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La manifestación de la dialéctica marxista en la historia

En el primer artículo se intentó demostrar cómo, siendo el materialismo dialéctico la negación


de la negación de las corrientes de la “filosofía” moderna, constituye la forma suprema de la
revolución y del no-ser contra el ser.

Ahora veremos cómo actuó esa dialéctica marxista en la historia, al menos en el último siglo y
medio.

La ignorancia o falta de entendimiento respecto al fondo filosófico del marxismo lleva a


incomprender los fines que busca la dialéctica, la praxis revolucionaria, en su aplicación real. Hay
todavía muchos intelectuales (para llamarlos de algún modo), que sólo ven la superficie de las
doctrinas derivadas del marxismo y creen que el mismo se propone la destrucción de la sociedad
capitalista o del capitalismo en sí. Grave error.

En primer lugar, en cuanto al planteo filosófico, la praxis revolucionaria que supone la


dialéctica se dirige contra el ser y sus trascendentales: bien, vedad y belleza. En cuanto a su
planteo histórico, se dirige contra todo lo permanente que existe en la sociedad humana.

Ahora bien, toda acción revolucionaria debe hacerse buscando una apariencia de bien. Todo
el obrar humano persigue consciente o inconscientemente un bien como fin, aunque sea erróneo.
Dado que todo el mundo aborrece las consecuencias que el capitalismo ha traído al mundo al
menos en sus aspectos visibles, el marxismo dirige todo su combate nominalmente contra ese
ídolo aborrecido, del cual disfraza a todo lo que pretende destruir. Si busca destruir la familia, dirá
que la familia es una construcción capitalista. Organizará leyendas acerca de la acumulación
primitiva, la propiedad y el dominio para explicarnos que la familia es una construcción social a
partir de la idea de poder sobre las cosas. Por supuesto que todo ese palabrerío insubstancial no
puede demostrarse, sólo afirmarse. Por eso el marxismo al inventar la prehistoria o recrearla,
necesita de la fe del oyente, que tendrá que creer en algo que no puede demostrarse. De ese
modo alineará todo lo que busca destruir (la naturaleza humana en su conjunto) detrás de la
bandera del capitalismo. Familia, religión, propiedad, patria… y hasta los sentimientos naturales
del hombre como las diversas formas de amor, etc. Todo es una perversa construcción social que
el mesiánico marxismo viene a redimir.

El lector atento se dará cuenta que en los casi dos siglos que lleva la praxis marxista en acción
todas las cosas nombradas anteriormente se han resentido, desordenado o simplemente
destruido salvo el capitalismo, que sigue cada vez más fuerte y lozano. Por eso la praxis marxista
NO SE DIRIGE CONTRA EL CAPITALISMO. Por el contrario. Si uno lee atentamente los escritos de
los ideólogos marxistas más conspicuos como Ulianovich (Lenín) o Bronstein (Trotsky), se dará
cuenta que el capitalismo es la fase previa necesaria para la instauración de la sociedad comunista.
Ni hablar de quiénes han financiado y sostenido todos los movimientos marxistas a lo largo del
tiempo y del mundo. Siempre ha sido la más alta finanza internacional, el centro de la usura
mundial, curiosamente los causantes de las peores pestes del capitalismo, y los que nunca han
pagado en las revueltas marxistas que siempre han dirigido a sus esclavos contra los empresarios o
productores.

La acción psicológica necesaria para poner en movimiento esa vorágine destructiva supone
hacer creer al actor que lleva a cabo la obra destructiva que en realidad está contribuyendo a
hacer un mundo mejor y más justo.

Luego de ver cómo se preparó la justificación para la puesta en marcha de la praxis


revolucionaria, veamos entonces sus consecuencias.

La dialéctica marxista actúa a través de la generación de conflictos programados o


resignificación de problemas existentes. A ese enfrentamiento le da un contenido moral. Uno de
los bandos es necesariamente el malo (el dominante) y el otro necesariamente el bueno (el
dominado). La síntesis de esa lucha genera otra, y así sucesivamente. La acción deletérea es
justamente la de dividir, separar lo que naturalmente está o debe estar unido. No hay
construcción después de esa demolición (al menos ese papel no le toca al marxismo).

