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SOR VIRGINIA FERRARO ORTI fma

(Torrent 1894- Sevilla 1963)


BREVE BIOGRAFIA
A grandes rasgos se puede destacar en ella la humildad, su capacidad de
desenvolverse en todos los campos con serenidad aplomo y enriquecimiento de
ella misma y de los que la rodearon.

Actuaba con toda sencillez y prudencia, marcada sobre todo por una gran bondad
que le hacían vivir en una gran paz en medio de las circunstancias de cada día.

DATOS Y HECHOS DE SU VIDA

La vida familiar de sor Virginia está marcada por la sencillez. Nació en Torrent
(Valencia) el 21 de mayo de 1894. Era la mayor los cuatro hijos del matrimonio
formado por don Leocadio y doña Dolores: tres niñas y un niño. La alegría fue la
nota característica desde su infancia. A los 14 años queda huérfana de padre. Sus
dos hermanas, Vicenta y Conchita, entraron de Salesianas antes que ella.

Como ella misma contaba, a veces sabía burlar, con apenas cuatro años, la
vigilancia materna y se iba a la plaza principal del pueblo, al mercado con una
vendedora de verduras, donde recibía toda clase de halagos por parte de los
clientes y de la mujer, haciéndola vanagloriarse en su interior. Se puede ver a
través de esta anécdota, que ella narraba tantas veces, como era capaz de percibir
a pesar de su corta edad, aquello que podía hacerle algún daño.

En la escuela fue una de las más aventajadas, y sin asomo de vanidad aprendía
todo fácilmente y, además, destacaba por su amable caridad con sus compañeras.
Le encantaba leer todo lo referido a materia religiosa.

Creía en la conversión de la gente desde jovencita. Se puede ver en su actuación


con un muchacho de su pueblo, al que todos rehuían por su manera de
comportarse. Un día, en una merienda que habían preparado las amigas, se
presentó y todas huyeron menos Virginia. El muchacho le dijo: ¿ves? Todos me
desprecian. Y ella entrando en un diálogo sincero y animado, le hizo ver por qué
sucedía esto, de tal forma que el muchacho se sintió motivado para cambiar y así
lo decidió e hizo.

Ilusionada siempre con evangelizar, cuando obtuvo el título de corte y confección,


se ofreció para enseñar en la parroquia, además de la labor en catequesis.
Colaboró en la fundación del Sindicato de la Aguja en Torrent, aunque no quiso

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que su nombre apareciera como tal. Su labor en él fue muy apreciada por las
jóvenes obreras a quienes ayudó mucho en su formación.

Entro ya con una edad alta, para aquella época en el Instituto


de las Hijas de María Auxiliadora, con 29 años. Lo hizo como
postulante y a los seis meses vistió el hábito de novicia en la
casa de Sarriá-Barcelona.

Cuentan que en el noviciado se dedicaba a amar a Dios más


que a nada y a nadie, y a darse por completo al trabajo.
Trabajo de corte y confección, agotador pero efectivo y muy valorado. Cortaba y
preparaba la costura para el personal disponible y capaz de coser de la casa de
Sarriá y del personal en formación.

Después de profesar se quedó como ayudante de la maestra de novicias y fue


destinada a la casa de Alella Barcelona. De allí paso a la casa de san Juan Bosco
de Jerez de la Frontera (Cádiz), a pesar de la
resistencia de la directora de Alella, que no
quería cederla para nada. Fue a Jerez con el
encargo de ecónoma. Allí estuvo siete años,
y de allí fue enviada a Valverde del Camino
(Huelva). Todos sintieron su marcha, pero
eso no cambió su espíritu de aceptación de la
voluntad de Dios.

Fue con el nombramiento de directora. Nada más llegar en


enero de 1935, se hizo cargo de asistir a sor Eusebia Palomino
que ya llevaba unos meses enferma, postrada en cama, junto
con la directora hasta entonces, sor Carmen Moreno. Sor
Virginia fue la que la acompañó en su paso al Cielo, pues esa
madrugada en que ella se quedó (hacían turnos sor Carmen y
ella) murió en sus brazos. Su primera reacción fue al cerrarle
los ojos darle un beso en nombre de su madre que no pudo
estar allí. Virginia siempre sabía ponerse en lugar de una
madre y fue muy “buena madre” para todos.

En Valverde, supo adaptarse con su acostumbrada serenidad


al ritmo de la Casa. Conservó costumbres ya encontradas,
tradiciones de la Congregación, modos y medios de vida ya

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aprobados antes. Y renovó otras modalidades que menos apropiadas. Poseía la
sabiduría práctica de gobernar conjugando continuidad y novedad.

