planeta, veríamos
que ese cuerpo no cae verticalmente, sino que sigue otro camino.
Supongamos que no estamos mirando el cuerpo que cae desde la
superficie de la Tierra, sino desde la superficie de la Luna. Aunque la
Luna acompaña a la Tierra en su movimiento alrededor del Sol, no
está implicada en su rotación axial. Así que desde la Luna veremos a
ese cuerpo hacer dos movimientos, uno vertical, hacia abajo y otro,
qué no habíamos observado antes, hacia el este en una dirección
tangente a la superficie de la Tierra. Los dos movimientos
simultáneos se suman, de acuerdo con las reglas de la mecánica, y,
como uno es variable y el otro uniforme, el movimiento resultante
nos dará una curva. La figura 25 muestra la curva con la que un
hombre con una vista muy aguda, vería desde la Luna, un cuerpo que
cae en la Tierra.
Figura 25. El hombre en la Luna vería la caída como una curva

Supongamos que nos alejamos de la Tierra y llegamos al Sol, y que


observamos desde allí, a través de un telescopio muy potente, la
caída sobre la tierra, de esta pelota pesada. En el Sol estaremos
fuera de la rotación axial de la Tierra y de su revolución orbital.
Veremos simultáneamente tres movimientos del cuerpo que cae (Fig.
26):

1. una caída vertical hacia la superficie de la Tierra,


2. un movimiento hacia el este a lo largo de una tangente con la
superficie de la Tierra y
3. el giro debido al movimiento del Sol.

Figura 26. Un cuerpo que cae libremente hacia la Tierra al mismo


tiempo se mueve en una dirección vertical y otra dirección tangencial,
descrita por los puntos de la superficie de la Tierra debido a la
rotación.
El movimiento número 1 cubre 0,5 km. El movimiento número 2,
durante los 10 segundos que tarda el descenso del cuerpo, cubre, a
la latitud de Moscú, 0,3 × 10 = 3 km.
El tercero, y más rápido de los movimientos, será de 30 kilómetros
por segundo, por lo que en los 10 segundos que dura el descenso del
cuerpo a la Tierra, viajará 300 km. a lo largo de la órbita terrestre.

Figura 27. Esto es lo que vería cualquier observador desde el Sol, al


contemplar el cuerpo que cae, mostrado en la Figura 24 (no se ha
tenido en cuenta la escala).

En comparación con este pronunciado movimiento, los otros, de 0,5


km. hacia abajo y de 3 km. a lo largo de la tangente, apenas serían
perceptibles, desde un mirador en el Sol, es decir, que solo veríamos
el vuelo principal. ¿Qué tendríamos? Aproximadamente lo que vemos
en la Figura 27 (no se ha respetado la escala real).
La Tierra se desplaza hacia la izquierda, mientras el cuerpo cae desde
un punto sobre la Tierra en la posición mostrada a la derecha, a un
punto correspondiente en la Tierra mostrada a la izquierda. Como se
dijo anteriormente, la escala correcta no ha sido respetada — en los
10 segundos de caída, el centro de la Tierra no se habrá desplazado
14.000 kilómetros, como nuestro artista ha reflejado en el dibujo
persiguiendo una mayor claridad, sino sólo 300 kilómetros.
Permítanos dar otro paso e imaginarnos en una estrella, por ejemplo,
en un Sol remoto, más allá incluso de los movimientos de nuestro
propio Sol. Desde allí observaríamos, aparte de los tres movimientos
expuestos anteriormente, un cuarto movimiento del cuerpo que cae
con respecto a la estrella en la que nosotros nos encontrásemos. El
valor y la dirección del cuarto movimiento dependen de la estrella
que nosotros hayamos escogido, es decir, en el movimiento de todo
el sistema solar con respecto a esa estrella.
Figura 28. Cómo vería un observador situado en una estrella distante
un cuerpo cayendo hacia la Tierra.

La Figura 28 es un caso probable cuando el sistema solar se mueve


con respecto a la estrella escogida en un ángulo agudo respecto a la
eclíptica, a una velocidad de 100 kilómetros por segundo (las
estrellas tienen velocidades de este orden.) En 10 segundos este
movimiento desplazaría al cuerpo que cae unos 1.000 kilómetros y,
naturalmente, complicaría su vuelo. La observación desde otra
estrella nos daría para esta misma trayectoria, otro valor y otra
dirección.
Podríamos ir incluso más lejos e imaginar que características podría
tener el vuelo de un cuerpo que cae hacia nuestro planeta, para un
observador que se encuentra más allá de la Vía Láctea, y que por lo
tanto no estaría involucrado en el rápido movimiento de nuestro
sistema estelar con respecto a otras islas del universo.
Mas no existe finalidad alguna para hacerlo. A estas alturas, los
lectores ya sabrán que, observando desde diferentes puntos el vuelo
de un cuerpo que cae, este vuelo se verá de forma diferente.

18. Tiempo no terrenal


Usted ha trabajado una hora y después ha descansado durante una
hora. ¿Son estos dos tiempos iguales? Indiscutiblemente sí, si
utilizamos un buen reloj, la mayoría de las personas así lo dirían.
¿Pero qué reloj deberíamos usar? Naturalmente, uno verificado por la
observación astronómica, o en otros términos, uno que repique con el
movimiento de un globo que gira con la uniformidad ideal, volviendo
a los mismos ángulos en exactamente el mismo tiempo.
¿Pero cómo, puede uno preguntarse, sabemos que la rotación de la
Tierra es uniforme? ¿Por qué estamos seguros de que las dos
rotaciones axiales consecutivas de nuestro planeta tardan en
realizarse el mismo tiempo? Lo cierto es que no podemos verificar
esto mientras que la rotación de la Tierra sea una medida de tiempo.
Últimamente algunos astrónomos han encontrado útil en algunos
casos reemplazar de forma provisional este modelo de movimiento
uniforme por otro. A continuación se exponen las razones y las
consecuencias de este paso.
Un cuidadoso estudio reveló que en sus movimientos, algunos de los
cuerpos celestes no se comportan de acuerdo a las suposiciones
teóricas, y que la divergencia no puede explicarse por las leyes de la
mecánica celestial. Se encontró que la Luna, los satélites de Júpiter I
y II, Mercurio, e incluso los movimientos anuales del Sol, es decir, el
movimiento de nuestro propio planeta a lo largo de su propia órbita,
tenían variaciones para las que no había ninguna razón aparente.
Por ejemplo, la Luna se desvía de su órbita teórica al menos 1/6ª
parte de un minuto de un arco en algunas épocas, y el Sol llega a un
segundo de arco. Un análisis de estas incongruencias descubrió un
rasgo común entre todos: en un período determinado, la velocidad de
estos movimientos aumenta y, más tarde, se ralentiza. Naturalmente
se dedujo que estas desviaciones tenían una causa común.
¿No se deberá esto a la “inexactitud” de nuestro reloj natural, a la
desafortunada opción de la rotación terrestre como un modelo de
movimiento uniforme?
La cuestión de reemplazar el “reloj terrestre” fue planteada.
Provisionalmente este quedó descartado, y el movimiento investigado
pasó a medirse por otro reloj natural basado en los movimientos de
los satélites de Júpiter, la Luna, o Mercurio ( los movimientos de
ambos o de uno u otro de estos elementos). Esta acción
inmediatamente introdujo el orden satisfactorio en el movimiento de
los cuerpos celestiales antes nombrados. Por otro lado, la rotación de
la Tierra medida por este nuevo reloj resultó ser desigual –
desacelerando durante unas docenas de años, ganando velocidad en
las próximas docenas, y reduciendo después esa velocidad una vez
más.
En 1897 el día era 0,0035 segundos más largo que en años
anteriores y en 1918 esta cantidad ya era menor que entre 1897 y
1918. El día es ahora aproximadamente 0,002 segundos más largo
que hace cien años.

Figura 29. La línea nos muestra lo lejos que la Tierra se desvió del
movimiento uniforme entre 1680 y 1920. Si la Tierra realizase este
movimiento uniformemente, este quedaría reflejado en el gráfico
como una línea horizontal. Sin embargo, el gráfico nos muestra un
día más largo cuando la velocidad de rotación de la Tierra se redujo,
y un día más corto cuando la velocidad de rotación empezó a
incrementarse.

En este sentido podemos decir que nuestro planeta gira


irregularmente con respecto a otros de sus movimientos y también
con respecto a los movimientos en nuestro sistema solar
convencionalmente aceptados como movimientos regulares. El valor
de las desviaciones de la Tierra si tenemos en cuenta un movimiento
estrictamente regular (en el sentido antes indicado) es sumamente
despreciable: durante los cientos años entre 1680 y 1780 la Tierra
giró más lentamente, los días eran más largos y nuestro planeta
acumuló una diferencia de unos 30 segundos entre su tiempo de ese
momento y al tiempo del pasado; entonces, a mediados del siglo XIX,
los días se acortaron, y esa diferencia se redujo en aproximadamente
10 segundos; hacia comienzos del siglo XX otros 20 segundos se
perdieron. Sin embargo, en el primer cuarto del siglo XX el
movimiento de la Tierra redujo de nuevo la velocidad, los días se
alargaron y la diferencia aumentó de nuevo en casi medio minuto
(Fig. 29).
Se han aducido varias razones para esos cambios, por ejemplo, las
mareas lunares, los cambios en el diámetro de la Tierra [25] y así
sucesivamente.
Es bastante posible que el estudio completo de este fenómeno nos
ofrezca importantes descubrimientos.

19. ¿Dónde comienzan los meses y los años?


La medianoche ha llegado a Moscú, introduciendo el Nuevo Año.
Hacia el oeste de Moscú todavía es 31 de diciembre, mientras que
hacia el este ya es 1 de enero. Sin embargo, en nuestra Tierra
esférica, el Este y el Oeste deben encontrarse inevitablemente. Esto
significa que debe haber en alguna parte una línea que divida los días
1 de 31, enero de diciembre y el Año Nuevo del Año viejo.
Esta línea se conoce como Línea de Fecha Internacional. Atraviesa el
Estrecho de Bering, a través del Océano Pacífico, aproximadamente a
lo largo del meridiano 180º. Se ha definido exactamente por acuerdos
internacionales.
A lo largo de esta línea imaginaria, cortando el Pacífico, los días, los
meses y los años cambian por primera vez en el globo.
Aquí yace lo que puede llamarse el umbral de nuestro calendario; es
desde este punto desde donde comienzan todos los días del mes. Es
la cuna del Nuevo Año. Cada día del mes aparece aquí antes que en
cualquier otra parte; desde aquí se extiende hacia el oeste,
circunnavega el globo y de nuevo regresa a su lugar de nacimiento
para desaparecer.
La Unión Soviética lidera el mundo como anfitrión de cada nuevo día
del mes. En el cabo Dezhnev el día recién nacido en las aguas del
Estrecho de Bering es bienvenido al mundo y empieza su marcha por
todo el globo. Y es también aquí, en la punta oriental del Asia
soviética, donde el día acaba, tras sus 24 horas de existencia.
Así, los días cambian en la Línea de Fecha Internacional. Los primeros
marineros que circunnavegaron el mundo (antes de que se
estableciera esta línea) calcularon mal los días.
Veamos una historia real contada por Antonio Pigafetta, quien
acompañó a Magallanes en su viaje alrededor del mundo:
“El 19 de julio, miércoles, vimos las Islas de Cabo Verde y dejamos
caer el ancla... Ansiosos por saber si nuestros diarios de a bordo eran
correctos, preguntamos qué día de la semana era. Nos dijeron que
era jueves. Esto nos sorprendió, porque nuestro libro indicaba que
estábamos en Miércoles. Parecía improbable que todos nosotros
hubiéramos cometido el mismo error de un día...
Aprendimos después que nosotros no habíamos cometido ningún
error en absoluto en nuestros cálculos. Navegando continuamente
hacia el oeste, habíamos seguido al Sol en su camino y al a nuestro
punto de salida se deben haber ganado 24 horas. Uno sólo necesita
pensar un poco sobre esto para estar de acuerdo.”
¿Qué hace el marinero ahora cuándo cruza la línea de fecha? Para
evitar el error, “resta” un día al navegar del este al oeste, y “suma”
un día, al volver. Por consiguiente la historia contada por Julio Verne
en su obra La Vuelta al Mundo en Ochenta Días sobre el viajero que
habiendo navegado alrededor del mundo “regresó” un domingo
cuando todavía era sábado, no podría pasar. Esto sólo podía ocurrir
en tiempos de Magallanes, cuando no había ningún acuerdo sobre la
línea de determinación de la fecha. Igualmente inconcebible en
nuestro tiempo es la aventura descrita por Edgar Allan Poe en sus
Tres domingos en una Semana, sobre el marinero que después de ir
alrededor del mundo del este al oeste se encontró, al regresar a casa,
a otro que había hecho el viaje en la dirección inversa. Uno mantenía
la postura de que el día antes había sido domingo, el otro estaba
convencido de que el día siguiente sería domingo, mientras que un
amigo que había permanecido en tierra insistía en que ese día era
domingo.
Por lo tanto para no reñir con el calendario en un viaje alrededor del
mundo uno debe, cuando viaje hacia el este, tómese su tiempo para
calcular los días, permitiendo al Sol ponerse al día, o en otras
palabras, cuente dos veces el mismo día; por otro lado, cuando viaje
al oeste, debe, al contrario, perder un día, para no retrasarse detrás
del Sol.
Aunque esto es común, incluso en nuestros días, cuatro siglos
después del viaje de Magallanes, no todo el mundo es consciente de
ello.

20. ¿Cuántos Viernes hay en febrero?


Pregunta
¿Cuál es el mayor y el menor número de viernes que se pueden dar
en el mes de febrero?
Respuesta
La respuesta común es que el mayor número de viernes en el mes de
febrero es de cinco y el menor, cuatro. Sin duda alguna, es cierto que
si en un año bisiesto el 1 de febrero cae en viernes, el 29 también
será viernes, sumando por lo tanto cinco viernes en total.
Sin embargo, es posible calcular el doble de viernes de un mes de
febrero. Imagine una nave recorriendo el camino existente entre
Siberia y Alaska y dejando la orilla Asiática regularmente todos los
viernes. ¿Cuántos viernes contará su capitán en el mes de febrero de
un año bisiesto en el que además el día 1 es viernes? Desde que
cruza la línea de fecha internacional de oeste a este y lo hace durante
un viernes, contará dos viernes todas las semanas, sumando así 10
viernes en todo el mes. Al contrario, el capitán de una nave que deja
Alaska todos los jueves y se dirige hacia Siberia perderá los viernes
en sus cálculos, con el resultado de que no tendrá un solo viernes en
todo el mes.
Así que la respuesta correcta es que el mayor número de posibles
viernes en el mes de febrero es de 10, y el menor es de ninguno.

Capítulo 2
La luna y sus movimientos

Contenido:
1. ¿Cuarto creciente o cuarto menguante?
2. La Luna en las banderas
3. Los enigmas de las fases de la Luna
4. Planeta doble
5. Por qué la Luna no cae sobre el Sol
6. El lado visible y el lado invisible de la Luna
7. La segunda Luna y la Luna de la Luna
8. ¿Por qué la Luna no tiene atmósfera?
9. Las dimensiones del mundo lunar
10. Paisajes lunares
11. El cielo de la Luna
12. ¿Para qué observan los astrónomos los eclipses?
13. ¿Por qué los eclipses se repiten cada 18 años?
14. ¿Es posible?
15. Lo que no todos saben acerca de los eclipses
16. ¿Cuál es el clima de la Luna?

1. ¿Cuarto creciente o cuarto menguante?


Pocos son los que viendo en el cielo el disco incompleto de la Luna,
pueden decir sin equivocarse, si la Luna está en creciente o en
menguante.
La hoz de la “Luna creciente” y la hoz de la “Luna menguante” se
distinguen solamente porque tienen la convexidad en sentido
contrario. En el hemisferio Norte la Luna creciente siempre tiene la
convexidad dirigida hacia la derecha, y la Luna menguante tiene la
convexidad orientada hacia la izquierda. ¿Cómo podemos recordar
fácilmente, sin temor a equivocarnos, hacia dónde mira cada fase de
la Luna?
En ruso, en francés y en otras lenguas existen diferentes artificios
mnemotécnicos que se basan en el parecido de la hoz o de la media
luna con las letras -P y C, p y d-, iniciales de palabras que indican
claramente si la Luna está en cuarto creciente o en cuarto menguante
(figura 30).
Para los que hablan español en el hemisferio Norte, las hoces de la
Luna pueden representar una C o una D, iniciales de Creciente y de
Decreciente. Ahora bien, nosotros hemos de tomar estas letras con
significado contrario, es decir, que cuando la Luna tiene la forma de
C, inicial de Creciente; está en menguante; y cuando tiene la forma
de una D, inicial de Decreciente, está en creciente. (También
podemos servirnos al efecto del conocido dicho: “Luna creciente,
cuernos a Oriente”.)
Figura 30. Procedimiento sencillo para distinguir el cuarto creciente
del cuarto menguante en el hemisferio Norte

En el hemisferio Sur, en cambio, la correspondencia entre las iniciales


C y D y el cuarto de Luna que simbolizan es perfecta, pues el
observador de ese hemisferio ve siempre a nuestro satélite en
posición invertida con respecto al observador del hemisferio Norte.
Por otra parte, todos estos signos mnemotécnicos resultan
inaplicables en las latitudes más bajas. Ya en Crimea y en
Transcaucasia, la hoz y la media luna se inclinan fuertemente hacia
un lado, y más al Sur, están completamente acostadas. Cerca del
Ecuador, la hoz de la Luna, colgada sobre el horizonte, parece una
góndola columpiándose sobre las olas (la “barca de la Luna” de los
cuentos árabes) o un arco brillante. Aquí no sirven signos de ninguna
clase; con el arco acostado se puede formar indiferentemente una
letra u otra: C y D, p y d. No en vano en la antigua Roma llamaban
“engañosa” (Luna fallax) a la Luna inclinada.
Para no equivocarnos en este caso, en las fases de la Luna, debemos
valernos de la astronomía: la Luna creciente es visible de noche en la
parte occidental del cielo; la Luna menguante se ve de mañana en la
parte oriental del cielo.

2. La Luna en las banderas


Problema
Figura 31. La antigua bandera de Turquía

En la figura 31 vemos la antigua bandera de Turquía. En ella están


representadas la hoz de la Luna y una estrella. Esto nos sugiere los
siguientes problemas:

• ¿Qué fase de la Luna representa la hoz de la bandera, creciente


o menguante?
• ¿Pueden observarse la hoz de la Luna y la estrella en el cielo,
tal como aparecen representadas en la bandera?

Solución
Recordando los signos mnemotécnicos antes indicados y teniendo en
cuenta que la bandera pertenece a un país del hemisferio Norte,
podemos decir que la Luna de la bandera es menguante.
No se puede ver la estrella dentro del círculo que resulta prolongando
la hoz de la Luna hasta cerrar la circunferencia (figura 32a).
Todos los astros del cielo están mucho más lejos de la Tierra, que la
Luna y, por consiguiente, o quedan ocultos por ella, o sólo se pueden
ver fuera de los límites del área no iluminada de la Luna, como se
indica en la figura 32b.
Es de señalar que en la bandera actual de Turquía, que también
muestra la hoz de la Luna y una estrella, la estrella está separada de
la hoz como se muestra en la figura 32b.
Figura 32. El por qué no se puede ver la estrella en los cuernos de la
luna

3. Los enigmas de las fases de la Luna


La Luna recibe su luz del Sol, y por esta razón el lado convexo de la
hoz de la Luna debe estar dirigido hacia el Sol. Los artistas se olvidan
de este hecho con frecuencia.

Figura 33. ¿Cuál es el error astronómico cometido por el pintor en


este paisaje? (Respuesta en el texto)

En las exposiciones de pinturas, no es raro ver paisajes en los cuales


la media luna dirige hacia el Sol, la línea recta que une sus extremos;
también se encuentra a veces la hoz de la Luna con sus cuernos
dirigidos hacia el Sol (figura 33).
Es necesario observar, por otra parte, que dibujar correctamente la
Luna creciente no es tan sencillo como parece.
Incluso artistas experimentados dibujan el arco exterior y el arco
interior de la hoz de la Luna, en forma de semicírculo (figura 34 b).
Sin embargo, solamente el arco exterior tiene forma semicircular; el
arco interior es una semielipse, porque es una semicircunferencia
(límite de la parte iluminada) visto en perspectiva (figura 34 a).

Figura 34. Cómo se debe, a), y cómo no se debe, b), representar la


hoz de la Luna

No es fácil tampoco dar la posición correcta a la hoz de la Luna en el


cielo. Con frecuencia se colocan la media luna y la hoz de la Luna, en
forma bastante discordante con relación al Sol.

Figura 35. Posición de la hoz de la Luna con respecto al Sol

Como el Sol ilumina la Luna, nos hace pensar que la línea recta que
une los extremos de la Luna debe formar un ángulo recto con el rayo
que va del Sol a su punto medio (figura 35).
En otras palabras, parece ser que el centro del Sol se encuentra en la
perpendicular trazada por el punto medio de la recta que une los
extremos de la Luna. Sin embargo, esto sólo se cumple cuando la hoz
es estrecha.
En la figura 36 se muestran las posiciones de la Luna en distintas
fases con relación a los rayos del Sol. Da la impresión de que los
rayos del Sol se curvan antes de alcanzar a la Luna.
La clave del enigma se reduce a lo siguiente: el rayo que va del Sol a
la Luna, realmente es perpendicular a la línea que une los extremos
de la Luna y constituye en el espacio una línea recta.

Figura 36. Posiciones de la Luna con respecto al Sol, en las que


vemos la Luna en sus distintas fases

Pero nuestro ojo no dibuja en el cielo la mencionada recta, sino su


proyección en la bóveda celeste que es cóncava, es decir, una línea
curva. Por esta razón nos parece que la Luna está “colgada de forma
incorrecta” en el cielo. El artista debe conocer estos detalles y saber
trasladarlos al lienzo.

4. Planeta doble
La Tierra y la Luna forman un planeta doble[26]. Reciben esta
denominación porque nuestro satélite, la Luna, se distingue de los
satélites de los demás planetas por su magnitud y por su masa,
porque predomina con relación a su planeta central.
En el sistema solar existen satélites más grandes y más pesados en
valor absoluto, pero, en comparación con su planeta central, lo son
mucho menos que nuestra Luna con relación a la Tierra.
En efecto, el diámetro de nuestra Luna mide más de un cuarto del
diámetro del planeta Tierra, mientras que el diámetro del más grande
de los satélites de otros planetas es sólo la décima parte del diámetro
de su planeta. (Tritón, satélite de Neptuno.) Además, la masa de la
Luna constituye 1/81 de la masa de la Tierra, en tanto que el más
pesado de los satélites que se encuentran en el sistema solar, el
satélite III de Júpiter, tiene menos de una diezmilésima parte de la
masa de su planeta central.
La tabla siguiente muestra la proporción de la masa de los grandes
satélites con respecto a su planeta central.

Planeta Satélite Masa[27]


Tierra Luna 0,01230
Júpiter Ganimedes 0,00008
Saturno Titán 0,00021
Urano Titania 0,00003
Neptuno Tritón 0,00129

Comparando los valores mostrados en esta tabla vemos que nuestra


Luna, por su masa, tiene la proporción más elevada con respecto a su
planeta central.
Otra razón para que el sistema Tierra-Luna tienda a considerarse
como un planeta doble, es la gran proximidad entre ambos cuerpos
celestes. Muchos satélites de otros planetas giran a distancias
mayores: algunos satélites de Júpiter (por ejemplo, el noveno, figura
37) giran 65 veces más lejos que la distancia entre la Tierra y la
Luna.

Figura 37. El sistema Tierra-Luna comparado con el sistema de


Júpiter. (Las dimensiones de los cuerpos celestes están indicadas sin
tener en cuenta la escala real)

A esto se debe el hecho interesante de que la trayectoria descrita por


la Luna alrededor del Sol difiera muy poco de la que sigue la Tierra.
Esto tiende a parecernos inverosímil, si tenemos en cuenta que la
Luna se mueve alrededor de la Tierra a una distancia de casi 400.000
km.
Sin embargo, no olvidemos que al tiempo que la Luna da una vuelta
alrededor de la Tierra, la Tierra misma ha tenido tiempo de
trasladarse con ella aproximadamente 1/13 de su trayecto anual, es
decir, 70.000.000 de kilómetros.
Imagínese la trayectoria circular de la Luna, 2.500.000 kilómetros,
extendida a lo largo de una distancia 30 veces mayor. ¿Qué queda de
su forma particular? Nada. Por esta razón, el camino de la Luna
alrededor del Sol tiende a confundirse con la órbita de la Tierra, de la
que sólo diverge en 13 puntos en los que apenas se observa su
convexidad. Se puede demostrar con un cálculo sencillo (que no
hacemos aquí para no recargar la exposición) que esta trayectoria de
la Luna tiene su concavidad dirigida hacia el Sol. Se podría decir que
se parece, a grandes rasgos, a un polígono de trece lados con
ángulos ligeramente redondeados.

Figura 38. El recorrido mensual de la Luna (línea continua) y de la


Tierra (punteada) alrededor del Sol

En la figura 38 se ve una representación precisa de las trayectorias


de la Tierra y de la Luna a lo largo de un mes. La línea punteada es la
trayectoria de la Tierra, y la línea continua, la de la Luna. Están tan
cerca una de otra, que para representarlas de forma separada, fue
necesario hacer un dibujo a una escala muy grande: el diámetro de la
órbita de la Tierra mide 1/2 m en dicho dibujo. Si se tomara un
diámetro de 10 cm, la separación máxima entre ambas trayectorias,
en el dibujo, sería menor que el espesor de la línea que las
representa. Observando este dibujo, uno se convence de que la
Tierra y la Luna se mueven alrededor del Sol casi en la misma
trayectoria y que la denominación que les otorgaron los astrónomos,
de “planeta doble”, es completamente valedera[28].

5. Por qué la luna no cae sobre el sol


La pregunta puede parecer ingenua. ¿En virtud de qué habría de caer
la Luna sobre el Sol?
Si la Tierra atrae a la Luna con más fuerza que el lejano Sol, la
obliga, naturalmente, a girar alrededor de ella.
Los lectores que piensan de esta manera, se sorprenderán al saber
que ocurre lo contrario: la Luna es atraída con más fuerza por el Sol
que por la Tierra.
El cálculo así lo demuestra. Comparemos las fuerzas de atracción que
ejercen el Sol y la Tierra sobre la Luna. Ambas fuerzas dependen de
dos factores: de la magnitud de la masa que la atrae y de la distancia
de esta masa a la Luna. La masa del Sol es 330.000 veces mayor que
la masa de la Tierra, y atraería a la Luna con una fuerza un número
igual de veces mayor que la Tierra, si tanto el Sol como la Tierra
estuvieran a igual distancia de la Luna. Pero el Sol se encuentra cerca
de 400 veces más lejos de la Luna que la Tierra. La fuerza de
atracción disminuye proporcionalmente al cuadrado de la distancia;
por esto, la atracción del Sol debe disminuir en (400)2, es decir, en
160.000 veces. Lo cual significa que la atracción del Sol es mayor que
la terrestre en:

160.000/330.000

es decir, en poco más de dos veces.


Por lo tanto, la Luna es atraída por el Sol con una fuerza dos veces
mayor que la fuerza con la que la atrae Tierra. ¿Entonces por qué la
Luna no se precipita sobre el Sol? ¿Por qué la Tierra obliga a la Luna
a girar alrededor de ella y no predomina la acción del Sol?
La Luna no cae en el Sol por la misma razón por la cual la Tierra
tampoco cae en él. La Luna gira alrededor del Sol junto con la Tierra,
y toda la acción gravitacional del Sol se consume en llevar a ambos
cuerpos, constantemente, de una trayectoria recta a una órbita
circular, es decir, en transformar el movimiento lineal recto en lineal
curvo. Basta echar una mirada a la figura 38 para convencerse de lo
dicho.
Quizás a algunos lectores les quede alguna duda, ¿Cómo sucede
esto? La Tierra atrae a la Luna con una determinada fuerza y el Sol
atrae a la Luna con una fuerza mayor, pero la Luna, en vez de caer
en el Sol, gira alrededor de la Tierra. Esto sería extraño si el Sol solo
atrajera a la Luna; pero atrae a la Luna y también a la Tierra, es
decir, a todo el “planeta doble”, y podemos decir que no interfiere
con las relaciones internas de los miembros de esta pareja.
Hablando en sentido riguroso, el Sol atrae al centro común de
gravedad del sistema Tierra-Luna; este centro (llamado “baricentro”)
gira también alrededor del Sol bajo la influencia de la atracción solar.
Se encuentra a una distancia de 2/3 de radio terrestre del centro de
la Tierra, en dirección a la Luna. La Luna y el centro de la Tierra giran
alrededor del baricentro completando una vuelta durante un mes.

6. El lado visible y el lado invisible de la luna


Entre los efectos proporcionados por el estereoscopio, ninguno es tan
llamativo como el aspecto de la Luna. Con el estereoscopio uno
comprueba que la Luna es esférica, mientras que al mirarla
directamente, parece plana, es decir, con forma de plato.
Pero muchos ni siquiera imaginan cuán difícil es obtener una
fotografía estereoscópica de nuestro satélite. Para lograrla es
necesario conocer muy bien las características de los caprichosos
movimientos del astro nocturno.
El problema consiste en que la Luna da vueltas alrededor de la Tierra
de tal modo que siempre dirige la misma cara hacia nuestro planeta.
Mientras gira alrededor de la Tierra, la Luna gira al mismo tiempo
alrededor de su eje, y ambos movimientos se completan en el mismo
espacio de tiempo [29].
En la figura 39 se ve una elipse que representa la órbita de la Luna.
En el dibujo se exagera, de manera intencional, el estiramiento de la
elipse de la trayectoria que describe la Luna; realmente la
excentricidad de la órbita de la Luna es de 0,055 ó 1/18. Resulta
imposible representar en un pequeño dibujo, la órbita de la Luna, de
manera que se pueda distinguir de una circunferencia: dando al
semieje mayor una magnitud de 1 m, el semieje menor sería más
corto que él solo en 1,5 mm; la Tierra distaría del centro solo 5,5 cm.
Para que resulte más fácil entender la explicación que sigue, en el
dibujo se ha trazado una elipse más estirada.
Figura 39. Movimiento de la Luna en su órbita alrededor de la Tierra
(Detalles en el texto)

Imaginemos que la elipse de la figura 39 corresponde a la trayectoria


de la Luna alrededor de la Tierra. La Tierra está situada en el punto
O, en uno de los focos de la elipse. Las leyes de Kepler no se refieren
solamente al movimiento de los planetas alrededor del Sol, sino
también al movimiento de los satélites alrededor de los planetas
centrales, en particular a la revolución de la Luna. De acuerdo con la
segunda ley de Kepler, la Luna, en un cuarto de mes, recorre un
camino AE tal que la superficie OABCDE es igual a un cuarto de la
superficie de la elipse, es decir, a la superficie MABCD (se confirma la
igualdad de las superficies OAE y MAD de nuestro dibujo, por la
igualdad aproximada de las superficies MOQ y EQD). De modo que en
un cuarto de mes, la Luna recorre el camino que va de la A a la E. La
rotación de la Luna (como se produce, en general, la rotación de los
planetas, a diferencia de su revolución alrededor del Sol) se produce
de manera uniforme: en un cuarto de mes gira exactamente 90º. Por
esto, cuando la Luna se encuentra en E, el radio de la Luna dirigido
hacia la Tierra en el punto A habrá descrito un arco de 90º y estará
dirigido no hacia el punto M, sino hacia algún otro punto a la
izquierda de M, no lejos del otro foco P de la órbita de la Luna. Si
bien, la Luna oculta un poco su cara al observador ubicado en la
Tierra, por la izquierda, éste puede ver por el lado derecho una franja
estrecha de la otra mitad de la Luna, no visible antes. En el punto F,
la Luna muestra al observador ubicado en la Tierra, una franja más
estrecha, de su cara oculta, porque el ángulo OFP es menor que el
ángulo OEP. En el punto G, en el “apogeo” de la órbita, la Luna ocupa
la misma posición con relación a la Tierra, que en el “perigeo” A[30].
En sus movimientos posteriores, la Luna se vuelve respecto a la
Tierra en sentido contrario, y muestra al observador ubicado en
nuestro planeta, otra estrecha franja de su cara oculta; esta franja se
ensancha al principio, luego se reduce, y, en el punto A, la Luna
vuelve a ocupar la posición anterior.
Vemos así que, a consecuencia de la forma elíptica de su órbita,
nuestro satélite no tiene siempre la misma cara dirigida hacia la
Tierra. Invariablemente, la Luna tiene la misma cara dirigida hacia el
otro foco de su órbita, y no hacia la Tierra. Para nosotros la Luna
oscila alrededor de su posición media en forma semejante a una
balanza, y de ahí que los astrónomos llamen a este balanceo
“libración”, de la palabra latina “libra”, que significa balanza. La
magnitud de la libración en cada punto se mide por el ángulo
correspondiente; por ejemplo, en el punto E, la libración es igual al
ángulo OEM. El valor máximo de la libración es de 7º 53’, es decir,
casi 8º.
Es interesante observar cómo aumenta y disminuye el ángulo de
libración, con el desplazamiento de la Luna a través de su órbita.
Pongamos la punta de un compás en D, y tracemos un arco que pase
por los focos O y P. Este arco corta la órbita en los puntos B y F. Los
ángulos OBP y OFP, por ser inscritos, son iguales a la mitad del
ángulo central ODP. De donde deducimos que, durante el movimiento
de la Luna de A a D, la libración crece al principio rápidamente, en el
punto B alcanza la mitad del máximo y, después, continúa creciendo
lentamente; entre D y F disminuye la libración, al principio
lentamente, luego rápidamente. En la segunda mitad de la elipse, la
libración cambia de magnitud con el mismo ritmo, pero en sentido
inverso. (El valor de la libración en cada punto de la órbita es
proporcional a la distancia de la Luna al eje mayor de la elipse.)
El balanceo de la Luna que acabamos de examinar, se llama libración
en longitud. Nuestro satélite está sujeto también a otra libración en
latitud. El plano de la órbita de la Luna está inclinado sobre el plano
del Ecuador de la Luna 6½º. Por eso vemos la Luna en unos casos
desde el Sur y en otros desde el Norte, y podemos observar una
franja pequeñísima de la cara “oculta” de la Luna, más allá de sus
polos. Esta libración en latitud alcanza 6½º.
Expliquemos ahora cómo aprovecha el astrónomo el suave balanceo
de la Luna alrededor de su posición media para obtener fotografías
estereoscópicas.
El lector se da cuenta seguramente de que para esto es necesario
elegir dos posiciones de la Luna tales que en una de ellas presente un
giro con relación a la otra suficientemente grande.
En los puntos A y B, B y C, C y D, etc., la Luna ocupa posiciones tan
distintas con relación a la Tierra, que hacen posibles las fotografías
estereoscópicas. Pero aquí tenemos una nueva complicación: en
estas posiciones la diferencia de tiempo de la Luna (de 1½ a 2 días)
es demasiado grande, al punto que la franja de la superficie de la
Luna próxima al círculo iluminado, ya sale de la sombra. Esto es
inadmisible en fotografías estereoscópicas (esa franja brillaría como si
fuera de plata). Surge un difícil problema: encontrar dos fases iguales
de la Luna con una diferencia de libración (en longitud) tan pequeña,
que el borde del círculo iluminado pase por los mismos puntos de la
superficie lunar. Pero esto tampoco es suficiente; en ambas
posiciones, la libración también debe tener igual latitud[31].
Ya vemos lo difícil que es obtener buenas estereofotografías de la
Luna, y no se sorprendan al saber que a menudo una fotografía de un
par estereoscópico se hace unos años después de la otra.
Nuestros lectores quizá no piensen hacer estereofotografías de la
Luna. Acá se explica el procedimiento para obtenerlas, naturalmente,
no con una finalidad práctica, sino sólo para mostrar que las
características del movimiento de la Luna, dan a los astrónomos la
posibilidad de ver una franja no muy grande de su cara oculta desde
nuestro satélite. Gracias a ambas libraciones de la Luna, vemos el
59% de su superficie, y no su mitad. Inaccesible a nuestra vista,
queda el 41%. Nadie sabe que apariencia tiene esta parte de la
superficie lunar; puede suponerse, a lo sumo, que no difiere de la
parte visible [32].
Se han hecho ingeniosos ensayos, prolongando hacia atrás, las
cordilleras y las franjas iluminadas de la Luna, que salen de la parte
invisible a la parte visible, para hacer conjeturas de algunos detalles
de la mitad que no podemos ver. Resulta imposible por ahora, probar
tales conjeturas. Decimos que por ahora, y no sin fundamento, pues
hace tiempo que se estudian procedimientos para volar alrededor de
la Luna en algún vehículo que sea capaz de superar la atracción de la
Tierra y desplazarse en el espacio interplanetario (ver mi libro Viajes
interplanetarios). Ya no estamos muy lejos de la realización de esta
audaz empresa. Por el momento se sabe una cosa: que carece de
fundamento la hipótesis, tantas veces planteada, sobre la existencia
de atmósfera y agua en el lado invisible de la Luna, y contradice las
leyes de la física; si no hay atmósfera y agua en un lado de la Luna,
no puede haberlas tampoco en el otro lado. Luego volveremos a
tratar este tema.

7. La segunda Luna y la Luna de la Luna


La prensa presenta, de vez en cuando, informes referentes a que un
observador u otro consigue ver un segundo satélite de la Tierra, es
decir, su segunda Luna. Aunque tales noticias nunca se han
confirmado, resulta interesante, sin embargo, detenerse en este
tema.
El planteamiento de la existencia de un segundo satélite de la Tierra
no es nuevo. Tiene tras de sí una larga historia. Quien haya leído la
novela de Julio Verne: Alrededor de la Luna, recordará seguramente,
que ya se menciona la segunda Luna en esta novela. Es una Luna tan
pequeña y su velocidad tan grande, que los habitantes de la Tierra no
pueden observarla. El astrónomo francés Petit, dice Julio Verne,
sospechó su existencia y fijó su período de revolución alrededor de la
Tierra en 3 horas 20 minutos. Su distancia a la superficie de la Tierra
es igual a 8.140 km. Es interesante señalar que la revista inglesa
Science, en un artículo sobre la astronomía de Julio Verne, considera
la segunda Luna y al mismo Petit, como simples fantasías.
Ciertamente, en ninguna enciclopedia se menciona al citado
astrónomo. Y, sin embargo, la información del novelista no es
inventada. El director del observatorio de Tolosa, Petit, alrededor del
año 50 del siglo pasado, sostuvo en efecto la existencia de una
segunda Luna, un meteorito con un período de revolución de 3 horas
30 minutos, que se movía a 5.000 km, y no a 8.000, de la superficie
de la Tierra. Esta opinión, compartida por unos pocos astrónomos,
cayó en el olvido [33].
Teóricamente, en la admisión de la existencia de un segundo satélite
de la Tierra muy pequeño, no hay nada anticientífico. Pero un cuerpo
celeste de estas características, se debe observar en todo momento,
no sólo en el instante en que atraviesa (de manera aparente), el
disco de la Luna o del Sol.
Incluso si girará tan cerca de la Tierra que se sumergiera en cada
vuelta, en la ancha sombra de nuestro planeta, también se vería en el
cielo matutino y el vespertino, como una estrella brillante, por efecto
de los rayos del Sol. El rápido movimiento y la frecuente aparición de
esta estrella llamarían la atención de muchos observadores. En los
momentos de eclipse total de Sol, la segunda Luna tampoco
escaparía a la observación de los astrónomos.
En síntesis: si la Tierra tuviera realmente un segundo satélite, se le
podría observar con mucha frecuencia. Sin embargo, no se ha
presentado observación fidedigna alguna.
Junto a la hipótesis de la segunda Luna, surge el interrogante acerca
de si nuestra Luna tiene a su vez su pequeño satélite, la “Luna de la
Luna”.
Pero resulta muy difícil verificar directamente la existencia de este
satélite de la Luna. El astrónomo Malton dice al respecto lo siguiente:
“Cuando la Luna brilla al máximo, su luz o la luz del Sol no permiten
distinguir un cuerpo muy pequeño en su vecindad. Sólo en los
eclipses de Luna el satélite de ésta podría ser iluminado por el Sol, ya
que entonces las partes cercanas del cielo estarían libres de la
influencia de la luz difusa de la Luna. Así, pues, sólo se puede esperar
el descubrimiento de un cuerpo pequeño que gire alrededor de la
Luna, durante los eclipses lunares. Ya se han efectuado Tales
investigaciones, pero no han arrojado resultados positivos.”
8. ¿Por qué la luna no tiene atmósfera?
Este interrogante se aclara mejor si revertimos la pregunta. Antes de
hablar de por qué no hay atmósfera alrededor de la Luna,
preguntémonos: ¿por qué se mantiene la atmósfera alrededor de
nuestro propio planeta?
Recordemos que el aire, como todo gas, está constituido por un caos
de moléculas libres que se mueven impetuosamente en distintas
direcciones. Su velocidad media, a 0º, es de cerca de ½ km por
segundo (la velocidad inicial de una bala de fusil). ¿Por qué no se
dispersan esas moléculas en el espacio? Por la misma razón por la
cual tampoco se escapa al espacio una bala de fusil. Habiendo
agotado la energía de su movimiento en vencer la fuerza de la
gravedad, las moléculas caen de nuevo hacia la Tierra. Imagínese el
lector una molécula que vuele verticalmente hacia arriba, cerca de la
superficie terrestre, con una velocidad de ½ km por segundo. ¿Hasta
qué altura puede llegar? Es fácil calcularlo; la velocidad v, la altura h
del ascenso y la aceleración g de la fuerza de la gravedad, están
relacionadas por la fórmula siguiente:

Sustituyamos v por su valor: 500 m/s, y g por: 10 m/s2; tenemos

250.000 = 20h

de donde:

h = 12.500 m = 12½ km.

