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INCAPACIDADES
3) La filosofía debe imitar los métodos de las ciencias con éxito, en lo que
respecta a proceder sólo a partir de premisas tangibles que puedan someterse a
un cuidadoso escrutinio, y a confiar más bien en la multitud y variedad de sus
argumentos que en lo concluyente de cualquiera de los mismos. Su
razonamiento no debe constituir una cadena que no sea absolutamente más
fuerte que el más débil de sus eslabones, sino un cable cuyas fibras pueden ser
lo finas que se quiera, con tal de que sean suficientemente numerosas y estén
íntimamente conexionadas.
2) Entre las vocales no hay letras dobles, pero una de las letras dobles (w)
se compone de dos vocales9: de donde, una letra compuesta de dos vocales no
es ella misma necesariamente una vocal.
En ambos casos está claro que, en la medida en que las premisas son
verdaderas, con independencia de lo que puedan ser otros hechos, las
conclusiones serán verdaderas. Supongamos por otro lado, que razonamos
como sigue: "Un cierto hombre tenía el cólera asiático. Estaba en estado de
colapso, lívido, completamente frío y sin pulso perceptible. Se le sometió a una
copiosa sangría. Durante el proceso superó el colapso, y a la mañana siguiente
se encontraba lo suficientemente bien como para valerse por sí mismo.
Consecuentemente, la sangría tiende a curar el cólera". Esta es una clara
inferencia probable, supuesto que las premisas representen todo nuestro
conocimiento de la cuestión. Pero la inferencia perdería toda su validez si, por
ejemplo, supiésemos que las recuperaciones del cólera tienden a ser repentinas,
y que el médico que había informado sobre este caso conocía un centenar de
otras aplicaciones de este remedio de las que no había comunicado el resultado.
b) Un pasaje escrito con tal alfabeto tiene sentido cuando tales y tales letras
se sustituyen rigurosamente por tales y tales caracteres.
16. Cada una de estas premisas es una proposición que afirma que ciertos
objetos tienen ciertas características. Cada uno de los términos de tal
proposición está o en lugar de ciertos objetos o de ciertas características. La
conclusión puede considerarse como una proposición que viene a sustituir a
cada una de las premisas, justificándose tal sustitución por el hecho enunciado
en la otra premisa. Consiguientemente, la conclusión se deriva de cada una de
las dos premisas, sustituyendo o un nuevo sujeto por el sujeto de la premisa, o
un nuevo predicado por el predicado de la premisa, o por ambas sustituciones.
Ahora bien, las sustituciones de un término por otro se justifican sólo en la
medida en que el término sustituido representa sólo lo representado en el
término reemplazado. Si, por lo tanto, la conclusión se denota mediante la
fórmula:
S es P
y esta conclusión se deriva, por un cambio del sujeto, de una premisa que sobre
esta base puede expresarse por la fórmula:
M es P
entonces la otra premisa tiene que afirmar que cualquiera que sea lo que
representa S, está representado por M, o que
Todo S es un M
S es M
y la otra premisa tiene que afirmar que cualesquiera que sean las características
implicadas en P están implicadas en M, o que
S es M; M es P; S es P.
18. Ahora bien, las palabras, tomadas tal como están, con la forma del
argumento, implican por lo mismo cualquier hecho que pueda ser necesario
para hacer concluyente el argumento; de manera que para el lógico formal, que
se interesa sólo por el significado de las palabras de acuerdo a los principios
propios de la interpretación y no por la intención del que habla como se barrunta
por otros indicios, las únicas falacias serían aquellas que son simplemente
absurdas o contradictorias, bien porque sus conclusiones son absolutamente
inconsistentes con sus premisas, bien porque conectan proposiciones por medio
de una especie de conjunción ilativa, por la cual bajo ninguna circunstancia
pueden conectarse válidamente.
