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Crónica de un club que encontró una gloria pequeña a la medida de sus modestas posibilidades.

El
Wigan volvió a salvarse del descenso en la Premier League y lo logró sin renunciar a su filosofía
futbolística.

En este último tiempo está de moda ensalzar a cualquier equipo humilde que da tres pases seguidos
y promoverlo a la categoría de “gran equipo”. No caeremos en esa tentación. El Wigan de Roberto
Martínez no es necesariamente un gran equipo, y es eso lo que lo hace interesante.

Más allá de manejar un presupuesto que sería la envidia de varios clubes argentinos, en el marco de
la multimillonaria Premier League, el Wigan Athletic Football Club representa uno de sus eslabones
menos ostentosos. Oriundo de una localidad en las afueras de Manchester dónde las pasiones
populares se inclinan mayormente hacia el rugby, las condiciones materiales de la institución lo
vuelven un lógico candidato a tener una estancia pasajera en la divisional de honor de Inglaterra.
Sin embargo, hace varias temporadas que el conjunto dirigido por Roberto Martínez consigue
mantener la categoría en las jornadas finales, en algunos casos luego de transitar la mayor parte del
torneo en posiciones de descenso directo, es decir, en las tres últimas de la tabla.

Esta capacidad de escape, que recuerda la de Platense en las décadas de 1970 y 1980, podría hacer
imaginar a quiénes no siguen los estamentos bajos de la Premier que el Wigan se trata de un equipo
rácano, ventajero, puntointeligentista (?), carente de virtudes futbolísticas más allá del mérito de
garantizar la permanencia de manera recurrente. Otros le habrán prestado atención a algunas
goleadas resonantes que sufrieron ante los equipos más renombrados del fútbol inglés, como el 1-9
ante Tottenham en 2009, y ante esa evidencia emitirán conclusiones escandalizadas acerca de las
diferencias entre los conjuntos encumbrados y los más débiles en las ligas europeas. Cualquiera de
esos estereotipos no le hace justicia al equipo de Roberto Martínez. Y hacemos hincapié en esta
atribución de pertenencia, porque es en su mandato que los rasgos de identidad que vuelven
interesante al Wigan se pusieron de manifiesto. Lo interesante en este caso son los métodos
mediante los cuáles el Wigan de Martínez ha garantizado su modesto objetivo. Antes de su llegada
la cosa no había sido muy distinta en resultados, o hasta incluso había sido algo mejor: algunas
temporadas con salvadas milagrosas del descenso, otras algo más relajadas arañando la mitad de
tabla. Hay que sopesar en esta comparación que la llegada del técnico español coincidió con la
partida al Manchester United del que era su mejor figura, el ecuatoriano Antonio Valencia. En ese
momento llegó cómo posible reemplazo (aunque no juegue estrictamente en la misma posición) el
colombiano Hugo Rodallega, quién no alcanzó los mismos picos de rendimiento.

Martínez, más allá de realizar inferiores en su país de origen, había jugado la mayor parte de su
carrera en el ascenso de Inglaterra, incluyendo un largo período en los Latics, apodo con el que se
conoce coloquialmente al Wigan. En el año 2007, a sus 34 años, comenzó a desempeñar en el
Swansea City esa entrañable institución british que es la de ser jugador-entrenador, pero finalmente
optó por abandonar la práctica activa del juego para concentrarse en su labor de director técnico.
Bajo su batuta, el conjunto galés que juega infiltrado (?) en las categorías inglesas, ascendió de la
League One (tercera división) a la Football League (segunda), desplegando un juego atildado y
ofensivo. Es en ese momento, a mediados del 2009, cuándo Martínez recibe el llamado de su viejo
club con la propuesta de hacerse cargo del mismo nada menos que en la Premier League. Hubo
algunas heridas en el camino cuándo aceptó el cargo, justamente él que había criticado a los
entrenadores que abandonaban el ascenso para irse a equipos más grandes. Caruso no inventaste
nada (?). Es cierto que su ligazón afectiva previa con el Wigan parece absolverlo de las acusaciones,
al menos con el beneficio de la duda, lo cual no evitó que en Swansea se refirieran a Martínez como
“El Judas” (así, en castellano en el original).

