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Antecedentes: el caso de las

migraciones en Guatemala,
causas y cifras*

Dirk Bornschein

Cualquier política pública que busque abordar problemas reales


o potenciales, debería reflexionar acerca del surgimiento de
estos: ¿cómo se originó —en este caso— la migración? Además,
tendría que plantearse: ¿cuáles son las dimensiones y
características que del fenómeno habría que tematizar? Por más
que se adopte una postura neutral, varios estudios vinculan la
migración en Centroamérica con el modelo económico dominante.

Según Gustavo Palma, citado por Claudia López y Danilo


Rivera,[1] desde la época colonial, la actividad económica
generadora de riquezas se concentró en la extracción de
recursos, actividad facilitada por una amplia disponibilidad
de mano de obra que se nutrió de desplazamientos. Obviamente,
este modelo ha sufrido algunas adaptaciones; por ejemplo,
cuando en el siglo XIX, la finca se volvió el centro de las
actividades y modelo para toda una “estructura mental”.

Es así, cómo en Guatemala (principalmente en las poblaciones


indígenas), históricamente, la gente parece estar
“acostumbrada a migrar” para encontrar empleo. Durante mucho
tiempo se ha emigrado hacia las fincas o las ciudades; hoy, la
mayoría se dirige hacia Estados Unidos.[2]

Por su parte, Jean Paul Vargas, Director de Integración en la


Secretaría General del Sistema de Integración Centroamericana
(SG-SICA), afirma que “Centroamérica es toda una historia de
migraciones”[3] y que la migración es una estrategia para
sobrevivir en un ambiente económico tradicionalmente
desfavorable.

Al hablar del caso de Guatemala, se constata que el fenómeno


de la migración en el siglo XX se origina por varias
circunstancias: la Organización Internacional para las
Migraciones, cita la modernización de la década de 1950, por
medio de inversiones estadounidenses, como el primer momento;
como segundo, un fenómeno natural, el terremoto de 1976 y,
como tercero, la violencia que se generó durante el conflicto
armado interno, que sufrió el país durante la década de
1980.[4] Durante ese periodo se constituyeron núcleos
indígenas en Estados Unidos, que después sirvieron de puente,
cuando la integración de Guatemala al proceso de globalización
aceleró la migración al Norte.[5]
Las siluetas de refugiados
de Oriente Próximo se
recortan contra el horizonte
durante la puesta de sol
mientras caminan por una vía
de tren desde Roszke, en
Serbia, a Hungría, el 30 de
agosto de 2015. (Foto
AP/Darko Bandic)

De acuerdo con López y Rivera (op. cit.), quienes migran son,


principalmente, los pobres. De este grupo, menos de 1% posee
estudios universitarios. Varios estudios consultados también
coinciden cuando presentan las causas específicas del fenómeno
migratorio; por ejemplo, la OIM (op. cit.) afirma que la
migración se origina en la pobreza, por la falta de empleo y
oportunidades en una sociedad con profundas desigualdades.

Otro ejemplo son las inversiones del Estado y del sector


privado que no llegan a las zonas de origen de las personas
que migran, con el agravante de que los salarios mínimos no
alcanzan para cubrir, ni siquiera, la Canasta Básica
Alimentaria (CBA).
Es en ese contexto, que la migración se vuelve una válvula de
escape para el país, pues la población en edad de trabajar
crece proporcionalmente mucho más que la Población
Económicamente Activa (PEA). En contraste, según la OIM (op.
cit.), el número de afiliados al Instituto Guatemalteco de
Seguridad Social (IGSS), prácticamente, permaneció igual.

Otros autores señalan el papel que juega la llamada “educación


para la exclusión”.[6] López y Rivera (op. cit.),
adicionalmente, mencionan la elevada desnutrición en Guatemala
como otro factor expulsor. Aducen que, en 2009, en zonas donde
la expulsión de personas fue mayor, alcanzó hasta 65% de la
población.[7]

En otras palabras, el sueño de los guatemaltecos, de una vida


con empleo y un mínimo de seguridad social, se hace cada vez
más inalcanzable por lo que optan por migrar.

