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4 SQ HILAIRE BELLOC i EUROPA Y LA FE Traduccién de Eduardo A, Lands EDICIONES “G. E. P. A.” BUENOS AIRES Traduecién autoriseda por Constable end Company Ltd. = London, Queda hecho el depévito de ley INTRODUCCION La conciencia catilica de la Historia ‘asto de la conciencia catdlica de la Histor ria, Y digo conciencia, esto es, conocimien- tw intimo mediante Ta identidads la intuicién de luna cosa, que se unifica con el conocedor. No hablo, pues, del punto de vista catdlico de la historia. La expresin punto de vista es moderna, ¢ integra por To tanto, un todo decadente; es fala, y por eso misino, effmera; mo me rebajaré a em: plearla. Rendiré, mis bien, homenaje a la verdad, diciendo que no existe un tal punto de vista ca: } tolico de Ia historia europea. Hay un punto de vista protestante, uno judio, otro mahometano, 0 japonés; porque todos ellos consideran a Europa desde el exterior. Mas el eatélico contempla. | Europa desde adentro, y no puede haber un punto de vista catdlico de la historia europea, como no puede haber punto de vista de un hombre con Tespecto a si mismo. ‘Sin embargo, a sofisteia pudiera pretender que existe un fut de it hagano dl suet misino aque lo posce. Pero la fala filosofia en ningsin c2s0 imo en este da pruebas tan evidentes des fa sedad. Porque calando el hombre con franqueza, Y luego de tm prolijo examen de stu mente, desea tmirarse, lo hari en linea paralela a su creador, y por ende a Ta realidad; miraré desde su fuero in- temo. rosigo extz metéfora. El hombre tiene en sila conciencia de que es la vor de Dios, Sabe que no sélo es real el mundo exterior, sino que también real su propia personalidad. Cuando un hom: bre, aunque adulado por el mundo, se dice Yo s0y malo, est en contacto con la realidad: y cuan- do pese a la calumnia mundana se dice a st mismo con respecto a si mismo Mi propésito era justo, tambien To esté. Se conoce a si mismo porque es mismo. Un hombre no cuenta con conocimien- to ilimitado sobre su propio ser. Pero no obstante Ja limitacidn de su ciencia ésta le es conocida to talmente; en ella todo participa de la totalidad Lo que no conoce sobre si, si lo supiera, concor- daria con lo ya conocido. Hay en verdad, puntos de vista humanos para todas Tas cosas, menos para dos: para el sujeto mismo y para Dios que To ha creado, Ambos, al contemplarle, le ven tal cual 18; los demés 10 consideran desde angulos distin- (6s, y en aspectos distintos; y éstos son realmente 8 e ifr puntos de vista, falsos por separado, y diferentes én conjunte. Pero la visién de sf mismo que tiene tun hombre, no es un punto de vista: es wna com- prensién. Pues bien; asies en cuanto a nosotros, soldados de Ia fe, y de-la gran historia de Europa. Al estu- diatla, un catico no andavia a tientas, palpn- dola en la cortera. La entendera desde aden- tro, No puede comprenderla por completo, por- que es un ser limitado. Pero también lo ha de entender. La fe es Europa y Europa es la fe. El catdlico aporta a la historia (y evando digo istoria en estas paginas, me refiero a a historia de la Cristiandad) , un conocimiento propio, per sonal. De igual modo que un hombre, en el con- fesonario, ¢ acusa de lo que sabe sea cierto, y que sus semejantes son incapaces de juzgat, asi el ca tlico, hablando de la civilizacién europea en con junto, si la censura sera por motivos ¥ actos que son Tos suyos. Su critica no es de justicia relativa; 6 de justcia absoluta. En manera similar a la del hombre que puede atestiguar en su favor, puede tun catdlico atestiguar contra concepciones injustas, impertinentes © ignorantes de la historia de Ex ropa; porque conoce el cémo y el porque de st proceso. Los otros, los no catslics, consideran la historia exiernamente, como extranjeros. Ellos en su consideracién, versarin sobre algo que se les presenta en forma parcial e inconexa, slo a través 9 de las apariencias; é1, en cambio, lo ve todo desde cl centro, en su esencia y en su totalidad. Afirmo nuevamente, reemplazando términos: 1a Iglesia ¢s Europa, y Europa es