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Los primates
La prehistoria en Palestina
La época mousteriana
Ubeidiyeh
Los Hicsos
Una relectura
El Éxodo de Moisés
La elección de Israel
El Horeb
El encuentro en Cadés-Barne
Josué
Jefes carismáticos
David
Un cisma religioso
El reino de Israel
El reino de Judá
Ezequías
Los profetas
La gran Pascua
La reforma de Josías
La cautividad y el regreso
Babilonia la Grande
El libro de Rut
La victoria y la muerte
El imperio desgarrado
Seléucidas y romanos
Antíoco IV Epífanes
El sacrilegio
Jonatán (160-143)
El doble juego
Los asmoneos. El nacimiento de una dinastía
Alejandra (76-67)
El imperio romano
Pompeyo en Oriente
La reforma de Augusto
Herodes magno
Un personaje complejo
El modelo grecorromano
La herencia repartida
Filipo
Herodes Antipas
Agripa
Crecimiento de la Iglesia
La “Primera Rebelión”
Vespasiano emperador
La toma de Jerusalén
El fin de la rebelión
Bar Kochba
Cristianos en Palestina
Para empezar, es totalmente seguro que los grandes primates actuales, el gorila y
el chimpancé, no son más que primos nuestros. Y no representan al antepasado
común, porque mientras el hombre se iba transformando en todo su cuerpo,
también los primates, de los que se había separado para empezar esta evolución
original, se especializaron en una dirección diferente, caracterizada por el desarrollo
de los dientes, de la mandíbula y de los brazos. Los más inteligentes de los
actuales primates son más “bestiales” que sus antepasados del tiempo en que nos
apartamos.
¿En qué lugar sucedió ? Hace unos años atrás, todos habrían contestado: en la
parte oriental de África, de Etiopía a Tanzania, pues es ahí donde se sitúa la
evolución posterior de la rama en la que se origina el hombre. Ahora, a raíz de
nuevos descubrimientos en China, parece que la separación se hizo en Asia del
este, y que nuestra rama se desplazó posteriormente hacia África donde se
humanizó.
¿Cómo sucedió?
Una parte de los primates se replegaron hacia el oeste, donde todavía subsisten las
inmensas selvas. Su evolución los llevó a producir especies más grandes y fuertes,
como son el chimpancé y el gorila, que se desplazan preferentemente sujetándose
de las ramas con sus brazos largos y atléticos.
En cuanto a los de la parte oriental, tuvieron que adaptarse a una tierra donde por
falta de árboles era más difícil defenderse de los carnívoros y donde ya escaseaban
las frutas. Para alimentarse de semillas, de raíces y otras fibras vegetales duras,
que desgastaban sus dientes, se reforzaron las mandíbulas, el esmalte de los
dientes se hizo muy espeso. Para disuadir a los enemigos tuvieron que vivir en
sociedades y crecieron en tamaño y fuerza. Ya eran capaces de mantenerse casi en
postura erecta. Se afianzaron en esta manera de caminar, valiéndose de sus manos
para agarrar la comida que llevaban a su boca y también para defenderse usando
bastones y tirando piedras. Es probable que esos antepasados supieron labrar
piedras en forma muy rudimentaria para hacerlas cortantes.
Lo que acabamos de exponer no es más que una visión global, un panorama del
sector de Africa en que se han encontrado los más numerosos testigos de las
especies en que ya se notan las dos alternativas de la vida: desarrollar las
herramientas de que ya se dispone para sobrevivir, o superar un desafío creando
algo nuevo. Durante los últimos años el examen de algunos esqueletos muy bien
conservados tanto en Etiopía y Tanzania al este, como en el Chad al oeste de la
gran falla africana han confirmado que durante un tiempo relativamente corto –
unos pocos millones de años – las especies de los primates han demostrado una
creatividad continua, como si estuvieran en busca de una superación.
Los primates
Se debe mencionar, en especial, un grupo de estos primates conocidos como
los Australopítecos (monos del sur), que tenían la misma capacidad cerebral que
los actuales gorilas, a pesar de ser mucho más pequeños. Los más antiguos eran
más pequeños (como 1,20 m) y delgados, pero posteriormente aparecieron
australopítecos “robustos” que alcanzaban 1,50 m y pesaban unos 50 kg, con unos
músculos masticadores impresionantes.
Entre los años doscientos mil y cien mil antes de nosotros empezó una nueva
evolución, afectando principalmente la cabeza, con nuevo aumento de la capacidad
del cerebro, que llevó la especie a la forma Homo sapiens. En África del Norte, Asia
y Medio Oriente, este Homo sapiens era casi idéntico a las razas actuales. En
Europa en cambio, Homo sapiens adquirió caracteres más rústicos y bestiales,
aunque su capacidad cerebral fuera la misma que la nuestra: éste fue el hombre
de Neandertal , el que duró hasta los años treinta mil antes de Cristo, siendo
sustituido lentamente por un Homo sapiens de la otra clase venido de Oriente, el
llamadohombre de Cro-Magnon .
Con esto se termina la evolución biológica del hombre, teniendo presente que su
evolución seguiría en adelante en el plan social y cultural. En el lapso que va de los
primates arborícolas hasta el hombre, o sea, durante los últimos treinta millones de
años, lo que llama más la atención es el crecimiento del cerebro. Pero la correlación
entre las diversas funciones del cuerpo es tal que este crecimiento exigía una
reordenación de todo el equilibrio y la estructura del individuo. Cuatro factores
fueron igualmente necesarios para la hominización de los primates:
Las ciencias naturales no pueden fijar la frontera entre el animal y el hombre, pues
solamente los observan desde lo exterior. Pero los científicos, usando como
nosotros los criterios de la sabiduría común, se fijan en esas adquisiciones del
hombre: la fabricación y el uso de las herramientas, la aparición del lenguaje y las
manifestaciones del sentimiento religioso y artístico.
