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Primero. Esta autora define que las Prácticas Discursivas serían enun-
ciados o proposiciones constituidas desde dinámicas históricas, en el sen-
tido general de que ellas son idiosincrásicas y siempre están referidas a
una sociedad particular, en la medida que se establecen, adquieren valor,
son elegidas, circulan y hacen parte del intercambio organizativo de la
sociedad, entrelazadas por tanto con las contiendas y luchas que permiten
y/o impiden realizar un deseo o interés, para una colectividad humana
particular y situada epocalmente.
Los objetos no se constituyen “de por sí” como indica Ibañez (1994),
sino que son constituidos a través de la comunicación y se sitúan, por lo
tanto, en la esfera de los signos, los cuales instituyen su significado en la
interacción entre las personas y son necesariamente propios de una colec-
tividad de seres humanos, y surgen en el marco de la intersubjetividad y
por medio de ésta.
Dicho desde Gergen (1996), los términos con los que damos cuenta y
conseguimos la comprensión del mundo y de nosotros mismos no están
dictados por los “objetos”, sino que ellos son productos del intercambio
que se da entre personas, están situados histórica y culturalmente y son el
resultado de la coordinación humana de la acción.
Por tanto, los sujetos son funciones derivadas de los enunciados y, por
tanto, el «yo” es una realidad interindividual, producto de las relaciones
sociales, que siempre son relaciones de poder (Cabruja; 1998; Parker;
1996).
Además, se asume que toda ideología, por más pura que sea, es inter-
ideológica, intertextual, polifónica, contradictoria y ninguna ideología cons-
tituye nunca el único sistema a partir del cual alguien realiza sus interpre-
taciones.