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García Sayán: Memorias de un Soldado Desconocido debería ser libro

obligatorio en colegios
El libro Memorias de un soldado desconocido de Lurgio Gavilán debería ser un texto obligatorio en
todas las escuelas del país, a nivel de educación secundaria, para combatir el discurso de
organizaciones terroristas como Sendero Luminoso (SL) u otras organizaciones que promueven la
violencia, sostuvo Diego García Sayán, presidente de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos y titular de la Comisión de Alto Nivel del Lugar de la Memoria.

Fue al revelar que mañana se reunirá con la ministra de Educación, Patricia Salas, para abordar el
tema de cómo incluir mensajes claros contra este tipo de bandas criminales en las escuelas.

“[¿Se podrá incluir el 2014 incluir mensajes claros contra Movadef en los colegios?] Eso es
fundamental, hay una reunión que tenemos mañana con la ministra de Educación, justamente para
hablar sobre estos temas a convocatoria de la propia ministra, pero existe la necesidad y la
urgencia de que los destinatarios de este proceso de reflexión sean básicamente los jóvenes”, dijo
en el programa No Hay Derecho de Ideeleradio.

“El libro de Lurgio Gavilán, sobre su experiencia dramática, como soldado, antes como senderista y
luego como sacerdote en el contexto de violencia es algo que debiera ser materia de un libro de
texto obligatorio en todas las escuelas nacionales en la educación secundaria, porque ahí está
resumida la tragedia de un pueblo que tuvo que ser sometido a esta especie de trituración por la
violencia”, puntualizó.

García Sayán Larrabure precisó que se tiene que ver la forma de fomentar un proceso de inclusión
y tolerancia, y promover el rechazo a la violencia como opción de cambio social.

“Ahí [en el libro de Lurgio Gavilán] está resumido la tragedia de un pueblo que tuvo que ser
sometido a esta especie de trituración por la violencia. ¿Cómo puede el sistema educativo
involucrarse en este museo? [Este museo] que no es para ver cosas, sino para reflexionar, sentir y
tener la convicción que hay que hacer cosas para que algo así no ocurra”, precisó.

“Eso tiene que ver con no fomentar jamás la violencia ni el terrorismo como opción de cambio
social, sino con fomentar un proceso de inclusión y tolerancia, que haga que bajo ninguna
circunstancia el camino del terror pueda ser un camino que escojan los jóvenes para buscar un
camino para mejoramiento del país”, subrayó.

