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Consideraciones generales acerca del proceso político y social en Bolivia

Patricia Chavez
Las “guerras” sociales

"Guerras" se les llamó popularmente, aunque fueron masacres. La Guerra del Agua (abril de 2000), la
Guerra contra el Impuestazo (febrero de 2003), la Guerra por el Gas (octubre de 2003), Mayo y junio
(2005), y las diversas marchas y movilizaciones indígenas son los nombres y las fechas de un calendario
cruento que establece los momentos perentorios en los que la sociedad le declaró la guerra -aunque no sea
más que simbólicamente, porque armas no tenía-, al Estado boliviano, a los gobiernos neoliberales y su
política de alianzas con los intereses transnacionales. El lenguaje de confrontación directa que adquiere
progresivamente el movimiento social boliviano y la recurrencia constante a la memoria histórica -“No a
la venta del gas por Chile ni a Chile, porque nos quitó el mar”. “Nuestros abuelos pelearon por el petróleo
en el Chaco, no lo pueden regalar ahora”- son dos consignas emblemáticas de la rebeldía insurgente de la
llamada “nación clandestina”1, nación indígena que, en coordinación con la movilización de otros
sectores populares, después de largos años de desorganización y debilidad, le disputó palmo a palmo al
poder constituido el derecho a plasmar su propio proyecto de país.
Los muertos de estas “guerras” populares simbolizan la radicalidad y el drama del enfrentamiento de
los sectores movilizados con el aparato represivo de los distintos gobiernos que se sucedieron desde 1985.
No es sólo un afán recordatorio o conmemorativo el que nos impulsa a hablar de ellos y de los
alzamientos en los que ofrendaron sus vidas; no es mera remembranza, sino premisa fáctica de un
argumento de orden heurístico, pues en las movilizaciones y sus muertos hallamos el origen, las razones y
las condiciones materiales de posibilidad para la transformación del régimen social actual, tarea que
nuestro país encara en estos instantes.
En los momentos más difíciles y también más simbólicos de la confrontación, hallamos a un
movimiento social que impugna las prácticas políticas y económicas promovidas por el neoliberalismo,
que se centraba en la acción del partido, en lo político, y del mercado, en lo económico, dupla que había
servido para reproducción de la connivencia y las alianzas de la oligarquía boliviana con los intereses
transnacionales. Además, planteadas en la misma puesta en marcha de la protesta, se hallaba contenido el
actual programa de cambio de la sociedad -Asamblea Constituyente, Nacionalización de los recursos
naturales, Descolonización y lucha contra el racismo-, y la condiciones concretas para ello
-“microgobiernos barriales”,2ocupación territorial, autogobierno, rotación de mandos, cabildos,
asambleas, etc.-.
Así, como en una medalla, una cara de la movilización desconocía el armazón institucional que había
impuesto a los partidos políticos, su régimen electoral excluyente, la ciudadanía monocultural la
concentración de la tierra y la enajenación de la gestión de los recursos naturales, como única y legítima
forma de intervención en la política y de ejercicio de la economía. Entre tanto, la otra cara de la
movilización proponía la instauración de una asamblea popular fundacional, y de mecanismos de
gobierno que traspasen los límites establecidos por el estado y los partidos políticos.

1
Nombre de una película del cineasta boliviano Jorge Sanginés
2
Ver Mamani, Pablo, El rugir de las multitudes. Arawiyiri, Yachaywasi. El Alto. 2004.
De esa manera, en las largas y penosas marchas que los indígenas emprendieron hacia la ciudad de La
Paz durante la década de 1990 3 se halla el origen de la demanda de una Asamblea Constituyente que
restituya la intervención de la sociedad y sus organizaciones en los asuntos públicos, que sirva de espacio
de propuesta y discusión, en contraposición a ese otro escenario guardado y copado por el monopolio
partidario. Se hace visible el problema del latifundio. Aún más, no es sólo el asunto de la concentración
de la tierra en pocas manos lo que está en debate, sino una manera diferente de relacionarse con lo que la
tierra contiene, es decir, sus recursos naturales, su flora y su fauna. No se trata únicamente de la disputa
por la “propiedad” entendida en términos liberales como propiedad privada, sino de la impugnación de
esa noción misma y de la introducción de otro sentido, el del “territorio”, por el que las comunidades
indígenas exigen el derecho a autogobernarse con sus reglas y estrategias jurídicas, sociales y productivas
propias.
Posteriormente, el cuestionamiento de la gestión de la política y la economía se profundizó durante la
Guerra del Agua (2000) en Cochabamba. El sistema político tradicional quedó sorprendido ante la
emergencia de una organización que no se desvanecía con la imposición del estado de sitio, como solía
ocurrir con protestas anteriores. “No sabíamos ante qué estábamos”, afirmaban las autoridades. La
Coordinadora del Agua, centro de confluencia de los sectores movilizados, no era un partido, no era un
gremio, no era un sindicato, sino más bien una flexible red de organizaciones y de personas que
autogestionaban el mantenimiento de su movilización. Una red que puso en la agenda de la discusión
pública el modo abusivo y arbitrario con que transnacionales como la Bechtel convertían un servicio
como el del agua potable en un puro y leonino usufructo. Con esta guerra ganada, la Bechtel se marchó,
se desmoronó aquella argucia neoliberal, que más se parecía a un chantaje, que aseguraba que la alianza
con los intereses transnacionales propiciaba la modernidad y el bienestar. La posibilidad de una gestión
popular, directa, de los recursos naturales aparecía como algo viable, aunque sin suficiente certidumbre.
Pero lo más importante de todo esto era que la imagen de intangibilidad de la economía neoliberal, las
transnacionales y los gobiernos que las secundaban y sostenían incondicionalmente, había sufrido una
fisura irreversible. Este insólito resquebrajamiento constituye la verdadera contribución de la Guerra del
Agua del pueblo de Cochabamba.
Ahora bien, la actual composición de fuerzas, los actores, las propuestas y los discursos políticos e
ideológicos actuales y, sobre todo, los métodos de las luchas de masas, tienen sus primeros antecedentes
políticos en la lucha popular de Cochabamba por el agua contra la Bechtel. Además, algo singularmente
importante, la sustancial tendencia de la capacidad inmediata de extensión y crecimiento, es decir, de
generalización del conflicto social hacia otras regiones, como aconteció con el respaldo de los campesinos
de La Paz, dirigidos por Felipe Quispe, máximo líder de la Confederación Sindical Única de Trabajadores
Campesinos de Bolivia (CSUTCB), mediante el bloqueo de caminos, a la lucha cochabambina.
Los gobiernos neoliberales de la década de los 90, particularmente el de Gonzalo Sánchez de Lozada,
mediante algunas reformas constitucionales, dieron cabida al reconocimiento, muy propagandizado, de
algunos derechos de los sectores indígenas, en términos de condición multicultural y plurilingüe del país,
permitiendo incluso la presencia simbólica de algunos indígenas en los poderes ejecutivo y legislativo.
Estos reconocimientos e inclusiones, sin embargo, se realizaron dentro de los márgenes de la
3
VerGarcía, Alvaro. Patricia Costas y Marxa Chávez. Sociología de los movimientos sociales en Bolivia.
Diakonia-Oxfam. La Paz. 2004
institucionalidad dominante, donde las prácticas corporativas y comunitarias no se incorporaban, o lo
hacían de manera fragmentada, aisladas de sus sistemas generales de origen y subordinadas a la
racionalidad de la cultura imperante. Las movilizaciones indígenas del año 2000 en La Paz, guiadas por la
idea de las “dos Bolivias” -la de los blancos y la de los indios-, propuesta por Felipe Quispe, señalaron los
límites de esta estrategia de inclusión que se llevaba en términos de desigualdad desde el estado
boliviano.
Otra característica de esta movilización campesino-indígena, que luego del apoyo que brindó a la
"guerra del agua” volvió a emerger en junio y julio del año 2001, fue el modo en que se sostuvo a partir
de la estructura organizativa de las comunidades. Los prolongados bloqueos de caminos, el “cerco” y el
bloqueo de alimentos a la ciudad de La Paz, las vigilias, el establecimiento de un ejército indígena en
Qalachaka -cerro de Achacachi-, toda la estrategia y la logística desplegadas en estos actos, fueron
posibles gracias a la intervención de las estructuras comunitarias que en momentos ordinarios se encargan
de la vida cotidiana de la colectividad y que en los momentos extraordinarios, como los vividos en esos
años, ponen en movimiento sus sistemas de acción y control -los tumos, la rotación-, de toma de
decisiones y selección de autoridades -asambleas, cabildos-, así como su normativa ética -responsabilidad
colectiva, no individual—, para garantizar la energía social que es necesaria en el mantenimiento de
movilizaciones de gran envergadura. De todo ello podemos concluir que las transformaciones políticas
que se pretenden impulsar actualmente deben tomar en cuenta que la comunidad puede ser fuente de
estímulo para la creación de instituciones que introduzcan formas de participación directa de las personas
en la toma de decisiones de la colectividad (como en las asambleas), formas que superen la actual
intermediación política, que excluye de las responsabilidades públicas a la sociedad una vez que ésta ha
depositado su voto. Instituciones y normas que modifiquen el modo de selección de autoridades y
encargados, que impida la autonomización de éstos respecto a los que los eligen. La colectividad, no sólo
el individuo, como protagonista de la ciudadanía, es otra de las transformaciones que la comunidad puede
ofrecer, pues tanto las decisiones como la responsabilidad de cumplirlas recaen en el colectivo, no en una
sola persona.
En definitiva, los esfuerzos de los gobernantes por vencer con reformas estatales a las fuerzas
disonantes se frustraron sumidos en su demagogia, pues ya no convencían a nadie y la inconformidad
social iba in crescendo. El gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada no supo asimilar las lecciones. La
primera gran señal y advertencia las dieron las jornadas violentas de febrero de 2003. La Plaza Murillo y
las calles adyacentes fueron escenarios de refriegas que cobraron víctimas mortales entre policías,
militares y civiles. El cansancio y la indignación ocasionados por un sistema de mediaciones políticas
atravesadas por la corrupción y la venalidad se desataron en una furia con la que todas las sedes de los
partidos políticos que habían rotado en el poder por más de quince años fueron saqueadas y quemadas por
la multitud. La confrontación policial-militar, más una insólita huelga de policías contra el “impuestazo”
-impuesto a los salarios aprobado por la administración de Sánchez de Lozada, y que encendió la chispa-,
llevó a su gobierno al clímax del desorden y a un “vacío de poder”.
Siete meses después se dieron los hechos sangrientos de octubre del mismo año. “Defensa de los
derechos, la democracia, la libertad, la dignidad.” Los tercos detentadores del régimen neoliberal se
habían atiborrado la boca hasta el tedio con esa vacua fraseología, pero las calles de la ciudad de El Alto y
de los barrios pobres de La Paz exhibieron sus muertos y heridos. Las mismas palabras cobraron otro
sentido en las acciones subversivas de los alzados. Las carreteras provinciales y departamentales que
comunicaban a La Paz fueron obstruidas con insalvables bloqueos. Toda esta “guerra del gas” contra la
venta de los hidrocarburos a Chile que incluía una demanda de la nacionalización de hidrocarburos,
definió la suerte del régimen gonista. El autoabastecimiento de alimentos -ollas comunes- ,aguas, y gas,
el apronte aguerrido de los vecinos que se organizaban para defender los barrios y las poblaciones
amenazadas por la acción del ejército, el avance de columnas de combatientes indígenas y de columnas
mineras hacia la ciudad para auxiliar la defensa vecinal, la división de tareas y sanciones, todo habla de
una inmensa maquinaria social, mezcla de sindicato y ayllu comunal, que se desplegó para sostener
una “guerra” contra las fuerzas armadas del estado boliviano, Las asambleas, los cabildos, los
comités de defensa, los comités de suministro de víveres, etc., constituyen la materialidad y la concreción
de otra forma de comprensión y de práctica de la política, que nacía en la sociedad y se proyectaba más
allá del estado, y contra él. El territorio mismo, como parte de la disputa por el control, por el poder, le
era negado al ejército: a la ciudad de El Alto y los barrios de las laderas de la ciudad de La Paz no se
podía entrar, y si se lo hacía, era a costa de enfrentar los centenares de barricadas y de personas que las
resguardaban; era como invadir otro territorio.
Con la caída del gobierno de Sánchez de Lozada se sucedieron una serie de altercados y disputas
congresales. Reacias a perder el poder, las elites dominantes quisieron seguir manteniendo la composición
de la representación parlamentaria, que ya no expresaba el cambio político de ese momento. Eso no hizo
más que preparar las condiciones para un nuevo reposicionamiento de fuerzas. En junio y julio de 2005
los movimientos sociales se aprestaron nuevamente e impusieron la convocatoria a nuevas elecciones
presidenciales, para la renovación de los poderes gubernamentales y la articulación de un nuevo mapa
político. A pesar de lo logrado, el proceso dio la sensación de quedar inconcluso porque no se alcanzó la
meta central de la protesta, la nacionalización de los recursos naturales. De todas formas, y aunque no fue
una pretensión explícita de la movilización, la crítica al sistema de legitimación simbólica y cultural
dominante fue más evidente que en otras oportunidades. El cuestionamiento de las prácticas racistas y
coloniales cobró nueva forma cuando lo que en la masacre de octubre de 2003 se usó como una estrategia
de defensa del territorio asediado por el ejército, se convirtió en mayo- junio de 2005 en una estrategia de
avance y ocupación de la ciudad, de los barrios y plazas exclusivos en los que vivían los sectores
pudientes. La ocupación de espacios, de territorios urbanos usualmente vedados de manera tácita a los
“indios” por el orden simbólico racista, se sostuvo gracias a las marchas indígenas y sus incursiones a los
territorios de los “blancos” -de aquellos que usan “traje y corbata”-, desafiando así las inclinaciones
excluyentes y segregacionistas del sistema social boliviano.
Entre otras cosas, la existencia de la multiculturalidad, no sólo como un hecho cultural sino como un
hecho productivo, es lo que se hace evidente con estas querellas entre estado y sociedad. Al poder estatal
no le alcanza ya con reconocer que existen distintas formas de vestir, hablar, ejercer la justicia, etc., ni con
incorporar, más de manera simbólica que efectiva, algunos de los principios de organización de las
comunidades indígenas. Con la conciencia de la fuerza y la capacidad propias, es imposible seguir
pensándose como un aditamento del sistema general de gobierno, como una mayoría subordinada. Por
eso, se abre un proceso en el que los sectores populares, especialmente los indígenas, van a reclamar su
derecho a participar y a definir con sus formas organizativas propias, los mecanismos de la intervención
política y decisión económica, así como las decisiones que tengan que ver con el manejo de la tierra y los
recursos naturales.
A nadie, sino a sí misma y a sus organizaciones, le debe la sociedad boliviana el actual escenario de
cambios. Las guerras que los movimientos sociales ganaron a costa de esforzadas peleas son el punto de
partida de la creatividad que debe ponerse en juego para idear una institucionalidad distinta. El trabajo,
teórico y de razonamiento abstracto, que corresponde al momento contemporáneo arranca de estos
instantes de aprendizaje social que significan para Bolivia lo que los soviets significaron para Rusia, o la
Comuna de París para Francia. Sin esta historia de resistencias, el trabajo de invención política sería un
trabajo de lucubración, pero ahora las guerras populares brindaron las condiciones para imaginar todas las
fórmulas posibles y potenciales de transformación social.
¿Ganar espacios y perder objetivos?
No existe un solo camino o un solo desemboque de las luchas sociales. Entre los escenarios de acción
que se abrieron ante ellas, el electoral se definió con la emergencia de partidos como el Movimiento
Indígena Pachacuti (MIP) y el Movimiento al Socialismo (MAS). El último, sobre todo, consiguió
durante las elecciones presidenciales del año 2005 un resultado inédito, más del 54% de apoyo electoral
hizo que superara ampliamente la frontera del 30%, que como máximo habían logrado durante los años
del neoliberalismo los partidos funcionales a ese sistema. Pero lo más importante del resultado fue que
Bolivia tenía un presidente indígena. Para valorar este hecho en toda su dimensión, hay que tomar en
cuenta toda la historia de persecuciones, matanzas, exclusiones e inclusiones subordinadas que el estado
boliviano practicó con los sectores indígenas. El ultraje y la explotación más denigrantes estaban
reservados a los indios, todo el rigor del menosprecio clasista se volcaba sobre ese sector que había
brindado sus tributos para sostener en el siglo XIX a la naciente república boliviana, que había brindado
soldados para las guerras, mineros para las minas, obreros para las ciudades y votos para las élites
políticas. Por eso, ese noviembre de 2005, gran parte del país se felicitó a sí misma por haber impulsado
la elección de un indígena como presidente.
Sin embargo, el escenario actual es mucho más complicado. Es cierto que el empuje social ha logrado
que lo indígena introduzca sus características étnicas, culturales y simbólicas en la competencia electoral
y la ocupación de puestos de poder estatal. Ahora, cierto biotipo étnico, determinadas trayectorias sociales
modestas, cierta forma de vestir, hablar, moverse, etc., que son propios no sólo de los sectores indígenas
sino de los sectores populares bolivianos en general, tienen mejores condiciones de competición en el
mercado político, porque los márgenes que separan lo legítimo de lo ilegítimo están en constante disputa,
y porque se han abierto brechas que rescatan del espacio de la ilegitimidad las disposiciones corporales,
prácticas y políticas de los pobres. Por eso, entre las autoridades gubernamentales existen personas
provenientes de los estratos más humildes de la población, que con su presencia misma desafían los
principios elitistas y tecnocráticos con que el espacio público se defendió siempre. El espacio político,
uno de los espacios más selectivos y discriminatorios en nuestro país, ha sido franqueado en parte por
personas de sectores que antes eran excluidas.
Pero, paradójicamente, esto que se presenta como un logro y una apertura, puede terminar clausurando
aquello por lo que se originaron todas las confrontaciones: el fin del sistema y las instituciones
productoras de desigualdades, discriminación y explotación. El estado, como producto e instrumento
histórico de los intereses reproductivos de un orden social determinado, causa un efecto notable en sus
funcionarios, los convierte en sus “oblatos”, 4 en sus defensores acérrimos, porque los sostiene material,
moral y simbólicamente. Y esto no lo hace sólo con las personas sino con los proyectos que puedan
presentarse como alternativos. El dominio no se debilita, se recompone sintetizando para su beneficio
incluso aquello que nació para cuestionarlo. Este no es un temor ni una lección nuevas. Pablo Dávalos, 5 a
propósito de la experiencia de los movimientos sociales ecuatorianos en el gobierno de ese país y en su
Asamblea Constituyente, advertía que muchas veces llegar al poder del estado implica ganar y perder al
mismo tiempo: se gana un espacio pero se pierde un objetivo. La fuerza y la creatividad innovadora de la
lucha social pueden diluirse en los vericuetos del legalismo, la burocracia y el constitucionalismo que
exige el funcionamiento de la maquinaria estatal. Así, gerenciando el estado, es decir, un instrumento que
no nos pertenece y que sólo en la metafísica liberal se propone obrar con justicia, se llega a un instante en
que nadie sabe exactamente cómo ni cuándo el proceso de cambio se detiene y nos damos cuenta de que
tenemos una nueva elite ocupando el lugar de la anterior, y de que el diagrama del dominio persiste y sólo
los posicionamientos han cambiado dentro de él.
El desafío para el gobierno boliviano es muy grande. Entre las medidas positivas que ha lanzado, las
más importantes son la nacionalización de los hidrocarburos y la convocatoria a la Asamblea
Constituyente. También están otras medidas menores, más de orden simbólico, como la rebaja de salarios
en las esferas más jerárquicas de los poderes de gobierno, y el aumento del salario mínimo nacional y de
los sueldos a los sectores del magisterio y de salud. También se ha anunciado la intención de cambiar el
régimen laboral y de tierras.
Pero el proceso tropieza con sus propias contradicciones. Las luchas sociales tienden a ser
recuperadas de la manera más desafortunada, es decir, queriendo apropiarse de ellas. Hemos dicho que las
posibilidades de cambio propiciadas por los movimientos sociales no tienen una sola salida, y eso es lo
que tiende a olvidarse cuando deliberadamente se canaliza el esfuerzo colectivo en beneficio de un
partido y de unas personas que participan del poder estatal, cuando fue precisamente la forma partidaria y
la forma estatal, y no sólo sus detentadores, lo que las insurrecciones desconocieron y pusieron en tela de
juicio. Querer desconocer este rasgo fundacional del accionar popular es peligroso, porque en lugar de
abrir más el proceso, se lo cierra, se lo limita a los horizontes y los intereses de quienes detentan el poder.
Si dichos intereses son positivos o negativos para la transformación social, ya no puede saberse desde el
momento en que la crítica y la discusión se cierran y ceden paso a una especie de “democracia de
ratificación”, donde instrumento político y masas coinciden no porque se comunican igualitariamente
entre sí, sino precisamente porque ya no dialogan, y unos terminan ratificando las decisiones de los otros
por disciplina partidaria.
Es muy complicado decir y enfrentar esto desde dentro de Bolivia, porque los intentos de cambio
tienen que afrontar la amenazante y permanente vigilancia estadounidense, y el acecho y el asedio
interno de las fuerzas conservadoras, pertrechadas en agrupaciones cívicas y prefecturas, que claman
abiertamente por la clausura total y la regresión de las decisiones tomadas. Estamos frente a una
4
Ver Pierre Bourdieu. El campo político. Plural, La Paz. 2001
5
Ponencia. II Encuentro de movimientos indígenas andinos y mesoamericanos. Organizado por el Centro
de Estudios Andinos y Mesoamericanos (CEAM). Marzo de 2006
oligarquía fascista que cree en la superioridad racial, llena de prejuicios y atrincherada en el proyecto
autonómico, con el que espera contrarrestar los efectos transformadores de la presencia popular en el
estado. Recurriendo a un constitucionalismo soso pero rígido, “en nombre de las leyes y la democracia”,
trata de desconocer el origen social de las propuestas de cambio actuales, y aprisionarlo todo dentro de
normas y procedimientos legales, como ocurre, por ejemplo, con la Asamblea Constituyente, a la que
busca sujetar dentro de un ordenamiento jurídico que ha quedado caduco.
Lo que todas estas consideraciones pretenden es reposicionar el debate sobre la situación política y
social en Bolivia. En lo que tiene de crítica, es una crítica comprometida que no puede ser indiferente al
peligro del retorno de las fuerzas reaccionarias en nuestro país, pero que tampoco puede avalar
silenciosamente las tendencias de clausura que ve en el accionar gubernamental insisto en que tiene
que recuperarse la fuerza primigenia y autodeterminativa de las luchas anticapitalistas y
anticolonialistas de la clase obrera y de los movimientos sociales, fuerza que nadie puede intentar
limitar o capturar, y que por eso mismo puede convertirse en la fuente de un nuevo reposicionamiento de
fuerzas y del principio de una nueva radicalización si las condiciones actuales se convierten en una
limitación para la transformación efectiva del régimen económico y social.
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La autora expresa como en la década del noventa se fue generando nuevas prácticas de
resistencia de los movimientos subalternos y que se desarrollaran y llevaran a cabo en su
máxima expresión durante el gobierno de Sanchez de Lozada “Goni”, en lo que se dio a conocer
como “la guerra del agua” EN COCHABAMBA durante el 2000 y “la guerra del gas” del 2003,
que no solo provocan la caída del gobierno sino que además ponen en cuestionamiento todo el
sistema de partidos políticos, imponiendo nuevas formas de organización (no lo dice ella pero
algunas vinculadas con lo ancestral.)
La multiculturalidad se empieza a pensar ya no como un simple hecho cultural sino vinculado a
productivo, donde la sociedad cuestiona al estado. Estos sectores populares encarnados en los indígenas,
van a reclamar su derecho a participar y a definir con sus formas organizativas propias, los mecanismos
de la intervención política y decisión económica, así como las decisiones que tengan que ver con el
manejo de la tierra y los recursos naturales.
A nadie más que a las organizaciones le debe la sociedad boliviana los cambios
La autora se pregunta si ganar espacios no va de la mano con perder objetivos, en el sentido que
Bolivia consiguió tener el primer presidente indígena
Pero, paradójicamente, esto que se presenta como un logro y una apertura, puede terminar clausurando
aquello por lo que se originaron todas las confrontaciones: el fin del sistema y las instituciones
productoras de desigualdades, discriminación y explotación.
El estado, como producto e instrumento histórico de los intereses reproductivos de un orden social
6
determinado, causa un efecto notable en sus funcionarios, los convierte en sus “oblatos”, en sus
defensores acérrimos, porque los sostiene material, moral y simbólicamente. Y esto no lo hace sólo con
las personas sino con los proyectos que puedan presentarse como alternativos. El dominio no se
debilita, se recompone sintetizando para su beneficio incluso aquello que nació para cuestionarlo.
Pablo Dávalos,7, advertía que muchas veces llegar al poder del estado implica ganar y perder al
mismo tiempo: se gana un espacio pero se pierde un objetivo. La fuerza y la creatividad innovadora de la
6
Ver Pierre Bourdieu. El campo político. Plural, La Paz. 2001
lucha social pueden diluirse en los vericuetos del legalismo, la burocracia y el constitucionalismo que
exige el funcionamiento de la maquinaria estatal.
se llega a un instante en que nadie sabe exactamente cómo ni cuándo el proceso de cambio se detiene
y nos damos cuenta de que tenemos una nueva elite ocupando el lugar de la anterior, y de que el diagrama
del dominio persiste y sólo los posicionamientos han cambiado dentro de él.
El desafío para el gobierno boliviano es muy grande. Entre las medidas positivas que ha lanzado, las
más importantes son la nacionalización de los hidrocarburos y la convocatoria a la Asamblea
Constituyente. También están otras medidas menores, más de orden simbólico, como la rebaja de salarios
en las esferas más jerárquicas de los poderes de gobierno, y el aumento del salario mínimo nacional y de
los sueldos a los sectores del magisterio y de salud. También se ha anunciado la intención de cambiar el
régimen laboral y de tierras.
Pero el proceso tropieza con sus propias contradicciones. Las luchas sociales tienden a ser recuperadas
de la manera más desafortunada, es decir, queriendo apropiarse de ellas.
Es difícil plantear esto cuando del otro lado está la intervención norteamericana y las fuerzas
reaccionarias conservadortas que pujan por volver
En lo que tiene de crítica, es una crítica comprometida que no puede ser indiferente al peligro del
retorno de las fuerzas reaccionarias en nuestro país, pero que tampoco puede avalar silenciosamente
las tendencias de clausura que ve en el accionar gubernamental insisto en que tiene que recuperarse la
fuerza primigenia y autodeterminativa de las luchas anticapitalistas y anticolonialistas de la clase
obrera y de los movimientos sociales,
fuerza que nadie puede intentar limitar o capturar, y que por eso mismo puede convertirse en la
fuente de un nuevo reposicionamiento de fuerzas y del principio de una nueva radicalización si las
condiciones actuales se convierten en una limitación para la transformación efectiva del régimen
económico y social

