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n.117, p. 79-99 Fecha de aceptación: 05.09.17
ISSN:1133-6595 | E-ISSN:2013-035X
DOI: doi.org/10.24241/rcai.2017.117.3.79
Roberto Brocate
Especialista en derechos humanos y procesos de paz (Colombia). robertobrocate@gmail.com
Resumen: Este artículo reflexiona en torno al Abstract: This paper reflects on the sig-
tratamiento legal de la violencia sexual en nificance of the legal treatment of sexual
contextos de conflicto armado. ¿Cuáles son violence in contexts of armed conflict.
las afectaciones físicas y emocionales del uso What are the physical and emotional ef-
masivo de la violación como una herramien- fects of the widespread use of rape as a
ta de guerra? ¿De qué modo se cosifica a la weapon of war? In what way are women
mujer y cómo se proyectan las implicaciones objectified and how are the implications
de ello sobre el grupo social de referencia? A of this projected into the social reference
fin de responder a estas preguntas, en primer group? In order to answer these questions,
lugar, se realiza una revisión de los están- first, a review is made of the international
dares internacionales de protección jurídica standards of legal protection against sex-
frente a la violencia sexual; a continuación, se ual violence. Then two case studies are
analizan dos estudios de caso: Sepur Zarco, analysed: Sepur Zarco in Guatemala and
en Guatemala, y Manta y Vilca, en Perú. En Manta and Vilca in Peru. In these cases,
estos casos, por primera vez, ordenamientos for the first time, national legal systems,
jurídicos nacionales –con base en el derecho based on international humanitarian law,
internacional humanitario– se fundamentan have established a legal basis to punish
en razones jurídicas para condenar delitos de sexual violence crimes within armed con-
violencia sexual en contextos de conflicto ar- flict contexts as crimes against humanity.
mado como delitos de lesa humanidad.
Palabras clave: violencia sexual, crímenes de Key words: sexual violence, crimes against
lesa humanidad, derecho internacional huma- humanity, international humanitarian law,
nitario, Perú, Guatemala Peru, Guatemala
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Violencia sexual como crimen de lesa humanidad: los casos de Guatemala y Perú
La violencia sexual fue una de las prácticas más comunes en los conflictos
armados del pasado siglo xx, si bien es cierto que hubo que esperar a la con-
formación del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) y el
Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR), en los años noventa, para que
la violencia sexual fuese jurídicamente tratada como crimen de lesa humanidad
y crimen de guerra. No obstante, y aunque en las dos últimas décadas el derecho
internacional humanitario (DIH) ha profundizado en la tipificación jurídica y
la máxima punibilidad para este tipo de delitos, tanto en el marco de los refe-
ridos tribunales internacionales, como en la Corte Interamericana de Derechos
Humanos (Corte IDH), las dificultades siguen siendo ingentes. Ello se debe,
principalmente, a que los mecanismos jurisdiccionales nacionales, las barreras
políticas y la falta de medidas por parte del Estado se unen a otros factores que
desincentivan la persecución y la tipificación de la violencia sexual en el marco
de conflictos armados internos como
Un elemento transversal, presente en todo crimen de guerra y lesa humanidad.
el análisis, es la perspectiva de género, A partir de un escenario teórico y
que entiende que los conflictos armados jurídico, que comprende la violencia
–y particularmente los ejemplos de Gua- sexual patriarcal en el contexto de los
temala y de Perú– son conflictos donde conflictos armados y analiza su evo-
las divisiones de género son indisociables lución en el tratamiento jurídico del
de la violencia producida. DIH, las siguientes páginas pretenden
ir más allá, presentando dos casos que
se sitúan ya en el marco de las órdenes jurisdiccionales nacionales que, por primera
vez, entienden la violencia sexual como crimen de lesa humanidad y crimen de gue-
rra, con base en los estándares de protección del DIH. Los casos planteados son el de
Sepur Zarco, en Guatemala, con sentencia firme, y el de Manta y Vilca, en Perú, en
el que la emisión de la sentencia se encuentra en fase procesal y respecto de la cual
cabría esperar un tratamiento jurídico similar. Un elemento transversal presente en
todo el análisis es la perspectiva de género, que entiende que los conflictos armados
–y particularmente los ejemplos de Guatemala y de Perú– son conflictos donde las
divisiones de género son indisociables de la violencia producida, y que descarta la
noción de que los conflictos armados son neutrales (Escola de Cultura de Pau, 2014)
y que las consecuencias de estos son homogéneas y no tienen en cuenta el género
(Sheperd, 2008). Por extensión, y como plantea El Jack (2003), hacer referencia al
género en conflictos armados supone asumir la hipótesis de que hombres y mujeres
protagonizan roles distintos –con independencia de que resulten estereotipados– y
que los cambios que resultan de los conflictos armados y la violencia derivada de los
mismos afectan, significativamente, a las relaciones de género. Es decir, el empleo de
la perspectiva de género en el análisis de la violencia sexual dentro de los conflictos
armados, así como de su tratamiento jurídico, no es reducir el fenómeno objeto
1. La Wehrmacht son las Fuerzas Armadas unificadas de la Alemania nazi, compuestas por el Ejército
(Herr), la Armada (Kriegsmarine) y la Fuerza Aérea (Luftwaffe).
