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El período 1820-1852

El período 1820-1852: de las autonomías provinciales a la


federación rosista.

Un Estado moderno requiere de una Constitución ya que es la que


establece los principios y las reglas de juego que la sociedad fija para
su convivencia. Se dice que es la Ley Suprema porque es la base del
resto de las leyes. Es un instrumento que organiza jurídicamente a una
nación, garantiza los derechos de los habitantes y ciudadanos y marca
las pautas respecto de la forma y régimen de gobierno así como la
distribución del poder. De lo señalado se desprende lo complejo que
resulta elaborar una Constitución, no sólo porque es en sí misma un
instrumento legal fundamental del Estado, sino porque organiza la
convivencia de sectores que tienen intereses diversos y muchas veces
contrapuestos. Este fue el caso para la Constitución de las Provincias
Unidas. Finalmente, el Congreso dictó una Constitución en 1819 que
las provincias rechazaron por su carácter centralista.

La crisis política de 1820, fruto de un proceso en el cual la batalla de


Cepeda fue uno de los detonantes, desintegró formalmente a las
Provincias Unidas del Río de la Plata y abrió paso a una nueva etapa
caracterizada por la coexistencia de entidades políticas diversas que
se regían autónomamente unas con respecto a las otras

La disolución del Directorio y del Congreso puso fin al gobierno


central. Los gobiernos provinciales fueron estableciendo sus propias
formas de gobierno en territorios sin límites precisos que en general se
trazaron a partir de las ciudades más importantes. A lo largo de todo el
periodo las diferencias políticas tuvieron en la mayoría de los casos
sus orígenes en diferencias tanto económicas como sociales,
regionales, etc., Por lo tanto, los intentos por construir un Estado
unificado se dificultaron enormemente.

Estos grupos representaban proyectos diferentes y han pasado a ser


conocidos como unitarios y federales. Pero si queremos evitar
confusiones debemos saber diferenciar y entender de qué se habla
cuando se mencionan estos dos términos. Ambos responden a las
formas en que concebían la organización política del país.
El proyecto unitario ( centralista) se caracterizó por una fuerte
subordinación de los poderes provinciales al poder central. Por su
parte, los diversos proyectos federales entendían que la
organización del Estado nacional debía basarse en la asociación
de Estados regionales (provinciales) que delegaran parte de su
poder al Estado central. A una primera etapa caracterizada por la
autonomía de las provincias, le siguió a mediados de la década de
1820 el breve intento centralizador de Rivadavia que culminó en un
fracaso.

Posteriormente, a mediados de la década de 1830, el gobernador


de Buenos Aires era Juan Manuel de Rosas. Su política proclamaba
un especial federalismo basado en una posición autonomista que
demoraba cualquier intento de organización nacional que le significara
a su provincia la pérdida de recursos y de mecanismos de control.

La batalla de Caseros en 1852, un nuevo levantamiento del Litoral


contra Buenos Aires liderado por Justo José de Urquiza, marcó el fin
de esta etapa.

legados de la Revolución de Mayo:

+surgimiento de los caudillos, nuevos dirigentes políticos que


expresaban intereses provinciales o regionales y que contaban con
fuerza militar propia. Ellos representaban las tendencias autónomas
frente al proceso centralizador impulsado por Buenos Aires. Luego de
la década de conflictos que se abrió en 1810, los estados provinciales
privilegiaron el establecimiento de su propia organización dictando
leyes y constituciones.

Diversos autores han asociado a los caudillos con el desorden, la


anarquía, el poder despótico, y con relaciones paternalistas y
autoritarias. Sin embargo esas afirmaciones pueden ser matizadas.
Debemos recordar que no estaba claro ni era compartido el proyecto
de país que se quería construir. Los caudillos, por lo tanto,
impulsaban proyectos muy diversos y asumían en sus territorios
el control político de acuerdo al proyecto en el cual creían, frente
a la imposibilidad de construir un Estado único.