Éstos son los ejemplos más decisivos con sus consecuencias visibles:

- La lucha de OBREROS contra PATRONES buscó destruir la CONCORDIA SOCIAL


- La lucha entre los PARTIDOS POLÍTICOS (cosa no creada por el marxismo pero
resignificada y ampliamente utilizada por el mismo) buscó destruir los fines de la
SOCIEDAD POLÍTICA, orientadas ya a la competencia y no al bien común.
- La lucha de ESTUDIANTES contra MAESTROS rompió el orden habitual de la transmisión
de conocimientos y el vínculo cultural intergeneracional necesario para la supervivencia
de las naciones.
- La lucha de MUJERES contra VARONES buscó destruir el amor conyugal y por tanto la
UNIÓN FAMILIAR
- La lucha de HIJOS contra PADRES destruyó el amor filial y por tanto el ÚLTIMO VÍNCULO Y
EL MAYOR DE TODOS LOS AMORES QUE ES EL DEL PADRE AL HIJO

Se han enumerado los principales, pero hay muchos más. Donde se vea la lucha dialéctica
entre dos cosas que naturalmente son subordinadas una a la otra o complementarias, está
presente la dialéctica revolucionaria. La mentalidad conscientemente destructiva de los ideólogos
marxistas sabe que en la naturaleza creada las cosas desiguales se ordenan, y ese orden implica,
valga la redundancia SUBORDINACIÓN. Pues bien, el marxista nos impondrá un axioma indiscutible
que es que TODA SUBORDINACIÓN ES MALA EN SÍ MISMA. A partir de ese disparate dogmático, y
dado que el orden supone necesariamente la disposición desigual de cosas distintas, cualquier
situación de subordinación da el pie para empezar a aplicar el ácido corrosivo de la dialéctica.
Nuevamente la disposición de la naturaleza caída del ser humano a la soberbia y el egoísmo actúa
como motor psicológico en todo esto. Es más fácil desobedecer que obedecer, insubordinarse que
subordinarse. Toda pasión desordenada del hombre es utilizada para mover la praxis, en especial
ésta.
La lucha entonces es contra la naturaleza humana, todo lo que hay de SER, de TRASCENDENTE
(dado por la Causa Primera, Dios) en ella, el marxismo lo buscará destruir planteando una
supuesta búsqueda de justicia. Hará creer a la víctima (sin probarlo, por supuesto), que todo es
una construcción social de la sociedad capitalista que el hombre debe reconstruir destruyendo el
orden anterior.

Vamos a ver las principales acciones enumeradas más arriba:

