You are on page 1of 7

La propiedad privada es un robo

¿QUE ES LA PROPIEDAD?", PIERRE PROUDHON, "TODA PROPIEDAD (PRIVADA) ES UN ROBO"--


"EL ORIGEN DE LA DESIGUALDAD ENTRE LOS HOMBRES", JEAN-JACQUES ROUSSEAU

La crisis mortal del capitalismo se reduce a algo que parece ser que nadie se atreve a
mencionar: la propiedad privada:
hay que abolir la p. p., o, al menos, reestructurarla de diferente manera en la cual los grandes
propietarios, es decir, los grandes billonarios, es decir, los grandes rateros, dejen de existir.
Ultimamente, en la conferencia sobre el clima en Copenague, el motto mas aplaudido del pueblo
fue: "Cambien el sistema, no cambien el clima" El 'sistema' nunca se podra cambiar si no se
cambia su alma, su unico substratum, su 'raison d'étre', esto es obvio: el dios de la propiedad
privada. Mientras que esta divinidad idolatrica exista...todo lo que se haga por salvarnos de la
destruccion ecologica y humana sera inutil. La p. p. cumplio su curso historico.
En su dia sirvio para fomentar el desarrollo economico, pero en la actual situacion historica se
ha convertido en el Enemigo Numero Uno de los intereses colectivos de la Humanidad.
Esto es ya tautalogico para cualquiera con dos dedos de frente
...y de espalda.
Imaginemosnos, por ejemplo, cuando el desarrollo economico de dos colosos, China e India,
con dos mil quinientos de criaturas, empiecen a incrementar las correspondientes p.p. a la que
aspiran todos sus ciudadanos: La Tierra no podra soportar esta extra carga sobre su piel.
Nos hundiremos todos.
Es por eso que hemos invitado a Proudhon y a Rousseau a que nos iluminen al respecto.
El primero nos probara que, aparte del cataclismo mencionado, la p.p. es un robo en un sistema
basado en la desigualdad y el fraude. El segundo le pondra los puntales:
"El primer hombre a quien, cercando un terreno, se lo ocurrió decir esto es mío y halló gentes
bastante simples para creerle fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes,
guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que
hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el foso:
«¡Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos
y la tierra de nadie!»
Hoy, ese "terreno cercado" por "el fundador de la sociedad civil" se ha convertido en ese "robo"
proudhoniano de una propiedad privada a escala planetaria en manos de unos cientos de
"cercadores de terrenos" ue controlan todos los "terrenos" de la Humanidad.
El 'delirium tremen' de la p.p. es omnipresente.::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

¿Qué es la propiedad?
Pierre Proudhon
Si tuviese que contestar la siguiente pregunta: ¿Qué es la esclavitud? y respondiera en pocas
palabras: Es el asesinato, mi pensamiento se aceptaría desde luego. No necesitaría de grandes
razonamientos para demostrar que el derecho de quitar al hombre el pensamiento, la voluntad,
la personalidad, es un derecho de vida y muerte, y que hacer esclavo a un
hombre es asesinarle.

¿Por qué razón, pues, no puedo contestar a la pregunta qué es la propiedad, diciendo
concretamente la propiedad es un robo, sin tener la certeza de no ser comprendido, a pesar
de que esta segunda afirmación no es más que una simple transformación primera?

Un autor enseña que la propiedad es un derecho civil, originado por la ocupación y sancionado
por la ley; otro sostiene que es un derecho natural, que tiene por fuente el trabajo; y estas
doctrinas tan antitéticas son aceptadas y aplaudidas con entusiasmo. Yo creo que ni el trabajo,
ni la ocupación, ni la ley, pueden engendrar la propiedad, pues ésta es un efecto sin causa.

¿Se me puede censurar por ello? ¿Cuántos comentarios


producirán estas afirmaciones? ¡La propiedad es el robo! ¡He ahí el toque de rebato
del 93! ¡La turbulenta agitación de las revoluciones!

