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ISBM: 84-493-0341-9
Depósito legal: 11-38.986/1996
PREFACIO................................................................................................ 11
H ans J oñas
New Rochelle, Nueva York, F.E.L'U.,
abril de 1985
C a p it u l o 1
Dado que hoy en día la técnica alcanza a casi todo lo que concierne a los
hombres —vida y muerte, pensamiento y sentimiento, acción y padeci
miento, entorno y cusas, deseos y destino, presente y futuro— , en resumen,
dado que se ha convertido en un problema tanto central como apremiante
de toda la existencia humana sobre la tierra, ya es un apunto de la filosofía,
y tiene que haber algo asi como una filosofía de la tecnología. Ésta está to
davía en sus comienzos, y hay que trabajar sobre ella. Para ello, hay que
empezar por cerciorarse del fenómeno mismo de forma descriptiva, y obte
ner analíticamente de él los aspectos parciales de dignidad filosófica con
los que hava que seguir trabajando en la interpretación del conjunto. Lo
que viene a continuación quiere empezar a hacerlo preguntándose por la
especificidad de esta nueva tecnología que de pronto parece dotada de atri
butos tan extremos como la promesa utópica y la amenaza apocalíptica,
con una cualidad casi escatológica en cualquier caso.
En este punto resulta útil para nuestro objetivo la vieja distinción entre
«forma» y «contenido», que nos permite distinguir los dos temas principa
les siguientes:
Técnica premudema
1. E n cam bio, u n a actualidad tan grave co m o el arado ch ino «em igró» lentam ente y sin lla
m a r la atención hacia el Oeste, dejando poco rastro a lo largo de su cam in o, hasta que en el otro
extremo del m u n d o , en la E uro p a de la Baja E d ad Media, produjo u n a gran y altam ente bene
ficiosa revolución en la agricultura... que por lo dem ás sus contem poráneos apenas considera
ron digna de m e nción escrita. (Véase Paul Lcser, Enlstei¡un% u n d Verbreirung des Pjluges, Müns-
ter, Aschendorffsche V erlagsbuchhandlung, 1931; reim presión en 1971 por el International
Secretariate for Research on the History o f Agricultural Im plem ents, Museo Nacional, Brcde-
Lingbv, D inam arca. Este im portante libro no ha pod id o ejercer, por m otivos desconocidos, la
influencia que merecía; tam poco el autor encontró, en las circunstancias desfavorables del exi
lio, la debida carrera académ ica.)
2. De hecho tam b ién h u b o progreso técnico en el p unto culm inante de las culturas clásicas.
El arco ro m ano y la cúp ula, por ej., fueron un decisivo adelanto de la ingeniería frente al ar
q uitrabe sobre co lum nas y el techo p lan o de la arquitectura griega (ya de la egipcia), y p erm itió
vanos y objetivos constructivos que antes no se p odían ni pensar tan siquiera (puentes, acue
ductos, los grandes baños y otros edificios públicos de la R o m a im perial). Sin em bargo los m a
teriales, las herram ientas y las técnicas seguían siendo las m ism as, el papel de la fuerza de tra
bajo y la h ab ilid ad h um a nas se m an tu vo inalterado... los canteros y ladrilleros seguían
haciendo su trabajo co m o antes. Una tecnología ya existente am p liab a sus prestaciones, pero
n in g u n o de sus m edios e incluso objetivos convencionales se volvía an ticu ad o por eso.
18 T É C N I C A , M E D I C I N A Y É TI CA
parecían adecuadas a sus fines y eran por ello tan firmes como los objeti
vos mismos.3
Técnica moderna
co o circular del caso: objetivos que en principio se producen sin ser solici
tados y quizá casualmente, por hechos de la invención técnica, se convier
ten en necesidades vitales cuando se asimilan en la dieta socioeconómica
acostumbrada, y plantean entonces a la técnica la tarea de seguir hacién
dolos suyos y perfeccionar los medios para su realización.
4. Por eso, el «progreso» no es un adorno de la moderna tecnología ni
tampoco una mera opción ofrecida por ella, que podemos ejercer si quere
mos, sino un impulso inserto en ella misma que, más allá de nuestra vo
luntad (aunque la mayoría de las veces en alianza con ella), repercute en el
automatismo formal de su modus operandi y en su oposición con la socie
dad que lo disfruta. «Progreso» no es en este sentido un concepto valorati-
vo, sino puramente descriptivo. Podemos lamentar sus hechos y aborrecer
sus frutos y sin embargo tenemos que avanzar con él, porque salvo en el
caso (sin duda posible) de que se autodestr va a través de sus obras, el mons
truo avanza dando a luz constantemente sus variados brotes, respondien
do cada vez a las exigencias y atractivos del ahora. Pero aunque no expre
se un valor, «progreso* tampoco es aquí una expresión neutral, que podamos
sustituir simplemente por «cambio». Porque forma parte de la naturaleza
del caso, como una ley de la serie, que cada estadio posterior es superior
al precedente conforme a los criterios de la propia técnica.4 Aquí se da
pues un caso de proceso antientrópico (la evolución biológica es otro) en
el que el movimiento interior de un sistema, entregado a sí mismo y no
perturbado deide el exterior, conduce como norma a estados siempre "su
periores» y no «inferiores» de sí mismo. Éstos son al menos los hechos
hasta el momento.5
4. Esto suena co m o u n ju ic io de valor, pero no lo es, sino que es u n a lisa y llana constata
ción de hechos semejante a decir que una bala de fusil tiene m ayor tu e i/a de penetración que
Una flecha. Se puede lam entar el invento de una bo m b a atóm ica aú n m ás destructiva y consi
derarla inm oral, pero el lam ento se produce precisamente porque es técnicam ente «mejor» y en
este sentido p o r desgracia un progreso.
5. No hay que descartar que haya factores internos degenerativos — com o ñor ejem plo la so
brecarga de las capacidades finales de tratam iento de la info rm a ción— que puedan llevar ese
m ovim iento (exponencial) a detenerse o incluso quebrar el sistema. A ún no lo sabemos.
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der a una más profunda penetración en ella. Nadie puede decir si esto con
tinuará para siempre, pero se abre camino la sospecha de la interior «infi
nitud» en el fondo de las cosas, y con ella la expectativa de una investiga
ción sin fin del tipo de que los pasos sucesivos no repiten cada vez la misma
vieja historia (la ".materia en movimiento» de Descartes), sino que le aña
dirán giros siempre nuevos. Si el arte tecnológico sigue los pasos de la cien
cia natural, adquirira también de esa fuente aquel potencial de infinitud
para sus progresivas innovaciones.
Pero no es propio de él que el progreso científico indefinido se limite a
ofrecer la opción de semejante progreso técnico, como un subproducto ex
terno por así decirlo, y deje en manos de quien lo recibe el ejercerlo o no,
tal como ocurre con otros intereses. Más bien el proceso científico mismo
se desarrolla en interrelación con el tecnológico, y esto en el sentido ínti
mamente mas vital: Dara alcanzar sus propios objetivos teóricos 'a ciencia
necesita una tecnología cada vez más refinada y físicamente fuerte como
herramienta que se produce a sí misma, es decir, que encarga a la tecnolo
gía. Lo que encuentre con esta ayuda será el punto de partida de nuevos co
mienzos en el terreno vráciico, y éste en su conjunto, es decir, la tecnología
trabajando en el mundo, proporciona a su vez a la ciencia con sus expe
riencias un laboratorio a eran escala, una incubadora de nuevas preguntas
para ella, y así sucesivamente en un circuito sin fin. De este modo, el apa
rato es común al reino teórico y al práctico; o la tecnología infiltra tanto la
ciencia como la ciencia la tecnología. En resumen: hay entre ambas una
mutua relación de feedback que las mantiene en movimiento; cada una ne
cesita e impulsa a la otra: y tal como están las cosas hoy sólo pueden vivir
jumas o tienen que morir juntas. Para la dinámica de la tecnología que aquí
nos ocupa, esto significa que —aparte de todos los impulsos externos— su
vínculo funcional integrador con la ciencia es para ella un agente de infati-
gabilidad. Mientras la aspiración al conocimiento siga impulsando la acti
vidad de la ciencia, es seguro aue también la técnica avanzará con ella. Pero
si el impulso hacia el conocimiento, por su parte, es en sí mismo cultural
mente débil, está en peligro de relajarse o de convertirse en rígida ortodo
xia... ese eros teórico va no vive sólo del delicado apetito por la verdad, sino
que es espoleado por su vástago más robusto, la técnica, que le transfiere
impulsos desde el campo de batalla, más amplio, esforzado y vigoroso, de
la vida.
Soy consciente del carácter de presunción de algunos de estos pensa
mientos. Las revoluciones en la ciencia a lo largo de este siglo son un he
cho, igual que el estilo revolucionario que han comunicado a la técnica,
así como la reciprocidad entre ambas corrientes. Pero no es seguro que
esas revoluciones científicas — lo primario en el síndrome— sean típicas
de la marcha de la ciencia desde ahora, una especie de ley del movimien
to para su futuro, o representen tan sólo una fase singular en s.u desarro
llo. En tanto nuestra predicción d<* la innovación incesante para la técni
ca se basa en una presunción sobre el futuro de la ciencia, incluso sobre
la naturaleza de las cosas, es hipotética, como suelen serlo tales extrapo
laciones. Pero incluso si el pasado más reciente no ha saludado con cam
24 T É C N I C A , M E D I C I N A Y ÉTICA
Aspectos filosóficos
La d e s c r iD c ió n « f o r m a l» d e l m o v i m i e n t o t e c n o ló g ic o c o m o ta l a ú n n o
n o s h a d i c h o n a d a s o b r e la s c o s a s c o n la s q u e tie n e q u e ver, s u « m a t e r ia »
p o r a s í d e c ir lo . A é s ta n o s v o lv e m o s a h o r a , es d e c ir, c o n c r e t a m e n t e a la s
n u e v as fo rm a s d e po der, co sas y o b je tiv o s q u e e l h o m b r e m o d e r n o r e c ib e d e
la té c n ic a .
La sucesión de tecnologías refleja la de la ciencia: mecánica, química,
electrodinámica, física nuclear, biología. En general, una ciencia está ma
dura para su aplicación a la tecnología cuando en ella —para emplear los
términos de Galileo— la «via resolutiva» —el análisis— está tan avanzada
que la «via compositiva» —la síntesis— puede emplear los elementos bási
cos así liberados y cuantificados. Sólo ahora la biología ha llegado hasta
este punto: con la biología molecular viene la constructibilidad de forma
ciones biológicas.
Mecánica
Química
gua idea de que el arte «imita» a la naturaleza. Pero con los materiales pe-
troquímicos en general, en cuvo terreno nos hemos adentrado al hablar de
las bras sintéticas, el arte ha avanzado en realidad desde los sucedáneos
hasta la creación de nuevas sustancias, con propiedades que en esa forma
no se dan en ninguna sustancia natural (o en su elaboración tradicional) y
señalan por tanto el camino hacia formas de empleo en las que nadie había
pensado antes, pero cuya posibilidad saca a la palestra nuevas clases de ob
jetos para su utilización. En la construcción química, es decir, molecular, la
ingeniería humana hace más que en la mecánica que compone sus forma
ciones a partir de cuerpos naturales de nuestro tamaño: su intervención es
más profunda, hasta las infraestructuras de la materia, cuyas nuevas sus
tancias se obtienen «por especificación», es decir, con las propiedades de
uso previstas, mediante la reordenación arbitraria de sus moléculas. Y esto,
téngase en cuenta, se hace de manera deductivo-combinatoria desde la
capa más ínnma, el ultimo elemento totalmente analizado, en una autenti
ca via compositiva una vez agotada la via resolutiva, de forma muy distinta
a las prácticas empíricas largamente empleadas, halladas mediante azar y
experimentación (como la aleación de los metaies desde la Edad de Bronce,
incluso la cerámica, la cocción del pan y la fermentación del vino), con las
que desde siempre se habían modificado las sustancias naturales para uso
humano. La artificialidad o construcción creativa conforme a un diseño abs
tracto (plan) penetra en lo más íntimo de la materia. Esto apunta, en la biolo
gía molecular, a nuevas y terribles posibilidades, de las que luego hablaremos.
6. El papel directo en la esfera del consum o pei^onal encubre un poco el hecho de que tam
bién los aparatos mecánico-autom áticos en apariencia puram ente dom ésticos tienen funciones
económ icas m ás allá de la com odidad privada. Las lavadoras, por ejemplo, sustituyen a los e m
pleados dom ésticos de antaño, que a ca m b io aparecen co m o fuerzas de trabajo en la econom ía
general: peiTniten a la esposa una vida laboral propia, ele.
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Electricidad
Biotecnología
Esta frase sería un buen y dramático punto final. Pero todavía no he
mos llegado al final de nuestro resumen. Otro escalón, quizá el último, de
la revolución tecnológica, podna estar esperando el momento de entrar en
escena. Los anteriores escalones (recorridos aquí sólo parcialmente) se ba
saban en la física y tenían que ver con aquello que el hombre puede poner
a su servicio de entre 'as existencias de la naturaleza inanimada. (■■Qué ocu
rre con la biología? ¿Y con el usuario mismo? ¿Estamos quizá en el um
bral de una tecnología que se basa en los conocimientos biológicos v nos
brinda una capacidad de manipulación que tiene al hombre mismo D o r
objeto? Con la aparición de la biología molecular y su comprensión de la
programación genética, esto se ha convertido en una posibilidad teórica...
y en una posibilidad moral, mediante la neutralización metafísica del ser
humano. Pero esta neutralización, que sin duda nos permite hacer lo que
queramos, nos niega al mismo tie in D O la guía para saber qué querer. Dado
que la misma teoría de la evolución de la que la genética es una piedra fun
damental nos ha privado de una imagen válida del ser humano (porque
todo surgió de torma indiferente, por azar y por necesidad), las técnicas
lácticas una vez estén listas, nos encontrarán extrañamente carentes de
preparación para su uso responsable. El antiesencialismo de la teoría do
minante, eme sólo conoce resultados de facto del azar evolutivo y no esen-
cialidades vál.Jas que les otorguen su sanción, da a nuestro ser una liber
tad carente de norma. De este modo, la invitación tecnológica de la nueva
microbiología duplica su realizabilidad física y su admisibilidad metafísi
ca. Suponiendo que el mecanismo genetico haya sido plenamente analiza
do y su escritura definitivamente descifrada, podemos ponernos a trans
cribir el texto. Los biologos difieren en sus apreciaciones de lo cercanos
que estamos a esa capacidad; pocos parecen dudar del derecho a su ejerci-
P O R Q U É LA T É C N I C A M O D E R N A E S O B J E T O D E LA F I L O S O F I A 31
cío. Si hay que juzgar por la retórica de sus profetas, la idea de «tomar las
riendas de nuestra propia evolución» es embriagadora incluso para los
hombres de ciencia.
La metafísica desafiada
Dicho de forma muv general, que la ética tiene algo que decir en las
cuestiones relacionadas con la técnica o que la técnica está sometida a con
sideraciones éticas se desprende del sencillo hecho de que la técnica es un
ejercicio del poder humano, es decir, una forma de actuación, y toda actua
ción humana está expuesta a su examen moral. Es asimismo un¿i perogru
llada que el mismo poder puede emplearse tanto para el bien como para el
mal y que en su ejercicio se puedtn observar o infringir normas éticas. La
técnica, como poder humano enormemente incrementado, entra sin duda
alguna dentro de esta verdad general. Pero, ¿constituye un caso especial
que reclama un esfuerzo al pensamiento ético, que es distinto del que se de
dica a toda acción humana y bastaba para todas sus formas en el pasado?
Mi tesis es que de hecho la técnica moderna constituye un caso nuevo y es
pecial, y de las razones para ello quisiera alegar cinco que me impresionan
especialmente.
1. A m b i v m .f.ncta d f i .o s f.fe c r o s
emplea de buena voluntad para sus fines propios altamente legítimos, tie
ne un lado amenazador que podría tener la última palabra a largo plazo. Y
el largo plazo está de algún modo inserto en la acción técnica. Mediante la
dinámica interna que así la impulsa, se niega a la técnica el margen de
neutralidad ética en el que sólo hay que preocuparse del rendimiento. El
riesgo de «demasía» siempre está presente en la circunstancia de que el
germen innato del «mal», es decir, lo dañino es alimentado precisamente
por el avance de lo «bueno», es decir, lo útil, y llevado a su madurez. El
riesgo está más en el éxito que en el fracaso... y sin embargo el éxito es pre
ciso, bajo la presión de las necesidades humanas. Una apropiada ética de
la técnica tiene que entender esta multivalencia interior de la acción téc
nica.
2. A u t o m a t ic id a d d e la a p l ic a c ió n
3 . D i m e n s i o n e s g l o b a l e s d e l i -s p a c i o y e l t i e m p o
4. R u p tu r a d p l a n t r o p o c e n t r is m o
ser verdad o no. Esto diferencia las predicciones del ámbito humano-histó
rico, por su sentido lógico cardinal, de las de las ciencias naturales, por
ejemplo las de la astronomía. Esta diferencia siempre la han pasado por alto,
seguros de sí mismos, los proclamadores de la necesidad universal de la
historia, llámense Spengler, Marx, Comtc o Hegcl, pero todos los actores his
tóricos, desde siempre, la han, si no reconocido, al menos sentido. La ver
dad de una profecía histórica sólo podría ponerla realmente a prueba, en
sentido científico, un espíritu contemplativo, no actuante, que mantuviera
en secreto su predicción ante sus objetos, es decir, los sujetos históricos. Su
notificación, tomada públicamente en serio, moviliza la voluntad actuante
en su favor o en su contra, y modifica pues las condiciones causales de su
cálculo, ya sea en su beneficio o en su perjuicio. En el primero de los casos,
el acierto no sería prueba alguna de la corrección originaria de la predic
ción como consecuencia necesaria de sus fundamentos; en el segundo, el
fallo no sería prueba de su incorrección... mientras en las ciencias natura
les acierto o fallo significan inequívocamente verificación o no verificación
teórica. Al profeta dogmático de la necesidad histórica, la vanidad humana
o un inconsecuente querer «echar una mano» le impiden mantener el se
creto, único que mantendría su experimento teóricamente puro, y así la tesis
de la necesidad no se prueba nunca (por no hablar de la falta de repetibili-
dad, que también forma parte de la puesta a prueba). En cambio, a los pre-
dictores hipotéticos que dicen: así puedeocurrir, y están interesados en el
resultado de manera no fatalista, su conciencia les impide proclamar su
punto de vista como estímulo o advertencia, para fomentar o impedir lo
visto, y la mayoría lo hacen hoy, de esta forma, no para tener razón, sino
para equivocarse. Precisamente por eso, y porque con el aumento del poder
humano las posibilidades se hacen tan extremas, la proyección del futuro a
largo plazo, hipotética, científicamente fundada y en lo posible global (y
que no es menos cierta por ser hipotética), quizá sea el primer nuevo
valor
a ejercitar hoy para el mundo de mañana, al que nada se puede parangonar
en el mundo de ayer.
Tras estas observaciones introductorias, ya deslizadas antes in medias
res, queremos seguir ordenadamente los distintos aspectos de nuestra pre
gunta por los valores permanentes, los envejecidos y los nuevos. No quiero
agobiar al lector ni a mí mismo con el intento de definir estrictamente el
concepto de «valor», y menos aún con la cuestión filosófica, ardientemente
discutida, de si los valores tienen un motivo sólo subjetivo o también uno
objetivo que los legitima y hace vinculantes. Para entendemos, por el mo
mento basta con decir que los «valores» son ideas de lo bueno, correcto y
perseguible, que salen al encuentro de nuestros instintos y deseos, con los que
bien podrían conciliarse, con una cierta autoridad, con la pretensión de
que se les reconozca como vinculantes y por tanto se les «deba» acoger en
la voluntad, pretensión o al menos respeto propio. Dejaremos a un lado si
esto expresa más que la fuerza psicológica de valores histórico-culturales-
comunales que han conformado de jacto
nuestro pensamiento y sentimien
to, o si esa pretcnsión puede demostrar tener su fundamento en la razón.
Suponemos sencillamente su vigencialáctica, es decir, el reconocimiento de
VALORJ ES D E A Y K R Y V A L O R E S PARA M A Ñ A N A 43
valores, por ser la menos gobernable, tenemos un valor que sin duda no es
nuevo, pero sí necesitado de renovación, para el mundo del mañana, un va
lor que necesitamos especialmente por razones de las que hablaré más ade
lante. Si se puede hacer algo en esa dirección, y cómo, es naturalmente una
cuestión distinta, que asimismo dejo para después.
