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Cátedra: Oller
Teórico: N° 2 (Viernes 6 de abril)
Tema: Validez deductiva. Reconstrucción de argumentos. Recconstrucción lógica de
argumentos. Principio de caridad interpretativa. Reposición de premisas implícitas.
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Un argumento es deductivamente válido si y sólo si no es posible que sus premisas
sean todas ellas verdaderas y su conclusión falsa.
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evaluación del mismo desde un punto de vista lógico, aunque esa reconstrucción suele
estar influida por las intuiciones previas respecto a la (in)validez del argumento:
Identificación de argumentos
Reconstrucción
Evaluación
1
Ver Rees, M.A. van (2001). Argument Interpretation and Reconstruction. En F.H. van Eemeren
(ed.), Crucial Concepts in Argumentation Theory. Amsterdam: Sic Sat, 165-199 y Reinmuth, Friedrich (2014).
Hermeneutics, Logic and Reconstruction. Logical Analysis and History of Philosophy 17:152–190.
3
filosofía antigua nos puede dar una primera idea de la complejidad de la reconstrucción
de argumentos filosóficos:
En efecto, los argumentos tal como aparecen en los textos no suelen incluir todas las
premisas necesarias para obtener la conclusión con la pretensión de quien produjo el
texto. A veces, más raramente, no incluyen la conclusión que se pretende obtener. Es
decir, esta operación de adición implica una operación hermenéutica, de interpretación
del texto, para reponer aquellos elementos que sensatamente uno puede suponer que
quien produjo el texto tenía en mente pero que se olvidó de incluir o consideró
demasiado obvios como para incluirlos. Esta operación consiste en hacer explícitos
aquellos elementos que sensatamente uno puede considerar que tenía en mente quien
produjo el argumento y que son necesarios para que el argumento cumpla con la
pretensión inferencial que tenía. Es decir, consiste en considerar que el argumento
original es un entimema, un argumento en el que se han omitido una o más premisas o,
incluso, la conclusión.
2
Cohen, S. Marc & Keyt, David (1992). Analyzing Plato's Arguments: Plato and Platonism. En J.
Klagge & N. Smith (eds.), Methods of Interpreting Plato and his Dialogues. Oxford: Oxford University
Press, p.173
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El principio que se suele proponer para regir este trabajo de reconstrucción es lo que se
suele llamar el ―principio de caridad interpretativa‖. En lo que se refiere
específicamente a la reconstrucción de argumentos lo que nos aconseja el principio de
caridad interpretativa es hacer la reconstrucción más bondadosa, la mejor
reconstrucción, desde el punto de vista de quien reconstruye el argumento, teniendo en
cuenta el texto y el contexto. Es decir, la mejor reconstrucción que sea compatible con
el texto que estamos tratando de reconstruir y el contexto en el cual este texto aparece.
El problema es que a veces no es sencillo saber cuál es la reconstrucción más caritativa
que uno puede hacer teniendo en cuenta el texto y el contexto sin mejorar el argumento,
sin caer en uno de los extremos, uno de los peligros, que presenta la reconstrucción de
argumento, que es hacer una reconstrucción demasiado bondadosa del texto.
Cohen y Keyt señalan en el trabajo citado que la aplicación descontrolada del principio
de caridad interpretativa puede llevar a conclusiones paradójicas: como, ceteris paribus,
de acuerdo a este principio una reconstrucción de un argumento es mejor que otra si
produce un mejor argumento, lxs interpretes de lxs grandes filósofxs que sigan
irrestrictamente ese principio no se conformarán hasta encontrar reconstrucciones de sus
argumentos que los conviertan en buenos argumentos. Una consecuencia absurda de
esta aplicación exagerada del principio de caridad interpretativa es que ―todo texto
clásico es un texto sagrado y todx filosofx clasicx es infalible y omnisciente‖ y, por lo
tanto, ―la interpretación caritativa no concibe la posibilidad que dos grandes filosofxs
estén en desacuerdo‖3
3
Ibid., pp. 177-178
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Popper, K. R. (1957) The Poverty of Historicism. London: Routledge & Kegan Paul. Traducción castellana: (1973)
La miseria del historicismo. Madrid: Alianza Editorial.