la Iglesia. ‘La conciencia catélica de la historia no se inicia con el desarrollo de Ia Iglesia en la cuenca del Me- diterrineo. Le antecede en mucho. EI catélico centiende el terreno en el que crecié la planta de Ia fe. En modo al que ningun hombre se atreve, centiende el esfuerzo militar romano; la causa de su choque contra el tosco y mercantil imperio asidtico de Cartago; los frutos obtenidos de Ia tux ateniense; el nutrimento proporcionado por el ir- landés y el briténico; las tribus galas con sus ideas terribles pese a su confusidn sobre la inmortalidad; €l parentesco que nos une con el ritual de religio- nes profundas no obstante su falsedad, y aun de emo el antiguo Israel (el pueblecito violento, antes de envenenarse, y mientras aun era nacio- ral en las montafias de Judea) fueron, al menos cen Ia antigua revelacién, cosas principales, y (co- ‘mo decimos los catélicos) sagradas; dedicadas a una Misidn peculiar. Para el catélico toda esa perspectiva se halla en armonia. El cuadro ¢s normal. Para él no hay deformidad, El proceso de nuestra gran historia cs facil, natural y total. También es definitivo, terminante. ; Pero el catdlico moderno, especialmente cuando esti constrefido al s6lo uso de la lengua inglesa, sufre las consecuencias de una deplorable (y de desear) pasajera laguna. Ningin libro moderno ‘escrito en ese idioma le suministra vision fidedig- na del pasado. Se ve obligado a ilustrarse en Ia produccién de autoridades acérrimamente hosti- les, autores alemanes, 0 ingleses plagiarios de los alemanes, cuyo conocimiento no puede equipa- rarse al del europeo veraz y equilibrado, De continuo se le presentan frases cuyo absurdo ¢s evidente, ora en sus reticencias o en las contra- dicciones que levan aparejadas. Pero a no ser que tenga el tiempo disponible para profundizar esos estudios, no podrd sefialar, a ciencia cierta, el pun- to que tacha de absurdo. En los libros que lee (si por lo menos estén escritos en inglés) advierte la carencia de algo que su intuicién del continente Te hace sospechar que deberfa encontrarse alli; pero no puede lenar ese vacio porque el autor de tales libros, ignoraba mismo esas cosas, 0 para decir mejor, no podia concebitlas, “Tomaré dos ejemplos. El primero se relaciona ‘con Ia batalla europea de nuestra época. Es asun- to largo, inexplicado aiin en parte, y que se vincu- laa todas las naciones, relacién que aparentemente no tiene nada que ver con la fe. Es materia que, juzgariamos, cualquier extranjero puede analizar, ¥ que, sin embargo, ningtin historiador explica. de ecirae sgn de iE ln in ne poco la raza, si es que aun puede distinguirse al- ‘guna raza en Europa, salvo vagos y confusos ves Ugios caracteristicos, tales como entre el levantin 0 y el occidental, el bajo y el alto, el morocho y el rubio, Tampoco fué una cuestidn econdmica co- ‘mo pretendfa otra necia teoria académica, popular hhace unos afios. No existid, en este caso, el choque del rico contra el pobre, ni la presién de barbaros incivilizados sobre naciones cultas, ni planes de explotacién, ni organizaciones de hombres inten- tando apoderarse del suelo perteneciente a propie- tarios inhabiles para aprovechar sus frutos. Cémo se formaron esos contendientes cuyo an- tagonismo potencial fué tan fuerte que millones de hombres sufrieron a voluntad hasta colmar la medida de sus fuerzas, para Hegar a un desenlace? El hombre que quiera explicar ese tremendo juicio, basindose en el examen superficial de las ‘diferencias religiosas entre las sectas modernas, se hallara sin duda perplejo. He visto este intento en mis de un diario o libro, enemigo o aliado, y sus resultados son lamentables. En verdad, Prusia, la protagonista, era atea. Pero los terrivorios a ella sometidos la apoyaron animosamente —la Colonia catdlica, y el Rhin, y en forma décil Ia catélica ‘Baviera—. Su apoyo principal, sin cuya mediacién no hubiera podido desafiar a Europa, fué justamente la potencia cuya razin de ser fué el eatolicismo: la Casa de Habs: B Durgo Lorena, que desde Viena gobernabs y con- solidaba a los catdicos