También muchos pensaron que era propio del hombre no temer el fuego y saber
producirlo y conservarlo. En ese caso habría habido hombres verdaderos desde los
comienzos de Homo erectus , el que usó el fuego, o sea, un millón y medio de
años atrás. También muchos piensan que Homo erectus fue el primero en tener
desarrollada la parte del cerebro que contiene el centro del lenguaje, y eso sería
una prueba de que hablaba. Se ha notado que Homo erectus escogía sus piedras
por sus calidades no solamente técnicas, sino también estéticas. Más todavía, el
examen de los cráneos del sinantropo (o sea: hombre de China), que era un homo
erectus , restos que datan de unos cuatrocientos mil años, hace sospechar a
algunos que hayan sido sometidos a ritos religiosos.
Pero, tal vez la aparición del hombre verdadero, dotado de espíritu, no coincida con
tal o cual etapa de la clasificación en homo habilis, homo erectus, homo sapiens.
Estas denominaciones se fundamentan en las características de los esqueletos que
se han encontrado y no son más que etapas aproximadas dentro de la evolución
biológica. Mientras tanto el progreso real de nuestra raza era de orden cultural y
psicológico.
El despertar del espíritu puede haber tenido lugar dentro de una de estas especies
sin afectar a todos los individuos de esta especie. Posiblemente se produjo dentro
de grupos prehumanos a raíz de crisis que conmovieron profundamente a varios
individuos, y posteriormente la propagación de esta chispa pudo asemejarse a la de
ciertas tomas de conciencia dentro de la historia. ¿Quién sabe, y cuál fue la
intervención del Dios que hace milagros y resucita a los muertos? Si, como lo
observa la Biblia, no sabemos por qué camino la persona humana se introduce en
la mujer embarazada (Pr 30,19), menos todavía sabemos por qué caminos vino a
alojarse en los primeros seres humanos.
El enderezamiento ha dado la pauta del proceso; ha sido el primer gesto liberador, fuente
lejana de actitudes libres y de relaciones personales. Como tal se ubica perfectamente dentro
de la gran revelación bíblica que presenta la historia divina del hombre como hecha de
liberaciones y rupturas, mediante las cuales el hombre se salva , o sea conquista
plenamente su persona - aunque nunca sin una mirada ajena en la que descubrió el amor.
La prehistoria en Palestina
La época mousteriana
La mayor parte de la evolución que permitió a la raza humana liberarse de sus
antepasados animales se produjo en ambas orillas del Ghor, la gran depresión
que se extiende desde Siria hasta los Grandes Lagos africanos. Las excavaciones
efectuadas en Palestina, y más precisamente en Galilea, han llevado al
descubrimiento de restos humanos que constituyen eslabones muy importantes
en la génesis de nuestra raza.
Ubeidiyeh
Importantes informaciones sobre la evolución
del Homo erectus han sido proporcionadas por los
trabajos arqueológicos de Oubeidiyeh en Palestina.
Varias excavaciones realizadas a algunos kilómetros al
sur del lago Tiberíades, han revelado una presencia
humana que duró aproximadamente de 1.300.000 a 700.000 años.
Por consiguiente, hace unos 850.000 años, algunos hombres comenzaron a tallar
la piedra propia del lugar (basalto, caliza y silex) para hacer utensilios. Vivían al
borde de un lago de agua dulce en zonas pantanosas cuyos contornos variaban
según las fluctuaciones de la temperatura y de la pluviosidad. Las laderas de las
mesetas que lo dominaban estaban cubiertas de bosques, más allá prevalecía la
sabana. Su alimentación provenía esencialmente de los venados, caballos,
gacelas, e hipopótamos que cazaban en dicha zona. Y ésto duró unos 600.000
años.
Las relaciones comerciales se extienden fuera del país, las minas de la Araba de
las cuales se extraía el cobre en los siglos anteriores son abandonadas porque ese
metal es ahora importado. En cambio, el aceite de oliva de Palestina se vende en
Egipto. Dentro de las ciudades la vida se organiza, y se produce una
diferenciación de labores: las ciudades tienen sus templos y sus palacios. Si bien
se ha logrado la unidad étnica y lingüística de Siria meridional y de Palestina, esa
región continúa sin embargo parcelada en numerosos pequeños estados que se
enfrentan con frecuencia.
Parece que a partir de la tercera dinastía egipcia (hacia el 2.700), los faraones
tuvieron que actuar con autoridad con aquellos a los que los textos egipcios
llamaban los “asiáticos”. Y así es como el Antiguo Imperio de Egipto, en un último
esfuerzo antes de su derrumbamiento, lanzó bajo el reinado de Pepi I varias
expediciones punitivas a Palestina que tuvieron como resultados el
desmantelamiento y la ruina de numerosas ciudades fortalezas cuyo creciente
poder inquietaba a Egipto; eso ocurría alrededor del 2.250 a.C.
Los Hicsos
Según toda probabilidad esta región en pleno desarrollo fue el lugar del que
salieron los Hicsos, unos jefes militares que se abalanzaron sobre Egipto durante
el siglo 18 a.C., fundando allí dinastías extranjeras en el delta y en el curso medio
del Nilo. En los textos egipcios el vocabulario empleado para referirse a esos
invasores era el que se utilizaba desde hacía siglos para designar a los habitantes
de Siria y Palestina.
Pero el nombre que llegó hasta nosotros es el de Hicsos. Nos ha sido legado por
Manetón, un sacerdote del santuario de Heliópolis, que escribió las Crónicas de los
Faraones alrededor del año 300.
