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La Mesa de la Comisión de Investigación sobre la financiación de los

partidos políticos y el estudio de las medidas que permitan avanzar en el


compromiso de transparencia adoptado y que, a su vez, impidan supuestos de
financiación ilegal en el futuro, en su reunión celebrada el día 31 de mayo de
2018, acordó solicitar del Letrado de la misma la elaboración de un informe
sobre el falso testimonio ante una comisión parlamentaria de investigación.

En cumplimiento de dicho acuerdo, se eleva al referido órgano el


siguiente

INFORME

I. OBJETO DEL INFORME

No es objeto del presente informe un estudio jurídico general de las


comisiones parlamentarias de investigación, sino tan solo de uno de los
aspectos de la protección penal que les dispensa el Ordenamiento Jurídico, en
concreto el referido al tipo del falso testimonio recogido en el apartado 3 del
artículo 502 del Código Penal (en adelante CP), y hacerlo de un modo
abstracto o teórico, sin relación con un caso concreto.

Al propio tiempo, el análisis se limitará a las comisiones de investigación


de las Cortes Generales, excluyendo la problemática particular de las
comisiones de investigación de las Asambleas autonómicas.

1
II. GÉNESIS DEL ARTÍCULO 502.3 DEL CÓDIGO PENAL

Hasta el CP vigente el objeto de la tutela penal de las comisiones


parlamentarias de investigación se limitaba al deber de comparecencia ante las
comisiones de dicho tipo de las Cortes Generales, en los términos previstos en
el artículo 4.1 de la redacción originaria de la Ley Orgánica 5/1984, de 24 de
mayo, de comparecencia ante las Comisiones de Investigación del Congreso y
del Senado o de ambas Cámaras: “el requerido que dejara voluntariamente de
comparecer para informar ante una comisión de investigación incurrirá en un
delito de desobediencia grave”.

El vigente CP, aprobado por Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre,


asumió (derogando el precitado artículo de la L.O. 5/1984) la tipificación del
incumplimiento del deber de comparecencia ante las comisiones
parlamentarias de investigación de las Cortes Generales, extendiéndola al
propio tiempo a las comisiones de investigación de las Asambleas
autonómicas, a la vez que amplió la tutela penal de la actividad de estos
órganos, mediante la introducción del delito de falso testimonio ante los
mismos.

La regulación de ambos tipos se recoge en el artículo 502 del referido


cuerpo legal, junto con un tercero, relativo a la obstaculización de las
investigaciones del Defensor del Pueblo, el Tribunal de Cuentas u órganos
equivalentes de las Comunidades Autónomas, siendo sus términos actuales
(idénticos a los de la redacción originaria, salvo en lo relativo a la pena de
multa prevista para el delito de falso testimonio, que se duplicó en virtud de la
L.O. 15/2003, de 25 de noviembre, por la que se modifica la Ley Orgánica
10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal) los siguientes:

2
“Artículo 502.

1. Los que, habiendo sido requeridos en forma legal y bajo apercibimiento,


dejaren de comparecer ante una Comisión de investigación de las Cortes
Generales o de una Asamblea Legislativa de Comunidad Autónoma, serán
castigados como reos del delito de desobediencia. Si el reo fuera autoridad o
funcionario público, se le impondrá además la pena de suspensión de empleo o
cargo público por tiempo de seis meses a dos años.

2. En las mismas penas incurrirá la autoridad o funcionario que


obstaculizare la investigación del Defensor del Pueblo, Tribunal de Cuentas u
órganos equivalentes de las Comunidades Autónomas, negándose o dilatando
indebidamente el envío de los informes que éstos solicitaren o dificultando su
acceso a los expedientes o documentación administrativa necesaria para tal
investigación.

3. El que convocado ante una comisión parlamentaria de investigación


faltare a la verdad en su testimonio será castigado con la pena de prisión de
seis meses a un año o multa de 12 a 24 meses.”

El tipo penal de falso testimonio ante comisiones parlamentarias de


investigación no figuraba en el Proyecto de Código Penal presentado por el
Gobierno, que solo incorporaba, en relación con la tutela penal de la actividad
de aquéllas, la incriminación preexistente de la incomparecencia ante una
“Comisión de investigación de las Cámaras” (extendida, luego, en el curso de la
tramitación parlamentaria a las Asambleas legislativas autonómicas) (vid. art.
481 del Proyecto, publicado en BOCG, Congreso de los Diputados, serie A,
núm. 77-1, de 26 de septiembre de 1994).

El planteamiento de la tipificación del falso testimonio ante las


comisiones parlamentarias de investigación vino de la mano de una enmienda
del Grupo Parlamentario Federal IU-IC del Congreso, la núm. 840, que
propugnaba mediante la adición de un nuevo artículo (a continuación del
3
precitado 481) el castigo (“con penas de prisión de seis meses a un año y multa
de tres a seis meses”) de “los que, llamados a comparecer ante una Comisión
Parlamentaria de Investigación incurrieren en falso testimonio” (BOCG,
Congreso de los Diputados, serie A, núm. 77-6, de 6 de marzo de 1995, p.
315). En la defensa de esta enmienda durante el debate en la Comisión de
Justicia e Interior del Congreso, el Diputado López Garrido señaló que “existe
en otros ordenamientos jurídicos, en Derecho Comparado, esta figura del falso
testimonio ante comisiones de investigación”, añadiendo que “la experiencia
reciente de comisiones de investigación desarrolladas en esta Cámara ha
puesto de manifiesto la necesidad de proteger la seriedad y el rigor de las
declaraciones ante estas comisiones de investigación y por eso es por lo que
nosotros introducimos aquí esta propuesta, que va dirigida al fortalecimiento de
las Comisiones de investigación” (DS, Congreso de los Diputados, Comisiones,
1995, núm. 516, p. 15821). La réplica a esta enmienda, en la misma sesión, la
dio el Diputado del Grupo Socialista Mohedano Fuertes, en los siguientes
términos: “Con su enmienda se pretende trasponer una figura delictiva, relativa
a la actuación ante los Tribunales de Justicia, a las comisiones de investigación
parlamentaria (…) Lo que ocurre es que no podemos nunca perder la
perspectiva de que las Cortes no investigan delitos ni son una unidad de policía
judicial. Las Cortes, fundamentalmente, lo que exigen es responsabilidad
política y también la pueden exigir, por supuesto, por no decir la verdad (…) el
falso testimonio está construido para cuando se investigan hechos con finalidad
incriminatoria, que no es la función de las Cortes Generales (…) pensamos que
se produce aquí una distorsión entre lo que es una figura delictiva para
proteger hechos que se investigan con finalidad incriminatoria –solamente en el
supuesto de testigos- y su trasposición a las comisiones de investigación
parlamentaria, que no tienen esa finalidad” (DS, Congreso de los Diputados,
Comisiones, ibíd., p. 15823).