contra la ortodoxia eslava; Ja Casa de Habsburgo Lorena era el campeén de Ja organizacién catélica en el este europeo. La Inlanda catdlica se mantuvo apartada. Expaiia, nada devota, pero detestando lo no ca Lélico por ser de corte extranjero, estaba més que apartada, Gran Bretafa habia olvidado ya, desde ‘mucho tiempo atris, la unidad europea. Francia, ftra de las protagonistas, se encontraba notoria. ‘mente dividida en sf misma respecto del principio religioso de esa unidad, Nada explicardn los and- lisisreligiosos modernos del hombre que conside raa la religign como una opinin. Por qué, pues, hhubo contienda? Aquellos que hablan de la de: ‘mocracia como del origen de lx Gran Guerra, pue- den dejarse a un lado; porque esa noble, ideal aungue rara y_peligrosa forma de gobierno, no estaba en cuesti ‘Ningiin historiador puede hablar asl. La poli: tica esencialmente aristocritiea de Inglaterra, con- vertida ahora en una plutocracia, el despotismo de Rusia y de Prusia, el inmenso complejo de los otros grandes estados movdernos, desmiente esa tonteria. Quienes hablan de una lucha por la supremacia entre los dos campeones teutones, Alemania e In- glaterra son atin menos respetables. Inglaterra no «8 teutona, y no fué protagonista. El Gabinete Inglés decidi6 entrar en Ia guerra por el consenso 4 nat de la mayoria menor que pueda darse (Ia mayoria de uno). El gobierno alemén de ninguna manera sofié jamés que tuviera que enfrentar a Inglaterra. No hay pregunta con respuesta tan facil. El mun- do estaba en guerra. Por qué? No ¢s historiador el hombre que no puede responder desde el pa- sado. Aquellos que pueden contestar desde el pa- sado, y son historiadores, advierten que la profun- didad histérica de Ia fe europea, y no su aparien: Ga superficial presente, es la que lo explica todo. La lucha fué contra Prusia, @Por qué se alz6é Prusia? Porque la imperfecta evangelizacién bizantina de las lanuras eslavas orientales, no se reunié justamente alli, en Prusia, con la corriente occidental de tradicién viviente emanada de Roma. Prusia fué una solucién de continuidad, En su pequefia dea descuidada, que ni el este Bizantino Megé a cultivar a medias ni ‘el oeste romano del todo, germinaron cizafas. Y las cizafias se diseminan por si mismas. Prusia, esto es, una parcela de maleza, no podia medrar y fextenderse mientras el oeste no se debilitara en cisma, Tenfa que esperar las postrimerias de la batalla de la Reforma. Esperé. Y por fin, cuando se presenté la oportunidad, se extendié prodigio- samente, Las malezas invadieron primero a Po- Tonia y 2 las Alemania, y Iuego, a la mitad de Europa, Y cuando por iiltimo amenaz6 a Ia c- 5 vilizacién enter, era sefiora de cient cincuenta hillones de almas. ‘Coles son las pedras de toque de esta guerra? A‘ manera, profundamente stints, To tueron Polonia Inland, severoeslotes de tradicion tem conser el ps mere 9 pasion cacional por ta fe La Gran Guerra Tut el encuentro de una cova nuevo, desoneguds, que deweaba vivir su perver: tida existenca en todo novedaso y separa de Europa, contra la vieja roca crisiana, Ei cous trucos cs en su moral en su lca, enw ea. pr ye efecto dela gan tempesiad que ocation6, hace trescintos aos el naultagio de Europa, di ‘ididndola en dos partes. Ea guerra fue el mayor ejemplo pese a su condicién de repetido, de em ic nce: To extero, to Ia, 10m tradicional, que es la barbaric ejerciendo ce preston sobre fo interior, 10 tradicional, To faer ce gon to, Cre vale decir, Europa, (iNo es extrao, pes, que en ‘Westminster, el gabinete dudaral) tae Dectamos duran la guerra, ques Pri faba la civilivacion pereceria, pero que sf tint ta low allados, la clvilzacion seria resablecids Qu significbamos con ello "No signficsbamos Ge los nuevos birbaros van incapaces de mane: far una mdquina; pueden hacerlo. Pero hacnios hhotar que lo habian aprendido todo de novotros, 16 | | L ' | : Queriamos decir que no estin incapacitados para continuar algo por si mismos, ¥ que nosotros st Queriamos dar a entender que carecen de tai- bre. ‘Cuando decimos que Viena fué el