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SOBRE NUESTROS PRINCIPIOS Y VALORES

El Capitalismo es inhumano, inhumanizable y depredador de la naturaleza

El capitalismo es una construcción social, no es un orden natural que esté por encima de la
voluntad de la humanidad. Se basa en la apropiación, por el capitalista, de la riqueza producida
por el asalariado mediante su trabajo. La acumulación de capital requiere no sólo de la
explotación del trabajador en la empresa sino que también de la explotación del trabajo
doméstico, realizado por hombres y mujeres en pos de la reproducción de su fuerza de trabajo (la
prevalencia del trabajo doméstico por las mujeres ha venido relativizándose en sociedades donde
su mano de obra más barata le ha significado incorporarse a los procesos productivos y/o del
sector servicios de la economía).

Más, la acumulación del capital también supone el despliegue de la lógica de la competencia, de


la maximización de la ganancia, tras cuyos afanes se supone la potestad para controlar sin más a
la naturaleza, sin reparar en la preservación racional de los recursos naturales, en la mantención
de los equilibrios ecológicos. Por el contrario, la subyuga a través de procesos irracionales de
depredación, sin detenerse ante cambios irreversibles que ello genera, lo cual augura riesgos
para la continuidad del propio género humano sobre la tierra.

Esas características inherentes a todo capitalismo se han exacerbado en la actual etapa de su


desarrollo, la cual se puede caracterizar como de capitalismo salvaje, el cual mediante procesos
de transnacionalización de la economía, ha globalizado una doctrina neoliberal en cuyo centro se
encuentra la debilitación del rol de Estado -sobre todo en la esfera de regulación de la economía-
y la exaltación de los mecanismos de mercado como asignadores de recursos, por ende el
confinamiento del Estado a un rol esencialmente subsidiario –para equilibrar las imperfecciones
de dichas asignaciones por el mercado-, todo lo cual ha remodelado los horizontes societales,
haciendo entrar en crisis no sólo a los estados-nación sino que al propio vínculo social, el que se
encuentra erosionado por la exaltación compulsiva del consumo, por la competencia
individualista, por el predominio de patrones culturales hedonistas y egoístas.

En la globalización neoliberal es posible distinguir la coexistencia ya no de “tres mundos” sino


que sólo de dos; el del mundo rico, desarrollado, interconectado por los hiperconductores a
través de la Internet, con los cuales se controlan los procesos económicos productivos y de
especulación financiera mediante el control de los mercados, de los stocks, de las cuotas de
producción, de los mercados bursátiles, entre otros, y bajo ese se encuentra el mundo pobre,
subdesarrollado, de los dominados, de los que producen, de los que sirven, de los que reciclan
los deshechos y que disponen de su propio segmento de mercados (el de los outlett, de los
productos de 2ª selección, sean éstos ropa, alimentos, artefactos, etc.).
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Esta coexistencia se puede verificar ya no sólo entre hemisferios sino que al interior de cada
país, de cada región, de cada comuna. Entre estos mundos existe un inestable equilibrio
dinámico; se entra y se sale con mucha facilidad no sólo de una cierta esfera económica (o
socioeconómica) sino que también cultural, verificándose un proceso de verdadero hibridaje
cultural favorecido por los modernos tótemes, como son los medios de comunicación, que
pautean conductas y generan no sólo opinión sino que también construyen realidades
pragmáticas.

Frente a esos tránsitos, cuyo vector, cuya dirección dominante proviene del primer mundo rico,
no queda sino levantar la bandera de la preservación de la diversidad cultural. La valía o riqueza
de una cultura no puede medirse desde los parámetros de la cultura dominante, con su lógos y
cosmovisión, su racionalidad, sus saberes legitimados. Por el contrario, el patrón de medida debe
ser el humanismo, la armonía con la naturaleza, la valoración de diversas formas de interacción
comunitaria, con su particular lógos de respeto y promoción de la diversidad.

En consecuencia, nuestro horizonte, el sentido trascendente de nuestra acción es la construcción


social de otro sistema que supere al capitalismo y sus lacras.

La construcción social anticapitalista no parte de cero

A lo largo de la historia de la humanidad, junto a la injusticia, al egoísmo, la intolerancia, la


esclavitud en sus diversas formas, es posible identificar un corpus, un núcleo conformado por
valores antagónicos a esos, como son la solidaridad, la justicia, la libertad, la tolerancia. Dichos
valores construidos socialmente son los que han estado en la base de históricos proyectos
políticos que han enfrentado la esclavitud, la explotación, la represión de los sujetos dominantes.
Es posible afirmar, entonces, que la acción política es constitutiva y expresión, a la vez, de una
ética.

Entre la política y la ética existe una particular relación, en la cual es posible distinguir
analíticamente procesos de continuidad y cambio.

La continuidad de una ética que se despliega en una cosmovisión en desarrollo, por tanto
histórica, que orienta, guía o se plasma en diversos, y por tanto cambiantes proyectos políticos,
los cuales al mismo tiempo, con su desarrollo impactan reestructurando y resignificando la propia
cosmovisión.

