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¿EL FIN DE LA HISTORIA SOCIAL?

Luis Alberto Romero

1. LA PRIMERA “HISTORIA SOCIAL” 1958 -1966

Esta formación lograba su consistencia en oposición a


otras formas de hacer historia, sólidamente institucionali-
Antes que definir un campo de estudios, “historia
zadas. Por un lado, lo que desde la “historia social” se
social” fue, en los primeros años sesenta, lo que Ray-
llamaba la “historia académica”. Por otro, una historia más
mond Williams llamó una formación: un movimiento
militante, un poco marxista y un poco nacional y popular,
de historiadores que se identificaba con una cierta y
de ascendencia creciente entre las nuevas camadas. Se
no totalmente definida renovación historiográfica. Tal
trataba de un grupo de historiadores relativamente reduci-
renovación tenía referentes tan disímiles como, entre
do, que no solo difundía una manera de hacer historia
otros, la revista francesa Annales, la inglesa Past and
sino que, simultáneamente, competía por las posicio-
Present, la economía del desarrollo y también la socio-
nes académicas. Este carácter de ariete –a ello alude lo de
logía que difundía Gino Germani.
formación- daba homogeneidad a un conjunto muy va-
riado, que podía incluir por ejemplo, en Córdoba, a
Carlos Sempat Assadourian, Guillermo Beato o Aníbal
Arcondo, que encontraban su punto de confluencia en
Ceferino Garzón Maceda. Podía alojar, en un mismo y
reducido espacio físico, en Buenos Aires y en Rosario, a
Roberto Cortés Conde y Alberto Plá.

¿Qué era, en los sesenta, la historia social? ¿Un campo


temático? ¿Una perspectiva? ¿Una síntesis? Sobre lo pri-
mero, no era un campo temático, o al menos, no mucho.
La historia social estaba por entonces estrechamente unida
con la historia económica, y hasta subordinada a ella. Para
ser precisos, esta formación a la que hice referencia solía
llamarse “historia económica y social”, como la Asocia-
ción que en esos años se formó. El núcleo más consistente
de estudios sociales se refirió al impacto de la inmigración
masiva, considerada como un aspecto del proceso de mo- Quizá podría decirse que era una
dernización, pautado por el crecimiento económico. perspectiva, una búsqueda de la
dimensión social, de lo que hoy
suele llamarse “las prácticas”, de
un anclaje en procesos tan diver-
sos como la incorporación de
inmigrantes al mercado de traba-
jo, la colonización agraria o la
literatura de fines del siglo XIX.

Creo que, sobre todo, “historia social” reflejaba una aspi-


ración, un poco menos precisa: la idea de que era posible
encontrar una clave para explicar –o al menos para inten-
tar abrazar- el conjunto de las dimensiones del proceso
histórico. Se trataba de la aspiración a capturar la totali-
dad del proceso social. En ese sentido, “historia social” –
una formación, antes que otra cosa- no suponía definirse
sobre el lugar que encerraba la clave de la totalidad. Este
se encontraba en la economía quizá, para quienes venían
de una tradición más marxista, o quizás en lo que José
Luis Romero llamaba “la cultura”, denominación que él
siempre consideró más inclusiva que “la sociedad”.
2. LA TRAVESÍA, 1966-1983