Durante los dos siglos en que los Hicsos se sentaron en el trono del Bajo Egipto,
los movimientos de los nómadas de Palestina hacia el delta del Nilo se vieron
probablemente facilitados: “los habitantes de las arenas”, la “gente del Retenu”,
para usar las expresiones egipcias, aparecían como menos sospechosos a una
administración faraónica al servicio de extranjeros. La migración de Abrahán a
Egipto y la promoción de José en el país del Nilo guardan de alguna manera el
recuerdo de esos acontecimientos. En esos relatos populares, leídos y releídos a
lo largo de los siglos, en contextos culturales a veces muy distintos, la Biblia nos
transmite un eco de la situación de los nómadas del Cercano Oriente durante el
segundo milenio, y es allí donde tiene sus orígenes el Pueblo que Dios llamó a la
Alianza.
Una relectura
Sólo en el curso del primer milenio a.C. fueron puestas por escrito las tradiciones
relativas a los Patriarcas. Pero para ese entonces la experiencia espiritual de
Israel había ya progresado: el tiempo en el desierto, las hostilidades con Canaán,
los comienzos de la monarquía fueron otros tantos lugares donde Dios hablaba
por sus Profetas. La mirada, pues, que se dio a los patriarcas, su historia y su
vocación, durante este período real, estuvo profundamente influenciada por ese
enriquecimiento espiritual. Es lo que se llama el
fenómeno de “relectura”.
El Éxodo de Moisés
Fue entonces cuando algunos de esos clanes salieron al desierto bajo el pretexto
de ofrecer un sacrificio conforme a sus costumbres ancestrales, y se fugaron. Bajo
la conducción de Moisés, evitando el camino más directo pero también más
controlado por Egipto, el camino del mar, se sumergen en las sendas utilizadas
por los convoyes de prisioneros condenados al trabajo de las minas de turquesa
de Serabit-el-Khadim, y llegan hasta el macizo granítico del sur de la península.
Fue en el transcurso de ese largo camino cuando Dios multiplicó para ellos las
señales de su fidelidad. Los libros del Éxodo y de los Salmos nos cuentan bajo
diferentes formas las maravillas de Dios a orillas del Mar al que el texto bíblico
llama Mar de las Cañas.
La elección de Israel
La salida de Egipto irá ligada a la revelación del Horeb, la que dará a ese pueblo
recién nacido su verdadera identidad: Yavé se ha ligado a ti, y te ha elegido… por
el amor que te tiene y para cumplir el juramento hecho a tus padres. Por eso,
Yavé, con mano firme, te sacó de la esclavitud y del poder de Faraón, rey de
Egipto (Dt 7,7).
El Horeb
En el Horeb Dios se revela: “Yo soy Yavé, Yo soy: YO-SOY” (Ex 3,15)
En el Horeb Dios da la Ley al pueblo que se ha elegido. Observar esa ley será para
él la manera de expresar su fidelidad al llamado único que ha oído al pie de la
Montaña Santa.
El encuentro en Cadés-Barne
Josué
Será Josué quien hará cruzar el Jordán al pueblo de
inmigrantes que Moisés condujo desde Egipto hasta el
Monte Nebo. Él lo introducirá en la Tierra Prometida.
El libro de Josué nos presenta una conquista sistemática del país llevada a cabo
por Josué a la cabeza de las tribus; pero de hecho las cosas pasaron de manera
muy diferente debido a dos razones. En primer lugar, como lo confirman las
excavaciones arqueológicas, sólo algunas tribus del sur se vieron afectadas por el
exilio a Egipto y los posteriores retornos a la tierra de Canaán. Por otra parte, los
clanes nómadas estaban en situación de inferioridad frente a los ocupantes de las
ciudades; al abrigo de sus fortificaciones, los cananeos, poseían armas de guerra
y carros terribles; en cuanto a los filisteos eran expertos en la metalurgia y sus
ciudades portuarias les permitían el comercio de los metales.
Jefes carismáticos
La obligación impuesta a unos y a otros de vivir juntos en una misma tierra
produjo ciertamente muchos choques. Lo que va a salvar el porvenir de las tribus
de Israel será tanto la agresividad de unas de ellas (pensemos en la tribu de
Efraím cuyas hazañas son contadas en el libro de Josué) como, y sobre todo, su
confianza en la ayuda de Dios que experimentaron muchas veces.
David
Saúl fue un rey de transición, pero la elección de David
por Dios y su consagración por Samuel marcan un giro
decisivo en la historia de Israel. Apenas ascendido al
trono, David se esfuerza por restaurar la unidad de las
tribus que acaba de volar en pedazos después de la
muerte de Saúl. Para evitar cualquier favoritismo, conquista su capital, que no
figuraba en el catastro de ninguna tribu. La ciudad había permanecido hasta esos
días en manos de los jebuseos, una rama de la gran familia cananea. David se
apodera de ella, y será Jerusalén. La ciudad será tanto la Ciudad de David como
la Ciudad de Dios: de ahí que el primer acto del rey es ordenar que ascienda el
arca de la Alianza a su nueva capital.
Los primeros años de David están consagrados a las guerras que le permiten
imponerse primero como único soberano de Israel y luego como líder de Siria y
Palestina. Por algunos años impone la “paz israelita” a todos sus vecinos. La
población israelita domina pues el país, mezclada con los pueblos más antiguos,
filisteos y sobre todo cananeos, los que no desaparecerán y que recuperarán el
poder en cuanto se lo permita la ocasión. Si bien Israel impone en adelante su
ley, la cultura cananea persiste y las denuncias de los profetas son testigos del
importante papel que desempeñaban las culturas cananeas hasta mucho después
del Exilio en la vida cotidiana del pueblo elegido.
Entre los hijos de David, nacidos de diferentes mujeres, se desata la lucha por el
poder, hasta que Salomón se queda con él, gracias al apoyo del profeta Natán
que ve en él el amado de Yavé. Pero su ambición y su ansia de aparentar lo
empujan a una política de prestigio: se casa con mujeres extranjeras, hasta una
hija del Faraón entra al harén real. Acoge a la reina de Saba, establece alianzas,
comercia con el Asia Menor. Esta política en la que el gusto por el lujo va unido a
los compromisos atrae tanto los reproches de Dios como la cólera del pueblo.
