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6.

ETICA Y GÉNERO

¿qué tiene que ver la ética con el género? ¿La ética es diferente para las mujeres y los varones?
¿Se trata de paradigmas diferentes? ¿Opuestos? ¿Complementarios?

Al hablar la ética occidental del varón como siendo lo universal, la especificidad de la mujer, de lo
femenino, ha sido históricamente dejada de lado. Las voces y actividades femeninas han quedado
fuera de la ética occidental durante largos siglos. En un doble sentido, además. Cuando se habla
del ser humano, en verdad no se incluye la particularidad de lo femenino. Y cuando se habla de
ética o de justicia, las mujeres no tienen nada propio que aportar.

No se trata de asuntos de mujeres, sino de problemas de género; es decir, de lo que significa y


comporta socialmente la diferencia entre uno y otro, es decir, entre femenino y masculino.
Tampoco setrata de mujeres versus hombres, como se ha querido plantear en determinadas
interpretaciones del discurso feminista.

Menos aun supone el cuestionar o negar evidentes diferencias naturales, sino de poner en la
discusión lo que esas diferencias naturales han significado e implicado históricamente. Así, en las
representaciones del sentido común, ser hombre significa ser fuerte y no llorar —lo que no tiene
nada de natural—; ser mujer significa ser débil y obediente —lo que tampoco tiene nada de
natural. Son construcciones históricas, sociales y culturales. Y eminentemente valorativas. Se trata
de examinarlas.

El pensamiento liberal sienta sus raíces en el individualismo moderno en los cuales se le considera
a los individuos seres libres e iguales amancipados de los vínculos jerarquizados de las sociedades.

Solo que originalmente las mujeres no estaban incluidas , entonces todo el pensamiento fillosfico
en busca de la felicidad y la justicia no estuvo nunca pensado en las mujeres por lo cual las voces
de las mujeres no fueron escuchadas ni tomadas en cuenta.

Cuando Kant se propone dar una fundamentación racional de la moralidad, ciertamente no está
pensando en las mujeres. No son, no somos, sujetos morales autónomos. Dice Kant: «Las mujeres
evitarán el mal, no por injusto, sino por feo, y actos virtuosos son para ellas los moralmente bellos.
Nada de deber, nada de necesidad, nada de obligación. A la mujer es insoportable toda orden y
toda constricción malhumorada. Hacen algo solo porque les agrada y el arte reside en hacer que
les agrade aquello que es bueno Como sabemos, Kant vincula razón y libertad, diferenciando a
ambas de la naturaleza. Razón y libertad son las cualidades que nos colocan por encima de la
naturaleza, pero no pueden ser atribuidas a las mujeres, que están definidas por sus ataduras
naturales. Dice que «las mujeres en su conjunto representan la parte delicada, aunque no
propiamente racional de la humanidad». Kant «da por hecho que existe una superioridad natural
del hombre sobre la mujer que justifica la relación de dominio presentada como necesidad
femenina de protección masculina ante la fragilidad inherente» a las mujeres. Es más, llega a decir
que las mujeres en estado de naturaleza son «animales domésticos».

En Hegel, la familia, que es el ámbito propio de las mujeres, es la inmediatez de la eticidad,


vinculada con la naturaleza. La mujer tiene tres relaciones distintas en la familia: como esposa que
se relaciona con su marido, como madre que se relaciona con sus hijos y como hermana que se
relaciona con su hermano. Las mujeres son pura genericidad. Como género no se apartan de la
inmediatez y son incapaces de singularizar al otro. Solo la apetencia del varón las individualiza,
porque ellos desean y eligen como individuos. Para Hegel, la mujer representa la ironía de la
comunidad.

Vivimos, sin embargo, en una época mucho más atenta a las diferencias. Las críticas desde el
punto de vista del género femenino han puesto en evidencia que la perspectiva, la voz y las
actividades propias de las mujeres no han sido incluidas en las teorías occidentales de la ética, la
justicia o la ciudadanía. Ya se ha discutido largamente en la literatura teórica sobre género y
política, que el gran reto político y ético que enfrenta hoy la democracia es la negociación
identidad/diferencia.

Atender a la diferencia exige también atender a las múltiples desigualdades, a la falta de


reconocimiento y a la intolerancia respecto de muchas voces, entre ellas las femeninas.

Si bien es cierto que en los años recientes se ha avanzado mucho en términos de lo que se ha dado
en llamar la visibilidad o las voces femeninas, entre esas diferencias (étnicas, culturales, raciales)
que se transforman en desigualdades, la de género sigue siendo todavía notoria. Algunos breves
datos: en el Perú, del total de analfabetos que todavía existen, el 75% son mujeres; el 85% de los
hogares encabezados por mujeres son pobres; el 87% de las víctimas de la violencia familiar son
mujeres.

En nuestro país, igualmente, el Informe final de la CVR contiene dos capítulos relativos al modo
cómo el conflicto armado interno en el Perú afectó a las mujeres. En el Informe queda claro que
«en la memoria de la violencia en el Perú, esto se ha expresado en la invisibilidad de la historia de
las violaciones de los derechos humanos y de los padecimientos generales de las mujeres de los
Andes rurales, de las ciudades y de la selva amazónica». Esta invisibilidad se refiere a la falta de
atención a los tipos de violencia específicamente dirigidos contra la población femenina, a la sub-
representación de los daños contra las mujeres en las estadísticas sobre la violencia y al
desconocimiento de su papel protagónico en la resistencia y el rechazo a la violencia.

En suma, estamos en un mundo en el que el poder sigue siendo masculino, el individuo sigue
siendo concebido bajo patrones masculinos y la pobreza sigue siendo mayoritariamente femenina.
En el Perú, por ejemplo, se cuentan por miles las organizaciones sociales de supervivencia
lideradas por mujeres, espacios configurados por ellas mismas para satisfacer las necesidades
básicas (vaso de leche, alimentación) de sus familias y comunidades. Esta participación social no se
traduce en participación política proporcional, es decir, como presencia en el espacio público
político.

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