(apartado g), en el de Ruanda. Por otro, se invoca por primera vez la conocida
como doctrina de la responsabilidad de mando, definida como «la responsa-
bilidad del superior por el incumplimiento de actuar para impedir conductas
penales de sus subordinados. El superior es responsable por la falta de control
y supervisión de los subordinados en el evento en que cometan delitos. De esta
forma, el superior es responsable, tanto por su propia falta al intervenir como
por las conductas penales de otros» (Ambos, 1999: 527).
Por último, cabría destacar los últimos avances jurídicos, tanto en el ámbito
de la Corte Penal Internacional (CPI) y el Estatuto de Roma, de 1998, como en
la experiencia de la Corte IDH. Del lado de la CPI, es importante señalar que
se reconoce la violencia sexual no solo, estrictamente, como crimen de guerra
y de lesa humanidad, sino que, además, cuando concurren ciertos elementos,
resulta susceptible de ser entendida como práctica genocida (Lemkin, 1946).
Ello daría continuidad a lo planteado en los tribunales penales anteriores, pues
la violencia sexual se sustantiva, a partir de entonces, como producto de una
situación de fuerza, amenaza y coacción, que se concreta a través de seis críme-
nes de índole sexual: violación sexual, esclavitud sexual, prostitución forzada,
embarazo forzado, esterilización forzada y, finalmente, otros actos de violencia
sexual de gravedad comparables –lo cual abarcaría la unión forzada, el aborto
forzado o la mutilación genital–. Todos ellos pasarán a ser concebidos como
delitos de lesa humanidad cuando concurre un ataque sistemático o generaliza-
do, de carácter doloso, y la víctima forme parte en su conjunto o, parcialmente,
de un grupo social concreto. Asimismo, estos tres elementos implican que el
delito sexual, en cuanto que de lesa humanidad, resulta imprescriptible, punible
con la tipicidad más elevada prevista en el ordenamiento jurídico nacional y
con aplicabilidad del ya mencionado principio de responsabilidad de mando.
Por otro lado, y sin que resulte excluyente, la violencia sexual puede pasar a ser
considerada como crimen de guerra cuando concurren contextos de conflicto
armado, siendo la diferencia entre esta categoría y la anterior, la naturaleza de
la perpetración. Es decir, mientras que la lesa humanidad requiere que los actos
violentos no sean aislados y respondan a una razón organizativa y planificada,
los crímenes de guerra son violaciones al DIH que sobrepasan los límites en
el uso de la guerra por razón de un conflicto armado, pudiéndose constreñir a
un plano individual.
Todo lo expuesto –desde finales de los noventa y principios de la década
pasada– también está presente en el marco de la Corte IDH, la cual avanza en
el desarrollo de nuevas prácticas procesales que buscan proteger a la víctima de
un crimen de violencia sexual, por ejemplo, favoreciendo las audiencias a puer-
ta cerrada; entendiendo que no hay consentimiento cuando este se encuentra
mediado por condiciones de amenaza, fuerza o coacción, o considerando que
2. Véase: http://www.soy502.com/articulo/muchas-veces-fui-violada-continuan-testimonios-caso-
sepur-zarco
empezado a violar, seis eran, el teniente era Sierra. “Habla si sabes, habla y te
vamos a dejar, y si no, seguiremos”, decía, y toditos me han pasado, los seis,
yo no podía reclamarles nada. Seguro era por lo que mi hermanito Pancho
ha andado con Sendero». Otro testimonio relataba: «Me han maltratado, me
tiraban con el arma en el cuello, en la barriga, en la espalda, me agarraban
a patadas, me decían: “Ya, terruca, conchatumadre, habla, ¿dónde están las
armas y los explosivos?”, me pegaban, me insultaban, me han abusado varias
veces, primero el capitán y luego pasaba su tropa, esa vez, el capitán Papilón
y el suboficial Rutti» (ibídem).
