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TEMA 1: CONCEPTO DE
VOCACIÓN
1.- OBJETIVO:
Expresar el concepto unitario de la vocación.

2.- ORACIÓN:
Padre Santo y misericordioso, que diriges la historia de tus hijos, envía sobre nosotros tu
Espíritu de sabiduría y amor para que estemos atentos a tu llamado y tengamos la disposición para
responder con generosidad. Así sea.

3.- CONCEPTOS ERRÓNEOS:


LA VOCACIÓN

En nuestro ambiente hay ideas erróneas que enturbian el


significado de este término “vocación”. Por ser algo que compete
de manera vital en la vida de las personas, todo mundo trata de
dar una respuesta, pero muchas veces sólo se llega a resaltar uno
u otro aspecto de la vocación.

La palabra vocación hoy en nuestros días, suele ser


entendida de muchas maneras y desde diferentes puntos de vista.
Unos la entienden como:
- “El gusto o deseo”,
- Otros como “inclinación o aptitud”,
- Y no falta quien la conciba como “predestinación”.
Quedarnos con esta mentalidad, sería reducir el termino
Vocación. Cuando Dios llama a alguien, no siempre hay
gusto, aptitudes o cualidades para realizar la misión.
Como ejemplo tenemos a Moisés (Ex. 3, 11) y Jeremías
(Isaías 15.6, 5; Jer. 1, 5-11).
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Sería muy pobre también entender la palabra Vocación, reduciéndola únicamente al llamado
que Dios hace a la Vida Sacerdotal y Religiosa.
Tampoco la podemos confundir con las profesiones o carreras estudiantiles. Menos aún con el
término de “realización personal”, el cual denota cierto grado de egoísmo, por no tener siempre en
cuenta el bien y superación de las demás.

LO QUE NO PUEDE FALTAR

La vocación no es un ofrecimiento más o menos generoso. No es tener buena voluntad. “No es


querer”. La vocación es ante todo un llamado de Dios, la iniciativa sólo puede venir de Dios a nosotros,
nos toca responder y a la Iglesia confirmar. Para descubrirlo, exige un clima de intimidad y una entrega
generosa a los demás. Lo que no puede faltar es una verdadera amistad con Dios y un sentido de
servicio, sin esto de nada sirven las palabras más poéticas y los propósitos más generosos.

VOCACIÓN NO ES PROFESIÓN

PROFESION : La elijo, depende de mi gusto, VOCACIÓN: Soy elegido, la da Dios, se


según mis aptitudes y capacidades personales, vive, es servicio, es para siempre, la
se ejerce, es oficio, es temporal (trabajo unas realización de la propia vocación nos hace
horas tengo días de descanso, de vacaciones, crecer y nos llena de plenitud.
me puedo jubilar...) se me retribuye un sueldo.

La profesión, forma parte de la vocación. De tal manera que si un profesionista se jubila o


queda impedido para realizar su profesión no se dice que se le acabo su vocación sino solamente su
oficio. Aun más, muchos carecen de una profesión pero nunca de una vocación y una misión en la
vida.
Todo esto forma parte de la cultura vocacional que se vive en nuestro ambiente, y nos plantea
el reto de un Pastoral Vocacional Evangelizadora, ya que la vocación se ha de comprender como una
realidad de fe que marca a la persona para toda la vida y engloba todo lo que ella es.

4.- LOS ELEMENTOS DE LA VOCACIÓN


La vocación es un proceso vital de comunicación entre Dios y el
hombre. En este proceso aparecen varios elementos que constituyen la
estructura básica de la vocación: la llamada, la respuesta y la misión.

4.1.- DE PARTE DE DIOS.


LA VOCACIÓN ES ANTE TODO UNA ELECCIÓN

Es la iniciativa gratuita y amorosa de Dios que en un proceso


dinámico se dirige a todos los hombres. Él da a cada uno de ellos en una
situación histórica, una vocación única e irrepetible para desarrollar al
máximo sus potencialidades y ser una nueva creatura en Cristo Jesús.
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 Llamar Dios, equivale a elegir (Rom. 9,11).
 Es eterna en la mente de Dios; es una elección que ha hecho desde el comienzo (2ª Tes.2,
13), antes aún de la creación del mundo (Ef. 1,4). La palabra de Dios subraya en bastantes
pasajes estos aspectos fundamentales:

 Is. 49,1: “El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre
pronunció mi nombre".

 Jer. 1,5: “Antes de formarte en el vientre, te conocí; antes que salieras del seno, te
consagré; te constituí profeta de las naciones”.

 Gal. 1,15-16: “Cuando Dios, que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por
pura bondad se complació en revelarme a su Hijo y en hacerme su mensajero
entre los paganos”.

La elección de Dios es completamente


gratuita, antecediendo a cualquier colaboración
consciente y libre del hombre. Cuando Dios
decidió crear al hombre, de redimirle del pecado,
de confiarle una tarea particular, y de llamarle a la
comunión con él, obró movido únicamente por el
amor.

La imagen del “alfarero”, expresa de una


manera excepcional la soberana libertad del amor
divino: “¿El alfarero no es acaso dueño de su
arcilla, para modelar con la misma pasta un vaso
noble o uno ordinario?” (Rom. 9,81).

Nuestro Señor Jesucristo eligió a los doce con estas palabras: “Después subió a la montaña y
llamó a los que quiso” (Mc. 3, 13).

Nadie mejor que San Pablo ha expuesto la gratitud de la elección divina: “Por la gracia de
Dios soy lo que soy” (1ª Cor. 15, 10; Rom. 9, 10-16).

El acto con el que Dios elige a una persona le hace digna de la elección, y la capacita para
realizar la misión para la que es llamada. Aquí alcanza su cima el amor gratuito de Dios. Santo Tomás
expresa todo esto en una fórmula insuperable: “Somos buenos porque Dios nos ama, y no es que Dios
nos ama porque somos buenos. Nuestra misma bondad es fruto del amor que él nos tiene: En esto
consiste el amor, en que él nos amó…” (1ª Jn. 4,10).

Dios, al realizar sus designios, elige a los pequeños del mundo (2ªCor. 19,9-10), para evidenciar
mejor que cualquier obra, aún contando con el trabajo del hombre, es siempre efecto de su poder y de
su riqueza (D.T. 8, 17-18; Is. 10, 13-15; 1ª Cor. 1, 26-31).
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4.2.- LA LLAMADA ES INICIATIVA GRATUITA Y AMOROSA...
 Cuando se concreta la elección eterna de Dios, en el tiempo, se realiza el segundo momento
fundamental de la vocación: la llamada.
 Esta llamada no es, en efecto, otra cosa que un encuentro con Dios que llama personalmente a
la conciencia más honda del individuo.
 Este encuentro personal con Dios es, desde el punto de vista humano, el punto de partida de
toda vocación.
 Después de encontrar a Cristo y quedar “atrapado” por él, Pablo está dispuesto: “¿Qué quieres
que haga?”
 La vocación nos invita a penetrar más profundamente en el Misterio de Dios. Es un “nuevo
encuentro” con Dios.
 La transformación realizada por la palabra que Dios dirige, se manifiesta de una manera
sorprendente en la vocación de San Pablo que cambia de golpe, de perseguidor encarnecido a
discípulo apasionado de Cristo, poseído por él y entregado del todo a él.

Moisés intentó resistir a Dios porque se sentía


incapaz (Ex. 3, 11), Jeremías y Ezequiel confiesan su
propia impotencia para ser librados de una misión
totalmente superior a sus fuerzas naturales (Jr.1, 2-6;
Ez. 3, 3-8).

Más lo que Dios pide al hombre no es que tome


iniciativas por cuenta propia, sino que se fíe
principalmente de él y se ponga disponible a su acción y a
su palabra, sin oponer resistencia.

Creer en lo que él sabrá hacer a pesar de la pequeñez del llamado, aceptar sin reticencias sus
designios y comprometerse completamente en realizarlos. Lo que cuenta no son los proyectos que
hacemos nosotros, sino los que Dios tiene sobre nosotros. La vocación no nos la damos nosotros. Es
derecho de Dios llamar, y deber nuestro responder y basta. Por lo demás, esto es, sin duda, nuestro
mayor bien. No hay otro camino justo para nosotros que aquél por el que Dios nos llama.
Cuando el hombre responde conscientemente con el “si” a la llamada, se realiza entonces un
pacto entre Dios y el hombre. La mutua relación, se hace ahora comunión. Es bueno recordarlo, nuestra
respuesta de amor es siempre un don y gracia de Dios que siempre tiene la iniciativa soberana. No hay
vocación sin que haya un mandato de Dios: “Ahora ve; soy yo quien te envío” (Ex.3, 10). Dicho
mandato tiene como única explicación la voluntad salvífica de Dios (Ex. 3, 8).

4.3.- LA MISIÓN
Entrar en contacto con Dios, es participar en sus deseos y designios, y colaborar con él,
asumiendo un compromiso en la realización de sus planes.

Cuando Dios llama confía una tarea, una misión.

Después de habérsele revelado, Dios dijo a Moisés: “Ahora ve, que yo te envío al faraón, y tú
sacarás a mi pueblo de Egipto” (Ex.3, 10). Amós, a su vez, testifica: “El Señor me tomó de detrás del
rebaño y me dijo: ve y profetiza a mi pueblo” (Amós 7, 15). De igual manera Isaías: “Ve, y di a este
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pueblo: escuchad...” (Is. 6, 9). Al profeta Ezequiel: “Ve, habla a la casa de Israel” (Ez. 3,1). El
Señor dijo a los apóstoles: “Id, pues, y haced discípulos míos a todos los pueblos” (Mt. 28,19). Y a
Pablo: “Pero, levántate, y ponte de pie; pues me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo...
yo te envió, para que les abras los ojos; para que se conviertan de las tinieblas a la luz... (Act. 28, 16-
18).

La llamada de Dios, no es para gozar de una posición


privilegiada y feliz, sino para trabajar y servir a la Iglesia.
Instituida fundamentalmente para servicio del pueblo de Dios
(Rom.11, 13; 12, 17; 1ª Cor. 3, 5; 2ª Cor. 4, 1; Ef. 3, 7; Col. 4,
17; 1ªTim. 3, 5).
Todas las elecciones divinas que nos presenta la Biblia,
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, comportan
siempre una tarea: proteger y defender la fe del pueblo y
manifestar el mensaje redentor.

Cristo vino para anunciar la Buena Nueva y eligió a sus apóstoles para que continuaran su obra.
Todo bautizado en la Iglesia primitiva era un mensajero del Evangelio por medio del testimonio de su
vida y la defensa, hasta el heroísmo, de su fe. Este compromiso misionero es una exigencia de la
vocación cristiana (A. A. 1,2).

El cristiano que no se preocupa de la urgente obligación del apostolado, en el amplio sentido de


la palabra, demuestra a las claras no tener todavía conciencia de la propia vocación unida a la misión,
se encuentra siempre la promesa de la asistencia divina, y la fidelidad de Dios es la razón última por la
cual los llamados pueden vivir esperando las palabras: “Ve, soy yo quien te envía” “Yo estaré contigo”
(Ex. 3, 12; Gén. 28, 15: Jue. 6, 16; Jer. 1, 8-9; 1ª Sam. 3, 19).