No soy victima – la increíble historia de Lurgio Gavilán

Soldados con rostros enmascarados dirigen sus fusiles hacia él. En cualquier momento caería el
disparo mortal. Lo único que Lurgio Gavilán llega a pensar: “No debo llorar”. Traga la saliva,
sostiene el aliento. Pero el miedo es más fuerte. Las lágrimas corren de si solo, todo su cuerpo
empieza a temblar, sus labios forman de manera silenciosa el grito que tan bien había ensayado
para este momento: “Viva el Presidente Gonzalo, viva Mao, viva Marx”. Abandonado en una puna
inhóspita de los Andes ayacuchanos Lurgio Gavilan alias Camarada Carlos esperaba la muerte, de
la que le habían contado mil veces que sería heroíca y necesaria para la instauración del paraíso
comunista sobre le tierra. Era marzo del 1985, en tres meses Lurgio Gavilán cumpliría 14 años.
28 años más tarde, un hombre en la flor de su vida entra la casona limeña en la que funciona el
Instituto de Estudios peruanos, un think-tank privado de ciencias sociales. Lurgio Gavilán acaba de
llegar de su Ayacucho natal. Lleva unos jeans, zapatillas y un polo azul claro con un eslogan
cualquiera. Ropa que no arruga ni en una noche de viaje en bus. La mochila encima de sus
hombros, la botella de agua en la mano. “ Alli vienen los serranos huacos” les gritaron a los
ayacuchanos cuando arribaron esta mañana en bus a la capital limeña, cuenta Lurgio Gavián entre
indignación y el humor del que solo es capaz quién ha aceptado y a la vez cobrado distancia de
sus orígenes. Es el racismo cotidiano que sigue siendo fuerte en el Perú, aunque tabuizado,
ejercido por una minoría étnica en contra de la mayoría indígena. El racismo sufrido desde hace
500 años por personas como Lurgio Gavilán. A Lurgio Gavilán se le nota que viene de los Andes.
Tiene la piel cobriza y los ojos delgados de la gente andina. Son ojos despiertos, su cuerpo
muestra la resistencia del que juega cada sábado futbol a 3500 metros de altura. Lurgio Gavilán
parece un peruano tan promedio que dentro de unta multitud limeña , difícilmente se le
reconocería. Este mismo Lurgio Gavilán acaba de publicar un libro cuya primera edición se vendió
dentro de pocas semanas a pesar de que su título parece tan poco espectacular como su autor:
“Memorias de un soldado desconocido”.
Mucho se ha escrito en los últimos años sobre el período de violencia, cuando en el hinterland de
los Andes peruanos, una guerrilla inspirada en las ideas de Mao por un lado y las fuerzas armadas
peruanas por otro lado se libraron una batalla sangrienta que dentro de las guerrillas
latinoamericanas de los años 80 del último siglo solo se puede comparar con el etnocidio entre los
campesinos guatemaltecos. “Sendero Luminoso”, así llamó Abimael Guzmán, alias Presidente
Gonzalo, su tropa armada que inició su Larga Marcha hacia la capital desde los pueblos perdidos
de los Andes ayacuchanos. Según determinó una Comisión de Verdad estatal en el 2003, casi 70
000 personas, en su mayoría campesinos quechua hablantes y pobres fueron asesinados, sea por
el Sendero Luminoso mismo o por las Fuerzas Armadas del Estado Peruano. Mientras tanto lo
volúmenes de literatura académica sobre la reciente época de violencia peruana llenan estantes
completos. Pero nunca hasta ahora un afectado mismo de la violencia ha levantado su voz escrita
de propio puño y letra. Lurgio Gavilán es el primero que escribe sobre su participación en el
conflicto armado. Su historia contradice todos los intentos de encasillar los acontecimientos del
conflicto armado en categorías de “víctima” por un lado o “victimario” por otro lado. Lurgio Gavilán
los vivió y sobrevivió a todos: al Sendero Luminoso, a las Fuerzas Armadas peruanas y hasta a la
iglesia católica. Después de todas estas estaciones de su vida, Lurgio Gavilán insiste en una cosa:
“No soy víctima”.
„ Me voy“. Lurgio tenía 12 años cuando lo dijo a su padre y a su tía, para dejar su casa en
búsqueda de su hermano mayor Rubén. La madre había muerto y Rubén era él que más se
ocupaba del pequeño Lurgio hasta que se adhirió al Sendero Luminoso. Lurgio Gavilán apenas
pasó algunos meses de escolaridad. “A inicio de los 80, el Sendero Luminoso era como una
torbellino de viento fresco por los pueblos andinos, las utopías de justicia social, de que algo iba a
cambiar para mejor, rondaban por las esquinas”, explica Lurgio Gavilán su decisión infantil de
juntarse a Sendero Luminoso de manera voluntaria. El Sendero Luminoso era entonces como la
lluvia en los Andes. Lurgio Gavilan recurre frecuentemente a las imágenes de sus Andes natales
para describir sentimientos y razones. “ Como la lluvia en los Andes era Sendero Luminoso, porque
primero todos anhelan a que caigan las primeras gotas, pero después devino en un río violento que
arrasa con todo” . En sus inicios, Sendero Luminoso consistía de tropas de voluntarios con un
amplio respaldo en la población. Pero rápidamente degeneró en una pandilla de ladrones y
asesinos. Una pandilla compuesta por niños y jóvenes miserables, que apenas sabían leer y
menos escribir las palabras de Mao que tenían que aprenderse de memoria; que en ojotas y botas
