You are on page 1of 10

LA CURACIÓN DE UNA HIJA ÚNICA

Lucas 8:40-42 y 49-56


Cuando volvió Jesús adonde había estado antes, toda la gente le recibió con mucha alegría,
porque le habían estado esperando. Entonces llegó un tal Jairo, que era presidente de la sinagoga,
y se echó a los pies de Jesús para pedirle que fuera a su casa a curar a su hija única, de unos doce
años, que se le estaba muriendo. Cuando se pusieron en camino, todo el gentío iba apretujando a
Jesús.
Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó uno de casa del presidente, y le dijo:
-No molestes más al Maestro, porque ya es demasiado tarde: tu hija ha muerto.
-¡No tengas miedo! -intervino Jesús cuando lo oyó-. Tú ten confianza, que tu hija se pondrá
buena.
Al llegar a la casa, Jesús no dejó que entraran con Él nada más que Pedro, Santiago y Juan, con
el padre y la madre de la niña. Todos estaban llorando y haciendo duelo por la niña; pero Jesús les
dijo:
No os pongáis así, que no está muerta, sino sólo dormida.
Todos se pusieron a reírse de Él, porque sabían muy bien que estaba muerta. Pero Jesús le cogió
la mano a la niña, y- le dijo en voz alta:
-¡Niña, levántate!
Y al instante volvió a respirar y se puso en pie. Jesús dijo que le dieran a la niña algo de comer.
Los padres estaban atónitos; pero Jesús les encargó que no le dijeran nada a nadie.

La desgracia de la vida de pronto se vuelve alegría. Lucas sintió en lo más íntimo la tragedia de
la muerte de esta niña. Había tres cosas que la hacían tan terrible.
(a) Era hija única. Sólo Lucas nos lo dice. Se había apagado la luz de la vida de sus padres.
(b) Tenía unos doce años de edad. Es decir, estaba en el albor de la feminidad, porque en el Este
los chicos se desarrollan antes que en el Oeste. Algunas chicas hasta se casaban a esa edad. Lo que
debía haber sido la mañana de la vida se había convertido en la noche.
(c) Jairo era el presidente de la sinagoga. Es decir, que era el responsable de la administración
de la sinagoga y de mantener el culto público. Había llegado a lo más alto en la estimación de sus
semejantes. Sin duda tenía una posición desahogada. Parecía como si la vida, como sucede a veces,
le hubiera dado generosamente muchas cosas, pero ahora estuviera a punto de quitarle la más
preciosa. Toda la desgracia de la vida estaba en el trasfondo de esta historia.
Ya habían venido las plañideras. A nosotros nos parece algo repulsivamente artificial pero el
alquiler de estas mujeres era una señal ineludible respeto a la persona muerta. Estaban seguros de
que estaba muerta. Pero Jesús dijo que estaba simplemente dormida. Fuera como fuera, la verdad
es que Jesús le devolvió la vida.
Debemos fijarnos en un detalle muy práctico: Jesús dijo que le dieran algo de comer a la niña en
seguida. ¿Estaría pensando tanto en la madre como en la hija? La madre, con el dolor de la pérdida
y la repentina alegría de la recuperación, debía estar a punto del colapso. En momentos así, el hacer
algo práctico con las manos puede salvar la vida. Y es posible que Jesús, con esa amable sabiduría
que le permitía conocer la naturaleza humana tan bien, estaba dándole a la madre agotada por la
emoción algo que hacer para calmarle los nervios.
Pero con mucho el personaje más interesante de la historia es Jairo.
(i) No cabe duda de que era un hombre que podía tragarse el orgullo. Era presidente de la
sinagoga. Para entonces, las puertas de la sinagoga se le estaban cerrando a Jesús a toda prisa, si
es que no estaban ya del todo cerradas. Pero en su hora de necesidad, se tragó el orgullo y fue a
pedir ayuda.
La historia de Roldán, el paladín de Carlomagno, es una de las más famosas en la literatura
universal. Roldán estaba a cargo de la retaguardia del ejército, y los sarracenos le cogieron por
sorpresa en Roncesvalles. Los franceses luchaban valerosamente en inferioridad de condiciones.
Ahora bien: Roldán tenía un cuerno al que llamaba Olifante, que le había ganado al gigante Jatmund,
cuyo toque se podía oír a cincuenta kilómetros, y era tan potente que las aves caían muertas en
vuelo cuando su sonido cruzaba los aires. Oliver, su amigo, le pidió que tocara el cuerno para que lo
oyera Carlomagno y viniera en su ayuda; pero Roldán era demasiado orgulloso para pedir ayuda. Sus
hombres fueron cayendo uno tras otro hasta que se quedó solo. Entonces, con el postrer aliento,
tocó el cuerno, y Carlomagno se apresuró en su ayuda; pero fue demasiado tarde, porque Roldán
estaba muerto. Fue demasiado orgulloso para pedir ayuda.
Cuando todo va bien pensamos que podemos solos con la vida. Pero para experimentar los
milagros de la gracia de Dios tenemos que tragarnos el orgullo, y confesar humildemente nuestra
necesidad, y pedir ayuda. «Pedid y recibiréis»; pero no se recibe nada si no se pide.
(ii) No cabe duda de que Jairo era un hombre de fe firme. Sintiera lo que sintiera, no aceptó sin
más el veredicto de las plañideras. Esperaba contra toda esperanza. No cabe duda de que, en su
corazón, algo le decía: «Nunca se sabe lo que puede hacer Jesús.» Ninguno de nosotros lo sabemos.
En el día más negro podemos seguir confiando en los recursos inagotables y en la gracia y en el
poder inagotable de Dios.