¡La propiedad es el robo!... ¡Qué inversión de ideas! Propietario y ladrón fueron en todo tiempo
expresiones contradictorias, de igual modo que sus personas son entre sí antipáticas; todas las
lenguas han consagrado esta antinomia. Ahora bien: ¿con qué autoridad podréis impugnar el
asentimiento universal y dar un mentís a todo el género humano? ¿Quién sos para quitar la
razón a los pueblos y a la tradición?
¿Es posible que en la aplicación de los principios de la moral se haya equivocado
unánimemente la humanidad durante tanto tiempo? ¿Cómo y por qué ha padecido
ese error? ¿Y cómo podrá subsanarse éste siendo universal?
Todos los hombres, en efecto, creen y sienten que la igualdad de
condiciones es idéntica a la igualdad de derechos: que propiedad y robo son términos
sinónimos; que toda preeminencia social otorgada, o mejor dicho, usurpada so pretexto de
superioridad de talento y de servicio, es iniquidad y latrocinio: todos los hombres, afirmo yo,
poseen estas verdades
en la intimidad de su alma; se trata simplemente de hacer que las adviertan.

¿Es justa la propiedad? Todo el mundo responde sin vacilación: «Sí, la propiedad es justa.»
Digo todo el mundo, porque hasta el presente creo que nadie ha respondido con pleno
convencimiento: «No.» También es verdad que dar una respuesta bien fundada no era antes
cosa fácil; sólo el tiempo y
la experiencia podían traer una solución exacta. En la actualidad esta solución existe: falta que
nosotros la comprendamos. Yo voy a intentar demostrarla.

Todos los razonamientos imaginados para defender la propiedad, cualesquiera que sean,
concluyen siempre necesariamente en la igualdad, o lo que es lo mismo, en la negación de la
propiedad.

El derecho romano definía la propiedad como el derecho de usar y de abusar de las cosas en
cuanto lo autorice la razón del derecho. Se ha pretendido justificar la palabra abusar, diciendo
que significa, no el abuso insensato e inmoral, sino solamente el dominio absoluto. Distinción
vana, imaginada para la santificación de la propiedad, sin eficacia contra los excesos de su
disfrute, los cuales no previene ni reprime. El propietario es
dueño de dejar pudrir los frutos en su árbol, de sembrar sal en su campo, de ordeñar sus vacas
en la arena, de convertir una viña en erial y de transformar una huerta en monte. ¿Todo esto es
abuso, sí o no? En materia de propiedad el uso y el abuso se confunden necesariamente.

Según la Declaración de los derechos del hombre, publicada al frente de la Constitución de


1793, la propiedad es «el derecho que tiene todo hombre de disfrutar y disponer a su voluntad
de sus bienes, de sus rentas, del fruto de su trabajo y de su industria».

Ambas definiciones reproducen la del derecho romano: todas reconocen al propietario un


derecho absoluto sobre las cosas. Y en cuanto a la restricción determinada por el Código, al
decir en tanto que no se haga de ellas un uso prohibido por las leyes y los reglamentos, dicha
restricción tiene por objeto no limitar la propiedad, sino impedir que el dominio de un
propietario sea obstáculo al dominio de los demás. Es una configuración del principio, no una
limitación.

En la propiedad se distingue: 1.-, la propiedad pura y simple, el derecho señorial sobre la cosa, y
2.-, la posesión. «La posesión -dice Duranton- es una cuestión de hecho, no de derecho.» Y
Toullier: «La propiedad es un derecho, una facultad legal; la posesión es un hecho.» El
arrendatario, el colono, el mandatario, el usufructuario, son poseedores; el señor que
arrienda, que cede el uso, el heredero que sólo espera gozar la cosa al fallecimiento de un
usufructuario, son propietarios. Si me fuera permitida una comparación, diría que el amante es
poseedor, el marido es propietario.

Esta doble definición de la propiedad como dominio y como posesión es de la mayor


importancia, y es necesario no olvidarla si se quiere entender cuanto voy a decir.

De la distinción de la posesión y de la propiedad nacen dos especies de derechos: el derecho en


la cosa, por el cual puedo reclamar la propiedad que me pertenece de cualquiera en cuyo poder
la encuentre; y el derecho a la cosa, por el cual solicito que se me declare propietario. En el
caso, la posesión y la propiedad están reunidas; en ello, sólo existe la nuda propiedad.

Esta distinción es el fundamento de la conocida división del juicio en posesorio y petitorio,


verdaderas categorías de la jurisprudencia, pues la comprenden totalmente en su inmensa
jurisdicción. Petitorio se denomina el juicio que hace relación a su propiedad; posesorio el
relativo a la posesión.