instrumento de Berlin, que Madrid deberia avergonzarse, equé {queremos significar? Nada mds que esto: la civi- Heacién es wna, y nosotros, su familia. Lo que nos desafid, pese a que dominaba tantas cosas de las gque pudieran habernos ayudado, y que eran real Hlente nuestras, era exterior a la civilizacion y no perdié ese cardeter por el uso momentineo de los aliados civilizados. Qué queriamos decir al afirmar que el eslavo nos fallé? No era un juicio racial. Polonia cra shiva y Serbia también; eran dos estados, por mucho muy diferentes; y sin embargo ambos es taban con nosotros. Era nuestra intencién el dicar que Ia influencia bizantina jams fué sufi- Gente para informar un verdadero estado europeo f para darle a Rusia una disciplina nacional; por- que el imperio bizantino, tutor de Rusia, fué se- parado de nosotros los europeos, los catdlicos, los herederos, que somos los conservadores del mun: do. La conciencia catélica de Europa, entendié fest guerra, con apologias mientras estaba en los Tazos de Prusia, con a afirmacién, una ver libre. Peso, juzgé y decidié sobre el futuro; la alterna- tiva de las dos contingencias futuras que se allan ” ante el mundo, Tonter‘as fueron cualesquiera ‘otros juicios sobre la guerra. De un lado, de par- te de los aliados, tenemos los politicos profe- sionales més vulgares y 2 sus ricos pagadores, cla- ‘mando por la democracia: pedantes refunfufiando acerca de la raza, Del lado de Prusia (Ila negacién de la nacionalidad) , tenemos la pretension del cumplimiento de alguna vaga misién nacional de conquista, otorgada por los poderes divinos a los ‘germanos, el pueblo menos competente para go- berar. Se Iegari finalmente, una vez escuchado este enjambre de opiniones, a creer que la Gran Guerra no fué otra cosa que una locura, un ob- jeto sin motivo, tal como lo coneiben los interna- cionalistas de mayor vacuidad. ‘Tanto valga para ejemplo de la guerra. Es ex- plicable como desaffo a la tradicién europea. Es inexplicable de otro modo. Sélo el catélico esta fen posesién de la tradicién de Europa, En ese orden, sélo 61 puede ver y juzgar De un ejemplo tan reciente y universal, torno ahora a uno local, distante, preciso, en el que pue- da comprobarse asimismo la calidad de esa con- ciencia catdlica de la historia europea. Consideramos el ejemplo particular (y clerical) de ‘Thomas Becket; la historia de santo Tomas de Canterbury. Reto a cualquiera a sacar algo en limpio des- pués de leer esa historia escrita por autores como 8 Te aye Stubbs, 0 Green, o Bright, 0 en otro de nuestros manwales protestantes, ‘Estamos ante un sujeto de estudio, limitado y bien definido. En cuanto al tiempo, afecta sélo unos afios. Se sabe mucho acerca de él, porque cuenta con muchas versiones contemporsneas. St comprensién es de gran interés para la historia El catélico puede preguntar: “zPor qué es que se ‘me hace imposible entender la historia tal como la cuentan estos autores protestantes? gPor qué ‘earece de sentido?” En sua, esa historia es la siguiente: Se consuité una ver a cierto prelado, a la sazén Primado de Inglaterra, si admitiia algunos cam- bios respecto de la situacién legal del clero. La modificacién fundamental consistia en que los hombres unidos a la Iglesia en cualquier concep: to, aun por las érdenes menores (y que no fueran necesariamente presbitetos) , en caso de detinguir cen el orden de la jurisdiccién temporal, deberian ser jurgados por las cortes del pais, en lugar de serlo por las suyas propias (clesidsticas) , como se acostumbraba desde hacta siglos. El reclamo, en ese tiempo, era novedoso, y el Primado se re- sistié a aceptarle. A raiz de su negativa debié pa: decer muchas indignidades y ultrajes, mas el Papa dudé de la justicia de su resistencia, y finalmente se reconcilié con la autoridad civil. Esa frase, em- pero no explica el problema; y cuando el cat6lico 9 se dedica a examinar el caso particular de santo "Tomis se encuentra ante muchas circunstancias dudosas y que le Taman a la reflexién; asuntos a ‘euyo respecto sus contrincantes menos europeos se hallan