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UNIDAD EDUCATIVA VEINTIOCHO DE MAYO

Fecha: 4/1/2018
Materia: Historia.
Tema: Contribucion politica y intelectual.
Nombre: Sheyla Morales Yagual curso: 2/A contabilidad

Prefería el terreno militar; no en vano esa imagen de guerrero profesional, caballo y sable
incluidos, marcó a fuego su protagonismo en la primera hora americana. No obstante, ese perfil
reduccionista de San Martín, que lo pinta como un hombre de acción, sin ideología, no es tal. A
lo largo de su vida, siguió con atención los acontecimientos políticos globales y locales y en
más de una oportunidad expresó su opinión sin reparar en costos ni consecuencias.

Es cierto que tuvo escasas ocasiones de llevar sus ideas a la práctica, salvo cuando gobernó
Cuyo y, más tarde, Perú, aunque en ambos casos lo
hizo apremiado por una guerra inconclusa
que le demandó los mayores esfuerzos en desmedro de la gestión gubernativa.

San Martín no dejó memorias escritas, pero afortunadamente existen cartas y testimonios que
permiten atisbar su pensamiento político. En todos los casos, asoma una personalidad que
antepone el bien común a las ambiciones personales, la repugnancia a toda clase de
sojuzgamiento humano y una apuesta superior a la unión nacional.

Revolución e independencia

San Martín abjuraba del absolutismo y el derecho divino de los soberanos y, en cambio,
compartía el ideario de la Ilustración basado en la libertad e igualdad de las personas. De ello
deriva su adhesión a la Revolución de Mayo y su decisión de sumarse a la causa patriota.

Claro que en el complejo contexto de la época las ideas debían abrirse paso en el intrincado
terreno de la política mezclada con la guerra. La Logia a la que pertenecía –de inspiración
liberal– propugnaba avanzar hacia un diseño más cercano a una monarquía constitucional
atenuada que al republicanismo norteamericano.

En esa línea, San Martín apoyó la iniciativa que Manuel Belgrano expuso en el Congreso de
Tucumán de restaurar la dinastía incaica, mientras que Bernardino Rivadavia seguía buscando
en Europa un noble de sangre azul dispuesto a reinar en el Plata, una alternativa que el mismo
San Martín exploró más tarde en Perú. Así consta en una de sus cartas a Bernardo O’Higgins:
“Creo estará V. convencido de la imposibilidad de erigir estos países en repúblicas”.

Esa misma postura aparece en una de las cartas que envió a Tomás Godoy Cruz, diputado por
Mendoza en el Congreso de Tucumán, para que apurasen la declaración de la independencia:
“¿Podremos constituirnos República sin una oposición formal de Brasil (pues a la verdad no es
muy buena vecina para un país monárquico), sin artes, ciencias, agricultura, población, y con
una extensión de tierra que con más propiedad puede llamarse desierto?”, se preguntaba.

En otra carta, descubre otros temores ante el diputado mendocino: “¡Me muero cada vez que
oigo hablar de Federación!”, y agrega: “Si con todas las provincias y sus recursos somos
débiles, qué nos sucederá aislada cada una de ellas”.

Visión americanista

Su concepción de la empresa independentista era continental. Creía fervientemente en la


construcción de una patria grande; no entendía la libertad de los pueblos ni la solidez de los
gobiernos sino como un fenómeno a escala sudamericana. Eso, para la época, era progresismo
puro.

Esa visión lo colocó ante la mayor encrucijada de su vida, cuando debió resolver entre acatar
los dictados de la Logia y obedecer las órdenes del gobierno de Buenos Aires, que lo instaban
a regresar junto con el Ejército de los Andes, o seguir adelante con su estrategia continental,
una decisión que le acarreó duras críticas y difamaciones.

En Perú, en 1822, lo puso en palabras: “Tiempo ha que no me pertenezco a mí mismo sino a


la causa del continente americano”. Ese pensamiento americanista no era muy diferente del de
Simón Bolívar. Ellos no se entendieron por otras razones, pero no por disentir en cuanto a que
las nuevas naciones sólo subsistirían en la medida en que fueran capaces de integrar una gran
comunidad americana. Sin poder concluir la guerra –su máxima obsesión–, se retiró de la vida
pública y partió al exilio.