Con la aparición de una posible tarea para la responsabilidad y la más
amplia pregunta, implícita en ella, de hasta qué punto podemos permitir
nos mañana la permisiva sociedad de hoy, hemos pasado de mores a mora-
lia, de la costumbre a la moralidad y sus obligaciones, y nos acercamos al
mismo tiempo a las exigencias más concretas del futuro tecnológico. Tam
bién aquí tenemos que distinguir entre lo privado y lo público, entre la es
fera individual y la colectiva. Naturalmente a nivel individual, en el trato
directo de hombre a hombre, siguen en vigor los antiguos mandatos y vir
tudes. En las situaciones interhumanas nunca faltará ocasión para la justi
cia, la bondad y la lealtad, y su posesión como postura permanente, así
como su ejercicio juicioso caso por caso, siempre representará un valor que
ninguna sociedad quiere echar de menos ni puede sustituir por la mera
coacción jurídica. Tampoco queremos perder su ejemplo visible en la ima
gen del hombre, al que podamos mirar en épocas oscuras, cuando la fe en
que el ser humano merece la pena sea sometida a duras pruebas. Sí, nece
sitamos algo más que las virtudes mínimas, sin las que no se puede funcio
nar ni en las épocas más normales y que se pueden exigir a cualquier per
sona. Pero los tiempos más oscuros son aquellos en los que no se puede
hacer ni esto, porque la simple decencia requiere un inusual sentido del sa
crificio o valor, y su mantenimiento se convierte en una brillante excepción
en la marea de la miseria general. Es espantoso que el justo sólo pueda ser
lo en calidad de mártir. Hemos visto que nunca faltan del todo esos testi
monios en los que uno expía por incontables, y les debemos el no dudar del
ser humano. Pero como debemos influir —y ése es el mejor sentido del «pro
greso»— en que las épocas oscuras sean cada vez menores y no se llegue a
las horribles, preferimos no contar las virtudes heroicas entre los valores
del mundo del mañana.
Con ello estamos en la esfera suprapersonal, pública, donde los «tiem
pos», tanto buenos como malos, se preparan, y donde, sobre todo, el pro
greso que acabamos de invocar se encuentra en su casa. De éste sabemos
ahora —sólo ahora— que su rostro es el de Jano. Los mismos medios con
los que promete eliminar la miseria del Tercer Mundo y acrecentar el bie
nestar material de toda la humanidad, en crecimiento gracias a él — los
medios de la técnica agresiva— , amenazan, precisamente con sus éxitos a
corto plazo, con conducir a una devastación medioambiental quizá irreme
diable a largo plazo. Es más la eficacia demasiado grande que la demasia
do pequeña de los recursos la que tenemos que temer, a nuestro poder más
que a nuestra impotencia. Y el cumplimiento continuo espacio-temporal en
cada caso de la promesa de progreso en una sucesión de buenos tiempos
podría llevar el camino del destino a su desembocadura global y final en el
más espantoso de todos los tiempos. A esto se añade que lo externamente
bueno ya se puede comprar al precio de una devastación interior del ser hu
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mano que quizá no sena menos irreparable que la del medio ambiente,
pero sin duda, como ésta, sería un precio demasiado elevado por las bendi
ciones que el progreso técnico puede reportar en su propia moneda. Antes
de entrar en cómo esta perspectiva, con su potencial apocaíípi co, repercu
te en la determinación de los valores para el mañana que ha\ que anunciar
y que conciernen sobre todo a la conducta colectiva, podemos decir algo so
bre la influencia que la situación pública en curso de modificación tiene ya
ahora sobre el papel de los antiguos valores de la ética individual.
Tomemos dos ejemplos bien conocidos. El primero es la «beneficen
cia», el alivio de la miseria ajene que en el judaismo era un mandato (Miz-
wah) para todos y en el cristianismo, baio el nombre de caridad, de amor
activo, se contaba entre las virtudes cardinales, incluso estaba a su cabeza,
pero, sin sanción religiosa, era considerada en general como una obliga
ción honoraria del feliz frente al desdichado cuya observancia, por lo me
nos en la costumbre de dar limosnas en las sociedades premoderras, debía
si no a su conciencia, sí a su buen nombre. La misma compasión para con
el sufrimiento estaba considerada un adorno del alma en la imagen del
hombre, cuya falta nadie gustaba de contesar. Ayudar a los fatigados y ago
biados. dar de comer a los hambrientos, cuidar a los enfermos y moribun
dos... eran virtudes a un tiempo personalísimas y socialmente meritorias,
que no se pueden eliminar, como modelos de conducta como «modelos de
rol», del sistema de valores de las sociedades anteriores. Ahora bien, todo el
mundo sabe que en el Estado moderno la mayoría de esas acth idades han
sido sustraídas al sentimiento y la acción personales y transferidas al siste
ma público de bienestar. La aportación voluntaria ha sido sustituida por un
impuesto, la iniciativa privada por la institución oficial . y, por parte del re
ceptor, la esperanza en la correspondiente caridad por el derecho a unos
servicios permanentes públicamente garantizados. Tenemos todas las razo
nes para saludai esa evolución, > podemos esperar que siga cre< íendo. He
aquí pues un caso en el que el progreso público, con su objetivización de las
funciones, supera en cierto modo el papel de la ética individual. Natural
mente, la compasión y la solidaridad siguen manteniendo su valor interior
y nunca carecerán de ocasiones personales de ser aplicadas. Pero en tanto
el Estado hace suyas las antiguas obras de misericordia, que con ello dejan
de ser obras de misericordia, la beneficencia tendrá un valor reducido entre
los valores del mundo del mañana, comparado con el de ayer; incluso eso
es lo que tiene que desear, dado que jamás podría desear la oportunidad de
tener que ser ejercida, es decir: la miseria ajena. Y si algo esperamos del pro
greso técnico es una mejor cobertura de las necesidades humanas basicas,
es decir, una disminución de la necesidad física. Añadamos que en el m un
do del mañana la solidaridad ya no sólo sera ejercida de persona a persona
y desde el Estado a sus ciudadanos, sino también de nación a nación, por
lo que en vez de la nobleza (aue apenas se puede esperar entre colectivos)
el interés bien enteudido de todos los tripulantes de un solo barco será base
suficiente y ojalá que también motivo eticaz. Hablaremos después de esta
expansión de un antiguo valor a un objeto tan amplio.
Mi segundo ejemplo es el de la bravura bélica, exactamente opuesto a la
V A L O R E S D E A Y E R Y V A L O R E S PARA MANIAN \ 47
espanto. Esto sólo podrá hacerlo 'a más viva fantasía si nos identificamos
con esos seres humanos del futuro... y esto ya no es un acto de fantasía,
sino de moral y del sentido de la responsabilidad que en ella tiene su ori
gen. Bajo el signo de nuestro poder, se sitúa a la cabeza de todos los valo
res; su objeto se convierte en el mayor de los imaginables, incluso jamás
pensados como objeto práctico, salvo en la escatología religiosa: el futuro
de la humanidad. La responsabilidad sobre él que por primera vez nos
afecta es lo que convierte el verdadero temor en obligación y ejercicio dia
rio para nosotros. De ello se desprende más de una revalorización de valo
res anteriores.
Antes se decía: «El que no arriesga no gana», y se ensalzaba al arriesga
do mientras se despreciaba un poco al cauteloso. Para el individuo y en su
estera, esto puede seguir teniendo validez. Pero para la mavoría —que al
principio del desafío tecnológico aún pudo seguir pensando de forma pare
cida y durante una buena temporada pudo preciarse del beneficio obteni
do— , dada la enorme dimensión de lo que entretanto esta en juego y por lo
que nuestros descendientes tendrán que pagar un día, la cautela se ha con
vertido en virtud superior, ante la cual retrocede el valor de la osadía, más
bien se transforma incluso en el no valor de la irresponsabilidad.
¿Cómo se practica la cautela que recientemente nos impone la respon
sabilidad? En última instancia, más allá de toda prueba de riesgo concreta
de esta o aquella empresa, en una nueva hum ildad en los objetivos, en las
expectativas y en el modo de vida. Fn lo que concierne a las pruebas de ries
go concretas, en El principio de responsabilidad propuse, al intentar una
«heurística del temor», una regla fundamental para el tratamiento de la in-
certidumbre: in dubio pro malo --en caso de duda, piesta oídos al peor pro
nostico antes que al mejor, porque las apuestas se han vuelto demasiado
elevadas como para jugar. En muchas cosas estamos ya en medio de la ya
nada incierta zona de peligro, donde la nueva humildad ya no es sólo cosa
de cautela previsora, sino clara urgencia. Para detener el saqueo, la depau
peración de especies y la contaminación del planeta que están desarrollán
dose a toda marcha, para prevenir un agotamiento de sus reservas, incluso
un cambio insano del clima mundial causado por el hombre, es precisa una
nueva austeridad en nuestros hábitos de consumo.
«Austeridad»: estaríamos pues ante un valor bien antiguo, y sólo re
cientemente pasado de moda. Continencia (continentia) y moderación (tem
peran lia) fueron durante largas épocas de Occidente virtudes obligadas de
la persona, y la «gula» está escrita con mayúsculas en el catálogo eclesiás
tico de vicios. Ambos eran, bien entendidos, valores y defectos morales en
sí mismos, es decir, para bien y para mal del alma, que por inducción de la
concupiscencia y de lo corporal pierde nobleza. La consideración de la es
casez v de lo que uno se puede permitir es secundaria al lado de esto. (Sin
duda en el caso de1ahorro representa un papel diferente.) Incluso allá don
de la autonegación no era exactamente una condición de la curación del
alma (sobre lo que, en su anatomía de los «ideales ascéticos», Nietzsche
tuvo algunas cosas que decir, no precisamente halagüeñas), una cierta aus
teridad era de todos modos el signo de una existencia superior. La austeri
50 T É C N I C A , M E D I C I N A Y f.TlCA
dad que ahora se vuelve a reclamar no tiene nada que vei con esto ni con la
perfección personal, aunque como éxito secundario también hahría que sa
ludar este aspecto. La austeridad se exige con vistas al mantenimiento de
las existencias de la tierra; es pues una faceta de la ética de la responsabili
dad para con el futuro. Con lo que menos tiene que ver es con la escasez
existente. Ai contrario, ha de predicarse en una situación en la que la «gula»
en el más amplio sentido del consumismo no sólo se ve favorecida por una
riqueza de bienes exuberante y accesible a todos, sino que como celoso y
omnívoro consumo del producto interior bruto se ha convertido en una co
laboradora necesaria y meritoria en la marcha de la moderna sociedad in
dustrial. que proporciona al mismo tiempo a sus miembros los ingresos
para disfrutarla. Todo esta orientado a este circuito de producción y consu
mo: en la publicidad se incita, acicatea, atrae al consumo de manera ince
sante. La «gula» como virtud, incluso como obligación socioeconomica, es
en verdad algo históricamente nuevo en el actual momento del mundo oc
cidental. Frente a estas coacciones y estímulos, este clima de indulgencia
general v su posibilidad material, hay que alzar el grito aún más nuevo en
favor de la austeridad, de una renovada austeridad. Su sentido, como he
mos visto, no es en sí el relomo a un viejo ideal, sino la instauración de un
ideal nuevo que se le parece en su manifestación. ¿Oué expectativas tiene
este grito de abrirse paso antes de que la escasez que se avecina nos fuerce
a algo mucho peor?
Está el camino del consenso voluntario y el de la coacción legal. F1 pri
mero, preferible con mucho, pero que ya no puede contar con el poder de
la religión, sólo será transitable si la deseada conducta de renuncia es ele
vada a norma social por el poder de la costumbre, a la que el individuo se
atenga en »u conjunto incluso sin examinar su sentido ft de mudo habitual,
por el hecho mismo de que tendría que avergonzarse ante sus congéneres si
la infringiera. Volvemos a topar con la costumbre i con el mas tuerte de sus
bastiones, la vergüenza... y de hecho el moderno vértigo del consumo tiene
en sí algo de desvergonzado. Confieso que no soy optimista respecto a se
mejante reforma de las costumbres, que en cierto modo desde abajo con
vierta una austeridad digna en un valor social involuntariamente activo an
tes de que sea demasiado tarde para ello v sólo quede la indigna alternativa
del despilfarradc r empobrecido. El otro camino para prevenir esto seria la
imposición temporal de austeridad desde arriba, mediante la ley pública y
sus sanciones. Tampoco eso tiene buenas expectativas en el procedimiento
de votación democrática, que está ampliamente dominado por intereses y
circunstancias actuales v dilícilmente se puede profetizar mientras no hava
una carencia que este ahí. Asi que la necesaria legislación tendría que pro
ducirse de forma autoritaria, como parte de un orden político modificado,
lo üue habría que lamentar en nombre de la libertad. De todas formas ésta
no funciona bien cuando a los poderes púb'icos les incumbe la prescripción
e i ispección del comportamiento privado; y es preferible no pensar en el
sistema de espionaje y delación, favorecimiento y rodeo, mentalidad de
mercacio negro, etc., que tan fácilmente se crearía. De esta dificultad de la
bertad en el mundo del mañana, y de que --como por otra parte siempre,
V A L O R E S D E A Y E R Y V A L O R E S PARA M A Ñ A N A 51
pero entonces especialmente— en realidad sólo sería posible si pudiera
confiar su autorrestricción a la censura de la costumbre, diremos aún al
guna cosa al final.
Antes hay que añadir algo más al tema de la moderación. Hasta ahora
la hemos entendido como moderación en el consumo, y podíamos enlazar
con la virtud premoderna, claramente tradicional, de la contención. Pero
pisamos un terreno completamente nuevo si pasamos del freno en el con
sumo al freno en las capacidades y los logros, a frenar el impulso hacia la
acción. ¿Quién hubiera recomendado nunca, en nombre del interés gene
ral, «moderación» en la aspiración a las maximas prestaciones humanas?
Era una virtud hacer lo que se podía, superar lo bueno con lo mejor, acre
centar todas las capacidades, hacer cada vez más cosas y mas grandes.
Pero, ¿deberemos — podremos— en el futuro seguir avanzando hacia esos
máx.rnos logros? ¿Hacia el máximo, por ejemplo, de prolongación de la
vida? ¿Hacia el cambio genético? ¿Hacia la conducción psicológica de la
conducta? ¿En la producción industrial y agraria? ¿En la explotación de los
tesoros naturales? ¿En el incremento de toda eficiencia técnica? Sin entrar
en detalles, podemos expresar la sospecha general de que en muchos luga
res la contención se puede convertir en un mandato e incluso el aumento
del rendimiento no seguirá siendo un valor incuestionable por no hablar de
las dimensiones de su empleo. Que el freno del consumo lleva consigo el
freno de la producción, que se adapta a la demanda, es algo evidente. Pero
nuestra pregunta y nuestra sospecha van más allá de tales obviedades. Po
ner límites y saber mantenerlos incluso en aquello de lo que con razón es
tamos más otgullosoz puede ser un valor completamente nuevo en el m un
do del manana. Quizá tengamos que avanzar del comedimiento en el uso
del poder, que siempre fue aconsejable, al comedimiento en la adquisición del
poder. Porque en todas partes se alcanzan puntos en los que la posesión del po
der lleva consigo la tentación casi irresistible de emplearlo, pero las conse
cuencias de su uso pueden ser peligrosas, ruinosas, cuando menos comple
tamente imprevisibles. Por eso, sería mejor no poseer siquiera el poder
aludido. Poder decir: sí, aquí podríamos seguir avanzando, alcanzar aún
más, pero renunciamos a ello, lo que muy bien puede ser una virtud crítica
en el crítico juego de azar del futuro. Tal renuncia es dolorosa para el espí
ritu creador, y el elogio de la virtud no le consuela. Antes puede consolarse
con que las heridas abiertas por la técnica pueden ser curadas por una téc
nica aún mejor, y por tanto el esfuerzo para seguir superándose, para al
canzar nuevas máximas prestaciones en la adquisición de capacidades, no
puede detenerse nunca, precisamente por los dobles efectos de la técnica.
En pocas palabras: el progreso técnico es necesario ya para la corrección de
sus propios efectos. Esto es cierto, pero no suspende el consejo de la con
tención; sólo lo diferencia. Porque no todas las heridas son curables, al
gunas son básicamente incurables, e incluso más allá de ellas, entre los
efectos nocivos amenazadores de la gran lécntca hay aquellos que siguen
avanzando por sí mismos y que ninguna técnica puede va detener, y no d'
gamos curar. No es admisible contar con futuros milagros de \ í técnica
para permitirse empezar por ser audaces; y tampoco se puede construí!
52 T É C N I C A , M E D I C I N A Y ÉTI CA
masiado sobre la capacidad del ser humano para frenar a tiempo el ejerci
cio del poder aprendido un día. Por lo demás, se entiende que la eventual
política de renuncia aquí aludida es selectiva ya en la invención. Comienza
por los objetivos que no son necesarios. Los irrenunciables siguen siendo
bastantes como para seguir ocupando creativamente al ingenio técnico tan
to en el perfeccionamiento como en la corrección y eliminación.
Pero confesemos que la modestia —a diferencia de aquello a lo que hay
que renunciar— no es un valor que entusiasme, y su arte es difícil de apren
der. Incluso ejercerla en una sociedad fragmentada es casi imposible para
las autoridades responsables, que se ven obligadas a temer que el otro haga
lo que uno deja de hacer. Por eso la superación de esa fragmentación, la
creación de una humanidad de algún modo unida —que al fin y al cabo es
el único sujeto de actuación adecuado para lo que le atañe como conjun
to— , es uno de los objetivos más apremiantes para el mundo del mañana.
Porque todas las renuncias de que hablamos son exigibles en aras de la
hum anidad, an as i rada como un todo — nolens o vnlens— al desafío tecno
lógico y sus riesgos. «¡La humanidad entera!» Bien, éste es un objeto exce
sivo, casi inaprehensible en su falta de rostro, que por eso no insufla fácil
mente entusiasmo. Entregarse a algo mayor y más amplio y sacrificarse por
ello no es algo extraño al ser humano. Un buen ejemplo del pasado es el del
patriotismo. Comparativamente sentirlo es tácil porque la propia nación
por numerosa \extensa que sea, es concreta en su representación, los lazos
con ella son de múltiple intimidad, lingüística, cultural, histórica, estatal, y
el enemigo que despierta en caaa momento el sentimiento nacional es ex
terior y hace de pronto nítida y clara la por lo demás difusa «propiedad» de
la propia nación. En cambio es difícil sentir preocupación por la humani
dad, porque es abstracta, en su mayoría ajena en más de un sentido, y el
enemigo que la anu naza es interior, concretamente las propias costumbies
y aspiraciones, entre ellas la mía. Lo difícil que lo tiene el conjunto frente a
las particularidades, mucho más vivas, lo muestra la experiencia hasta el
momento ae las Naciones Unidas.
Si por tanto, como afirmamos, la responsabilidad frente al conjunto es
el valor principal para el mundo del nianana, el valor complementario a él
e« un vivo sentido de su objeto, precisamente <;el conjunto», la humanidad
como tal. Así pues, despertar, mantener, incluso fundamentar un senti
miento de «la humanidad» es una importantísima tarca educativa e intelec
tual para el mundo del mañana. Sin fundamento en la razón, este senti
miento por lo de mas lejano y un tanto artificial no puede afirmarse frente
a los estímulos, más espontáneos, de solidaridades y egoísmos cercanos.
Para decirlo directamente, hay que dudar de que el individuo pueda salir
adelante sin las solidaridades y «sentimientos de conjumo» más próximos,
es decir, sin la nación. La causa supranacional de la humanidad sería prác
ticamente rnsostenible si tuviera como condición la negación de lo más
próximo, y el intento de forzarla solamente podría llevar al desastre... uno
de los cuales sería comprometer precisamente la idea de la propia causa de
la humanidad. Su voz tiene que ser oida pues respetando la de los particu
lares, para obtener de ellos su consentím nto a ella como la causa supre
V A LO R KS DK AYER Y V A L O R E S PARA MAÑANA 53
ma. Para eso tendrá que poder apoyarse en algo más que el interés bien en
tendido de los Estados, que en todo caso podría bastar para e1mero mante
nimiento de la paz, es decir, la evitación de la guen-a entre ellos. El riesgo
para el futuro, lo hemos visto, tiene un amplio suelo, parte de la conducta
cotidiana misma dentro de los Estados del mundo tecnificado, que puede
muy bien avanzar sin freno hacia una paz mundial que quizá contenga el
temor inmediato por el propio presente. Esta cotidianeidad impulsada poi
la fuerza de la costumbre, que por sí y por ahora no está sometida a ningún
dictado del terror, sólo puede más allá de todo presente en apariencia ino
cente. salir al paso del íntimamente reconocido y sentido deseo de un futu
ro humano global sobre la tierra y aquellos que lo han reconocido y han
reconocido el riesgo que corre tienen que conv ertirse en sus portavoces in
cansables... tan incansables como esa misma cotidianeidad amenazadora.