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argumento concluyente contra el historicismo, considera que los otros argumentos que
él ha ofrecido no son concluyentes pero que este sí lo es. Y además es un argumento
muy sencillo. De manera que, si fuera efectivamente exitosa la pretensión popperiana, el
historicismo habría quedado refutado.
Escribe Popper:
No hace falta considerar, para nuestros objetivos, las dos últimas proposiciones ya que
la refutación del historicismo se consigue antes de llegar a estas dos últimas. La primera
premisa del argumento de Popper es la siguiente:
Es decir, aun por los materialistas históricos, dice Popper, tendrá que ser aceptada esta
premisa que nos dice que ―el curso de la historia humana está fuertemente influido por
el crecimiento de los conocimientos humanos‖. La segunda premisa de este argumento
pretendidamente concluyente contra el historicismo dice:
Señala que las predicciones a las que se refiere se hacen por métodos científicos o
racionales, ya que en Popper hay una distinción entre ―predicción científica‖ y
―profecía‖. Aquello a lo que se está refiriendo Popper es a la predicción científica, no a
la profecía. Y entre paréntesis nos dice ―(esta aserción puede ser probada lógicamente
por consideraciones esbozadas más abajo).‖ No vamos a tratar aquí cuáles son estas
consideraciones que Popper trae a cuento para justificar la segunda premisa.
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No podemos por tanto predecir el curso futuro de la historia humana.
Es un argumento muy sencillo. Ahora bien, supónganse que ustedes tienen que
reconstruir este argumento y afirman que el argumento presenta una pretensión
deductiva. ¿Cómo sabemos que la pretensión de Popper es una pretensión deductiva?
En este caso lo extraemos del contexto, leemos todo el ―Prefacio‖ y vemos que Popper
considera que el argumento que él propone es un argumento concluyente, un argumento
deductivo.
Profesor: Me parece que, si te entiendo bien, tu objeción tiene que ver con otra
operación básica para reconstruir argumentos, una operación de sustitución. Una
sustitución de términos vagos o ambiguos, por otros que no lo sean. Ustedes sostenían
que en la primera premisa, había dos términos ambiguos. La primera premisa era ―El
curso de la historia humana está fuertemente influido por el crecimiento en los
conocimientos científicos‖. Ahora bien, para evaluar la verdad o la plausibilidad de esta
premisa nos tienen que decir exactamente que se va a entender por ―fuertemente‖ y qué
quiere decir ―influido‖, porque si no resulta muy difícil que podamos evaluar
adecuadamente si la premisa es verdadera o falsa. De manera que debemos realizar aquí
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una operación de sustitución, en la medida de lo posible —porque hay cuestiones que
por naturaleza son vagas o ambiguas y el realizar este tipo de sustitución sería forzar las
afirmaciones originalmente hechas—. Pero, en este caso, parece que uno podría
precisar un poco más qué quiere decir ―fuertemente‖ y qué quiere decir ―influido‖. En la
medida en que sea posible y deseable se deben sustituir términos y expresiones que
pueden resultar vagas o ambiguas por otras que no lo son.
Este argumento popperiano fue formulado en el año cincuenta y siete. Durante veinte
años fue considerado por una parte de la comunidad filosófica como un buen argumento
deductivo en contra del historicismo. Un argumento que destruía la pretensión
historicista. Pero, en el año 78 un autor, Peter Urbach5, produjo una crítica que, a su
vez, puede ser considerada como una crítica destructiva del argumento popperiano. Lo
que señala Urbach es que Popper no logra con este argumento —ni con otros que
también formula— cumplir su pretensión deductiva de refutar al historicismo.