Pero si las moléculas de aire no pueden volar más de 12½ km, ¿cómo
puede haber moléculas de aire a una altura mayor?
El oxigeno que entra en la composición de nuestra atmósfera se
forma cerca de la superficie terrestre (a partir del gas carbónico,
gracias a la actividad de las plantas).
¿Qué fuerza lo eleva y lo mantiene a una altura de 500 kilómetros o
más, donde ha sido comprobada la presencia de trazas de aire?
La física nos da la misma respuesta que nos daría la estadística si se
lo preguntáramos: “ La duración media de la vida humana es de 40
años, ¿cómo puede haber personas de 80 años?”
Todo se reduce a que el cálculo que efectuamos se refiere a una
molécula promedio y no a una molécula real. La molécula promedio
posee una velocidad de ½ km por segundo, pero las moléculas reales
se mueven unas más lentas y otras más rápidas que la molécula
promedio. Es cierto que no es muy grande el porcentaje de moléculas
cuya velocidad se aparta visiblemente de la molécula promedio y que
disminuye rápidamente con el crecimiento de la magnitud de esta
desviación. De las moléculas contenidas en un volumen dado de
oxígeno a 0º, sólo el 20% posee una velocidad entre 400 y 500 m/s.
Aproximadamente, otras tantas moléculas se mueven a velocidades
entre 300 y 400 m/s, un 17% con una velocidad entre 200 y 300
m/s, un 9% con velocidades entre 600 y 700 m/s, un 8% con
velocidades entre 700 y 800 m/s y un 1 % con la velocidades entre
1.300 y 1.400 m/s.
Una pequeña parte (menos de una millonésima) de las moléculas
tiene una velocidad de 3.500 m/s, y esta velocidad es suficiente para
que las moléculas puedan alcanzar una altura de 600 km.
En efecto,
3.5002 = 20h

Donde:

h = 12.250.000/20 = 612.500

es decir, más de 600 km.


Resulta así comprensible la presencia de trazas de oxígeno a cientos
de kilómetros de altura de la superficie terrestre; como vemos, es
consecuencia de las propiedades físicas de los gases. Sin embargo,
las moléculas de oxígeno, de nitrógeno, de vapor de agua, de gas
carbónico, no poseen velocidades que les permitan escapar de la
esfera terrestre. Para eso se requiere una velocidad superior á 11 km
por segundo, y solo algunas moléculas aisladas de los gases
mencionados, poseen estas velocidades, a bajas temperaturas. Es por
esto que la Tierra mantiene tan firme su capa atmosférica. Se ha
calculado que para perder la mitad del volumen del hidrógeno, el más
liviano de los gases de la atmósfera terrestre, deben pasar tantos
años, que dicho tiempo se expresa con 25 cifras. En millones de años
no se manifiesta ningún cambio en la composición ni en la masa de la
atmósfera terrestre.
No hay mucho que agregar, para explicar ahora por qué la Luna no
puede mantener a su alrededor una atmósfera similar. La fuerza de
atracción de la Luna es seis veces más débil que la de la Tierra; de
modo que la velocidad que se requiere en la Luna para superar la
fuerza gravitacional, es también menor, y es igual a 2.360 m/s. Y
como la velocidad de las moléculas de oxígeno y de nitrógeno, a
temperaturas moderadas, puede superar este valor, queda claro que
la Luna iría perdiendo constantemente su atmósfera, si la tuviera.
Cuando se volatilizaran las moléculas más rápidas, otras moléculas
alcanzarían la velocidad crítica (como consecuencia de la ley de
distribución de las velocidades entre las partículas de un gas), y así
estarían escapando continuamente al espacio nuevas, partículas de la
capa atmosférica. Al cabo de un período de tiempo prudencial,
sumamente pequeño a escala del universo, toda la atmósfera
abandona la superficie de un cuerpo celeste que tenga una fuerza de
atracción tan pequeña.
Se puede demostrar matemáticamente que si la velocidad media de
las moléculas de la atmósfera de un planeta fuera tres veces menor
que la velocidad límite (es decir, si fuera para la Luna 2.360¸3 = 790
m/s), la mitad de la atmósfera se dispersaría al cabo de unas pocas
semanas. (Solo se puede mantener la atmósfera de un cuerpo celeste
si la velocidad media de sus moléculas es cinco veces menor que la
velocidad límite.)
Se ha apuntado la idea, mejor dicho, la fantasía, de que cuando el
hombre visite y conquiste la Luna, la rodeará de una atmósfera
artificial y la hará habitable. De lo antes dicho, el lector notará
claramente que tal empresa es irrealizable. La ausencia de atmósfera
de nuestro satélite no es casual, no es un capricho de la naturaleza,
sino una consecuencia obligada de las leyes de la física.
Se comprende también que la causa por la cual no es posible la
existencia de atmósfera en la Luna, determina igualmente la ausencia
de ésta, en general, en todos los cuerpos celestes cuya fuerza de
atracción es bastante débil, tales como los asteroides y la mayoría de
los satélites de los planetas [34].

9. Las dimensiones del mundo lunar


Sobre esto, naturalmente, hablan con total exactitud los datos
numéricos; la magnitud del diámetro de la Luna (3.500 kilómetros),
su superficie y su volumen.

Figura 40. Las dimensiones de la Luna comparadas con el continente


europeo. (No debe deducirse, sin embargo, que la superficie del globo
lunar sea menor que la superficie de Europa)

Pero los números, necesarios para efectuar los cálculos, no son


capaces de darnos la idea concreta de las dimensiones que exige
nuestra mente. Será útil hacer comparaciones concretas.
Comparemos el continente lunar (pues la Luna es un continente
macizo) con los continentes del globo terrestre (figura 40).
Esto nos dirá mucho más que la afirmación abstracta de que la
superficie total del globo lunar es 14 veces menor que la superficie de
la Tierra. Por el número de kilómetros cuadrados la superficie de
nuestro satélite es apenas algo menor que la superficie de América. Y
la superficie de la parte de la Luna que está dirigida hacia la Tierra y
es accesible a nuestra observación, resulta ser casi exactamente igual
a la de América del Sur.
La masa total de la atmósfera de la Luna no puede exceder de una
cienmilésima de la atmósfera terrestre. (N. R.)
Para hacer evidente las dimensiones de los “mares” de la Luna en
comparación con los terrestres, en el mapa de la Luna (figura 41)
están representados a igual escala los contornos del mar Negro y del
mar Caspio.

Figura 41. Los mares de la Tierra comparados con los de la Luna. El


Mar Negro y el Mar Caspio transportados a la Luna serían mayores
que todos los mares de ésta. (Los números indican: 1, Mar de las
Nubes; 2, Mar de la Humedad; 3, Mar de los Vapores; 4, Mar de la
Serenidad.) [35]

Enseguida se echa de ver que los “mares” de la Luna no son muy


grandes, a pesar de que ocupan una parte apreciable del disco.
El mar de la Serenidad (170.000 km2) por ejemplo, es
aproximadamente dos veces y media menor que el mar Caspio.

Figura 42. Montañas anulares frecuentes en la Luna

En compensación, entre las montañas anulares de la Luna hay


verdaderos gigantes, como no se encuentran en la Tierra. Por
ejemplo, el valle circular de la montaña de Grimaldi engloba una
superficie mayor que la del lago Baikal. Dentro de esta montaña
cabría enteramente un estado no muy grande, por ejemplo, Bélgica o
Suiza.

10. Paisajes lunares


Las fotografías de la superficie de la Luna se ven con tanta frecuencia
en los libros, que seguramente nuestros lectores conocen el aspecto
de las particulares características del relieve lunar, las montañas y los
cráteres o “circos” (figura 42). Es posible que algunos hayan
observado también las montañas de la Luna con un pequeño
telescopio; para esto es suficiente un telescopio con un objetivo de 3
cm.
Pero ni las fotografías ni la observación con el telescopio dan una idea
exacta de cómo vería la superficie lunar, un observador que estuviera
en la Luna misma. Al estar al lado de las montañas lunares, el
observador las vería en una perspectiva distinta de la que le da el
telescopio. Una cosa es observar un objeto desde gran altura y otra
cosa, completamente distinta, tenerlo al lado. Ilustremos con algunos
ejemplos, como se manifiesta esta diferencia.
El cráter de Eratóstenes se ve desde la Tierra en forma de pared
anular con un pico dentro del valle.
En el telescopio, el cráter aparece en relieve y escarpado, gracias a
que las sombras lo hacen destacar bien en la superficie lunar.

Figura 43. Perfil de un gran cráter lunar

Obsérvese, sin embargo, su perfil (figura 43): se ve que, en


comparación con el gigantesco diámetro del circo (60 km), la altura
de la pared y la del cono interior son muy pequeñas; la inclinación de
las laderas disimula más aún, su altura.
Imagínense que ahora están paseando dentro de este circo y
recuerden que su diámetro es igual a la distancia existente entre el
lago Ladoga y el golfo de Finlandia. Apenas si notarían la forma
anular de la pared; la misma convexidad del suelo les escondería su
parte inferior, ya que el horizonte lunar es dos veces más reducido
que el de la Tierra (en correspondencia con el diámetro de la Luna, 4
veces menor). Sobre la Tierra, un hombre de estatura mediana, de
pie, en un lugar llano, no puede ver en torno suyo á más de 5 km de
distancia.
Este valor surge de la fórmula de la distancia del horizonte[36]:

D = Ö2Rh
en la que D es la distancia en km, h la altura de los ojos en
kilómetros y R el radio del planeta en km.
Sustituyendo estas letras por sus valores para la Tierra y para la
Luna, resulta que la distancia del horizonte, para un hombre de
estatura mediana [37], es

en la Tierra4,8 km
en la Luna 2,5 km

La figura 44 muestra el panorama que se ofrecería a un observador


dentro de un circo lunar grande (representa el paisaje de un gran
circo, el de Arquímedes).

Figura 44. Panorama que vería un observador colocado en el centro


de un gran circo lunar.

¿No es cierto que esa vasta llanura con la cadena de colinas en el


horizonte, poco se parece a la imagen que uno se hace de un circo
lunar?
Mirándolo desde el otro lado de la pared, desde fuera del circo, el
observador también vería algo distinto de lo que espera. La ladera
exterior de una montaña anular (ver la figura 43) se eleva tan
suavemente, que al viajero no le parecería una montaña y no podría
convencerse de que la cadena de colinas que él ve es una montaña
anular que encierra una depresión circular. Para ello sería necesario
que atravesara la cresta; pero, como ya hemos dicho, una vez dentro
nada sorprendente se ofrecería a la vista del alpinista lunar.
Además de esos gigantescos circos, en la Luna hay también un gran
número de circos pequeños, los cuales se abarcan fácilmente con una
mirada, incluso estando muy cerca de ellos. Pero su altura es muy
pequeña; ante ellos el observador no experimentaría nada
extraordinario. En cambio, las cordilleras montañosas de la Luna, que
llevan las denominaciones de las montañas de la Tierra: Alpes,
Cáucaso, Apeninos, etc., rivalizan por su altura con las terrestres y
alcanzan de 7 a 8 km. En relación con la pequeña Luna, su altura es
impresionante.
La ausencia de atmósfera en la Luna y la nitidez de las sombras que
de ello se deriva dan lugar en la observación telescópica a una
interesante ilusión: las más pequeñas desigualdades del suelo se
exageran y aparecen con un relieve desmesurado. Pongamos medio
guisante con la convexidad hacia arriba. No es, por cierto, muy alto.
Sin embargo, obsérvese la larga sombra que arroja (figura 45).

Figura 45. Medio guisante, arroja iluminado lateralmente, una sombra


larga

Con una iluminación lateral, en la Luna la sombra se hace 20 veces


mayor que la altura del cuerpo que la origina.

Figura 46. El Monte Pico (Mons Pico) se observa a través del


telescopio, como una roca afilada y abrupta

Este fenómeno es de gran ayuda para los astrónomos: gracias a la


longitud de las sombras, es posible observar en la Luna, con el
telescopio, objetos de una altura de 30 m. Pero la misma
circunstancia nos lleva a exagerar las variaciones del relieve lunar. El
Monte Pico (Mons Pico), por ejemplo, se observa tan escarpado a
través del telescopio, que da la impresión de ser una roca afilada y
abrupta (figura 46).
Así se representaba antes. Pero observándolo desde la superficie
lunar, se ve de forma completamente distinta, tal cual se representa
en la figura 47.
Figura 47. A un observador situado en la superficie de la Luna, el
Monte Pico (Mons Pico) le parecerá de suaves pendientes

En cambio, otras particularidades del relieve de la Luna son, a la


inversa, subestimadas. Con el telescopio observamos en la superficie
de la Luna grietas estrechas, apenas visibles, y nos parece que no
pueden jugar un papel importante en el paisaje lunar. Pero
transportados a la superficie de nuestro satélite, veríamos en tales
sitios, a nuestros pies, un profundo precipicio negro que se
extendería lejos; más allá del horizonte.
Otro ejemplo: sobre la Luna se encuentra la Cordillera Recta (Montes
Recti), escalón vertical que corta una de sus llanuras. Mirando esta
pared en el mapa (figura 48), olvidamos que tiene 300 m de altura;
situados en las cercanías, nos sentiríamos defraudados por su poca
altura.

Figura 48. La “Cordillera Recta” (Montes Recti) de la Luna vista a


través del telescopio

En la figura 49 el artista intentó representar esta pared vertical, vista


desde abajo: su extremo se pierde a lo lejos, en el horizonte, pues se
extiende por más de 100 km.
Figura 49. Como vería la “Cordillera Recta” (Montes Recti), un
observador que se encontrara cerca de su base

Figura 50. Una “grieta” lunar observada de cerca

De igual manera, las estrechas grietas que se distinguen en la


superficie de la Luna con potentes telescopios, vistas de cerca se ven
como hendiduras gigantescas (figura 50).

11. El cielo de la luna


Un firmamento negro
Si un habitante de la Tierra se encontrara en la Luna, llamarían su
atención, tres circunstancias extraordinarias.
Notaría en primer lugar el extraño color del cielo diurno en la Luna:
en lugar de la cúpula azul habitual, vería extenderse un firmamento
completamente negro sembrado de innumerables estrellas,
claramente visibles y sin el más pequeño centelleo, y esto aun
brillando el Sol. La causa de este fenómeno está en la ausencia de
atmósfera en la Luna.
“Bóveda celeste de un cielo sereno y diáfano, dice
Flammarion [38] con su característico lenguaje animado, suave rubor
de las auroras, majestuoso resplandor de los ocasos, encantadora
belleza de los paisajes solitarios, brumosa perspectiva de los campos
y praderas, y vosotras, aguas especulares de los lagos que reflejáis
melancólicas el lejano cielo azulado encerrando toda su infinitud en
vuestras profundidades, sabed que vuestra existencia y toda su
belleza dependen sólo de ese ligero fluido extendido sobre la esfera
terrestre. Sin él, ninguna de estas delicias, ninguna de estas
suntuosas bellezas existiría.
“En lugar del cielo azulado nos rodearía un espacio negro insondable;
sin los sublimes crepúsculos, se sucederían bruscamente, sin
transiciones, los días y las noches; en vez de los suaves matices que
vemos allí donde no llegan directamente deslumbrantes rayos de
Febo, habría sólo una brillante claridad en los sitios iluminados por el
astro refulgente y reinarían las tinieblas en todos los demás.”
Basta un discreto enrarecimiento de la atmósfera para que el color
azulado del cielo se oscurezca visiblemente. El capitán del globo
estratosférico soviético “Osoaviajim”, trágicamente desaparecido en
1934, a la altura de 21 km veía sobre sí un cielo casi negro.
El cuadro fantástico sobre la iluminación de la naturaleza, descrito en
el fragmento que antecede, se realiza de manera plena en la Luna:
un cielo negro, ausencia de auroras y ocasos, brillo deslumbrante de
los lugares iluminados y oscuridad intensa y sin medios tonos en las
sombras.

La Tierra en el cielo de la Luna


En segundo lugar, vería desde la Luna, el disco gigante de la Tierra
colgando en el cielo. Al viajero le parecería extraño que el globo
terrestre que al partir hacia la Luna dejó aquí abajo, se encuentre
inesperadamente allá arriba.
En el espacio no hay para ninguno de los mundos: ni arriba ni abajo,
y no deberías sorprenderte si, dejando la Tierra abajo, la vieras arriba
cuando llegaras a la Luna.
El disco de la Tierra que pende en el cielo de la Luna es inmenso: su
diámetro es aproximadamente cuatro veces mayor que el diámetro
del disco lunar que nosotros vemos en el cielo de la Tierra. Este será
el tercer hecho sorprendente que espera al viajero lunar.
Si en las noches de Luna nuestros paisajes están bien iluminados, las
noches de Luna deben ser extraordinariamente claras, con los rayos
de la “Tierra llena” y cuyo disco es 14 veces mayor que el de la Luna.
El brillo de un astro depende no sólo de su diámetro, sino también de
la capacidad de reflexión de su superficie. En este aspecto la
superficie de la Tierra supera 6 veces a la de la Luna [39]; por esta
razón, la luz de la “Tierra llena” debe iluminar a la Luna con una luz
90 veces más fuerte que la luz con la que la Luna llena ilumina la
Tierra. En las “noches de claro de Tierra” en la Luna sería posible leer
impresos en pequeños caracteres. La iluminación del suelo de la Luna
por la Tierra es tan brillante, que nos permite distinguir a una
distancia de 400.000 km la parte nocturna o no iluminada del globo
lunar, en forma de un confuso centelleo, dentro de una hoz estrecha;
este centelleo es lo que se llama “luz cenicienta” de la Luna. Imagina
90 Lunas llenas arrojando su luz desde el cielo, ten presente además,
la ausencia de atmósfera en nuestro satélite, que absorbería parte de
la luz, y podrás formarte así una idea del cuadro fantástico que han
de ofrecer los paisajes lunares, inundados en medio de la noche, por
el brillo de la “Tierra llena”.
¿Podría distinguir un observador situado en la Luna, en el disco de la
Tierra, los contornos de los continentes y de los océanos? Existe un
concepto erróneo bastante difundido, según el cual, la Tierra, en el
cielo de la Luna, constituye algo parecido al globo terrestre escolar.
Así la representan los artistas cuando tienen que dibujar la Tierra en
el espacio; con los contornos de los continentes, con copos de nieve
en las regiones polares y otros detalles semejantes.
Todo esto pertenece al terreno de la fantasía. Observando desde
afuera la esfera terrestre, no se pueden distinguir esos detalles. Sin
hablar de las nubes, que habitualmente cubren la mitad de la
superficie terrestre, la misma atmósfera dispersa fuertemente los
rayos solares; por esta razón la Tierra debe aparecer tan brillante y
tan inescrutable a la vista como Venus.
El astrónomo de Pulkovo[40], G. A. Tijov, tras haber estudiado este
problema, escribió:
“Si miráramos a la Tierra desde el espacio, veríamos un disco de
color blanco intenso en el cielo y apenas distinguiríamos algunos
detalles de su superficie. Una inmensa parte de la luz que el Sol envía
a la Tierra se dispersa en el espacio, debido a la atmósfera y sus
componentes, antes de alcanzar la superficie de la Tierra. Y la luz que
refleja la superficie misma, se debilita fuertemente otra a vez, a
causa de una nueva dispersión en la atmósfera.”
Escribe Tyndall[41] en su libro sobre la luz: La capacidad del suelo
lunar, de dispersar los rayos del Sol que lo iluminan, es por término
medio, igual a la capacidad de dispersión de las rocas volcánicas
oscuras.
Así, pues, mientras que la Luna nos muestra en forma precisa todos
los detalles de su superficie, la Tierra esconde su faz a la Luna y a
todo el universo, bajo el velo brillante de su atmósfera.
Pero no sólo por esto se distingue el astro nocturno lunar del
terrestre. En nuestro cielo, la Luna sale y se pone, recorre su camino
junto con la bóveda estrellada. En el cielo de la Luna, la Tierra no
realiza este movimiento. Allí la Tierra no sale ni se pone, ni toma
parte en el armonioso y extremadamente lento, cortejo de estrellas.
Pende en el cielo casi inmóvil, ocupando una posición definida para
cada punto de la Luna, mientras las estrellas se deslizan lentamente
detrás de ella. Esto es consecuencia de la propiedad ya examinada
del movimiento de la Luna, según la cual, nuestro satélite dirige hacia
la Tierra siempre la misma cara de su superficie. Para un observador
lunar, la Tierra está colgada casi inmóvil de la cúpula del cielo. Si la
Tierra está en el cenit de algún cráter lunar, no abandona nunca su
posición Cenital. Si es visible desde algún punto en el horizonte,
permanece eternamente en el horizonte para dicho punto. Solo la
libración de la Luna, sobre la cual ya hemos hablado, interrumpe
ligeramente esta inmovilidad. El cielo estrellado realiza detrás del
disco de la Tierra su lenta rotación, en 27 1/3 de nuestros días. El Sol
da una vuelta al cielo en 29 ½ días; los planetas ejecutan
movimientos similares y sólo la Tierra permanece casi inmóvil en el
cielo negro.
Pero aunque la Tierra se mantiene en un mismo sitio, gira
rápidamente alrededor de su eje en 24 horas, y si su atmósfera fuera
transparente, nuestro planeta podría servir de cómodo reloj celeste a
los futuros pasajeros de las naves interplanetarias. Aparte de esto, la
Tierra tiene las mismas fases que las que muestra la Luna en nuestro
cielo. Es decir, que nuestro mundo no siempre brilla en el cielo de la
Luna como un disco entero; aparece también en forma de
semicírculo, en forma de hoz más o menos estrecha, en forma de
círculo incompleto, dependiendo de qué área de la mitad de la Tierra
iluminada por el Sol, esté dirigida hacia la Luna.
Dibujando las posiciones respectivas del Sol, la Tierra y la Luna, te
convencerás fácilmente de que la Tierra y la Luna deberán mostrar
fases opuestas, la una a la otra.

Figura 51. “Tierra nueva” en la Luna. El disco negro de la Tierra está


rodeado de un borde brillante debido al fulgor de la atmósfera
terrestre

Cuando observamos la Luna nueva, el observador lunar debe ver el


disco entero de la Tierra, “Tierra llena”; y recíprocamente, cuando
nosotros tenemos Luna llena, en la Luna hay “Tierra nueva” (figura
51); cuando veamos la hoz afilada y estrecha del cuarto creciente,
desde la Luna se podrá observar la Tierra en cuarto menguante, y a
nuestro astro le faltará, para completar el disco, una hoz similar a la
que en ese momento nos enseña la Luna. Las fases de la Tierra no
tienen contornos tan precisos como las de la Luna, la atmósfera
terrestre hace borrosos los límites de la luz y da lugar a esa lenta
transición del día a la noche, y viceversa, que nosotros observamos
en la Tierra en forma de crepúsculo.
Otra diferencia entre las fases de la Luna y las de la Tierra es la
siguiente. En la Tierra nunca vemos la Luna en el momento mismo de
aparecer la Luna nueva. A pesar de que habitualmente se encuentra
en ese momento más alta o más baja que el Sol (a veces 5º, es
decir, 10 diámetros lunares) de modo que se podrá ver un estrecho
borde de la esfera lunar iluminado por el Sol, sin embargo, la Luna
permanece invisible a nuestra vista, pues el brillo del Sol ahoga el
discreto brillo del hilo de plata de la Luna nueva.

Figura 52. La “Tierra creciente” en el cielo la Luna. El círculo blanco


que está debajo de la Tierra, es el Sol

Usualmente no observamos la Luna nueva hasta dos días después,


cuando ya se ha separado a suficiente distancia del Sol, y sólo en
casos muy raros (en primavera), un día después. Esto no sucederá
para quien observe la “Tierra nueva” desde la Luna; allá no hay
atmósfera que disperse los rayos del Sol, para que pueda crear
alrededor del astro diurno una aureola brillante. Allá no se pierden las
estrellas y los planetas en los rayos del Sol y pueden distinguirse bien
en el cielo, en su vecindad inmediata.
Por esto, cuando la Tierra no se halle en línea recta frente al Sol (es
decir, que no esté al momento de ocurrir un eclipse), sino un poco
más alta o más baja que él, siempre será visible en el cielo negro
sembrado de estrellas de nuestro satélite, en forma de una hoz
estrecha, con los cuernos dirigidos en dirección opuesta al Sol (figura
52). A medida que la Tierra se desplaza hacia la izquierda del Sol, la
hoz parece girar hacia la izquierda.
Pueden verse fenómenos correspondientes a los aquí descritos,
observando la Luna con un pequeño anteojo: en la Luna llena, el
disco del astro nocturno no se ve en forma de círculo completo; como
los centros de la Luna y del Sol no se encuentran en línea recta con
los ojos del observador, en el disco de la Luna falta una hoz delgada
que, como una franja oscura, se desliza hacia la izquierda cerca del
borde del disco iluminado a medida que la Luna se mueve hacia la
derecha.
Pero la Tierra y la Luna siempre se muestran entre sí, fases opuestas,
y por esto, en el momento descrito, el observador lunar verá una
estrecha hoz correspondiente a la “Tierra nueva”.

Figura 53. Lentos movimientos de la Tierra cerca del horizonte lunar


a consecuencia de la libración. La línea punteada es la trayectoria del
centro del disco terrestre

Hemos dicho de paso, que se siente la libración de la Luna porque la


Tierra no está totalmente inmóvil en el cielo de la Luna: nuestro
planeta oscila, alrededor de una posición media, 14º en dirección
Norte-Sur y 16º en dirección Oeste-Este.
Por la misma razón, en los puntos de la Luna desde los cuales se ve
la Tierra en el horizonte, nuestro planeta parece ponerse, y poco
después sale nuevamente, describiendo extrañas curvas (figura 53).
Estas salidas y puestas de la Tierra en un lugar del horizonte, sin dar
la vuelta alrededor del cielo, pueden durar muchos días terrestres.

Los eclipses en la Luna


El cuadro recién esbozado del cielo lunar se completa con la
descripción de esos espectaculares fenómenos celestes llamados
eclipses. En la Luna hay dos clases de eclipses: “de Sol” y “de Tierra”.
Los primeros son parecidos a los eclipses solares conocidos por
nosotros, pero resultan extraordinariamente llamativos. Se producen
en la Luna cuando ocurren eclipses de Luna en la Tierra, ya que la
Tierra se sitúa en la línea que une los centros del Sol y de la Luna.
Nuestro satélite se sumerge en ese momento dentro de la sombra
arrojada por la esfera terrestre. Quien haya visto la Luna en dichos
eclipses, sabe que nuestro satélite no se ve privado totalmente de
luz, no desaparece de la vista; generalmente es visible debido a la
penetración de los rayos rojo cereza dentro del cono de sombra de la
Tierra. Si en ese momento nos trasladáramos a la superficie de la
Luna y observáramos desde allá la Tierra, comprenderíamos
claramente la causa de la iluminación rojiza; en el cielo de la Luna el
globo terrestre, situado delante del Sol brillante, aunque mucho
menor que éste, aparece como un disco negro rodeado por el borde
purpúreo de su atmósfera. Este borde es precisamente el que ilumina
con luz rojiza a la Luna sumergida en la sombra (figura 54).
Figura 54. Curso de un eclipse solar en la Luna: el Sol, S, pasa
lentamente detrás del disco de la Tierra, T, que pende inmóvil en el
cielo de la Luna

Un eclipse de Sol dura en la Luna más de 4 horas y no sólo unos


minutos como ocurre en la Tierra; es decir, tanto como un eclipse de
Luna para nosotros, pues en realidad no es más que nuestro eclipse
lunar observado, no desde la Tierra, sino desde la Luna.
En cuanto a los eclipses “de Tierra”, son tan pequeños que apenas si
merecen la denominación de eclipses. Se producen en los momentos
en que se ven los eclipses de Sol en la Tierra. En el enorme disco de
la Tierra el observador lunar verá un pequeño círculo negro móvil,
que cubre los lugares de la superficie de la Tierra desde los cuales se
puede contemplar el eclipse de Sol.
Es de señalar que no se pueden observar eclipses de Sol como los
que vemos desde la Tierra, en ningún otro lugar del sistema
planetario. Nosotros disfrutamos de estos espectáculos excepcionales
por una circunstancia casual: la Luna que oculta al Sol está
exactamente tantas veces más cerca de nosotros que del Sol como
veces el diámetro lunar es menor que el solar, coincidencia que no se
repite en ningún otro planeta.

12. ¿Para qué observan los astrónomos los eclipses?


Gracias a la casualidad que acabamos de mencionar, la longitud del
cono de sombra que permanentemente lleva consigo nuestro satélite,
alcanza a veces la superficie de la Tierra (figura 55). A decir verdad,
la longitud media del cono de sombra de la Luna es menor que la
distancia media de la Luna a la Tierra, y si solo tuviéramos en cuenta
las magnitudes medias, llegaríamos a la conclusión de que nunca
habría eclipses totales de Sol.
Estos se producen en realidad porque la Luna se mueve alrededor de
la Tierra siguiendo una elipse, lo que hace que en algunas partes de
su órbita se encuentre 42.200 km más cerca de la superficie de la
Tierra que en otras; pues la distancia de la Luna varía entre 356.900
y 399.100 km.
Figura 55. El extremo del cono de sombra de la Luna se desliza por la
superficie de la Tierra; en los lugares cubiertos por esa sombra,
resulta visible el eclipse de Sol

Conforme se desliza el extremo de la sombra de la Luna sobre la


superficie de la Tierra, traza sobre ésta, la “zona de visibilidad del
eclipse solar”. Esta zona no tiene más de 300 km de ancho y, por lo
tanto, es bastante limitado el número de lugares desde los que se
puede admirar el espectáculo del eclipse de Sol. Si a esto se agrega
que la duración total del eclipse solar se cuenta en minutos (no más
de 8 minutos), se comprende por qué tal eclipse resulta ser un
espectáculo extraordinariamente raro. Sucede una vez cada dos o
tres siglos, para cada punto del globo terrestre.
Por esta razón, los hombres de ciencia se lanzan literalmente a la
caza de eclipses solares, y organizan expediciones especiales a
lugares, algunas veces muy alejados, desde donde se puede observar
este fenómeno. El eclipse de Sol de 1936 (19 de junio) solo se vio
como eclipse total en los límites de la Unión Soviética, y para poderlo
observar durante dos minutos, vinieron a nuestro país setenta
hombres de ciencia extranjeros, de diez países distintos. Los
esfuerzos de cuatro expediciones resultaron vanos debido al tiempo
nublado. El esfuerzo desplegado por los astrónomos soviéticos para la
observación de este eclipse fue extraordinario. Se enviaron cerca de
30 expediciones soviéticas a la zona del eclipse total.
En el año 1941, a pesar de la guerra, el gobierno soviético organizó
una serie de expediciones que se distribuyeron a lo largo de la zona
de eclipse total, desde el lago Ladoga hasta Alma-Atá[42]. Y en 1947
una expedición soviética se dirigió al Brasil para la observación del
eclipse total de Sol, del 20 de mayo de ese año. El trabajo que se
realizó en la Unión Soviética para la observación de los eclipses
totales de Sol, del 25 de febrero de 1952 y del 30 de junio de 1954,
fue bastante intenso.
Aunque los eclipses de Luna se producen ocasionalmente, una vez y
media más que los de Sol, se observan sin embargo mucho más a
menudo. Esta paradoja astronómica se explica fácilmente.
Solo se puede observar el eclipse de Sol en nuestro planeta, en la
zona circunscrita, en la que la Luna oculta al Sol; en los límites de
esta estrecha zona, el eclipse es total en algunos puntos, y parcial en
otros (es decir, que el Sol se oculta parcialmente). El eclipse de Sol
comienza en momentos diferentes, en distintos puntos de la zona, no
por la diferencia que existe en cuanto a las zonas horarias, sino
porque la sombra de la Luna se desplaza sobre la superficie de la
Tierra y va cubriendo sucesivamente, a distintas horas, los diferentes
puntos en los que es visible el eclipse.
El eclipse de Luna transcurre de manera totalmente distinta. Se
observa al mismo tiempo, en toda la mitad del globo terrestre en que
es visible la Luna en ese momento, es decir, en que la mitad de la
Tierra que está sobre el horizonte. Las fases consecutivas del eclipse
lunar se producen para todos los puntos de la superficie de la Tierra
en el mismo instante; la diferencia entre los lugares en los que es
visible, solo está condicionada por sus husos horarios.
Por esta razón los astrónomos no tienen que “lanzarse a la caza” de
los eclipses de Luna; estos se les presentan en su propia casa. Pero
para cazar un eclipse de Sol, algunas veces se hace necesario realizar
enormes viajes. Los astrónomos preparan expediciones a islas del
trópico, muy remotas, tanto al Este como al Oeste, para poder
observar sólo por unos minutos, el ocultamiento del disco solar detrás
del disco negro de la Luna.
¿Tiene sentido preparar expediciones tan costosas para realizar tan
breves observaciones?
¿No será posible realizar esas mismas observaciones sin esperar el
ocultamiento casual del Sol detrás de la Luna? ¿Por qué los
astrónomos no simulan artificialmente eclipses de Sol, ocultando en
el telescopio su imagen con círculos que les permitan observar esa
periferia solar que tanto les interesa durante los eclipses?
Este eclipse solar artificial no permite alcanzar los resultados que se
observan durante el ocultamiento real del Sol detrás de la Luna.
Porque los rayos del Sol, antes de llegar a nuestros ojos, pasan a
través de la atmósfera terrestre y las partículas de aire los dispersan.
A esto se debe que veamos el cielo, durante el día, como una cúpula
celeste clara y no negra y sembrada de estrellas, como lo veríamos,
incluso de día, en ausencia de atmósfera.
Si ocultamos el Sol con una pantalla y dejamos en el fondo el océano
de aire, aunque protejamos nuestra vista de los rayos directos del
astro diurno, la atmósfera continuará como antes, sobre nosotros,
sumergida en la luz solar, y seguirá dispersando los rayos e
imposibilitando la visión de las estrellas. Esto no sucede si la pantalla
eclipsante se encuentra fuera de los límites de la atmósfera. La Luna
es una pantalla de este tipo, por hallarse lejos de nosotros, mil veces
más lejos que el límite de la atmósfera. Los rayos del Sol se detienen
en esa pantalla antes de penetrar en la atmósfera terrestre, y en
consecuencia, no se produce la dispersión de la luz en la zona del
eclipse. En realidad, esto no es totalmente cierto; en la zona de
sombra penetran siempre algunos rayos dispersos por los territorios
iluminados próximos, y ésta es la razón de que el cielo, en un eclipse
total de Sol, nunca esté tan negro como en una noche cerrada. En
esas circunstancias sólo son visibles las estrellas más brillantes.
¿Qué buscan los astrónomos con la observación del eclipse total de
Sol? Señalemos lo más importante. Su primer objetivo es la
observación de la “inversión” de las líneas espectrales en la capa
exterior del Sol. Las líneas del espectro solar, que se ven oscuras en
la franja clara del espectro, se vuelven claras sobre un fondo oscuro,
durante algunos segundos, tan pronto se produce el ocultamiento
total del Sol detrás del disco de la Luna: el espectro de absorción se
transforma en un espectro de emisión.
Se le llama “espectro relámpago”. Este fenómeno, que proporciona
valiosos datos para juzgar la naturaleza de la capa superficial del Sol,
se manifiesta durante el eclipse de forma tan nítida, que los
astrónomos hacen todo lo posible para no perder semejante
oportunidad, aunque también se puede observar en las condiciones
señaladas y no sólo en el momento en que se presenta el eclipse.

Figura 56. Durante los eclipses totales de Sol, alrededor del disco
negro de la Luna aparece la “corona solar”.

Su segundo objetivo es la investigación de la corona solar. La corona


es el más importante de los fenómenos observables en un eclipse
total de Sol: alrededor del círculo completamente negro de la Luna
ribeteada con los salientes ígneos (protuberancias) de la superficie
exterior del Sol, brilla una aureola perlada de diversos tamaños y
formas en los distintos eclipses (figura 56).
Los rayos de esta aureola, con frecuencia, tienen una longitud varias
veces mayor que el diámetro solar, y su brillo, sólo la mitad del brillo
de la Luna llena.
Durante el eclipse de 1.936, la corona solar apareció
excepcionalmente brillante, más brillante que la Luna llena, lo cual
sucede muy raras veces. Los rayos de la corona, bastante largos y un
poco borrosos, se extendían a tres y más diámetros solares; en
conjunto, la corona tenía la forma de una estrella pentagonal cuyo
centro ocupaba el disco oscuro de la Luna.
Hasta la fecha no se ha aclarado la naturaleza de la corona solar.
Durante los eclipses, los astrónomos toman fotografías de la corona,
miden su brillo y estudian su espectro. Todo esto ayuda a investigar
su estructura física.
Su tercer objetivo hace referencia a un planteamiento surgido en los
últimos decenios. Se trata de comprobar una de las consecuencias de
la teoría general de la relatividad. De acuerdo con la teoría de la
relatividad, los rayos de las estrellas que pasan cerca del Sol
experimentan la influencia de su gigantesca atracción y sufren una
desviación, que debe manifestarse en un desplazamiento aparente de
las estrellas cercanas al disco solar (figura 57). Solo se puede
comprobar esta consecuencia, durante un eclipse total de Sol.

Figura 57. El Sol desvía la trayectoria de los rayos de las estrellas que
pasan cerca de él, por esto, las estrellas cercanas al disco solar
sufren una desviación aparente de su posición.

Las medidas efectuadas en los eclipses de 1.919, 1.922, 1.926 y


1.936, no arrojaron resultados decisivos, en sentido riguroso, y aún
sigue pendiente la confirmación experimental de esta consecuencia
derivada de la teoría de la relatividad[43].
Éstos son los principales objetivos por los que los astrónomos
abandonan sus observatorios y se dirigen a lugares alejados, a veces
inhóspitos, para observar los eclipses solares. En cuanto al
espectáculo del eclipse total de Sol, en nuestra literatura hay una
estupenda descripción de este raro fenómeno natural (V. G.
Korolenko[44], El eclipse. La descripción se refiere al eclipse de agosto
de 1.889; la observación se efectuó a orillas del Volga, en la ciudad
de Yuriévets.) Damos a continuación un extracto del relato de
Korolenko, con algunas omisiones sin importancia:
“El Sol se sumerge en un instante en una amplia mancha nebulosa y
se muestra más allá de las nubes visiblemente reducido…
Ahora se puede mirar directamente, y ayuda a ello el fino vapor que
por todas partes humea en el aire y suaviza el brillo cegador.
Silencio. En alguna parte se oye una respiración pesada, nerviosa…
Pasa media hora. El día brilla por doquier igual que antes; algunas
nubecillas cubren y descubren el Sol, que boga ahora por el cielo en
forma de hoz.
“Entre los jóvenes reina una animación despreocupada, con una
mezcla de curiosidad.
Los ancianos suspiran; las ancianas, como histéricas, se quejan a
gritos, y algunas incluso gimen y lanzan alaridos como si les dolieran
las muelas.
El día comienza a palidecer en forma ostensible. Los rostros toman un
tinte de miedo; las sombras de las figuras humanas yacen pálidas
sobre la tierra, sin brillo. Un barco que se desliza por la corriente
pasa como un fantasma. Sus contornos se hacen vagos, sus colores
se vuelven menos definidos. La cantidad de luz, al parecer,
disminuye; pero como las sombras densas del atardecer están
ausentes y no hay juego de luces reflejadas por las capas inferiores
de la atmósfera, este crepúsculo resulta extraño e inusual. El paisaje
parece desvanecerse; la hierba pierde su verdor y las montañas
toman un aspecto irreal.
Sin embargo, aún se ve un estrecho borde brillante de Sol en forma
de hoz, y se tiene la impresión de que el día continúa, aunque muy
apagado. Me parece que los relatos sobre la oscuridad que reina
durante los eclipses son exagerados. ‘¿Es posible -me dije- que esta
ínfima chispa de Sol que aún queda encendida, como una última vela
olvidada, sea capaz de iluminar tanto este inmenso mundo?... ¿Acaso
cuando ella se extinga va a caer bruscamente la noche?
Pero he aquí que la chispa desapareció. De pronto, como si se
desprendiera con esfuerzo de un apretado abrazo, brilló como una
gota de oro y se extinguió. Y entonces se esparcieron sobre la Tierra
densas tinieblas. Capté el momento en que la oscuridad completa
cayó sobre el crepúsculo. Apareció por el Sur y, como un velo
gigantesco, pasó rápidamente, extendiéndose sobre las montañas,
sobre los ríos, sobre las praderas, abarcando todo el espacio celeste;
nos envolvió por todas partes y en un instante se cerró por el Norte.
Yo estaba entonces abajo, en un banco de arena de la orilla, y
observaba la muchedumbre. Reinaba un silencio sepulcral... Los
hombres formaban una masa oscura... Pero ésta no era una noche
como las demás.
Había tan poca luz, que las miradas buscaban involuntariamente el
brillo plateado de la Luna que invade la oscuridad azul de una noche
normal. Pero por ninguna parte se veían rayos luminosos. Era como si
una ceniza liviana, imperceptible para la vista, se desparramara
desde lo alto sobre la Tierra, o como si una red de malla muy fina
pendiera en el aire. Allá arriba, en las capas superiores de la
atmósfera, se adivina un espacio luminoso que penetra en la
oscuridad y funde las sombras, a las que priva de forma y densidad.
Y por encima de toda una naturaleza asombrada por el milagroso
panorama corren nubes que parecen entregarse a una lucha
cautivante... Un cuerpo enemigo, redondo y oscuro como una araña,
se agarró al Sol ardiente, y ambos corren juntos más allá de las
nubes. Un cierto resplandor, que sale en forma de reflejos
cambiantes de detrás del escudo de sombras, da movimiento y vida
al espectáculo, y las nubes refuerzan aún más la ilusión con su
silenciosa e inquieta carrera.”
Los eclipses de Luna no poseen para los astrónomos contemporáneos
tanto interés como los eclipses de Sol. Nuestros antepasados veían
en los eclipses de Luna un medio cómodo para convencerse de la
forma esférica de la Tierra. Recordemos el papel que jugó esta
prueba en el viaje de circunnavegación de Magallanes.
Cuando después de largos y agotadores días de viaje por las
desiertas aguas del océano Pacífico los marineros cayeron en la
desesperación, convencidos de que se alejaban cada vez más de la
tierra firme por un mar que no tenía fin, sólo Magallanes conservó el
coraje.
“Aunque la Iglesia siempre sostuvo, basándose en las Sagradas
Escrituras, que la Tierra es una planicie rodeada por agua -relata uno
de los compañeros del gran navegante-, Magallanes extrajo fuerzas
del siguiente razonamiento: en los eclipses de Luna la sombra
arrojada por la Tierra es circular, y si tal es la sombra, tal debe ser el
objeto que la arroja...”
En los libros antiguos de astronomía encontramos también dibujos
que explican la relación entre la forma de la sombra de la Luna y la
forma de la Tierra (figura 58).
Ahora ya no necesitamos estas demostraciones. Hoy en día, los
eclipses de Luna nos dan la posibilidad de conocer la naturaleza de
las capas superiores de la atmósfera terrestre, por el brillo y el color
de la Luna.