PERDIDA ENTRE LA MULTITUD


Lucas 8:43-48
Estaba también por allí una mujer que hacía doce años que padecía de flujo de sangre, y que se
había gastado en médicos todo el dinero que tenía sin ningún resultado. Jesús estaba rodeado de
gente; pero ella se acercó por detrás, y le tocó el borde de la ropa; y al instante se le detuvo el flujo
definitivamente.
-¿Quién me ha tocado? preguntó Jesús; pero nadie contestó, y Pedro le dijo a Jesús:
Maestro, toda la gente te está apretujando, ¿y Tú preguntas que quién te ha tocado?
-Yo sé que alguien me ha tocado -contestó Jesús-, porque me he dado cuenta de que ha salido
poder de mí.
Cuando la mujer se dio cuenta de que la habían descubierto, vino temblando, y se echó a los pies
de Jesús, y confesó delante de toda la gente por qué le había tocado, y que se había curado al
instante. Entonces le dijo Jesús:
-Hija, tu fe es Wque te ha curado. ¡Vete, y que Dios te bendiga!

Esta historia quedó grabada en la memoria y en la imaginación de la Iglesia Primitiva. Se creía


que la mujer era una gentil de Cesarea de Filipo. Eusebio, el gran historiador de la Iglesia (300 d C.),
cuenta que se decía que la mujer había costeado en su ciudad una estatua conmemorativa de su
curación. Se decía que aquella estatua había estado allí hasta que Juliano el Apóstata la destruyó, y
puso en su lugar una suya que destruyó un rayo que -Dios mandó.
La vergüenza de la mujer se explica porque su enfermedad la hacía inmunda (Lv 15:19-33 ). El
flujo de sangre la había separado de la vida. Por eso fue por lo que no vino a Jesús abiertamente,
sino ocultándose entre la gente; y por lo que le dio tanta vergüenza darse a conocer cuando Jesús
preguntó que quién le había tocado.
Todos los judíos devotos llevaban franjas en la ropa (Nm 15:37-41 ; Dt 22:12 ). Las franjas
terminaban en. cuatro borlas de hilo blanco atadas con un cordón azul. Servían para recordarles a
los judíos cada vez que se vestían que eran hombres de Dios y que tenían que guardar la ley de Dios.
Más adelante, cuando llegó a ser peligroso ser judíos, estas borlas se ponían en la ropa interior. Hoy
en día todavía existen en el talit o chal que se ponen los judíos por la cabeza y los hombros para la
oración. Pero en los días de Jesús los llevaban en la ropa exterior, y probablemente fue uno de esos
el que tocó la mujer.
Otra vez se le nota a Lucas que es médico. Marcos dice que la mujer se lo había gastado todo en
médicos, y no estaba mejor, sino peor (Mr 5:26 ). ¡Lucas omite ese final, porque no le gustaba esa.
crítica de su profesión!
Es interesante en el relato que, desde el momento en que la mujer se encuentra cara a cara con
Jesús, parece que ya no hay nadie más en la escena. Todo había sucedido en medio de un gentío
impresionante; pero Jesús se olvida de la gente y habla con la mujer como si estuvieran los dos solos.
Era una pobre paciente sin importancia, con una dolencia que la hacía inmunda, pero Jesús se le
entregó por entero.

