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de Roland Barthes.
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gozoso, pero no llegaremos a la tesis paradójica de declarar que aburrirse
también puede ser gozoso porque entonces el sentido de la juissance se
difuminaría, ya que si todo es o puede ser gozoso, entonces, nada lo es.
Limitemos el concepto a sus aspectos positivos y digamos que gozamos
cuando nos alegramos y que el goce triste es más bien una patología. Y si
bien en exceso es un trastorno, en cierta dosis resulta una suerte de
masoquismo inapelable.
He leído el libro con placer y goce pero lo he terminado por oficio, ya que
hubo un momento de cansancio, superado por voluntad, como cuando ya no
interesa mucho una película pero se quiere ver cómo acaba. Lo he leído en
francés y en castellano, pues, aunque disfruto de la lengua de Moliere, no la
conozco tanto como para que la comprensión de algunos pasajes en el idioma
original no me fuese dificultosa. Mi lectura de esta obra no ha sido en su
totalidad placentera y gozosa. Pocas son las obras que he leído sin altibajos
y me han resultado gozosas, Rayuela de Cortázar, La Montaña Mágica de
Thomas Mann o La Regenta de Clarín, por dar tres ejemplos; y, en filosofía,
El Nacimiento de la Tragedia de Friedrich Nietzsche o Tristes Trópicos de
Lévi-Strauss. Pero nada está garantizado, nada puede recomendarse, porque
no solamente depende de la obra y de su autor sino del estado de ánimo del
lector.
El que obtiene placer de los textos no teme a la soledad, más bien la necesita.
Una vida intelectualmente activa tiene todo un acervo cultural siempre de
acompañante, y aunque eso conlleva un riesgo de insociabilidad y
ermitañismo, la cultura compartida siempre es mejor, si bien los
pensamientos propios son, en su dimensión más profunda, absolutamente
incomunicables. ¿Y qué hay de aquellos que nunca han tenido placer textual?
Los que no leen están privados de un espacio de placer que han de rellenar
con otras cosas, si bien, como indica el propio Barthes, vivimos en una
cultura más bien frígida.
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El autor del libro señala que la mitad de los franceses no leen un libro nunca,
tampoco lo hacen la mitad de los españoles. Obviamente, como diría
Epicuro, el placer de la lectura no entraría entre los indispensables para la
supervivencia, pues nadie se muere por no leer. Pero excepto comer y beber,
que pueden ser actos placenteros si bien a la par son necesarios, de casi todos
los demás placeres pueden ser privados los humanos sin que perezcan,
aunque padezcan por ello. No parece, sin embargo, que se sufra mucho por
no leer como se sufre a causa de otras privaciones, aunque hay que tener en
cuenta que quien no conoce un espacio de goce no sufre de su privación. Los
analfabetos de antes deseaban no tanto gozar del placer del texto cuanto de
las mejoras en las condiciones sociales que derivaban de una buena
educación. Hoy en día, leer está en declive debido a que los letrados son en
su mayoría pobres, y muchos multimillonarios son ufanamente cenutrios a
más que analfabestias.
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Y al hablar de Bataille, el autor aporta valiosas indicaciones (también se lo
ha trasegado bien). Pero en un momento dado, una de las indicaciones me
confunde. Se pasa todo el tiempo a lo largo del libro señalando con
insistencia la separación entre placer y goce, pero justamente en el momento
de condenar la valentía, en ese momento, ¡será gallina Barthes!, los
identifica: “Beaucoup trop d’héroïsme encore dans nos langages; dans les
meilleurs —je pense à celui de Bataille —, éréthisme de certaines
expressions et finalement une sorte d'héroïsme insidieux. Le plaisir du texte
(la jouissance du texte) est au contraire comme un effacement brusque de la
valeur guerrière, une desquamation passagère des ergots de l’écrivain, un
arrêt du « coeur » (du courage)”. ¡No lo entiendo! ¿Ahora resulta que el
placer y el goce son la misma cosa cuando todo el tiempo estaba diciendo
que eran algo distinto? Algo se me escapa, no me encaja, este trozo no lo
comprendo, no lo disfruto, me resulta frustrante, no me gusta y no estoy de
acuerdo. ¿No se disfruta lo que no se comprende, lo que contraviene, lo que
disgusta? De nuevo topamos con lo paradójico del goce triste. Y eso que
Barthes no ha tenido miedo, como siempre lo tuvo Hobbes, al escribir lo que
le estamos leyendo.
Surge la pregunta sobre el tipo de lector que se es. Barthes ofrece una
tipología psicoanalítica, toda ella patológica: el lector fetichista, histérico,
obsesivo, paranoico, le faltan los graves, el lector maniaco y el esquizoide.
Seguramente en un momento u otro somos diferentes lectores y acabamos a
la postre siendo todos ellos si es que no nos encasquillamos en uno.
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También obtengo placer en dar la razón a una parte del texto y goce al
quitársela a otra. Por ejemplo, cuando habla de las Ideologías. Pues es falso
que no haya ideología en los dominados y que solamente exista ideología
dominante mientras que es acertado que la lucha no puede reducirse a dos
ideologías rivales sino que tiene que reposar sobre la subversión de toda
ideología. Bien por Foucault, digo, por Barthes…. De ahí que el nihilismo
positivo, anárquico, exija que el goce nunca se convierta en doctrina.
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conmensurable la diferencia será de grado pero si es inconmensurable la
escisión será insalvable. ¿Por qué tener que elegir una opción y no ambas a
la vez? ¿Por qué el psicoanálisis escoge siempre la escisión y nunca la
proporcionalidad? ¿Será una apuesta hedonista?
Porque uno no solamente lee, no, sino que también escribe. Con todo ello, se
complace uno y goza, pero no solamente con eso. La lectura produce
escritura, el deseo de escribir lo provoca el placer de leer.