Figura 58. Dibujo antiguo que ilustra la idea de que por la forma de la
sombra de la Tierra en el disco de la Luna se puede juzgar la forma
del nuestro.

Como bien se sabe, la Luna no desaparece totalmente en la sombra


de la Tierra y continúa siendo visible debido a los rayos del Sol
refractados dentro del cono de sombra. La intensidad de la
iluminación de la Luna en ese momento y sus matices, resultan de
gran interés para los astrónomos, y según se ha podido comprobar,
guardan una sorprendente relación con el número de las manchas
solares. En los últimos tiempos también se aprovechan los eclipses de
Luna, para medir la velocidad de enfriamiento de su superficie,
cuando se ve privada del calor del Sol. Más adelante volveremos a
hablar sobre esto.
13. ¿Por qué los eclipses se repiten cada 18 años?
Mucho antes de nuestra era, los observadores babilónicos del cielo
notaron que los eclipses de Sol y de Luna se repiten en serie cada 18
años y 10 días. Ellos llamaron “saros” a este período[45]. Sirviéndose
del saros, los antiguos predecían la aparición de los eclipses, pero no
sabían a qué se debía una periodicidad tan regular ni por qué tienen
esta duración y no otra.
Mucho más tarde se encontró la causa de la periodicidad de los
eclipses, como resultado del estudio cuidadoso de los movimientos de
la Luna. ¿Cuánto tiempo dura una revolución de la Luna alrededor de
su órbita? La respuesta a esta pregunta puede variar, dependiendo
del momento que se tome como término de una vuelta de la Luna
alrededor de la Tierra. Los astrónomos distinguen cinco tipos de
meses [46], de los cuales nos interesan ahora sólo dos:

• El mes “sinódico”, es decir, el intervalo de tiempo en que la


Luna realiza una vuelta completa alrededor de su órbita, si se
sigue este movimiento desde el Sol. Este es el período de
tiempo que transcurre entre dos fases iguales de la Luna, por
ejemplo, de una Luna nueva a otra Luna nueva. Es igual a
29,5306 días.
• El mes “draconítico”, que es el espacio de tiempo al cabo del
cual la Luna vuelve al mismo “nodo” de su órbita (los nodos son
las intersecciones de la órbita de la Luna con el plano de la
órbita de la Tierra). La duración de este mes es de 27,212 días.

Resulta fácil comprender que los eclipses sólo se producen cuando la


Luna se encuentra en uno de los nodos, en las fases de Luna nueva o
de Luna llena: su centro se encuentra en línea recta con los centros
de la Tierra y del Sol. Es evidente que si hoy se produce un eclipse,
deberá producirse nuevamente al cabo de un espacio de tiempo en el
cual se cumpla un número entero de meses sinódicos y draconíticos,
pues se repetirán las condiciones en las cuales se produce un eclipse.
¿Cómo encontrar este espacio dé tiempo? Para esto es necesario
resolver la ecuación:

29,5306 x = 27,2122 y

donde x e y son números enteros. Planteándola en forma de


proporción,

x/y = 272.122/295.306

Se observa que la solución más simple es:

x = 272.122, y = 295.306.
Resulta así un período enorme de decenas de milenios, sin valor
práctico. Los antiguos astrónomos se conformaron con una solución
aproximada. El medio más cómodo para hallar esa aproximación lo
dan las fracciones continuas.
Transformemos el quebrado:

272.122/295.306

en fracción continua. Para ello extraemos la parte entera, así:

295.306/272122 = 1 + 23.184/272.122

En el último quebrado dividimos el numerador y el denominador por


el numerador:

El numerador y el denominador del quebrado 17.098/23.184 los


dividimos por el numerador y así procederemos en adelante.
Obtenemos como resultado final:

De esta fracción, tomando los primeros términos y despreciando los


restantes, obtenemos las siguientes aproximaciones consecutivas:

12/11, 13/12, 38/35, 51/47, 242/223, 1019/ 939, etc.

El quinto quebrado de esta serie ya da suficiente precisión. Si nos


detenemos en él, es decir, si se toman los valores x = 223 e y = 242,
se obtiene un período de repetición de los eclipses igual á 223 días
sinódicos o a 242 draconíticos. Esto constituye 6.585 días, es decir,
18 años 11,3 días (ó 10,3 días)[47].
Este es el origen del saros. Sabiendo de donde procede, podemos
dejar de lado el cálculo y predecir por medio de él, con bastante
precisión, los eclipses. Vemos que, tomando el saros igual a 18 años
10 días, despreciamos 0,3 días[48]. Esto se debe tener en cuenta, ya
que el eclipse predicho con este período simplificado caerá a una hora
del día, diferente a la del eclipse anterior (aproximadamente 8 horas
más tarde), y sólo al emplear un período igual al triple del saros, el
eclipse se repetirá casi en el mismo momento del día. Además de
esto, el saros no tiene en cuenta los cambios de distancia de la Luna
a la Tierra y de la Tierra al Sol, cambios que tienen su periodicidad;
de estas distancias depende que el eclipse de Sol sea total o no. El
saros solo nos da la posibilidad de predecir qué día determinado ha
de ocurrir un eclipse, pero no permite augurar si será total, parcial o
anular, o si podrá ser observado en los mismos lugares que el eclipse
anterior.
Finalmente, sucede también que un eclipse parcial de Sol que es
insignificante, 18 años después disminuye hasta cero, es decir, deja
de observarse totalmente, y a la inversa, a veces se hace visible un
pequeño eclipse parcial de Sol, que antes no era observable.
En nuestros días los astrónomos no utilizan el saros. Los movimientos
caprichosos del satélite de la Tierra están tan bien estudiados, que se
predice el eclipse con exactitud de segundos. Si no se cumple la
predicción de un eclipse, los hombres de ciencia contemporáneos
estarán dispuestos a admitir cualquier cosa antes que aceptar que
sus cálculos han fallado.
Esto fue muy bien señalado por Julio Verne, quien, en su novela El
país de las pieles [49], nos hace el relato de un astrónomo que se
dirigió al polo para observar un eclipse de Sol que, a pesar de haber
sido previsto, no se produjo. ¿Qué conclusión sacó de esto el
astrónomo? Explicó a sus acompañantes que la superficie helada en
que se encontraban no era un continente, sino un hielo flotante que
había sido transportado por las corrientes marinas fuera de la zona
del eclipse. Esta afirmación resultó ser correcta. He ahí un ejemplo de
profunda convicción en la ciencia.

14. ¿Es posible?


Testigos oculares refieren que durante un eclipse de Luna han podido
observar sobre el horizonte, en un lado del cielo, el disco del Sol y en
el otro lado, al mismo tiempo, el disco oscurecido de la Luna.
Este fenómeno también se observó en 1936, en el eclipse parcial de
Luna del 4 de julio.
Uno de mis lectores me escribió lo siguiente:
“El 4 de julio, ya tarde, a las 20 horas y 31 minutos, salió la Luna, y a
las 20 horas y 45 minutos se puso el Sol; en el momento de la salida
de la Luna ocurrió el eclipse lunar, aunque la Luna y el Sol eran
visibles al mismo tiempo sobre el horizonte. Esto me asombró mucho,
porque los rayos de luz se propagan en línea recta.”
El espectáculo en verdad resulta enigmático: a pesar de que la
muchacha de Chejov afirma que a través de un vidrio ahumado no se
puede “ver la línea que une los centros del Sol y de la Luna”, es
posible trazar mentalmente esta línea cuando el Sol y la Luna están al
lado de la Tierra. ¿Si la Tierra no intercepta a la Luna y al Sol, puede
producirse un eclipse? ¿Puede creerse el testimonio del testigo
ocular?
En realidad, en una observación como esta no hay nada de
inverosímil. Que el Sol y la Luna sean visibles en el cielo al mismo
tiempo, durante un eclipse, depende de la curvatura de los rayos de
luz en la atmósfera terrestre. Gracias a esta curvatura, llamada
“refracción atmosférica”, cada astro nos parece estar algo más alto
que su verdadera posición (figura 15, Capítulo 1). Cuando vemos al
Sol o a la Luna cerca del horizonte, geométricamente se encuentran
por debajo de él. Así, pues, es posible que los discos del Sol y de la
Luna sean visibles sobre el horizonte al mismo tiempo, durante un
eclipse.
“Habitualmente -escribe con motivo de esto Flammarion- se citan los
eclipses de 1666, 1668 y 1750, en los que esta rara particularidad
apareció en su forma más visible. Sin embargo, no hay necesidad de
remontarse tan lejos. El 15 de febrero de 1877, la Luna salió en París
a las 5 horas y 29 minutos y el Sol se puso a las 5 horas y 39
minutos, cuando ya comenzaba un eclipse total. El 4 de diciembre de
1880 hubo un eclipse total de Luna en París; ese día la Luna salió a
las 4 horas y el Sol se puso a las 4 horas y 2 minutos, y esto ocurrió
casi en la mitad del eclipse, que se prolongó desde las 3 horas y 3
minutos hasta las 4 horas y 35 minutos. Si este hecho no se observa
mucho más a menudo, es simplemente por falta de observadores.
Para ver la Luna en eclipse total antes de la puesta del Sol o después
de su salida, se necesita simplemente elegir en la Tierra un lugar tal
que la Luna se encuentre sobre el horizonte hacia la mitad del
eclipse. ”
15. Lo que no todos saben acerca de los eclipses
Preguntas

1. ¿Cuánto pueden durar los eclipses de Sol? ¿Y cuánto los


eclipses de Luna?
2. ¿Cuántos eclipses pueden producirse a lo largo de un año?
3. ¿Hay años sin eclipses de Sol? ¿Y sin eclipses de Luna?
4. ¿Desde qué lado avanza sobre el Sol el disco negro de la Luna
durante el eclipse, desde la derecha o desde la izquierda?
5. ¿Por qué borde empieza el eclipse de Luna, por el derecho o por
el izquierdo?
6. ¿Por qué las manchas de luz en la sombra del follaje tienen
forma de hoz durante el eclipse de Sol? (figura 60).
7. ¿Qué diferencia hay entre la forma de la hoz del Sol durante un
eclipse y la forma ordinaria de la hoz de la Luna?
8. ¿Por qué se mira el eclipse solar a través de un vidrio
ahumado?

Respuestas

1. La mayor duración de la fase total de un eclipse de Sol es de


7½ minutos (en el Ecuador, en las latitudes altas es menor).
Todas las fases del eclipse pueden abarcar hasta 4½ horas (en
el Ecuador).
2. La duración de todas las fases del eclipse de Luna alcanza hasta
4 horas; el tiempo de ocultamiento total de la Luna no dura
más de 1 hora y 50 minutos.
3. El número total de eclipses de Sol y de Luna a lo largo de un
año no puede ser mayor de 7 ni menor de 2 (en el año 1935 se
contaron 7 eclipses: 5 solares y 2 lunares).
4. No hay ningún año sin eclipses de Sol; anualmente se producen
por lo menos 2 eclipses solares. Los años sin eclipses de Luna
son bastante frecuentes; aproximadamente, uno cada 5 años.
5. En el hemisferio Norte de la Tierra el disco de la Luna se
desplaza sobre el Sol de derecha a izquierda. El primer contacto
de la Luna con el Sol debe esperarse por el lado derecho. En el
hemisferio Sur, por el lado izquierdo (figura 59).

6.
Figura 59. Para un observador en el hemisferio Norte de la
Tierra, el disco de la Luna se desplaza durante el eclipse sobre
el Sol desde la derecha y para un observador en el hemisferio
Sur, desde la izquierda
7. En el hemisferio Norte la Luna entra en la sombra de la Tierra
por su borde izquierdo; en el hemisferio Sur, por el derecho.
8. Las manchas de luz en la sombra del follaje no son otra cosa
que imágenes del Sol. Durante el eclipse el sol tiene forma de
hoz, y esa misma forma tiene que tener su imagen en la
sombra del follaje (figura 60).
La hoz de la Luna está limitada exteriormente por un
semicírculo e interiormente por una semielipse. La hoz del Sol
está limitada por dos arcos de circunferencia, de igual radio.
(ver en este capítulo: “3. Los enigmas de las fases de la Luna”.)
Figura 60. Las manchas de luz en la sombra del follaje de los
árboles durante la fase parcial de un eclipse tienen forma de
hoz

El Sol, aunque esté parcialmente oculto por la Luna, no se


puede mirar sin proteger adecuadamente los ojos. Los rayos
solares afectan a la parte más sensible de la retina y
disminuyen sensiblemente la agudeza visual durante cierto
tiempo, y a veces, para toda la vida. Ya a comienzos del siglo
XIII, un escritor de Novgorod[50] observaba:“A causa de este
mismo hecho, en la Gran Novgorod algunos hombres casi
perdieron la vista.”.
Sin embargo, es fácil evitar la quemadura, empleando como
lente un vidrio densamente ahumado. Se debe ahumar con una
vela, de manera que el disco del Sol aparezca a través del
vidrio como un círculo claramente dibujado, sin rayos y sin
aureola. Resulta más cómodo si se cubre el vidrio ahumado con
otro vidrio limpio y se pegan ambos vidrios por los bordes, con
un papel. Como no se puede prever cuáles serán las
condiciones de visibilidad del Sol durante el eclipse, conviene
preparar varios vidrios ahumados con distinta densidad.
Se pueden utilizar también vidrios coloreados, colocando dos
vidrios de distintos colores, el uno sobre el otro
(preferiblemente “complementarios”). Los lentes oscuros de sol
habituales no sirven para este fin. Finalmente, resultan también
muy adecuados para la observación del Sol, los negativos
fotográficos que tengan partes oscuras con la densidad
adecuada[51].

16. ¿Cuál es el clima de la luna?


Hablando con propiedad, en la Luna no existe clima, si se toma esta
palabra en el sentido corriente. ¿En qué clima hay ausencia total de
atmósfera, nubes, vapor de agua, precipitaciones y viento? De lo
único que se puede hablar es de la temperatura de la superficie lunar.
Figura 61. En la Luna, la temperatura llega a ser en el centro del
disco visible, de +110 °C y desciende rápidamente hacia los bordes
hasta -50 °C, y aún más

Pues bien, ¿qué tan caliente está el suelo de la Luna? Los astrónomos
disponen actualmente de un aparato que les da la posibilidad de
medir la temperatura no sólo de los astros lejanos, sino de algunos
de sus sectores, por separado. La construcción del aparato se basa en
el efecto termoeléctrico: en un conductor formado por dos metales
diferentes se genera una corriente eléctrica cuando uno de los
metales está más caliente que el otro; la intensidad de la corriente
originada depende de la diferencia de las temperaturas y permite
medir la cantidad de calor recibido.
La sensibilidad del aparato es sorprendente. Es de dimensiones
microscópicas (la parte fundamental del aparato no es mayor de 0,2
mm y pesa 0,1 mg), puede detectar incluso la acción calórica de
estrellas de 13 ava magnitud, que elevan la temperatura en
diezmillonésimas de grado. Estas estrellas solo son visibles a través
del telescopio; brillan 600 veces más débilmente que las estrellas que
se encuentran en el límite de la visibilidad a simple vista.
Detectar una cantidad de calor tan sumamente pequeña, es lo mismo
que captar el calor de una vela desde una distancia de varios
kilómetros.
Disponiendo de este maravilloso instrumento de medición, los
astrónomos lo aplicaron en distintos puntos de la imagen telescópica
de la Luna, midieron el calor recibido y apreciaron así la temperatura
de sus distintos sectores (hasta con 10º de precisión). He aquí los
resultados (figura 61): En el centro del disco de la Luna llena, la
temperatura es mayor de 100 °C; si se colocara agua en dicha parte
de la Luna, herviría a presión normal. “En la Luna no tendríamos
necesidad de preparar la comida en el reverbero -escribe un
astrónomo-; cualquier roca cercana podría desempeñar el papel de
éste.” A partir del centro del disco, la temperatura desciende
regularmente en todos los sentidos, pero a 2.700 km del punto
central, no baja de 80 °C. A una distancia mayor, se hace más rápida
la caída de temperatura, y cerca del borde del disco iluminado, reina
un frío de -50 °C. Aún más fría es la cara oscura de la Luna, la que se
halla en dirección contraria al Sol, donde el frío alcanza a -160 º C.
Ya hemos dicho que durante los eclipses, cuando la esfera de la Luna
se sumerge en la sombra de la Tierra, la superficie lunar que se ve
privada de la luz del Sol, se enfría rápidamente. Se ha medido la
magnitud de este enfriamiento; en un caso, la temperatura durante el
eclipse bajó de +70 °C a -117 °C, es decir, casi 200 °C, en un
período de 1½ á 2 horas. En la Tierra, en cambio, en condiciones
similares, durante un eclipse de Sol, se registra un descenso de
temperatura de 2º, a lo sumo de 3º. Esta diferencia se atribuye a la
influencia de la atmósfera terrestre, que es relativamente
transparente a los rayos visibles del Sol pero que retiene los rayos
“caloríficos” invisibles que irradia el suelo caliente.
El hecho de que la superficie de la Luna pierda con tanta rapidez el
calor acumulado, muestra al mismo tiempo, la baja capacidad
calórica y la mala conductividad térmica del suelo de la Luna, de lo
cual se desprende que durante el calentamiento, nuestro satélite sólo
puede acumular una pequeña reserva de calor.

Capítulo 3
Los planetas
Contenido:

1. Planetas a la luz del día


2. Los símbolos de los planetas
3. Algo que no se puede dibujar
4. ¿Por qué Mercurio no tiene atmósfera?
5. Las fases de Venus
6. Las oposiciones
7. ¿Planeta o Sol pequeño?
8. La desaparición de los anillos de Saturno
9. Anagramas astronómicos
10. Un planeta situado más allá de Neptuno
11. Los planetas enanos
12. Nuestros vecinos más próximos
13. Los acompañantes de Júpiter
14. Los cielos ajenos

1. Planetas a la luz del día


¿Es posible ver de día, a la luz del Sol, los planetas? Con el
telescopio, desde luego: los astrónomos efectúan frecuentemente
observaciones diurnas de los planetas, los que se pueden ver incluso,
con telescopios de potencia mediana; aunque no en forma tan clara y
conveniente como en la noche. Con un telescopio que tenga un
objetivo de 10 cm de diámetro, no solo es posible ver a Júpiter
durante el día, sino también distinguir sus franjas características.
Mercurio se observa mejor en el día, cuando el planeta se encuentra
a cierta altura del horizonte; después de la puesta del Sol, Mercurio
permanece visible en el cielo a tan baja altura, que la atmósfera
terrestre perturba enormemente la imagen telescópica.
Algunos planetas se pueden ver de día, a simple vista, en condiciones
favorables. En particular, es usual observar en el cielo diurno a
Venus, el más brillante de los planetas, desde luego, en la época de
su mayor brillo. Es bien conocido el relato de Arago [52] sobre
Napoleón I, quien una vez, durante un desfile por las calles de París,
se ofendió porque la multitud sorprendida por la aparición de Venus
al mediodía, prestó más atención a este planeta que a su imperial
persona.
Con frecuencia, durante las horas del día, Venus resulta más visible
desde las calles de las grandes ciudades, que desde los espacios
abiertos: las casas altas ocultan el Sol, protegiendo los ojos del
deslumbramiento de sus rayos directos. La eventual visibilidad de
Venus durante el día fue señalada también por escritores rusos. Así,
un escritor de Novgorod dice que en el año 1331, a plena luz del día,
“se vio en los cielos una señal, una estrella que brillaba encima de la
iglesia”. Esta estrella (según las investigaciones de D. C. Sviatski y N.
A. Biliev) era Venus.
Las épocas más favorables para ver a Venus de día se repiten cada 8
años. Los observadores que miran el cielo con atención, seguramente
han tenido oportunidad de ver en pleno día, a simple vista, no sólo a
Venus, sino también a Júpiter, e incluso a Mercurio.
Es conveniente detenerse ahora en el problema del brillo comparativo
de los planetas. Entre los no especializados surge a veces la duda:
¿Cuál de los planetas alcanza mayor brillo Venus, Júpiter o Marte? Si
brillaran al mismo tiempo y se les pusiera uno al lado del otro, resulta
obvio que no existiría este problema. Pero cuando se les ve en el cielo
en distintos momentos, no es fácil decidir cuál de ellos es más
brillante. He aquí cómo se distribuyen los planetas por orden de
brillo:

Ya volveremos sobre este tema en el capítulo siguiente, cuando


abordemos el estudio del valor numérico del brillo de los cuerpos
celestes.

2. Los símbolos de los planetas


Para designar al Sol, la Luna y los planetas, los astrónomos
contemporáneos utilizan signos de origen muy antiguo (figura 62).
Estos signos exigen una explicación, salvo el signo de la Luna, que se
comprende fácilmente. El signo de Mercurio es la imagen simplificada
del cetro del dios mitológico Mercurio, dueño protector de este
planeta. Como signo de Venus sirve la imagen de un espejo de mano,
emblema de la feminidad y de la belleza, inherentes a la diosa Venus.

Figura 62. Signos convencionales para el Sol, la Luna y los planetas

Como símbolo de Marte, que era el dios de la guerra, se usa una


lanza cubierta con un escudo, atributos del guerrero. El signo de
Júpiter no es otra cosa que la inicial de la denominación griega de
Júpiter (Zeus), una Z manuscrita. El signo de Saturno, según lo
interpretó Flammarion, es la representación deformada de la
“guadaña del tiempo”, atributo tradicional del dios del destino.
Los signos enumerados hasta ahora se utilizan desde el siglo IX.
El signo de Urano, como bien se puede comprender, tiene un origen
posterior: este planeta fue descubierto a fines del siglo XVIII. Su
signo es un círculo con la letra H, que nos recuerda el nombre de
Herschel, descubridor de Urano. El signo de Neptuno (descubierto en
1846) es un tributo a la mitología, el tridente del dios de los mares.
El signo para el último planeta, Plutón, se comprende por sí mismo.
A estos símbolos planetarios se debe añadir el signo del planeta en
que vivimos, y también, el signo del astro central de nuestro sistema,
el Sol. Este último signo, el más antiguo, era utilizado ya por los
egipcios hace varios milenios.
Seguramente les parecerá extraño a muchas personas, que los
astrónomos occidentales empleen los mismos signos de los planetas
para indicar los días de la semana, a saber:

el domingo con el signo del Sol


el lunes con el signo de la Luna
el martes con el signo de Marte
el miércoles con el signo de Mercurio
el jueves con el signo de Júpiter
el viernes con el signo de Venus
el sábado con el signo de Saturno

Esta coincidencia resulta muy natural si se confrontan los nombres de


los planetas con los de los días de la semana, no en ruso, sino en
latín o en español, lenguas en que esos nombres han conservado su
relación con las denominaciones de los planetas (lunes, día de la
Luna; martes, día de Marte, etc.).
Pero no vamos a detenernos en este tema tan interesante, que
pertenece más a la filología y a la historia de la cultura que a la
astronomía.
Los símbolos de los planetas eran utilizados por los antiguos
alquimistas para designar los metales, como sigue:

el signo del Sol para el oro


el signo de la Luna para la plata
el signo de Marte para el hierro
el signo de Mercurio para el mercurio
el signo de Júpiter para el estaño
el signo de Venus para el cobre
el signo de Saturno para el plomo

Esta relación se explica teniendo en cuenta que los alquimistas


relacionaban cada metal con uno de los antiguos dioses mitológicos.
Finalmente, un eco del respeto medieval por los símbolos de los
planetas, es el uso que hacen de ellos los botánicos y los zoólogos
contemporáneos, quienes emplean los símbolos de Marte y de Venus
para distinguir el macho y la hembra en los ejemplares de una misma
especie. Los botánicos usan también el símbolo astronómico del Sol
para señalar las plantas anuales; para las bienales utilizan el mismo
signo, pero algo cambiado (con dos puntos en el círculo); para las
yerbas vivaces, el signo de Júpiter; para los arbustos y los árboles, el
signo de Saturno.

3. Algo que no se puede dibujar


Entre las cosas que no se pueden representar en el papel, se
encuentra el plano exacto de nuestro sistema planetario. Lo que
encontramos en los libros de astronomía, denominado plano del
sistema planetario, es un dibujo de las trayectorias de los planetas,
pero no, en modo alguno, del sistema solar; los planetas mismos, en
esos dibujos, no se pueden representar sin una pronunciada
alteración de las escalas. Los planetas, en relación con las distancias
que los separan, son tan sumamente pequeños, que incluso es difícil
hacerse una idea exacta de esta relación. Facilitamos el trabajo de
nuestra imaginación si elaboramos un modelo a escala del sistema
planetario. De este modo comprendemos fácilmente por qué es
imposible trasladar el sistema planetario al papel. Lo más lejos que
podemos llegar en el dibujo, es a mostrar las dimensiones relativas
de los planetas y el Sol (figura 63).
Tomemos como referencia la Tierra, asumamos que ella tiene el
tamaño de una cabeza de alfiler, es decir, una esferita de cerca de 1
mm de diámetro. Hablando más exactamente, vamos a utilizar una
escala aproximada de 15.000 km por 1 mm ó 1:15.000.000.000.
Será necesario colocar la Luna de ¼ de mm de diámetro, a 3 cm de
la cabecita del alfiler. El Sol, del tamaño de una pelota de croquet (10
cm), debe distar 10 m de la Tierra.

Figura 63. Dimensiones relativas de los planetas y del Sol. El


diámetro del disco del Sol es igual a 19 cm en esta escala
Si colocamos la pelota en una esquina de una habitación bien
espaciosa y la cabecita del alfiler en otra, tendremos un modelo
relativo de lo que son la Tierra y el Sol en el espacio sideral. Veremos
claramente que es mucho mayor el vacío que la materia.
Es cierto que entre el Sol y la Tierra hay dos planetas, Mercurio y
Venus, pero uno y otro contribuyen poco a rellenar el vacío. Entonces
tendremos que colocar en nuestra habitación dos granitos más: uno
de 4 de mm de diámetro (Mercurio), a una distancia de 4 m de la
pelota del Sol, y el segundo, como una cabecita de alfiler (Venus), a
7 m.
Pero también habrá más granitos del otro lado de la Tierra. A 16 m
de la pelota del Sol, gira Marte, un granito de 0,5 mm de diámetro.
Cada 15 años, ambos granitos, la Tierra y Marte, se aproximan hasta
una distancia de 4 m; es decir, que ambos planetas se encuentran a
la mínima distancia entre ellos.
Marte tiene dos satélites; pero resulta imposible representarlos en
nuestro modelo, pues en la escala elegida ¡deberán tener las
dimensiones de una bacteria! En el modelo los asteroides también
tendrán un tamaño muy pequeño, son más de 1.500 diminutos
planetas conocidos que giran entre Marte y Júpiter. Su distancia
media al Sol en nuestro modelo será de 28 m. Los más grandes
tendrán, en el modelo, el espesor de un cabello (1/20 mm), y los más
pequeños, las dimensiones de una bacteria.
El gigante, Júpiter, estará representado con una esferita del tamaño
de una avellana (1 cm) que quedará a 52 m de la pelota del Sol.
Alrededor de él, a las distancias de 3, 4, 7 y 12 cm, girarán sus 12
satélites más grandes. Las dimensiones de estas grandes lunas serán
de cerca de 1 mm; las restantes resultarán en el modelo, del tamaño
de bacterias. El más alejado de sus satélites, el IX, deberá situarse a
2 m de la avellana de Júpiter, lo que equivale a decir que todo el
sistema de Júpiter tiene, en nuestro modelo, 4 m de diámetro.
Esto es demasiado en comparación con el sistema Tierra-Luna (6 cm
de diámetro), pero es bastante moderado si se compara con el
diámetro de la órbita de Júpiter (104 m) en nuestro modelo.
Ahora se ve claramente resultado tan pobre darán los intentos de
elaboración de un plano del sistema planetario en un solo dibujo. Esta
imposibilidad resulta más convincente aún si proseguimos el modelo.
El planeta Saturno deberá situarse a 100 m de la pelota del Sol, en
forma de una avellana de 8 mm de diámetro. El anillo de Saturno
tendrá un ancho de 4 mm y un espesor de 1/250 mm, y se
encontraría a 1 mm de la superficie de la avellana. Los 9 satélites
quedarían distribuidos alrededor del planeta en una extensión de 21
m, en forma de granitos de 1/10 mm o menos de diámetro.
El vacío que separa los planetas aumenta progresivamente cuando
nos aproximamos a los confines del sistema solar. En nuestro
modelo, Urano estará separado 196 m del Sol; será un guisante de 3
mm de diámetro, con 5 particulitas-satélites distribuidas a una
distancia de 4 cm del granito central.
A 300 m de la pelota central giraría lentamente en su órbita un
planeta que hasta hace poco era considerado como el último en
nuestro sistema: Neptuno, un guisante con dos satélites (Tritón y
Nereida) situados a 5 y 70 cm de él.
Más lejos aún gira un planeta no muy grande, Plutón, cuya distancia
al Sol en nuestro modelo será de 400 m y cuyo diámetro habría de
ser, aproximadamente, la mitad del de la Tierra.
Pero ni siquiera la órbita de este último planeta se podría contar
como límite de nuestro sistema solar. Además de los planetas,
pertenecen a él los cometas, muchos de los cuales se mueven en
trayectorias cerradas alrededor del Sol. Entre estas “estrellas con
cabellera” (significado original de la palabra cometa) hay un grupo
cuyo período de revolución alcanza hasta 800 años. Son los cometas
que aparecieron el año 372 antes de nuestra era y los años 1106,
1668, 1680, 1843, 1880, 1882 (dos cometas) y 1897.
La trayectoria de cada uno de ellos se representaría en el modelo con
una elipse alargada, cuyo extremo más próximo (perihelio) se
encontraría, a lo sumo, a 12 mm del Sol y cuyo extremo alejado
(afelio) a 1.700 m, cuatro veces más lejos que Plutón. Si en las
dimensiones del sistema solar consideramos los cometas, nuestro
modelo crecerá hasta 3½ km de diámetro y ocupará una superficie de
9 km2, asumiendo la magnitud de la Tierra como una cabecita de
alfiler.
En estos 9 km2 haremos este inventario:

1 pelota de croquet
2 avellanas
2 guisantes
2 cabecitas de alfiler
3 granitos pequeñísimos

La materia de los cometas, cualquiera que sea su número, no entra


en el cálculo, pues su masa es tan pequeña que con razón fueron
llamados la “nada visible”.
Así, pues, nuestro sistema planetario no se puede representar en un
dibujo a una escala verdadera.

4. ¿Por qué Mercurio no tiene atmósfera?


¿Qué vínculo puede existir entre la presencia de atmósfera en un
planeta y la duración de su rotación alrededor de su eje?
Aparentemente ninguna. Sin embargo, el ejemplo del planeta más
próximo al Sol, Mercurio, puede convencernos de que en algunos
casos existe esta relación.
Por la intensidad que alcanza la gravedad en su superficie, Mercurio
puede retener una atmósfera de una composición similar a la de la
Tierra, aunque quizás no tan densa.
La velocidad requerida para superar totalmente la fuerza de la
gravitación de Mercurio es igual a 4900 m/s en su superficie, y esta
velocidad, a temperaturas no muy elevadas, ni siquiera es alcanzada
por las moléculas más veloces de nuestra atmósfera [53].
Sin embargo, Mercurio está desprovisto de atmósfera. Esto obedece a
que Mercurio se mueve alrededor del Sol de la misma forma en que
se mueve la luna alrededor de la Tierra, es decir, que presenta
siempre la misma cara al Sol. El tiempo que tarda en dar una
revolución sobre su órbita es de 88 días, el mismo tiempo que tarda
en dar una rotación alrededor de su eje. Por esto, en la cara que
siempre está dirigida hacia el Sol, Mercurio tiene un día permanente y
un verano eterno; y en la otra cara, vuelta en dirección contraria al
Sol, dominan una noche ininterrumpida y un invierno sin pausa.
Resulta fácil imaginar el calor que reina en la parte diurna del
planeta. El Sol dista de allí 21 veces menos de lo que dista de la
Tierra y la fuerza abrasadora de los rayos deberá crecer en 2,5 x 2,5,
es decir, en 6,25 veces. En la cara nocturna, aquella donde no llegó
ni un rayo de Sol en el transcurso de millones de años, por el
contrario, tiene que reinar un frío cercano al del espacio
sideral[54] (alrededor de -264º C), ya que el calor del lado diurno no
puede atravesar el espesor del planeta. En el límite entre los lados
diurno y nocturno, hay una franja de un ancho de 23º, en la que, a
consecuencia de la libración,[55] aparece el Sol de cuando en cuando.
En condiciones climáticas tan fuera de lo común, ¿qué sería de la
atmósfera del planeta?
Evidentemente, en la mitad nocturna, bajo la influencia del intenso
frío reinante, la atmósfera se condensaría pasando al estado líquido,
y luego se solidificaría. A consecuencia del pronunciado descenso de
la presión atmosférica, hacia esa parte se dirigiría la capa gaseosa del
lado diurno del planeta, la que también se solidificaría.
En resumen, toda la atmósfera debería juntarse en forma sólida en el
lado nocturno del planeta, en la cara donde el Sol nunca penetra. De
este modo, la ausencia de atmósfera en Mercurio, surge como una
consecuencia inevitable de las leyes físicas.
Siguiendo este mismo razonamiento, según el cual es imposible la
existencia de atmósfera en Mercurio, debemos descifrar el enigma
planteado más de una vez acerca de si hay atmósfera en la cara
oculta de la Luna. Se puede afirmar con absoluta seguridad, que si no
hay atmósfera en una cara de la Luna, no puede haberla tampoco en
la cara opuesta. En este punto, la novela fantástica de Wells[56], Los
primeros hombres en la Luna[57], se aparta de la verdad. El novelista
supone que en la Luna hay aire, el cual, al cabo de la noche, de 14
días de duración, llega a condensarse y solidificarse, y luego, con la
aparición del nuevo día, pasa al estado gaseoso y da lugar a una
atmósfera. Sin embargo, esto no puede suceder.
“Si, escribía en relación con esto el profesor O. D. Jvolson[58] , en el
lado oscuro de la Luna el aire se solidifica, entonces casi todo el aire
debe irse del lado iluminado al oscuro y solidificarse allí también. Bajo
la influencia de los rayos solares, el aire cálido debe transformarse en
gas, el cual inmediatamente se dirigirá al lado oscuro, donde se
solidificará... Debe producirse una permanente destilación de aire, y
nunca y en ningún lado puede alcanzar una fluidez significativa.”
Si bien, se puede considerar demostrada la ausencia de atmósfera
para Mercurio y la Luna, en cambio para Venus, el segundo de los
planetas de nuestro sistema a partir del Sol, se puede garantizar la
presencia de atmósfera, sin que quepa duda alguna.
Se ha determinado incluso que en la atmósfera de Venus, más
precisamente en su estratosfera, hay mayor cantidad de gas
carbónico que en la atmósfera terrestre.

5. Las fases de Venus


El famoso matemático Gauss[59] cuenta que una vez invitó a su madre
a contemplar con un telescopio a Venus, que brillaba intensamente
en el cielo de la tarde. El matemático pensaba dar una sorpresa a su
madre, pues en el telescopio Venus se veía en forma de hoz. Sin
embargo, él fue el único sorprendido. Mirando a través del ocular, la
madre no mostró ninguna sorpresa a causa de la forma del planeta y
sólo dijo que le extrañaba ver la hoz dirigida hacia el lado opuesto en
el campo del telescopio... Gauss nunca había sospechado que su
madre pudiera distinguir las fases de Venus, incluso a simple vista.
Raramente se encuentra tal agudeza visual; por esto, hasta la
invención de los catalejos, nadie sospechaba la existencia en Venus,
de fases semejantes a las de la Luna.
Una particularidad de las fases de Venus es que el diámetro del
planeta en las distintas fases, es desigual: la delgada hoz tiene un
diámetro mucho mayor que el disco entero (figura 64).
La causa de ello es nuestro mayor o menor alejamiento de este
planeta, en sus distintas fases. La distancia media de Venus al Sol es
de 108 millones de km, y la de la Tierra es de 150 millones de km. Es
fácil comprender que la distancia más corta entre ambos planetas
será igual a la diferencia (150 - 108), es decir, a 42 millones de km, y
que la distancia más grande será igual a la suma (150 + 108), es
decir, a 258 millones de km. Por consiguiente, el alejamiento entre
Venus y nosotros varía dentro de estos límites.
Figura 64. Las fases de Venus vistas a través del telescopio. En las
diferentes fases, Venus tiene distintos diámetros aparentes como
consecuencia del cambio de su distancia a la Tierra.

En su posición más próxima a la Tierra, Venus dirige hacia nosotros


su cara no iluminada, y por esto la más grande de sus fases nos es
totalmente invisible. Al salir de esta posición de “Venus nuevo”, el
planeta toma un aspecto falciforme, el de una hoz cuyo diámetro es
tanto menor cuanto más ancha es la hoz. Venus no alcanza su mayor
brillo cuando es visible como un disco entero, ni tampoco cuando su
diámetro es máximo, sino en una fase intermedia. El disco entero de
Venus es visible con un ángulo visual de 10”; la hoz mayor, con un
ángulo de 64”. El planeta alcanza su mayor brillo treinta días después
de “Venus nuevo”, cuando su diámetro angular es de 40” y el ancho
angular de la hoz de 10”. Entonces brilla 13 veces más intensamente
que Sirio, la más brillante de todas las estrellas del cielo.

6. Las oposiciones
Son muchos los que saben que la época de mayor brillo de Marte y de
su mayor aproximación a la Tierra se repite aproximadamente cada
quince años [60].
También es muy conocida la denominación astronómica de esta fase:
“oposición de Marte”.
Figura 65. Cambios del diámetro aparente de Marte en el siglo XX. En
1909 1924 y 1939 hubo “oposiciones”.

Los años en que se produjeron las últimas “oposiciones” del planeta


rojo fueron 1924, 1939 (figura 65) y 1956 [61]. Pero pocos saben por
qué este hecho se repite cada 15 años. Sin embargo, la explicación
matemática de este fenómeno es muy sencilla.
La Tierra completa una vuelta alrededor de su órbita en 365 días y
Marte en 687 días. Si ambos planetas se encuentran una vez a la
menor distancia, deben encontrarse nuevamente después de un
espacio de tiempo que incluya un número entero de años, tanto
terrestres como marcianos.
En otras palabras, es necesario resolver en números enteros las
ecuaciones

365¼ · x = 687 y

x = 1,88 y

de donde

x/y = 1,88 = 47/25

Transformando la última fracción en continua; tenemos:

Tomando los tres primeros términos, tenemos la aproximación


y deducimos que 15 años terrestres son iguales a 8 años marcianos,
es decir, que las épocas de mayor aproximación de Marte deben
repetirse cada 15 años. (Hemos simplificado un poco el problema,
tomando como relación de ambos períodos de revolución 1,88 en
lugar del valor más exacto, 1,8809.)
Empleando el mismo procedimiento se puede calcular también el
período en que se repite la mayor aproximación de Júpiter. El año
joviano es igual a 11,86 años terrestres (más exactamente 11,8622).
Transformemos este número racional en una fracción continua:

Los tres primeros términos dan una aproximación de 83/7. Esto


significa que la oposición de Júpiter se repite cada 83 años terrestres
(o cada 7 años de Júpiter). En esos años Júpiter alcanza también su
mayor brillo aparente. La última oposición de Júpiter se produjo a
fines del año 1927. La siguiente se da en el año 2010. La distancia de
Júpiter a la Tierra en ese momento es igual a 587 millones de km.
Esta es la menor distancia a que se puede encontrar de nosotros el
más grande de los planetas del sistema solar.

7. ¿Planeta o Sol pequeño?


Esta pregunta se puede plantear respecto a Júpiter, el más grande de
los planetas de nuestro sistema. Este gigante; del cual podrían
hacerse 1300 esferas del mismo volumen que la Tierra, con su colosal
fuerza de gravitación mantiene girando en torno suyo un enjambre de
satélites. Los astrónomos han descubierto en Júpiter 12 lunas: las
cuatro mayores, que ya fueron descubiertas por Galileo hace tres
siglos, se designan con los números romanos I, II, III, IV. Los
satélites III y IV, por sus dimensiones, no desmerecen frente a un
planeta verdadero como Mercurio. En la tabla siguiente se dan los
diámetros de estos satélites, comparados con los diámetros de
Mercurio y de Marte; al mismo tiempo se indican los diámetros de los
dos primeros satélites de Júpiter y, también, el de nuestra Luna.

