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NOTAS

Cuadernos de Historia Contemporánea


ISSN: 0214-400X
http://dx.doi.org/10.5209/CHCO.56279

Socialismo y socialdemocracia. Reflexiones sobre su evolución y sus


protagonistas
Manuela Ortega Ruiz1

Fernando Díez Rodriguez: La imaginación socialista. El ciclo histórico de una tra-


dición intelectual. Madrid, Siglo XXI, 2016. 192 pp.

Javier Paniagua Fuentes: El socialismo. De la socialdemocracia al PSOE y vicever-


sa. Madrid, Ediciones Cátedra, 2016. 304 pp.

Giuliano Tardivo: Los socialismos de Bettino Craxi y Felipe González, ¿Convergen-


cia o divergencia? Madrid, Editorial Fragua, 2016. 514 pp.

Desde su aparición como corriente política en el siglo XIX, el socialismo ha sido


el objeto de estudio de numerosas publicaciones, debido en gran parte al éxito que
había alcanzado en diferentes países, fundamentalmente en Europa, y a su capaci-
dad de movilización, que provocaba importantes crisis políticas o la necesidad de
introducir cambios profundos en las estructuras del Estado. La importancia de esta
ideología posibilitó su acercamiento desde diferentes perspectivas, no sólo desde la
Historia, sino también desde la Ciencia Política, la Sociología, la Antropología y,
por supuesto, la Economía. El análisis de su evolución histórica, de sus caracterís-
ticas principales, de los instrumentos de acción propios, de sus protagonistas, o de
sus éxitos y fracasos fueron algunos de los elementos que abarcaban estos estudios.
Conforme avanzaba el tiempo, y especialmente tras la caída del Muro de Berlín, el
análisis del socialismo incorporó una nueva pregunta sobre la supervivencia de esta
ideología, sobre la idoneidad del socialismo para dar respuesta a las necesidades y
anhelos de las sociedades actuales.
Los tres libros elegidos en esta nota bibliográfica estudian el socialismo a través
del análisis histórico, en el caso de los dos primeros, y de un análisis del liderazgo
político de dos de sus protagonistas en el siglo XX: Craxi en Italia y Felipe González
en España. Los líderes políticos jugaron un papel fundamental en la configuración
de los partidos políticos socialistas en el pasado siglo en Europa, como consecuencia
del fenómeno de la personalización de la política que experimentó la vida política,
especialmente a partir de la Segunda Guerra Mundial. Así pues, quien transmitía las
ideas de un partido era fundamental para dotar de credibilidad a su proyecto político.

1  Universidad de Jaén (España


E-mail: moruiz@uajaen.es

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Con anterioridad, y desde la aparición de los primeros tratados sobre esta ideología
política, la evolución que sufrió el socialismo y los debates en torno a la cuestión
obrera estuvieron marcados por personalidades que influyeron en la conformación de
las diferentes tendencias del socialismo. En este sentido, tanto Fernando Díez como
Javier Paniagua abordan sus estudios sobre el socialismo señalando a los ideólogos
más relevantes, así como los líderes de las formaciones políticas que incidieron en
esta evolución. En el caso de Paniagua, el papel de los políticos en la configuración
del socialismo en España trasciende al plano personal, pues en la introducción de su
libro señala su experiencia en la vida política activa en el Partido Socialista Obrero
Español, siendo Director General de Enseñanza en la Generalitat Valenciana –entre
1983 y 1986, los primeros años de funcionamiento de la autonomía en esa región– y
diputado en el Congreso, desde 1986 hasta 2000 –con un pequeño paréntesis entre
1993 y 1994–, experiencia que le sirvió para conocer por dentro la formación y a sus
líderes, a los cuales dedica la mayor parte de las páginas del libro.
Para comprender la historia del socialismo, Díez Rodríguez establece tres perio-
dos principales: su aparición en el siglo XIX, “La edad de la fuerza”; el desarrollo de
las corrientes con mayor acogida entre los seguidores, “El cambio decisivo”, entre
la década de 1890 y el final de la Segunda Guerra Mundial, momento en el que se
consiguieron los mayores éxitos en el campo social; y el declive del socialismo, “El
desenlace”, situado en la segunda mitad del siglo XX, cuando el socialismo se invo-
lucró activamente en las estructuras políticas de los Estados, abandonando el plano
social. Y en este repaso histórico, el autor utiliza los escritos de los autores analiza-
dos, –incluidos los periódicos originales de L’Atelier en los años cuarenta del siglo
XIX– pero también las obras de referencia, destacando la Historia del Marxismo, de
Hobsbawm y La formación de la clase obrera en Inglaterra de Thompson, ambos
representantes de la “Historia desde abajo”2. Estas y otras referencias están recogi-
das en las últimas páginas, donde Díez Rodríguez no se limita a realizar una relación
de todas ellas, sino que aporta su punto de vista a través del comentario bibliográfico.
En La imaginación socialista el autor indaga en los tipos de sociedades que las
distintas versiones del socialismo plantearon para la ciudadanía, puesto que el mo-
delo de sociedad socialista –alternativa a la liberal-burguesa– es una de las carac-
terísticas de esta corriente política, junto con el factor económico, representado en
las ideas económicas anticapitalistas. En los modelos alternativos de sociedad, los
socialistas prestaban atención a los factores sociales, culturales y morales, si bien es
cierto que estas últimas preocupaciones estaban más presentes en el socialismo deci-
monónico –utópicos y atelieristas– que, en los posteriores, en los cuales la economía
era la cuestión prioritaria.
En la primera parte de este estudio, Díez Rodríguez comienza con las aportacio-
nes del socialismo utópico de Charles Fourier, quien influyó decisivamente en el
movimiento socialista, a través de la elaboración de una teoría que abarcaba diferen-
tes aspectos de la vida humana, como la comida, el sexo y el amor, y el trabajo. Sus
aportaciones se mantuvieron en el imaginario colectivo socialista, y aunque Marx
y sus seguidores quisieron desprestigiar a los utópicos, algunos de los elementos
planteados por Fourier, como la renta básica universal, el establecimiento de coo-