5
Urbach, P. (1978) 'Is Any of Popper's Arguments against Historicism Valid?', British Journal for
the Philosophy of Science, 29, pp. 117-130.
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admitida aun por los que ven las ideas científicas como el subproducto de
un desarrollo material de cualquier clase que sea).
No podemos predecir por métodos racionales o científicos el crecimiento
futuro de nuestros conocimientos científicos (esta aserción puede ser
probada lógicamente por consideraciones esbozadas más abajo).
No podemos, por tanto, predecir el curso futuro de la historia humana.
Entonces, ¿qué falta, según Urbach, para que la pretensión deductiva de Popper sea
exitosa? Falta una premisa. Necesitamos una tercera premisa que afirme que aquellos
acontecimientos que están fuertemente influidos por otros acontecimientos que no se
pueden predecir por métodos racionales o científicos, no se pueden predecir. Se afirma
que la historia humana está fuertemente influida por el desarrollo del conocimiento
científico y que el desarrollo del conocimiento humano no se puede predecir. Entonces,
instanciando esa (tercera) premisa implícita, que es un enunciado universal, podemos
inferir que el curso de la historia humana no se puede predecir. Pero fíjense que falta
esta premisa para que el argumento de Popper se convierta –como Popper pretendía—en
un argumento deductivo exitoso.
Urbach pasa ahora a cuestiones relativas a la verdad de las premisas. Esa tercera
premisa implícita no es verdadera, según Urbach. Con lo cual, si Urbach está en lo
cierto, queda completamente destruido el argumento popperiano. Es decir, se tiene que
aceptar que falta una premisa para que el argumento original de Popper sea
deductivamente válido; eso es indudable, si se aceptan los cánones de la lógica clásica
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estándar. Entonces, como vimos, aquí uno se enfrenta a un dilema que tiene que ver con
la interpretación del argumento: podemos suponer que Popper por considerar esta
premisa adicional absolutamente obvia no la enunció explícitamente o podemos suponer
que no se dio cuenta que el argumento original era deductivamente inválido.
Hay discursos disciplinares en los cuales esto es aceptado perfectamente, por ejemplo
en matemática. Las demostraciones matemáticas son demostraciones que suelen tener
huecos. Los autores suelen omitir pasos inferenciales y/o premisas porque los dan por
obvios. Efectivamente, si uno tuviera en una demostración matemática que aclarar cada
uno de los pasos inferenciales y las premisas que resultan necesarias pero que se
consideran obvias, las demostraciones matemáticas de los teoremas más sencillos serían
muy largas. De manera que en este discurso disciplinar, el discurso de la matemática,
eso no sólo es común sino que también es aceptado. Nadie va a criticar una
demostración matemática porque, por ejemplo, no se explicita que esto sale de aquello
por contraposición. En filosofía la cuestión es más pantanosa, no hay esta regularidad en
la práctica profesional de lxs filósofxs. Entonces, uno al reconstruir el argumento de
Popper tiene esta duda, pero aun así, en lo que se refiere a la potencia del argumento
mismo la crítica subsiguiente de Urbach — que consiste en afirmar que la premisa
adicional que hay que reponer para que el argumento popperiano sea válido no es
verdadera — destruye el argumento si uno la acepta.
Sin esta tercera premisa adicional el argumento es deductivamente inválido. Uno puede
concebir situaciones en las cuales las dos primeras premisas sean verdaderas y la
conclusión falsa. Si uno añade la tercera premisa ya no es posible concebir situaciones
en las cuales las tres premisas sean verdaderas y la conclusión sea falsa. Es decir, para
ver esto uno puede abstraer el esquema del argumento original de Popper:
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Para que este esquema se convierta en un esquema deductivamente válido se puede
agregar la siguiente proposición universal:
Este nuevo esquema es deductivamente válido: para cualquier instancia de este esquema
se cumple que no es posible que sus premisas sean verdaderas y su conclusión falsa.