Cuerpo Diámetro (km)


Marte 6.600
IV satélite de Júpiter 5.150
III satélite de Júpiter 5.150
Mercurio 4.700
La Luna 3.700
I satélite de Júpiter 3.480
II satélite de Júpiter 3.220
La figura 66 nos da una ilustración de esa misma tabla. El círculo
mayor es Júpiter; cada uno de los circulitos alineados en su diámetro
representa a la Tierra; a la derecha está la Luna.
Los circulitos del lado izquierdo de Júpiter son sus cuatro satélites
mayores. A la derecha de la Luna están Marte y Mercurio. Al
examinar este grabado debe tenerse en cuenta que no se trata de un
diagrama, sino de un simple dibujo: las relaciones entre las
superficies de los círculos no dan una idea exacta de las relaciones
entre los volúmenes de las esferas. Los volúmenes de las esferas se
relacionan entre sí como los cubos de sus diámetros.

Figura 66. Las dimensiones de Júpiter y de sus satélites (a la


izquierda) en comparación con las de la Tierra (a lo largo del
diámetro) y las de la Luna, Marte y Mercurio (a la derecha).

Si el diámetro de Júpiter es 11 veces mayor que el diámetro de la


Tierra, su volumen es 113 veces mayor, es decir, 1300 veces mayor.
De acuerdo con esto, se debe corregir la impresión visual de la figura
66, y entonces se pueden apreciar debidamente las gigantescas
dimensiones de Júpiter.
En lo que se refiere a la potencia de Júpiter como centro de
gravitación, resulta enorme, si se consideran las distancias a que
giran sus lunas alrededor de este planeta gigante. He aquí una tabla
de estas distancias

Distancias Kilómetros Comparación


De la Tierra a la Luna 380.000 1
Del III satélite a Júpiter 1.070.000 3
Del IV satélite a Júpiter 1.900.000 5
Del IX satélite a Júpiter 24.000.000 63

Se ve que el sistema de Júpiter tiene unas dimensiones 63 veces


mayores que el sistema Tierra-Luna; Ningún otro planeta posee una
familia tan extensa de satélites.
No sin fundamento se compara a Júpiter con un Sol pequeño. Su
masa es 3 veces mayor que la masa de todos los planetas restantes
tomados en conjunto, y si de golpe desapareciera el Sol, su lugar
podría ser ocupado por Júpiter, que mantendría a todos los planetas
girando a su alrededor, si bien lentamente, como nuevo cuerpo
central del sistema.
Hay también rasgos de semejanza entre Júpiter y el Sol en cuanto a
la estructura física. La densidad media de su materia es de 1,35 con
relación al agua, próxima a la densidad del Sol (1,4). Sin embargo, el
fuerte aplastamiento de Júpiter hace suponer que posee un núcleo
denso, rodeado de una gruesa capa de hielo y de una gigantesca
atmósfera.
No hace mucho tiempo, la comparación entre Júpiter y el Sol fue
llevada más lejos; se supuso que este planeta no está cubierto por
una corteza sólida y que apenas si acaba de salir del estado de
incandescencia. La idea que en la actualidad se tiene de Júpiter es
precisamente la contraria: la medida directa de su temperatura
mostró que es extremadamente baja: ¡140 centígrados bajo cero! En
verdad se trata de la temperatura de las capas de nubes que nadan
en la atmósfera de Júpiter.
La baja temperatura de Júpiter dificulta la explicación de sus
particularidades físicas: las tormentas de su atmósfera, las franjas,
las manchas, etc. Los astrónomos se encuentran ante una verdadera
madeja de enigmas.
No hace mucho, en la atmósfera de Júpiter (y también en la de su
vecino Saturno) se descubrió la presencia indudable de una gran
cantidad de amoníaco y metano[62].

8. La desaparición de los anillos de Saturno


En el año 1921 se propagó un rumor sensacional: ¡Saturno había
perdido sus anillos! Y no sólo esto: los fragmentos de los anillos
destruidos volaban por el espacio sideral en dirección al Sol y en su
camino caerían sobre la Tierra. Se indicaba incluso el día en que
debía producirse el encuentro catastrófico...
Esta historia sirve de ejemplo característico de como se propagan las
falsas noticias.
El origen de este rumor sensacional es muy simple: en el año
mencionado el triple anillo de Saturno dejó de ser visible durante un
corto tiempo, “desapareció”, según la expresión del calendario
astronómico; se interpretó esta expresión literalmente, como una
desaparición física, es decir, como una ruptura del anillo, y se adornó
posteriormente el suceso con detalles que llegaban incluso a la
catástrofe universal, hablándose de la caída de los fragmentos del
anillo en el Sol y de su inevitable encuentro con la Tierra.
Figura 67. Posiciones que ocupan los anillos de Saturno con relación
al Sol durante una revolución de este planeta alrededor de su órbita
(29 años).

¡Qué gran alboroto originó la inocente información del calendario


astronómico que anunciaba la desaparición óptica de los anillos de
Saturno! Pero ¿cuál era la causa de esta desaparición? Los anillos de
Saturno son muy delgados, su espesor mide sólo dos o tres decenas
de kilómetros; en comparación con su ancho, tienen el grosor de una
hoja de papel. Por esto, cuando los anillos se colocan de perfil al Sol,
éste no ilumina sus superficies superiores e inferiores, y los anillos se
hacen invisibles. También resultan invisibles cuando se colocan de
perfil al observador terrestre.
Los anillos de Saturno presentan una inclinación de 27º respecto al
plano de la órbita de la Tierra, pero a lo largo de una revolución
alrededor de su órbita (29 años), en dos puntos diametralmente
opuestos, el planeta coloca los anillos de perfil al Sol y al observador
terrestre (figura 67), y, en otros dos puntos situados a 90º de los
primeros, los anillos, por el contrario, muestran al Sol y a la Tierra su
mayor ancho, “se abren”, al decir de los astrónomos.

9. Anagramas astronómicos
La desaparición de los anillos de Saturno dejó en su momento
perplejo a Galileo, al que faltó muy poco para descubrir este rasgo
particularmente notable del planeta, pero que no pudo llegar a
hacerlo debido a la incomprensible desaparición de los anillos.
Esta historia es muy interesante. En aquel tiempo era muy frecuente
tratar de reservarse el derecho de primacía en cualquier
descubrimiento sirviéndose de un original artificio. Cuando llegaba a
descubrir algo que aún necesitaba de confirmación posterior, el
hombre de ciencia, por temor a que otro se adelantara, recurría a la
ayuda de anagramas (trasposiciones de letras): comunicaba
sucintamente la esencia de su descubrimiento en forma de
anagrama, cuyo verdadero sentido era conocido sólo por él mismo. Si
el hombre de ciencia no tenía tiempo de confirmar su descubrimiento,
podía demostrar su prioridad en el caso de que apareciera otro
pretendiente. Cuando finalmente se convencía de la legitimidad del
hallazgo original, descubría el secreto del anagrama.
Observando con su imperfecto telescopio que Saturno tenía cerca
algún cuerpo agregado, Galileo se apresuró a “patentar” este
descubrimiento e hizo público el siguiente juego de letras

Smaismrmielmepoetaleumibuvnenugttaviras

Adivinar lo que se esconde tras estas letras es totalmente


imposible[63]. Naturalmente, se pueden ensayar todos los cambios de
lugar de estas 39 letras y de este modo descifrar la frase que
proponía Galileo; pero eso exigiría realizar un trabajo enorme. Quien
conozca la teoría combinatoria puede calcular el número total de las
distintas permutaciones (con repetición) posibles [64]. Son

Este número está formado aproximadamente por 35 cifras


(recordemos que el número de segundos de un año ¡está formado
sólo por 8 cifras!). Se ve claramente lo bien que Galileo se aseguró el
secreto de su hallazgo.
Un contemporáneo del sabio italiano, Kepler[65], con paciencia
incomparable, dedicó muchos esfuerzos a descubrir el sentido oculto
de la comunicación de Galileo, y creyó haberlo logrado luego de
eliminar dos letras del mensaje publicado por Galileo, formando esta
frase en latín:

Salve, umbistineum geminatum Martia proles

(Os saludo, hijos gemelos de Marte)

Kepler quedó convencido de que Galileo había descubierto los dos


satélites de Marte cuya existencia él mismo sospechaba (en realidad,
fueron descubiertos dos siglos y medio después). Sin embargo, el
ingenioso Kepler esta vez no llegó a la verdad. Cuando Galileo dejó
finalmente al descubierto el secreto de su comunicación resultó que la
frase, luego de eliminar dos letras, era la siguiente:

Altissimum planetam tergeminum observavi

(Observé triple el más alto de los planetas)

Por la escasa potencia de su telescopio, Galileo no podía explicarse el


verdadero significado de esta “triple” aparición de Saturno [66], y
cuando pasados algunos años estos agregados laterales del planeta
desaparecieron completamente, Galileo creyó que se había
equivocado y que Saturno no tenía ningún cuerpo agregado.
La gloria de descubrir los anillos de Saturno le cupo medio siglo
después a Huygens [67]. A semejanza de Galileo, no publicó
inmediatamente su descubrimiento, sino que ocultó su hallazgo en
escritura cifrada:

Aaaaaaacccccdeeeeeghiiiiiiiiiiimmnnnnnnnnnnooooppqrrstttttuuuu

Pasados tres años, convencido de la validez de su descubrimiento,


Huygens aclaró el sentido de su comunicación:

Annulo cingitur, tenui, plano, nusquam cohaerente, ad eclipticam


inclinato.

(Rodeado por un anillo delgado, aplastado, que no lo toca en ninguna


parte, inclinado sobre la eclíptica).

10. Un planeta situado más allá de Neptuno


En la primera edición de este libro (1929) escribí que el último
planeta conocido del sistema solar era Neptuno, que se encuentra 30
veces más lejos del Sol que la Tierra. Ahora no puedo repetir esto,
pues en 1930 se agregó a nuestro sistema solar un nuevo miembro,
el noveno planeta mayor, que gira alrededor del Sol más allá de
Neptuno.
Este descubrimiento no fue totalmente inesperado. Hacía tiempo que
los astrónomos se inclinaban a pensar en la existencia de un planeta
desconocido más allá de Neptuno. Hace poco más de cien años se
consideraba a Urano como el último planeta del sistema solar.
Algunas irregularidades en su movimiento llevaron a sospechar la
existencia de un planeta más lejano aún, cuya atracción alteraba la
trayectoria calculada de Urano.
A la investigación matemática del problema por el matemático inglés
Adams y por el astrónomo francés Le Verrier [68] siguió un brillante
descubrimiento; el planeta sospechado fue visto en el telescopio. Un
mundo descubierto por el cálculo, “con lápiz y papel”, se manifestó a
la vista humana.
Así fue descubierto Neptuno. Posteriormente se vio que la influencia
de Neptuno no explicaba completamente todas las irregularidades del
movimiento de Urano. Entonces surgió la idea de la existencia de otro
planeta transneptuniano. Era necesario hallarlo, y los matemáticos
empezaron a trabajar en este problema. Fueron propuestas varias
soluciones que situaban al noveno planeta a diferentes distancias del
Sol y que atribuían distintas masas al cuerpo celeste buscado.
En el año 1930 (más exactamente, a finales de 1929), el telescopio
sacó por fin de las tinieblas en los confines del sistema solar un
nuevo miembro de la familia planetaria, al que se le dio el nombre de
Plutón. Este descubrimiento fue hecho por el joven astrónomo
Tombaugh [69].
Plutón gira en una trayectoria muy próxima a una de las órbitas que
le fueron asignadas previamente. Sin embargo de acuerdo con los
especialistas, en este resultado no se puede ver un éxito del cálculo;
la coincidencia de las órbitas en este caso no es más que una feliz
casualidad.
¿Qué sabemos de este mundo recién descubierto? Hasta ahora, poco.
Se encuentra tan alejado de nosotros y es iluminado tan débilmente
por el Sol, que aun con los más potentes instrumentos resulta difícil
medir su diámetro, que resultó ser igual a 5.900 km, o sea, a 0,47
diámetros terrestres.
Plutón se mueve alrededor del Sol siguiendo una órbita bastante
alargada (de excentricidad 0,25), notablemente inclinada (17º)
respecto al plano de la órbita terrestre, a una distancia del Sol 40
veces mayor que la Tierra. Cerca de 250 años emplea el planeta en
recorrer este enorme camino.
En el cielo de Plutón el Sol brilla 1.600 veces más débilmente que en
la Tierra. Sé ve como un pequeño disco en un ángulo de 45”, es
decir, aproximadamente del mismo tamaño que vemos a Júpiter.
Resulta interesante, sin embargo, establecer quién brilla más, si el
Sol en Plutón o la Luna llena en la Tierra.
Resulta que el lejano Plutón no está tan desprovisto de luz solar como
podría pensarse. La Luna llena brilla en la Tierra 440.000 veces más
débilmente que el Sol. En el cielo de Plutón, el astro diurno es 1.600
veces más débil que en la Tierra. Esto quiere decir que el brillo de la
luz solar en Plutón es igual a

440.000/1.600 = 275

es decir, 275 veces más intensa que la luz de la Luna llena en la


Tierra. Si el cielo de Plutón resultara ser tan claro como en la Tierra
(esto es verosímil, ya que Plutón al parecer está desprovisto de
atmósfera), la iluminación diurna de este planeta sería igual a la
iluminación de 275 Lunas llenas, y, al mismo tiempo, 30 veces más
brillante que la más clara de las noches blancas de Leningrado. Por lo
tanto, es erróneo llamar a Plutón el rey de la noche eterna.

11. Los planetas enanos


Los nueve planetas mayores de que hasta ahora hemos hablado no
constituyen toda la población planetaria de nuestro sistema solar.
Sólo son sus más notables representantes desde el punto de vista de
las dimensiones. Aparte de esto, alrededor del Sol giran, a diversas
distancias, numerosos planetas de tamaño mucho menor. Estos
enanos del mundo de los planetas se llaman asteroides (literalmente,
“parecidos a estrellas”), o también, “planetas menores”. El más
notable de ellos, Ceres, tiene un diámetro de 1.030 km[70]; es de
volumen mucho menor que la Luna, aproximadamente, un número de
veces igual al que la Luna es menor que la Tierra.
Ceres, el primero de los planetas menores, fue descubierto en la
primera noche del siglo pasado (el 1º de enero del año 1801).
Durante el siglo XIX fueron descubiertos más de 400 asteroides.
Todos los planetas menores giran alrededor del Sol, entre las órbitas
de Marte y Júpiter. Por esta razón, hasta no hace mucho tiempo se
daba por cierto que los asteroides estaban concentrados, en forma de
anillo, en el ancho espacio existente entre las órbitas de los dos
planetas mencionados.
En el siglo XX, y en particular en los últimos años, se ampliaron los
límites de la franja de asteroides. Ya Eros [71], descubierto a fines del
siglo pasado (en el año 1898), apareció fuera de dichos límites,
puesto que gran parte de su órbita se encuentra dentro de la órbita
de Marte. En 1920 los astrónomos dieron con el asteroide Hidalgo [72],
cuyo camino cruza la órbita de Júpiter y llega cerca de la órbita de
Saturno. El asteroide Hidalgo es notable por otro motivo: entre todos
los planetas conocidos, posee una de las órbitas más
extraordinariamente alargadas (su excentricidad es igual a 0,66), y
muy inclinada respecto al plano de la órbita terrestre, con la que
forma un ángulo de 43º.
Observemos de paso que el nombre dado a este planeta lo fue en
honor de Hidalgo y Costilla, glorioso héroe de las luchas de Méjico por
su independencia, muerto en el año 1811[73].
Todavía se ensanchó más la zona de los planetas menores en el año
1936, cuando fue descubierto un asteroide con una excentricidad de
0,78. El nuevo miembro de nuestro sistema solar recibió la
denominación de Adonis. Una particularidad de este nuevo planeta
menor es que, en el punto más alejado de su camino, se separa del
Sol casi a la distancia de Júpiter y, en su punto más próximo, pasa
cerca de la órbita de Mercurio.
Finalmente, en 1949 fue descubierto el planeta menor Ícaro, que
tiene una órbita excepcional. Su excentricidad es igual a 0,83; su
máximo alejamiento del Sol es dos veces mayor que el radio de la
órbita terrestre, y el mínimo, alrededor de un quinto de la distancia
de la Tierra al Sol. Ninguno de los planetas conocidos se acerca tanto
al Sol como Ícaro.
El sistema de registro de los planetas recién descubiertos resulta de
interés general, puesto que también se puede emplear para fines no
astronómicos. En primer lugar se escribe el año del descubrimiento
del planeta, y luego la letra que señala la mitad del mes de la fecha
de su descubrimiento (el año está dividido en 24 medios meses, que
se indican con las sucesivas letras del alfabeto).
Como en el transcurso de medio mes se descubren frecuentemente
varios planetas menores, se señalan con una segunda letra, por
orden alfabético. Si las segundas letras no bastan, se les agregan
números al lado. Por ejemplo 1932 EA1, es el asteroide número 25,
descubierto en el año 1932, en la primera mitad de marzo. Tras el
cálculo de la órbita del planeta recién descubierto, éste recibe un
número de orden y después un nombre [74].
De la totalidad de los planetas menores, hasta ahora seguramente
sólo una, pequeña parte es asequible a los instrumentos
astronómicos; los restantes escapan a las redes de los cazadores. De
acuerdo con los cálculos, el número de asteroides existentes en el
sistema solar debe ser del orden de 40 a 50.000.
Hasta el momento el número de planetas enanos descubiertos por los
astrónomos pasa de mil quinientos; de ellos, más de cien fueron
descubiertos por los astrónomos del observatorio de Simeiz (en
Crimea, a orillas del mar Negro)[75], principalmente por el esfuerzo
del entusiasta cazador de asteroides Grigory Nikolaevich Neuymin. El
lector no se sorprenderá si encuentra en la lista de los planetas
menores nombres tales como “Vladilen” (en honor de Vladimir Ilich
Lenin), y también “Morosov” y “Figner” [76] (en honor de los célebres
revolucionarios rusos), “Simeiz” y otros. Por el número de los
asteroides descubiertos, Simeiz ocupa uno de los principales lugares
entre los observatorios del mundo; por el estudio de los problemas
teóricos relativos a los asteroides, la astronomía soviética también
ocupa un puesto de gran importancia en la ciencia mundial.
El Instituto de Astronomía Teórica de la Academia de Ciencias de la
URSS (en Leningrado), predice desde hace muchos años las
posiciones de gran número de planetas menores y rectifica la teoría
de sus movimientos. El Instituto publica anualmente las posiciones
prefijadas (llamadas “efemérides”) y las envía a todos los
observatorios del mundo.
Las dimensiones de los planetas menores varían en extremo. Los
grandes, como Ceres o Palas (930 y 532 km de diámetro), son pocos.
Unos 70 asteroides poseen un diámetro mayor de 100 km. La mayor
parte de los planetas menores conocidos tienen un diámetro de 20 a
40 km. Pero hay muchos del todo “minúsculos” (entre comillas,
porque en labios del astrónomo esta palabra tiene un valor relativo).
Aunque falta mucho aún para descubrir todos los miembros del anillo
de asteroides, hay sin embargo razones para afirmar que la masa
total de los asteroides, tanto descubiertos como no descubiertos,
constituye cerca de 4/100 de la masa del globo terrestre. Se supone
que hasta ahora no se ha descubierto más del 5% del número de
asteroides que pueden ser captados por los telescopios
contemporáneos.
“Pudiera pensarse -escribe nuestro mejor conocedor de estos
pequeños planetas, G. N. Neuymin, que todos los asteroides poseen
propiedades físicas bastante similares. En realidad, nos encontramos
con una variedad sorprendente. Así, por ejemplo, la capacidad de
reflexión que se ha determinado para los cuatro primeros asteroides
indica que Ceres y Palas reflejan la luz como las rocas montañosas
oscuras de la Tierra, Juno como las rocas claras y Vesta en forma
semejante a las nubes blancas. Esto resulta más enigmático en
cuanto los asteroides, por su pequeñez, no pueden mantener una
atmósfera a su alrededor. Sin duda están desprovistos de ella, y toda
la diferencia en la capacidad de reflexión se debe atribuir a los
materiales mismos de que está constituida la superficie del planeta.”
Algunos planetas menores presentan fluctuaciones de brillo que son
testimonio de su movimiento de rotación y de su forma irregular.
12. Nuestros vecinos más próximos
El asteroide Adonis mencionado anteriormente se distingue de los
demás asteroides por su órbita, la que además de ser
extraordinariamente grande, es alargada como la de un cometa. Es
notable también porque pasa muy cerca de la Tierra. En el año de su
descubrimiento, Adonis pasó a una distancia de 1½ millones de km
de la Tierra. Es cierto que la Luna está más cerca de nosotros; pero la
Luna, aunque es mucho mayor que los asteroides, no tiene el rango
de éstos, no es un planeta independiente, sino el satélite de un
planeta. Otro asteroide, Apolo, integra la lista de los pequeños
planetas más próximos a la Tierra. Este asteroide pasó, el año en que
fue descubierto, a una distancia de sólo 3 millones de km de la
Tierra. Esta distancia se considera muy corta en la escala planetaria,
puesto que Marte no se aproxima a la Tierra a menos de 55 millones
de kilómetros y Venus nunca pasa a menos de 40 millones de
kilómetros de nosotros.
Es interesante notar que este asteroide se acerca todavía más a
Venus: a sólo 200.000 km, ¡la mitad de la distancia de la Luna a la
Tierra! No conocemos otro acercamiento mayor entre los planetas de
nuestro sistema.
Este asteroide vecino nuestro también se destaca por ser uno de los
más pequeños planetas catalogados por los astrónomos. Su diámetro
no supera los 2 km, o quizás menos.
En 1937 fue descubierto el asteroide Hermes, que en ocasiones
puede acercarse a la Tierra a una distancia del mismo orden que la
que nos separa de la Luna (500.000 km). Su diámetro no excede de
1 km. Conviene observar en este ejemplo el valor que tiene en el
lenguaje astronómico la palabra “pequeño”. Si un asteroide minúsculo
como éste, con un volumen de sólo 0,52 km2, es decir, de
520.000.000 m3, fuera de granito, pesaría aproximadamente
1.500.000.000 toneladas.
Con este material se podrían levantar 300 monumentos como la
pirámide de Keops. Ya vemos cómo ha de entenderse la palabra
“pequeño” cuando se habla en términos astronómicos.

13. Los acompañantes de Júpiter


Entre los 1.600 asteroides conocidos hasta ahora se destaca por sus
notables movimientos un grupo formado por quince planetas menores
que recibieron denominaciones de héroes de la guerra de Troya:
Aquiles, Patroclo, Héctor, Néstor, Príamo, Agamenón, etc. Cada
“troyano” gira alrededor del Sol de tal modo, que el asteroide, Júpiter
y el Sol, en cualquier momento, ocupan los vértices de un triángulo
equilátero. Los “troyanos” se pueden considerar como acompañantes
particulares de Júpiter, al que escoltan manteniéndose a gran
distancia: algunos se encuentran 60º delante de Júpiter; otros van
detrás, igual número de grados, y todos completan una vuelta
alrededor del Sol en el mismo tiempo.
El equilibrio de ese triángulo planetario es interesante. Si un
asteroide saliera de su posición, la fuerza de gravitación lo haría
regresar a su sitio.
Mucho antes del descubrimiento de los “troyanos”, la posibilidad de
semejante equilibrio móvil de tres cuerpos sometidos a la gravitación
fue predicha por el matemático, francés Lagrange, en virtud de
investigaciones teóricas por él realizadas. Lagrange estudió este caso
como un problema matemático interesante, y pensó que quizás en
algún lugar del espacio se daba realmente una relación semejante. La
búsqueda meticulosa de los asteroides condujo al descubrimiento,
dentro de los límites del sistema planetario, de un ejemplo real del
caso predicho teóricamente por Lagrange [77]. Esto pone claramente
de manifiesto la importancia que tiene para el desarrollo de la
astronomía el estudio cuidadoso de los numerosos cuerpos celestes
denominados planetas menores.

14. Los cielos ajenos


Ya hemos efectuado un vuelo imaginario a la superficie de la Luna y
hemos echado desde allá una mirada a nuestra Tierra y a otros
astros.
Visitemos ahora mentalmente los planetas del sistema solar y
admiremos desde allí el espectáculo del cielo.
Empecemos por Venus. Si la atmósfera es suficientemente
transparente, veremos el disco del Sol con doble superficie de como
lo vemos en nuestro cielo (figura 68).
En correspondencia con esto, el Sol derrama sobre Venus doble
cantidad de calor y de luz que sobre la Tierra. En el cielo nocturno de
Venus nos sorprendería una estrella de brillo extraordinario. Es la
Tierra, que brilla allí con luz mucho más intensa que Venus para
nosotros, aunque las dimensiones de ambos planetas son casi las
mismas. Es fácil comprender por qué esto es así.

Figura 68. Dimensiones aparentes del Sol desde la Tierra y desde


otros planetas.

Nuestra Tierra, en el cielo de Venus, en la época de su mayor


aproximación a éste, brilla como un disco completo, igual que para
nosotros Marte cuando se halla en oposición. En resumen, la Tierra,
en el cielo de Venus, cuando de encuentre en su fase plena, brillará
seis veces más intensamente que Venus para nosotros en la época de
su mayor brillo, siempre que el cielo de nuestro vecino sea
completamente claro. Sin embargo, resulta erróneo pensar que el
brillo de la Tierra, regando copiosamente la cara oscura de Venus,
puede ser la causante de su “luz cenicienta”. La Tierra ilumina a
Venus con la misma intensidad con la que una bujía normal alumbra
a 35 m de distancia. Evidentemente, esto no es suficiente para
producir el fenómeno de la “luz cenicienta”.
En el cielo de Venus, a la luz de la Tierra se le añade frecuentemente
la luz de nuestra Luna, la cual brilla allí cuatro veces más que Sirio.
Es dudoso que haya en todo el sistema solar un cuerpo más brillante
que el astro doble Tierra-Luna, que embellece el cielo de Venus. Un
observador situado en Venus verá, una buena parte del tiempo, la
Tierra y la Luna separadas, y con el telescopio distinguirá además
detalles de la superficie lunar.
Otro planeta que brilla mucho en el cielo de Venus es Mercurio, que
viene a ser su lucero matutino y vespertino. A propósito de esto,
digamos que también desde la Tierra Mercurio se ve como una
estrella brillante, ante la cual resulta pálida la luz de Sirio. Este
planeta brilla en Venus casi una intensidad tres veces mayor que en
la Tierra. En compensación, Marte brilla con luz 2½ veces más débil;
casi más apagado que para nosotros, resulta Júpiter.
En lo que se refiere a las estrellas fijas, el contorno de las
constelaciones es exactamente el mismo en el cielo de todos los
planetas del sistema solar. Desde Mercurio, desde Júpiter, desde
Saturno, desde Neptuno, desde Plutón, veremos los mismos
esquemas formados por las estrellas. Las estrellas están muy
alejadas en comparación con las distancias planetarias.
Salgamos de Venus hacia el pequeño Mercurio; entramos en un
extraño mundo desprovisto de atmósfera que no conoce la sucesión
de los días y las noches. El Sol pende allí inmóvil en el cielo, como un
disco gigantesco, seis veces mayor (en superficie) que en la Tierra
(figura 68). Nuestro planeta, en el cielo de Mercurio, brilla
aproximadamente con doble intensidad que Venus en nuestro cielo. El
mismo Venus brilla allí con fulgor poco común. Ninguna otra estrella o
planeta en ninguna parte de nuestro sistema brilla tan deslumbrante
como Venus en el cielo negro y sin nubes de Mercurio.
Dirijámonos a Marte. El Sol, visto desde allí, parecerá un disco tres
veces más pequeño que si visto desde la Tierra (figura 68). Nuestro
propio planeta brilla en el cielo de Marte como lucero matutino y
vespertino, igual que Venus para nosotros, pero más pálido que éste,
casi como vemos a Júpiter. La Tierra nunca se verá desde allí en su
fase llena. Los marcianos no podrán ver en un momento dado más de
las ¾ partes de su disco. Desde Marte, nuestra Luna será visible a
simple vista como una estrella casi tan brillante como Sirio. Con el
telescopio se verán las fases de la Tierra y las de la Luna. Fobos, el
satélite próximo a Marte, a pesar de sus ínfimas dimensiones (10 km
de diámetro), se encuentra tan cerca de Marte que, en el período de
“Fobos lleno”, brilla 25 veces más claro que Venus para nosotros. El
segundo satélite, Deimos, es mucho menos brillante, pero también
eclipsa la luz de la Tierra en el cielo de Marte. A pesar de sus
pequeñas dimensiones, Fobos está tan cerca de Marte que desde éste
sus fases se verán claramente. Un hombre de buena agudeza visual
observará con absoluta seguridad, las fases de Deimos (Deimos sería
visible desde Marte con un ángulo de 1’, y Fobos, con un ángulo de
cerca de 6’).
Antes de dirigirnos más lejos, detengámonos un momento en la
superficie del satélite más próximo a Marte. Veremos desde allí un
espectáculo absolutamente excepcional: en el cielo brillará,
cambiando rápidamente sus fases, un disco gigante, algunos miles de
veces más brillante que nuestra Luna. Es el planeta Marte. Su disco
ocupa en el cielo 41º, es decir, 80 veces mayor que la Luna para
nosotros. Sólo en el satélite más próximo a Júpiter se podrá observar
un espectáculo celeste semejante.
Trasladémonos ahora a la superficie del planeta gigante que
acabamos de mencionar. Si el cielo de Júpiter es claro, el Sol se verá
en como un disco de superficie 25 veces menor que en nuestro cielo
(figura 68), y brillará otras tantas veces menos. Al breve día de 5
horas le sigue rápidamente la noche. Si nos ponemos a buscar sobre
el fondo de estrellas los planetas conocidos, los encontraremos, pero
¡qué cambiados!

Figura 69. Posible curvatura de los rayos luminosos en la atmósfera


de Júpiter. (Ver en el texto las consecuencias de este fenómeno).

Mercurio se perderá totalmente en los rayos del Sol; se podrán


observar con el telescopio Venus y la Tierra, sólo en los crepúsculos,
pues se pondrán al mismo tiempo que el Sol[78]; y Marte apenas será
visible. En compensación, Saturno rivalizará en brillo, con enorme
ventaja, con Sirio.
En el cielo de Júpiter ocupan un lugar importante sus lunas; los
satélites I y II son casi tan brillantes como la Tierra en el cielo de
Venus, el III es tres veces más brillante que la Tierra vista desde
Venus, y los IV y V, son varias veces más brillantes que Sirio.
En cuanto a sus dimensiones, los diámetros aparentes de los cuatro
primeros satélites serán mayores que el diámetro aparente del Sol.
Los tres primeros satélites se sumergen en cada revolución, en la
sombra de Júpiter, de modo que nunca serán visibles en las fases
disco lleno. En este planeta también se producen eclipses totales de
Sol, pero la zona de visibilidad de esos eclipses ocupa sólo una
estrecha franja en la superficie de Júpiter.
La atmósfera de Júpiter quizás no sea tan transparente como la de la
Tierra, pues es demasiado alta y densa. La gran densidad de la
atmósfera puede dar lugar en Júpiter a fenómenos ópticos muy
originales debidos a la refracción de la luz. En la Tierra resulta de
poca importancia la refracción de los rayos luminosos, provocada por
la atmósfera; ésta solo ocasiona una elevación (óptica) de los astros
en el cielo.
Pero debido a la mayor altura y densidad de su atmósfera, en Júpiter
son posibles fenómenos ópticos mucho más apreciables. Los rayos
que salen muy inclinados de un punto de su superficie (figura 69) no
abandonan la atmósfera y se curvan hacia la superficie del planeta
como las ondas de radio en la atmósfera terrestre. Un observador
que se encuentre en este punto podrá ver algo inusitado. Le parecerá
que está en el fondo de una taza gigantesca. Dentro de la taza estará
distribuida casi toda la superficie del gigantesco planeta, cuyos
contornos cerca de los bordes estarán muy apretados. Y sobre la taza
se extenderá el cielo, no la mitad del cielo que vemos, sino casi todo
el cielo, aunque borroso y poco definido en los bordes de la taza. El
astro diurno nunca abandonará este extraño cielo y se podrá ver el
Sol de medianoche desde cualquier punto del planeta. Que realmente
se den en Júpiter estas condiciones excepcionales, es cosa que hasta
ahora, naturalmente, nadie puede afirmar con certeza.
Un espectáculo igualmente inusitado resultará el mismo Júpiter visto
desde sus satélites más próximos (figura 70).
Por ejemplo, desde el V satélite (el más cercano) el disco gigante del
planeta tendrá un diámetro casi noventa veces mayor que nuestra
Luna [79] y brillará sólo seis o siete veces más débilmente que el Sol.
Cuando se desplace sobre el horizonte sobre su borde inferior, su
borde superior aparecerá en la mitad de la bóveda celeste, y al
sumergirse en el horizonte, el disco ocupará la octava parte de éste.
Sobre este disco, que girará rápidamente, aparecerán ocasionalmente
circulitos oscuros, las sombras de las lunas de Júpiter, que como es
natural, no pueden oscurecer en forma notable al planeta gigante.
Figura 70. Júpiter observado desde su tercer satélite.

Trasladados al siguiente planeta, a Saturno, estudiemos en qué forma


se presentarán, a un observador situado en él, los famosos anillos de
este planeta. Resulta, ante todo, que los anillos no serán visibles
desde todos los puntos de la superficie de Saturno. Desde los polos
hasta los paralelos 64º serán totalmente invisibles. En el límite de
estos casquetes polares, apenas podrá verse el borde exterior del
anillo externo (figura 71). A partir del paralelo 64º y hasta el paralelo
50º, aumentarán las condiciones de visibilidad de los anillos; siempre
será visible su mayor parte, y en el paralelo 50º, el observador podrá
admirar toda la extensión de los anillos, los cuales se presentarán allí
en su ángulo mayor: 12º. Más cerca del ecuador del planeta, los
anillos se reducirán para el observador, aunque se elevarán mucho
más en el horizonte. En el ecuador mismo de Saturno, se podrán ver
en forma de una franja muy estrecha que cruza la bóveda celeste de
Oeste a Este y pasa por el cenit.
Lo dicho hasta acá, todavía no da una idea completa de las
condiciones de visibilidad de los anillos. Es necesario recordar que
sólo uno de los lados de los anillos está iluminado; el otro queda en la
sombra. La parte iluminada es visible sólo desde la mitad de Saturno
a la cual está dirigida.
Así, pues, durante una mitad del largo año de Saturno será posible
ver los anillos sólo desde una mitad del planeta (el resto del año
serán visibles desde la otra mitad), principalmente de día. En las
breves horas en que los anillos sean visibles de noche, se eclipsarán
parcialmente en la sombra del planeta.
Finalmente, todavía queda un detalle interesante: la zona ecuatorial,
durante varios años terrestres, queda oscurecida por los anillos.
El cuadro más fantástico del cielo, sin duda alguna, es el que
descubrirá un observador desde uno de los satélites más próximos a
Saturno. Este planeta, con sus anillos, particularmente en las fases
no llenas en que Saturno sea visible en forma de hoz, constituirá un
espectáculo como no se podrá contemplar desde ningún otro punto
de nuestro sistema planetario. En el cielo se dibujará una hoz gigante
cruzada por las franjas estrechas de los anillos, que se observarán de
perfil y, alrededor de ellos, aparecerá un grupo de satélites de
Saturno, también en forma de hoz pero de dimensiones mucho más
reducidas.

Figura 71. La visibilidad de los anillos de Saturno desde distintos


puntos de la superficie de este planeta. En las regiones polares, hasta
el paralelo 64, los anillos son totalmente invisibles.

La siguiente lista indica, en orden decreciente, los brillos


comparativos de distintos astros vistos desde diversos planetas.

1 Venus desde Mercurio 8 Mercurio desde Venus


2 La Tierra desde Venus 9 La Tierra desde Marte
3 La Tierra desde Mercurio 10 Júpiter desde la Tierra
4 Venus desde la Tierra 11 Júpiter desde Venus
5 Venus desde Marte 12 Júpiter desde Mercurio
6 Júpiter desde Marte 13 Saturno desde Júpiter
7 Marte desde la Tierra

Hemos resaltado los números 4, 7 y 10, los planetas vistos desde la


Tierra, porque, como su brillo nos es conocido, pueden servirnos
como punto de comparación para apreciar la visibilidad de los astros
en otros planetas.
La lista nos indica claramente, que nuestro propio planeta, la Tierra,
ocupa en cuanto a brillo, uno de los primeros lugares en el cielo de
los planetas más próximos al Sol; incluso en el cielo de Mercurio brilla
con luz más viva que Venus y Júpiter para nosotros.
En la sección “10. La magnitud estelar de los planetas en el cielo
terrestre y en los cielos ajenos” (Capítulo 4), volveremos a hablar con
mayor precisión sobre la intensidad del brillo de la Tierra y demás
planetas.
Finalmente, damos una serie de datos numéricos relativos al sistema
solar, que pueden servir como información para el lector [80].
En las tablas siguientes se presentan datos sobre los planetas del
sistema solar.
En la figura 72 se da una idea de cómo se ven los planetas con un
telescopio no muy grande, de 100 aumentos. Para efectos de
comparación, debajo se muestra la Luna tal cual se ve con un
aumento similar (es necesario mantener el dibujo a la distancia de
visión tridimensional, es decir, a 25 cm de los ojos).
Sol Luna
Diámetro km 1.390.600,00 3.473,0000
Volumen (Tierra = 1) 1.301.200,00 0,0203
Masa (Tierra = 1) 333.434,00 0,0123
Densidad (agua = 1) 1,41 3,3400
Distancia media de la Tierra, km 384.400,0000

Arriba, se muestra Mercurio, con el aumento indicado, en su mayor y


en su menor alejamiento de nosotros. Debajo de él, Venus, y
después, Marte, el sistema de Júpiter y Saturno con sus satélites
mayores. (Para detalles sobre las dimensiones aparentes de los
planetas, ver mi obra Física recreativa, libro 2, capítulo IX.)

Mercurio en la
posición más cercana
(invisible) y en la más
alejada
Venus en la posición
más cercana
(invisible), la mayor
hoz visible y en la
posición más alejada

Marte en la posición
más cercana y en la
más alejada

Júpiter con los 4


satélites mayores

Saturno con el satélite


mayor
Figura 72. Cómo se ven la Luna y los planetas con un telescopio de
100 aumentos. El dibujo debe situarse a 25 cm de los ojos; los discos
de los planetas y la Luna (página anterior), aparecerán entonces
como se ven en un telescopio del aumento indicado
Capítulo 4
Las estrellas

Contenido:

1. ¿Por qué las estrellas parecen “estrelladas”?


2. ¿Por qué las estrellas titilan y los planetas brillan serenos?
3. ¿Son visibles las estrellas durante el día?
4. Qué es la magnitud estelar
5. Álgebra estelar
6. El ojo y el telescopio
7. Las magnitudes estelares del Sol y de la Luna
8. El brillo verdadero de las estrellas y del Sol
9. La más brillante de las estrellas conocidas
10. La magnitud estelar de los planetas en el cielo terrestre y en
los cielos ajenos
11. ¿Por qué el telescopio no agranda las estrellas?
12. ¿Cómo se midieron los diámetros de las estrellas?
13. Los gigantes del mundo estelar
14. Un cálculo sorprendente
15. La materia más pesada
16. ¿Por qué las estrellas se llaman fijas?
17. Unidades de medida de las distancias interestelares
18. El sistema de las estrellas más próximas
19. La escala del universo

1. ¿Por qué las estrellas parecen “estrelladas”?


Mirando las estrellas a simple vista, las vemos rodeadas de rayos de
luz. La causa de este aspecto radiante de las estrellas está en
nuestros ojos, en la insuficiente transparencia del cristalino, que no
tiene una estructura homogénea como un buen cristal, sino
filamentosa.
He aquí lo que decía sobre esto Helmholtz [81] (en el tratado Los
progresos de la teoría de la visión)
“Las imágenes de los puntos luminosos percibidas por los ojos
presentan rayos irregulares.
La causa de esto se encuentra en el cristalino, cuyas fibras están
dispuestas radialmente en seis direcciones. Los rayos de luz que
parecen salir de los puntos luminosos, por ejemplo, de las estrellas,
de fuegos lejanos, no son más que una manifestación de la estructura
radiada del cristalino. Una prueba de lo general que es esta
deficiencia de los ojos consiste en que casi todo el mundo llama
‘estrellada’ a una figura radial”.
Hay un procedimiento para poner remedio a esta deficiencia de
nuestro cristalino y ver las estrellas desprovistas de rayos sin tener
que recurrir a la ayuda del telescopio. Este procedimiento fue
indicado hace 400 años por Leonardo da Vinci.
“Mira, escribía él, las estrellas sin rayos luminosos. Esto se puede
conseguir observándolas a través de una pequeña abertura hecha con
la punta de una aguja fina y colocada lo más cerca posible del ojo.
Verás las estrellas tan pequeñas, que ninguna otra cosa puede
parecer menor.”
Esto no contradice lo dicho por Helmholtz sobre el origen de los
“rayos de las estrellas”. Por el contrario, la experiencia descrita
confirma su teoría; mirando a través de una abertura muy pequeña,
en el ojo solamente penetra un fino hacecillo luminoso que pasa a
través de la parte central del cristalino y que por esto no sufre la
influencia de su estructura radial [82].
Si nuestro ojo estuviera construido en forma más perfecta, no
veríamos en el cielo “estrellas” sino puntos brillantes.

2. ¿Por qué las estrellas titilan y los planetas brillan serenos?