El pueblo está cansado de los trabajos forzados cada vez más numerosos, del
látigo de los capataces de obras; por eso a la muerte de Salomón estalla el
conflicto. Ante las reclamaciones de los jefes de tribus, que fueron a Siquem a
exponer la causa del pueblo, el joven rey, Roboam, endurece su postura; la
reacción es inmediata, se produce la secesión de todas las tribus del norte. Se
unen a Jeroboam que hace de Siquem su capital.
Un cisma religioso
La ruptura política que acababa de suceder iba a
producir también un cisma religioso: Jeroboam
construyó santuarios… también decretó una fiesta que
se celebraba el 15 del octavo mes, semejante a la que
se celebraba en Judá (1Re 12,26).
El reino de Israel
El reino de Judá
Hija de Ajab, rey de Israel, de origen fenicio por su madre Jezabel, Atalía pensó
que había masacrado a todos los descendientes del rey, pero el más joven se
salvó (2Re 11,1). Cuando el principito tuvo siete años, el sumo sacerdote
organizó un complot. El niño fue coronado y la abuela ejecutada: la dinastía de
David recuperaba sus derechos.
Ezequías
Los profetas
La historia del reino de Judá no habría tenido una tal significación si los cuatro
siglos de su historia, desde el rey David hacia el año 1000 hasta el Exilio el año
587, no hubiesen sido el tiempo de los profetas, o al menos, de los más grandes
de ellos. Y fueron los libros proféticos de la Biblia los que nos guardaron lo más
significativo de esa historia. Aun cuando su testimonio y sus llamados no lograron
detener la lenta pero inevitable decadencia del pequeño reino de Jerusalén,
hicieron de la alianza sellada en el Sinaí y de las promesas de Dios una fuerza
espiritual definitivamente enraizada en el pueblo de Israel. Sin ellos no podrían
comprenderse los continuos regresos de Israel a la Alianza que Dios le había a la
vez ofrecido e impuesto.
Las primeras manifestaciones de esa llama que permaneció viva en los peores
momentos fueron la gran Pascua de Ezequías y la reforma de Josías. Luego, será
la hazaña extraordinaria de la vuelta del Exilio. Por último será el apostolado
entre los paganos, que preparó la evangelización del mundo. Pero aquí nada
mejor que leer los libros sagrados.
La gran Pascua
Pero ese despertar religioso no duró más que algunos años. Luego vino el muy
largo reinado de Manasés, quien sólo quiso seguir la pendiente más fácil. La
preponderancia de Asiria se dejó sentir hasta en los asuntos religiosos y una vez
más las religiones importadas suplantaron el culto de Yavé hasta en su mismo
templo. Después de él vino su hijo Amón, quien siguió sus pasos y acabó siendo
asesinado por los militares. Pero entonces, igual que en los días de Atalía, los
elementos más sanos del “pueblo del país”, es decir, los burgueses de Jerusalén,
pusieron en jaque a los conjurados y sentaron en el trono a un hijo del difunto, un
niño llamado Josías.
La reforma de Josías
Después de la muerte de los reyes perseguidores, los fieles despertaron
lentamente. A lo mejor habían olvidado o escondido los libros sagrados. Un
acontecimiento fortuito contribuyó a estimular este despertar aún tímido: fue el
descubrimiento en un rincón del Templo del Libro de la Ley, que era, en realidad,
la primera edición del Deuteronomio. En el libro de los Reyes se lee el relato de
este acontecimiento que iba a ser decisivo. Era el año 622.
¿Cómo había Dios podido permitir que muriera Josías, el santo rey que había
llevado a cabo tales reformas? Ese escándalo marcó profundamente la reflexión
judía posterior y también el anuncio del Evangelio.
Muerto Josías, el reino no tuvo más orientación. Su hijo Joacaz sólo subió al trono
para ser encadenado por el faraón quien lo reemplazó por uno de sus hermanos,
Joaquim.
La cautividad y el regreso
Los babilonios prosiguieron con la política asiria con respecto a los países
vencidos: se trasladaban la flor y nata a otras provincias y se las reemplazaba por
extranjeros para así hacer imposible una revuelta. Junto con las clases dirigentes
fueron deportados los artesanos metalúrgicos. Las incesantes campañas de los
reyes de Babilonia para mantener a raya a Egipto, someter a los fenicios de Tiro,
controlar el corredor siriopalestino, contener a los Medos y los Persas en la
meseta iraní, y castigar cualquier intento de rebelión, precisaban de un
armamento renovado continuamente, en cuya fabricación participaban los
artesanos deportados.
Babilonia la Grande
Retomando el proyecto de su padre Nabopolasar, Nabucodonosor quiso hacer de
Babilonia la reina de las ciudades. El desarrollo económico fruto de una mejor
administración y el aporte de las riquezas expoliadas dotaron a Nabucodonosor de
los recursos necesarios. Trajeron cedros del Líbano para el nuevo palacio real; se
prosiguió con el arreglo y la decoración de la vía sagrada; los templos restaurados
fueron adornados con ladrillos barnizados y su mobiliario enriquecido con oro y
piedras preciosas; una de las siete maravillas del mundo registradas por
Estrabón, los famosos jardines colgantes, fueron diseñados y ejecutados por amor
a la reina. Todos los talentos fueron movilizados para gloria de Babilonia, y
muchos de los hijos de Israel aportaron sin duda, de buen o mal talante, su
concurso a esa gigantesca empresa.