Bibliografía
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Chávez, Patricia, 2005, “Balance de la presencia y la labor política de parlamentarios indígenas en el
Congreso boliviano (2003-2005)". Informe de investigación para el 1LDIS La Paz.
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poder comunal” (Umasuyus, departamento de La Paz, septiembre/octubre de 2000 y junio/julio de 2001) Tesis de licenciatura.
Universidad Mayor de San Andrés. La Paz.
García, Alvaro, Patricia Costas y Marxa Chávez, 2004, Sociología de los movimientos sociales en Bolivia. Diakonia-Oxfam. La Paz.
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Mamani. Pablo, 2004, El rugir de las multitudes. Arawiyiri, Yachaywasi. El Alto.
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Tapia, Luis, 2006, La invención del núcleo común. Muela del Diablo. La Paz.
Tellez Iregui, Gustavo, 2002, Pierre Bourdieu. Conceptos básicos y construcción socieducativa. Universidad Pedagógica Nacional.
Bogotá.
Ticona, Esteban, 2003, “El Thakhi entre los Aimara y los Quechua o la Democracia en los Gobiernos Comunales” En: Los Andes
desde los Andes, s e. La Paz.
Zavaleta, René, 1983, Las masas en noviembre. Juventud. La Paz.

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Ponencia. II Encuentro de movimientos indígenas andinos y mesoamericanos. Organizado por el Centro
de Estudios Andinos y Mesoamericanos (CEAM). Marzo de 2006
Memoria y sujeto político en el pensamiento de Álvaro García
Linera
Ramiro Parodi* Centro Cultural de la
Cooperación Floreal Gorini y FCS-UBA
CABA, 2016 ramiro.parodi@hotmail.com
Resumen
Este artículo se enmarca dentro de una investigación sobre el pensamiento político de Álvaro García Linera. En esta oportunidad, la
propuesta fue hacer un recorrido por textos en los que el pensador boliviano reflexiona en torno al componente político de los usos
de la memoria. Encontramos que, a lo largo de sus reflexiones en torno a procesos históricos de la clase obrera y campesina
boliviana, el actual vicepresidente insiste en la necesidad de recuperar esos procesos revolucionarios por intermedio de una memoria
potencialmente política para intervenir sobre el presente. Buscamos aportar a una reflexión sobre el pensamiento de García Linera
que contemple la articulación entre sujeto político y memoria. En este sentido, los desarrollos de Todorov y Ricoeur resultan
particularmente productivos para partir de un concepto de memoria que no busca recuperar la totalidad de un relato sino inscribirse
políticamente dentro de una coyuntura particular.
Palabras clave: memoria, sujeto político, García Linera, acontecimiento y narrativas.

Introducción
En el siguiente escrito nos proponemos, en términos generales, hacer un aporte en torno a las investigaciones que abordan la
articulación entre la memoria y el sujeto político en América Latina. Mientras que, específicamente, nos centraremos en cómo la
obra de Álvaro García Linera, al plantear un modo particular de reconstrucción de una memoria en ciertos sectores y momentos de
la sociedad boliviana, nos permite trazar los lineamientos de su propia teoría del sujeto político. Es por ello por lo que, a modo de
hipótesis de lectura, queremos plantear que hay elementos en la obra de García Linera para desarrollar una teoría del sujeto político
que encuentra una relación fundamental en los usos que el autor hace del concepto de memoria.
Para ello será necesario realizar un rodeo acerca de lo que algunos autores, como Paul Ricoeur, Tzvetan Todorov y Horacio
González, han dicho sobre la memoria con el objetivo de dotarnos de un marco fértil a partir del cual recorrer nuestra hipótesis.
Encontramos en estos autores pistas que nos permiten, por un lado, leer la obra de García Linera con herramientas conceptuales
capaces de esclarecer sus planteos, mientras que, por otro lado, son pertinentes sus reflexiones en la medida en la que habilitan
preguntas nuevas sobre el modo en el que Linera entiende los usos de la memoria.
De este rodeo se desprenderá una distinción que opera (únicamente) a nivel descriptivo sobre los usos de la memoria que
proponemos llamar “memorial fósil” y “memoria fértil”. A través de estos dos conceptos buscamos resaltar la dimensión política de
ciertos usos de la memoria.
Pero, por el interés específico de estas líneas, también creemos necesario realizar un segundo rodeo por los abordajes sobre la
historia y las clases subalternas que han planteado pensadores como Antonio Gramsci, Walter Benjamin y Frantz Fanon . Aquí el
aporte es distinto ya que entendemos que estas teorizaciones están pensando en la necesidad ineludible de recuperar una narrativa
histórica de las clases subalternas para plantear un proyecto político que no sólo opere en el presente, sino que también sea capaz de
trazar los lineamos de un porvenir emancipatorio.
Nuestra propuesta buscar articular conceptos de este segundo grupo de autores con el repaso que hace García Linera sobre la
condición obrera boliviana. Buscaremos ubicar el proceso de reconstrucción de una memoria que realiza García Linera para pensar
en un sujeto político capaz de incidir en su aquí y ahora a través de ciertos acontecimientos históricos bolivianos.
Estos dos rodeos, que no son excluyentes, serán los que nos permitirán realizar una lectura crítica sobre las reflexiones, en
torno a la memoria y el sujeto político, en algunos escritos y conferencias de Álvaro García Linera. Todos los textos que usaremos
de corpus para rastrear nuestro objetivo se encuentran en “La potencia plebeya”, compilación de escritos de Álvaro García Linera (a
cargo de Pablo Stefanoni) publicada en 2008 por Clacso y Prometeo. Nuestra selección se compone de una porción de ensayos y
conferencias realizadas entre 1998 y 2000. Este período coincide con la obtención de su libertad tras cinco años de prisión (detenido
en 1992 y liberado en 1997) y el momento previo a asumir como vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia (2006).
“Los ciclos históricos de la formación de la condición obrera minera en Bolivia (1925-1999)”, “La muerte de la condición
obrera en el siglo XX” y “Narrativa colonial y narrativa comunal”, son los títulos que optamos por incluir en este análisis debido a
que recopilan experiencias, como la Revolución de 1952 y la “Marcha por la vida”, en las que podemos pensar que García Linera
busca establecer un lazo teórico (pero fundamentalmente político) entre narrativa subalterna, memoria y sujeto político.