Unión nacional

En la correspondencia sanmartiniana abundan las referencias a la unión nacional: “Unámonos,


paisano mío, para batir a los maturrangos que nos amenazan: divididos seremos esclavos;
unidos, estoy seguro de que los batiremos; hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos
resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra de honor. Mi sable no saldrá jamás de
la vaina por opiniones políticas”, le escribió a Estanislao López
en 1819, cuando ardía la guerra
interior.
No avaló al unitarismo rivadaviano. Le caían mal Rivadavia y el porteñismo recalcitrante,
aunque tampoco adhería al federalismo tal como lo planteaban los caudillos provincianos. Si
bien mantuvo buenas relaciones con todos ellos, no quiso involucrarse en esa guerra fratricida.

En 1829, luego de que Rivadavia cayó en desgracia y Manuel Dorrego se hizo del poder, intentó
un regreso fallido. Cuando arribó al Río de la Plata, se encontró con que Lavalle había
derrocado y fusilado a Dorrego. Entonces, en respuesta al convite del gobierno a que
desembarcara, contestó: “En vista del estado en que se encuentra nuestro país y por otra parte
no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los partidos en cuestión, he resuelto con
ese objeto pasar a Montevideo, desde cuyo punto dirigiré mis votos para el pronto
restablecimiento de la concordia”.
Convencido de que, así las cosas, nada podía aportar su presencia, pegó la vuelta para ya no
regresar.

Exilio europeo

En Europa, siguió en contacto con el proceso político argentino, ya fuera recibiendo y


despachando correspondencia o entrevistándose con visitantes notables y antiguos
camaradas.

Los últimos 15 años de su vida coinciden con el segundo y extendido mandato de Juan Manuel
de Rosas. A la hora de valorar la gestión del hombre fuerte de la Confederación, privilegió su
defensa a ultranza de la soberanía sobre toda otra cuestión. En 1838, con motivo del bloqueo
francés, se puso al servicio del gobierno argentino y, años después, legó su legendario sable
corvo al Restaurador.

Celebró la gesta de la Vuelta de Obligado y, más tarde, el levantamiento del bloqueo inglés,
felicitando sin tapujos a Rosas: “Sus triunfos son un gran consuelo a mi achacosa vejez (…),
esta satisfacción es tanto más completa cuando el honor del país no ha tenido nada que sufrir
y por el contrario presenta a todos los nuevos Estados americanos un modelo a seguir”, un
lenguaje que enardeció a los opositores al régimen.

También vigilaba con ojo atento la evolución del capitalismo naciente. Cuando se produce el
movimiento comunero, la revuelta que sacudió a París en 1848, decide trasladarse a la apacible
Boulogne Sur Mer. En una carta de esa época alude a “la miseria espantosa de millones de
proletarios, agravada en el día por la paralización de la industria, el retiro de los capitales en
vista de un porvenir incierto, la probabilidad de una guerra civil por el choque de las ideas y
partidos”.

El mejor gobierno

Pese a que la vida del Padre de la Patria atravesó por etapas bien diferentes, que incluyen un
periplo europeo, otro americano y una prolongada pasividad otra vez europea, su pensamiento
no varió con el paso de los años, apenas lo necesario para adecuarlo a las cambiantes
circunstancias de ese tiempo histórico.

Cerramos esta breve reseña con una de las frases más reveladoras de sus convicciones
políticas: “El mejor gobierno no es el más liberal en sus principios, sino aquel que asegura la
felicidad de los que obedecen empleando los medios adecuados a este fin”.
Fuentes
Héctor Sáenz Quesada, (s.f), Ideas políticas del General San Martin. Recuperado de:
file:///C:/Users/to/Downloads/ideas-politicas-del-general-san-martin.pdf
Esteban Domina (2014), El pensamiento político de San Martin. Recuperado de:
http://www.lavoz.com.ar/temas/el-pensamiento-politico-de-san-martin

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