Así habla Yavé, Dios de Israel, a todos los judíos que ha desterrado de Jerusalén a
Babilonia:
Hoy día parece evidente que cuando partieron a Babilonia, ya habían sido
redactados una parte de la Torá y los oráculos proféticos; los exiliados no se
fueron pues con las manos vacías y los escritos que llevaban les sirvieron para
estructurar su fe. Por otra parte, quienes encabezaban a los desterrados eran la
flor y nata del país; más instruidos, mejor preparados para organizarse. Esos
judíos, privados del templo y su culto, supieron cerrar filas en torno a la Ley y los
escritos proféticos, dando así inicio a un movimiento que iba a expandirse
después del regreso, cuando la sinagoga pasara a ser la célula básica de la
sociedad judía. Por último, los animaba una profunda convicción: ¿no eran ellos
acaso el pequeño Resto que había sobrevivido al desastre y al que Dios confiaba
ahora la responsabilidad de mantener contra viento y marea la esperanza de
Israel?
Uno de los generales de Ciro venció a los ejércitos de Nabónida el año 539 (el rey
mismo pereció en la batalla) y el nuevo amo del Cercano Oriente hizo su entrada
victoriosa en Babilonia, siendo aclamado por el clero de Marduk y los babilonios
que habían soportado hasta entonces el yugo del vencido.
Entonces los espíritus y los corazones se cierran. Por todos los medios los
“habitantes del país” tratan de poner obstáculos a la reconstrucción de un templo
que, junto con ser signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, también
es el instrumento de una política sectaria. Durante muchos años las quejas ante
las autoridades persas y las interminables discusiones con los judíos retardaron
los trabajos; sin embargo, bajo el impulso de los profetas Ageo y Zacarías, se
reanudaron los trabajos y el Templo fue consagrado el 1º de abril de 515.
No por eso terminaron las dificultades. Éste fue el comienzo de relaciones cada
vez más violentas entre los judíos que habían vuelto del exilio y los que pasarán a
ser los “samaritanos”. En esos años un tránsfuga de la familia del sumo sacerdote
de Jerusalén se establece en Samaria y levanta en el monte sagrado de aquella
ciudad, el Garizim, un templo rival del de Jerusalén (Jn 4,20) del que será el
sumo sacerdote.
Con las invasiones y la cautividad se había dejado de lado esa prescripción, y los
matrimonios con extranjeros habían pasado a ser una cosa corriente; esa
negligencia alcanzaba a todas las clases sociales. Esdras establece que la familia
será necesariamente judía (Esd 9,1—10,5).
Con las invasiones y la cautividad se había dejado de lado esa prescripción, y los
matrimonios con extranjeros habían pasado a ser una cosa corriente; esa
negligencia alcanzaba a todas las clases sociales. Esdras establece que la familia
será necesariamente judía (Esd 9,1—10,5).
El libro de Rut
Esta intrensigencia de la Ley no impedía, sin embargo, los contactos diarios con
los extranjeros: los diferentes intercambios de poblaciones que habían
acompañado las grandes invasiones habían hecho de la Palestina una verdadero
mosaico de pueblos. Por supuesto, el tiempo del Cautividad no había favorecido la
estima de los extranjeros en los que regresaban por fin a la tierra de sus
antepasados después de tantos años de servidumbre. Las dificultades
encontradas con los “habitantes del país” durante la reconstrucción del templo
habían exacerbado las reacciones hostiles; pero con el tiempo, el rencor
desaparecía poco a poco y la estima reemplazaba el desprecio. Un eco de ello se
encuentra en el libro de Rut escrito en dicha época.
La victoria y la muerte
Siempre en persecución de Darío, el conquistador atravesó las llanuras del
Éufrates y del Tigris. Entró victorioso en Babilonia, ascendió las pendientes de la
meseta iraní… Su cabalgata iba a conducirlo a las fuentes del Indo. Cansados de
tantas campañas, los hombres de Alejandro lo obligaron a retornar a las llanuras
de Mesopotamia. Mientras comenzaba a organizar ese imperio y trataba de
realizar la simbiosis de macedonios y persas, la fiebre lo derribó en Babilonia: era
el 323, y el príncipe no había todavía celebrado su trigésimo tercer
cumpleaños.
El imperio desgarrado
Apenas muerto Alejandro, sus amigos de infancia y compañeros de armas se
repartieron el imperio y comenzaron a desgarrarse entre sí. Cuando al final se
restableció la paz, tres dinastías se repartían el antiguo imperio de Alejandro: los
Antigónidas se quedaron con Macedonia, los Seléucidas se encontraban al frente
de un imperio que iba desde el Asia Menor a la Mesopotamia; Egipto, Palestina y
Fenicia formaban el reino de los Lágidas.
La tregua que les concedió Roma a los seléucidas fue de corta duración; dos
derrotas sucesivas, en las Termópilas en 191 y en Magnesio al año siguiente,
obligaron a Antíoco III a firmar la humillante paz de Apameo. Le fueron quitadas
sus posesiones de Asia Menor y entregadas a Rodas y Pérgamo, aliados de Roma.
Roma entraba pues en el Medio Oriente; luego de haber reducido el poderío
seléucida, iba a organizar en su beneficio toda el Asia Menor.
Antíoco IV Epífanes
Antíoco III murió dejando el trono a su hijo, Seleuco IV Filopator. El nuevo rey
reinó una docena de años al cabo de los cuales fue asesinado. Su hermano
Antíoco se hizo entronizar bajo el nombre de Antíoco IV Epífanes. A las divisiones
internas se agregaba la presencia cada vez más pesada de Roma: por el tratado
de Apamea, los seléucidas habían perdido la parte occidental de su imperio, y si
bien se habían anexado Palestina, tenían que tomar en cuenta a Egipto, al que
apoyaban los romanos.