a) Lucha entre obreros y patrones


La triste realidad de la educación actual en todos sus niveles (dirigida por los poderes
internacionales a través de los estados), hace que se tenga una concepción deliberadamente
errónea del pasado. Cuesta aceptar, aún estudiándolo, que la lucha social nunca fue lo normal en
la historia.
El marxismo ha sido muy hábil en distorsionar el estudio de la historia para meter en la
cabeza de los incautos que el enfrentamiento entre los sectores sociales es normal y hasta
positivo. Por supuesto lo ha hecho aprendiendo de lo sucedido en Roma entre Patricios y
Plebeyos. Ahí estos hombres “alemanes” (educados en Alemania al menos: Marx y Engels),
conocedores de la historia romana y en especial de Tito Livio (Ab Urbe Condita), aprendieron que
el enfrentamiento entre lo que van a llamar “clases sociales”, obra como un disolvente de las
civilizaciones, y resiente la unión de la ciudadanía. Recordemos que el fondo filosófico del
materialismo dialéctico es la lucha para la disolución.
La lamentable institución de los Tribunos de la Plebe, configuró una mafia de un grupo que
agitaba a los plebeyos para trabar cualquier iniciativa gubernamental, hasta incluso ponía en
riesgo la misma ciudad al incitar a los mismos a no ir a la guerra contra sus enemigos. Los tribunos
usaban el arma de la sedición permanentemente, como amenaza que se cernía sobre Roma. Los
resultados fueron nefastos. La plebe por supuesto no mejoró mucho, sino aparentemente, y fue
usada como instrumento político por quienes sabían de su necesidad. Se contribuyó a la formación
de partidos, síntoma de decadencia propio de las sociedades oligárquicas divididas por el poder
del dinero, como dijo Sócrates por boca de Platón en la Politeia (Conocido como “La República”).
Podemos decir que así como Roma, hija de Marte vivió permanentemente en guerra con
todos sus vecinos, en lo interno vivió continuamente la lucha social, sirviendo una para calmar a la
otra.
Pero de Roma solamente se aprendió cómo poner en marcha un mecanismo disolvente. El
mundo medieval conoció lo contrario de la división social. La difusión de la doctrina cristiana en la
educación de los pueblos europeos conformó dos cosas que atentaron contra la división social:
a- La institución del vasallaje: los ciudadanos estaban UNIDOS por lazos permanentes de
lealtad entre sí, de modo que el de menor jerarquía sirve y el de mayor jerarquía protege.
b- La existencia de gremios artesanales, en los cuales las distintas jerarquías del trabajo
manual o artesanal pertenecían a la misma entidad, que en pro del trabajo, regulaba las
condiciones para evitar los abusos SIN LUCHA.
Acá hay que hacer una salvedad: la promoción descarada del egoísmo y la soberbia del
individuo en la educación moderna ha dado como consecuencia que palabras como “servir”,
“obedecer” sean consideradas malas. Pertenecer a una parte inferior de una relación no es malo,
sino que es parte natural del orden y de la jerarquía. A todo hombre en algún aspecto le toca ser
subordinado, porque si no hubiera subordinados no habría orden. El marxismo ha atacado allí. Ha
estimulado el egoísmo para promover la lucha… No sirvas, no obedezcas… Non serviam (el que
tenga entendimiento para entender que entienda).
La caridad cristiana y la certeza del mérito en los actos de servicio al prójimo (estoy entre
vosotros como el que sirve) obraron como aglutinante, y la humanidad conoció diez siglos en los
que se demostró que la unión social no sólo es posible sino deseable.
La revolución inglesa (calvinista) y francesa (liberal), NO LA REVOLUCIÓN TÉCNICA DE LA
MÁQUINA, destruyeron las relaciones interpersonales y la asociación de obreros a través de leyes
específicas (recordar la ley Allarde y Le Chapellier en Francia). Paso previo y necesario para el
marxismo. Se soltaron las regulaciones y las pasiones desordenadas del hombre, en una sociedad
ahora dirigida por el lucro (gracias Calvino). La solución marxista a la explotación no fue tal sino
que fue una síntesis por el lado del no-ser: la lucha. Haz huelga, véngate, causa daño a quien te
daña. Y la reconstrucción de los gremios se hizo con esa consigna. De nuevo tenemos el esquema
dialéctico que vimos en el primer artículo:
1- Unión primera (gremios medievales)
2- Separación en dos grupos antagónicos (explotación moderna)
3- Síntesis no volviendo a la Unión primera sino a través de la doble negación, la lucha
(reorganización de los gremios bajo el signo del combate de las clases)
Siglo y medio de luchas sociales… ¿los resultados? De ningún modo se logró volver a la
situación que tuvo el trabajador en la Edad Media (ni se buscó tampoco). No hay jornada de ocho
horas (mentira difundida en los actos del 1 de mayo), no hay limitación para el trabajo nocturno y
de los días feriados, la situación del trabajo sigue siendo la de una mercancía a la cual se la compra
a un precio de mercado, y ni hablar de costumbres más o menos legales como la de contratar
monotributistas como empleados para evitar pagar vacaciones, obra social y otros… Esos fueron
los frutos “positivos” de la lucha social que además es permanente… para cada aumento, el
proletario actual debe cumplir con su parte en el conflicto.
Los verdaderos frutos (y se sostiene que fueron los frutos buscados deliberadamente por el
marxismo) fueron los que no se atribuyen a la lucha social:
- La promoción de la separación social contractual: los seres humanos en sociedad viven en
permanente división y conflicto, con contratos tácitos que separan los intereses
individuales. El malestar entre los ciudadanos es patente y la convivencia social está
resentida, sino muerta
- La generación de partidos de “clase”: se extendió la división a otros ámbitos como el de la
política, que ya no va a ser el arte que tiene como fin la búsqueda del bien común, sino la
competencia para el bien de MI grupo