4
Aunque en una intervención posterior durante la misma sesión, el
Diputado López Garrido manifestó su receptividad a los argumentos expuestos,
defendió el mantenimiento de la enmienda referida de su Grupo asociándola al
hecho de la falta de posibilidades, en ese momento, de que prosperase otra
enmienda del mismo Grupo (enmienda núm. 818, BOCG, Congreso de los
Diputados, serie A, núm. 77-6, de 6 de marzo de 1995), que, en relación con el
tipo básico de falso testimonio, como delito contra la Administración de justicia,
recogido en el artículo 435 del Proyecto, pretendía la supresión de la extensión
que de dicho tipo postulaba el mismo a los procedimientos administrativos,
considerando que “si se mantiene el falso testimonio en procedimientos
administrativos, debería mantenerse en procedimientos ante las Comisiones de
investigación”. (DS, Congreso de los Diputados, Comisiones, 1995, núm. 516,
p. 15825).

El falso testimonio en las comisiones parlamentarias de investigación


acabó prosperando a través de una enmienda transaccional presentada
durante la discusión del Proyecto en el Pleno por el Grupo Socialista, aunque
no en el artículo específicamente dedicado a tales comisiones (el art. 481,
actual art. 502) sino en el artículo referido al tipo básico de falso testimonio (art.
435), junto a la figura del falso testimonio en los procesos administrativos (DS,
Congreso de los Diputados, Pleno y Diputación Permanente, 1995, núm. 162,
p. 8682).

Aparte del ofrecimiento de esta transacción, el Diario de Sesiones no


ofrece otro testimonio en relación con la misma que el manifestado por el
Diputado del Grupo Popular Padilla Carballada: “Vamos a apoyar la
penalización del falso testimonio vertido en las comisiones de investigación
parlamentaria. Es una enmienda introducida por el Grupo Parlamentario de
Izquierda Unida, que nos parece muy importante desde dos vertientes: en
primer lugar, quien venga al Parlamento a una comisión de investigación (que,

5
además, cara al futuro, normalmente van a ser públicas) que sepa que viene
con el compromiso de decir la verdad, que puede causar un grave perjuicio a
los destinatarios de sus eventuales mendacidades, pero, en segundo lugar y,
sobre todo, tiene que tener en cuenta que viene a colaborar con el órgano
depositario de la soberanía nacional en el ejercicio de uno de sus más
importantes cometidos y responsabilidades. En esa dirección, creemos que el
garantizar que lo que aquí se manifieste, en el seno de una comisión
parlamentaria, sea ajustado a la verdad es algo que debe preocupar al
legislador penal y que, por lo tanto, debe incorporarse al código penal ese tipo
delictivo, para garantizar todos esos fines que la pena tiene y servir de acicate,
en este caso, a quienes pudieran tener alguna duda, algún temor o algún
deseo de no decir la verdad.” (DS, Congreso de los Diputados, Pleno y
Diputación Permanente, ibíd., pp. 8693-8694).

Finalmente, en el Senado, se llevó el falso testimonio ante las


comisiones de investigación al actual artículo 502 y el falso testimonio en los
procesos administrativos quedó suprimido.

El iter descrito muestra que el nuevo tipo penal alumbra asociado


inicialmente al tipo básico de falso testimonio, dentro del grupo de los delitos
contra la Administración de justicia, aunque acaba independizándose
sistemáticamente, para situarse en el marco de los delitos contra la
Constitución, con el trasfondo apuntado en los debates, constituido por los
problemas suscitados a raíz de las comisiones de investigación creadas en el
bienio 1994-1995 (entre ellas, la Comisión “Roldán” y la Comisión “Mariano
Rubio”), y con una ratio sintetizada en la “necesidad de proteger la seriedad y
rigor de las declaraciones” ante este tipo de comisiones, o, en otros términos,
en el deber que incumbe a quienes comparezcan ante las mismas de
“colaborar con el órgano depositario de la soberanía nacional en el ejercicio de
uno de sus más importantes cometidos y responsabilidades”.

6
III. ANÁLISIS DEL DELITO DE FALSO TESTIMONIO ANTE COMISIÓN
PARLAMENTARIA DE INVESTIGACIÓN

1. Una primera observación se refiere al hecho de que, aunque existe un


nutrido elenco de referencias bibliográficas sobre las comisiones
parlamentarias de investigación en España, la atención prestada al concreto
aspecto del falso testimonio ante las mismas es escasa, tanto en el campo del
constitucionalismo como en el de la doctrina penal (donde es habitual la
remisión al tipo penal del falso testimonio en causa judicial –vid. p. ej. MUÑOZ
CONDE. Derecho penal: parte especial, 21ª ed., Valencia: Tirant lo Blanch,
2017, p. 692 o TAMARIT SUMALLA y RODRÍGUEZ PUERTA. Comentario al
art.503, En: G. QUINTERO OLIVARES [et al.]. Comentarios al Código Penal
Español. Navarra: Aranzadi-Thomson Reuters, 2011, vol II, p. 1496-, siendo
por ello destacables los trabajos de CARRASCO ANDRINO. Protección penal
de la actividad de las Comisiones Parlamentarias de Investigación y de otros
órganos constitucionalmente reconocidos. En: ÁLVAREZ GARCÍA, F. Javier [et
al.]. Tratado de Derecho Penal Español. Valencia: Tirant lo Blanch, 2016 y
VÁZQUEZ PORTOMEÑE SEIJAS. El falso testimonio ante comisión
parlamentaria de investigación (Art. 502.3 CP). Barcelona: Atelier, 2005).
Contribuye a lo anterior el resultado infructuoso de la búsqueda en las bases
jurídicas de datos habitualmente manejadas en el campo profesional, de
jurisprudencia sobre el delito de falso testimonio en las comisiones
parlamentarias de investigación (art. 502.3 CP).

No ocurre lo mismo en relación con el delito de falso testimonio en causa


judicial (arts. 458 y ss. CP), donde, aunque no muy numerosa, existe una
jurisprudencia significativa, que puede resultar de utilidad en la medida que es
posible encontrar conexiones entre ambos tipos penales, conexiones que, sin
embargo, es preciso examinar con toda la cautela que demandan los diferentes
7
ámbitos en que los respectivos ilícitos penales pueden cometerse. Uno, el
ámbito judicial, en el que el deber de veracidad de las declaraciones testificales
se asocia a un proceso “cuya finalidad esencial consiste en descubrir la verdad
material” (STC 93/1996, FJ3), que se desenvuelve conforme a un
ordenamiento objetivo y preestablecido (en el que son principios esenciales, el
de dualidad de partes, igualdad de sus posiciones y contradicción) y que
culmina en una decisión (sentencia) de aplicación del Derecho por un órgano
independiente e imparcial (el órgano jurisdiccional). Otro, en cambio, el
parlamentario de las comisiones de investigación, en donde el deber de
veracidad de los testimonios de los comparecientes se refiere a una
investigación desarrollada por unos órganos cuya creación, actuación y
decisión final (dictamen) se producen en términos de contradicción política y se
resuelven conforme al principio mayoritario, por lo mismo que no se orientan a
la aplicación del Derecho sino al ejercicio de funciones políticas que remiten en
último término (cualquiera que sea su finalidad inmediata –información, control,
garantía constitucional”….-) al núcleo de la función representativa del
Parlamento.