El sacrilegio
En 168 Antíoco se dirigió hacia Egipto y triunfó sin
problemas de Tolomeo VI Filometor. Pero
inmediatamente un emisario del Senado romano le dio
un ultimatum: tenía que abandonar Egipto. Como
Antíoco volvía a sus tierras y le faltaba el dinero para
pagar sus tropas, recurrió a un método conocido: como
todos los templos poseían un tesoro, metió sus manos
en el del templo de Jerusalén. La cólera de los judíos no
tardó en manifestarse. Antíoco respondió con una violenta persecución contra
todos los que seguían apegados a la Ley: profanó el Lugar Santo, prohibió el culto
israelita, sustituyéndolo por el de Zeus Olimpo, y despachó a sus soldados a los
campos para imponer sus decretos. Fue entonces cuando se formó un grupo de
resistencia en torno al sacerdote Matatías y pronto la rebelión tomó el aspecto de
una guerra de independencia.
Mientras tanto había muerto Antíoco IV, dejando un hijo de tan solo ocho años.
Lisias, que entre tanto se había proclamado regente del reino, decidió asestar un
golpe definitivo. Judas y los suyos fueron derrotados y Jerusalén quedó en una
muy mala situación. Afortunadamente las disensiones entre Lisias y Filipo, a quien
Antíoco IV en su lecho de muerte había confiado el reino, salvaron a la Ciudad
Santa.
Lisias entonces propuso a su rey que firmara la paz con Judas para tener las
manos libres de ese lado y se llegó a un acuerdo. Es muy probable que ese año
haya sido publicado el libro de Daniel, obra de uno de los maestros de la Ley que
habían sufrido la persecución. Los acontecimientos más recientes y el fin de la
persecución eran para él nada más que el preludio de una justicia de Dios que iba
a dejarse caer sobre el perseguidor y poner a su pueblo por encima de todas las
naciones.
Jonatán (160-143)
Las intrigas de palacio y los asesinatos llevaron al trono al hijo de Seleucos IV
quien reinó con el nombre de Demetrio I Soter; con él los partidarios de los
“griegos” acorralaron al partido de la resistencia. Fue entonces cuando Jonatán
aceptó asumir el la sucesión de Judas (1Ma 9,23).
El doble juego
Demetrio quiso ofrecerle más aún, pero Jonatán no le hizo caso. Un tiempo
después moría ese rey en un combate con Alejandro Balas; este último murió a su
vez en 145 y Demetrio II, hijo de Demetrio, reinó sin oposición. En Jerusalén
Jonatán continuó con su doble juego entre los diferentes pretendientes al trono;
terminó cayendo víctima de una celada en Tolemaida y fue ejecutado poco
después (143).
Simón, otro hijo de Matatías continuó la lucha contra los Seléucidas, expulsó
definitivamente a la guarnición griega que ocupaba todavía la ciudadela de
Jerusalén, y al apoderarse del territorio de Jope, consiguió una importante
entrada al Mediterráneo; obtuvo de Antioquía la exención de todos los impuestos,
y fue el primero en acuñar su propia moneda.
Simón recibió el título de Príncipe y Sumo Sacerdote de los Judíos por un decreto
que emanaba de los judíos y los sacerdotes, datado en 140. De ese modo, la
comunidad judía recuperó bajo la autoridad de Simón una total autonomía tanto
en el plano religioso como en el político.
Tal elogio del gobierno de Simón quisiera hacernos olvidar que muchos judíos
veían con malos ojos que el poder militar, político y religioso estuviera todo
reunido en las manos de un soberano extraño a la dinastía de David como a la de
Sadoc.
En efecto Simón, como su hermano Jonatán, era sacerdote, pero no era del
linaje de Sadoc, el único habilitado por una tradición ancestral a dar un sumo
sacerdote a Israel: por eso pasaba a los ojos de los elementos más religiosos de
la comunidad, los Hassidim , por un sumo sacerdote ilegítimo. A eso se agregaba
su condición de comandante en jefe que lo hacía contraer numerosas impurezas
rituales incompatibles con la dignidad sacerdotal. Las ambiciones políticas y el
declive moral de la dinastía real bajo los siguientes reinados hicieron el resto:
esos Hassidim se distanciaron desde entonces cada vez más del poder político y
formaron el movimiento fariseo (losseparados ).
Por las mismas razones, un cierto número de laicos y sacerdotes se alejaron del
templo de Jerusalén y se instalaron a orillas del Mar Muerto para llevar allí una
vida de fidelidad total a la Ley de la Alianza, dando así origen a la Comunidad de
la Alianza, más conocida con el nombre de Comunidad de Qumrán.
Habiendo sido asesinado Simón por su yerno, y con él dos de sus hijos, el
tercero, Juan, logró escapar a los asesinos (1Mac 16,21) y el sistema dinástico
funcionó: Juan subió al trono bajo el nombre de Juan Hircano I.
Puesto que el cargo de sumo sacerdote había sido asumido por el soberano, la
aristocracia sacerdotal se veía obligada a entrar en componendas con el poder
político que se apoyaba cada vez más para la administración del país en notables
abiertos al helenismo.
Alejandra (76-67)
Al morir Alejandro Janneo, su viuda, Salomé Alejandra, ejerció el poder según él
mismo lo había decidido. Pero como ella no podía ser “el” sumo sacerdote, confió
ese cargo al mayor de sus hijos, Juan Hircano II. Durante los nueve años que
reinó su reinado, Alejandra condujo con habilidad los asuntos del reino.
Con el apoyo de la reina los fariseos habían entrado en el gran Consejo del
Sanedrín, que hasta entonces estaba sólo abierto a los Ancianos y a la aristocracia
sacerdotal (los saduceos). Su acceso al poder se realizó a costa de los saduceos.
Un grupo de descontentos encontró un líder en la persona de Aristóbulo II, el
hermano del sumo sacerdote. Se puso al frente de la oposición al gobierno de su
madre, impugnando la creciente influencia de los fariseos en los asuntos del país.
Salomé Alejandra supo todavía evitar lo peor, pero cuando murió en 67 las
diferencias llevaron a la guerra civil.