Distinguir a simple vista las estrellas fijas de las “errantes”, es decir,
de los planetas [83], es muy fácil, aún sin conocer el mapa del cielo.
Los planetas brillan con luz serena; las estrellas titilan
ininterrumpidamente como si se encendieran y oscilaran, cambian su
brillo, y las estrellas que brillan a escasa altura sobre el horizonte
también cambian incesantemente de color.
“Esta luz, dice Flammarion, ya brillante, ya débil, con fulgores
intermitentes, ora blanca, ora verde, ora roja, como los chispeantes
reflejos de un límpido diamante, anima la inmensidad del cielo y nos
incita a ver las estrellas como ojos que miran hacia la Tierra.”
Particularmente brillantes y hermosas titilan las estrellas en las
noches de invierno y en la época de primavera, y también, después
de las lluvias, cuando el cielo se queda rápidamente sin nubes[84]. Las
estrellas cercanas al horizonte titilan más que las que brillan en lo
alto del cielo; las estrellas blancas titilan más que las amarillentas y
las rojizas.
Como el aspecto radiante, el centelleo no es una propiedad inherente
a las estrellas mismas; se origina en la atmósfera terrestre, a través
de la cual deben pasar los rayos provenientes de las estrellas antes
de alcanzar el globo del ojo. Si nos eleváramos por encima de la capa
gaseosa variable, a través de la cual miramos el espacio, no
observaríamos el centelleo de las estrellas: allá arriba brillan serenas,
con luz fija.
La causa del centelleo es la misma que hace oscilar los objetos
alejados cuando el Sol calienta fuertemente el suelo en el verano.
La luz de las estrellas tiene que pasar entonces a través, no de un
medio homogéneo, sino de capas gaseosas de diferentes
temperaturas, de diferente densidad, que es lo mismo que decir,
capas con distinto índice de refracción. Es como si en la atmósfera
estuvieran esparcidos innumerables prismas ópticos, lentes convexas
y cóncavas, que cambian incesantemente de posición. Los rayos de
luz sufren innumerables desviaciones de la línea recta, ya
concentrándose, ya dispersándose, lo cual da lugar a los cambios
rápidos en el brillo de las estrellas. Y como la refracción se acompaña
de la dispersión de los colores, junto con la fluctuación del brillo se
observan también los cambios de color.
“Existen, escribe el astrónomo de Pulka, G. A. Tijov, después de
estudiar el fenómeno del centelleo, procedimientos que permiten
contar el número de cambios de coloración que en determinado
tiempo se producen en las estrellas que titilan.
Resulta que estos cambios son extraordinariamente rápidos, y que su
número oscila en muchos casos desde algunas decenas hasta cien y
más por segundo. Se puede verificar mediante un sencillo
procedimiento. Tomen un binocular y miren a través de él una
estrella brillante, dando al extremo del objetivo un rápido movimiento
circular.
Entonces, en lugar de una estrella, se ve un anillo formado por
muchas estrellas separadas y de variados colores. Con un menor
centelleo o con un movimiento muy rápido del binocular, el anillo
estará formado por arcos de distintos colores, de longitudes grandes
y pequeñas.”
Queda por explicar por qué los planetas, a diferencia de las estrellas,
no titilan, sino que brillan serenos, con luz fija. Los planetas están
mucho más cerca de nosotros que las estrellas; por eso no se les ve
como puntos, sino como circulitos luminosos, como discos, aunque de
medidas angulares tan pequeñas a consecuencia de su brillo
deslumbrante, que estas dimensiones angulares son casi
imperceptibles.
Cada punto separado de uno de esos circulitos titila; pero los cambios
de brillo y de color de los puntos separados se realizan
independientemente unos de otros, en distintos momentos, y así se
compensan; la disminución del brillo de un punto coincide con el
aumento del brillo de otro y, por lo tanto, la intensidad total de la luz
del planeta no varía. De lo cual resulta el brillo constante, sin
centelleo, de los planetas. Es como decir que no se ve titilar a los
planetas porque titilan en muchos puntos a la vez, pero a distintos
tiempos.

3. ¿Son visibles las estrellas durante el día?


Durante el día se encuentran sobre nuestras cabezas las mismas
constelaciones que medio año atrás eran visibles de noche y que, seis
meses más tarde, nuevamente embellecerán el cielo nocturno.
La atmósfera iluminada de la Tierra nos impide verlas, ya que las
partículas de aire dispersan los rayos solares en mayor cantidad que
la luz que nos envían las estrellas[85].
Un sencillo experimento puede hacernos ver claramente esta
desaparición de las estrellas a la luz del día. En la pared lateral de un
cajoncito de cartón se hacen agujeritos dispuestos en forma
semejante a alguna constelación y se pega por fuera una hoja de
papel blanco. El cajón se coloca en una pieza oscura y se ilumina
interiormente. En la pared agujereada aparecen entonces nítidamente
los agujeritos iluminados desde el interior, que son como las estrellas
en el cielo nocturno. Pero, sin dejar de iluminar interiormente, basta
encender en la pieza una lámpara suficientemente luminosa, para
que las estrellas artificiales de la hoja de papel desaparezcan del
todo, esto mismo viene a hacer la “luz del día” que apaga las
estrellas.
A menudo se oye hablar de que, desde el fondo de una mina
profunda, de un pozo, de una chimenea alta, etc., se pueden
distinguir las estrellas durante el día. Esta versión tan extendida,
apoyada en la autoridad de personas de renombre, hace poco tiempo
fue sometida a comprobación, pero no resultó confirmada.
En realidad, ninguno de los autores que escribió sobre esto, desde
Aristóteles en la antigüedad hasta John Herschel en el siglo XIX,
observó las estrellas en estas condiciones. Todos confiaron en el
testimonio de terceras personas. Sin embargo, cuán poco se puede
esperar del testimonio de estos testigos presenciales, lo indica el
interesante ejemplo siguiente. En un diario americano apareció un
artículo relativo a la visibilidad diurna de las estrellas desde el fondo
de los pozos, a la que consideraba una fantasía. Esta opinión fue
refutada enérgicamente en una carta de un granjero, que afirmaba
que él mismo había visto de día a Capela y a Algol desde el fondo de
un silo de 20 metros de altura. El estudio demostró, sin embargo,
que en la época del año indicada, a la latitud en que se encontraba la
granja del observador, ninguna de las dos estrellas mencionadas se
halla en el cenit, y por consiguiente, ninguna de ellas se podía ver
desde el fondo del silo.
Teóricamente carece de fundamento que un pozo o una mina puedan
ayudar a ver las estrellas durante el día. Como ya hemos dicho, las
estrellas no son visibles de día porque están inmersas en la luz del
Sol. Esta condición no cambia para los ojos, en el fondo de un pozo.
En él se elimina solamente la luz lateral; pero los rayos difundidos
por las partículas de las capas de aire que están encima de la boca
del pozo, impedirán como antes, la visibilidad de las estrellas.
Sin embargo, como las paredes del pozo protegen la vista contra los
rayos brillantes del Sol, esto puede facilitar la observación de los
relucientes planetas, pero no la de las estrellas.
Las estrellas son visibles de día con el telescopio, pero de ningún
modo como algunos piensan, porque miran “desde el fondo del tubo”,
sino porque la refracción de los rayos en los lentes o su reflexión en
los espejos, debilita mucho el brillo de la parte que se examina del
cielo. Por el contrario, se aumenta el brillo de las estrellas, que se
presentan en forma de puntos. En un telescopio con un objetivo de
unos 7 cm de diámetro, se pueden ver de día, estrellas de primera y
aun de segunda magnitud. Pero en un pozo, una mina o una
chimenea no tiene aplicación lo dicho.
Otra cosa sucede con los planetas más brillantes: Venus, Júpiter y
Marte en oposición. Éstos brillan mucho más que las estrellas, y por
esta razón, en condiciones favorables, se pueden ser ver también en
el cielo diurno (ver sobre esto la sección “Planetas a la luz del día”)

4. ¿Qué es la magnitud estelar?


Hasta las personas más alejadas de la astronomía han oído hablar de
estrellas de primera, de segunda y de otras magnitudes; es ése un
concepto muy difundido.
Pero rara vez han oído hablar de estrellas más brillantes que las de
primera magnitud, estrellas de magnitud cero, e incluso de magnitud
negativa; hasta les parece incomprensible que entre las estrellas de
magnitud negativa se encuentren los astros más brillantes del cielo y
que nuestro Sol sea una estrella de “-27ªva magnitud”.
Algunos verán en esto, quizás, incluso una tergiversación del
concepto de número negativo.
Y, sin embargo, aquí tenemos precisamente un ejemplo muy claro de
aplicación lógica de la teoría de los números negativos.
Detengámonos detalladamente en la clasificación de las estrellas de
acuerdo a sus magnitudes. Quizás sea necesario recordar que con la
palabra “magnitud”, se entiende en este caso su brillo aparente, y no
una medida geométrica de las estrellas. Ya en la antigüedad se
distinguían en el cielo las estrellas más brillantes, las que se
encendían en el cielo del atardecer antes que las demás, y señaladas
como estrellas de primera magnitud. Tras ellas seguían las estrellas
de segunda, de tercera, etc., hasta las estrellas de sexta magnitud,
apenas perceptibles a simple vista. Esta clasificación subjetiva de las
estrellas de acuerdo a su brillo, no satisfizo a los astrónomos de los
tiempos modernos. Se establecieron bases más firmes para la
clasificación de las estrellas según su brillo. Se basan en lo siguiente.
Se halló que las estrellas más luminosas, por término medio, ya que
no todas tienen igual brillo, son exactamente 100 veces más
brillantes que las estrellas más débiles a simple vista.
Se confeccionó la escala de brillo de las estrellas, de modo que la
relación entre el brillo de las estrellas de dos magnitudes inmediatas,
sea constante. Llamando n a esta “relación entre las intensidades
luminosas”, tenemos:

1. Las estrellas de 2ª magnitud son n veces más débiles que las


estrellas de 1ª magnitud.
2. Las estrellas de 3ª magnitud son n veces más débiles que las
estrellas de 2ª magnitud.
3. Las estrellas de 4ª magnitud son n veces más débiles que las
estrellas de 3ª magnitud, etc.

Si se compara el brillo de las estrellas de las demás magnitudes con


el brillo de las estrellas de primera magnitud, tenemos:

1. Las estrellas de 3ª magnitud son n2 más débiles que las


estrellas de 1ª magnitud.
2. Las estrellas de 4ª magnitud son n3 más débiles que las
estrellas de 1ª magnitud.
3. Las estrellas de 5ª magnitud son n4 más débiles que las
estrellas de 1ª magnitud.
4. Las estrellas de 6ª magnitud son n5 más débiles que las
estrellas de 1ª magnitud.
De las observaciones resultó que n5 = 100. Calcular ahora la
magnitud de la relación entre las intensidades luminosas es fácil (con
ayuda de los logaritmos):

Así, las estrellas de cada magnitud estelar son 2½ veces más débiles
que las estrellas de la magnitud estelar anterior [86].

5. Álgebra estelar
Consideremos un poco más en detalle, el grupo de estrellas más
brillantes. Ya hemos señalado que el brillo de estas estrellas es
diferente: unas brillan con intensidad varias veces mayor que el
término medio, otras son de brillo más débil (el grado medio de su
brillo es 100 veces mayor que el brillo de las estrellas apenas
distinguibles a simple vista).
Hallemos la manera de indicar el brillo de las estrellas que son 2½
veces más brillantes que el término medio de las estrellas de primera
magnitud. ¿Cuál es la cifra que antecede al 1? La cifra 0.
Esto quiere decir que a estas estrellas hay que considerarlas como
estrellas de magnitud “cero”. ¿Y dónde poner las estrellas que son
más brillantes que las de primera magnitud, no 2½ veces, sino 1½ ó
2 veces? Su lugar está entre 1 y 0, es decir, que la magnitud estelar
de un astro tal se expresa mediante un número fraccionario positivo;
como, “estrella de magnitud 0,9”, “de magnitud 0,6”, etc. Estas
estrellas son más brillantes que las de primera magnitud.
Ahora se hace clara también, la necesidad de introducir los números
negativos, para indicar el brillo de las estrellas. Como hay estrellas
que por la intensidad de su luz superan a las de magnitud cero, es
evidente que su brillo debe ser expresado con números que están del
otro lado del cero, es decir, con números negativos. De ahí que haya
brillos definidos como “-1”, “-2”, “-1,6”, “-0,9”, etc.
En astronomía, la “magnitud” de las estrellas se determina con la
ayuda de aparatos especiales, los fotómetros; el brillo de un astro se
compara con el brillo de determinada estrella cuya luminosidad es
conocida o con una “estrella artificial” del aparato.
La estrella más brillante de todo el cielo, Sirio, tiene una magnitud
estelar de -1,6. La estrella Canopo (visible sólo en las latitudes del
Sur) tiene una magnitud estelar de -0,9. La más brillante de las
estrellas del hemisferio Norte, Vega, tiene una magnitud de 0,1;
Capeta y Arturo, 0,2; Rigel, 0,3; Proción, 0,5; Altair, 0,9. (Téngase
presente que las estrellas de magnitud 0,5 son más brillantes que las
estrellas de magnitud 0,9, etc.)
Damos seguidamente una lista de las estrellas más brillantes del
cielo, con el valor de sus magnitudes estelares (entre paréntesis se
indican los nombres de las constelaciones a que pertenecen)

Sirio (del Can Mayor) -1,6 Betelgeuse (α de Orión) 0,9


Canopo (de Argos) -0,9 Altaír (α del Águila) 0,9
α del Centauro 0,1 Aldebarán (α del Tauro) 1,1
Vega (α de la Lira) 0,1 Pólux (β de Géminis) 1,1
Capela (α del Cochero) 0,2 Espiga (α de Virgo) 1,2
Arturo (α del Boyero) 0,2 Antares (α de Escorpión) 1,2
Rigel (β de Orión) 0,3 Fomalhaut (α del Pez Austral) 1,2
Proción (α del Can Mayor) 0,5 Deneb (α del Cisne) 1,3
Achernar (α de Erídano) 0,6 Régulo (α de Leo) 1,3
α del Centauro 0,9

Examinando esta lista vemos que no hay ninguna estrella que sean
exactamente de primera magnitud: de las estrellas de magnitud 0,9,
la lista pasa a las estrellas de magnitud 1,1, 1,2, etc., saltando la
magnitud 1,0 (primera). Por consiguiente, la estrella de primera
magnitud no es más que un patrón convencional del brillo, pero no
hay ninguna en el cielo.
No debe pensarse que la clasificación de las estrellas en magnitudes
está determinada por las propiedades físicas de las estrellas mismas.
La clasificación surge de las características de nuestra visión y es
consecuencia de una ley común a todos los órganos de los sentidos,
llamada “ley psicofísica” de Weber-Fechner[87]. Aplicada a la visión,
esta ley dice que cuando la intensidad de un foco de luz cambia en
progresión geométrica, la sensación de brillo cambia en progresión
aritmética. (Es cosa curiosa que los físicos midan la intensidad de los
sonidos y de los ruidos, siguiendo el mismo principio empleado para
medir el brillo de las estrellas. El lector encontrará más detalles sobre
este tema en mis libros (Física recreativa y Álgebra recreativa.)
Conociendo ya la escala astronómica de brillo de las estrellas,
hagamos algunos cálculos útiles. Calculemos, por ejemplo, cuántas
estrellas de tercera magnitud debemos juntar para que brillen como
una de primera magnitud. Sabemos que las estrellas de tercera
magnitud son más débiles que las de primera magnitud, 2,52, es
decir, 2n = 22 = (2,52)2, o sea, 6,3 veces; esto nos dice que para
igualar el brillo de una estrella de primera magnitud son suficientes
6,3 de tales estrellas. Para tener el brillo de una estrella de primera
magnitud, es necesario tomar 15,8 de la cuarta magnitud, etc. Con
cálculos similares [88] se hallaron los números que figuran en la tabla
siguiente.
Para remplazar a una estrella de primera magnitud son necesarios los
siguientes números de estrellas de otras magnitudes [89]:

De 2ª 2,5
De 3ª 6,3
De 4ª 16
De 5ª 40
De 6ª 100
De 7ª 250
De 10ª 4.000
De 11ª 10.000
De 16ª 1.000.000

Con la séptima magnitud entramos ya en el mundo de las estrellas


que son imperceptibles a simple vista. Las estrellas de 16 ava
magnitud sólo se distinguen con los telescopios más potentes; para
que fuera posible verlas a simple vista, la sensibilidad del ojo debería
aumentar 10.000 veces. Entonces las veríamos tal cual vemos ahora
las estrellas de sexta magnitud.
En la tabla anterior no figuran, evidentemente, las estrellas que están
“antes de las de primera” magnitud.
Llegamos el cálculo también para algunas de ellas. Las estrellas de
magnitud 0,5 (Proción) son más brillantes que las de primera
magnitud 2,5/0,5, es decir, una vez y media. Las estrellas de
magnitud -0,9 (Canopo) son más brillantes que las de primera
magnitud 2,51/9, o sea, 5,8 veces, y las estrellas de magnitud -1,6
(Sirio), 2,52/6, es decir, 10 veces.
Finalmente, es interesante este otro cálculo: ¿cuántas estrellas de
primera magnitud serían necesarias para remplazar la luz de todo el
cielo estrellado visible a simple vista?
Supongamos que en un hemisferio celeste hay 10 estrellas de
primera magnitud. Se ha observado que el número de estrellas de
una magnitud es aproximadamente tres veces mayor que el número
de estrellas de la magnitud anterior, y que su brillo es 2,5 veces
menor. Por lo tanto, el número de estrellas buscado es igual a la
suma de los términos de la progresión [90]:

Tenemos:

Por lo tanto, el brillo total de todas las estrellas visibles a simple vista
en un hemisferio es aproximadamente igual a cien estrellas de
primera magnitud (o una estrella de magnitud - 4) [91].
Si se hace un cálculo similar, teniendo en cuenta no sólo las estrellas
visibles a simple vista, sino todas las que son accesibles a los
telescopios contemporáneos, resulta que su luz total es igual en
intensidad al brillo de 1.100 estrellas de primera magnitud (o una
estrella de magnitud -6,6). [92]

6. El ojo y el telescopio
Comparemos la observación de las estrellas, a través del telescopio,
con la observación a simple vista.
Fijemos en 7 mm el diámetro de la pupila del ojo humano para
observaciones nocturnas, como término medio. Un telescopio con un
objetivo de 5 cm de diámetro, deja pasar más rayos que la pupila

(50/7)2

veces, es decir, aproximadamente, 50 veces más, y con un diámetro


de 50 cm, 5.000 veces más. He ahí las veces que el telescopio
aumenta el brillo de las estrellas observadas a través de él.
(Lo dicho se refiere solamente a las estrellas y no a los planetas, que
tienen un disco visible.
Además de esto, para el cálculo del brillo de los planetas se debe
tener en cuenta el aumento óptico del telescopio.
Sabiendo esto, puedes calcular cuál debe ser el diámetro del objetivo
de un telescopio para ver a través de él las estrellas de determinada
magnitud; pero para esto es necesario saber hasta qué magnitud son
visibles las estrellas en un telescopio con un objetivo de diámetro
conocido. Supongamos, por ejemplo, que en un telescopio con
abertura de 64 cm de diámetro se pueden distinguir estrellas hasta
de 15ª magnitud inclusive. ¿Qué objetivo se requiere para ver
estrellas de la magnitud siguiente, es decir, de 16ª magnitud?
Establezcamos la proporción

donde x es el diámetro buscado del objetivo. Tenemos:

x = 64 x 2,5 = 100 cm

Se necesita un telescopio con un objetivo de un metro de diámetro.


Generalizando, para aumentar la visibilidad del telescopio en una
magnitud estelar, es necesario multiplicar el diámetro de su objetivo
por x2,5, es decir, aumentarlo 1,6 veces.

7. Las magnitudes estelares del Sol y de la Luna


Prosigamos nuestra excursión algebraica por el cielo. La escala que se
utiliza para apreciar el brillo de las estrellas puede ser usada también
para otros astros: los planetas, el Sol y la Luna. Más adelante
hablaremos del brillo de los planetas; ahora nos referiremos a las
magnitudes estelares del Sol y de la Luna. La magnitud estelar del
Sol se expresa con el número -26,8, y la de la Luna llena [93], con el
número -12,6. Por lo dicho anteriormente, el lector sin duda
comprende por qué ambos números son negativos. Pero puede ser
que quedes perplejo ante una diferencia que no parece ser muy
grande entre las magnitudes estelares del Sol y de la Luna. La
primera parece ser sólo dos veces mayor que la segunda.
No olvidemos, sin embargo, que el valor de la magnitud estelar es en
realidad un logaritmo (de base 2,5). Y como para comparar dos
números no podemos dividir sus logaritmos entre sí, no tiene sentido
que dividamos la magnitud de una estrella entre la magnitud de otra
cuando queremos comparar su brillo. El siguiente cálculo muestra el
resultado de una comparación correcta.
La magnitud estelar del Sol es de -26,8. Esto quiere decir que el Sol
es más brillante que una estrella de primera magnitud

2,527,8 veces

La Luna misma es más brillante que una estrella de primera magnitud

2,513,6 veces

O sea, que el brillo del Sol es mayor que el brillo de la Luna llena

Calculada esta potencia (con ayuda de la tabla de logaritmos) resulta


447.000. Ésta es, por consiguiente, la relación exacta entre los brillos
del Sol y de la Luna: el astro diurno, en un día claro, ilumina a la
Tierra 447.000 veces más intensamente que la Luna llena en una
noche sin nubes.
Admitiendo que la cantidad de calor desprendido por la Luna es
proporcional a la cantidad de luz que emite (lo cual, sin duda, se
aproxima a la realidad), hay que suponer que la Luna nos envía
también una cantidad de calor 447.000 veces menor que el Sol. Es
sabido que cada centímetro cuadrado, en el límite de la atmósfera
terrestre, recibe del Sol cerca de 2 calorías pequeñas [94] por minuto.
De donde resulta que la Luna irradia sobre 1 cm2 de la Tierra, en
cada minuto, menos de 1/225.000 de caloría pequeña (es decir, que
puede calentar 1 gramo de agua en 1 minuto a 1/225.000 °C). Esto
nos dice claramente que los intentos por atribuir a la luz de la Luna,
influencia en el clima de la Tierra, carecen de fundamento[95].
La opinión bastante generalizada de que las nubes se esfuman
frecuentemente bajo la acción de los rayos de la Luna llena, es un
error craso que se explica, porque solo se pueden observar a la luz de
la Luna, las nubes que desaparecen durante la noche (fenómeno
originado realmente por otras causas).
Dejemos la Luna y calculemos cuántas veces brilla más el Sol que
Sirio, la más brillante de las estrellas de todo el cielo. Razonando
como antes, tenemos la relación de sus brillos
es decir, que el Sol es diez mil millones de veces más brillante que
Sirio.
Es muy interesante también el cálculo siguiente: ¿cuántas veces es
más brillante la iluminación proveniente de la Luna llena que la
iluminación de todo el cielo estrellado, es decir, de todas las estrellas
visibles a simple vista en un hemisferio celeste? Ya hemos calculado
que las estrellas de primera a sexta magnitud inclusive, brillan juntas
como un centenar de estrellas de primera magnitud. Por
consiguiente, el problema se reduce a calcular cuántas veces es más
brillante la Luna que cien estrellas de primera magnitud.
Esta relación es igual a

Así, pues, en una noche clara sin Luna, recibimos de las estrellas del
cielo sólo 1/2.700 de la luz que nos envía la Luna llena, y 1/(2.700 x
447.000) es decir, 1.200 millones de veces menos de la que nos llega
del Sol un día sin nubes.
Agreguemos también que la magnitud estelar de una bujía normal
internacional a la distancia de 1 m es igual a -14,2; de donde resulta
que a la distancia indicada, la bujía ilumina con más brillo que la Luna
llena

O sea, cuatro veces.


También es interesante anotar, que un proyector de un faro, con una
potencia de 2 mil millones de bujías, será visible a la distancia de la
Luna, como una estrella de magnitud 4,5, es decir, que se podrá
distinguir a simple vista.

8. El brillo verdadero de las estrellas y del Sol


Todos los análisis del brillo, que hemos hecho hasta ahora, se
refieren sólo al brillo aparente.
Los números dados expresan el brillo de los astros a las distancias a
la que se encuentran realmente. Pero sabemos que las estrellas se
hallan a diferentes distancias de la Tierra; el brillo aparente de las
estrellas no nos permite juzgar su brillo verdadero, ni su alejamiento
de nosotros; hasta tanto no hayamos deslindado bien ambos
factores. Entretanto, es importante saber cuál es el brillo
comparativo, o mejor, la “luminosidad” de las distintas estrellas, si
todas se encuentran a igual distancia de nosotros.
Los astrónomos introducen el concepto de magnitud estelar
“absoluta” de las estrellas, para dar solución al problema así
planteado. La magnitud estelar absoluta de una estrella, es la que
tendría dicha estrella, si se encontrara á 10 “pársecs” de nosotros. El
“pársec” es una medida especial de longitud que se emplea para
expresar las distancias estelares [96].
Sobre su origen hablaremos más adelante. Ahora diremos solamente
que un pársec es igual, aproximadamente, a 30.800.000.000.000
km. El cálculo de la magnitud estelar absoluta no es difícil de realizar
si se conoce la distancia de las estrellas y se tiene en cuenta que el
brillo disminuye proporcionalmente al cuadrado de la distancia [97].
Ilustraremos los cálculos con dos ejemplos: el de Sirio y el de nuestro
Sol.
La magnitud absoluta de Sirio es +1,3 y la del Sol es +4,8. Es decir
que, desde una distancia de 30.800.000.000.000 km, Sirio brillará
para nosotros como una estrella de magnitud 1,3, y nuestro Sol como
una estrella de magnitud 4,8, o sea, más débil que Sirio

aunque el brillo aparente del Sol es 10.000.000.000 de veces mayor


que el de Sirio.
Acabamos de ver que el Sol no es, ni remotamente, la más brillante
de las estrellas del cielo.
Sin embargo, no debemos considerar a nuestro Sol, como un pigmeo
entre las estrellas que lo rodean: su luminosidad es superior a la
media. Según la fórmula:

donde M es la magnitud estelar absoluta de la estrella m su magnitud


aparente y 2p el paralaje de la estrella en segundos. Podemos
efectuar las transformaciones siguientes:

0,4 M = 0,4m+ 2+ 2·log(p)

De donde:

M = m + 5 +5·log(p)

Para Sirio, por ejemplo, m = -1,6, p = 0,38”. Su magnitud absoluta


es,

M = -1,6 + 5 + 5 log (0,38) = 1,3


Según los datos de la estadística estelar, la luminosidad media de las
estrellas que rodean al Sol, a una distancia de 10 pársecs, es igual a
la luminosidad de una estrella de novena magnitud absoluta. Como la
magnitud absoluta del Sol es igual a 4,8, éste es más brillante que el
promedio de las estrellas “vecinas”[98]:

Siendo en valor absoluto, 25 veces menos brillante que Sirio, el Sol,


sin embargo, es 20 veces más brillante que el brillo medio de las
estrellas que lo rodean.

9. La más brillante de las estrellas conocidas


La mayor luminosidad conocida es la de una estrellita de octava
magnitud, imperceptible a simple vista, en la constelación de la
Dorada, designada con la letra S. La constelación de la Dorada se
encuentra en el hemisferio Sur del cielo, y no es visible en las zonas
templadas del hemisferio Norte. La estrellita mencionada, forma parte
de un sistema estelar vecino de la Tierra, la Pequeña Nube de
Magallanes, cuya distancia a nosotros es, aproximadamente, 12.000
veces mayor que la distancia de Sirio. A esa distancia, dicha estrella
tiene que poseer un brillo excepcional para parecer de octava
magnitud. Si Sirio, se situara a esa misma distancia, brillaría como
una estrella de 17ª magnitud, es decir, que apenas sería visible con
el más potente de los telescopios.
¿Cuál es la luminosidad de tan notable estrella? El cálculo da este
resultado: - 1/8 de magnitud. Esto quiere decir que nuestra estrella
es en valor absoluto ¡unas 400.000 veces más brillante que el Sol!
Con brillo tan excepcional, si esta estuviera a la distancia de Sirio,
parecería nueve magnitudes más brillante que éste, o sea que tendría
aproximadamente el brillo de la Luna en cuarto creciente. Una
estrella que a la distancia de Sirio derramaría sobre la Tierra una luz
tan brillante, sin duda alguna se puede considerar como la más
brillante de las estrellas conocidas.

10. La magnitud estelar de los planetas en el cielo terrestre y


en los cielos ajenos
Volvamos ahora al viaje imaginario a otros planetas (expuesto en la
sección “14. Los cielos ajenos”, del Capítulo 3) y calculemos con
mayor precisión el brillo de los astros que alumbran en ellos. Ante
todo, indiquemos la magnitud estelar de los planetas, cuando estos
lucen con su máximo brillo en el cielo de la Tierra. He aquí la tabla:

En el cielo Terrestre
Venus -4,3
Marte -2,8
Júpiter -2,5
Mercurio -1,2
Saturno -0,4
Urano +5,7
Neptuno +7,6

Examinando esta tabla, vemos que Venus es más brillante que Júpiter
casi dos magnitudes estelares, es decir, 2,52 = 6,25 veces; más que
Sirio, 2,52,7 = 13 veces (el brillo de Sirio es de magnitud -1,6).

En el cielo de Marte
El Sol -26,0
Fobos -8,0
Deimos -3,7
Venus -3,2
Júpiter -2,8
La Tierra -2,6
Mercurio -0,8
Saturno -0,6

En el cielo de Venus
El Sol -27,5
La Tierra -6,6
Mercurio -2,7
Júpiter -2,4
La Luna -2,4
Saturno -0,3

En el cielo de Júpiter
El Sol -23,0
Satélite I - 7,7
Satélite II - 6,4
Satélite III - 5,4
Satélite IV 3,3
Satélite V - 2,8
Saturno -2,0
Venus - 0,3

De esta tabla resulta también que el pálido planeta Saturno es aún


más brillante que todas las estrellas fijas, con excepción de Sirio y de
Canopo. Aquí encontramos una explicación del hecho de que los
planetas (Venus, Júpiter) son a veces visibles de día a simple vista,
cosa imposible para las estrellas.
Damos igualmente tablas del brillo de los astros en los cielos de
Venus, de Marte y de Júpiter, sin nuevas aclaraciones, puesto que
ellas constituyen solamente una expresión cuantitativa de lo que ya
hemos dicho en la sección “14. Los cielos ajenos”, en el Capítulo 3.
Al evaluar el brillo de los planetas en el cielo de sus propios satélites,
debe ubicarse, en primer lugar, a Marte “lleno” en el cielo de Fobos (-
22,5); después, a Júpiter “lleno” en el cielo del satélite V (-21), y a
Saturno “lleno” en el cielo de su satélite Mimas (-20). En este
satélite, Saturno es ¡sólo cinco veces menos brillante que el Sol!
Por último, es interesante la siguiente tabla del brillo de los planetas
observados unos desde otros, en la que aparecen dispuestos por
orden decreciente de brillo.
Magnitud estelar
Venus desde Mercurio -7,7 Mercurio desde Venus - 2,7
La Tierra desde Venus -6.6 La Tierra desde Marte -2,6
La Tierra desde Mercurio -5,0 Júpiter desde la Tierra -2,5
Venus desde la Tierra -4,3 Júpiter desde Venus -2,4
Venus desde Marte - 3,2 Júpiter desde Mercurio -2,2
Júpiter desde Marte -2,8 Saturno desde Júpiter - 2,0
Marte desde la Tierra -2,8

La tabla indica que en el cielo de los planetas mayores, los astros


más brillantes son: Venus observado desde Mercurio, la Tierra vista
desde Venus y la Tierra vista desde Mercurio.

11. ¿Por qué el telescopio no agranda las estrellas?


A las personas que por primera vez dirigen un catalejo a las estrellas
fijas, les llama la atención que el tubo, que aumenta notablemente la
Luna y los planetas, en nada aumenta las dimensiones de las
estrellas, y que incluso las disminuye, convirtiéndolas en un punto
brillante que no forma disco. Esto lo notó ya Galileo, que fue el
primer hombre que observó el cielo con un telescopio. Describiendo
las primeras observaciones realizadas con el anteojo de su invención,
dice:

“Es digno de ser señalado que la observación con el telescopio resulta


distinta para los planetas y para las estrellas fijas. Los planetas
aparecen como circulitos claramente dibujados, como pequeñas
lunas. Las estrellas fijas no tienen contornos perceptibles. El
telescopio aumenta solamente su brillo, de modo que las estrellas de
5ª y 6ª magnitud se hacen por el brillo, iguales a Sirio, que es la más
brillante de las estrellas fijas.”
Para explicar esta limitación del telescopio, referente a las estrellas,
es necesario recordar algo de la fisiología y de la física de la visión.
Cuando seguimos con la vista a un hombre que se aleja de nosotros,
su imagen en nuestra retina, se hace cada vez más pequeña. A cierta
distancia, la cabeza y las piernas del hombre se aproximan tanto en
la retina, que no caen ya en distintos elementos (terminaciones
nerviosas), sino en uno solo, y entonces la figura del hombre nos
parece un punto desprovisto de forma.
A la mayoría de las personas les sucede esto cuando el ángulo según
el cual observan el objeto disminuye hasta 1’. La finalidad del
telescopio es agrandar el ángulo con el que el ojo ve el objeto o, lo
que es lo mismo, llevar la imagen de cada detalle del objeto, a
algunos elementos próximos de la retina.
De un telescopio se dice que “aumenta 100 veces” si el ángulo según
el cual vemos un objeto con dicho telescopio, es 100 veces mayor
que el ángulo con que lo vemos a la misma distancia, a simple vista.

Figura 73. La misma estrella ε de la Lira (que se halla cerca de Vega),


vista a simple vista (1), con el catalejo (2) y con el telescopio (3)

Si aún con este aumento, aparece un detalle con un ángulo menor de


1’, el telescopio es inadecuado para la observación de ese detalle.
Resulta fácil calcular, que el más pequeño detalle que podemos
distinguir a la distancia de la Luna, con un telescopio que aumenta
1000 veces, tiene un diámetro de 110 m, y a la distancia del Sol, un
diámetro de 40 km. Pero efectuamos el mismo cálculo para la estrella
más próxima, tendremos una magnitud enorme: 12.000.000 km.
El diámetro del Sol es 8½ veces menor que esta magnitud. De esto
resulta que, si trasladáramos el Sol a la distancia de las estrellas más
próximas, aparecería como un punto, incluso con un telescopio de
1.000 aumentos. La estrella más próxima deberá tener un volumen
600 veces mayor que el Sol, para que los telescopios potentes
puedan mostrar su disco. A la distancia de Sirio, una estrella deberá
ser 5.000 veces mayor que el Sol, en volumen. Como la mayoría de
las estrellas se hallan mucho más allá de las distancias mencionadas
y sus dimensiones no superan por término medio en dicho grado a las
del Sol, esas estrellas, aun con los telescopios más potentes, tienen
que verse como puntos.
“En el cielo -escribe Jeans- ninguna estrella tiene una medida angular
mayor que una cabecita de alfiler a la distancia de 10 km, y no hay
telescopio con el que un objeto de medidas tan pequeñas se pueda
ver como un disco.”
Por el contrario, los grandes cuerpos celestes que forman parte de
nuestro sistema solar, observados con el telescopio, muestran un
disco tanto mayor cuanto mayor es el aumento.
Pero como ya tuvimos ocasión de señalar, el astrónomo se encuentra
con otro inconveniente: a la vez que aumenta la imagen se debilita su
brillo (a consecuencia de la distribución de los haces de luz en una
superficie mayor), y al disminuir el brillo, resulta más difícil distinguir
los detalles. Por esto, para observar los planetas, y particularmente,
los cometas, es conveniente utilizar telescopios de mediano aumento.
El lector quizá se haga esta pregunta: si el telescopio no agranda las
estrellas, ¿por qué lo utilizan para observarlas?
Después de lo antedicho, solo resta detenerse en la respuesta. El
telescopio es incapaz de aumentar las dimensiones aparentes de las
estrellas, pero aumenta su brillo y, por consiguiente, multiplica el
número de estrellas accesibles a la vista.
En segundo lugar, gracias al telescopio se consigue mejorar la
resolución de las estrellas que aparecen a simple vista como una sola.
El telescopio no puede aumentar el diámetro aparente de las
estrellas, pero aumenta la distancia aparente entre ellas; y así, el
telescopio nos permite descubrir estrellas dobles, triples y aun
estrellas más complejas, allí donde a simple vista vemos una sola
(figura 73). Los enjambres de estrellas que a simple vista se pierden
en la lejanía como manchas brumosas, y en la mayoría de los casos
son totalmente invisibles, en el campo del telescopio se resuelven en
muchos miles de estrellas separadas.
Finalmente, el tercer servicio que presta el telescopio para estudiar el
mundo de las estrellas, es que da la posibilidad de medir los ángulos
con extraordinaria precisión; en las fotografías obtenidas con los
grandes telescopios contemporáneos, los astrónomos miden ángulos
de 0,01” de magnitud. Con tales ángulos se puede ver un kopek que
esté a una distancia de 300 km y un cabello humano a la distancia de
100 m(!).

12. ¿Cómo se midieron los diámetros de las estrellas?


En los más potentes telescopios, como hemos explicado, es imposible
ver el diámetro de las estrellas fijas. Hasta hace poco tiempo, todas
las consideraciones sobre las dimensiones de las estrellas eran
simples conjeturas. Se suponía que cada estrella tenía, por término
medio, la magnitud de nuestro Sol, pero nada confirmaba esta
suposición. Y como son imprescindibles los telescopios más potentes
de nuestra época para distinguir los diámetros de las estrellas,
parecía imposible determinar los diámetros verdaderos de dichas
estrellas.
Esta era la situación que se tenía en 1920, año en que nuevos
métodos e instrumentos de investigación abrieron a los astrónomos el
camino para tomar las verdaderas dimensiones de las estrellas.
Figura 74. Esquema del mecanismo del “interferómetro para la
medida de los diámetros angulares de las estrellas (Explicación en el
texto)

Con esta reciente adquisición de la astronomía está vinculada su fiel


compañera, la física, que tantas veces le ha prestado los más valiosos
servicios.
Expondremos seguidamente los fundamentos de este método, basado
en el fenómeno de la interferencia de la luz.
Para aclarar el principio en que se basa este método de medida,
realicemos un experimento que requiere el empleo de algunos
instrumentos: un pequeño telescopio de 30 aumentos y una fuente
luminosa brillante, frente a una pantalla con una estrecha ranura
vertical (de unas décimas de mm). Coloquemos el telescopio a una
distancia de 10 á 15 m de la fuente de luz. Cubramos el objetivo con
una tapa opaca que lleve dos orificios circulares de unos 3 mm de
diámetro dispuestos horizontalmente, de manera simétrica, con
relación al centro del objetivo, separados 15 mm uno del otro (figura
74).
Si observamos a través del telescopio, sin la tapa, la mencionada
ranura forma en el telescopio una franja estrecha, con rayas mucho
más tenues a los lados. Si observamos nuevamente a través del
telescopio, colocando previamente la tapa, la franja central brillante
presenta franjas oscuras verticales. Estas franjas aparecen como
consecuencia de la interferencia de los dos hacecillos luminosos que
pasan a través de los orificios de la tapa del objetivo. Si se tapa uno
de los orificios, estas franjas desaparecen: Si los orificios del objetivo
se hacen móviles, de modo que se pueda variar la distancia entre
ellos, entonces, a medida que se separan, las franjas oscuras se
vuelven cada vez menos claras y finalmente desaparecen.
Conociendo la distancia que hay entre los orificios en este momento,
se puede determinar la anchura angular de la ranura, es decir, el
ángulo con que el observador ve el ancho de la ranura. Si se conoce
la distancia hasta la ranura, se puede calcular su ancho real. Si en
lugar de la ranura tenemos un orificio pequeño, para determinar el
ancho de esta “ranura circular” (es decir, el diámetro del circulito) se
efectúa el mismo procedimiento, pero debe multiplicarse el ángulo
obtenido, por 1,22.
Para medir los diámetros de las estrellas, procedemos de igual
manera, pero debido a la enorme pequeñez del diámetro angular de
las estrellas, se deben utilizar telescopios muy potentes.
Además del método que acabamos de describir, basado en el
“interferómetro”, hay otro procedimiento menos directo para la
determinación del diámetro verdadero de las estrellas, basado en el
estudio de sus espectros.
Por el espectro de una estrella, los astrónomos conocen su
temperatura, y con ella se puede calcular el valor de la irradiación por
cada cm2 de superficie. Si, además de esto, se conoce la distancia de
la estrella y su brillo aparente, se puede determinar la magnitud de la
irradiación de toda su superficie. La relación entre esta irradiación y
la primera, da la medida de la superficie de la estrella, o lo que viene
a ser lo mismo, de su diámetro. Por este método se encontró, por
ejemplo, que el diámetro de Capeta es 16 veces mayor que el del
Sol, el de Betelgeuse 350 veces, el de Sirio, 2 veces y el de Vega 2½
veces. El diámetro del satélite de Sirio es igual a 0,02 del diámetro
del Sol.

13. Los gigantes del mundo estelar


La determinación de los diámetros de las estrellas, arrojó resultados
verdaderamente extraordinarios.
Figura 75. La estrella gigante Antares (α del Escorpión) podría
encerrar a nuestro Sol con la órbita de la Tierra

Los astrónomos no sospechaban antes, que en el espacio pudiera


haber estrellas de tan gigantesco tamaño. La primera estrella de la
que de determinaron sus verdaderas dimensiones, en 1920, fue la
brillante estrella α de Orión, que lleva el nombre arábigo de
Betelgeuse. Su diámetro resultó ser mayor que el de la órbita de
Marte (!). Otro gigante es Antares, la estrella más brillante de la
constelación del Escorpión: su diámetro es aproximadamente una vez
y media mayor que el diámetro de la órbita de la Tierra (figura 75).
Entre las estrellas gigantes descubiertas hasta ahora se puede colocar
también a la maravillosa Mira, estrella de la constelación de la
Ballena, cuyo diámetro es 400 veces mayor que el de nuestro Sol.
Detengámonos un poco en la estructura física de estos gigantes. El
cálculo muestra que estas estrellas, a pesar de sus colosales
dimensiones, contienen poca cantidad de materia. Son pocas veces
más pesadas que nuestro Sol, y dado que su volumen, Betelgeuse
por ejemplo, es 40.000.000 veces mayor que el del Sol, la densidad
de esta estrella tiene que ser insignificante. Y si la materia del Sol
tiene como promedio una densidad igual a la del agua, la densidad de
la materia de las estrellas gigantes, viene a ser, proporcionalmente,
la del aire enrarecido. Estas estrellas, de acuerdo con la expresión de
los astrónomos, “recuerdan a esos gigantescos aeróstatos
extraordinariamente ligeros, de densidad mucho menor que la del
aire”.