mil veces zurcidas subían y bajaban los andes agrestes, siempre en huída de los soldados y con
estómagos tan vacíos, que soñaban el prometido paraíso comunista como un Jauja donde siempre
había abundante comida. Esta pandilla de niños masacraba , por orden de sus jefes, a supuestos o
reales traidores. Porque el Sendero Luminoso no tenía como objetivo simplemente a las fuerzas
armadas del Estado Peruano, sino atacaba a cualquier comunidad campesina que se resistía a
adherirse a su causa. Quien siempre tenga una chispa de justificación para las brutalidades de
Sendero Luminoso, a más tardar se callará cuando lee el testimonio de Lurgio Gavilán. El
terrorismo del Sendero Luminoso funcionaba también hacia adentro: guardar una lata de atún,
obtenida en una redada, o quedarse dormido durante la vigilia, bastaba para ser castigado con la
muerte. A pesar de estas atrocidades, era un mundo que también le tenía previsto momentos de
afecto. Lurgio Gavilán recuerdo lleno de ternura las charlas nocturnas con su compañera luego
asesinada, o como otra compañera le sacaba los piojos a los cabellos de los muchachos. También
recuerda el reencuentro con su hermano Rubén, y cómo este le prometió un par de zapatillas para
el próximo encuentro. “Era el único mundo que conocíamos, y por esto no era horrible para
nosotros”.
Lurgio Gavilán nunca revela el nombre del que le salvó la vida. Una tropa de soldados lo había
atrapado junto a una compañera cuando querían sacar un paquete de sal de un escondite en la
sierra. “Mátalo”, gritaron los comuneros que acompañaban a los soldados y cuyo pueblo había sido
atacado por Sendero Luminoso. El comandante sin nombre sea que no les hizo caso o
simplemente no entendió las palabras quechuas. Cualquiera fuere el motivo, el militar se llevó al
niño Lurgio al cuartel y lo metió en la escuela. A los 14 años, el chico aprendió a hablar y escribir la
lengua peruana oficial, el castellano. Cambió la vida de un niño soldado con la de un niño de
soldados en un cuartel de las fuerzas Armadas peruanas. Pero las atrocidades siguieron allí igual.
Lurgio Gavilán fue testigo como los soldados primero violaron y esclavizaron a mujeres presas del
Sendero Luminoso para luego asesinarlas y desaparecerlas ante la inminente inspección de sus
mayores. A pesar de ello, Lurgio Gavilán optó, una vez terminada la secundaria, por alistarse
voluntariamente en las fuerzas armadas y ascendió hasta el rango de instructor. Había cambiado
los bandos, ahora fue él que persiguió a los “terrucos”, como llamaron a los senderistas. Estaba a
punto de establecerse en la vida militar.
“Me voy”. 10 años después de decir estas palabras a su padre, Lurgio los volvió a pronunciar en el
1995. Los dijo a su comandante militar. Este casi no salió de su asombro cuando escuchó los
planes de Lurgio. Quería hacerse sacerdote católico. La idea nació a raíz de sus caminatas como
guardia de una monja en sus visitas pastorales. Un día, ella le dijo: y porqué no te quieres ser
sacerdote ? No todas las órdenes religiosas querían aceptar un soldado “Pecador” que había
conocido la vida mundana – al obispo local, un adepto del Opus Dei y ahora cardenal de Lima, no
le preocupaba que los soldados pecaran contra el primer mandamiento – no mates – sino que
pudieran haber frecuentado a prostitutas. Fue la orden de los mendigos, los hermanos
franciscanos, los que aceptaron a Lurgio Gavilán como novicio. El hasta entonces soldado se puso
la túnica marrón con la soga tres veces anudada y empezó a estudiar los escritos de San
Francisco, del Antiguo y Nuevo Testamento, y de la historia de la iglesia. Es en aquel tiempo de
novicio que Lurgio Gavilán escribió el primer esbozo de su “hIstoria de un soldado desconocido”,
como parte de un proceso de reflexión de vida que le pidió la congregación.
„La transición no fue difícil“, escribe Lurgi Gavilán. Así como el Sendero Luminoso y las Fuerzas
Armadas, también la iglesia católica pide obediencia y disciplina. Solo que los marcapasos de las
tres instituciones diferían. En el Sendero Luminoso fue el reloj – o en falta de reloj el sol - ; los
militares tenían la corneta y los religiosos su campana para disciplinar el tiempo de su gente. Pero
hubo un elemento central que fue diferente con los hermanos franciscanos. Lurgio Gavilán resume
in nuce la doctrina cristiana: mientras que la reflexión personal y el adoctrinamiento tanto en
Sendero Luminoso como en las Fuerzas Armadas tenían el objetivo de atizar el odio hacia los
adversarios, en los hermanos franciscanos el sermón consistía en amar y perdonarlos.
Las tres instituciones – Sendero Luminosos, las fuerzas armadas y la iglesia católica – comparten
no solo una ideología totalitaria sino también la geografía totalitaria. Largas caminatas cruzando
cerros y valles, cualquiera que que fuere el tiempo, para llegar a los pueblos sea para proteger,
castigar, convencer o robar a la población, era parte de las tres vidas de Lurgio Gavilán, como
terrorista, como soldado o como novicio. El castellano peruano no tiene una palabra que designe el