Al escribir estas páginas contra la propiedad, insto en favor de toda la sociedad una acción
petitoria y pruebo que los que hoy nada poseen son propietarios por el mismo titulo que los que
todo lo poseen, pero en vez de pedir que la propiedad sea repartida entre todos, solicito que,
como medida de orden público, sea abolida para todos.

Cicerón compara la tierra a un amplio teatro: Quemadmodum theatrum cum commune sit, rente
tamen dici potest ejus esse eum locum quem quisque occuparit. En este pasaje se encierra toda
la filosofía que la antigüedad nos ha dejado acerca del origen de la propiedad. El teatro -dice
Cicerón- es común a todos; y, sin embargo, cada uno llama suyo al lugar que ocupa; lo que
equivale a decir que cada sitio se tiene en posesión, no
en propiedad. Esta comparación destruye la propiedad y supone por otra parte la igualdad.
¿Puede ocupar simultáneamente en un teatro un lugar en la sala, otro en los palcos y otro en el
paraíso? En modo alguno, a no tener tres cuerpos como Géryen, o existir al mismo tiempo en
tres distintos lugares, como se cuenta del mago Apolonio.
Nadie tiene derecho más que a lo necesario, según Cicerón: tal es la interpretación exacta de su
famoso axioma «a cada uno lo que le corresponde», axioma que se ha aplicado con indebida
amplitud. Lo que a cada uno corresponde no es lo que cada uno puede poseer, sino lo que tiene
derecho a poseer. ¿Pero qué es lo que tenemos derecho a poseer?

Lo que baste a nuestro trabajo y a nuestro consumo. Lo demuestra la comparación que Cicerón
hacía entre la tierra y un teatro. Bien está que cada uno se coloque en su sitio como quiera, que
lo embellezca y mejore, si puede; pero su actitud Va derecha a la igualdad; porque siendo la
ocupación una mera tolerancia, si la tolerancia es mutua (y no puede menos de serlo), las
posesiones han de ser iguales.

Examinemos, sin embargo, la cuestión según la plantea Grotius:


«Primitivamente, todas las cosas eran comunes e indivisas: constituían el patrimonio de todos
... »
No leamos más: Grotius refiere cómo esta comunidad primitiva acabó por la ambición y la
concupiscencia, cómo a la edad de oro sucedió la de hierro, etc. De modo que la propiedad
tendría su origen primero en la guerra y la conquista, después en los tratados y en los contratos.
Pero o estos pactos distribuyeron los bienes por partes iguales, conforme a la comunidad
primitiva, única regla de distribución que los primeros hombres podían conocer, y entonces la
cuestión del origen de la propiedad se presenta en estos términos: ¿cómo ha desaparecido la
igualdad algún tiempo después? o esos tratados y contratos fueron impuestos por violencia y
aceptados por debilidad, y en este caso son nulos, no habiéndoles podido convalidar el
consentimiento tácito de la posteridad, y entonces vivimos, por consiguiente, en un estado
permanente de iniquidad y de fraude.

Contra la propiedad - por Martín


Caparrós.
Contra la propiedad

Es una de esas cosas que solo se ven cuando se rompen: la ventana quebrándose, convertida
en astillas. El resto del tiempo está ahí, transparente, casi invisible, marcando los espacios: lo
que está adentro, lo que queda afuera. El resto del tiempo está -tan presente, tan discreta- y
siempre me sorprendió que funcionara: uno de los grandes misterios de las sociedades
contemporáneas es que las personas respeten la propiedad ajena. Es difícil: supone que
millones y millones vivan mirando lo que querrían tener pero acepten que no van a tenerlo
porque hay leyes y policías que lo impiden.

Es cruel -escribí hace un par de años-: les muestran todo el tiempo lo que no pueden, los invitan
todo el tiempo a lo que no pueden: vestirse lindo, viajar, cogerse rubios, andar en coche, comer
todos los días. Todo está ahí, como al alcance de la mano; que no estiren la mano requiere la
eficacia extraordinaria de dos herramientas: el miedo, la ideología. El miedo es obvio: si lo
agarrás te agarran y te joden; se llama represión, y es indispensable para que funcione todo el
resto.