14. Un cálculo sorprendente


Es interesante examinar, en relación con lo anterior, cuánto espacio
ocuparían en el cielo todas las estrellas, si se juntaran sus imágenes
aparentes.
Ya sabernos que el brillo conjunto de todas las estrellas observables a
través del telescopio, es igual al brillo de una estrella de magnitud -
6,6. Una estrella como ésta brilla 20 magnitudes estelares más
débilmente que nuestro Sol, es decir, 100.000.000 de veces menos
que él. Si se considera al Sol como una estrella media, de acuerdo a
la temperatura de su superficie, se puede decir que la superficie
aparente de nuestra estrella imaginaria, es menor que la superficie
aparente del Sol el número de veces antes indicado. Y como los
diámetros de los círculos son proporcionales a las raíces cuadradas de
sus superficies, el diámetro aparente de nuestra estrella debe ser
10.000 veces menor que el diámetro aparente del Sol, es decir, debe
ser de

30’:10.000 » 0,2”

El resultado es sorprendente: la superficie aparente total de todas las


estrellas ocuparía en el cielo la extensión de un circulito con un
diámetro angular de 0,2”. El cielo contiene 41.253 grados
cuadrados [99]; por esto resulta fácil calcular que las estrellas visibles
a través de un telescopio cubren solamente la

1/20.000.000.000

parte de todo el cielo (!).

15. La materia más pesada


Entre las curiosidades que encierra el espacio en sus profundidades,
seguramente figurará siempre en lugar destacado, una diminuta
estrella cercana a Sirio. Esta estrella está constituida por una materia
¡60.000 veces más pesada que el agua!

Figura 76. La trayectoria de Sirio entre las estrellas, desde 1793


hasta 1883

Cuando cogemos con la mano un vaso de mercurio, nos sorprende su


peso, cercano a los 3 kg. Pero ¿qué diríamos de un vaso de materia
que pesara 12 toneladas, y que exigiera para su transporte, una
plataforma de ferrocarril? Esto parece absurdo y, sin embargo, es uno
de los descubrimientos de la astronomía contemporánea.
Este descubrimiento tiene una larga historia, muy instructiva. Desde
hace mucho tiempo se ha observado que el brillante Sirio no realiza
su movimiento entre las estrellas en línea recta, como la mayoría de
las demás estrellas, sino que sigue una extraña trayectoria sinuosa
(figura 76). Para aclarar este movimiento singular, el famoso
astrónomo Bessel supuso que Sirio iba acompañado de un satélite
cuya atracción altera su movimiento. Esto ocurrió en 1844, dos años
después de que fuera descubierto Neptuno en la “punta de la flecha”
en 1862, figura 76, después de la muerte de Bessel; su hipótesis
recibió plena confirmación, pues el supuesto satélite de Sirio fue visto
con el telescopio.
El satélite de Sirio, el llamado Sirio B, da una vuelta completa
alrededor de la estrella principal cada 49 años, a una distancia 20
veces mayor que la de la Tierra al Sol, es decir, aproximadamente a
la distancia de Urano (figura 77). Es una estrellita de octava
magnitud; pero su masa es enorme, casi 0,8 de la masa de nuestro
Sol. A la distancia de Sirio, nuestro Sol debería brillar como una
estrella de magnitud 1,8; pero si el compañero de Sirio tuviera una
superficie menor que la superficie solar correspondiente a la relación
de las masas de estos astros, debería brillar a la misma temperatura
como una estrella de segunda magnitud. Los astrónomos explicaron
en comienzo que su brillo débil se debía a la baja temperatura de la
superficie de dicha estrella; la consideraron como una estrella en
proceso de enfriamiento, cuya superficie ya está cubierta con una
corteza sólida.
Pero esta suposición resultó errónea. Hace 30 años se pudo
determinar que el modesto satélite de Sirio no es en modo alguno
una estrella en extinción, sino que, por el contrario, pertenece a las
estrellas que tienen una elevada temperatura superficial, mucho más
elevada que la de nuestro Sol. Esto cambia totalmente el problema.
Su débil brillo debe atribuirse sólo a la pequeña magnitud de la
superficie de esta estrella. Se calculó que irradia 360 veces menos luz
que el Sol, lo cual quiere decir que su superficie debe ser, por lo
menos, 360 veces menor que la superficie del Sol, y su radio,Ö360
veces menor, o sea, 19 veces más pequeño que el del Sol. De donde
se deduce que el volumen del satélite de Sirio debe ser de menos de
1/6.800 del volumen del Sol, mientras que su masa constituye
apenas 0,8 de la masa del astro diurno. Esto muestra claramente la
enorme condensación que debe tener la materia de esta estrella. Un
cálculo más preciso indica que la estrella debe tener un diámetro de
sólo 40.000 km y, por consiguiente, su densidad, el valor gigantesco
que mencionamos al principio es: 60.000 veces mayor que la
densidad del agua (figura 78).
Figura 77. Órbita del satélite de Sirio con respecto a éste. (Sirio no se
encuentra en un foco de la elipse aparente porque la proyección
desfigura la elipse, y la vemos según cierto ángulo).

“Desconfiad, físicos; pretenden invadir vuestros dominios”, habría


que decir recordando las palabras pronunciadas por Kepler, aunque
iban dirigidas con otro motivo. En realidad, nada semejante podía
haberse imaginado hasta ahora un físico. En las condiciones
normales, una densidad tan grande es absolutamente inconcebible,
ya que los intersticios entre los átomos de los cuerpos sólidos son tan
pequeños, que no podría tener lugar ninguna condensación apreciable
de la materia. Pero el problema es distinto si se trata de átomos
“mutilados”, desprovistos de los electrones que giran alrededor del
núcleo. La pérdida de los electrones disminuye el diámetro del átomo
miles de veces sin disminuir su masa de modo apreciable; el núcleo
desnudo es menor que el átomo normal tantas veces como viene a
serlo una mosca respecto a un gigantesco edificio.
Aproximados por las enormes presiones que reinan en las entrañas
de la esfera de una estrella, estos átomos-núcleos reducidos, podrían
acercarse miles de veces más que los átomos normales, y formar una
materia de tan inusitada densidad como la descubierta en el satélite
de Sirio. Pero aún hay más: esta densidad es superada por la de la
estrella de Van Maanen. Esta estrellita de 12ª magnitud no supera
por sus dimensiones al globo terrestre, pero está constituida por una
materia que es 400.000 veces más pesada que el agua.
Figura 78. El satélite de Sirio está constituido por una materia 60.000
veces más densa que el agua. Algunos centímetros cúbicos de esta
materia podrían equilibrar el peso de 30 hombres

Y éste no es el grado máximo de densidad. Teóricamente puede


suponerse la existencia de materia aún mucho más densa. El
diámetro del núcleo atómico constituye no más de 1/10.000 del
diámetro del átomo, y el volumen, por consiguiente, no más 1/1012
del volumen del átomo. Un m3 de metal contiene a lo sumo cerca de
1/1.000 mm3 de núcleos atómicos, y en este minúsculo volumen se
concentra toda la masa del metal. 1 cm3 de núcleos atómicos debe
pesar, aproximadamente, 10 millones de toneladas (figura 79).
Después de lo dicho, no debe parecer inverosímil el descubrimiento
de una estrella cuya materia tiene una densidad media 500 veces
mayor que la de la estrella Sirio B. Nos referimos a una pequeña
estrella de 13ª magnitud de la constelación Casiopea, descubierta a
fines de 1935. Siendo menor que Marte en volumen, y ocho veces
menor que el globo terrestre, esta estrella posee una masa que
supera casi tres veces la de nuestro Sol (más exactamente, 2,8
veces).
Figura 79. Un cm3 de núcleos atómicos, incluso sin estar
comprimidos, podría equilibrar el peso de un barco trasatlántico.
Colocados apretadamente en un volumen de 1 cm3, los núcleos
pesarían ¡10 millones de toneladas!

En las unidades habituales la densidad media de su materia es de


36.000.000 g/cm3. Esto significa que 1 cm3 de esta materia pesaría
en la Tierra 36 toneladas (!). Esta materia, por consiguiente, es casi 2
millones de veces más densa que el oro [100]. En el Capítulo V
analizaremos cuanto debe pesar un centímetro cúbico de esta
materia, pesado en la superficie de la estrella misma.
Pocos años atrás, los sabios probablemente hubieran considerado del
todo imposible la existencia de materia con densidad varios millones
de veces mayor que la del platino. Los abismos del universo
seguramente esconden todavía muchas curiosidades similares.

16. ¿Por qué las estrellas se llaman fijas?


Cuando se dio en la antigüedad, este epíteto a las estrellas, se quería
subrayar con esto que, a diferencia de los planetas, las estrellas
mantienen en la bóveda celeste una posición invariable.
Naturalmente, toman parte en el movimiento diario de todo el cielo
alrededor de la Tierra; pero este movimiento aparente no altera sus
posiciones relativas. Los planetas, en cambio, modifican
continuamente sus posiciones con respecto a las estrellas, errando
entre ellas, por lo cual recibieron ya en la antigüedad esa
denominación de planetas (la voz planeta significa “errante”).
Figura 80. La forma de las constelaciones cambia con el correr del
tiempo. El dibujo del centro representa el carro de la Osa Mayor en la
actualidad. El dibujo superior representa el mismo carro, 100.000 de
años atrás, y el dibujo inferior, lo representa dentro de 100.000 años.

Sabemos ahora que la representación del mundo estrellado, como un


conjunto de soles fijos inmóviles, es totalmente errónea.

Figura 81. Direcciones en que se desplazan las brillantes estrellas,


próximas a la constelación de Orión (a). El cambio en el aspecto de la
constelación, producirá estos movimientos al cabo de 50.000 años (b)

Todas las estrellas[101] y entre ellas también nuestro Sol, se mueven


una con relación unas con otras, con velocidades del orden de los 3,0
km/s, por término medio, es decir, con la misma velocidad con la que
gira nuestro planeta en su órbita.
Las estrellas, como los planetas, para nada son inmóviles. En el
mundo de las estrellas nos encontramos con casos aislados de
velocidades verdaderamente colosales, que no las hay en la familia
de los planetas; se conocen estrellas, llamadas “veloces”, que se
trasladan con relación a nuestro Sol. a la formidable velocidad de 250
á 300 km/s. Mas si todas las estrellas visibles se mueven en forma
caótica, a gigantescas velocidades, desplazándose miles de millones
de kilómetros anualmente, ¿por qué no nos damos cuenta de este
rápido movimiento? ¿Por qué el cielo estrellado siempre nos ha
parecido un cuadro de majestuosa inmovilidad?
No es difícil descubrir la causa: ello se debe al inconcebible
alejamiento de las estrellas.
¿No has observado desde un sitio elevado un tren que se mueve a lo
lejos, cerca del horizonte? ¿Acaso no te pareció entonces que el
expreso se desplazaba como una tortuga? La velocidad vertiginosa
para un observador situado al pie de la vía, se transforma en paso de
tortuga para un observador a gran distancia. Lo mismo sucede con el
desplazamiento de las estrellas, sólo que en este caso el alejamiento
relativo del observador de los cuerpos en movimiento es
infinitamente mayor.
Las estrellas más brillantes están alejadas de nosotros alrededor de
800 billones de kilómetros (según Kapteyn) [102]. El desplazamiento
de estas estrellas en un año es de unos 1.000 millones de kilómetros,
es decir, 800.000 veces menor. Se puede ver ese desplazamiento
desde la Tierra, en un ángulo menor de 0,25”, magnitud apenas
perceptible con los instrumentos astronómicos más precisos. A simple
vista es totalmente inobservable, incluso durante siglos. Sólo a través
de laboriosas mediciones realizadas con instrumentos especiales, se
pudo descubrir el movimiento de muchas estrellas (figuras 80, 81,
82).

Figura 82. El movimiento de tres estrellas próximas: el Sol, a del


Centauro y Sirio
Así, pues, las estrellas, aunque están animadas de movimientos
inconcebiblemente rápidos, tienen pleno derecho a llamarse fijas, en
tanto se trata de la observación a simple vista. De lo dicho, el lector
mismo puede sacar la conclusión de cuán ínfima es la posibilidad de
que las estrellas choquen, a pesar de su rápido movimiento (figura
83).

Figura 83. La comparación de los movimientos estelares. Dos pelotas


de croquet, una en Leningrado y la otra en Tomsk, moviéndose con la
velocidad de 1 km por siglo, nos dan, a escala, una imagen del
acercamiento de dos estrellas. Este ejemplo muestra claramente que
la probabilidad de que se produzca un choque entre dos estrellas es
mínima.

17. Unidades de medida de las distancias interestelares


Nuestras grandes medidas de longitud -el kilómetro, la milla marítima
(1.852 m) y la milla terrestre (1.609 m)- son suficientes para medir
distancias en la superficie de la Tierra, pero resultan insignificantes
para efectuar medidas celestes. Medir con ellas las distancias en el
cielo es tan poco práctico, como medir en milímetros el largo de una
vía férrea. Por ejemplo, la distancia de Júpiter al Sol, en kilómetros,
se expresa con el número 780 millones, y el largo del ferrocarril de
octubre, en milímetros, con el número 640 millones.
Para no tener que operar con números terminados en largas series de
ceros, los astrónomos utilizan unidades de longitud mucho más
grandes. Para medir, por ejemplo, los límites del sistema solar, se
toma como unidad de longitud la distancia media de la Tierra al Sol
(149.500.000 km). Se le llama “unidad astronómica”. Con esta
medida, la distancia de Júpiter al Sol es igual a 5,2; la de Saturno al
Sol es igual a 9,54; la de Mercurio al Sol es igual a 0,387, etc.
Pero para las distancias de nuestro Sol a los otros soles, tal medida
resulta demasiado pequeña. Por ejemplo, la distancia hasta la estrella
más cercana a nosotros (llamada Próxima, en la constelación del
Centauro [103], una estrellita rojiza de 11ª magnitud), se expresa en
dicha unidad de medida con este número 260.000.
Y esto para la más próxima de las estrellas: las demás se encuentran
mucho más lejos. El empleo de unidades mucho mayores, facilitó el
recordar los números y operar con ellos. En astronomía se usan las
siguientes unidades de distancia: el “año-luz” y el “pársec”, que
tiende a remplazar al primero.
Año-luz es el trayecto recorrido en el vacío espacial por un rayo de
luz, durante un año.
Nos haremos una idea de la magnitud de esta medida, recordando
que del Sol a la Tierra, la luz tarda en llegar 8 minutos. Un año-luz,
por consiguiente, es tantas veces mayor que el radio de la órbita
terrestre cuantas un año es mayor que 8 minutos. En kilómetros,
esta medida de longitud se expresa con el número

9.460.000.000.000,

es decir, que el año-luz es aproximadamente igual á 9½ billones de


km. La otra unidad empleada en las distancias estelares, de origen
más complicado y que los astrónomos aceptan de buen grado, es el
pársec. Un pársec es la distancia a que es preciso alejarse, para ver
un semidiámetro de la órbita de la Tierra, con un ángulo de un
segundo de arco. El ángulo con que se ve desde una estrella, el
semidiámetro de la órbita terrestre, se llama en astronomía “paralaje
anual” de esta estrella. De la combinación de las palabras “paralaje” y
“segundo” se formó la palabra “pársec”.
El paralaje de la antes mencionada, α del Centauro, es 0,76”; y, por
lo tanto, la distancia de esta estrella es de 1,31 pársecs. Es fácil
calcular que un pársec debe abarcar 206.265 distancias de la Tierra al
Sol. La correspondencia entre el pársec y las otras unidades de
longitud es la siguiente

1 pársec = 3,26 años-luz = 30.800.000.000.000 km.

He aquí la distancia de algunas estrellas brillantes, expresadas en


pársecs y en años-luz:

De 2ª 2,5
De 3ª 6,3
De 4ª 16,0
De 5ª 40,0
De 6ª 100,0
De 7ª 250,0
De 10ª4.000,0
De 11ª10.000,0
De 16ª1.000.000,0

Estas son estrellas relativamente cercanas. Su grado de “proximidad”


lo podrán comprender si recuerdan que, para expresar las distancias
dadas en kilómetros, es necesario aumentar cada uno de los números
de la primera columna, 30 billones de veces. Sin embargo, el año luz
y, el pársec no son las medidas más grandes utilizadas en la ciencia
de los astros.
Cuando los astrónomos emprendieron la medida de las distancias y
las dimensiones de los sistemas estelares, es decir, de universos
enteros formados por muchos millones de estrellas, necesitaron una
medida aún más grande. La derivaron del pársec, del mismo modo
que el kilómetro se deriva del metro; surgió el “kilo pársec”, igual a
1.000 pársecs o a 30.800 billones de kilómetros. En esta medida, el
diámetro de la Vía Láctea, por ejemplo, se expresa con el número 30,
y la distancia de la Tierra a la nebulosa de Andrómeda resulta de
unos 300 kilo pársecs.
Pero también el kilo pársec resultó pronto una medida corta; hubo
que poner en uso el “megaparsec”, que con tiene un millón de
pársecs.
He aquí una tabla con las medidas estelares de longitud

1 megaparsec = 1.000.000 de pársecs


1 kilo pársec = 1.000 pársecs
1 pársec = 206.265 unidades astronómicas
1 unidad astronómica = 149.500.000 km.

Imaginarse gráficamente el megaparsec es imposible. Incluso si se


disminuye el kilómetro hasta el grosor de un cabello (0,05 mm), el
megaparsec superará la capacidad de imaginación humana, ya que
resulta igual a 1½ miles de millones de kilómetros, es decir, 10 veces
la distancia de la Tierra al Sol.
Haremos una comparación más, que quizá nos ayude a comprender
la magnitud inimaginable del megaparsec. Un hilo de tela de araña,
extendido desde Moscú hasta Leningrado, pesaría 10 g; desde la
Tierra hasta la Luna pesaría 6 kg. El mismo hilo, estirado hasta el Sol,
tendría un peso de 2,5 toneladas, pero extendido en a lo largo de un
megaparsec, debería pesar

¡500.000.000.000 de toneladas!

18. El sistema de las estrellas más próximas


Hace ya bastante tiempo, unos 100 años atrás, se supo que el
sistema estelar más próximo es una estrella doble de primera
magnitud, de la constelación austral Centauro.
Los últimos años enriquecieron nuestros conocimientos sobre este
sistema con detalles interesantes.
Fue descubierta cerca de α del Centauro una pequeña estrella de 11ª
magnitud, que con las dos estrellas α del Centauro constituye un
sistema de estrella triple. Que esa tercera estrella pertenece
físicamente al sistema a del Centauro, a pesar de que la separa en el
cielo una distancia de más de 4 años-luz de la Tierra, se confirma por
la igualdad de sus movimientos: las tres estrellas se desplazan con la
misma velocidad, en la misma dirección. La característica más
notable de la tercera estrella de este sistema, es que está situada en
el espacio más cerca de nosotros, que las otras dos, y por esto debe
considerarse como la más próxima de todas las estrellas cuyas
distancias han sido determinadas hasta ahora. Esta estrellita se llama
así: “Próxima”.
Se encuentra más cerca de nosotros que las estrellas α del Centauro
(las llamadas a del Centauro A y a del Centauro B) 3960 unidades
astronómicas. He aquí sus paralajes:

α del Centauro (A y B) 0,751


Próxima del Centauro 0,762

Como las estrellas A y B están separadas una de otra por una


distancia de sólo 34 unidades astronómicas, todo el sistema tiene una
forma bastante extraña, representada en la figura 84. Las estrellas A
y B están separadas entre sí un poco más que Urano del Sol.

Figura 84. El sistema de las estrellas más próximas al Sol: α del


Centauro A y B, y próxima del Centauro

Próxima dista de ellas 59 años-luz. Estas estrellas cambian


lentamente de posición: el período de revolución de las estrellas A y B
alrededor de su centro común de gravitación es igual a 79 años.
Próxima realiza una vuelta en más de 100.000 años, de modo que no
hay por qué temer que dentro de poco tiempo deje de ser la estrella
más cercana a nosotros y ceda su lugar a una de las α del Centauro.
¿Qué se sabe de las propiedades físicas de las estrellas de este
sistema? Alfa del Centauro A, en cuanto a brillo, masa y diámetro,
apenas es un poco mayor que el Sol (figura 85). Alfa del Centauro B
posee una masa un poco menor, tiene un diámetro 1/5 mayor que el
Sol, pero brilla tres veces menos, y, en correspondencia con esto,
también su temperatura superficial (4.400º) es más baja que la del
Sol (6.000º).
Aún más fría es Próxima: su temperatura superficial es de 3.000º; es
una estrella de luz rojiza. Su diámetro es 14 veces menor que el del
Sol, es decir, que esta estrellita es incluso un poco más pequeña que
Júpiter y Saturno (en masa, sin embargo, los supera centenares de
veces). Si nos transportáramos a α del Centauro A, veríamos desde
allí a la estrella B aproximadamente con las mismas dimensiones con
que nuestro Sol brilla en el cielo de Urano. Próxima parecería desde
allí, una pequeña y pálida estrellita, pues está 250 veces más lejos
que Plutón del Sol y 1.000 veces más lejos que Saturno.
Después de la estrella triple α del Centauro, el vecino más próximo de
nuestro Sol es una estrella muy pequeña (de magnitud 9,7) de la
constelación del Dragón, llamada “Estrella voladora”. Recibió esta
denominación por el movimiento que posee, visible, de extraordinaria
rapidez. Esta estrella se halla una 1 ½ veces más lejos de nosotros
que el sistema α del Centauro, pero en el hemisferio Norte es nuestra
vecina más próxima. Su vuelo al movimiento del Sol, en dirección
oblicua, es tan rápido, que en menos de diez mil años la distancia que
nos separa de ella se reducirá a la mitad, y entonces estará más
cerca que la estrella triple α del Centauro.

19. La escala del universo


Volvamos al modelo reducido del sistema solar que hemos construido
mentalmente, según las indicaciones del capítulo sobre los planetas
(Capítulo 3), e intentemos terminarlo incluyendo en él al mundo de
las estrellas. ¿Qué resultará?

Figura 85. Dimensiones comparadas del Sol y las estrellas que


forman el sistema α del Centauro

Recordarás que en nuestro modelo, el Sol se representaba con una


bola de 10 cm de diámetro, y todo el sistema planetario, con un
círculo de 800 m de diámetro. ¿A qué distancia del Sol habría que
colocar las estrellas si se quisiera mantener exactamente la misma
escala? Es fácil calcular que, por ejemplo, Próxima del Centauro -la
estrella más cercana- estaría a una distancia de 2.700 km; Sirio, a
5.500 km; Altair, a 9.700 km. Incluidas estas estrellas más cercanas,
el modelo apenas cabría en Europa. Para estrellas más alejadas
tomamos una unidad de medida mayor que el kilómetro, a saber, los
1.000 km, unidad que recibe el nombre de “megámetro” (Mm). En la
circunferencia del globo terrestre, hay en total 40 de estas unidades,
y 380 entre la Tierra y la Luna. En nuestro modelo, Vega estaría a 17
Mm, Arturo a 23 Mm, Capela a 28 Mm, Regulo a 55 Mm, Deneb (α del
Cisne) a más de 350 Mm.
Consideremos este último número: 350 Mm = 350.000 km, es decir,
un poco menos que la distancia a la Luna. Como se ve, nuestro
modelo reducido, en el que la Tierra era una cabecita de alfiler y el
Sol una pelota de croquet, también adquiere dimensiones cósmicas.
Nuestro modelo todavía no está terminado. Las estrellas más
alejadas de la Vía Láctea se hallarían en él, a una distancia de 30.000
Mm, casi 100 veces más lejos que la Luna. Pero la Vía Láctea no es
todo el universo. Más allá de sus límites hay otros sistemas estelares,
por ejemplo, el sistema visible a simple vista, en la constelación de
Andrómeda, o los sistemas, también perceptibles por nuestros ojos,
de las Nubes de Magallanes. En nuestro universo reducido habría que
representar la Pequeña Nube de Magallanes por un objeto de 4.000
Mm de diámetro, y la Nube Mayor, por otro con un diámetro de 5.500
Mm, alejados, en el modelo, 70.000 Mm de la Vía Láctea. A la
nebulosa de Andrómeda, deberíamos darle en el modelo, un diámetro
de 60.000 Mm y separarla de la Vía Láctea 500.000 Mm, es decir,
una distancia ¡casi igual a la que separa a Júpiter de la Tierra!
Los cuerpos celestes más alejados de que actualmente se ocupa la
astronomía, son las nebulosas estelares, que son acumulaciones de
innumerables estrellas situadas mucho más allá de los límites de
nuestra Vía Láctea. Su distancia al Sol supera los 1.000.000.000 de
años-luz. Invitamos al lector a calcular por cuenta propia, cómo se
deberían representar estas distancias en nuestro modelo. De este
modo, el lector se formará una idea de las dimensiones de la parte
del espacio que está al alcance de los medios ópticos de la
astronomía contemporánea. En mi libro ¿Sabe usted física?, el lector
encontrará también una serie de comparaciones, relacionadas con lo
expuesto hasta aquí.
A quien le interesen particularmente las estrellas y la estructura del
universo le aconsejo leer atentamente los siguientes libros:

• Vorontzov - Veliaminov B. A., Ensayo sobre el universo,


Editorial Técnica del Estado, 1955.
• Pola, I. F., Curso de Astronomía General, Editorial Técnica del
Estado, 1955.
Capítulo 5
La gravitación

Contenido:

1. Un cañonazo hacia arriba


2. El peso a gran altura
3. Las trayectorias de los planetas con el compás
4. La caída de los planetas en el Sol
5. El yunque de Vulcano
6. Los límites del sistema solar
7. Un error en una novela de Julio Verne
8. ¿Cómo fue pesada la Tierra?
9. ¿Cuál es la composición del interior de la Tierra?
10. El peso del Sol y el de la Luna
11. El peso y la densidad de los planetas y de las estrellas
12. La gravedad en la Luna y en los planetas
13. Gravedad “record”
14. La gravedad en el interior de los planetas
15. El problema del barco
16. Las mareas lunares y solares
17. La Luna y el estado del tiempo
1. Un cañonazo hacia arriba
¿Dónde caería una granada, disparada verticalmente, hacia arriba,
por un cañón situado en el Ecuador? (figura 86).

Figura 86. El problema de la bala de cañón disparada verticalmente

Este problema se debatía veinte años atrás en una revista con


referencia a una granada imaginaria arrojada con una velocidad de
8.000 m/seg; esta granada, a los 70 minutos, debería alcanzar una
altura de 6.400 km (radio terrestre). He aquí lo que decía la revista:
“Si la granada se arroja verticalmente, hacia arriba, en el Ecuador, al
salir del cañón poseerá además la velocidad angular de los puntos del
Ecuador en dirección al Este (465 m/s).
La granada se trasladará con esta velocidad, paralelamente al
Ecuador. El punto que se encontraba en el momento del disparo, a la
altura de 6.400 km, verticalmente sobre el punto de partida de la
granada, se trasladará en un círculo de radio doble con doble
velocidad lineal. Por consiguiente, dicho punto aventajará a la
granada en dirección al Este. Cuando la granada alcance el punto
más alto de su trayectoria, se encontrará verticalmente, no sobre el
punto de partida del disparo, sino que estará desviada hacia el Oeste
de dicho punto. Lo mismo sucede en la caída de retorno de la
granada. Como resultado, al cabo de los 70 minutos empleados en el
ascenso y el descenso, la granada se habrá atrasado
aproximadamente 4.000 km hacia el Oeste del punto de partida.
En este punto es donde se debe esperar su caída. Para hacer que la
granada vuelva al punto de partida -es necesario dispararla, no
verticalmente, sino en dirección ligeramente inclinada, en nuestro
caso con una inclinación de 5º.”
De manera completamente distinta, resuelve Flammarion [104] un
problema similar, en su Astronomía.
“Si se dispara un cañonazo verticalmente hacia el cenit, la bala caerá
nuevamente en el alma del cañón, aunque durante su elevación y
descenso se traslada con la Tierra hacia el Este. La causa es evidente.
La bala, elevándose hacia arriba, no pierde nada de la velocidad que
el movimiento de la Tierra le comunica. Los dos impulsos recibidos no
se oponen: puede ir 1 km hacia arriba y al mismo tiempo hacer, por
ejemplo, 6 km hacia el Este. Su movimiento en el espacio seguirá la
diagonal de un paralelogramo, uno de cuyos lados es de 1 km y el
otro de 6 km. Al caer, por efecto de la gravedad, se moverá según
otra diagonal (más exactamente, siguiendo una curva, a
consecuencia de la aceleración) y caerá nuevamente en el alma del
cañón, el cual, como antes, se encuentra en posición vertical.”
Flammarion añade:
“Realizar con éxito semejante experiencia resultaría, sin embargo,
bastante laborioso, porque sería difícil encontrar un cañón bien
calibrado y nada fácil ponerlo en posición totalmente vertical.
Mersenne y Petit [105] intentaron hacer esto en el siglo XVII, pero ni
siquiera encontraron su bala después del disparo.
Varignon [106] , en la página inicial de su obra Nuevas conjeturas
sobre la gravedad (1.690), insertaba un dibujo relativo a esto. En
dicho dibujo, dos observadores -un monje y un militar- están de pie
al lado de un cañón que apunta hacia el cenit y miran hacia arriba,
como siguiendo la bala disparada. En el grabado está escrito (en
francés) ¿Retombera-t-il? (¿Volverá a caer?). El monje es Mersenne;
el militar es Petit. Esta peligrosa experiencia la efectuaron varias
veces, y como nunca les resultó bastante acertada como para que la
bala les cayera en la cabeza, sacaron la conclusión de que el proyectil
se quedaba para siempre en el aire. Varignon se sorprende del
hecho:
¡Una bala pendiendo sobre nuestras cabezas! Es verdaderamente
asombroso. Repitiendo la experiencia en Estrasburgo [107], la bala
cayó a varios cientos de metros del cañón. Es evidente que el arma
no había sido dirigida exactamente en dirección vertical.”
Las dos soluciones del problema, como vemos, difieren mucho. Un
autor afirma que la bala caerá lejos, hacia occidente del lugar del
disparo; otro indica que deberá caer en el alma misma del cañón.
¿Quién tiene razón?
En rigor son falsas ambas soluciones, pero la de Flammarion está
mucho más cerca de la verdad. La bala debe caer hacia el oeste del
cañón; sin embargo, no tan lejos como afirmaba el primer autor y no
en el cañón mismo como afirmaba el segundo.
El problema, lamentablemente, no se puede resolver con los recursos
de la matemática elemental. Por esta razón nos limitaremos a dar el
resultado final [108].
Si llamamos v a la velocidad inicial de la bala, w a la velocidad
angular de rotación del globo terrestre y g a la aceleración de la
gravedad, la distancia x del punto de caída de la bala al oeste del
cañón se obtiene con las expresiones correspondientes, en el
Ecuador:

Y en la latitud φ:

Aplicando la fórmula al problema propuesto por el primer autor,


tenemos [109]

v = 8.000 m/s

g = 9,8 m/s2

Sustituyendo estos valores en la primera fórmula, resulta x = 520


km: la bala caerá 520 km al oeste del cañón (y no a 4.000 km, como
pensaba el primer autor).
¿Qué resultado da la fórmula para el caso examinado por
Flammarion? El disparo no era efectuado en el Ecuador, sino cerca de
París, a 48º de latitud. Supondremos la velocidad inicial de la bala del
viejo cañón igual a 300 m/s. Sustituyendo en la segunda fórmula:

v = 300 m/s

g = 9,8 m/s2, f = 48°

resulta x = 18 m
La bala caerá a 18 m al oeste del cañón (y no en el alma misma,
como suponía el astrónomo francés). En estos cálculos, como se ve,
no se ha tenido en cuenta la posible acción de las corrientes de aire,
capaces de alterar notablemente el resultado.

2. El peso a gran altura


En los cálculos anteriores hicimos figurar una circunstancia sobre la
cual no hemos llamado hasta ahora la atención del lector. Se trata de
que a medida que un cuerpo se aleja de la Tierra, la fuerza de la
gravedad disminuye.
La gravedad no es otra cosa que una manifestación de la gravitación
universal, y la fuerza recíproca de atracción de dos cuerpos
disminuye rápidamente cuando la distancia entre ellos aumenta. De
acuerdo con la ley de Newton, la fuerza de atracción disminuye
proporcionalmente al cuadrado de la distancia; en nuestro caso debe
contarse la distancia desde el centro de la esfera terrestre, porque la
Tierra atrae a todos los cuerpos como si su masa estuviera
concentrada en su centro. Por esto, la fuerza de atracción a la altura
de 6.400 km, es decir, en un punto alejado 2 radios terrestres del
centro de la Tierra, es cuatro veces menor comparada con la fuerza
de atracción en la superficie de la Tierra.
Esto se debe manifestar para una bala de cañón arrojada hacia
arriba, haciendo que la bala se eleve más que en el caso de que la
gravedad no disminuya con la altura. Para la bala arrojada
verticalmente, hacia arriba, con una velocidad de 8.000 m por
segundo, aceptamos que se elevará a una altura de 6.400 km. En
cambio, si se calcula la altura de la elevación de este proyectil por la
fórmula conocida, sin tener en cuenta la disminución de la gravedad
con la altura, se obtiene una altura dos veces menor. Hagamos este
cálculo. En los textos de física y de mecánica se encuentra la fórmula
para el cálculo de la altura h a la que se eleva un cuerpo arrojado
verticalmente, hacia arriba, con una velocidad v, para una aceleración
constante g, de la fuerza de la gravedad:

En nuestro caso v = 8.000 m/s, g = 9,8 m/s2, y tenemos

Esta es casi la mitad de la altura indicada anteriormente. La


divergencia obedece, como acabamos de decir, a que al utilizar la
fórmula dada en los libros de texto, no tenemos en cuenta la
disminución de la gravedad con la altura.
Queda claro que si la Tierra atrae la bala más débilmente, ésta tiene
que elevarse a mayor altura, a la velocidad dada.
No debe concluirse precipitadamente que las fórmulas que figuran en
los libros de texto para el cálculo de la altura que alcanza un cuerpo
arrojado hacia arriba, no son exactas. Son exactas dentro de los
límites previstos para ellas, y resultan inexactas tan pronto como el
calculista se sale de los límites indicados. Estas fórmulas son
aplicables cuando se trata de alturas muy pequeñas, para las que la
disminución de la gravedad es tan insignificante, que se puede
despreciar. Así, en el caso de la bala arrojada hacia arriba con una
velocidad inicial de 300 m/s, la disminución de la gravedad es
imperceptible.
Pero he aquí un interesante problema: ¿Se percibe la disminución de
la fuerza de la gravedad a las alturas alcanzadas por los aviones y los
aeróstatos modernos? ¿Se observa a estas alturas la disminución del
peso de los cuerpos? En el año 1936 el aviador Vladimir
Kokkinaki [110], subió con su aeronave, algunas cargas a gran altura:
½ tonelada á 11.458 m de altura; 1 tonelada á 12.100 m de altura, y
2 toneladas á 11.295 m de altura. Surge la pregunta: ¿a las alturas
indicadas, mantenían estas cargas su peso original, o disminuían
notablemente su peso allá arriba? A primera vista da la impresión de
que la elevación sobre la superficie de la Tierra, a un poco más de
diez kilómetros, no disminuye el peso de una carga de manera
apreciable, en un planeta tan grande como la Tierra. En la superficie
de la Tierra el peso dista del centro de nuestro planeta 6.400 km; un
ascenso de 12 km aumenta esta distancia hasta 6.412 km; el
aumento parece demasiado pequeño para que pueda influir en el
peso. Sin embargo, el cálculo dice otra cosa: se presenta una pérdida
apreciable de peso.
Hagamos el cálculo para uno de los casos descritos, por ejemplo,
para el ascenso de Kokkinaki con una carga de 2.000 kg á 11.295 m.
(Su distancia al centro de la Tierra será: 6.400 kms + 11,295 km ≈
6.411,3 km).
A esta altura el avión se encuentra una 6.411,3/6.400 veces más
lejos del centro del globo terrestre que en el momento de su partida.
La fuerza de atracción disminuye allí (de acuerdo con la ley de
Newton, la fuerza de atracción disminuye proporcionalmente al
cuadrado de la distancia):

(6.411,3/6.400)2

es decir

1 + (6.411,3/6.400)2 veces

Por consiguiente, el peso a la altura indicada debe ser:

2000/(6.411,3/6.400)2 kg

Si se efectúa este cálculo (para lo cual es cómodo utilizar los métodos


del cálculo aproximado) [111], se ve que la carga de 2.000 kg a la
altura indicada pesaría sólo 1.993 kg, con lo que sería 7 kg más
liviana. La disminución del peso es bastante sensible. Una pesa de un
kilogramo a esa altura tiraría en una balanza de resorte sólo como
996,5 g; se perderían 3,5 g de peso.
Nuestros aeronautas, que alcanzaron una altura de 22 km, debieron
encontrar una pérdida de peso mayor: 7 g por kilogramo.
En el ascenso “record” del aviador Iumashev, que se elevó en 1936
con una carga de 5.000 kg a una altura de 8.919 m, puede calcularse
para este peso una pérdida global de 14 kg.
En el mismo año 1936 el aviador M. Y. Alekseev elevó a una altura de
12.695 m una carga de 1 toneladas, el aviador N. Nyujtikov elevó a
una altura de 7.032 m una carga de 10 toneladas, etc.
Utilizando lo expuesto antes, el lector puede efectuar fácilmente el
cálculo de la pérdida de peso en cada uno de estos casos.

3. Las trayectorias de los planetas con el compás


De las tres leyes de los movimientos planetarios arrancadas a la
naturaleza con gigantesco esfuerzo por el genio de Kepler, la primera
puede ser la menos comprensible para muchos.
Esta ley afirma que los planetas se mueven describiendo elipses. ¿Por
qué precisamente elipses? Uno pudiera pensar que si se hace sentir
por todas partes la misma fuerza en torno al Sol y ésta disminuye con
el alejamiento en igual medida, los planetas deberían dar vuelta
alrededor del Sol siguiendo círculos y no trayectorias cerradas y
estiradas, en las cuales el Sol no ocupa una posición central. La
cuestión queda perfectamente clara luego de estudiar
matemáticamente el problema. Pero sólo algunos de los aficionados
al estudio del cielo poseen los conocimientos de matemática superior
necesarios para afectar dicho análisis. Intentaremos hacer
comprensible la validez de las leyes de Kepler para aquellos lectores
que sólo conocen las matemáticas elementales.

Figura 87. La fuerza de atracción del planeta por el Sol aumenta con
la disminución de la distancia

Armados de un compás, una regla graduada y una hoja grande, de


papel, vamos a construir nosotros mismos las órbitas de los planetas
y a comprobar así gráficamente que esas trayectorias resultan tal
como deben ser, de acuerdo con las leyes de Kepler.
El movimiento de los planetas está gobernado por la fuerza de la
gravitación. Estudiemos esto. El circulito de la derecha en la figura 87
representa un Sol imaginario; a la izquierda de él está un planeta
también imaginario. La distancia entre ambos, que suponemos de
1.000.000 km, está representada en el dibujo por 5 cm; la escala es,
pues, de 200.000 km por 1 cm.
La flecha de 0,5 cm de longitud representa la fuerza con que el Sol
atrae a nuestro planeta (figura 87). Supongamos que bajo la acción
de esta fuerza, el planeta se acerca al Sol, y se encuentra á 900.000
km de distancia de él, es decir, 4,5 cm en nuestro dibujo.
Se intensifica entonces la atracción del planeta por el Sol, de acuerdo
con las leyes de la gravitación, en:

(10/9)2

o sea, 1,2 veces. Si antes se representaba la atracción con una flecha


de 1 unidad de longitud, ahora deberá darse a la flecha una longitud
de 1,2 unidades. Cuando la distancia disminuye a 800.000 km, es
decir, a 4 cm en nuestro dibujo, la fuerza de la atracción crece

(5/4)2

es decir, 1,6 veces y se representa con una flecha de 1,6 unidades.


Para posteriores aproximaciones del planeta al Sol, hasta las
distancias de 700, 600 y 500 mil kilómetros, la fuerza de atracción se
representará respectivamente con flechas de 2, de 2,8 y de 4
unidades de longitud.
Se puede suponer que las flechas representan no sólo las fuerzas de
atracción, sino también los desplazamientos que el cuerpo sufre bajo
la influencia de estas fuerzas, en la unidad de tiempo (en este caso
los desplazamientos son proporcionales a las aceleraciones, y por
consiguiente, también a las fuerzas). En nuestras construcciones
posteriores vamos a utilizar este esquema como patrón de los
desplazamientos del planeta.
Figura 88. Cómo hace el Sol S que el camino WKPR del planeta, sea
curvo

Procedamos ahora a la construcción de la trayectoria de un planeta


que gira alrededor del Sol. Supongamos que se trata de un planeta
de la misma masa que el anteriormente considerado, que se mueve
en la dirección WK con velocidad de 2 unidades de longitud y se
encuentra en el punto K, a 800.000 km de distancia del Sol (figura
88). A esta distancia la atracción del Sol actuará sobre el planeta con
una fuerza tal, que lo obligará a desplazarse en una unidad de tiempo
en dirección al Sol 1,6 unidades de longitud; en el mismo espacio de
tiempo el planeta se adelanta 2 unidades en la dirección original WK.
Como resultado de ambos movimientos se desplazará según la
diagonal KP del paralelogramo construido con los desplazamientos K1
y K2, diagonal que es igual a 3 unidades de longitud (figura 88).
Encontrándose en el punto P, el planeta tratará de moverse más lejos
en la dirección KP con una velocidad de 3 unidades.
Pero al mismo tiempo, por efecto de la atracción del Sol a la distancia
SP = 5,8, deberá efectuar en la dirección SP el camino P4 = 3. Como
resultado, recorre la diagonal PR del paralelogramo.