Preveía a las hermanas de lo necesario, haciendo de esto


algo natural. La primera dificultad sería que encontró en esta
casa, fue el inicio de la guerra (18 julio de 1936). Se había
decretado que los centros religiosos que no pudieran aportar
un documento del tiempo de su fundación se cerrarían.
Recibió la visita del inspector de enseñanza y no pudo
presentar dicho documento, aunque prometió enviárselo en
una semana. Por fin consiguió encontrar uno que podía servir
y marchó vestida de seglar a Huelva, a dárselo en mano al
inspector. Aseguró así el reconocimiento presente y futuro
del colegio.

También tuvo que pasar momentos de dificultad, por la postura de algunos que
se declaraban en contra de las hermanas y amenazaban induciendo al miedo real
por el peligro de sus vidas y la obra. Vió con las hermanas que así no podían
continuar su labor y tomó la decisión de ir a ver al alcalde. Éste en principio no le
mostró mucha atención pero ella lejos de acobardarse, en diálogo sereno y
comprensivo, consiguió que le prometiera la inmunidad y seguridad de la obra, y
la llevara a efecto. Si no, se marcharían y él debería hacerse cargo de la educación
de tantos niños y niñas que estaban siendo atendidos con calidad y caridad.

Después de su primer sexenio en Valverde paso a la fundación en la Puebla de


Guzmán (Huelva), donde tuvo que superar muchas pruebas. Pero nunca perdió
su habitual buen humor ni tampoco su paciencia, aunque tuvo que someterse a
muchas peripecias en aquella fundación, donde la pobreza era extrema, pues los
medios no abundaban. Sor Virginia a pesar de todo se sentía feliz porque vivía
cada momento de acuerdo a lo que la voluntad de Dios le pedía.

En la limpieza general de los sábados estaba allí como una hermana más. Los
demás días estaba en la sala de preparación de hermanas, siempre en disposición
de orientar a todas. Pero sus mejores ratos los pasó en la cocina, y también le
sirvieron para su santificación por los problemas que le ocasionaba una cocinera
externa, aunque sabía llevarlo con esperanza.

En la Puebla se le declaró un cáncer. Durante los 10 días que permaneció en


Sevilla mientras se operaba, al inicio de su enfermedad, todo el pueblo siguió el

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proceso con sacrificios y oraciones. A la iglesia acudían muchas personas y a
petición unánime quedó abierta tanto de día como de noche. Allí rezaban por ella
las antiguas alumnas, distribuidas en grupos.

Después de cuatro años en la Puebla, fue como directora a Écija. Allí le tocó acabar
la obra de mejoras de condiciones que la casa necesitaba, emprendidas por la
anterior directora.

Todo lo arreglaba rezando, pidiendo permisos y procediendo… por eso cuando


sor Virginia se decidía a hacer una cosa, humanamente hablando, tenía todas las
garantías. De ahí se deduce que tuviera buenos resultados, ya que su trabajo lo
hacía solo por Dios y redundaba en bien de la Congregación.

Las niñas que acogía la casa de Écija, eran de diferentes


condiciones sociales. Las había de la clase alta,
pertenecientes a familias adineradas, con títulos; de clase
media y también el grupo de obreras. Había también un
grupo de internas de Umbrete (Sevilla) y del Tutelar de
menores, que eran las más apropiadas para ejercitar la
paciencia. Sabía educar a cada una según su realidad, pero
todas eran tratadas, sin distinción, con idénticas y pacientes
maneras.

De Ecija de nuevo fue como directora Valverde. El trabajo principal de esta


segunda etapa, fue el de la preparación intelectual de las hermanas, lo más
completamente posible, en relación con las respectivas capacidades y las
adecuadas clases, dedicándose a las menos preparadas. De este modo preparaba
como requiere la identidad principal de nuestro Instituto: la educación, siendo la
enseñanza un medio para alcanzar nuestro fin de conducir a los jóvenes a Dios.

Y el trabajo que se impuso en bien de la formación de las hermanas, recayó como


consecuencia lógica en bien del alumnado. Varios fueron los premios catequísticos
que mereció el colegio en el certamen provincial eclesiástico, promovido por la
curia de Huelva.

De Valverde marchó como directora a Sevilla- santa Inés, calle Castellar. La casa
contaba con 80 internas, entre pensionistas y estudiantes, el externado con más
de 300 alumnas, los párvulos y las parvulas, además del pensionado con 25
universitarias y algunas señoras mayores. Allí también se encargaba de la

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formación de las hermanas por grupos, dando a entender con la práctica, como
debe impartirse una enseñanza con miras al aprovechamiento y mejora del
alumnado.

En su enfermedad que padeció durante 22 años, tras la primera operación, de la


que no quedó bien, nunca se quejó, mostrando una gran capacidad de
sufrimiento; todo lo soportaba con ánimo alegre. Diez años antes de morir
comenzó a padecer, además, de angina de pecho e insuficiencia coronaria. Murió
el 15 de septiembre de 1963.