impotentes y reducidos al silencio. Digo impotentes porque en su actitud renun- ian a la explicacién. Registran esos hechos en cuanto a su existencia, pero quedan perplejos. Pueden explicar la accién particular de santo To- rms, con gran sencillez; con demasiada sencillez, “Fé —dicen— un hombre que vivid en el pasado”. Pero Mamados a exponer el alcance de. las conse- ‘euencias que sucedieron a su martirio, caen en formular las hipdtesis mis absurdas e inhumanas; aque las masas eran ignorantes, esto es, comparadas con las de otros periodos de la historia humana (équé?, ems ignorantes que hoy?); que e! Papado maquiné una explosién de entusiasmo popular, como si el Papado fuese alguna sociedad secreta del jaez de la masoneria moderna, poseedora de ‘ocultos procedimientos para maquinar cosas como aquella; como si cl tipo de entusiasimo que des- pierta el martirio fuera similar a las calamitosas conmociones puiblicas de la actualidad, fruto de las juntas secretas de agitacién o del periodismo; como si s6lo esa pretendida intervencién fuera ‘capaz de arrastrar a todo el populacho europeo hasta el extremo al que legé. 20 Ante los milagros que fuera de toda duda se registraron en la tumba de santo Tomds, el his toriador que odia o ignora la fe, tuvo (y tiene) tres maneras de negarlos. La primera consiste en silenciar los hechos, y es la forma mis facil de mentir, La segunda consiste en afirmar que tales imilagros no fueron mds que el resultado de una vasta conspiracién organizada por los sacerdotes, y apoyada por la débil sumisién de los mutilados, Tos cojos y los ciegos. La tercera (y en estos mo- ‘mentos, Ia que esti més en boga) radica en bauti- tar es08 milagros con nombres periodisticos mo- demos, mezcla de Iatinajos postizos y de griego, nombres con los que se espera habrin de perder su cardcter taumaviigico; esos son los que hablan principalmente de la autosugestién. ‘Ahora bien: cuando el catélico se acerca a esta historia maravillosa, cuando ha leido todos los documentos originales, la entiende perfectamente desde su fuero interno. Advierte la importancia relativa de los reclamos sustentados por santo Tomés en aquella posicién suya, y que (fomada ésta como un hecho aislado) no deja de ser hasta cierto punto, irrazonable. Pe- ro pronto veri, a medida que lea, a medida que note la rapida y profunda transformacién del mun do civilizado que se operaba en aquella generacién, que santo Tomés bregaba por un principio que, aunque inconsistente en su aspecto exterior (en €1 caso particular) , era absoluto en su aplicacién general: la libertad de la Iglesia, Se esforeé. por mantener los que habian sido simbolos particu- Tares de la libertad eclesiéstica en el pasado. Lo importante fué la direccién de su accién, y no el signo de esta titima. Las costumbres particulates pueden pasar, pero desafiar los nuevos Feclamos de a autoridad civil, en ese momento, era salvar a la Iglesia. Se estaba gestando un movimiento que pucdo haber cristalizado en ese entonces, por todas partes, pero que s6lo se cumplié parcialmente en Furopa, cuatrocientos afios después; movimiento ‘cuyo propésito era Ia disolucién de Ia unidad y la disciplina de Ta Cristiandad. Santo Tomas hubo de luchar en el terreno es cogido por el enemigo; luché y resistié en el espf- itu del dictado de la Iglesia. No combatié por tun punto dogmético; no luché por la eonservacién de un punto al que Ia Iglesia, novecientos afios antes 0 quinientes afios después, hubiera 0 hu- Diere concedido importancia. Peles por cosas que eran tan slo meras disposiciones temporales, Tas que hasta hace muy poco han sido la garancia de lh libertad de la Iglesia, pero que en su tiempo estaban a punto de no ser tomadas en cuenta. ‘Mas el espiritu que le animaba era la determina- cidn de que la Iglesia no deberia someterse jamds al dominio del poder civil; y el espiria contra el cual luchaba, eta el que abierta o encubiertamen- ae te juaga a la Iglesia como institucién puramente fra’nana y por lo tanto sometida, de hecho, como Inferior, a los procesos de la ley del monarca (0 