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Autor: Mg. Daniel Korinfeld. Publicado en Infancia, legalidad y juego en la trama del lenguaje, M.

Minicelli (comp.), Noveduc, Buenos Aires, 2008. Texto original presentado en el Panel: La infancia en la
trama del lenguaje, I Simposium Internacional Infancia, Educación, Derechos de niños, niñas y
adolescentes, 7 y 8 de Noviembre de 2007. Mail: dkorinfeld@puntoseguido.com

Adolescentes y adultos: ¿Una lucha de voluntades?1

Daniel Korinfeld

Julio abandonó la bayeta sobre la encimera, decidido


a enfrentarse con la niña, que era también un modo de
enfrentarse a la angustia, pero comparó el cuerpo de
ella con el suyo y comprendió que la niña tenía más
alma que cuerpo mientras que él tenía más cuerpo que
alma. Y ese alma pequeña de la que disponía estaba
perdida por algún sitio de su ser, como un botón en el
dobladillo de un traje.2

Almas y cuerpos. Procesos de subjetivación.


Que los niños tuvieran alma no siempre formó parte de las sensibilidades de todas las
épocas, si enfrentarse con un niño pudo ser desde cierto momento y de algún modo
hacerle frente a la propia angustia, la pregunta por el alma, la interrogación que no la
niega pero la compara con la propia, buscando calcular su peso, estimar su tamaño,
parece ser un rodeo, un desvío para aquietar aquello que agita en el sujeto el encuentro
con lo infantil. Niños sin alma, o adultos 3 con almas depreciadas, reducidas, perdidas.
Cuerpos que al transformarse, dejan la niñez, atraviesan la pubertad, abandonan la
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Publicado en Infancia, legalidad y juego en la trama del lenguaje, M. Minicelli (comp.), Noveduc,
Buenos Aires, 2008. Texto original presentado en el Panel: La infancia en la trama del lenguaje, I
Simposium Internacional Infancia, Educación, Derechos de niños, niñas y adolescentes, 7 y 8 de
Noviembre de 2007.
2
Laura y Julio, Juan José Millás, Seix Barral breve, Barcelona, 2006, Pág. 166.
3
Nombraremos como adulto a aquel que ya no es niño ni adolescente sin cuestionar en esta oportunidad
las características ni mutaciones de esta categoría.
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Minicelli (comp.), Noveduc, Buenos Aires, 2008. Texto original presentado en el Panel: La infancia en la
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juventud, ¿empequeñecen su alma? Y continuando las resonancias de la cita que


antecede; ¿Cómo será el alma de los adolescentes?, ¿Es que tienen alma? ¿O es que son
desalmados? ¿Qué comparaciones suscita en los adultos? ¿Qué proporciones,
relaciones, imágenes devuelve ese espejo? ¿Habrá que ocuparse de sus almas –el alma
como sujeto de acción en tanto que se sirve de su cuerpo, como apuntaban los
antiguos–? ¿Qué suscita un cuerpo en mutación que va en camino de tener los caracteres
de un cuerpo adulto? La experiencia del encuentro con los adolescentes parece
multiplicar la angustia, avivar nuevas series de fantasías, activar fantasmas. Ciertas
observaciones de las posiciones que toman los adultos – las instituciones – nos llevan a
la pregunta de cómo se inscribe el discurso de los derechos de los adolescentes allí.
Hablar de derechos es hablar de sujetos, es hablar de lenguaje, es hablar de política, es
hablar de poder. Y hablar del poder después de Foucault, es quebrar el imaginario que lo
escencializa, lo sustancializa, lo fija, lo ubica como externo en algún lugar, “arriba”,
“afuera”, o le da un único nombre; la renovación que aporta la concepción foucaultiana
del poder es el de definirlo como estrategia, como funcionamiento que produce
discursos, saberes y verdades; como circulante, deslocalizado, reticular, discontinuo,
articulado a un saber, productor de sujetos que constituyen y reconfiguran prácticas, en
tanto el poder para este autor, está alojado en intenciones subjetivas, “la salud”, el bien”,
¿“los derechos”?.
Cuando Nietzsche, según Esposito (2006:11) aparta la conciencia como foco de las
interacciones humanas y ubica allí al cuerpo de los individuos, concibe a la vida como
el único sujeto y objeto de la política, así como Foucault (1992:114) cuestiona la
centralidad de la ideología en el funcionamiento eficaz del poder. Es el cuerpo la
superficie de afectación de los sujetos a través del que se capilariza el poder y se
producen efectos al nivel del deseo. Es sobre los cuerpos de los niños, niños y
adolescentes que las prácticas institucionales operan, y se producen y efectúan modos
de enlace y desenlace social. Son los cuerpos los que sufren de violencia, de abusos, los
que son segregados, y los que pueden encontrar en determinada compulsión la
satisfacción de un goce irrefrenable.

