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Entre al estética y la guerrilla


Luis María Gatti
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Jean Duvignaud: El Lenguaje Perdido. Ensayo sobre la diferencia antropológica, México


Siglo XXI, 1977.

Este es un libro importante. Este es un libro verdaderamente importante, y ademas


sorprendente. No puede serlo menos un texto que, tratando de analizar la diferencia
antropológica, pasa resta al significado de las obras de algunos “grandes” de la
antropología: Morgan, Lévy-Bruhl, Frobenius, Malinowski y Lévi-Strauss, sin que esto
se transforme en un balance contable de virtudes y defectos. Es raro encontrar un
texto así en la prolija bibliografía de recetas destinadas a esclerosar supuestas escuelas
de pensamientos.

Duvignaud no intenta analizar “escuelas”, nada le es más extraño que la rotulación


como sistema de conocimiento. Por el contrario, muchas de sus afirmaciones suenan
heréticas, radicalizan violentamente la comprensión de los autores que discute y
extrae de allí toda la originalidad del descubrimiento de la diferencia antropológica. No
es menos decisivo que, marginalmente, Duvignaud muestre como las “escuelas”
(evolucionismo, difusionismo, funcionalismo, estructuralismo, etc.) son reducciones,
simplificaciones empobrecidas y rígidas de un pensamiento creativo, problemático,
sobre ese tema fundamental de nuestro tiempo, el de la diferencia antropológica, la
diferencia que hace del salvaje y del proletario objetos “buenos para ser pensados”
pero revestidos de la imagen que queremos ver en ellos: vemos “falsos campesinos o
falsa gente de pueblo, mas precisamente: payasos representando por medio del
lenguaje y la ropa lo que nosotros querríamos que sean estas “clases inferiores” (p. 21).
No vemos en verdad a ese “otro diferente” que no ha cumplido la revolución
industrial y “se encuentra en permanente estado de subversión (…) La negación que
el dirige contra Occidente es una tentativa para impugnar aquello en lo que se
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convirtió el hombre a través de la sociedad de producción acelerada, es decir un ser


perdido, sin voz ni lenguaje” (p. 25). Desde esta perspectiva es pueril criticar a
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Lévy-Bruhl y su concepto de “mentalidad primitiva” si se olvida el principio mismo de
su obra: la especificidad de sistemas mentales que opone el salvaje al civilizado;
cuestionar los artefactos pseudoteóricos de Malinowski sin rescatar la riqueza de sus
investigaciones de campo y la agudeza de su percepción; marginar al Morgan de
Ancient Society por “unilineal” sin hablar al mismo tiempo de la consciencia que el
tiene de estar analizando una realidad diferente; o criticar a Lévy-Strauss por
“esctructuralista” sin darse cuenta de que es el mismo quien denuncia su incapacidad
para ver en las estructuras, también, el núcleo generativo de códigos y articulaciones
(en teoría) múltiples que subvierten y dinamizan la trama misma de la vida cotidiana.

Toda la argumentación del texto, sustentada en la revelación inédita de los autores


tratados y en la determinante experiencia de Duvignaud en Chebika -el poblado
tunecino que estudio-,(1) esta dirigida a explicitar los propios fundamentos
epistemológicos de la antropología. Duvignaud descubre en sus autores, en el mismo
y en una constelación de personajes (Conrad, Chateaubriand), el dolor y la revelación
de “haber partido” de Occidente para descubrir un mundo nuevo, una diferencia
fundadora… y la angustia de la nueva partida, el regreso a un mundo que ya se ha
vuelto extraño luego de vivir esa “otra” realidad humana que no conoce la sujeción, el
retorno a una Civilización que ahora se muestra mas salvaje que aquellos mesmos a
quienes denominamos salvajes. Este valor de la partida tiene obviamente resonancias
en los trabajos de Bourdieu, quien ya insistiera en señalar que la familiarización con un
mundo extraño y el desarraigo de un mundo familiar son rasgos constitutivos de todo
camino científico en las ciencias humanas.(2)

Descubrir la diferencia… una diferencia viva en sociedades donde el tiempo por


ejemplo, se vive en forma del pulsiones de un continuum espacio-temporal, donde
cada momento es simultáneamente una forma, una estructura que no es cárcel sino
matriz generadora de nuevas formas y nuevos momentos. Esas sociedades que, a la
manera de Confucio, postulan la unidad e identidad de la teoría y la practica,
sociedades que no han dividido la ciencia como un dominio separado de lo sensible.
El descubrimiento de una diferencia hace alcanzable la utopía, obliga relativizar
radicalmente los criterios occidentales, obliga a interrogarse sobre la sociedad propia.
Duvignaud tiene párrafos luminosos en que hace un “etnografía” de las

