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El espía de Stalin que «ganó él solo la

Segunda Guerra
Mundial»https://www.abc.es/historia/ab
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«La actuación de Leopold Trepper costó más de 300.000 muertos a Alemania», llegó a
reconocer el jefe de los servicios secretos de Hitler, Wilhelm Canaris

Israel Viana
MadridActualizado:21/06/2018 11:54h10

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En agosto de 1967, el periodista francés Gilles Perrault contaba a

«Blanco y Negro» como había conseguido dar con Leopold

Trepper (Nowy Targ, Polonia, 1904 - Jerusalén, 1982), el «espía

soviético de la mil caras», del que el mismo jefe de los servicios

secretos de Hitler, Wilhelm Canaris, llegó decir: «Él solo ganó la

Segunda Guerra Mundial. Su actuación costó más de 300.000

muertos a Alemania». Habían pasado dos décadas desde que se le

perdiera el rastro: «Desde la liberación en 1945 habían corrido

sobre él las más increíbles versiones. Se sabía que había sobrevivido

y que había conseguido llegar a Rusia, pero todo el mundo estaba

convencido de que estaba muerto», podía leerse en la entrevista.

Perrault había buscando a Trepper durante varios años,

obsesionado con las historias y leyendas que circulaban acerca del

que fue uno de los espías más importantes de la historia del siglo
XX. Tanto es así que sus acciones fueron decisivas para el ganar la

batalla de Stalingrado, desmantelar la invasión de la URSS por

parte de Hitler, evitar muchos ataques contra los aliados que

habrían sido nefastos y, en definitiva, evitar la victoria de Alemania

en la guerra más mortífera de la humanidad.

El reportero galo había logrado averiguar que Leopold Trepper,

conocido por sus subordinados como «el gran jefe», había sido solo

su nombre en clave. Realmente se llamaba Lejb Domb y vivía

de incógnito en Varsovia como presidente de la Unión Cultural

Judía en Polonia. Viajó de inmediato hasta allí y se presentó en la

sede esperando que le recibiera. Cuando entró en su despacho –

«me quedé hipnotizado por sus ojos, una mirada gris acero de una

dureza extraordinaria»–, le soltó de golpe: «Desde hace años vivo

prácticamente con usted, el Trepper de hace veinte años. Quiero


escribir un libro sobre su red de espionaje». Al callarse, Perrault vio

como le temblaba la mano.

«La orquesta roja»

Accedió, y de aquellas conversaciones salió el libro de «La orquesta

roja» (1967), un éxito mundial traducido a 19 idiomas en el Perrault

sacó a la luz todos los detalles de la organización secreta creada por

nuestro protagonista, que fue decisiva para que los Aliados

consiguieran la victoria en 1945. «Era un hombre destrozado»,

aseguraba periodista a «Blanco y Negro», donde le describía como

alguien «al que le daba igual morir famoso o desconocido, pero al

que le acongojaba ser el único que podía hablar de toda su red. Su

muerte sería la de todos, ya que su recuerdo se perdería. Por eso

dijo esta frase: “Si hablo, la hierba del olvido no se posará sobre sus

tumbas”». Y habló.
A partir de aquellas entrevistas supo que fue la misma Gestapo

quién bautizó como «La orquesta roja» a la organización creada por

Trepper en Bruselas, en 1938, que acabó siendo una auténtica

pesadilla para los servicios secretos del Tercer Reich. Sin embargo,

el hecho de que este se prestara a trabajar como agente secreto de la

URSS en el extranjero se debió en parte al miedo que tenía a ser

detenido si permanecía en su país, sobre todo teniendo en cuenta la

manifiesta hostilidad desplegada por Stalin contra quienes, como

él, reunía la condición cosmopolita de ciudadano polaco, de judío y

de apátrida. «Mi destino estaba trazado. Habría acabado en el

fondo de un calabozo, en un campo de concentración o, mejor aún,

ante un paredón. Por el contrario, si lejos de Moscú combatía en

primera línea contra los nazis, podría seguir siendo lo que siempre
había sido: un militante revolucionario», escribió en sus memorias,

«El Gran juego», publicadas en 1975.

Acertó de lleno. Durante la guerra su red de espionaje fue la que

mejor funcionó de todas cuantas se establecieron en cualquier

bando, hasta el punto de que fue capaz de extender su campo de

operaciones por todos los territorios de Europa que habían sido

conquistados por los nazis. Muchos de los agentes que Trepper

consiguió reclutar eran alemanes de los más diversos estratos

sociales, desde artistas a militares, pasando por escritores,

comerciantes y hasta altos mandos del gobierno que no

necesariamente simpatizaban con el comunismo. Su habilidad para

atraer a colaboradores era infinita.


Imagen de Leopold Trepper, en 1965 - ABC

Como apuntaban Pierre Accoce y Pierre Quet en su reportaje « La

guerra se ganó en Suiza » (1966): «No transcurrían más de diez

horas entre el momento en que se tomaba una decisión en la

Wehrmacht (Fuerzas Armadas) y la orden se conocía en Moscú. En

una ocasión, inclusive el plazo se redujo a seis horas». Una eficacia

que se debió a que entre sus agentes uno podía encontrarse a un

teniente y un coronel de la Luftwaffe (Ejército del Aire), un alto


funcionario del Ministerio de Economía alemán, diplomáticos con

mucha influencia, una trabajadora del Servicio de Información de

Asuntos Exteriores o la famosa bailarina Olga Schottmüller, entre

otros muchos.