En el Nuevo Testamento la asistencia divina esta garantizada y es personal y continua por el


don del Espíritu Santo que se nos da como prenda (2ª Cor. 5, 5; Ef. 1, 14).
La misión que Dios confía no comporta sólo el hecho de hablar o de hacer una cosa
determinada, sino la de ser los primeros discípulos suyos; de tal modo que la vida del cristiano sea un
testimonio de Cristo: “Seréis mis testigos”.
La vocación comporta necesariamente una misión, ésta no puede realizarse sin que antes se le
acepte incondicionalmente y se viva diariamente como tal: la comunión con Dios y la transformación
en Cristo, “Para que seamos el buen olor de Cristo” (2ª Cor. 2,15).
El cristiano es llamado no sólo a transmitir un mensaje, sino que es él mismo, en su vida, en su
comportamiento, en su persona, el representante, el ministro, la continuación del mismo Cristo.

Cada cristiano encarna así a Cristo en las distintas


situaciones de la vida y está comprometido por eso en el testimonio
sincero y fiel al Evangelio, en una tarea de fe y de caridad.

El cristiano está llamado a ser un apóstol. Y esto sólo se


puede hacer transformándose uno en él mismo, asimilando su
pensamiento, sus puntos de vista, su modo de amar y de obrar. El
apóstol es un testigo, y el testigo no habla “por lo que ha oído
decir”, sino por lo que ha experimentado personalmente y se
presenta a sí mismo como prueba. “La peor cosa que puede augurarse a la fe, decía Gandhi, es hacer
propaganda de ella: La fe se vive, y viviéndola se difunde por sí misma”.
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Toda verdadera vocación, es esencialmente una: vivir en comunión con Dios.
4.4.- DE PARTE DEL HOMBRE

LA RESPUESTA.
Es la disponibilidad ante Dios que llama, comprometiéndose toda la persona en el seguimiento
de Jesús. Es personal, libre, consciente, responsable y dinámica. Parte de una profunda inspiración de
fe. Expresamos esta realidad de manera global en el termino”opción”. La respuesta se da en el
cumplimiento de la misión recibida, en unas condiciones históricas concretas.

Si Dios cuando ama, llama, el hombre cuando se


deja amar, responde. Se trata del diálogo vocacional entre
la libertad de Dios y su propia libertad. Su amor no te
violenta en lo más mínimo ni te impone prestación alguna;
no deja de amarte aunque le vuelvas la espalda; te deja
libre, más aún, te hace libre, libre para responderle.

Si decides escucharlo y aceptar su benevolencia,


entonces se abrirá de par en par ante ti un horizonte
increíble. Entonces entrarás poco a poco en el mundo de
los sueños de Dios, aprenderás a soñar como él, a tener
sus mismos deseos, e irás descubriendo paulatinamente tu
vocación y oirás cómo eres llamado por tu nombre,
pensado y soñado por Dios. Y a partir de ese instante
sabrás que sólo serás feliz si haces realidad ese designio y
eres fiel a ese nombre.

Descubrirás que esa felicidad es plenamente humana y divina. ¿Recuerdas la historia de los
doce llamados por Jesús, tímidos y pescadores de profesión, a los que la llamada convierte en valientes
y audaces apóstoles? Ésa es la historia de todos los llamados, desde los profetas hasta María, desde los
mártires de la Iglesia primitiva hasta los de hoy. La vocación es siempre también transformación; es
sueño capaz de transformar la realidad.

La vocación no se adecúa necesariamente a las cualidades, no es una fotocopia exacta de lo que


uno sabe hacer; no se elige en función de las propias dotes y cualidades, no de un “test” de aptitud.
Dios llama en función de su proyecto, va mucho más allá de lo que el ser humano sabe hacer o en lo
que está seguro de tener éxito. Dios pide siempre el máximo... Por eso nadie puede excusarse alegando
que no es capaz, que no se siente con fuerzas, que el compromiso es excesivo, que no tiene la
competencia necesaria, que le da miedo, que no coincide con sus gustos, etc...

Si sientes en tu interior que el proyecto te supera y te asusta..., buena señal: quiere decir que al
menos no procede de ti, muy probablemente viene de lo alto.
En el plano meramente humano, es mejor el miedo a no estar a la altura, o la conciencia de la
propia pobreza ante un ideal digno de tal nombre, que la elección de un objetivo abordable y la
presunción de poder conseguirlo.
Si eliges como ideal de vida algo inferior, aunque sea mínimamente, a tus posibilidades, o algo
fácilmente asequible a tus medios, o algo acorde con tus capacidades y tu medida; no conseguirás
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felicidad alguna, sino que estarás condenándote, simplemente, a repetirte y... a clonarte. Sólo Dios
puede pedirte el máximo y darte, al mismo tiempo, la fuerza necesaria para realizarlo.

TRABAJO EN CASA.
Contesta lo que se te pide:

1.- Di el significado de la palabra vocación


2.- ¿Que diferencia hay entre profesión y Vocación?
3.- Menciona los elementos que constituyen la estructura básica de la Vocación.

6.- ORACIÓN:
AL SEÑOR DE LA MIES

Señor de la mies, envía santos Sacerdotes, que


sean celosos cooperadores del orden Episcopal, que
santifiquen y guíen a sus hermanos y hermanas en la
fe que proclamamos. Envía Señor, diáconos a tu
iglesia que, como ellos enseñan, animan y
evangelizan en comunión con los Obispos y
sacerdotes caminen en tu verdad.

Llama a la vida Religiosa numerosas almas


generosas, para ofrecer sus vidas al servicio del
Evangelio, y sean testigos vivientes de santidad.
Despierta entre los laicos su compromiso de vida para
que, colaborando con sus pastores en el servicio de la
comunidad eclesial, participen en la misión de la
Evangelización.

Te rogamos, Señor, que continúes bendiciendo


y enriqueciendo a tu Iglesia con el don de las
vocaciones. Te rogamos que muchos acojan tu
llamado y traigan alegría a tu Iglesia, con su fiel y
generosa respuesta. Amén.
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LA VOCACIÓN,
TEMA 2:

ENCUENTRO CON LA
TRINIDAD EN LA IGLESIA
1.- OBJETIVO:
Descubrir como la vocación es un encuentro con la Santísima Trinidad en la Iglesia.

2.- ORACIÓN:
Dios grande y misericordioso, que has creado el mundo y lo
custodias con inmenso amor, tú velas como Padre sobre todas las criaturas y
reúnes en una sola familia a los hombres creados para gloria de tu nombre,
redimidos por la cruz de tu Hijo, marcados por el sello del Espíritu.

Cristo, tu Palabra viva, es el camino que nos guía a ti, la verdad que
nos hace libres, la vida que nos llena de alegría. Por medio de él te elevamos
el himno de acción de gracias por los dones de tu benevolencia. Amén.

3.- INTRODUCCIÓN:
Hemos hablado de la vocación como un acto que, implicando profundamente la voluntad
humana, nace exclusivamente de la libre y gratuita iniciativa del amor divino. Es un “don” que hace
Dios al hombre con intención de salvarle. En esta aventura toda la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu
Santo está comprometida (cf. 1ª Cor. 12, 4-6; 2ª Cor. 1, 21-22).

4.- INICIATIVA DEL PADRE


Desde el momento en que la vocación constituye una etapa
fundamental en la actuación del plan salvífico de Dios, la última
iniciativa se atribuye al Padre.

“Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a


reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él, el primogénito entre
muchos hermanos; y a los que predestinó, a esos también los justificó; a
los que justificó, a esos también los glorificó” (Rom. 8, 29-30; cf. 1ª Tes.
2, 12; 4,7, 2ª Tes. 1, 11; Col. 3, 12; 1ª Pe. 2, 9; Act. 22, 14-15).
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Toda vocación nace en definitiva de una palabra que Dios dirige. Esta palabra puede llegar al
llamado por otras mediaciones. Por consiguiente quien únicamente llama es Dios, tocando al hombre
en lo más íntimo y atrayéndole, sean cualesquiera las mediaciones de las que se sirva. Sin este impulso
del mismo Dios en el alma no hay vocación. Es imposible, de hecho, caminar hacia Dios sin una ayuda
interior que ilumine la inteligencia y mueva la voluntad del hombre.

En esta obra, como hemos escuchado a San Pablo, es el Padre quien toma la iniciativa. Es el
Padre quien “da” los discípulos a Jesús. “Nadie puede venir a mí si el Padre no le trae” (Jn. 6, 44; 10,
29; 17, 6-12).

5.- CRISTO, PALABRA SUPREMA DEL PADRE


Toda llamada de Dios, que es llamada a la
salvación, se realiza por tanto en Cristo, porque es Cristo
“el que salva” (cf. Mt. 1, 21).

San Pablo insiste con fuerza esta verdad, basta


recordar el comienzo de la carta a los Efesios, vv. 1, 14: En
él hemos sido elegidos; por él predestinados a la
adopción; en él partícipes de la gracia; en él
transformados por el Espíritu. Sólo en el Hijo y por el Hijo
somos objeto del amor del Padre, y sólo en el Hijo llega a
nosotros el amor del Padre.

La llamada de Dios, gratuita y sobreabundante de


amor, se manifiesta en plenitud en él, porque es el Verbo,
la Palabra misma de Dios hecha carne (Jn. 1,14).

Si Cristo es la Palabra definitiva dicha por Dios a


los hombres y el fin esencial de cada criatura, está claro que ninguna vocación puede suscitarse o, en
general, llegar a la madurez, a no ser por medio del encuentro personal con él. Hablar de vocación es
hablar de conocimiento y de experiencia de Dios por medio del encuentro y el conocimiento de su
Hijo.

Es Cristo, pues, quien llama, y no hay auténtica vocación sino se le encuentra y no se escucha
su voz que dice: “Ven, y sígueme”. Escuchar a Cristo que habla, equivale a encontrar a Cristo y unirse
a él con todo el ser. Cristo no pide dejar esto o aquello, hacer esto o lo demás allá, pide la completa
entrega personal, elegirle a él únicamente y, en consecuencia, abandonar todo lo demás como señal de
dicha opción incondicional. No se dan medias tintas ni términos medios.

Ninguna vocación cristiana, especialmente la religiosa y la sacerdotal, puede llegar a la


madurez si no se encuentra personalmente con Cristo.

Así es como los apóstoles encontraron en su vida el principio y el estímulo de su vocación:


“Cristo les eligió y ellos le siguieron con el único deseo de encontrar su persona” (Jn. 1, 38).
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Los convertidos nos ayudan a entender esta verdad. Cambian su vida y se hacen cristianos
cuando en un cruce, en una esquina de su vida encuentran a Cristo. Es siempre un encuentro personal,
es él, el Viviente que se cruza en su camino y los invita.

Dios se manifiesta en los acontecimientos normales de la vida y, si se le es fiel en ellos a diario,


como Martín de Tours o Francisco de Asís, se encuentran al Señor.

El motivo fundamental de la penuria de vocaciones religiosas y sacerdotales, y del abandono de


tantos como le habían recibido, se debe a que no se ha hecho el mínimo caso a la vocación cristiana,
por lo cual la misma fe se esteriliza por falta del encuentro personal con Cristo.

La vocación consagrada comporta un compromiso mayor aún de vivir la vocación cristiana, y


puede surgir y madurar sólo cuando se vive cristianamente de verdad. Es absurdo pensar que se puede
sentir la atracción al seguimiento de Cristo “cercano” si se hace de él una abstracción, y se lleva una
vida en la que él no ocupa ningún puesto de privilegio, o se le arrincona o se le olvida tranquilamente.

