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Esto lo recalco porque siempre que he tenido que pasar a improvisar (único
modo libre de aprendizaje, según me enseñan) me encuentro en la dicha de
que siempre mis errores nacían de olvidar de intentar llegar a un objetivo. Y
estos objetivos no son los propios, ni los que creo de un personaje. No hay
un punto libre, solo un espacio libre entre dos puntos ya definidos. ES
Siempre que se mantiene obligadamente al espectador a un suceso, o una
sorpresa, y las colocas adecuadamente, se logra un “acierto escénico”. Eso
hoy en día es considerado teatro. Sí, funciona, pero funciona de acuerdo a
la necesidad del público. De una sociedad, no de una humanidad.
¿Qué son entonces para mí los constructos? Los constructos, honestos, que
debiese tener alguien que enseña el arte, serían revelaciones del propio guía
(profesor). Revelaciones de un creador que aún sigue cuestionando pero
exponiendo libremente el reconocimiento de su proceso. Es la transmisión
de una experiencia humana, con herramientas del arte. Enseñar que la
acción tiene razones que nacen de personas hacia la sociedad, no de la
sociedad volviéndonos “personas”.
Existen muchos factores que nos predisponen. Estos son intereses, hábitos,
economía, banalidad, posicionamiento social, etc. De toda esta
predisposición suele surgir el teatro, pero el sentido siempre encuentra su
lugar al final de las obras, cuando el montaje empieza a “sentirse” bien,
cuando veo que al final puedo ser orgulloso de mi duro proceso, solo al final,
y no se sintió propio desde el principio.
Esto es en el vago caminar mío cada vez que voy a clases y siento
desconectadas a las personas de su forma individual. Un intento de
comprender por qué la vida del arte escénico no es simplemente reaccionar
y expresar, una relación óptima del arte.