En ese momento ocurre algo muy significativo: el presidente de la institución, Dave Whelan, le
garantiza a Martínez su permanencia en el cargo por tres años, aún si les tocara perder la categoría
en ese lapso. En este gesto fundacional estaba ilustrado el espíritu que le daría un basamento sólido
al escarpado trayecto del Wigan por la Premier League. Fue en esa temporada inicial que sufrieron
la histórica derrota frente al Tottenham Hotspur que mencionábamos más arriba. O que asistieron
como convidados de piedra a la consagración del Chelsea de Carlo Ancelotti, con un
descorazonador 0-8. Sin embargo, un repaso minucioso por esa campaña nos permite descubrir que
en el cotejo como local ante el campeón se llevaron una victoria por 3-1, y que en la temporada
siguiente, al volver a White Hart Lane, el escenario de su mayor humillación, se llevarían una
improbable victoria con gol de Hugo Rodallega.. Y no solamente eso, sino que también rivales de la
talla del Liverpool y el Arsenal habían sucumbido en la 2009-10 ante el equipo más goleado de la
Premier. La victoria ante los Gunners fue especialmente emocionante, ya que levantaron un 0-2 con
tres goles en los últimos diez minutos.

Cabe hacer una digresión aquí para subrayar que los scores abultados en Inglaterra no remiten
solamente a una diferencia de nivel entre los contendientes, sino a una filosofía futbolística que
desconoce la práctica de levantar el pie del acelerador, ya sea para resguardar el físico o por
compasión hacia el rival. Basta que examinemos algunos guarismos, todos de la temporada que
acaba de terminar, que no involucran a los equipos débiles sino a los más importantes de la
división: Manchester United 8 Arsenal 2; Tottenham 1 Manchester City 5; Arsenal 5 Tottenham 2;
Tottenham 5 Newcastle 0; y por supuesto Manchester United 1 Manchester City 6, un encuentro
que a la postre resultaría clave en la definición del título por diferencia de gol. Todo eso en un sólo
año.

La oscilación de resultados del Wigan no hablaba de un mero carácter ciclotímico, de una


aplicación exasperada de la máxima de que “todo depende de cómo te levantás ese día”, sino que
era una consecuencia de la propuesta de juego impulsada por Martínez. Esa es la característica que
lo vuelve merecedor de estas líneas, mucho más que algún éxito que pueda resultar llamativo. El
Wigan intenta atacar en todos los partidos que juega, sea quien sea el rival. Y lo hace con una
propuesta de juego asociado, de pelota al piso, con un fuerte énfasis en la dinámica, según el cual
quiénes pasan el balón buscan inmediatamente desplazarse hacia una nueva posición y así ser ellos
una nueva opción de descarga. Hay que aclarar algo muy importante: casi nunca lo logra. Esto es lo
peculiar. Cuántas veces se elogia la coherencia de un equipo que no traiciona su idea de juego, y se
utilizan como ejemplo conjuntos que ganan el 90% de lo que juegan, y que sólo pueden demostrar
en el magro 10% restante su evidente superioridad moral (?). Incluso, estos clubes suelen ser
unánimemente elogiados cuándo esa testarudez tiene premio deportivo en los minutos finales del
juego que se había complicado. En cambio, en los casos en que la insistencia lleva a la derrota, los
discursos se dividen entre los que aplauden aún más sonoramente la lealtad a los principios y
aquellos que denuncian la falta de variantes tácticas como una falencia. Estos casos son
incomparables con el Wigan. Hay algo de romántico en un equipo que intenta jugar bien con un
material humano limitado (al menos para el nivel de exigencia que afronta), fracasa en ese intento la
mayoría de las veces, persiste de todos modos en esa búsqueda, yendo a contramano de la supuesta
evidencia de los números, y con las esporádicas ocasiones en las que sí consigue imponer sus armas
le alcanza para agarrar la sortija y conseguir una vuelta más en la calesita (?) de la Premier. Resulta
admirable esa persistencia de las convicciones cuándo las rachas negativas parecen refutarlas con la
obtusa evidencia de los resultados. En la Argentina, tenemos como contraste las experiencias
recientes de Ángel Cappa dirigiendo a River y a Gimnasia de La Plata. Equipos que arrancaban los
partidos con una propuesta audaz y vistosa, pero que abandonaban sus banderas apenas el trámite
de los cotejos no resultaba favorable y caían en la intrascendencia, cuándo no en la desesperación.

