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¿Energías peligrosas?
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Esta historia arranca casi 30 años atrás. La decisión de construir Atucha II, la tercera
planta atómica de la Argentina, fue adoptada durante la dictadura militar en los
últimos años de la década del 70 como parte de un plan de desarrollo atómico que hoy
ya no existe. Cuando el presidente Néstor Kirchner presentó a comienzos de 2004 su
plan energético, Greenpeace señaló que debía tenerse en cuenta que la decisión de
construir Atucha II fue adoptada dentro de otro marco político, señalando en ese
entonces lo “notablemente diferente del contexto energético y tecnológico a más
de dos décadas de diferencia”.
Para complicar las cosas, Siemens, el diseñador original del proyecto, abandonó el
negocio nuclear hace años y ahora no existe un proveedor que pueda hacerse cargo de
su finalización. Quien acordó con el Gobierno hacerse cargo de ese complejo paquete
es la canadiense AECL, que no tiene experiencia alguna en reactores como Atucha II,
pero lo hará porque ya negoció la venta de un par de nuevos reactores canadienses al
Gobierno Nacional.
Atucha II ha significado un inmenso agujero por el que se han ido miles de millones de
dólares, y lo seguirá siendo mientras siga vigente esta anacrónica fascinación por lo
nuclear. Las estimaciones de los gastos en la inconclusa obra rondan los 4.000
millones de dólares. Además, todos estos años de parálisis han implicado un costoso
sistema de mantenimiento que totaliza unos 25 millones de dólares anuales. Si se
quiere finalizar la obra hay que colocar otros 700 millones de dólares, bastante más
de los 430 millones anunciados en el 2004. Y las cifras no pararán de crecer si
sumamos las inversiones en el mantenimiento del ciclo del combustible nuclear
(desde minería hasta la gestión de los residuos radiactivos). Contabilizar todas esas
actividades mostraría el tamaño del disparate económico del que estamos hablando.
Los gastos de Atucha II formaron parte de una serie de desmesuras cometidas dentro
del denominado Plan Nuclear Argentino durante la dictadura militar y que produjeron
que a fines de 1983 la deuda externa contraída por la CNEA representase el 13% de
endeudamiento del país. Concluir el proyecto significa aumentar ese desatino y
asumir un temerario riesgo tecnológico al no contar siquiera con los proveedores
originales.
El costo de cada kilovatio instalado rondará la cifra de 6.000 dólares, una de las
centrales eléctricas más caras del planeta. Si se lo compara con otras opciones
convencionales o con iniciativas energéticas renovables y limpias, como la
energía eólica, las comparaciones muestran la magnitud del error. También se ha
dicho que finalizar la planta es más barato que cerrarla. No es verdad, los costos de
cerrar el proyecto fueron sobrestimados por la CNEA para alcanzar una cifra similar a
su terminación y así forzar la continuidad de las obras, pero terminar Atucha II sale
por lo menos unas 20 veces más que cerrar el proyecto.
Fuente: http://www.greenpeace.org/argentina/prensa-rss/atucha-ii-el-tama-o-del-
dispa-2, 26 de febrero de 2008