III. Pensamientos-signos
21. (2) La cuestión siguiente es: ¿en lugar de qué otra cosa está el
pensamiento-signo –qué es lo que nombra-, cuál es su suppositum? Sin duda la
cosa exterior cuando se piensa en una cosa exterior real. Pero, con todo, cuando
el pensamiento está determinado por un pensamiento previo del mismo objeto
se refiere sólo a la cosa denotando este pensamiento previo. Supongamos, por
ejemplo, que pensamos en Touissant, y que primero pensamos en él como
un negro, pero no distintamente como un hombre. Si después añadimos esta
distintividad es a través del pensamiento de que un negro es un hombre. Es
decir, el pensamiento subsiguiente, hombre, se refiere a la cosa exterior al
predicarse de aquel pensamiento previo, negro, que se ha tenido de esta cosa.
Si después pensamos en Touissant como un general pensamos entonces que este
negro, que este hombre, era un general. Y de esta manera el pensamiento
subsiguiente denota en cada caso lo que se pensaba en el pensamiento anterior.
23. Tenemos que considerar ahora otras dos propiedades de los signos, que
son de gran importancia en la teoría de la cognición. Dado que un signo no es
idéntico a la cosa significada, sino que difiere de esta última en varios respectos,
tiene que poseer claramente algunas características que le pertenecen en sí
mismo, y que no tienen nada que ver con su función representativa. A éstas las
llamo cualidades materiales del signo. Como ejemplos de tales cualidades
consideremos en la palabra man [hombre] el hecho de que consta de tres [seis]
letras –en un dibujo, el ser plano y sin relieve. En segundo lugar, un signo tiene
que ser susceptible de estar conexionado (no en la razón, sino realmente) con
otro signo del mismo objeto, o con el objeto mismo. Así, las palabras carecerían
absolutamente de todo valor a menos que puedan conexionarse en frases por
medio de una cópula real que une signos de la misma cosa. La utilidad de
algunos –como una veleta, una etiqueta, etc.- consiste enteramente en estar
realmente conexionados con las cosas mismas que significan. En el caso de un
dibujo esta conexión no es evidente, pero existe en la capacidad de asociación
que conecta el dibujo con el signo cerebral que lo etiqueta. A esta conexión
física, real, de un signo con su objeto, bien de forma inmediata, bien por su
conexión con otros signos, la llamo aplicación demostrativa pura de un signo.
Ahora bien, la función representativa de un signo no reside ni en su cualidad
material, ni en su aplicación demostrativa pura; porque es algo que el signo es,
no en sí mismo, ni en una relación real a su objeto, sino que es para un
pensamiento, mientras que las dos características que acabamos de definir
pertenecen al signo, con independencia del pensamiento al que se dirijan15. Y,
es más, si tomo todas las cosas que tienen ciertas cualidades y las conecto
físicamente con otra serie de cosas, una a una, aquellas quedan dispuestas para
ser signos. Si no se las considera como tales no resultan de hecho signos, pero
lo son en el mismo sentido, por ejemplo, en el que se dice que es roja una flor
que no se ve, siendo aquél por lo tanto un término relativo a una afección
mental.
27. En el caso del sentido de la belleza, resulta muy evidente que una
sensación no es necesariamente una intuición, o una primera impresión de los
sentidos, ya se ha mostrado [CP 5. 222] para el caso del sonido. Cuando la
sensación de lo bello está determinada por conocimientos previos surge siempre
como un predicado, es decir, pensamos que algo es bello. Siempre que una
sensación surge así a consecuencia de otras la inducción muestra que estas otras
son más o menos complicadas. Así, la sensación de un tipo particular de sonido
surge como consecuencia de las impresiones sobre los diversos nervios del oído
combinadas de un modo particular, y siguiendo unas a otras con una cierta
rapidez. Una sensación de color depende de las impresiones sobre el ojo,
siguiendo unas a otras de forma regular y con una cierta rapidez. La sensación
de belleza surge sobre una multitud de otras impresiones. Se comprobará que
esto es lo mismo para todos los casos. En segundo lugar, todas estas sensaciones
son en sí mismas simples, o en todo caso más que las sensaciones que dan lugar
a las mismas. Consiguientemente, una sensación es un predicado simple puesto
en lugar de un predicado complejo; en otras palabras, cumple la función de una
hipótesis. Pero el principio general de que todo aquello a lo que pertenece tal y
tal sensación tiene tal y tal complicada serie de predicados no es algo
determinado por la razón (como hemos visto), sino que es de naturaleza
arbitraria. De ahí que la clase de las inferencias hipotéticas, a las que se parece
el surgir de una sensación, es la de razonar de la definición al definitum en el
que la premisa mayor tiene una naturaleza arbitraria. Sólo que, en este modo de
razonar, esta premisa está determinada por las convenciones del lenguaje, y
expresa la ocasión en la que hay que utilizar una palabra; y en la formación de
una sensación está determinada por la constitución de nuestra naturaleza,
expresando la ocasión en la que surge la sensación, o un signo mental natural.