Por aué el género humano nos plantea esta pretensión suprema, por en
cima de todos los particularismos, es una pregunta sin duda justificada, a
la que hay que dar respuesta. Quisiera que aún se pudiera volver para ello
a la doctrina bíblica de que el hombre —no éste o aquel, sino «el» hombre
como tal, del que deriva todo lo demás— ha sido creado «a imagen de
Dios». Hay que trabajar en ver con qué sustituir esta respuesta ligada a la
fe. Desde el punto de vista puramente biológico, no hay la menor razón por
la que una parte de la especie //<nno sapiens no pueda matar o hacer matar
a otras partes, siempre que esa parte se mantenga. Biológicamente, incluso
no habría nada que objetar a la extinción de la especie... no sería la prime
ra, ni sin duda la ultima en la historia de la vida. Sentimos que en el caso
del hombre las cosas son de otra manera: sobre todo, que él y lo que ha he
cho no pueden desaparecer. Este sentimiento tendrá que demostrar que es
cierto para no sucumbir con demasiada facilidad a las acusaciones de la su
puesta irrevocabilidad del destino. Igual que, con Schopenhauer, del «infa
me optimismo», tenemos que cuidamos también del inlame pesimismo y
fatalismo, que disculpan dejar las manos en el regazo. Tenemos que saber
que el ser humano debe ser. Elevar ese sentimiento ya encontrado a conoci
miento sólo será posible mediante un renovado saber de la esencia del
hombre y de su posición en el universo, que nos diga lo que se puede admi
tir en el futuro estado del hombre y lo que hay que evitar a toda costa. Cre
ar bases para un saber así por encima de lo insondable y dar así a la exi
gencia de solidaridad humana, y especialmente a la obligación para con el
futuro lejano, una autoridad que ninguna consideración pragmático-utili
taria puede darle por sí sola... ésa sería una tarea para la metafísica, caída
en el descrédito filosófico, a la que también habría que contar entre los va
lores para el mundo del mañana.
Tras este vuelo hacia regiones trascendentes, en el que seguro que algún
lector no se ha sentido del todo cómodo, volvemos, para terminar, a la pro
blemática pegada al suelo de la libertad en el mundo del mañana. Entre las
renuncias que nos impondrá está inevitablemente la renuncia a la libertad
que se hará necesaria en proporción al crecimiento de nuestro poder y sus
riesgos de autodestracción. Los controles que tal poder requiere, en manos
tan poco fiables como las nuestras, no pueden por menos que poner estríe-
54 T É C N I C A , M E D I C I N A Y ÉTICA
La f u s ió n d f t e o r í a y p r á c t ic a e n l a c i e n c i a MODERNA
mérito significa también cargar con la culpa de los daños. Sería mejor para
la ciencia poder evitar ambas cosas, pero puede que esa opción le esté veta
da. Atribuirse los elogios y los reproches puede ser a menudo un juego ocio
so, pero no lo es cuando está en cuestión un privilegio social, y no otra cosa
es la libertad de investigación. Así pues, no es ocioso pieguniar: ¿si la técni
ca — la hija— tiene lados oscuros, hay que acusar a la ciencia —su me dre?
La respuesta simplista es que el investigador, dado que no tiene poder
alguno sobre la aplicación de sus descubrimientos, tampoco es responsable
de su abuso. Su producto es el conocimiento y nada más: el potencial de
uso de este producto, visto desde él un producto secundario, es un bien sin
dueño para otros, que pueden apropiarse de él o dejarlo donde lo encuen
tren y, en el primer caso, emplearlo con fines buenos o malos, frívolos o se
rios. La ciencia en sí y en la persona de sus senadores es inocente, en cier
to modo más allá del bien y del mal. Plausible, pero demasiado simple. Los
problemas de conciencia de los investigadores atómicos después de Hiros
hima apuntan a ello. Tenemos que examinar con más exactitud la imbrica
ción de teoría y práctica en el devenir de hecho de la investigación, tal como
es hoy y no puede ser de otra manera. Hallaremos entonces que no sólo los
límites entre teoría y práctica se han vuelto imprecisos, sino que ambos es
tán fundidos entre sí en lo más íntimo de la investigación, de forma que la
antigua y honorable coartada de la «teoría pura», y con ella la inmunidad
moral que permitía, va no existe.
La primera y muy evidente observación es que no queda ninguna rama
de las ciencias naturales cuyos hallazgos no sean capaces de algún tipo de
utilización técnica. La única excepción que se me ocurre es la cosmología:
el universo en expansion, sus de dónde y adonde, el desarrollo de la Vía
Láctea, las supernovas y los agujeros negros... son objetos del pensamiento
en exclusiva, y de ninguna acción posible por nuestra parte. Es digno de re
flexion, y seguramente no casualidad, que la primera de todas las ciencias,
la astronomía, — «contemplación» del cielo— , sea también la última cien
cia natural que sigue siendo vpura», es decir, enteramente «contemplativa».
Cualquier otro descifr ado de la naturaleza por parte de la ciencia invita hoy
a algún tipo de traducción de sus hallazgos a una u otra posibilidad técni
ca, incluso pone en marcha bastante a menudo una nueva tecnología en la
que nadie había pensado antes. Si esto hiera todo, el teórico podría seguir
reclamando su lugar a este lado del paso hacia la acción: «El umbral se su
pera (podría decir) una vez que mi trabajo está hecho, y por lo que a mí res
pecta podría no haberse superado». Pero estaría equivocado, y tenemos que
recordarle que la primera parte de esa serie, la «pura», sólo le fue posible
gracias a masivas disposiciones externas bajo cuyo techo su papel se con
virtió e n miembro de una división tolerable del trabajo. ¿Cuál es la verda
dera relación?
En primer lugar, hoy la ciencia vive en gran medida del feedback inte
lectual que le da precisamente su aplicación técnica. En segundo lugar, de
allí recibe sus mandatos: en qué dirección buscar, qué problemas resolver.
En tercer lugar, para solucionarlos y en general para su propio desarrollo
utiliza una técnica avanzada: sus instrumentos físicos son cada vez más
libertad de in v est ig a c ió n y BIEN PÚBLICO o9
exigentes. En esce senlido, hasta la ciencia más pura tiene una participa
ción en los beneficios de la técnica, igual que la técnica la tiene en los de la
ciencia. En cuarto lugar, los costes de este equipamiento físico y de su ma
nejo tienen que ser aportados desde fuera: la pura economía de la cosa exi
ge la colaboración de la caja pública u otro padrinazgo financiero, y tal fun
damento del provecto de investigación aprobado, aunque formalmente no
esté ligado a contraprestación alguna, se produce naturalmente en la ex
pectativa de algún beneficio Dosterioi en el terreno práctico. Aquí reina el
mutuo entendimiento: de lorma abierta, el valor de uso esperado se alega
en la solicitud de subvención como fundamento de su recomendación, o se
especifica directamente como fin en su ofrecimiento. En resumen: se ha lle
gado a que las tareas de la ciencia sean determinadas cada vez más por in
tereses externos en vez de por la lógica de la ciencia misma o por la libre cu
riosidad del investigador. Con ello no se pretende ni menospreciar esos
intereses externos ni el hecho de que la ciencia les sirve y se ha convertido
con eso en parte de la empresa público-social. Pero hay que decir que con
la aceptación de este papel (sin el que no habría ciencia natural avanzada,
pero tampoco el tipo de sociedad que vive de sus frutos) desaparece la coar
tada de la teoría pura y «desinteresada» y la ciencia entra de lleno al reino
de la acción social, donde todo el mundo tiene que responder de sus actos.
Añádase a esto la omnipresente experiencia de que los potenciales de uso
de los descubrimientos científicos resultan irresistibles en el mercado del
beneficio y el poder —que lo que han mostrado como hacedero se hace, con
o sin previo consentimiento al respecto— , y quedará suficientemente claro
que ninguna insularidad de la teoría protege ya al teórico de ser autor de
enormes e incalculables consecuencias. Mientras, técnicamente hablando,
sigue siendo cierto que alguien puede ser un buen científico sin ser una
buena persona; ya no es cierto que el «ser buena pe rsona» comience para él
fuera de la actividad científica: la actividad misma engendra cuestiones
morales incluso dentro de ese círculo sagrado.
Hasta qué punto «dentro» queda claro si reflexionamos sobre el tercer
punto de nuestra enumeración, el uso de herramientas físicas en la investi
gación —es decir, sobre cómo obtiene el científico sus conocimientos— . Se
nos pone entonces de manifiesto que la ligazón entre descubrimiento cien
tífico y acción es más profunda que su aplicación eventual y posterior: que
la práctica de la ciencia física incluye ya una acción físicamente relevante,
que el pensamiento y la acción se interpenetran en el procedimiento de la
investigación y con ello la separación entre «teoría y práctica» se rompe
dentro de la teoría misma. Esto tiene importantes consecuencias para la ce
lebrada «libertad de investigación», cuando se refiere a lo real ahora y no al
pasado. Hubo un tiempo en que los buscadores de la verdad no tenían que
ensuciarse las manos. De esta noble especie sólo sobreviven, en el campo de
las ciencias exactas (que se dedican a la investigación de la naturaleza), los
matemáticos. Las modernas ciencias naturales surgieron con la decisión de
arrancar la verdad a la naturaleza ac tua ndo directamente en ella, es decir,
mediante intervención en el objeto del conocimiento. Esta intervención se
llama «experimento», que se ha convertido en un elemento vital para la
70 T É C N I C A , M E D I C I N A Y ÉTICA
2. Esto nos lleva al segundo punto. Para descubrir de lo que son capaces
esos seres primero hay que crearlos, demostrar su mera posibilidad a tra
vés del hecho consumado. Con esto el investigador teórico se convierte en
creador práctico en el acto de la investigación misma. Ningún modelo de si
mulación puede servir aquí, sólo los seres reales en la plenitud de su capa
cidad, que pueden demostrar en su ejercicio. Aquí el «experimento», a dife
rencia de su papel imitador en la investigación anterior, coincide con la
producción originaria del objeto de investigación. El proceso de conoci
miento se convierte en acción originadora. Esto es en sí mismo una inno
vación en la historia del conocimiento. Sin duda hemos visto que toda la
moderna ciencia natural, con su método experimental, hace mucho que ha
salido del ámbito puramente contemplativo. Pero el presente caso incluye
un paso más, el de que la acción intracientífica produzca seriamente la reali
dad que le viene dada al experimento normal.
3. Para ello tómese el tercer punto: que la realidad así creada —a dife
rencia de otros artefactos— , este nuevo inserto en el entramado de la exis
tencia, está viva, es decir, es autónoma, autorreproductiva y espontánea
mente interactiva con otra vida: y se ve que aquí el elemento de acción en la
investigación obtiene su propia dinámica impulsora de la situación investi-
74 t é c n ic a , m e d ic in a y é t ic a
1. L a e s p e c i f ic id a d d e l o s e x p e r i m e n t o s h u m a n o s
2. « I n d i v id u o y s o c ie d a d » c o m o m a r c o c o n c e p t i a l
FILOSOPrA
80 T É C N I C A , M E D I C I N A Y ÉTICA
puede responder a ella. Un derecho puede salir adelante sin él, y su cum
plimiento se impone con ayuda de la ley: el consentimiento es entonces
cuestión de obediencia, y no tiene por qué ser voluntad espontánea. Si el
consentimiento se da de todos modos, la diferencia puede quedar sin obje
to. Pero la conciencia de las múltiples ambigüedades adheridas al término
«consentimiento», tal como se solicita y emplea de facto en la investigación
médica, nos mueve a volver a la idea de un derecho público independiente
del consentimiento y concebido como previo a él; viceversa, la naturaleza
problemat.ca de tal derecho puede hacer que incluso sus promotores insis
tan en la idea del consentimiento, con todas sus ambigüedades: una situa
ción incómoda para ambas partes desde el punto de vista teórico.
Tampoco sirve de mucho cambiar el discurso de los «derechos» por el de
los «intereses» y oponer el peso acumulativo del interés de los muchos al de los
pocos o al del individuo. Los «intereses» van desde los más secunda, .os y fa
cultativos hasta los más vitales e imperiosos, y sólo se podrá incluir en tal
cálculo a los de especial rango... con lo que volvemos simplemente a la cues
tión del derecho y de la pretensión moral. Además, apoyarse en las cifras es
peligroso. ¿El número de los afectados por una determinada enfermedad es lo
suficientemente grande como para iustificar la lesión de los intereses de los no
afectados? D?do que el número de estos últimos suele ser mucho mayor el
-\rgumento puede volverse de hecho en la afirmación de que el peso acumula
tivo del interés está de su lado. Finalmente, también podría ser que el interés
del individuo en su propia inviolabilidad sea en sí mismo un interés públi
co, de tal modo que su infracción públicamente tolerada lesione, con indepen
dencia de las cifras, el interés de todos. De ser así, su protección en cada caso
concreto sería un interés decisivo, y la comparación de cifras estaría de mas.
Éstas son algunas de las dificultades ocultas en el esquema conceptual,
caracterizado por las expresiones «sociedad-individuo», «interés» y «dere
chos». Pero hablábamos también de un reto moral, y esto apunta a otra di
mensión que sin duda no está separada de la jundico-social, pero la tras
ciende. Y hay una cosa más incluso más allá de eso: el verdadero sacrificio
por suprema entrega, para el que no hay ni leyes ni reglas, excepto la de que
tiene que ser absolutamente libre. «Nadie», se manifestaba en un simposio
americano, «tiene derecho a seleccionar mártires para la ciencia». Pero a
ningún investigador se le puede impedir convertirse él mismo en már c de
su ciencia. En todas las épocas ha habido investigadores, pensadores y ar
tistas que se han «sacrificado^ en nombre de su profesión: el genio creador
paga con frecuencia con la felicidad la salud y la vida su propia culmina
ción. Pero nadie, ni siquiera la sociedad, tiene ni la sombra de un derecho
a esperar y exigir algo así en el curso nurmal de las cosas. Sus frutos se nos
entregan como una yratia gratis data.
Aun así, tenemos que mirar a los ojos a la oscura verdad de que la últi
ma ratio de la vida comunitaria ha sido y es desde siempre el sacrificio for
S O B R E LOS E X P E R I M E N T O S EN S U J E T O S H l ' M A N O S 81
4 . E l. t e m a d e l « c o n t r a t o s o c i a l »
Lo primero que hay que decir en tal delimitación es que el concepto del
llamado «contrato social» no incluye el sacrificio unilateral. Esta ficción de
la teoría política, que parte del primado del individuo, fundamenta tales li
mitaciones a la libertad personal, necesarias para la existencia de la comu
nidad. que existe por su parte en beneficio del individuo. El principio de es
tas limitaciones es que su observancia general va en beneficio de lodos: es
decir, que el individuo, al hacer su aportación a la observancia general de la
regla, se beneficia él mismo de ello. Observo el derecho de propiedad por
que su general observancia protege mi propio derecho; observo las normas
de circulación porque su general observancia garantiza mi propia seguri
dad; etcétera. Las obligaciones son aquí recíprocas y generales; nadie es es
cogido para un sacrificio especial. Además, como restricciones de mi liber
tad las leyes así derivadas de ese ficticio contrato social determinan en
mucha mayor medida lo que no se puede hacer que lo que se debe hacer
(como hacían las leyes de la sociedad feudal). También allá donde se pres
criben actos positivos (por ejemplo el pago de impuestos) la fundamenta-
ción subyacente es que yo mismo soy un usufructuario de los servicios pú
blicos así financiados. Incluso las aportaciones recaudadas por el Estado
del bienestar, que directamente sólo benefician a determinadas partes de la
población (y que no estaban previstas en la versión liberal del contrato so
cial), se pueden interpretar como pólizas de seguro personales de éste o
aquel tipo —ya sea contra la eventualidad de mi propia indigencia, ya con
tra el riesgo de anomia en caso de escasez generalizada y no amortiguada,
ya contra los perjuicios económicos de un mercado de consumo disminui
do— . En todo caso, tales aportaciones todavía se pueden subsumir en el
principio del bien común ilustrado. Pero no hay en el marco conceptual del
contrato social una revocación total del interés propio, y por tanto el puro
sacrificio queda fuera de él. En las condiciones hipotéticas del contrato por
sí solo, no se me puede exigir morir por el bien común. (Thomas Hobbes
dejó esto insistentemente claro). Incluso dejando a un lado este caso extre
mo, queremos pensar que nadie es total y unilateralmente el pagano en nin
guna de las renuncias que en circunstancias normales la sociedad exige «en
interés general», es decir, a favor de los demás. «En circunstancias norma
les» es, como veremos, una cláusula necesaria. Además, el «contrato» sólo
legitima las pretensiones sobre nuestras acciones visibles, públicas, y no
aquellas sobre nuestro ser invisible y privado, del que luego hablaremos.
Hay un caso en el que interés y control públicos se extienden, con general
consentimiento, a la esfera privada: en la escolarización forzosa de nues
tros hijos. Pero también en este caso se asume que el aprendizaje y lo
aprendido, aparte de todo el futuro beneficio para la sociedad, va en bien
S O B R E L O S E X P E R I M E N T O S EN S U J E T O S H U M A N O S 83
más íntimo del propio cuerpo, que es de lo que aquí se trata ss tal que sólo
un objetivo de valor superior o imperativa urgencia podría hacérnoslo
aceptable.
5. L a s a l u d c o m o b i e n p ú b l ic o
6. Lo q u e la s o c ie d a d p u e d e p e r m it ir s e
7. La s o c ie d a d y la c a u s a d e l p r o c r e s o
cia... a lo que nos dedicamos con todas nuestras fuerzas; no hemos pecado
contra ellos si en el momento de su llegada la arteriosclerosis aún no ha
sido erradicada (excepto si se debe a dolosa negligencia). Dicho de manera
muy general, igual que la humanidad no tenía derecho a la aparición de un
Newton, un Miguel Ángel o un Francisco de Asís, y no tenía derecho a las
bendiciones de sus no programados actos, tampoco el progreso, con todo
nuestro metódico trabajo en su favor, puede ser presupuestado y exigir sus
frutos como si se tratara de un interés vencido. Más bien el que tenga lugar
y sea para bien (de lo que nunca podemos estar seguros) ha de ser contem
plado como algo así como una «gracia».
9. L e y moral y t n t r f .g a t r a n s m o r a l
lo sagrado. Sólo de allí puede partir la oferta del sacrificio de uno mismo, y
esta fuente tiene que se protegida de la manera más cuidadosa. ¿Cómo?
La primera obligación que le surge aquí a la comunidad investigadora
es garantizar una verdadera autenticidad y espontaneidad por parte de los
sujetos.
Pero aquí debemos tener claro que la mera emisión del llamamiento, la
petición de voluntarios, con la presión moral y social que inevitablemente
engendra, no puede por menos que convertirse en una especie de conscrip
ción incluso observando escrupulosamente las reglas del consentimiento. Y
necesariamente entra en juego una cierta tarea de convicción. Por eso el
consentimiento —sin duda la condición mínim a inalienable- —aun no sig
nifica la total solución del problema. Admitiendo que la intimación y la
convicción y con ello algo así como el reclutamiento forman parte de la si
tuación, surge la pregunta: ¿quién puede reclutar y quién ser reclutado? O
expresado con más suavidad: ¿quién debe hacer el llamamiento a quién?
El emisor naturalmente cualificado del llamamiento es el propio inves
tigador, colectivamente el titular principal del impulso y el único con com
petencia técnica para juzgar. Pero dado que también es parte interesada en
alto grado fe interesada no sólo en el bien público, sino también en la em
presa científica como tal, en «su» proyecto, incluso en su carrera), no es un
testigo del todo libre de sosptcha. La dialéctica de esta situación —un deli
cado problema de compatibilidad— hace necesarios especiales controles
por parte de la comunidad investigadora y de las autoridades públicas, que
no vamos a discutir aquí. Los controles pueden atenuar el problema, pero no
superarlo. Tenemos que vivir con la ambigüedad de todo lo humano.