Desde 1966 hasta 1983, esta formación subsistió con Mencionaré dos datos que testimonian la fuerza de
mínimo anclaje institucional. Una parte de ella en el aquella marca de formación. En 1977, con Leandro
exilio y la otra en el país. No conozco casi la historia Gutiérrez, Hilda Sabato y otros, bautizamos a nuestro
del exilio, donde se incubaron muchos de los gran- grupo de historiadores con el algo pomposo nombre
des libros que se publicaron luego de 1983. Del lado de Programa de Estudios de Historia Económica y
argentino, la “historia social” –sea lo que fuera- si- Social, o simplemente PEHESA. Por entonces, los
guió siendo el punto de convergencia de los resisten- historiadores del Instituto Di Tella bautizaron su co-
tes, los que quedaron marginados, pero a la vez, de lección de libros publicados por Editorial Sudameri-
los que -en un contexto académico de abrumador cana con el nombre de “Historia y sociedad”, con
provincianismo- se esforzaban por conectarnos con claras reminiscencias de la historia social. Quiero
lo que pasaba en el mundo, con Europa, con los Esta- examinar esa travesía a la luz de los libros que por
dos Unidos, con los exiliados. entonces se publicaron, los que leíamos, y registrar
en ellos el cambio desde los sentidos iniciales de la
“historia social” hacia nuevos sentidos, más cercanos
a nuestra actual manera de entenderla. Buena parte de
Quizá lo más representativo haya sido la Historia
esos libros era el producto de la primera experiencia
argentina, dirigida por Tulio Halperin Donghi, que
de historia social.
comenzó a editarse en 1972. Significativo por sus
autores –en su gran mayoría miembros de la forma-
ción „historia social`‟- y por la estructura de cada una
de sus partes. La organización tripartita –Economía, Esta escisión de los campos ya era visible hacia 1980.
Sociedad, Política- expresa aquella intención de sín- En El progreso argentino,Roberto Cortés Conde
tesis de la historia social: la confianza en explicar una fundamenta estrictamente en la ciencia económica
totalidad ordenable, aunque sea a costa del sacrificio su explicación del período que culmina en 1914 (por
de campos enteros, como el de la cultura o las ideas. entonces, había fundado, con otros historiadores eco-
Una intención no siempre concretada, y muchas veces nómicos, la Asociación de Historia Económica, desli-
resuelta en forma de simple yuxtaposición. La socie- gándose del segmento de lo social). En obras institu-
dad no ocupa allí un papel fuertemente articulador; cionalmente vecinas se advierte el mismo cruce entre
apenas enlaza dos campos que pronto se independiza- un campo limitado del pasado y una ciencia social
rán: la economía y la política. que le suministra fundamentos conceptuales tan seve-
ros como acotados.

Es el caso de El voto peronista, una compilación de Ma-


nuel Mora y Araujo, en la vertiente de la sociología polí- Se trata de un fruto excelente de la “antigua manera”,
tica, o de El orden conservador de Natalio Botana, sóli- notable no solo por esa preocupación por la síntesis
damente anclado en la ciencia política. Similares cruces sino por el énfasis en la perspectiva social, que
se dan en el libro de Oscar Oszlak La formación del esta- logra articular toda su reconstrucción. Pero a la
do argentino, el de Guillermo O‟Donnell El estado buro- vez, hay una preocupación por construir la pro-
crático autoritario o el de Jorge Sábato sobre la clase blemática específica de cada campo. En especial,
dominante, en los que las sugerentes aproximaciones la historia agraria, a la que aporta una reconsideración
teóricas se combinan con investigaciones históricas par- del papel del empresario rural y del arrendatario, y la
ciales pero densas, que eventualmente podían leerse de historia política; allí, sus “colonos en armas” son
manera independiente.Como en el caso de Cortés Conde, protagonistas de una historia en la que no falta ningu-
La pampa gringa de Ezequiel Gallo es una versión madu- na de las cuestiones reivindicadas poco después por la
ra de un proyecto de los 60, y posiblemente la obra en la así llamada “nueva historia política”.
que es más visible la preocupación por reconstruir un
fragmento completo del proceso social, articulado en
torno de la economía, la sociedad y la política.

Otra obra donde se descubre hasta donde la “antigua manera” de la historia social podía conducir a nuevos territorios es Buenos
Aires: los huéspedes del ‟20 de Francis Korn, publicada en 1974. Socióloga, formada con Gino Germani, con múltiples contactos
con el grupo de historia social, y por otra parte con un doctorado en Antropología, Francis Korn nos dice aquí llanamente que es im-
posible dar cuenta de la totalidad, aún referida a un caso tan específico como una ciudad en una década. Que preguntarse por las cau-
sas es un intento banal y que escribir un libro es solo la decisión arbitraria de contar algo que al autor le parece interesante. Nada más
lejos de la preocupación por la síntesis de la historia social. También es singular su preocupación por la escritura, por encontrar una
forma literaria adecuada para su narración. Y sin embargo, me parece uno de los mejores estudios de historia social, tan clásico como
moderno, por sus temas como por sus perspectivas.
Las dos obras más importantes producidas por historiadores de esa formación son Revolución y guerra de Tulio
Halperin Donghi, de 1972, y Latinoamérica, las ciudades y las ideas de José Luis Romero, de 1976. Ambas obras
son tan excepcionales como atípicas, y las tengo para mí como no superadas. ¿Hasta que punto Revolución y guerra
pertenece a la historia social? No por el campo de estudio: referida explícitamente a la formación de una nueva elite
política, es una de las obras reconocida como fundadoras de la nueva historia política. Tampoco por la aspiración a
la síntesis: es un libro donde todo está deliberadamente abierto e inconcluso. Pero es claramente una obra de “historia
social” por la perspectiva. Sin rótulos, responde a cualquiera de las preguntas que formulan la sociología o la
teoría política: las elites, la hegemonía, el conflicto. Dicho de manera más llana: se puede ver allí la sociedad, la
gente viviendo, aún en el más minúsculo conflicto faccioso. En cuanto a Latinoamérica, las ciudades y las ideas, se
tiene la misma impresión: la gente está presente en todo, en la vida económica, en la social, en la cultural o en la
construcción del hábitat urbano. Pero además: hay una formidable apuesta a la síntesis, a hacer inteligible el todo, de
una manera mucho más compleja que aquella que se sintetizaba en el esquema tripartito de la economía, la sociedad
y la política.