Así, la sensación, en la medida en que representa algo, está determinada según
una ley lógica por cogniciones previas, es decir, estas cogniciones determinan
que habrá una sensación. Pero en la medida en que la sensación es un mero
sentir de un tipo particular está determinada sólo por un poder inexplicable y
oculto; y, en esta medida, no es una representación, sino sólo la cualidad
material de una representación. Pues al igual que en el razonar de la definición
al definitum, al lógico le es indiferente cómo sonará la palabra definida, o
cuántas letras tendrá, así tampoco, en el caso de esta palabra constitucional, no
hay ley interior alguna que determine cómo se sentirá en sí misma. Una
sensación, en consecuencia, en tanto sensación, es meramente la cualidad
material de un signo mental.
28. Pero no hay ninguna sensación que no sea también una representación,
un predicado de algo lógicamente determinado por las sensaciones que le
preceden. Pues si hay algunas sensaciones tales que no sean predicados estas
son las emociones. Ahora bien, toda emoción tiene un sujeto. Si alguien está
enfadado se está diciendo a sí mismo que esto o aquello es injurioso o vil. Si
está alegre, se está diciendo "esto es delicioso". Si se encuentra asombrado se
está diciendo "esto es extraño". En suma, siempre que un hombre siente está
pensando en algo. Incluso aquellas pasiones que no tienen ningún objeto
definido –como la melancolía- sólo llegan a la consciencia tiñendo los objetos
del pensamiento. Lo que nos hace considerar las emociones como afecciones
de uno mismo más que otras cogniciones es encontrarlas más dependientes de
nuestra situación accidental del momento que otras cogniciones; pero esto es
sólo decir que son cogniciones demasiado parcas como para ser útiles. Las
emociones, tal como mostrará una ligera observación, surgen cuando nuestra
atención se dirige fuertemente hacia circunstancias complejas e inconcebibles.
El miedo surge cuando no podemos predecir nuestro destino; la alegría, en el
caso de ciertas sensaciones indescriptibles y peculiarmente complejas. Si hay
indicios de que algo de gran interés para mí, y que había previsto que ocurriese,
puede llegar a no ocurrir; y si después de sopesar las probabilidades y de idear
garantías, así como de requerir mayor información, me encuentro incapaz de
llegar a ninguna conclusión fija en relación al futuro, en lugar de aquella
inferencia hipotética intelectual que pretendo surge la sensación de ansiedad.
Cuando sucede algo que no puedo explicar, me asombro. Cuando me propongo
satisfacer lo que nunca puedo hacer, un futuro placer, espero. "No te entiendo",
es la frase de un hombre airado. Lo indescriptible, lo inefable, lo
incomprehensible, suscitan habitualmente la emoción, pero nada es tan
deprimente como una explicación científica. Así, una emoción es siempre un
simple predicado sustituido mediante una operación de la mente por un
predicado altamente complicado. Ahora bien, si consideramos que un predicado
muy complejo requiere de explicación por medio de una hipótesis, que esta
hipótesis tiene que ser un predicado más simple que sustituya al complejo, y
que una hipótesis, estrictamente hablando, es algo difícilmente posible cuando
tenemos una emoción, resulta muy patente la analogía de los papeles realizados
por la emoción y la hipótesis. Hay, es verdad, esta diferencia entre una emoción
y una hipótesis intelectual, que en el caso de esta última tenemos razón para
afirmar que con independencia de a qué pueda aplicarse el predicado hipotético
simple el predicado complejo es verdad de ello; mientras que, en el caso de una
emoción, esta es una proposición de la que no puede darse razón alguna, sino
que está determinada meramente por nuestra constitución emocional. Pero esto
corresponde precisamente a la diferencia entre hipótesis y el razonar de la
definición al definitum, apareciendo así que la emoción no es más que
sensación. Parece, sin embargo, que hay una diferencia entre emoción y
sensación, que yo enunciaría como sigue:
29. Hay una cierta razón para pensar que en nuestros cuerpos tiene lugar
un cierto movimiento correspondiente a cada sensación dentro de nosotros. Esta
propiedad del pensamiento-signo, al no tener dependencia racional alguna
respecto de la significación del signo, puede compararse con lo que he llamado