2  Este método historiográfico fue definido por Eduard P. Thompson en su artículo “History from Below” (The
Times Literary Supplement, 1966), y tuvo mucha influencia en el conocido como grupo de historiadores del
Partido Comunista de Gran Bretaña.
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perativas para la producción económica, o la crítica profunda a la civilización –que


había sometido a las personas, a través de la represión de las pasiones humanas,
representada en la concepción de poder, orden y control– fueron recogidos por co-
rrientes socialistas posteriores. En el análisis de Fourier, el autor realiza un estudio
muy interesante sobre las pasiones, en el que abarca también la cuestión sexual, que
este socialista utópico expuso en su obra para, entre otras razones, argumentar a fa-
vor de la igualdad entre hombres y mujeres, un aspecto novedoso en la primera mitad
del siglo XIX. Pero como señala Díez Rodríguez, los escritos de Fourier sobre esta
cuestión no salieron a la luz hasta la década de 19603.
El repaso por el socialismo utópico se detiene también en el autor Étienne Cabet
quien, a diferencia de Fourier, incidió en el igualitarismo como forma de garantizar la
sociedad socialista, pues entendía la desigualdad como el origen de todos los vicios y
desgracias sociales. De igual forma, Cabet se diferenció de este autor en considerar
que todos los trabajos de una sociedad debían tener el mismo reconocimiento sala-
rial, algo que incidía en la cuestión de la motivación que tanto preocupaba a Fourier.
Lo que sí compartieron ambos teóricos fue el rechazo a las técnicas revolucionarias
de acceso al poder, e incluso Cabet asumió la democracia para conseguir la sociedad
comunista, su alternativa socialista a la sociedad burguesa. Otra de las teorías socia-
listas decimonónicas, que mantenían una postura muy positiva sobre el futuro de las
sociedades socialistas, fue la atelierista. Díez Rodríguez estudia las aportaciones de
estos socialistas quienes, agrupados en torno a la revista L’Atelier e influenciados
por el neocatolicismo, resumían en una frase su idea del socialismo: “La humani-
dad es la obrera de Dios”4. En su teoría, esta corriente recurrió al compromiso del
catolicismo con los pobres, y lo argumentaron para denunciar las injusticias de los
ricos y poderosos. No obstante, asumieron que para conseguir ese futuro mejor, era
necesario transitar por un largo y penoso camino. Esta concepción les separaba tanto
de Fourier como de Cabet, aunque compartieron con ellos su rechazo a los actos
revolucionarios para conseguir el poder.
Y tras el estudio de estas teorías socialistas aparecidas en la primera mitad del
siglo XIX, La imaginación socialista se detiene en dos autores que marcaron el
devenir del socialismo: Proudhon y Marx. El desarrollo industrial durante el siglo
XIX requería de unas nuevas aproximaciones a los problemas de la clase trabajadora,
que no habían previsto los teóricos anteriores. Ambos autores elaboraron sus teorías
basadas en el método científico, dejando a un lado las concepciones utópicas de la
sociedad socialista. En el caso de Proudhon, la clase obrera debía de ser la impulsora
de los cambios que se debían de producir y no la élite del movimiento, que podía
estar alejada de la realidad obrera. En este sentido, el asociacionismo se entendía
fundamental en su teoría, pues a través de las asociaciones, los trabajadores tomaban
conciencia de su alienación. La conciencia de clase, asimismo, favorecería la asun-
ción de las propuestas revolucionarias, que a partir de la segunda mitad del siglo XIX
serían un elemento central en las teorías socialistas. Esta apelación a la revolución
fue compartida por Marx. Karl Marx dedicó gran parte de su vida a la elaboración de
una teoría anticapitalista, centrada en la crítica al modelo productivo desarrollado en
el siglo XIX. Según Díez Rodríguez, la teoría de Marx analizó en profundidad el ca-