Estamos acostumbrados a ponerle etiquetas a la gente, y tratarlos según su relativa importancia.


Para Jesús, las personas no tenían esas etiquetas que hace la sociedad; un hombre o una mujer eran
simplemente personas en necesidad. El amor no piensa nunca en la gente en términos de importancia
humana.
Cierta visita de importancia vino una vez a ver a Thomas Carlyle. El autor escocés estaba
trabajando; y no se le podía distraer; pero Jane, su mujer, consintió en llevar a la visita a la puerta,
y abrirle una rendijita para que, por- lo menos, pudiera ver al sabio. Así lo hizo; y mientras miraban
a Carlyle, que estaba inmerso en su trabajo y ajeno a todo lo demás, escribiendo uno de los libros
que le hicieron famoso, dijo su mujer en voz muy baja en escocés:

-Ese es Thomas Carlyle, de quien habla todo el mundo, y es mi hombre.


Jane no pensaba en términos de etiquetas del mundo, sino en los términos del amor.
Una viajera nos cuenta que iba por Georgia en los días que precedieron a la II Guerra Mundial, y
la llevaron a ver a una humilde mujeruca que vivía en una cabañita. La anciana campesina le preguntó
si iba a Moscú; y cuando la viajera le dijo que sí, le pidió:
-Entonces, ¿le importaría llevarle un paquetito de pastillas de café con leche caseras a mi hijo?
No puede conseguir nada parecido en Moscú.
Su hijo era José Stalin. No solemos pensar en el que fue dictador de la URSS como un hombre al
que le gustaban las pastillas de café con leche, ¡pero su madre sí! Para ella no contaban las etiquetas.
Casi todo el mundo habría considerado que no tenía ninguna importancia la mujer que se coló
por entre la marabunta para tocar la franja de la ropa de Jesús; pero, para Él, era una persona
necesitada, y por tanto, como si dijéramos, se retiró del gentío y se entregó totalmente a ella. " Dios
nos ama a cada uno como si no hubiera más que uno a quien aMarcos»

8.41 La sinagoga era el centro local de adoración. El principal de la sinagoga era responsable de la
administración, el mantenimiento del edificio y la supervisión de la adoración. Debió haber sido
poco usual que un respetable líder de una sinagoga cayera a los pies de un predicador itinerante y
suplicara la sanidad de su hija. Jesús honró la confianza y humildad de este hombre (8.50, 54-56).

8.43-48 Mucha gente rodeaba a Jesús cuando iba camino a la casa de Jairo. Virtualmente era
imposible lograr pasar entre la gente, pero una mujer desesperada halló la forma de hacerlo a fin
de tocar a Jesús. En cuanto lo hizo, sanó. ¡Qué diferencia entre la multitud que rodeaba a Jesús y
los pocos que se acercaron para tocarle! Muchas personas poseen una débil familiaridad con El y no
hay ningún tipo de cambio ni mejora en sus vidas debido a este conocimiento superficial. Solo el
toque de la fe es lo que libera el poder sanador de Dios. ¿Se relaciona apenas con Dios o se acerca
a El en fe sabiendo que al tocarlo su alma recibirá sanidad?
8.45 No era que Jesús desconociera quién lo tocó, sino que quiso que la mujer se diera a conocer
y se identificara. Quiso enseñarle que su manto no contenía alguna propiedad mágica, sino que su
fe la sanó. También quiso dar una lección a la multitud. De acuerdo a la Ley judía, un hombre que
tocaba a una mujer que menstruaba se contaminaba (Lev 15:19-28). Siempre era así ya sea que el
flujo fuera normal o, como en el caso de esta mujer, se debiera a una enfermedad. Para protegerse
de esta contaminación, los hombres judíos evitaban tocarlas, hablarles y aun mirarlas. Por
contraste, Jesús proclamó a cientos de personas que esta mujer "inmunda" lo tocó y luego la sanó.
En la mente de Jesús, las mujeres no eran fuentes potenciales de contaminación. Eran seres
humanos que merecían respeto y reconocimiento.