Más todavía lo es la ideología: consiste en justificar que algunos tienen mucho y otros muy
poco a través de discursos –relatos– que van cambiando con los tiempos: que los más claros
deben tener y los oscuros no, que los señores sí y los vasallos no, que los españoles sí y los
indios no, que un dios les ha dado a unos y quitado a otros; que las mujeres no pueden poseer,
que tiene el que trabaja y el que no tiene es porque es vago o tonto; que, en síntesis, quien
adquirió como sea tal o cual objeto lo hizo suyo y nadie más puede tenerlo a menos que le dé
algo a cambio. La propiedad privada, le decían, cuando se hablaba de esas cosas. Es un milagro
–es el gran milagro social de los últimos diez mil años– que tantos millones respeten esa idea,
esa ilusión tan laboriosamente sostenida. Pero eso no la hace menos frágil: de vez en cuando se
rompen ciertos diques y la ilusión estalla. Entonces, de pronto, parece tan extraña.

A veces, cuando alguien muestra que es posible agarrar lo que está ahí, es como si no hacerlo
no tuviera sentido. De pronto todo lo que siempre pareció prohibido parece natural –y el dique
de la ideología se agrieta. El dique de la ideología no es gratis para los que lo usan: deben
mostrar cierta conducta, cierta coherencia. Para que los poderosos puedan imponer el respeto
de la propiedad privada deben respetarla a su vez. Cuando se ve que no la toman muy en serio –
que roban los bienes del Estado, por ejemplo–, se les complica un poco. Es la famosa
impunidad, que crea escuela.

Si todos estamos convencidos de que los poderosos estiran la mano cada vez que quieren y se
llevan lo que les gusta sin que les pase nada; si los poderosos se cagan en las reglas que los
hicieron poderosos, que los mantienen poderosos, los demás no encuentran razones para
respetar esas reglas –y las rompen en cuanto llega la ocasión. El costo de la famosa corrupción
es sobre todo ése y es sobre todo para ellos: invalidar sus propias normas, perder la ventaja
que les permite mantener sus ventajas.

El aparato ideológico del capitalismo clásico tenía su astucia: pretendía que la propiedad era el
resultado del esfuerzo, del trabajo duro. Ligaba la propiedad a una conducta, una forma de vida.
Ahora millones ven que los más ricos son los grandes ladrones o los muy afortunados.
Gobernantes, futbolistas, tetonas, cantores de basura, gritones en la tele: si los bienes se
consiguen sin mérito, sin mayor esfuerzo, ¿por qué no yo? ¿Qué razón para que no los tenga?
Por eso, supongo, tantos piensan que robar es una opción que les compete.
***
Todos los días, en todos los lugares: robar es poner en acto la crítica más básica, más leve de la
idea de propiedad. No estar en contra de la propiedad; estar en contra de que sea para otros.
Saquear es un modo de robar que demuestra, además, que sólo la represión –ya no la
ideología– mantiene el aparato funcionando. El saqueo es un síntoma fuerte.

Ayer, en Córdoba. Bastó que la policía en huelga se retirara de los lugares que suele frecuentar
–y controlar– para que miles de señoras y señores se lanzaran a agarrar todo lo que pudieron:
para que el peso de la ideología no valiera un mango. Para que miles demostraran que se cagan
en la famosa propiedad privada.
(Discusiones: la vox populi dice que estos saqueos son ilegítimos porque los que saquean no
tienen hambre sino que quieren cosas, cosas que incluso venderán. Como si el estado de
necesidad extrema sí sirviera para legitimar el quiebre de la propiedad privada. No creo que les
convenga establecer ese tipo de excepciones, que postulan que la regla se puede aplicar salvo
cuando se aplica demasiado.)

Decir, como dicen los gobiernos, que estos saqueos no son un problema político sino
delincuencial es demostrar una vez más su tontería. El problema político que tienen, que tiene
todo su sistema, es la caída de la vigencia de su discurso básico: el respeto por la propiedad. Si
lo único que hay entre los bienes ajenos y su apropiación son las balas de la policía, están al
horno: no hay suficiente policía, no hay balas suficientes. Digo: si no reinventan valores
ideológicos para sostener el edificio, se les termina de caer –encima nuestro– más temprano
que tarde.

Es raro vivir en los escombros.

You might also like