Memoria fosilizada y memoria fértil


Este escrito busca recuperar una concepción de la memoria opuesta a lo que daremos en llamar “memoria fosilizada”. Es
decir, un abordaje sobre el pasado como algo estático, cuyos efectos en el presente son meramente rememorativos. Nos ubicamos
cercanos a la línea que plantea Horacio González cuando critica un tipo de memoria que “no nos permite saber si ella es un mero
efecto de consenso actuales proyectado al infinito pasado o una arcaica categoría atemporal que puede atravesar inmune las épocas”
(González, 2014: 1). Desde nuestra concepción, que proponemos llamar “memoria fértil”, no existen “hechos pasados” a secas sino
construcciones sobre documentos o, más precisamente, huellas que en su rememoración son capaces de trastocar las relaciones
materiales del presente.
Escribir sobre la memoria es escribir sobre el tiempo. El tema en cuestión implica reflexionar sobre sus usos (y abusos), sus
retornos, su incidencia en el presente y su capacidad de reactivarse en un futuro. La temporalidad es la sombra misma de la
memoria, razón por la cual veremos cómo estos temas se entrecruzan permanente. Entendemos así que no hay pensamiento sobre la
memoria que no suponga una teoría sobre el tiempo. En la mayor parte de los autores que hemos decidido abordar para este texto
encontramos al menos dos tipos de memorias a las que daremos en llamar “memoria fosilizada” y, recuperando un concepto
utilizado por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, “memoria fértil”.
Por memoria fosilizada entendemos un tipo de memoria estática y cerrada. Es estática porque los hechos que aborda son
tratados a través de una concepción del tiempo que implica un corte absoluto entre pasado y presente. De esta manera, aquello que
la memoria aborda carece de movimiento y se queda estanco en ese pasado. El corte es tan marcado que no hay posibilidad de que
aquello que se rememora puede tener incidencia alguna, más allá del acto mismo de rememorar, sobre al presente. La memoria
fosilizada es también cerrada porque el acto de recordar arrastra consigo una interpretación unívoca sobre esos hechos. González
plantea que una memoria así “sería apenas una cantidad ensamblada de efemérides hincadas en el desfile unívoco de hechos
pasados” (González, 2014: 1).
En palabras de Todorov, hay dos modos mediante los cuales se pueden neutralizar los beneficios de la memoria: “la
sacralización, aislamiento radical del recuerdo, y la banalización, o asimilación abusiva del presente al pasado” (Todorov, 2000:
194). El filósofo francés introduce la pregunta sobre cómo actúa la memoria en el presente . Si se realiza una separación tangente
respecto al aquí y ahora la memoria no opera en la coyuntura actual, apenas son las líneas de un manual de historia que se pasan sin
dejar efecto. Mientras que si la recuperación se hace sobre el pasado niega el transcurso del tiempo y la especificidad sobre ese
tiempo, se produce un efecto de homologación entre memoria y presente cuyo efecto es el mismo: “no puede ayudarnos en absoluto
en nuestra existencia actual” (Todorov, 2000: 196).
A través de estos dos modos de abordar el pasado Todorov nos advierte sobre la posibilidad latente de esterilizar la memoria,
efecto propio de lo que damos en llamar memoria fosilizada. Tras este señalamiento el autor toma una posición pertinente para
nuestro trabajo ya que creemos que está en una línea muy similar a lo que Álvaro García Linera intenta plantear cuando recupera la
memoria sobre La Revolución de 1952 y la “Marcha por la Vida”. Para el filósofo francés “el uso adecuado de la memoria es el que
sirve a una causa, no el que se limita a reproducir el pasado” (Todorov: 2000. 208). Más específicamente Todorov afirma que “la
labor de la memoria se somete a dos series de exigencias: fidelidad para con el pasado y utilidad en el presente” (Todorov, 2000:
237)
Intentaremos plantear a lo largo de este escrito la operación mediante la cual Linera recupera ciertas narrativas sobre La
Revolución de 1952 y la “Marcha por la vida” con el fin de rastrear algunas claves para repensar su coyuntura . En este sentido,
podemos anticipar que García Linera no cae en una “sacralización” de aquellos momentos debido a que realiza una crítica radical
sobre estos con el fin de producir un cambio cualitativo en las clases subalternas bolivianas y, de ese modo, repensar la práctica
política de su presente.
Todorov advierte sobre la forma en la que puede retornar el pasado: “El pasado puede alimentar nuestros principios de acción
en el presente; no por ello nos ofrece el sentido de este presente” (Todorov, 2000: 212). Esta aclaración reintroduce el vínculo que
planteamos al principio sobre memoria y tiempo. La memoria siempre estará dislocada respecto al presente. Podemos pensar que la
rememoración no ofrece soluciones como recetas, sino más bien trazos gruesos para repensar la coyuntura actual.
Desde nuestra perspectiva, la memoria fértil introduce la posibilidad de, a partir de una narrativa sobre un acontecimiento
pasado, plantear las condiciones para generar una diferencia cualitativa en el presente. La memoria fértil es fiel a lo acontecido no
por su identidad entre pasado y relato, sino porque busca recuperar el componente político de las ideas que le dieron forma a esos
acontecimientos.
Nos interesa volver sobre la noción de Ricoeur sobre las “huellas” para pensar el medio a través del cual el pasado se hace
presente y la ausencia se hace presencia. Para ello Ricoeur basa su definición de huellas en la propuesta de Jean-Pierre Changeux:
“Todas las huellas están en el presente. Ninguna habla de la ausencia; menos aún de la anterioridad. Por ello hay que dotar a la
huella de una dimensión semiótica, de un valor de signo, y considerar la huella como un efecto- signo, signo de la acción del sello
sobre la importa” (Ricoeur, 2004: 545). Esta idea de la huella como signo nos habilita a pensar en el significado que toma esa huella
en relación a los signos de su presente. Al poner a jugar a esa huella en un sistema de signos distinto del cual proviene, su
significación será diferente. Allí radica su movimiento y su potencia. Por eso proponemos la memoria fértil porque puede dar lugar
a nuevas significaciones que abran otros modos de pensar y de actuar sobre la coyuntura a partir de la cual se rememora.
Pero Ricoeur no sólo entiende a la huella como un signo, sino que también busca pensar su estatuto a través de la teoría
psicoanalítica de Sigmund Freud quien habla específicamente de “huellas mnémicas”. Es decir, la forma a través de la cual se
imprimen, de modo difuso, algunos recuerdos en la memoria. Estas huellas mnémicas retornan a través de las formaciones del
inconsciente (sueños, síntomas, lapsus, olvidos, chistes). Si bien su forma y su contenido mutan, hay algo del orden del inconsciente
que no se altera y que insiste. Ricoeur retoma estas concepciones para plantear que “el pasado experimentado es indestructible” y, a
partir de allí, desarrolla su “tesis de lo inolvidable” (Ricoeur, 2004: 569).
Esta tesis encuentra su tensión en que, si bien lo experimentado es indestructible, la posibilidad de rememorar nunca puede ser
plena. Es decir, entre el relato y lo acontecido siempre habrá un hiato. Es imposible recordarlo todo como Funes. Ricoeur señala
que” la idea de relato exhaustivo es una idea performativamente imposible. El relato entraña por necesidad una dimensión
selectiva.” (Ricoeur, 2004: 572). Esta dimensión selectiva nos parece fundamental para pensar los modos a través de los cuales
García Linera (que no es ni historiador ni filósofo sino político) retoma la memoria sobre la historia de Bolivia. Sus insistencias,
como el modo de organización comunal, son en este sentido señales de lo que Linera pretende hacer al rememorar esos momentos.
Veremos cómo García Linera crea un relato propio sobre la constitución del movimiento obrero boliviano con el fin de trastocar su
presente.
Las formas de retornar no están exentas de olvidos temporales o de represiones forzadas por determinados procesos históricos.
Por ejemplo, para el caso boliviano, García Linera observa que lo que ha llevado al “olvido” de componentes fundamentales de la
sociedad boliviana como la forma de organización de la producción comunal, ha sido, en parte, dos décadas de hegemonía
neoliberal (1980 a 2000). En este sentido, nos resulta pertinente señalar que en el problema del rememorar no sólo hay un conflicto
en términos de la imposibilidad de traer al presente algo del orden de la ausencia, sino que también habita un problema que es
político. Lo que intentamos decir es que, de formas heterogéneas, algunos procesos históricos habilitan ciertas formas de olvido.
Autores como Antonio Gramsci y Walter Benjamin han trabajado sobre la dificultad de recuperar la historia de las clases
subalternas debido a que incluso cuando estas atraviesan momentos de victoria, el continuum de la historia se encarga de trazar un
relato sobre la historia que las anula. El propio Gramsci afirma que “incluso cuando parecen victoriosos, los grupos subalternos se
encuentran en una situación de alarma defensiva” (Gramsci, 1932-1935: 493). Los olvidos a los que hacíamos referencia
recientemente son parte de esta historia que podemos pensar que está impregnada de una memoria fosilizada. Por el contrario, una
memoria fértil implica el trabajo de un historiador cuya finalidad sea, como señala Benjamin, “encender en lo pasado la chispa de la
esperanza” (Benjamin, 1973: 181).

La necesidad de recuperar ciertos olvidos


En un breve texto denominado “Apuntes sobre la historia de las clases subalternas. Criterios metódicos”, Gramsci señala la
dificultad de reconstruir la historia de las clases subalternas y afirma que esta es “necesariamente disgregada y episódica” (Gramsci,
1932-35: 493). Allí el intelectual italiano llama a estudiar “la formación objetiva de los grupos sociales subalternos” (Gramsci,
193235: 491) con el fin de reconstruir esa historia que las clases hegemónicas se han encargado de sustituir por un relato lineal y
homogéneo.
En una línea similar Benjamin escribe que “al pasado sólo puede retenérsele en cuanto imagen que relampaguea” (Benjamin,
1973: 180). Podemos asumir aquí que el pensador alemán también está reflexionando, como Ricoeur, que el pasado es algo
imposible de rememorar en su totalidad. Estos pensadores encuentran en la historia huecos y vacíos que son obstáculos para el
trabajo de la memoria.
Para Benjamin la misión del historiador es muy clara: “Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado tal
y como se le presenta de improviso al sujeto histórico en el instante del peligro ” (Benjamin, 1973: 180). “Pasarle a la historia el
cepillo a contrapelo” (Benjamin, 1973: 182) sería realizarle a la historia esas preguntas que aún no han sido pronunciadas con el
fin de recomponer el rol que las clases subalternas han tenido. En otras palabras, podemos pensar que lo que el filósofo alemán
está proponiendo es recuperar ciertos olvidos pertinentes; ciertas narrativas capaces de producir algún efecto en los sujetos políticos
hoy y en sus prácticas.
Lo que ambos filósofos están proponiendo es una forma de la historia que revele su componente conflictivo. Este modo de
abordar la historia tiene un uso muy concreto que es el de repensar la práctica política de las clases subalternas en la coyuntura
actual a partir de experiencias pasadas que han demostrado momentos de unificación de esos sectores pero que, sin embargo, esos
momentos han sido “rotos constantemente por la iniciativa de los grupos dirigentes” (Gramsci, 1932-35: 493).
De esta manera, para Benjamin, el legado de esa memoria opera en los sujetos políticos en la medida en la que se fuerza una
detención del tiempo. Es decir, la coyuntura en la que se encuentran inmersos esos sujetos activa una memoria de lucha para pujar
por un porvenir distinto. El presente ya no es transición ni fluir del tiempo plano y desmemoriado, sino que el presente debe ser
forzado a detenerse a través de la práctica de un sujeto político colectivo. De ahí su crítica al historicismo que “plantea una imagen
eterna del pasado” (una imagen fosilizada en los términos de nuestro trabajo), mientras que el materialista histórico “plantea una
experiencia con el pasado que es única” (Benjamin, 1973: 189) y por ese motivo, fértil. La práctica política de las clases subalternas
que activen el componente emancipatorio de la memoria es la que será capaz de sacudir al tiempo de su forzada y artificial
linealidad.

El rol de García Linera, entre “intelectual colonizado” y militante


Para analizar la especificidad de la figura de Álvaro García Linera como reconstructor de un relato sobre la memoria de la
clase obrera boliviana nos valdremos de las reflexiones de Frantz Fanon. El escritor de “Los condenados de la tierra” trabaja sobre
el rol del intelectual de los países colonizados en contextos opresivos. Para Fanon, luego de muchos años de colonización los países
sufren una “alienación cultural” (Fanon, 1961: 60) cuyo efecto es “un verdadero empobrecimiento del panorama cultural, de
instituciones despedazadas. Se advierte escasa movilidad. No hay verdadera creatividad, no hay efervescencia. Tras un siglo de
dominio colonial se encuentra una cultura rígida en extremo, sedimentada, mineralizada.” (Fanon, 1961: 70).
El modo de sacudir al pueblo de esta alienación cultural es la práctica del intelectual colonizado quien se encuentra en una
relación intermedia entre el pueblo y la colonia. Fanon describe tres fases que este intelectual debe atravesar para llegar a tocar
alguna fibra sensible de la sociedad a la que se dirige. En primera instancia, el intelectual colonizado asimila la cultura del ocupante.
Luego el intelectual “decide recordar” (Fanon, 1961: 64), la experiencia personal del intelectual y los modos a través de los cuales
este recuerda son los que habilitan la tercera fase. Se trata del momento que Fanon describe como “fase de lucha” (Fanon, 1961: 65).
Es este el instante en el que surge una verdadera producción. El intelectual entiende que su función es política y allí convergen el
desarrollo de sus investigaciones con su práctica.
Recordemos que la selección de textos propuesta para esta investigación encuentra a un García Linera en un período de fuerte
militancia política pero también desarrollando una importante veta intelectual. Tras ser liberado de la cárcel es designado profesor
de sociología de la Universidad Mayor de San Andrés. En ese momento, entabla fuertes debates con Alison Spedding, Silvia Rivera
y Felix Patzi. Mientras que al mismo tiempo realiza las investigaciones sobre la clase obrera boliviana que darían lugar a los
trabajos que aquí estamos analizando. Pero todo esto sucede paralelamente a su participación en la “Guerra del agua”8.
Podemos plantear un doble rol de García Linera. Por un lado, su historia lo ubica como militante político. Formó parte de
parte de la fundación del Ejército Guerrillero Tupaj Katari (EGTK) (cuyo objetivo era apoyar la insurgencia indígena), estuvo preso
por su práctica y luego participó de una serie de protestas sociales, entre ellas, la “Guerra del agua”. Pero, a su vez, siempre
mantuvo un aporte teórico reflexivo, tanto en el EGTK como luego de su liberación.
En esta línea Fanon afirma que para darle densidad a su pensamiento el intelectual debe “participar en la acción,
comprometerse en cuerpo y alma en la lucha nacional” (Fanon, 1961: 68). Mientras que otra puntualización clave del pensamiento
de Fanon es la necesidad de la práctica del intelectual para “actualizar los conflictos, modernizar las formas de lucha evocadas, los
nombres de los héroes, el tipo de las armas” (Fanon, 1961: 71). Aquí revela la importancia de la práctica del intelectual. Podemos
pensar que la insistencia de García Linera por reconstruir un relato sobre la condición obrera boliviana ubica a la memoria como la
posibilidad de abrir una grieta en la planicie del presente para actualizar sus conflictos y reinterpretar de modo fértil los
acontecimientos.
En los textos que planteamos para este trabajo es posible observar una intencionalidad política en torno a los usos de la
memoria por parte de García Linera. Es posible que los huecos en la memoria socavan la capacidad organizativa de un pueblo. La
insistencia de Linera sobre la narrativa de un pasado que recupere el valor de las clases obreras bolivianas y su capacidad
autoorganizativa encuentra su fundamento en un proyecto político que no solo responda a las urgencias del presente, sino que
también dibuje la silueta de un por-venir común. Esta es la propuesta que Fanon expone cuando señala que “el hombre colonizado
que escribe para su pueblo, cuando utiliza el pasado debe hacerlo con la intención de abrir el futuro, de invitar a la acción, de fundar
esperanza” (Fanon, 1961: 68)
El sujeto político que prefigura el actual vicepresidente de Bolivia posee una dimensión temporal que él mismo explica
cuando señala que
“en la rebelión comunal, todo el pasado se concentra activamente en el presente; pero a diferencia de las épocas
de quietud, donde el pasado subalterno se proyecta como presente subalternizado, ahora es la acumulación del

8
Guerra del agua: En el año 2000 se produjo una gran movilización en Cochabamba debido a que una parte de la población se
oponía a la privatización del agua. La reacción del gobierno fue mandar a reprimir inmediatamente produciendo decenas de
heridos. En esta movilización participaron García Linera y Evo Morales. La espontaneidad y masividad de este movimiento han
dado lugar a reflexiones por parte de distintos intelectuales como Antonio Negri.
pasado insumiso el que se concentra en el presente para derrocar la mansedumbre pasada (...) El porvenir
aparece al fin como insólita invención de una voluntad común que huye descaradamente de todas las rutas
prescritas, reconociéndose en esta audacia como soberana constructora de sí misma” (García Linera, 1997: 206)

Álvaro García Linera en su rol de historiador materialista


Si García Linera fuera un historiador sería un “materialista histórico” (Benjamin, 1973: 189), es decir, un sujeto que recupera la
memoria de las clases subalternas con el fin de trastocar su presente y pujar por un porvenir más igualitario . La memoria que
recupera Linera es una memoria fértil en la medida en la que también le permite ubicar rasgos de la de conformación de un sujeto
político en su coyuntura particular.
Al comienzo de “Los ciclos históricos de la condición obrera minera en Bolivia (1825-1999)”, García Linera señala una
dificultad similar a la que hace mención Gramsci. Recuperar la historia de las clases subalternas en su país resulta conflictivo debido
a, como supo describir al alto grado de “complejidad y abigarramiento”. Releyendo a René Zavaleta Mercado, García Linera
entiende por abigarramiento “la coexistencia de obreros disciplinados por el moderno régimen industrial, junto a obreros
temporarios vinculados a actividades agrícolas comunales y obreros-artesanos distribuidos en unidades familiares o individuales
(García Linera, 2000: 151). Con el fin de organizar esta dispersión el actual vicepresidente de Bolivia ubica tres etapas: El obrero
artesano de la empresa, el obrero de oficio de gran empresa y el obrero de especialización industrial flexible. Para los fines de este
trabajo nos centraremos principalmente en la segunda de estas etapas debido a que es en ese tipo de obrero en donde encontramos el
lazo más claro entre memoria, narrativa y proceso de subjetivación política.
El obrero artesano de empresa: Esta condición obrera va de 1850 a 1900, implica la organización en centros industriales que
operan a través de grandes masas de individuos agrupados. Linera ubica que este obrero es legatario de la memoria de sus
ancestros cuya organización productiva es “comunal-campesina” y “se manifiesta en sus formas de resistencia como el motín,
la fiesta, el uso del tiempo y el cajcheo" (Linera, 2000: 152). Este componente es aún muy determinante de la identidad obrera
razón por lo cual “la subsunción formal del proceso de trabajo es primaria” (Linera, 2000: 152). Linera encuentra la disolución de
esta condición obrera en el fin de la minería moderna de la plata, por este motivo estos trabajadores deberán volver al trabajo por
cuenta propia.
El obrero de oficio de gran empresa: A fines de la primera década del siglo XX García Linera observa un repunte en la minería
del estaño, un avance tecnológico y un desarrollo en las destrezas individuales del trabajo que genera una base material que da lugar
al obrero de oficio de gran empresa. En esta condición obrera la máquina no reemplaza al trabajador, sino que se vale de sus saberes
heredados.
Este factor le da al trabajador una cuota de poder importante ya que su saber-hacer es clave a la hora de desarrollar su labor.
Para García Linera este punto es determinante en la constitución subjetiva del obrero ya que “este poder obrero sobre la capacidad
productiva de los medios de trabajo industrial habilita no sólo un amplio ejercicio de autonomía laboral dentro de la extracción, sino
que, además crea la condición de posibilidad de una autopercepción protagónica del mundo” (García Linera, 200: 154). El obrero en
este sentido es el núcleo de la empresa, no una pieza sustituible.
Linera le otorga a la memoria de estos trabajadores un rol fundamental porque es la que permite que el obrero obtenga una
diferencia cualitativa, en relación a sus destrezas laborales, que lo hará portador de un arma de negociación. De esta manera,
retoma una tesis del pensador boliviano René Zavaleta Mercado9 que asume los distintos “modos de recepción de las estructuras
técnicas”. Ambos pensadores están de acuerdo en que las formas de inserción de la tecnología en los distintos países son siempre
diversas debido, en gran medida, a la memoria singular con la que provienen los trabajadores que van a activar esas máquinas.
El obrero de oficio de gran empresa es portador, en términos de Linera, de una doble narrativa. Por un lado, este obrero logra
obtener los primeros contratos fijos por tiempo indeterminado, lo que le permite proyectar su devenir. Por otro lado, subyace
otra narrativa que implica un lazo entre obreros en la medida en la que se genera un circuito en el que participan “maestros” que
enseñan el oficio a los “alumnos”.