b) Lucha entre partidos políticos


Nuevamente el ideario del hombre moderno ve como positiva la lucha entre partidos. La
formación de partidos es más antigua, incluso en su forma moderna, al marxismo, pero éste la ha
estimulado incentivando en los mismos el componente “clasista” del sector social al que
representa.
La creación de partidos desvió los fines de la sociedad política. La promoción del bien común
es el fin de la política. Cuando lo que existe es una pugna entre partidos (las más de las veces
enemistados entre sí) ese fin se reemplaza por otro, el de la competencia misma. Además cada
instancia actúa como acicate en la lucha, divide mucho más y acentúa las tensiones entre los
grupos sociales. Nuevamente el fruto es el de la sociedad dividida ahora por causas políticas.
La formación de partidos antagónicos (síntoma de las sociedades que tienen como dios al
dinero-Platón, La República, Libro VIII-) tuvo además el agregado de representar la división clasista
promovida por el marxismo. Para dar un ejemplo en la Argentina, tanto el radicalismo como el
justicialismo nacieron como partidos de “clase”, uno el de los inmigrantes trabajadores y el otro
como el partido laborista o de obreros.
La partidocracia asumió una estructura dialéctica de lucha entre el oficialismo (Afirmación) y
la oposición (Negación). Las síntesis van generando las coaliciones necesarias para mantener el
enfrentamiento inicial. Es claro que el marxismo, experto en la lucha, se siente en su salsa con este
planteo político, por eso ha dominado subrepticiamente la ideología partidaria. Hoy tenemos dos
opciones en las democracias modernas: derecha liberal progresista vs izquierda “populista” (para
usar un término de moda). AMBAS OPCIONES TIENEN EL IDEARIO MARXISTA en sus concepciones
sociales, educacionales y familiares. Lo que pasa es que el creer que el marxismo se agota en el
comunismo o la lucha obrera, hace que no se vea su influencia en los otros ámbitos.
Nuevamente el fruto es la sociedad dividida, en este caso en intereses inmediatos
contrapuestos que acuerdan en continuar la dialéctica marxista en los ámbitos que nos queda
analizar.

c) Lucha entre estudiantes y maestros


El quiebre del acto de educar, que naturalmente supone la existencia de un maestro que sabe
(acto) y un alumno que quiere y puede aprender (potencia), ha sido también viciado por la acción
de la dialéctica materialista.
Primero se demonizó la figura del maestro, como ser represor que impone perversamente sus
pareceres y ataca con la disciplina al pobre alumno: ser reprimido y víctima social al cual no se le
reconoce su conocimiento. Nuevamente un planteo donde la desigualdad es presentada como
injusticia, y la redención de la misma supone la rebelión de lo bajo contra lo alto.
Partiendo de la ficción propuesta arriba se generó el famoso “constructivismo” pedagógico,
que plantea que el conocimiento no existe directamente como verdad contemplada, sino que es
un resultado de la praxis constructiva entre docentes y alumnos (¿se ve ahora dónde está la
dialéctica marxista?). Ambos son actores, constructores. Con eso se rompe la naturaleza del acto
educativo. Ya no hay transmisión de conocimientos ni autoridad. Sin duda que la sola autoridad y
la sola transmisión no generan el saber, pero sin duda son necesarias. Nadie da lo que no tiene, así
que para enseñar es necesario tener los conocimientos que en el alumno están en potencia (ser
dotado de razón) y en el docente en acto. Nadie pasa de la potencia al acto sino es por un ser en
acto, reza el axioma filosófico.
Partiendo el acto educativo se logran varias consecuencias coherentes a las ya estudiadas
más arriba:
- Se impide o se bloquea la transmisión normal de los conocimientos de generación en
generación (Traditio)
- Se generan seres informes intelectualmente con una estúpida satisfacción de conocer lo
que no conocen
- Se declaran como educadores activos y eficientes a los medios de comunicación, ellos sí
enseñando sin construcción, adoctrinando unilateralmente a las masas (incluso dentro
del propio hogar), ya indefensas intelectualmente por la ausencia de profesores que
formen la inteligencia de las personas
- Se origina un sentido de culpa en las causas eficientes de la enseñanza (los docentes) que
ahora deben superar un condicionamiento psicológico de pertenecer a los malvados de la
serie, cada vez que ponen disciplina o enseñan algo
- Se dirige la educación desde afuera del aula, a través del Estado o de las modas
académicas, las cuales el docente no se sentirá capaz de discutir por las mismas razones
enunciadas arriba, y para no tener problemas en un ámbito donde la sumisión a las
políticas dominantes es premiada con ascensos y seguridad laboral

Es muy significativo que esta subversión educativa se hace en un medio bastante represivo: el
estado lo obliga unilateralmente desde la escuela o la universidad, los autores lo imponen de
acuerdo a los viejos paradigmas educativos (ya sea con los textos que nos obligan a leer en donde
somos aprendices pasivos, o a través de conferencias y clases magistrales donde nos enseñan no
dar clases magistrales).