2. La descripción literal del tipo recogido en el artículo 502.3 CP (“El que


convocado a una comisión parlamentaria de investigación faltare a la verdad en
su testimonio…”) presenta una evidente similitud con el tipo básico de falso
testimonio en causa judicial recogido en el artículo 458 CP: “El testigo que
faltare a la verdad en su testimonio en causa judicial…”.

La diferente ubicación sistemática de uno y otro precepto, sin embargo,


muestra enseguida al intérprete las diferencias en cuanto al bien jurídico
protegido.

En efecto, mientras los delitos de falso testimonio en causa judicial (arts.


458 a 462) pertenecen al grupo de los “delitos contra la Administración de
Justicia” (Título XX del libro II CP), el artículo 502.3 se integra en un capítulo
8
(capítulo II) del Título dedicado a los “Delitos contra la Constitución” (Título XXI
del libro II CP).

La doctrina penalista más autorizada sitúa el objeto inmediato de la


tutela en el delito de falso testimonio en causa judicial, en el “interés
jurisdiccional en la veracidad e integridad del testimonio en tanto medio de
prueba procesal, lo que equivaldría a referir la protección a la pureza en la
aportación de la prueba” (BERNAL VALLS. El falso testimonio: cuestiones
procesales y sustantivas. En: SERRANO BUTRAGUEÑO [et al.] Delitos contra
la administración de justicia. Granada: Comares, 1995, p. 166). De forma
mediata el bien jurídico tutelado se identifica con el normal desarrollo de la
función jurisdiccional, pues una declaración testifical (o pericial) que no se
ajuste a las exigencias de autenticidad, presupuesto para la reconstrucción de
la realidad en que ha de basarse la decisión judicial, “representa en sí misma
una perturbación en el normal funcionamiento de la jurisdicción, y un peligro
abstracto o hipotético para la justa resolución del proceso” (ibíd., p. 167). Este
entendimiento se adecúa a la concepción del proceso legal o debido amparada
por la Constitución (art. 24), conforme a la cual solo cabe hablar de tutela
judicial, por tanto, de una sentencia justa, cuando la resolución descansa en
pruebas lícitas y auténticas.

Análogo planteamiento sobre la ratio de la incriminación del falso


testimonio en un procedimiento judicial se advierte en la jurisprudencia: “faltar a
la verdad en la declaración que se presta como testigo en un procedimiento
judicial es delito porque el testimonio es uno de los medios de prueba sobre los
que se puede basar la convicción del juzgador sobre los hechos que han de
constituir la premisa menor del silogismo judicial. Existe, pues, la posibilidad de
que un testimonio falso, si induce a error al juez o tribunal ante el que se presta
y es valorado como verdadero, provoque una resolución injusta, esto es, un
pronunciamiento en que no se realice el valor superior de la justicia y se lesione

9
un interés que debe ser protegido por el poder judicial. Esta es la razón
fundamental por la que, en una sociedad democrática, el falso testimonio es
tipificado como delito en la Ley penal” (STS 1624/2002, de 21 de octubre, cuya
argumentación reproducen las SSTS 318/2006, de 6 de marzo y 327/2014, de
24 de abril).

Es claro que esta concepción del bien jurídico tutelado, centrada en la


pureza del testimonio, a su vez garantía del normal desarrollo de la función
jurisdiccional y, en último término, del derecho a la tutela judicial efectiva, no
puede trasladarse en los mismos términos al delito de falso testimonio ante una
comisión parlamentaria de investigación.

Ciertamente la reconstrucción veraz de los hechos no es ajena a una


investigación parlamentaria, por político que sea el marco en el que se
desenvuelve y por políticas que sean las conclusiones del dictamen final. Como
afirmaba en la doctrina clásica MICELI, la investigación parlamentaria es “un
mezzo per iscoprire la verità delle cose, qualunque sia il campo a cui si
applicano, a fine di permettere al Parlamento di conformare possibilmente le
sue azioni alla obbietiva realtà dei fatti” (un medio de descubrir la verdad de las
cosas, cualquiera que sea el campo al que se aplique, para permitir al
Parlamento conformar en lo posible sus acciones a la objetiva realidad de los
hechos) (MICELI. Inchiesti parlamentari, En: Enciclopedia guiridica italiana,
Milán: 1884 <1915>. Vol. 8, parte 1 (1902), p. 636). Presupuesto de la actividad
valorativa que caracteriza el quehacer de una comisión parlamentaria de
investigación es la necesidad de comprobar la existencia histórica de unos
hechos, con los que construir un relato, una “historia”, y por eso, los miembros
de una tal comisión (al igual, pero con otra perspectiva, que el juez) se sirven
de unos medios de prueba que son fundamentalmente los mismos que los que
utiliza un historiador, es decir, documentos y testimonios (véase, LUIS DÍEZ-

10
PICAZO. “Experiencias jurídicas y Teoría del Derecho”, Barcelona: Ariel, 1982,
p. 216).

En este sentido, ASTARLOA HUARTE-MENDICOA y CAVERO GÓMEZ


distinguen la función de esclarecimiento de unos hechos de la de valoración (y
propuesta de soluciones) al señalar que “lo distintivo de la investigación es que
lleva aparejada una carga significativa que naturalmente excede su virtualidad
para suministrar elementos de información y se adentra en la tarea, sin duda
más intensa, de intentar esclarecer y ordenar la comprensión de unos hechos,
valorar en conjunto la situación de un problema e incluso la aportación de
soluciones posibles para resolverlo” (Cuestiones resueltas y cuestiones
pendientes en el régimen jurídico de las Comisiones de Investigación. UNED.
Teoría y Realidad Constitucional, núm. 1, 1.er semestre 1998, p. 129). En la
misma línea, dentro también del campo de constitucionalismo, hay que
considerar la opinión frecuente que subraya la mayor relevancia de las
comisiones de investigación, no en la decisión final que la Cámara tome a raíz
de sus trabajos, sino en el propio hecho de la investigación (ARAGÓN REYES.
Constitución y control del poder: introducción a una teoría constitucional del
control. Buenos Aires: Ciudad Argentina, D.L., 1995, p. 181; ARÉVALO
GUTIÉRREZ. Las Comisiones de investigación de las Cortes Generales y de
las Asambleas Legislativas de las Comunidades Autónomas. Revista Española
de Derecho Constitucional, Año 15, núm. 43, Enero-Abril 1995, quien destaca
que “el control se realiza en el iter inquaesita, es decir, combinando publicidad
y poderes de actuación, de tal forma que aunque la Comisión se constituya a
propuesta del ejecutivo y las propias conclusiones reflejen el criterio de la
mayoría que lo respalda, el desarrollo de la encuesta permitirá a través de un
debate público y contradictorio evidenciar ante el cuerpo electoral las diversas
alternativas mantenidas por los representantes elegidos periódicamente.” -p.
135-).