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Como sanción ante su insuficiencia, el desvío, o su particularidad negativizada,


encuentran en las sagas y adjetivaciones familiares, en las clasificaciones escolares, en
las nominaciones crueles que le arrojan sus pares, o más sofisticadamente en la
nosografía médico –psiquiátrico – psicológica, palabras que pretenden nombrarlo.
Mueca de un nombre que cuando se legitima en un saber adquiere una pregnancia
mayor capaz de vencer las resistencias de los sujetos y de su entorno corriendo el riesgo
de configurar en esa pseudo identidad un destino.

Las nuevas tutelas


La concepción del niño y del adolescente como sujeto de derechos puede concebirse, en
cierto sentido, en los términos del reforzamiento de un ideal de la modernidad en el
plano de sus enunciados más generales en contradicción con el funcionamiento real de
sus instituciones. La descarnada realidad de la niñez y de la adolescencia en el mundo lo
atestigua. Es decir que el niño y el adolescente de la Convención 4 son al mismo tiempo
y en parte un niño y un adolescente “moderno” en el plano de los enunciados, en tanto
los ideales emancipatorios de la modernidad no podrían justificar ni tolerar las prácticas
instituidas y las situaciones por las que el hombre y el niño de estos siglos han pasado.
Son no-modernos en el sentido en el que precisamente se pretende operar en el terreno
de la transformación de las condiciones de existencia de las infancias y adolescencias
estructurada por las nuevas tutelas. Ubicados bajo relaciones de subordinación, objeto
de atención y de dominio por parte del adulto, podría pensarse como formando parte de
lo que Robert Castel denomina como nuevas tutelas.
Las nuevas tutelas dejaban atrás “la irracionalidad de herencias arcaicas, de la
época en que la sociedad era gobernada por los principios del despotismo y estaba
hundida en la ignorancia”, esas tutelas tradicionales producto de la arbitrariedad y del
absolutismo, como la relación feudal o la antigua organización laboral. El verdadero
contrato social, afirma Castel (2001, p. 238), era un contrato de tutela, que estaba lejos

4
Si abrimos otro de los significados de convención, nos situamos en un rasgo de la cuestión de los
derechos de la infancia. El reconocimiento de su condición de construcción social es tan importante como
la reivindicación de su existencia y la lucha por su creciente instauración en las prácticas en las que esta
infancia en mutación se sigue constituyendo.
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del principio rousseauniano del contrato libre entre individuos soberanos. Las nuevas
tutelas, provisorias o definitivas, según las relaciones de desigualdad en juego, darían
cuenta de los desniveles en distintas dimensiones y serán legitimados desde la
racionalidad de un saber. Un saber sobre los ricos y los pobres, los sabios y los
ignorantes, los cuerdos y los locos, los adultos y los niños, los civilizados y los salvajes.
La tutela familiar y educativa sobre el niño, es una suerte de paradigma de
subordinación; ligado simbólicamente a la creación (el niño como metáfora del
“milagro de la vida”) facilita la creencia en su condición natural, aún en tiempos de
destituciones como lo fue la caída del Antiguo Régimen, naturalizar la subordinación
del niño facilitará su desplazamiento para argumentar otras tutelas. De tal modo, que el
obrero será comparado con un niño ignorante, de igual manera el pobre. Pobres y
anormales serán marcados en algún rasgo por el cual podrán ser comparados con un
niño. Inocencia, ingenuidad, salvajismo, perversidad, ignorancia, falta de voluntad,
egoísmo por nombrar algunas de los atributos negativos (por definición, por exceso o
por carencia) que obliga a un dominio y a un control moral de los sujetos.