9
René Zavaleta Mercado es considerado, por especialistas como Martín Giller, como uno de los intelectuales más influyentes
en la historia del pensamiento crítico marxista. Su producción es amplia y se lo recuerda, entre otras cosas, por haber
participado de la revista Pasado y Presente. Para nuestra investigación, constituye una de las fuentes más influyentes del
pensamiento de Álvaro García Linera. La articulación entre estos dos autores o, mejor dicho, el modo en el que García Linera
retoma la herencia zavaletiana merecerá una investigación más profunda, pero estamos en condiciones de plantear que
Zavaleta es determinante para el modo en que García Linera repiensa categorías como las de clases sociales y Estado desde una
perspectiva marxista. Por simplemente nombrar un ejemplo, en el 2010 García Linera pronunció, durante el acto de posesión
presidencial del segundo período de gobierno del MAS, un discurso denominado Del Estado Aparente al Estado Integral,
haciendo alusión al concepto desarrollado por Zavaleta de “Estado Aparente”.
A raíz del modo de producción que habilitaba la gran empresa, los obreros comenzaron a agruparse en campamentos mineros.
Esto, según Linera, “permitió que se volvieran centros de construcción de una cultura obrera a largo plazo, en la que espacialmente
quedó depositada la memoria colectiva de la clase” (Linera, 200: 156). Linera encuentra que aquí se están gestando una
efervescencia que luego dará lugar a momentos de resistencia (como la Revolución de 195210, la oposición a las dictaduras
militares y la reconquista de la democracia parlamentaria) debido a la construcción de una narrativa interna de clase y la presencia
de un espacio físico que convoque a estos grupos de obreros.
El actual vicepresidente de Bolivia llama a estas experiencias “memoria” y nos permite observar el lugar fundamental que el
pensador boliviano les asigna a la hora de la activación de ciertos acontecimientos históricos que implican la inscripción de un
sujeto político colectivo. Por supuesto que no es sólo el retorno de ciertas huellas lo que habilita un momento político de gran
envergadura, pero creemos que la insistencia de Linera por realizar un recorrido histórico de la conformación de las clases
subalternas en Bolivia señala su determinación vital al interior de su pensamiento.
De esta manera, Linera asume la importancia de la memoria, pero no supone una determinación unívoca por parte de esta a la
hora de la conformación de un sujeto político. Por el contrario, también señala ciertos rasgos materiales (como el contrato fijo por
tiempo indefinido) que dieron lugar a la posibilidad de establecer ciertos lazos comunes. “El contrato por tiempo indefinido
aseguraba la retención del obrero de oficio, de su saber, de su continuidad laboral y de su adhesión a la empresa por largos períodos
(...) permite prever el porvenir individual en un devenir colectivo de largo aliento y, por tanto, permite comprometerse con ese
porvenir y ese colectivo” (Linera, 2000: 157).
Al cierre de esta descripción Linera asume que el obrero de oficio es un “sujeto condensado” debido a que porta una
temporalidad específica y una narrativa singular. El pensador boliviano insiste en que es a través de este sujeto político que se
desplegarán las luchas más importantes de las clases subalternas bolivianas. En términos históricos esta es la condición obrera que
habilitará la creación de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y luego de la Central Obrera
Boliviana (COB), resultado también de la Revolución de 1952.
Finalmente propone pensar en el obrero de especialización industrial flexible. García Linera encuentra el fin del obrero de
oficio y de las grandes ciudadelas de trabajadores con el cierre del ciclo del estaño en la minería boliviana. El nuevo obrero de
especialización industrial flexible ya no está agrupado colectivamente, ocupa varias funciones y la destreza que se pone en juego es
inferior a la de la etapa precedente. La emergencia de este trabajador coincide con la caída en los contratos a plazo indefinido y la
flexibilización laboral lo cual provoca, en términos de García Linera, “efectos disolventes en la antigua organización y
subjetividad obrera” (García Linera, 2000: 161).

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La revolución de 1952: Desde principios de 1900 Bolivia ha basado su actividad económica en la explotación minera. Más
precisamente en la extracción del estaño. Las condiciones en las que estos trabajadores desempeñaban su actividad producían
una expectativa de vida menor a los 40 años y serias afecciones físicas mientras que la remuneración no se correspondía con las
condiciones y la larga jornada laboral. Los indígenas, que representaban al 60% de la población, eran obligados a trabajar en las
haciendas de los terratenientes de forma gratuita y se les negaba la posibilidad de votar a todo aquel que fuera analfabeto. En
1932 se produce la Guerra del Chaco en la que Bolivia pierde el Chaco Boreal en manos de Paraguay lo que hace crecer las
contradicciones internas del país. En esa guerra se produjo un intercambio entre mineros e indígenas, clases medias y clases
bajas, donde el cruce de ideas y el encuentro de un enemigo en común (la oligarquía terrateniente boliviana) operará como
caldo de cultivo de la explosión insurgente que ocurrirá en 1952. Tras la derrota en 1935 muchos jóvenes de clases medias
decidieron participar del orden político a través de agrupaciones de izquierda que dieron una serie de golpes de estado y
estatizaron la petrolera estadounidense, Standard Oil, crearon los Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) y
promovieron la sindicalización de los trabajadores. En 1939 el socialismo militar sufrió un golpe de estado, este volvió a las
manos de la oligarquía terrateniente y Enrique Peñaranda asumió como presidente. En este contexto se forjó el MNR
(Movimiento Nacional Revolucionario) quien se oponía a la ayuda, a través del estaño, que Bolivia le daba a Estados Unidos
durante la Segunda Guerra Mundial. Víctor Paz Estenssoro fue uno de sus fundadores. En un contexto de fuertes huelgas por
parte de los sectores mineros, Peñaranda decidió fusilar a 35 trabajadores lo que genera inmediatamente el agrupamiento del
MNR con facciones de izquierda del ejército quienes derrocan a Peñaranda. Allí se desarrollaron toda una serie de derechos
laborales que favorecieron a los trabajadores bolivianos y perjudicaron a la oligarquía. El colapso de este momento fue el
linchamiento de Gualberto Villarroel, presidente del momento, por parte de la oligarquía y sectores medios. Se realizaron las
elecciones y asumió Enrique Hertzog. Por su parte, Estenssoro, derrotado en las elecciones, organizó al MNR desde su exilio
en Argentina y provocó una insurrección en Santa Cruz de la Sierra, Potosí, Sucre y Cochabamba. Este levantamiento fue
fuertemente reprimido y se produjeron grandes cantidades de asesinatos. En 1951 finalmente asume Estenssoro apoyado por el
MNR quien debe enfrentar a distintos enemigos: una parte del ejército, los intereses estadounidenses, la oligarquía local y los
grandes grupos económicos nacionales. En 1952 surgió desde la Paz un levantamiento popular integrado por indígenas y
mestizos quienes se unieron a las milicias del MNR y a la Federación Sindical de los Mineros que enfrentaron al ejército y lo
derrotaron dando triunfo a la revolución. Ese mismo año Estenssoro pudo asumir la presidencia y gobernó durante cuatro años
dando lugar a una serie de estatizaciones de sectores claves como la minería, el sufragio universal y los principios de una
reforma agraria
Acontecimiento, retorno de la memoria y sujeto político en acción
Mucho se ha reflexionado en torno a lo que significa un acontecimiento. Esta noción ha sido trabajada por intelectuales tales
como Alain Badiou (1998) y Slavoj Zizek (2014). Desde su experiencia, atravesado por otras urgencias, García Linera ha trazado
algunos planteos en torno a lo que él considera que es un acontecimiento:
“Acontecimientos que al momento de suceder no acaban de desplegar toda su verdad implícita que portan y
encima marcan una época, porque jalan a los restantes acontecimientos presentes y pasados hacia un rumbo en el
que todos han de hallar finalidad y sentido. No son pues acontecimientos cotidianos sino condensaciones de época
que, al momento de brindarnos el lenguaje para volver inteligibles los sucesos anteriores, parten la historia”
(García Linera, 2000: 162).
Retomando lo planteado por Benjamin podemos decir que para García Linera un acontecimiento implica también una detención
11
del tiempo para recomenzar de otro modo. Para el entonces militante del EGTK, la “Marcha por la vida” de agosto de 1986 es un
acontecimiento debido no solo a la magnitud de la gran movilización minera sino por los efectos desencadenantes de su repliegue .
El autor la describe como “el alarido más desesperado no sólo de quienes, como ningún otro sujeto colectivo, creían en la
posibilidad de la nación e hicieron todo lo que pudieron por inventarla por medio del trabajo, la asamblea y a la solidaridad; a la vez,
fue el acto final de un sujeto social” (García Linera, 2000: 163). El actual vicepresidente de Bolivia destaca las prácticas políticas de
este movimiento en relación a los modos de organización comunales como la asamblea, formas que son legatarias de las tres
condiciones obreras que hemos repasado, pero particularmente del obrero de oficio de gran empresa y del obrero artesano de
empresa.
Como vimos en el apartado anterior García Linera concibe a la condición obrera como un sujeto portador de una memoria que
opera tanto al nivel de sus destrezas laborales como al modo de organización comunal-campesina que tiene sus modos específicos
de resistir. García Linera busca abordar las razones que dieron lugar a la caída de este sujeto político ya que no solo implica una
derrota en términos de derechos laborales que quedaron truncos, sino que, en palabras de García Linera, la disolución de este sujeto
político favoreció la instauración de un régimen neoliberal que se desplegará Bolivia por dos décadas (1980-2000). “La visión del
mundo neoliberal sólo pudo saltar a la palestra porque previamente fue disuelto, o mejor, se auto-disolvió, el sujeto generador de
todo un irradiante sentido del mundo” (García Linera, 2000: 164).
García Linera observa en ese momento un avance del neoliberalismo a nivel mundial que tiende a la privatización de los
recursos naturales, al avance de capitales transnacionales en su región y a la precarización laboral en las distintas industrias. Incluso
sostiene que las clases dirigentes bolivianas, gobernadas por Paz Estensoro, favorecían dicho cambio en la configuración estructural
de Bolivia. Mientras que las clases subalternas no fueron capaces de leer ese cambio que se estaba produciendo . Para García Linera
no pudieron detectar que el Estado se estaba replegando en pos de favorecer el cierre de operaciones de los centros mineros. Por lo
tanto, no solo se trataba de una ola de despidos y desregulación en términos de derechos laborales sino de la transformación integral
del sistema productivo boliviano.
El principal problema, que devino en la disolución de este sujeto político, fue no haber podido convertir sus demandas al Estado
a un modo de autoorganización colectivo. Es por ello que “La marcha por la vida (...) cristalizó un modo plebeyo de reclamar al
Estado” (García Linera, 2000: 171). Sin embargo, García Linera rescata “una exultante interpretación ética de la vida en común”
(García Linera, 2000: 171) y una práctica política que favoreció la resistencia y el modo asambleario de organización. Encontramos
que estos elementos, juntos con la memoria, son también fundantes de su concepción de sujeto político. Para García Linera sin estos
elementos no hay posibilidad de la irrupción de un sujeto político a través de un acontecimiento ya que “el aumento de las

11
Marcha por la vida: El 28 de agosto de 1986 se detuvo en las inmediaciones de La Paz una de las marchas más grandes que ha
visto la historia de Bolivia. Un cerco de militares a punta de fusil frenó la entrada de esta multitud a la capital de Bolivia. La
denominada “Marcha por la vida” fue una movilización que reclamaba en contra del decreto 21060 promulgado el 29 de agosto
de 1985 por el presidente Víctor Paz Estensoro e implicaba el despido de 27.000 obreros de las empresas mineras del Estado. La
marcha comenzó en Oruro y estuvo dirigida por la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL). A los mineros se le sumaron
estudiantes de la Universidad del Siglo XX y la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia
(CSUTCB). La multitud iba desarmada razón por la cual Filemón Escobar y Simón Reyes Rivera (miembro del Partido
Comunista Boliviano), al encontrarse con el cerco militar, propusieron no forzar un enfrentamiento que podría terminar en
una masacre. Postura opuesta a la de las mujeres mineras que plantearon intentar romper el cerco militar a pesar de su
vulnerabilidad. A la oleada neoliberal que sacudía a Latinoamérica por ese entonces se le sumó una fuerte caída del precio
internacional del estaño, principal insumo de la economía boliviana. En este contexto, Paz Estensoro pronunció la famosa frase
“Bolivia se nos muere”. La marcha, que sumó más de 8.000 trabajadores y estudiantes, quedó impresa en la memoria de los
bolivianos como un momento de fuerte lucha política pero también es reconocida como el fracaso del movimiento sindical de
los trabajadores
penalidades, los despidos, la contracción económica y la crisis no necesariamente desembocan en revueltas sociales. En general la
miseria material engendra más miseria material, organizativa y espiritual de los sectores subalternos” (García Linera, 2000: 168).
García Linera piensa la constitución de un sujeto político a través de un fuerte movimiento de autonomía. Por este motivo se
esfuerza por rastrear huellas de autonomía tanto en la “Marcha por la vida” como en la Revolución de 1952 . Opera en su teoría una
dimensión selectiva en torno a estos dos acontecimientos. La importancia de estas prácticas radica en que prescinden de la
referencia de un otro. Podemos pensar que en este momento de la obra de García Linera predomina un reconocimiento entre pares
por sobre un intérprete externo como podría ser el Estado. “La lucha por los derechos colectivos no sólo es un lugar de formación de
una identidad social, sino que además sólo se puede ejecutar mediante técnicas asociativas comunalizadas, esto es, que son capaces
de crear interunificación práctica y autónoma entre los trabajadores” (García Linera, 2000: 172). El pensador boliviano reconoce al
“sindicato-en-lucha” (García Linera, 2000: 173) como una de las representaciones de este sujeto político ha dado a la historia
boliviana.
El problema, reconoce García Linera, se presenta cuando en este sujeto prevalece esa referencia externa por sobre la
autoorganización y la autonomía. Eso fue lo que sucedió con los obreros mineros durante la “Marcha por la vida”. Este conflicto
toma aún mayor densidad y complejidad en un momento de neoliberalización, donde el Estado está en franco repliegue.
El modo de reclamar plebeyo presenta al Estado como a un padre, lugar de significación de todas las demandas. Esto genera
que “la manera de proyectarse en el ámbito político sea meramente interpelatorio y no ejecutivo” (García Linera, 2000: 174) y que
el obrero no se vea jamás como soberano. Por esta razón su posición se centra en una demanda constante y no en la posibilidad de
gobernar. Las clases obreras han organizado una narrativa que terminó atentado contra sus propósitos ya que “siempre habían
ordenado el campo significante de la lucha en términos de alguien a quien resistir y de alguien a quien apoyar, sin necesidad de
cuestionar la pertinencia de la existencia de “alguien” por encima de ellos” (García Linera, 2000: 183). Entonces la autonomía que
plantea García Linera no es solo la capacidad de autoorganización en esferas aisladas, sino que también implica que las clases
subalternas sean capaces de verse a sí mismas en el acto de gobernar.
El intelectual boliviano sugiere que uno de los motivos de este posicionamiento subjetivo de las clases subalternas puede
encontrar su justificación en el retorno de una memoria de la época de la colonia que implica sumisión. “ Es como si la historia de
sumisiones obreras y populares practicadas desde el coloniaje se agolparan en la memoria como un hecho inquebrantable, adherido
al cuerpo del obrero y, empujara a la masa movilizada a enfrentarse al poder como simple sujeto de resistencia, de conminación, de
reclamo y no, así como sujeto de decisión y soberanía ejercida” (García Linera, 2000: 175). La tensión en torno a este sujeto político
es latente ya que por un lado reconoce un poder que se materializa en la marcha, en la capacidad de resistir, pero, por el otro lado, en
ningún momento reconoce que ese poder puede identificarse con otra referencia que no sea el Estado como recipiente de demandas.
Esta memoria de la colonia provoca una inmovilidad en el sujeto político que resalta su costado más conservador.
Retomando a Pierre Bourdieu, García Linera denomina a ese gesto conservador el “habitus de las clases populares” (García
Linera, 2000: 175) que se observa a través de una “narrativa sufriente de su devenir de clase” (García Linera, 2000: 176). Es
precisamente esta la crítica que García Linera realiza sobre la práctica del movimiento obrero en la “Marcha por la vida” de 1986 y
es aquí donde él encuentra algunos de los motivos de la disolución de este sujeto político. Esta forma de enunciarse en el espacio
público corroe la posibilidad de pujar por un porvenir distinto.
García Linera denomina a estas prácticas “reivindicativas”, mientras que en oposición propone las “prácticas políticas
productoras de horizonte estratégico alternativo” (García Linera, 2000: 181). Aquí observamos otra característica del sujeto político
en García Linera: debe poder trazar los lineamientos de una “creencia aglutinante” (García Linera, 2000: 182) y pujar, en su
coyuntura particular, por él. Esta creencia va a organizar una narrativa que prescinda (aunque no olvide) de la referencia permanente
al Estado.
Los contextos históricos, como el neoliberalismo, que fomentan la destrucción del lazo social, si no encuentran a un sujeto
político que se haga cargo de resistir y de autoorganizarse de forma autónoma pueden llevar a períodos de retrocesos
inconmensurables y a “huecos en la memoria” (García Linera, 2000: 169) que mermen la práctica política de los pueblos. García
Linera ubica el cierre de esta etapa en el 2000 con la “Guerra del Agua”, acontecimiento que habilitó la recuperación de la capacidad
de acción y la reactivación de una memoria capaz de reconstruir un horizonte autodeterminado por las clases subalternas.

