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He aquí el pasaje del Jugement du Roy de Novarre que trata de los judíos:
Las comunidades medievales tenían tanto miedo de la peste que su propio nombre les
horrorizaba; evitaban en lo posible pronunciarlo e incluso tomar las medidas debidas a riesgo
de agravar las consecuencias de las epidemias. Su impotencia era tal que confesar la verdad
no era afrontar la situación sino más bien abandonarse a sus efectos disgregadores, renunciar
a cualquier apariencia de vida normal. Toda la población se asociaba gustosamente a ese tipo
de ceguera. Esta voluntad desesperada de negar la evidencia favorecía la caza de los «chivos
expiatorios».2
En Les animaux malades de la peste, La Fontaine sugiere de manera admirable esta
repugnancia casi religiosa por enunciar el término terrorífico, en desencadenar, en cierto
modo, su poder maléfico en la comunidad:
El fabulista nos hace asistir al proceso de la mala fe colectiva que consiste en identificar
la epidemia con un castigo divino. El dios colérico está irritado por una culpa que no es
igualmente compartida por todos. Para desviar el azote, hay que descubrir al culpable y
tratarle en consecuencia o, mejor dicho, como escribe La Fontaine, «entregarle» a la
divinidad. Los primeros interrogados, en la fábula, son unos animales predadores que
describen ingenuamente su comportamiento de animal predador, el cual es inmediatamente
disculpado. El asno llega en último lugar y él, el menos sanguinario y, por ello, el más débil
y el menos protegido de todos, resulta, a fin de cuentas, inculpado.
En algunas ciudades, según creen los historiadores, los judíos fueron exterminados antes
de la llegada de la peste, por el mero rumor de su presencia en la vecindad. El relato de
Guillaume podría corresponder a un fenómeno de ese tipo, pues la matanza se produjo mucho
antes del paroxismo de la epidemia. Pero las numerosas muertes atribuidas por el autor a la
ponzoña judaica sugieren otra explicación. Si estas muertes son reales —y no hay ningún
motivo para considerarlas imaginarias— podrían muy bien ser las primeras víctimas de una
sola e idéntica epidemia. Pero Guillaume no lo cree así, ni siquiera retrospectivamente. A sus
ojos, los chivos expiatorios tradicionales conservan su poder explicativo para las primeras
fases de la epidemia. Sólo para las fases siguientes, el autor admite la presencia de un
fenómeno propiamente patológico. La amplitud del desastre acabó por desvirtuar como única
explicación el complot de los envenenadores, pero Guillaume no reinterpreta la serie
completa de los acontecimientos en fundón de su verdadera razón de ser.
Podemos preguntarnos, además, hasta qué punto el poeta reconoce la presencia de la
peste, pues evita hasta el final escribir la palabra fatídica. En el momento decisivo, introduce
con solemnidad el término griego y, según parece, excepcional en aquella época, de epydimie.
Evidentemente, esta palabra no funciona en su texto como lo haría en el nuestro; no es un
auténtico equivalente del temido término; es más bien una especie de sucedáneo, un nuevo
procedimiento para no llamar a la peste por su nombre, en definitiva, un nuevo chivo
expiatorio, pero, en esta ocasión, puramente lingüístico. Jamás ha sido posible, nos dice
Guillaume, determinar la naturaleza y la causa de la enfermedad de la que tantas personas
murieran en tan poco tiempo:
* * *
1
Oeuvres de Guillaume de Machaut, publicadas por Ernest Hoeppfner, I, Le jugement du Roy de Novarte,
Societé des anciens textes francais, 1908, págs. 144-145.
2
J.-N. Biraben, Les Hommes et la Peste en France et dans les pays européens et méditerranéens, París-La
Haya, 1975-1976, 2 vols.; Jean Delumeau, La peur en Occident, París, 1978.
3
3. I, cap. V, págs. 136-162.
4
J. Hansen, Zauberwahn, Inquisition und Htxenprozess im Mittelalter und die Entjtehung dar gormen
Hexenverfolgung, Munich-Leipzig, 1900; Jean Delumeau, op. cif., II, cap. II. Sobre el fin de los procesos de
brujería, leer Robert Mandrou, Magistrats et Svrciers, París, 1968. Ver también de Natalic Zemon Davis,
Society and Culture in Early Modern France, Stanford, 1975.