El obstáculo que quedaría a superar en el marco educativo del ser humano es el ámbito
familiar, pero como sabemos, el estado moderno imitando a los comunistas introducen cada vez
más temprano a las personas a este sistema subvertido: desde los 3 ó 4 años compulsivamente se
lo introduce a un ámbito nocivo para el desarrollo intelectual, y que, como veremos
consiguientemente, inoculará los factores disolventes de la misma familia en la mente del joven
con las dos dialécticas que nos faltan ver.

d) Lucha entre mujeres y varones


La subversión educativa y familiar está enunciada y planificada en la obra del marxista italiano
Antonio Gramsci (1891-1937), así que no es un invento de los paranoicos retrógrados
tradicionalistas que se oponen al supuesto “progreso de la sociedad moderna”.
El gran laboratorio humano que fue el bloque soviético para las consignas del materialismo
dialéctico, enseñó a los revolucionarios modernos del “mundo libre” cómo atacar a la familia.
Un primer ataque es separando a los hijos de los padres (se verá en el siguiente punto), pero
el más eficiente es el separar a los integrantes de la misma, poniendo división nuevamente entre
las partes del cuerpo que quiero destruir.
Los esbozos de este ataque ya se vislumbraban en el siglo XIX cuando el estado moderno
atacó la sacralidad familiar con el matrimonio civil y la integridad familiar con el divorcio legal.
Pero el combate más terrible se originó en el siglo siguiente.
Nuevamente el mismo proceso, en el que infaliblemente el hombre constituido en masa cae
porque se promueven sus egoísmos y pasiones más bajas.
La relación hombre-mujer es natural, primera cosa negada sin pruebas por el marxismo
materialista. Le hablarán de construcción social, de patriarcado hijo de la burguesía, etc. Pero no lo
pueden probar históricamente, porque sencillamente no hay (ni va a haber) registros históricos de
ser humano que no esté organizado en familia. Por eso recurrirán a las fábulas y las invenciones
disfrazadas de hipótesis científicas. Le dibujarán al hombre de Neanderthal con cara de idiota, y le
escribirán, como hizo Engels, libros sobre el origen de la propiedad y la desigualdad constructora
de la familia, SIN NINGUNA PRUEBA, apelando apodícticamente a la pseudohipótesis
evolucionista, y a los blasones que han obtenido del poder del dinero, siempre dispuesto a
distribuir y financiar sus obras.
Entonces meterán en la cabeza de los jóvenes que se construyó una situación injusta cuando
el hombre creó (¿?) la familia, explotando y sometiendo a la mujer productiva, social y
religiosamente. Y que la solución de esa injusticia es promover el feminismo: la sublevación de la
parte considerada por ellos inferior en la relación familiar.
Toda unión como esa es complementaria: cada parte está naturalmente constituida en pro
del todo, de la unión, y claro que no son iguales porque entre iguales no hay complemento. A cada
característica natural del varón y la mujer le corresponde una capacidad y un atributo particular.
Así la naturaleza más fuerte del varón lo dispone a la guerra, y la naturaleza psicológica más
sensible y comprensiva de la mujer la dispone a la maternidad.
Otra vez el marxismo engañará elevando algunas funciones naturales y denostando otras: el
gobierno ejecutivo de la familia (para decirlo de algún modo, ya que la mujer tiene gobierno en la
misma pero en otro aspecto), el trabajo manual, etc. serán considerados como gloriosos privilegios
usurpados por la tiranía machista. Y la crianza de los hijos, y lo relacionado con la maternidad en el
hogar, como maldiciones impuestas a la feminidad sometida.
Es curioso que el marxista maldecirá al obrero proletario, explotado por el sistema capitalista,
cuando hable de lucha de clases; pero al mismo tiempo promoverá ese mismo trabajo en la mujer
para alejarla del hogar cuando agite la bandera del feminismo. No pretendan encontrar lógica en
el marxismo: es una dialéctica (praxis) destructiva que sólo busca eso, no persigue la coherencia
metafísica de la identidad del ser.
Entonces se produce lo de siempre: cada parte busca lo del otro, desnaturalizando la
estructura familiar, con el agravante de destinar, por la inversión de roles, al hombre y a la mujer a
actividades para las cuales su naturaleza es inepta. Así vemos cada vez más que las mujeres pelean
a trompadas y los hombres se dedican a los detalles de decoración y vestuario. Invertir es una
manera eficiente de destruir lo que es de un modo.
El corolario de esta lucha es la desunión de las familias, sometidas con la protección legal del
estado, al estímulo del individualismo y a la denuncia mutua. Se ha destruido el amor conyugal
para reemplazarlo por un egoísmo sensual disfrazado. Sin amor conyugal (que en su propio
nombre implica un amor ligado al sacrificio por las vicisitudes de la vida) no hay más que un
contrato de partes individuales generado para garantizar la satisfacción pasajera propia. Y el
motor de ello es el mismo que en los otros: la tendencia a la soberbia y egoísmo del hombre caído.
Además ha generado en el varón lo mismo que en el docente: sentimiento de inferioridad en
las cosas donde no debe serlo. La consistencia psicológica de la mujer, que es más fuerte por causa
de su maternidad, reemplaza y llena el vacío, y así tenemos uniones (ya no familias) donde pasa lo
mismo que en un curso donde los alumnos revolotean y pisotean al profesor.

