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Lemkin fue un jurista de origen judío y nacionalidad polaca que nació el año en que se
iniciaba el siglo XX. Aunque no llegó a vivir seis décadas de aquel siglo, ya desde muy
joven y a través de su experiencia vital, tomó conciencia acerca de conflictos entre
grupos humanos con distinta identidad colectiva. Siguiendo a Adams Jones (2011),
removió la conciencia de Lemkin el asesinato por parte de un joven armenio de uno de
los principales dirigentes del Imperio Otomano en 1921, al considerarlo responsable del
genocidio de su pueblo. Aunque finalmente fuera considerado no culpable, a Lemkin le
llamaría la atención cómo se podía estar juzgando a un hombre por el asesinato de un
individuo mientras que a los autores del genocidio armenio, el cual había supuesto
millones de asesinatos, no estaban siendo juzgados. Posteriormente, él mismo llegó a
convertirse en refugiado en los EEUU, al huir de la ocupación y amenaza de las fuerzas
nazis. Sin duda toda esta experiencia biográfica debió de ser un importante acicate para
la empresa que emprendió con el objetivo de que la comunidad internacional
reconociera y condenara la realidad de unos crímenes que aun en 1941 Wiston Churchill
había indicado como crímenes sin nombre.
En sí, el término responde a una combinación etimológica del vocablo griego «genos»
que significa «raza» o «tribu», y del latino «cidio» que significa asesinato. Pero su
concepción es más amplia y profunda que este sencillo significado etimológico, por eso
son varios los aspectos destacados de su propuesta por diferentes autores. Una pequeña
aproximación a estos aspectos nos pueden servir para una comprensión pormenorizada
del genocidio, en los términos propuestos por Lemkin, y aproximarnos su crítica.
El primer aspecto que quisiera destacar es aquel que acertadamente Jones (2001)
considera opuesto a una concepción liberal clásica: el carácter organicista del
planteamiento de Lemkin. Este carácter es el que le permite concebir que la víctima de
un crimen puede ser fundamentalmente una identidad supraindividual o colectiva,
aunque sea perpetrado a través de los individuos adheridos a ella. Como explica
Stephen Holmes (2002 citado en Jones, 2011) esta concepción nos lleva a pensar que
puede ser muy distinto el asesinato de miles de personas pertenecientes a una misma
colectividad respecto del asesinato de miles que no comparten una misma adscripción
grupal. Obviamente, este hecho se entiende debido a que en el primer caso supone el
riesgo de eliminación de una identidad colectiva en sí, la vida de una identidad y no
tanto la de individuos particulares. Es relevante tener en cuenta en este sentido que
Lemkin, fundamentalmente, atiende a aquellas identidades derivadas de la pertenencia a
una nación o etnia.
Pueden señalarse como razón de ser del aspecto organicista de su propuesta al menos
dos elementos que forman parte del contexto social de producción de su concepto. El
primero es el señalado por Dirk Moses (2013) valiéndose del concepto de «gruopism» –
acuñado por el sociólogo Rogers Brubaker (2004)–, que caracterizó a la ontología social
de la Europa del Este en la que se crió Lemkin. Bajo esta ontología es posible atribuir
capacidad y/o intencionalidad a entidades colectivas, suponiendo una concepción de
éstas como entidades claramente identificables y homogéneas. Moses además repasa las
influencias de la concepción de Lemkin a través de pensadores como Hegel y su idea
del espíritu, así como de antropólogos como Frazer o Malinowski a través de su
concepto operativo de cultura.
El segundo elemento proviene del contexto social más amplio, los grandes conflictos
bélicos de la primera mitad del siglo XX, teniendo excepcional relevancia por su
impacto internacional el exterminio judío por parte de la Alemania de Hitler. En este
sentido Jones señala el acierto de su propuesta.
Esto nos lleva a una de las principales críticas o controversias que podríamos considerar
afecta a la dimensión teórico-metodológica de su propuesta, y este es el segundo
aspecto que quisiera destacar. Su propuesta reviste un carácter universalista que consiste
en la abstracción modélica de un caso particular, el Holocausto.
Lemkin había acuñado un término de pretensión universal, a partir del caso concreto
de la destrucción de los judíos europeos en la Alemania nazi; del tal forma, que lo que
mucho más tarde llamaríamos Holocausto o Shoah se convertirá, desde sus propios
orígenes, en el patrón determinante de lo qué es el genocidio... (Feliu, 2010: 243).
