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Luis Britto García

DEMONIOS DEL MAR


Piratas y corsarios en Venezuela
(1528-1727)

INDICE
TOMO 2

CAPITULO 9.- LOS FILIBUSTEROS DE LA HERMANDAD DE LA


COSTA: (Predominio de filibusteros de La Tortuga y Jamaica, 1629-1671)

1.-Plantadores, bucaneros y filibusteros establecen la Hermandad de la Costa


-Filibusteros libres, igualitarios, fraternos
-La Asociación de los Señores de las Islas de América y los colonos
ingleses se reparten San Cristóbal
-Los fugitivos franceses e ingleses se refugian en la Española
-Los Caballeros de Malta establecen un reino en el Caribe
-Los bucaneros de La Española devienen cazadores cazados
-Bucaneros, plantadores y filibusteros invaden la Tortuga
-Ruy Fernández de Fuenmayor reconquista la Tortuga
-Los ingleses repueblan, los españoles reconquistan
-Levasseur establece la dominación de los hugonotes
-De Fontenay impone la dominación de los católicos franceses
-Los españoles reconquistan la Tortuga en 1653
-Los franceses retoman la Tortuga en 1659
2.-Los ingleses conquistan Jamaica y protegen el filibusterismo: 1655-1671
-La Revolución burguesa de 1645
-Cromwell renueva el poderío naval inglés
-El converso Thomas Gage predica la conquista inglesa del Caribe
-Cromwell lanza el Western Designa y conquista Jamaica en 1655
3.-Inglaterra se expande por el Caribe
4.-.La Restauración monárquica inglesa en 1660
5.-Thomas Modyford proyecta la conquista de Venezuela
-Una invasión desde Trinidad hasta Cartagena
6.- filibusteros de la Tortuga y Jamaica contra Venezuela
-El Cabildo de Caracas dispone auxilios para Santo Domingo
-Los ingleses capturan en 1655 una fragata que parte de Coro
-El inglés Cristopher Myngs asalta Cumaná, Puerto Cabello y Coro en
1659
-Los piratas ingleses lanzan cinco incursiones contra el Litoral Central en
1660 y 1661
-El pirata holandés Bernardo Jansen asalta Santo Tomé de Guayana en
1664
-Los capitanes Juan Gonzáles Perales y Esteban de las Hoces capturan la
nave pirata El Caballero Romano en 1665
-Los piratas franceses L'Olonnais y Miguel el Vasco saquean Maracaibo y
Gibraltar en 1665
-El pirata Miguel el Vasco asalta Maracaibo en 1667
-El pirata Henry Morgan saquea Maracaibo y Gibraltar en 1669
-El pirata Ansel asalta Cumaná en 1669
7.-Las guerras entre Inglaterra y Holanda 1652-1674

CAPITULO 10.- LOS FILIBUSTEROS DEL REY SOL (Predominio francés


1670-1697)

1.-El desarrollo del poderío naval francés bajo Luis XIV


-Alborada de un Rey
-Ascensión solar
-El cenit del poder
-El matrimonio con las aguas
-Los corsarios de monsieur le ministre
2.-Las guerras entre Francia y España: 1667-1668; 1672-1678 y 1687-1697
y la guerra de los corsarios
3.-Corsarios y filibusteros franceses en Venezuela
-Los corsarios franceses destruyen San Carlos en 1674
-Los corsarios franceses asaltan Margarita en 1677
-El conde D 'Estrées y los filibusteros asaltan Tobago en febrero de 1677
-Los corsarios franceses saquean Valencia en 1677
-El conde D Estrées asalta por segunda vez Tobago en diciembre de 1677
-El conde D'Estrées intenta la conquista de Curazao y encalla su flota en
Isla de Aves en 1678
-El filibustero Grammont asalta Maracaibo, Gibraltar y Trujillo en 1678
-El marqués de Maintenon asalta Margarita, Trinidad y la costa de Caracas
en 1678
-Grammont ataca La Guaira en 1680
-Los franceses toman Trinidad y ocupan las bocas del Orinoco en 1682
-Los piratas asaltan Chuspa y Arrecifes en 1686
4.-La guerra de España contra Francia 1687-1697
5.-La conquista de Haití por los filibusteros franceses en 1690
-Los piratas apresan la nave de don Cristóbal de Valenzuela en Trinidad en
1690
-Los corsarios franceses apresan una nave en La Guaira en 1696
-Crepúsculo

CAPITULO 11.- LOS CORSARIOS DE SU SACRARREAL MAJESTAD


(Predominio del corso español y el contrabando holandés 1793-1728)