La tutela también ha de tener múltiples nombres: sojuzgamiento, domesticación,


disciplinamiento, vigilancia, control, cuidados, asistencia, enseñanza, acompañamiento,
orientación.
Las tecnologías del yo operan en una transformación del sí mismo, mutación de la
voluntad del yo. Agregación de técnicas y modos de disciplinamiento y control que
funcionan articulados en procedimientos que involucran al cuerpo de los sujetos:
aislamiento, separación y cambio del entorno, concentración, repetición, ejercitaciones
y ciertas formas de la reflexión – que incluyen la confesión y la autocrítica.
Este proceso de producción de sujetos va articulando las tecnologías de clasificación y
manipulación espacio temporal hacia procesos de objetivación médica, psicológica y
social. La perspectiva de los dispositivos institucionales como productores de
subjetividad permite analizar esas formas de constituir y transformar la experiencia de
sí (Larrosa, 1995) ese conjunto de afectaciones y auto-afectaciones dirigidas al
“interior” del individuo; descriptas operando en el ámbito pedagógico es una modalidad

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de control y contención - tecnología psicológica y social- que funciona en el corazón de


las relaciones intergeneracionales.

Adolescentes y adultos: ¿Una lucha de voluntades?


“La adolescencia es una enfermedad que se cura con el tiempo”, aquella frase que
forma parte del acervo común, parece ser interpretada frecuentemente en el sentido de
la existencia de una patología real y no como metáfora para describir un tiempo de
pasaje cuyas particularidades tienden a descentrarse de lo conocido identificado como
“lo normal”. Lejos de interpretar esa frase en el mismo sentido en el que Aberasturi y
Knobel (1971) denominaron el síndrome de la adolescencia normal, para explicitar un
pe ríodo caracterizado por un conjunto de procesos psíquicos, rasgos, comportamientos
y sentimientos, que en otros períodos vitales serían definidos como patológicos
signados por identificaciones y desidentificaciones, ciertos modos de posicionarse
respecto de los adolescentes parecen-padecen de una literalidad respecto de esta idea de
lo anormal o “lo enfermo” que de algún modo sigue latente en ciertas
conceptualizaciones. Como sostiene Nancy Lesko (2002, p. 315-332), “algunos mitos
científicos o verdades ya establecidas acerca de la adolescencia, no hacen más que
profundizar un determinado modo de relación que ubica al otro en el puro proyecto”. En
este punto las primeras conceptualizaciones de la adolescencia, al trabajar en torno al
proceso de duelo y de elaboración de pérdidas que implica el crecimiento y el
atravesamiento de esta etapa, al describir la inestabilidad y fragilidad que conlleva,
marcó de un modo particular la manera de mirar, pensar y por tanto interactuar con los
adolescentes, un modelo de adolescente occidental, de clase media y blanco. 5

5
Hablar de adolescentes es una suerte de homogeneidad abstracta, que plantea diferencias hasta lo
singular del uno por uno, sostendremos un registro de lo universal para hablar de una etapa vital, cuyas
dinámicamente construidas en clave histórico social, universalidad que características y modalidades son
permite situar una etapa de la vida con atributos de diversas y dispares significaciones, valores y
duración temporal según cada cultura, cada sociedad, y ciertas modalidades de la relaciones
intergeneracionales que atraviesan las particularidades, al mismo tiempo que insistimos en la pluralidad
de la de experiencias adolescentes.

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Lo anormal, lo enfermo, nos remite a una escena que la genealogía de la locura