e) Lucha entre hijos y padres


La subversión moderna se ha atrevido a atacar el mayor de todos los amores que existen en
esta tierra: el amor paterno y la pietas filii (piedad o amor filial) como decían los romanos.
Sostengo que es la última barrera que falta derribar. El amor del padre al hijo es superior al
amor al conciudadano, al patrón o al esposo/esposa. Y la razón última es que ese amor es eterno,
está presente en la substancia divina, en el misterio trinitario Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por eso
no hay ataque más audaz que éste. Pero aún en eso la subversión dialéctica moderna establece su
responsabilidad y protagonismo.
A esta altura no haría falta explicar el modus operandi de este planteo dialéctico. El padre
opresor que somete a través del uso de la fuerza al hijo. Lo ridículamente llamativo es que acá la
liga la mujer también. Respecto a los hijos es también maldita opresora responsable de los
traumas generados por la educación tiránica de sus retoños. Como vemos se genera un juego de
malos y buenos con la consiguiente promesa mesiánica de la lucha y el conflicto como liberadores.
Lamentable es que las legislaciones de los estados modernos protegen la disolución del
vínculo paternal o la patria potestad. Garantizan actuar como héroes vengadores de la que ellos
catalogan y permanentemente redefinen “violencia familiar”, siempre dando derechos de rebelión
al naturalmente subordinado en la célula social llamada familia.
En los padres generan el complejo de inferioridad típico de estos casos donde el superior es
disfrazado de malvado. Subyace el temor social de ser considerado un retrógrado o enemigo del
progreso. De allí que los padres hoy estén anulados en cuanto al uso de la autoridad. O porque
temen la sanción social o porque temen al estado con las denuncias filiales. Y ya sabemos que el
miedo es un fuerte movilizador de las acciones involuntarias de los hombres.
Ojo. El hijo tiene derechos de subvertir el orden familiar cuando es pasible de ser adoctrinado
por el estado. Cuando no ha nacido todavía, es un obstáculo que la madre puede remover
abortándolo, con toda impunidad y derecho según los propulsores de la dialéctica marxista que en
eso forman un solo y sumiso coro, como en todas los demás temas donde se los adoctrina a través
del MIEDO SUBCONSCIENTE.
Se podría cínicamente pensar un perverso juego de relatividad revolucionaria: el obrero es la
víctima oprimida en la relación laboral, pero el mismo obrero si es hombre o es maestro se
transforma en un malvado coactor de su mujer, la cual cuando es madre es una bruja represora
del hijo, el cual cuando es feto y está en el vientre de la madre, es un malvado inoportuno
interventor de la felicidad femenina, que debe o puede ser asesinado por la misma.

Lo grave de las consecuencias de la aplicación sistemática del materialismo dialéctico es que


acaba con todos los vínculos humanos, despoja al hombre de todos los caparazones que lo
protegen socialmente: el patrón o la cofradía, el maestro, el padre, el esposo o la esposa, etc.
Actúa como un disolvente social que prepara a la humanidad para la gran esclavización del famoso
NOM (Novus Ordo Mundi). Queda la persona como un individuo en la masa más apta que nunca
para ser esclavizada en todos los órdenes humanos. Es la contra-caridad. Por eso su lucha se
dirigió principalísimamente contra la civilización cristiana. Es el enemigo más poderoso de la
Civitas Dei (Ciudad de Dios). El marxismo toma la “civilización cristiana”, le cambia el nombre por
“sociedad capitalista” y en vez de decir al mundo que lucha contra la Cruz y contra Cristo (su
enemigo real), le dice que lucha contra el odiado capitalismo.

Se les decía en el Apocalipsis a los miembros de la iglesia medieval (Tiatira): “no han conocido
lo que ellos llaman las profundidades de Satanás” (Apoc. 2-24). Nosotros no podemos decir lo
mismo.

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