1.-La Paz de Ryswick y la declinación del filibusterismo


2.-El auge de la economía del cacao a fines del siglo XVII y principios del
XVIII
-Los grandes cacaos
-El desarrollo de la flota mercante venezolana
-La creación de guardacostas para proteger el comercio
3.-La Guerra de la Sucesión 1700-1713
-Los piratas atacan a los indígenas y las autoridades en el Orinoco en 1701
-Un bergantín corsario de Santo Domingo apresa a una fragata corsaria
holandesa y combate contra siete traficantes holandeses en 1701
-Nueve naves corsarias holandesas apresan a las naves de cabotaje en aguas
de Trinidad en 1702
-Una balandra corsaria anglo-holandesa captura una fragata de registro en
Araya en 1702
-Los corsarios holandeses desembarcan en La Guaira en 1702
-La nave de Pedro de Febles es perseguida por corsarios y realiza una
arribada forzosa a La Guaira en 1702
-La Gobernación de Venezuela expide patente de corso para José López en
1702 y el marqués de Mijares en 1703, y arma una piragua corsaria
-Un corsario inglés captura indígenas de Guaranao en 1705
-Una nave holandesa vara en Coche en 1706
4-Intensificación del contrabando a principios del siglo XVIII
-El alcalde Juan Jacobo Montero de Espinoza expulsa a los contrabandistas
holandeses de Tucacas en 1710
-El gobernador José Francisco de Cañas organiza el resguardo naval, el
corso y la captura de contrabandistas a partir de 1711
-Los corsarios venezolanos Miguel Ramos y Simón de Lara capturan nueve
balandras holandesas y una piragua margariteña captura la nave holandesa de
Mathias Exticem en 1711
-Francisco de la Rocha Ferrer apresa la balandra contrabandista de
Bernardo Guillén en 1716
-El pirata Edward Teach "Barbanegra" asalta Trinidad en 1716
-Los franceses ocupan el Guarapiche en 1717
-Diego de Matos Montañés captura una nave holandesa en Puerto Cabello
en 1718
-Los habitantes de Guanare se amotinan en 1719 contra los procesos por
contrabando
5.-La guerra de España contra la Triple Alianza de Francia, Holanda e
Inglaterra 1717-1728
-Los holandeses incursionan por el Orinoco en 1720
-El intendente Olavarriaga se enfrenta con los contrabandistas holandeses
Mathey Cristian y Cristian Boon en Tucacas y en Morón en 1720
-Un corsario inglés captura a una fragata isleña en La Guaira en 1720
-El capitán José Campuzano Polanco captura dos botes de contrabandistas
en 1721 en Borburata
-Los guardacostas comandados por el conde de Clavijo capturan cuatro
naves entre Ocumare y Chuao en 1725
-Los corsarios españoles atacan barcos y puertos de las Antillas
neerlandesas
-Juan Francisco Melero y Alonzo Ruiz Colorado ejercen el corso y el
monopolio del comercio desde 1722
-Las autoridades coloniales destruyen San Felipe Cocorote en 1720, 1717 y
1724 para impedir el contrabando

CAPITULO 12. -LA GUERRA CONTRA LOS PIRATAS

1.-La cuestión jurídica: las normas para combatir y penalizar la piratería


2.-Laprotección a los navegantes: flotas y avisos
-La riesgosa carrera de las Indias
-Navegación en flotas
-Naves sueltas o de registro
3.-La organización de los resguardos navales
-La metrópoli crea resguardos navales para las Indias
-Los colonos crean flotillas de resguardo naval
4.-Las fortificaciones y defensas costeras
5.-Los tributos para costear la lucha contra los piratas
-Impuesto de habería
-Remisiones de impuestos por la guerra contra los piratas
-Contribución voluntaria de la Bula contra piratas e infieles
-Impuestos de armadilla, armada, corso y almirantazgo
-Decomiso de naves y bienes de invasores y cómplices
-Fondos y tributos especiales contra los piratas
-Gastos de defensa y fortificaciones navales
6.-La influencia de las incursiones piráticas en la distribución, localización
geográfica y jerarquía política de los centros poblados
-Los ataques de piratas y corsarios despueblan ciudades costeras
-Autoridades y vecinos emigran hacia las ciudades mejor protegidas
-El Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela coordina
la defensa militar contra piratas y corsarios de las Provincias de Margarita y
Nueva Andalucía
7.-La organización del resguardo y la vigilancia costera por la Compañía
Guipuzcoana a partir de 1727
CAPITULO 9.-LOS HERMANOS DE LA COSTA
(Predominio de filibusteros de La Tortuga y Jamaica, 1629-1670)

Y la muerte no tendrá dominio.


Y los muertos desnudos serán sólo uno
Con el hombre en el viento y la luna occidental;
Cuando sean descarnados y dispersos sus huesos,
Estrellas brotarán donde hubo hombros y pies;
Y aunque enloquezcan no perderán la razón,
Y aunque el mar los devore, resurgirán;
Y aunque los amantes se extravíen, perdurará el amor;
Y la muerte no tendrá dominio.

Dylan Thomas: Y la muerte no tendrá dominio.

1.-Plantadores, bucaneros y filibusteros establecen la Hermandad de la


Costa

Empezaron a aparecer los filibusteros en la época del cardenal de


Richelieu, cuando los españoles y los franceses se detestaban aún,
porque Fernando el Católico se había burlado de Luis XII, porque
Francisco I cayó prisionero en la batalla de Pavía; cuando este
odio era tan intenso que el falso autor de la novela política, que
tomó el nombre del cardenal de Richelieu, no temió llamar a los
españoles "nación insaciable y pérfida que convertía a las Indias
en tributarias del infierno"; cuando la Francia no tenía posesiones
en América y llenaban los mares los barcos españoles. Los
filibusteros fueron al principio aventureros franceses que apenas
llegaron a ser corsarios.

Voltaire: Diccionario filosófico.

-Filibusteros libres, igualitarios, fraternos

Hasta 1629, las oleadas de ladrones del mar revientan sobre las costas
americanas impulsadas por las mareas de las guerras de Europa. A partir de
ese año surge en el Caribe otro foco de perturbación: el del filibusterismo, una
nueva variedad de piratería libertaria y autónoma con bases en la costa
Nororiental de la Española, en las pequeñas islas cercanas de La Tortuga y
Petit-Goave y posteriormente en Jamaica.