Según la Comisión del Migrante,[8] con una proporción de


97.4%, la gran mayoría de guatemaltecos, documentados o no,
migran hacia los Estados Unidos de América. Solo la OIM (op.
cit.) registró, en 1990, un aumento de 225 mil migrantes a más
de un millón en 2010. Asimismo, explica que otras estimaciones
ubican alrededor de un millón y medio de compatriotas en ese
país,[9] por lo que se calcula que uno de cada diez
guatemaltecos vive fuera de su patria, una cifra mucho mayor
al promedio global de migrantes por nación, que oscila en 3%
de la población. Esa es la razón por la cual, actualmente,
casi cuatro millones de connacionales tienen familiares en
dicha república.
Ante esta realidad, el uso de la imagen de la “válvula de
escape” es frecuente, pero es necesario llamar a la siguiente
reflexión: ¿qué hubiera pasado con el crecimiento económico y
la tasa de pobreza de Guatemala, si pese a los programas
sociales, las transferencias condicionadas o los esfuerzos en
el marco de los Objetivos del Milenio de las Naciones Unidas,
ese millón y medio o más de guatemaltecos hubieran seguido en
el país y pudieran verse reflejados en las estadísticas
sociales y económicas?

En primer lugar, se hubieran reflejado en las estadísticas de


desnutrición, pobreza y salud, por lo que se hubiere requerido
de una enorme inversión por parte del Estado para disminuir su
impacto. Evidentemente, la incapacidad financiera que
caracteriza al Estado se hubiera mostrado con mayor claridad,
lo que, a la vez, hubiera impulsado nuevas discusiones acerca
de cómo mejorar la carga tributaria.

No obstante, la mayoría de las discusiones nacionales e


internacionales en relación con los éxitos, fracasos y las
adecuadas recetas para mejorar el desarrollo social del país,
parten de una línea base que esconde un mayor fracaso. Así, el
millón y medio de personas ya no aparecería en ninguna
estadística.

La descripción de las causas de la migración en Guatemala deja


entrever que hay un fuerte vínculo entre esta y el desarrollo.
Por ello, las discusiones de la sociedad civil —e incluso del
gobierno estadounidense—, relativas a las medidas a tomar para
atenuar dicho fenómeno —al inicio—, incluyeron una visión de
desarrollo, pero el atentado contra las Torres Gemelas en
Nueva York, en 2001, derribó este planteamiento.[10]

Irene Palma, directora del Instituto Centroamericano de


Estudios Sociales y Desarrollo (INCEDES), afirma, que desde
ese momento, en el enfoque de seguridad empezó a dominar las
políticas migratorias de Estados Unidos: “era lógico que
teníamos que contrarrestar esa visión con otra, acerca de los
derechos humanos de los migrantes.”[11]

En cuanto a las deportaciones de indocumentados, estas siempre


habían existido, pero las políticas al respecto se
endurecieron pocos años después, hasta el punto de incluir la
construcción de una muralla en la frontera norte de México.

Por esa razón, las deportaciones de guatemaltecos vía aérea


desde México y Estados Unidos alcanzaron nuevas dimensiones.
Solo de 2012 a 2014, se registraron 250 mil casos, y se
vislumbraba otro aumento para 2015.[12] En ese contexto, lo
que llamó más la atención fue la tendencia hacia la baja de
deportaciones, específicamente desde Estados Unidos. Con mucha
claridad se puede deducir que los controles policiacos, como
primera barrera para los migrantes, se ejercieron más en ese
momento en la frontera sur de México.

Otra parte de la realidad estadística de las migraciones son


las remesas, consideradas estas como contribuciones
financieras de los migrantes guatemaltecos para sus familiares
radicados en su país de origen. Mientras en el año 2000, al
inicio del gobierno de Alfonso Portillo, se transfirieron 560
millones de dólares, para 2015 se esperaban 6 mil millones, un
monto casi diez veces mayor.[13]
Pero la realidad migratoria del país no solo comprende el
camino de ida hacia Estados Unidos, sino que tiene que ver
también con la expulsión de los migrantes. Según cálculos del
Grupo Articulador, Guatemala también alberga alrededor de 250
mil migrantes indocumentados, principalmente de origen
centroamericano, sin mencionar a los cerca de 300 mil, que al
año, únicamente utilizan al país para transitar hacia el
Norte.[14]

Hay que recalcar que las migraciones en Guatemala son todo lo


anterior y que, por lo tanto, es común que en términos
técnicos, cuando se habla de migración, solo se refieran a sus
países de origen, su destino o países de tránsito, y solo de
vez en cuando se mencione también el retorno.

En Guatemala, y más aún en El Salvador, las cifras deslumbran.


Por eso, como dice Jean Paul Vargas en una entrevista, ningún
país en la región debería pensar que su fenómeno de
migraciones es igual al del otro.