6.- LA INTERIORIZACIÓN DEL ESPÍRITU


Hemos dicho que la vocación es esencialmente una gracia que
recibe el hombre en su interior suscitado en él un impulso íntimo
hacia la adhesión personal e incondicional a Cristo. Esta iluminación
interior y esta moción de la voluntad se hacen posibles mediante la
presencia del Espíritu Santo. Únicamente el Espíritu puede penetrar
los pensamientos de Dios, y sólo el Espíritu puede hacérselos
entender al hombre (1ª Cor. 2, 10-12). Es el Espíritu de Dios quien en
el momento de la vocación se hace presente de un modo particular en
el corazón del llamado (cf. 1ª Sm. 16, 12-15; Lc. 1, 15; 1, 35), y les
ilumina por medio de un aumento especial de las virtudes teologales y
de los dones, haciéndole aceptar y entender la palabra que Dios le
dirige.

Decíamos que la vocación es un hecho sobrenatural y está


ordenado a un fin sobrenatural; supone una transformación interior
que sólo el Espíritu de Dios puede realizar. El hombre no es el autor
de la vocación siendo el Espíritu divino quien pone en el llamado este
instinto interior que le hace tender hacia un fin superior y le dirige
hacia una misión específica infundiéndole la convicción de ser llamado por Dios.

No son los criterios humanos y psicológicos los que pueden juzgar la autenticidad de la
vocación; se le descubre principalmente en la oración y se valora a la luz de la teología.

La vocación es una gracia. Por su naturaleza supone y exige que se haga sentir una voz, la voz,
en efecto, del Padre, por Cristo, en el Espíritu, inefable invitación: Ven. Es esta una gracia que encierra
su poder de atracción.
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7.- LA MEDIACIÓN DE LA IGLESIA
El plan de Dios, según nos ha recordado el Concilio, es formar una comunidad de salvados,
llamando a todos los hombres a la participación de su misma vida (cf. L.G. 2): dicha comunidad es la
Iglesia.

La Iglesia, pues, es la realización del designio divino, el “lugar” donde Dios llama y donde El se
muestra. Es un pueblo sacramental en el que se manifiesta la intervención de Dios en los
acontecimientos de la historia humana y donde se realiza la salvación (instrumento) (cf. L.G. 1).
Recordándonos que la Iglesia es sacramento, es decir, signo eficaz de Cristo; es Cristo que se hace
ahora visible en medio de los hombres, cuya única misión es anunciarlo, mostrarlo, darlo a todos.

Lugar de encuentro entre Dios y los hombres, y


prolongación de Cristo, es la Iglesia que se hace fuente y
mediadora de toda auténtica vocación cristiana. “A los
creyentes en Cristo los ha querido llamar en la Santa
Iglesia” (L.G. 2).

Esta mediación humana aparece ya en el Antiguo


Testamento cuando todavía no había sido constituida la
Iglesia y Dios no contaba entonces con un “canal”
institucional por medio del cual realizar su plan de
salvación. Josué fue llamado por medio de Moisés
(Nm 27, 18-20), David fue llamado por medio de Samuel
(1ª Sm. 16), Samuel fue ofrecido a Dios por su misma
madre antes de nacer (1ª Sm. 1, 11-28).

En el Nuevo Testamento la mediación humana se


hace mucho más palpable. Al comienzo fue Cristo en
persona, el Hombre perfecto, quien llama directamente, pero después de su ascensión al cielo, él actúa
por medio de la Iglesia. El caso más evidente lo encontramos en la vocación de Matías (Act. 1, 15-26)
y en la de los siete diáconos (Act. 6, 1-5). La misma vocación de Pablo se realiza, madura, en la Iglesia
por medio de los hermanos. “Levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Act. 9,5).
Encontró la seguridad definitiva después de haber consultado a las columnas de la Iglesia: Pedro,
Santiago, Juan (Gal. 2, 9). También su llamada al apostolado específico junto a los gentiles, que el
mismo Cristo le había encomendado personalmente, y se había renovado por el Espíritu, llega a
realizarlo después de la intervención de la Iglesia (Act. 13, 1-3).

Esto se realiza también en la vocación fundamental, que es la llamada a la fe, haciéndose


posible el anuncio del Evangelio por medio de la predicación apostólica. De hecho, “¿cómo podrán
creer en él si no han oído su mensaje? ¿Y cómo podrán oír sin que se les predique?... La fe, pues, nace
de la predicación” (Rom. 10, 14-17; D.V. 7, 8-17).

El Papa, a su vez, declara: “La vocación viene directamente de Dios. Pero esto es un hecho tan
singular y delicado, tan sagrado que no puede prescindir de la intervención de la Iglesia: la Iglesia lo
estudia, la Iglesia favorece, la Iglesia lo educa, la Iglesia lo asume” (Mensaje Jornada de la
Vocaciones, 5 de Marzo de 1967).
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La Iglesia, por fin, lo ratifica y sella definitivamente por medio de la consagración;
bautismal, religiosa, sacerdotal. A través de su mediación Dios pone definitivamente su sello sobre el
llamado, quien no podrá desde ese momento sentirse sino como “plenamente poseído”.

La divina providencia actúa directamente sobre el llamado concediéndole las cualidades


necesarias y ayudándole con su gracia, pero lleva a término su obra por medio de la intervención de la
Iglesia a quien confía lo primero el reconocimiento y la prueba de la “idoneidad” para “consagrarlo
después con el sello del Espíritu Santo al culto y al servicio de la Iglesia” (O.T. 2). También la
vocación religiosa, es consagrada más íntimamente al servicio de Dios (L.G. 44) por medio de la
intervención de la Iglesia (L.G. 45).

Así en la maravillosa aventura de una vocación están comprometidos, de la manera más


completa, el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y la Iglesia entera.

TRABAJO EN CASA.
Contesta lo que se te pide:

1.- Explica: “La vocación como un acto de toda la Trinidad”.

6.- ORACIÓN:
Señor Jesús, derrama sobre nosotros la abundancia de tu
Espíritu de amor, para que renueve en nuestro corazón la alegría y
la gracia de la consagración.

Concédenos ser alegres y animosos anunciadores del


Evangelio y haz que, sirviéndote a ti, que eres la Verdad,
permanezcamos plenamente libres de todo miedo y componenda.

Que ninguna incomprensión detenga nuestros pasos en tu


seguimiento, pues tú eres nuestro camino de retorno al Padre; que
ninguna amenaza de muerte detenga nuestra carrera al encuentro de
todos los hermanos, a fin de que te conozcan a ti y tengan la
plenitud de la Vida. Amén.
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TEMA: 3 LA VOCACIÓN
DE ISRAEL COMO
PUEBLO DE DIOS
1.- OBJETIVO:
Descubrir cómo Dios ha elegido un pueblo y cómo tiene que corresponder al designio amoroso
de Dios.

2.- ORACIÓN:
Con cuánta ternura, Jesús,
llamaste a tu comunidad: “Mi pequeño rebaño”.
Tú nos soñaste, Señor, como comunidad fraterna
que reconoce a tu Padre como también “nuestro”.
Al enviar a tus misioneros de dos en dos,
pensabas en un testimonio comunitario.
Tus primeras comunidades sorprendieron al mundo
por su equidad, su solidaridad, su alegría y su perdón.
Que podamos seguir siempre esas huellas, Señor,
muy unidos como Iglesia,
en comunión profunda entre nosotros,
anticipando el gran amor de la eternidad.
Amén.

3.- INTRODUCCIÓN:
“Tu eres un pueblo consagrado al Señor, tu Dios, que te ha
elegido a ti para pueblo suyo entre todos los pueblos que hay sobre la
tierra” (Dt. 7, 6; 14, 2). “Si escucháis la verdad de mi voz y guardáis mi
alianza, vosotros seréis mi propiedad peculiar entre todos los pueblos,
porque toda la tierra mía es; seréis un reino de sacerdotes, una nación
santa” (Ex. 19, 5-6).

Israel es la propiedad particular de Yahvéh, un pueblo santo para


Yahvéh su Dios. Una vocación: Israel pertenece exclusivamente a
Yahvéh, es un pueblo consagrado al Señor, que lo ha elegido como suyo
entre todos los pueblos de la tierra; es, la raíz de tal vocación y de tal
dignidad es el hecho de una elección divina tan libre como inmerecida.
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4.- UN MISTERIO DE ELECCIÓN DIVINA
Un pueblo que se consideraba como obra de Dios debía también buscar en Dios mismo la
propia verdad. ¿Qué somos y cuál es nuestro camino?

No es posible hablar de la vocación de Israel sin hablar de una divina elección.

4.1.- EL DIOS DEL EXODO Y EL DIOS DE LOS PADRES


Yahvéh es el Dios “que ha sacado a Israel de Egipto”.

Yahvéh amó a Israel cuando éste era jovencito, cuando le hizo


salir de la tierra de Egipto (Os. 11, 1). Este es el tiempo del noviazgo
con la jovencita Israel, cuando Yahvéh le hablaba al corazón (Os 2, 16-
17; Jr. 2, 2; 31, 2.3); Israel vino a ser el “sagrado bien” de Yahvéh (Jr, 2,
2-3). También Amós cuando dice que Yahvéh ha conocido solamente a
Israel entre “todas las familias de la tierra” (Am. 3, 1-2; cf. 2, 10; 9, 7).

Yahvéh podría haberse elegido cualquier otro pueblo, puesto que


todos los pueblos de la tierra le pertenecen. El, sin embargo, ha querido
hacer de Israel su propiedad particular (Ex. 19, 5).

Israel, elegido del Señor, es el pueblo que Yahvéh ha creado para sí. Se trata de una auténtica
elección, y técnicamente formulada. El Dios de Israel es el creador de toda la tierra y el Señor del
universo, ha hecho a Israel con un acto de amor, que significa preferencia, un acto de voluntad que
procede del misterio de su santidad. Origen primero de un designio de amor por el cual el Dios Santo
es “el Santo de Israel”, la elección mantiene a Israel.

4.2.- UNA IDENTIDAD Y UNA LLAMADA


a) Instrumento elegido de una bendición universal.

“El Señor dijo a Abrahán: Yo haré de ti un gran pueblo,


te bendeciré y engrandeceré tu nombre, que será una bendición.
Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te
maldigan. Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra”
(Gn. 12, 1-3).

En la persona de Abrahán el “padre”, se considera portador de una “bendición”, que lo


privilegia sobre todo otro pueblo y lo define en su verdad más esencial.

“En ti serán benditas todas las familias de la tierra.” Es el fin supremo de la llamada del “padre”
y de la creación de la “descendencia”.
15
b) “Propiedad particular” de Yahvéh

“Yahvéh ha elegido a Jacob, a Israel” (Sal. 135, 4). Se trata de una especial pertenencia de
Israel a Yahvé.

Por una especialísima benevolencia de elección, cuya explicación está escondida en el misterio
de su voluntad, Yahvéh elige a Israel, proponiéndose entablar con él una relación que lo constituya en
pueblo particularmente suyo.

El Deuteronomio recuerda a Israel que todo su privilegio es debido a la voluntad de elección de


Yahvéh (7, 6ss; 10, 14-15; 14, 2). De ningún modo puede pensar Israel haber influido en la elección del
Señor.