Latinoamérica, las ciudades y las ideas resultó una obra En ese nuevo rumbo de la producción historiográfica
admirable pero no ejemplar. La producción historiográ- argentina se combinaban la especialización y la pro-
fica siguió más bien por el rumbo de la delimitación de fesionalización. Ésta última tuvo un salto importante
campos específicos, y de la más modesta tarea de cons- durante la última dictadura. Por esos años el estado
truir los bloques básicos de información e interpreta- comenzó a volcar fondos hacia la investigación en
ción parcial que permitirían eventualmente a otra general, que también llegaron a la historia, y el CO-
generación la tarea de la síntesis. La misma delimi- NICET permitió a muchos iniciar una carrera profe-
tación de campos, de problemáticas y de metodo- sional que hasta entonces había estado limitada a
logías específicas, que postergó las aspiraciones a la unos pocos. Hubo una masa de nuevos investigado-
síntesis, llevó a un segundo plano la preocupación por res, pero el medio académico capaz de orientar y
una perspectiva social para quienes estudiaban proble- evaluar esa masa de producción tardó más en consti-
mas de historia económica o de historia de las ideas, y tuirse –de hecho, solo ocurrió después de 1984- de
aún de historia política. modo que los controles de calidad fueron escasos.
Tampoco se escribieron muchos libros, aunque hubo
muchas ponencias, presentadas a Jornadas y Congre-
sos, como los que organizó la Academia Nacional de
la Historia.

Dos de los libros publicados, aunque no pertenecen al


ámbito del CONICET, me parecen reveladores de esta
etapa final de la travesía: se trata de Buenos Aires: su
gente, coordinado por César García Belsunce, y Los
estancieros de María Sáenz Quesada. El primero tiene
una abundante información demográfica original
y el segundo una interesante aproximación viven-
cial a las cambiantes formas de vida de los estancieros. Lo mejor de esta etapa final en materia de historia
Sin embargo, la utilidad de ambos me parece limitada social entendida como campo, lo que permite pensar
por la falta de problemas, de preguntas historiográficas, lo que vino después en términos de continuidad,
y de aquello que en la década de 1980 solíamos llamar, fueron los trabajos sobre inmigración. No hubo li-
un poco escolásticamente, “marco teórico” y “metodo- bros clave, pero se escribieron muchísimas monogra-
logía”. fías, en las que la inmigración masiva dejaba de ser
un tema único y se desagregaba en un conjunto de
problemas específicos: las razones de la salida y la
llegada, las cadenas migratorias, las comunidades
étnicas, las distintas formas de la integración y de
conservación de rasgos propios. También, las cone-
xiones: el mercado de trabajo, la participación en
política. En suma, la historia social comenzaba a
consolidarse como un campo temático, al tiempo que
retrocedía como perspectiva o como clave de una
hipotética síntesis.
3. EPÍLOGO: TRIUNFO Y FINAL

Lo que resta es solo un epílogo. El cambio políti- Esa manera sintética de aproximarse a la historia comenzó a ser el
co de 1983 trajo novedades institucionales im- fundamento de los relatos que los nuevos manuales escolares
portantes. El nuevo ciclo fue propicio para la fueron estableciendo, sobre todo desde la segunda mitad de los
historia social, a juzgar por el número de cátedras años noventa. “Burguesía”, “feudalismo”, “movimiento obrero”,
universitarias que se crearon. Se trató siempre de “revoluciones burguesas” y otras fórmulas de ese tipo se están
cursos propedéuticos, en los que “historia social” convirtiendo en habituales en los textos, al igual que un relato
era casi sinónimo de “historia”. En ellos se integrado, y levemente teleológico, del proceso histórico del
afirmaba el lugar, quizá simplemente didáctico, mundo occidental o atlántico. Instalada en el sentido común, la
donde se podía enseñar acerca del conjunto, antes “historia social” ya no es más una bandera de combate. Se trata
de desarmarlo y deconstruirlo. de un triunfo, pero de un triunfo tan ambiguo como paradójico.