3  Diez Rodríguez, Fernando: La imaginación socialista. El ciclo histórico de una tradición intelectual, Madrid,
Siglo XXI, 2016, p. 33.
4  Ibid., p. 65.
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pitalismo, pero no desarrolló su modelo de sociedad socialista, lo que dio lugar a que
sus seguidores fueran los encargados de interpretar sus obras para diseñar este nuevo
modelo alternativo. En este sentido, este autor diferencia entre las aportaciones mar-
xianas, las escritas por Marx, y las aportaciones marxistas, que correspondían a las
elaboradas por otros pensadores a partir de la obra del ideólogo alemán.
La nueva etapa en la historia del socialismo está marcada, precisamente, por las
interpretaciones de las ideas de Marx que salieron a la luz entre finales del siglo XIX
y principios del XX. Díez Rodríguez identifica tres grandes corrientes: el marxismo,
el revisionismo y el marxismo-leninismo. La primera de ellas marcó la configura-
ción del socialismo en la nueva centuria, recabando un gran apoyo entre las clases
obreras de diferentes países. Su apuesta por el universalismo y el cosmopolitismo
se tradujo en una colaboración entre los partidos de tendencia socialista de Europa,
que centraron sus críticas en el modelo productivo y apuntaron hacia la mejora de las
condiciones de la clase obrera, apostando por los métodos revolucionaros y la acción
conjunta de todos los movimientos obreros del continente. Sin embargo, práctica-
mente desde sus orígenes, el marxismo sufrió fuertes críticas internas, que dieron
lugar a la creación de otras corrientes socialistas. Este fue el caso del revisionismo de
Bernstein. El que fuera el depositario del legado de Engels identificó desde muy tem-
prano la capacidad del capitalismo de adaptarse a las nuevas situaciones, invalidando
las teorías marxistas. En este sentido, estimó que el derrumbe del capitalismo no
sería tal, por lo que la única forma de conseguir la sociedad socialista sería a través
de las políticas reformista. Inició todo un proceso de reforma de las tesis socialistas,
recobrando el carácter moral y ético de los primeros socialismos, así como la nece-
sidad de la formación de una conciencia de clase, y la renuncia a la revolución. Y
como reacción a estas aportaciones, los críticos más radicales se agruparon en torno
a la corriente marxista-leninista, que encontró un respaldo muy significativo tras el
triunfo de los revolucionarios en Rusia. A pesar de este apoyo, esta corriente marxis-
ta sostenía una “imaginación socialista enfriada”, es decir, se centraron de nuevo en
los elementos económicos y de bienestar material de los ciudadanos, dejando a un
lado las consideraciones morales y éticas de su sociedad socialista. En este punto,
este socialismo radical se separaba también del revisionismo, y se alejaba asimismo
de la posibilidad de participar en los procesos democráticos que se estaban desarro-
llando en diferentes países europeos. De hecho, sería el revisionismo quien ocupara
el espacio del socialismo en estas democracias, alcanzando el poder en el periodo
posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Es a partir de este momento cuando el autor del libro sitúa la crisis del socialismo,
en la medida que la imaginación socialista se debilitó y se confundió con las ideas
procedentes de las diferentes corrientes del liberalismo. En este proceso, los éxitos
electorales incidieron de manera decisiva, en la medida que se trasladó la preocu-
pación socialista del ámbito social al ámbito político. Así pues, para conseguir el
respaldo de la mayoría de la población y situarse en el poder, los partidos socialistas
y socialdemócratas en la Europa occidental renunciaron a las ideas anticapitalistas y
marxistas. Por su parte, el comunismo atravesaba una crisis profunda desde los años
cincuenta, con especial relevancia en los años setenta. El nuevo siglo comenzó con
un socialismo muy debilitado y un comunismo prácticamente desaparecido en todo
el mundo, que hace necesario, según Díez Rodríguez, repensar las ideas socialistas y
abarcar más temas y problemas sociales que los puramente económicos, puesto que
“la nueva imaginación crítica [no puede] contentarse con revitalizar la preocupación
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por los recortes de las políticas sociales, la pobreza, la distribución de la riqueza [...],
prevaleciéndose de una posición puramente defensiva y adocenándose sistemática-
mente en la misma”5.
En este último periodo del estudio del socialismo realizado por Fernando Díez es
donde se comienza el análisis de Javier Paniagua, si bien este autor se centra en una
de las corrientes del socialismo, la socialdemocracia, clave para entender los cambios
en las sociedades europeas desde finales del siglo XIX. Este recorrido histórico, que
en ocasiones no respeta el orden temporal, se detiene en las experiencias más sig-
nificativas de la socialdemocracia europea, conectándolas con la historia del PSOE
anterior a la Transición. Así, destaca la existencia de las “dos almas” del partido –una
más radical y otra más moderada–, presentes desde prácticamente su fundación en
1879. De hecho, los socialistas españoles decimonónicos debatieron sobre los mo-
dos de actuación, al igual que sus homólogos europeos, y sobre la radicalización del
socialismo. En este sentido, en el primer tercio del siglo XX, las repercusiones de la
Revolución Rusa se sintieron también en el socialismo español, produciéndose una
escisión del grupo más cercano a las tesis comunistas, con Antonio García Quejido
a la cabeza. Sin embargo, esta escisión no supuso la desaparición del debate interno
del PSOE, que se mantuvo vivo hasta la Guerra Civil6.
A pesar de que el concepto de socialdemocracia apareció ya en la década de los
setenta del siglo XIX, no es hasta los debates en torno al revisionismo de Bernstein
cuando se puede considerar una corriente interna del socialismo, criticada tanto por
los ortodoxos marxistas representados, entre otros, por Rosa Luxemburgo, como
por los radicales que con el tiempo se aglutinarían en torno a las teorías de Lenin en
Rusia. En esta primera etapa, que Paniagua sitúa entre 1875 y 1945, se produjo un
avance significativo de la socialdemocracia en el Viejo Continente, con los triunfos
electorales de partidos adscritos a esta corriente, como en Suecia en la década de
1930. Pero no es hasta el final de la Segunda Guerra Mundial cuando sus éxitos se
extienden por los países de la Europa occidental. La llamada “edad de oro” de la
socialdemocracia –la segunda etapa que identifica el autor del libro, y que coincide
con el periodo que Díez Rodríguez considera el declive de la imaginación socialis-
ta– posibilitó la consolidación del Estado social o Estado de bienestar, un modelo de
Estado que fue aceptado tanto por los partidos de izquierdas como por los partidos
de derechas. La universalización de los derechos sociales fue un hecho a partir de la
segunda mitad del siglo XX, cuando los llamados “pilares del Estado de bienestar”
–educación, sanidad y pensiones– quedaron garantizados en los textos legales, inclu-
so en los textos constitucionales de la mayoría de los países democráticos. Durante
estos años, además, los partidos socialistas y socialdemócratas dejaron a un lado las
pretensiones revolucionarias y el seguimiento férreo de la doctrina marxista, puesto
que sus reivindicaciones tuvieron cabida en el sistema democrático –un ejemplo de
ello es el congreso del SPD en Bad Godesberg, en noviembre de 1959. De esta for-
ma, buscaron el respaldo de toda la población, y no sólo de la clase obrera, para lo
cual adoptaron una ambigüedad ideológica que les permitió adaptarse a los sistemas