la cualidad material del signo, si bien difiere de esto último en la medida en que
no es esencialmente necesario que se sienta en orden a ser un pensamiento-
signo. En el caso de una sensación la multitud de impresiones que la preceden
y la determinan no son de un determinado tipo, ya que el movimiento corporal
al que corresponden procede de algún ganglio amplio, o del cerebro, y
probablemente por esta razón no produce la sensación ninguna gran conmoción
en el organismo corporal; y la misma sensación no es un pensamiento que tenga
una gran influencia en el flujo del pensamiento, excepto en virtud de la
información que puede ayudar a suministrar. Una emoción, por otro lado, se
incorpora mucho más tarde al desarrollo del pensamiento -quiero decir, mucho
después del momento inicial de la cognición de su objeto- y los pensamientos
que la determinan ya tienen movimientos correspondientes a los mismos en el
cerebro, o en el ganglio principal; consecuentemente, produce amplios
movimientos en el cuerpo, e independientemente de su valor representativo,
afecta fuertemente al flujo de pensamiento. Los movimientos animales a los
que estoy aludiendo son, en primer lugar y obviamente, sonrojarse, parpadear,
mirar fijamente, sonreír, fruncir el ceño, hacer pucheros, reír, llorar, sollozar,
contonearse, titubear, temblar, quedarse petrificado, suspirar, olfatear,
encogerse de hombros, deprimirse, trepidar, henchirse de corazón; etc. A éstos
quizá pueda añadirse, en segundo lugar, otras acciones más complicadas, que,
en todo caso, surgen de un impulso directo, y no de la deliberación.
30. Lo que distingue tanto a las sensaciones propiamente tales como a las
emociones del sentir de un pensamiento es que en el caso de las dos primeras
la cualidad material es algo prominente, ya que el pensamiento no tiene relación
alguna de razón respecto de los pensamientos que lo determinan, la cual sí
existe en el caso último, sustrayéndose a la atención dada al mero sentir. Al
afirmar que no hay ninguna relación de razón respecto de los pensamientos
determinantes, quiero decir que no hay nada en el contenido del pensamiento
que explique por qué éste sólo surge con ocasión de estos pensamientos
determinantes. Si hay una tal relación de razón, si el pensamiento está
esencialmente limitado en su aplicación a estos objetos, entonces el
pensamiento abarca un pensamiento distinto de sí mismo; en otras palabras, es
entonces un pensamiento complejo. Un pensamiento no complejo, en
consecuencia, no puede ser más que una sensación o emoción sin ningún
carácter racional. Esto difiere mucho de la doctrina ordinaria, según la cual los
conceptos más elevados y más metafísicos son absolutamente simples. Se me
preguntará cómo hay que analizar el concepto de ser, o si puedo llegar a
definir uno, dos y tres, sin incurrir en un círculo vicioso. Ahora bien, admitiré
al momento que ninguno de estos conceptos puede articularse en otros dos más
elevados que él mismo; y en este sentido, por tanto, admitiré plenamente que
ciertas nociones altamente metafísicas y eminentemente intelectuales son
absolutamente simples. Pero aunque estos conceptos no pueden definirse por
género y diferencia, hay otro medio de poder definirlos. Toda determinación lo
es por negación; podemos primero reconocer cualquier característica con sólo
comparar un objeto que la posea con otro que no la posea. Un concepto, por lo
tanto, que fuese completamente universal a todo respecto sería irreconocible e
imposible. El concepto de ser, en el sentido implicado en la cópula, no lo
obtenemos por la observación de que todas las cosas en las que podemos pensar
tienen algo en común, pues no hay nada así que pueda observarse. Lo
obtenemos reflexionando sobre signos-palabras o pensamientos; observamos
que podemos vincular al mismo sujeto predicados diferentes, y que cada uno de
éstos hace que una cierta concepción sea aplicable al sujeto, entonces
imaginamos que un sujeto tiene algo verdadero de él meramente porque un
predicado (no importa cuál) está vinculado al mismo -y a esto llamamos ser. El
concepto de ser es, por lo tanto, una concepción acerca de un signo-
pensamiento, o palabra; y dado que no es aplicable a todo signo no es
primariamente universal, aun cuando lo es en su aplicación mediata a las cosas.