“No digas en tu corazón: Porque soy justo me ha dado el Señor la posesión de esta tierra, siendo
así que el Señor expulsa a estas naciones... para cumplir la palabra jurada de Abrahán” (Dt 9, 4-6). No
por su poder ni a causa de su justicia, sino por la fidelidad de Yahvéh a la palabra jurada una vez por
siempre a sus “padres”, recuerde Israel que todo proviene de la pura benevolencia de Yahvé. Cuídese
bien Israel de no caer en la tentación de atribuirse a sí mismo lo que en realidad es don de Yahvéh, por
su parte, su deber es una total respuesta.

c) “Mirar al santo de Israel” y “buscar a Yahvéh”

Los profetas especialmente han comprendido que sólo una fe genuina en Yahvéh, el Dios santo
de la elección, permitirá a Israel alcanzar la propia identidad, vivir la propia vocación, al resguardo de
ilusiones y pretensiones falsas.

El Dios de Israel es Señor universal; no tiene necesidad del pueblo que ha querido escogerse
como instrumento de sus designios; Al contrario, es Israel quien debe vivir según Yahvéh si quiere
conseguir aquello para lo que ha sido elegido.

d) “Israel mi siervo, Jacob al que yo he elegido”

Una vocación y una respuesta: a la palabra que le


manifiesta su vocación se le debe una repuesta de fe.

Israel “pertenece” a Yahvéh, es “siervo” de


Yahvéh. Israel debe descubrir la verdad de su vocación y
adecuar a tal verdad su comportamiento.

Israel es el pueblo que Yahvéh ha formado para sí,


para que celebre en el mundo sus alabanzas (43, 21), el
pueblo que Yahvéh ha creado para su gloria (43, 7). Es la nación que lleva el nombre de Yahvéh, esto
es, la nación en la cual y por medio de la cual el Dios santo quiere ser conocido de todos y reconocido,
adorado y celebrado.
16
5.- “UN PUEBLO SANTO PARA YAHVÉH”
Entre los valores que se derivan de la elección se da un relieve especial al de la “Santidad”.
Israel es por eso mismo “pueblo santo” de Yahvéh (Ex. 19, 6; Dt 7, 6; 14, 2;26, 19; Dn. 12, 7), “lo
santo” (Jr 2, 3), su “raza santa” (Esd. 9, 2), el “pueblo de los santos del Altísimo” (Dn 7, 27; cf. vv.
18.22.25; también 8, 24).

5.1.- UN PUEBLO “SANTIFICADO” Y “CONSAGRADO”


A Moisés, por ejemplo, él se le revela como
el Santo (Ex. 3, 1-5). De aquél que es el Santo, el
Excelso por excelencia, se dice también que “toda la
tierra esta llena de su gloria” (Is 6, 3).

“En medio de ti, yo soy santo” (Os 11, 9).


Yahvéh no solamente manifiesta su santidad, sino
que también santifica cosas, lugares, tiempos,
personas. En efecto, todo lo que es “santificado” es
tenido como “separado” de la esfera de la
normalidad y de lo profano, para ser lo que Dios
quiere que sea: una realidad “consagrada” a él solo.

Las cosas y personas son llamadas “santas”:


las cosas no pertenecen ya al hombre ni éste se
pertenece ya a sí mismo, sino únicamente que ha querido personas y cosas “consagradas” a sí y a él
solo. “Para Yahvéh” se celebran fiestas (Ex 13, 6; 32, 5; Lev 23, 6.41), la Pascua era “una Pascua
para Yahvéh” (Ex 12, 11. 27.48; Lev 23, 5) y del séptimo día se decía “Sábado para Yahvéh” (Ex. 16,
23.25; 31, 15; 35, 2; Lev 23, 3; 25, 2-4; cf. Is 58, 13). Hay días “Santos” “consagrados a Yahvé”, que
el mismo Yahvé ha reservado para sí y, consiguientemente, sustraído al trabajo y a la vida normal del
hombre.

Israel se reconoce ser una nación que Yahvéh ha puesto aparte y reservado para sí. Por eso se
dice en el Éxodo (19, 6): “seréis para mí una nación santa. “Tu eres un pueblo para Yahvéh tu Dios”
(Dt 7, 6; 14, 2). Israel sea un pueblo consagrado a Yahvé, cuya existencia está señalada por una
vocación de pertenencia y de servidumbre.

5.2.- UN CULTO QUE OFRECER AL DIOS SANTO


Israel vive su dignidad y vocación de “pueblo santo” antes que nada en la esfera del culto.
“Santidad” y “culto” son dos conceptos inseparables.

Israel es un pueblo sacerdotal, y tiene que ofrecer culto a Dios. Este pueblo consagrado a
Yahvéh, Israel, está llamado a ofrecer a Yahvéh el homenaje de un culto digno y agradable.
17
5.3.- SANTOS PORQUE YAHVÉH ES SANTO
Israel, pueblo santificado-consagrado, ha de vivir como tal.

“Sed santos, porque yo, Yahvéh, vuestro Dios, soy santo” (Lv 11, 44; 19, 1; 20, 26). Se expresa
una obligación: “sed santos”, y se añade el motivo: “porque yo, Yahvéh, vuestro Dios, soy santo”. Tres
son los elementos aquí ligados: primero, que Dios es santo; segundo, que Yahvéh es el Dios santo de
Israel, y tercero, exigencia de los dos precedentes, que también los israelitas sean santos.

Israel es santificado por su relación con Yahvéh, habiendo sido “segregado” de entre los demás
pueblos y constituido propiedad particular del Dios Santo, un pueblo todo él consagrado a Yahvéh.

a) Separación de todo lo profano e impuro.

Israel en concreto vivirá esta vocación suya a la santidad ante todo mediante la consigna de la
separación

Observando la ley, toda ley, los israelitas se apartarán de un mundo contaminado, indigno de la
sacralidad.

TRABAJO EN CASA.
Contesta lo siguiente:

1.- ¿Cuáles son las consecuencias de haber sido elegido como el pueblo que pertenece a Dios?

7.- ORACIÓN:
Señor Jesús, Tu que prometiste tu presencia entre los que
guardan tu palabra con un corazón recto y sincero, oye nuestra oración.

Tú dijiste: “Si aquí en la tierra dos de ustedes se ponen de


acuerdo, cualquier asunto que pidan se les concederá, por obra de mi
padre del cielo” (Mt. 18, 19). Confinado en tu palabra te pedimos una
gracia muy especial a favor de tu Iglesia y para la salvación de tu
pueblo: ¡mándanos sacerdotes santos!

Tú caminaste por nuestras ciudades y pueblos, tu sentiste


compasión por las multitudes como ovejas sin pastor y dijiste a tus
discípulos: “Levanten sus ojos y contemplen los campos; ya están
dorados para la siega” (Jn. 4,35). “La mies es mucha y los trabajadores
pocos; por eso rueguen al dueño que mande trabajadores a sus mies”
(Mt.9, 35-38). “Tu eres Señor de la mies, Tu eres el pastor eterno que
gobiernas a tu pueblo con paternal cuidado. Tu formaste la Iglesia como sacramento de unidad”
18
(S.C. 2), un redil en el que reúnes tus ovejas; como el campo de Dios (1ª Cor. 3,9) que haces
fecundo; como el edificio cuya piedra angular eres tú (Mt. 21, 42); como la casa que habita Dios entre
los hombres (Apoc. 21,3); y conduces tu iglesia a través de las edades con la guía de aquellos que han
nombrado tus vicarios y has puesto como pastores.

También ahora los trabajadores de tu evangelio son pocos: son pocos ante las grandes
necesidades de nuestro mundo moderno; pocos ante tantos hombres y mujeres que esperan ser
instruidos, ayudados y consolados.

“Niños fueron a pedir pan y no hubo nadie que se los partiera” (Lam.4, 4). En tu bondad, no
permitas que tus niños anden sin que haya quienes les repartan el pan de tu evangelio y quienes traigan
a los pobres y oprimidos el don de la libertad que ansían. Amén.

LAS VOCACIONES
TEMA: 4

INDIVIDUALES EN EL
ANTIGUO TESTAMENTO
1.- OBJETIVO:
Descubrir el proceso vocacional en algunos personajes bíblicos del Antiguo Testamento.

2.- ORACIÓN:
Señor Jesús, Pastor de nuestras almas, que continúas llamando con
tu mirada de amor a aquellos que viven en las dificultades del mundo de
hoy, abre su mente para oír entre tantas voces que resuenan a su alrededor,
tu voz inconfundible, suave y potente.

Mueve el corazón de nuestra generosidad y hazla sensible a las


esperanzas de los hermanos que piden solidaridad y paz, verdad y amor.
Envíalos con tu verdad, para conservarlos en Ti. Amén.

Juan Pablo II
19
3.- INTRODUCCIÓN:
En el Antiguo Testamento se perfilan dos tipos de vocaciones: una colectiva y otras
individuales.

 La vocación colectiva, la llamada a formar, el pueblo santo y sacerdotal que vive en alianza
con Dios (cf. Ex 19, 3-6).

 Las vocaciones individuales están destinadas a desarrollar un ministerio particular dentro del
pueblo de Dios.

Las vocaciones individuales tienden por sí mismas a la formación y crecimiento del pueblo de
Dios. Estas vocaciones son con frecuencia la respuesta concreta de Dios a los “gemidos” del pueblo
(cf. Ex. 2,23; 4; 9). Los llamados, con su misión, promueven la fidelidad del pueblo a la alianza.
La relación más estrecha entre vocación individual y vocación colectiva se encuentra en Abrahán,
cuya vocación es individual y colectiva al mismo tiempo, en cuento “germen” del pueblo de Dios.
Llamado como individuo, Abrahán es destinado a ser una nación numerosa como las estrellas del cielo
y como las arenas del mar. Dios hará que llegue a ser “naciones” y de él saldrán reyes (cf. Gn. 17,6).

Vamos a reflexionar en cinco vocaciones individuales del Antiguo Testamento: Abrahán, Moisés,
Josué, Samuel y David. De cada una de ellas veremos el origen, la misión y la respuesta, y la
realización del llamado en el plano personal.

4.- LA VOCACIÓN DE ABRAHÁN


La vocación de Abrahán (Gn. 12, 1-3) es tan fundamental en el
desarrollo del libro del Génesis, que constituye un paso decisivo para la historia
de la humanidad. Es, en efecto, la que pone fin a un progresivo alejarse del
hombre de Dios y señala el comienzo de su retorno al Señor. La historia de la
desobediencia y de la maldición, iniciada en el Paraíso terrenal (cf. Gn. 3, 17),
se trueca en la historia de la obediencia y de la bendición (cf. Gn. 12, 1-3).

Por la humana “arrogancia”, la humanidad gemía bajo el peso de la


maldición (cf. Gn. 3, 14.17; 4, 11; 5, 29; 9, 25). Las diversas tentativas de Dios
para comunicar a los hombres su bendición dada a Noé y a sus hijos
(cf. Gn 9, 1), ya sea en la voluntad de no querer volver a maldecir la tierra por
causa del hombre (cf. Gn 8, 21) no han conseguido efecto alguno. Así, la
maldición ha continuado pesando sobre la humanidad. La vocación de Abrahán
es la repuesta concreta de Dios a los “gemidos” de la humanidad oprimida por el peso de su misma
arrogancia.