Las estrepitosas goleadas sufridas en contra por los Latics son por lo tanto una consecuencia
bastante esperable de su énfasis ofensivo. Sin embargo -y esta sería otra diferencia con el lirismo de
la derrota- Martínez nunca justificó esos tropiezos con el facilismo discursivo que erige a la
vocación de ataque en un pedestal ético. En cambio, siempre demostró mucha preocupación por las
falencias defensivas de su equipo, remarcando incluso que ciertas desatenciones y errores de
funcionamiento eran incompatibles con la permanencia en la Premier. Esa política dio sus frutos.
Después de arrancar la segunda temporada con Martínez al frente con 10 goles en contra en los dos
primeros partidos (0-4 ante el recién ascendido Blackpool y 0-6 ante el Chelsea), en el resto de ese
campeonato y en el siguiente ese tipo de caídas se volvió menos frecuente, más allá de algunos
traspiés abultados ante Manchester United (0-4 en 2010-11 y 0-5 en 2011-12) o Arsenal (0-4 en esta
temporada). Así, el Wigan dejó de ser el equipo más goleado de la categoría, sin por eso abandonar
lo esencial de su propuesta.

Si la exitosa saga del Barcelona de Guardiola le ha hecho retroceder varios casilleros al


resultadismo más rancio, hasta el punto de que los equipos supuestamente resultadistas de hoy en
día también juegan muy bien y tienen un enfoque ofensivo del juego, el bambinoponsismo
programático (?) se refugia en la proposición de que los conjuntos que afrontan la angustiante tarea
de no descender no podrían darse el lujo de jugar bien, de que el juego atildado no es para todos. El
Wigan demuestra lo contrario, o sea que sería un equipo kirchnerista (?). Por cierto que ningún
sistema de juego garantiza resultados. Por ejemplo, en la temporada 2010-11 el Blackpool también
afrontó la Premier League con una propuesta ofensiva -algo más vertical que la del Wigan- y no le
alcanzó para evitar el descenso. No estamos aquí proponiendo una mecánica infalible, que no podría
existir en el fútbol, sino desnudando la flaqueza de argumentos de quiénes creen que la afirmación
enfática de su desesperación por el éxito constituye una martingala para alcanzarlo.

Lo admirable del Wigan no es entonces su mera persistencia, a pesar de sus fracasos recurrentes,
sino que su filosofía de juego tiene un consecuencia muy positiva más allá de cualquier racha
negativa: cuándo el final del campeonato acucia y hace falta sumar de a tres, el Wigan no tiene que
cambiar ningún chip. En ese momento en el cual los profetas del puntito inteligente se dan cuenta
que cada tanto hay que ganar y tienen que modificar no tanto un esquema, sino la actitud hacia el
juego de planteles ya demasiado anquilosados en la racanería, allí el Wigan puede seguir en la suya,
con la experiencia que le dan un par de temporadas siguiendo esa impronta. Y aunque su idea
futbolística se plasme en la cancha muy esporádicamente, esas victorias tan necesarias siempre han
terminado apareciendo. No hay nada de milagroso en ese desenlace.

Así pudieron llevarse los últimos seis puntos en la 2010-11, cuándo la salvación parecía casi
imposible. En la 37° fecha les tocaba enfrentar a un West Ham también muy comprometido en la
lucha por la permanencia. A los 26 minutos los londinenses ganaban 2-0, ventaja con la que se
fueron al entretiempo. Sin embargo, en la segunda etapa, el Wigan tuvo una actuación soñada para
llevarse un 3-2, con un último gol de N'Zogbia en tiempo de descuento, que condenó a los
Hammers al descenso. A pesar de esa victoria, los de Martínez arrancaban la jornada final en el
puesto 19° por diferencia de gol, aunque empatados en puntos con los dos equipos inmediatamente
superiores, Blackpool y Birmingham. Mientras sus oponentes perdían, un triunfo con gol de
Rodallega ante Stoke City, en el siempre difícil Britannia Stadium, les permitió zafar de la guadaña
una vez más.

Más peliagudas aún estuvieron las cosas en la temporada que acaba de finalizar. El comienzo
parecía promisorio, y hasta la fortuna parecía sonreirle al Wigan en esta ocasión: muchos nos
sorprendimos al leer que Franco Di Santo había metido no uno, sino dos goles ante el Queens Park
Rangers en la tercera fecha, para luego descubrir al ver el teip (?) que ambos remates se habían
desviado en sendos defensores con la consiguiente descolocación del arquero. Sin embargo, hasta
ahí llegó la suerte. El Wigan perdió los siguientes ocho partidos, nueve si contamos una derrota por
la Carling Cup ante el Crystal Palace, de segunda división.