Los pobladores ilegales de origen inglés, francés y holandés que se


establecen en la zona fraternizan por su condición de desterrados y se
diferencian según su ocupación. Hemos visto en el primer capítulo de esta
obra que los plantadores siembran tabaco y otros vegetales; los bucaneros
cazan ganado y puercos salvajes y preservan la carne ahumándola en una
parrilla o boucan; los filibusteros se hacen a la mar y asaltan barcos o
poblados. Los tres oficios son muy distintos y no necesariamente quien ejerce
uno se dedica a los demás. Pero plantadores, bucaneros y filibusteros se
ayudan entre sí y a partir de cierto momento no bien precisado se organizan en
una suerte de gremio o cofradía autónoma, con costumbres y tradiciones
propias: La Hermandad de la Costa.

El filibusterismo, que es como se denomina a la piratería caribeña


vinculada con la Hermandad de la Costa, imparte un carácter inédito a la
rapiña naval en aguas americanas. Hasta ese entonces, piratas, corsarios y
contrabandistas actúan bajo la protección más o menos solapada de algún
Estado europeo, en cuyos puertos o colonias tienen base, con cuyas
autoridades reparten el botín. Perros del Mar, Mendigos del Mar o Corsarios
de la Sal son falderos de la Reina, pedigüeños de las Repúblicas Unidas o
dependientes de la Compañía de las Indias Occidentales: pillan y matan con el
permiso o por la orden del poder establecido. El largo viaje transoceánico
requiere naves de calado considerable, tripulaciones numerosas y voluminosos
abastecimientos, lo cual a su vez los somete a las autoridades políticas y
económicas. No hay pirata sin la complicidad del poder.

Pero los pacíficos plantadores y bucaneros que se establecen en la parte


Noroeste de la Española, en la cercana Tortuga y posteriormente en Jamaica,
cuando devienen filibusteros lo hacen libremente y sin más autorización que
la de la misteriosa Cofradía de los Hermanos de la Costa. Hemos visto que en
asamblea igualitaria eligen sus almirantes, objetivos y estrategias;
fraternamente comparten penurias y botín y se ayudan entre sí; les basta un
barquichuelo insignificante y una pequeña tripulación de voluntarios para el
ejercicio de esta piratería que pudiéramos llamar artesanal y que sin embargo
opera ocasionalmente con grandes flotas y causa daños de enorme magnitud.

Durante un siglo, todas las potencias que se disputan el Caribe intentan


dominarlos: los anárquicos cofrades aceptan todas las alianzas pero se sacuden
todos los vasallajes. Vale la pena seguir el curso del fenómeno, que aunque se
inicia en aguas de las Antillas pronto tiene catastróficas consecuencias en el
territorio que después será Venezuela. Pampatar, Cumaná, La Guaira, las
haciendas del litoral central, Puerto Cabello, Coro, Maracaibo, Gibraltar e
incluso Trujillo son asaltadas por milicias de filibusteros.

-La Asociación de los Señores de las Islas de América y los colonos


ingleses se reparten San Cristóbal

El origen de los Hermanos de la Costa es incierto; como dice Haring,


acaso fueron desertores, tripulantes de naves náufragas y aun probables
cimarrones (*). (Haring: Los bucaneros de las Indias Occidentales, p. 64.
Sobre el modo de vida de plantadores, bucaneros y filibusteros véase la
Introducción de esta obra). Quizá engrosan su número antiguos colonos de
Barbada y Santa Lucía, islas ocupadas por los británicos desde 1607 (*).
(Elliot Dooley : Piratas y corsarios; Editorial Bruguera, Barcelona, 1970,
121). En 1624, ingleses al mando de Thomas Warner se apoderan de San
Cristóbal (Saint Kitts) para establecer plantaciones. Los caribes casi los
expulsan: los salva la providencial llegada de una expedición francesa
mandada por Pierre Belain d’Esnambuc, quien, derrotado por un galeón
español, encalla en los arrecifes de la pequeña isla. El náufrago D'Esnambuc
es agente de los planes de expansión americana de Richelieu: el cardenal es
socio capitalista con 10.000 libras de la Association des Seigneurs des isles de
l' Amerique, junto con el intendente general de la marina, el presidente del
tribunal de cuentas y el tesorero de la caja de ahorros (*). (Arciniegas:
Biografía del Caribe, p. 183). Warner es concesionario y teniente del Rey
Carlos I, y está financiado por un grupo de sólidos negociantes. El gobernador
inglés recibe con los brazos abiertos a los Señores de las Islas franceses: los
necesita para masacrar a los caribes. Hecho lo cual, galos y anglosajones se
reparten amistosamente la isla(*). (Dooley: op. cit. p. 122).

D' Esnambuc regresa a Francia. Richelieu le encomienda el mando de una


flota con trescientos hombres para ocupar las islas desiertas entre los 11 y 18
grados de latitud y liquidar a los ingleses; el comisionado cumple la primera
orden y olvida la segunda. Gracias a ello puede hacer frente con sus aliados al
contraataque español de don Fadrique de Toledo en 1629. Los españoles
arriban en 35 galeones y 14 buques armados en guerra, reconquistan Nevis,
caen sobre los colonos de San Cristóbal, los barren, incendian casas y
plantaciones. Trescientos ingleses se refugian en las montañas del interior; los
sobrevivientes franceses huyen en dos buques hasta San Martín. Los íberos
regresan a sus bases convencidos de haber aniquilado la expansión inglesa y
francesa en el Caribe (*). (Juan Bosch: De Cristóbal Colón a Fidel Castro: el
Caribe, frontera imperial; pp. 192-193). Pero ésta apenas comienza.

