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LEVIATHÁN: HISTORIA Y TRANSFORMACIÓN DE UN MITO

En esta ponencia, mostraremos el vínculo entre Asia y Europa a través del estudio de un
mito, originario de la civilización mesopotámica, transformado y transmitido por la
cultura hebrea a Occidente: el mito del Leviathán, monstruo marino legendario Al igual
que otros mitos, ha sido recogido en diversas tradiciones culturales y constituye un
ejemplo de transferencia cultural entre civilizaciones. Describiremos el significado
común del mito en los diferentes discursos mitológicos, así como la diferencia
correspondiente a cada uno de ellos. Para tal fin, haremos una genealogía simbólica del
mito desde sus orígenes hasta su actualización, en clave moderna, por Thomas Hobbes.
Palabras clave: Leviathán, mito, símbolo, poder
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A Dora Dávila Villanueva, el Sol Invicto.

“Ningún pensamiento, por claro que sea,


es capaz de sobrepujar la fuerza de las imágenes míticas genuinas.”
Carl Schmitt

¿Tienen los mitos una historia? Por lo común, se considera que los mitos son el
resultado de la mentalidad ahistórica de los pueblos mal llamados primitivos, razón por
la cual solo podríamos hablar históricamente de los mitos desde un punto de vista
exterior, esto es, desde el punto de vista de las ciencias de la religión. Sin embargo, las
mismas ciencias de la religión nos enseñan que tales mitos, lejos de mantenerse
idénticos, se adaptan a los diferentes procesos históricos padecidos por la comunidad
que los ha engendrado. De esta manera, desde la propia interioridad de la comprensión
mítica, el mito posee una historicidad propia cuyo ritmo temporal difiere de aquel que
rige la historia ordinaria. Tal ritmo, en efecto, introduce una ruptura en el tiempo
ordinario que permite la actualización de un arquetipo atemporal que funge como
representante de la eternidad (Van der Leuw 1964: 399).
El contenido del mito es la narración de una historia sagrada, es decir, la
comunicación de un acontecimiento primordial producido en el comienzo de los
tiempos y protagonizado por las divinidades o la divinidad (Eliade 1994 a: 84). Tal
acontecimiento primordial constituye el suceso ejemplar a partir del cual se origina una
realidad determinada, mientras que el comienzo de los tiempos es el momento en el que
esta realidad aparece gracias a la acción de la divinidad. El mito narra, por tanto, un
evento ejemplar a partir del cual algo ha venido a la existencia (Eliade 1994 b: 12).
En cuanto el mito narra una historia sagrada, los acontecimientos que
constituyen su trama forman parte de un misterio, es decir, de una revelación, pues trata
de aquello que las divinidades hicieron al principio del tiempo (Eliade 1994 a: 84-85).
La historia narrada por el mito comunica el secreto del origen de las cosas de las que
habla. Por tal razón, se trata de un conocimiento iniciático, pues se manifiesta en el
curso de una ceremonia especial articulada a fines mágico-religiosos. El iniciado accede
así a un poder que le permite manipular aquello en lo que ha sido iniciado por el mito
(Eliade 1994 b: 20-21).
A través del mito, se narra así una historia arquetípica en la que lo sagrado
irrumpe en el mundo y lo ordena. En este sentido, el mito constituye el modelo
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originario de todo lo que existe, especialmente de aquellas cosas que poseen una
significación especial en la vida del hombre de las sociedades tradicionales (Eliade 1994
a: 13-14). De esta manera, cada actividad se rige por un modelo inaugurado por la
divinidad que el hombre tradicional debe reproducir para alcanzar la verdadera realidad.
Esta participación del mundo profano en la dimensión sagrada hace posible que el
hombre de las sociedades tradicionales se asemeje a la divinidad (Eliade 1994 a: 85).
Al mismo tiempo, el mito reactualiza una situación excepcional en la que el
curso normal de los acontecimientos ha sido interrumpido. Reproduciendo a través de
los ritos tal evento, se suspende, por un momento, el tiempo ordinario y se introduce así
el tiempo sagrado. De esta manera, el mito anula el tiempo cronológico y recupera el
tiempo de los orígenes. Así, el hombre de las sociedades tradicionales se hace parte del
tiempo primordial (Eliade 1994 b: 24). A diferencia de la sucesión continua del tiempo
cronológico, el tiempo sagrado del mito es un tiempo reversible, pues introduce un
corte, en esta sucesión, que le permite acceder nuevamente al momento originario
primordial.
Se trata así de un tiempo de plenitud ontológica en donde la contingencia
desaparece. En este sentido, al hacerse parte del tiempo primordial, el hombre domina el
tiempo cronológico (Eliade 1994 a 63-64). Para ello, instituye ritos regularmente
repetidos inscritos en los mitos fundacionales de su civilización. Gracias a la
permanencia de estos ritos, se fortalece la dependencia respecto a la acción de los
dioses. En consecuencia, la comunidad se mantiene viva y la violencia, inherente a todo
colectivo humano, es neutralizada. Así, la unidad del grupo queda protegida por el
ejemplo mítico que ejerce de fundamento desde el tiempo sagrado externo a la
comunidad (Gauchet 2005: 42-43).

