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CIUDAD ANTIGRISTIANA EN EL SIGLO XIX, POR D. P. BENOIT, OOCTOR EN FILOSOFIA ¥ TEOLCGia, ANTIGUO DIRECTOR OF SEMINARIO. TRADUCIDA POR D. FRANCISCO DE P. BIBAS Y SERVE, PBRO. aaa LOS ERRORES MODERNOS PRIMBRA RDICION ESPANOL. ~er TOMO II. ne CON LICENCIA ECLESIASTICA: CES - BARCELONA: Lisreria y Treocraria catotica, Pino, 3- 1888. Esta obra es propiedad de los editores, y nadie puede reimpri- mairla, Queda hecho el depésito que marca la ley. LIBRO SEGUNDO. SBMIRACIONALISNO 0 SEMINATORALISMO 0 SEMILIBERALISMO. PRELIMINARES, 632. Después de los errores radicales que rechazan 1.9 Nocion ge- del semi- abiertamente el dogma catdlico, se ven aparecer errores Pecionatisme 6 mitigados, que son como ensayos de conciliacion entre smiliberalismo. los primeros y Ja doctrina de la Iglesia. Estos nuevos errores, hijos del deseo de poner de acuerdo con el dog- ma el error extremado, participan de uno y otro; en parte aceptan la herejia reprobada por la Iglesia, y en parte conservan el dogma que ella defiende; son doc- trinas medias, que oi son el dogma ni la herejia primi- liva, pero que son uno y otra mas 6 menos mezclados y aliados. Tales fueron en otro tiempo, tras la herejia arriana, el semiarrianismo, y después de la herejia de Pelagio, e] semipelagianismo. En nuestra época se han formado, entre la Iglesia y los racionalistas, partidos medios que han pretendido conciliar «el espiritu moderno» con el espiritu evangé- lico, «los principios de la revolucion» con el: dogma catélico. Los hombres de estos partidos no son raciona- listas ni literales puros; pues hacen profesion de creer . Tu? 6 en la divina mision de Jesucristo y el origen divino de la Iglesia. No son tampoco cafdlicos puros; pues, no s6lo en la practica, si que tambien en la teoria, admi- ten ciertos principios 6 aplicaciones del racionalismo. Sobre un gran numero de cuestiones piensaa y hablan como los catélicos; sobre alguoas otras piensan y ha- dlan como los racionalistas. Podemos, por consiguiente, lamarlos semiracionalistas, seminaturalistas, semilibe- rales, y su doctrina 6 partido, semiracionalismo, semi - naturalismo, semiliberalismo. Eo el libro primero de esta obra empleamos los nombres de racionalismo, de naturalismo y de libera- lismo como sinéuimos; en el presente libro, empleare- mos tambien como sindnimos los de semiracionalismo, seminaturalismo y semiliberalismo. Los primeros nom- bres designaban los errores radicales; estos nuevos nombres desigaaran los mismos errores mitigados. No obstante, haremos notar mas tarde que ciertos errores mitigados llevan preferentemente el nombre de semi- racionalismo, y otros el de semiliberalismo; cuanto al nombre de seminaturalismo, conviene indistintamente 4 todos. 2°Treselae 633. Los semiracionalistas unos son hetercdoxos, or- ree te stmt” dodoaos otros. Los primeros Hevan el error hasta la he- de semilibera- rejia y el cisma; los segundos hacen profesion de perma- necer en comunion con la Jglesia y respetar todas las de- finiciones de Ja autoridad docente, 4 1o menos las de fe. Entre los semiliberales ortodoxos, se distinguen tambien dos clases: unos exageran la libertad con perjuicio de la autoridad ex el érden redigioso; otros, sin admitir nada de los principios del liberalismo en el érden 4 la Religion, se contentan con querer una amplia practica de la libertad ex el drden politico y ct- vil, lo cual no afecta directamente 4 la causa de la Igle- sia. Por ejemplo, son partidarios sistematicos del go- 7 bierno parlamentario 6 de una reptiblica decente. Pero preciso es confesar, que son pocos los que, habiéndose declarado ardientes campeones de las libertades publi- cas en el orden politico, no hayan caido, en una d otra época de la vida, en las falsas doctrinas del liberalismo en materias religiosas. Con todo, se han hallado y se ha- Ilan algunos todavia. Hablaremos de los errores y aberraciones de estas diversas clases de semiliberales. 