Narrativa indígena, memoria y sujeto político


Así como García Linera reivindica y crítica momentos, narrativas y prácticas del movimiento minero durante la “Marcha por la
vida”, también hace lo propio en relación al movimiento aimara-quechua en relación a la Revolución de 1952. Señala la dificultad
de reconstruir la historia de este sector social debido a la falta de material escrito. De esta manera, la memoria de movimiento
aimara- quechua se presenta de forma “episódica y disgregada” (Gramsci, 1932-35: 493). Plagada de vacíos por la intervención y la
opresión de las clases hegemónicas. Pero también García Linera señala la dificultad de volver sobre esta memoria por el relato
hegemónico que, desde el Estado, se ha forjado en torno a ellas. Esta narrativa, que elude los acontecimientos de los que el
movimiento aimara-quechua fue protagonista, revela una temporalidad lineal, sin sobresaltos, donde el indígena sufre una
“folklorización paternalista” (García Linera, 1998: 193) y es construido a partir de una “mirada condescendiente” (García Linera,
1998: 199).
El relato forjado desde el Estado responde a una memoria fosilizada donde se presenta una “uniformización indígena” (García
Linera, 1998: 199) despojada de contradicciones y de práctica política. El principal componente del movimiento aimara-quechua
que García Linera propone revitalizar y que ha sido borrado de la historia son las “formas comunales” (García Linera, 1998: 195).
Estas formas proponen un modo de organización económica antagónico al hegemónico neoliberal. García Linera observa que se ha
tratado de configurar una idea del indígena como “ciudadano civilizado” (García Linera, 1998: 195) para solapar las formas de
organización productiva no capitalistas.
García Linera encuentra en el movimiento aimara-quechua una práctica política que, si bien dialoga y resiste al Estado, este no
se presenta como el principio y el fin de todas sus necesidades.
“El movimiento indígena aimara-quechua, en la ambigüedad que caracteriza a toda acción autónoma de los
subalternos, junto con la demanda inclusiva en la ciudadanía oficial y en los derechos reconocibles por el Estado,
interminablemente ha venido desplegando un conjunto de disposiciones propositivas que no le piden nada a
nadie; que postulan lo que se es como que se debe ser al margen y por encima de lo que la sociedad oficial
dominante pretenda que sea” (García Linera, 1998: 201).
Estas prácticas autoorganizativas serían el germen de lo que podrá devenir en un acontecimiento. Uno de los principales
rivales de este modo de hacer político es el retorno de una memoria colonial, que como señalamos más arriba, reavive la
identificación de los indígenas como lo subalterno y obture la capacidad de verse a sí mismos como gestores del poder político.
Los momentos de rebelión, como la Revolución de 1952, son la principal arma para luchar contra esa reconstrucción de la
memoria de lo indígena como fragmentada. Es precisamente en esos momentos donde el relato indígena se unifica y cobra sentido.
Es por ello que, a falta de textos escritos, García Linera propone retomar esos actos como “el texto donde ir a descubrir el programa
social verificable de los movimientos indígenas”. (García Linera, 1998: 206).
La memoria que García Linera busca que retorne es la memoria del acontecimiento que implicó la Revolución de 1952,
donde se trastocaron las relaciones de poder. Podemos plantear que la memoria a la que apela García Linera es una memoria fértil en
la medida en la que retoma las acciones insurgentes de los sujetos colectivos. Estas son las enseñanzas del pueblo indígena y la
memoria que, a través de sus usos, determinará la posibilidad de aparición de un sujeto político capaz de pujar por su propia
autodeterminación.
A modo de cierre
La memoria fértil es el arma para luchar contra la tendencia de la historia a crear un relato sobre las clases subalternas plano,
unidimensional y vacío. La selección de García Linera por priorizar una memoria que retome los momentos de insurgencia como la
Revolución de 1952 y la “Marcha por la vida” nos permite pensar en la potencia de sus usos. En este sentido, la teoría sobre el
acontecimiento de García Linera pone en evidencia la necesidad de insistir sobre lo que Benjamin (1973) llamó “el instante de
peligro”.
“No son acontecimientos cotidianos” sugiere García Linera (2000), sino que hay un criterio de selección, por parte del
historiador y del intelectual, que debe priorizar algunos relatos sobre otros. Los fragmentos recuperados son los que tienen a las
clases subalternas como protagonistas. Acontecimientos que ponen en evidencia que esas clases son capaces de unificación a pesar
de lo que la historia hegemónica insista en contar, pero también muestran que la capacidad de autoorganización es posible de
establecer cortes en la historia que reviertan tendencialmente el orden impuesto.
García Linera insiste en que en cada condición obrera hubo una memoria que retornó y que fue clave a la hora de configurar la
subjetividad de ese obrero. Pero también expone que la memoria puede ser un factor que repercuta en conductas conservadoras.
Lejos de las idealizaciones de las clases subalternas García Linera muestra las distintas facetas del retorno de una memoria que
puede operar tanto como reactivación de poder de autoorganización pero también como un núcleo duro y paralizante. El pensador
boliviano nos trae distintas formas de la memoria que puede ser un saber-hacer, una forma de organización comunal-agraria o una
sumisión proveniente de la época de la colonia. De una u otra manera, estas observaciones señalan la articulación clave entre
memoria y procesos de subjetivación.
El momento en el que García Linera redacta los textos aquí analizados nos permite pensar sobre sus intenciones, alcances y
limitaciones. Entre su condición de intelectual y de militante, el pensador boliviano busca recuperar una memoria que traiga pistas
para la acción de un sujeto colectivo en su presente.
En este sentido, podemos retomar nuestra hipótesis de lectura (hay elementos en la obra de García Linera para desarrollar una
teoría del sujeto político que encuentra una de sus principales determinantes en los usos que el autor hace de la memoria) y plantear
que, si hay en el pensamiento de García Linera una teoría del sujeto político, esta no puede prescindir de la memoria como factor
clave. Una memoria que en sus retornos es capaz de reavivar el poder constituyente y la capacidad de organización autónoma de una
sociedad, pero también de despertar tendencias conservadoras.
El modo en el que García Linera hace uso de la memoria es netamente político. Por lo tanto, es un modo que debe afrontarse a
las urgencias de su presente como escollos que exigen una solución. La coyuntura en la que García Linera se inscribe trae preguntas
nuevas donde el uso político de la memoria le permite esbozar algunas aproximaciones. Estas serán siempre un modo de
intervención política, una posición que el sujeto político debe tomar para actuar sobre esa coyuntura. En otras palabras, el uso que
García Linera hace de la memoria habilita pensar una práctica política para un sujeto colectivo.

Bibliografía
BENJAMIN, Walter. 1973. “Tesis de filosofía de la historia”, en: Discursos interrumpidos., España: Planeta-Agosti pp. 177-191
DERRIDA, Jacques. 1995. Espectros de Marx. Madrid: Editora Nacional.
FANON, Frantz. 1961. Los condenados de la tierra. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. GARCÍA LINERA, Álvaro. 1999. “Los ciclos históricos de la condición obrera en bolivia (18251999)”, en:
Stefanoni, P. La potencia plebeya. Buenos Aires: CLACSO, pp: 151-162.
GARCÍA LINERA, Álvaro. 2000. “La muerte de la condición obrera del siglo XX. La marcha minera por la vida, en Stefanoni, P. La potencia plebeya. Buenos Aires: CLACSO, pp: 163-192.
GARCÍA LINERA, Álvaro. 1997. “Narrativa colonia y narrativa comunal. Un acercamiento a la rebelión como reinvención de la política”, en: Stefanoni, P. La potencia plebeya. Buenos Aires: CLACSO, pp: 193-
208.
GRAMSCI, Antonio. 1932-35. “Apuntes sobre la historia de las clases subalternas. Criterios metódicos”, en: Sacristán, M. Antología. Buenos Aires: Siglo XXI, pp: 491-493.
GONZÁLEZ, Horacio. “Nombre, identidad y memoria”. 2014, 10, 12. Página 12. Argentina. 1252770.
RICOEUR, Paul. 2004. La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
TODOROV, Tzvetan. 2000. Los usos de la memoria: Barcelona: Ediciones península.
* Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA.FSOC) y maestrando en Estudios Interdisciplinarios del Sujeto y la Subjetividad (UBA. FyL). Investigador del Centro Cultural de la Cooperación Floreal
Gorini. Co-Ayudante en la Cátedra Romé (Teorías y prácticas de la Comunicación III). Miembro del Miembro del proyecto UBACyT “Figuras de la subjetividad política en la Argentina contemporánea (2001-
2015). Un aporte desde el análisis de la producción social de las significaciones” (IIGG, UBA). Miembro del Proyecto de Reconocimiento Institucional “Sobredeterminación, discurso y política. Crítica de las
ideologías de la comunicación política” (FSOC, UBA).

LOS CICLOS HISTÓRICOS DE LA FORMACIÓN DE LA CONDICIÓN

OBRERA MINERA EN BOLIVIA (1825-1999) 12


El desarrollo de la producción minera en Bolivia, desde inicios de la república, se ha caracterizado por
la coexistencia de complejas formas de organización del trabajo, que van desde el rudimentario trabajo
manual en la extracción y refinamiento de los minerales, pasando por organizaciones laborales artesanales
y semi-industriales en pequeña escala, hasta modernos sistemas de extracción masiva sin rieles, y
sofisticados tratamientos computarizados de la roca mineralizada. En la misma medida, la condición
obrera de los trabajadores mineros ha estado y está atravesada por el mismo grado de complejización y
abigarramiento, con la coexistencia de obreros disciplinados por el moderno régimen industrial, junto a
obreros temporales vinculados a actividades agrícolas comunales, y obreros-artesanos distribuidos en
unidades familiares o individuales. Igualmente, la subjetividad de clase ha estado marcada por la cohesión
corporativa otorgada por los grandes centros mineros donde vivían y trabajaban dos, tres o cinco mil
obreros, junto con la subjetividad atomizada del “cooperativista” y los hábitos agrarios esquivos del
obrero temporal.
Cada una de estas cualidades técnicas y organizativas ha otorgado a cada época histórica
características específicas de la condición objetiva de clase y de las posibilidades de autounificación de
clase, esto es, de la identidad de clase con capacidad de ejercer efectos políticos en la estructura social. En
general, se puede decir que la condición obrera minera ha tenido tres grandes periodos desde la fundación
de la república, correspondientes a tres grandes etapas de las cualidades materiales y organizativas de la
producción minera:
EL OBRERO ARTESANO DE EMPRESA
La primera, de 1850 a 1900, en la cual la composición del proletariado minero va a estar sustentada en

12
Texto extraído de Álvaro García Linera, “Los ciclos históricos de la formación de la condición obrera minera en Bolivia (1825-
1999)”, en Revista Umbrales, No. 7, 2000.
el obrero artesano de empresa. Se trata de un obrero agrupado en centros industriales que extraen en gran
escala, como en Huanchaca, Portugalete, Real Socavón, Chorolque o Antequera, pero no a partir de una
especialización globalmente escalonada del trabajo, sino a través de una concentración masiva de
operarios artesanos que despliegan individualmente habilidades productivas segmentadas. Los
trabajadores, aunque comienzan a concentrarse en pueblos, no han interiorizado como hábito y prejuicio
colectivo la disciplina industrial, por lo que son poco afectos a unificaciones corporativas que enraícen
una identidad duradera. Mantienen fuertes vínculos con la estructura productiva comunal-campesina,
manifiesta en sus formas de resistencia, como el motín, la fiesta, el uso del tiempo y el cajcheo.13 En esta
época, a pesar de la gran renovación tecnológica que va a experimentar la minería, cerca del 35 % de la
producción de empresas “modernas”, como Huanchaca, va a depender del trabajo Cajcha y de la
laboriosidad manual de palliris14 que, como en esta empresa, llegan a constituir el 43 % de la fuerza
laboral.15 Se puede decir que hasta aquí, la subsunción formal de la fuerza de trabajo al capital sólo ha
adquirido la característica de la agregación a gran escala de operarios artesanos quienes, portadores
de una productividad autónoma, la ejercen al interior de un sistema industrial sostenido por crecientes
procesos de subsunción real16 de procesos técnicos específicos, como el procesamiento y el transporte. La
subsunción formal del proceso de trabajo es, en este caso, primaria, con lo cual la propia subjetividad
obrera está anclada en la temporalidad agraria o artesanal, más que en la propia industria.
En estos momentos, la organización obrera estará marcada por las cajas de socorro o las mutuales con
base territorial.17 Básicamente, son estructuras de solidaridad por empresa o localidad, y con facultades de
reivindicación de demandas referidas a un segmentado mercado de fuerza de trabajo. En términos de
efecto estatal, su dispersión práctica y simbólica, y su intermitente tránsito a los mecanismos de adhesión
agrarios, permitía que su representación colectiva quedara diluida en las construcciones discursivas y los
aprestos facciosos con los que partidos y caudillos militares interpelaban al “pueblo” para encumbrarse en
puestos de gobierno.
El basamento técnico que sostendrá esta forma de constitución obrera será el de una coexistencia
claramente segmentada dentro de cada mina, de medios de trabajo artesanales y manuales en el proceso
de trabajo inmediato, con innovaciones en la infraestructura, como los rieles y carros metaleros para la
extracción y transporte del mineral, acueductos y máquinas a vapor para el desagüe, hornos de doble
bóveda, selección magnética de mineral y tinas de amalgamación calentadas por vapor, 18 que culminarán
con la sustitución definitiva del antiguo “repasiri” colonial, que amalgamaba con los pies el mineral y el
azogue.19
Si bien es cierto que a finales del siglo XIX se ha de introducir el uso de dinamita y las máquinas
compresoras de aire, que preparan una revolución en el sistema de organización del trabajo en el interior
de la mina, es una introducción tardía, cuyos efectos han de ser limitados por la rápida debacle de la
minería de la plata y, con ello, de los conglomerados obreros, cerca de veinte mil, que estaban vinculados
a ella.
La moderna minería de la plata de finales de siglo, con sus pueblos mineros y conglomerados obreros
desaparecerá de la misma manera rápida como emergió, cercenando los procesos de acumulación
organizativa y subjetiva de ese proletariado minero, que nuevamente será lanzado a las haciendas, a las
comunidades o al trabajo por cuenta propia. Es en este sentido que hay que hablar del fin de un tipo de
condición obrera y de la extinción de un ciclo de lenta acumulación de experiencias, que apenas llegó a
treinta años y que no pudo ser ni mantenida ni transmitida de una manera orgánica, sistemática, a un

13
Práctica de los trabajadores nativos que, de sábado a domingo, explotaban y recogían mineral, sin ningún tipo de control (N.
delE.). Al respecto, véase Gustavo Rodríguez, El socavón y el sindicato, La Paz, Instituto Latinoamericano de Investigaciones
Sociales (ILDIS), 1991; y de este mismo autor, “Vida, trabajo y luchas sociales de los trabajadores mineros de la serranía Corocoro-
Chacarilla”, en Historia y Cultura, N° 9, 1986.
14
Del quechua pallay (recoger). El término designaba en la época colonial y al principio de la república a las personas que
seleccionaban el mineral. Con el transcurso de los años, esta actividad se fue feminizando y hoy en día el término designa a las
mujeres que trabajan seleccionando y recogiendo mineral entre los desechos de la explotación minera (N. delE.).
15
Antonio Mitre, Los patriarcas de la plata, Lima, Instituto de Estudios Peruanos (IEP), 1981.
17Karl Marx, El capital, México, Siglo XXI, 1985, Capítulo VI (inédito).
16

18Ibíd.
Antonio Mitre, Los patriarcas de la plata, op. cit.
19
Peter Bakewell, Mineros de la montaña roja 1545-1650, Madrid, Alianza, 1983; Enrique Tandeter, Coacción y mercado: la
minería de la plata en el Potosí colonial 1692-1896, Cuzco, Centro de Estudios Regionales Andinos ( CERA) Bartolomé de las
Casas, 1992.
nuevo contingente obrero capaz de recibir esa labor como herencia sobre la cual levantar nuevas
construcciones identitarias.
E L OBRERO DE OFICIO DE GRAN EMPRESA
El segundo ciclo de la condición obrera minera se iniciará a finales de la primera década del siglo XX,
con el repunte de la minería del estaño y la aparición del obrero de oficio de gran empresa . En términos
técnicos, es un obrero heredero del virtuosismo artesanal del antiguo obrero, pero con la diferencia de que
la habilidad portada en el cuerpo, y de la cual depende la producción, se halla asentada en una nueva
realidad tecnológica, que se articula en torno a la destreza personal del obrero de oficio.
La pericia (destreza, aptitud) laboral no es de carácter simple y rutinario, como era la del obrero-
artesano; la destreza personalmente poseída y depositada en los movimientos del cuerpo es compleja,
pues combina varias funciones simultáneas, pero además articula la eficacia de un sistema tecnológico
vasto, que despliega su rendimiento en función de la sabiduría laboral poseída por este nuevo obrero. Es
un obrero que ya no trabaja con técnicas artesanales sino industriales, pero supeditadas al virtuosismo del
cuerpo obrero, a sus movimientos, a sus saberes personalizados, que no han podido ser arrebatados por el
movimiento maquinal. El modelo paradigmático de este tipo de obrero es el maestro perforista que,
rodeado de un armazón de maquinarias y sistema de trabajo tecnificados, desata la productividad de ese
entorno mecanizado, por el conjunto de aptitudes corporales y conocimientos personales que ha adquirido
a través de la experiencia, y sin los cuales todos los medios tecnológicos se vuelven inoperantes,
improductivos. Algo similar comenzará a suceder con los mecánicos, carpinteros y la gente encargada de
la prospección.
El obrero de oficio es un obrero que, resultado del nuevo soporte técnico en el trabajo, implementado
por las principales empresas estañíferas desde la década de los veinte, que aniquiló al errático obrero
artesano, tiene un enorme poder sobre esos medios de trabajo, pues sólo el obrero y su destreza pueden
despertar la elevada productividad contenida en las máquinas.20
Este poder obrero sobre la capacidad productiva de los medios de trabajo industrial habilita no sólo un
amplio ejercicio de autonomía laboral dentro la extracción o refinamiento, sino que, además, crea la
condición de posibilidad de una autopercepción protagónica en el mundo: la empresa, con sus
monstruosas máquinas, sus gigantescas inversiones, sus fantásticas ganancias, tiene como núcleo de su
existencia al obrero de oficio; sólo él permite sacar de la muerte ese sistema maquinal que tapiza la mina;
sólo él sabe cómo volver rendidora la máquina, cómo seguir una veta, cómo distribuir funciones y
saberes. Esta autoconfianza productiva, y específicamente técnica, del trabajo dentro del proceso de
trabajo, con el tiempo dará lugar a la centralidad de clase, que parecería ser precisamente la trasposición
al ámbito político estatal de este posicionamiento productivo y objetivo del trabajador en la mina.
Paralelamente, la consolidación de este tipo de trabajador como centro ordenador del sistema laboral
creará un procedimiento de ascensos laborales y promociones dentro de la empresa, basados en el ascenso
por antigüedad, el aprendizaje práctico alrededor del maestro de oficio y la disciplina laboral industrial,
legitimados por el acceso a prerrogativas monetarias, cognitivas y simbólicas, escalonadamente repartidas
entre los segmentos obreros.
El épico espíritu corporativo del sindicalismo boliviano nació, precisamente, de la cohesión y mando
de un núcleo obrero compuesto por el maestro de oficio, cuya posición recreaba en torno suyo una cadena
de mandos y fidelidades obreras, mediante la acumulación de experiencias en el tiempo y el aprendizaje
práctico, que luego eran transmitidas a los recién llegados a través de una rígida estructura de disciplinas
obreras recompensadas con el “secreto” de oficio y la remuneración por antigüedad. Esta racionalidad en
el interior del centro de trabajo habilitó la presencia de un trabajador poseedor de una doble narrativa
social. En primer lugar, de una narrativa del tiempo histórico, que va del pasado hacia el futuro, pues éste
es verosímil por el contrato fijo, la continuidad en la empresa y la vida en el campamento o villa obrera.
En segundo término, de una narrativa de la continuidad de la clase, en tanto el aprendiz reconoce su
devenir en el maestro de oficio, y el “antiguo”, portador de la mayor jerarquía, ha de entregar poco a poco
sus “secretos” a los jóvenes, que harán lo mismo con los nuevos que lleguen, en una cadena de herencias
culturales y simbólicas que aseguran la acumulación de la experiencia sindical de clase.