5  Ibid., p.188.
6  Para un estudio en profundidad sobre estas cuestiones, ver el volumen de Alquézar, Ramón y Termes, Josep:
Historia del socialismo español (1909-1931), obra dirigida por Manuel Tuñón de Lara, Barcelona, Conjunto
Editorial, 1989; y Juliá, Santos: Los socialistas en la política española, 1879-1982, Madrid, Taurus, 1997.
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políticos liberales7. Esta época dorada de la socialdemocracia acabó con la crisis


económica de los años setenta, periodo que Paniagua identifica con la crisis de la so-
cialdemocracia. El modelo de Estado de bienestar no podía dar respuesta a la fuerte
recesión a través de los instrumentos keynesianos, que dieron respaldo a la política
económica en la que se basaba la socialdemocracia de postguerra. Las políticas cen-
tradas en la demanda no conseguían aplacar la recesión que tuvo lugar en estos años.
En este periodo, Ronald Reagan y Margaret Thatcher llegaron al poder en Estados
Unidos y Reino Unido, e impulsaron una serie de medidas que conllevaron una fuer-
te reducción del gasto público en políticas sociales. Esta nueva corriente política se
extendió pronto por los países europeos, provocando un cambio en los presupuestos
políticos de los partidos adscritos a la corriente socialdemócrata. Y es en este contex-
to en el que tiene lugar la victoria socialista en España.
Después del breve repaso por la evolución del socialismo y la socialdemocracia
europea que realiza Paniagua –para lo cual se vale de las obras de referencia8 y de
las obras de los ideólogos como Bernstein, Kaustky, y otros más recientes como
Pettit o Guiddens–, comienza el análisis de la historia reciente del PSOE, que le
posibilita comprobar la relación entre el socialismo y ciertos elementos imperantes
en las sociedades actuales, como la pertenencia al proyecto europeo y la pérdida de
soberanía, la cuestión nacional –con especial interés en España por la situación de
Cataluña– o la evolución de las propuestas económicas, las cuales parecen ir irreme-
diablemente de la mano de las teorías neoliberales. En este relato, Paniagua cuenta
con su experiencia personal, que le posibilitó conocer de primera mano la labor del
PSOE, habida cuenta de su participación en los procesos políticos que se sucedieron
tras la Transición democrática. Aunque el autor del libro utiliza su propia biografía
para señalar algunos de los datos más relevantes de la historia del PSOE, deja al
margen su experiencia como Director General de Educación en la Generalitat va-
lencia, lo que sin duda podía arrojar luz sobre la conformación de las Comunidades
Autónomas en España. Asimismo, son pocos los datos que aporta sobre su trabajo
en el Congreso, más allá de algunas anécdotas o encuentros con líderes. Así pues, el
autor del libro se centra en las políticas llevadas a cabo por los diferentes gobiernos
socialistas, aportando su visión personal, pero sin aclarar su nivel de implicación.
El partido sufrió una transformación importante desde que Felipe González y su
“grupo de Sevilla” llegaran a la dirección en 1974, y fundamentalmente, cuando en
1979, tras los resultados de las segundas elecciones generales, González planteó el
cambio del programa máximo del partido, asumiendo que el marxismo no era la úni-
ca teoría en la que se basaba la política y la actuación del PSOE. La renuncia al mar-
xismo como doctrina única supuso una convulsión interna en el momento en el que
se cumplía un siglo desde que Pablo Iglesias fundara el partido. Las socialdemocra-
cias europeas veían en el PSOE de González un partido acorde con sus postulados, y
líderes de la talla de Willy Brandt y Olof Palme apoyaron su labor. Y con un nuevo

7  Para profundizar en este tema, ver Droz, Jacques: Historia del socialismo. El socialismo democrático,
Barcelona, Editorial Laia, 1977; Sassoon, Donald.: Cien años de Socialismo, Barcelona, Edhassa, 2001; Vargas
Machuca, Ramón: “Reformismo, democracia y socialismo”, Revista de Estudios Políticos, n. 133, 2006; y
Paramio, Ludolfo: La socialdemocracia, Madrid, Catarata, 2009.