placer de caminar, como lo es el alemán “Wanderlust”, nacido en la literatura romántica. Los Andes
son demasiado aterradores e indómitos a que alguien quisiera sentir placer en el esfuerzo de
dominarlas a fuerza de pie. Tampoco conoce el castellano las palabras diferenciadas para describir
la naturaleza animada como lo tiene el quechua. Pero la cercanía con la naturaleza expresada en
su cantar quechua, trasluce en las descripciones poéticas que hace Lurgio Gavilán. La descripción
parca de su vida recobra su fuerza emocional cuando habla de su encuentro con las flores, los
cerros, las piedras como seres animados que llegan a dar consuelo tanto al niño soldado.
Lurgio Gavilán sigue pensando en quechua primero, después traduce sus pensamientos en
palabras en un castellano correcto y mesurado. Su voz denota auto-estima y orgullo, contrastando
con muchas personas de la sierra que hasta hoy día temen ser discriminado por hablar quechua en
público. Lurgio aprendió a dejar la vergüenza detrás. “He sobrevivido las tres instituciones, he roto
cadenas, hoy me siento libre”, declara. También dice que les agradece a las tres instituciones que
lo acogieron.
La vida de un hermano franciscano al final no terminó de convencer a Lurgio Gavilán. Después de
dos años en la orden, él decidió regresar a su natal Ayacucho a vivir como agricultor en la chacra
de sus antepasados. El destino le tenía preparado otro desvío más: Lurgio Gavilán terminó en la
carrera de antropología de la Universidad de Huamanga . Hoy en día está trabajando su tesis de
doctorado en una universidad mexicana.
„No le tengo odio a nadie“, dice Lurgio Gavilan, “he tomado lo bueno y he seguido mi camino”.
Hubo un tiempo en él que los sicoanalistas hubieran condenado esta facultad de reprimir
experiencias negativas. Hoy en día, los sicólogos la admiran como resiliencia, la capacidad de
resistir a adversidades. Lo que sorprende en Lurgio Gavilán es que a pesar de todas las
contrariedades que le tocó vivir, nunca pareció haber perdido su capacidad de sentir empatía. Una
empatía que aflora cuando habla de los tantos niños que han sido abusados y maltratados por el
Sendero Luminoso. Su voz solo deja entrever rabia cuando le toca hablar de Abimael Guzmán – al
que nunca conoció en persona -, como culpable del maltrato y abuso ideológico de tantos niños
como él.
Y la culpa ? Es una pregunta muy alemana, que tiene su origen en la enseñanza de la historia del
nazismo y de la Segunda Guerra Mundial. Una historia que se divide limpiamente entre víctimas
que son inocentes y victimarios que son los culpables. “Porqué debería yo sentirme culpable ?”
Lurgio Gavilán se sorprende ante esta pregunta, asi como nadie en la sociedad peruana se hace
esta pregunta. “No nos sentíamos culpables porque en el momento de actuar, nos habían dicho
que era para un buen fin, que era lo que había que hacer”. Más que preocuparse por quién es de
culpar, le importa sacudir la imagen de la víctima pasiva y resaltar la capacidad de actuar. “A veces
uno asume la imagen de víctima para salvar su pellejo u obtener ventajas”. En vez de exhibir a los
víctimas se debería enfocar el interés a lo que saben y pueden hacer las personas de los Andes,
no a lo que padecen. Por más horrible que haya sido el conflicto armado, los pueblos andinos
saben resistir: “Siempre hemos conocido tiempos duros en los Andes, cuando hubo sequía,
cuando hubo hambruna. Conocemos tales tiempos duros y los hemos sobrevivido. También
sobrevivimos a Sendero Luminoso”
En el 2007 – Lurgio Gavilán ya era profesor de antropología en la Universidad de Huamanga –
emprendió un viaje a su pasado. Recorrió los Andes a visitar los lugares de su vida: el pueblo
donde nació, los cerros que subió como niño soldado de Sendero Luminoso; las puntas donde le
tocó pernoctar como soldado de las fuerzas Armadas. Encontró a la misma naturaleza de siempre,
imponente y austera. Encontró algunas personas ancianas de su pasado. Dialogó con sus
muertos, con su hermano mayor, que nunca llegó a traerle las zapatillas prometidas porque pocas
semanas después de su reencuentro en el campamento de Sendero Luminoso, cayó en una
emboscada. Encuentra a ancianos viviendo en pueblos abandonados. Gente que vive en las
mismas condiciones de hace 30 o tal vez 300 años, abandonados por el Estado, excluido de las
ventajas de una vida moderna. Solo que ya no encontraba ningún idilio bucólico de una vida dura
pero buena. La desconfianza impregnaba todo. Según la cosmovisión andina, la reconciliación solo
se da a través de la reparación, para que el muendo pueda volver a encontrar su equilibrio. Al
mundo de los Andes peruanos después del conflicto armado le falta mucho para encontrar el
equilibrio anhelado. Porque historias como la suya, Lurgio Gavilán lo dice con énfasis, ha habido
muchas.
No odia a nadie, dice Lugio Gavilán. El siente agradecimiento frente a la vida. Solo desde el
momento en él que iba a ser abaleado por una ráfaga de metralleta al pie del nevado Razuhuillca,
desde ese día, Lurgio Gavilán conoce el miedo a la oscuridad y a la muerte.