La situación de tranquilidad que vivió Buenos Aires le permitió liderar


un nuevo intento de organización nacional. En 1823 convocó a todas
las provincias a un nuevo Congreso General que comenzó a sesionar
a fines del año siguiente. Pero diversos problemas dificultaron su
accionar, entre los que se destaca la guerra con el Brasil por la Banda
Oriental. Esta situación provocó que en 1826 el Congreso dictara una
Constitución de corte unitario y nombrara presidente a Bernardino
Rivadavia en un nuevo intento de unificación nacional.

Si bien el nuevo presidente contaba con el apoyo de los comerciantes


-que se beneficiaban con el librecambismo- y de los hacendados -que
respaldaban su política de tierras-, las oposiciones fueron mayores.
Por tal, su experiencia como primer mandatario resultó breve: a
mediados de 1827 Rivadavia presentó la renuncia al cargo lo que
significó el fin del gobierno centralizado.

El período 1820-1852 se caracteriza y explica por el conflicto


derivado del enfrentamiento de distintos proyectos políticos
sobre la organización del país. Las tres décadas están
atravesadas por esa oposición que se manifestó tanto en la
discrepancia en el debate de ideas como en la violencia política y
los enfrentamientos militares que derivaron en guerras civiles.

Sin duda, la disputa principal era entre el unitarismo y el federalismo.


Pero junto a ésta se presentan otras de gran importancia. Por ejemplo,
el enfrentamiento entre Buenos aires y el Interior. Este confllicto no se
puede analizar en términos de "diferencias entre unitarios y federales".
Si bien la mayoría de los centralistas se encontraba en la antigua
capital del virreinato, los había por todos lados. Muchos
comerciantes de las ciudades del interior consideraban que sus
intereses estarían mejor asegurados por un gobierno central,
y Buenos Aires era un espacio en el que las ideas federales
también tenían muchos adeptos.

A su vez, dentro de los grupos federales es necesario también


señalar las fuertes diferencias existentes. Podemos dividirlos en
tres grupos. Los federales del Interior, los federales del Litoral, y los
federales de Buenos Aires, estros últimos ordenados a su vez en los
primeros años en doctrinarios y autonomistas. Estos grupos sociales y
regionales, con mayor o menor grado de antagonismo, tenían diversos
intereses económicos que encontraban en el plano de las ideas un
lugar donde manifestar y dirimir sus conflictos.

Entre 1828 y 1831 el enfrentamiento entre unitarios y federales se


extendió por todo el país y se perfiló un alineamiento regional con
líderes que basaban su poder político en criterios diversos unos de
otros. Estas diferencias promovían además dinámicas sociales
diferentes en cada región.

Con la renuncia de Rivadavia se derrumbó el proyecto unitario y


retornaron las autonomías provinciales. Se inició entonces una etapa
caracterizada por las guerras civiles que culminaron con el triunfo del
federalismo bajo el liderazgo de Juan Manuel de Rosas. Los violentos
hechos de esos años marcaron el punto máximo de la escalada entre
los dos grupos. Hacia 1831, el país se encontraba dividido en dos
agrupaciones: la Liga del Interior y el Pacto Federal. La guerra
entre ambas parecía inminente, pero la caída del General Paz (líder de
la Liga Unitaria) en manos enemigas desmembró ese acuerdo y los
federales se impusieron sin oposiciones en todo el país.

En esos años, los caudillos más destacados eran Facundo Quiroga (


La Rioja), Estanislao López (Santa Fe ) y Juan Manuel de Rosas
(Buenos Aires). Cada uno de ellos representaba los intereses de
su región y expresaban las diferencias internas del federalismo.
De a poco logró imponerse el último. Se dio paso entonces a la
Confederación y volvió a retrasarse el dictado de una Constitución y la
conformación de un Estado nacional.

Rosas fue designado gobernador de Buenos Aires en 1829.