12 . « I d e n t i f i c a c i ó n » c o m o p r i n c i p i o d e s e l e c c i ó n e n g e n e r a l
13. L a r e g l a d e la « s e r ie d e s c e n d e n t e » y s u s e n t i d o a n t iu t il it a r io
Hemos planteado una regla que no puede resultar muy agradable a la in
dustria de la investigación, hambrienta de cifras. Dado que tengo confianza
en el potencial trascendente de los hombres, no temo que esa «fuente» falte
nunca a una sociedad que no se autodestruya... y sólo una sociedad así me
rece los beneficios del progreso. En todo caso, esta regla es «elitista» (como
la empresa del progreso mismo bien entendida), y las elites son por naturale
za pequeñas. El atributo conjugado de motivación e información más liber
tad de presión exterior, sueie estar socialmente tan circunscrito que la estric
ta observancia de la regla podría matar numéricamente por inanición el
proceso de la investigación. Por eso hablamos de una serie descendente de
admisibiliuad. que permite precisamente relaiar la regla, pero en la que la
conciencia de que su legitimación disminuye no carece de consecuencias
prácticas. Apartándose ae la norma purista, la zona de destino del lLma-
n.iento se desplaza necesariamente del idealismo a la condescendencia de la
altura de miras a la conformidad, del juicio a la confianza. «Consentimiento»
y «voluntar edad» en sentido formal cubren todo el espectro, pero llegamos a
zonas de penumbra en las que su contenido se vuelve cuestionable quizá ilu
sorio. Por ejemplo en el caso de necesitados, cuando interviene la compensa
ción económica; o en el caso de personas dependientes, que temen perder
con un no el favor de su superior o esperan ganárselo con un sí. Pensamos
aquí en la psicología de los pacientes de beneficencia, pero también en los es
tudiantes en su relación con el profesor que pide sujetos de prueba para su
proyecto de investigación. (Por otra parte, ellos cumplen muy bien el deside
rátum de la comprensión.) Una población especialmente a mano con fines de
S O B R E L O S E X P E R I M E N T O S EN S U J E T O S H U M A N O S 93
14. E x p e r i m e n t o s c o n p a c i e n t e s
15. E l p r iv il e g io f u n d a m f n t a l d e l e n f e r m o
En conjunto parecen regir aquí los mismos principios que hemos esta
blecido para los objetos normales de investigación: identificación, motiva
ción, comprensión por parte del sujeto. Pero está claro que estas condicio
nes son peculiarmente difíciles de cumplir en el caso de un paciente. Su
estado físico, su desvalimiento psíquico, su relación de dependencia para
con el medico, la postura de sometimiento e incapacitación que se deriva del
tratamiento... todo lo que tiene que ver con su condición y estado hace
del paciente una persona menos soberana de lo que lo es el sano. También
hay que pensar en el cuasiautismo de la fijación en la entermedad y el inte
rés por la curación. Casi hay que excluir la espontaneidad de la propia ofer
ta, y el consentimiento está menoscabado por la disminuida libertad. De
hecho, todos los factores que hacen al paciente como clase tan excepcio-
nalmente accesible y bienvenido para los experimentos comprometen al
mismo tiempo la calidad de la respuesta afirmativa, que es precisa para jus
tificar moralmente su utilización. Esto, junto con la primacía de la tarca
medica, hace que para el médico y el científico reunidos en una misma per
sona sea una elevada obligación emplear su enorme poder sólo para los
mas dignos objetivos de investigación y naturalmente, aplicar un mínimo
de convencimiento de la persona.
Sin embargo, todas estas limitaciones dejan espacio para observar tam
bién entre los pacientes la «escala descendente ae admisibilidad» que he
mos postulado con carácter general. Conforme a ella, están en primer lugar
los pacientes que más podrían identiiiearse con la causa de la investigación
y mejor la entienden: miembros de la profesión médica y de su entorno
científico-natural, que a veces también son pacientes; inmediatamente des
pués, entre los pacientes profanos, los motivados en alto grado y capaces de
comprender por su for mación, al mismo tiempo también los menos depen
dientes; y así sucesivamente escala abajo. Una consideración suplementa
ria es aquí la gravedad de su estado, que a su vez actúa en proporción in
versa. En este caso, la profesión tiene que resistir al seductor sofisma de
que el caso más desesperado es el más «consumible» (porque va se ha dado
por perdido de antemano) y por tanto disponible preferentemente; y en ge
neral la idea de que cuanto peores sean las posibilidades del paciente tanto
piás justificado está su reclutamiento para experimentos que no están pen
sados directamente para su propio bien. Lo cierto es lo contrario.
17. E l s e c r e t o c o m o c a s o l ím it e
tación acogiéndose a esta disculpa, tiene que ser precisamente por —y solo
por— su enfermedad.
Ésta es la consideración fundamental y plenamente suficiente. Además,
es cierto que el paciente no vuede obtener utilidad terapéutica alguna del
experimento no ligado a su enlerm<_dad, mientras esto sería posible con un ex
perimento que sí estuviera ligado. Pero esto nos lleva a la terapia, pasando
por encima de la esfera del meru experimento. Sólo discutimos aquí los ex
perimentos no terapéuticos, de los que el paciente mismo no obtiene pro
vecho ex hypothesi. El experimento como parte del tratamiento, es decir,
con la expectativa de ayudar al propio sujeto, es otro cantar y no es asunto
nuestro aquí. El medico que tras el fracaso de las terapias tradicionales
propone al paciente inte ntarlo con una nueva que aún no ha sido puesta a
prueba actúa como su medico, esperando lo mejor para él. Incluso si el ex
perimento fracasa, fue un experimento en pro del paciente y no meramen
te sobre él.
De forma muy general, casi es ocioso decirlo, incluso el tratamiento
más regulado y estadísticamente probado tiene siempre algo de experi
mento cuando se aplica al caso concreto, empezando ya por el diagnostico;
y no sería un buen médico el que no estuviera dispuesto a aprender de cada
caso para casos futuros y no transmitiera sus eventuales nuevos criterios a
toda la profesión. Por consiguiente, se puede servir muy bien, a la vez que
al Ínteres del paciente al interés de la ciencia medica, cuando de su trata
miento se aprende algo que beneficia a otras víctimas de la misma dolen
cia. Pero el beneficio para la ciencia y para una futura terapia es entonces
un beneficio accesorio del tratamiento de borta fide del paciente actual.
Ésie tiene derecho a esperar que su médico no le hará nada en nombre del
tratamiento, con la mera finalidad de aprender algo para otros.
En este caso, el médico tendría que decirle algo así: «No puedo hacer
nada más por ti. Pero tu put des hacer algo por mí, es decir, por la ciencia
médica. Podríamos aprender mucho para futuros casos como el tuyo si nos
permitieras hacer contigo éste y aquel experimento. Tú ya no, pero otros
despues de ti sacarían provecho de los conocimientos que se obtuvieran».
Si aceptamos como dadas la condición de la elevada importancia del fin y
la caiidad personal del sujeto para poderle plantear siquiera semejante pre
gunta, un sí llevaría a que el médico ya no intenta curar al enfermo, sino ha
llar cómo curar a otros en el futuro.
Pero incluso en este caso —el del experimento en y no en pro del pa
ciente— sigue siendo su propia enfermedad la que se pone al servicio de la
lucha futura precisamente contra esa enfermedad. Otra cosa es, de nuevo,
sugerir en las mismas condiciones al enfermo incurable que se entregue a
cualquier investigación de otra importancia para la medicina. Puede que el
investigador-médico no vea una diferencia demasiado grande entre este
-aso y el anterior. Yo espero que mis lectores médicos no considerarán una
distinción demasiado fina que yo diga que desde el punto de vista del suje
to y de su dignidad existe una diferencia cardinal, que separa lo permitido
de lo no permitido... y ello conforme al mismo principio de «identificación»
que hemos invocado continuamente. Como siempre que se trata de la justi-
98 T É C N I C A , M E D I C I N A Y É TI C A
19. C o n c l u s ió n
Desde hace algún tie mpo, con la aparición de la biología molecular, las
ciencias biológicas han llegado a un estadio en el que el potencial tecnoló
gico o de ingeniería de tuda la moderna ciencia natural comienza a ser ac
tual también para ella. Una nueva capacidad llama a la puerta del reino de
la vida, incluvendo la constitución física del hombre. Las posibilidades
prácticas que ofrece tal capacidad podrían revelarse tan irresistibles como
lo eran en las ramas más antiguas de la técnica, pero haríamos bien en pen
sar esta vez las pe rspectivas desde el principio y no dejamos sorprender,
como siempre hasta ahora, por nuestro propio poder. El control biologico
del ser humano, especialmente el genético, plantea cuestiones éticas ente
ramente nuevas, para las que no nos ha preparado ni la práctica anterior ni
el pensamiento anterior. Dado que es nada menos que la naturaleza del
hombre la que entra en el ámbito de poder de la intervención humana, la
cautela será nuestro primer mandato moral y el pensamiento hipotético
nuestra primera tarea. Pensar las consecuencias antes de actuar no es más
que inteligencia común. En este caso especial, la sabiduría nos impone ir
más leios y examinar el uso eventual de capacidades antes de que estén
completamente listas para su uso. Un resultado imaginable de tal examen
podría ser el consejo de no dejar madurar del todo ciertas formas de capa
cidad, es decir, no seguir ciertas direcciones de investigación... teniendo en
cuenta lo extremadamente fácil de seducir por cualquier capacidad que po
sea que es el ser humano. Y podría estar indicado más que el mero consejo
si a naturaleza del caso, una vez aprontada la capacidad, requiere en el cur
so de la investigación las mismas acciones (por ejemplo en forma de «ex
perimentos») de las que el examen ha establecido que no son admisibles
en el uso final de la capacidad: si, en otras palabras, la capacidad sólo pue
de adquirirse en el ejercicio real con «material» auténtico. A esto se añade
que ese ejercicio tiene que desarrollarse necesariamente en forma de «prueba
y error», es decir: sólo mediante manipulaciones erróneas y sus enseñanzas
Podremos ampliar la teoría que conduce a una manipulación biológica pre
dominantemente libre de errores... lo que va por sí sólo debería bastar para
vetar la adquisición de ese ane, aunque los frutos esperados estuvieran con
firmados poi los obtenidos.
La injerencia en la libertad de investigación tiene su propia objetabili-
dad ética. Pero ésta no es nada frente a la gravedad de las cuestiones éticas
ante las que nos sitúa el supuesto éxito de esta investigación. El que la po
sibilidad misma de una detención voluntaria aparezca aquí al principio del
110 t éc n ica , m edic in a y ética
1. L a n o v e d a d d e l a t é c n ic a b i o l ó g i c a
ría amorfa. Así pues, aquí la planificación y fabricación son totales. La téc
nica biológica en cambio intenta transformar las extructuras existentes. Su
reahdad autonoma v morfología siempre completa — los organismos co
rrespondientes— son ei dato piecedente; su «plan» (= forma, organización)
tiene que ser hallado, no inventado, para ser después objeto de «mejc ra» in
ventora en cualquiera de sus encamaciones individuales.1Esto está ligado
al margen de juego de un sistema de funciones alternativas interiores ya al
tamente determinado, bato la condición de que se mantenga la capacidad
para la vida. Así que aquí tenemos «fabricación» parcial (y muy marginal)
en vez de total, cambio de planes en vez de planificación ex novo, y el re
sultado sólo es en una pequeña parte de su composición un artefacto, mien
tras principalmente sigue siendo la creación original de la naturaleza.
2. De aquí se desprende una importante diferencia cualitativa en la re
lación del «hacer» con su sustrato. En el caso de la materia muerta, el fa
bricante es el único que actúa frente al material pasivo. En los organismos,
la actividad se encuentra con actividad: la técnica biológica colabora con la
actividad propia de un «material» activo el sistema biológico que funciona
por naturaleza, al que hay que insertar un nuevo determinante. Éste se le
impone, pero también se le suministra. Su integi ación con el conjunto del
determinante originario es ya cosa del sistema mismo, que puede aceptar o
rechazar el añadido y hará incluso lo primero a su manera. Su autonomía
se utiliza comu socio activo para la obtención de la modificación deseada.
El acto técnico tiene la forma de la intervención, no de la construcción.
3. Esto tiene su influencia sobre la importante cuestión de la predictibili-
dad. En la construcción normal a partir de materiales estables y homogéne
os, el número de factores desconocidos es prácticamente cero y el ingeniero
puede predecir con exactitud las propiedades de su producto (o no confiaría
mos en su puente). Sólo así es posible, viceversa, determinar calculato
riamente: a partir de las propiedades deseadas la elección de la construcción.
Para el «ingeniero» biológico, que tiene que asumir por así decirlo «a cie
gas ■la abrumadora complejidad de los determinantes existentes y en parte
ocultos, con su dinám ica autónoma, el número de factores desconocidos
en el plan global es gigantesco. En su mayor parte pues, el «plan» no es en
absoluto suyo y una cantidad indeterminada de él le es desconocida Tiene
que confiar a esta X a su aportación porcentual a la totalidad de la causa ac
tiva. La piedicción de su destino en este conjunto está por ello limitada a la
adivinación, y la planificación en gran medida a la apuesta. El cambio in
tencionado de plan, transformación o mejora de un organismo nu es de he
cho más que un experimento, y de lan largo desarrollo —por lo menos en el
campo genetico— que su resultado final (si es que es claramente identifica-
ble) está normalmente más allá de su determinación por el experimentador.
2. Hav que a d m itir que «el ser h um an o » es una dudosa abstracción, y ha de quedar abier
to si com o individuos los hom bres tienen hoy un m ayor control sobre su entorno (que en su
gran m ayoría es el m u n d o hecho por hom bres de la civilización técnica) del que hom bres ante
riores tenían sobre el suyo, m ás próxim o a la naturaleza. A ún e« m ás incierto si el control del
sujeto sobre sí m ism o ha au m e ntad o o d ism in uid o ; y totalm ente incierto si v hasta qué punto
los hom bres de hoy somos — individual o colectivamente- - dueños de los im pulsos, la lógica y
la d in ám ic a interna del coloso lécnico. Aun así, la a n im a c ió n anterior sigue siendo cierta en
conjunto para las especies, en tanto que las fuerzas colectivas no discurran con nosotros y arras
tren a sus propietarios a la ruina.
3. La exposición m ás precisa de las ideas a q u í sólo esbozadas se encuentra en el brillante
librilo de C. S. Lewis, The Abolition of Man, M acm illan. Nueva York. 1947, págs. 69-72.
114 T É C N I CA , M E D I C I N A Y ÉTICA
su condición viva, son en este sentido cosas cuyo ser está subordinado a su
utilidad, cuyo valor de uso puede ser aumentado... y debe serlo, incluso a
costa de su ser. Pero «utilidad» significa «en beneficio del hombre», y ex
cepto cuando el hombre mismo es entendido como existente para el uso
humano, la determinación utilitaria de toda la técnica fracasa hasta ahora
en un choque tecnológico con la sustancia humano-biológica, por ejemplo
de su reconstrucción genética. ¿Cuáles eran entonces sus objetivos? De he
cho hay desde antiguo una habilidad, orientada a lo físico del hombre, que
podría decírnoslo: la medicina, el modelo de una técnica que ha alcanzado
a ver el ser y no la utilidad de su objeto. Pero ésta es conservadora y resta-
blecedora, no modificadora c innovadora. Su objetivo es la norma dada de
la naturaleza. ¿Cuál puede ser pues la finalidad de una arquitectura que
se libera de esta norma para inventar sobre sustrato humano? Sin duda no
crear al hombre... él ya está ahí. ¿Quizá crear un hombre mejor (en lo or
gánico)? Pero, ¿cuál sería la medida de lo mejor? ¿Mejor adaptado, por
ejemplo? ¿Pero mejor adaptado a qué? Tropezamos con preguntas muy
abiertas y enteramente metatécnicas en cuanto osamos poner una mano
«creadora» sobre la constitución física del hombre mismo. Todas ellas cul
minan en una misma pregunta: ¿conforme a qué modelo?
a veces este efecto, por azar y sin planificación, en las mutaciones espontá
neas, que se someten a la selección natural; el hombre empieza ahora a pro
ducirlas de forma planificada, o también a poder fijar lo dado. Dado que los
factores hereditarios críticos tienen su sede en el núcleo celular se ha podi
do hablar recientemente de «biología nuclear», siendo necesario hacer la
observación de que así como la física nuclear ha abierto toda una nueva di
mensión de la física junto con una técnica que la aprovecha, lo mismo cabe
decir de la más reciente biología nuclear. Ambos territorios vírgenes tienen,
junto al emocionante aspecto teórico, sus aspectos prácticos siniestros. Es
algo que la penetración en el núcleo de las cosas parece llevar consigo.
La clasificación de las biotecnologías por procedimientos se solapa con
su clasificación por objetivos. Conforme a éstos, hay que distinguir entre
arte genético conservador, mejorador y creador... una clasificación que res
ponde a la osadía de las metas y sin duda también de los métodos. Sólo el
tercer objetivo, el «creador», esta reservado a la tecnología genética futu
rista. Así que avanzaremos desde formas más débiles a más fuertes de m a
nipulación, respondiendo a intenciones más modestas o más ambiciosas.
3. E u g e n e s ia n e g a t iv a o p r e v e n t iv a
4. S e l e c c ió n prenatal
5. E u g e n e s i a p o s it iv a
4. N aturalm ente, se puede y se debe desaconsejar el apaream iento de portadores ide n tifi
cados com o recesivos (una tarea legítim a dei asesoram iento conyugal), pero eso es diferente de
elim inarlos del proceso de reproducción.
118 T É C N I C A , M E D I C I N A Y ÉTICA
cir algunas cosas sobre la esencial ceguera del intento incluso en la más
bondadosa política de selección, no manchada de vanidad, maldad ni arbi
trariedad axiológica. La elección de los ejemplares de cría de ambos sexos
tendría que apoyarse en su «cartografía» genética completa, pero en reali
dad sólo puede atenerse a las propiedades manifiestas del fenotipo indivi
dual: la dotación genética invisible que hav detrás y que podna ser añadida,
como máximo mediante una investigación irrealizable y amplísima de los
antepasados —y ello sólo parcialmente— , al estado de la generación en
cada momento, tendría que ser aceptada en bloque, sin examen. No se sabe
pues en absoluto qué saldrá a la luz en posteriores generaciones y tendrá
que ser sometido a nueva selección en los fenotipos... por no pensar en los
inevitables cambios de gusto producidos entretanto Dado que ninguna
«sección» genética individual en la serie de las generaciones es realmente
cartograliable, el procedimiento tiene que ser subjetivamente ilusorio y ob
jetivamente ciego. Pero suponiendo que supiéramos más, incluso lo bas
tante para alcanzar probabilidades a largo plazo; y que tuviéramos a mano
partes suficientemente considerables de la población en cartotecas genéti
cas de alguna fiabilidad; y que tuviéramos — mediante cría oficial o bancos
de semen y óvulos— los necesarios controles sobre la selección y combina
ción de los donantes eugenesicamente certificados (desaparece la elección
amorosa aficionada): ¿quien ha de decidir sobre la excelencia de los ejem
plares y con qué criterios? Recordemos que es mucho mas fácil establecer
lo que no se desea que lo deseado, lo malum que lo bonutn. Es indiscutible
que no deseamos — ni los dolientes ni sus congéneres— la diabetes, la es
quizofrenia o la hemofilia. Pero, ¿qué es mejor?: ¿una cabeza tría o un co-
razon caliente, una elevada sensibilidad o un cuerpo robusto, un tempera
mento dócil o rebelde? ¿Y en ésta o mejoren aquella distribución proporcional
entre la población? ¿Quien ha de decidirlo y basándose en qué conoci
mientos? La afirmación de tal conocimiento debería ser motivo suficiente
para descalificar a quien afirma tenerlo Y si se pudiera llegar a un acuerdo
sobre los estándares de selección que fueran, por las razones que fuera...