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La doctrina penalista ha recibido este planteamiento, y así VÁZQUEZ-
PORTOMEÑE SEIJAS presenta el contenido del injusto del falso testimonio
ante una comisión de investigación “como una obstrucción a las tareas de
recabar información precisa de lo acontecido, indagar sobre todos los aspectos
controvertidos”, (op. cit., p. 44). El bien jurídico protegido sería pues, según
este autor, “el procedimiento investigador del Parlamento” (ibíd. p. 44; en el
mismo sentido CARRASCO ANDRINO, op. cit., p. 321), lo que por lo demás
armoniza con los argumentos expuestos durante la tramitación parlamentaria
del vigente CP (“seriedad y rigor de las declaraciones”, “colaboración con el
órgano de la soberanía nacional”).

3. El delito tipificado en el artículo 502.3 del CP solo puede perpetrarse


en el seno del procedimiento desplegado por una “comisión parlamentaria de
investigación”.

En este concepto hay que entender incluidas tanto las comisiones de


investigación que puedan crearse por el Congreso de los Diputados y el
Senado, o por ambas Cámaras conjuntamente, como las que se constituyan en
las Asambleas Legislativas de las Comunidades Autónomas, como se
desprende del hecho de la inclusión de éstas en el apartado 1 del mismo
artículo 502, que tipifica la incomparecencia ante un órgano de esta naturaleza.

El concepto jurídica (y penalmente) relevante de comisión parlamentaria


de investigación no es un concepto que pueda definirse por su ámbito material
de actuación, por referencia al “interés público” de dicho ámbito que, conforme
a lo establecido en el artículo 76 de la Constitución, habilitaría la creación de
las comisiones de investigación de las Cortes Generales, habiendo resultado
estériles los esfuerzos doctrinales por caracterizar a estos órganos desde dicha
perspectiva. El concepto es estrictamente formal: son comisiones de
investigación las creadas expresamente como tales, y cuyos poderes incluyen
el extraordinario de requerir la comparecencia obligatoria de personas para
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declarar ante ellas, requerimiento regulado, en el caso de las comisiones de
investigación de las Cortes Generales, en la Ley Orgánica 5/1984, de 26 de
mayo, de comparecencia ante las Comisiones de Investigación del Congreso,
del Senado o de ambas Cámaras conjuntamente.

4. Como el delito de falso testimonio en causa judicial, también el


contemplado en el artículo 502.3 del CP es un delito especial, en cuanto que
caracterizado por una determinada cualidad del sujeto activo, determinada en
concreto por la condición de “convocado ante una comisión parlamentaria de
investigación”.

Cabe preguntarse si esta noción de “convocado” remite a la de


“requerido en forma legal y bajo apercibimiento”, empleada en el apartado 1 del
mismo artículo para describir la conducta punible de incomparecencia ante el
mismo órgano. Así lo entiende VÁZQUEZ-PORTOMEÑE SEIJAS para concluir
que “el cumplimiento de las exigencias fijadas en la LOCCI (L.O. 5/1984) a la
hora de formular el requerimiento de comparecencia constituye una verdadera
conditio sine qua non para traer en aplicación tanto la figura de la
incomparecencia como la del falso testimonio” (op. cit., p. 80; en el mismo
sentido CARRASCO ANDRINO, op. cit.. p. 321).

Sin embargo, la sinonimia establecida entre dos expresiones diferentes,


empleadas en dos apartados de un mismo precepto dedicado a la tutela penal
de las comisiones de investigación, no parece que constituya una inferencia
lógica, de la que a su vez pueda extraerse la conclusión de que “las figuras del
“convocado” y del “requerido” son “una y la misma” (VÁZQUEZ-PORTOMEÑE,
op. cit., p. 80).

En el caso del apartado 1 del artículo 503, es claro que solo el


incumplimiento de un requerimiento válidamente formulado podrá suponer la
comisión del delito contemplado en el mismo, estando recogidos los requisitos

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de validez del requerimiento en la Ley Orgánica 5/1984, aprobada en desarrollo
de lo dispuesto en el artículo 76 de la Constitución (que configura como un
deber –deber constitucional- la comparecencia ante las comisiones de
investigación de las Cortes Generales, remitiendo a la Ley la sanción por
incumplimiento del mismo, Ley a la que también remiten los artículos 52.2 del
Reglamento del Congreso de los Diputados y 60.2 del Reglamento del
Senado). Según el artículo 2 de la referida L.O. 5/1984, los requerimientos para
comparecer se formularán mediante “citación fehaciente de la Presidencia de la
Cámara respectiva”, “en forma de oficio”, deberán hacer constar los extremos
que se señalan en el apartado 1 de dicho artículo (“a) La fecha del acuerdo en
virtud del cual se requiere y la Comisión de Investigación ante la que se ha de
comparecer. b) El nombre y los apellidos del requerido y las señas de su
domicilio. c) El lugar, el día y la hora en que haya de comparecer el requerido,
con apercibimiento de las responsabilidades en que pudiera incurrir en caso de
desobediencia. d) El tema sobre el que deba versar el testimonio. e) La
referencia expresa a los derechos reconocidos en esta Ley al requerido)”,
añadiéndose la posibilidad de que el ciudadano requerido comparezca
“acompañado de la persona que designe para asistirlo” (art. 3.1 de la citada
Ley) y que la notificación habrá de hacerse dentro del plazo establecido en el
apartado 2 del artículo 2.

El “convocado” al que se refiere el apartado 3 del artículo 503 lo habrá


sido, normalmente, a través de un requerimiento válidamente formulado. Ahora
bien, en la hipótesis de que dicho requerimiento no cumpliere alguno de los
requisitos legales (pongamos por caso, que omitiese alguno de los extremos
que deben hacerse constar en el mismo, o que se incumpliera la regla de los
plazos), y, no obstante, el requerido compareciese, no resultaría enervada por
aquel incumplimiento la aplicación de este precepto y por tanto, la posibilidad
de cometer el delito en él tipificado si faltare a la verdad en su declaración.

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Además de especial, el delito examinado es (como el de falso testimonio
en causa judicial) de propia mano, pues las declaraciones de los “convocados”
no pueden ser delegadas o realizarse por otras personas (de “actos
personalísimos”, en referencia a los testimonios en juicio, habla la STS
1624/2002, de 21 de octubre), ni siquiera por escrito (como, por excepción, se
admite para determinadas personas en el proceso penal –art. 412 LECrim),
siendo para la L.O. 5/1984 la comparecencia personal, “sinónimo de
personación directa del requerido en el lugar, día y hora señalados” “(Dictamen
a requerimiento de la Comisión de investigación sobre incompatibilidades y
tráfico de influencias”, Revista de las Cortes Generales, 1988, núm. 14, p. 137),
sin que sea óbice a ello el caso de las personas jurídicas (en el que el
requerimiento “se entenderá dirigido a quienes ostenten su representación
legal”, según previene el apartado 3 de artículo 2 de la L.O. 5/1984), pues será
a la persona física que efectivamente declare ante la comisión, como
representante de una persona jurídica, a quien se imputarán las eventuales
consecuencias de una declaración falsa.