Figura 89. El Sol desvía al planeta P de su trayectoria recta original y


lo obliga a describir una línea curva

No nos detendremos en llevar más adelante la construcción en el


mismo dibujo: la escala es demasiado grande. Se comprende que
cuanto menor es la escala, tanto mayor es la parte de la trayectoria
del planeta que se puede representar en el esquema y tanto menor la
variación brusca de los ángulos que alteran el parecido de nuestro
esquema con la trayectoria real del planeta. En la figura 89 se
muestra el mismo esquema, con una escala mucho menor, para el
caso imaginario del encuentro del Sol con un cuerpo celeste de masa
igual a la del planeta considerado antes. Se ve claramente que el Sol
desvía al planeta extraño de su trayectoria inicial y lo obliga a seguir
la curva P-I-II-III-IV-V. Los ángulos de la trayectoria trazada aquí no
son tan bruscos y no resulta difícil unir las posiciones sucesivas del
planeta, mediante una línea curva suave.
¿Qué curva es ésta? La geometría nos ayuda a contestar esta
pregunta. Pongamos sobre el dibujo (figura 89) una hoja de papel
transparente y calquemos en ella seis puntos, elegidos
arbitrariamente, del camino del planeta.

Figura 90. Demostración geométrica de que los planetas se mueven


alrededor del Sol, siguiendo una sección cónica. (Detalles en el texto)

Numeramos los seis puntos elegidos (figura 90) en cualquier orden y


los unimos entre sí en ese mismo orden con segmentos rectos. Nos
resultará una figura hexagonal inscrita en el camino del planeta,
algunos de cuyos lados se cruzan.
Prolonguemos ahora la recta 1-2 hasta la intersección con la línea 4-5
en el punto I. Del mismo modo, tendremos el punto II en la
intersección de las rectas 2-3 y 5-6, y después el punto III en las
intersecciones 3-4 y 1-6. Si la curva examinada es una de las
llamadas “secciones cónicas”, es decir, una elipse, una parábola o
una hipérbola, los tres puntos I, II y III deben estar en línea recta.
Este teorema geométrico se denomina “hexágono de Pascal”.
Con una ejecución cuidadosa del dibujo, los puntos de intersección
indicados quedan siempre en línea recta. Esto demuestra que la
curva examinada es una elipse, una parábola o una hipérbola. La
curva de la figura 89, evidentemente, no puede ser una elipse (la
curva no es cerrada), y esto quiere decir que el planeta se movería
en tal caso por una parábola o por una hipérbola. La relación entre la
velocidad inicial y la fuerza de la atracción es tal que el Sol sólo
desvía al planeta de su trayectoria en línea recta, pero no es capaz de
hacerlo girar a su alrededor, dicho de otro modo, no es capaza de
“prenderlo”, como dicen los astrónomos.
Intentemos ahora aclarar por un procedimiento similar la segunda ley
del movimiento de los planetas, la llamada ley de las áreas.
Examinemos atentamente la figura 21 (Ver capítulo 1. “14. Si la
trayectoria de la Tierra fuera más pronunciada”). Doce puntos
marcados en ella la dividen en doce partes de diferente longitud, pero
ya sabemos que el planeta las recorre en tiempos iguales.
Uniendo los puntos 1, 2, 3, etc. con el Sol, se obtienen 12 figuras
cuyas superficies son aproximadamente iguales a las de los triángulos
que resultan si se unen esos puntos con cuerdas. Midiendo las bases
y las alturas, puedes calcular las áreas. Comprobarás que todos los
triángulos tienen la misma área. En otras palabras, has verificado la
segunda ley de Kepler:
“Los radios vectores de las órbitas de los planetas barren áreas
iguales en períodos de tiempo iguales.”
Así, pues, el compás, hasta cierto punto, ayuda a comprender las dos
primeras leyes de los movimientos de los planetas. Para aclarar la
tercera ley cambiemos el compás por la pluma y efectuemos algunos
ejercicios numéricos.

4. La caída de los planetas en el Sol


¿Te has puesto a pensar alguna vez en lo que sucedería con nuestra
Tierra si al encontrarse con un obstáculo repentinamente se detuviera
en su camino alrededor del Sol?
Ante todo, naturalmente, la gigantesca reserva de energía latente en
nuestro planeta como cuerpo en movimiento se transformaría en
calor y encendería el globo terrestre.
La Tierra se mueve sobre su órbita decenas de veces más veloz que
una bala, y fácilmente se puede calcular que la transformación de la
energía de este movimiento en calor produciría una extraordinaria
elevación de temperatura que instantáneamente transformaría
nuestro mundo en una nube gigantesca de gases incandescentes...
Pero aun si la Tierra en su detención brusca escapara a este destino,
estaría igualmente condenada a una catástrofe ígnea; atraída por el
Sol, se dirigiría hacia él con una velocidad creciente y perecería en un
abrazo de fuego.
Esta fatal caída empezaría lentamente, con velocidad de tortuga; en
el primer segundo la Tierra se aproximaría al Sol sólo 3 mm. Pero, en
cada segundo, la velocidad crecería progresivamente y alcanzaría en
el último segundo 600 km. Con esta inconcebible velocidad se
precipitaría el globo terrestre sobre la superficie incandescente del
Sol.
Es interesante calcular cuánto tiempo duraría este vuelo fatal. ¿Se
prolongaría mucho la agonía de nuestro mundo? La tercera ley de
Kepler nos ayuda a efectuar este cálculo; dicha ley se refiere al
movimiento no sólo de los planetas, sino también de los cometas y de
todos los cuerpos celestes que se mueven en el espacio sometidos a
la gravitación universal. Esta ley relaciona el período de revolución de
un planeta (su “año”) con su distancia al Sol, y dice:
“Los cuadrados de los períodos de revolución de los planetas se
relacionan entre sí como los cubos de los semiejes mayores de sus
órbitas.”
En nuestro caso podemos comparar el globo terrestre volando en
línea recta hacia el Sol con un cometa imaginario que se mueve por
efecto de la gravitación según una elipse ceñida y muy aplastada,
cuyos puntos extremos están situados: uno, en la órbita de la Tierra,
y el otro, en el centro del Sol. El semieje mayor de la órbita de este
cometa, evidentemente, es igual a la mitad del semieje mayor de la
órbita de la Tierra. Calculemos cuál debe ser el período de revolución
de este cometa imaginario.
Formemos la proporción, basados en la tercera ley de Kepler

El período de revolución de la Tierra es igual a 365 días; tomemos el


semieje mayor de su órbita igual a la unidad y entonces el semieje
mayor de la órbita del cometa será igual a 0,5.
Nuestra proporción toma ahora la siguiente forma:

de donde:

Por consiguiente,

Nos interesa propiamente no el período entero de revolución de este


cometa imaginario, sino la mitad de su período, es decir, la duración
del vuelo en un sentido: de la órbita de la Tierra hasta el Sol. Éste
será el tiempo de duración de la caída de la Tierra en el Sol que
buscamos. Calculémoslo
Por lo tanto, para saber en cuánto tiempo la Tierra caería en el Sol es
necesario dividir la duración del año por Ö32, o sea, por 5,65. Esta
operación da, en números redondos, 65 días.
Así, pues, hemos calculado que la Tierra, súbitamente detenida en su
movimiento por su órbita, caería en el Sol al cabo de algo más de dos
meses.
Es fácil comprender que la sencilla fórmula obtenida más arriba,
basándonos en la tercera ley de Kepler, no solo se aplica a la Tierra,
sino a cualquier otro planeta y aun a cada uno de los satélites. En
otras palabras, que para saber en cuánto tiempo caería un planeta o
un satélite sobre su astro central es necesario dividir su período de
revolución por Ö32, o sea, por 5,65.
Así, por ejemplo, Mercurio, el planeta más próximo al Sol caería en el
Sol en 15½ días Neptuno, cuyo “año” es igual a 165 años terrestres,
caería en el Sol en 29 años, y Plutón, en 44 años.
¿En cuánto tiempo caería sobre la Tierra la Luna si detuviera
bruscamente su carrera?
Dividamos el tiempo de revolución de la Luna, 27,3 días, por 5,6, y
nos da, casi exactamente, 5 días. Y no sólo la Luna, sino cualquier
otro cuerpo que se encontrara a la misma distancia de nosotros que
la Luna caería en la Tierra al cabo de 5 días, siempre que no poseyera
ninguna velocidad inicial y sólo estuviera sometido a la influencia de
la atracción terrestre (despreciamos la influencia del Sol, para
simplificar). Utilizando la misma fórmula, es fácil calcular el tiempo
que duraría el viaje a la Luna de que habla Julio Verne en su novela
De la Tierra a la Luna [112].

5. El yunque de Vulcano
La fórmula indicada nos permitirá resolver un curioso problema
mitológico: El antiguo mito griego de Vulcano nos cuenta que dicho
dios dejó caer cierta vez su yunque y que éste cayó desde el cielo
durante 9 días seguidos antes de llegar a la Tierra. A juicio de los
griegos, este plazo correspondía a la gran altura del cielo en que
moraban sus dioses; pues de la cúspide de la pirámide de Keops, el
yunque habría caído a la Tierra en sólo 5 segundos.
Es fácil ver, sin embargo, que el espacio celeste de los antiguos
griegos, si se le mide de acuerdo con ese dato, era un tanto reducido
en comparación con los conocimientos actuales.
Sabemos que la Luna caería en la Tierra al cabo de 5 días y que el
yunque mítico cayó en 9 días. Esto quiere decir que el “cielo” desde el
cual cayó el yunque se encuentra más allá de la órbita de la Luna.
¿Estará muy lejos? Si multiplicamos 9 días por Ö32, sabremos el
período de tiempo en que el yunque daría una vuelta alrededor del
globo terrestre, como si fuera un satélite de nuestro planeta: 9 x 5,6
= 51 días.
Apliquemos ahora a la Luna y a nuestro yunque-satélite imaginario la
tercera ley de Kepler.
Planteemos la proporción:

Sustituyendo por los valores correspondientes, tenemos

En donde es fácil calcular la distancia desconocida del yunque a la


Tierra:

El cálculo, da el siguiente resultado: 580.000 km.


Vemos, pues, cuán pequeña sería, a juicio de un astrónomo
contemporáneo, la distancia a que se encontraba el cielo de los
antiguos griegos: en total, una vez y media la distancia que nos
separa de la Luna. El mundo de los antiguos terminaba donde, según
las ideas actuales; apenas si empieza.

6. Los límites del sistema solar


La tercera ley de Kepler da también la posibilidad de calcular a qué
distancia está la frontera de nuestro sistema solar, si se toman como
límites de éste los puntos más alejados (afelios) de las órbitas de los
cometas. Ya hemos hablado antes sobre esto; ahora haremos el
cálculo correspondiente. En el capítulo Tercero hablamos de los
cometas que tienen un período de revolución muy largo: 776 años.
Calculemos la distancia x del afelio de uno de esos cometas, sabiendo
que su distancia menor al Sol, el perihelio, es igual a 1.800.000 km.
Tomemos en calidad de segundo astro a la Tierra y hagamos la
siguiente proporción:

de donde:

y por consiguiente
x = 25.318.000.000 km

Vemos que el cometa alcanza una distancia 182 veces mayor que la
de la Tierra -al Sol, o sea, que llega cuatro veces y media más lejos
que el más distante de los planetas conocidos por nosotros, que es
Plutón.

7. Un error en una novela de Julio Verne


El cometa imaginario “Galia”, en el que Julio Verne desarrolla la
acción de su novela Héctor Servadac, da una vuelta completa
alrededor del Sol exactamente en dos años[113]. Otra indicación que
se encuentra en la novela es la distancia del afelio de este cometa,
820 millones de kilómetros del Sol. Aunque la distancia del perihelio
no se indica en la novela, con estos dos datos podemos afirmar que
tal cometa no puede existir en nuestro sistema planetario. Esto lo
prueba un sencillo cálculo hecho de acuerdo con la tercera ley de
Kepler.
Llamemos x a la distancia desconocida del perihelio en millones de
km. El eje mayor de la órbita del cometa será x + 820 millones de
km, y el semieje mayor

(x + 820)/2

millones de km. Comparando el período de revolución y la distancia


del cometa con el período y la distancia de la Tierra, tenemos, de
acuerdo con la ley de Kepler

de donde:

x = -343

Un resultado negativo para la magnitud de la menor distancia del


cometa al Sol indica que hay alguna discordancia en los datos
iniciales del problema. En otras palabras, un cometa con un período
de revolución tan corto, 2 años, no podría, alejarse tanto del Sol
como se indica en la novela de Julio Verne.

8. ¿Cómo fue pesada la Tierra?


Se cuenta humorísticamente el caso de un hombre ingenuo que se
admiraba, más que de ningún otro conocimiento astronómico, de que
los sabios supieran cómo se llaman las estrellas. Hablando en serio,
la más sorprendente conquista de los astrónomos parecería ser que
hayan podido pesar la Tierra y los lejanos astros del cielo. En
realidad, ¿de qué manera, en qué balanza pesaron la Tierra y los
demás astros?
Empecemos con el peso de la Tierra. Ante todo, digamos qué debe
entenderse con la expresión “peso de la esfera terrestre”. Llamamos
peso de un cuerpo a la presión que ejerce sobre su apoyo o a la
tensión que ejerce en el punto de que está suspendido. Pero ni uno ni
otro de estos conceptos es aplicable al globo terrestre; la Tierra no se
apoya en nada ni está suspendida de nada. Es tanto como decir que,
en este sentido, la esfera terrestre no tiene peso.

Figura 91. ¿En qué balanza se pudo pesar la Tierra?

¿Qué determinaron, pues, los hombres de ciencia “al pesar” la Tierra?


Determinaron su masa. En realidad, cuando nosotros pedimos pesar
en el almacén 1 kg de azúcar, en nada nos interesa la fuerza con que
el azúcar presiona sobre el platillo o tira del resorte.
Del azúcar nos interesa otra cosa: pensamos solamente en cuántos
vasos de té podemos beber con ese azúcar; en otras palabras, nos
interesa la cantidad de materia que contiene.
Pero para medir la cantidad de materia hay un único procedimiento:
determinar la fuerza con que el cuerpo es atraído por la Tierra.
Aceptamos que pesos iguales corresponden a cantidades iguales de
materia y juzgamos la masa de un cuerpo sólo por la fuerza con que
es atraído, ya que la atracción es proporcional a la masa.
Volviendo al peso de la Tierra diremos qué se determina su “peso”
cuando se logra conocer su masa es decir; el problema de la
determinación del peso de la Tierra hay que entenderlo como el
problema del cálculo de su masa.
Figura 92. Uno de los procedimientos para la determinación de la
masa de la Tierra: la balanza de Jolly

Describamos uno de los procedimientos para resolverlo (método de


Jolly, 1871). En la figura 92 se ve una balanza de platillos muy
sensible, en la que, de cada uno de los extremos de la cruz, están
colgados dos platillos livianos, uno superior y otro inferior. La
distancia del superior al inferior es de 20 a 25 cm. En el platillo
inferior derecho colocamos una carga esférica de masa m1. Para
equilibrarla, en el platillo superior izquierdo colocamos una carga m2.
Estas cargas no son iguales, ya que, encontrándose a distinta altura,
son atraídas por la Tierra con distinta fuerza.
Si debajo del platillo inferior derecho colocamos una esfera grande de
plomo de masa M, entonces el equilibrio de los pesos se altera, ya
que la masa m1 será atraída por la masa M de la esfera de plomo con
la fuerza F proporcional al producto de estas masas e inversamente
proporcional al cuadrado de la distancia d que separa sus centros

en donde k es la llamada constante de gravitación.


Para restablecer el equilibrio alterado, colocamos en el platillo
superior izquierdo de la balanza una pequeña carga de masa n. La
fuerza con que ella presiona sobre el platillo de la balanza, es igual a
su peso, es decir, es igual a la fuerza de atracción que ejerce sobre
esta carga la masa toda de la Tierra. Esta fuerza F’ es igual a
donde MT es la masa de la Tierra y R su radio.
Despreciando la ínfima influencia que la presencia de la esfera de
plomo ejerce sobre las cargas que se encuentran en el platillo
superior izquierdo, podemos escribir la ecuación de equilibrio en la
forma siguiente:

En esta relación se pueden medir todas las magnitudes, con


excepción de la masa de la Tierra, MT. Esto permite determinar MT.
En una de las experiencias realizadas se tuvo:

M = 5.775,2 kg, R = 6.366 km, d =56,86 cm, m1 = 5.000 kg

n = 589 mg

Y, finalmente, la masa de la Tierra resultó ser igual a 6,15 x 1027 g.


La masa de la Tierra, según numerosos cálculos recientes, basados
en un gran numero de mediciones, es: MT = 5,974 x 1027g, es decir,
cerca de 6.000 trillones de toneladas. El error posible de estos
cálculos no es mayor de 0,1%.
Así determinaron los astrónomos la masa del globo terrestre.
Tenemos pleno derecho a decir que pesaron la Tierra, pues cada vez
que pesamos un cuerpo en la balanza de brazos, en realidad no
determinamos su peso ni la fuerza con que es atraído por la Tierra,
sino su masa: comprobamos solamente qué masa del cuerpo es igual
a la masa de las pesas.

9. ¿Cuál es la composición del interior de la Tierra?


Aquí es oportuno señalar un error que se suele encontrar en libros y
artículos de divulgación.
Tratando de simplificar la cuestión, los autores exponen el problema
del peso de la Tierra de este modo: los sabios determinaron el peso
medio de 1 cm3 de nuestro planeta (es decir, su peso específico) y,
tras haber calculado geométricamente su volumen, determinaron el
peso de la Tierra multiplicando su peso específico por su volumen. El
camino indicado, sin embargo, es irrealizable no se puede medir
directamente el peso específico de la Tierra, ya que solo podemos
acceder a su parte externa, su capa superficial [114], relativamente
delgada, y nada sabemos de los materiales que constituyen la parte
restante de su volumen, que corresponde a una fracción mucho
mayor.
Y sabemos que el problema se resolvió a la inversa: se determinó
primero la masa del globo terrestre y luego su densidad media. Ésta
resultó igual a 5,5 g por cm3, valor superior al de la densidad media
de las rocas que forman la corteza terrestre, lo cual prueba que en
las profundidades del globo terrestre yacen materiales muy pesados.
Antes se pensaba, con base en un peso específico supuesto y en
otros factores, que el núcleo de nuestro planeta estaba constituido
por hierro fuertemente condensado por la presión de la masa que
está encima. Actualmente se supone que, en líneas generales, la
parte central de la Tierra no se distingue de la corteza por su
composición, pero que su densidad es mayor a consecuencia de la
gigantesca presión que soporta.

10. El peso del Sol y el de la Luna


Aunque parezca extraño, el peso del lejano Sol resulta mucho más
fácil de determinar que el de nuestra vecina la Luna. (Se entiende
que tomamos en el mismo sentido convencional la palabra “peso”, en
relación con estos astros, que para la Tierra: se trata de la
determinación de la masa.)
La masa del Sol se determinó mediante el siguiente razonamiento.
La experiencia prueba que 1 g atrae 1 g a la distancia de 1 cm con
una fuerza igual a 1/15.000.000 dinas.
La atracción mutua f de los dos cuerpos de masa M y m a la distancia
D, de acuerdo con la ley de la atracción universal, se expresa así

Si M es la masa del Sol (en gramos), m la masa de la Tierra (en


gramos), D la distancia entre ambos (en centímetros), igual a

Por otra parte, esta fuerza de atracción es la fuerza centrípeta que


mantiene a nuestro planeta en su órbita, la cual, de acuerdo con las
reglas de la mecánica, es igual a

mv2 /D

donde m es la masa de la Tierra (en gramos), v su velocidad circular


(igual a 30 km/s = 3.000.000 cm/s) y D la distancia de la Tierra al
Sol. Por consiguiente,

De esta ecuación resulta, para la incógnita M (expresada, como se


dijo, en gramos:

M = 2 · 1.033 gms = 2 × 1.027 toneladas

Dividiendo esta masa por la masa del globo terrestre, es decir,


calculando
2 × 1027 / 6 x 1021 = 1.000.000 / 3

o sea, que la masa del Sol es unas 330.000 veces mayor que la de la
Tierra.
Otro procedimiento para la determinación de la masa del Sol está
basado en la utilización de la tercera ley de Kepler.
De la ley de la gravitación universal, se deduce la tercera ley en la
forma siguiente

en donde MS es la masa del Sol, T el período de revolución


sinódica [115] del planeta, a la distancia media del planeta al Sol, , a2
la distancia media del satélite al planeta, m1 la masa del planeta y
m2 la masa del satélite del planeta. Aplicando esta ley a la Tierra y a
la Luna, tenemos

Sustituyendo aT, aL, TT y TL, por sus valores, deducidos de


observaciones, y despreciando, para una primera aproximación en el
numerador la masa de la Tierra (pequeña si se compara con la masa
del Sol) y en el denominador la masa de la Luna (pequeña
comparada con la masa de la tierra), resulta,

MS / mT = 330.000

Sabiendo la masa de la Tierra, deducimos la masa del Sol. Así, pues,


el Sol es un tercio de millón de veces más pesado que la Tierra. Es
fácil calcular también la densidad media del globo solar: para esto
basta dividir su masa por, su volumen. Resulta que la densidad del
Sol es, aproximadamente, cuatro veces menor que la de la
Tierra [116].
Por lo que se refiere a la masa de la Luna, como dijo un astrónomo,
“aunque está tan cerca de nosotros, más que todos los demás
cuerpos celestes, es más difícil pesarla que pesar a Neptuno, el más
alejado (en aquel entonces) de los planetas”. La Luna no tiene
satélite que ayude a calcular su masa, como acabamos de calcular la
masa del Sol. Los hombres de ciencia tuvieron que acudir a otros
métodos mucho más complejos, de los cuales citaremos uno solo. Se
reduce a la comparación de la altura de las mareas producidas por el
Sol con la de las mareas producidas por la Luna.
La altura de las mareas depende de la masa y de la distancia del
cuerpo que las produce, y como la masa y la distancia del Sol son
conocidas y la distancia de la Luna también, por la comparación de
las alturas de las mareas se determina la masa de la Luna. Ya
volveremos a este cálculo cuando hablemos de las mareas. Ahora
damos solamente el resultado final.

Figura 93. La Tierra “pesa” 81 veces más que la Luna

La masa de la Luna es 1/81 de la masa de la Tierra (figura 93).


Sabiendo el diámetro de la Luna, calculamos su volumen: resulta ser
49 veces menor que el volumen de la Tierra.
De acuerdo con esto, la densidad media de nuestro satélite es 49/81
= 0,6 de la densidad de la Tierra.
Lo cual quiere decir que la Luna está constituida en conjunto por una
materia más liviana que la de la Tierra, pero mucho más densa que la
del Sol. Luego veremos que la densidad media de la Luna es superior
a la densidad media de la mayoría de los planetas.

11. El peso y la densidad de los planetas y de las estrellas


El procedimiento seguido para determinar el “peso” del Sol es
aplicable a la determinación del peso de cualquier planeta que tenga
por lo menos un satélite.
Sabiendo la velocidad media v del movimiento del satélite por su
órbita y su distancia media D al planeta, igualamos la fuerza
centrípeta que mantiene al planeta en su órbita,

con la fuerza de la atracción mutua del satélite y el planeta, es, decir

expresión en la que k es la fuerza de atracción de 1 g á 1 g á la


distancia de 1 cm, m es la masa del satélite y M la masa del planeta:
de donde

M = Dv2

fórmula con la cual es fácil calcular la masa M del planeta.


La tercera ley de Kepler, aplica a este caso, nos da

Y de aquí, despreciando en los paréntesis los sumandos pequeños,


obtenemos la relación de la masa del Sol a la masa del
planeta MS/mp. Conociendo la masa del Sol, se puede determinar
fácilmente la masa del planeta.
Un cálculo semejante es aplicable a las estrellas dobles, con la única
diferencia de que entonces, como resultado del cálculo, no se obtiene
por separado la masa de cada estrella del par dado, sino la suma de
sus masas.
Mucho más difícil es determinar la masa de los satélites de los
planetas y, también, la masa de los planetas que no tienen satélites.
Por ejemplo, las masas de Mercurio y de Venus se calcularon
partiendo de la influencia perturbadora que ejercen uno sobre otro,
sobre la Tierra y sobre el movimiento de unos cometas.
Para los asteroides, cuyas masas son tan pequeñas que no ejercen
unas sobre otras, ninguna influencia perturbadora notable, el
problema de la determinación de la masa, en general, sigue sin
resolver. Sólo se conoce de forma incierta, el límite superior de la
masa total de todos estos minúsculos planetas.
Por la masa y el volumen de los planetas es fácil calcular su densidad
media. Los resultados se dan en la tabla siguiente:

Densidad de la Tierra = 1
Mercurio 1,00
Venus 0,92
La Tierra 1,00
Marte 0,74
Júpiter 0,24
Saturno 0,13
Urano 0,23
Neptuno 0,22

La tabla nos dice que la Tierra y Mercurio son los planetas más
densos de nuestro sistema [117].
Las reducidas densidades medias de los planetas mayores se explican
porque el núcleo central sólido de cada planeta mayor está cubierto
por una atmósfera gigantesca que es de masa pequeña, pero que
aumenta mucho el volumen del planeta.

12. La gravedad en la Luna y en los planetas


Las personas poco conocedoras de la astronomía manifiestan a
menudo asombro porque los hombres de ciencia que no han visitado
la Luna y los planetas, hablan en tono seguro sobre la fuerza de la
gravedad existente en sus superficies. Es muy fácil, no obstante,
calcular cuántos kilogramos deberá pesar una pesa transportada a
otro astro. Para esto sólo se necesita conocer el radio y la masa del
cuerpo celeste.

Figura 94. Lo que pesaría un hombre en los distintos planetas [118]

Determinemos, por ejemplo, la intensidad de la gravedad en la Luna.


La masa de la Luna, como sabemos, es 81 veces menor que la masa
de la Tierra. Si la Tierra poseyera una masa tan pequeña, la tensión
de la fuerza de la gravedad en su superficie sería 81 veces menor que
la actual. Pero, de acuerdo con la ley de Newton, una esfera atrae
como si toda su masa estuviera concentrada en su centro.
El centro de la Tierra dista de su superficie un radio terrestre; el
centro de la Luna dista de su propia superficie un radio lunar [119].
Pero el radio lunar constituye los 27/100 del terrestre, y por la
disminución de la distancia 27/100 veces, la fuerza de atracción se
aumenta (100/27)2 veces. Esto significa, en resumen, que la fuerza
de atracción en la superficie de la Luna es de la terrestre
Así, una pesa de 1 kg transportada a la superficie de la Luna no
pesaría allí más que 1 de kg, pero, naturalmente, la disminución del
peso sólo podría ponerse de manifiesto mediante una balanza de
resorte (figura 94), y no con una de brazos.
Una curiosidad interesante es que, si en la Luna hubiera agua, un
nadador se sentiría en el agua de la Luna igual que en la Tierra. Su
peso disminuiría seis veces. Pero como también disminuiría igual
número de veces él peso del agua desplazada por él, la relación entre
estos pesos sería la misma que en la Tierra y el nadador se
sumergiría en el agua lunar lo mismo que en el agua terrestre.
En cambio, el esfuerzo para elevarse sobre el agua le daría en la Luna
un resultado mucho mayor; como el peso del cuerpo del nadador
disminuye, puede ser levantado con un menor esfuerzo de los
músculos.
A continuación se da una tabla del valor de la gravedad en los
distintos planetas, en comparación con la Tierra [120].

Mercurio 0,38
Venus 0,91
La Tierra 1,00
Marte 0,38
Júpiter 2,64
Saturno 1,19
Urano 0,93
Neptuno 1,22
Plutón 0,20

Como indica la tabla, la Tierra ocupa en lo tocante a gravedad el


cuarto lugar en el sistema solar, después de Júpiter, Neptuno y
Saturno [121].

13. Gravedad “record”


La gravedad alcanza su mayor valor en la superficie de aquellas
“enanas blancas”, del tipo de Sirio B, de que hablamos en el capítulo
IV. Se comprende fácilmente que la gigantesca masa de estos astros,
en relación con su pequeño radio, debe determinar una fuerza de
atracción sumamente intensa en sus superficies. Hagamos el cálculo
para la estrella de la constelación de Casiopea cuya masa es 2,8
veces mayor que la masa de nuestro Sol y cuyo radio es dos veces
menor que el radio de la Tierra. Recordando que la masa del Sol es
330.000 veces mayor que la de la Tierra, deducimos que la fuerza de
la gravedad en la superficie de la estrella mencionada supera la de la
Tierra en

2,8 x 330.000 x 22 = 3.700.000 veces.

1 cm3 de agua, que pesa en la Tierra 1 g, pesaría en la superficie de


esta estrella casi 3¾ toneladas (!); 1 cm3 de materia de la misma
estrella (que es 36.000.000 de veces más densa que el agua) debe
tener, en ese asombroso mundo, el peso excepcional de

3.700.000 x 36.000.000 = 133.200.000.000.000 g.

Una pizca de materia que pesa más de cien millones de toneladas; he


aquí una curiosidad sobre cuya existencia en el universo no pensaban
hasta hace poco ni los más audaces fantaseadores.

14. La gravedad en el interior de los planetas


¿Cómo variaría el peso de un cuerpo si fuera transportado a las
profundidades de un planeta, por ejemplo, al fondo de una mina de
extraordinaria profundidad?
Muchos creen erróneamente que en el fondo de esta mina el cuerpo
debería hacerse más pesado, pues está más cerca del centro del
planeta, es decir, del punto hacia el cual son atraídos todos los
cuerpos. Este razonamiento, sin embargo, no es correcto: la fuerza
de atracción hacia el centro del planeta no crece con la profundidad,
sino que, a la inversa, disminuye. En mi Física recreativa, podrá
encontrar el lector una explicación de este fenómeno, al alcance de
todos. Para no repetir lo allí dicho, me limitaré a indicar lo que sigue.

Figura 95. Un cuerpo que se Figura 96. ¿De qué depende Figura 97. Cálculo de la
halle dentro de una capa el peso del cuerpo en el variación del peso de un
esférica, no tiene peso interior del planeta? cuerpo como consecuencia
de su acercamiento al centro
del planeta

En mecánica se demuestra que un cuerpo situado en la cavidad de


una capa esférica homogénea está totalmente desprovisto de peso
(figura 95). De donde se deduce que un cuerpo que se encuentra
dentro de una esfera maciza y homogénea, sólo está sujeto a la
atracción de la porción de materia comprendida en la esfera de radio
igual a la distancia del cuerpo al centro (figura 96).
Apoyándose en esto, es fácil deducir la ley según la cual varía el peso
de un cuerpo a medida que se aproxima al centro del planeta.
Llamemos R al radio del planeta (figura 97); y r a la distancia del
cuerpo al centro del planeta. La fuerza de atracción del cuerpo en
este punto deberá crecer veces

(R/r)2 veces
y al mismo tiempo disminuir

(R/r)3 veces

ya que la parte del planeta que ejerce atracción disminuye este


número de veces (R), es decir, r veces. En conclusión, la fuerza de
atracción deberá disminuir

(R/r)3 / (R/r)2

es decir,

(R/r) veces

Esto significa que en el interior de los planetas el peso de un cuerpo


debe disminuir tantas veces cuantas disminuya su distancia al centro.
Para un planeta de las dimensiones de la Tierra, que tiene un radio de
6.400 km, un descenso de 3.200 km debe acompañarse de una
reducción del peso a la mitad; un descenso de 5.600 km, de una
reducción del peso igual a

6.400/(6.400 - 5.600)

es decir, ocho veces.


En el centro mismo del planeta, el cuerpo debería perder su peso por
completo, ya que

6.400/(6.400-6.400) = ∞

Por otra parte, este resultado era de prever sin necesidad de cálculo,
puesto que en el centro del planeta el cuerpo es atraído en todos los
sentidos con la misma fuerza, por la materia que lo rodea.
Los razonamientos anteriores se refieren a un planeta imaginario
homogéneo en cuanto a densidad. A los planetas verdaderos sólo se
pueden aplicar con reserva. En particular, para el globo terrestre,
cuya densidad en las capas profundas es mayor que cerca de la
superficie, la ley de la variación de la gravedad con la aproximación al
centro se aparta algo de lo que acabamos de decir: hasta cierta
profundidad (relativamente no muy grande), la atracción crece, y sólo
para las profundidades siguientes empieza a disminuir.

15. El problema del barco


Pregunta
¿Cuándo pesa menos un barco, en una noche con Luna o en una
noche sin Luna?
Solución
El problema es más complejo de lo que parece. No se puede
contestar inmediatamente que en una noche con Luna el barco, como
todos los objetos que se hallan en la mitad del globo terrestre
iluminada por ella, debe ser menos pesado que en una noche sin
Luna porque la “Luna lo atrae”. Pues, al mismo tiempo que atrae al
barco, la Luna atrae también a toda la Tierra.
En el vacío, todos los cuerpos sometidos a la gravitación se mueven
con la misma velocidad; la Tierra y el barco reciben por efecto de la
atracción de la Luna aceleraciones iguales, y no debería manifestarse
una disminución del peso del barco. Y, sin embargo, el barco
iluminado por la Luna es más liviano que en una noche sin Luna.
Expliquemos por qué. Sea O (figura 98) el centro del globo terrestre,
A y B el barco en puntos diametralmente opuestos de la esfera, r el
radio de la esfera y Dla distancia del centro L de la Luna al
centro O del globo terrestre.
Llamaremos M a la masa de la Luna y m a la masa del barco. Para
simplificar el cálculo, tomemos los puntos A y B de modo que la Luna
se encuentre para ellos, respectivamente, en el cenit y en el nadir.

Figura 98. El efecto de la atracción lunar sobre las partículas del


globo terrestre

La fuerza con que la Luna atrae al barco en el punto A (es decir, en


una noche con Luna) es igual a

donde k = 1/15.000.000
En el punto B en una noche sin Luna), el mismo barco es atraído por
la Luna con la fuerza

la diferencia de ambas atracciones es igual a

Como (r/D)2 = (1/60)2 es una magnitud muy pequeña, se puede


despreciar. De este modo, la expresión se simplifica mucho y toma la
forma
que transformamos así:

¿Qué representa ?
Se comprende fácilmente que es la fuerza con que la Luna atrae al
barco a la distancia D de su centro.
En la superficie de la Luna, el barco cuya masa es igual a m pesa m/6
A la distancia D de la Luna, es atraído por ésta con la fuerza m/6D2.
Como D = 220 radios lunares, se tiene que

Volviendo ahora al cálculo de la diferencia de las atracciones,


tenemos

Si el peso del barco es de 45.000 toneladas, la diferencia entre el


peso de una noche con Luna y el de una noche sin Luna es igual a

45.000.000 / 4.500.000 = 10 kg

Resulta, pues, que en una noche con Luna el barco pesa menos que
en una noche sin Luna, aunque una cantidad insignificante.

16. Las mareas lunares y solares


El problema que acabamos de examinar nos ayuda a comprender la
causa fundamental de las mareas. No se debe pensar que la ola de la
marea se eleva simplemente porque la Luna o el Sol atraen
directamente al agua. Ya hemos explicado que la Luna atrae no sólo
lo que se encuentra sobre la superficie de la Tierra, sino toda la
esfera terrestre. Lo cierto es, sin embargo, que el astro que ejerce la
atracción está más lejos del centro de la Tierra que de las partículas
de agua que se hallan en la cara de la Tierra que mira hacia la Luna.
La diferencia entre las fuerzas de atracción se calcula del misma
modo que calculamos antes la diferencia entre las fuerzas de
atracción en el caso del barco. En un punto en cuyo cenit está la
Luna.
Cada kilogramo de agua es atraído por ella con
más fuerza que un kilogramo de materia en el centro de la Tierra, y
el agua situada en un punto diametralmente opuesto de la Tierra, con
tanta menos fuerza.
Como consecuencia de esta diferencia el agua se eleva en ambos
casos sobre la superficie sólida de la Tierra: en el primero, porque el
agua se desplaza más hacia la Luna que la parte sólida del globo
terrestre; en el segundo, porque la parte sólida de la Tierra se
desplaza hacia la Luna más que el agua [122].
Una acción parecida ejerce también sobre el agua del océano la
atracción del Sol. Pero ¿cuál de las acciones es más fuerte: la del Sol
o la de la Luna? Si se comparan sus atracciones por separado resulta
que la acción del Sol es más fuerte. En efecto, la masa del Sol es
330.000 veces mayor que la masa de la Tierra; la masa de la Luna es
81 veces menor, o sea, es menor que la solar 330.000 x 81 veces. La
distancia del Sol a la Tierra es igual a 23.400 radios terrestres, y la
de la Luna a la Tierra, a 60 radios terrestres. Esto quiere decir que la
atracción que sobre la Tierra ejerce el Sol con respecto a la atracción
que ejerce la Luna es igual a

Así pues, el Sol atrae todos los objetos terrestres con fuerza 170
veces mayor que la Luna.
Se podría pensar por esto que las mareas solares son más altas que
las lunares. En realidad, sin embargo, se observa lo contrario: las
mareas lunares son mayores que las solares. Esto concuerda
totalmente con el cálculo si se aplica la fórmula

Si llamamos MS a la masa del Sol, ML a la masa de la Luna, DS a la


distancia del Sol y DL a la de la Luna, la relación entre las fuerzas del
Sol y de la Luna que engendran las mareas será

Supongamos que la masa de la Luna es conocida e igual a 1/80 de la


masa de la Tierra.
Sabiendo que el Sol está 400 veces más lejos que la Luna tenemos:
Lo cual significa que las mareas producidas por el Sol deben ser
aproximadamente 21 veces más bajas que las lunares.
Es oportuno exponer aquí la forma en que, por comparación de las
alturas de las mareas lunares y solares, fue determinada la masa de
la Luna. Observar separadamente la altura de unas y otras mareas no
es posible; el Sol y la Luna siempre actúan en conjunto. Pero se
puede medir la altura de las mareas cuando las acciones de ambos
astros se suman (es decir, cuando la Luna y el Sol están colocados en
línea recta con la Tierra) y cuando dichas acciones se oponen (la
recta que une al Sol con la Tierra es perpendicular a la recta que une
a la Luna con la Tierra). Las observaciones mostraron que en el
segundo caso las mareas son de altura igual a 0,42 de las primeras.
Si la fuerza de la Luna que engendra las mareas es igual a x, y la del
Sol a y, tenemos la proporción

(x + y) : (x - y) = 100 : 42

de donde

x : y = 71 : 29

Como la masa del Sol, MS = 330.000 MT, (MT es la masa de la Tierra),


de la última anterior se deduce fácilmente que la masa de la Luna es
1/80 de la masa de la Tierra.