A diferencia de Guatemala, la dinámica de la migración del


resto de países centroamericanos no se dirige casi
exclusivamente a Estados Unidos. Según Álida Bernal, Genaro
Aguilar y Pedro Durán, acá es común que haya migrantes
provenientes de El Salvador, Honduras y Nicaragua, sin
embargo, de este último, en su mayoría, emigran más hacia
Costa Rica, Honduras y Panamá.[15]

Algunos fenómenos del impacto y entorno socioeconómico de la


migración
Las migraciones no solo
consisten en flujos de personas
y remesas como el anterior
capítulo podría sugerir. Si bien
el desplazamiento de personas
interfiere en innumerables
dinámicas y situaciones a nivel
económico, social, laboral y de
derechos humanos, su tratamiento por parte del Estado puede
contribuir a empeorar, mitigar o incluso, podría convertir el
problema en una oportunidad.

A nivel económico, la migración indocumentada hacia Estados


Unidos requiere, en la mayoría de casos, una inversión para
pagar al llamado “coyote”. Mientras más medidas de seguridad
se plantean, más caro es el trayecto y mayor es el riesgo que
el migrante corre al —involuntariamente— financiar negocios
del crimen organizado.

En entrevista realizada a la antropóloga Aracely Martínez,


ella afirma que, en la actualidad, se pagan alrededor de US$ 5
mil por el viaje, monto que cubre, generalmente, tres intentos
y que, en su momento, puede subir hasta US$ 9 mil. Dichas
cantidades representan una fuerte inversión, por lo que, en
muchos casos, los interesados dependen de créditos, de vez en
cuando vinculados a la venta de terrenos e incluso
fraudes.[16] No hay que perder de vista que la población
migrante es más bien pobre y tiende a endeudarse para
conseguir su objetivo. Además, las redes alrededor del
“coyote” tienen otros costos. Para conseguir transporte
relativamente seguro, y contra la voluntad expresa de las
instancias oficiales, se necesita comprar voluntades. Un buen
ejemplo de esto lo refiere Claudia López:

En Tecún Umán u otro pueblo fronterizo, […] fuimos a un viaje


para conocer la problemática; en algún punto nos dijeron: ‘a
esta zona no pueden ir’ y yo digo: ¿por qué? ‘Porque allí
están los coyotes de los migrantes sudamericanos, tienen
protegida su propia área’; pregunto: ¿este derecho se lo
compran a la policía? ‘Sin duda, allí nadie te pide
papeles’.[17]

Durante el trayecto, muchos migrantes sufren maltratos de


diferente tipo por parte del crimen organizado y de las
autoridades: violaciones a los derechos humanos, trata de
personas, por ejemplo. Hasta la fecha en que se escribió este
estudio, habían acumulados alrededor de 70 mil casos, en su
mayoría, según López, de centroamericanos que desaparecieron
en el camino.

Aunque sin duda, el tema de la migración está vinculado al


tema de los derechos humanos, dadas las dinámicas que se
derivan de los altos costos del trayecto (humanos y
monetarios) y la deportación en condiciones difíciles, la
situación crea condiciones idóneas para el crimen, por lo
tanto, al mismo tiempo se tiene que considerar el tema de la
inseguridad y sin olvidar que la migración también se
relaciona con el desarrollo social y económico.

Las implicaciones de ese enfoque tienen muchas dimensiones,


por ejemplo, la OIM (op. cit.) reconoce que la gigantesca suma
de remesas ha contribuido a disminuir la pobreza, sin embargo,
ese mismo análisis también deduce que la mayor parte de las
remesas se destina al consumo de alimentos, ropa o transporte.
Por otra parte, la investigadora Aracely Martínez sostiene que
algunos de los propios migrantes, entre broma y broma, afirman
que “el dinero se lo echan encima”, que mucha gente tiene
ahora más dinero y mejores casas pero, por sus nuevos hábitos,
igual podría padecer de “desnutrición”.[18]

La OIM refiere acerca del mismo tema, que solo 12% del total
de las remesas se destina al ahorro e inversión, aunque no
queda claro qué porcentaje es inversión productiva. En este
sentido, se supone que es el mayor consumo, el indicador que
lleva a la reducción estadística de la pobreza; no obstante,
este no coincide pues no se han creado más puestos de trabajo.

Los datos proporcionados muestran que, aunque hay aumento de


remesas, ello no se traduce en la disminución del trabajo
informal puesto que las cifras oscilan alrededor de 70%. En
cambio, según el análisis de la OIM, cuando las remesas
tienden a la baja, como ocurrió en el periodo 2008-2009,
rápidamente, sube el empleo informal. Parece entonces,
concluye, que los miles de millones recibidos no han logrado
impulsar la creación de un número importante de empresas,
aunque fuesen pequeñas.