20
Sobre el obrero de oficio en la industria, véase Benjamin Coriat, El taller y el cronómetro, Madrid, Siglo XXI, 1985.
La necesidad de anclar este “capital humano” en la empresa, pues de él dependen gran parte de los
índices de productividad maquinal y en él están corporeizados saberes indispensables para la producción,
empujaron a la patronal a consolidar el anclaje definitivo del obrero en el trabajo asalariado, a través de la
institucionalización del ascenso laboral por antigüedad. Ello, sin duda, requirió un doblegamiento del
fuerte vínculo de los obreros con el mundo agrario, mediante la ampliación de los espacios mercantiles
para la reproducción de la fuerza de trabajo, el cambio de hábitos alimenticios, de formas de vida y de
ética del trabajo, en lo que puede considerarse como un violento proceso de sedentarización de la
condición obrera, y la paulatina extirpación de estructuras de comportamiento y conceptualización del
tiempo social ligadas a los ritmos de trabajo agrarios. Hoy sabemos que estas transformaciones nunca
fueron completas; que incluso ahora continúan mediante la lucha patronal por anular el tiempo de
pijcheo21 y que, en general, dieron lugar al nacimiento de híbridas estructuras mentales, que combinan
racionalidades agrarias, como el intercambio simbólico con la naturaleza ritualizado en fiestas, wajtas22
23
y pijcheos, o el de las formas asamblearias de deliberación, con comportamientos propios de la
racionalidad industrial, como la asociación por centro de trabajo, la disciplina laboral, la unidad familiar
patriarcal y la mercantilización de las condiciones de reproducción social.
La sedentarización obrera, como condición objetiva de la producción capitalista en gran escala, dio
lugar entonces a que los campamentos mineros no fueran ya únicamente dormitorios provisionales de una
fuerza de trabajo itinerante, como lo era hasta entonces; permitió que se volvieran centros de construcción
de una cultura obrera a largo plazo, en la que quedó depositada espacialmente la memoria colectiva de la
clase.
La llamada “acumulación en el seno de la clase”,24 no es pues un hecho meramente discursivo; es, ante
todo, una estructura mental colectiva, arraigada como cultura general, con capacidad de reservarse y
ampliarse; la posibilidad de lo que hemos denominado narrativa interna de clase y la presencia de un
espacio físico de la continuidad y sedimentación de la experiencia colectiva fueron condiciones de
posibilidad simbólica y física que, con el tiempo, permitieron la constitución de esas formas de identidad
política trascendente del conglomerado obrero, con la cual pueden construirse momentos duraderos de la
identidad política del proletariado minero, como la revolución de 1952, la resistencia a las dictaduras
militares y la reconquista de la democracia parlamentaria.
Pero además, la forma contractual que permitió la retención de una fuerza de trabajo errante fue el
contrato por tiempo indefinido, tan característico del proletariado boliviano en general y del proletariado
minero en particular desde los años cuarenta, convertida en fuerza de ley desde los años cincuenta.
El contrato por tiempo indefinido aseguraba la retención del obrero de oficio, de su saber, de su
continuidad laboral y su adhesión a la empresa por largos periodos. De hecho, ésta fue una necesidad
empresarial que permitió llevar adelante la efectividad de los cambios tecnológicos y organizativos dentro
de la inversión capitalista minera. Pero, además, esto permitirá crear una representación social del tiempo
homogéneo y de prácticas acumulativas, que culminan un ciclo de vida obrero asentado en la jubilación y
el apoyo de las nuevas generaciones. El contrato a tiempo indefinido permite prever el porvenir individual
en un devenir colectivo de largo aliento y, por tanto, permite comprometerse con ese porvenir y ese
colectivo, porque sus logros podrán ser usufructuados en el tiempo. Estamos hablando de la construcción
de un tiempo de clase caracterizado por la previsibilidad, por un sentido de destino certero y
enraizamientos geográficos que habilitarán compromisos a largo plazo y osadías virtuosas en pos de un
porvenir factible, por el cual vale la pena luchar, pues existe, es palpable. Nadie lucha sin un mínimo de
certidumbre de que se puede ganar, pero tampoco sin un mínimo de convicción de que sus frutos podrán
ser aprovechados en el tiempo. El contrato por tiempo indefinido del obrero de oficio funda positivamente
la creencia en un porvenir por el cual vale la pena luchar, porque, al fin y al cabo, sólo se pelea por un
futuro cuando se sabe que hay futuro.
Por tanto, este moderno obrero de oficio se presenta ante la historia como un sujeto condensado,
portador de una temporalidad social específica y de una potencia narrativa de largo aliento, sobre las
cuales se levantarán las acciones autoafirmativas de clase más importantes del proletariado minero en el
21
22
Mascado de coca o, más precisamente, succión de una bola de hojas de coca insalivadas, que se mantiene en la boca como un
estimulante suave y no adictivo (N. del E).
23
Ofrendas a la tierra para iniciar la siembra (N. del E.).
24
René Zavaleta, Las masas en noviembre, La Paz, Juventud, 1985.
último siglo. La virtud histórica de estos obreros radicará, precisamente, en su capacidad de haber
trabajado estas condiciones de posibilidad material y simbólica para sus propios fines. De ahí la épica con
la que estos generosos obreros bañarán y dignificarán la historia de este pequeño país.
La base técnica sobre la cual se constituirá esta forma de obrerización de la fuerza de trabajo minera
será la de la paulatina sustitución del diésel y el carbón de los generadores de luz por la electricidad como
fuerza motriz de las máquinas; ferrocarriles y camiones para el transporte de mineral, que ampliarán la
división técnica del trabajo y sustituirán radicalmente la fuerza motriz del transporte y acarreo. En los
ingenios, se introducirá el sistema de preconcentración Sink and float,25 que terminó desplazando el
trabajo de las palliris, mientras que en la extracción, ya sea que se mantuviera el método tradicional o el
nuevo llamado Block Caving (o excavación por bloques), la tracción eléctrica y el uso de barrenos de aire
comprimido o eléctricos, reconfigurará los sistemas de trabajo y consagrará la importancia de los obreros
de oficio en los procesos de producción mineros.
Ciertamente, no se trata de que esta revolución en la base tecnológica y organizativa del trabajo
capitalista creara por sí misma las cualidades del proletariado minero industrial; tal mecanicismo olvida
que los sistemas técnicos similares despiertan respuestas sociales y subjetivas radicalmente distintas de un
país a otro, de una localidad a otra, de una empresa a otra. Lo que importa, en todo caso, es lo que
Zavaleta llamaba el “modo de recepción de las estructuras técnicas”, esto es, de la manera en que son
trabajadas, significadas, burladas, utilizadas y aprovechadas por los conglomerados sociales. En este acto,
el trabajador acude con su experiencia y memoria singular, sus hábitos y saberes específicos heredados
del trabajo, la familia, el entorno local, y con este bagaje peculiar e irrepetible en otro lugar, resignifica
culturalmente los nuevos soportes técnicos de su actividad de trabajo. El resultado de esta lectura y
asimilación resultará de la aplicación de diagramas culturales previos sobre la nueva materialidad, con lo
que habrá una predominancia del pasado sobre el presente, de los esquemas mentales heredados y las
prácticas aprendidas, sobre la cualidad maquinal.
Pero a la vez, esos esquemas mentales activados, exigidos, sólo podrán ser despertados del letargo o la
potencialidad por este nuevo basamento tecnológico, y además, adquirirán una dimensión objetiva:
quedarán enraizados, devaluados o ampliados sólo en la medida de la existencia de esas estructuras
técnicas. En ese sentido, existe una determinación de la composición técnicomaterial sobre la
composición simbólica organizativa del trabajador. La interacción histórica de estos niveles de
determinación es lo que nos da la formación de la condición de clase. De ahí que no sea casual que los
núcleos obreros que más contribuyeron a crear una vigorosa subjetividad obrera, con capacidad de efecto
político estatal, hayan sido los que se concentraban en las grandes empresas, en las que estaban instituidas
plenamente estas cualidades de la composición material de clase. Patiño Mines, Llallagua, Oploca,
Unificada, Colquiri y Araca son los centros de trabajo donde se han ido construyendo, desde muy
temprano, modalidades de organización obrera que, desde las cajas de socorro y mutuales, pasaron
rápidamente a las de centros de estudio, ligas y federaciones con carácter territorial; esto es, con
capacidad de agrupar a personas de distintos oficios asentadas en una misma área geográfica. Proletarios,
empleados, comerciantes y sastres participan de una misma organización, lo que le da una fuerza de
movilización local, aunque con mayores posibilidades de que los intereses específicos de los asalariados
queden diluidos en los de otros sectores, poseedores de mayor experiencia organizativa y manejo de los
códigos del lenguaje legítimo.
El tránsito a la forma sindical no fue abrupto en estos grandes centros mineros. Primero fueron los
sindicatos de oficios varios, emergentes en los años veinte, que continuaban la tradición de agregación
territorial; finalmente, se crearon los sindicatos por centro de trabajo que, después de la guerra del Chaco,
se erigirán como la forma predominante que adquirirá la organización laboral minera.
A partir de estos nudos organizativos, como los sindicatos y las asociaciones culturales, con el tiempo
se irá articulando una red, que dará lugar a la más importante identidad corporativa de clase de la
sociedad boliviana, primero en torno a la federación sindical de trabajadores mineros de Bolivia ( FSTMB), y
luego, después de la revolución de abril de 1952, con la Central Obrera Boliviana ( COB). En estos años
previos a 1952, y apoyada en la forma institucional del sindicato como lugar de acumulación de la
experiencia de clase, se irá enlazando toda una narrativa obrera, fundada en el drama de las masacres de

25
Manuel Contreras, Tecnología moderna en los Andes, La Paz, ILDIS, Biblioteca Minera Boliviana, 1994.
obreros con pechos desnudos, mujeres envueltas en banderas tricolores y una autopercepción de que el
país existe gracias a su trabajo. El resto de los esquemas mentales con los que los obreros imaginarán su
futuro estará guiado por la certeza inapelable de redención colectiva ganada por tanto sufrimiento. Es por
ello que se puede decir que, desde la revolución de 1952, el obrero minero se ve a sí mismo como un
cuerpo colectivo de tormento, portador de un futuro factible que, por ello mismo, porque es viable, puede
arriesgarse y pelearse sostenidamente por él. Se trata de una específica subjetividad productiva, 26 que
vincula el sacrificio laboral y callejero con un porvenir de recompensa histórica. La duración de estas
cualidades organizativas, materiales y simbólicas del proletariado minero que tiene sus inicios en los años
treinta, su apogeo en los años cincuenta, sesenta, y setenta, y su declive en los años ochenta del siglo
pasado, llegará a su fin, de una manera poco heroica y en gran medida miserable a finales de los años
ochenta, con el desmantelamiento de los grandes centros mineros, la progresiva muerte del obrero de
oficio y su sustitución por un nuevo tipo de condición obrera.
E L OBRERO DE ESPECIALIZACIÓN INDUSTRIAL FLEXIBLE
El fin del ciclo del estaño en la minería boliviana ha sido también el fin de la minería estatal, de las
grandes ciudadelas obreras, del sindicalismo como mediador entre Estado y sociedad, como mecanismo
de ascenso social; pero también del obrero de oficio industrial y de la identidad de clase construida en
torno a todos estos elementos técnicos, políticos y culturales. Nada ha sustituido aún plenamente a la
antigua condición obrera; en pequeñas y aisladas empresas, subsiste parte de las cualidades de la antigua
organización del trabajo, unificada en torno al maestro perforista; en otras se ha regresado a sistemas de
trabajo más antiguos, manuales y artesanales; pero en las empresas que comienzan a desempeñar el papel
más gravitante y ascendente dentro de la producción minera, la llamada Minería Mediana, se está
generando un tipo de trabajador que técnica y organizativamente tiende a presentarse como el sustituto
del que prevaleció durante sesenta años.
Este nuevo trabajador ya no está reunido en grandes contingentes. Hoy, ninguna empresa tiene más de
setecientos trabajadores, e internamente se han reestructurado los sistemas de división del trabajo, de
rotación, de ascenso y cualificación técnica del laboreo. El nuevo trabajador, a diferencia del antiguo, que
cumplía un oficio y ocupaba un puesto en función del aprendizaje práctico en una línea de ascenso
rígidamente establecida, hoy es de tipo polivalente, capacitado para desempeñar varias funciones según
los requerimientos de la empresa, y entre las que la perforación, o no existe, por la operación a cielo
abierto (Inti Raymi), o es una más de las operaciones intercambiables susceptible de ser atendida tras
breves cursos de manipulación de palancas y botones que guían las perforaciones (Mina Bolívar). Por lo
demás, esta actividad ya no tiene la jerarquía suprema que anteriormente poseía, además de que ya no
culmina una serie de conocimientos trasmitidos por un escalonamiento de oficios que aseguraban una
herencia de saberes de clase entre los trabajadores más antiguos y los más jóvenes.
Dado que cada vez cuenta más la eficiencia en las tareas asignadas, la destreza en operaciones de
aprendizaje rápido y la capacidad para adecuarse a las innovaciones decididas por la gerencia, toda una
carrera obrera de ascensos, privilegios y méritos fundados en la antigüedad y, hasta cierto punto, el
autocontrol obrero de su historia dentro de la empresa, comienza a ser sustituida por una competencia por
beneficios y méritos basada en cursos de capacitación (“licencias”), pautas de obediencia, productividad,
polifuncionalidad y otros requerimientos establecidos por la gerencia.
Está naciendo, así, un tipo de obrero portador de unos andamiajes materiales muy distintos a los que
caracterizaron al obrero de la Patiño o la Corporación Minera de Bolivia ( COMIBOL). Dado que el saber
productivo indispensable para despertar la productividad maquinal recae menos en el trabajador
individual que en los sistemas automatizados y la inversión en capital fijo, el contrato a plazo indefinido
ya no se presenta como condición indispensable, ni tampoco la retención del personal en función de la
antigüedad, que estratificaba la acumulación de habilidades y su importancia productiva en la empresa.
En otros casos, la polifuncionalidad obrera, que quiebra el sistema de ascensos y disciplinas anterior,
está viniendo de la mano, no tanto de renovaciones tecnológicas, como de reestructuraciones en la
organización del proceso de trabajo y de la forma de pagos (Caracoles, Sayaquira, Avicaya, Amayapampa,
etcétera). En vez de la anterior división del trabajo, claramente definida en secciones y escalones internos,

26
Antonio Negri, Marx más allá de Marx. Nueve Lecciones sobre los Grundrisse, nueva York, Automedia, 1991.
la nueva arquitectura laboral se ha vuelto elástica, obligando a los trabajadores a cumplir, según sus
propias metas de pago, el oficio de “perforista”, “ayudante” “carrilero”, “enmaderador”, etcétera; o
incluso interviniendo en el ingenio para el procesamiento del mineral. El cambio del sistema de pago por
función cumplida o volumen de roca extraída, a la de remuneración por cantidad de mineral procesado y
refinado entregado a la empresa, ha creado en varias empresas una polivalencia asentada en la antigua
base tecnológica, aunque con los mismos efectos disolventes de la antigua organización y subjetividad
obrera.
Objetivamente, todas las condiciones de posibilidad material que sostuvieron las prácticas
organizativas de cohesión, disciplina, mandos propios y autopercepciones sobre su destino, han sido
revocadas por unas nuevas, que no acaban aún de ser nuevamente trabajadas, para dar pie a nuevas
estructuras de identidad de clase. Se puede decir que las estructuras materiales que sostuvieron las
antiguas estructuras mentales, políticas y culturales del proletariado minero han sido reconfiguradas, y
que las nuevas estructuras mentales y autounificadoras, resultantes de la recepción de las nuevas
estructuras materiales, aún no están consolidadas, son muy débiles y parecerían requerir un largo proceso
de totalización antes de tomar cuerpo en una nueva identidad de clase con efecto estatal.
De ahí ese espíritu atónito, dubitativo y ambiguo que caracteriza a los accionares colectivos que de
rato en rato brotan de este joven trabajador que está comenzando a generar y a vivir la nueva condición de
clase del proletariado minero.