Durante sus dos gobiernos que se extendieron hasta 1832 el
primero y desde 1835 hasta 1852 el segundo se consolidó la
hegemonía de la provincia sobre el resto del país. La
Confederación Argentina funcionó a través de pactos y acuerdos
entre provincias. Si bien no se formaron instituciones
comunes,Buenos Aires obtuvo el manejo de las relaciones exteriores
por lo que representaba a la Confederación como un Estado
independiente en el plano internacional.

Rosas demoraba el dictado de una Constitución que implicara la


organización nacional y la consecuente pérdida para Buenos Airesde
las rentas aduaneras. Bajo sus gobiernos se fue fortaleciendo
económicamente el sector terrateniente bonaerense que crecía con la
acumulación de tierras, a la vez que el aparato productivo se vinculaba
estrecha y exitosamente con las demandas del mercado internacional.
La acción legislativa durante sus gobiernos y la campaña militar al
desierto (que desarrolló entre los años 1833 y 1834) fueron parte de
una batería de acciones y medidas destinadas a fortalecer a este
grupo que, junto a los sectores populares urbanos y rurales,
constituían las bases sociales de su poder.

El estilo de conducción política desplegado por Rosas ha generado


polémicas que llegan hasta nuestros días. Fueron años en los que se
exasperaron los conflictos y las lealtades políticas. Para algunos,
Rosas no hizo más que demorar el desarrollo del país; para otros, fue
capaz de avanzar en la unión nacional y de establecer las bases de un
Estado moderno en la provincia luego del fracaso centralizador
rivadaviano.

A lo largo de su dilatada gestión la lucha entre unitarios y


federales se fue desplazando hacia otra dicotomía: rosistas y
antirrosistas. La política tomó nuevas manifestaciones, que iban
desde la violencia y la persecución hasta los festejos populares y
los actos masivos.

Si bien desde 1835 el orden rosista extendió su influencia en el país,


los conflictos y resistencias no dejaron de manifestarse hasta su caída.
Los grupos políticos y miembros del ejército unitario, los jóvenes
intelectuales de la Generación de 1837, e incluso algunos federales
expresaron su disidencia. No estuvieron ausentes los levantamientos
en el interior y en el propio territorio bonaerense, así como el accionar
de los exiliados desde fuera de las fronteras.

Además, se produjeron una serie de conflictos de nivel internacional


que tuvieron impacto en la política interna. Las luchas entre blancos y
colorados en el Uruguay repercutían en el contexto nacional gracias a
las alianzas políticas que se establecían entre los grupos de ambas
márgenes del Río de la Plata. Tampoco faltaron problemas limítrofes
con la Confederación peruano-boliviana. Asimismo, la dinámica del
sistema capitalista hizo recrudecer la rivalidad política y la
competencia comercial entre Francia e Inglaterra, lo que tuvo
importantes efectos en el Río de la Plata, como los bloqueos o la
usurpación de las Islas Malvinas.

Hacia fines de la década de 1840 la economía se encontraba en


expansión y habían cesado las convulsiones políticas. Sin embargo
esos hechos no impidieron que el orden rosista ingresara en su etapa
final. El crecimiento económico basado en la actividad ganadera
había beneficiado a Entre Ríos y el gobernador Urquiza -aliado de
Rosas en años anteriores- comenzó a diferenciarse políticamente
de él, incrementando la autonomía de su provincia. El
enfrentamiento no tardó en producirse. Una alianza nacional e
internacional liderada por el entrerriano puso fin a la experiencia
rosista cuando los ejércitos se enfrentaron el 3 de febrero de 1852 en
la batalla de Caseros.