Escribe Urbach:
De manera que la tercera premisa que omite Popper es, según Urbach, falsa. No solo
Popper no la enuncia explícitamente y no la fundamenta sino que además es una
premisa falsa. De manera que, sea que Popper la haya omitido porque no se le ocurrió
que faltaba esa tercera premisa o sea que Popper la haya omitido porque la consideraba
evidente, en cualquier caso el argumento es un mal argumento según Urbach.
Estudiante: Pero ahí está equiparando la física de las partículas con los acontecimientos
humanos, el progreso de la historia ¿es lícito eso?
Profesor: Bueno, lo que hace Urbach es argumentar en contra de la verdad del principio
general que enunciamos antes: aquellos acontecimientos que están fuertemente influidos
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por otros acontecimientos que no es posible predecir de manera científica y/o racional
no son ellos mismos capaces de ser predichos por esos medios. Ese es un principio
general. Lo que vos sostenés es ―Puede ser que el principio general sea falso, pero que
sea verdadera su instanciación para este caso‖. ¿Cómo se prueba que el principio
general es falso? Mostrando una instancia suya que resulte falsa. Ahora bien, tu
observación —acertada— es que mostrar que una instancia de un principio general es
falsa no prueba que otras instancias del principio no puedan ser verdaderas. La
afirmación universal ―Todos los cuervos son negros‖ queda refutada si encontramos un
cuervo albino, pero esto no prueba que no haya cuervos negros.
Actividad 2
La actual campaña de la Conferencia Episcopal contra los linces y las mujeres que
abortan pone de relieve el patético deterioro de la formación intelectual del clero, que si
bien nunca ha sobresalido por su nivel científico, al menos en el pasado era capaz de
distinguir el ser en potencia del ser en acto. ¿Dónde quedó la teología escolástica del
siglo XIII, que incorporó esas nociones aristotélicas? ¿Qué fue de la sutileza de los
cardenales renacentistas? La imagen de deslavazada charlatanería y de enfermiza
obsesión antisexual que ofrecen los pronunciamientos de la jerarquía católica no sólo
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choca con la ciencia y la racionalidad, sino que incluso carece de base o precedente
alguno en las enseñanzas que los Evangelios atribuyen a Jesús.
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alimentos, respirar o excretar -no digamos ya de sentir o pensar-, por lo que sólo pervive
como parásito interno de su madre, a través de cuyo sistema sanguíneo come, respira y
excreta. Este parásito encierra la potencialidad de desarrollarse durante meses hasta
llegar a convertirse en un hombre. Es un milagro maravilloso, y la mujer en cuyo seno
se produzca puede sentirse realizada y satisfecha. Pero en definitiva es a ella a quien
corresponde decidir si es el momento oportuno para realizar milagros en su vientre.
Otra falacia consiste en decir que, si los padres de Beethoven hubieran abortado, no
habría habido Quinta Sinfonía, y si nuestros padres hubieran abortado el embrión del
que surgimos, ahora no existiríamos. Pero si los padres de Beethoven y los nuestros
hubieran sido castos, tampoco habría Quinta Sinfonía y tampoco existiríamos nosotros.
Si esto es un argumento para prohibir el aborto, también lo es para prohibir la castidad.
Pero tanta prohibición supongo que resultaría excesiva incluso para la Iglesia católica.
Una de sus múltiples contradicciones estriba en que impone un natalismo salvaje a los
demás, mientras a sus propios sacerdotes y monjas les exige el celibato y la castidad
absoluta.
Desde luego, la contracepción es mucho mejor que el aborto, pero la Iglesia la prohíbe
también (siguiendo en ambos casos al ex-maniqueo Agustín de Hipona, no a Jesús).