Hildegard Willer
Ich bin kein Opfer – die unglaubliche Geschichte des Lurgio Gavilán
Entrevista

APRECIACIÓN A UN LIBRO DESCONOCIDO

"El soldado desconocido" es un libro fúnebre que explica las circunstancias de un miliciano que
extraordinariamente vivió involucrado con las partes en conflicto de la violencia existida en el Perú
a inicios de los años ochenta.

Esto es lo que nos dice este importante libro que, sin preponérselo el autor, se inscribirse ya en las
páginas de la narrativa peruana contemporánea, fuera de artificios o de puras ficciones o retóricas.

Lo que aquí se escribe es el testimonio de un soldado que siendo niño viaja por ese efecto filial que
los humanos tenemos, tras las huellas de un rebelde alzado en armas: Su hermano Rubén.

Lurgio Gavilán no escatima en involucrar todo este tejido extraño de haber convivido en las filas de
Sendero Luminoso y después prisionero en una base del Ejército Peruano. El sustento etnográfico
de su testimonio se mezcla con el aporte bien logrado de la estructura narrativa que hace de este
trabajo uno de los libros mas bellos y claros de la escritura ayacuchana del siglo XXI.

El autor de este libro estudió en la escuela de Antropología social y desde que nos conocimos
pudimos saber que él tenía una sombra que nunca me la explicó hasta casi el término de nuestra
carrera. Evidentemente el soldado desconocido es él y nadie más que él y sus grandes deseos de
regular o de homologar sus dolores interiores, pero no desde su individualidad sino desde esa
otredad que él se empeña en estudiar porque no ha de ser fácil sobrevivir desde afuera cuando
interiormente se padece la ráfaga mortal de los recuerdos.

Lurgio Gavilán escribe también su paso por el convento de los Franciscanos, testimonia los trazos
de un hombre que después de haber vivido en el fragor de la guerra interna del Perú o en medio de
la muerte -que sin pudor alguno sabe relatar-, busca en Dios respuestas que finalmente lo
decepcionan.

Convertido en Antropólogo social, este soldado ya no desconocido nos emociona cuando escribe
en perfecto castellano andino, es decir en ese bello sonido que tiene la voz de los hombres que
naciendo en las escarpadas montañas de Ayacucho saben decirnos las cosas tal como suenan en
su interioridad, interferencia lingüística que excluyentemente llaman algunos.

Efraín Rojas
Poeta
Casa Tomada, Raúl Tola

Casa Tomada - Raúl Tola


ENTREVISTA

El brazo de Máximo
Suplemento cultural-Correo
El Informe de CVR, Diez años después ¿un discurso caduco?
El testimonio de Lurgio Gavilán, quien fue guerrillero, soldado del Ejército, cura y antropólogo; nos
evidencia de peruanos imposibles de catalogar y encasillar en el alegre juego de buenos y
malos.Como él, muchos buscaron sus propios caminos de escapar del infierno de la guerra, la
tortura y la matanza, se largaron de su localidad, incluso se fueron al extranjero, han intentado
reconstruir su vida hecha jirones, reconstruirse sobre su juventud perdida; buscan un espacio, casi
un rincón, para que sigan viviendo en un país que todavía adoran y al que quieren servir. Nada
parecido a las políticas de arrepentimiento del fujimorismo y donde la CVR no ha dicho ni mu

La historia de un hombre multifacético


Periodismo en línea

Los años ochenta representaron para el país una de las etapas mas sangrientas que le tocó vivir a
nuestro país, pues, la violencia política atacó a las poblaciones campesinas altoandinas quienes en
su mayoría eran analfabetas y por ello no pudieron defenderse y comprender lo que sucedía a su
alrededor. Los ríos de sangre fueron producidos por la organización terrorista Sendero Luminoso;
mientras que las Fuerzas Armadas por tratar de poner un alto a estas masacres, también
cometieron asesinatos indiscriminados.

En esta etapa de terror del país, hay una persona que tiene una historia muy peculiar y es la
historia de Lurgio Gavilán Sánchez, quien a muy temprana edad se enroló en las filas de Sendero
Luminoso, que en aquella época desarrollaba la “Guerra de Guerrillas”, en contra del estado con la
finalidad de obtener el poder. Cabe mencionar que su hermano Rubén ya pertenecía al
senderismo. Por tal motivo, el camarada “Raúl”, se ofreció a encontrarlo.
Posteriormente ingresó al Ejército Peruano, -luego de haber sido capturado-; sirvió a nuestra patria
en salvaguarda de nuestra nación y de su soberanía y además tratando de contrarrestar el ataque
de los subversivos. Esto fue una ironía del destino, pues, ahora se encontraba en el bando
contrario. En pleno conflicto interno ya había cambiado de uniforme, ahora enarbolaba la bandera
de la Paz y la Justicia.