¡Cuánta miseria y aflicción ha traído el pecado al mundo! El pasaje que hemos


acabado de leer nos suministra de esto una prueba melancólica. Vemos primero á
un angustiado padre en ansiedad penosa por una hija moribunda. Vemos después
á una mujer padeciendo una enfermedad incurable que la había afligido por
espacio de doce años; ¡y estos son males que el pecado ha sembrado con mano
pródiga sobre toda la tierra! Estos dos casos no son sino muestras de lo que está
pasando continuamente en todas partes. Mas Dios no creó al principio tales males:
el hombre los trajo sobre sí con la caída. No habrían existido aflicciones ni
enfermedades entre los hijos de Adán, si no hubiera habido pecado.
La mujer aquí descrita ofrece un tipo admirable de la condición de muchas almas.
Se nos dice, que había estado afligida de una penosa enfermedad por el espacio
de doce años, y que había gastado en médicos todo lo que tenía sin que ninguno
hubiese podido sanarla. He aquí, como en un espejo, el estado de muchos
pecadores, y tal vez de nosotros mismos.
En la mayor parte de las congregaciones hay hombres que han sentido
intensamente sus pecados, y que se han afligido en sumo grado creyendo que no
han sido perdonados, y que no han estado preparados para morir. Han anhelado
consuelo y tranquilidad de conciencia, pero no han sabido en donde hallarlos.
Han experimentado muchos remedios espurios, y en vez de hallar alivio se han
empeorado. Han vagado de secta en secta, y de religión en religión, y se han
hastiado con todos los sistemas imaginables con que el hombre ha pretendido
obtener salud espiritual; más todo ha sido en vano: la paz de conciencia parece
estar para ellos tan distante como siempre. La herida interior les parece tan
perniciosa y de carácter tal que nada puede curarla. Aún los persiguen la desdicha
y el infortunio, aún se sienten descontentos con su situación. En suma, como la
mujer de quien tratamos, dicen llenos de dolor "No hay esperanza para mí: nunca
me salvaré..
Todos los que se encuentran en ese estado pueden hallar con suelo en el milagro
de que venimos hablando, sabiendo que "hay bálsamo en Galaad" que puede
curarlos, y que todavía no han buscado; que hay una puerta á la que nunca han
tocado desde que han estado haciendo esfuerzos por obtener alivio; que hay un
Médico á quien nunca han ocurrido y que jamás deja de curar. Obsérvese qué hizo
aquella mujer en su dolor: cuando todos los otros medios habían resultado ser
inútiles, acudió á Jesús en busca de remedio. "Id y haced lo mismo..
Obsérvese, en segundo lugar, que la conducta de la mujer presenta un ejemplo
notable de la manera con que obra al principio la fe, y de los efectos que esta
produce. Se nos dice que ella se acercó á nuestro Señor por detrás, y le tocó el
borde del vestido, y al punto se estancó el flujo de sangre. La acción parece muy
sencilla, y del todo insuficiente para producir resultado de trascendencia alguna.
Sin embargo, el efecto fue maravilloso En un instante la pobre paciente quedó
curada; en un instante obtuvo el alivio que tan ton médicos no habían podido darle
en doce años. ¡Con tocar solamente una vez, quedó sana! Difícil es imaginar una
descripción más vívida de lo que experimentan muchas almas, que la narración de
la curación de esta mujer. Hay centenares que pueden decir que, como ella,
solicitaron alivio, por largo tiempo, de manos de médicos inhábiles, y se cansaron
al fin de usar remedios que no producían cura ninguna. Como ella, oyeron hablar
al fin de un Ser, que sana las conciencias afligidas, y perdona á los pecadores, "sin
dinero y sin precio," si vienen á él con fe. Tales condiciones les parecieron
demasiado buenas para ser creídas; tales noticias demasiado favorables para ser
verdaderas. Pero, á semejanza de la mujer ya citada, se resolvieron á hacer la
prueba: se acercaron á Cristo con fe, cargados de todos sus pecados, y para
sorpresa suya, al instante hallaron consuelo. Y ahora sienten más consuelo y más
esperanza que en ningún otro periodo de su vida. La carga parece haber
desaparecido de sus hombros; el dolor parece haber huido de sus almas; la luz
empieza á penetrar en su corazón; y ellos comienzan á "gloriarse en la esperanza
de la gloria de Dios." Rom.
5:2. Y si les preguntásemos nos dirían que todo esto es debido á un acto muy
sencillo: se acercaron á Jesús exactamente como se encontraban, le tocaron con
fe, y fueron curados.
Grabemos para siempre en nuestros corazones esta gran verdad: que la fe en
Cristo es el medio por el cual alcanzamos paz con Dios. Sin ella jamás hallaremos
tranquilidad interior, sea lo que fuere, lo que hagamos en punto á religión. Sin ella
bien podemos diariamente al servicio divino y tomar parte todas las semanas en la
cena del Señor; bien podemos dar nuestros bienes á pobres, y hasta entregarnos
para ser quemados; bien podemos ir y llevar cilicios y vivir como ermitaños; bien
podemos todo esto, y con todo ser en extremo desgraciados. Allegarse á Cristo
con fe, vale más que todas estas cosas reunidas.
Acaso esto no lisonjee el orgullo de la naturaleza humana; pero es cierto. Millares
se levantarán el día del juicio y dirán como nunca sintieron tranquilidad hasta que
no se acercaron á Cristo con fe, y se resolvieron á no confiar en sus propias obras,
y á ser salvos absoluta y enteramente por la gracia de Dios. Se nota, por último,
en este pasaje, cuánto desea nuestro Señor que de El han recibido beneficios, lo
confiesen ante los hombres. él no permitió á la mujer que se alejase de la
multitud en silencio; preguntó quien le había tocado; y tornó á preguntar, hasta
que la mujer se adelantó, y expresó, en presencia de todo el pueblo, cuáles eran
sus circunstancias. Entonces El profirió estas palabras llenas de benignidad:
"Confía, hija, tu fe te ha sanado, ve en paz..
"Confesar á Cristo es cuestión de alta importancia, y que debe se presente por
todo fiel cristiano. Lo que nosotros podemos hacer por nuestro divino Maestro es
poco y de poco mérito. Los más grandes esfuerzos que hacemos por glorificarle
son débiles é imperfectos; nuestras plegarias y alabanzas son lamentablemente
decientes; nuestro saber y nuestro amor son en extremo pequeños. Más ¿sentimos
interiormente que Cristo ha sanado nuestras almas? ¿No podemos entonces
confesar á Cristo delante de los hombres? ¿No podemos contar claramente á otros,
todo lo que Cristo ha hecho por nosotros--que estábamos muriéndonos de una
enfermedad mortal, y que fuimos curados; que estábamos perdidos, y que hemos
sido salvos; que estábamos ciegos, y que ahora vemos? Hagámoslo con valor y no
tengamos miedo. No nos ruboricemos que todo el mundo sepa lo que ha hecho
Jesús por nuestras almas. Nuestro Maestro quiere que lo confesemos: á él le
agrada que su pueblo no se avergüence de su nombre. S. Pablo dijo: "Si
confesares con tu boca al Señor Jesús y creyeres en tu corazón que Dios le
levantó de entre los muertos, serás salvo." Rom 10:9. Y el mismo Jesús pronunció
estas palabras solemnes:"El que se avergonzare de mí y de mis palabras, de este
tal el Hijo del hombre se avergonzará." Luk 9:26.