634. En nuestra época, 4 los semiliberales se les de- signa comunmente con et nombre de caéélicos liberales, y 4so doctrina con el de cadolicismo liberal. Empleare- mos alguna vez estas expresiones 4 causa de su frecuen- te uso. Pero las evitaremos con muchisima mayor fre- cuencia; tienen, en efecto, dos inconvenientes. Y desde luego, dan lugar facilmente 4 confusiones, por designar, segun los paises, errores muy diversos: asi que ciertos lectores franceses jamas oiran pronun- ciar el nombre de catélicos liberales, sin pensar al punto en Montalembert y su escuela; los lectores alemanes pensaran, al contrario, en los hermesianos; y los lecto- res italianos en aquellos catdlicos que sacrifican ta in- dependencia temporal de Ja Santa Sede al sueiio de la unidad italiana. No podemos, pues, emplear las expre- siones de caéélicos liberales y catolicismo liberal sin cierto temor de verlas tomadas por cada lector en el sentido limitado que tienen en su propio pais: de esta suerte, muchos pudieran creer, ea Francia por ejem- plo, que hablamos de los cat6licos liberales franceses, aun cuando lo que dijésemos conviniera tan sélo 4 los catélicos liberales de Italia 6 Alemania. 633. En seguado lugar, el nombre de catolicos lide- rales no nos parece convenir 4 todos cuantos se da. Se da, en efecto, sin distincion & los semiliberales ortodoxos, y 4 los semiliberales heterodoxos, y tambien, en ciertas comarcas, 4 los viejos catdlicos. 3.° A qué so Hama catoli- cismo liberal y catolicos hbe~ * Observacia- nes sobre el uso i estos nombres, 8 Empero, puede propiamente llamarse catdlicos lide- rales 4 los semiliberales ortodoxos, cuyas teorias libe- rales se refieren exclusivamente al érden civil y politi- co; porque sus teorias pueden muy bien ser contrarias 4 los intereses publicos y hasta chocar 4 veces con el buen sentido, pero no contradicen, 410 menos por lo comun, ninguna easefianza de la Iglesia; por esto pue- den llevar el nombre de catdlicos. Los semiliberales ortodoxos cuyas teorfas liberales no se limitan al orden civil y politico, sino que se extien- den al orden religioso, pueden todavia, aunque no tan exactamente, Ilamarse caédlicos liberales; como libera- les, no son catolicos; pero, aungve liberales, son cato- licos. Es decir, sus teorias son contrarias al espiritu de la Iglesia, han sido condenadas por nuevas é inauditas, por temerarias y tambien por falsas, pero no por heré- ticas 6 cismaticas, No se pueden retener sin faltar 4 la docilidad a las ensefianzas de la Iglesia, basta sin co- meter un pecado grave de temeridad; pero se puede sin perder la fe 6 romper con la comunion catélica. En este sentido, los semiliberales ortodoxos pueden ser li- berales y catdlicos, y Hamarse, por consiguiente, caté - licos liberales. 636. Pero, cuanto 4 los semiliberales heterodoxos, solo por un abuso de lenguaje se puede continuar dan- doles el nombre de catdlicos. gSe llamé alguoa vez arrianos catélicos 4 los semiarrianos, 6 catdlicos pela- gianos 4 los semipelagianos? Verdad es que estos semi- liberales conservan una parte de las verdades reveladas; pero tambien admiten muchas los protestantes: sin embargo, gse los ha llamado alguna vez caldlicos? Se- gun el catecismo se deja de formar parte de la Iglesia, Y, por consiguiente, de ser catélico, desde el momento en que se rehusa obstinadamente creer una verdad de fe definida por Ja Jglesia, 6 que no se esta ya en comu- 9 nion con los legitimos pastores: los semiliberales hete- rodoxos son herejes 6 cismaticos; ;cémo, pues, les da- riamos aun el titulo de catélicos? Muchos pudieron Ile- var el nombre de catdlicos liberales antes que sus errores fuesen condenados por heréticos, 6 antes de haber roto con la fe 6 la comunion de la fglesia; mas, desde que no tienen ya Ja fe de Ja Iglesia, y no viven ya dentro su unidad, es imposible seguir dandoles el nombre de catélicos, por mas que quizds lo reivin- diquen. 637. En resimen, el nombre de caédélicos liberales da facitmente lugar 4 confusiones, y no conviene 4 todos Jos que Jo llevan. Por esto preferimos servirnos gene- ralmente de los términos de seméiliberales y semiracio- nalistas. 638. Estudiaremos: 1.° los caracteres comunes deto- 6° Division dos los semiliberales 6 semiracionalistas ; 2.° las formas 4 1 materia. principales del semiliberalismo 6 semiracionalismo. Division, DIVISION PRIMERA. TITULO UNICO. CARACTERES COMUNES DE LOS SEMIRACIONALISTAS 6 SEMILIBERALES, 639. Acabamos de decir que el semiracionalismo 6 semiliberalismo es un término medio entre el raciona- lismo puro y el catolicismo puro, y que nacié del deseo de conciliar 4 uno y otro. La pretension de conciliarlo todo, hé aqui, pues, el primer cardcter de los semili- berales. Este falso espiritu de conciliacion se origina del ex- flaguecimiento del sentido catélico y la disminucion de las verdades sobrenaturales, y engendra la pretension de aconsejar y dirigir & la Iglesia. ¥ asi la falta 6 la dismipucion de Jas verdades y sen- tido catélicos, la indocilidad de espiritu a Jas enseiian- zas de la Iglesia, Ja misma pretension de ilustrarla y dirigirla, son los dems principales caracteres de los semiliberales. 