Por cosas del destino, en las alturas ayacuchanas, una monja lo incitó a ser sacerdote. Por
aquellos años, el Obispo de Ayacucho era Juan Luis Cipriani a quien le contó que había
pertenecido al Ejército Peruano, es entonces que el obispo le expresó lo siguiente: ¡Al cuartel van
las prostitutas!. Luego de esto ingresó a los Franciscanos.

Años después estudio antropología en la Universidad San Cristobal de Huamanga, obutvo el título
profesional y actualmente ha presentado su libro “Memorias de de un soldado desconocido”.
“Autobiografía y antropología de la violencia”.

Revisando minuciosamente este libro encontramos algunos párrafos interesantes que habla de
diversos temas. Algunos de ellos son:

<<Perú es un país plural, diverso, de todas las sangres, una amalgama de culturas con una
idiosincrasia discriminatoria. ¿Cuándo hemos sido un solo Perú, un país unificado? A veces creo
que somos huklla (estar unidos) solamente cuando nuestros futbolistas visten la “rojiblanca” y
hacen gritar de alegría a todo el Perú […]. ¿Cuál pasión es la que se nos enciende? ¿Qué noción
tomamos entonces del país en que vivimos? ¿Qué línea temporal adoptan esas simbologías?
¿Perduran? O, como dice la cumbia de una agrupación norteña —con respecto al amor—, “porque
aparece y desaparece”>>. Esto quiere decir que muchas veces los peruanos nos sentimos
orgullosos de nuestro país cuando suceden eventos de talla mundial o cuando sucede un
acontecimiento importante en el que todos los ciudadanos tenemos que estar unidos

<<Diversos sucesos y temas tratados en el libro pueden dar pie a reflexionar sobre momentos,
lugares y protagonistas de la terrible historia que padecimos los peruanos —entre ellos a Lurgio
Gavilán— en esos años durísimos en que nuestras vidas se vieron envueltas en la vorágine de la
peor violencia de nuestra historia republicana. Como señala en el prólogo del libro Carlos Iván
Degregori —nuestro entrañable amigo y colega, quien motivó con su particular estilo vital la propia
aventura de Lurgio que ahora se cristaliza en sus memorias—, se trata del recuento de hechos de
una vida excepcional, efectuado por una persona que al fin y al cabo es hoy un hombre libre, y a
quien le tocó pasar por tres “instituciones totales” de singular importancia en la historia peruana: las
filas de Sendero Luminoso, el cuartel militar y los claustros de un convento>>. En este párrafo
durante su vida ha experimentado diversos sucesos, sin embargo, esto no ha sido motivo para que
olvide de la humildad y sencillez que lo caracterizó siempre.

En Conclusión, en la entrevista se mostró muy amable y dispuesto a colaborar en todo momento;


incluso nos obsequió su libro.

+ DATOS PUNTUALES:

De niño perteneció a Sendero Luminoso desde los 12 años.


Perteneció a la hermandad de los Franciscanos.
Luego de ser capturado trabjando para Sendero perteneció al ejercito peruano.
Estudió antropología en la Universidad San Cristobal de Huamanga.
Actualmente está haciendo su doctorado en México.
Memorias de un soldado desconocido
¿Cómo volver a un estado anterior? ¿Será acaso posible? ¿Cómo enfrentar las consecuencias
sociales del miedo y del terror? Todo un reto para las sociedades y países que viven bajo estos
regímenes oficiales y extraoficiales de terror y en este sentido el libro de Lurgio nos invita a hacer
ésta y muchas otras reflexiones. Fuente: Pacarina del Sur -
http://www.pacarinadelsur.com/home/senas-y-resenas/772-memorias-de-un-soldado-desconocido-
autobiografia-y-antropologia-de-la-violencia - Prohibida su reproducción sin citar el origen.
Memorias de un soldado desconocido: Autobiografía y antropología de la violencia[1]
Memoirs of an unknown soldier: Autobiography and anthropology of the violence

Memórias de um Soldado Desconhecido: autobiografia e antropologia da violência

Rachel Sieder[2]

Recibido: 13-05-2013; Aprobado: 31-05-2013


Resumen
Abstract
Resumo
RESUMEN: Este libro, nos narra una vida, una vida extraordinaria. Pero también nos narra la
historia de Perú entre las décadas de 1980 y 1990 a través del dolor, la violencia y las causas
estructurales que llevaron a la muerte de miles de peruanos, la mayoría campesinos, pobres y
quechua hablantes.