-Los fugitivos franceses e ingleses se refugian en la Española

El resultado de la despoblación de San Cristóbal es la repoblación de la


Española: Haring sostiene que el número de habitantes ilegales de ésta
"aumentó en 1629 con los colonos que huyeron de Saint Kitts ante la
presencia de don Federico de Toledo" (*). (Op. cit. p.64). Pues el ataque los
reduce a una errancia entre las islas de Monserrate, San Martín, San
Bartolomé y el Aguila, inseguros refugios poblados por belicosos caribes.
Sólo al cabo de este éxodo llegan a la despoblada costa Noroeste de La
Española y a La Tortuga. Entre ellos hay ingleses, holandeses, franceses. Su
procedencia preocupa más a los historiadores que a ellos mismos: congenian
sin discriminarse. Como testimonia el reverendo padre Jean-Baptiste Labat,
ocasional capellán de bucaneros y filibusteros, los franceses e ingleses "sea
que estuviesen en guerra o en paz en Europa, eran amigos desde que ponían
pie en la isla y no conocían otros enemigos que a los españoles"(*). (Jean-
Baptiste Labat: Viajes a las islas de la América; Casa de las Américas, La
Habana, 1979, p. 231). Mas bien quieren olvidar sus patrias, y hasta sus
propios nombres.

-Los caballeros de Malta establecen un reino en el Caribe

Esta lenta infiltración no satisface las apetencias del cardenal Richelieu.


Para recuperar San Cristóbal envía a Philipe de Lonvilliers de Poincy,
mayordomo de la Orden de Malta, con los títulos de gobernador de San
Cristóbal, Martinica, Guadalupe y María Galante. El mayordomo arriba con
considerables refuerzos, entrega armas modernas a los colonos, los organiza
en doce compañías, construye un castillo de dos plantas que domina la bahía,
lanza expediciones que le dan el dominio sobre catorce islas, las puebla con
cinco mil colonos, protege a los piratas de la zona, se rodea de un séquito de
300 esclavos y 100 sirvientes y encarcela a un revisor de la compañía que se
atreve a supervisarlo. (*). (Arciniegas: Biografía del Caribe, pp. 188-189). El
emprendedor De Poincy fija pronto su atención en dos de las islas con
mayores asentamientos espontáneos de europeos no ibéricos: La Española y
La Tortuga.

-Los bucaneros de La Española devienen cazadores cazados


La Española, parte de la cual será llamada después Santo Domingo, es un
tentador refugio para el heterogéneo grupo de merodeadores que se hacen
bucaneros para aprovechar la carne y los cueros del ganado silvestre. Bien
señala Sparke, uno de los oficiales de John Hawkins, que "en S. Domingo, una
isla cuyos descubridores llamaron Hispaniola, hay tal abundancia de ganado y
el crecimiento es tan grande, que a pesar de los sacrificios diarios para obtener
sus pieles, no es posible disminuir su número, sino que las reses son devoradas
por perros salvajes, cuyo número es tal que, permitiéndoles merodear por
bosques y montañas, ellos comen y destruyen 60.000 al año y, sin embargo,
no parecen mermar" (*). (Sparke: op. cit. p. 88).

Sin proponérselo, los españoles facilitan la instalación de los visitantes. Al


igual que el resto de las colonias, La Española padece por falta de
comunicación con la metrópoli. El arzobispo Dávila y Padilla solicita en vano
de ésta el envío de naves que comercien con la desamparada Banda del Norte.
A falta de buques españoles, arriban los contrabandistas. Los colonos acuden a
venderles cueros, maderas, sebo y tabaco a la feria del tráfico en Guanahibes,
al Noroeste de La Española. El comercio ilegal de los Países Bajos en la zona
llega a 800.000 florines al año; algunos funcionarios se esconden de noche en
los bosques para escapar de los contrabandistas; un oidor de la Real Audiencia
escapa mientras lo persiguen a tiros y su escribano es apresado durante dos
meses en la bodega de un buque; un vecino arrebata a otro escribano una
proclamación contra el trueque ilícito y se la rompe en la cara; a principios de
1600 el deán de la Catedral de Santo Domingo decomisa a sus feligreses unas
trescientas Biblias luteranas (*). (Juan Bosch: De Cristóbal Colón a Fidel
Castro: el Caribe frontera imperial; p. 186).

Las autoridades planean un remedio peor que la enfermedad. El alférez y


escribano de la Real Audiencia Baltazar López de Castro propone el traslado
de vecinos y ganados hacia el Sur; tras enzarzadas disputas con las
autoridades, Felipe III accede a su petición. El gobernador Antonio de Osorio
es encargado desde 1605 de ejecutar el paradójico plan de despoblación. El
30 de enero de ese año Paulus van Caerden, general de una armada holandesa,
presenta solemnemente a las autoridades y vecinos de La Española una
proclama donde Mauricio de Nassau y los Estados Generales de las Provincias
Belgas ofrecen ayuda militar contra las despoblaciones, pero el respaldo no se
concreta(*). (Juan Bosch: De Cristóbal Colón... p. 187). Por real orden son
destruidas en 1606 las poblaciones de Puerto Plata, Montecristi, Bayajá y
Yaguana o Santa María del Puerto. Con los vecinos de estas dos últimas se
funda el poblado de Bayaguana; con los de las dos primeras, Monte Plata (*).
(José Gabriel García: Compendio de la Historia de Santo Domingo, Tomo I.
pp. 147-148 ). Los colonos en retirada incendian pueblos, bosques, prados; el
mulato Hernando de Montoro encabeza una inútil rebelión contra el éxodo. A
mediados de 1606 un tercio de La Española está deshabitado.