Se propone en el mismo caracterizar las etapas por las que ha pasado la


condición del obrero minero en Bolivia: el obrero artesano de empresa, el obrero de
oficio de gran empresa y el obrero de especialización de industria flexible. Se
detiene sobre todo en la segunda de ella, en tanto es la que se vuelve dominante
desde las primeras décadas del siglo XX hasta mediados de los años ochenta, o sea,
hasta hace poco más de treinta años. Es el momento de la gran producción de
estaño, producción minera que pasa a tener una importante inversión de capital en
maquinaria y tecnología. En función de la extracción del mineral que será vendido
en el mercado externo, el empleo de trabajo es masivo. Ahora bien, en esta lectura
que desarrolla García Linera la fuerza de trabajo obrera retiene de la etapa anterior
y potencia un conjunto de saberes que se vuelven indispensables para la
producción de la mina, incluso también para que el enorme material técnico se
ponga en funcionamiento. Esa situación, que es colectiva, que implica la
transmisión de saberes, y que tiene a la vez claras jerarquías al interior de la clase,
eleva la percepción que de sí mismo tiene el obrero, cuestión que se traslada a la
arena pública y política de la sociedad. Los trabajadores de las minas, en tanto
productores insustituibles de la riqueza, son la representación de la nación; su
protagonismo los hace columna vertebral del pueblo, su nervio principal. Uno de los
hechos políticos fundamentales de la historia de Bolivia del siglo XX, nos referimos a
la revolución de 1952, fue sencillamente su creación. El escrito de García Linera
empuja a que adivinemos toda una épica en la vida de esta clase que, por lo
demás, en tanto conquistó estabilidad laboral plena, se enraizó en nuevos poblados
y puedo también imaginar un futuro. Este momento de la condición obrera, sin
embargo, llega a su final a mediados de los ochenta, en plena crisis política y
económica, cuando el Estado se desentiende de las minas ante la caída que se
arrastra de los precios internacionales. También, digamos, ante una conflictividad
social y política que no encuentra resolución y, al mismo tiempo, ensayando con
éxito los primeros planes económicos neoliberales. Los nuevos obreros mineros, "de
especialización y de industria flexible", además de ser numéricamente menos, no
tienen -es imposible que tengan más allá de deseos individuales- las características
subjetivas de sus antecesores. La pérdida de relevancia nacional, sumada a una
nueva inversión en capital y tecnología de extracción, los vuelve prescindibles. En
otros artículos del grupo Comuna, fechados también por esos años, se advierte que
el nuevo protagonismo social que agitará a la historia última de Bolivia ya no
provendrá de los reducidos trabajadores mineros sino de la irrupción del postergado
sujeto indígena.

XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX

Llegados a esta instancia nos parece pertinente analizar el texto de Álvaro García Linera que fue y
es un actor importantísimo en el proceso que viene atravesando Bolivia desde el 2006, primero como
intelectual y después como funcionario del actual gobierno, del cual es vicepresidente.
El texto que analizamos plantea como el sistema capitalista en su fase neoliberal modificó gran parte
del proceso productivo alterando no sólo las formas del “saber obrero”, herramienta con la que contaban
para presionar, sino sus formas de organización, pues con las reformas neoliberales y una nueva inversión
en capital y tecnología de extracción, los vuelve prescindibles.
Así se paso de un obrero de oficio de gran empresa, que se mantuvo durante gran parte del siglo
XX hasta mediados del 80 a un de especialización de industria flexible", que además de ser
numéricamente menor, pierde las características subjetivas de sus antecesores y su relevancia a nivel
nacional. Este planteo le lleva a pensar que el sujeto de transformación de Bolivia no vendrá de los
trabajadores mineros sino de los pueblos indígenas postergados. Debemos pensar que este artículo lo
escribió durante el 2000, antes de la guerra del gas y posiblemente al calor de los sucesos que venían
produciéndose en Cochabamba.
Pero lo interesante de la obra de García Linera que nos ayuda a relacionar con la película, tiene
que ver con la construcción de la memoria y el rescatar las luchas de los subalternos. En ese sentido nos
gustaría trabajar con un concepto “Memoria “fértil” opuesto al de la “memoria fosilizada”. Entendemos a
la “memoria fósil” como aquella que es meramente descriptiva y cuyos abordaje del pasado es estático,
porque implica un corte entre el pasado y el presente” e incluso sirve para “recordarnos las cadenas y
producir un aletargamiento. Mientras que la memoria Fertil es aquella que en la que rememorando los
hechos del pasado somos capaces de trastocar las relaciones materiales del presente”,

Insistimos en la necesidad de recuperar esos procesos revolucionarios por intermedio de una memoria potencialmente
política para intervenir sobre el presente
A

diferencia de la etapa anterior que él denomina

al agruparse en menor cantidad de trabajadores y en un empleo más volátil, se fragmento las forma de
organización y por ende de resistencia de los trabajadores.

Las mutaciones que acontecen en el mundo de trabajo traen aparejadas consecuencias en las
subjetividades, en la conciencia de los sujetos que constituyen a la sociedad.

EL OBRERO DE ARTESANO DE EMPRESA,


EL OBRERO DE OFICIO DE GRAN EMPRESA (1900-1980) La etapa contiene un conjunto de
saberes obreros que se vuelven indispensables para la producción en la mina. Trasmisión de saberes y
jerarquía al interior de la clase obrera.
EL OBRERO DE ESPECIALIZACION DE INDUSTRIA FLEXIBLE
Ejes de rotación, movimiento y significación
Este texto se piensa de manera analógica, haciendo rotar algunas ideas generadas en
un ámbito para pensar el mundo en otro, en el que, a la vez, se tome en serio la
metáfora.
La primera idea es la de ejes de rotación para pensar lo social y lo político. Se
podría decir que la vida social y política rota en torno a algunos ejes, tanto en términos
de procesos de reproducción de estructura, posiciones de sujetos y significaciones,
como también en el sentido de movimiento, que es la segunda idea que se convierte en
un eje de este análisis.
Las cosas se mueven rotando, reproduciendo y cambiando a la vez, a veces más, a
veces menos. En este movimiento y en la rotación se van reproduciendo significaciones,
se van produciendo nuevas significaciones, se van acumulando y sustituyendo. Un eje
de rotación es, a la vez, un eje de articulación y no sólo de repetición. Son los cambios
en las articulaciones los que van redireccionando el modo en que un eje de rotación
mueve la vida social y política.
Un modo de definir un eje de rotación de lo social y lo político es la noción de
tiempo histórico. Por tiempo histórico se puede entender, según Zavaleta727, que a su vez
sigue a Marx, el modo en que se organiza la relación con la naturaleza en los procesos
de transformación, tanto de la naturaleza interna como de aquella que se vuelve
condición de la producción y reproducción de las condiciones de la vida. De manera
más histórico-social, un tiempo histórico implica un tipo de civilización, es decir, un
modo de articular un modo de producción, un tipo de vida política o de politicidad que
puede, a su vez contener varios modos de producción de significaciones que, junto con
los otros procesos, constituyen subjetividades, las modifican y también las van
reconstituyendo en el tiempo y en diferentes espacios.
Un eje de rotación implica cierto tipo de velocidad. Siguiendo la misma pauta
sugerida por Zavaleta, se podría distinguir un tiempo histórico propio de civilizaciones
agrarias, en las que el eje de rotación responde al modo en que una sociedad sigue a la
naturaleza a través de las estaciones en el conjunto de los procesos productivos, los
reproductivos y la vida política que se organiza para rotar y moverse en torno a un modo
agrario de transformación de la naturaleza. Una parte significativa de los pueblos y
culturas en Bolivia se mueve y rota según un tiempo histórico agrario.

