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En búsqueda de la santidad
Moisés le instruyó al pueblo de Israel que Dios implementó el temor para prevenir
el pecado (Ex. 20:20), y podemos concluir que, aunque saber que Dios puede
castigarnos no es algo placentero, es necesario para mantenernos enfocados en
buscar la santidad.
Sin embargo, la obediencia impulsada solamente por el temor no es la obediencia
óptima. Debe haber algo más: debe haber amor. Obedecer por temor es un buen
lugar donde comenzar, pero obedecer por amor es donde eventualmente
debemos llegar si entendemos que somos perdonados por Cristo. Juan nos
instruyó que “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el
temor, porque el temor involucra castigo, y el que teme no es hecho perfecto en el
amor” (1 Jn. 4:18). Como nuestros pecados han sido pagados por Cristo, ya no
obedecemos simplemente por temor, sino por amor (Mt. 10:28).
Dios es quien castiga, pero para Sus hijos, también es quien bendice. Cristo bajó
de Su trono para pagar nuestra deuda y lo hizo cuando éramos todavía Sus
enemigos (Ro. 5:8). Él tendrá misericordia desde la eternidad hasta la eternidad,
para los que le temen (Sal. 103:17) y a través de nuestra obediencia, Él nos
muestra Su sabiduría.
Este amor incondicional es tan grande que merece que nuestra respuesta sea una
de amor incondicional hacia Él y hacia Su pueblo. Cristo espera que nosotros
amemos como Él ama (Jn. 13:34-35; 15:12). Mientras crecemos en amor estamos
creciendo en Cristo porque Él mismo es amor (1 Jn. 4:8) y Él nos ha dicho que
seguir Sus mandamientos es la manera en que demostramos nuestro amor hacia
Él (Jn. 14:15).
Obedecer solamente porque le tienes miedo es un amor egoísta. Pero obedecer
por amor —el amor que Cristo tuvo primero por ti— es un amor maduro, un amor
otro-céntrico, un amor que se olvida de uno mismo y ama sin estipulaciones. Es un
amor Cristocéntrico porque es por Él y para Él que amamos así, y por esto le
seguimos con todo nuestro corazón en amor, en fe y con gozo. Cuando
obedecemos por amor, la gloria será para Él siempre porque solo se cumple
reconociendo que el Espíritu morando en nosotros nos cambia, nos da el poder y
la disposición de amar así. Sigamos y obedezcamos a nuestro Señor, no
solamente por temor, sino también por amor.
[Publicado originalmente en Coalición por el Evangelio].