1 CAPITULO 1. Primer cardcter general de los semiliberales: Un falso espirita de moderacion y conciliacion. 640. Decimos en primer lugar que los semiliberales pretenden conciliar entre s{ el racionalismo y el cato- licismo; quieren, como lo repetian antes 4 menudo, reconciliar 4 la Iglesia con Ja sociedad moderna, con la civilizacion, con et progreso, con la revolucion (1). Pongamos algunos ejemplos. G4l. Dice la Iglesia: Jesucristo, Dios y hombre jun- -tamente, reveld al hombre verdades, todas las cuales, hasta las que son superiores 4 la razon, deben ser crei- das de todos por la autoridad de la palabra divina.» Los racionalistas dicen, al contrario: «No puede obtigarse 4 la razon humana 4 que admita lo que no se le presenta jotrinsecamente evidente; por consiguiente, rechaza- mos la revelacion de Jesucristo. » Los semiracionalistas vienen a colocarse entre ambos partidos. «Verdad es, dicen, que Jesucristo es Dios y autor de una revelacion divina; pero es verdad tam- bien que todas las verdades reveladas pueden hacerse evidentes por medio de demostraciones intrinsecas. Por consiguiente, vosotros, los racionalistas, no teneis razon de pretender que se puede rechazar el dogma cristiano, so pretexto de que carece de intrinseca evi- dencia; y vosotros, catdlicos, no teneis razon de pre- tender que el sabio debe creer lo que no compren- de, como si hubiera verdades que fuesen superiores (1) Romanus Pontifex potest ac debet cum progressu, cam liberalismo et cum recenti civilitate sese reconciliare et compo- uere, (Syllad. prop. 80), I, Fatso es~ Piritu de coa- ciliacion, 12 4 la razon.» A consecuencia de este falso razona- miento, con la mira de probar la evidencia intrin- seca de todas las partes de! simbolo catélico, estos semiracionalistas emprendieron wn trabajo de investi- gaciones y especulaciones temerarias sobre Jos miste- rios de la fe. Veremos mas tarde sus muchos y graves errores bajo el titulo de hermesianismo 6 semiraciona- lismo de Alemania. El Concilio del Vaticano habla de estos doclores y de su empresa en estos lérminos: Zz- traviados por diversas ‘doctrinas extraias, y confun- diendo la naturaleza con la gracia, la ciencia humana con la fe divina, se permiten alterar el sentido propio de los dogmas, tal como lo posee y enseia nuestra santa madre Iglesia, y poner en peligro la integridad y la sinceridad de la fe (\). 642. Dice el racionalista: «La revolucion emancip6 4 la humanidad; antes de ella la razon estaba sojuzgada por la fe, la filosofia por Ja teologia, el Estado por la Iglesia. Con la revolucion comenzé la civilizacion ver~ dadera; antes, reinaban la barbarie y la supersticion.» Dice el catélico: «La revolucion es implacable ene- mmiga de Jesucristo y de la Iglesia; debajo Jos nombres de «principios del 89,» «derechos del hombre,» y «es- pirita moderno,» se oculta una inmensa rebeldia contra el érden social cristiano. Por tanto, todo compromiso con la revolucion es imposible.» Dice el semiliberal: «La revolucion es una reaccion del espiritu de libertad contra Ja tirania del régimen feudal y Jas monarquias absolutas. Fund6 las liberta- des publicas. Es bienhechora de los pueblos, sin duda muy inferior 4 la Iglesia, pero digna sin embargo de eterno reconocimieato. Los principius del 89 encierran las semillas de progresos inauditos para el porvenir de (1) De fide cath. Proem. 13 Jas naciones. Cuanto a los excesos de la revolucion, por ejemplo, el despojo y la proscripcion del clero catélico, fueron las consecuencias inevitables, bien que indirec~ tas, de la reaccion contra el antiguo régimen: el altar se hahia unido demasiado estrechamente con el trono, para no ser arrastrado con él. La Iglesia, por consi- guiente, puede y debe reconciliarse con la revolu- cion (1).» 643. Segun el liberal, todas las religiones son igual - mente indiferentes, 6 igualmente malas, 6 igualmente buenas. Nadie tiene obligacion de abrazar mas bien una que otra. Puede el Estado admitirlas y protegerlas todas, pero no debe profesar ninguna. Segun el catdlico, la religion institaida por Jesucristo es divina, y desde luego la inica verdadera; por consi- guiente, los individuos, las familias y los Estados de- ben ser catolicos. El semiliberal admite la premisa del catélico, y parte de las conclusiones del racionalista al mismo tiempo: «La Religion cat6lica es divina, y no obstante, sdlo los individuos y las familias estan obligados 4 abrazarla y profesarla: el Estado no tiene obligacion de reconocer su verdad y tratarla como unica religion verdadera.» 