Este libro, nos narra una vida, una vida extraordinaria. Pero también nos narra la historia de Perú
entre las décadas de 1980 y 1990 a través del dolor, la violencia y las causas estructurales que
llevaron a la muerte de miles de peruanos, la mayoría campesinos, pobres y quechua hablantes.
Cuando la Comisión de Verdad y Reconciliación de Perú comenzó a investigar a inicios del 2000 el
enfrentamiento entre las fuerzas insurgentes de Sendero Luminoso, el Movimiento Revolucionario
Tupac Amaru y el ejército peruano, el número de víctimas estimado oscilaban entre 35,000 y
40,000. No obstante, al concluir las averiguaciones, la cifra redondeó casi los 70,000 muertos. La
mayoría, muertes silenciosas y anónimas, no solamente porque ocurrían en regiones apartadas a
la metrópoli capitalina como son la Amazonía y la serranía peruanas, también porque sólo un
racismo arraigado podría explicar cómo la ausencia de 35,000 peruanos — en su mayoría
campesinos e indígenas — pasó inadvertida; quizá al encontrarse ellos mismos al margen del
acceso a la ciudadanía. A su vez, las culturas a las que se adscribían y las regiones que habitaban
eran pensadas indomables, atrasadas y peligrosas.
En este escenario de guerra, Lurgio Gavilán narra el conflicto interno a través de tres
temporalidades que entrecruzan su vida. La primera de ellas, a sus 12 años cuando siguiendo a su
hermano mayor se incorporó a las filas armadas de Sendero Luminoso, logrando ascender a oficial
de inteligencia a los 14 años. Aun siendo niño, Lurgio gozó de la hermandad entre compañeros de
lucha, pero también participó del ajusticiamiento de los “soplones”, estuvieran éstos entre los
compañeros guerrilleros o entre campesinos de comunidades aliadas al ejército. Asimismo, la
muerte no le fue ajena al presenciar el deceso de compañeros en combate, incluyendo la de su
propio hermano.

El segundo momento autobiográfico que Lurgio narra es cómo antes de cumplir los 20 años, fue
capturado por el ejército en un enfrentamiento armado y logró salvarse de la cárcel y el
ajusticiamiento cuando el oficial a cargo del ataque decidió incorporarlo al ejército. Dentro de las
fuerzas castrenses, Lurgio presenció la tortura y el asesinato de detenidos, así como la violación y
ejecución de mujeres prisioneras, acciones al margen de la ley. Pero en el ejército también
aprendió a leer y escribir en castellano, así como finalmente “pudo comer”, como el mismo lo
señala. El tercer momento, toma escenario en 1998, donde antes de haber cumplido los 25 años,
ingresa como seminarista a una orden franciscana. En ella pone orden a sus vivencias a través de
la escritura e inicia a narrar sus memorias como soldado desconocido de dos ejércitos. Esta
autobiografía, escrita en un estilo ágil, narrativo y vivencial, nos aproxima a la historia de la guerra
interna de Perú a través de uno de sus protagonistas de base, quien peleó bajo distintas banderas
y contextos para sobrevivir a circunstancias límites. A lo largo de las páginas también se percibe la
curiosidad de Lurgio para conocer mundos distintos, así como su gran poder de observar y
aprender para sobrevivir. En esta conjugación de vivencias Lurgio recrea cómo era su vida en
Ayacucho al describir sus paisajes, la música, la poesía, las fiestas, los animales y la vida
cotidiana. Una riqueza paisajística y cultural que contrasta con la marginalización, el racismo y la
pobreza que viven los indígenas rurales en el Perú. No obstante, los procesos de exclusión
basados en la etnicidad, la racialización y la clase social son cuasi universales, en el caso peruano,
como a lo largo de América Latina, éstos forman parte de procesos de larga duración y de
raigambre colonial. Asimismo, esta violencia estructural y la rabia ante ella, generó entre los
campesinos un fuerte deseo de querer cambiar las cosas. Bajo este escenario se enmarca la
adherencia de Lurgio a Sendero Luminoso y su creencia (entonces) de su papel transformador. Al
respecto, relata cómo cargaba todos los días el Libro Rojo de Mao Tse Tung, aun sin saber leer ni
escribir, lo cual no le impedió ser y sentise parte de una sueño de cambiar el mundo. Es necesario
precisar que Lurgio no intenta convencernos de un proyecto ideológico, ya que había dejado de
creer en el mucho tiempo antes de escribir sus memorias. Por el contrario, narra el drama humano
de la guerra interna y es crítico tanto de la violencia de la guerrilla, cómo de la violencia de las
fuerzas armadas. Éstas últimas ajusticiaron comunidades campesinas que en teoría venían a
emancipar del terror de los guerrilleros. En este sentido, como nos dice la antropóloga Kimberley
Theidon (2004), el conflicto interno en Perú fue una guerra “entre prójimos”.