Los inmigrantes ilegales se instalan en el vacío demográfico creado por los


propios españoles. Estos se arrepienten pronto de su retirada. En 1924,
alarmados por la reciente conquista de San Cristóbal por Warner y D’
Esnambuc, el gobernador Diego de Acuña y el prelado Pedro de Oviedo
organizan un servicio de montería contra los bucaneros. Hasta esta vigilancia
da lugar a abusos. Felipe IV, en Real Cédula de noviembre de 1625, ordena
que tales recorridos se hagan con gran moderación, y vigilando que los
soldados no se dediquen a los mismos tratos y granjerías que deben prevenir.
(*). (García: op. cit. p. 152). El servicio está integrado por un costoso cuerpo
de quinientos lanceros, organizados en compañías de cincuenta hombres que
los franceses llaman "cinquantaines"(*). (Haring: op. cit. p. 68). Estos tropeles
acometen en gran número y montados, como caballeros medievales; los
bucaneros se defienden con certeros disparos de sus largos rifles.

En 1630 el alarmado monarca ordena a Federico Alvarez de Toledo -


también conocido como Fadrique de Toledo- quien prepara una escuadra para
arrebatar el Brasil a los holandeses, que inicie su campaña con un operativo de
aniquilación de los bucaneros. El comandante cumple con su característica
energía (*). (García: op. cit. p. 153). Como algunos perseguidos sobreviven, se
inaugura una táctica de tierra arrasada que luego se reeditará en todas las
guerras de contrainsurgencia. Y así, narra el célebre cirujano de los
filibusteros Alexandre Olivier Exmelin que

Los españoles, viendo que no pueden con sus cincuentenas destruir a los
franceses, ni hacerlos abandonar la isla, o por lo menos la caza, resuelven
destruir el ganado a fin de obligar, por estos medios, a los bucaneros a
dejar todo. Esta destrucción es la causa de que al presente su número
comience a disminuir(*). (Exmelin: Journal de bord du chirurgien
Exmelin, p. 42. En este capítulo, como en el resto de la obra, citamos el
apellido del cirujano de los piratas respetando las distintas ortografías
que le atribuyen las diversas ediciones de sus Memorias que hemos
consultado).
Perseguidos por los tropeles de caballería, privados de carne por las
hecatombes de ganado y los incendios, plantadores y cazadores bucaneros son
de nuevo acorralados contra el mar, que parece confundirse con su destino.

-Bucaneros, plantadores y filibusteros invaden La Tortuga

Así los bucaneros emigran a La Tortuga, una mínima isla a poca distancia
de la costa Noroeste de La Española a la cual, repetimos, no se debe confundir
con la que lleva el mismo nombre en Venezuela. No obstante su pequeñez, en
aquella hay cerdos salvajes y otras presas, y es posible mantener sembradíos.
La retirada, antes que tranquilizar a los españoles, exacerba sus temores.
Algunos plantadores y cazadores, cansados de soportar la violencia, deciden
ejercerla: se hacen a la mar en barquichuelos, asaltan cuanto barco o poblado
mal defendido encuentran. Es decir, se hacen filibusteros. La asociación de las
tres especialidades en esa suerte de gremio medieval llamado la Cofradía de la
Hermandad de la Costa los hace más peligrosos: plantadores y cazadores
procuran alimentos; abastecidos por ellos los filibusteros amplían sus
correrías y surten a sus proveedores de herramientas y de armas. Los
españoles contestan a partir de 1630 con intermitentes asaltos a la peligrosa
base. Como señala Haring:

Es probable que estos cazadores acudieran a Tortuga antes de 1630


porque hay noticia de haber sido enviada desde la Española, una
expedición armada contra la isla en 1630 o 1631, y del reparto del
despojo hecho al regreso en la ciudad de Santo Domingo (Bibliothèque
Nationale, nuevas adquisiciones, 9-334. f. 48). Parece haber sido
entonces cuando los españoles dejaron en Tortuga un oficial con veinte y
ocho soldados, escasa guarnición que, según Charlevoix, fue encontrada
allí al retorno de los cazadores. Los soldados españoles se hallaban ya
cansados de su destierro en aquella roca solitaria e inhóspita y la
desocuparon con la misma satisfacción con que franceses e ingleses
reasumieron su ocupación. Por lo que dicen ciertos documentos de los
archivos coloniales británicos puede colegirse que desde el principio
preponderaron los ingleses en la nueva colonia, donde ejercían autoridad
casi absoluta
(*). (Haring: Los bucaneros... p. 65).

Los acosados bucaneros buscan protección inglesa: la de la sociedad que


los británicos han establecido el 4 de diciembre de 1630 en Norteamérica con
el nombre de "Compañía de aventureros para las labranzas de las Islas de
Providencia, Henrieta e islas adyacentes". Ante ésta manifiestan que "los
colonos de la isla de Tortuga deseaban que la Compañía los tomase bajo su
protección y que se encargase de fortificar la isla, mediante una vigésima parte
de los productos anualmente recogidos allí". El duque de Holland, gobernador
de la Compañía, solicita del Rey una ampliación de su privilegio en varios
grados de latitud norte, para que La Tortuga quede comprendida en él, y envía
un buque para proteger el establecimiento insular con seis piezas de artillería,
municiones, víveres y una fuerza de aprendices o engagés. Al mando de la
colonia designa al capitán Anthony Hilton, uno de los escapados de Nevis
cuando el ataque de Fadrique de Toledo; como suplente nombra al capitán
Cristóbal Wormley. La dureza de las condiciones de la isla y su continua
exposición a los ataques dificulta el desempeño de Hilton; la Compañía recibe
noticias de que éste, con la mayoría de sus hombres, proyecta dejar el sitio.
Pero el acoso español decide la cuestión.