644. El racionalista reivindica en favor del Estado el mMonopolio de la enseianza, hasta respecto de los cléri- gos, 4 quienes trata de «funciouarios retigiosos. » El catélico declara que la iglesia tiene el derecho de vigilar ta educacion publica, excluir 4 los maestros he- rejes 6 sospechosos, desechar los libros peligrosos para la fe y las costumbres, hacer de la Religion el objeto principal de la instruccion y como el alma de toda la educacion. El semiliberal restringe los derechos de la Iglesia (1) Syllab. prop. 80. 14 y exagera los del Estado. Es partidario de una ense- flanza nueva, de métodos nuevos, «mas en armonia con la corriente de las opiniones de la época.» Hasta se per- mite dar consejos 4 los obispos sobre la reforma de los seminarios, y el modo de ensefiar teologia y educar a los jovenes clérigos. No anda lejos 4 veces de admilir que el Estado puede inmiscuirse en la direccion de los seminarios, examinar 4 los profesores y vigilar su en- senanza (4). 615. El racionalista,ama y ensalza 4 todos los que han coutradicho 4 la Iglesia. Gozan de sus favores los heresiarcas. Reciben sus elogios los perseguidores. Las sectas, las maniqueas sobre todo, excitan sus simpatias. El catdlico ve en las herejias y cismas rebeliones contra el Eterno y su Cristo; los heresiarcas son, 4 sus ojos, las mwayores plagas del pueblo cristiano. El semiliberal condena sin duda las herejias y los he- Tejes; pero se complace en ver en Jas herejias «grandes movimientos del espirita humano,» en presentar 4 los herejes como «grandes hombres,» cuyos escritos lee y cuyas virtudes admira. 646. El racionalista sostiene con ardor y de una ma- nera absoluta la tolerancia religiosa, 6 que se pongan todas las doctrinas bajo un mismo pié de igualdad; por- que tal sistema encierra Ja negacion del origen divino del dogma cristiano. EI cat6lico combate en principio el régimen de la li- bertad é igualdad de cultos; puede consentir en admi- tirlo de hecho en el gobierno y la legislacion, «para evilar un mal mayor, 6 para no impedir un mayor bien.» (4) Es preciso hacer notar que aqui, como en muchos ejem- Plos que preceden 6 siguen, no hablamos de todos los semilibe- rales, sino de parte de ellos solamente. Asf, por lo que toca 4 la libertad de ensefianza, muchos catélicos liberales han sido sus ilustres defensores. 1 Puede hasta comprometerse 4 tolerar este régimen, en tanto que el extravio de los espiritus imposibilitare la proclamacion del derecho supremo de la verdad. Mas no lo mira como un ideal, y, si oadmite como una ne- cesidad 6 conveniencia social, no se priva de desear y persuadir a todos que deseen como él el yngo preferible de la verdad. Hace votos por la profesion social de la Re- ligion catélica. Se alegrara si viere de nuevo consigna- dos en Ja Constitucion los supremos derechos de Jesu- cristo y la Iglesia. El cat6lico liberal es amante de la tolerancia civil de cultos y de la indiferencia det Estado en materias reli- giosas; hasta la proclama conforme con el espiritu del Evangelio, se avergiienza de Ja conducta seguida por la Iglesia y los pueblos cristianos en los pasados siglos; la disimula 6 la condena abiertamente; le da pena que la Iglesia rebuse en nuestra época elevar esta tolerancia 4 la categoria de un dogma social, y que sus fallos con- denen dicha teoria. 647. Basta con estos ejemplos. EI cat6lico tiene nociones muy precisas de los dere- chos de Dios, de la mision y poderes de la Sglesia, de Jas obtigaciones de los individuos y Jos Estados, en una palabra, de todo el érden de las cosas bumanas y divi- nas, naturales y sobrenaturales. El racionalista tiene para las mismas cuestiones afirmaciones tambien muy precisas, pero directamente contrarias 4 las del catoli- co. El semiliberal no profesa ni fas doctrinas del catoli- co ni las del racionalista, sino doctrinas medias, que tan pronto se acercan 4 la fe como al racionalismo, 4 veces meramente sospechosas y atrevidas, temerarias 4 menudo, otras veces hasta heréticas y cismaticas. Se desentrafia buscando conciliaciones entre Belial y Jesu- cristo, el racionalismo y la revelacion, el liberalismo'y el Catolicismo, ia revolucion y la Iglesia. Fluctia per- Ib. Horror 4 los partidos extremos. 16 petuamente entre la verdad y el error. No es amante del mal, noes amante del bien; quisiera un término medio entre uno y otro. No quiere nada, dice, «del an- tiguo régimen;» rechaza el 93; pero declara que le gusta el §9. 