40-56. LA HIJA DE JAIRO RESUCITADA, Y EL FLUJO DE SANGRE SANADO. Véanse las notas
acerca de Mat 9:18-26, y Mar 5:21-43.
40. recibióle la gente; porque todos le esperaban—La abundante enseñanza de aquel día
(en Mateo cap. 13; y véase Mar 4:36) sólo había abierto el apetito de la gente; contrariados, según
parece, porque él los había dejado en la tarde para cruzar el lago, ellos se quedaron en la playa
habiendo tenido alguna insinuación, probablemente de alguno de sus discípulos, de que Jesús
volvería en la tardecita. Tal vez ellos presenciaban a la distancia el apaciguamiento de la
tempestad. Aquí están, por lo menos, esperando su regreso, y dándole la bienvenida a la llegada
en la costa. La marea de su popularidad ahora está subiendo rápidamente.
45. ¿Quién es el que me ha tocado?—“¿Preguntas, Señor, quién te tocó? Mejor sería
preguntar: Quién no te tocó en semejante gentío.”
46. Me ha tocado alguien—sí, la multitud “le apretaba”, “empujaban contra él”, pero del
todo involuntariamente, pues eran llevados por la muchedumbre; pero alguien, una persona sola
“me ha tocado”, con un tacto consciente, voluntario de fe, alcanzando la mano para tener el
contacto con él. A esta persona y a esta sola reconoce y busca Jesús. Es aun así, como dijo Agustín
hace mucho tiempo: las multitudes todavía de la misma manera llegan cerca de Cristo por los
medios de la gracia, pero sin ningún propósito, siendo llevadas por el gentío. El contacto voluntario,
vivo, de la fe, es aquel conductor eléctrico que sólo saca de él la virtud.
47. declaróle delante de todo el pueblo—esto, aunque fué una prueba grande para el pudor
de la humilde mujer, fué precisamente lo que Cristo quería oír de ella, un testimonio público a los
hechos del caso, tanto acerca de su enfermedad y los esfuerzos infructuosos por un remedio, como
del alivio instantáneo y perfecto que le había traído su contacto con el gran Médico.