8  Entre ellas destacan Lefranc, Georges: El socialismo reformista, Barcelona, Oikos-tau, 1972; Hobsbawm,
Eric: Trabajadores: estudios de historia de la clase obrera, Barcelona, Crítica, 1979; Kolakowski, Leszek:
Las principales corrientes del marxismo, Madrid, Alianza Editorial, 1982; y Przeworski, Adam: Capitalismo y
socialdemocracia, Madrid, Alianza Editorial, 1985.
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partido, en cuya configuración había sido clave la intervención de Alfonso Guerra,


los socialistas ganaron las elecciones de 1982. En el análisis de la labor realizada
por el PSOE en los años ochenta del pasado siglo, Paniagua apunta a la dicotomía
que existió entre lo prometido antes de llegar al Gobierno y lo que realmente llevó
a cabo cuando asumió el poder. Y es que, en el momento de su llegada a Moncloa,
la socialdemocracia se encontraba en un momento de crisis y reflexión, y los países
occidentales todavía hacían frente a las consecuencias de la crisis económica de los
años setenta. España no era ajena a esta situación y entre las medidas que tuvieron
que aprobar los distintos Gobiernos socialistas se encontraba la reconversión indus-
trial, que Paniagua considera un acierto, y la racionalización de la Seguridad Social,
que le supuso al PSOE un enfrentamiento con los sindicatos. En este sentido, el
autor del libro señala cómo el Partido Socialista llevó a cabo una política cercana a
los presupuestos neoliberales, más preocupada por el crecimiento de la economía a
través de la oferta –como sostenían algunos de los economistas ligados a la corriente
neoliberal, como Hayek. No obstante, estas actuaciones, extendidas por los partidos
socialistas del sur de Europa en los años setenta y ochenta, fueron asumidas con
posterioridad por los líderes de los partidos socialistas y socialdemócratas de Reino
Unido, con Tony Blair a la cabeza; de Alemania, con Gerhard Schröder; y más re-
cientemente, de Francia, con François Hollande.
En el análisis de los Gobiernos socialistas de Felipe González, Paniagua apunta
a las relaciones que existieron entre el presidente del Gobierno y Alfonso Guerra,
quien controlaba el partido y se erigía a sí mismo como el ideólogo del PSOE. Su
opinión negativa de Guerra, compartida por otros autores e intelectuales que tuvie-
ron la oportunidad de trabajar en el Gobierno o en las estructuras del partido9, con-
trasta con su visión positiva del liderazgo de Felipe González, a quien considera el
artífice de los avances sociales en materia de educación, de igualdad de género, o de
políticas encaminadas a mejorar las condiciones laborales. No obstante, Paniagua
menciona las críticas que recibió no sólo de fuera, sino también de dentro del partido,
por las políticas económicas de control de gasto realizadas, así como por los casos de
corrupción o por determinadas decisiones que contradecían el programa político con
el que ganó las primeras elecciones –como la posición favorable a la permanencia en
la OTAN durante el referéndum de 1986. A pesar de estas críticas, la figura de Felipe
González seguía teniendo un peso considerado dentro del PSOE, e incluso cuando
perdió la presidencia del Gobierno, mantuvo su influencia tanto dentro como fuera
de la formación. La “derrota dulce” que había sufrido en las elecciones de 1996 de-
mostró que aunque había perdido un apoyo considerable de la población española,
todavía existían sectores de la sociedad que confiaban en su proyecto.
Tras estas elecciones, se produjo dentro del socialismo español un proceso de
reflexión, acompañado de un cambio del liderazgo. Felipe González comunicó su
decisión de no volverse a presentar como candidato en las siguientes elecciones,
y renunció también a la secretaría general. Este último puesto lo asumió Joaquín
Almunia, quien mostró su disposición a presentarse a unas primarias para decidir
quién asumiría la candidatura a las siguientes elecciones. Y a pesar de los apoyos
que recibió por parte de los líderes territoriales socialistas, Josep Borrell ganó estas