Pero fue entonces cuando cierto Antipater, padre del futuro rey Herodes Magno,
se puso de parte de Juan Hircano; como conocía el poco ingenio de ese príncipe,
vio allí la oportunidad de satisfacer sus propias ambiciones. Conocía bien la
Nabatea; convino pues con el rey Aretas de Nabatea que entregaría a éste las
ciudades que le habían sido arrebatadas por Alejandro Janneo a cambio de la
ayuda armada que aportaría a Juan Hircano. Aristóbulo debió replegarse a
Jerusalén donde se encerró, asediado por las tropas de Aretas y de Hircano.
El imperio romano
Desde hacía algunos años el imperio romano en plena expansión había puesto su
pie en el Medio Oriente. Pero en ese momento, en Roma, se manifestaban
rivalidades de poder que iban a llevar a la República a su fin (88-82).
Pompeyo en Oriente
Cuatro años más tarde, Gabinio, procurador de Siria, dividió los territorios
confiados a Hircano en cinco distritos que puso bajo la autoridad directa de la
provincia. Seforis fue entonces erigida como la ciudad principal del distrito de
Galilea.
Ante la invasión parta, Herodes buscó refugio en Roma. Pronto se ganó allí la
estima de Antonio y de Octavio, y maniobró con tal habilidad que fue nombrado
por el senado rey de los judíos; pero por ese entonces tal reino estaba en manos
de los partos. Con el apoyo de Antonio, Herodes logró reconquistar su reino. Pero,
mientras tanto, Octavio y Antonio se habían convertido en enemigos. La derrota
de Antonio y de Cleaopatra en la batalla de Actium (31) dejó a Octavio dueño de
la situación.
La reforma de Augusto
Antes que efectuar nuevas conquistas Augusto prefirió fortalecer las fronteras y
pacificar las provincias. En el marco de una amplia reforma, retiró de la autoridad
del Senado a las provincias difíciles de gobernar o de anexión más reciente; éstas
serían gobernadas por un legado que dependería del emperador. Ese sería un día
el caso de Siria-Judea. El legado era asistido por un procurador para los asuntos
financieros y fiscales.
Herodes magno
Un personaje complejo
El modelo grecorromano
En este reino de Herodes Magno se ubica, dos años antes más o menos de su
muerte, un acontecimiento del cual no habló ningún medio publicitario de la
época, tan insignificante era a los ojos de los hombres: en un humilde pueblecito
de Judea, María dio a luz al que había concebido del Espíritu Santo, Jesús, Hijo de
Dios, Salvador. Así se cumplía plenamente la promesa hecha a Abrahán,
recordada por los Profetas y conservada por los humildes de Israel a lo largo de
una historia a la vez rica y dramática.
La herencia repartida
Poco antes de su muerte, Herodes dividió su reino entre los dos hijos de Maltaqué
y Filipo, nacido de una quinta esposa. En cuanto murió, Arquelao, hijo de
Maltaqué, se creyó en posesión de la corona antes incluso de que el testamento
de su padre fuese ratificado por Roma; por eso mismo desencadenó una reacción
de increíble violencia. Palestina se vio sumida en la confusión más espantosa y
presa de bandas rivales.
Los tres hermanos regresaron; Augusto ratificó las disposiciones del padre, pero
con algún descuento. Le negó a Arquelao el título de rey, sólo sería etnarca de
Judea, de Samaria y de Idumea; Herodes Antipas pasaba a ser tetrarca de Galilea
y Perea; y Filipo, tetrarca de Gaulanítides, de Batanea y de Traconítides,
territorios situados al este del Jordán.
Filipo
Herodes Antipas
El tetrarca se instaló en un primer momento en Séforis, la capital de Galilea. El
estado en que la represión de Varo había dejado a la ciudad, después de la
rebelión que siguió a la muerte de Herodes Magno, lo movió a darse una nueva
capital. Mandó edificar en la ribera occidental del lago un palacio en cuyo derredor
iba a construirse Tiberíades, nombre elegido en homenaje al nuevo emperador.
Todo parecía augurarle a Antipas un reinado sin historia. Pero tenía un medio
hermano, Herodes-Filipo, que se había casado con su prima Herodíades. Prudente
en esos tiempos difíciles, ese Filipo permanecía al margen de la vida política. Pero
la mujer, ambiciosa intrigante, no aceptaba vivir con un hombre sin ambiciones.
Actuó pues tan bien que Antipas, que también era su primo, repudió a su mujer
para casarse con ella. La princesa desposeída era hija del rey Aretas de Nabatea;
furioso, el suegro se puso en campaña e infligió a su yerno una derrota que se
habría transformado en catástrofe sin la intervención de Vitelio, legado de Siria
(36).
La nueva reina, descontenta de ver a Herodes sólo como tetrarca, quería para él
la corona real. Intrigó por eso ante el emperador Calígula (37-41), pero el romano
tenía reservado ese honor para un amigo más querido, Herodes Agripa I; irritado
Calígula, depuso a Antipas (39) y lo mandó desterrado junto con Herodíades.
Agripa
El emperador Calígula había ya manifestado sus favores a Herodes Agripa, nieto
de Herodes Magno y de Mariamne, nombrándolo rey de la antigua tetrarquía de
Filipo (37). El 39, agregó a su reino la tetrarquía de Galilea quitada a Antipas, y
cuando el 41 Claudio sucedió a Calígula que acababa de ser asesinado, Agripa
recibió además del nuevo emperador el antiguo territorio de Arquelao, es decir,
Judea, Samaria e Idumea. Durante su breve reinado, próspero y sereno, supo
aliar su gusto por el helenismo con el respeto por el judaísmo.
Crecimiento de la Iglesia
El libro de los Hechos de los apóstoles atribuye la dispersión de los cristianos en
Judea y en Samaria a la persecución y al martirio de Esteban. La nueva
persecución, que estalla más o menos diez años después y de la cual Santiago
será la primera víctima, da un nuevo empuje al movimiento misionero de la
Iglesia primitiva, la que descubre, a lo largo de la persecución, la originalidad y la
riqueza de su fe en Jesucristo Hijo de Dios Salvador.