II

¿Qué relación existe entre los mitos y las religiones? Por lo general, se considera
que, en oposición a las religiones míticas, se desarrolló la visión de las religiones
monoteístas. Así, se suele oponer el mito a la religión, especialmente cuando se
identifica al mito con el politeísmo y a la religión con el monoteísmo judío, cristiano o
islámico. Ciertamente, si algo caracterizó al monoteísmo hebreo fue su lucha contra el
politeísmo de sus vecinos babilonios, egipcios y cananeos. Por esta razón, se sostiene
que el judaísmo procedió a desmitologizar la antigua religión basada en el tiempo
primordial.
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La originalidad del pueblo hebreo habría sido introducir la espera escatológica


en el Mesías y el tiempo histórico. En efecto, para el judaísmo el tiempo tiene un
comienzo y tendrá un fin, de manera que la idea de un tiempo primordial manifestado
en el ciclo del eterno retorno ha quedado atrás. Dios no se manifiesta en un tiempo
cósmico reversible, sino en un tiempo histórico irreversible. De esta manera, la historia
adquiere estatus ontológico y se transforma en la dimensión preferida por Yahvé para la
realización de sus teofanías (Eliade 1994 a: 98).
Así, el fin del mundo que las antiguas religiones concebían como una
restauración cíclica del cosmos original se concibió, dentro del judaísmo, como una
única restauración del cosmos que creó Dios antes del pecado humano, del mismo
modo como fue única su creación. Se trata del mismo cosmos creado por Dios al
comienzo de los tiempos, pero regenerado y purificado para siempre y de una vez por
todas en su gloria original. Este nuevo paraíso terrestre ya no tendría fin, de manera que
el tiempo cíclico reversible es reemplazado por un tiempo lineal irreversible (Eliade
1994 b: 70).
Asimismo, este fin del mundo no es una simple regeneración cósmica de la
totalidad de lo existente. Se trata, más bien, de un juicio en el que serán seleccionados
aquellos que han sido fieles a la voluntad divina. Esta voluntad tiene su expresión
máxima en el plan de salvación que Dios ha diseñado y que pone en juego en la historia.
Para que este plan de salvación se lleve a cabo, Dios elige libremente a un pueblo, el
pueblo judío, como instrumento del mismo. En el seno de este pueblo y poco tiempo
antes del fin del mundo, nacerá el Mesías, el guía que consumará la voluntad divina
entre los hombres. Al final de la historia, solo los elegidos por su fidelidad vivirán en
eterna beatitud contemplando el rostro de Dios (Eliade 1994 b: 71).
A pesar de estas innovaciones teológicas, como han mostrado muchos
antropólogos y comentadores del Pentateuco (Frazer:) la nueva concepción implícita en
el monoteísmo judío recurrió también a mitos para tratar aspectos relativos al tiempo
primordial de la vida de la comunidad. Entre los más famosos, destacan la narración
acerca de la creación, el paraíso terrenal, el diluvio universal, la torre de Babel y los
gigantes, todos los cuales preparan la introducción de la importante figura de Abraham.
Como puede verse, incluso desde una posición antagónica, el monoteísmo hebreo habría
tomado como punto de partida, para su propia reflexión teológica, la mitología de su
tiempo (Blásquez 2000: 93-94).
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Comprobamos entonces que las religiones monoteístas, al igual que las


politeístas, también poseen mitos fundacionales en su constitución. De esta manera, el
mito constituye el elemento fundamental de toda religión, pues contiene el símbolo
religioso originario que luego será positivado en los dogmas y operativizado en los
ritos.

III

El mito que tratamos de evocar en esta ponencia es el que narra la historia de un


monstruo primigenio que los judíos llamaron Leviathán. Su importancia radica en que
forma parte de las más antiguas mitologías de Medio Oriente y ha llegado a Occidente
gracias a los textos bíblicos. Tales textos han determinado la esencia de la cultura
occidental al punto que podemos considerarlos como el sustrato asiático de la
civilización europea. En el caso específico del mito del Leviathán, su imagen quedó
impresa en la magna obra del mismo nombre del filósofo inglés Thomas Hobbes.
La mitología hebrea ha recopilado una serie de narraciones acerca de Leviathán
importantes para el imaginario colectivo cristiano. En efecto, se dice que el Leviathán

IV

¿Cómo es posible la reactualización de un mito en plena modernidad europea?


En realidad, los mitos también pueden irrumpir en contextos culturales secularizados y
ateos que, en apariencia, carecen de cualquier conexión con ellos. Así, con la
deificación de la razón, la libertad, la historia, la clase, la nación, el Estado, la raza, el
mercado, todos ellos principios elevados a condición de universales, la civilización
moderna ha fabricado sus propias divinidades y, con ellas, ha creado su propio lenguaje
mitológico expresado en las ideologías que las fundamentan (Voegelin).
Sin embargo, a diferencia del contexto plenamente sagrado en el que se presenta
el mito, la ideología ignora por completo las motivaciones simbólicas que la sustentan,
de manera que es justo decir que acceden a ellas de manera inconsciente. En este
sentido, los mitos constituyen un saber sagrado que la humanidad hereda ya sea por el
mantenimiento de una tradición (Van der Leuw), por el contacto histórico entre
civilizaciones diversas (Assmann-Halbwachs), o por la actualización repentina de un
arquetipo en el seno de ellas (Jung).
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BIBLIOGRAFÍA

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