648. El semiliberal tiene horror 4 «los partidos ex- tremos,» «odia 4 los violentos.» Por una parte no esta con los racionalistas que propagan el ateismo y el pan- teismo, y menos todavia con los que atacan el érden social, predican el pillaje 6 el reparto de bienes, 1a ma- tanza de los sacerdotes y de los ricos. Por otra parte, s¢ halla asaz dispuesto para censurar 4 Jos obispos que se niegan a obedecer las leyes atentatorias 4 los derechos de Ja Iglesia, 6 levantan la voz contra los invasores de Jos dominios de ja Santa Sede, contra los violadores de las inmunidades de la Iglesia y los usurpadores de sus bienes. Tiene recriminaciones para los seglares que sos- tienen alla la bandera de la fe, reivindican con ardor los derechos de la Iglesia, y se alzan denodados contra las aberraciones de la moderna sociedad y los poderes publi- cos. «Por qué no se ha de hacer alguna concesion? dice. Queriendo salvarlo todo nos exponemos 4 perderlo todo. 2 Por qué oponer 4 este principe una resistencia abso- luta? Cediendo algo, le calmariamos. ¢Por qué chocar siempre con la opinion publica? Antes hariamos retro- ceder el San Lorenzo hacia sus fuentes que detener la corriente de las ideas modernas. Por qué no aceplar definitivamente este estado de cosas tal como ha salido de la revolucion? Mas facilmente volveriamos 4 poner a un hombre eo su cuna que los pueblos modernos en el estado social de la edad media.» Asi habla el semilibe- ral. Los catélicos que piensan de otra manera le son anlipaticos. Los que él aprecia, son los «espiritus mo- derados,» es decir, aquellos «conservadores decentes» que, poniendo en primer término la tranquilidad publi- M7 ca y la propiedad financiera, no militan ni por el bien ni por el mal, se conforman gustosamente con alos he- chos consumados,» aunque fueren injustos, y se cuidan poco de sacrificar su reposo para destruir los errores dominantes. Estos son «los hombres inteligentes» que sabeo comprender su época, admitir lo bueno que hay en «el espiritu moderno,» y reconocer «los justos ser- vicios de la revolucion.» Los elogia en sus discursos, los ensalza en sus escritos, y pone el mérito mas insig- nificante casi a Ja altura del genio. ;No les hemos visto muchas yeces mover estrepitoso ruido al rededor de ciertos personajes que blasonaban de catdlicos, cuyo Principal titulo a Ja fama era su simpatia por «las mo- dernas ideas?» Feuémeno singular: los semiliberales dejan frecuen- temente ver en si contra «los hombres del partido de Dios» una acritud que estan lejos de demostrar res- pecto de los mas ardientes racionalistas. Al decir de muchos de ellos, «los exagerados,» «los ultramonta~ nos,» «los caballeros del Sy2Zabus,» todo lo com- prometen y echan 4 perder. Si un Gobierno ateata contra las libertades de la Iglesia, alos extremados fue- ron los provocadores.» Si el sufragio universal pone al frente del pais una asamblea hostil 4 la Religion catoli- ca, «los ultramontanos» habian cansado 4 la nacion con sus exageraciones. Si el espiritu publico n0 vuelve 4 la Iglesia, Jos catolicos militantes tienen la culpa; pues el pueblo, dicen aquéllos, jes tan bueno, tan sensato, tan justo! Hay que imputarles todas las victorias de la re- volucion, todas las reacciones que se obran contra la Iglesia; pues Jas masas json tan inteligentes! Los solos excesos de los clericales las irritan. Se ha visto 4 semiliberales pidiendo 4 la Santa Sede que impusiera silencio 4 los mas puros defensores de la Iglesia, que cerrara la boca de los que sostienen con 18 mas denuedo el peso del combate por Jesucristo. gPues qué? Sois amantes de la libertad del pensamiento, de la libertad de la palabra, de la libertad de imprenta; parece que teneis escripulos de conciencia en pedir 4 los Go- biernos Ja represion de los impios que biasfeman 6 de los novelistas que ultrajan la moral; y yno temeis pe- dir al poder eclesidstico que haga callar las voces que atacan & los impios y 4 los novelistas, y recuerdan a una generacion de apéstatas los derechos de Dios y de la Iglesia? 