Es también en esas circunstancias complicadas dónde se ve la importancia de esa promesa que


recibió Martínez del presidente cuándo asumió el cargo. Cuesta creer que algún técnico en la
Argentina (y en muchos otros países) pudiera soportar semejante seguidilla de derrotas. No resulta
exagerado imaginar que ni siquiera Marcelo Bielsa, en un hipotético regreso a Newell's, seguiría en
funciones después de una racha negativa de ese calibre. Sin embargo, Martínez siguió. Ganó
algunos partidos, aunque siguió hundido en el fondo de la tabla. El inicio de 2012 pudo haber sido
el tiro de gracia. En el mes de enero, el Wigan perdió los cinco partidos que jugó, cuatro por la liga
y otro por la FA Cup ante un equipo de tercera categoría, el Swindon Town. Como nunca antes en la
estadía de Martínez al frente del plantel, el equipo estaba muy lejos de poder concretar su idea
futbolística en el campo de juego, y el descenso parecía inevitable. Llegado ese momento, Martínez
innovó en lo táctico sin sacrificar su idea ofensiva: armó una defensa de tres con un defensor central
más en la formación. Y si bien el carril derecho lo ocupó Emmerson Boyce, que era el marcador
lateral en el viejo sistema, por izquierda se la jugó por el chileno Jean Beasejour, un jugador con
características mucho más ofensivas, que se desdobló de manera admirable por la franja izquierda,
colaborando en defensa y aportando desborde en el ataque.

Los resultados mejoraron un poco después de enero, pero la situación matemática seguía siendo
desesperante: las doce derrotas acumuladas en las dos rachas mencionadas parecían un lastre difícil
de sobrellevar. Para colmo el programa de partidos que le tocaba en suerte al Wigan al final de la
campaña era especialmente complicado, con enfrentamientos frente a varios equipos del tope de la
tabla. Con sólo 9 fechas por disputarse, compartía la última posición con el Wolverhampton
Wanderers y había ganado sólo cuatro partidos en toda la temporada. Tal era la sensación de hecho
consumado que las casas de apuestas dejaron de ofrecer dinero a quiénes pronosticaran el casi
seguro descenso de los Latics.

Sin embargo, justamente en ese momento acuciante el nuevo esquema combinado con la vieja
actitud ofensiva y de buen trato de pelota empezó a dar frutos. La remontada comenzó con el primer
triunfo ante Liverpool en Anfield en la historia del club, por 2-1. La victoria subsiguiente ante
Stoke City renovó aún más las esperanzas de permanencia, pero la perspectiva de enfrentar en
forma sucesiva a Chelsea, Manchester United y Arsenal en un lapso de nueve días (había fecha
entre semana) se presentaba como un obstáculo importante para ese recuperación.

Ante el Chelsea, Wigan hizo un muy buen partido, pero fue víctima de los errores del árbitro y sus
asistentes que ignoraron dos evidentes fuera de juego en los sendos goles con los cuáles los Blues
prevalecieron por 2-1. Roberto Martínez se dio un tiempo para carusearla un poco contra los jueces
pero eso no lo distrajo de la preparación de su cotejo ante Manchester United, que en ese momento
venía puntero con siete unidades de ventaja sobre sus vecinos del City. Esa noche, el mediocampo
hiperpoblado del Wigan funcionó a la perfección y maniató el circuito de juego de los de Ferguson.
Un gol de Maloney garantizó la victoria por la mínima diferencia, y confirmó que los resultados
positivos anteriores no habían sido una casualidad. Por si quedaba alguna duda, cinco días después
los Gunners sucumbieron como locales ante un Wigan que ya ganaba por dos goles a los ocho
minutos. El descuento bastante rápido de Vermaelen no fue suficiente para que el Arsenal
consiguiera igualar en el largo trecho restante. Un éxito notable teniendo en cuenta que los de
Wenger, después de un campeonato con altibajos, venían en muy buena forma, con 9 victorias en
los 10 partidos previos, incluyendo una ante el Manchester City apenas una semana antes.

El Wigan no sólo no había perdido terreno después de los tres choques ante los grandes sino que
había salido de la zona de descenso directo. Sin embargo, quizá la lógica relajación luego de haber
afrontado semejante exigencia, hizo que perdieran sobre la hora ante el Fulham, en un partido que
habían empezado ganando. El desafío siguiente no era nada fácil. Se venía un Newcastle que
también estaba en su mejor momento, acercándose a los puestos de clasificación a la Champions
League, y con una racha de nada menos que seis victorias consecutivas.