La degradación moral de la humanidad, no fue total. Antes de Abrahán la Biblia señala la


presencia de personas, que continuaba invocando el nombre del Señor:
 Abel, que ofreció a Dios una ofrenda agradable (Gn 4,4).
 Enós, que invocó el nombre del Señor (Gn 4,26).
 Enoch, que caminó con Dios (Gn. 5,21.24).
 Noé, un hombre justo e intachable que obraba según Dios (Gn 6,9).
20

4.1.- LLAMADA DIVINA


A diferencia de las demás vocaciones bíblicas, la de Abrahán es narrada exabrupto: “El Señor
dijo a Abrahán” (Gn 12,1). Es Dios que con su palabra creadora irrumpe en la vida de este errante
arameo (Dt 26,5) y lo transforma de politeísta en monoteísta (Jos. 24,3.14; Jdt. 5, 7-9), para hacer de él
el padre de todos los creyentes (cf. Rom. 4,11-12). La intervención de Dios imprime un nuevo rumbo a
toda su vida. A la llamada sigue un concreto mandato: “Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de
tu padre, y vete al país que yo te indicaré” (Gn12, 1).

La palabra de Dios que llama tiene la fuerza de separar a Abrahán de su ambiente sociocultural
y de conducirlo a una tierra para él desconocida. Esa misma palabra, cargada de promesas: “haré de ti
un gran pueblo” (Gn. 12, 1) Lanza a Abrahán por un camino de fe. Según la carta a los hebreos, Dios,
llamando a Abrahán, le ha pedido junto con la fe, una obediencia heroica: “Por la fe, Abrahán,
obediente a la llamada divina, salió hacia una tierra que iba a recibir en posesión, y salió sin saber a
donde iba”. Sin embargo Abrahán sabía que podía contar totalmente con su Dios, que se le había
manifestado como su protector: “No temas, Abrahán, yo soy tu escudo”.

4.2.- MISIÓN DE ABRAHÁN


Dios confía a Abrahán, su elegido, la misión de ser un mediador y transmisor de bendición: “Te
bendeciré... serás una bendición... y por ti serán bendecidas todas las naciones de la tierra”
(Gn. 12, 2.3).
El versículo 3 expresa la misión para la que Abrahán ha sido llamado (Act. 3, 25-26; Rom.
4,13; Gal. 3, 8.16). Abrahán ha sido constituido por Dios mediador y portador de bendiciones. Su
misión de mediador de bendición para toda la humanidad, por la obediencia de Abrahán la bendición
de Dios, pasando por Isaac (cf. Gn. 25, 119 y Jacob (cf. Gn. 27, 30; 28, 14), llega a Israel, y en Cristo,
heredero de las promesas (cf. Mt. 1,1, Gal. 3,16), es participada por toda la humanidad. Con Abrahán,
la bendición de Dios vuelve a la tierra. En él, convertido ya en una “bendición” (Gn. 12,2), todos los
pueblos pueden tener la bendición. Ser bendición: esta es la vocación – misión de Abrahán.

4.3.- RESPUESTA A LA LLAMADA DE DIOS


Dios pide a Abrahán una ruptura radical con todos sus lazos naturales y la partida inmediata de
su tierra: “Sal de tu tierra” (Gn 12,1). El imperativo “vete” expresa en realidad una doble exigencia de
la vocación: ruptura con su pasado pagano (cf. Gn 24,3.14), representada por el desapego hacia todo lo
que tenía de más querido: región (tierra), país natal, casa paterna, y salida hacia una región (tierra)
elegida por Dios y para él desconocida: “Vete...al país que yo te indicaré” (Gn. 12,1).

La pronta respuesta de Abrahán a la llamada divina, que le manda salir de su pueblo, se nota por
el verbo (marchar), el mismo verbo con el que se indica el mandato: “Vete, y entonces Abrahán
marchó, como el Señor le había ordenado” (Gn. 12, 1-4). Del “Éxodo” de Abrahán de su región se
mencionan las etapas de la partida y la llegada. En Siquén, Abrahán construye el primer altar y ofrece
culto al Señor que lo había llamado (Gn. 12,7b). La segunda parada tiene lugar en las montañas al
oriente de Betel; aquí construye Abrahán otro altar e invoca el nombre del Señor (Gn. 12,8). Estos dos
lugares pasarán a la historia como santuarios patriarcales.
21
4.4.- PADRE A PRECIO DE UNA VIDA
La vocación a ser padre de la fe de una numerosa descendencia como las estrellas del cielo y las
arenas del mar y en recibir en herencia la tierra prometida (cf. Gn. 15,5-7) exige de Abrahán la ruptura
con su ambiente natural.
La respuesta a la vocación-misión de ser mediador y transmisor de bendición para todos los
pueblos reviste para Abrahán matices dramáticos. Dios le pide el sacrificio de una triple separación: de
su región (tierra), de su pueblo natal y de la casa de su padre. Pedirá a Abrahán inmolar al hijo de la
promesa: “Toma a tu hijo único, al que amas, Isaac, ve a la región de Moriah, y ofrécelo ahí en
holocausto, en un monte que yo te indicaré” (Gn 22,2).

La promesa de la descendencia choca más aun contra la evidencia: Abrahán es un viejo de


setenta y cinco años (Gn. 12,4) y su mujer Sara, estéril (Gn. 11,30). Con el paso de los años Abrahán
vio esfumarse la esperanza en la promesa hasta el punto de decir al Señor: “Voy ya a morir sin hijos, y
el heredero de mi casa será Eliécer de Damasco” (Gn.15, 2-3). Será la palabra de Dios la que da
seguridad a Abrahán creyendo así en la esperanza (divina) contra la esperanza (humana) es como
Abrahán llega a ser padre de la multitud de pueblos (Rom. 4,18). Su fe no vaciló ni siquiera cuando,
después del nacimiento de Isaac, Dios le pidió ofrecer en sacrificio al hijo de la promesa, a quien tanto
amaba (Gn. 22,2).

Es la fe en Dios la que es capaz de llevar a cumplimiento cuanto la que sostiene a Abrahán por
el camino de la obediencia, la que le da la fuerza para dejar un destino seguro a fin de recibir como
heredad en esperanza una tierra nueva y un pueblo numeroso y ser una bendición para todas las
familias de la tierra.

4.5.- REALIZACIÓN PERSONAL DE ABRAHÁN


La bendición divina la que hace a Abrahán tan fecundo y de él hace “naciones” (Gn. 17, 6). El
acontecimiento es señalado incluso por el cambio mismo del nombre: “Ya no te llamarás Abrán, sino
Abrahán, por que yo te hago padre de una muchedumbre de pueblos” (Gn. 17,5). Según el plan de
Dios, Abrahán llegará a ser una nación grande y poderosa (Gn. 18,18).
Con el nacimiento de su hijo Isaac, Abrahán ve realizado sus deseos y, con su adimpletio vitae,
recobra la certeza de que todas las palabras del Señor, aunque con proyección de futuro, tendrán pleno
cumplimiento.

5.- LA VOCACIÓN DE MOISÉS


Si la vocación de Abraham expresa la llamada del
hombre de la idolatría a la fe (cf. Gn. 24,3.14; Jdt 5,7-9) y
coincide con la elección, para que en él todas las familias de
la tierra obtengan la bendición (Gn. 12,3), la de Moisés es la
llamada de un individuo, en el interior de una tribu “elegida”.
(cf. Gn. 17), a quien Dios confía una misión que ha de
desempeñar a favor de los hijos de Israel, depositarios de la
bendición (cf. Gn. 27,48-49), pero ahora “esclavos” en tierra
de Egipto (cf. Ex. 1,8-14).
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Lo mismo que Abraham es la respuesta de Dios a los “gemidos” de una humanidad oprimida
por el peso de su misma “arrogancia”. Moisés es la respuesta concreta de Dios a los “gemidos” de los
Israelitas, oprimidos por el faraón. “Los israelitas que seguían gimiendo bajo dura esclavitud clamaron,
y su clamor subió hasta Dios desde el fondo de la esclavitud. Dios oyó su gemido, y se acordó de su
alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Miró Dios a los Israelitas, y los atendió”. Dios respondió al grito
de los Israelitas, irrumpiendo en la historia y llamando a Moisés, el salvado de las aguas, para enviarlo
a liberar a su pueblo de la esclavitud egipcia.

5.1.- MANIFESTACIÓN DE DIOS


El salvado de las aguas es adoptado por la hija del faraón (Ex.2, 10). Moisés permanece en la
corte del Rey de Egipto hasta su edad madura. Aquí, como se lee en el libro de los hechos, es educado
“en toda la sabiduría de los egipcios” (Act. 7,22). El tiempo transcurrido en la corte del faraón y la
formación allí recibida no le hacen olvidar la iniciación en la fe de los padres que le fue impartida por
la madre, antes que fuese llevado a la hija del faraón (Ex. 2,10).

Mientras Moisés era introducido en toda la riqueza de la cultura Egipcia, los israelitas se veían
sometidos a condiciones de vida muy penosas (Ex. 2,11). Llegado a la edad de los cuarenta años
(cf. Act. 7,22), Moisés se va con sus hermanos. Conocido su estado de opresión, toma su defensa
(Ex. 2,12). Sintiéndose rechazado por sus propios hermanos de fe (Ex. 2,14), y buscado a muerte por el
faraón (Ex. 2,15), Moisés rompe con su pasado y, fugitivo, encuentra refugio en una tribu de
Madianitas (Ex. 2,15-22), donde, como en otro tiempo los patriarcas, se dedica al pastoreo (Ex. 3,1).

En la soledad del desierto Moisés encuentra a Dios, que se le revela como el Dios de los padres
y le habla de las promesas (Ex. 3,1). El desierto, contemplado como ambiente natural de la revelación y
de la salvación, es el lugar donde Dios se manifiesta a Moisés.

La atención de Moisés es atraída por una zarza que arde en el fuego sin consumirse: “La zarza
ardía y no se consumía” (Ex. 3,2). Moisés se decide a dar una vuelta alrededor para darse cuenta de
qué se trata: Y Dios, llamado “ángel del Señor”, irrumpe en la vida de Moisés y se le revela en una de
tantas manifestaciones como hay en la Biblia. También en la vocación de Moisés, como en la de
Abraham, la visita divina es repentina e imprevista. Es Dios quien se revela a Moisés, entrando en
diálogo con él, y no Moisés el que va en busca del Señor.

5.2.- LLAMADA DIVINA


Atraído por la señal de la zarza ardiente, Moisés da una vuelta en torno para cerciorarse del
“hecho”. El silencio profundo que rodea la misteriosa visión lo rompe Dios, que, al acercarse Moisés,
hace oír su voz llamándolo por su nombre y dirigiéndole la palabra, (Ex. 3,4). Moisés se da cuenta de
que se encuentra en presencia de alguien que le conoce íntimamente.

En la descripción de la vocación de Moisés encontramos el verbo “Llamar”, verbo vocacional


por excelencia. Expresa el modo dialogante y dinámico de toda vocación. Responde al punto: “Aquí
estoy”. La palabra de Dios que llama exige, en efecto, prontitud para acoger la invitación y
generosidad en el ponerse a disposición de la misión para la que uno es llamado.
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El Dios que llama a Moisés y que le confía la misión de liberar al pueblo de la esclavitud de
Egipto es el mismo Dios que se ha revelado a los padres (Ex. 3,6). No es por tanto, un Dios
desconocido, esto es, el Dios que ha elegido a Abraham y que ha prometido hacer de él una gran
nación, el Dios de la alianza, el Dios protector de los patriarcas, que los ha acompañado en todas sus
peregrinaciones, que los ha seguido a Egipto y que ahora ha venido a visitar a Israel para hacerle salir
de Egipto hacia un país que él había prometido con juramento que daría a Abraham, a Isaac y a Jacob
(Gn. 50,24). Moisés entra de este modo en la dinámica de la historia de la salvación.