Un momento. Si tenemos en cuenta que el Holocausto no tubo lugar hasta el tardío 1941
y, como hemos visto, el recorrido conceptual de Lemkin hasta acuñar el vocablo
genocidio venía de mucho antes, ¿cómo pudo el Holocausto convertirse en su «patrón
determinante»? En palabras de Paz Moreno Feliu (Ibídem, 245) «el entramado
teleológico con que Lemkin dota al término conduce a la corriente historiográfica sobre
el holocausto denominada, precisamente, intencionalista». Además, la urgencia con la
que trabaja el pensamiento de Lemkin vino marcada por los juicios al nacismo. El éxito
de su término fue parcial en cuanto a los Juicios de Núremberg, ya que muchos de los
arquitectos del régimen nazi fueron acusados de genocidio a penas un año después de su
acuñación, pero durante los juicios esta acusación no prosperó (Jones, 2011). Moses
(2013), apoyado en Donald Bloxham, entiende este hecho debido a que la prioridad de
los Aliados –y en especial de los británicos– fue el juicio por los crímenes de guerra, sin
que los crímenes previos a la guerra o el sentido racial de éstos recibiera especial
atención.
Article II. In the present Convention, genocide means any of the following acts
committed with intent to destroy, in whole or in part, a national, ethnical, racial
or religious group, as such:
(a) Killing members of the group;
(b) Causing serious bodily or mental harm to members of the group;
(c) Deliberately inflicting on the group conditions of life calculated to bring
about its physical destruction in whole or in part;
(d) Imposing measures intended to prevent births within the group;
(e) Forcibly transferring children of the group to another group.
David Moshman (2010) nos permite aclarar de manera sintética las modificaciones que
el concepto de Genocidio ha experimentado desde la propuesta de Lemkin hasta la
establecida por la Convención, pasando por la adoptada en 1946 por La Asamblea
General de la ONU. Las decisiones en los Juicios de Núremberg influyeron en la
definición que elaboraría aquella Asamblea General, en la que según Moses (2013)
Lemkin tenía una fuerte influencia. La Asamblea General llegaría a explicitar que el
genocidio puede ser cometido tanto en tiempos de paz como de guerra, y enfatizaría la
dimensión racial o cultural de este crimen, haciendo uso incluso del concepto de
«genocidio cultural». Siguiendo a Moshman (2010) advertimos que la Asamblea
excluyó cualquier referencia a la intención o el objetivo del perpetrador en su
definición, por lo que el aspecto teológico o intencionalista fue retomado a posteriori
por la Convención. También la Asamblea incluyó, en este sentido al igual que la
Convención, además de los grupos nacionales o étnicos planteados por Lemkin, grupos
de carácter racial o religioso. Así la definición de la Convención podría entenderse aún
más amplia o inclusiva que la de Lemkin, además ambas aportadas desde la ONU
consideran que la destrucción puede ser parcial, pero como vamos a ver en el siguiente
aspecto esa inclusividad se ve restringida en la Convención adoptada finalmente.
En principio, en las tres definiciones, el acto de genocidio no esta estrictamente
asociado a mass killing o asesinato masivo: ni para Lemkin ni en las definiciones de la
ONU el exterminio físico o biológico de los individuos es una condición del genocidio.
La Convención, en su segundo artículo, explicita hasta 5 tipos de acciones que pueden
constituir genocidio, siendo el asesinato sólo uno de éstos. A pesar de ello, el sentido
original aportado por Lemkin se ve menoscabado ya que como plantea Martin Shaw
(2007: 22 citado en Jones, 2011: 14) la Convención plantea «stronger emphasis than
Lemkin on physical and biological destruction, and less on broader social destruction».
Esta lista de acciones, para Moshman (2010), más que permitir la inclusión constituye
una limitación, ya que excluye otras acciones que pueden suponer igualmente la
destrucción del grupo. Profundizaré en esta cuestión en el siguiente apartado.
