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Actuaba con toda sencillez y prudencia, marcada sobre todo por una gran bondad
que le hacían vivir en una gran paz en medio de las circunstancias de cada día.
La vida familiar de sor Virginia está marcada por la sencillez. Nació en Torrent
(Valencia) el 21 de mayo de 1894. Era la mayor los cuatro hijos del matrimonio
formado por don Leocadio y doña Dolores: tres niñas y un niño. La alegría fue la
nota característica desde su infancia. A los 14 años queda huérfana de padre. Sus
dos hermanas, Vicenta y Conchita, entraron de Salesianas antes que ella.
Como ella misma contaba, a veces sabía burlar, con apenas cuatro años, la
vigilancia materna y se iba a la plaza principal del pueblo, al mercado con una
vendedora de verduras, donde recibía toda clase de halagos por parte de los
clientes y de la mujer, haciéndola vanagloriarse en su interior. Se puede ver a
través de esta anécdota, que ella narraba tantas veces, como era capaz de percibir
a pesar de su corta edad, aquello que podía hacerle algún daño.
En la escuela fue una de las más aventajadas, y sin asomo de vanidad aprendía
todo fácilmente y, además, destacaba por su amable caridad con sus compañeras.
Le encantaba leer todo lo referido a materia religiosa.
También tuvo que pasar momentos de dificultad, por la postura de algunos que
se declaraban en contra de las hermanas y amenazaban induciendo al miedo real
por el peligro de sus vidas y la obra. Vió con las hermanas que así no podían
continuar su labor y tomó la decisión de ir a ver al alcalde. Éste en principio no le
mostró mucha atención pero ella lejos de acobardarse, en diálogo sereno y
comprensivo, consiguió que le prometiera la inmunidad y seguridad de la obra, y
la llevara a efecto. Si no, se marcharían y él debería hacerse cargo de la educación
de tantos niños y niñas que estaban siendo atendidos con calidad y caridad.
En la limpieza general de los sábados estaba allí como una hermana más. Los
demás días estaba en la sala de preparación de hermanas, siempre en disposición
de orientar a todas. Pero sus mejores ratos los pasó en la cocina, y también le
sirvieron para su santificación por los problemas que le ocasionaba una cocinera
externa, aunque sabía llevarlo con esperanza.
Después de cuatro años en la Puebla, fue como directora a Écija. Allí le tocó acabar
la obra de mejoras de condiciones que la casa necesitaba, emprendidas por la
anterior directora.
De Valverde marchó como directora a Sevilla- santa Inés, calle Castellar. La casa
contaba con 80 internas, entre pensionistas y estudiantes, el externado con más
de 300 alumnas, los párvulos y las parvulas, además del pensionado con 25
universitarias y algunas señoras mayores. Allí también se encargaba de la
RASGOS DE SU PERSONALIDAD
Era muy generosa le gustaba dar con abundancia y dar lo mejor que tuviera.
Esto contribuyó a que, a pesar de la abundante pobreza de las casas donde estuvo
como directora, nunca faltará de nada, siempre hubo para todas y para todo
dentro del marco de la pobreza salesiana.
A pesar de su óptimo carácter nunca dejaba pasar nada que no debiera ser, y en
casos extremos, cuando la situación la obligaba a demostrar su descontento,
recurría hasta el enfado. Corregía, exigiendo siempre el deber hecho. Su caridad
era exquisita, en su presencia, el prójimo estaba bien resguardado.
- Gran devoción a María Auxiliadora y a San José, pero sobre todo a Jesús
sacramentado y al Corazón de Jesús a quien invocaba con todo el fervor
de su alma, devoción que llego hacer, junto con la cotidiana meditación, el
sostén de su vida y quizás la razón de su perdurable seguridad y de la paz
inalterable que respiraba.
- Animaba diciendo: “hagamos todas las cosas solo por Dios, por agradarle,
por tributarle el debido honor, por motivos de justicia, ya que todo cuanto
poseemos procede verdaderamente de su infinita bondad”.
- Hacía todo el bien que era capaz, sin tener para nada en cuenta si era o no
correspondida. Siempre estaba dispuesta a perdonar.
Virtudes:
- Gran bondad, un gran sentido de la justicia, del deber. Poseía una gran
paciencia, capaz de esperar y confiar por encima de todo en la bondad de
quien tenía a su lado.
- Capaz de animar los recreos. Sabía contar anécdotas, era una buena
narradora, con muy buen humor.