LAS REFORMAS BORBÓNICAS


En el transcurso –y producto- de las guerras que se produjeron
durante los siglos XVII y XVIII, Francia se consolidó como la potencia
continental más importante de Europa. Mientras tanto, Inglaterra
conquistó el control de los mares y de sus principales rutas
comerciales. Para consolidar su dominio sobre el comercio atlántico,
los ingleses se enfrentaron con los holandeses en tres guerras
sucesivas durante el siglo XVII. La misma finalidad estuvo presente,
como se verá, en la participación inglesa durante la Guerra de
Sucesión Española y la acción de sus corsarios contra las flotas
española y francesa. A comienzos del siglo XVIII el predominio naval
británico era muy marcado.
La situación española. La guerra de sucesión.
A comienzos del siglo XVIII, la situación económica y política en
España era desastrosa. Las razones de dicha situación se pueden
explicar a partir de la situación económica y política: España –a
contramano de lo ocurría en Gran Bretaña- había perdido sus
industrias y se limitaba solamente a exportar productos agrícolas como
pago de las manufacturas extranjeras. En cuanto a su comercio
colonial, Sevilla (y luego Cádiz) actuaba como mero lugar de paso en
el intercambio de metal precioso americano por mercancías
extranjeras. No obstante, aunque situación de la economía pueda
parecer desesperada, lo más grave era el debilitamiento de la corona
dado que amenazaba la supervivencia del país. Una vez derrotado por
Francia en su lucha por lograr el dominio de Europa, el estado español
fue presa de crisis internas: la aristocracia extendía su jurisdicción
sobre enormes extensiones territoriales, y dominó los consejos
centrales de la monarquía. En toda la península, tanto la recaudación
de impuestos como la provisión de armas se arrendaban a contratistas
particulares, entre los más destacados de los cuales se encontraban
varios comerciantes extranjeros. En resumen, en España la monarquía
había sufrido una pérdida progresiva de autoridad. El resultado de una
corona debilitada fue la guerra civil, la invasión extranjera y la partición
del patrimonio dinástico, porque la muerte de Carlos II en el 1700
provocó una guerra general europea, cuyo premio principal era la
sucesión al trono de España. Se trató de la Guerra de Sucesión
Española (1702 -1713). Este conflicto comenzó cuando el último rey
de España de la casa de los Habsburgos, Carlos II, murió en 1709 sin
dejar descendencia. Tanto el rey Luis XIV de Francia como el
emperador Leopoldo I de Alemania estaban casados con infantas
españolas, hermanas del monarca fallecido, por lo que ambos
alegaban derechos para que sus familias se hicieran del trono.
Inglaterra, preocupada por la posible victoria de Luis XIV, que uniría
los territorios de España y Francia en un solo imperio demasiado
poderoso, pronto se sumó al bando del emperador alemán (al que
también apoyaban Holanda, Portugal, y las provincias de Cataluña y
Valencia). El conflicto llegó a su fin en 1713, con la firma del tratado
conocido como la Paz de Utrecht. La corona española quedó en
manos de la casa de los Borbones –la misma a la que pertenecía Luis
XIV- pero con la condición de que España y Francia no se unieran
bajo un único monarca. Por otra parte, el tratado de paz estableció
que, como compensación a su renuncia al trono español, el emperador
de Austria recibió los Países Bajos, Milán, Cerdeña y Nápoles. El rey
de Saboya se quedó con Sicilia. Gran Bretaña retuvo Gibraltar y
Menorca y –más importante que cualquier compensación territorial-
obtuvo el “asiento” durante un período de 30 años. El asiento era un
beneficio comercial: Gran Bretaña gozaba de un derecho
monopolístico de introducir esclavos africanos por todo el imperio
español y, además, se aseguraba el derecho al envío de un barco
anual con 500 toneladas de mercancías para comerciar con las
colonias de España. Por último, se cedió a Portugal, aliada de Gran
Bretaña, Colonia de Sacramento, un asentamiento en la costa oriental
del Río de la Plata, con una situación ideal para el contrabando.
Las reformas.