Ser, por lo tanto, puede definirse: puede definirse, por ejemplo, como aquello
que es común a los objetos incluidos en cualquier clase, y a los objetos no
incluidos en esta misma clase. Pero no es nada nuevo afirmar que los conceptos
metafísicos primariamente y en el fondo son pensamientos acerca de palabras,
o pensamientos acerca de pensamientos; es la doctrina tanto de Aristóteles
(cuyas categorías son parte del lenguaje) como de Kant (cuyas categorías son
las características de diferentes tipos de proposiciones).
34. Hemos visto así que todo tipo de modificación de la consciencia -la
atención, la sensación y el entendimiento- es una inferencia. Pero puede
objetarse que la inferencia trata sólo con términos generales, y que por lo tanto
no puede inferirse una imagen o una representación absolutamente singular.
36. Siendo esto así es evidente que nadie tiene una imagen verdadera del
camino hacia su oficina, o de cualquier otra cosa real. Ciertamente, nadie tiene
en absoluto una imagen de ello a menos que no sólo pueda reconocerla, sino
imaginarla (verdadera o falsamente) en todos sus infinitos detalles. Si éste es el
caso resulta muy dudoso que tengamos alguna vez algo así como una imagen
en nuestra imaginación. Por favor, lector, mira un libro rojo brillante, u otro
objeto de colores brillantes, cierra después los ojos, y di si ves este color, si es
brillante o pálido -si, verdaderamente, hay ahí algo así como vista. Hume y los
otros seguidores de Berkeley mantienen que no hay ninguna diferencia entre la
vista y la memoria de un libro rojo, excepto en "sus diferentes grados de fuerza
y vivacidad". "Los colores que emplea la memoria -dice Hume- son pálidos y
sosos comparados con los que revisten nuestras percepciones originales" 22. Si
es este un enunciado correcto de la diferencia deberíamos recordar el libro como
menos rojo de lo que es; mientras que, de hecho, durante unos pocos segundos
recordamos el color con gran precisión (por favor, lector, verifica este punto),
aun cuando no vemos nada que se le parezca. No nos quedamos con
absolutamente nada del color, excepto con la consciencia de que podemos
reconocerlo. Como una ulterior prueba de ello pediré al lector que intente un
pequeño experimento. Que evoque, si puede, la imagen de un caballo -no la de
uno que haya visto alguna vez, sino la de uno imaginario- , y, antes de seguir
leyendo, que fije mediante contemplación23 la imagen en su memoria (...). ¿Ha
hecho ya el lector lo que se le ha pedido?, pues no es juego limpio seguir
leyendo sin haberlo hecho. Veamos ahora; en general, el lector puede decir de
qué color era este caballo, si era gris, bayo o negro. Pero probablemente no
puede decir precisamente de qué tono era. No puede enunciar esto con la misma
exactitud como podría hacerlo justo después de haber visto un caballo tal. Pero,
si tenía una imagen en su mente que no tenía ya el color general como no tenía
el tono particular, ¿por qué se ha desvanecido éste último tan instantáneamente
de su memoria, mientras el primero aún permanece? Puede replicarse que
siempre olvidamos antes los detalles que las características más generales; pero
lo insuficiente de esta respuesta se muestra, creo, en la extrema desproporción
que hay entre el período de tiempo durante el que se recuerda el tono exacto de
algo que se ha visto comparado con el olvido instantáneo del tono exacto de la
cosa imaginada, y la viveza sólo ligeramente superior de la memoria de la cosa
comparada con la memoria de la cosa imaginada.