Para concluir con este primer apartado, donde hemos conocido el concepto y sentido del
concepto genocidio a través de la definición propuesta por Lemkin y su trayectoria hasta
la Convención adoptada, valga concretar el desplazamiento semántico durante este
recorrido en el que el foco se desplaza de “la vida de una identidad”, hacia los actos
condenables para acabar con “la vida de una identidad”. Por último, se ha de tener en
cuenta que hasta aquí hemos tratado con su conceptualización jurídica, esto es, con una
cuyo cometido no es tanto la comprensión del fenómeno, sino su identificación general
y sistemática para su aplicación a los casos concretos y el establecimiento de sanciones.
Chalk y Johansson proponen una definición clara y precisa para facilitar el análisis:
«Genocide is a form of one-side mass killing in which a state or other authority intends
to destroy a group, as that group and membership in it are defined by the perpetrator»
(Ibíd., 23). Es restrictiva en cuanto a que implica estrictamente el asesinato masivo, pero
además ese asesinato debe ser unilateral y, como la definición de Lemkin o de la
Convención, intencional. El aperturismo en su definición se produce al no concretar el
tipo de grupo que puede sufrir genocidio, para ellos esa definición es producida por
quienes cometen los homicidios independientemente de que se ajuste o no a realidad
objetivable. En definitiva es restrictiva en el sentido de que debe cumplir todo estos
requisitos para considerarse genocidio, aunque proponen el concepto de «genocidal
massacres» para casos que pudieran asemejarse sin llegar a cumplir todos sus requisitos.
Jones (2011: 24) nos aporta una definición de consenso a partir de su análisis de 18
definiciones aportadas por distintos autores –incluyendo los ya tratados–:
... a consensus exists that genocide is “committed with intent to destroy” (UN
Convention), is “structural and systematic” (Horowitz), “deliberate [and] organized”
(Wallimann and Dobkowski), “sustained” (Harff ), and “a series of purposeful
actions” (Fein; see also Thompson and Quets). Porter and Horowitz stress the
additional role of the state bureaucracy.
Quizás, como nos platea Jones, en el campo de lo jurídico el concepto de genocidio esté
siendo desplazado hacia el marco más general de “crímenes contra la humanidad”;
mientras que en el campo sociológico, a través de la distinción entre ethnocidio y
genocidio, se limite el foco de éste segundo a los casos en los que se produce el
asesinato masivo de individuos y no solo la muerte de “la vida de una identidad”. A mi
entender el problema surge cuando tratamos de suplir esta falla con otro concepto, ya
sea el de ethnocidio, pues estaríamos limitando la noción de identidad a una en
particular, en este caso, a la de étnica o nacional; y tampoco me parece que un listado de
«cidios» como el propuesto por Jones nos aporte la solución, ya que cualquiera de las
categorías supone un intento de atrapar la identidad, esto es, de volver estable, estática,
esencial, un aspecto de un proceso dinámico, situacional y pluridimensional como es el
de la identidad. Permita el lector que me explique, con ello llegaremos a la reflexión
última de este escrito donde, probablemente –no estoy seguro–, viajemos hacia una
concepción filosófico-política del concepto de genocidio.
Yo quisiera retomar lo planteado por Kren y Rappoport que, respetando las diferencias,
no me parece una comparación descabellada. Y con esta idea enlazo con el asunto de la
identidad. Me gustaría pensar el genocidio en términos inversos, esto es, no tanto como
destrucción de una identidad colectiva –a través o no del asesinato masivo–, sino más
bien en el sentido de que la construcción de un proyecto de identidad, la del Estado
moderno, supone destrucción, acotamiento o “descapacitación” de cualesquiera otros
proyectos de identidad. Esto supone pensar no tanto en un proyecto de ingeniería social
emergente y en conflicto con el orden precedente, como fueron los casos del estalinismo
o nazismo a los que Bauman refiere, sino una ingeniería social que opera de manera
constante, disciplinaria, en individuos y colectivos; el diseño de jardín de la cultura
moderna.
Si el genocidio moderno se distingue por no ser un fin en sí mismo como nos indica
Bauman, quizás ese universo particular sea el objetivo del “genocidio moderno”
inherente al Estado. En este sentido el mercado capitalista puede ser contemplado como
la herramienta “civilizada” para la integración o asimilación de la diversidad en ese
universo particular. Teniendo en cuenta lo citado de Giddens, el mercado puede estar
sustituyendo a la guerra o violencia hacia el interior de ese universo –sin dejar por ello
de ser un mecanismo violento– reservándola allí donde se produce la resistencia a la
integración.
BIBLIOGRAFÍA