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Homilía por la Peregrinación a Luján 2016

Nos encontramos aún transitando el Año de la Misericordia, donde recordamos


cómo el Dios clemente y bondadoso sale a nuestro encuentro en orden a nuestra
Redención, donde la humanidad entera viene a ser como esa oveja perdida del
Evangelio ante la cual el Padre envía a su Hijo para rescatarla.

Hemos sido especialmente convocados a vivir este año de gracia.1 Se nos


concede, pues, vivir un tiempo precioso de conversión y santificación teniendo
“nuestros ojos fijos en Jesús iniciador y consumador de nuestra Fe”; 2 contemplándolo a
él “lleno de gracia y verdad”3 y “de cuya plenitud todos hemos recibido gracia tras
gracia.”4

Se nos ha invitado a cruzar la Puerta Santa, siendo esta una ocasión para dejar
atrás al hombre viejo y dar lugar al hombre nuevo, constituyendo éste un momento
propicio para dejar atrás el pecado y pueda así resurgir en nosotros la gracia. Invitación
a sepultar y enterrar los vicios, invitación, en definitiva, para edificar nuestras vidas en
el magnífico despliegue de las virtudes.

En este Año Santo a la vez podemos con humildad acogernos al perdón del
Dios indulgente, a nuestro alcance está también el llegar a ser instrumentos de esa
misericordia divina ante los demás, ante aquellas personas que comparten con nosotros
la travesía de esta vida hacia el puerto de la eternidad, ante aquellas personas que
comparten con nosotros la misma vocación de servir a la Patria,

siendo nosotros mismos activos en la práctica de las obras de misericordia tanto


corporales como espirituales.

Viviendo el presente año de la misericordia, ¡qué es lo que somos nosotros sino


instrumentos de la gracia de Dios enseñando al que no sabe, corrigiendo al que se
equivoca, visitando a los enfermos y presos, enterrando a nuestros difuntos!

¡Qué es la misericordia de Dios para nosotros sino el permitir que los hombres y
las mujeres de las fuerzas armadas y de seguridad y sus familias se encuentren con el
Dios bondadoso que bendice sus vidas santificándolos con su gracia!

1
Cf. MISERICORDIAE VULTUS, Bula de Convocatoria del Jubileo Extraordinario, Francisco, 2015.
2
HB 11,2.
3
JN 1,15.
4
JN 1,17.
2

¡Cuántas veces vemos uniformados abnegados que saben entregarse por los
demás con verdadera vocación de servicio, que saben velar por el bien de todos y a la
hora de exigirse son ellos mismos quienes con austeridad y sacrificio nos mueven con
su ejemplo.

Esta vocación, desde nuestra perspectiva trascendente, viene de Dios


principalmente y a Él se dirige, sabiendo que conjuntamente es la Patria la que nos
llama a su servicio y la que puede también reclamarnos algo si no la servimos como es
debido.

Sin duda nuestra Iglesia Particular Castrense es un hospital de campaña


(expresión usada por el Papa Francisco) donde podemos asistir a personas llagadas en el
cuerpo y en el alma, personas que muchas veces se ven arrastradas por un mundo y una
época problemáticos y conflictivos, pero también es cierto que en este hospital de
campaña podremos asistirlos con la lumbre gozosa de la Palabra revelada y la fuerza
regeneradora de la Gracia por medio de los sacramentos.

Nosotros no tenemos que ir muy lejos para imitar el ejemplo de Buen


Samaritano mientras bajaba hacia el camino de Jericó.

En nuestras unidades donde a diario vamos y venimos hallamos muchas veces


personas con dolores o penas en sus almas y o en sus conciencias que necesitan de
nuestra ayuda, la ayuda sacerdotal de los capellanes, pero también de la ayuda de sus
camaradas, siendo todos así instrumentos de la gracia que siempre regenera y vivifica.

Es de alabar el bien inconmensurable que brinda la Iglesia a través de los


capellanes por medio del sacramento de la reconciliación que nos ayuda a amigar a los
hombres con Dios y a los hombres entre sí.

En la medida en que nosotros mismos aprendemos a recibir tal misericordia y


estamos prestos a dejarnos reconciliar con Dios, eso mismo nos ayuda a entender al
hombre y a la mujer pecadores, porque también nosotros estamos envueltos de debilidad
y podemos compadecernos del que sufre y ayudar así a aquellos que han sucumbido
ante la fragilidad.

En Argentina, una antigua oración compuesta por un capellán, hacía rezar de la


siguiente manera a los hombres de armas de nuestra Nación:
3

“Oh soberano Señor, Dios de los Ejércitos, ante cuyo solio altísimo los
escuadrones de los ángeles cantan perpetuamente un himno de gloria, nosotros los
soldados argentinos de las FFAA y de SS que en el cielo, en la tierra y en el mar
hacemos buena guardia en las fronteras de la nación, velamos a fin de que no sea
alterado el imperio de la ley y la justicia y aseguramos el orden y la paz, que son
indispensables para que la Patria viva tranquila, trabaje confiada y prospere sin
interrupción, venimos hoy a tu augusta presencia para implorar tu protección y
ofrecerte nuestros servicios. Como soldados creyentes, te pedimos la fortaleza invicta,
la fidelidad inquebrantable y el espíritu de sacrificio, llevado si fuera necesario hasta el
heroísmo”.5

Venimos a este santuario nacional a pedirle a la Madre de la Patria por todos los
argentinos; en particular por los hijos que sirven a la Defensa y Seguridad de la Nación.
Y, también, por nosotros mismos, sus pastores, para que por su intercesión el Señor nos
colme de sabiduría y coraje.

También María es Madre de Misericordia porque Jesús le confía su Iglesia y


toda la humanidad, a los pies de la Cruz, cuando acepta a Juan como hijo; cuando junto
con Cristo, pide al Padre el perdón para aquellos que no saben lo que hacen (cf. Lc 23,
34)

La Virgen María experimenta la riqueza y universalidad del amor de Dios, que


le dilata el corazón para abrazar a todo el género humano y cada uno de nosotros.

Hoy y aquí la Virgen también nos dirige la indicación dada a los sirvientes en las
bodas de Caná de Galilea: «Hagan lo que él les diga» (Jn 2, 5).

Esta es la brújula en nuestro itinerario espiritual: “hacer la voluntad de Dios”

Finalmente, queridos hermanos los invito a rezarle a la Virgen con una


hermosa oración escrita por el Papa San Juan Pablo II

María
Madre de misericordia,

cuida de todos para que no se haga inútil

la cruz de Cristo,

5
MANUAL DE DOCUMENTACIÓN PARA EL CLERO CASTRENSE DE LA NACIÓN ARGENTINA, Buenos Aires,
1958, p. 13.
4

para que el hombre

no pierda el camino del bien,

no pierda la conciencia del pecado y crezca

en la esperanza en Dios,

«rico en misericordia» (Ef 2, 4),

para que hagamos libremente las buenas obras

que El espera de nosotros (cf. Ef 2, 10) y,

de esta manera, toda nuestra vida sea

«un himno a su gloria» (Ef 1, 12).

Amén

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