5.3.- MISIÓN DE MOISÉS


Dios confía a Moisés la misión de liberar a Israel de la opresión de los egipcios: aflicción de mi
pueblo, clamor que la arranca su opresión, y conozco sus angustias. He bajado para librarlo de las
manos de los egipcios, sacarlo de aquel país y llevarlo a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que
mana leche y miel, a la tierra de los cananeos, jeteos, amorreos, fereceos, jeveos y jebuseos.

 El libro del Génesis se cierra con la esperanza-certeza de que Dios visitaría su pueblo, que los
sacaría del país de Egipto y que según las promesas, le daría en herencia la tierra de Canaán
(Gn. 50,24-25).

 El libro del Éxodo se abre subrayando el hecho de que una parte de las promesas se había
realizado. De hecho, “los israelitas eran muy fecundos y se multiplicaron mucho, aumentando
progresivamente y llegando a ser tan numerosos que llenaron toda aquella región” (Ex. 1,7).

Bajo el peso de la opresión, los israelitas levantan gritos de lamento y su grito sube hasta Dios.
El Señor escuchó su “lamento”, se acordó de su alianza con Abraham y Jacob, miró la condición en
que estaban los israelitas y se lo tomo a pecho, enviando a Moisés a liberarlos” (Ex. 2, 23-24).

La misión de Moisés, el libertador, se desarrolla en dos vertientes: en sus enfrentamientos con el faraón
(ex. 3,7-10) y en los que ha de sostener con los propios israelitas (Ex. 3,16-20).

Moisés recibe el mandato de presentarse al faraón en nombre del Dios de los hebreos para pedirle que
deje salir a su pueblo. “Ve, pues. Yo te envío al faraón para que saques a mi pueblo, a los hijos de
Israel, de Egipto” (Ex. 3,10).

A los israelitas Moisés debe recordarles las promesas hechas por Dios a los padres. “Anda,
reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de
Isaac, de Jacob, se me ha aparecido y me ha dicho: Os he visitado y he visto lo que se os hace en
Egipto. He determinado sacaros de la aflicción de Egipto a la tierra de los cananeos...” (Ex. 3,16-17).

En el nombre del Dios de los hebreos, Moisés tiene que liberar al pueblo de la opresión egipcia
y conducirlo para que viva la alianza y las promesas en la tierra de Canaán (cf. Ex. 6, 6-8).
24
5.4.- OBJECIONES

Ante el mandato de Dios: “Ve, pues te envío... Haz salir de Egipto a mi pueblo” (Ex. 3, 10),
Moisés contrapone su sencillez de pastor de ovejas (cf. Ex. 3, 1). En el vano intento de resistir la
llamada divina (vocación-misión), que él mismo siente superior a sus fuerzas, Moisés se vuelve a Dios
y le suplica que tome en consideración su verdadera ineptitud para tal misión: “¿Quién soy yo para ir
al faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?” (Ex. 3, 11).

A la objeción de Moisés, común en la Biblia a las demás vocaciones (cf. Jue. 6, 15; Is. 6, 5;
Jr. 1, 6, etc.), le sigue la confirmación de la protección de Dios, expresada en la fórmula clásica: “Yo
estaré contigo” (Ex. 3,12). Como garantía de la divina protección, Dios da a Moisés una señal: “Esta
será la señal de que yo te he enviado: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, adoraréis a Dios en
este monte” (Ex. 3,12).

La objeción de Moisés tiene fundamento en su misma persona. Se le pide que presente al faraón
y a los israelitas y que les diga lo que le ha hablado el Señor, y él, además de no ser un buen orador, es
tartamudo: “Señor, yo no soy hombre de palabra fácil, y esto no es ya de ayer ni de anteayer, ni desde
que estas hablando a tu siervo, pues yo soy tardo en hablar y torpe de lengua” (Ex. 4,10; cf. 6, 12).
Dios responde a la nueva objeción recordándole a Moisés que es él, el Señor, el que le da la boca al
hombre, el que hace mudo a uno y a otro sordo, a uno ciego y a otro con vista, y le asegura su ayuda:
“Ve yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de decir” (Ex. 4,12).

Asustado por la difícil misión, Moisés hace una última tentativa para evadirse, y ruega al Señor
a que envíe a otro, pero no a él: “Ay, Señor; envía al que quieras, no a mí” (Ex. 4,13). Intento de
evadir la misión y de forzar la mano del Señor para que envíe a otro en su lugar, Moisés provoca la ira
de Dios (Ex. 4,14). Entiende que la llamada de Dios es inevitable y que no puede sustraerse a ella.

Para liberar a su pueblo Dios elige a un hombre tartamudo (Ex. 4,10), que ha sido ya rechazado
ya por sus hermanos (Ex. 2,14) y fugitivo en el país de Madían (Ex. 2,15). Este es a quien Dios
constituye “cabeza y juez” sobre su pueblo. Moisés, sostenido por la fuerza que le viene del Señor,
vuelve a Egipto y reivindica para todos sus hermanos oprimidos la dignidad de hijos de Dios: “Tú
dirás al faraón: Así dice el Señor: Israel es mi hijo, mi primogénito. Yo te digo que dejes salir a mi hijo
para que me sirva; pero como te niegas a hacerlo, yo mataré a tu hijo, tu primogénito” (Ex 4, 22-23).

5.5.- REVELACIÓN DEL NOMBRE


Moisés desea conocer el nombre de Dios, esto es, su persona. ¿Cómo podrá, sino, presentarse a
los israelitas y demostrarles que va hacia ellos en nombre del Señor, como su mensajero, sino conoce
su nombre? (Ex. 3,13). El conocimiento del nombre de Dios, pedido por Moisés – esencial para un
oriental –, es con intención de acreditar su misión ante el pueblo: “Yo me presentaré a los israelitas y
les diré: el Dios de vuestros padres me envía a vosotros, pero si ellos me preguntan cuál es su nombre,
¿qué les responderé?” (Ex. 3,13).
25
Utilizando en el hebreo diversas formas y personas del ver “ser”, expresa el contenido del
nombre del Señor, capaz para acreditar ante el pueblo la misión de Moisés: “Dios dijo a Moisés: Yo
soy el que soy. Luego dijo: Dirás a los israelitas: Yo-Soy me ha enviado a vosotros. Dios añadió a
Moisés: Dirás a los israelitas: El es el Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac,
el Dios de Jacob me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre; éste mi memorial, de
generación en generación” (Ex. 3,14-15).
Dios le responde que él es Yahvéh (Ex. 3,15), el que está presente en medio de su pueblo para
liberarlo de la opresión del faraón, el que está presente con Moisés en la historia de la salvación y
dispuesto a actuar por medio de su elegido.
Por medio de Moisés, Dios hará conocer al faraón que él es Yahvéh no sólo para los hebreos,
sino también para Egipto entero: “Para que sepas que yo el Señor estoy en medio del país” (Ex. 8,18).
Sólo después de la muerte de los primogénitos, el faraón habrá de reconocer el dominio de Yahvéh
sobre Egipto. “Salid inmediatamente vosotros y los israelitas, e id a servir al Señor, como habéis
dicho” (Ex. 12,31).

5.6.- REALIZACIÓN PERSONAL DE MOISÉS.


La respuesta a la llamada de Dios permite a Moisés realizarse no como “hijo adoptivo” de la
hija del faraón, ni como “pastor de ovejas” al servicio de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián
(Ex. 3,1), sino como enviado de Dios y por Dios mismo constituido “cabeza y juez” de Israel, esto es,
como libertador y mediador de la alianza, como profeta y legislador del pueblo de Dios, como
intercesor.
Moisés no es solamente la “cabeza” del pueblo de la alianza, sino también el “profeta”, lleno
del espíritu del Señor (cf. Nm. 11, 25), que habla en nombre de Dios (cf. Ex. 19, 6-8; 20, 19; Dt 5, 1-5),
y el legislador que transmite a los hijos de Israel la ley divina y les enseña el camino que han de seguir
para agradar al Señor y obtener la vida (cf. Ex. 18,19-20; 20, 1-17; Eclo. 45,1-6).
Moisés es el mediador entre Dios y el pueblo. En esta línea es donde él se realiza plenamente.

6.- LA VOCACIÓN DE JOSUÉ


Josué, que se encontraba al servicio de Moisés desde su
juventud (Nm. 11, 28; cf. Ex. 24, 13), es llamado a sucederle en
el ministerio. Después que Moisés fue privado de entrar en la
tierra prometida, Dios confía a Josué el cargo de llevar a su fin la
obra de liberación, comenzada en Egipto (Dt. 1, 37-38). En una
conmovedora oración intenta moisés apartar a Dios de su
decisión. Pide se le conceda atravesar el río para poder ver “la
buena tierra del lado de allá del Jordán (Dt. 3, 25), pero la
respuesta es: “El Jordán no lo pasarás. Da instrucciones a
Josué, dale animo y valor, pues él irá al frente del pueblo para
poner en sus manos la tierra que vas a ver” (Dt. 3, 27-28).
La vocación de Josué, descrita en Nm 27, 18-20 y Dt.
31,1-8.23, presenta nuevos elementos con relación a los
examinados anteriormente. El no es llamado directamente por
Dios, sino por medio de una tercera persona, esto es, por
mediación de Moisés; además, por primera vez en la vocación de
Josué aparece el rito de la imposición de manos.
26
6.1.- LLAMADA DIVINA
A diferencia de tantas otras vocaciones del Antiguo y Nuevo Testamento, en la de Josué falta
una intervención directa de Dios. El Señor responde de este modo a la petición de Moisés: “Toma a
Josué, hijo de Nun en quien reside el Espíritu” (Nm 27,18ª). El verbo “tomar”, significado de elegir,
llamar. De todo llamado, puede decirse que es un elegido, un tomado en posesión por Dios.

Siempre por medio del verbo “tomar”, el Antiguo Testamento indica algunas de las vocaciones
más significativas de la Biblia: Abraham, David, Amos, Isaías.

 Amós afirma ser profeta no por propia iniciativa, sino porque ha sido tomado, esto es, elegido
por Dios y por él mismo constituido profeta: “Yo no soy profeta ni hijo de profeta, yo cuidaba
bueyes y cultivaba sicómoros; pero el Señor me tomó (laqab) de detrás del rebaño y me dijo:
“Ve a profetizar a mi pueblo Israel” (Am 7,14-15).

 Isaías expresa su vocación- misión, con la correspondiente manifestación de Dios que lo ha


llamado: “Así me habló el Señor, cuando me tomó con su mano (Hazaq) y me advirtió que no
siguiera el camino de este pueblo” (Is 8,11).

Otras veces es el Señor quien, valiéndose de intermediarios, se dirige a sus elegidos y les
recuerda o lo que ha hecho o lo que va hacer. Así, el profeta Natán recuerda a David como Dios lo ha
tomado, esto es, lo ha elegido, y de pastor de ovejas ha hecho de él un pastor de pueblos
(1ª Sm. 16,11-13).