-Ruy Fernández de Fuenmayor reconquista la Tortuga

Con los contratiempos que sufren los colonos vienen las intrigas. Un
sargento mayor irlandés llamado Juan Morf o John Murphi se pelea con las
autoridades inglesas, escapa a Cartagena, y el Gobernador de ésta lo remite a
don Gabriel de Gaves, presidente de la Audiencia de Santo Domingo. El
fugitivo facilita a la Audiencia todos los informes que ésta requiere sobre las
fuerzas de los bucaneros en la Tortuga (*). (Haring: op. cit. p. 67).
Don Gabriel de Gaves fallece; el oidor Alonso de Cereceda, presidente
interino de la Audiencia, prepara una expedición contra la isla rebelde. En
diciembre de 1634 la pone al mando de Ruy Fernández de Fuenmayor,
experimentado general de galeras y veterano en encuentros contra piratas. A
principios del año inmediato, el comandante Fernández marcha al puerto de
Bayaba al frente de 150 "hombres de lanza"; junta allí fuerzas con los 50
soldados a las órdenes del capitán Francisco Turrillo de Yebra y zarpa con
ellos en cuatro naves. El desembarco es desastroso. Antes del amanecer, la
flotilla española encalla en los traicioneros arrecifes que custodian la
ensenada; el comandante llega a tierra con una treintena de compañeros. El
puerto está dominado por una batería de seis cañones; en la isla hay
seiscientos hombres armados. Sin desanimarse, Ruy Fernández se apodera del
fuerte y dispersa un contingente que se le opone comandado por el gobernador
británico. Los isleños contraatacan y recuperan el baluarte, pero sólo para
clavar los cañones y huir con lo que pueden llevar a cuestas en los buques
surtos en el puerto, donde sólo dejan un patache y dos barcos desmantelados.
Entretanto, el grueso del cuerpo expedicionario desembarca de la encallada
armadilla. Ruy Fernández los comanda contra una fuerza de varios centenares
de ingleses, mata 195 de ellos, pone en fuga a los restantes, toma 39
prisioneros, libra la población al saqueo y ordena quemar las siembras de
tabaco y dos urcas echadas de través en el puerto. La victoriosa expedición
regresa a Santo Domingo en el resto de su maltrecha flota, exhibiendo como
trofeos las seis piezas de artillería, 123 mosquetes y cuatro banderas
capturadas. (*). (AGI, Santo Domingo, legajo 75, cit. por Lucas Guillermo
Castillo Lara: Las acciones militares del gobernador Ruy Fernández de
Fuenmayor, 1637-1644; p. 22).

Como hemos visto, Ruy Fernández de Fuenmayor es luego gobernador y


capitán general de la Provincia de Venezuela en 1642, y en su cargo acomete
la persecución de la piratería con el mismo rigor con que la combatió en La
Tortuga: prepara milicias y embarcaciones para tal fin, emprende una
infructuosa reconquista de Curazao que no pasa de ocupación temporal de
Bonaire, y resiste exitosamente la embestida de la flota inglesa de Jackson
cuando ésta acomete contra La Guaira.

-Los ingleses repueblan, los españoles reconquistan

Pero las violencias pasan sin dejar mayor huella. Los españoles vencen;
una vez más mas no encuentran aliciente para ocupar permanentemente el
solitario peñasco. En abril del siguiente año la Compañía de Providencia
designa al capitán Nicolás Riskinner gobernador de Tortuga; en 1636 hay
noticias ciertas de que está en posesión de la isla, donde habitan cerca de un
centenar de ingleses y centenar y medio de negros que ofrecen surtir a La
Tortuga con 200 reses sacadas de la Española; pero en 1637 la Compañía
detiene un proyecto para el envío de hombres y municiones a la pequeña isla
ante la noticia de que sus habitantes han emigrado a La Española. Algunos
deben quedar en La Tortuga, porque el general don Carlos Ibarra cae en 1638
sobre ella, pasa a cuchillo a los pobladores que encuentra y vuelve a destruir
las edificaciones(*). (Charlevoix: Histoire de Saint Domingue, lib. VII pp. 9-
10, citado por Haring: Los bucaneros... p. 68). Pero de nuevo descuida dejar
una guarnición fija. Otra vez los testarudos sobrevivientes regresan a sus
guaridas y las reedifican.

Es tal la cantidad de ataques, contraataques, despoblaciones y


repoblaciones, que parece que se estuviera combatiendo por El Dorado y no
por un mínimo islote. La intermitente contienda da idea del empecinamiento
con el que las potencias competidoras de España le disputan el Caribe y de la
importancia estratégica que para ellas reviste una base desde donde acechar el
paso de las flotas ibéricas. Por ello, poco después de la última incursión
exterminadora, un aventurero inglés llamado Villis desembarca en la Tortuga
con 200 compatriotas procedentes de la isla de Nevis, cerca de San
Cristóbal(*). (Exmelin: op. cit. Anexos, p. 331) . A pesar de que los pocos
sobrevivientes franceses lo reciben con amabilidad, al cabo de cuatro meses
los desarma y destierra a varios de ellos hacia La Española. El islote deviene
temporariamente base inglesa.