9  Entre estos autores destaca Jorge Semprún, quien en su libro Federico Sánchez se despide de ustedes (Barcelona,
Tusquets Ediciones, 1993), centra las críticas en Alfonso Guerra como responsable de la falta de debate interno
dentro del PSOE, que impedía el avance en las ideas y la apertura del partido a nuevas influencias políticas.
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primarias. La labor del recién candidato no fue fácil, con una fuerte oposición dentro
del partido, que provocó que renunciara, tras la publicación de un presunto caso de
corrupción de colaboradores cercanos. Con esta situación, el PSOE se presentó a las
elecciones de 2000, liderado por Almunia pero en coalición con Izquierda Unida,
consiguiendo los peores resultados hasta entonces. Como consecuencia de ello, pre-
sentó su dimisión y se formó una Comisión Política, conocida con el nombre de ges-
tora, en la que el propio Paniagua participó. Esta gestora tenía como objetivo dirigir
el partido y organizar un congreso en el que se elegiría al futuro secretario general
del PSOE a través del voto secreto de los delegados de las agrupaciones socialistas.
Este congreso tuvo lugar en el año 2000, y en él se eligió a José Luis Rodríguez Za-
patero, quien ganó por un estrecho margen frente al líder con mayores apoyos entre
los dirigentes territoriales, José Bono. Tras la elección como secretario general de
Zapatero, Paniagua –que no apoyó al nuevo secretario general– dejó la vida política
activa dentro del PSOE, aunque en sus propias palabras, continuó “militando en el
PSOE y cotizando trimestralmente [...]. Seguí votándolo en las elecciones [...] y me
mantuve al día con publicaciones sobre la socialdemocracia, informaciones políticas
y relaciones con compañeros”10. Pero su tiempo, como él sigue argumentando en
estas páginas, ya había pasado.
El inicio de la etapa Zapatero en el PSOE se relacionó con la Tercera Vía, co-
rriente del Partido Laborista a la que pertenecía Tony Blair y Gordon Brown, y cuyos
éxitos en Reino Unido podían ayudarle a vincular la imagen del partido con la victo-
ria. Sin embargo, Zapatero pronto renunció a estas ideas y asumió como propias las
procedentes del republicanismo cívico de Philip Pettit, una corriente de pensamiento
basada en la idea de libertad entendida como no-dominación. Trasladado al plano
político, el objetivo de este republicanismo es hacer los gobiernos más eficaces fren-
te a otros poderes de la sociedad, especialmente el poder político11. Junto a estas nue-
vas ideas, Rodríguez Zapatero pretendió llevar a cabo sus tareas de oposición prime-
ro, y de gobierno después, con “talante”, evitando la confrontación directa con sus
rivales políticos. Pero en su comportamiento político primó el objetivo de controlar
el partido. Según Paniagua, el líder socialista se deshizo de todo aquél que pudiera
hacerle sombra, y así consiguió que no volviera a aparecer un dirigente socialista,
como Alfonso Guerra en época de González, que pudiera cuestionar o contradecir
sus decisiones dentro de la formación.
En 2004, Rodríguez Zapatero llegó a la Moncloa y puso en marcha un programa
de reformas sociales que aspiraba a aumentar el nivel de bienestar de los españo-
les. Medidas tales como la Ley de la Dependencia, la reforma educativa, la política
de violencia de género o el matrimonio homosexual fueron aprobadas en la pri-
mera legislatura, en la que aplicó la ortodoxia económica, es decir, no contradijo
las aportaciones neoliberales, al igual que otros partidos socialdemócratas europeos.
La idea de “bajar los impuestos es de izquierdas”, difundida por los colaboradores
más cercanos de Zapatero, puede ilustrar esta situación, que contradecía los presu-
puestos tradicionales de la socialdemocracia. Y las políticas neoliberales se hicieron
más fuertes en la segunda legislatura, debido a la grave crisis económica. Durante