o que €s peor) del politico, 7 Un catdlico podré advertir, leyendo Ia historia, que santo Toms debia perder mecesariamente Gia a una las batallas que libraba por cada uno Ue los puntos que defendiia en conereto, pero que Sin embargo salvé en Europa todo el ideal que Gefendia en universal, Un_catélico percibe cla- Samente el porqué del entusiasmo popular, Ta garantia que oftece Ia vida sana y moral de un frombre contra la amenaza del rico y el poder det ‘estado —el gobierno propio de la Iglesia. Eso habia sido defendido por un campeon hasta la muerte; y las costumbres impuestas por Ta Iglesia fon la garantia de la libertad, Ademés, el lector qatdlico como el no catdlico, munca-se conforma Con una afirmacién ciega € irracional en el sen- {ido de que los milagros no pudieron operarse. No esti imbuido de una fe firme y viviente que Te indique que los sucesos maravillosos no pueden acaccer nunca, Lee la evidencia, No puede creer {que hubo una conspiracién de falsedad (puesto que no hay prueba alguna de su existencia) . Al Gnerario, hay algo que le induce a la conviccién Qe que los hechos tan minuciosamente recordados J tan ampliamente atestiguados ocurricron real Jnente, “He aqui, pues, una vez mis, al europeo a eminentemente razonador, al etélico que s© en- frenta con el bisbaro escéptico y sus acuos im: probados y mecinicos dogmas de Secuencia ma- tea, "esos mitagros para el calico no son mis que puntos terminals Concordanes con Ta integridad Ectconjunto Sabe To que era I civlizacin euro pet, antes del siglo Xl, y lo que legs 2 ser dex pus del XVI. Conoce le razones por Tas cuales fr'Iglesia se alzara contra determinado prarito de tvolucion,y la forma que emplearia, y conoce el imo yel porque dela resistencia de santo Toms. No le asombra comprobar que esa reaction fr tas6 en su aspect tcenio, advierte que st éxito fae tan inmejorable en cuanto al expt, como para impedir en momentos en que ete hecho hw Fiera sido mucho mis peigroso general que en el siglo XVI, el trastormo de las elaciones entre Ia Tplsia y cl estado, Se explica, en especn, el entusismo popular, relirendo a la ligarin de ese estado de fimo & Toe milagios obratios por Is interesién del santo ho porque tales milagros fueran fantasia, sino porque el reconocimiento poplar de Ix santidad fnerecida constiaye el acompatamiento posterior tl recipiente del poder de obrar milagre Son Tos detalles de esta historia ov que requieren el nis ecrupuloso ais, He clegido as uno my Signifieadvo que sive para ejemplifear mi caso, 4 ae Tal como un hombre que entiende enteramen- te el canicter de los hacendados ingleses y su posi cién en Ia campafia de Inglaterra, tendria que extenderse en largas explicaciones (y con cierta dificultad) ante un extranjero, para darle a en- tender que las grandes posesiones inglesas, pese a ser un mal, Io fueron propio del pais; asf como 1 caso de un determinado propietario de com- plejidad o violencia peculiares podria servirle de prueba, de ese mismo modo el martirio de santo ‘Tomas es para el eatélico que contempla a Euro- pa, un ejemplo excelente para mostrar lo bien que entiende las cosas que para Ios demas son incom- prensibles, y cudn simple y humano le es un hecho ‘que para los no catélicos sélo puede explicarse va- liéndose de las més grotescas suposiciones, verbi- gracia, que el testimonio contemporineo universal debe ignorarse; que los hombres estin prontos a ‘morir por cosas en las cuales no creen; que la fi- losofia de una sociedad no esti difundida en ella; ‘6 que el entusiasmo popular general e innegable se produce mecinicamente en cumplimiento de directivas de algiin centro gubernamental. Tales absurdos se connotan en la visién no-catdlica de a Gran Guerra, y ésta no tiene otra explicacién ‘que la proporcionada por la conciencia catdlica de Europa. ‘Al contemplar el caso de Becket, el siervo de la lo entiende como el de la lucha de un hom- 35 bre obligado a pelear por su libertad y a sostenerla sobre la base de un privilegio heredado del pasa- do (pues exe es el campo de batalla elegido por los adversarios). Ei