-Levasseur establece la dominación de los hugonotes en La Tortuga

Algunos de los franceses fugitivos llegan hasta San Cristóbal y cuentan sus
desventuras a monsieur De Poincy, Gobernador general de su Majestad de las
islas de América. Este decide instalar en La Tortuga un Gobernador que
asegure la codiciada base para Francia. A tal efecto, envía en l640 en una
pequeña barca con medio centenar de hombres a Levasseur, quien "no
solamente era hombre de ingenio y de corazón, buen ingeniero y buen capitán,
sino también dueño de un conocimiento pormenorizado de las islas de
América"(*). (Exmelin: op. cit. anexos, p. 331). Por otra parte, su condición
de hugonote lo hace incómodo para las autoridades de San Cristóbal y la
expedición es una buena excusa, como dice su contemporáneo el historiador
Jean Baptiste Dutertre, para "hacer salir con honor a los heréticos". No hay
duda de que la cuestión religiosa tiene su peso en la empresa: en el primer
artículo del contrato de colonización acordado entre de Poincy y Levasseur, se
acuerda "libertad de conciencia igual a las dos religiones" (*). (Jean Baptiste
Dutertre: Histoire génerale des Antilles habitées; París, T. Iolly, 1667, T. I. p.
168). Por la vía del contrato, la base filibustera adopta su propio edicto de
Nantes.

El emprendedor ingeniero desembarca en La Tortuga en 1640. Los colonos


y bucaneros franceses se sublevan contra los ingleses, pillan sus posesiones y
los ponen en fuga (*). (Exmelín: op. cit. anexos, p. 332). Según J. y F. Gall,
Levasseur se presenta ante Villis, solicita una nueva elección de gobernador y
enfrenta la negativa con un duelo incruento. Vencedor en él, es aclamado por
los pobladores (*). (Gall: El filibusterismo, p. 94). Sea cual fuere la realidad,
los secuaces de Villis regresan, intentan un inútil sitio de diez días y huyen a
Providencia (*). (Charlevoix: Histoire de l ' isle ou de S. Domingue, lib. VII,
París, 1732, pp. 10-12, cit. por Haring: Los bucaneros... p. 69). Tampoco allí
les espera buena fortuna: Providencia es reconquistada por los españoles en
1641.
Levasseur aprende de la tormentosa historia de conquistas y reconquistas de
la isla y la fortifica con infatigable diligencia. Quizá también tiene en mente la
masacre de hugonotes de la noche de San Bartolomé. En la colina que domina
el único desembarcadero, instala terrazas capaces de alojar centenares de
defensores; en la cumbre de ésta edifica el fuerte de La Roche (la Roca) que
comprende su residencia, un almacén y una batería de dos cañones,
edificaciones accesibles sólo mediante una escala de hierro que puede ser
retirada a voluntad de un empinado camino de peldaños excavados en la roca,
por el cual no pueden avanzar más de tres hombres de frente (*). (Bosch: op.
cit. p. 200). Quizá el nombre del baluarte es una remota alusión al de La
Rochelle, rebelde bastión puritano en la Francia católica. En resumen, según
testimonia Dutertre, "no omitió nada de lo que puede hacer un buen ingeniero
para hacer a la fortaleza intomable" (*). (Op. cit. T. I. p. 171)

Las precauciones del Gobernador no son vanas. En 1643 una fuerza de


seiscientos españoles arriba en seis naves desde Santo Domingo. Levasseur les
hunde un buque a cañonazos; los restantes se retiran dos leguas a sotavento y
desembarcan su infantería en la cercana playa de Cavonne. Allí caen en una
emboscada y pierden un centenar de hombres antes de retirarse. La derrota es
contundente: los españoles dejan pasar mucho tiempo antes de intentar la
reconquista. (*).(Haring: op. cit. p. 71). Esta se convierte en la obsesión del
gobernador Nicolás Velasco Altamirano, quien asume el mando en 1646 y ya
en 1848 envía una expedición contra el islote, pero, según apunta José Gabriel
García, "suponiendo más débil de lo que era al enemigo, emprendió la
operación con menos fuerzas, así de mar como de tierra, de lo que su
importancia requería, sufriendo por consiguiente el desencanto de ver
malogradas sus esperanzas y menoscabados sin provecho los elementos que
tanta falta le hacían para hacer frente a cualquiera eventualidad"(*). (García:
op. cit. p. 158).

Levasseur respira tranquilo. No hay fuerza que pueda desalojarlo.


Afianzado en su invulnerable baluarte, ofrece protección e impunidad a todo
tipo de aventureros. Los agricultores reinician sus siembras de tabaco y
azúcar. Contando con una retirada segura, los bucaneros incursionan más
profundamente en La Española, incrementan su cacería de ganado, saquean
haciendas, fundan colonias en Port Margot y en Port de Paix. El resentimiento
contra los españoles y la codicia del botín incita a muchos de los cazadores
bucaneros a hacerse a la mar como piratas. Bajo la administración de
Levasseur el refugio bucanero deviene base filibustera para lanzar
expediciones, reparar naves, reponer fuerzas, repartir botines y avanzar la
futura conquista de La Española.