6.2.-RITO DE INVESTIDURA
Llamado Josué para suceder a Moisés, recibe la autoridad mediante la imposición de manos.
Con este rito de investidura él se llena del “espíritu de sabiduría” (Dt. 34, 9) y se le confiere la
capacidad de ejercer el cargo de cabeza del pueblo de Dios, con los debidos poderes (Nm 27,23).

La imposición de manos es un rito, del que hay diversos testimonios en el Antiguo Testamento,
con significados diversos. Puede indicar:

1) La riqueza de la bendición que los patriarcas transmiten a sus hijos (cf. Gn. 48, 13-20).
2) La íntima unión existente entre la víctima y el oferente (cf. Nm. 8, 10-16; Lv. 1, 4; 3, 2; 4, 4;
16, 21-22);
3) La posesión de un cargo, con los poderes que le corresponden, como en nuestro caso.

La imposición de manos sobre los llamados aparece por vez primera en la vocación de Josué.
Dice, en efecto, el Señor a Moisés: “Toma a Josué, hijo de Nun...; pon tus manos sobre él. Preséntalo
luego al sacerdote y a toda la comunidad, y en su presencia le darás instrucciones” (Nm 27, 18b-19).

Con este rito Moisés transmite a Josué parte de su autoridad de “cabeza y juez”: “le
comunicarás parte de tu autoridad” (Nm. 27,20ª). Josué es formalmente reconocido como cabeza de
Israel; a él le debe obediencia todo el pueblo (Nm. 27,20b).
27
6.3.- MISIÓN
Doble es la misión que se le confiere a Josué mediante la imposición de las manos: una
carismática y la otra político-militar.

 En cuanto cabeza carismática. Como guía espiritual del pueblo, Josué no deberá alejarse jamás
de la ley del Señor, sino meditarla día y noche, para estar en disposición de actuar conforme a
lo que está escrito (Jos. 18), para transmitir al pueblo la palabra de Dios (cf. Jos. 20, 1-6) y
llamarlo a la fidelidad de la alianza, que fue pactada por Dios en el desierto (cf. Jos. 22, 1-8; 24,
1-24) y que le hará renovar en la gran asamblea de Siquén (cf. Jos 24, 25-27).
 Como jefe militar, Josué recibe la misión de introducir a Israel en la tierra prometida: “Tú
debes llevar a este pueblo a la tierra que el Señor juró dar a sus padres” (Dt. 31, 7).

6.4.- RESPUESTA A LA LLAMADA DE DIOS


No se sabe cual fuera la reacción de Josué a la llamada de Dios; o sea, bien como Moisés que
puso resistencia, presentando sus dificultades, o bien como Abraham que acepto pronta y
generosamente.
Sólo sabemos que como en todas las vocaciones del Antiguo y Nuevo Testamento, Dios
asegura su asistencia a Josué. En presencia de todo el pueblo, Moisés dice a Josué: “¡animo! y valor,
por que tu debes llevar a este pueblo a la tierra que el Señor juro dar a tus padres; tu le darás
posesión de ella. El Señor ira a tu frente; El estará contigo, no te dejara ni abandonara; no temas ni te
desanimes”.
Lo mismo le repite Dios a Josué después de la muerte de Moisés. Invitándole a atravesar el
Jordán, Dios le asegura su ayuda diciéndole: “Nadie podrá resistir ante ti en los días de tu vida; yo
estaré contigo como estuve con Moisés; no te dejare ni abandonare. Se fuerte y valeroso, por que tu
darás a tu pueblo la posesión de la tierra que a tus padres jure dar. Únicamente se fuerte y valeroso
para cumplir fielmente todo lo que te ordeno mi siervo Moisés” (Jos 1,5-7).

6.5.- REALIZACIÓN PERSONAL DE JOSUÉ


Josué es constituido y reconocido por todos como “pastor” esto es, jefe carismático y militar de
la comunidad de los Israelitas. Y en esta doble investidura de cabeza carismática de pueblo de Dios
(Nm. 27, 17b) y de jefe militar de las tropas de Israel (Nm. 27, 17ª) se pone de relieve la personalidad
de Josué.
Bajo la guía de Josué, jefe militar, es como Israel toma posesión de la Tierra de Canaán y Dios
otorga a su pueblo “descanso” en todas las fronteras (Jos. 21, 43-44).

Josué ha recibido de Dios el encargo de guiar a Israel por los camino del Señor. “Habéis
cumplido todo lo que os mandó Moisés, siervo del Señor, y habéis obedecido mi palabra en todo”
(Jos. 22, 2).
28
La vida de Josué se cierra llena de años (cf. Jos. 23, 1-2), con la satisfacción de ver a todas
las tribus de Israel reunidas en Siquén para renovar la alianza en la tierra prometida: “Josué hizo aquel
día alianza con el pueblo y le dio en Siquén leyes y preceptos; y escribió Josué estas palabras en el
libro de la ley de Dios” (Jos. 24, 25-26).

7.- LA VOCACIÓN DE SAMUEL.


Samuel aparece en un momento crítico de la
historia de Israel, esto es, en el transito del
patriarcado de los jueces a la monarquía, que se
indica con Saúl y termina con David
(cf. 1ª Sm. 16, 1-13; 2ª Sm. 2, 1-7; 5, 1-5; 7, 1-17).
De esta historia Samuel es el intérprete y el árbitro.
El Señor eligió a Samuel para salvar a su
pueblo, conduciéndolo de nuevo a la obediencia a la
Palabra de Dios, y para sacarlo de la anarquía en que
se encontraba, dándole un hombre capaz de incitar la
historia de la unidad nacional.

7.1.- FUNCIÓN DE LA MADRE EN LA VOCACIÓN DE SAMUEL

Por primera vez se hace resaltar el papel propio de la madre, tanto en el origen como en la
formación de una vocación. Samuel es un “don” de Dios de Ana, que se lo había pedido “por exceso
de su pena y dolor” (1ª Sm. 1, 16), y un “don” de Ana al Señor (1ª Sm. 1, 11), que se había acordado
de ella (1ª Sm. 1, 19) Su vocación, sin embargo, no hay que atribuirla a la madre, que lo ha ofrecido al
servicio del Tabernáculo, sino únicamente a Dios, que lo llama y lo ofrece como profeta y juez a su
pueblo en una etapa en que “era raro oír la palabra de Dios” (1ª Sm. 3, 1).

Fiel al voto hecho en Silo: “Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva, si te acuerdas de mí y
no olvidas a tu sierva y me das un hijo varón, yo lo consagraré todos los días de mi vida y la navaja no
pasará por su cabeza” (1ª Sm. 1, 11). Ana lo llevó al templo de Silo para ofrecerlo al Señor.
Le dirá al sacerdote Elí: “Yo le pedía este niño y el Señor me lo ha concedido. Ahora, yo se lo doy al
Señor todos los días de mi vida, es donado al Señor” (1ª Sm. 1, 27-28).

Su formación, comenzada en Rama por parte de la madre, continúa a cargo del sacerdote Elí en
Silo, donde Samuel servía al Señor, en la medida propia de un niño (1ªSm. 2, 18). Samuel “iba
creciendo en estatura y en gracia ante el Señor y ante los hombres” (1ª Sm. 2, 26).
29
7.2.- LLAMADA DIVINA.
En un momento en que “era raro oír la Palabra del Señor y no era frecuente la visión”
(1ªSm. 3, 1b), la Palabra de Dios, desatendida por Elí y sus hijos Ofní y Finés (1ª Sm. 2, 12-17),
irrumpe en la historia, llama Dios por su nombre a un adolescente y lo constituye profeta (1ª Sm. 3, 4.
6.8.10).
Samuel duerme en las dependencias del templo donde estaba el arca de la alianza, con el encargo de
vigilar la lámpara en lugar del anciano Elí, cuando el joven se siente llamar por su nombre: “¡Samuel!”
(1ªSm. 3,4). Despierto por la voz, Samuel responde: “Aquí estoy, y corrió a Elí y le dijo: Aquí estoy,
pues me has llamado. El sacerdote respondió: No te he llamado, vuelve a dormir. Y el se volvió y se
echó a dormir” (1ª Sm. 3, 4-5).

El hecho se repite tres veces. Después de la segunda llamada (1ª Sm. 3, 6), el autor del libro de
Samuel hace resaltar la circunstancia de que hasta ese momento el joven no había conocido aún al
Señor ni le había sido revelada aún la palabra del Señor (1ª Sm. 3, 7). Samuel ni sospechaba siquiera
que sea Dios el que le llama y que aquella voz tenga un origen sobrenatural.

El Señor vuelve a llamar a Samuel por tercera vez. Este se levanta y va de nuevo hacia Elí
diciéndole: “Aquí estoy, pues me has llamado” (1ª Sm. 3, 8). Elí ya no tiene duda: ¡el joven no sueña!
Comprende que es Dios el que llama a Samuel por su nombre (1ª Sm. 3, 8); por eso le ayuda a
identificar la misteriosa “voz”, sugiriéndole cómo debía responder al Señor: “Vete a acostarte, y si te
llaman dices: Habla Señor, que tu siervo te escucha” (1ª Sm. 3, 9).

Una vez que Samuel ha vuelto a acostarse, viene el Señor, está nuevamente junto a él y lo llama
una ves más por su nombre: “¡Samuel, Samuel!” Instruido por Elí para descubrir en la palabra que le
llama la voz del Señor, Samuel responde: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha” (1ªSm. 3, 10).

El Señor se revela por primera vez a Samuel en el Santuario de Silo. Samuel toma conciencia
del plan que Dios tiene acerca de él y, sin oponer resistencia alguna, se pone al servicio de la misión
que el Señor le va a confiar.

7.3.- MISIÓN
Dios confía a Samuel una doble misión: la de profeta (1ª Sm. 3, 20) y la de juez (1ª Sm. 7, 16).

 Como profeta, Samuel es el portavoz de Dios, el defensor de sus derechos y el ejecutor de sus
planes. Dios le encomienda transmitir al sacerdote lo siguiente: “Voy a hacer en Israel una
cosa tal que sacudirá los oídos del que la oiga. Aquel día haré venir sobre Elí todo lo que he
dicho contra su casa, desde el principio hasta el fin. Ya le he declarado que voy a castigar a su
casa para siempre, porque él sabía que sus hijos ultrajaban a Dios y no los corrigió. Por eso,
juro a la casa de Elí que la culpa de la casa de Elí no podrá expiarse nunca, ni con sacrificios
ni con ofrendas” (1ª Sm. 3, 11-14).
“El Señor estaba con él, no dejó perderse ni una sola de sus palabras. Todo Israel, supo
que Samuel estaba acreditado como profeta del Señor. El Señor continuó manifestándose en
Silo, porque se le revelaba a Samuel” (1ª Sm. 3, 19).