Al considerar los datos expuestos, se puede concluir en que


las remesas son, en la actualidad, un paliativo con muchas
apariencias positivas, mientras que, en el fondo, la situación
socioeconómica puede que esté empeorando. En ese sentido, las
permanentes migraciones y sus consecuentes remesas son un
alivio transitorio para que nada estructural cambie. En todo
caso, y así también lo expresa la OIM, las remesas hasta ahora
no son sostenibles para reducir la pobreza.[19]
Acerca del tema de la interrelación entre la migración y el
desarrollo en los países de destino y los de origen, hay
muchas controversias, principalmente, en el ámbito
internacional. Si se considera la magnitud, no es de
sorprender que el debate se limite muchas veces a la remesa y
su uso, cuando hay otros aspectos que también se deben tomar
en cuenta.

En ese sentido, un enfoque generalmente menos tratado surge


cuando se enuncian las siguientes interrogantes: ¿qué pasa y
cómo se desarrollan las perspectivas de vida de la población
que se queda atrás? ¿Qué sucede con sus relaciones económicas
y sociales? ¿Qué pasa si sus ingresos se acumulan básicamente
para consumir e invertir en las, hasta ahora inevitables,
migraciones de las siguientes generaciones, especialmente para
pagar a los intermediarios, “los coyotes”? ¿Hasta dónde afecta
el tema del desarrollo económico, por lo menos el local y
regional?

En ese contexto, sería útil e interesante comparar la


estructura socioeconómica de regiones con poca migración, con
otras dominadas por la lógica de migrar y mandar remesas… ¿Y
la política económica? ¿La disponibilidad de fondos para la
inversión la lleva a plantear planes de desarrollo local? ¿O
pasa lo contrario, y la aparente reducción de la pobreza
impulsa el retiro del Estado? También estos aspectos deberían
verificarse.

Más allá de un enfoque individual, familiar o local, el


impacto de las remesas en la macroeconomía es determinante:
alrededor de 11% del Producto Interno Bruto (PIB), se basa en
estas. En 2012, su valor fue mayor al de todas las inversiones
extranjeras directas y al de los principales productos de
exportación: café, azúcar, banano y cardamomo. Para 2015, se
habían previsto con un aumento de 10%, una cifra que, según la
OIM, en 2009 representaba 1.25% del crecimiento.

En otras palabras, si se parte de que la población crece


constantemente, puede afirmarse que sin remesas no existiría
crecimiento per cápita. Esto es contrario a una valoración
positiva. Irene Palma, por ejemplo, responsabiliza a las
remesas de la inflación en el área rural: “Los terrenos, las
casas, en algunas zonas; los precios aumentan para muchas
cosas.”[20]

Según se observa, los sectores más favorecidos por el envío de


remesas son los importadores de productos extranjeros; la
banca, principalmente BANRURAL; la telefonía móvil, y una
parte del sector de la construcción. En el caso de la
industria del cemento, Irene Palma asegura que el contexto del
cuasi monopolio que la empresa Cementos Progreso mantiene en
Guatemala, les permite sustentar un precio más alto que el de
México: “Las remesas entran a un circuito que favorece la
concentración”, concluye.[21]

Otro de los impactos socioeconómicos de la migración —tanto en


Guatemala como en los demás países de la región—, es el del
retorno (inmigración) que, algunas veces es voluntario pero la
mayoría, es el resultado de la deportación. Las cifras
—espeluznantes— de las deportaciones que se registran, se
refieren a casos por lo que no equivalen a número de personas.
Las cifras de deportados oscilan entre 100 mil y 250 mil
personas en los últimos tres años. Estas, en su mayoría,
retornan endeudadas, frustradas, con experiencias traumáticas
o quebrantos de salud y con la sensación de no tener
perspectiva. A lo anterior se suma el agravante del estigma
que los retornados adquieren, ya que en muchas comunidades se
les considera como fracasados. Por otra parte, los retornados
voluntarios, en su mayoría, se descapitalizan después de
algunos años porque su entorno no les permite una reinserción
productiva.[22]

La información que hasta ahora se presenta e interpreta acerca


de la problemática, refleja la debilidad en las
investigaciones sobre el tema en Guatemala. Casi toda búsqueda
de información se concentra en los emigrantes de este país[23]
y deja al margen la vida y experiencias de un cuarto de millón
de migrantes centroamericanos.