No es exigible, por lo demás, en el ámbito parlamentario (a diferencia de


lo estipulado en el ordenamiento procesal según los arts. 433 y 706 LECrim, y
el art. 365 LECivil), el juramento o promesa del compareciente de decir la
verdad, no planteándose, por tanto, la relevancia o no de su inobservancia, en
la comisión del delito. Es razonable también colegir que la omisión de la
advertencia del deber de decir la verdad (no exigida expresamente en el
ordenamiento parlamentario, también a diferencia de lo que sucede en el
ordenamiento procesal, siendo variable la práctica de las diferentes comisiones
de investigación constituidas en las Cortes Generales sobre la expresa
advertencia acerca del cumplimiento de este deber antes de iniciarse una
concreta comparecencia, por más que sea del todo conveniente), tampoco
enerva la concurrencia de la conducta típica (en el ámbito procesal la STS
1427/2004, de 10 de diciembre, considera que la no constancia en el acta de

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las advertencias prevenidas en los artículos 433 y concordantes de la LECrim
sobre la obligación de los testigos de ser veraces y las penas correspondientes
al falso testimonio “no pueden invalidar la declaración de dichos testigos (…) y
en todo caso se trataría de una mera irregularidad procesal”; en un caso
relativo al testimonio de un perito la STS 99/1998, de 30 de enero, señala que
no es exigible “para que se entienda cometido el falso testimonio (…) que el
perito tenga que haber sido apercibido expresamente de las consecuencias
penales del incumplimiento del deber de veracidad”; en este sentido,
FARALDO CABANA afirma que “la falta de advertencia previa y formal por
parte del juez o tribunal de la obligación de decir la verdad es un requisito
accesorio que no impide la condena por falso testimonio”. –Falso testimonio de
testigos, peritos e intérpretes: un análisis desde el derecho procesal y penal y
la psicología jurídica. Valencia: Tirant lo Blanch, 2017, p. 165).

Siendo, pues, el sujeto activo del delito examinado el “convocado” ante


una comisión parlamentaria de investigación (pudiendo adquirir tal condición
cualquier ciudadano español y los extranjeros residentes en España –art. 1 de
la L.O. 5/1984-, ámbito subjetivo, por cierto, más amplio que el delineado para
los testigos en un proceso penal –confr. art. 410 y ss. LECrim-, y del que acaso
solo pueda entenderse excluida la persona del Rey, en virtud de lo dispuesto
en el art. 56.3 de la Constitución –SANTAOLALLA LÓPEZ entiende que
también deben considerarse excluidos los jueces en virtud del principio de
independencia del poder judicial consagrado en el artículo 117 de la
Constitución, Derecho parlamentario español, 3ª ed. Madrid: Dykinson, 2013, p.
467), es intrascendente para la delimitación del círculo de destinatarios del
artículo 502.3 CP la situación concreta por virtud de la cual comparece la
persona convocada y, en concreto, la diferencia (relevante en el proceso
judicial y para el delito de falso testimonio en el mismo –confr. arts. 458 y 459
CP-) entre la situación general de un “testigo” y la particular de un “perito”
(identificados ambos en el ordenamiento procesal como las personas sin la

16
cualidad de parte –nota de ajenidad que debe matizarse en el proceso penal
por la situación especial de la declaración de la víctima u ofendido como
testigo- cuyas declaraciones, con finalidad probatoria y, por tanto, destinadas a
provocar la convicción judicial en un determinado sentido, se refieren bien a
datos que no habían adquirido para el declarante índole procesal en el
momento de su observación –caso del testigo-, bien se vierten con un
fundamento técnico sobre los que tienen ya índole procesal –GUASP, Derecho
procesal civil, Tomo I, 3ª ed. Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1968, pp.
302 y ss.).

5. El núcleo de la conducta típica en el delito examinado es la falsedad,


empleándose por el apartado 3 del artículo 503 una expresión (“faltar a la
verdad”) idéntica a la recogida en el artículo 458.1 CP para el tipo básico de
falso testimonio en causa judicial, siendo los términos completos de las
respectivas descripciones los siguientes:

Art. 458.1

“El testigo que faltare a la verdad en su testimonio en causa judicial, será


castigado con las penas de prisión de seis meses a dos años y multa de tres a
seis meses.”

Art. 502.3

“El que convocado ante una comisión parlamentaria de investigación


faltare a la verdad en su testimonio será castigado con la pena de prisión de
seis meses a un año o multa de 12 a 24 meses.”

El Diccionario de la Real Academia Española ofrece el siguiente


significado de la expresión “faltar a la verdad”: “Decir lo contrario de lo que se

17
sabe”. De los dos sentidos a su vez atribuidos por la filosofía al término verdad
(según se aplique a las “cosas” –como cuando se habla de una moneda que es
falsa- o al decir –referido a la verdad o falsedad de un enunciado lingüístico-,
vid. FERRATER MORA. “Diccionario de Filosofía. Tomo IV [a-z], voz “verdad”,
p. 3660 y ss.) el atribuido a la expresión “faltar a la verdad” en el uso lingüístico
común se refiere al decir, y tal es también el sentido en el uso jurídico de la
expresión: faltar a la verdad en el “testimonio”.

Ahora bien, el juicio de verdad o falsedad de un testimonio (en causa


judicial o en una investigación parlamentaria) puede efectuarse en una doble
dirección, según que la correspondencia (o la contradicción) del decir se
examine respecto a la realidad o respecto al saber.

Es frecuente la alusión en la doctrina penalista a una doble concepción,


objetiva y subjetiva, de la verdad, según que el juicio sobre la misma se
proyecte en una u otra dirección. Así, según la primera, sería falsa la
declaración que no concordase con los hechos en su acontecer histórico,
mientras que para la segunda sería falsa la declaración contradictoria con el
conocimiento o saber del sujeto. En rigor, no se trata de dos concepciones
opuestas, sino complementarias, pues son solo ángulos, direcciones de
análisis, dentro del mismo tipo de injusto.

En efecto, si se considera la verdad (o falsedad) del testimonio desde el


ángulo del bien jurídico protegido en el falso testimonio, que no es el deber de
veracidad en sí (pues no estamos ante un delito de perjurio) sino la recta
aplicación del Derecho (que la falsedad pondría en peligro) o la función
investigadora del Parlamento, dirigida a la reconstrucción de unos hechos
como presupuesto del ejercicio de las funciones constitucionales del mismo
(que la falsedad podría menoscabar), la contradicción o falta de
correspondencia penalmente relevante es la del decir con la realidad histórica,

18
lo que explica la referencia en la doctrina a la “concepción objetiva” como punto
de vista dominante.

El otro ángulo, el de la conformidad (o contradicción) del decir con el


saber del sujeto no es ajeno, sin embargo, al tipo del injusto, pero incumbe al
tipo subjetivo, al juicio sobre la implicación de los elementos cognoscitivo y
volitivo en relación con tal conformidad o contradicción. A este respecto la
doctrina considera que la comisión del delito de falso testimonio en causa
judicial requiere del llamado dolo directo: “habrá que entender punible sólo el
falso testimonio con dolo directo («maliciosamente» debe ser, según el art. 459,
en el caso de los peritos e intérpretes)” –MUÑOZ CONDE, op. cit., p. 812)-;
“este delito, según parecer unánime, sólo es concebible concurriendo el
llamado dolo directo” –QUINTERO OLIVARES (Dir.). Comentarios al Código
Penal Español, vol. II, 6ª ed. Navarra: Aranzadi-Thomson Reuters, 2011, p.
1374-, añadiendo este mismo autor que, en el falso testimonio, “el desprecio
por la verdad y, por lo mismo, desprecio por la suerte que pueda correr el
acusado, equivale al dolo directo” –ibíd., p. 1375-; según FARALDO CABANA
“los delitos de falso testimonio solo admiten la modalidad dolosa limitando
algunos autores el dolo al directo”, añadiendo que “no hay motivos para excluir
el dolo eventual en la forma del temerario desprecio a la verdad.” (op. cit., p.
173). En fin, teniendo en cuenta el bien jurídico protegido, el dolo inherente al
falso testimonio no incluye la intención de provocar un concreto resultado ni los
motivos de la conducta.