649. Reconocemos las buenas intenciones que ani- man 4 buen numero de semiliberales; admiramos los talentos que distinguen 4 muchos, y nos declaramos profundamente reconocidos 4 los brillantes servicios que algunos hicieron 4 la causa catdlica. Pero no pode- mos menos de deplorar sus concesiones 4 la revolucion, sus injusticias y violencias de lenguaje para con fos mejores catdlicos, y los desgraciados efectos que esta funesta actitud no cesa de producir. Muy 4 menudo pa- recié que se persuadian de que el leon depondria sus jras cuando ya nadie defendiese 4 las ovejas, que los opresores se volverian humanos cuando «la viuda y los huérfanos,» es decir, la Iglesia y sus hijos, abandona- rian sin resistencia 4 su heredad; y que se haria la paz en provecho de la Ciudad santa cuando hubiesen de- puesto las armas sus defensores. Muchos no temian desanimar 4 los combatientes con importunas lamen- taciones, hacer caer las armas de las manos de los sol- dados de Cristo, y fortalecer 4 sus adversarios. Habi- tanles de la Ciudad de Dios, liamaban 4 ella al enemi- §0; alistados en el ejército fiel, desertaban de su bandera. No quedé por ellos el no haber en ciertos mo- meantos contribuido a las invasiones de la revolucion, y detenido la expansion del movimiento catélico tanto y mas que los mismos racionalistas. Por esto el inmortal 19 Pontifice que presidié con tanta gloria y constancia mas de treinta afos los combates de la Ciudad santa con la Ciudad anticristiana, alzé 4 menudo su autorizada voz contra los semiliberales. «Eno estos tiempos de confusion y desdrden, decia en 1861 dirigiéndose al universo entero, no es raro ver 4 cristianos, 4 cat6licos,—tambien los hay en el clero secular, los hay en los claustros,—que tienen siempre en boca las palabras de término medio, conciliacion y transaccion. Pues bien, yo no titubeo en declararlo: estos hombres estan en un error, y no los tengo por tos ene- migos menos peligrosos de Ja Iglesia... Asi como no es posible la conciliacion entre Dios y Belial, tampoco es posible entre Ja Igtesia y los que meditan su perdicion. Sin duda es menester que nuestra firmeza vaya acom- paiiada de prudencia ; pero no es menester igualmente que una falta de prudencia nos lleve a pactar con la impiedad... NO, seamos firmes: nada de conciliacion, nada de transaccion con hombres impios; nada de tran- saccion vedada é imposible (1).» Lo que aflige & cuestro pats y le impide merecer las bendiciones de Dios, decia en 1871 & unos romeros fran- ceses, es la mescolanza de principios. Divé la palabra, y 0 la callaré; lo que para tosotros temo no son esos miserables de la Commune, verdaderos demonios escapa- dos del inferno; es el liberalismo catélico, es decir, este sistema fatal que siempre sueiia en poner de acuerdo dos cosas inconciliables, la Iglesia y la revolucion. Le he condenado ya, pero le condenaria cuarenta veces, si ne- cesario fuera. St, cuelco & decirlo por el amor que os tengo; st, ese juego de balancin es el que acabaria por (1) Discurso después del decreto relativo 4la canonizecion de los veinte y tres martires franciscanos del Japon, 17 Sctiem- bre 4861. T. Abundano- cia de las ver- dades. 20 destrutr la religion entre cosotros, Es menester, sin du- da, amar & los hermanos extratiados ; pero para esto no hay necesidad de ammistiar el error, y suprimir por cousideracion al mismo los derechos de la verdad. Es muy necesario guardarse bien, aiiade el ilustre su- cesor del gran Pio 1X, es aecesario guardarse bien de estar de manera alguna en counivencia con las opinio- nes falsas, 6 combatirlas més flajamente de lo gue con- stente la verdad (1). CAPITULO II. Segundo cardcter de Jos semiliberales: Disminucion de las verdades y enflaquecimiento del sentido catdlico. Articula J.—Abundancia de las verdades, y desarrollo det sentido catélico en los fieles debidamente instruidos. 650. Los fieles debidamente instruidos cuya educa- cion ha sido dirigida segun las reglas de la Iglesia, po- seen da abundancia de las verdades. Conocen 4 Dios, 4 Jesucristo y 4 la Iglesia; estan instruidos en los dere- chos de Dios, de Jesucristo y de fa Iglesia; y saben sus obligaciones para con Dios y el préjimo. Quizas igno- rea, si no hubiere algo que segun su género de vida les obligare 4 conocerlo, Ja historia pro/ana; pero conocen 4 fondo la historia sagrada, es decir, el fandamento de toda doctrina sobre el origen y destinos de la humani- dad. Podran estar poco instruidos en geografia, cdlcu- lo, fisica é historia natural; hasta podran no tener le- tras; pero no se jes pueden hacer preguntas sobre el fin (1) Cavendum ne quis opinionibus falsis aut ullo modo con- niveat aul wmollius resistat quam veritas patiatur. (Encycl. [m- mortale Dei, 4 Noy. 1885). 