10  Paniagua Fuentes, Javier: El socialismo. De la socialdemocracia al PSOE y viceversa, Barcelona, Cátedra,
2016, p. 222.
11  Pettit, P.: El republicanismo: una teoría sobre la libertad y el gobierno, Barcelona, Paidós Ibérica, 1999. Para
ver su relación con Rodríguez Zapatero, ver Pettit, P.: Examen a Zapatero, Madrid, Temas de Hoy, 2007.
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estos años se impuso un restrictivo programa de control del gasto, con el fin de evitar
la inflación y el déficit, que provocó recortes en numerosas partidas sociales, destinadas
a la política de redistribución de la riqueza. Finalmente, el PSOE, con un nuevo líder al
frente, perdió las elecciones de 2011.
Un nuevo consenso político ha arrebatado a la socialdemocracia su posición pree-
minente en las sociedades europeas. Si después de la Segunda Guerra Mundial la clase
política parecía dispuesta a aceptar la intervención del Estado en las esferas económicas
y sociales, aplicando políticas de redistribución de la riqueza basadas en el incentivo
a la demanda, tras la crisis económica de 1973, y fundamentalmente, tras la caída del
Muro de Berlín y la pérdida del referente de la izquierda europea, el consenso se centró
en asumir las políticas neoliberales como las únicas que podían dar respuesta a las cues-
tiones económicas. Los partidos socialistas y socialdemócratas asumieron esta premisa
y no elaboraron una alternativa económica al modelo neoliberal, lo que ha supuesto una
pérdida de apoyos por parte de una ciudadanía descontenta con las políticas aplicadas.
La imaginación socialista de la que habla Díez Rodríguez en su libro no ha sido eficaz
en la elaboración de un proyecto atractivo, en un momento de profunda transformación
económica y social. Y esta es la tarea que Javier Paniagua considera que el PSOE debe
de realizar en los próximos años.
El último de los libros seleccionados en esta nota bibliográfica es Los socialismos de
Bettino Craxi y Felipe González, escrito por Giuliano Tardivo. En esta obra se vuelve a
incidir en las políticas socialistas y socialdemócratas defendidas por estos dos líderes en-
lazando con las ideas recogidas en los libros de Paniagua y Díez Rodríguez. El estudio de
Tardivo se lleva a cabo a través de un análisis biográfico-comparativo, aunque utiliza el
análisis histórico para dar consistencia a sus afirmaciones. Por tanto, con una perspectiva
interdisciplinar, Tardivo compara las trayectorias de estos dos líderes, señalando aquellos
aspectos comunes, no sólo personales, sino también de la situación política, económica
y social de Italia y España. Para ello, ha recurrido a un amplio número de fuentes heme-
rográficas, principalmente artículos en periódicos y revistas de información general y
política, y en menor medida a fuentes audiovisuales. El análisis comparativo requiere del
estudio de los casos mediante los materiales históricos, y en el caso de Tardivo, ha repa-
sado estas fuentes primarias, entendidas como aquellas “que existen de forma contempo-
ránea al fenómeno que se investiga”12. Por su parte, el análisis biográfico ayuda al estudio
de los líderes por la “contextualización de las trayectorias vitales”, puesto que esta técni-
ca considera que la persona tiene una historia que ha condicionado su comportamiento
posterior13. En esta ocasión, Tardivo utiliza las obras más relevantes sobre las historias
personales de los líderes estudiados, y escritos de los propios dirigentes políticos, donde
relatan en primera persona algunos de sus hechos biográficos más relevantes. No obstan-
te, en el caso de Felipe González, Tardivo no ha consultado algunas de las biografías que
ayudan a comprender la figura del líder socialista: las que aparecieron con anterioridad
a su llegada al poder, como la de Miguel Ángel Aguilar y Eduardo Chamorro; las que se
publicaron durante sus primeros años en el poder, como el libro de Emilio Attard; o años
después de su salida del Gobierno, como el libro de Alfonso Palomares14.