A partir del pronunciamiento de la Fiscalía Penal de Huancavelica en 2003
y el proseguimiento de las acciones para proteger a las víctimas de estos casos
de violencia sexual en el marco de los crímenes de lesa humanidad, cinco años
después, la misma Fiscalía, de oficio, presentó una denuncia penal frente a
un grupo de militares de las bases de Manta y Vilca, acusándoles de delitos
de violación sexual subsumibles en el marco de vulneración de los derechos
humanos y el DIH. En febrero de 2009, el proceso se trasladó a Lima y
se abrió el proceso penal de manera formal, a instancia del Juzgado Penal
Supranacional de Lima, y seis años después, en febrero de 2015, daba un
nuevo paso gracias a que la Tercera Fiscalía Superior Penal de Lima acusaba,
de oficio, a 14 militares a los que responsabilizaba de crímenes de violencia
sexual. Ello, imperativamente, se ha traducido en un juicio oral que, como
en Sepur Zarco, invita a que se invoque el reconocimiento de este tipo de
violencia sobre las mujeres, en contextos de conflicto armado, como crímenes
de lesa humanidad. Así lo sugiere la profesora Mantilla: «Si tú lees el caso de
Manta y Vilca, lo que nosotros investigamos no fue judicial porque se trataba
de una Comisión de la Verdad, pero Manta, a mi juicio, encaja perfectamente,
digamos, en lo que tiene que ver con un patrón sistemático, por el tiempo
que duró y la manera como se dio. Y si has revisado Sepur Zarco, tú te das
cuenta [de] que hay mucha similitud en el modus operandi. El tema de la
base, el tema del traslado a las mujeres, etc. Entonces yo sí creo que hay los
elementos suficientes para sancionar» (entrevista en profundidad, 13 de abril
de 2017). Tanto la Fiscalía como las partes entienden que la violencia sexual
fue generalizada y sistemática, que atentó contra la dignidad humana y contra
la población civil, en su conjunto, lo cual, de prosperar, y teniendo en cuenta
las penas que prevén las normas aplicables –el Código Penal de 1924 (artículo
196) y el de 1991 (artículo 170)–, invita a pensar que las solicitudes de pena,
a pesar de que se trata de delitos cometidos hace tres décadas, puedan ser de
privación de libertad. Esta privación de libertad sería por un tiempo que, en
función de las responsabilidades, oscilaría entre los 8 y los 20 años para los
14 militares acusados, de los que solo 7 se han personado en el juicio oral.
Conclusiones
Con base en lo expuesto, se pueden plantear varias conclusiones. En primer lugar,
se observa cómo la violencia sexual sobre la mujer ha sido una constante en conflictos
armados, no siendo hasta la aparición de los tribunales penales internacionales para la
ex Yugoslavia y Ruanda, en la segunda mitad de los años noventa, cuando se empieza
a plantear la necesidad de tipificar estos delitos como crímenes de lesa humanidad y
de guerra. De hecho, la creación del Estatuto de Roma y de la CPI, así como signifi-
cativos avances por parte de la Corte IDH, permiten encontrar argumentos jurídicos
sólidos para entender la violencia sexual como una transgresión de primer orden
del DIH y los derechos humanos. Esto va a ser muy importante en América Latina
porque, tras los convulsos años setenta y ochenta, cuando la región estuvo inmersa en
numerosos conflictos armados, la violencia sexual ejercida contra las mujeres podría
encontrar finalmente mecanismos garantes que permitan no solo visibilizar y restituir
el daño realizado sino, también, proyectar ante la imagen pública de qué modo la
perpetración se hizo, no en pocas ocasiones, desde las instancias puramente estatales.
Dos ejemplos de lo anterior lo representan los casos abordados de Guatemala
y Perú. En Sepur Zarco se destacaba el hecho de que, por primera vez, existe una
sentencia firme que repara a las víctimas y condena a los perpetradores, miembros
de la fuerza pública, a importantes penas por la comisión de delitos de violencia
sexual castigados como delitos de lesa humanidad. Esto supone un referente juris-
prudencial, no solo en Guatemala sino, por su contundencia argumentativa y su
fundamentación jurídica, también en el resto de países de América Latina donde
han concurrido situaciones similares. El caso más próximo es en Perú, donde el caso
de Manta y Vilca presenta unas características análogas a Sepur Zarco y para el que
se espera que se pueda hacer extrapolable el tratamiento de la violencia sexual como
crimen de lesa humanidad. Sin embargo, a diferencia de Guatemala, los reparos
y dificultades procesales han sido mucho mayores en Perú, del mismo modo que
el nivel de compromiso de las instancias oficiales ha sido también menor. Se está
aún en fase de proceso penal pero, de darse una sentencia parecida a la de Sepur
Zarco, podría pensarse en una hoja de ruta cada vez más sólida y visible a efectos de
incrementar el nivel de punibilidad de los delitos de violencia sexual en el marco de
conflictos armados. No obstante, aún queda mucho por hacer. Es imprescindible
una mayor articulación entre colectivos feministas latinoamericanos y mayor cala-
do en el intercambio de experiencias, buenas prácticas y lecciones aprendidas. Las
exigencias de visibilización, problematización y politización son ingentes, y siempre
insuficientes, si lo que se quiere es agitar conciencias jurisdiccionales que, todavía,
en muchos casos, siguen entendiendo que la violencia sexual es un daño colateral de
los conflictos armados y no, en sí mismo, un crimen de guerra, cuando no de lesa
humanidad, imposible de aceptar.
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