Se sabe que por ser mayoritariamente indocumentados, ese otro


grupo de migrantes no tienen derecho a seguro social, devengan
salarios más bajos que los nacionales, suelen tener, en
general, pocos derechos laborales y el mínimo acceso a
servicios sociales, así como jornadas laborales más largas.
Incluso, existen informes sobre su precaria situación en
cuanto a derechos humanos se refiere. Según Bernal, et. al.
(op. cit.), muchas personas con o sin niños, no regulan su
permanencia en el país porque las multas por no realizarla en
su momento pueden resultar elevadas.

Por otro lado, se sabe poco acerca de la situación salarial


específica de los migrantes en diferentes sectores, de la
vivienda, las prácticas de empresas y los flujos de migrantes
indocumentados de Centroamérica, pese a que, justo esa
información, es la que serviría para desarrollar a la región
en términos de regionalización e integración económica y
social.

Bibliografía

*
Este artículo forma parte de un trabajo más extenso del
autor, publicado con el nombre de “El desarrollo postergado.
Políticas sobre migraciones: entre intereses sectoriales y
debilidades del Estado”, en el Cuaderno de Debate No. 7, de
FLACSO-Guatemala.

[1] López R., Claudia W. y Danilo Rivera (2013).


Aproximaciones de política migratoria para Guatemala.
Guatemala: URL.

[2] Balsells, Edgar (2015, junio 19). Entrevista.

[3] Vargas, Jean-Paul (2015, julio 6). Entrevista con SG-SICA.

[4] Véase Organización Internacional para las Migraciones.


(2013). Perfil migratorio de Guatemala, 2012. Guatemala.

[5] Piedrasanta, Ruth (antropóloga) (2015, junio 11).


Entrevista.

[6] Linda Asturias resalta que el nivel educativo en muchas


zonas rurales, apenas llega al nivel primario, lo que
constituye un factor condicionante para la falta de
oportunidades. Asturias, Linda (2015, junio 25). Entrevista.

[7] Recientemente, en lugar de expulsión se estableció la


palabra “expoliación”, para referir a las personas pobres
excluidas que buscan alternativas económicas que mejoren sus
perspectivas de vida.

[8] Comisión del Migrante, Congreso de la República (2014).


Sistematización de propuestas de acción para el abordaje de
las migraciones en Guatemala. Guatemala.
[9] Informaciones recientes, cuya fuente es el Ministro de
Relaciones Exteriores, Raúl Morales, dan una cifra que oscila
entre 2 millones y medio y 2 millones seiscientos mil
guatemaltecos.

[10] Palma, Irene (2015, junio 18). Entrevista.

[11] Ibid.

[12] Véase
http://www.migracion.gob.gt/index.php/root1/estadisticas.html

[13] Véase
http://www.banguat.gob.gt/inc/ver.asp?id=/estaeco/remesas/remf
am2015.htm&e=119775

[14] Grupo Articulador (2009). Informe sobre la Implementación


de la Convención Internacional sobre la Protección de los
Derechos de los Trabajadores Migratorios y sus Familiares en
Guatemala. Guatemala. Diciembre.

[15] Bernal C., Álida, Genaro Aguilar G. y Pedro Durán F.


(2013). Análisis de las migraciones laborales actuales y los
procesos de armonización legislativa en Centroamérica, México
y la República Dominicana. Informe Regional. México: INCEDES y
Sin Fronteras.

[16] Martínez, Aracely (2015, junio 25). Universidad Del


Valle. Entrevista.

[17] López R., Claudia (2015, junio 22). Entrevista.

[18] Martínez, Aracely, op. cit.

[19] Al respecto, Irene Palma opina que “las remesas no


permiten ver la realidad económica del país”. Palma, Irene,
op. cit.

[20] Palma, Irene, op. cit.

[21] Ibid.

[22] Martínez, Aracely, op. cit.

[23] Entre los estudios del campo laboral y centroamericano


están, por ejemplo: Gabriela León, Adriana Velásquez, Aida
Argüello (eds.) (2015). Oportunidades y desafíos para la
gestión de las migraciones laborales en Centroamérica. San
José: FLACSO-Costa Rica, SISCA, SICA. Las políticas públicas
es tema de Gisele L. Bonnici y Elba Y. Coria M. (2012).
Informe sobre Legislación Migratoria en la región:
Centroamérica, México y República Dominicana. México: INCEDES
y Sin Fronteras. Información general sobre la migración en
América Latina pero con enfoque específico en el desarrollo se
encuentra, por ejemplo, en Martínez Pizarro, Jorge; Verónica
Cano Christiny y Magdalena Soffia Contrucci (2014). Tendencias
y patrones de la migración latinoamericana y caribeña hacia
2010 y desafíos para una agenda regional. CEPAL. Serie
Población y Desarrollo, No. 109.

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