Fue previsor, porque empezó a trabajar en su idea un año antes de

que estallara el conflicto. Él mismo le expuso sus planes al general

Berzin: se irían implantando en Alemania y en los países contiguos,

pero no entrarían en acción hasta que la guerra se declarara. El

objetivo de su red solo sería uno y no aceptaría más encargos:

luchar contra el nazismo. En Moscú aceptaron y se pusieron a

trabajar creando las primeras bases y asegurando las

comunicaciones y el financiamiento de la organización. Entonces se

estableció en Bruselas para dirigirlo todo con una identidad falsa:

Adan Midler, un industrial canadiense. Como tapadera, fue creando


más empresas, alguna de las cuales llegó incluso a suministrar

materiales a organizaciones del Tercer Reich. Eso quiere decir que

Hitler fue espiado con el dinero de Hitler.

Cuando comenzó el conflicto, Trepper se trasladó a París, donde

aumentaría su labor transmisora de despachos telegráficos sobre

los materiales utilizados por el enemigo: industria de guerra,

transportes y nuevos tipos de armas. Sobre este último aspecto, «La

orquesta roja» realizó auténticas proezas, como enviar con

suficiente antelación a Moscú los planes ultrasecretos del

nuevo tanque tipo T-6 que los alemanes estaban

construyendo. Eso permitió a la industria soviética construir

rápidamente el tanque KV , que supuso una desagradable

sorpresa para la Wehrmacht cuando se encontraron en el campo de

batalla. También desveló las rampas de lanzamiento dispuestas por

Hitler en el norte de Francia, que pudieron ser destruidas. E


informó a los aliados de las cadenas de montaje con la que los nazis

estaban fabricando las bombas V , lo que permitió anticiparse

y bombardear las fábricas. Muchos expertos coinciden en que si la

V-1 y V-2 se hubieran terminado, el desembarco de

Normandía habría sido imposible.

La caída de Trepper

En 1941, los nazis descubrieron por casualidad una de sus sedes en

Bélgica. Canaris y el mismo Himmler se asustaron. Al cabo de casi

un año de concienzudas investigaciones, supieron que se trataba de

la red de espionaje más grande que se había conocido en toda la

historia, con más de setenta puestos transmisores a pleno

rendimiento en ciudades como Lieja, Gante, Bruselas, Estambul,

Atenas, Belgrado, Ginebra, Viena, Roma, Ámsterdam, Neuchâtel,


Madrid, Barcelona, Amberes, Estocolmo, Copenhague, Trondheim,

Lyon, Marsella, Lille y, por supuesto, Berlín. También en el París

ocupado, donde localizaron más de treinta telégrafos, desde los que

se informaba al gobierno soviético y a los aliados sobre todo lo que

ocurría en los diversos Estados Mayores de los ejércitos del Reich y

en los niveles más altos de los ministerios de Asuntos Exteriores,

Armamento, Aviación, Economía, Propaganda y Trabajo. Se calcula

que llegaron a enviar más de 2.000 despachos de gran importancia

durante la guerra, que fueron redactados por 290 agentes que no

eran necesariamente espías profesionales. Fue aquí donde

decidieron bautizar a la organización como «La orquesta roja», al

considerar a sus miembros como «pianistas» que transmitían la


El 30 de junio de 1942, los alemanes detuvieron cerca de Berlín a un

información usando el telégrafo manual.


importante miembro de la red de Trepper y pudieron acceder a una

serie de informes que, una vez descifrados, dejaron petrificado a


Hitler: tenía ante sus ojos la prueba de que los rusos conocían desde

hace seis meses su intención de comenzar sus ataques hacia el

Cáucaso. Del jefe de todo aquello, sin embargo, no tenían el más

mínimo dato ni imagen. Como escribía J.R.D. Bourcart en « Los

secretos del servicio secreto soviético »: «La medidas de

precaución que tomó, hábiles y minuciosas, le permitieron escapar

durante mucho tiempo de las investigaciones de los servicios

alemanes. Trepper tenía una reputación poco común de audacia y

sangre fría. Se dice que un día entró en una casa donde se hallaba

una de sus emisoras clandestinas, sin saber que la Gestapo estaba a

punto de registrar el local y que su personal ya había sido detenido.

Una vez cogido por sorpresa, se presentó como un comerciante de

pieles de conejo e imitó con tal perfección la actitud, la voz y los


gestos de los trabajadores del ramo, que los policías se contentaron

con ponerle de patitas en la calle con un puntapié».

Finalmente, la red fue desmantelada en parte por la Gestapo el 31

de agosto de 1942. Se hicieron más de 600 arrestos en Bruselas,

París y Berlín. Entre los detenidos, miembros del servicio de

inteligencia militar alemán y de los ministerios de Propaganda,

Trabajo y Exterior. Los procesos judiciales se llevaron en el más

estricto secreto, por vergüenza: hubo 58 condenas a muerte, los

hombres ahorcados y las mujeres guillotinadas, además de

centenares de cadenas perpetuas, torturas e internamientos en

campos de trabajos forzado. Trepper fue capturado un poco más

tarde, pero siguió alimentando su leyenda al conseguir ganarse la

confianza de sus captores hasta lograr que le dejaran escapar en


1943, lo que le permitió regresar a su país y, después, a Israel

desilusionado con el comunismo.

En la entrevista en «Blanco y Negro» de 1967, Perrault contaba:

«Hablaba de manera deshilvanada, porque siempre íbamos a parar

a un muerto. Entonces se cogía la cabeza con las manos, cerraba los

ojos y decía: “¡Dios mío!”. Y luego empezaba a hablar de otra cosa.

Era como un paseo por el cementerio». Aunque una década

después, el propio Trepper escribió en sus memorias: «La tragedia

me esperaba en cada esquina, el peligro era mi compañero más fiel,

pero si tuviese que volverlo a hacer, lo haría con gusto».

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