La consecuencia de este planteamiento es que la conducta no es


punible tanto en el caso de declaración concordante con la verdad objetiva
efectuada de forma subjetivamente mendaz, por falta del tipo objetivo
(FARALDO CABANA, op. cit., p. 148, aunque se ha apreciado por algún autor
tentativa en este supuesto –así MUÑOZ CONDE, op. cit., p. 814), como en el

19
caso de declaración contradictoria con la verdad objetiva (y por tanto falsa)
realizada en la creencia subjetiva de ser veraz, por falta de dolo.

El enfoque expuesto en cuanto a la doble dirección (objetiva y subjetiva)


del juicio de veracidad (o falsedad) y a la exigencia del dolo directo es
reconocible en la jurisprudencia relativa al falso testimonio en causa judicial.
Así la STS de 22 de septiembre de 1989 se refiere al dolo en el falso testimonio
en procedimiento judicial militar en los siguientes términos: “El tipo criminal de
que hablamos tiene, sin duda de ningún género, una estructura dolosa de
suerte que no puede perpetrarse de forma culposa, pero el dolo que le es
inherente no tiene que abarcar más lesión jurídica que la producida con la mera
alteración de la verdad en la exposición de los hechos. Basta, en
consecuencia, que dicha alteración se realice consciente y voluntariamente
para que el dolo característico de este delito alcance realidad, sin que sea
necesaria la intención adicional de provocar un determinado perjuicio en la
Administración de Justicia Militar o una resolución en uno u otro sentido injusta
(…)”.

La STS de 5 de junio de 1995 afirma: “La «intención maliciosa» (STS 3-


2-67) o la “conciencia y malicia” (STS 21-1-1907) no constituyen (…) algo
diverso del conocimiento de la falsedad que es propia del dolo del delito. Sin
perjuicio de ello, como se vió, el delito (…) no requiere un especial elemento
subjetivo de la autoría diverso del dolo” (la sentencia se había referido antes a
que “el tipo del delito (…) no requiere que el autor haya obrado con un
propósito determinado (…) Especialmente no requiere que haya querido
perjudicar a alguna de las partes del proceso en el que se ha manifestado con
falsedad (…), dado que el delito de falso testimonio no es un delito contra las
partes, sino contra la Administración de Justicia”. En el mismo sentido la STS
99/1998, la STS 537/1998, de 3 de abril (que califica el dolo inherente al falso
testimonio de “dolo falsario genérico”) y la STS 265/2005 de 1 de marzo. El

20
auto del TS 525/2005, de 7 de abril, señala que el falso testimonio “es una
figura dolosa que requiere el conocimiento de que la declaración prestada no
se ajusta a la verdad histórica”, siendo el bien jurídico defendido “el de la
administración de justicia, no la situación de las partes en el proceso”. A su vez
las SSTS 318/2006, de 6 de mayo y 327/2014, de 24 de abril señalan: “(…) el
delito se integra de dos elementos: el subjetivo, constituido por el dolo
integrado por la conciencia de la alteración de la verdad (imposible de cometer
por imprudencia) y la voluntad de emitir la falsa declaración (lo que habrá de
ser puesto en relación con la teoría del error), sin que sea preciso que se
abarque la trascendencia que pueda tener en la posterior resolución judicial, a
la que la declaración sirve como medio de prueba; y el objetivo, consistente en
la falta a la verdad sobre extremos sustanciales o esenciales”. La última
sentencia precitada sintetiza: “el delito de falso testimonio consiste en la
consciente y deliberada falsedad o mentira de la declaración del testigo (…) se
requiere, por tanto, no solo la objetiva falta de verdad en la declaración (…)
sino además el dolo directo, consistente en conocer la falsedad y querer así
expresarla”. En el mismo sentido la STS 901/2016, de 30 de noviembre,
aludiendo al ángulo de la verdad objetiva, al referirse a la verdad como “la que
se corresponde con la realidad material de las cosas”.

Considerando el paralelismo con la estructura lingüística del tipo básico


de falso testimonio en causa judicial, cabe afirmar, parafraseando lo dicho por
el TS, que el delito de falso testimonio ante comisión parlamentaria de
investigación requiere la objetiva falta de verdad en la declaración y el dolo
directo, consistente en conocer la falsedad y querer así expresarla.

6. Una ulterior concreción sobre el concepto de falsedad penalmente


relevante exige tener presente el objeto inmediato de la misma (el “testimonio”)
y el grado de correspondencia de éste con los hechos y la idoneidad de éstos
para que la falsedad sea tomada en consideración.

21
Que la verdad (o falsedad) se predique del “testimonio”, entraña dos
consecuencias significativas, que podemos denominar positividad y facticidad.
De un lado, configura la conducta típica como una acción positiva, siendo
equívocas algunas referencias doctrinales sobre el falso testimonio como un
delito de “omisión”. Cuestión distinta es que el decir en que consiste el
testimonio contenga omisiones que pudieran reconducirse al falso testimonio,
siempre que supongan una alteración sustancial de la verdad y versen sobre
datos relevantes, extremos a los que nos referiremos más adelante (en este
sentido, MUÑOZ CONDE, op. cit., p. 811; FARALDO CABANA, op. cit., quien
afirma que “en el falso testimonio la conducta es siempre activa, lo que no
impide incluir en ella el silencio de datos relevantes siempre que dicho silencio
dé lugar a un verdadero acto concluyente”, p. 146). En todo caso, se trata,
según opinión unánime, de un delito de mera actividad, que se consuma con la
mera realización de la declaración falsa, sin necesidad de ulteriores efectos. De
otro lado, el objeto del testimonio genuino, el procesal, son hechos, como se
deduce de los artículos 410, 436, 445, 707 y 708 de la LECrim, que establecen
que la declaración del testigo consistirá en comunicar todo lo que sepa acerca
de los hechos por los que se le pregunte, y, en el mismo sentido, de los 360,
368 y 372 de la LEC, de aplicación a los demás tipos de procesos. “El
testimonio es una declaración representativa de la realidad que el sujeto
percibió (…), no es el juicio o la opinión que el testigo tenga sobre los hechos
objeto del testimonio, sino la realidad por él percibida y recordada” (BERNAL
VALLS, op. cit., p. 78).