21 del hombre y la regla de vida, sin que al momento den una respuesta precisa. No tienen incerlidumbre alguna sobre los grandes problemas que mas atormentaron & Jos antiguos fildsofos. Su alma vive en el seno de una luz sin sombra, cuyas claridades se proyectan sobre to- dos los acontecimientos de la vida, publicos 6 privados, y les permiten juzgarlos todas con la serena certidum- bre de una ciencia divina. G51. Pero el fiel formado segun Ja disciplina de la Iglesia tiene sohre todo eZ seztido de Ia verdad, que el Concilio del Vaticano llama sentido catélico. Este senti- do catélico consiste en una sobrenatural disposicion para discernir pronta y seguramente la verdad del error. Kis una especie de gusto sobrenatural que lleva como espontineamente al alma cristiana al alimento puro y saludable de Ja palabra de Dios, que hace que en ella se complazca y la saboree, y que al contrario sienta aversion al veneno de las opiniones vanas. Entre todos los catélicos del mundo, los fieles de 1a Iglesia madre y maestra poseen en alto grado el sen- tido catdlico. Bossuet decia: «Los Romanos tienen el oido delicado.» Se referia al clero romano, principal- mente a los cardenales y al Papa. Pero gquién no se ha admirado, si ha tenido ocasion de vivir en Roma, de la exquisita delicadeza del sentido catdlico de los mds hu- mildes fieles, y hasta de las simples mujeres del pue- blo? Se diria que este pueblo todo entero participa de lainfalibilidad de su Pontifice, tan grande es, si asi cabe decirlo, el instinto que tiene de !a verdad. Por mas qué esté mas desarrollado y sea mas univer- sal en la ciudad romana, el sentido catdlico no deja de ha- llarse igual en todos los catélicos cuya educacion fué profundamente cristiana, sobre todo si estuvo libre de las influencias pestilenciales de la herejia. Decid 4 ese sen- cillo lugareiio: «Se quiere que los reyes, en el gobier- Teed Il. Desarro- Mo del sentido tatdlico. 22 no de sus Estados, no eslén ya mas sujetos al Papa, absolutamente como si catdlicos no fueran.» Yuestra proposicion har4 en sus oidos el mismo efecto que una nota falsa en los de ua musico ejercitado. Decidle 4 una mujer que quizds no sepa leer: «Se quiere que el maestro no ensefe ya mas el catecismo en la escuela, y que sélo lo ensefe el sacerdote en la iglesia.» Vues- tras palabras sublevan su sentido catlico. El ristico y Ja humilde lugarefia quizds no puedan analizar fa im- presion que hicieron en su 4nimo; pero para uno y otra esta impresion habr& sido penosa. yall, Obser- 652. El desarrollo del sentido catdlico no esta siem- pre en relacion conel de Ja inteligencia natural. ;Cuan- tos grandes talentos, cudnlos sabios ilustres, carecen por completo del sentido catdélico! Este mismo desarro- Ilo no siempre corresponde al grado de conocimientos teolégicos razonados: en la época del Concilio del Vati- cano, jcuantos simples fieles penaban por la oposicion que obispos llenos de ciencia hacian 4 1a definicion de Ja infalibilidad pontificia! Articulo IZ.— Disminucion de las verdades y enflaquect- miento del sentido catolico en los semiliberales. 633. El Concilio del Vaticano seiala la disminucion de las verdades y el enflaquecimiento del sentido caté- lico como principales caracteres de los semiliberales. Bajo la influencia, dice, del racionalismo, ha sucedido por desgracia que en gran nimero de hijos de la Iglesia - catdlica, las verdades han disminutdo insensiblemente, y se ha embotado el sentido catélico (1). L. Digmiou- 634. En primer lugar tos semiliberales dan con fre- clon de 125 coencia el espectaculo de una triste ignorancia de las tos semilibe- of rales. (A) De fide cath, Prowm. 23 verdades reveladas. Los dejais 4 veces asombrados pro- clamando en su presencia dogmas expresamente conte- nidos en el simbolo de los Apdstoles. Ignoran Jos he- chos mas notorios de la historia sagrada, aquellos que * sabia antes cualquier niiio de ocho aios. Tal semiliberal solt6 en una conversacion tres pro- posiciones condenadas por la Iglesia, tal otro siete t ocho: ni uno ni otro lo sospechaban siquiera (1). Aquel semiliberal pasé todo e] dia hablando de religion; pro- bablemente al examinar por la noche su conciencia da- ria gracias 4 Dios por haberle hecho !a gracia de defen- der tan denodadamente la verdad catélica; y sin em- bargo, repetidas veces incurrid en graves errores, y hasta en herejias. Ademas, los misterios de la fe despiden muy poca luz para el semiracionalista. El misterio de ta vida divi- na en la Trinidad, el de la restauracion de todas las co- sas por el Verbo hecho carne, el de la transformacion de la decaida humanidad en Iglesia de los santificados, las divinas locuras de la cruz, los excesos del amor de Jestis en la Eucaristia; todos estos misterios cuya meditacion fué el sustento de los Santos, y que todavia conmueven hondamente a todas las grandes almas