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Moral a Nicómaco · libro quinto, capítulo V

La reciprocidad o el talión
no puede ser la regla de la justicia
La reciprocidad o el talión parece a algunos ser lo justo en absoluto. Es la
doctrina de los pitagóricos, que han definido lo justo diciendo de una manera
absoluta: «que consiste en dar exactamente a otro lo que se ha recibido.» Pero
el talión no conviene ni con la justicia distributiva, ni con la justicia
reparadora y represiva. Se insiste y se pretende que el talión es la justicia de
Radamanto:
«Sufrir lo mismo que se ha hecho; he aquí la verdadera justicia.»
Pero hay muchos casos en que esta doctrina no sirve; por ejemplo, si el que ha
dado golpes es un magistrado, no debe ser golpeado a su vez; y si, por lo
contrario, alguno ha golpeado al magistrado, no basta golpear al agresor, sino
que necesita mayor castigo. Además, se debe establecer una gran diferencia
según que el delito ha sido voluntario o involuntario. Confieso por lo demás,
que en todas las relaciones comunes que los ciudadanos mantienen entre sí,
esta especie de justicia, es decir, la reciprocidad proporcional y no
estrictamente igual, es el lazo mismo de la sociedad. El Estado no subsiste
sino merced a esta reciprocidad de servicios, que hace que cada uno vuelva
proporcionalmente lo que ha recibido. En efecto, una de dos cosas: o se trata
de volver el mal por el mal, pues la sociedad sería una especie de
servidumbre, si no se pudiese volver el mal que se ha experimentado; o bien
se trata de volver bien por bien; de otra manera ya no habría una reciprocidad
de servicios entre los ciudadanos; y sin embargo, gracias a este mutuo cambio
de [132] servicios la sociedad puede subsistir. Esto nos explica también el fin
con que se coloca el templo de las Gracias{103} en el sitio más frecuentado
de la ciudad, que no es otro que el de excitar a los ciudadanos a volver los
servicios que hayan recibido, porque esto es lo propio de la Gracia. Es preciso
que sirváis a vuestra vez al que se ha mostrado generoso con vosotros; y
debéis en seguida tomar la iniciativa, mostrándoos espontáneamente
generosos con él.
Puede representarse esta reciprocidad proporcional de servicios por una
figura cuadrada, en la que se combinen los términos opuestos en el sentido de
la diagonal. Sea, por ejemplo, el arquitecto A, el zapatero B, la casa C, el
calzado D. El arquitecto recibirá del zapatero la obra que es propia del
zapatero; y en cambio, le dará la obra que él mismo hace. Si hay desde luego
entre los servicios cambiados una igualdad proporcional, y en seguida hay
reciprocidad de buenos servicios, las cosas pasarán como ya he dicho. De otra
manera, no hay ni igualdad, ni estabilidad en las relaciones; porque puede
suceder que la obra del uno valga más que la del otro, y es necesario
igualarlas. Esta regla tiene aplicación en todas las demás artes, las cuales
serían imposibles si, de una parte, el agente que debe producir no obrase con
cierta medida y de cierta manera, y si, de otra, el ser que debe sufrir la acción
no la sufriese en una medida y de una manera determinadas. Realmente no
hay relaciones posibles entre dos agentes semejantes, entre dos médicos; pero
hay posibilidad de relaciones comunes entre un médico, por ejemplo, y un
agricultor; y en general, entre gentes que son diferentes, que no son iguales, y
que es preciso que se igualen entre sí, para que puedan entrar en tratos.
Así{104}, pues, es preciso que las cosas que están sujetas a cambio, puedan
compararse entre sí bajo algún respecto; y de aquí nace la necesidad de la
moneda. Puede decirse que es una especie de medio, de intermediario; es la
medida común de todas las cosas; y por consiguiente, estima el valor superior
de la una así como el valor inferior de la otra. Hace ver, por ejemplo, cuántos
zapatos serian necesarios para igualar el valor de una [133] casa o el de los
alimentos que se consumen. Es preciso que el arquitecto reciba del zapatero
un número dado de zapatos por el precio de la casa, o tantos zapatos por el
precio de los alimentos. Sin esta condición, no habría cambio ni asociación
posible; ni esta ni aquel podrían tener lugar, si no se llegase a fijar entre las
cosas una especie de igualdad. Es preciso, repito, encontrar una medida única
que pueda aplicarse a todo sin excepción. La necesidad que tenemos los unos
de los otros es en realidad el lazo común de la sociedad. Si los hombres no
tuviesen necesidades, o si no tuviesen necesidades semejantes, no habría
cambio entre ellos, o por lo menos, el cambio no sería el mismo. Pero efecto
de una convención completamente voluntaria, la moneda se ha hecho en
cierta manera el instrumento y el signo de esta necesidad. Para recordar esta
convención, se da, en la lengua griega, a la moneda un nombre derivado de la
palabra misma que significa la ley; porque la moneda no existe en la
naturaleza; sólo existe mediante la ley, y depende de nosotros mudar su valor
y hacerla inútil, si queremos.