Por otro lado, la lectura del libro de Lurgio nos permite hacer conexiones con otras imágenes de
conflicto y guerra. Una de ellas es el libro titulado “No nacimos pa´ semilla” del periodista
colombiano Alonso Salazar (1990). En el, Salazar describe la vida de los niños y jóvenes sicarios
de las colonias marginales de Medellín, y recopila distintos testimonios entrecruzados entre los
sicarios, sus madres, los sacerdotes de los barrios que habitan y sus propios enemigos. En estas
crónicas, se aprecia la percepción efímera de la vida entre los jóvenes sicarios ya que viven sin
miedo a perderla. Pero este libro, también es un duro retrato de la marginalización social en
Colombia, donde la falta de oportunidades llevó a que muchos jóvenes de barrios marginales se
unieran como sicarios ya que no tenían nada que perder. Las vidas mismas de estos jóvenes
parecían estar tiradas a la basura por la sociedad y el Estado colombianos, quien los juzgaba
culpables de su propia miseria ¿qué podrían perder si de hecho su vida no valía nada?. En este
contexto, ser sicario se dibujó como una alternativa posible. De la misma manera que ser
guerrillero fue para muchos campesinos una posibilidad de construir un proyecto utópico de cambio
social.
La participación de Lurgio como niño y jóven soldado de dos ejércitos: el de Sendero Luminoso y el
de las fuerzas armadas de Perú, también nos conecta a la historia de otros niños y jóvenes
estigmatizados por su participación en grupos armados. Entre ellos, los niños soldado de Sierra
Leona y Uganda, así como los jóvenes sicarios y pandilleros centroamericanos. Estos jóvenes
excluidos no tienen mucha expectativa de vivir largo tiempo – basta pensar en los pandilleros
quienes tatúan sus caras con las insignias de sus bandas, lo que equivale a inscribirse de manera
púbica una sentencia de muerte anunciada –. No obstante, de la lectura estigmatizante que existe
sobre estos jóvenes, los denominadores comunes que explican su adherencia voluntaria o no son
la violencia estructural, la exclusión y la desigualdad, así como el autoritarismo de los países a los
que pertenecen. Por otro lado, la lealtad al grupo se contruyen a través de la camaradería, pero
también del uso de régimenes de terror. Como nos dice Lurgio “Eramos compañeros de sangre,
entregados totalmente al partido hasta nuestro muerte” (p.82). En estas situaciones límites las
opciones son pocas o nulas ya que “para el partido no existía perdón. Muerte o fidelidad” (p.77).

Al respecto no se pude dejar de lado que Lurgio fue participe de un conflicto enmarcado en la
Guerra Fría y por tanto, de una consecuente confrontación ideológica entre el comunismo y el
capitalismo. La cual de alguna manera permite distanciar la participación de jóvenes y niños en
movimientos armados en el contexto de la Guerra Fría y el sicariato y el pandillerismo comunes, en
tanto éstos últimos son ajenos a un proyecto ideológico de transformación estructural. Al mismo
tiempo, el testimonio de Lurgio Gavilán nos permite pensar en las zonas grises (Levi, 2004) en la
que los jóvenes son victimarios pero al mismo tiempo víctimas. Tanto la autobiografía, como la
etnografía de la cual Lurgio recrea en su condición de candidato a doctor en antropología son
métodos para analizar estas áreas grises, estas “verdades problemáticas”, a través de la
exploración de las subjetividades, de cómo los sujetos viven en estos contextos límites.

Estas historias también nos permiten reflexionar sobre las violaciones a los derechos humanos en
un contexto de la guerra, que en el caso peruano fueron cometidas por Sendero Luminoso, el
ejército y los ronderos campesinos, éstos últimos forzados por el ejército a ser la primera fila de
resistencia civil ante la guerrilla. Esta historia de violaciones de los derechos humanos cometidos
tanto por fuerzas no estatales como estatales se repite hoy en día México, país desde el cual
escribo, aún cuando el contexto obviamente es diferente al ser un enfrentamiento entre cárteles, el
Estado y fuerzas extrajudiciales. Pero la impunidad, el poder sin límites sobre la vida de miles de
personas, es común. Igualmente compartida es la indiferencia de una gran parte de la sociedad al
sufrimiento social de sus co-ciudadanos. Tal vez porque no los piensan como tal. Retomando el
libro de Lurgio, él nos habla de la guerra, del ambiente de sospecha, de traiciones, lealtades y
venganzas. La guerra lleva, como nos dice, a una situación en donde “ahora… de todo desconfían”
(p.173-4). ¿Cómo volver a un estado anterior? ¿Será acaso posible? ¿Cómo enfrentar las
consecuencias sociales del miedo y del terror? Todo un reto para las sociedades y países que
viven bajo estos regímenes oficiales y extraoficiales de terror y en este sentido el libro de Lurgio
nos invita a hacer ésta y muchas otras reflexiones.

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