construida por Foucault sitúa a principios del siglo XIX cuando al loco se lo comienza a
aislar y a observar para estudiar la lógica contrapuesta a la verdad de los normales, el
“encuentro” con la locura, en ese momento igualada a enfermedad, se planteaba dos
objetivos: clasificarlos y doblegar su voluntad “torcida”. Describe ese pasaje desde la
locura concebida como un error de juicio, apenas una equivocación que entregaba a los
locos a sus quimeras, a esa nueva locura mirada ahora como enfermedad mental, que
comenzó a requerir de un aislamiento obligatorio, en el que se va a construir una escena
central en la que ha de librarse una confrontación de voluntades. Un loco con sus
arrebatos, pretensiones, desvaríos, perversiones o apatías versus la voluntad de un
médico que ha de doblegar la voluntad errática del alienado. Esclavo de esa voluntad
desordenada, sólo ante una voluntad más poderosa, la del médico legitimado en su
saber, podrá dominarse una vez que sea sometido-convencido.
¿No es esa “lucha de voluntades” una escena que más de una vez es posible observar en
las relaciones institucionalizadas –o no– entre adultos y adolescentes? En diversos
marcos y contextos, temas y problemas ¿no se repite algo de esa escena? ¿No nos
resulta familiar ese combate entre voluntades en ciertas situaciones y contextos
educativos y asistenciales?, y circunscribiéndolo aún más, ¿no resulta familiar a la
escena escolar? Si reconocemos su familiaridad es posible que nos retorne un efecto
siniestro. Una representación del adolescente como insensato. Algo de la sinrazón de la
adolescencia, rebelde o conformista, desafiante o apática, individualista y masificada,
ataca los restos del sentido común que le resta a “la comunidad”. Entre la figura de
aquel anormal del siglo XIX y ciertos modos de relación para con los adolescentes
proponemos pensar desde esta analogía cuyo eje son las exhortaciones morales e
ideológicas al modo de Pinel, – eso sí, de signos diversos– que asechan el encuentro
con el joven.
La matriz médica que persiste en la metáfora de la enfermedad o en la caracterización
de la adolescencia como síndrome, en reflexiones “psi” sobre la adolescencia está activa
aún.

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Los modos diversos de estigmatización y de patologización de la adolescencia son una


salida fallida de ese combate, la señal de su fracaso: la impotencia del adulto para
encauzar aquello que resiste en el joven. Donde el signo o el síntoma del otro, debe
tener un tratamiento especial con técnicas específicas y expertos que imprimen en un
diagnóstico su pronóstico, ya de algún modo determinado anticipadamente.
Analizamos en otra oportunidad estas operaciones a las que leímos precisamente como
un abuso de poder por parte del adulto (Korinfeld, 2005), bajo el amparo de buenas
intenciones, con estilos más o menos sutiles, el joven es tomado como objeto de
cuidados y protecciones que tantas veces desencadena la respuesta automatizada de
diversos dispositivos institucionales que lo capturan y lo arrojan a callejones sin salida.
Las intervenciones que tienden a doblegar la voluntad del otro no se disparan sólo ante
situaciones que implican violencias o transgresiones, por su exposición y estridencia
estas quedan más expuestas para todos. La indiferencia, la apatía, el desinterés hacia lo
escolar, las dificultades para hacer lazo, alguna dificultad en algún orden, estilo de los
sujetos que se desvían del cauce marcado, pueden convocar a la “Cruzada”.
Las formas de control social en las instituciones de la minoridad –derivadas de la CDN
en la actualidad– promueven “cambios de personalidad” similares a la “curación de las
adicciones” basadas en “cambios de actitud”, expresan con claridad su propuesta de
formación moral (Llobet, 2006). Lo que en las instituciones nacidas en torno al
paradigma del patronato, reconvertidas al paradigma de protección integral, es más
transparente, impregna gran parte de las modalidades de educación y transmisión. Los
modos de relación entre adultos, niños y adolescentes son tan heterogéneos como las
mismas categorías con que estamos nombrando a estos actores –cuyas problemáticas,
necesidades, demandas y urgencias no sólo son diversas sino desiguales-; pero
proponemos pensar cuanto de esta tensión que describimos está presente y funcionando
de modo más o menos visible planteando riesgos bien diferentes según la complejidad
de las situaciones existenciales y de lo extremo de los acontecimientos.

Adolescentes sujetos de derechos.