Desde principios del siglo XVIII, la dinastía de los Borbones inició una
serie de reformas tendientes a organizar un Estado centralizado,
capaz de administrar de una manera más eficiente sus dominios
europeos y americanos y que devolviera a España a su posición de
potencia. Si bien las colonias americanas seguían siendo una
importante fuente de ingresos para la metrópoli, el sistema de
gobierno y el de explotación económica utilizados hasta entonces
habían resultado inadecuados. Mediante las llamadas reformas
borbónicas se intentó una redefinición del vínculo colonial, cuyos
objetivos eran proporcionar una mayor flexibilidad al comercio y
fomentar la economía para aumentar los ingresos de la Corona, y
reorganizar la administración del vasto territorio americano para evitar
la corrupción y el contrabando. Esta política tenía, también, el
propósito de combatir la intromisión de otras potencias europeas en
las posesiones americanas.
Las reformas económicas.
Se implementaron medidas tendientes a lograr la eliminación del
sistema de puertos únicos en América. En 1764 se instaló el sistema
de navíos de correo que llegaban cuatro veces al año directamente
desde España hasta algunos puertos para agilizar la comunicación. No
obstante, la reforma más importante fue el Reglamento para el
Comercio Libre de España e Indias de 1778, que permitió el
intercambio entre catorce puertos españoles y diecinueves
americanos. Esta medida no suprimía el monopolio, ya que continuaba
la prohibición de comerciar con otros países. Esta política de
liberalización parcial del comercio trajo importantes consecuencias
para las colonias, como la prosperidad de regiones hasta entonces
relegadas por el predominio de las zonas mineras; el crecimiento de
un nuevo sector de comerciantes y el abaratamiento de los bienes
importados. Los Borbones alentaron las exportaciones americanas de
ciertos productos escasos en la metrópoli, como los cueros del Río de
la Plata o el cacao de Venezuela. Pero desalentaron cualquier cultivo
o artesanía que pudiera competir con la producción española, por
ejemplo, la seda en México y los vinos en Cuyo. Sin embargo, los
productores de América desobedecían las órdenes reales y
continuaban practicando el contrabando. La Corona española se
benefició y aumentó sus ingresos gracias al nuevo sistema comercial y
a una mayor presión impositiva sobre las colonias. Esta política generó
conflictos que fueron antecedentes del proceso de ruptura del vínculo
colonial.
Las Reformas administrativas.
Para lograr una mayor centralización y remediar y eliminar la ineficacia
y la corrupción, se inició una serie de reformas administrativas –
políticas. Fueron divididos los dos inmensos virreinatos existentes en
América (Virreinato de Nueva España y Virreinato de Perú). En el año
1739, se creó el Virreinato de Nueva Granada, cuya jurisdicción se
extendía a lo largo de las actuales repúblicas de Venezuela, Panamá,
Ecuador y Venezuela. Posteriormente, el enriquecimiento de
Venezuela, mediante el comercio de cacao, algodón y café, determinó
su separación como capitanía general en 1773. En el año 1776, fue
creado el Virreinato del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires.
Chile se convirtió en capitanía general en 1778 y Cuba en 1795. La
división territorial no terminó con la creación de dos nuevos virreinatos
y las capitanías sino que, como modo de organizar los Virreinatos, en
1782, Carlos III estableció las intendencias. Eran subdivisiones de los
virreinatos que tenían como objetivo agilizar la administración y facilitar
la política impositiva, al unificar las atribuciones de varias autoridades
en la persona de los intendentes, funcionarios que eran nombrados
directamente por el rey. Sus principales funciones eran organizar la
recaudación de los tributos e impuestos; impulsar la agricultura, la
ganadería, la industria, la minería y el comercio; mejorar las calles,
plazas, edificios públicos e iglesias; controlar precios y mercaderías.
Como los intendentes debían defender los intereses de la Corona
frente a los intereses locales, se volvieron funcionarios muy
