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IVAN THAYS
Escritor. Su última novela es La disciplina de la vanidad.
plantas por su nombre científico. En un momento dado, los primos
terminan enlazados y él se fija en cómo le cae el pelo largo y en
desorden sobre la delgada clavícula. Y la olfatea.
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Atrapar nínfulas en la literatura, el cine, la fotografía o la
pintura es un ejercicio tan placentero —aunque menos
perturbador— como puede ser atraparlas en la vida real. El mismo
Nabokov era experto en eso. Humbert Humbert, el protagonista de
Lolita y un exegeta en nínfulas, comenta que además de un amor
trunco en la playa, fue la lectura de un poema perturbador de
Edgard Allan Poe («Anabell Lee», en cuya primera estrofa se
habla de una niña junto al mar) lo que lo condujo al ninfulismo.
Como se sabe, Poe se casó con una prima suya cuando esta era
aún una niña de 13 años. Asimismo, aunque no lo dice
expresamente, insinúa la presencia de una nínfula en la
insospechada hermana de Gregorio Samsa. Tiene todas las
características de crueldad y belleza que debe tener una nínfula.
En la escena final, cuando todos viajan en un tren luego de la
muerte de Samsa, ella, que se ha quedado dormida, se despierta
súbitamente, se pone de pie y se despereza. Entonces, su cuerpo
aligerado del peso de la culpa deja asomar al fin, triunfantes, el
respingo de dos nacientes tetitas que buscan estallar.
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me ofrece la bella criatura
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parece divertido anotar que Nabokov, en una conocida entrevista
de Opiniones contundentes, declaró sus diferencias entre sus
nínfulas y las de Carroll: «pequeñas nínfulas tristes y flacuchas,
arrastradas por el suelo y medio desvestidas, o más bien
semidespojadas de colgaduras, como si participaran en un juego
de adivinanzas polvoriento y terrible».) Al igual que las niñas
egurenianas, la Alicia de Carroll es risueña y feliz, traviesa,
curiosa, perturbadora y ligeramente cruel (esta descripción, por
cierto, la hago observando además un cuadro de Balthus, otro
insigne cazador de nínfulas, las que en sus cuadros estiran sus
piernas, se arrullan con gatos, se resbalan de sillones con flojera
envidiable y son acosadas por nanas retorcidas). Y, desde luego,
inocente. Una inocencia no exenta de cierta malicia, de sabiduría
que se pierde con el paso de los años. Porque el ninfulismo solo
perdura hasta los 14 años como fecha límite. Las hormonas y la
sociedad terminan exterminando a las nínfulas. Así termina Lolita,
embarazada y ambiciosa, un guiñapo promiscuo y convenido en
que quedó convertida al pasar por las manos y orgías del némesis
de Humbert Humbert, el viejo verde Quilty. Así también quedó
Alicia Lidell, abotagada y de mirada dura en las fotografías que
quedan de ella a los 18 años (hechas por una cazadora de
nínfulas femenina, la fotógrafa Margaret Cameron y sus niñas de
cabello enredado y mirada tan sosegada que parece triste).
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de prostitutas dentro de las cuales Lolita es solo una pieza
intercambiable y de poca duración. Siempre he querido ver en
Humbert Humbert y en Quilty dos álter ego, las dos caras de una
misma moneda. Porque ambos quedan decepcionados, al fin de la
novela, de la Lolita adulta y envilecida. Solo que uno asume esa
decepción como natural, mientras el otro siente una culpabilidad
que lo arroja al crimen. Porque el verdadero drama de Lolita es
ese: las nínfulas envejecen.