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Ya es sabido que pensar el tema de los derechos de - en la infancia y la adolescencia, a


menos que nos conformemos con su enunciación en un plan más o menos testimonial,
no parece algo sencillo. A estas alturas, tanto en sus avances como en sus
contradicciones e impasses en las que estas cuestiones se encarnan en la vida cotidiana,
el esclarecimiento y la pedagogía de los derechos e incluso su implantación jurídica son
aspectos tan necesarios como insuficientes. Si estamos comprometidos en que esos
enunciados se entramen en las prácticas institucionales y atraviesen las relaciones
intersubjetivas, deberemos explorar entre otros aspectos, las tensiones que comporta
pensar al otro como sujeto… de derechos.
Aunque esto incluye los modos de relación con la infancia trataremos de conjeturar
algunas de sus diferencias cuando de la adolescencia se trata. Una serie de
particularidades que plantea un conjunto de resistencias cruzadas.
Establecer en la relación adulto niño el orden de la ley, una ley idéntica para todos,
capaz de reorientar las políticas públicas universales, especificar y establecer derechos
propios según particularidades, son sin duda aspectos centrales de este discurso. En el
terreno propiamente jurídico el tema de los derechos no deja de ser en cierto sentido un
aspecto genérico y formal; señala Dussel (2005) citando a Jaramillo Sierra (2003)
Se plantea que los derechos ofrecen mucho menos de lo que creemos, porque la
experiencia humana es mucho más amplia que el ámbito de la ciudadanía, no es
abstracta ni formal, y se desarrolla en un espacio material donde las pasiones, los cara a
cara, y los condicionantes de la desigualdad operan fuertemente, cosa que la abstracción
de la norma y la justicia parece dejar de lado.
Destacar la materialidad social e histórica del discurso de los derechos en tanto contrato
humano, articulado a los múltiples avatares de las prácticas sociales, y que no está por
fuera de condicionantes, interferencias y malentendidos propios de la subjetividad es un
advertencia adecuada ante la idealización que promueve todo discurso. En el caso de los
derechos que estamos tratando, su eficacia es relativa a menos que esté encarnado en los
sujetos, articulado en dispositivos que puedan incluir algo de las particularidades y
singularidades en juego.
La cuestión que insiste y en las que probablemente debamos insistir, es qué preguntas,
qué nuevos interrogantes, nos plantea el campo de las prácticas con las infancias y
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adolescencias a partir de la CDN, cuales son los nuevos problemas que somos capaces
de detectar en un tiempo que es de conflicto y pasaje de perspectivas y paradigmas. Sin
el análisis de las tensiones, resistencias, contradicciones y ambivalencias se ahonda el
camino en el que se toman nuevos ropajes para prácticas pasadas.
El discurso de los derechos es efecto y causa a su vez de una serie de
conceptualizaciones sobre la infancia y la adolescencia, cuestionando ciertos saberes,
perspectivas disciplinarias y matrices de formación.
Nos interesan las consecuencias de esta mirada en las modalidades de lazo social con la
infancia y la adolescencia, una mirada que no ve solamente lo que está en espera de
desarrollo y formación sino que subraya el presente como un tiempo de existencia en sí
mismo con sus necesidades, demandas, deseos y derechos.
Partimos de algunas observaciones realizadas en la tarea en instituciones y en la tarea
clínica para registrar diferencias en los modos en los que los adultos perciben a los
adolescentes en tanto sujetos de derechos y en el que se ubican respecto de los derechos
de la infancia. Observaciones que más allá de su incidencia podrán resultarnos
productivas por los interrogantes y reflexiones que susciten.
La edad en cuestión, la edad de la razón, más allá de donde fijemos los límites y
tratemos de cernir eso que llamamos adolescencia, podría facilitar en los hechos la
percepción del joven como sujeto de derechos animando el sentimiento y el espíritu
democrático que alienta la Convención, es decir, podría ser más fácil representarse a
adolescentes de 13, 15, 18 años expresándose en libertad y, por ejemplo, participando
activamente de la gestión de determinados aspectos de una institución. Podríamos
pensar que esto sería más “natural” que imaginarse a niños y niñas de 3, 6 o 9 años en
esas mismas situaciones. Es la relación con el lenguaje, relativamente evidente, más
precisamente el dominio de la lengua, una de las razones que permitiría figurarse al
adolescente como sujeto en esas acciones. Sin embargo, cuando de los adolescentes y
sus derechos se trata, las cosas parecen complejizarse algo más.
Orientado en el espíritu de la Convención, Philippe Meirieu (2002) cuestionando el
modelo de hegemonía del adulto tradicional y retomando las ideas de pedagogos y otros
pensadores, critica la visión de la infancia y de la adolescencia que los considera seres