17. La Luna y el estado del tiempo


Muchas personas se interesan por el problema de saber cuál es la
influencia que sobre la presión atmosférica pueden ejercer las mareas
producidas por la Luna en el océano aéreo de nuestro planeta. El
problema tiene una larga historia. Las mareas de la atmósfera
terrestre fueron descubiertas por el gran sabio ruso N. V.
Lomonósov [123], que las llamó “olas aéreas”. Se han ocupado de
estas olas muchos hombres de ciencia; sin embargo, existen ideas
erróneas muy extendidas sobre el papel que desempeñan las mareas
aéreas. Los no especializados creen que en la ligera y móvil
atmósfera de la Tierra, la Luna provoca gigantescas olas de marea,
que cambian sensiblemente la presión de la atmósfera y que, por
tanto, deben tener un efecto decisivo en la meteorología.
Esta opinión es completamente errónea. Se puede demostrar
teóricamente que la altura de la marea atmosférica no supera la
altura de la marea en medio del océano. Esta afirmación resulta
desconcertante, pues si el aire, incluso en las capas inferiores más
densas, es casi mil veces más ligero que el agua, ¿cómo es posible
que la atracción lunar no lo levante a una altura mil veces mayor? Sin
embargo, esto no es más paradójico que las velocidades iguales con
que caen en el vacío los cuerpos de pesos diferentes.
Recordemos el experimento que se hace en las escuelas con el tubo
al vacío, dentro del cual una bolita de plomo cae al mismo tiempo que
una pluma. El fenómeno de la marea, en fin de cuentas, viene a ser
como una caída en el espacio universal del globo terrestre y sus
capas más livianas por efecto de la gravitación de la Luna (y del Sol).
En el vacío sideral todos los cuerpos, los pesados y los ligeros, caen
con la misma velocidad, reciben de la fuerza de gravitación la misma
aceleración, si son iguales sus distancias al centro de atracción.
Lo dicho nos lleva a pensar que la altura de las mareas atmosféricas
deberá ser la misma que la de las mareas oceánicas lejos de las
costas. En realidad, si reparamos en la fórmula que sirve para
calcular la altura de las mareas, vemos que en ella figuran solamente
las masas de la Luna y de la Tierra, el radio del globo terrestre y las
distancias de la Tierra y de la Luna. Ni la densidad del líquido que se
levanta, ni la profundidad del océano, entran en esta fórmula. Si
remplazamos el océano de agua por el aire, no alteramos el resultado
del cálculo y obtenemos para la marea atmosférica la misma altura
que para la marea oceánica.
Sin embargo, esta última es insignificante. La altura teórica de la
mayor marea en mar abierto es de medio metro aproximadamente, y
sólo la configuración de las costas y del fondo, al estrechar la ola de
la marea, la levantan en algunos puntos aislados hasta diez metros o
más. Hay aparatos muy interesantes para la predicción de la altura
de la marea, en un sitio dado y en cualquier momento, según las
posiciones del Sol y de la Luna.
En el inmenso océano del aire nada puede alterar el cuadro teórico de
la marea lunar y cambiar su máxima altura teórica, que es de medio
metro. Una elevación tan pequeña sólo puede ejercer en la magnitud
de la presión atmosférica una influencia de poca importancia.
Laplace, que se ocupó de la teoría de las mareas aéreas, llegó a la
conclusión de que las oscilaciones de la presión atmosférica debidas a
ellas, no deben ser mayores de 0,6 mm en la columna de mercurio, y
que el viento producido por las mareas atmosféricas puede alcanzar
una velocidad no mayor de 7,5 cm/s.
Resulta evidente que las mareas aéreas no pueden desempeñar
ningún papel importante como factores del clima.
Estos razonamientos muestran la falta de fundamento de los intentos
de los diversos “profetas de la Luna”, de predecir el tiempo por la
posición de nuestro satélite en el cielo.
Notas:
[1]
François Jean Dominique Arago (1786-1853). Matemático, físico, astrónomo y político
francés.
Fue nombrado por el emperador como uno de sus astrónomos del Observatorio Real de
París, lugar en el que dio sus famosas y populares clases de astronomía desde 1812
hasta 1845.
En 1819 procedió con Biot a ejecutar operaciones geodésicas en la costa de Francia así
como en Inglaterra y Escocia. Midió los segundos de un péndulo en Leite, Escocia, así
como en las islas Shetland. Los resultados de las observaciones realizadas en España
fueron publicados en 1821. Arago fue elegido miembro del Bureau des Longitudes tras
ello, y contribuyó con sus anuarios astronómicos durante 22 años, dando a conocer
importantes aportaciones de Astronomía. (N. del E.)
[2]
Gerardus Mercator (1512-1594), conocido como Mercator o Gerardo Mercator.
Cartógrafo flamenco, famoso por idear la llamada proyección de Mercator, - esta
consiste en representar la superficie esférica de la Tierra sobre una superficie cilíndrica,
tangente al ecuador, que al desplegarse genera un mapa terrestre plano-. (N. del E.)
[3]
Los Meridianos son los círculos máximos que pasan por los polos; en los mapas se
representan por líneas verticales, paralelas entre sí. Los Paralelos son círculos paralelos
al ecuador; en los mapas se representan por líneas horizontales, paralelas entre sí. La
Latitud es el ángulo entre un paralelo y el ecuador –en los mapas las líneas de latitud se
representan por líneas rectas horizontales, paralelas al ecuador-. (N. del E.)
[4]
“El círculo máximo en una superficie esférica es cualquier círculo cuyo centro coincida
con el centro de la esfera. Todos los demás se denominan círculos menores.”
[5]
La milla náutica, también llamada milla marítima, se introdujo en la náutica hace
siglos, y fue adoptada, con ligeras variaciones, por todos los países occidentales, siendo
definida como la longitud de un arco de 1’ de meridiano terrestre. Una milla náutica
equivale a 1.852 m. (1,852 km). Todavía la emplean todos los navegantes del mundo,
incluso los que están acostumbrados al sistema métrico. Se emplea igualmente para
navegación aérea. No debe confundirse la milla náutica con la milla terrestre. Esta
última es una unidad de longitud que no forma parte del sistema métrico decimal. De
origen muy antiguo, fue heredada de la Antigua Roma y equivalía a la distancia
recorrida con mil pasos, siendo un paso la longitud el avance de un pie al caminar -el
doble de lo que ahora se considera un paso-. La milla romana medía unos 1.480 m, y
por tanto, un paso simple era de unos 73 cm (N. del E.)
[6]
La Proyección de Mercator o Proyección Cartográfica Cilíndrica, proyecta la superficie
esférica terrestre sobre una superficie cilíndrica, tangente al ecuador, que al
desplegarse genera un mapa terrestre plano. Esta proyección presenta una buena
aproximación en su zona central, pero las zonas superior e inferior correspondientes a
norte y sur presentan grandes deformaciones. La Proyección Central o Proyección
Cónica Cartográfica se obtiene proyectando los elementos de la superficie esférica
terrestre sobre una superficie cónica tangente, tomando el vértice en el eje que une los
dos polos. (N. del E.)
[7]
Ortodromo: camino más corto que puede seguirse en la Navegación entre dos
puntos.
[8]
Las diferencias anuales entre el mediodía Solar verdadero y el mediodía Solar medio
se representan en una curva, denominada Ecuación del Tiempo. Esta ecuación se suele
dar en tablas referidas a cada lugar en función de su latitud y de la fecha. (N. del E.)
[9]
Un día, es el lapso que tarda la Tierra desde que el Sol está en el punto más alto
sobre el horizonte hasta que vuelve a estarlo. Dependiendo de la referencia que se use
para medir un giro, se habla de tiempo Solar o de tiempo sideral. El primero toma como
referencia al Sol y el segundo toma como referencia a las estrellas-. Cuando se hace
referencia a un "día", se entiende como un día Solar medio. (N. del E.)
[10]
Se denomina elíptica a la órbita que sigue un astro que gira alrededor de otro,
describiendo una elipse. El astro central se sitúa en uno de los focos de la elipse. A este
tipo pertenecen las órbitas de los planetas del Sistema Solar. (N. del E.)
[11]
En función de los cálculos hechos por el propio autor.
[12]
En 1928 se estableció como referencia para los tiempos el GMT, hora en el
meridiano de Greenwich; hoy se emplea otra forma de medida llamada UTC, Hora
Universal Coordinada y, en el contexto de la aviación se conoce como hora zulú (Hora
“Zero”). Ahora bien, esa hora no es la misma en todos los países del mundo. La Tierra
se dividió en una serie de 24 partes o husos horarios en los cuales la hora legal es
diferente a la GMT. Hacia el oeste, la hora legal disminuye, y hacia el este, aumenta. En
aviación, para llevar un seguimiento más coordinado de los vuelos se trabaja con la
hora zulú, es decir, tanto pilotos como torres de control utilizan la hora universal, UTC,
para operar con una medida del tiempo común y no depender de la hora de cada país.
El Tiempo Universal Coordinado, o UTC, también conocido como tiempo civil, es el
tiempo de la zona horaria de referencia respecto a la cual se calculan todas las otras
zonas del mundo. Es el sucesor del GMT (Greenwich Mean Time: tiempo promedio del
Observatorio de Greenwich, en Londres) aunque algunas veces se le denomina así. La
nueva denominación fue acuñada para eliminar la inclusión de una ubicación específica
en un estándar internacional, así como para basar la medida del tiempo en los
estándares atómicos, más que en los celestes. A diferencia del GMT, el UTC no se define
por el Sol o las estrellas, sino que se mide por los relojes atómicos. (N. del E.)
[13]
Cuando aquellos interrumpen la llegada de la noche. Y mantienen los cielos dorados.
Los puntos del crepúsculo apresuran su fusión. Unos con otros…
[14]
Poltava es una ciudad ubicada en Ucrania, país situado al Oeste de Rusia. (N. del E.)
[15]
Kuibyshev, antes Samara, ciudad al sureste de Rusia. Kazan, capital de la República
de Tartaristán; desde el 2.009, ostenta el título de “Tercera Capital de Rusia”; situada al
suroeste de Rusia. Pskov, ciudad al noroeste de Rusia, cerca de la frontera con Estonia.
Kirov, ciudad ubicada en el centro de la Rusia europea, al oeste de Rusia. Yeniseisk,
ciudad situada hacia el sur de Rusia. (N. del E.)
[16]
Pudozh. Ciudad en la República de Karelia, cerca de la frontera con Finlandia.
Arkhangelsk o Arcángel, ciudad al norte de la Rusia Europea. Se encuentra sobre el
círculo polar ártico. (N. del E.)
[17]
Sobre la Bahía de Ambarchik, el Sol no se pone del 19 de mayo al 26 de julio y en la
proximidad de la Bahía de Tixi del 12 de mayo al 1 de agosto.
[18]
Los Solsticios son aquellos momentos del año en los que el Sol alcanza su máxima
posición meridional o boreal, es decir, una máxima declinación norte (+23º 27’) y
máxima declinación sur (-23º 27’) con respecto al ecuador celeste. En los días de
Solsticio, la longitud del día y la altura del Sol al mediodía son máximas (en el Solsticio
de verano) y mínimas (en el Solsticio de invierno) comparadas con cualquier otro día
del año. (N. del E.)
[19]
Tashkent (41º 16’ N; 69º 13’ E). Tokio (35º 40’ N; 139º 46’ E). Medellín (6º 13’ N;
75º 34’ W). (N. del E.)
[20]
Novosibirsk (55º 01’ N; 82º 56’ E). Nueva York (41º 23’ N; 74º 40’ W). Cabo de la
Buena Esperanza (18º 28’ S; 34º 21’ E). (N. del E.)
[21]
Respuestas:
1) El día y la noche siempre tienen una longitud igual en el ecuador, como el límite
entre la luz y la oscuridad que también divide el ecuador en dos mitades iguales,
independiente de la posición de la Tierra.
y 3) Durante los equinoccios el Sol sube y pasa por el mundo a las mismas horas, 6 am
y 6 pm -hora local-.
4) El Sol sale en el Ecuador a las 6 am todos los días a lo largo del año.
5) Las escarchas de julio y las olas de calor de enero son episodios comunes en las
latitudes del sur.
[22]
La excentricidad se calcula mediante la fórmula: e = c/a, donde: e es la
excentricidad, c es la distancia del centro al foco y a es la distancia del centro al vértice.
Si e<0, es una elipse. Si e = 1, es una circunferencia. Si e > 1, es una hipérbola. (N.
del E.)
[23]
El cambio en la dirección del eje de la Tierra, que gira en 25.800 años alrededor del
eje de la eclíptica, se conoce como precesión de los equinoccios. A este período se le
conoce como año platónico. (N. del E.)
[24]
El cambio de la excentricidad de la órbita terrestre, altera la duración de las
estaciones. Actualmente, el verano es la estación más larga y el invierno la más corta.
En la época de las pirámides, la más larga era la primavera y la más corta el otoño. (N.
del E.)
[25]
Sería suficiente si el diámetro de la Tierra se volviese unos metros más largo o más
corto, para causar los cambios mencionados anteriormente en la duración del día.
[26]
La expresión “planeta doble” hace referencia a dos planetas que orbitan el uno al
otro en torno a un centro de masas, localizado por fuera de los dos cuerpos.
Oficialmente se le denomina sistema binario. De igual manera, existen sistemas
de asteroides dobles (o planeta menor doble) tales como (90) Antíope. (N. del E.)
[27]
En proporción a la masa del planeta
[28]
Mirando atentamente el dibujo, se puede observar que el movimiento de la Luna
representado en él no es exactamente uniforme. Igual situación ocurre en la realidad.
La Luna se mueve alrededor de la Tierra describiendo una elipse, en uno de cuyos focos
se encuentra la Tierra, y por esta razón, de acuerdo con la segunda ley de Kepler,
cuando está más cerca de la Tierra se mueve más rápido que cuando se encuentra
alejada de ésta al máximo. La excentricidad de la órbita de la Luna es bastante elevada:
0,055.
[29]
La cara oculta de la Luna, es la superficie lunar que no se puede observar desde la
Tierra: cada vez que miramos hacia la Luna vemos siempre la misma cara, y hay un
lado que nunca vemos, comúnmente denominado el lado oscuro de la Luna. ¿Por qué
vemos siempre la misma cara? Esto se debe a que la Luna rota sobre sí misma en el
mismo tiempo que se traslada alrededor de la Tierra, es decir, que su período de
rotación es igual al período de traslación, lo cual hace que siempre veamos la misma
cara.
Esta cara permaneció oculta para la humanidad, hasta que la sonda soviética Lunik 3, la
fotografió por primera vez el 10 de octubre de 1959.
La cara oculta de la luna es una zona mucho más accidentada que la cara visible, debido
a que al estar orientada hacia el espacio, está más expuesta a la caída de bólidos,
fenómeno que no ocurre con tanta frecuencia en la cara visible gracias al campo
gravitatorio de la Tierra. (N. del E.)
[30]
Perigeo es el punto en el cual un objeto celeste que gira alrededor de la Tierra se
encuentra a su mínima distancia de nuestro planeta. El punto de máxima distancia es
el Apogeo.
La Luna, cuya órbita tiene una Excentricidad de 0,0549, en el perigeo está a 356.410
km. de la Tierra, y en el apogeo, á 406.740 km. Estos dos puntos extremos de la órbita
se llaman Apsides. (N. del E.)
[31]
Para obtener fotografías estereoscópicas basta que la Luna presente un giro de 1º.
(Más detalles de esto se pueden ver en mi Física Recreativa.)
[32]
Conviene recordar que este libro fue escrito mucho antes de que fueran lanzados los
cohetes lunares soviéticos, uno de los cuales fotografió la cara oculta de la Luna. (N. R.)
[33]
El 14 de septiembre de 2006 se descubrió un objeto alrededor de nuestro planeta,
llamado 6R10DB9, cuyo origen aún se trata de dilucidar. Se desconoce si es natural,
como un asteroide, o artificial, como un desecho espacial. El objeto se observó a 2,2
Distancias Lunares. Su órbita presentaba una excentricidad geocéntrica inferior a 1.
Los cálculos muestran que previo a su captura por parte de la Tierra, 6R10DB9 estaba
en una órbita de baja inclinación alrededor del Sol, cuyo período fue de 11 meses; lo
que suele ocurrir con los desechos de las naves espaciales de los 60 y 70. Pero si
6R10DB9 es un desecho de una nave espacial, resulta vulnerable a la presión de la
radiación solar y exhibe notables cambios en su órbita. Los análisis de las mediciones de
posición, indican que se parece más a un cuerpo rocoso que a basura espacial. (N. del
E.)
[34]
En 1948 el astrónomo moscovita, Y. N. Lipski, demostró, al parecer, la presencia de
trazas de atmósfera en la Luna.
[35]
El Mar de las Nubes (Mare Nubium) se encuentra en la cara visible de la Luna. Tiene
un diámetro de 715 km, y es una de las cuencas circulares más antiguas de la Luna.
[36]
Sobre el cálculo de la distancia del horizonte, ver en mi Geometría Recreativa, el
capítulo “Donde la tierra se junta con el cielo” (Capítulo sexto).
[37]
Se asume un hombre de 1,75 m de estatura. El radio de la Tierra de 6.400 km y el
radio de la Luna de 1.800 km. (N. del E.)
[38]
Nicolas Camille Flammarion (1842 - 1925). Astrónomo francés, conocido por sus
obras de popularización de la astronomía. (N. del E.)
[39]
El suelo de la Luna, por consiguiente, no es blanco, como a menudo se piensa, sino
más bien oscuro. Esto no contradice el hecho de que brilla con luz blanca. -“La luz solar,
reflejada incluso por un objeto negro, se mantiene blanca. Si la Luna estuviera revestida
de terciopelo negro, embellecería igualmente el cielo como un disco plateado”
[40]
Pulkovo es un observatorio astronómico de antigua tradición, próximo a la antigua
ciudad de Leningrado. Fundado en 1839 por el astrónomo F. G. Struve, operó con
telescopios refractores, que en aquellos tiempos eran los más grandes y perfeccionados
del mundo. Durante muchos años fue símbolo y orgullo de la Rusia imperial. Destruido
por los bombardeos de la segunda guerra mundial y reconstruido en 1954. (N. del E.)
[41]
John Tyndall. (1820 - 1893). Físico irlandés. Ejerció como ingeniero, luego estudió
filosofía natural y se hizo profesor. Junto a Michael Faraday, realizó diversos
experimentos sobre el magnetismo, pero es conocido especialmente por sus estudios
sobre la conducción del calor en gases y vapores. Durante tales estudios identificó el
fenómeno de la difusión de la luz por parte de las partículas suspendidas en una
solución coloidal (efecto o fenómeno de Tyndall). (N. del E.)
[42]
Almá-Atá , conocida como Almatý durante la existencia de la República Socialista
Soviética de Kazajistán y Verni o Viernyi en tiempos de la Rusia Imperial, es la ciudad
más poblada de Kazajistán. Almá-Atá significa Padre de las Manzanas, ya que la
manzana es nativa de la región donde se encuentra la ciudad. Fue capital de Kazajistán
y de su predecesora, la República Socialista Soviética de Kazajistán, entre 1.929 y
1.998. (N. del E.)
[43]
El hecho mismo de la desviación se confirma, pero no se ha podido establecer un
acuerdo cuantitativo total con la teoría. Las observaciones del profesor A. A. Mijailov
condujeron a la necesidad de revisar en algunas partes la teoría misma de este
fenómeno. (N. R.)
[44]
Vladímir Galaktiónovich Korolenko (1853 - 1921). Novelista y periodista ruso. Figura
entre los más distinguidos escritores de su país. Sus novelas constituyen una fiel
reproducción de la vida rusa en la segunda mitad del siglo XIX. Emotivo y realista,
describe vidas y paisajes con vigor y sentimiento. Aparece como maestro literario de
Máximo Gorki, con el que le unió gran amistad. Sus obras han sido traducidas a casi
todos los idiomas. (N. del E.)
[45]
Saros es un período caldeo de 223 lunas, lo que equivale a 6.585,32 días (algo más
de 18 años y 10 u 11 días) tras el cual la Luna y la Tierra regresan aproximadamente a
la misma posición en sus órbitas, y se pueden repetir los eclipses. Por definición
un saros son 223 meses sinódicos (S) (período de una Luna nueva a la siguiente).
Conocido desde hace miles de años, es una manera de predecir futuros eclipses. (N. del
E.)
[46]
Los astrónomos hablan de cinco tipos de meses: Mes anomalístico, mes draconítico,
mes sideral, mes sinódico y mes trópico.
Mes anomalístico . Tiempo en el que la Luna da una vuelta entre sus puntos extremos,
perigeo y apogeo. Dura aproximadamente 27 ½ días.
Mes draconítico . Tiempo que tarda la Luna en regresar al mismo nodo. Dura
aproximadamente 27 1/5 días.
Mes sideral . Tiempo que toma la Luna para volver a la misma posición entre las
estrellas fijas en la esfera celeste. Dura aproximadamente 27 1/3 días.
Mes sinódico . Se relaciona con el ciclo de las fases de la Luna. Dura aproximadamente
29,53 días.
Mes trópico . Tiempo que requiere la Luna para volver al equinoccio. Es ligeramente
menor que el mes sideral. (N. del E.)
[47]
Según que entren en este período 4 ó 5 años bisiestos
[48]
Es natural que un período que repita los eclipses sea un múltiplo de
mes sinódico (S):
223 S = 6585,3211 días
Pero el periodo debe llevar el Sol a los nodos, así que debe ser múltiplo del
mes draconítico (D):
242 D = 6585,3567 días
Como las irregularidades del movimiento de la Tierra y de la Luna en su órbita son tan
grandes, ambos astros podrían estar alejados más de 9º. Esto se compensa con
el saros. Por fortuna un múltiplo del mes anomalístico (A), está cercano al Saros:
239 A = 6585,5374 días
Es una suerte que un múltiplo común de S, D y A tan perfecto ocurra prácticamente al
cabo de 18 años, por lo que la Tierra está prácticamente en el mismo punto de su
órbita, es decir, a la misma distancia del Sol, haciendo las circunstancias aún más
similares. Sin embargo, la fracción decimal (0,32) que no alcanza un día completo hace
que la tierra rote aproximadamente un tercio de su revolución diaria por lo que los
eclipses no se producen en el mismo lugar en cada ciclo. (N. del E.)
[49]
El país de las Pieles. Novela del escritor francés Jules Verne, publicada en Magasin
d’Education et de Récréation del 20 de septiembre de 1872 (volumen 16, número 186)
al 15 de diciembre de 1873 (volumen 18, número 216) y en un volumen doble el 13 de
noviembre de 1873. En la novela el astrónomo se llama Thomas Black. (N. del E.)
[50]
Nóvgorod (“Ciudad Nueva”), llamada también Veliki Nóvgorod (“La Gran Nóvgorod”),
ciudad situada a 155 kilómetros al sureste de San Petersburgo, a orillas del río
Voljov. (N. del E.)
[51]
A quien desee conocer con más detalles cómo se desarrolla un eclipse total de Sol y
qué observaciones llevan a cabo los astrónomos durante él, se le recomienda el libro
Eclipses solares y su observación, escrito por un grupo de especialistas bajo la dirección
general del profesor A. A. Mijailov. El libro está dirigido a los aficionados a la
astronomía, a los profesores y a los estudiantes de cursos superiores. En forma más
sencilla está escrito el libro de V. T. Ter-Oranezov, Eclipses solares, Editorial Técnica del
Estado, 1954 (Biblioteca Científica Popular).
[52]
François Jean Dominique Arago (1786 - 1853). Matemático, físico, astrónomo y
político francés. (N. del E.)
[53]
Ver el capítulo 2, “8. ¿Por qué la Luna no tiene atmósfera?”
[54]
Los físicos llaman “temperatura del espacio sideral” a la temperatura que marcaría
en el espacio un termómetro ennegrecido, protegido contra los rayos del Sol. Esta
temperatura es un poco más alta que el cero absoluto (-273°) a consecuencia de la
acción de calentamiento de la irradiación estelar. Ver el libro de Y. I. Perelman: ¿Sabe
usted física?
[55]
Sobre la libración, ver la sección “6. El lado visible y el lado invisible de la Luna”,
Capítulo Segundo. Para la libración en latitud, de Mercurio, tiene valor la misma regla
aproximada que rige para la Luna: Mercurio dirige constantemente la misma cara, no
hacia el Sol, sino hacia el otro foco de su elipse, bastante alargada.
[56]
Herbert George Wells. (1866 – 1946). Escritor, novelista, historiador y filósofo
británico. Famoso por sus novelas de ciencia ficción; considerado junto a Julio Verne,
uno de los precursores de este género. Por sus escritos relacionados con ciencia, en
1970 se llamó en su honor, H. G. Wells, a un astroblema lunar -cráter de impacto-
ubicado en la cara oscura de la Luna. (N. del E.)
[57]
Los primeros hombres en la luna. Novela publicada en 1901, escrita por H. G. Wells.
Relata el viaje a la Luna del empobrecido empresario Mr. Bedford, y el brillante pero
excéntrico científico Dr. Cavor. Al llegar descubren que la Luna está habitada por una
civilización extraterrestre que deciden llamar “selenitas”. (N. del E.)
[58]
Orest Danilovich Jvolson. (1852 - 1934). Físico ruso. Escribió sobre electricidad,
magnetismo, fotometría y actinometría -medida de la intensidad de las radiaciones
solares-. Diseñó los actinómetros que se usaron durante mucho tiempo en las
estaciones meteorológicas soviéticas.
Estudió el concepto de lente gravitatoria. En su honor, la observación de una lente
gravitatoria, donde la luz procedente de un objeto lejano adquiere la forma de anillo por
la influencia gravitatoria de otro objeto más cercano situado entre el primero y el
observador, se denomina anillo de Jvolson. Un cráter de la Luna también lleva su
nombre. (N. del E.)
[59]
Johann Carl Friedrich Gauss, (1777 - 1855). Matemático, astrónomo y físico alemán.
Contribuyó significativamente en muchos campos, incluida la teoría de números, el
análisis matemático, la geometría diferencial, la geodesia, el magnetismo y la óptica.
Considerado “el príncipe de las matemáticas” y “el matemático más grande desde la
antigüedad”. (N. del E.)
[60]
A veces diecisiete años. (N. de la E.)
[61]
La distancia de Marte a la Tierra oscila entre los 55 millones y los 400 millones de
kilómetros. Las aproximaciones de Marte a la Tierra no siempre son iguales; cada 17
años, por ejemplo, se produce una aproximación entre los planetas que resulta más
favorable para la observación. A tal aproximación se le denomina “oposición”. Las
oposiciones al planeta rojo, a comienzos del siglo XXI, se presentan en el 2.003, el
2.018 y el 2.035 (N. del E.)
[62]
Aún más significativo es el contenido en metano de la atmósfera de los planetas más
alejados, de Urano y, particularmente, de Neptuno. En el año 1944 se descubrió una
atmósfera de metano en Titán, el más grande de los satélites de Saturno. (N. R.)
[63]
La palabra clave de Galileo consta de 39 letras. El número de veces que se repite
cada letra es: S=3, M=5, A=4, I=4, R=2, E=5, L=2, P=1, O=1, T=3, U=3, B=1, V=2,
N=2 y G=1.
[64]
Quizá no lo hizo público, sino que lo envió por carta a Kepler, detalle interesante por
lo que sigue. (Nota de la Editorial soviética.)
[65]
Es evidente que Johannes Kepler utilizó para esto la suposición de una progresión en
el número de los satélites de los planetas; pensando que la Tierra tenía un satélite y
que Júpiter tenía 4, creyó natural la existencia de dos satélites en el planeta intermedio,
Marte. Un razonamiento similar llevó también a otros pensadores a sospechar la
presencia de dos satélites en Marte. En la fantasía astronómica Micromegas, de Voltaire
-Fran ois Marie Arouet- (1750), encontramos una alusión a esto, pues el viajero
imaginario, al acercarse a Marte, vio “dos lunas tributarias de este planeta hasta
entonces escondidas a la mirada de nuestros astrónomos”. En los Viajes de Gulliver,
escritos años antes por Jonathan Swift (1.720), se tiene algo parecido: los astrónomos
de Lupata “descubrieron dos satélites que giran alrededor de Marte”. Estos interesantes
hallazgos tuvieron plena confirmación solamente en 1877, cuando Asaph Hall descubrió
la existencia de los dos satélites de Marte -Deimos y Fobos-, con ayuda de un potente
telescopio. (N. del E.)
[66]
El telescopio de Galileo tenía baja resolución, por ello no le permitía saber a ciencia
cierta qué era lo que veía. Como consecuencia de esto y dado que Galileo ya había
descubierto las lunas de Júpiter, pensó que Saturno era un planeta "triple". En otras
palabras, Galileo creyó que Saturno era un planeta grande con otros dos planetas más
pequeños “adosados” a sus costados. (N. del E.)
[67]
Christiaan Huygens (1629 - 1695). Astrónomo, físico y matemático holandés. (N. del
E.)
[68]
John Couch Adams (1819 - 1892). Matemático y astrónomo inglés. Especialmente
conocido por haber predicho la existencia y la posición del planeta Neptuno, utilizando
únicamente las matemáticas. Urbain Jean Joseph Le Verrier (1811 - 1877). Matemático
francés que se especializó en mecánica celeste. Su logro más importante fue su
colaboración en el descubrimiento de Neptuno usando sólo matemáticas, es decir, a
base de cálculos sobre el papel, y las observaciones astronómicas. (N. del E.)
[69]
Clyde William Tombaugh (1906 - 1997). Astrónomo norteamericano que descubrió el
planeta enano Plutón en 1930. Para su descubrimiento utilizó un microscopio de
parpadeo, con el cual comparó fotografías de una región del cielo que habían sido
tomadas con varios días de diferencia.
Tombaugh trabajaba en la búsqueda sistemática de cuerpos más allá de la órbita de
Neptuno. Buscaba el Planeta X, un hipotético planeta capaz de explicar por sus
interacciones gravitatorias con Neptuno algunos detalles de la órbita de este último. La
existencia del Planeta X había sido predicha por Percival Lowell y William Pickering.
Plutón recibió su nombre del dios romano del mundo de los muertos, capaz de volverse
invisible. El nombre fue favorecido entre una lista de varios otros en parte por iniciarse
con las letras PL, iniciales de Percival Lowell. El asteroide (1604) Tombaugh,
descubierto en 1931, fue nombrado en su honor. Tombaugh descubrió 14 asteroides en
su búsqueda de Plutón y otros planetas. (N. del E.)
[70]
Los asteroides de mayor tamaño y más representativos son: Ceres, con un diámetro
de unos 1.030 kilómetros, y Palas y Vesta, con diámetros de unos 450 kilómetros.
Aproximadamente 200 asteroides tienen diámetros de más de 100 kilómetros, y existen
miles de asteroides más pequeños. (N. del E.)
[71]
Eros es un asteroide de aproximadamente 33 x 13 x 13 kilómetros de tamaño. Gira
sobre su eje cada 5 horas y 16 minutos. Eros muestra numerosos cráteres provocados
por el choque con otros asteroides más pequeños.
El 14 de febrero de 2.000, la nave espacial Near orbitó alrededor de Eros,
convirtiéndose en el primer satélite artificial en orbitar alrededor de un asteroide.
En la actualidad, pocos científicos creen que los asteroides sean restos de un planeta
destruido. Lo más probable es que ocupen el lugar en donde se pudo formar un planeta
de gran tamaño, lo que no ocurrió por la influencia de Júpiter. (N. del E.)
[72]
Hidalgo es el nombre de un asteroide descubierto por el astrónomo alemán Walter
Baade (1893 - 1960), el 31 de octubre de 1920. Su peculiar órbita excéntrica oscila
entre los 300 millones y los 870 millones de km y es poco propia de un asteroide, lo
cual ha llevado a pensar a los expertos que se trata de un cometa extinto. (N. del E.)
[73]
Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mondarte Villaseñor (1753
- 1811). Sacerdote y militar que destacó en la primera etapa de la Guerra de
Independencia de México. Dirigió la primera parte del movimiento independentista, pero
tras una serie de derrotas fue capturado, hecho prisionero, juzgado y finalmente
fusilado. (N. del E.)
[74]
1932 EA1 es la designación alterna del asteroide Amor, asteroide número 1.221.
Descubierto por el astrónomo belga Eugène Joseph Delporte, el 12 de marzo de 1932.
Su diámetro es de un kilómetro y da nombre al grupo de los asteroides Amor, que se
acercan bastante a la órbita de la Tierra sin atravesarla. (N. del E.)
[75]
En 1839 se inauguró el Observatorio astronómico de Pulkovo, principal observatorio
astronómico de la Academia Rusa de las Ciencias.
Para observar las estrellas meridionales que no podían verse en la latitud del
observatorio, los científicos organizaron dos estaciones anexas: Simeiz y Nikolaev.
La estación Simeiz se convirtió en parte del nuevo Observatorio astrofísico de Crimen,
de la Academia Soviética de las Ciencias, en 1945. (N. del E.)
[76]
Pavel Trofímovich Morózov (1.918-1.932). Joven soviético glorificado por la
propaganda soviética como un mártir. A los 13 años de edad denuncia a su padre,
alcalde de Gerasimovka, a las autoridades por alta traición ("falsificando documentos y
vendiéndolos a los bandidos y enemigos del poder soviético") y es asesinado por su
familia.
Vera Nikoláievna Figner (1852- 1942). Revolucionaria rusa. Fundadora de la asociación
terrorista Tierra y Libertad, atentó contra el zar Alejandro II y que causó su muerte en
1881. Es autora de las Memorias de una revolucionaria. (N. del E.)
[77]
Joseph Louis Lagrange (1736 - 1813). Matemático, físico y astrónomo francés nacido
en Turín (Italia) que después vivió en Prusia. Lagrange trabajó para Federico II de
Prusia, en Berlín, durante veinte años. Lagrange demostró el teorema del valor medio,
desarrolló la mecánica Lagrangiana y tuvo una importante contribución en
astronomía. (N. del E.)
[78]
La Tierra brilla en el cielo de Júpiter como una estrella de octava magnitud.
[79]
El diámetro angular de Júpiter observado desde este satélite es mayor de 44º.
[80]
A quien desee completar sus conocimientos sobre el sistema solar, puedo
recomendarle el detallado Curso de Astronomía General, del profesor S. N. Blazhko,
Editorial Técnica del Estado, 1947
[81]
Hermann Ludwig Ferdinand von Helmholtz (1821 - 1894). Médico y físico
alemán. (N. del E.)
[82]
Al hablar de los “rayos de las estrellas” no consideramos el rayo que parece
extenderse hasta nosotros desde una estrella cuando la miramos con los ojos
entornados; este fenómeno se debe a la difracción de la luz en las pestañas.
[83]
El significado original de la palabra griega “planeta” es “errante”.
[84]
En verano el centelleo intenso constituye una señal de la proximidad de la lluvia, e
indica también la proximidad de un ciclón. Antes de la lluvia, las estrellas tienen más
bien coloración azul; antes de un período de sequía, coloración verde. (Janevsky,
Fenómenos luminosos en la atmósfera.)
[85]
Observando el cielo desde una montaña alta, es decir, teniendo debajo la parte más
densa y polvorienta de la atmósfera, las estrellas más brillantes se pueden ver también
durante las horas del día. Así, desde la cumbre del Ararat (5 km de altura), se
distinguen bien las estrellas de primera magnitud a las dos de la tarde; el cielo es allí
azul oscuro. (De modo extraño, sin embargo, el capitán del estratóstato “Osoaviajim”,
encontrándose a una altura de 21 km, señaló que ninguna estrella era visible, aunque el
cielo era allí “negro violáceo” según los apuntes de Fedoseenko y Vasenko.)
[86]
Un valor más exacto de la relación entre las intensidades luminosas es 2,512.
[87]
La ley de Weber-Fechner establece una relación cuantitativa entre la magnitud de un
estimulo físico y cómo se percibe éste. Fue propuesta por Ernst Heinrich Weber (1.795-
1.878), y elaborada en su forma actual por Gustav Theodor Fechner (1.801-1.887). (N.
del E.)
[88]
Los cálculos resultan fáciles porque el logaritmo de la relación entre las intensidades
luminosas es un número sencillo, log (2,52) = 0,4.
[89]
En general, una estrella de magnitud M, equivale a tener (2,5)M -1 estrellas de
primera magnitud, siempre que M ≥ 1. Recíprocamente, equivale a tener
(2,5)1 - M estrellas de primera magnitud en los demás casos. (N. del E.)
[90]
Si en una proporción geométrica, el primer término es a y la razón es r, entonces la
suma S, de sus n primeros términos, será:
(N. del E.)
[91]
El número n de veces que una estrella de magnitud M es más brillante que una
estrella de primera magnitud es n = (2,5)1 - M, de donde: Por lo tanto, M= 1 - log(n) /
log(2,5), o sea que: M= 1 - 2,5 log(n). Así que, la luz del cielo estrellado, cuyo brillo
equivale a 100 estrellas de primera magnitud, equivale a una estrella de
magnitud: M= 1 - 2,5 log(100) = - 4 (N. del E.)
[92]
Empleando la fórmula antes indicada, hacemos el cálculo para la luz del cielo
estrellado, cuyo brillo equivale a 1100 estrellas de primera magnitud; en este caso
dicho brillo equivale a una estrella de magnitud: M= 1 - 2,5 log(1.100) = - 6,6 (N. del
E.)
[93]
En el primero y en el último cuartos de la Luna, su magnitud estelar es igual a -9.
[94]
Caloría pequeña o caloría-gramo, que es la energía calorífica necesaria para
incrementar un grado centígrado la temperatura de un gramo de agua. Esta definición
corresponde a la caloría propiamente dicha y equivale a 4,1868 julios. (N. del E.)
[95]
El problema de si puede o no influir la Luna en el clima con su fuerza gravitacional
será examinado al final del libro (ver “La Luna y el clima”).
[96]
Pársec o pársec. Unidad de longitud utilizada en astronomía. Pársec significa
“paralaje de un segundo de arco” (parallax of one arc second).
Una estrella dista un pársec si su paralaje es igual a 1 segundo de arco.
1 pársec = 206.265 ua = 3,2616 años luz = 3,0857 × 1016 m
[97]
El cálculo se puede hacer por la fórmula mostrada en el texto, cuyo fundamento
comprenderá claramente el lector, más adelante, cuando conozca mejor lo que es el
“pársec” y lo que es el “paralaje”.
[98]
A 10 parsecs las estrellas que rodean al Sol presentan la luminosidad de una estrella
de 9ª magnitud absoluta, es decir: (2,5)9-1 = (2,5)8 (N. del E.)
[99]
El grado cuadrado es una unidad de medida de los ángulos sólidos.
Superficie esférica = 4 π radianes2 = 4 x π (180 / π)2 = 4 x (180)2 / π = 41.253 grados
cuadrados. (N. del E.)
[100]
En el centro de esta estrella, la densidad de la materia debe alcanzar un valor
enorme, aproximadamente, miles de millones de gramos por cm 3.
[101]
Se trata de las estrellas de “nuestro” enjambre estelar, la Vía Láctea.
[102]
Jacobus Cornelius Kapteyn, (1851 - 1922). Astrónomo holandés, conocido por sus
estudios en torno a la Vía Láctea y por descubrir la primera evidencia de su rotación. (N.
del E.)
[103]
Se encuentra casi al lado de la brillante estrella a del Centauro.
[104]
Nicolas Camille Flammarion, (1842 - 1925). Astrónomo francés, conocido por sus
obras de popularización de la astronomía. (N. del E.)
[105]
Marin Mersenne, Marin Mersennus o le Père Mersenne –el Padre Mersenne- (1588 -
1648). Filósofo francés del siglo XVII que estudió diversos campos de la teología, las
matemáticas y la teoría musical. Pierre Petit. Ingeniero francés, intendente de
fortificaciones, interesado en las ciencias. (N. del E.)
[106]
Pierre Varignon (1654 - 1722). Matemático francés. Precursor del cálculo
infinitesimal, desarrolló la estática en su obra Nueva mecánica o estática (1.725),
estableció la regla de composición de fuerzas y formuló el principio de las velocidades
virtuales. (N. del E.)
[107]
Se reproduce como viñeta en la cabecera de este capítulo (N. R.).
[108]
Para este fin es imprescindible un cálculo complementario especial, que a petición
mía fue efectuado por especialistas. No es posible dar aquí este cálculo en forma
detallada
[109]
El período de rotación de la Tierra es de 24 horas aproximadamente; el valor real
equivale a un día sideral – un día sideral es 4 minutos más corto que el día solar-, es
decir , á 23,9344 horas, o sea, a 86164 segundos. (N. del E.)
[110]
Vladimir Konstantinovich Kokkinaki (1904 – 1985). Fue el piloto de prueba más
famoso se la Unión Soviética, ostentó la marca de 22 vueltas alrededor del mundo y fue
presidente de la Fédération Aéronautique Internationale (Federación Aeronáutica
Internacional). (N. del E.)
[111]
Pueden utilizarse las igualdades aproximadas:

(1 + a)2 = 1 + 2a

1 / (1 + a) = 1 – a

en donde α es una cantidad muy pequeña. Por esto

2.000 /(1 + 11,3/6.400)2 = 2.000/(1 + 11,3/6.400) = 2.000-11,3/1,6 = 2.000 - 7

Los cálculos están en mi libro Viajes interplanetarios.


[112]

Héctor Servadac. Novela de Jules Verne, publicada por entregas en Magasin


[113]

d’Education et de Récréation del 1 de enero de 1877 al 15 de diciembre de 1877 y en


forma de libro de dos volúmenes el 16 de noviembre de 1877 con el subtítulo Viajes y
aventuras a través del mundo solar.
[114]
Solo se han investigado los minerales de la corteza terrestre hasta una profundidad
de 25 km; el cálculo indica que en cuanto a la composición mineralógica, solo se ha
estudiado 1/83 del volumen del globo terrestre.
[115]
El período sinódico es el tiempo que tarda el objeto en volver a aparecer en el
mismo punto del cielo respecto del Sol, cuando se observa desde la Tierra. (N. del E.)
[116]
La densidad de la Tierra se estima en: 5,5153 g/cm3. La densidad del sol se estima
en: 1.411 Kgm/m3 = 1,4110 g/cm3 . La relación entre estas densidades es: densidad
terrestre/densidad solar = 5,5153 g/cm3 / 1,4110 g/cm3 =3,9 ≈ 4. (N. del E.)
[117]
La densidad de Plutón –no indicada en el texto original de Y. I. Perelman- oscila
entre 0,18 y 0,27, tomando como referencia la densidad de la Tierra = 1.
[118]
Una persona que pesa 70 Kg en la Tierra (la persona de la figura 94), pesará: 26,4
Kg. en Mercurio; 63,4 Kg. en Venus; 11,6 Kg. en la Luna; 26,5 Kg. en Marte; 177,3 Kg.
en Júpiter; 74,6 Kg. en Saturno; 63,3 Kg. en Urano; 79,3 Kg. en Neptuno; 4,6 Kg. en
Plutón; 1.895 Kg. en el Sol. (N. del E.)
[119]
El radio de la Tierra es de 6.371 Km El radio de la Luna es de 1.738 Km Es decir
que: Radio de la Luna/Radio de la Tierra = 1.738 Km/6.371 Km = 0,27 = 27/100. (N.
del E.)
[120]
La gravedad de un planeta se calcula con la fórmula: g = G. M / r2, siendo: g la
gravedad del planeta, M la masa del planeta, r el radio del planeta y G la constante de
gravitación universal: 6,67 x 10-11 Newton x m 2/ kg2. (N. del E.)
[121]
Quien desee conocer más detalladamente las manifestaciones de la gravitación en
el universo, encontrará muchas informaciones valiosas en el libro, escrito en un
lenguaje al alcance de todos, del profesor K. L. Baev: La gravitación universal, 1936.
[122]
Aquí se indica solamente la causa fundamental del flujo y el reflujo; en conjunto el
fenómeno es más complejo, pues está condicionado también por otras causas (efecto
centrífugo de la rotación del globo alrededor del centro común de las masas de la Tierra
y la Luna, etc.).
[123]
Mikhail Vasilievich Lomonósov (1711 - 1765). Poeta, científico y gramático ruso,
considerado el primer gran reformador de la lingüística rusa. También realizó valiosas
contribuciones a las ciencias naturales, reorganizó la Academia Imperial de Ciencias de
San Petersburgo, fundó en Moscú la Universidad que hoy lleva su nombre, y creó los
primeros mosaicos de vidrio de colores de Rusia. (N. del E.)

CONTENIDO
Prefacio
Nota Preliminar
1. La tierra, su forma y movimientos
2. La luna y sus movimientos
3. Los planetas
4. Las estrellas
5. La gravitación

© 2001 Patricio Barros y Antonio Bravo

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