catdlicas, ocupaa poco sus pensamientos. Casi tanta luz encuentra en la lectura de Platon como en la de los escritores sagra- dos; 4 veces halla mas gusto en recorrer Jas paginas de los poetas paganos que en estudiar tas de los Padres de la Iglesia; y tanto fe da cultivar la geometria 6 la qui- mica como aplicarse a la divina teologia. (1) Estos rasgos si bien convienen 4 la totalidad de los semi- liberales, no convienen quizas & tal 6 cual clase de sewilibera- les. Aquf, en especial, deberfamos hacer una excepcion en fa- vor de muchos semiliberales de Ja escuela de Montalembert. La misma observacion es aplicable 4 algunos otros parrafos de eate articulo, il. Eoflaque- cimiento del sentido calo- lico. 24 Lo que mas le interesa en la Iglesia es la parte nataral. Raras veces la celebra como la institucion sobrenatural cuyo fin es levantar a los hombres hasta la vision intui- tiva de Dios y la eterna bienaventuranza. Pero se le oye 4 menudo pedir gracia para ella en nombre de Ia civili- zacion que le debe sus progresos, en nombre de Ja sua- vidad de las costumbres, de la edificacion de las ciudades, del progreso de Jas artes, de las ciencias, de la industria y de la agricultura. Como si el Yerbo de Dios no se hubiese encarnado ni hubiera muerto en cruz, sino para ensefiar 4 los hombres las virtudes na- turales, y proporcionarles el material bienestar. Como si el fin de la economia de la Redencion, y el objeto pri- mero 4 que deben tender todos los esfuerzos del hom- bre, no fuese la justicia sobrenatural, 4 la que se pro- melid todo lo demas por afadidura (1). Estos semiliberales tan poco instruidos en las verda- des de !a fe, 6 poco penetrados de ellas, reciben los Sa- cramentos de la Iglesia; quizas tienen sentimientos de devocion al Sagrado Corazon de Jestis y a la Santisima Virgen. Su piedad es buena y provechosa para la salya- cion de sus almas; pero como no se apoya en el dogma, es sentimental, superficial y precaria: hay todavia ca- Jor en su corazon; pero como hay poca luz en su mente, este calor es débil y se halla expuesto 4 desvanecerse. Pero el semiliberal es ain mas pobre de sentido ca- télico. Ante él aparecen la verdad y el error, se cruzan y se pelean: no sabe discernir lo verdadero de Io falso, admitir lo verdadero y desechar lo falso. Ni siquiera al- canza bien cudl sea ta diferencia entre la verdad y el error; y se veriad menudo muy apurado para sefalar alguna. Si se adhiere 4 Ja verdad, es mas por habito y por presuposicion que por el sentimiento vivo de su Juz. (i) Mattb. vi, 33. 25 Por esto, cuando aparece algun error, facilmente se le pega algo. «Pero este error, le decis, contradice directa- mente a verdades que profesais ;» no lo sospechaba si- quiera. El espiritu de los semiliberales es imagen fiel de su siglo: fuera, andao verdad y error mezclados por doquiera; en su interior, reina la misma confusion. Su entendimiento se parece & aquellos estomagos enfermos que ya carecen de fuerza para separar las partes sanas de los alimentos, de las partes inutiles y nocivas, y que, admitiendo indistintamente unas y otras en la economia del cuerpo, ocasionan fa formacion de humores malsa- nos y las enfermedades que les son consiguientes. A veces el semiliberal se pone 4 temblar temiendo que 4 la Iglesia la convenzan de estar en el error, que se re- conozca que es falso el Evangelio, y que argumentos que no son conocidos den la razon al error contra Ja verdad. Habiendo perdido en tanto grado el sentido de Jo verdadero, {puede dejar de aceptar 4 menudo el error con la misma facilidad que la verdad? 656. De esta disminucion de las verdades, de este enflaquecimiento del sentido catélico, resultan algunos otros caracteres generales que debemos seiialar. 1.° El semiliberal ya no tiene horror al pecado de he- rejta. La herejia para 6l no es ya un crimen, es una falta leve. Se le escandaliza al decirle que la herejia es mayor crimen que el adulterio, y que los periodistas que trabajan por destruir la fe en las almas son mas culpables que los bandidos que secuestran 6 asesinan a Jos viandantes en las carreteras. 9° La mayor parte de los.semiliberales sow bastante indiferentes acerca del dogma. Algunos, sin embargo, se apasionaroa por las especulaciones de los misterios cristianos; olros alteraron los datos de la fe: hablare- mos de ello mas tarde. Empero, lo repetimos; Ja mayor parte se muestran indiferentes acerca de las verdades It. Otros caracteres ge- nerales re- sultantes de los primeros,

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