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inacabados, a diferencia de los mayores, seres que no han desarrollado aún su proceso
de despliegue de lo humano. En contraposición a ese modelo sostiene que el niño -como
el adulto – es un ser inacabado, pero ya es un ser humano completo. Este señalamiento
que restituye una condición del tiempo presente, tal como antes señalamos y es
fundamentado por otros autores, lo hace retomando la expresión de Montaigne,
“hombre completo” en tanto “poseen completa la humana condición”. Apuntamos
nosotros en relación a este significante que utiliza para reponer la condición de sujetos
niños y adolescentes, que más allá del tiempo singular de constitución subjetiva en el
que se hallan –sin ser este un dato menor– es lo inacabado lo que los hace
completamente humanos, como bien sabemos a partir de formulaciones ya bien
conocidas del psicoanálisis. La falla del sujeto, la división subjetiva es la que los
constituye en sujetos de lenguaje, en relación al Otro en tanto lugar de la ley.
La inermidad, la indefensión, la fragilidad, nombres que la prematuración del Infans y el
lugar necesario de la presencia del otro para su constitución subjetiva interviene en la
ecuación protección–libertad, dejando los aspectos que tienen que ver con la libertad
como un aspecto secundario y con consecuencias prácticas acotadas. Parecería que con
niñas y niños el discurso de los derechos, es “de jugando” y podremos ver cual es el
valor del juego allí; pero este “de jugando” que bien sintoniza con la idea de que es en el
ejercicio de los derechos en el que los mismos se instauran, corre el riesgo de una
posición que no siempre tiene la seriedad del juego y conlleva la superficialidad del
“como si”. O para decirlo de otro modo, la función de institución de infancia, de
simbolización, que tiene el juego, circula en las relaciones con niños y niñas entre la
tarea formativa, educativa y de cuidados; el ejercicio de los derechos transcurre como
un plano de la subjetivación con las tonalidades, estilos y posiciones que tienen los
adultos a cargo.
En los adolescentes, el juego declina, ciertas formas del juego pierden su centralidad, el
cuerpo en mutación, la sexualidad comienza a dejar de ser juego en cierto sentido; la
sexualidad, la fuerza y la palabra son capaces de alcanzar al otro de modos en los que en
el transcurso de la infancia no es posible.6
6
¿El hecho de que la diferencia sexual esté sostenida en dos significantes distintos: “niñas” y “niños”, a
diferencia del indiscriminado “adolescentes”, tendrá que ver con esta ambivalencia en la que la cultura
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El conflicto entre protección y libertad, conflicto que se halla más o menos implícito es
un nudo que aparece denunciado por los síntomas y actos en y de las instituciones, y al
hablar de las instituciones incluimos allí, claro está, a la familia. La función de
introducción en el mundo, que la educación viene a cumplir en los tiempos de la
adolescencia, se transmuta respecto de la infancia. El sujeto a ser guiado- enseñado-
acompañado, es alguien con una mayor competencia real, precisamente por el proceso
que ha atravesado –así como éste haya sido y esas diferencias no son insignificantes –.
El afán protectivo que se desencadena está en relación tanto con “los peligros del
mundo” como con la anticipación de los riesgos que acechan desde el “interior” del
propio sujeto. El acrecentamiento de la distancia a partir de la herramientas que ya
dispone el otro, el incremento de las resistencias, (existe una necesidad subjetiva de
producir distancia, formas de resistencia singulares, más o menos activas o pasivas, más
o menos transgresoras) deslizan el encuentro hacia una confrontación real o imaginaria
centrada en lo moral. Desde la perspectiva freudiana, uno de los trabajos básicos en la
adolescencia es el desplazamiento del predominio del yo ideal al ideal del yo, trabajo
que implica movimientos desidentificatorios. Proceso psíquico que no se encuentra en
relación directa necesariamente con la confrontación moral en la que se ve envuelto tal
como lo venimos planteando.
Resuena la frase de Hannah Arendt al advertir sobre la prohibición de educar a los
adultos (Merieu, 2002), respecto de la educación de los adolescentes en transición a
constituirse como ciudadanos, una transición que no encuentra cabida en los formatos
escolares y las modalidades del vínculo pedagógico.
Se dirá que la infantilización del adolescente como rasgo de época se opone a esta idea
de la autonomía y la ciudadanía ¿no es más interesante pensarlo – en función de sus
efectos prácticos- como un reflejo invertido de la posición de una generación?
La relación con los adolescentes está impregnada de los modos de la violencia
simbólica, el pasaje de la violencia primaria a la violencia secundaria (Aulagnier, 1997)
y sus tensiones en el tiempo de la constitución subjetiva puede ser un prisma desde el
cual analizar las tentaciones que acechan a padres y educadores, fantasías de fabricación
inscribe un tiempo posterior a la mutación pospuberal?

