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Una vez que el SARA ha permitido pasar la información –recuerda que filtra
aproximadamente el 95% de los estímulos percibidos porque los considera
intrascendentes para nuestra supervivencia-, el estímulo recorre su camino a
través de las llamadas vías dopaminérgicas que comienzan en el área
tegmental ventral y el sistema amigdalino donde es nuevamente evaluado por
las llamada fuerzas placer-dolor, donde si es identificado como posible fuente de
dolor -peligroso para nuestra supervivencia- el estímulo es rechazado
automáticamente y guardado en nuestro banco de memoria amigdalino para no
repetir acciones que nos puedan enfrentar a estímulos similares, mientras que,
en el caso de que nuestro sistema amigdalino lo interprete como una posible
recompensa o fuente de placer, la información seguirá su camino hasta el
principal núcleo cerebral liberador de dopamina, el núcleo accumbens.
Aquí, creo que es interesante parar para explicarte qué es la dopamina. La
dopamina es un neurotransmisor que se almacena en las terminales nerviosas de
la neurona, hasta que un impulso nervioso hace que sea liberada y captada por
los receptores de dopamina de otra neurona. Controla los sistemas encargados de
activar los centros responsables de la actividad motora y los centros del placer.
Funciona como una zanahoria que nos anima a sortear obstáculos en busca de
una recompensa. Es un excelente potenciador de la atención y la memoria,
fijando los conocimientos, y por tanto, desarrolla un papel preponderante en el
aprendizaje. Se le conoce popularmente como el neurotransmisor del placer y de
la felicidad, sin embargo para ser más exactos deberíamos referirnos a él, como
el neurotransmisor de la anticipación del placer ya que es el responsable de
crearnos esa tensión que sientes antes de un acontecimiento importante o de
conseguir una recompensa.