impopulares.
La creación del Virreinato del Río de la Plata.
Originalmente la región del Río de la Plata dependía del Virreinato del
Perú. Este virreinato era demasiado extenso y sus autoridades tenían
problemas para controlar las regiones más distantes de la capital
(Lima). La atención de los asuntos judiciales también se complicaba
porque el tribunal más cercano era la Audiencia de Charcas, en el Alto
Perú. Para enfrentar la expansión portuguesa y combatir el
contrabando, la Corona decidió establecer una nueva jurisdicción. En
1776, Carlos III creó el Virreinato del Río de la Plata, que abarcaba las
actuales repúblicas de Argentina, Bolivia (llamada antes Alto Perú),
Paraguay, Uruguay (antes Banda Oriental), parte del estado brasileño
de Río Grande del Sur y una salida al Pacífico, hoy perteneciente a
Chile. Una decisión trascendental fue la inclusión del Alto Perú dentro
de la jurisdicción del Virreinato del Río de la Plata dado que, a partir de
ahora la plata de Potosí saldría solamente por Buenos Aires y no ya
por Lima.En 1776 se autorizó a Buenos Aires al comercio entre las
colonias americanas. Por otra parte, en 1777 se dictó el auto de libre
internación, por el cual se permitía el paso de artículos por Buenos
Aires con destino a Perú y Chile. Todas éstas medidas económicas –
sumadas al Reglamento de Libre Comercio- permitieron que la ciudad
de Buenos Aires creciera en importancia económica En 1782, el
Virreinato del Río de la Plata fue el primero que se subdividió de
acuerdo al sistema de intendencias. Así, su territorio quedó organizado
en ocho intendencias: Buenos Aires, Asunción del Paraguay, Córdoba
del Tucumán, Salta del Tucumán, Charcas, Potosí, Cochabamba y La
Paz. También se organizaron cuatro gobiernos político –militares en
las fronteras con el Brasil: Montevideo, Misiones, Moxos y Chiquitos.
Para organizar la justicia, en 1785 se creó la Audiencia de Buenos
Aires.
El puerto y la ciudad de Buenos Aires. La entrada en vigencia del
Reglamento para el Comercio Libre en 1778 permitió la apertura del
puerto de Buenos Aires y la instalación de una Aduana, lo que
favoreció notablemente a esta ciudad. De esta manera, quedaron
superados su aislamiento y la competencia económica con los
comerciantes de Lima, los que hasta entonces habían usufructuado
hasta entonces la riqueza minera de Potosí. Años después, el
crecimiento de la ciudad –puerto justificó la creación de un Consulado
en 1794. Este organismo funcionaba como tribunal judicial para
asuntos mercantiles y como junta de protección y fomento del
comercio, la agricultura y la industria. Un abogado criollo, Manuel
Belgrano, fue nombrado como su primer secretario. En el seno de este
organismo chocarían los intereses de los comerciantes partidarios de
continuar con el vínculo comercial exclusivo con España, es decir, los
monopolistas, y quiénes pretendían el intercambio con otras naciones,
llamados librecambistas. El impacto de las reformas borbónicas. Las
consecuencias económicas no fueron homogéneas, sino que fueron
dispares: en algunas regiones del virreinato el crecimiento fue
alentado, en otras provocaron un proceso recesivo que terminó
desembocando en agudas crisis regionales. La zona más
directamente beneficiada por la nueva política fue la zona del litoral
(incluyendo tanto a Buenos Aires como a la Banda Oriental), que entró
en una etapa de ascenso económico y demográfico. Los sectores
económicos más beneficiados fueron el secotr ganadero y el mercantil:
con el comercio libre -y la apertura del puerto de Buenos Aires- se
incrementó la exportación de cueros y disminuyó el contrabando.
Dicho aumento del comercio trajo consigo un aumento de las
recaudaciones aduaneras. La cuidad de Buenos Aires fue una de las
ciudades que más creció gracias al plan reformista español. La
apertura del puerto de Buenos Aires sumado a las reformas, que
tuvieron lugar como consecuencia de las guerras napoleónicas de
finales del siglo XVIII,consolidaron su hegemonía portuaria y mercantil.

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