¿es deseable la estandarización como tal? Si hacemos abstracción de los va
lores humanistas, que siempre son discutibles y están más allá de los do
minios del científico natural, los biólugos están de acuerdo en la clara ven
taja biológica del exceso de multiplicidad en el fondo genético colectivo,
que con su amplia reserva de propiedades actualmente «inútiles» mantiene
abierta la futura adaptación a nuevas condiciones de selección. Toda estan
darización estrecharía esta zona de sombra de la indeterminación median
te las apresuradas determinaciones de efímeras preferencias. A este aspec
to técnico de la supervivencia, «exento de valores» en sí, se añadiría la
pobreza humana de una cría sobre 'ipos que alcanza su objetivo positivo,
como toda selección, mediante la exclusión de alternativas, es decir, de los
muchos indefinidos a favor de los pocos definidos. El punto biológica vme-
tafísicamente fuerte de la evolución humana era que evitaba de algún modo
las ventajas a corto plazo de la especiaiizacion, que poi lo demás domina la
evolucion de las especies, f 1 hecho de qu e1hombre no esté especializado
—el «animal no determinado», como decía Nietzsche— constituye una vir
D E LA E U G E N E S I A A LA T E C N O L O G Í A G E N É T I C A
tud esencial de su ser. Así pues, incluso si la selección positiva no fuese cié?
ga, es necesariamente corta de vista. La cortedad de vista es la característi
ca inapelable de toda intervención consciente en el curso inconsciente de la
naturaleza, y ha de ser aceptada normalmente como precio en riesgo, por
que tenemos que seguir intervi endo en innumerables aspectos. En el de
sarrollo, incalculablemente largo, de la genética humana, la cultedad de
vista se elevaría a la enésima potencia sin la disculpa de esta obligación.
Porque el superhombre es un deseo de la insolencia, no de la necesidad,
como puede reclamar la eugenesia negativa. Y la deseada mejora de la es
pecie humana desconoce que ésta, tal como es, contiene va en sí la dimen
sión en la que tienen su espacio tanto lo mejor como lo peor, tanto la as
censión como la caída, sin estar sometidos a ninguna barrera reconocible
ni impulsora hacia arriba ni protectora por debajo. Ningún sueño zoológi
co, ningún truco de cría, puede ocupar el lugar de esta opción esencial y
su inmenso campo de juego. El intento de hacerlo es desmesurado, necio
e irresponsable al mismo tiempo, y tiene que conducir en el mejor de los
casos a desaires, y en el peor a desgracias. Esto último ya se da, política, hu
mana y éticamente (y con independencia de que termine bien), en los mé
todos de gestación asistida, con su despersonalización de la relación sexual-
reproductiva, la separación del amor de la reproducción, del matrimonio
de la paternidad libremente querida, la intervención desacralizadora del
poder público en la secreta dimensión de futuro de la interlocución más ín
tima concedida por la naturaleza a la constitución humana. Excepto en los
objetos mas inequívocos de la eugenesia negativa, donde e! elevado precio
humano de tal injerencia aún está por justificar, y sin duda en el territorio de
ensueño de la perfectibilidad genética positiva, no adquirimos mayor seguri
dad con el cambio do lo imprevisto por lo planeado.5Ambas cosas son dile
tantes... ia una en consonancia, la otra en contradicción consigo misma.
Abandonar el diletantismo de la bendita ignorancia de la elección Je amor
personal por el del conocimiento loco de un arte arrogante es una petulancia
impertinente por la que el mundo y la posteridad tendrán que pagar.
M é t o d o s f u t u r is t a s I
6. C l o n a c ió n
A. ¿Qué es clonar?
6. Tiene que ser u na célula no especializada, es decir, una en la que n ing una de las instruc
ciones heredita is codificada-« en el ADN nuclear esté bloqueada. Tales bloqueos parciales per
manentes se producen en la diferencia ontogénica de los tejidos en la evolución fetal. Las células
del cuerpo, no afectadas por esto y por tanto adecuadas para la clonación, sólo pueden obtener
se hasta ahora de te "‘ lo« em brionales en las especies superiores. Naturalm ente, esto no es lo bas
tante bueno para las am biciones d o nad o ras de las que queremos hablar, porque éstas exigen pre
cisamente donantes celulares adultos. Dado que es im probable que células indiferenciadas del
cuerpo (con núcleos «om nipotentes" com o las células germinales) se encuentren en personas
adultas, prim ero habrá que hallar un método de «descspecialización», es decir de inhib ición, de
las células especializadas. Teóricamente esto es posible, ya que el bloqueo está pensado ae tal
m anera que no m oditíca el gen correspondiente, sino que tan sólo inhibe su acción de form a per-
D E LA E U G E N E S I A A I A T E C N O L O G I A G E N É T I C A
121
Las preguntas que queríamos plantear no tienen nada que ver con las
presuntas dimensiones de una práctica que —si es que llega a hacerse rea
lidad— sin duda nunca alcanzaría valores numéricos con pe*o genético-po-
blacional. Las cuestiones eseni ales de su posible aplicación a los seres
humanos se refieren al caso singular no menos que al plural, y han de ser res
pondidas antes de poder permitir siquiera el primer caso. Han de ser plan
teadas por tanto, al principio.
Planteamos tres preguntas: (Qué se consigue con la clonación? t Porqué
hay que conseguirlo, es decir, qué motivos hay para desearlo? ¿Debe ser
conseguido, es decir, ese objetivo es aceptable o rechazable?
7. León R. Kass, «New Bcginnings in Life», en The New Genelics a n d the Fmure o f M an (edi
ción a cargo de M ichael P H am ilto n ), U rand Rapids, M ich., 1972, págs. 14-63. La «lista de la
vandería» se encuentra en las páginas 44-45. [Todas las referenr ias, a q u í y en adelante, a los es
critos de L. Kass se pueden encontrar en su brillante libro foward a More N atural Science:
BioloRy a n d H um a n Affairs, Nueva York, The F-ree Press. 1985.]
D E LA E U G E N E S I A A LA T E C N O L O G I A G E N É T I C A 125
C. Crítica exislencial
8. «De hecho», se pregunta León Kass, «¿no deberíam os establecer el principio de que cada
llam ado "gran hom bre" que dé su asentim iento a la clonación debería quedar precisamente por
eso descalificado, al ser alguien que tiene u n a o p in ió n dem asiado elevada de sí m ism o y de sus
genes? ¿Podem os p e rm itim o s u n aum ento de la arrogancia?» C om o es sabido, en N orteam éri
ca (naturalmente: en C alifornia) hay va u n banco de esperma de Premios Nobel. Varios de ellos,
se dice, no han hecho ascos a co ntrib uir a él... u n reflejo de lo erróneo que es deducir del en
tendim iento científico la existencia de razón h u m a n a (por no h ablar del pudor). Conform e al
cnterio establecido por Kass, estarían ya descalificados. Los distribuidores de las existencias
congeladas, se dice después, tendrán cuidado de que la preciosa sim ienle no caiga en un suelo
indigno: quienes soliciten ser receptoras de semen (tam b ién hav) verán cuidadosam ente exa
m inadas su calidad biológica y cultural, ju n to con su prehistoria genética. (La m uchacha de
pueblo que fue m adre soltera de Leonardo hubiera tenido pocas posibilidades: tam poco el p a
dre, del q uo pGr |n dem ás apenas sabemos, parece haber llam ado la atención por unas cualid a
des de Premio Nobel.) Esto entra aú n en la categoría que ya hemos tratado, tradicional por así
d itir lo , de la «eugenesia positiva», y com parte su carácter de lotería bisexual. Pero en p unto a
vanidad, necedad h u m a n a y superstición hereditaria recuerda ya al program a de d uplicación
no scxt<al de genios del que hemos hablado, científicam ente libre del azar.
126 T É C N I C A , M E D I C I N A Y É TI CA
frente a los actuales gemelos, trillizos (etc.) monoovulares. Tienen sus pro
pios problemas, de los que por regla general no se puede hacer responsable
a ninguna acción humana. La coartada del capricho de la naturaleza desa
parece en cambio si la formación de gemelos es inducida, como parece ser
el caso como efecto secundario de ciertas drogas fertilizadoras. Pero inclu
so este resultado semiculposo comparte con el puro azar de la naturaleza el
rasgo principal que lo distingue del resultado de la clonación: los gemelos
(trillizos, etc.) naturales, que tienen que tener ante sus ojos la repetición de
su propio genotipo, son estrictamente simultáneos, ninguno precede al otro,
ninguno tiene que volver a vivir una vida ya vivida, a ninguno se le ha pri
vado de encontrar su yo y sus posibilidades. A este respecto es indiferente
hasta qué punto el genotipo determina en realidad la historia personal, si la
«identidad» biológica conduce objetivamente, con independencia del cono
cimiento del sujeto, al mismo resultado biográfico, cosa que no está proba
da. De lo que se trata es de que el genotipo producido sexualmente es un no-
vum en sí, desconocido para todos en su comienzo, y tiene que revelarse a
su portador, no menos que a sus congéneres, sólo en el curso de su existen
cia. La total incertidumbre es aquí una condición previa de la libertad: La
nueva tirada del dado, una vez caída, tiene que descubrirse a sí misma en el
esfuerzo sin dirección de vivir su vida por primera y única vez, es decir, lle
gar a ser él mismo en el encuentro con un mundo que está tan poco prepa
rado para el recién llegado como éste para sí mismo. Ninguno de los geme
los, aunque confrontado permanentemente con su similitud con el otro,
sufre por la presencia de uno anterior que habría manifestado ya el poten
cial de su ser y con ello habría echado a perder al siguiente su condición
propia, que precisa del secreto.
Hemos hablado ex profeso de la situación de gemelos idénticos, no de la
fuerza objetiva de los genotipos idénticos, que en realidad desconocemos.
Así, tenemos la intención de hablar también de la situación del clon hum a
no, cuestión inmanente a su experiencia y a la de los que le rodean: esto
conduce a una discusión existencial, ni ñ'sica ni metafísica, a una discu
sión, pues, que puede dejar enteramente al margen la delicada cuestión de
las dimensiones de la predestinación biológica.
todos los reyes, ha acuñado a cada hombre en la forma del primer hombre,
y sin embargo ninguno es igual a su prójimo».y Dejaremos a un lado si este
regalo de la Creación, sin duda un bien para el conjunto, es también un
derecho para cada individuo, tanto más cuanto que no se sabe en absoluto
cuánto o cuán poco aporta lo genético a la unicidad del individuo. Así pues,
no baso mi argumento en tal derecho oculto, como máximo intuido, y pre
existente a la diferenciación física, sino sobre un derecho a la ignorancia,
supremamente evidente e intraexistencial, que se niega a aquel que tiene
que saberse copia de otro. Es un derecho de la esfera subjetiva, no de la ob
jetiva.
La advocación de un derecho a la ignorancia como un bien es, a mi pa
recer, nueva en la teoría ética, que desde siempre ha lamentado la falta de
conocimiento como un defecto en el estado humano y como impedimento
en la senda de la virtud, en todo caso como algo que hemos de superar en
la medida de nuestras fuerzas. Sobre todo el conocimiento de uno mismo
ha sido ensalzado desde los días délficos como característico de una vida
superior, de lo que sólo se puede tener demasiado poco y nunca demasiado,
ni siquiera bastante. ¿Y nosotros hablamos de un desconocimiento por sí
mismo? En todo caso el conocimiento del futuro, especialmente del propio,
siempre se excluyó tácitamente, y el intento de adquirirlo por cualquier me
dio (por ejemplo la astrologia) estaba perseguido como vana superstición
por los ilustrados, como pecado por los teólogos, en este último caso con ra
zones incluso de rango filosófico (y que, lo cual es interesante, son inde
pendientes de la cuestión del determinismo en sí). Pero desde esa discusión
del derecho o permiso a saber sigue habiendo un paso hasta la afirmación de
un derecho a no saber: y ese paso es el que tenemos que dar ahora en vasta
de una situación totalmente nueva, aún hipotética, que de hecho represen
ta la primera oportunidad para la activación de un derecho que hasta ahora
había estado latente a falta de aplicabilidad.
de para bien o para mal. Todo esto es más una cuestión de saber supuesto
que real, de tener por cieno que de verdad. Téngase en cuenta que no im
porta nada si realmente el genotipo es por su propio poder el destino de la
persona: es convertido en él por las ideas que apadrinaron la clonación, y a
través de su influencia en todos los implicados se convierte en un poder por
sí mismo. Así que no importa si la réplica del genotipo significa realmente
repetición del esquema vital: el donante fue elegido con tal idea, y esa idea
actúa tiránicamente sobre el sujeto. Tampoco se trata de cuál es la verdade
ra relación entre naturaleza innata y educación en la formación de una per
sona y de sus posibilidades: su interrelación está falsificada de antemano
porque el sujeto y el entorno han recibido sus «instrucciones» para la re
presentación.10Así, el reto de la vida ha sido estafado en su atractiva y tam
bién atemorizadora sinceridad. Se ha permitido al pasado intervenir en el
futuro a través de un conocimiento no auténtico de él, y ello en la más ínti
ma de las esferas, en la esfera de la pregunta: «¿Quién soy yo?». Esta pre
gunta tiene que venir del secreto, y sólo puede hallar su respuesta cuando
la búsqueda de la misma sigue acompañada por el secreto. Sí, el secreto, la
condición misma de la pregunta y de la búsqueda, es para quien busca la res
puesta incluso la condición de la posibilidad de llegar a ser quizá precisa
mente aquello que entonces será la respuesta. La revelación inautèntica al
comienzo, la ausencia subjetiva del secreto, destruye la condición de un
crecimiento auténtico. Da igual que el supuesto saber sea verdadero o falso
(y hay buenas razones para suponer que es esencialmente falso per se): es
pernicioso para la obtención de la propia identidad. Porque lo existencial-
mente significativo es que la persona clonada piensa —tiene que pensar—
que no es lo que «es» objetivamente, en el sentido sustancial del ser. En re
sumen: al producto de la clonación se le ha robado de antemano la libertad,
que sólo puede prosperar bajo la protección de la ignorancia. Robar pre
meditadamente esta libertad a un futuro ser humano es un crimen inexpia
ble, que no debe ser cometido ni una sola vez.
Ahora se podría objetar que el clon no tiene por qué conocer su origen.
Pero una conspiración de silencio está casi con seguridad condenada al fra
caso y aún empeoraría las cosas, porque el secreto quiere salir a la luz. Por
mucho tiempo que se le oculte a la persona principal, el conocimiento de
los iniciados que están al corriente de él es una situación moralmente inso
portable en sí y además insegura, si se tiene en cuenta el papel de la indis
creción y la charlatanería; por no hablar de la existencia de archivos, ban
cos de datos y expedientes secretos con su notoria propensión a las «fugas».
Pero aparte de ser de tal modo objeto de un conocimiento ilegítimo por
parte de otros, que a él le está vetado, y que es tan degradante en el éxito
como en el fracaso de su mantenimiento, es casi inevitable que el clon aca
be por averiguar la verdad por sí mismo. Porque todo el sentido de la clo
nación estaba en la prominencia del donante celular, demostrada en sus lo-
10. «Por ejem plo Ip o r volver a citar a Leon Kass], si una pareja decide clonar a u n Rubins-
lein, ¿puede caber d u d a de que el pequeño A rthur será tem pranam ente puesto ante un p iano y
''anim ado" a tocar?»
D E LA E U G E N E S I A A LA T E C N O L O G Í A G E N É T I C A 129
gros inusuales v certificada por la fama pública. Tiene por tanto que llegar
el día en que la copia (que según las premisas no es tonta) establezca la re
lación entre sí misma y el original altamente visible. Tanto contarlo tem
pranamente como descubrirlo después por uno mismo son alternativas
enojosas por igual. Contra la segunda sólo existiría seguridad si la clona
ción se hiciera de donantes anónimos y oscuros... aunque, ¿para qué ha
cerla entonces?
téntico. El mandato moral que sale aquí a la ensanchada escena del poder
moderno es: nunca se puede negar a una existencia completa el derecho a
aquella ignorancia que es condicion de la posibilidad del acto auténtico, es
decir de la libertad; o bien: respeta el derecho de toda vida humana a encontrar
su propio camino y ser una sorpresa para sí misma. La cuestión de cómn ha
cer compatible esta defensa de la ignorancia de uno mismo con el viejo m an
dato «conócete a ti mismo» no es difícil de responder. Sólo hay aue entender
que el autodescubrimiento que nos concede aquel mandato es uno de los ca
minos del devenir de ese mismo yo: desde lo desconocido dado se hace uno
con el llegar a conocerse que va ocurriendo a través de las prueba» de la vida...
lo que sería bloqueado por el conocimiento previo aquí combatido.
7. H asta a h o r a n o h ay a n a l o g ía e s t r ic t a e n t r e e l b i ó l o g o y e l i n g e n i e r o
8. E l p o te n c ia l de in g e n ie ría de la b io lo g ía m o le c u la r
9. O b s e r v a c ió n f i n a l : c r e a c ió n y m o r a l
c u a lq u ie r momento y
gritar: «A la esquina/ ¡Barred, barred!/ Habéis sido»,
v a q u é llo s volverían a
quedar inmóviles.
Pero incluso el viejo maestro brujo ya no puede gritar esto cuando las
creaciones de la técnica ya no son escobas, sino nuevos seres vivos. Éstos,
como decía Aristóteles, tienen en sí mismos el origen y el principio de su
movimiento, y este movimiento no sólo incluye su continuo funcionamien
to —su conducta viva— , sino también su multiplicación y, a través de la ca
dena de la reproducción, incluso su eventual evolución a nuevas formas. En
tales creaciones, ahora verdaderas criaturas, con las que ha superado cua
litativamente sus anteriores creaciones inanimadas, el Homo faber se en
trega a su causalidad única. Ya no sólo gráfica, sino literalmente, la obra de
sus manos gana vida propia y fuerza autónoma. En este umbral del nuevo
arte, el posible punto fuente de un amplio devenir, bien le conviene dete
nerse un momento a pensar a fondo.
De lo que hablamos es de la creación planificada de seres vivos de nue
vo cuño mediante intervención directa en la estructura molecular cifrada
hereditaria de las especies existentes. Esto ha de distinguirse de la cría,
practicada desde los comienzos de la agricultura, de especies animales y
vegetales útiles. Ésta sigue su camino a través de los fenotipos y se entrega
a los caprichos propios de la sustancia germinal. La variabilidad natural de
la reproducción se utiliza para obtener del genotipo originario las cualida
des deseadas mediante selección de los fenotipos a través de las generacio
nes, es decir, para aumentarlas en la dirección correspondiente mediante la
suma de las pequeñas desviaciones «espontáneas». Esto es evolución artifi
cialmente guiada y acelerada, en la que la elección consciente ocupa el lu
gar de la mecánica de selección de la naturaleza, que trabaja de forma len
ta y estadística, y ayuda a existir a formas completamente distintas de las
que la naturaleza admitiría si sólo prosperasen en cultivo (como el maíz
americano, que pronto desaparecería en la naturaleza libre). Sin embargo,
sigue siendo la naturaleza la que facilita el material de selección: lo que
evoluciona bajo la mano del hombre es la misma especie a través de sus
propios mutantes, elegidos por el criador, y por regla general no se rompe
la relación genética con la forma salvaje, la recruzabilidad con ésta. El
hombre maniobra pues con aquello que el espectro de especies existentes le
brinda, con la dispersión de sus existencias de mutantes y ulteriores muta
ciones.
Muy distinto es el caso en la mencionada técnica recombinatoria del
ADN, que —con una antigüedad de apenas una década— ha completado
con sus primeros éxitos el paso de la investigación a la producción de mer
cado y promete lo mismo para los nuevos aciertos que con seguridad hay
que esperar de ella. En Norteamérica estos logros son incluso patentables,
cada uno de ellos representa una forma de vida nueva, que se reproduce, v
no una «criada», sino «fabricada». De un golpe, en un único paso, median
te «trenzado» de un material genético ajeno a la especie en el haz cromosó-
mico de una célula reproductiva, se introduce en el paisaje de la vida toda
una descendencia de organismos modificados, enriquecidos con una nueva
cualidad. Se puede llamar a este procedimiento cirugía genética, manipu
M IC RO B IO S, GAMETOS Y CIGOTOS
137
De este maravilloso texto, que tanto dice, tomo la línea que lo dice casi
todo sobre mi tema: «Pero de hoy más nos reiremos del azar". El azar: ésta
es la fuente productiva de la evolución de las especies. El azar: ésa es en
toda reproducción sexual la garantía de que cada individuo nacido es único
y no es totalmente igual a ningún otro. El azar se encarga de la sorpresa
de lo siempre nuevo, lo que nunca ha sido. Pero hay sorpresas agradables y de
sagradables, y si ponemos el arte en el lugar del azar bien podríamos aho
rramos las sorpresas desagradables y crear el regalo de las agradables a vo
luntad. Sí, podríamos ser dueños de la evolución de nuestra propia especie.