12  Caïs Fontanella, Jordi: Metodología del análisis comparativo, Madrid, CIS, 2002, p. 64.
13  Pujadas Muñoz, Juan José: El método biográfico: el uso de las historias de vida en ciencias sociales, Madrid,
CIS, 2002, pp. 11-12.
14  Aguilar, Miguel Ángel y Chamorro, Eduardo: Felipe González: perfil humano y político, Madrid, Cambio16,
1977; Attard Alonso, Emilio: El cambio antes y después: dos años de felipismo, Barcelona, Argos Vergara,
1984; Palomares, Alfonso S.: Felipe González. El hombre y el político, Barcelona, Ediciones B, 2006.
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Los liderazgos de Craxi y González atravesaron por situaciones parecidas, en


la medida de que ambos políticos llegaron al poder en la misma época, en los años
ochenta del siglo XX, e hicieron frente a problemas derivados de la recesión inter-
nacional, de la actividad de grupos terroristas en sus países, de la pertenencia en las
estructuras europeas y de la aparición de casos de corrupción que salpicaron a sus
gobiernos. Las similitudes en sus liderazgos se manifestaban igualmente en el hecho
de que dirigían las formaciones socialistas italiana y española en el momento en el
que la crisis del socialismo se hacía patente en el continente europeo. En este senti-
do, ambos políticos mantuvieron con Willy Brandt, uno de los representantes de la
socialdemocracia europea más destacados, una relación estrecha, influenciándoles
decisivamente en sus procesos de liderazgo y en sus programas ideológicos. Así,
tanto Craxi como González imprimieron un carácter propio en su forma de entender
el socialismo –el craxismo y el felipismo–, aunque siguiendo la tendencia de los
partidos socialistas y socialdemócratas a partir de los años ochenta que, como se ha
expuesto en los libros de Díez Rodríguez y Paniagua, suponía aceptar los presupues-
tos neoliberales en las políticas económicas.
En el plano ideológico, y debido a sus actuaciones durante sus años en el poder,
tanto Craxi como González fueron acusados de haber traicionado los presupuestos
socialistas que decían representar. Felipe González justificó sus primeras medidas
económicas –devaluación de la peseta o aumento del precio de la gasolina, así como
una contención del gasto social– aludiendo a que lo que él estaba haciendo era lo
que los europeos estaban acostumbrados a hacer. Por su parte, Bettino Craxi, quien
recibió desde los primeros días en el Gobierno la crítica de los comunistas italianos
por haber renunciado a un Gobierno de izquierdas, puso en marcha una serie de
reformas –como la amnistía para las construcciones ilegales, que sería utilizada por
los gobiernos de Berlusconi pasados unos años, o los recortes en sanidad– que inci-
dieron negativamente en la imagen de político de izquierdas. Y como consecuencia
del programa reformista de ambos políticos, Tardivo alude al enfrentamiento que
tuvieron con los sindicatos, los cuales habían aplaudido la llegada al poder de los
partidos socialistas en sus respectivos países, pero pronto mostraron su descontento
con su política económica. Así pues, Tardivo concluye: “El partido de los obreros y
de los trabajadores, como seguía en realidad llamándose el PSOE, estaba cambiando
radicalmente de piel. El PSI, según sus críticos, estaba haciendo más o menos lo
mismo”15. En ambos casos se puede observar un cambio en las propuestas defendi-
das antes de llegar al poder y las llevadas a cabo una vez conseguido las más altas
magistraturas. Por tanto, como sucediera en otros países europeos, el ejercicio del
poder supuso una moderación en sus planteamientos y una renuncia al programa
socialista con el que habían ganado las elecciones.
Para concluir, se debe señalar que las tres obras analizadas profundizan en las
ideas socialistas y su evolución, a través de los teóricos que conformaron las princi-
pales corrientes del socialismo en los siglos XIX y XX, de la evolución del PSOE y
de los liderazgos de Craxi y González, dos representantes del socialismo en el mo-
mento de su declive. En definitiva, estos tres estudios ayudan a entender los cambios
producidos y a señalar los momentos que definieron su declive en las últimas décadas
del pasado siglo, especialmente tras la ruptura del consenso que había posibilitado

15  Tardivo, Giuliano: Los socialismos de Bettino Craxi y Felipe González, Madrid, Editorial Fragua, 2016, p. 392.
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el triunfo de las políticas socialdemócratas en Europa. En este sentido, cuando Craxi


y González llegaron al poder, el socialismo y la socialdemocracia se encontraban en
una débil situación frente a una corriente ideológica, el neoliberalismo, que había
conseguido grandes éxitos electorales y marcaba las políticas en el Viejo Continente.
Por tanto, la lectura de estos tres libros aporta una visión complementaria de la evo-
lución del socialismo, desde su aparición como ideología política hasta el presente.

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