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Algunos miembros de la Iglesia, cuerpo de Cristo, son llamados por él, a través
de la voz interior del Espíritu Santo, en orden a radicalizar el compromiso bautismal,
dando a sus vidas la forma de una consagración exclusiva a Cristo y a los valores del
Reino de Dios.
El papa San Juan Pablo II decía en la exhortación Vita consecrata: “La vida
consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor,
es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu. Con la profesión de los
consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente—
tienen una típica y permanente « visibilidad » en medio del mundo, y la mirada de los
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fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero
espera su plena realización en el cielo” (VC 1).
“Sin que el hombre sepa cómo”. Aquí está la clave. Renunciamos a la pretensión
de ocupar el lugar de Dios. Somos instrumentos de su gracia. Lo cierto es que por
caminos que él sabe, nuestra vida es fecunda.
Sé que cuento con ustedes, y puedo siempre percibir el deseo de unidad que los
anima. Por eso, hoy estoy aquí presidiendo esta Eucaristía, que sella nuestro común
afecto y reconocimiento.
Humildemente los aliento para que desde sus carismas, vivan una “Iglesia en
salida”, sean cristianos misioneros.
Los animo a responder al llamado del Papa a ser una Iglesia en salida, según su
carisma. “Según el deseo del Papa, la vida consagrada debe servir para despertar al
mundo de su somnolencia y de sus falsas ilusiones.