La erradicación del azar al hacer el homúnculo abre dos caminos con-
ti apuestos: técnica recombinatoria del ADN en células germinales huma
nas, y multiplicación de individuos modelo mediante -«clonac'ón» de células
del cuerpo. Ambos métodos configuran al futuro ser desae la base cromo-
sómica. Uno modifica lo dado por azar mediante manipulación genética
mejoradora, cuando no inventora. El otro f'ija (en palabras d : Goethe, «cris
taliza») el azar genético logrado, o lo que se tiene por tal —y lo que de lo
contrano, en la lotería de la reproducción sexual, volvena a ser engullido por
la corriente del azar— , para su reproducción fiel con la frecuencia que se
quiera por vía no sexual.
Empecemos por el último procedimiento, que ya se ha logrado experi
mentalmente en algunos animales que nos quedan muy lejos, pero es ex-
tensible en principie a los mamíferos superiores y al hombre. Se basa en
que en condiciones adecuadas también el doble juego cromosómico (di-
ploide) de una célula corporal puede set movido a comportarse como el
compuesto de dos mitades de origen bisexual del óvulo fecundado, es decir,
a «germinar» y producir el cuerpo completo, del que contiene la «instruc
ción» genética completa. Dado que ésta es exclusiva y totalmente la del
cuerpo del donante se produce, evitando la aventura de la unión de dos cé
lulas germinales haploides en la concepción sexual, un duplicado genético
* La traducción del pasaje del Fausto está tom ada de la traducción de José R oviralta Bar
celona, O céano, 1982. (N. del t.)
M ICRO BIO S, GAMETOS Y CIGOTOS 141
del organismo padre, por así decirlo un gemelo uniovular del mismo. La cé
lula originaria precisa se puede tomar con facilidad de un tejido adecuado
del donante, incluso conservarla más allá de su muerte en un cultivo nu
triente o en congelador, y el resto se hace in vitro y finalmente en un útero
de alquiler.
¿Y eso para qué? Bueno, se puede lamentar la rareza del genio en la po
blación total, la unicidad de cada uno de ellos, que se extingue en la muerte,
y desear o desear a la humanidad más de ésta o aquella especie: poetas, pen
sadores, investigadores, líderes, deportistas de alta competición, reinas de la
belleza, santos y héroes. Y ese deseo se puede hacer realidad si, tras una se
lección valorativa, se clonan series o duplicados individuales de Mozart y
Einstein, Lenin y Hitler, Madre Teresa y Albert Schwcitzer. Tampoco falta
rán candidaturas hijas de la vanidad o la inmortalidad sucedánea, siempre
que vayan unidas a la necesaria potencia financiera; ni parejas estériles
amantes de la Música que prefieran un brote de rubinstein sin diluir a un
hijo adoptivo genéticamente anónimo. En el punto al que hoy ha llegado la
ciencia esto ya no es un chiste, sino una cuestión del progreso técnico.
En el capítulo anterior he discutido la necedad de este sueño, lo infan
til de la idea de que aquí vale el «cuanto más mejor», que sería de desear
que hubiera más de un único Mozart, por no hablar de la cuestión (con la
experiencia nazi a nuestras espaldas) de quién debe llevar a cabo la selec
ción de lo deseable. El azar del acontecer sexual es tanto la insustituible
bendición como la inevitable carga de nuestro destino, y su impredictibili-
dad sigue siendo más digna de confianza que nuestras ponderadas opcio
nes de un día. Sobre todo, sin embargo, he tratado de mostrar el atentado
que se comete sobre los frutos del arte, los clones mismos. Resumo con ex
trema brevedad.
Saberse copia de un ser que ya se ha manifestado en una vida tiene que
asfixiar la autenticidad de la identidad, la libertad del descubrimiento, la
sorpresa para sí mismo y para los otros con aquello que uno alberga; y ese
mismo conocimiento ilegítimo ahoga la inocencia del entorno frente al
nuevo y sin embargo no nuevo recién llegado. Se viola aquí anticipada
mente un derecho fundamental a la ignorancia, imprescindible para la li
bertad existencial. Todo el conjunto es frívolo en sus motivos y moralmen
te despreciable en sus consecuencias, y no sólo con vistas a cantidades, a
repercusiones a escala poblacional, como por lo demás ocurre con los de
safíos biológicos: una sola prueba ya sería criminal.
Dado que en toda esta empresa no apremia urgencia alguna, ningún
mal grita pidiendo ayuda contra él, dado que más bien se trata de una obra
de la arrogancia, la curiosidad y la arbitrariedad, pero por otra parte cada
capacidad adquirida se ha revelado siempre irresistible y por tanto es de
masiado tarde para el no moral... bien se puede aquí por una vez desacon
sejar a la ciencia el seguir adelante por ese camino. No se sirve con ello ni a
la verdad ni al bien.
Más serio, y consecuentemente más difícil desde el punto de vista filo
sófico, es el camino «creador» contrapuesto: la modificación de la sustancia
hereditaria mediante trenzado genético. Aquí se pueden alegar situaciones
TÉCNICA, M E D I C I N A Y É TI CA
142
tamos facultados ni equipados para ello —ni con la sabiduría, ni con el co
nocimiento axiológico, ni con la autodisciplina— , y ningún respeto reve
rente nos protege, como desmitificadores del mundo, de la magia de la frí
vola temeridad. Por eso, es mejor que la caja de Pandora continúe cerrada.
Lo que sigue es una carta de batalla, y por lo que parece (idea que se re
fuerza cada vez más desde la primera vez que fue publicado), por una cau
sa perdida. La expectativa de que éste sería su destino se expresaba ya en el
título originario: «Contra la comente». Dado que las circunstancias de su
origen y publicación forman parte del caso, se me permitirá excepcional
mente incluir el relato de las mismas en la actual versión del antiguo origi
nal. Este episodio, que sólo concierne al autor, contribuirá al tema global
del presente libro como un Dequeno ejemplo de la gran cuestión de lo irre
sistible o resistible del progreso técnico.
En agosto de 1968, una comisión de la Harvard Medical School forma
da al efecto publicó un informe sobre la definición de la muerte cerebral.1
Al mes siguiente, aproveché la oportunidad de una conferencia sobre «As
pectos éticos dí; los experimentos humanos»2para añadir a mi contribución
a este tema una primera y dura crítica a la propuesta —más que meramen
te médica— de la comisión de Harvard, aunque su objeto no formara parte
propiamente del tema de los experimentos en sujetos humanos: pero yo veía
en él el riesgo de un abuso de tales sujetos (pacientes) con fines médicos, no
muy diferente del que había que evitar en las situaciones de experimentación.
Mi artículo, incluyendo esta disgresión, fue publicado junto con las
otras conferencias3y reeditadu con fiecuencia posteriormente. Su versión
alemana aparece como el sexto de los artículos reunidos en este volumen
t,pág. 109), aunque sin la parte especial «On the Redefinition of Death», que
seguía en el original al actual apartado 18 (pag. 142). So reproduce aquí
nexión de las m áq uinas auxiliares— y calla acerca del uso posible de la de finición al servicio de
la segunda causa. Pero si «el paciente es declarado m uerto en función de estos criterios» el cá
ram o hacia el otro uso se abre en teoría... y será recorrido si no se levanta oportunam ente una
especial barrera. Lo anterior es m i débil intento de colaborar en su levantamiento.
6, Sólo una visión cartesiana de la «m áq u in a a n im a l», que veo revolotear a q u í de alguna
manera, podría tranquilizarnos... tal com o lo h izo de hecho en su m o m e nto (siglo xvn), siendo
bienvenida en la cuestión de la vivisección an im al. Pero seguramente su verdad no debe csta-
'uirse m edíante el poder de la definición.
148 t éc n ica , m ed ic in a y ética
moslo una vez más— es la indeterminación del límite entre vida y muerte,
no entre sensación y falta de sensación, y significa tender, en una zona de
esencial incertidumbre, más a una determinación máxima que mínima de la
muerte.
»Además hay que pensar también esto: el paciente tiene que estar segu
ro a toda costa de que su médico no se convertirá en su verdugo y ninguna
definición le permitirá serlo nunca. Su derecho a esta seguridad es incondi-
cionado; e igualmente incondicionado es su derecho a su propio cuerpo
con todos sus órganos. El respeto a tode costa de este derecho no viola nin
gún otro derecho. Porque nadie tiene derecho sobre el cuerpo de otro. Para
hablar en otro espíritu, en un espíritu religioso: la defunción de un ser hu
mano debería estar rodeada de piedad y protegida contra la raí ña.
»Por eso, el entendimiento y el sentimiento me dieen que habría que
aclarar desde el principio que la definición propuesta, si llega a tener fuerza
legal, sólo autoriza una y no la otra de las dos consecuencias contrapues
tas: sólo interrumpir una intervención de mantenimiento y dejar que las
cosas sigan su curso; no proseguir la intervención de mantenimiento con fi
nes de otra intervención definitiva de tipo destructivo».
C o n t r a i a c o r r ie n t e 7
7. «Against the Stream », p ublicado en 1974 en H. Joñas, Philosophical Essays: From A ndent
Creed lo Technologtcal Man, y desde entonces reimpreso en varias antologías.
S O B R E LA D E F I N I C I Ó N P R A G M A T I C A D E LA M U E R T E 149
8. Esto en respuesta a la pregunta retórica, planteada por él m ism o, que he señalado antes.
Conocí personalm ente al doctor Beecher y ledo atestiguar — en contra de la apariencia que
pueda d ar la jerga u tilita ria em pleada por el— su elevada h u m a n id a d y fin u ra m oral. A brió
cam in os en el descubrim iento de abusos en experimentos hum anos. (Por lo dem ás, el doctor
Beecher fue presidente de la co m isión ad hoc de Harvard y redactor de su inform e sobre «m u er
te cerebral» discutido en todo este capítulo.)
T É C N I C A , M E D I C I N A Y ÉTI CA
150
9. M encionaré de entre ellos al cirujano Sam uel K ountz, por entonces el m ás destacado
practicante de trasplantes renales; al psiquiatra Harrison Sadler y al historiador la m edicina
O tto Guttentag, portavoz filosófico del grupo. C o m o testim onio ilustre del esfuerzo de c o m
prensión m ostrado m encionaré que durante varios días se me p e rm itió observar desde la inm e
d iata proxim idad las realidades del im plante de órganos — las “artificiales" en la sala de opera
ciones. las hum anas en donantes y receptores— y vivirlas com o asistente a las conferencias
medicas.
S O B R E LA D E F I N I C I Ó N P R A G M Á T I C A D E LA M U E R T E 151
m in a toda razón ^ara no pensar en ello y, una vez pensado, para no hacer
lo si es considerado deseable (y los allegados dan su consentimiento). Re
cordemos que el grupo de Harvard no ha ofrecido en sus resultados una defi
nición del coma irreversible comc causa para interrumDir las medidas de
mantenimiento, sino una definición de la muerte mediante el criterio del
coma irreversible como causa del desplazamiento conceptual del cuerpo
del paciente a la clase de cosas inanimadas, sin importar si se prosiguen o
interrumpen las medidas de mantenimiento. No seria sincero negar que la
redefimición viene a ser lo mismo que una predatación del hecho consuma
do, comparada con criterios de signos de vida convencionales, que aún po
drían durar: que no está motivada por el exclusivo interés del paciente, sino
también por ciertos intereses externos a él (siendo la donación de órganos
el predominante entre ellos): y que precisamente el servir a esos intereses,
es decir, el uso fáctico de la libertad que la definición procura teóricamen
te, ya estará típicamente previsto en su uso diagnóstico. Esto último sólo ya
oculta en si peligrosas tentaciones para el proceso diagnóstico. Pero por
otra parte, sea cual sea el uso especial previsto, no previsto o incluso puni
ble actualmente por el gremio, sería ingenuo creer que se puede trazar en
alguna parte una linea entre el uso permii lo y el no permitido cuando es
tán en juego intereses lo suficientemente fuertes: la definición — que es ab
soluta, no gradual— veta todo principio para el trazado de una línea seme
jante. (Dado el ingenio de la ciencia médica, es probable que la «vida
simulada» del cuerpo sin cerebro pueda incluir finalmente toda actividad
extraneural del cuerpo humano, quizá incluso algunas funciones nerviosas
activadas artificialmente.)
E. Conforme a todo esto, mi argumento es muy sencillo. Es éste: la línea
divisoria entre (a vida y la muerte no se conoce con seguridad, y una defini
ción no puede sustituir al saber. No es infundada la sospecha de que el esta
do artificialmente sostenido del paciente comatoso sigue siendo un estado
residual de vida (como era generalmente considerado desde el punto de vis
ta médico hasta hace poco). Es decir, existen razone » para dudar de que in
cluso sin función cerebral el paciente que respira esté completamente muer
to. En esta situación de irrevocable ignorancia v duda razonable, la única
máxima correcta de actuación es inclinarse del lado de la vida presumible.
De ello se desDrende que las intervenciones como las que he descrito sean
equiparables a la vivisección y no puedan practicarse baio ninguna circuns
tancia en un cuerpo humano que se encuentre en ese estado equívoco o um
bral. Una definición que autoriza tales intervenciones, que estampilla com o
no equívoco lo que en el mejor de los casos es equívoco, ha de ser rechaza
da. Pero el mero rechazo en la disputa teórica no es suficiente. Dada la pre
sión de los —muv reales y altamente estimables— intereses médicos que
aquí están en juego, se puede predecir con seguridad que el permiso general
que la teoría otorga será irresistible en la practica si la definición se recono
ce de manera jurídico-pública. De ahí que haya que impedir con todas nues
tras fuerzas que se llegue a ello. Es lo único a lo que ahora se puede oponer
resistencia. Una vez abierto el camino hacia las consecuencias practicas será
demasiado tarde. Es un caso claro de principiis obsta.
S O B R E LA D E F I N I C I Ó N P R A G M Á T I C A DF LA M U E R T E 155
lo. Este texto está contenido en ediciones posteriores de «Against the S tream ».
S O B R E LA D E F I N I C I Ó N P R A G M Á T I C A D E LA M U E R T E 157
ción se aparta de la empresa, y el final de la misma no está a la vista. Todo
lo que mi intento pusdc hacer aun con escasa esperanza de que el y sus
iguales lo hagan— es colaborar a que la «sociedad», el más indeterminado
de los sujetos, cruce esa puerta con los ojos abiertos, y no cerrados. Por in
consecuente que (.por suerte) sea el hombre, siempre podrá trazar en algu
na parte una línea de separación sin la asistencia de una regla consecuente.
POST-POSTSCRIPTLM DE 1985
rídicos. En lo que se refiere a los derechos del paciente, con los desarr ollos
médicos indicados parece haber saltado a la palestra un nuevo «derecho a
morir»; y debido a los nuevos tipos de tratamiento, aue únicamente «man
tienen en marcha», este derecno subyace a todas luces al derecho £ neral
de aceptar o rechazar el tratamiento. Vamos a tratar primero este otro de
recho, apenas discutido, que en caso de rechazo siempre incluye, aunque la
mayoría de las veces no en forma tan directa, la muerte como un resultado
posible > quizá seguro de su elección. Aquí, como en toda nuestra conside
ración, tenemos que distinguir entre derechos legales y morales (y lo mis
mo con las obligaciones).
E l d e r e c h o a r e c h a z a r e l t r a t a m if n t o
1. Una «fase crítica» sería por ejem plo el intervalo entre dos operaciones planificadam ente
entrelazadas o el tratam iento posoperatorio, o situaciones sim ilares en las que sólo tiene senti
do m édico la secuencia terapéutica com pleta. En ese caso tiene que ser contem plada co m o u n
todo indivisible, contractualm ente acordado. El m edico y el hospital ni siquiera hubieran dado
el prim er paso si el paciente n o se hubiera vinculado tam bién a los siguientes.
162
T É C N I C A , M E D I C I N A Y ÉTICA
muerte en las circunstancias aquí asumidas. Sean cuales sean las preten
siones del mundo sobre la persona, este derecho es (aparte de la religión)
moral y jurídicamente tan inalienable como el derecho a vivir, aunque la
percepción de uno como de otro derecho pueda ser sacrificada por propia
elección —y sólo por libre elección— a otras consideraciones. El emnareja-
miento de ambos derechos contrapuestos asegura a ambos que ninguno de
ellos puede convertirse en obligación incondicional: ni en la de vivir ni en
la de morir.3
¿Tiene el derecho publico un lugar en todo esto? Sí, y ello en dos senti
dos que se apoyan primero, como parte de su misión de proteger el dere
cho a la vida, la ley tiene que sancionar también el derecho a recibir trata
miento médico, en tanto que da básicamente a todos igual acceso a él; y en
segundo lugar, en vista de la limitación fáctica de los recursos médicos, tie
ne que elaborar criterios equitativos de preferencia para este acceso. Esta
última función de control público puede, como se sabe por el ejemplo de la
diálisis, equivaler a la decisión de quién debe vivir y quién morir; y entre las
prioridades que rigen esta decisión pueden estar las responsabilidades y
papeles de un individuo frente a otros que dependen de él, que ceteris pan-
bus pueden darle un empujón en el orden de prelación frente al individuo
solo. Lo mismo pues que antes nos encontrábamos como contrapartida
desde dentro al deseo y el derecho de una persona a rechazar la ayuda mé
dica, es decir, la dependencia de otros de ella, aparece ahora desde fuera como
aumento de las exigencias al tratamiento... a costa del derecho a la vida de
una tercera parte. Pero lo que la autoridad pública puede dar, puede tam
bién retirarlo posteriormente a favor de una pretensión mejor, conforme al
mismo principio de equidad o «justicia distributiva». Volveremos sobre ello
como recurso legal indirecto que sirva de avuda ai derechu a morir.
El ejemplo de la diálisis es extremo. Habitualmente el derecho a re
chazar el tratamiento o ignorar el consejo médico involucra no el derecho
a morir (salvo en un sentido altamente abstracto y remoto), sino el derecho a
correr riesgos a jugar un poco un juego de azar con la salud, a confiar en
la naturaleza y desconfiar del arte médico, o simplemente la disponibi'idad a
aceptar daños posteriores o incluso una menor expectativa de vida a cambio
de la libertad frente a un régimen de vida limitativo; o tan sólo el derecho a
no ser molestado. El ejemplo de la diálisis tue elegido porque en él el trata
miento continuado equivale al mantenimiento con vida y su interrupción sig
nifica la muerte segura, y la opción en su contra no representa pues «correr
un riesgo», sino una intquívoca decisión de morir, de eficacia inmediata.
Aun así, no es completamente el tipo de caso en el que el «derecho a mo
rir» se presenta como el problema agobiante en que se ha convertido re
cientemente. Porque aquí lo normal es que el paciente no sufra menoscabo
alguno de su capacidad intelectual para decidir por sí mismo, y esté física
3. La ética tem poral y la relipiosa coinciden aquí. N in guna religión, por estrictamente que
prohíba el suicidio co m o pecado por considerar la vida un a obligación p ara con Dios, convier
te con ello la autoconservación en obligación incondicional, lo que de hecho llevaría a espanto
sas consecuencias morales.
164
T É C N I C A , M E D I C I N A Y ÉTI C A
4 Para la fu n d a m cn tac ió n ontológica de este presupuesto, me perm ito rem itir a lo que he
d ic h o ;1 nlenuc*° s°b re filosofía de lo orgánico, en ale m án por ve/ prim era en Organismo y Li
bertad 0 ^7 3 ): «Pero téngase en cuenta que ju n to con la vida vino la muerte, y que la m ortalidad
cs c| p,-ecio que tuvo que pagar la nueva posibilidad del ser... Es un ser esencialmente revocable
v desl,u’ ^ e' u n a aventura de la m ortalidad, que a partir de u n a m ateria perm anente y en sus
condi> i° nes —611 *a cond ic ió n a corto plazo del organism o m etabólico— , consigue en préstam o
¡as c r1'eras f*n *las m ism idades individuales» \EI principio de responsabilidad (1979), y por
últim i’ «E v o lu ción y libertad», en: Encrucijadas 13 (1983/1984)1: «Q ue la vida es m ortal es sin
dud-i ul co ntrad icción fundam en tal, pero form a parte inseparablemente de su esencia.y no se
'ni •d<’ Pensar sePara<J a de ell°- La vida es m ortal no aunque, sin aporque cs vida, p or su consti
tución m ás p rim ig e nia, porque ese m o d o irrevocable y garantizado es la relación de contenido
y forn,¡i en la que se basa».