27
René Zavaleta, Lo nacional-popular en Bolivia, México DF: Siglo XXI, 1986
Un otro tipo de eje de rotación es el tiempo histórico propio de la modernidad, que
rompe la circularidad del tiempo agrario. Introduce un tipo de velocidad o aceleración
que tiende a diferenciarse del tiempo estacional de la naturaleza, en la medida en que se
desarrollan capacidades tecnológicas que permiten organizar los procesos de producción
y de transformación de la naturaleza de un modo en que no necesitan seguir las
estaciones. El tiempo moderno está pautado por el ritmo de la industria, pero cabe
considerar —como lo sugirió Walter Benjamin hace mucho tiempo— que una de las
peculiaridades de la modernidad es que una vez que rompe la pauta de reproducción
más o menos sincrónica del conjunto de los aspectos de la vida social, los procesos de
cambio y de transformación de los diferentes ámbitos de la producción y de la política,
incluso en el mismo seno de la producción, empiezan a realizarse a ritmos diferentes, a
velocidades diferenciadas, de tal manera que ya no se podría sostener que toda la
sociedad se mueve al mismo tiempo. Esto implica que se configuran varios ejes de
rotación con velocidades diferentes, en tanto ejes de movimientos de las dimensiones
modernas de la vida social y política. En este sentido, también los procesos de
significación adquieren un dinamismo diferenciado y más entrecruzado.
El rodeo realizado con la introducción de estas ideas sirve para plantear una
interpretación de Bolivia a partir de la idea de que en el país se entrecruzan varios
tiempos históricos, por lo tanto, que la vida social, económica y política del país se
mueve en torno a una diversidad de ejes de rotación y de significación que, primero,
responden a estos dos tipos de temporalidad: la moderna y la agraria, así como en torno
a algunos ejes de rotación mucho más contingentes e inestables que se producen en
aquellos puntos donde la articulación o la sobreposición de fragmentos de estos
diferentes tipos de sociedad generan movimientos, significaciones y sujetos.
Hasta aquí esto es una adaptación de lo ya propuesto por René Zavaleta: la idea de
formación social abigarrada, que consiste en pensar que hay países como Bolivia que se
caracterizan por la sobreposición desarticulada de varios tiempos históricos, que implica
una diversidad de modos de producción, de estructuras de autoridad y cosmovisiones
que no producen un tipo de unidad estable o un nuevo tipo de sociedad, sino este tipo de
coexistencia, todavía colonial, de alguna manera.
Aquí se trabaja esta idea introduciendo las nociones de rotación, movimiento y
significación para analizar algunos cambios, tendencias y movimientos que se están
produciendo, sobre todo a nivel político y cultural en el país. Procedo de manera más o
menos analítica, introduciendo algunos componentes y caracterizando cada uno de los
ejes de rotación para, luego, pensar su interacción, aunque a veces es inevitable hablar
de la interacción al hacer una primera introducción de cada eje.
El eje de rotación agrario o el tiempo histórico agrario
En el país, durante la colonia y hasta hoy, se ha experimentado la reproducción de
estructuras sociales de carácter comunitario que corresponden a culturas previas a la
conquista del continente. Esto implica que no sólo se siguen hablando otras lenguas,
como el aymara, el quechua, el guaraní, sino que estos pueblos mantienen sus
estructuras sociales-productivas con algunos cambios más o menos significativos, su
cosmovisión y, en cierto sentido fuerte, son como otras sociedades dentro del país que,
por lo general, existen de manera discontinua, tanto en tierras altas como en tierras
bajas. En rigor, son varias sociedades que ocupan de manera discontinua varios
territorios del país; pienso que Bolivia es un país multisocietal y no sólo multicultural.
Esto implica que durante mucho tiempo estos pueblos han rotado en torno a un eje
que les ha permitido reproducir más o menos en todo el conjunto de su sociedad en
condiciones de subordinación colonial, durante un buen tiempo, y de subordinación
neocolonial en tiempos liberales inmediatamente posteriores a la independencia, hasta
las condiciones neoliberales recientes. Hay varios ejes de rotación que tienen la
característica de moverse de acuerdo a una temporalidad propia de una civilización
agraria.
Se decía que en Bolivia existen como 40 pueblos, algunos sostienen que sólo
quedan 36. Una buena parte de ellos son pueblos agrarios con estructura comunitaria,
aunque hablen diferentes lenguas y tengan un origen étnico diferenciado. Hay varios
ejes de rotación de temporalidad agraria, porque son diferentes pueblos que, de manera
más o menos autónoma, se han reproducido a lo largo de siglos bajo el dominio colonial
y liberal. Se podría decir que rotan más o menos a la misma velocidad, sufriendo las
modificaciones propias de la interacción y subordinación al tipo de propiedad
latifundista de la tierra y a la producción capitalista minera y de explotación de otros
recursos naturales que han incorporado como fuerza de trabajo, más o menos servil,
tributaria o proletaria, a las poblaciones que forman parte de estos pueblos y culturas.
No interesa a este texto el hacer una historia de la rotación de estas culturas a través de
los siglos, sino hablar de su movimiento contemporáneo.
Se habla de cómo se está moviendo, en términos de la rotación regular que
reproduce sus estructuras comunitarias, el conjunto de sus culturas o un eje de rotación
paralela que los acelera, en el sentido de que esto es resultado de su interacción con el
estado boliviano y la sociedad civil del país, de la cual también han entrado a formar
parte a través de varias formas de organización y representación.
Los pueblos de matriz social agraria han producido una duplicación y, por lo tanto,
la emergencia de otro eje de rotación. Junto a la estructura comunitaria, y en muchos
casos a partir de ella, se han organizado formas de participación en la sociedad civil, es
decir, en ese ámbito propio de la división moderna entre estado y sociedad civil, que
implica la separación de la dimensión de la política respecto del reto de la vida social,
que no existe en el seno de las comunidades. Esto se sigue manteniendo en el eje de
rotación primario, o el eje telúrico de rotación, que es de carácter comunitario.
Paralelamente se han configurado varios ejes de rotación en torno a la sociedad civil.
Aquí cabe recordar brevemente que, por un lado, sobre todo en territorios de cultura
aymara y quechua, se han creado sindicatos campesinos desde hace mucho tiempo.
Hubo también formas anteriores de articulación de otro tipo de instituciones y formas de
asociación por medio de las cuales comunarios han tratado de organizarse para reclamar
derechos en el seno de o en relación al estado boliviano, por lo tanto, configurando
instituciones de la sociedad civil.
Me refiero brevemente a algunos procesos más recientes, ya que esto tiene una
larga historia. Por un lado, en territorios del altiplano, con predominancia aymara-
quechua, el sindicalismo campesino produjo sus formas de autonomía o independencia
política hacia fines de los años setenta. Desde entonces se ha ido expandiendo y
fortaleciendo hasta llegar a ser la principal fuente de generación de los partidos políticos
que hoy han producido un cambio en el ámbito del sistema de partidos a través de las
elecciones y, por lo tanto, también un cambio en el ejecutivo. Es el sindicalismo
campesino el que ha modificado la composición del sistema de partidos al haber
generado partidos, uno de los cuales, el MAS, ha recibido el apoyo político de otros
núcleos más allá de los ejes de rotación agrarios.
Cuando las comunidades no sólo rotan en torno a su reproducción, sino que
también rotan moviéndose en el espacio de la sociedad civil, tienden a ampliar sus
significaciones, de tal modo que su acción política ya no sólo significa la presencia de lo
comunitario y de culturas específicas; además giran con cierto ritmo y con ciertas
formas de significación que están produciendo la recomposición de lo nacional en torno
a un eje político de origen agrario.
Una de las principales hipótesis que quiero sostener, en términos de interpretación
de este tiempo político en Bolivia, es la idea de que el país se mueve en torno a muchos
ejes de rotación, lo cual no produce sincronía en la vida política y social, sino más bien
una especie de poliritmia, en muchos casos conflictiva. En esas condiciones se habría
dado el principal desplazamiento, que consiste en que los principales ejes de rotación de
la vida política, en particular, se han movido de núcleos urbanos —centrados durante un
buen tiempo en la burguesía en las últimas décadas del siglo pasado, en las capas
medias y la clase obrera a mediados del mismo y las décadas que le siguen, y se
conocen como revolución nacional— hacia núcleos políticos agrarios. Brevemente, el
principal eje de rotación de la vida política en el país hoy está referido a la temporalidad
el mundo agrario, en torno a la cual, como un reloj, aunque como un reloj no muy bien
sincronizado, tienden a moverse otros ejes de rotación que se desplazan del centro a
situaciones secundarias o periféricas.
En el país existe hoy centralidad política campesina, que no es lo mismo que
comunitaria. Esto tiene que ver con el hecho de que las mediaciones y articulaciones
entre lo comunitario y lo urbano, moderno, industrial y capitalista están siendo
realizadas por sujetos sociales y políticos que resultan de los ámbitos intermedios, es
decir, que se han constituido políticamente, muchos de ellos también social y
económicamente, en los espacios de sobreposición o articulación entre tipos de sociedad
o de cultura. En este sentido, en el tránsito de lo comunitario a lo moderno, hoy es lo
campesino lo que está definiendo el eje de articulación. El MAS es un partido que
surge de una decisión de los sindicatos de productores de coca para buscar tener
representación en los municipios y en el parlamento nacional. Los territorios
cocaleros no son predominantemente territorios de estructura comunitaria; son
territorios o zonas de colonización. La condición social de los cocaleros es básicamente
campesina; reivindica, sin embargo, origen e identidades culturales indígenas. En lo
político es un partido que tiene un discurso y un proyecto nacional, que contiene el
reconocimiento de la diversidad cultural existente. De hecho, el nombre que se le dio
originalmente al MAS fue Asamblea por la Soberanía de los Pueblos; ante la negativa
de la corte electoral a aceptarlo, adoptaron la sigla del MAS, que viene de un partido
preexistente. Ahora le ponen como un apellido o subtítulo: Movimiento al Socialismo,
Instrumento por la Soberanía de los Pueblos.
Se puede ver que el tipo de configuración política que está por debajo y en la
superficie de MAS, así como en el tipo de alianzas y de sujetos que contiene, implica
una composición de varios ejes de rotación, movimiento y significación. Por un lado,
hay comunidades que siguen rotando en torno a sí mismas pero, a la vez —a través de
las diferentes formas de organización de sociedad civil que han producido— negocian
con el MAS su inclusión en el espacio del sistema de partidos y la representación
parlamentaria, así como su presencia en el ejecutivo del estado boliviano.
En este sentido, hay sujetos que se están moviendo como comunidad, como
sociedad civil y también ya como parte del estado boliviano, que han penetrado como
producto de las elecciones de fines de 2005 y de las elecciones para la asamblea
constituyente a mediados de 2006. Hay sujetos que están rotando en torno a un tiempo
comunitario y a uno moderno, tanto civil como estatal.
Cabe señalar que durante la década de los ochenta y noventa, en territorios de la
amazonia, el chaco y los llanos bolivianos, se han producido procesos de unificación de
la mayor diversidad de pueblos que habitan estos territorios a través de varias asambleas
y centrales indígenas, la mayor parte de ellas con carácter multiétnico. Hay ocho
grandes centrales o asambleas, que a su vez contienen entre cuatro y seis pueblos
diferentes. Esto contiene dos cosas a la vez. Por un lado, un proceso de unificación de
pueblos y culturas que habitan de manera discontinua estos territorios, es decir, un
proceso de unificación interna; por el otro lado, una forma que se vuelve una institución
de la sociedad civil, a través de la cual se representa en relación a otros sectores de la
sociedad civil y, en particular, en relación al estado boliviano. A su vez, estas ocho
grandes formas de unificación política interétnica se han unificado, durante un tiempo,
en la CIDOB, de la cual se ha desprendido hace poco una parte de ellos por motivos de
divergencia política.
La rotación de estos ejes agrarios que se han estado moviendo políticamente, en
tanto organización de sociedad civil y, también de esos ejes comunitarios para producir
fuerza política y capacidad de demanda de reformas y de derechos, ha estado
produciendo en la base las condiciones de posibilidad de los cambios políticos generales
que se están dando en el país, en términos de constitución de sujetos, de instituciones y
de acumulación histórica.
Si se mira más allá de la superficie se podría pensar que el que hoy se esté
significando el gobierno de Evo Morales como un gobierno de indígenas no se debe al
hecho de que el presidente reivindique ese tipo de identidad —cosa que sí hace—, sino
al hecho de que, por debajo de la forma de aparición presidencial de la historia política
de los últimos años, hay un movimiento en torno a estos ejes de rotación comunitarios
que, a su vez, han generado sociedad civil y partidos y hoy también están
reconstituyéndose como sujetos políticos en el seno del estado boliviano.
Cabe pensar una otra faceta de este mismo hecho, es decir, el que haya
representantes de pueblos indígenas en el ejecutivo y el legislativo permitiría significar,
por un lado, que el actual es un gobierno indígena. Por el otro lado, cabe ver que en la
medida en que están actuando políticamente en el seno del mismo estado que antes los
había excluido —por el tipo de monopolio que se estableció por un sistema de partidos
oligopólico, en el sentido de que básicamente eran representantes de una sola clase, la
burguesía—, esto hace que se signifique el hecho de que son gobierno nacional y no
sólo un gobierno para sus pueblos y culturas. La otra faceta de este mismo hecho
político consiste en que están gobernando las mismas estructuras políticas. Eso implica
que el movimiento del estado siga pautado por la reproducción de las estructuras
económicas y políticas previas, más o menos neocoloniales. Es decir, han accedido al
ejecutivo y al legislativo sujetos que vienen de matrices campesinas y comunitarias, que
se mueven en un tiempo histórico agrario, pero que han entrado al seno de estructuras
que se mueven según otro tiempo histórico, sobre todo porque reproducen el tipo de
estructuras propias del capitalismo y el modo en que la economía y la política boliviana
se articulaban de manera subordinada al mundo y sus formas transnacionales de
explotación actual. El ocupar las estructuras estatales hace que estos sujetos empiecen a
moverse y producir significación o sentidos que no responden a su historia y sus
núcleos campesinos y comunitarios, sino también a las estructuras estatales que hoy
están ocupando.
Esto tiene una doble faceta en la que quisiera ahondar un poco. Por un lado,
recurriendo a una buena idea de Claude Lefort 828, se podría decir que, en tanto se ha
producido el vaciamiento del lugar del poder como producto de la democratización del
estado, aquellos que llegan a ocupar las funciones de gobierno de ese estado pueden
atribuirse, como resultado estructural, la representación del conjunto de una sociedad o
país de manera temporal, es decir, pueden pretender representar la universalidad de la
política de manera temporal. En este caso, esta composición que contienen el MAS y su
confederación de aliados puede mostrarse como representante de la nación o, en todo
caso, de una composición plurinacional o multicultural más allá de las identidades que,
a la vez, reivindican muchos de ellos. Es decir que el grado de vaciamiento que se está
viviendo en la historia boliviana, reforzada ahora por esta victoria electoral, le permite a
la gente del MAS y a Evo Morales ocupar ese lugar de rotación de lo político en que las
estructuras existentes tienden a significar el carácter general de la política que
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propenden a encarnar o a desplegar aquellos que han sido elegidos a través de los
procesos electorales. La política, en parte, rota sustituyendo sujetos políticos. Parte del
eje de la rotación política en procesos de democratización en el país implica la
sustitución de los partidos de empresarios por un partido campesino que se levanta,
electoralmente, como producto de una acumulación política más o menos larga y de una
red de alianzas bastante amplia.
El espacio político estatal no ha sido modificado todavía en términos estructurales,
y lo que el tipo de rotación que se ha experimentado ha producido es la sustitución de
los sujetos gobernantes, dando lugar a una coyuntura de autonomía relativa del estado,
en tanto se ha desplazado a la clase dominante del ejecutivo y el legislativo. Sin
embargo, todavía no se ha cambiado el eje de rotación o la rotación estatal que tiene
que ver con la reproducción del régimen de propiedad y las estructuras económicas,
que están siendo afectadas en torno al llamado proceso de nacionalización. Ese es el
principal eje en la reforma del estado, que implicaría un cambio en el movimiento de
la economía boliviana o el modo en que rotan los procesos productivos y los procesos
políticos, que durante la época de privatización neoliberal implicaban un movimiento
que salía de la fronteras nacionales, en términos de que la rotación del excedente se
articulaba a procesos transnacionales. El grado de nacionalización que se ha instituido
implica que aumenta la capacidad estatal de que la rotación política involucre una
reinserción de ese excedente, en términos de formar parte de los ejes de rotación o
retroalimentación endógena de la economía en el país.
Caractericemos brevemente algunos cambios en el eje de rotación política del
estado en tiempos neoliberales. Se podría decir que el estado boliviano organizó su
movimiento de tal manera que rotaba de acuerdo a los constreñimientos y necesidades
de acumulación del capital transnacional, por un lado. Por el otro lado, respondía a las
determinaciones de una situación instrumental en la que miembros de la clase
dominante en el país ocupaban los principales puestos en el gabinete, el senado, la
cámara de diputados y la misma presidencia. El estado giraba en torno a un movimiento
de reproducción y de articulación de redes clientelares y patrimonialistas de apropiación
y repartición de cargos. Se combinaba, así, una línea de movimiento en que el contenido
de la legislación y las decisiones del poder ejecutivo estaban fuertemente producidas por
poderes transnacionales e instituciones internacionales, con un movimiento del sistema
de partidos y una administración pública en torno a la reproducción de relaciones
patrimoniales y clientelares viabilizadora de las determinaciones externas en el
contenido de la política del estado boliviano.
Uno de los cambios que se ha dado en relación a esta dimensión es el hecho de que
la victoria electoral del MAS ha hecho que el estado boliviano empiece a rotar o a
moverse en mayor sintonía con los movimientos internos, tanto de la sociedad civil
como de los núcleos comunitarios. Ahora bien, el estado sigue rotando de acuerdo a un
ritmo burocrático. La presencia de campesinos, trabajadores y representantes de
movimientos en el seno del ejecutivo no modifica por sí misma este tipo de
movimiento. En este sentido, una tarea de la asamblea constituyente es producir las
instituciones que modifiquen estos ejes de rotación de la política del gobierno y el
estado en sintonía con los ejes de rotación de la vida política en el seno de las
comunidades y las instituciones de la sociedad civil, ya no sólo de los empresarios sino
también, y sobre todo, de los trabajadores, tanto agrarios como urbanos.
Por el otro lado, no se ha producido todavía una recomposición del funcionamiento
del poder ejecutivo en particular, de tal manera que pueda moverse de acuerdo a
políticas muchos más sintonizadas con núcleos populares. La legalidad heredada por los
tiempos neoliberales sigue poniendo obstáculos y estableciendo pautas de movimiento
del aparato de administración y ejecución gubernamental que responden a un contenido
y al predominio de otro tipo de sujetos. Es decir que la normativa respecto al
funcionamiento del poder ejecutivo en particular corresponde todavía, en buena medida,
al tiempo de rotación neoliberal, lo cual es un obstáculo para moverse en otra dirección.
En ese sentido, el actual gobierno en Bolivia ha optado por establecer canales paralelos
en algunos aspectos, de tal manera que el movimiento en torno al eje de rotación
heredado del modelo liberal no los absorba, anule o retrace mucho las reformas que se
necesitan y que se han pensado como necesarias para redireccionar el país, en términos
de desmontaje de las estructuras neoliberales.
Si se mantiene el eje de rotación política configurado por la normatividad y la
legalidad establecida por las estructuras neoliberales, esto hace que la acciones del
actual gobierno signifiquen cosas negativas, es decir, que varias de la acciones
aparezcan como ilegales, irresponsables, porque sobre todo la oposición se encarga y se
encargará de darle el sentido de que el actual gobierno está yendo contra la ley. Se
puede pensar que la modificación de los ejes de significación que establezcan una
mayor compatibilidad y continuidad entre acciones políticas de los nuevos sujetos
gobernantes pasa por una modificación de las estructuras normativas existentes, que
tienden a producir esta disonancia entre ley y acción política. Aunque el MAS ha sido
bastante celoso de no contravenir la normativa previa para evitar bloqueos y obstáculos
en sus acciones políticas hasta el momento de la asamblea constituyente, en la que se
tenía que redefinir la normativa y, a través de ella, también los ejes de rotación.
Los cambios en los ejes de movimiento de la vida política en el país, que han
producido cambios en los ejes de rotación del estado, necesitan producir cambios en los
ejes de significación que, en parte, responden a la historia política que se despliega más
allá y fuera del estado y ahora lo atraviesa, pero responde asimismo al modo en que la
normativa institucional preexistente pone límites y obstáculos a las reformas.
Vuelvo a cuestiones más generales de articulación de movimientos. Se puede decir
que en la historia reciente del país se han activado varios ejes de rotación de la vida
política, que son los que han puesto en crisis al estado boliviano y a varios gobiernos en
los últimos años, precisamente porque quienes estaban a la cabeza de ellos sólo se
sintonizaban con el movimiento de un núcleo de la sociedad civil organizado en torno a
intereses empresariales dominantes, monopólicos en lo interno, y articulados de manera
subordinada a intereses y poderes transnacionales.
Hubo una proliferación de ejes de rotación de la vida política, porque varios de
estos núcleos se han organizado y han mantenido una vida política con un grado más o
menos significativo de autonomía, y se han ido articulando en los grandes momentos de
movilización en que los conflictos se han nacionalizado a partir de capacidades propias
de cada núcleo, hasta bloquear el eje de rotación que implica la reproducción de la
legitimidad estatal. Es decir, el eje de producción del significado de acción legítima en
relación al poder legislativo y al poder ejecutivo, de tal manera que el movimiento de la
acción política e institucional en el seno del sistema de partidos, el estado y el gobierno
comenzó a ser deficitario y entrar en seria crisis en condiciones de bloqueo producido
por las grandes movilizaciones, cercos y demandas de democratización, que se han
movido desde estos otros ejes de rotación política más allá del estado y en algunos
casos, también más allá de la sociedad civil.
La crisis política significa que el eje de rotación del estado, que implica su
reproducción, empieza a volverse problemático e incluso a detenerse. La crisis
política implica que el eje de significación, de producción de legitimidad, se ve
seriamente afectado, y también paralizado.
Estos ejes de rotación de la vida política, más o menos diseminada en los diferentes
núcleos comunitarios, sindicales y de otras formas de organización de la sociedad civil
con fuerte presencia y composición de trabajadores y de lo que podemos llamar
nacional-popular en el país, han puesto en crisis al movimiento de reproducción del
estado boliviano, la reproducción del predominio político del bloque partidario y
empresarial que, de manera oligopólica, dirigió la economía y el estado en la últimas
décadas en el país.
Estos ejes de rotación que responden a la diversidad cultural y a la diversidad de
núcleos de organización popular en el país, implican que en la vida política boliviana
hay una pluralidad de núcleos de significación política, ya que cada uno de estos
ámbitos de democratización produce significados que imposibilitan hacer una
caracterización simple y homogénea de la vida política en el país, y que tengamos que
recurrir a una descripción y explicación más o menos compleja y compuesta, ya que la
vida política que se despliega produce, por un lado, una pluralidad de significados,
dependiendo de dónde vienen las acciones y la producción de sentidos, como de las
articulaciones cambiantes o mutantes que se dan como producto de estas fuerzas en
movimiento. Esto produce ambigüedad, en el sentido de que sobreposiciones,
conexiones, encuentros y articulaciones temporales generan sentidos que cambian en la
medida en que estas articulaciones en movimiento se van modificando. Pongo un
ejemplo sobre este punto: algunos presentan —en particular, el presidente y el MAS—
al actual gobierno como un gobierno de los movimientos sociales, que es un modo de
significación y de producción de sentido desde el lugar estatal que ocupan el MAS y sus
aliados.
En torno a esto cabe recordar que Evo Morales no era dirigente de los movimientos
sociales en general, era dirigente de un núcleo organizativo, el de los cocaleros, y de su
partido, que era una fuerza más entre otras importantes que se desplegaron en los
últimos años. Es el despliegue de los movimientos antiprivatización, pro asamblea
constituyente y nacionalización, algunos de núcleo comunitario y otros de núcleo
sindical, los que elevaron a Evo Morales a la cabeza del ejecutivo y crearon las
condiciones de posibilidad de la victoria electoral y la recomposición del sistema de
partidos. En este sentido, esos movimientos produjeron la coyuntura de victoria
electoral. Evo Morales y el MAS incluyeron en el ejecutivo a representantes de varios
de estos núcleos de organización, de movilización, pero no como producto de una
relación orgánica, sino de una invitación personal. De este modo, no es un gobierno de
los movimientos sociales, sino un gobierno del MAS que incorpora o pretende
incorporar a los movimientos a través de la incorporación personal de alguno de sus
miembros, que no es lo mismo. Uno de los resultados de esto es que la política del
ejecutivo no deviene de la discusión y deliberación política entre el conjunto de
organizaciones y movimientos, sino que responde a definiciones establecidas en el
seno del MAS, que en algunos casos pasan por negociación con organizaciones. Sin
embargo, no se podría decir que se trata de un gobierno de los movimientos; en todo
caso, es un gobierno producido por los movimientos, además de los méritos propios de
MAS.
En relación a este hecho, que pongo como ejemplo, se puede ver que hay varios
sentidos que se están produciendo, unos desde el gobierno, otros desde los espacios
comunitarios y sindicales. También hay una producción de sentido por parte de quienes
están en contra de este ascenso de masas y de núcleos organizados de trabajadores, que
se orientan a caracterizar el gobierno de Evo Morales como un tipo de caudillismo
autoritario.
En tanto el eje de rotación del estado no sea modificado a través de una reforma de
las estructuras del mismo, habrá un desfase entre el eje de rotación de la vida política en
los núcleos comunitarios y de la sociedad civil con presencia popular. Para sincronizar
un poco más los ejes de rotación que vienen de la diversidad cultural existente y de la
diversidad social y política contenida en la sociedad civil con el movimiento político del
gobierno y el estado, creo que se necesita pasar por una reforma política que
establezca articulaciones que produzcan mayor continuidad y comunicación política a
través de estos ámbitos, sin la pretensión de eliminar esta diversidad estructural.
A modo de terminar esta reflexión bastante general y esquemática, señalo una línea
de reforma y rearticulación política posible, que es una idea compuesta, para una
realidad política a componer de manera más o menos compleja.
Para sincronizar tiempos políticos y sociales, y contenerlos en los procesos políticos
o movimiento del estado boliviano, habría que incluir las formas de autogobierno de los
núcleos comunitarios, que responden a la diversidad cultural, como parte de los
procesos de gobierno y de legislación de la forma de gobierno general para el conjunto
del país. Esto implica el hecho de que el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial sean
reconstituidos a partir de un pluralismo institucional y político que haga que miembros
de otros pueblos y culturas estén presentes en el gobierno nacional a través de sus
formas de autogobierno político, y no en el seno de estructuras extrañas, con los
resultados ya señalados.
Por el otro lado, creo que se necesita configurar espacios políticos que permitan que
la gente que se encuentra lejos de la sede de gobierno y fuera del parlamento y el
ejecutivo participe, con derecho y de manera regular y continua, en la deliberación y
toma de decisiones. Una respuesta a esto puede ser una red de asambleas locales de
democracia nacional que funcionen de manera abierta y regular mensualmente en el
nivel local, de tal manera que se pueda sintonizar el tiempo político local con el
nacional. Así, la producción de sentido que, en este caso, tendría la fuerte connotación
de dirección, tanto a través de leyes como de políticas y acciones, no sería producto de
la decisión y voluntad del presidente, los ministros y algunos parlamentarios, sino algo
producido de manera mucho más colectiva y compuesta mediante la articulación de
estos diferentes niveles de participación y de la presencia de lo multicultural en el
núcleo central de gobierno del país a través de una forma compuesta.
Para terminar, se podría decir que los procesos de democratización implican que la
vida política no tiende a significar una sola cosa, sino que se crean las condiciones para
que la producción de sentido sea plural, en el sentido de que responda al ejercicio de
libertades en los distintos ámbitos de lo público. A la vez, la democratización implica
además generar las condiciones político-institucionales y los espacios y procesos
políticos que posibiliten la producción de sentidos comunes, o con amplio respaldo,
producto de deliberaciones que atraviesan el conjunto de los territorios del país.
En relación a esto, hay que pensar la articulación en los diferentes núcleos de
rotación de la vida política existente en el país, de tal manera que su movimiento no
genere crisis exclusivamente, cosa que ya ha producido, generando un cambio, sino
también un movimiento de amplificación de la democratización en el país.

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