 Como Juez, Samuel pronuncia las “decisiones” de Dios. Al pueblo que acude a “consultar al
Señor” en varios santuarios y que le pregunta no sólo sobre los problemas relativos al culto,
30
sino también lo concerniente a la justicia, él le da respuestas dictadas por la tradición, en las
que todo sacerdote debe ser experto, y por el código de la alianza. Ejercía el oficio de juez.
Siendo un juez pacífico, Samuel no se desentiende de la situación política. Conoce bien que
consecuencias nefastas puede tener para Israel la presencia de los Filisteos. El pueblo, que gime
por sus infidelidades bajo la opresión de los filisteos, alza el grito de su lamento al Señor, que lo
escucha, enviándole a Samuel. Este invita al pueblo a retornar al Señor, a derribar todos los
dioses extranjeros, a enderezar al Señor su corazón y a servirle a él sólo si quiere ser librado de
la mano de los filisteos. Confrontados por la oración de Samuel y acompañados por el auxilio
del Señor, los Israelitas derrotan a los filisteos (1ª Sm. 7, 3-12) y se liberan de su opresión
durante todo el tiempo en que Samuel ha sido “Juez” en Israel (1ª Sm. 7, 13-15).

7.4.- LA RESPUESTA A LA LLAMADA DE DIOS


En la respuesta de Samuel a la vocación de profeta y de juez no hay objeción alguna por parte
de él y, “Todos los profetas experimentarían siempre un primer impulso de huida ente la potencia de
esta palabra. Moisés se sintió incapaz e inepto (Ex. 4, 10ss); Jeremías se sentiría demasiado joven
(Jr. 1, 4ss); Isaías, impuro (6, 5). Samuel, en cambio, es un niño frente a la palabra; así que lo suyo no
puede ser huida, sino sólo sentirse llamado”.

7.5.- REALIZACIÓN PERSONAL DE SAMUEL


La realización personal de Samuel se concreta en dos direcciones: como levita-nazareno, que
presta sus servicios en el tabernáculo del templo de Silo, y como profeta- juez de Israel, que transmite
al pueblo la palabra de Dios y lo libera de la opresión de los filisteos. El secreto de esta su realización
personal se encuentra en la “consagración” al Señor y en la total “obediencia a la palabra de Dios”.

De Samuel profeta se dice que llegó a ser grande y que era acreditado como tal por el Señor
ante el pueblo (1ª Sm. 3, 19-20). De Samuel, como juez, se dice que ejerció este oficio durante toda su
vida y en diversas localidades (1ª Sm. 7, 15-16).

La vida de Samuel se identifica con su propia vocación-


misión. Como profeta y como juez, revive en primera persona y
encarna las aspiraciones más profundas del pueblo a la libertad, a la
unidad y a la paz.

Samuel, ejemplo de fidelidad a la propia vocación- misión,


señala, con la escucha fiel de la palabra de Dios y con la obediencia a
la misma, el camino para toda autentica promoción de la persona
humana y para la plena realización de toda vocación.
31
8.- LA VOCACIÓN DE DAVID
La elección de David por el rey de Israel (1ª Sm. 16, 1-13) señala una etapa importante, en la
historia de la salvación. Dios, que anteriormente había prometido a Abraham hacerlo “naciones” y
hacer nacer de él “reyes” (Gn 17, 6), que con Moisés y Josué había llevado al cumplimiento “todas las
hermosas promesas” hechas a los padres (Jos. 21, 45), y que a través de los jueces había intervenido
repetidamente para salvar a su pueblo de la opresión de los filisteos (Jue. 3, 9; 6, 14, etc), otorga ahora
a Israel en David un “salvador” (2ª Sm. 19, 10) y al propio tiempo un “rey-pastor”, capaz de regir a su
pueblo con sabiduría y justicia (Sal. 78, 70-72).

A la petición del pueblo de tener un rey como todos los demás pueblos (1ªSm. 8,5) responde
Dios autorizando al profeta Samuel para hacer caso de tal petición (1ªSm. 8,7-9).

Después de la reprobación definitiva de Saúl (1ª Sm. 15, 10-23), Dios ordena al mismo Samuel
que unja en secreto a David, hijo de Jessé, como “rey” de su pueblo (1ª Sm. 16, 1). El acontecimiento
de la elección se prepara con dos intervenciones de Dios (1ª Sm. 13, 14; 15, 28). A David se le confía
el encargo de resistir al filisteo, que arrojaba la “ignominia” sobre Israel (Eclo. 47, 4), de inaugurar una
dinastía protegida y bendecida, capaz de encarnar históricamente la autoridad de Dios y la unidad
nacional del pueblo, y de ser portadora de la esperanza mesiánica (cf. 2ª Sm. 7, 1-17; 1ª Cor 17, 1-15).

8.1.- ELECCIÓN DIVINA


La vocación de David ofrece algunos elementos comunes con la de Josué. Como ésta, también
la de David se hace notoria, interviniendo un mediador, el profeta Samuel. Más que de vocación, en
nuestro texto se debe hablar de elección divina, manifestada a David por medio de Samuel (1ªSm.
16,1). Dios invita a Samuel a no fijarse en el aspecto exterior ni en su gran talla (1ªSm. 16,7), sino
únicamente en el corazón, porque así hace Dios.

En la Biblia la línea de la bendición no pasa nunca por la primogenitura: así Jacob es preferido
a Esaú (Gn. 27), Efraín a Manases (Gn. 48, 14.19), Judá a Rubén (Gn. 48, 8.12) y en Judá la familia de
Jesé (1ª Sm. 16, 1). Fiel a este modo suyo de proceder, Dios confía el cargo de efectuar la salvación a
las personas menos cualificadas en el plano humano (cf. Jue. 6, 11), para que se manifieste más
claramente la bondad de Dios y su intervención. En conformidad con este principio, Dios elige a
David, persona de poca importancia dentro de su misma familia, para confundir a los poderosos y
reducir a la nada lo que es (cf. 1ª Cor. 1, 27-29).

8.2.- CONSAGRACIÓN REAL


David, como rey, no es sólo elegido por Dios, sino también el ungido del Señor. Para hacer de
David su “consagrado”, Dios invita a Samuel a Belén, llevando el cuerpo lleno de óleo, con el
mandato de ungirlo “rey” en lugar de Saúl (1ª Sm. 16, 1).

La vocación de David como rey de Israel esta acompañada de un rito sagrado: la unción, que le
confiere el mediador Samuel, en presencia del padre y de sus hermanos (1ªSm. 16,13). Esta unción
confiere a David el Espíritu del Señor para hacer de él el salvador y el guía sabio del pueblo de Dios.
32
La unción, como rito religioso, hace de David una persona consagrada, lo habilita para
desempeñar algunos actos religiosos, lo hace partícipe de la santidad de Dios. Desde el momento de la
unción, David adquiere el derecho de sucesión como rey de Israel.

8.3.- MISIÓN
Doble es la misión de David: la de “rey-pastor” (2ª Sm. 5, 2), esto es, “cabeza” y la de
“heredero-transmisor” de promesas, a través de una “descendencia” protegida y bendecida
(2ª Sm. 7, 4-17).

 Como rey-pastor, David recibe la misión de guiar a Israel en su lucha contra los filisteos para la
plena posesión de la tierra de Canaán. Jerusalén, David la elige como capital de su reino, la
hace centro de la unidad de la tribu de Israel, y pone en ella el arca de la alianza para ofrecer
ante el Señor holocaustos y sacrificios de comunión (2ª Sm. 6, 17).

 Como heredero-transmisor de las promesas, David es elegido por Dios cabeza de estirpe de una
nueva descendencia. David es por vocación portador de “bendición”, una bendición que no se
refiere sólo a él, sino que afecte a toda su descendencia: “Tu casa y tu reino subsistirán para
siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre” (2ª Sm. 7, 16).

8.4.- RESPUESTA A LA LLAMADA DIVINA


En la vocación de David, no falta la promesa de seguridad del auxilio divino. El auxilio de Dios
es aquí garantía de la presencia del Espíritu del Señor, que se apodera de David en el momento en que
es ungido y toma de él posesión de manera permanente: “El espíritu del Señor entró en David desde
aquel día en delante” (1ª Sm. 16, 13). David triunfa sostenido por la fuerza del espíritu, se enfrenta al
filisteo y triunfa de él con estas palabras: “Tu vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo
voy contra ti en nombre del Señor” (1ª Sm. 17, 45).

8.5.- REALIZACIÓN PERSONAL DE DAVID


La realización personal de David se verifica en dos vértices: como “rey-pastor” del pueblo de
Dios y como “heredero-transmisor” de las promesas hechas al mismo de parte del Señor por medio
del profeta Natán.

 Como “rey-pastor”, David obtuvo de Dios reinar cuarenta años (2ª Sm 5, 4). David crecía
siempre en poder, que el Señor de los ejércitos estaba con él, que lo confirmaba como rey de
Israel, le daba la victoria a dondequiera que iba (2ª Sm. 8, 6-14). “Reinó David sobre todo
Israel, administrando derecho y justicia a todo su pueblo” (2ª Sm. 8, 15). Es ésta la máxima
alabanza que se puede hacer de un rey (cf. Jr. 23, 5; 33, 15).

 Como heredero-transmisor de las promesas del reino y de la descendencia, David encuentra su


realización personal. “El Señor te anuncia que él te hará a ti una casa. Cuando se cumplan tus
días y descanses con tus padres, mantendré después de ti tu linaje salido de tus entrañas, y
afirmaré tu reino” (2ª Sm. 7, 11-12). Personalmente ha podido constatar que, a pesar de sus
33
graves infidelidades (2ª Sm. 11, 1-12, 12), Dios no ha retirado de él su favor, esto es, su
espíritu (cf. Sal. 51, 13; 1 Sm. 16, 14), como había hecho con Saúl (1ª Sm. 13, 14; 15, 28); la
misma certeza adquiere respecto de sus descendientes (2ª Sm. 7, 15). Esta certeza la expresa él
mismo en la conversación de despedida que dirige a su hijo Salomón: “Yo voy a morir, ten
ánimo y pórtate varonilmente. Se fiel al Señor, tu Dios, caminado por sus sendas, guardando
sus mandamientos, preceptos, dictámenes y testimonios, como está escrito en la ley de Moisés,
para que triunfases en todas tus empresas y el Señor cumpla la palabra que me dijo: Si tus
hijos hacen lo que deben, andando en mi presencia fielmente con todo su corazón y toda su
alma,, no te faltará jamás un sucesor en el trono de Israel” (1ª Re. 2, 2-4).

Además de realizarse como rey y transmisor de la “bendición”, David lo ha hecho también


como organizador del culto de Dios (cf. 1ª Cro. 16, 4-24), componiendo salmos y dando esplendor a
las fiestas del Señor (Eclo. 47, 8-10).

TRABAJO EN CASA.
Contesta lo que se te pide:

1.- Hay dos formas de llamado uno colectivo y otro individual.


¿A qué esta destinada la vocación colectiva?
¿A qué esta destinada la vocación individual?
2.- ¿Cómo fue la llamada de Dios a?
* Abraham. * Moisés. * Josué.
* Samuel. * David.
3.- ¿En qué consistió la misión encomendada a Abraham?
* Abraham. * Moisés. * Josué.
* Samuel. * David.
4.- ¿Cuál fue la respuesta que dio?
* Abraham. * Moisés. * Josué.
* Samuel. * David.

9.- ORACIÓN:
ORACIÓN POR LAS VOCACIONES.

¡Manda, Oh Jesús, obreros a tu mies, que esperan en todo el mundo; a tus apóstoles y
sacerdotes santos, a los misioneros heroicos, a las religiosas amables e incansables!

¡Enciende en el corazón de los jóvenes y de las jóvenes la chispa de la vocación; haz que las
familias cristianas quieran distinguirse en dar a tu Iglesia los cooperadores y las cooperadoras del
mañana. Así sea.

Juan XXIII

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