Si dijimos que a los dirigidos por Martínez por lo general les cuesta mucho plasmar su propuesta en
el verde césped, esa tarde, en cambio, les salió absolutamente todo. El Wigan no solamente goleó a
sus encumbrados oponentes, sino que los paseó: en el primer tiempo fue el absoluto dominador de
campo y pelota. Las combinaciones ofensivas de toque, desmarque y rotación salieron esta vez con
la limpieza y el virtuosismo que suponemos que el técnico español habrá imaginado tantas veces en
su cabeza, y no muchas habrá visto concretadas en la realidad. El 4-0 con el que se cerró la etapa
inicial confirmaba además que el frío resultado también era sensible en esta ocasión al desempeño
del Wigan. El segundo tiempo fue lógicamente más parejo, pero aún así hubo varias oportunidades
desaprovechadas para estirar la goleada, algunas de ellas luego de jugadas realmente eximias. Aún
sin goles en esa segunda mitad, se cerraba probablemente el mejor partido de los Latics en los tres
años de conducción de Roberto Martínez.

En el siguiente encuentro, el Wigan logró algo que parecía imposible un mes y medio antes: no sólo
asegurarse su lugar en la Premier League sino hacerlo con una fecha de antelación. Además, con el
gol agónico del paraguayo Antolín Alcaraz condenaron al descenso a sus vencidos, el Blackburn
Rovers. El cotejo final ante el también descendido Wolverhampton Wanderers -con el que hasta
hace poco cohabitaban en el fondo de la tabla- le permitió a Wigan llegar a los 43 puntos, la mejor
marca anual desde la llegada de Martínez. El equipo que en sus primeros 29 partidos había ganado
sólo cuatro veces y sumado 22 puntos, había cerrado su campaña con 21 unidades en sus últimos
nueve enfrentamientos, con siete victorias, a pesar de tener que enfrentar en esas jornadas a cuatro
de los primeros seis conjuntos de la tabla, además del Liverpool.

Cumplido el plazo contractual de tres años con este cierre a todo trapo, el futuro de Roberto
Martínez es una incógnita. Más allá de haberse mantenido fiel a sus principios futbolísticos y de
haber alcanzado el objetivo mínimo de no descender, el técnico español no ha podido materializar la
proyección más ambiciosa que se había planteado luego de salvar la categoría en su primer año, que
apuntaba a llevar al Wigan a la mitad superior de la tabla de la Premier League. Justamente en estos
últimos dos meses, con la soga de la relegación al cuello, los Latics mostraron por primera vez en la
gestión de Martínez un nivel acorde a esa expectativa. Habrá que ver si el entrenador considera que
ese rendimiento puede sostenerse a lo largo de toda una temporada o si otras propuestas le resultan
hoy más seductoras. Hasta ahora, su lealtad ha demostrado estar a prueba de las tentaciones de
clubes más acaudalados, pero es distinta la situación actual, en la que el español debería negociar
nuevamente con la dirigencia.

Por cierto que la misma cultura de respeto a la estabilidad laboral de los entrenadores que le
permitió a Martínez seguir en su cargo aún en los peores momentos, paradójicamente limita sus
opciones de crecimiento dentro de Inglaterra. Los equipos medianos de la Premier League que
serían su natural próximo paso están satisfechos con los técnicos y los resultados que tienen. Queda
la posibilidad de que directamente un grande en problemas se la juegue por él. De hecho, algunos
rumores lo mencionan como posible reemplazo de Kenny Dalglish nada menos que en el Liverpool.
Otra opción para su futuro sería un regreso a la tierra natal que abandonó hace casi veinte años.
Sería sin duda una medida audaz alejarse del ambiente futbolístico que lo cobijó durante tan largo
trecho. Sin embargo, es un secreto a voces que otro Athletic, el de Bilbao, lo tiene como candidato
para suceder a Marcelo Bielsa en el caso de que “El Loco” se quede sin energía (?) o sea contratado
por algún grande de Europa. Hasta que se confirmó que Tito Vilanova sería el sucesor de Pep
Guardiola en el Fútbol Club Barcelona, y que por ende Bielsa no se haría cargo del equipo culé, el
nombre de Martínez sonó más fuerte que nunca en el País Vasco.

Más allá de lo que le depare el futuro al Wigan y a su entrenador, estos ilustres interesados en su
propuesta no hacen sino remarcar la pertinencia de homenajear a este humilde conjunto que eligió
pelearla sin refugiarse en el facilista estilo del milagro y prefirió en cambio apostar por el milagro
de un estilo.

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