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del otro, ilusiones de moldearlo, de ubicarse como fuente permanente de causa y de


sentido sin ser capaz de registrar en sus resistencias la voz de una alteridad. Sobre esa
obstinación del adulto en “confundir” educación con fabricación, nos advierte Meirieu
(2001) que no podemos fabricar a nadie excepto si nos condenamos y condenamos al
otro a la desdicha. Allí el doctor Frankestein atestigua en su travesía trágica que
ahorrarse la imprevisibilidad y la angustia de los tiempos de constitución de la
“criatura” concluye en una lucha a muerte entre ambos.
Aún cuando los adultos exploran modalidades de vínculos y dispositivos que suponen
un sujeto en el adolescente, es decir que su posición de transmisión, formación e
instrucción o de asistencia se enmarca en un vínculo asimétrico pero no necesariamente
jerárquico, no resulta fácil calibrar las necesidades, los recursos y las posibilidades y los
anhelos en juego del otro, tan difícil como renunciar al abuso del poder en el ejercicio
de la autoridad, tolerar el rechazo, la falta de reconocimiento, la arbitrariedad, y
fundamentalmente la ambivalencia profunda que habita las relaciones.
Sobre el fondo de la extrema idealización que “lo joven” mantiene como emblema en la
cultura, la receta que circula en los hechos en las instituciones parece decir; “más
prevención – menos participación”. Una receta que nos resulta conocida en el plano más
general del funcionamiento social, no es poco importante reconocer esta sintonía para
pensar lo que tiene de inercia reproductiva o lo que podría generar de potencial
diferencia.
Un conjunto de obstáculos y resistencias cruzadas confluyen, la proximidad subjetiva de
la experiencia adolescente, las sobreidentificaciones multiplican los conflictos y
ahondan la brecha, la condición adolescente es capaz de poner un límite que para el otro
resulta infranqueable y ello está en relación a los ideales pedagógicos y sensibilidades
de una época, pese al discurso de los derechos, para el ejercicio de la autonomía, de la
toma de la palabra, de la participación, no hay prisas.
No está en nuestro horizonte de expectativas imaginar el encuentro armónico entre las
generaciones, sino señalar la multiplicación e intensificación de conflictos con sus
consecuencias desafiliantes, estigmatizantes, en tanto que la fragilidad de las
instituciones interpela “eso que pasa” entre las generaciones.

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Texto descargado de la biblioteca del curso: Adolescentes y jóvenes. Subjetividad y prácticas institucionales.

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Autor: Mg. Daniel Korinfeld. Publicado en Infancia, legalidad y juego en la trama del lenguaje, M.
Minicelli (comp.), Noveduc, Buenos Aires, 2008. Texto original presentado en el Panel: La infancia en la
trama del lenguaje, I Simposium Internacional Infancia, Educación, Derechos de niños, niñas y
adolescentes, 7 y 8 de Noviembre de 2007. Mail: dkorinfeld@puntoseguido.com