37. Sospecho que los nominalistas confunden lo uno con lo otro, pensar un
triángulo sin pensar que es o equilátero, o isósceles, o escaleno, y pensar un
triángulo sin pensar si es equilátero, isósceles o escaleno.
40. Una de estas dificultades surge del hecho de que los detalles se
distinguen menos fácilmente y se olvidan antes que las circunstancias
generales. Según esta teoría los rasgos generales existen en los detalles: los
detalles son, de hecho, toda la figura. Parece, pues, muy extraño que aquello
que sólo existe secundariamente en la figura impresione más que la figura
misma. Es verdad que en una pintura antigua los detalles no son fáciles de
resaltar, pero esto es así porque sabemos que el oscurecimiento es resultado del
tiempo, y no parte de la figura misma. No hay ninguna dificultad en poner de
relieve los detalles de la figura tal como se presenta ahora; la única dificultad
es colegir lo que acostumbraba a ser. Pero si tenemos una figura en la retina los
detalles más menudos están ahí al igual que, ¡ca!, más que el bosquejo general
y significado del mismo. Con todo, es extremadamente difícil reconocer aquello
que tiene que verse concretamente; mientras que resulta muy obvio aquello que
sólo se ha abstraído de lo que se ha visto.
44. Todo aquello que mínimamente nos interesa crea en nosotros su propia
emoción particular, por ligera que ésta puede ser. Esta emoción es un signo y
un predicado de la cosa. Ahora bien, cuando se nos presenta una cosa que se
parece a esta cosa brota una emoción similar, de donde, inferimos
inmediatamente que la última es como la primera. Un lógico formal de la vieja
escuela puede decir que, en lógica, no puede entrar en la conclusión ningún
término que no esté contenido en las premisas, y que, por tanto, la sugerencia
de algo nuevo tiene que ser esencialmente diferente de la inferencia. Pero,
respondo a esto que la regla de la lógica se aplica sólo a aquellos argumentos
que técnicamente se llaman completos. Podemos razonar, y razonamos
48. Pero se sigue que dado que ninguna de nuestras cogniciones está
absolutamente determinada, las generales tienen que tener una existencia real.
Ahora bien, este realismo escolástico se afirma habitualmente como una
creencia en ficciones metafísicas. Pero, de hecho, un realista es simplemente
aquel que no conoce más recóndita realidad que la que se representa en una
representación verdadera. Dado pues que la palabra "hombre" es verdadera de
algo, lo que "hombre" significa es real. El nominalista tiene que admitir que
hombre es aplicable verdaderamente a algo; pero cree que debajo de esto hay
una cosa en-sí-misma, una realidad incognizable. La quimera metafísica es
suya. Los nominalistas modernos son de lo más superficial, no sabiendo, como
sabían plenamente Roscelino y Ockham, que una realidad sin representación
alguna, no tiene ni relación, ni cualidad. El gran argumento a favor del
nominalismo es el de que no hay hombre alguno, a menos que haya algún
hombre en particular26. Esto, sin embargo, no afecta al realismo de Scoto; pues
aunque no haya hombre alguno de quien pueda negarse toda determinación
ulterior, con todo hay un hombre27, abstracción hecha de toda determinación
ulterior. Hay una diferencia real entre hombre, al margen de lo que puedan ser
las otras determinaciones, y hombre, con esta o aquella serie particular de
determinaciones, aunque sin duda esta diferencia sólo es relativa a la mente, y
no in re. Tal es la posición de Scoto28. La gran objeción de Ockham es la de que
no puede haber distinción real alguna que no sea in re, en la cosa-en-sí-misma;
pero esto presupone resuelta ya la cuestión, ya que la misma sólo se basa en la
noción de que la realidad es algo independiente de la relación representativa29.
52. Finalmente, como lo que algo realmente es, es lo que puede finalmente
llegar a conocerse que está en el estado ideal de información completa, de modo
que la realidad depende de la decisión última de la comunidad; así el
pensamiento es lo que es, sólo en virtud de dirigirse a un pensamiento futuro
que en su valor como pensamiento es idéntico a él, aunque más desarrollado.
De esta manera, la existencia del pensamiento depende ahora de lo que va a ser
después; de manera que sólo tiene una existencia potencial, dependiente del
pensamiento futuro de la comunidad.
Notas