Vv. 41-56.No nos quejemos de la gente, ni de una multitud, ni de lo urgente si estamos en el


camino de nuestro deber y haciendo el bien, pero de lo contrario, todo hombre sabio se mantendrá
lo más alejado que pueda de tales cosas. Más de una pobre alma sanada, socorrida y salvada por
Cristo se halla oculta entre la gente y nadie la nota. Esta mujer vino temblando, pero su fe la salvó.
Puede que haya temblor donde aún hay fe salvadora.
Observa las consoladoras palabras de Cristo para Jairo: No temas, tan sólo cree, y tu hija será
salva. No era menos duro no llorar la pérdida de una hija única que no temer la continuación de
ese dolor; pero en la fe perfecta no hay temor; mientras más temor, menos creemos. La mano de
la gracia de Cristo va con el llamado de su palabra para hacerla eficaz.
Cristo mandó darle solamente carne. Como bebés recién nacidos así desean alimento espiritual los
recién resucitados del pecado, para crecer.

40 Al volver Jesús, fue bien acogido por la multitud; pues


todos lo estaban esperando. 41 Y entonces llegó un hombre
llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y echándose a los
pies de Jesús, le suplicaba que fuera a su casa, 42a porque
tenía una hija única, de unos doce años, que se estaba
muriendo.

El pueblo de Israel aguarda a Jesús y lo acoge; la masa de los paganos


lo habían expulsado. A través de la historia de la salvación había
preparado Dios a Israel para esperar al Salvador venidero; los paganos
carecían de sentido para ello.

Jairo, jefe de la sinagoga, se siente impotente ante el poder de la


muerte. Su profundo dolor resuena en palabras como éstas: hija única,
objeto de todo el cariño del padre, de doce años, en pleno desarrollo,
madura ya para el matrimonio, se estaba muriendo. Aquí no puede
nada el poder humano. Jesús es la última esperanza del padre. La
súplica va acompañada de humilde postración a los pies de Jesús. Le
rogó que fuese a su casa, contrariamente al centuri6n de Cafarnaúm.
En Israel está Jesús en su casa.

42b Mientras iba andando, las gentes lo apretujaban. 43 En


esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce
años, y que no había podido ser curada por nadie, 44
acercándose por detrás, le tocó la borla del manto, e
inmediatamente cesó su flujo de sangre.

Una vez más comienza el relato recordando la simpatía del pueblo por
Jesús. Las gentes lo «apretujaban». En el original se usa la misma
palabra que cuando se habla de los cardos que ahogan la semilla (Mar
8:14). El pueblo había aguardado a Jesús como al gran protector,
ahora lo posee; lo ha recibido cordialmente, ahora lo apretuja y casi lo
ahoga.