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representaciones básicas del Occidente europeo, especialmente sobre la idea de


historia y sobre la idea de hombre, -este hombre europeo que busca en otros la
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diferencia porque teme reconocer que el se ha vuelto diferente de ese hombre que
fue, y termina convirtiendo al propio proletariado industrial en sujeto de etnocidio, al
“pueblo” en otra cosa diferente. Basta comparar las definiciones y proyectos que los
teóricos de la modernización y el leninismo, respectivamente, tienen sobre el
campesinado: “obstáculo al cambio” o “aliado subordinado” de la clase, ambas
concepciones son incapaces de pensar lo no-occidental (lo no-capitalista, lo que no
tiene “mentalidad de mercado”) como dotado de razón, (de una razón otra) y, en
consecuencia de proyectos propios y hasta de una “historia” propia.

Sin embargo lo sorprendente es la correlación entre quienes ven la diferencia en los


salvajes y quienes la encuentran en el “pueblo”, correlación que, establecidas sobre la
base de que ambos han perdido un lenguaje porque los hemos despojado de
lenguaje, retoma la distinción de Merleau-Ponty entre el hombre que es y el hombre
que es un objeto para algunos hombres. “Salvajes” y “Pueblo” son nuestro objeto
porque sólo podemos aproximarnos a ellos con nuestro propio lenguaje
empobrecido, incapaz de comprender el de ellos, que resulta al final el verdadero
lenguaje empobrecido: hemos perdido un “lenguaje” que no separa al hombre de la
naturaleza y, por su puesto, no se plantea reintroducirlo en ella.

El texto de Duvignaud admite también la lectura de una confesión: Occidente


confiesa ahí su descubrimiento de la diferencia, el trauma y la frustración de semejante
revelación; desde luego esta confesión y el pasado intelectual que la informa están
mostrados en Duvignaud bajo la óptica de un “desgarramiento europeo”. No faltara
(no ha faltado) el maniqueo que ridiculice este tema desde supuestos ideológicos
presuntamente revolucionarios y termine convirtiendo la diferencia en una idea
secundaria y trivializándola. Es claro, esto evita reconocer que el antropólogo
latinoamericano arriesga cada vez mas el irse adaptando a la diferencia; y esto no es lo
mejor que le podría ocurrir.

El Lenguaje Perdido es el equivalente para hoy de lo que fue Tristes Trópicos hace veinte
años: un texto que resume la coyuntura de una disciplina agobiada de academicismo,
esterilizada en recetas metodológicas, integrada verticalmente a la producción
capitalista de conocimientos (no importa cuán abstractos sean) y desgarrada por

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cuestiones menores. Se ha abadonado la vida cotidiana de las personas, la


constelación de relaciones que hacen de las sociedades cosas dinámicas en
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permanente inestabilidad, para rotular y clasificar y rellenar museos, para descubrir
estructuras fijas y modelos paralíticos. Hemos dejado de interrogar a Occidente con
las preguntas que nos plantean los salvajes y el “pueblo”, perdiendo de este modo un
repertorio de posibilidades y alternativas históricas que hacen del etnocidio la forma
perfecta del suicidio intelectual. Hemos perdido el hábito de una compresión global:
analizamos las migraciones internas en términos demográficos y de flujos de mano de
obra, y dejamos de lado la histeria que Charcot describió para obreras industriales
recién llegadas del campo a la ciudad y que, en situación parecida había descubierto
Sófocles en Antígona. Estudiamos los complejos caminos de articulación entre
economía y parentesco, pero ignoramos a Edipo que se nos cruza en cada
determinación con un peso específico. Más groseramente: investigamos en
comunidades “aisladas” y deliberadamente las aislamos del impacto de la sociedad
capitalista “para mejor ver”.

¿Qué clase de artificios son éstos? ¿Porqué llamamos ciencia a esta forma arrogante de
vincularnos con el otro? ¿Cómo plantearse ahora -y es una necesidad teórica
fundamental- el estudio de los Nuer que combaten al gobierno sudanés o el de los
Kachin que en Birmania han formado el Ejército para la Independencia de Kachin? O,
para decirlo en las palabras de Duvignaud: “¿qué puede hacer el antropólogo hoy,
acorralado entre la estética y la guerrilla?”.

NOTAS

(1) Jean Duvignaud: Chebika, Gallimard/NRF, Paris, 1968.

(2) Pierre Bourdieu: Esquisse d’une théorie de la practique, Droz, Genéve-Paris, 1972.

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1978 Mayo.
 

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