No dar cuenta de la historicidad de los proyectos políticos significa entenderlos como esencias
que pueden prescindir de las contingencias. Así vistos poco o nada puede hacer la voluntad
social. En consecuencia, su carácter histórico es lo que nos previene de concebirlos (y vivirlos)
sea como religión o expresión de un orden natural.
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Esa concepción es la que nos permite identificar diacrónicamente -a lo largo de esa misma
historia- a un sinnúmero de seres que han compartido dicha ética, encarnándola en particulares
(históricos) procesos políticos. No somos, en consecuencia los primeros esclarecidos o preclaros
que levantan proyectos de transformación revolucionaria.

El socialismo históricamente construido tampoco es repetible

En el camino de construcción de una alternativa al capitalismo salvaje debemos superar y no


repetir lo que nos enseña la experiencia de los socialismos históricamente construidos.

La conceptualización crítica del modo de producción capitalista, fundamentada en el materialismo


histórico, identifica la imposibilidad histórica del capitalismo para conciliar libertad y necesidad. En
consecuencia, augura dicha conciliación en el marco del proceso de construcción socialista.
Democracia plena y socialismo vendrían a ser las dimensiones de ese mismo proceso.
En la primera revolución proletaria, en la revolución rusa de comienzos del siglo XX, los
bolchevique sentenciaron simbólicamente que socialismo vendría a ser tanto electrificación
(léase, industrialización) como soviets (léase, órganos de participación democrática del pueblo
como expresión de un nuevo Estado).
Sin embargo, la constatación histórica nos señala que la libertad no alcanzó a realizarse
plenamente pues se vio reducida sólo a la esfera de la satisfacción de las necesidades básicas,
lo que es muy importante por cierto, pero no es suficiente, no logrando desplegarse en cuanto
poder constituyente, decisional, en todos los ámbitos y niveles de la vida social.

En esa incapacidad vemos la debilidad cultural del socialismo históricamente construido para
arrinconar y superar a un capitalismo que durante el siglo XX no sólo debió hacer frente a las
consabidas crisis cíclicas inherentes a su naturaleza, sino que fue capaz de extraer lecciones y
lanzar la contraofensiva planetaria que todavía cubre con su manto la vida de la humanidad toda.

Los socialismos históricamente construidos no lograron inflexionar el proceso de racionalización


desatado con la modernidad. Más bien, paradojalmente, junto al nazismo, pueden ser vistos
como la máxima expresión de ese proceso. Presos de la racionalidad instrumental (léase, buscar
la máxima adecuación entre determinados medio con determinados fines) reprodujeron los
mecanismos alienantes del capitalismo al imponer el dominio ya no de una clase sino de un
partido erigido como vanguardia esclarecida, detentadora del saber legitimado -de la con-ciencia-
y por ende predominante frente a un sujeto objetivado, ignorante al cual la ciencia debía
introducírsele desde afuera.

Por sobre las declaraciones acerca de la historicidad, del predominio de sus visiones historicistas
respecto del desarrollo de los procesos societales, por tanto, el perpetuo movimiento de cambio,
en su seno cristalizaron enfoques virtualmente metafísicos, esencialistas, verdades reveladas
que, colocadas por sobre la complejidad de la contingencia histórica, representan una nueva
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manera naturalista de explicar y comprender la dinámica social y natural, todo lo cual termina por
ahogar el ímpetu revolucionario tanto de la ontología, la epistemología y la metodología con que
Carlos Marx interpeló a la humanidad secularizada.

En tal sentido, la construcción social de la crítica al capitalismo la entendemos como un proceso


abierto, sin verdades absolutas, profundamente plural, democrático, capaz de desatar y no
ahogar procesos sinérgicos (léase, encuentro dinámico de múltiples enfoques que ayudan a
aprehender con mayor exhaustividad y profundidad la siempre cambiante y cada vez más incierta
vida de la humanidad).

Quienes somos

Somos un colectivo que surge en un contexto de crisis de la izquierda revolucionaria en nuestro


país, la que no fue capaz de transformar el período de crisis nacional en la década de los
ochenta, en el cual se prefiguró una salida negociada que terminó asegurando la continuidad del
proceso de legitimación de la obra fundante de la dictadura, que eufemísticamente se ha
denominado de transición hacia la democracia.
Más también nos hemos visto condicionados por el derrumbe de los socialismos históricamente
construidos, de despliegue de la globalización neoliberal, en cuyo seno se desarrolla la revolución
científica y tecnológica.
En dicho contexto de profundas transformaciones societales, que alcanzan la denominación de
cambio epocal para algunos, asistimos a procesos de crisis de la política, en cuya base podemos
identificar procesos de descrédito de la propia democracia, de legitimidad de los partidos,
instrumentos reducidos a medios de representación de una clase política que recurre a la
ingeniería para hacerse parte de la distribución del poder instrumental.
Aspiramos a contribuir en la generación de un nuevo movimiento popular, amplio y diverso, que
exprese simbólica y materialmente la alternativa a la obra neoliberal en nuestra sociedad.

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