RASGOS DE SU PERSONALIDAD

Era muy generosa le gustaba dar con abundancia y dar lo mejor que tuviera.
Esto contribuyó a que, a pesar de la abundante pobreza de las casas donde estuvo
como directora, nunca faltará de nada, siempre hubo para todas y para todo
dentro del marco de la pobreza salesiana.

A pesar de su óptimo carácter nunca dejaba pasar nada que no debiera ser, y en
casos extremos, cuando la situación la obligaba a demostrar su descontento,
recurría hasta el enfado. Corregía, exigiendo siempre el deber hecho. Su caridad
era exquisita, en su presencia, el prójimo estaba bien resguardado.

Tenía un gran aguante, capaz de soportar el dolor sin


quejarse o sin hacerlo, por no mortificar a nadie.

Fue querida por todos, su proceder despertó toda una


gama de simpatía que no podía menos que
corresponderse con sinceridad sentida de afecto.

Soportaba noches de insomnio, las molestias de su


progresiva enfermedad, sin perder su sonrisa. Se
preocupaba por los otros y sufría si los veía sufrir. Su paciencia en todo era
extrema. Jamás levantó la voz a las hermanas o a las niñas. Su silencio muchas
veces hacía el efecto de un sermón, por la prudencia que inspiraba.

Le parecía derroche el gasto demás que no fuese en beneficio de los pobres,


así que nunca correspondía a los regalos que le hiciesen.

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CARACTERÍSTICAS DE SU SANTIDAD
Piedad y devociones:

- Gran devoción a María Auxiliadora y a San José, pero sobre todo a Jesús
sacramentado y al Corazón de Jesús a quien invocaba con todo el fervor
de su alma, devoción que llego hacer, junto con la cotidiana meditación, el
sostén de su vida y quizás la razón de su perdurable seguridad y de la paz
inalterable que respiraba.

- La devoción a Santa Teresa de


Jesús, se había arraigado en su
alma de una forma muy fuerte.

- No descuidada la devoción a las


almas benditas del purgatorio. A la
llegada del anuncio de una hermana
difunta, habría la mortuoria
recitando un réquiem.

- Rezaba por las vocaciones, encomendada Dios los necesitados de toda


índole, los moribundos y pecadores. Ayudaba a todo el que podía en la
medida de sus siempre limitadas posibilidades.

- Su caridad, aunque delicada, no se detenía en detalles inútiles: procedía con


sinceridad, “a la buena” pero segura y exenta de preocupaciones.

- Promovió en su vida muchas vocaciones y ayudó a quienes acudían a ella


confiándole sus momentos de crisis. Todo a costa de renuncias personales.

- No olvidada en sus oraciones también aquellos que no la estimaban


demasiado.

- Procuraba hacer la meditación con todas, era su regla invariable a pesar


de los achaques de sus últimos años. La alegría que mantenía como actitud
constante era fruto de su vivencia de paz, consecuencia lógica de su sólida
piedad.

- La fe que demostraba en toda circunstancia causaba más admiración que


todas las demás virtudes. Su misma piedad la llevaba a hacer cosas

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ordinarias lo más perfectamente posible. La visita al Santísimo, lo mismo
que el vía crucis, jamás lo dejó mientras su enfermedad se lo permitió.

- Hacía consistir la vida interior en la “desaparición” de los propios defectos,


viviendo la alegría y la paz que proporciona la buena conciencia. Es lo que
se complacía en hacer resaltar en sus conferencias. Todo lo que decía
procuraba llevarlo a cabo.

- Animaba diciendo: “hagamos todas las cosas solo por Dios, por agradarle,
por tributarle el debido honor, por motivos de justicia, ya que todo cuanto
poseemos procede verdaderamente de su infinita bondad”.

- Hacía todo el bien que era capaz, sin tener para nada en cuenta si era o no
correspondida. Siempre estaba dispuesta a perdonar.

Virtudes:

- Gran bondad, un gran sentido de la justicia, del deber. Poseía una gran
paciencia, capaz de esperar y confiar por encima de todo en la bondad de
quien tenía a su lado.

- Su aspiración la constituía el ansia por la posesión segura de Dios: su paz,


que constituía su personalidad, hasta el punto de hacerla indiferente en todo
aquello que no se relacionaba directamente con el bien general, buscando
los intereses de Dios.

Espíritu salesiano de sor Virginia:

- Tenía el genuino espíritu de la congregación asimilado gracias a su buena


voluntad en su consagración religiosa vivida con autenticidad desde el
primer día. Tenía un gran espíritu de sacrificio.

- Fomentada y alimentaba el espíritu de familia de tal forma, que a su lado


se podía vivir con libertad de espíritu, tal como debe caracterizar a los hijos
e hijas de Dios.

- Capaz de animar los recreos. Sabía contar anécdotas, era una buena
narradora, con muy buen humor.

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- Con las superioras siempre fue muy respetuosa. Como directora jamás hizo
ningún comentario sobre el personal que llegaba o salía de la comunidad.

Recordatorio del funeral de sor Virginia

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