Si examinamos el campo de la producción historiográfica, las cosas son En lo que hace a la historia social –y en contraste
bien diferentes. Lo ocurrido puede considerarse como una ampliación o con su triunfo en lo propedéutico- el campo te-
expansión de los movimientos del fin de la etapa anterior. Es sabido que mático se ha desagregado en infinidad de cues-
en veinte años de democracia se ha construido un campo profesional tiones. Hay temas consolidados, como la inmi-
denso, bastante exigente y con normas y pautas relativamente claras. A la gración o el mundo rural tardo colonial; temas
vez, entre los historiadores profesionales se han definido con nitidez los que ya han dado lo mejor de si, como el de la
campos, y cada uno de ellos tiene sus preguntas, sus problemas, sus mar- clase obrera y los sectores populares; temas refe-
cos conceptuales. La historia social es hoy, en el mejor de los casos, un ridos a nuevos actores o nuevas subjetividades,
campo más, entre muchos. Los temas de punta, de innovación y debate, como las mujeres o los jóvenes; temas que toda-
están en su mayoría en otras partes: en la historia intelectual y de las vía no han llegado a constituirse en problemas,
prácticas discursivas, en la historia política, en la historia de las represen- como muchos de los correspondientes a la vida
taciones y la cultura. privada.

Diría que hay muchos temas, pero pocas preguntas acerca de lo que antes se llamaba “la sociedad”, ese tercio
en la visión sintética de la antigua manera. Esa falta de preocupación por una visión sintética e integrada tiene
que ver, en parte, con la crisis de diversos paradigmas, y aún la crisis de la idea misma de que debe haber un
paradigma. Esto vale para el conjunto de la producción historiográfica, pero muy especialmente para la “historia
de la sociedad”, es decir el campo temático de la historia social.
Tomaré dos ejemplo recientes de este estado de ánimo. Uno es la por otra parte excelente Nueva historia
argentina, dirigida por Juan Suriano, cuya publicación acaba de finalizar. En cada uno de sus tomos, los capítu-
los dedicados a la sociedad son fragmentarios, están encarados desde perspectivas diversas, y difícilmente
son integrables en un relato único, que circule por los diversos tomos, algo que no ocurre, en esa misma obra,
ni con la economía ni con la política.
El otro ejemplo es el de las Jornadas Inter Escuelas de Historia, de 2005. Hubo 87 mesas, consagradas a te-
mas muy diversos, que reflejan las inquietudes actuales de los historiadores. Los organizadores deci-
dieron agruparlas por campos temáticos o problemáticos. Los había de historia política, de historia intelectual o
cultural, de historia económica, y de otros. Pero la fórmula “historia social” no pareció interesante para agrupar
alguna parte de las mil ponencias presentadas.
Y sin embargo, a juzgar por sus títulos y resúmenes, en pocas de ellas estaba ausente lo que podría llamar-
se una perspectiva social, desde la cual se trataba de iluminar al menos la economía, la cultura, las ideas o la
política. En algunos casos se habla de estructuras y actores sociales. En otros, de ámbitos de sociabilidad, de
redes, de prácticas habituales o prácticas constructivas, de identidades o subjetividades. No pretendo evaluar la
riqueza relativa de estas aproximaciones, sino señalar el reverdecimiento de una de las tres dimensiones de la
inicial “historia social”: la perspectiva social.
No se manifiesta con exclusividad en un campo. No refleja la aspiración a la gran síntesis. Pero, me parece, con
esta perspectiva social, de manera no declarada ni programática, se trata de construir un lugar desde donde
reflexionar sobre cada uno de los múltiples campo de la historia hoy y mirarlos desde una perspectiva co-
mún. En suma: el lugar de la articulación, que me parece la versión más modesta pero más realista, de la an-
tigua pretensión, si no de dar cuenta de la totalidad, al menos de conservarla como un horizonte ideal. Lo que en
un cierto sentido me parece el final de una idea de la historia social quizá sea el comienzo de otra, y quizás de-
bería transformar este epílogo en un prólogo.

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