A P L A Z A M I E N T O D E LA M U E R T E Y D E R E C H O A M O R I K 167
5 La actual situación ju ríd ic a en los EE.U U . parece ser que semejante «basta» del pacien
te (intelectualm ente competente) no se le Ducde negar sin duda, o cio que el m édico, bajo la ju s
ticia del «fallo artificial» im peiante, estaría obligado a deponer el tratam iento, con lo que el pa-
cienre ya no tendría que quedarse en el hospital. Dado que esto le privaría de la asistencia
m édica y hospitalaria que sigue necesitando para m o rir de fo im a soportable, esta elección de la
interrupción del tratam iento, existente de form a abstracta, se ve bloqueada de hecho por esa
am enaza.
A P L A Z A M I E N T O 0 E LA M U E R T E Y D E R E C H O A M O R I R 169
E l p a c ie n t e e n c o m a i r r e v e r s i b l e
Hav dos escapatorias del callejón sin salida ético-legal que hemos des
crito. Una es una redefinición de la «muerte» y su sintomatologia, según la
cual un coma ae determinado grado significa muerte: la llamada «definición
de muerte cerebral» ,6que (dado que la muerte es ya un hecho consumado)
saca todo el asunto del ámbito de la decisión y lo convierte en mero asunto
de constatación de si se cumplen los criterios de la definición. Si se cum
plen, la interrupción de las ayudas funcionales artificiales es no sólo per
mitida, sino obvia e incluso obligatoria, dado que el despilfarro de costosos
recursos médicos en un cadáver no sería justificable. ¿0 quizá sí? ¿No po
dría la interrupción —es decir: hacer aún más plenamente cadáver al cadá
ver— significar un derroche en otra dirección? ¿No es el cuerpo del talleci
do, si la circulación se sigue manteniendo en marcha, un valioso recurso
médico por sí mismo, como banco de órganos para posibles trasplantes? La
continuación del riego mantiene los órganos en estado vivo y asegura al de
finitivo receptor un trasplante de pleno valor, igual al de un donante vivo.
En relación a ese valor de uso, la declaración de muerte conforme a crite
rios cerebrales y la prosecución de la vida vegetativa del resto del organis
mo (mediante respirador, etc., en caso de larga duración también med;an-
te alimentación artificial) no estarían en modo alguno en contradicción,
mas bien serian partes acordadas de una acción global con fines fuera del
paciente: en favor de otro paciente o incluso de la investigación médica.
Precisamente ese beneficio de uso externo ha sido alegado desde el princi
pio por los patrocinadores del «coma irreversible como nueva definición
de la muerte». Sin embargo, debería resultar evidente que la intervención de
un interés, y mas aun el del Ínteres de otro paciente, no sólo roba a la defi
nición su pureza teórica, sino que también sitúa su aplicación en una pe
ligrosa zona d t sombra de tentación bienintencionada. He expuesto en el
capítulo anterior mis graves reparos contra este tipo de «solución» del pro
blema del coma, es decir, contra su dituminación en una cuestión semánti
ca decidida mediante la definición: una definición ad hoc, es decir, cortada
a la medida de la situación especial y su contusión practica, cargada con la
sosDecha de un motivo de uso y dando así motivo a temores referentes al uso
ajeno al sujeto al que la definición se presta, y de los que la obtención de
material fresco para el trasplante de organos sólo es el más evidente. No
hace falta decir que mis advertencias —muy concretas— fueron vanas
(aunque «Against the Stream» se reedita una y otra vez en las antologías de
ética médica). Algunos de esos temores, precisamente los más obvios, se
han vuelto ya práctica general en medio del progreso irresistible: «Extrac
ción de órganos de «cadáveres donantes» bajo respiración artificial, prose
guida tras la declaración de defunción con este fin. En un caso notorio algo
distinto, el caso Quinlan,7 la definición misma se reveló insuficiente para
6 . «M uerte cerebral» y las cuestiones vinculadas a ella son el tema del capítulo precedente.
Para d lector de este capítulo se recuerdan brevemente las consecuencias pertienentes de la «re-
definicion de la m uertes, extensamente discutida allí.
7. El fam oso caso de K aren Q u in la n , que se arrastra ya desde hace años: la m uchacha, en
com a profundo, fue m antenida en vida orgànico-vegetativa m ediante respiración, alim entación
y otros servicios auxiliares artificiales. A petición de los padres, el trib unal au to rizó (por lo de-
aplazam ien to de la muerte y d erec h o a MORIR 171
salir a] paso del reto del coma irreversible: porque cuando se suspendió la
respiración artificial con permiso judicial, comenzó sorprendentemente
la respiración espontánea, de manera que según los criterios de muerte ce
rebral de la «definición de Harvard» (ampliamente aceptada en Norteamé
rica) la paciente no estaba muerta, pero aun así seguía en coma profundo...
y la cuestión del mantenimiento artificial de las funciones (por ejemplo la
introducción de líquidos nutrientes) volvió a plantearse con su dur< za ori
ginaria, sin poderse decidir ahora recurriendo a la definición ad hoc. El
desplazamiento del plano moral al técnico disminuye nuestra capacidad de
dar respuesta a la pregunta en su contenido existencial.
Pero hay otra escapatoria del callejón sin salida que no es la semánti
ca definitoria sobre vida y muerte, y es abordar directamente la cuestión
de si es justo prolongar tan sólo mediante nuestra intervención artificial
!o que quizá —en el estado actual de nuestros conocimientos o de nuestra
ignorancia— pueda llamarse aún «vida», pero sólo es ese tipo de vida, y
ello enteramente gracias a nuestro arte. Aquí estoy de acuerdo con la ya ci
tada decisión papal, que reza: «Cuando se considera que la inconsciencia
profunda es permanente, no son obligatorios los medios extraordinarios
para mantener la vida. Se puede suspender su empleo y dejar morir al pa
ciente». La sencilla posibilidad de morir en tales circunstancias límite no
necesita una redefinición de la muerte y del momento de producirse.
Avanzo un paso más y digo: no sólo se pueden suspender tales medios ex
traordinarios, se deben suspender, en aras del paciente, al que se debe per
mitir morir; la suspensión del mantenimiento artificial no es facultativa,
sino obligatoria. Porque al fin y al cabo algo como un «derecho a morir»
se construye en nombre y para la protección de la persona que el pacien
te fue un día, y cuya memoria se ve disminuida por la degradación de tal
«pervivencia». Este derecho «postumo» al recuerdo (por extralegal que
sea) se convierte en un mandamiento para nosotros, que por un dominio
unilateral y total sobre este bien jurídico nos hemos convertido en guar
dianes de su integridad y mandatarios de su pretensión. Pero si esto es de
masiado «metafísico» como para convencer a nuestra conciencia positi
vista de cuál es nuestra obligación, un sobrio principio de justicia social
—sin duda externo al paciente, pero ilustrativo para el legislador— hace
que esta razón íntima venga en ayuda de la obligación de desconectar: el re
parto lim pio de los escasos recursos médicos (¡sin contar al paciente mis
mo entre ellos!).
LA TAREA DE LA MEDICINA
Una reflexión sobre el «derecho a morir» no debe concluir con este caso
especial, que en el mejor de los casos pertenece de manera marginal al
tema. El caso del paciente en coma es raro y demasiado extremo en sí mis
mo como para servir de paradigma, incluso si el dejar morir se puede con
templar aquí como un —al menos latente— interés jurídico de la persona.
(Habíamos aceptado esto en sentido «retrospectivo».) El verdadero y actual
lugar de tal derecho, y el escenario de los conflictos y luchas espirituales
que da a luz, es la mucho más frecuente y escurridiza zona de penumbra
del paciente terminal plenamente consciente que reclama la muerte, pero
no puede dársela él mismo. Es él —no el cuerpo privado de toda concien
cia— aquel cuya necesidad plantea los agobiantes problemas éticos. Aun
así, a ambos les es común que más allá del espacio de los «derechos» plan
tean la cuestión de la tarea última del arte medico. Nos fuerzan a preguntar:
¿está la mera contención postergadora ante el umbral de la muerte entre
los auténticos objetivos u obligaciones de la medicina? En lo que con
cierne a los objetivos servidos de hecho por el complaciente arte, hay que
constatar que en un extremo del espectro la antaño estricta definición de
los objetivos médicos se ha relajado mucho, y hoy en día incluye servicios
(especialmente Quirúrgicos, pero también farmacéuticos) que no están :<mé-
dicamentc indicados», como la contraconcepción, el aborto, la esteriliza
ción por motivos no médicos o el cambio de sexo, por no hablar de la cirugía
plástica al servicio de la vanidad o las ventajas profesionales. Aquí el «ser
vicio a la vida» se ha extendido, más allá de las viejas tareas de curar y aliviar,
al papel de un «técnico de cabecera» general para variados fines de elección
social o personal. Sin existir un estado patológico, hoy es suficiente para el
médico que el cliente (= paciente) exija los servicios correspondientes y la
ley los permita. Nuestro juicio al respecto no viene a cuento aquí.
Pero en el extremo superior, patológicamente crítico, del espectro, que
es donde tiene su lugar nuestro «derecho a morir», la tarea del médico si
gue estando sometida a las augustas obligaciones tradicionales. Por eso, es
importante definir uno mismo la «obligación para con la vida» que subya-
ce a ellas y determinar desde ahí hasta qué punto puede o debe llegar el arte
medico en su entendimiento de las mismas. Ya hemos establecido la regla
de que incluso una obligación trascendente de vivir por parte del paciente
no justifica ser forzado a vivir por parte del médico. Pero actualmente el
médico mismo está forzado a tal coacción, en parte por la etica de la profe
sión y en parte por la ley vigente y la jurisprudencia predominante. A con
secuencia de la hospitalización del enfermo (especialmente del enfermo de
muerte), que se ha convertido en regla, también el médico — una vez ha
conectado al paciente a los aparatos de mantenimiento de la vida del hos
pital— está por así decirlo enjaulado con él y ya no es alguien que opera li
bremente desde fuera. Es notoriamente más fácil conseguir un auto judicial
que fuerce al tratamiento (ejemplo: los hijos de «Testigos de Jehová») que
uno para interrumpir el proceso de mantenimiento (ejemplo: caso Quin
tan). Por eso, en defensa del derecho a morir hav que afum ar de nuevo la
T É C NI C A, M E D I C I N A Y ÉTICA
174
8. La historia alem ana hace que no sea superfluo decir aquí expresamente que ni el asesi
nato de enfermos mentales ni cualquier otra erradicación de la «vida indigna» entra ni de lejos
en las posibles zonas de p e num b ra de esa confesión de principio: son inequívocam ente crím e
nes, y si algo com o la «u tilid ad p úb lica» tiene alg ú n derecho en esta esfera, sólo lo tiene en el
sentido de que estam pilla su com isión com o digna de la pena capital.
C apít u lo 12
DE CONVERSACIONES PÚBLICAS
SOBRE EL PRINCIPIO DE RESPONSABILIDAD
A. M esa r e d o n d a (1981):
« P o s ib il id a d e s y l ím it e s d e la c u l t u r a t é c n ic a » 1
1. Sim posio en el H otel Schloss Fuschl, Austria, 7-10 de m ayo de 1981. Publicado com o
Müglichkeiten und Gremen der technischen K ultur (edición a cargo de D. Rossler y E. Linden-
lonb), Stultgart. Nueva York, Schattauer, 1982 (Sym posia M edica Hoecbst, 17); la «Mesa re
do nd a con Hans Joñas» se encuentra en las páginas 265-296. E n los extractos ofrecidos aquí to
m an la palabra los siguientes participantes: Prof. doctor W. H ennis (ciencias políticas). Prof.
doctor G, Jakobs (derecho penal), R. K au fm an n (periodista), Prof. doctor H. Maier-Leibnitz (fí
sica), Prof. d o cto rC . R a z im (tecnología de materiales), Prof. doctor G. Rohrm oser (filosofía so
cial), Prof. doctor D. Rossler (teología), Prof. doctor E. Sam son (jurisprudencia), Prof. doctor
W. W ild (física), Prof. doctor H.-L. W innacker (bioquím ica).
T E CN I C A , M E D I C I N A Y ÉTI CA
176
je lo que siempre ha tenido validez, solo que por así decirlo ahora ha de
ser observado con mayor urgencia?
yo creo que si se plantea el argumento de que nuevas formas de poder
exigen también nuevas normas éticas ello no priva de validez a nada que
siempre haya tenido vigencia ética, por ejemplo en las categorías del amor
al prójimo o de las relaciones interpersonales, en las que la lista de las vie
jas virtudes ha sido válida y sigue siéndolo: que uno se comporte decente
mente, honradamente, con justicia, limpieza, sin crueldad, etc. En resu
men: no habría nada que cambiar ni en la lista de las cuatro «virtudes
cardinales» ni en lo expresado en los diez mandamientos. No se trata pues
de que una ética haya de reemplazar a otra, sino que hay que añadir al catá
logo de obligaciones y a la forma de las mismas otras nuevas, que nunca
han sido tomadas en consideración porque no ha habido ocasión para ello.
Porque nadie tenía que romperse la cabeza sobre si está permitido o no, si
es deseable o no, por ejemplo, modificar algo en la composición genética
del hombre. No veo cómo podría responder a esto la ética tradicional. En
todo caso, si puede hacerlo es eventualmente con ayuda de la religión, y en
tonces estamos con toda certeza ante otro planteamiento. De esos nuevos
planteamientos tenemos sin duda un gran número, y por eso es preciso re
considerar las obligaciones y llegar quizá a que a nuestro catálogo de obli
gaciones o a las tablas de los mandamientos y prohibiciones haya que aña
dir otros nuevos sin que ello derogue los antiguos. Es una respuesta muy
provisional, pero me gustaría decir algo mas al respecto. He mencionado
antes que el poder de cada uno de nosotros, es decir, lo que concierne a su
parte en la determinación de las cosas y del destino de su entorno, no ha au
mentado ni siquiera relativamente. Dada la enorme masificación de la so
ciedad, casi se puede afirmar lo contrario: quizá el poder del individuo ha
disminuido incluso proporcionalmente. Pero lo que ha crecido sin duda al
guna es el poder relativo del colectivo, es decir, de los sujetos colectivos de
actuación, como por ejemplo «la industria»: se trata de un cuerpo colectivo
que integra innumerables actantes individuales en su actuación global. Di
gamos, por ejemplo, Hoechst AG o la industria farmacéutica, la industria
química, pero también la moderna agricultura con sus métodos, el moder
no urbanismo. A donde quiero ir a parar es a esto: el tipo de obligaciones
que el principio de responsabilidad estimula a descubrir (y ésta es ya la pri
mera obligación del principio de responsabilidad) es el de la responsabili
dad de instancias de actuación que ya no son las personas concretas, sino
nuestro edificio político-social, una oscura y vaga palabra, pero que desig
na algo que se puede concretar más. Esto significa, pues, que la mayoría de
los grandes problemas éticos que plantea la moderna civilización técnica
se han vuelto cosa de la política colectiva. En parte son claros problemas de
supervivencia, pero en parte también problemas mucho más sutiles, porque
la supervivencia de la humanidad no está en cuestión cuando, por ejemplo,
se llevan a cabo experimentos genéticos aislados en personas que numéri
camente no representan nada para la especie. El tipo de cosas que entran
bajo el control de las nuevas obligaciones a formular, tarcas, no sólo man
datos, sino también prohibiciones, es un tipo tal que la decisión está más en
C O N V E R S A C IO N E S PÚBLICAS 179
Un último punto: creo que nuestro poder también tiene un cierto límite
fijado por los puros costes. Si se miran los gastos en inves Ligación y el pro
ducto interior bruio de la era Kennedy y se extrapolan linealmente sus ten
dencias, antes del año 2000 todo el producto interior bruto se habna con
s u m id o en gastos de investigación. En la inediaa en que entramos en
dimensiones cada vez más exóticas aumentan también los medios que te
nemos que aportar para poder investigar experimentalmenie con éxito.
Esto es muy evidente en la ¡física de partículas elementales y en la asti ot'ísi-
ca, donde los equipamientos resultan extremadamente caros. Por otra par
te, es completamente seguro que la sociedad, mucho antes de emplear todo
el producto interior bruto en investigación, pondrá un punto final. Creo
pues que hay límites a nuestro poder, y que deberíamos determinar esos lí
mites con algo más de precisión.
H e n n i s : Me parece enormemente fascinante que el señor Wild, a todas
luces inLentando una cierta desdramarizacion de nuestra situación, remita
como físico a los hmites puestos a los hombres, a las leyes de la naturaleza.
Las leyes de la naturaleza no han impedido que en las últimas décadas el
hombre haya exterminado innumerables especies animales y vegetales.
¿Qué consuelo pueden otrecernos las leyes de la naturaleza para la conser
vación de nuestra propia especie? Nuestro poder, basado en la aplicación
de las leyes de la naturaleza, es ya hoy tan grande que apretando un par de
botones estamos en condiciones de aniquilar a nuestra especie. Sencilla
mente. no entiendo cómo se pueden alegar las leyes naturales como con
sueto tn una situación asi.
W i n n a c k f r : Y o quisiera decir algo más respecto a su planteamiento, se
ñor Joñas, de qué es lo nuevo en la nueva era. y también respecto a los
ejemplos que ha puesto, y quizá también sobre la tecnología genética y la
cuestión de si sus posibilidades no se sobrevaloran hoy en general. El gran
temor existente se refiere a la modificación del material genético del hom
bre, la pretendida modificación del pool genético humano. Hay que distin
guir aquí entre una sencilla corrección de un defecto genético y la correc
ción (genética) de un defecto, y que sea de tal modo que se transfiera a la
descendencia. Porque primero es conceptualmente difícil, después se ob
tiene realmente influencia, y solo después entra en juego ese largo brazo,
ese nuevo poder de las ciencias naturales del que se habló ayer. Aquí me
gustaría hacer la reflexión de que algo similar ha ocurrido siempre como
efecto secundario de la medicina. Quizá lo hemos pasado por alto durante
mucho tiempo. Así por ejemplo se expresó ayer que hoy los diabéticos con
una predisposición genética a su enfermedad alcanzan una edad en la que
son capaces de reproducirse. También de este modo se lleva a cabo mani-
pulacic i genética, y con ello se modifica a largo plazo toda la estructura ge
nética de la población. En este sentido quizá los métodos actuales, que son
más específicos y orientados, estén sobrevalorados.
R o h r m o s e r : Señor Joñas, quisiera plantearle algunas cuestiones de com
prensión. Las posibilidades de acción técnica de que hoy día disponen los
hombres han crecido de forma inimaginable cuantitativa y cualitativamen
te. Hay a disposición del hombre un poder como nunca hubo antes. ¿Qué sig
C O N V E R S A C IO N E S PÚBLICAS 181
trabajo pensar que la ética, abandonada a sus propias fuerzas, esté en con
diciones de trazar otros nuevos.
R o h r m o s e r : Se puede discutir el problema de la ética tal como usted,
señor Wild, lo ha hecho. Pero la exigencia de una ética de la prohibición y
de la limitación de lo factible a la medida conveniente para el hombre plan
tea también cuestiones fundamentales, por filosóficas. ¿Cuáles son los cri
terios o medidas en función de las cuales puedo decidir lo que es favorable
o conveniente para el hombre? Esta es una pregunta que se tiene que plan
tear todo aquel que no haya olvidado a Platón. Si no hay consenso en los va
lores básicos, no quedará más que el interés por la supervivencia. Pero, ¿es
obvio este interés p o r la supervivencia? ¿Puede servir como fundamento
para la ética o requiere a su ve/ un fundamento ético? Esto no suena muy
pragmático a los oídos de los científicos naturales pero tiene una enorme
importancia práctica y política si logramos hacer éticamente resistentes a
la decepción a los hombres. Así pues: ¿podemos desarrollar una ética que
renuncie a la cuestión de la buena vida, movilice al mismo tiempo el inte
rés por la supervivencia y haga posible el sacrificio sin el que no podremos
sobrevivir? No me parece evidente que sea posible.