Durante esos años, Saulo, discípulo del gran rabino Gamaliel, descubre, a la luz
del Resucitado que se le revela en el “camino de Damasco”, el sentido último de
la vocación de Israel, la que expresa fuertemente en la carta a los Efesios: “En él
fuimos elegidos; Aquél que actúa en todo según su libre voluntad había decidido
en efecto ponernos aparte. Nosotros debíamos llevar esa espera del Mesías, para
que de allí resultara al final la alabanza de su gloria” (Ef 1,11-12).
Desde entonces, Pablo lleva ese mensaje de salvación “hasta los confines de la
tierra”. Sube a Antioquía de Siria, capital entonces de la provincia romana de
Asia, una ciudad muy populosa – tenía alrededor de 500.000 habitantes –, una
ciudad cosmopolita donde había surgido muy pronto una comunidad cristiana, en
la que los creyentes de origen pagano eran más numerosos que los provenientes
del judaísmo. La presencia de Bernabé, enviado por la iglesia de Jerusalén,
confiere a la comunidad de Antioquía su autenticidad. Luego de pasar un año en
Antioquía, Pablo junto con Bernabé parte rumbo a Chipre y de allí se dirige a Asia
– es decir a Asia Menor con sus diversas provincias.
Todo eso se lleva a cabo entre los años 46 y 58, bajo los reinados de Claudio y de
Nerón.
A lo largo de esta larga ruta que lo conduce hasta Roma, Pablo evangeliza y funda
comunidades cristianas con las cuales mantiene el contacto pastoral mediante
notables escritos de fe, de rigor de pensamiento y de presencia en sus problemas
cotidianos; estas son las “epístolas de Pablo”.
La tensión aumenta
La “Primera Rebelión”
Una gresca entre griegos y judíos cerca de la sinagoga prendió la mecha. El
conflicto se extendió rápidamente a las ciudades y a Jerusalén; en noviembre del
66 el país soliviantado contaba con más de 50.000 combatientes. Cestius Gallus,
legado de Siria, vino a retomar Cesarea. Pronto dio la impresión de que la calma
había vuelto al norte del país; los romanos subieron entonces a Jerusalén a la que
pusieron cerco. Mal informado, Cestius levantó el sitio, y los judíos se
aprovecharon para lanzarse sobre el enemigo en retirada y hacerlo pedazos. El
emperador Nerón reaccionó inmediatamente y despachó a Vespasiano, “ese
guerrero infatigable” de que habla Tácito. Con la legión que comandaba
personalmente, las dos legiones que su hijo Tito le trajo de Egipto y la que ya
estaba en el lugar, disponía de 60.000 hombres.
La toma de Jerusalén
Tito estableció su campamento en Guibea, a 5 kilómetros de Jerusalén. A
pesar de que disponía de un formidable ejército, la ciudad era difícil de
tomar y sus defensores estaban resueltos a todo. Pero la concordia no
reinaba entre los insurgentes. Cansados del despotismo de Juan de Gischala que
ocupaba Jerusalén desde el año 67, los habitantes acogieron con alegría a un
nuevo jefe, Simón bar Giora. Juan y sus zelotes se refugiaron entonces en el patio
del Templo. Se asaltaban y se mataban entre judíos; traiciones, incendios…
Después del fracaso de un ataque por la fuerza, Tito pone sitio a la ciudad. A fines
de mayo del 70, el muro noroeste que circundaba la ciudad cede; luego es
conquistado el terreno hasta el segundo muro que también cede. La fortaleza
Antonia es finalmente conquistada en julio y el 29 (era el mismo mes de Ab, en
que Nabucodonosor se había apoderado de Jerusalén) el Templo es tomado por
asalto e incendiado. En septiembre los últimos insurgentes, diezmados por el
hambre, fueron arrojados fuera de la ciudad alta donde se habían reagrupado.
El fin de la rebelión
Bar Kochba
Reconocido como Mesías por el ilustre rabino Rabbi Aquiba, y apoyado por el
sacerdote Eleazar, Simón extendió su movimiento por todo el país. Sorprendidos,
los romanos se replegaron tras las fronteras, dejando el campo libre a los
revoltosos. Jerusalén fue liberada, se acuñó moneda, se restableció el culto; pero
no fue más que una ilusión. Las legiones contraatacaron y el levantamiento fue
aplastado más terriblemente aún que en los días de Tito. A comienzos del 134
cayó Jerusalén y los romanos no tardaron en desalojar y masacrar los grupos de
resistencia que habían buscado refugio en las grutas excavadas en las quebradas
que descienden del desierto de Judá al Mar Muerto.; Bar Kochba murió en un
último combate, y Roma tomó el país en sus manos, borrando incluso el recuerdo
del pasado: Judaea sería en adelante Palestina .
Cristianos en Palestina
En un comienzo, la comunidad cristiana de Jerusalén
estuvo compuesta por judíos de Palestina; formados en
la escuela de los profetas, alimentados por las palabras
de los profetas, habían reconocido en Jesús de Nazaret
el Mesías anunciado a sus padres. Para esos “cristianos
de la circuncisión” – como a menudo se los designará para distinguirlos de los
cristianos de origen pagano – la Ley no ha sido abrogada sino transfigurada. No
descuidan nada de las observancias prescritas por la Tora, pero su fe en Cristo los
hace sospechosos a los ojos de los demás judíos, y los conflictos son entonces
frecuentes. Se sabe que, al estallar la primera rebelión judía, los judío-cristianos
de Judea buscaron refugio en Samaria, y luego en Pella en Transjordania (Mc
13,14), manteniéndose así al margen de las hostilidades.