no catélico, no puede senci Hamente entenderlo, ni tampoco Io pretende. Va- ‘yamos ahora, de este segundo ejemplo, perfecta- mente definido y limitado, a un tercero bastante diferente de los otros dos, y el més amplio de to- dos. Tornémonos al aspecto general de toda la historia europea. Podemos aqui consignar los li- neamientos del vasto bosquejo por cuyo interme: dio cl catélico puede apreciar aquellas cosas ante las cuales los dems hombres quedan perplejos, y determinar y conocer los puntos sobre cuya com- prensién, estos no hacen mis que formular adi- La fe catdlica se expande sobre el mundo ro- ‘mano, pero no porque los judios estuviesen dis- persos por todo él, sino porque la aceptaron el entendimiento de la antigitedad y especialmente cl entendimiento romano, en su respectiva ma: durex La decadencia material del Imperio no ¢s co- rrelativa ni paralela al crecimiento de la Iglesia Catdlica, ¢5 la contraparte de ese desarrollo. Se hha ensefiado que la “Cristiandad (una palabra que por otra parte no tiene nada de hist6rica) se in- trodujo en Roma, al decaer la ciudad de los Césa res, y apresurd su caida”. Eso es mala historia. 26 [Antes bien, aceptad este aserto y recordadlo: "La Fe es lo que Roma acepté en su madurez; y la Fe rio fué causa de su decadencia sino factor conser- vador de todo lo que en ella podia conservarse”, ‘No fulmos fortalecides por el advenimiento de Ja sangre birbara. Amenazé a Ia civilizacion, en sui vejez, un serio peligro determinado por una pequelia infiltracién de sangre bérbara (princi palmente servil); y si el mundo civilizado venci6 ese ataque y no decay6vdefinitivamente en ese en- tonces, s¢ lo debemos a la fe catdlica. En el periodo siguiente —Ia Edad Media— el ‘catélico sigue viendo a Europa salvada del ataque ‘universal del arabe, del huno y del escandinavo; advierte que la fiereza del golpe era tal, que nada, de no haber algo divinamente instituido, hubiera podido contrarrestarlo. El mahometano llegé a en- contrarse a tres dias de marcha de Tours, el mon- gol fu visto desde los muros de Tournus sobre el Saona, en el centro de Francia. El salvaje escan- dinavo se voleé en las bocas de todos los rios de la Galia, y por poco aniquilé a la isla de Gran Bre- tafia, No quedé en Europa més que un niicleo central. Y sin embargo, Europa sobrevivi6. En el rever- decer que siguié a esta Epoca sombria —en la Edad Media el catélico no tiene ante st vista hip6tesis, 10 documentos y hechos; ve surgir los parlame no de una imaginaria fuente feuténica —in- 7 ventada por las academia sino de Ins verdaderas Grdenes mondsticas,en Espata, en Gran Brecai, en In Gala, nunca fuera de los vijos limites de la Cristiandad, Observa la trayectria hacia loalto, de angulera gia, eapontins y aici al princlpio,en el perimetro parsense, y 10 fuera del mismo, hist legar las montatas de Escocia y cl Rhin, Contempla las nuevas univer: tidade,fruto del despertar del alma europea, la tmaraviilosachilizacin nueva de Ia Edad. Media alrindose como tina wansformacion de la vieja fociedad’ romana, cambio puramente intern, y Causa por la fe Los problemas, el teror religiso, las locuras del siglo XIV, lo entiende como enfermedates de tn cuerpo Europa necetado de medicina Pe to lov medicamentos ardaron demasiado, vino Ie diolucién del cuerpo europeo y Ia Reforma, Debid ser ln muerte pero en tanto que la Igle sin no esl seta ala ey mora, no hubo muerte Entiende que ninguno’ de esos pueblos qe s¢ separaron de la religion y de la cilizaion, per tenecian al aniguo grupo romano, excepto Gran Bretafa, El catlico ljendo su historia, observa en aquella lucha la posicion de Inglaerrdy no el ffecto de aquella en or terminos europeos, Ho: Tanda, Alemania del Nort, etc. Ansia ver si Gran Bretata abandonaré también el nicleo cilizado, en a gran prucba, 28 [ea e ‘Advierte la agudeza de la lucha en Inglaterra, yy su Targa duraci6n; nota cémo las fuerzas vivas, Especialmente las viejas familias tales como los Howards, y los mercaderes de la ciudad de Lon-

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