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Fernando Lizárraga
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En este sentido, al referirse al republicanismo post-absolutista, Antoni Domènech su-
braya que la democracia moderna «arrancó como un intento de ensanchar la sociedad civil,
de incorporar a más y más gentes al ámbito de los libres e iguales». Así, la política de los ja-
cobinos buscaba «emancipar de la dominación patriarcal-patrimonial al conjunto de las “clases
domésticas”, de incorporar a la sociedad civil, hermanándolas en ella, al grueso de las cla-
ses sociales subalternas» (Domènech, 2013: 20).
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Balibar ofrece otro enunciado de la prueba negativa de la igualibertad, al señalar: «[n]o
hay ejemplos de restricciones o supresiones de las libertades sin desigualdades sociales, ni de
desigualdades sin restricciones o supresiones de las libertades» (Balibar, 2014: 49). Es nues-
tra la traducción de los textos que figuran en inglés en la bibliografía.
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[s]e dirá que un exceso de comunidad, la absoluta primacía del todo o del
grupo sobre los individuos, sería la supresión de la individualidad, que es la
razón por la cual las relaciones de libertad e igualdad deben ser controladas,
moderadas, por el principio de la garantía de la propiedad, especialmente la
propiedad sobre uno mismo, la propiedad sobre las condiciones de existen-
cia. Simétricamente, se dirá que el exceso de propiedad, la primacía absolu-
ta del individuo egoísta, sería la supresión de la comunidad. Esta es la razón
por la cual la libertad y la igualdad deben ser definidas esencialmente como
expresiones del ser comunitario del hombre, de las instituciones en las cua-
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En el ensayo que estamos analizando, Balibar no define el contenido de la igualdad.
Pero seguramente debe entenderse que, en sus versiones más radicales, la libertad republica-
na no está escindida de la igualdad de condición material. De allí que Robespierre exigiera
«un derecho de existencia social públicamente garantizado […], o aun de una renta material
asignada de manera incondicional a todos los ciudadanos por el solo hecho de serlo […] La
libertad política o republicana era eso, y nada menos que eso: no tener que pedir cotidia
namente permiso a nadie para poder subsistir» (Domènech, 2013: 20).
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Por más que Rawls insista aquí en que el objeto de la justicia es la es-
tructura institucional, al hablar del sentido de la justicia afirma que
aquél que surge de la justicia como equidad es más fuerte que el de otras
concepciones, entre otras cosas, por «su relación con la idea de fraterni-
dad» (Rawls, 2000: 451), la cual supone un «querer actuar» por parte de
las personas y «una más clara renuncia […] a aprovecharse de un acci-
dente o de una casualidad» (Rawls, 2000: 451; nuestro énfasis). Así, la
fraternidad está íntimamente asociada a la noción de que la distribución
de los talentos naturales constituye un acervo común, y a la idea de que
«al abstenerse de la explotación de las contingencias de la naturaleza y
de las circunstancias sociales dentro de un marco de libertades iguales,
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Desde antiguo, la fraternidad ha estado inextricablemente unida a la democracia radi-
cal. Al respecto, Domènech recuerda que «Aspasia, la dirigente del partido democrático de
los pobres (de los thetes), dice que los ciudadanos de la República democrática de Atenas
‘son todos hermanos nacidos de una misma madre’» (Domènech, 2013: 16), invirtiendo, de
este modo, la metáfora que suele tener como fuente a la familia. A su vez, la metáfora de As-
pasia posee «un sentido inequívocamente democrático-emancipador», puesto que «todos los
atenienses son hijos de una sola madre, no de un solo ‘padre’, y menos de un padre autorita-
rio o despótico» (Domènech: 2013: 17).
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En efecto, la fraternidad —o hermandad, para evitar el tono sexista— supone una co-
munidad natural primigenia, dice Nancy, que no es otra que la comunidad de ser nutridos por
la misma madre. El desafío consiste en ver cómo esa unión primordial puede convertirse en
un nutrirse juntos, cooperativamente (Nancy, 2013: 121). El problema de este ingenioso ar-
gumento es que nada dice del problema distributivo que preocupa a autores como Rawls y
como Cohen.
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Enrique Dussel (2006) ha elaborado un refinado argumento para distinguir la fraterni-
dad —que es sistémica— de la solidaridad, que está más allá de la ley del sistema. Tomaremos
aquí ambos términos como equivalentes, y remitimos a la lectura de la sutil reflexión dusse-
liana.
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En su famosa novela utópica El Año 2000. Una Visión Retrospectiva, Edward Bellamy
rechaza el Principio de Contribución con una lógica implacable: «El mérito es una cantidad
moral; la producción es una cantidad material. ¡Singular lógica la que pretendiera resolver
un problema moral con arreglo a un patrón material! […] Las capacidades individuales, por
brillantes que sean, no sirven más que para fijar la medida de los deberes individuales» (Be-
llamy, 2000: 93-94, nuestro énfasis).
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Consideraciones finales
Fuentes citadas
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