Tanto el anterior papa Wojtyla como el actual papa Ratzinger se han dedicado a viajar
por África y Latinoamérica despotricando contra los preservativos y el aborto, lo que
equivale a promover el sida y la miseria. En cualquier caso, la contracepción puede
fallar. A veces el embarazo imprevisto será una sorpresa muy agradable. Otras veces,
llevarlo a término supondría partir por la mitad la vida de una mujer, arruinar su carrera
profesional o incluso traer al mundo un subnormal profundo o un vegetal
humano descerebrado. Sólo a la mujer implicada le es dado juzgar esas graves
circunstancias, y no a la caterva arrogante de prelados, jueces, médicos y burócratas
empeñados en decidir por ella. El aborto es un trauma. Ninguna mujer lo practica por
gusto o a la ligera. Pero la procreación y la maternidad son algo demasiado importante
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como para dejarlo al albur de un descuido o una violación. El aborto, como el divorcio o
los bomberos, se inventó para cuando las cosas fallan.
Muchas parejas anhelan tener hijos, muchas mujeres desean quedar embarazadas y
esperan con ilusión el nacimiento de la criatura. El infante querido y deseado suele estar
bien alimentado y educado, colmado de cariño y estimulación y (salvo raro defecto
genético) su cerebro se desarrolla bien. Por desgracia, el mundo está lleno de madres
violadas o forzadas y de niños no deseados, abandonados a la mendicidad y la
delincuencia, famélicos, con los cerebros malformados por la carencia alimentaria y la
falta de estímulos, carne de cañón de guerrillas crueles y explotaciones prematuras. La
jerarquía eclesiástica se ensaña con esas mujeres desgraciadas. El cardenal nicaragüense
Obando y Bravo se opuso al aborto terapéutico de una niña de nueve años, violada,
enferma y con su vida en peligro. Hace un par de años, la Iglesia de Nicaragua acabó
apoyando políticamente al dictador Daniel Ortega a cambio de que éste prohibiese
definitivamente el aborto terapéutico. Hace unas semanas el arzobispo Cardoso ha
excomulgado en Brasil a la madre de otra niña de nueve años violada por su padrastro y
en peligro de muerte por su embarazo doble, así como a los médicos que efectuaron el
aborto. En 2007 se hizo famoso el caso de Miss D, una irlandesa de 17 años embarazada
con un feto con anencefalia, es decir, sin cerebro ni parte del cráneo, condenado a ser un
niño vegetativo, ciego, sordo, irremediablemente inconsciente, incapaz de percibir,
pensar ni sentir nada, ni siquiera dolor. Las autoridades impidieron que Miss D fuera a
Inglaterra a abortar, aunque más tarde los tribunales anularon la prohibición. Los grupos
católicos fanáticos presionan para que se impida a las irlandesas que viajen a Inglaterra
a abortar, lo que choca con la legislación comunitaria, que garantiza la libertad de
movimientos en la UE.
En España misma, el año pasado, una mujer preñada de un feto con holoprosencefalia,
condenado a morir al nacer o a vivir como vegetal, tuvo que ir a Francia a abortar. El
derecho a abortar es para muchas mujeres más importante que el derecho a votar en las
elecciones, y ha de serles reconocido incluso por aquellos que personalmente jamás
abortarían. En 1985 se aprobó la reforma del Código Penal para cumplir a medias y mal
el programa electoral del PSOE. Desde entonces, tanto los Gobiernos de Felipe
González como de Zapatero se han dedicado a marear la perdiz, diciendo que no era el
momento oportuno y que había que esperar a que los obispos dejasen de vociferar. Pero
los obispos nunca van a dejar de vociferar. Después de 24 años de remilgos, espero que
los socialistas se decidan finalmente a liberalizar el aborto dentro de las primeras
15
semanas del embarazo. Tampoco hace falta ser tan progre para ello. Margaret Thatcher
lo tenía ya perfectamente asumido hace 30 años.
https://uba.academia.edu/CarlosOller
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