Kaufmann: Mi pregunta, y especialmente para el señor Joñas, es ésta:
¿no es cierto que todo lo que ocurre en el ámbito de las ciencias naturales
ocurre públicamente? ¿No es la propia opinión pública una parte del con
trol del poder? El colectivo delega una de las más difíciles tarcas de la épo
ca, la investigación científico-natural, en los eruditos concretos o en insti
tutos. Lo que hace el erudito es conocido y discutido constantemente,
también en sus posibilidades; y yo veo en esto —por lo demás también, por
ejemplo, para la fabricación industrial de recursos que se aplican en perso
nas— el verdadero control de la época: que los emditos saben entre sí lo
que hace el oiro. y a une de ellos se le tiene que ocurrir que algo podría ser
nocivo y que tendría que advertir frente a determinados desarrollos. Creo
que no es un problema de prescribir «qué se puede hacer, qué no se puede
hacer», sino de la constanie discusión tanto entre los propios eruditos
como entre los eruditos y la opinión pública.
Maier-Leibnjtz: Lo que acaba de decir me ha suscitado muchas pre
guntas. Señor Joñas, he leído su libro con gran aprobación por mi parte, y
opino también que somos responsables de las futuras generaciones, igual
que los padres son responsables de sus hijos. Me gustaría volver sobre este
punto. De él se deriva la primera pregunta: ¿quién puede ostentar hoy esa
responsabilidad, quién tiene que ostentarla? Después se plantean cuestio
nes que afectan a la responsabilidad del propio científico. Antes ha dicho
usted, y lo siento, algo que viene a ser como la renuncia a la investigación.
Renuncia a la investigación... Creo que usted se refería, naturalmente, a
una investigación o aplicación de la investigación muy determinada. Usted
dijo: no debemos hacerlo, aunque digamos que entonces los rusos «lo» ha
rán. Y por ese «lo» he e n te n d id o la investigación. Y con esto hemos llegado
a un terreno terriblemente diiicil, porque la investigación penetra en el
campo de lo d e s c o n o c id o y porque hay razones para creer que necesitamos
la investigación para super arlo todo mejor y sin grandes problemas. Hasta
186 T ÉC N I C A , M E D I C I N A Y ÉTICA
cial punto final de la Creación... para este creyente, decía, la respuesta es fácil,
su fe le dice que sería un grave pecado contra el orden de la Creación ser,
por ejemplo, curresponsable de que esta «imagen de Dios» (se le llame
como se quiera) desaparezca o sea menoscabada, amputada, desgarrada, se
convierta en una caricatura de sí misma. Considero posibíc que también
desde el punto de vista estrictamente filosófico —cuando la filosofía se
haya liberado del pensamiento puramente analítico-positivista— se pueda
desarrollar un argumento que vaya en una dirección similar. Pero, como
hemos dicho, quizá esto sea música futurista. Aún así, podemos decir algo
respecto a si existe tal sentimiento de responsabilidad con el futuro, si se
constata un interés de este tipo como hecho de la existencia humana sobre
el que se pudiera construir. Bien, para establecerlo quizá sea bueno hacer
un cierto experimento intelectual. Supongamos que la reproducción hu
mana trabajara como en ciertas especies de insectos en las que siempre
existe una población de la misma edad, es decir que simultáneo = contem
poráneo, cada generación existe por sí misma, no se solapa con ninguna
otra, ninguno de sus miembr os tiene al próximo como contemporáneo. Na
cen en primavera, tienen su margen de vida durante el verano, ponen sus
huevos, y en la próxima estación todo empieza de nuevo. Supongamos aue
la humanidad estuviera formada por personas de la misma edad... y enton
ces se produce una cesura, y entonces viene la próxima generación, de la
que no sabemos absolutamente nada. Sólo sabemos que habrá una. Pode
mos dejarle ciertos documentos para ilustrarla sobre lo que pensábamos.
Pero la vinculación no está más que en que nosotros, los antepasados, la
hemos engendrado, y no hay solaDamiento. Entonces se podr ía preguntar
seriamente: ¿se puede contar, en el hombre pensante, si no está condicio
nado por el puro instinto, con que tendrá un interés abrumador en que
haya esta próxima generación? La medida de ello sería que sacrificio está
dispuesto a hacer a cambio. Y entonces tenemos la famosa frase cínica, no
sé si se conoce aquí, en inglés dice: What has the future ever done for me?
(¿Qué ha hecho el futuro por mí?). Como todas las obligaciones de actuar
son recíprocas, una especie de do ut des, no veo por qué tengo que sacrifi
carme para que el año o el siglo que viene haya el mismo tipo de escara
bajo que yo soy. Pero de hecho las cosas son muy distintas. La humanidad
no consiste en personas de la misma edad, sino en cada momento en
miembros de todas las edades, todas las edades están representadas, están
todas al tiempo en este instante, desde el anciano balbuceante hasta el chi
llón recién nacido. Esto significa que en cada momento tenemos ya una
parte del futuro ahí y una parte del futuro con nosotros (¡así que ya ha he
cho algo por mí!). No sé cómo se plantearía todo el concepto y el hecho de
la responsabilidad como experiencia de la responsabilidad si no hubiera
esta relación padre-hijo o generacional en la que de hecho se nos ha im
puesto el deber de proteger a la generación venidera y prepararla para ocu
par nuestro lugar. Creo, pues, que la cuestión del interés por la superviven
cia de la humanidad no tiene por qué empezar con la pregunta: ¿está
realmente interesado todo el mundo en que siga habiendo seres humanos
dentro de mil años? Cada uno de nosotros (exceptuando siempre las excep
T É C N I C A , M E D I C I N A Y ÉTICA
190
ciones) tiene: normalmente una vaga idea de que el futuro ya está perma
n e n t e m c o n nosotros, ya vive con nosotros, crece lentamente, y de que
e n t e
B. E n t r e v is t a (1 9 8 1 ):
«¿ E n ca so de d u d a , a fa v o r de la lib e r ta d ? » 2
d ia l l a r e s p o n s a b ilid a d s e h a c o n v e r t i d o e n u n t é r m i n o m u y p o p u l a r entre
lo s c ie n tífic o s n a t u r a l e s . L a é t i c a e s p r o p i a m e n t e u n a c i e n c i a a t e m p o r a l .
■Hasta q u é p u n t o lo s a c o n t e c i m i e n t o s e s p e c í f ic o s d e l s i g l o x x h a n re p re
se n ta d o u n p a p e l e n q u e u s t e d a b o r d e e s te c o n c e p to p r e c i s a m e n t e a h o r a ?
¿ S e h a d e ja d o el f iló s o f o d ic t a r e l t e m a p o r la s p r e s io n e s f á c t ic a s ?
J o ñ a s : Decididamente sí. La evolución del poder humano ha planteado
a la ética tareas enteramente nuevas y le ha proporcionado objetos comple
tamente nuevos a los que dedicarse. ¿A qué se dedica la ética? Puede decir
se que a regular nuestra actuación. Nuestra acción es una función de nues
tro poder, de aquello que podemos
hacer. A partir de su enorme desarrollo
con ayuda de la ciencia, la técnica ha llevado al hombre moderno a una am
pliación del ámbito de las capacidades humanas. El hombre hacer puede
muchísimo más, en sentido positivo y negativo, de lo que nunca pudo. El
campo de influencia de su actuación se extiende por todo el globo terrá
queo, tiene quizá importancia para futuras generaciones. Puede modificar
de forma decisiva, y eventualmente dañar, el estado de la tierra, de la vida
en la tierra, del hombre, de la atmósfera. Antes incluso de entrar en cues
tiones concretas y decidir qué es útil, qué nocivo, qué es deseable e indesea
ble, queda claro que se abren dimensiones de la responsabilidad que antes
no se daban en absoluto. Antes el hombre, y también el ético, no tenia que
romperse la cabeza por muchas cosas porque ni siquiera estaban dentro del
ámbito de la capacidad humana. Piense usted por ejemplo en el campo de
la manipulación genética: como antes no la había, no había ni que pensar
en la ética de una modificación de las cualidades hereditarias humanas me
diante intervención artificial ■ —en inglés se dice, y es muy bonito, genetic
engineering, «ingeniería genética»— , ergo
quizá ni siquiera existan las cate
gorías éticas con las que valorar una cosa así. Y esto vale para muchas oirás
cosas, por ejemplo también para un campo que sólo indirectamente tiene
que ver con el biológico: la creciente automatización aleja cada vez más al
hombre de los procesos de trabajo que hasta ahora habían salisfecho su ne
cesidad de actividad, habían estructurado su vida y le habían dado un con
tenido, y que naturalmente también representaban ciertas coacciones. Aho
ra hay que imaginarse una sociedad del ocio eventualmente traída por una
automatización que vaya muy lejos. En la antigua ética de la virtud el tra
bajo era naturalmente una virtud, y la pereza un vicio. Pero no se plantea
ba la cuestión de qué se le hace al ser humano cuando se le permite o in
cluso obliga a estar inactivo o tener que inventarse actividades para tener
algo que hacer. Así que a todas luces la evolución de la técnica en este siglo
ha marcado nuevas tareas a la ética. Ésta es de hecho una situación ente
ramente nueva para la humanidad, que plantea a la ética —y dicho sea de
paso también a la psicología y la antropología— cuestiones enteramente
nuevas y muy serias.
R e d a c c ió n : ¿Vale esto solamente para la técnica y la investigación apli
cadas o surgen tales problemas ya en la investigación básica?
J o m a s : Lo que he dicho hasta ahora se refiere a la aplicación de los co
nocimientos científicos, su transformación en posibilidades de poder hu
mano, en capacidad humana. La experiencia habida hasta la fecha muestra
C O N V E R S A C IO N E S PÚBLICAS 195
que parece casi una ley forzosa el que todo lo que se puede hacer se hace, que
los objetivos en los que antes ni siquiera se había pensado se transforman de
pronto en necesidades vitales extraordinariamente fuertes en cuanto se
da la posibilidad de llevarlos a cabo. Antes la gente podía vivir muy feliz sin
televisión; hoy ya no pueden hacerlo, y no porque se haya trabajado en con
seguirla a partir de una fuerte necesidad. No: cuando se desarrolló la capa
cidad se desarrolló una especie de necesidad —por razones comerciales,
pero no sólo por ellas— de llevarla a la práctica. Con ello se crearon formas
de vida y costumbres enteramente nuevas. Por tanto, cuando se sabe que el
conocimiento conduce a la capacidad y la capacidad a la acción y esta acción
a un tener que hacer, y cuando se prevé que ciertas consecuencias de esta
cadena son ominosas, se plantea la cuestión de donde habría que parar. Su
pregunta era si esto se debería hacer ya en la fuente, en la investigación bá
sica. Naturalmente, ahí es donde la resistencia es mayor.
R e d a c c ió n : Normalmente dentro de las ciencias naturales hay una ética
propia, marcada por conceptos como veracidad, seriedad metodológica,
quizá también comunicación abierta. Ahí el científico natural pone punto
final. Todo lo que sobrepasa esto es su vida privada y ya no tiene nada que
ver con su profesión.
J o ñ a s : Sí, y se dice que los cientíñcos no son responsables de lo que
otros hacen con los resultados de su investigación. Si la investigación fuera
en realidad puramente contemplativa, puramente intelectual, este punto de
vista se podría defender en su caso. Incluso entonces sería problemático,
pero aún así se podría defender. Pero de hecho la investigación básica ya es
en gran medida una acción. Piénsese en los enormes equipamientos que se
aportan para ella, y en la colaboración de la sociedad en ellos. Piense usted
simplemente en un ciclotrón. Ningún investigador aislado puede hacer in
vestigación nuclear en su cuarto de estudio, sino que esta investigación es
ya una empresa en la que también se crea o al menos se prepara la tecno
logía que lleva de lo puramente teórico y gnoseológico a la acción. Es decir,
que la acción es ya en sí misma una parte de la moderna investigación. No
es así como Aristóteles veía la naturaleza, ni tampoco Copérnico y Kepler,
que contemplaban el universo y la marcha de las estrellas, en la que no po
dían interferir, y que sólo querían conocer. Hoy, todo conocimiento y pene
tración en los secretos de la naturaleza es ya una manipulación de la natu
raleza. Hay pues que decir al investigador básico que siempre hace algo. A
esto se puede objetar que esta acción ocurre en un ámbito delimitado, en
un laboratorio, en un equipamiento científico, y que sólo se trata del au
mento del saber y del conocimiento. Pero una vez que se han invertido m i
llones y miles de millones en estos procesos de investigación no se puede
esperar que aquellos que los han hecho posibles, es decir, en última instan
cia los contribuyentes, se conformen con que todo sirva tan sólo para satis
facer el ansia de saber y de conocer del científico. Siempre se preguntará:
¿qué se puede hacer con esto? ¿Qué saldrá de ello? Es algo plenamente jus
tificado, al fin y al cabo todos lo hemos pagado de nuestro bolsillo. Aun asi,
mi respuesta seguiría siendo que el proceso de conocimiento como tal debe
seguir adelante hasta que la obtención de conocimientos exija que la cosa
T É C N I C A , M E D I C I N A Y ÉTICA
196
bio pro libertare, ha sido desde hace tres o cuatro siglos un principio de la
m que quizá ahora esté siendo puesto en cuestión.
o d e r n id a d
ej- r o s o s , que llevan, entre otras cosas, a que los aditivos químicos que
c o n d u c e n a los elevados resultados obtenidos sean cada vez mayores, y ade
más las plantas criadas de este modo sean cada vez más trágiles. En todo
caso aquí se podrá fijar un límite si se limita la reproducción humana. Si al
tratar de ciertos desarrollos se dice que no se deberían proseguir, se asume
al mismo tiempo el hacer algo para que desaparezcan las presiones que
fuerzan a semejante progreso. Pero mientras haya tanta hambre sobre la
tierra y tanta infraproducción de alimentos en ciertas regiones, habrá que
empezar por impulsar una evolución de la que ya ahora se sabe que tam
bién tiene sus riesgos. No siempre se está libre de ellos. Quién va a decir a
las gentes del Tercer Mundo: no podéis practicar este tipo de irrigación in
tensiva y cultivo del suelo, la energía no es suficiente, ciertas relaciones de
equilibrio en el mundo vegetal van a verse tan trastornadas que a la larga el
asunto va a ser una catástrofe para la humanidad. La gente diría: ¡qué nos
importan los que vengan detrás de nosotros; tenemos hambre!
R e d a c c ió n : Hasta ahora ha mencionado usted casos de los que la cien
cia debería en lo posible quitar las manos. Pero también se puede pregun
tar a la inversa: ¿puede usted, como filósofo, dar a los científicos ciertas in
dicaciones de en qué campo habría que comprometerse más de lo que lo
han hecho hasta ahora? Es decir: ¿una ética positiva?
J o ñ a s : Confieso que no estoy preparado para esa pregunta. Tendré que
pensarlo. Tiene usted razón, hasta ahora todo se dirige a rastrear dónde ha
bría eventualmente que decir no o llamar a la cautela. Pero, ¿no hay quizá,
a partir de los mismos principios de la élica de la responsabilidad, una asig
nación de direcciones de investigación positivas? Esto incluye sin duda
todo lo que se dedica —pero no sé si esto es una ciencia— a lo referente a
la naturaleza moral del hombre, es decir, a averiguar en qué condiciones el
hombre prospera mejor como hombre. Se trata de un objeto de investiga
ción enormemente importante, en el que estoy convencido de que nuestra
actual psicología no está en el camino correcto. Tiene una idea de una exis
tencia sin tensiones o gratificada por el placer que tiene muy poco que ver
con la verdadera felicidad y la verdadera plenitud del ser humano. Puedo
imaginar ciertas direcciones de la investigación que se dedican a la natura
leza del ser humano. No me refiero tanto en este momento a la naturaleza
biológica, sino más bien a la naturaleza espiritual o psicológica del ser hu
mano. Quizá habría que reanimar ciertas direcciones de la investigación
que hoy han caído un tanto en el descrédito por culpa de la preferencia de
las ciencias naturales analíticas.
R e d a c c ió n : ¿De dónde salen pues estas dificultades que tenemos hoy, y
las en parte aun más espantosas que vemos ante nosotros? A todas luces
esto tiene algo que ver con las ciencias naturales analíticas, que eran un
método muy eficaz para examinar segmentos simplificados de la naturale
za y del ser humano de forma que la mente humana pudiera entenderlos, y
con las que ha llegado al punto de poder intervenir en ellos. Pero posterior
mente nunca ha tenido claro que sólo eran segmentos. Lo otro —el todo
complejo— se ha quedado, como usted dice, en algún lugar del camino.
J o ñ a s : Bravo, no puedo sino aplaudir a lo que dice. La cuestión es si no
C O N V E R S A C IO N E S PÚBLICAS 201
volverá a ser necesaria una especie ele visión de conjunto que nos lleve fue
ra de la intervención aisladora y analítica. Existe la expresión totalidad. Por
desgracia es un concepto vago, pero quisiera decir que expresa un instinto
una intuición, de que con el conocimiento de las interacciones de las partes
y partículas o de las partículas de las partículas quizá no registramos lo
real, sino que éste es más de naturaleza i esumidora, es decir integral, lo que
en rigor sólo es registrable mediante otra forma de acceso al conocimiento.
Cuando uno se mueve en esta dirección siempre corre el riesgo de caer en
especulaciones un tanto místicas. Pero hay que guardarse de ello, porque
entonces se vuelve a abrir un margen para la arbitrariedad que tampoco
queremos. No sé cómo será esto posible como ciencia, como saber real
mente disciplinado. Si lo supiera sería uno de los grandes de la historia de
la filosofía. Pero me atrevo a decir que ha existido algo así en la antigua for
ma de filosofar, que en modo alguno era indisciplinada, sino que tenía su
propia severidad. Por lo menos como posibilidad no se debería perder de
vista. No puedo decir más que eso.
R e d a c c ió n : ¿ N o sería tarea de los filósofos, de los científicos —cuya
comprensión de la propia historia de las ciencias de la naturaleza siempre
es tal que todo lo contemplan como prehistoria de la ciencia actual— , mos
trar que la filosofía natural aristotélica no ha sido, como a menudo se pien
sa hoy, mera especulación, sino que se desarrolló a partir de la normalidad
y no tenía esa forma idealizadora y abstracta? Puede haber imágenes del
mundo igualmente correctas, de manera que por lo menos hoy siempre vi
bra en el aire la idea de que junto a esa imagen del mundo de nuestras cien
cias naturales también podría haber otra. No se puede formular, como us
ted dice, pero quizá habría que reforzar la conciencia de ello.
J o ñ a s : Estoy de acuerdo. Pero lo curioso es que la filosolía que hoy do
mina el escenario representa precisamente una total cap'tuiación ante los
criterios del conocimiento científico-natural. Puede usted ver una autocas-
tración de la filosofía, que se ha negado por completo no solo el valor, sino
incluso el derecho a manifestarse como antes se manifestaba la filosofía.
Quiere ser todo lo analítica posible. En consecuencia, en este momento hay
que esperar muy poca ayuda de la filosofía en este sentido. Las dos cultu
ras, tal como las ha entendido C P. Snow, son hoy de un lado las ciencias na
turales y las matemáticas más la filosofía analítica y, de otro, la literatura,
las bellas artes, la música, la filología, la historia, etc. Pero naturalmente
la filosofía debería estar justo encima de ambas direcciones. Cuando digo la
filosofía es como cuando se habla de la investigación, pero la investigación
la hacen los investigadores y la filosofía los filosofos. Para muchos de mis
colegas, lo que yo hago es pura especulación -y|no filosofar científico. El fi
losofar científico analiza las estructuras del saber y el decir humanos, la
semántica, las manifestaciones verbales y los presupuestos lógicos de las
afirmaciones con sentido o veri'icables. Las afirmaciones son verificables
cuando son justificables mediante datos sensoriales. Los datos sensoriales se
consiguen, consisten en última instancia en lectura* de indicadores. Son
proporcionados por experimentos científicos; en otras palabras: se ha alza
do uno ley como máximo juez sobre la verdad o lo que es sensato: los re
t ecnica , m edicina y ética
202
10. «On the Redefinition of Deaht»; apartado especial del artículo citado en
Daedalus,
el n . 6 en 1969; y «Against the Stream: Comments on the De
finition and Redefinition of Death», Jonas, Philosophical Essays,
1974 y
1980 (véase n. 8).
1 \. «The Right to Die», Hastings Center Report8/4, 1978.
«Das Recht zu sterben», Scheidewege 14, 1984/1985.
12. a. «Podiumsgerpräch mit Hans Jonas», Möglichkeiten und Grenzen der
technischen Kultur,en D. Rössler y otros (edición a cargo de), Stuttgart,
schattauer, 1982 (Symposia Medica Hoechst 17).
b. «Im Zweifel für die Freiheit?», Nachritchten aus Chemie, Technik und
Laboratorium 29/1, 1981.