No hay, pues, verdadera reciprocidad sino cuando se han igualado las cosas de
antemano, siendo la relación del labrador, por ejemplo, con el zapatero, igual
a la relación entre la obra del uno con la del otro. Pero no hay precisión de
exigir la relación de proporción, cuando hayan hecho el cambio entre sí. De
otra manera, uno de los extremos tendría siempre las dos unidades de más de
que hablamos antes. Pero cuando cada cual de ellos conserva aún sus bienes,
entonces son iguales y están en una asociación verdadera, porque esta
igualdad puede establecerse por su libre consentimiento. Sea el labrador A; el
alimento que produce, C; el zapatero, B; y su obra estimada como igual, D. Si
la reciprocidad de servicios no existiese con las condiciones que acabamos de
decir, no habría asociación entre los hombres. Lo que prueba claramente que
la necesidad por sí sola aproxima a los dos contratantes y constituye como una
unidad, es que cuando dos hombres no necesitan el uno del otro, ya se
encuentren en este caso ambos o ya uno sólo, no hacen cambios, así como se
ven precisados a hacerlos cuando el uno necesita lo que el otro posee; y
teniendo necesidad de vino, por ejemplo, da en cambio el trigo que tiene y de
que puede disponer. Es imprescindible, pues, igualar las cosas de una y otra
parte. Pero cuando en el momento no se tiene necesidad de [134] nada, el
dinero que se guarda es como una garantía para un cambio futuro, que podrá
fácilmente tener lugar tan pronto como se advierta la necesidad; porque es
preciso que aquel que entonces dé el dinero, esté seguro de encontrar en
cambio lo que habrá de necesitar. Por otra parte, la moneda está sometida a
las mismas variaciones, no conserva siempre el mismo valor; si bien este valor
es más fijo y más uniforme que el de las cosas que representa. Es preciso que
haya una apreciación general de las cosas; porque sólo así se hace el cambio
posible; y si el cambio tiene lugar, en este mismo hecho hay ya asociación y
comercio. La moneda, como viene a ser una medida general que permite
valorar todas las cosas, las unas con relación a las otras, lo iguala todo. Y así
sin cambios no hay comercio ni sociedad; sin igualdad no hay cambios; y sin
una medida común, no hay igualdad posible. En realidad, no puede suceder
que cosas tan diferentes sean conmensurables entre sí; pero también es
cierto, que, efecto de la necesidad, se puede llegar sin gran trabajo a medirlas
todas suficientemente. Es preciso que haya una unidad de medida; pero esta
unidad es arbitraria y convencional; se la llama moneda, palabra que tiene en
griego el sentido etimológico que se ha dicho; y todo lo hace conmensurable;
porque todo, sin excepción, se valora por medio de la moneda. Sea una casa,
A; diez minas, B; una cama, C. Sea A la mitad de B, es decir, que la casa valga
cinco ruinas o sea igual a cinco minas. Supongamos también que la cama C
sólo valga la décima de B. Con estos datos se ve fácilmente cuántas camas se
necesitan para igualar el valor de la casa, es decir, que se necesitan cinco. Se
comprende, que de esta manera habrán tenido naturalmente lugar los
cambios, antes que existiese la moneda; porque importa poco que las cinco
camas se cambiaran por la casa, o por cualquier otro objeto que tuviese el
valor de cinco camas.
Por todas estas consideraciones se ve, pues, lo que son la justo y lo injusto.
Una vez fijados estos puntos se ve también, que la equidad personal, la
práctica personal de la justicia es un medio entre una injusticia cometida y
una injusticia sufrida. De una parte, se tiene más que se debe tener; de otra,
se tiene menos. Pero si la justicia es un medio, no es como las virtudes
precedentes: lo es, porque ocupa el medio, mientras que la injusticia está en
los dos extremos. La justicia es la virtud que hace que se llame justo a un
hombre que en su conducta practica [135] lo justo por una libre preferencia
de su razón, y que sabe aplicarla igualmente a sí mismo que a otro y entre las
demás personas; que obra de manera que no se da a sí mismo más y a su
vecino menos, si la cosa es útil, o a la inversa, si la cosa es mala; y que sabe
sostener entre él y otro la igualdad proporcional, en la forma que lo aria, si
tuviese que decidir contiendas entre los demás.
En cuanto a la injusticia, es precisamente lo contrario de todo esto
relativamente a lo injusto. Lo injusto es a la vez el exceso en más y el defecto
en menos en todo lo que puede ser útil o dañoso; sin tomar nunca en cuenta la
proporción. Por consiguiente, la injusticia es a la vez un exceso y un defecto,
pues subsiste perennemente en el exceso o en el defecto con relación al
individuo mismo; porque si la cosa es buena, el hombre injusto se atribuye una
parte enorme de ella y peca por exceso; cuando es dañosa, peca por defecto,
aplicándose lo menos que puede con relación a los demás; porque las
disposiciones en general son siempre las mismas; y sin cuidarse nunca de las
reglas equitativas de la proporción, el hombre injusto decide a la ventura
según encuentra las cosas, como si tratándose de una injusticia no fuese el
menor mal sufrirla{105}, y un mal mucho mayor cometerla.
Tales son las consideraciones que quería presentar sobre la justicia y la
injusticia y sobre la naturaleza de cada una de ellas; y por consiguiente, sobre
lo justo y lo injusto en general.
———
{103} Esta palabra tiene en la lengua griega la doble acepción que también
tiene en la nuestra.
{104} Puede verse tratado este punto por extenso en la Política, lib. I, cap. III.
{105} Principio platoniano. Véase el Gorgias.

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