El mínimo posible de dominación

La aparición de la Convención Internacional de los Derechos del Niño, como hecho


social, a pesar de la diferencia entre los enunciados y sus efectos prácticos, por la utopía
que vehiculiza y la herramienta en la que debe convertirse la CDN, constituye una
verdadera opción ética y política.
El discurso de los derechos se instala como puede en el mismo terreno de
representaciones, de dominaciones, desistimientos que produjo el suelo fértil para su
emergencia; metáfora de la época y de modos hegemónicos del lazo social, ese discurso
es un horizonte capaz de orientar una praxis, que en el peor de los casos reinstala viejos
conflictos con nuevos nombres y en el mejor de los casos, restituyendo derechos,
renueva los problemas y los desafíos de las prácticas.
Tal como sucede en otros territorios, deberíamos desconfiar de los llamados a la
restauración de viejos órdenes o modos de relación, sin dejar de reconocer sus
dificultades.
Intentamos abrir preguntas en torno a las posibilidades del discurso de los derechos para
dar cuenta de las texturas, los tonos y los malentendidos propios de las relaciones
intersubjetivas; las tensiones entre educación y derechos, la complejidad de los vínculos
pedagógicos; a su capacidad de responder ante los efectos de judicialización de las
relaciones sociales y respecto de su capacidad de generar modos alternativos de abordar
los conflictos en las prácticas cotidianas.
La mutación y metamorfosis que caracteriza a la adolescencia imprime una dinámica
que se observa en el vínculo adulto – institución –adolescente. Las reglas del juego de
las instituciones para adolescentes no integran con facilidad la idea de movimiento,
intervalo, pasaje, transición entre espacios, sujetos, diversidad de posiciones, libertad de
movimientos- que hagan lugar a las tensiones, resistencias, contradicciones,
ambivalencias.
Reconocer una vez más la intensidad de la lógica punitiva que atraviesa las prácticas
con los jóvenes nos plantea la necesidad de pensar el poder y “ponerle límites”,

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Autor: Mg. Daniel Korinfeld. Publicado en Infancia, legalidad y juego en la trama del lenguaje, M.
Minicelli (comp.), Noveduc, Buenos Aires, 2008. Texto original presentado en el Panel: La infancia en la
trama del lenguaje, I Simposium Internacional Infancia, Educación, Derechos de niños, niñas y
adolescentes, 7 y 8 de Noviembre de 2007. Mail: dkorinfeld@puntoseguido.com

otorgarle un lugar a las resistencias de los sujetos, un valor a sus síntomas, y


reconfiguran aspectos de las relaciones y las instituciones.
Confundir el reconocimiento de los adolescentes, el reconocimiento de sus derechos,
registrar sus rechazos como signos de alteridad, renunciar a su violentación, con la
abdicación a toda tarea apelativa, formativa o educativa, es una interpretación particular
a ubicar del lado de la desimplicación y las resistencias de adultos y educadores. Del
mismo modo que lo sería aceptar la pasividad en lo referente a sus acciones, la
neutralidad o indiferencia del adulto ante sus vivencias.
Pienso que no puede existir ninguna sociedad sin relaciones de poder, si se entienden
como las estrategias mediante las cuales los individuos tratan de conducir, de determinar
la conducta de los otros. El problema no consiste por lo tanto en intentar disolverlas en
la utopía de una comunicación perfectamente transparente, sino procurarse las reglas de
derecho, las técnicas de gestión y también la moral, el ethos, la práctica de sí, que
permitirían jugar, en estos juegos de poder, con el mínimo posible de dominación.
(Foucault, 1996: 121)
Hemos pretendido abrir una serie de reflexiones más allá de una concepción jurídica del
sujeto, a través de puntuaciones que hacen a la noción de gubernamentalidad 7- que
siguiendo a su autor, permite poner de relieve la libertad del sujeto –no pueden existir
relaciones de poder más que en la medida en que los sujetos sean libres afirma– y la
relación con los otros, constituyendo la materialidad de la ética; el ethos de Foucault, es
la manera de ser y de conducirse. Se trata de retornar al discurso de los derechos, al
punto de partida igualitario que instaura, advertir sus limitaciones, la complejidad del
escenario que abre y el horizonte utópico que despliega: el mínimo posible de
dominación.

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Conjunto de prácticas a través de las cuales se pueden constituir, definir, organizar, instrumentalizar las
estrategias que los individuos en su libertad pueden establecer unos en relación a otros (1996:123).
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Minicelli (comp.), Noveduc, Buenos Aires, 2008. Texto original presentado en el Panel: La infancia en la
trama del lenguaje, I Simposium Internacional Infancia, Educación, Derechos de niños, niñas y
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