Una vez más se destaca de la multitud una persona que sufre, una
mujer. La historia de su enfermedad es triste. Hace doce años que
sufre. Padece flujo de sangre, por lo cual es ritualmente impura y se ve
esquivada por las gentes. Ha gastado todos sus bienes en médicos.
Nadie ha podido curarla: Terrible palabra: incurable...

La única esperanza que le había quedado era Jesús. No podía como


Jairo salir de entre la muchedumbre y presentarse a Jesús, echarse a
sus pies y hablarle de su aflicción. Era impura y podía contaminar a
otros (Cf. Lev 12:1, s; Lev 15:19 ss.), pues padecía flujo de sangre. Se
acercó a Jesús por detrás en medio de aquel gentío y le tocó la borla
del manto. Los judíos debían, conforme a la ley, llevar borlas en el
ruedo de sus vestidos, a fin de tener presentes todos los
mandamientos del Señor (Num 15:38 s). Jairo rogó a Jesús que fuera
a su casa. Probablemente pensaba que la curación sólo podía
efectuarse mediante imposición de las manos. La mujer busca el
contacto con Jesús, aunque sólo sea tocando el último extremo de su
vestido.

Inmediatamente cesó el flujo de sangre. Así habla el médico. Sin


medicamentos, sin palabras, por el mero contacto alcanza la mujer lo
que durante largos años había intentado en vano el arte de la
medicina. Lucas, que era médico, suavizó el juicio tan duro de Marcos
sobre los médicos; suprimió lo que había hallado en esta fuente: a
pesar de los médicos, no había conseguido ninguna mejoría, sino que
más bien iba de mal en peor (Mar 5:26). Aunque también él reconoció
que en este caso se había mostrado impotente la ciencia médica.
Como médico que era pronuncia un dictamen pericial: Inmediatamente
cesó el flujo de sangre.

45 Entonces preguntó Jesús: ¿Quién me ha tocado? Como


todos negaban haber sido ellos, Pedro le contestó: Maestro, es
la multitud la que te oprime y te apretuja. 46 Pero Jesús
replicó: Me ha tocado alguien; porque yo me he dado cuenta
de que una fuerza ha salido de mí. 47 Cuando la mujer vio que
había sido descubierta. se acercó toda temblorosa y
echándose a sus pies, refirió delante de todo el pueblo por qué
motivo lo había tocado y cómo había quedado curada
repentinamente. 48 él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en
paz.

Lo que había sucedido ocultamente, lo saca Jesús a la luz pública.


Sabe lo que ha tenido lugar. Me ha tocado alguien. Una fuerza ha
salido de mí. No es el contacto físico lo que produce la curación, sino la
fuerza o virtud de que él dispone. Sólo él lo sabe, no el pueblo, ni
tampoco Pedro. Jesús es maestro y Señor en un sentido mucho más
profundo de lo que se figura Pedro. Antes mandó a las olas, ahora
manda al flujo de sangre. Los milagros son manifestaciones del poder
y del imperio de Jesús; Jesús es maestro que goza de autoridad y de
poder.

La mujer que ha sido curada y que se mantenía oculta, sale a la luz


pública. Reconoce la proximidad de Dios en Jesús, sabe que no puede
seguir oculta, se estremece por temor de lo divino que se había
manifestado y se echa a los pies de Jesús. Proclama como obra de
Dios lo que le había sucedido, y lo hace en presencia de todo el
pueblo. Hasta aquella mujer tímida y retraída, movida por la obra de
Dios que había ejecutado Jesús con ella, se convierte en pregonera de
los grandes hechos de Dios delante del pueblo.

La curación de la mujer no fue debida al hecho de tocar el vestido de


Jesús, sino a la fe. Tu fe te ha salvado. La fe es contacto salvífico con
Jesús, Salvador y Redentor. La mujer es hija gracias a la fe: por ella
entra en la casa y en la comunidad de Jesús. Ha hallado la paz, el
restablecimiento de su salud. Es que la paz es orden. Pero la fe le ha
dado una paz de la que la curación de la enfermedad sólo es imagen
externa.

You might also like