En términos inequívocos se pronuncia la jurisprudencia: “debiendo


referirse –la falsedad de las declaraciones- a hechos y no a opiniones o
simples juicios de valor” (STS 327/2014, de 24 de abril; también la STS
739/2006, de 28 de junio).

22
En todo caso, para que la acción positiva en que consiste el testimonio
integre la conducta punible ha de suponer una alteración esencial de los
hechos. Así se desprende en el caso del falso testimonio en causa judicial del
contraste entre el falso testimonio propio recogido en el artículo 458 (con el que
el art. 502.3 guarda una identidad de dicción) y el denominado falso testimonio
impropio, descrito en el artículo 460, referido al testigo perito o intérprete que
“sin faltar sustancialmente a la verdad, la alterase con reticencias, inexactitudes
o silenciando hechos o datos relevantes que le fueran conocidos”.

De la estructura lingüística de este último precepto se desprende que la


alteración sustancial de la verdad en que consiste el falso testimonio propio se
define en una doble dirección, por un lado, por el grado de afectación de la
verdad, esto es, por el grado de contradicción entre la declaración y la realidad
(que ha de ser “sustancial”) y, por otro, por la idoneidad de los hechos para que
la declaración falsa sea punible, (hechos “relevantes”).

El planteamiento anterior puede verse asumido en la jurisprudencia.


Declaración que altera sustancialmente la verdad es la que es contraria a ella:
de declaraciones “contrarias a la verdad” habla la STS de 20 de mayo de 1963;
“negándola o diciendo lo contrario a ella al deponer en cualquier clase de
causa”, dice la STS de 3 de febrero de 1967; “consistió la falsedad en
responder (…) mendazmente no solo a «las generales de la ley» (…) sino
también a las preguntas del Letrado de la Defensa”, constata el Auto del TS de
7 de abril de 2005 (mendacidad en la respuesta a las generales de la Ley y a
preguntas del Letrado defensor, también considerada en la STS 602/2006, de
25 de mayo); el falso testimonio se comete cuando el testigo “se aparta
sustancialmente de la verdad (…) es decir, miente en lo que sabe y se le
pregunta”, afirma la STS 1624/2002, de 21 de octubre; afirmación reproducida
en la STS 318/2006, de 6 de marzo, que añade que “el delito de falso
testimonio se comete al faltar a sabiendas a la verdad, bien por no haber sido

23
leal a las generales de la Ley, bien mintiendo en las respuestas a las preguntas
y repreguntas formuladas”; “la falsedad debe resultar evidente o puesta de
manifiesto por el resto de las pruebas”, “siendo la declaración clara y directa”,
señala la STS 327/2014, de 24 de abril.

Además, el delito de falso testimonio propio se define porque la falsedad


ha de versar sobre hechos o datos relevantes, verificándose la relevancia en
relación con la significación probatoria de los hechos y, a su través, con el bien
jurídico protegido (el ejercicio de la función jurisdiccional, esto es, la tutela
judicial): del tipo penal se excluyen “los casos en los que la mendacidad
recaiga sobre circunstancias ajenas al objeto del proceso”, ya que éstas “no
revelan una energía criminal del autor dirigida a perjudicar la función de la
administración de justicia y, por consiguiente, no alcanzan el grado de reproche
que requiere el derecho penal” (STS 541/2009, de 27 de abril); “la falsedad de
las declaraciones ha de recaer sobre aspectos esenciales a efectos del
enjuiciamiento, y no sobre cuestiones intrascendentes” (SSTS 318/2006, de 6
de marzo y 327/2014, de 24 de abril).

En resumen, la contrariedad (o contradicción) inequívoca entre


declaración y realidad, en el marco de las respuestas del declarante a
preguntas que se le formulen, definitoria del apartamiento o alteración
sustancial de la verdad, y la relevancia, para la prueba y el bien jurídico
protegido, de los hechos sobre los que verse la declaración acotan el falso
testimonio en causa judicial, en su modalidad propia (art. 458 CP).

Así las cosas, la modalidad recogida en el artículo 460 (alteración de la


verdad, sin faltar sustancialmente a la misma, a través de “reticencias”,
“inexactitudes” o “silenciando hechos o datos relevantes”) suscita una gran
inseguridad jurídica, lo que explica su casi nula aplicación práctica (QUINTERO
OLIVARES, op. cit., p. 1382).

24
Una última precisión se refiere a que, no obstante haberse abandonado
un antiguo criterio jurisprudencial, que exigía la autorización previa del Tribunal
que conoció la causa en la que se vertió el testimonio reputado falso como
requisito para proceder contra su autor (criterio contrario al derecho a la tutela
judicial efectiva, según la STC de 30 de septiembre de 1985), la jurisprudencia
del TS considera, en línea de principio, como término válido de comparación
con la declaración del testigo, para apreciar si es falsa o no, la “verdad judicial”
establecida en el previo proceso en que se prestó aquélla (SSTS de 22 de
septiembre de 1989, 265/2005, de 1 de marzo o 327/2014, de 24 de abril).

Nuevamente el paralelismo en las estructuras formales de los tipos


penales recogidos en el artículo 458.1 y en el artículo 502.3 CP permite
concluir que el falso testimonio ante comisión parlamentaria de investigación
presenta las mismas notas de positividad y facticidad señaladas, esto es,
consiste en una acción positiva (tratándose también de un delito de mera
actividad) y versa sobre hechos (no sobre opiniones o juicios de valor), así
como que requiere una alteración sustancial de la verdad (entendida como
contradicción inequívoca con la realidad objetiva, en el marco de las respuestas
del declarante a las preguntas que se formulen), y ha de versar sobre hechos
relevantes, sin que tenga cabida en el tipo del injusto la modalidad de falso
testimonio impropio aceptada por el artículo 460 en el ámbito del proceso
judicial (en este sentido VÁZQUEZ-PORTOMEÑE SEIJAS, op. cit., pp. 134 y
142; CARRASCO ANDRINO, op. cit., p. 324; TAMARIT SUMALLA y
RODRÍGUEZ PUERTA, op. cit., p. 1426).

El criterio de relevancia, no obstante, adquiere en el contexto de una


comisión parlamentaria de investigación, otro sentido, pues no puede
verificarse lógicamente en relación con la significación de una inexistente
“prueba” en sentido judicial, sino con su trascendencia desde el punto de vista
de la finalidad de la investigación parlamentaria, esto es, del sustrato fáctico

25
que ha de permitir una valoración (y propuesta de soluciones) congruentes con
aquella finalidad. Esta finalidad es la acotada en el acuerdo de creación de la
Comisión, vinculada en todo caso por el “interés público” como parámetro
constitucional habilitante de la creación de una Comisión de Investigación (art.
76 CE), que permitiría excluir del concepto de relevancia la información relativa
a la vida privada, esto es, la que en desenvolvimiento de los derechos
fundamentales a la intimidad personal y familiar garantizados por el art. 18.1 de
la Constitución implica “un ámbito propio y reservado frente a la acción y
conocimiento de los demás, necesario -según las pautas de nuestra cultura-
para mantener una calidad mínima de la vida humana” (STC 231/1988, de 2 de
diciembre, FJ 3).

Desde luego, el juicio de veracidad (o falsedad) de una declaración


vertida en una comisión parlamentaria de investigación habrá de acreditarse de
forma autónoma, sin que pueda utilizarse el recurso posible en el campo
judicial a la “verdad judicial” establecida en el proceso principal previo a aquél
en que se juzga el falso testimonio.

7. Mención final ha de hacerse a los casos de colisión entre el deber de


declarar penalmente protegido y determinados derechos constitucionales.

El deber de veracidad resultante de la sanción penal del falso testimonio


ante comisión parlamentaria de investigación refuerza el punto de vista
mayoritario en la doctrina (por cierto también defendido en informe, de fecha 27
de noviembre de 1995, emitido para la “Comisión de Investigación para
determinar responsabilidades políticas que resulten de la creación, actuación,
financiación y encubrimiento de los Grupos Antiterroristas de Liberación
(GAL)”) que considera inherente al deber (constitucional) de comparecer ante
una comisión de dicho tipo, el deber de declarar, sin el que aquél quedaría
vacío de contenido (no otra es la razón de la existencia de ambos deberes,
concurrir al llamamiento y declarar, en quien es testigo en un proceso judicial).
26
Supuesto, pues, el deber de declarar de quien es requerido para tal fin
ante una comisión parlamentaria de investigación, debe precisarse a
continuación, teniendo en cuenta su raíz constitucional y la perspectiva de la
necesaria interpretación sistemática de la Constitución (conforme a la cual ha
de considerarse como “un todo en el que cada precepto adquiere su pleno
valor y sentido en relación a los demás” –STC 67/1984-), que deberá
armonizarse tal deber con las exigencias derivadas de otros bienes
constitucionalmente protegidos, en particular cuando se trata de derechos
fundamentales, en cuanto “elementos esenciales de un ordenamiento objetivo
de la comunidad nacional” (STC de 14 de julio de 1981), que son de aplicación
directa y gozan de “mayor valor” en el conjunto del ordenamiento (STC
66/1985). De esta prevalencia se hace eco la LO 5/1984, al establecer que “las
Mesas de las Cámaras velarán por que ante las Comisiones de Investigación
queden salvaguardados el respeto a la intimidad y el honor de las personas, el
secreto profesional, la cláusula de conciencia y los demás derechos
constitucionales.”

A este respecto, referencias inexcusables son los siguientes artículos de


la Constitución: el artículo 16.2 (“Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su
ideología, religión o creencias”), el artículo 18.1 (“Se garantiza el derecho al
honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen”), el artículo
20.1.d) (en cuanto que remite a la Ley la regulación del “derecho a la cláusula
de conciencia y al secreto profesional” en el ejercicio de las libertades a las que
se refiere –derecho “a comunicar o recibir libremente información veraz por
cualquier medio de difusión”) y el artículo 24.2 (que, como manifestaciones
concretas del “derecho de defensa”, reconoce los derechos “a no declarar
contra sí mismos·” y “a no confesarse culpables”, al tiempo que remite a la Ley
la regulación de “los casos en que, por razón de parentesco o de secreto
profesional, no se estará obligado a declarar sobre hechos presuntamente
delictivos”).

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No es objeto del presente informe el estudio de estos derechos ni de
otros bienes constitucionales (como “la seguridad y la defensa del Estado” y “la
averiguación de los delitos”, explícitamente mencionados, junto con “la
intimidad de las personas”, en el artículo 105.b) de la Constitución como
ámbitos preservados frente al acceso de los ciudadanos a los archivos y
registros administrativos) en relación con su incidencia sobre el alcance del
deber de declarar ante una comisión de investigación, incidencia que, no
respondiendo nuestro modelo constitucional al de asimilación de los poderes
inspectivos del Parlamento al de los jueces ni existiendo una regulación general
sobre los mismos, no puede recibir una respuesta uniforme y abstracta, sino
que dependerá del contenido esencial de los derechos afectados y de la
configuración legal de los mismos (y de los restantes bienes
constitucionalmente protegidos) en su aplicación a las circunstancias de cada
caso.

No obstante, es preciso considerar la especial situación en que pueden


encontrarse ante una comisión parlamentaria de investigación, el acusado en
un proceso penal y el que, sin tener tal condición, pudiera temer por las
consecuencias incriminatorias de su declaración.

Es premisa comúnmente aceptada en la doctrina que el compareciente


en una comisión parlamentaria de investigación no puede hallarse en peor
condición que frente a un órgano jurisdiccional. Y desde tal premisa es
frecuente asimilar aquellos casos, bajo la consideración de hallarse amparados
ambos por el derecho a no declarar contra sí mismos y a no confesarse
culpables (art. 24.2 Constitución), con la consecuencia de que la falsedad en su
testimonio no sería punible. Hay que señalar, sin embargo, que la
consideración que reciben en el proceso penal el acusado y el testigo cuyo
testimonio pudiera resultar incriminatorio no es la misma. En el caso del
acusado es doctrina reiterada del Tribunal Constitucional que el mismo, a

28
diferencia del testigo, “puede callar total o parcialmente o incluso mentir, en
virtud de los derechos a no declarar contra sí mismo y a no confesarse
culpable, reconocidos en el art. 24.2 CE, que son garantías instrumentales del
más amplio derecho de defensa” (STC 170/2006, de 5 de junio, FJ4, que se
hace eco de las sentencias del mismo Tribunal 197/1995 y 129/1996, formando
parte ella misma de una serie jurisprudencial que aplica al coimputado la
misma doctrina –así SSTC 68/2001, 233/2002 y 312/2005-). En el caso del
acusado, pues, su exclusión del ámbito del falso testimonio opera en el plano
de la tipicidad (“el procesado o inculpado en una causa o procedimiento penal
se halla excluido de la comisión del delito de falso testimonio, (…) (la exclusión)
abarca no solo al que se encuentra ya declarado procesado formalmente, lo
que implica una expresa inculpación judicial, sino también al que declara en
defensa de un cargo que se le dirija, sea o no verdad lo que declare”, afirma la
STS de 23 de diciembre de 1980). En el caso del testigo cuyo testimonio
pudiera resultar autoincriminatorio, se halla también amparado por aquellos
derechos pero su irresponsabilidad penal en el supuesto de falso testimonio
sería consecuencia de la aplicación de alguna de las causas de justificación
contempladas en el artículo 20 CP (en particular, estado de necesidad o
ejercicio legítimo de un derecho, nº 5 y nº 7 respectivamente de dicho artículo).
Así la STS 541/2009, de 27 de abril, en el caso de un testigo cuya declaración
le “hubiera puesto en peligro de ser condenado penalmente”, señala producirse
“un conflicto entre un deber y un derecho, que se debe resolver con los criterios
del estado de necesidad, (…) estimando, por lo tanto, excluida la antijuricidad
cuando el derecho ejercido tiene mayor jerarquía normativa que el deber
infringido (…) La mayor jerarquía normativa del derecho fundamental no es
discutible.”

El planteamiento anterior es trasladable al ámbito de las comisiones


parlamentarias de investigación, de manera que el compareciente que tuviera
la condición de acusado en un proceso penal estaría excluido del ámbito de

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