Parapetado en su fortaleza, a la que llama "mi palomar", Levasseur se


siente inamovible, y "comenzó a maltratar a los habitantes, exigiéndoles más
tributo del que podían pagar; y para obligarlos, los hacía encerrar en prisión en
una máquina de hierro, donde los atormentaba tan cruelmente que le aplicaron
el nombre de infierno"(*). (Exmelin: Journal de bord du chirurgien Exmelin;
anexos, p. 334). También deja de sentirse perseguido por su confesión
calvinista y pasa -según los historiadores jesuitas- a perseguir a los católicos.
El pagano Caribe se convierte así en escenario de los furores teológicos que
devastan Europa. Al mando de sus hugonotes, Levasseur prohibe el culto
católico, exilia al sacerdote y quema la capilla: así manda durante 13 años,
como dice Dutertre, "más como Rey que como gobernador"(*). (Dutertre: op.
cit. T. I Cap VI p. 171-174). Requerido por De Poincy para que entregue el
botín de una imagen de plata de la Virgen porque la misma carece de uso para
los protestantes, Levasseur le remite otra de madera pintada, ya que los
católicos serían "trop spirituels pour tenir à la matière". De Poincy no aprecia
la sutileza del argumento. Más bien le parece que Levasseur desea añadir la
autonomía política a la autonomía religiosa de su ínsula: quizá proyecta una
república de hugonotes como las planeadas por el visionario almirante Gaspar
de Coligny. El católico procura atraer al puritano hasta San Cristóbal para
deponerlo fuera del "palomar". Levasseur no cae en el lazo. De Poincy prepara
entonces una poderosa expedición contra su anterior protegido. A tal fin envía
a La Tortuga a principios de 1653 al devoto católico Timoleon Othman de
Fontenay -designado como sucesor de Levasseur- y a su sobrino De Treval, al
mando de varias naves y de centenares de hombres(*). (Haring: op. cit. p. 86).

-De Fontenay impone la dominación de los católicos franceses en La


Tortuga

Mientras la poderosa flota avanza hacia la fortaleza inexpugnable, ésta es


tomada del único modo posible. Los dos mejores amigos de Levasseur son sus
lugartenientes y herederos Martín y Thibault. Este último está prendado de
una bella joven, de quien Levasseur habría abusado. Martín y Thibault
acechan el paso de Levasseur por una ventana. Cuando ven su imagen,
disparan una descarga de arcabuzasos. El espejo que refleja a Levasseur cae
deshecho. Thibault entra en el local y encuentra al mandatario apenas herido
que corre a buscar su espada. Antes de que pueda alcanzarla, los conjurados lo
acribillan a puñaladas. Levasseur expira a la manera de César, exclamando
"eres tú, Thibault, quien me mata". Al desplomarse, pide un sacerdote para
morir católico. Tal es, por lo menos, la edificante versión del historiador
católico Dutertre (*). (Dutertre: op. cit. T. I pp. 174-176).

Pero la sincronía del asesinado con el arribo de la flota encabezada por la


nave de 22 cañones comandada por De Fontenay, y las sorprendentes
negociaciones en las cuales los homicidas se le rinden a cambio de la
impunidad y del disfrute de la herencia del difunto, hacen pensar en una
sórdida componenda (*). (Exmelin: op. cit. anexos, p. 334). En digno remate
de ella, De Poincy y De Fontenay se apoderan de los bienes prometidos a los
asesinos, y disponen que “en lo que toca al dicho Le Vasseur, consentimos
que todos sus bienes, oro, plata, sea en barra, pedrerías, joyas, tierras, ingenios
azucareros, instrumentos para elaborar aguardiente, esclavos... sean
repartidos” (*). (Patrick Villiers, Philipe Jacquin, Pierre Ragon: Les
européens et la mer: de la découverte à la colonisation (1455-1860; Ellipses,
Tours, 1997, p.77). Se verifica así que Levasseur, al igual que otros
plantadores, era precursor de la economía de la caña, el azúcar y el
aguardiente que en los siglos inmediatos dominaría la vida antillana.

De Fontenay asume el mando bajo el título oficial de Real Gobernador de


Tortuga y de la Costa de Santo Domingo, aumenta el número de bastiones de
piedra y de cañones, restablece el catolicismo y se convierte al filibusterismo.

-Los españoles reconquistan La Tortuga en 1653

Los que antes, por sólo enemigos, y Franceses merecian la


muerte. Oy por enemigos, Franceses fementidos a la
palabra, y fee dada, por invasores y piratas, fue delito y
crueldad averles quitado la vida!

Juan Francisco de Montemayor: Discurso político,


histórico, jurídico del Derecho y repartimiento de presas y
despojos aprehendidos en justa guerra, premios y castigos
de los soldados.

Poco dura el flamante Real Gobernador. El Rey de España pierde la


paciencia ante el irreductible islote. Una vez más expide instrucciones al
Presidente de Santo Domingo para que lo someta. Ocupa el cargo don Juan
Francisco de Montemayor y Cordova, quien además ostenta los altisonantes
títulos de señor de la villa de Alfozea en el reino de Aragón, miembro del
Consejo de Su Majestad, presidente de la Real Audiencia y Cancillería, oidor
más antiguo de la Real Cancillería de la Nueva España en la Imperial Ciudad
de México y consultor del Santo Oficio de la Inquisición.

Pocas personas más conscientes del problema: don Juan Francisco de


Montemayor, hombre de pluma, escribe que "hallábase la Isla Española desde
algunos años antecedentes al de 1653 muy trabajada, y oprimida de los
continuos robos, e invasiones que los enemigos que habitan las Islas
cincunvezinas de Barlovento hazia a sus naturales, sin poderlo evitar, por
darse la mano con los que ocupaban la de la Tortuga, distante desta Española
menos de dos leguas por la vanda del Norte, tan dueños de las haziendas, y
hatos que estan en sus costas, y en las del Oeste, y Sur, distrito de mas de
ciento y sesenta leguas que se rancheavan en ellas por tiempos con todo
desahogo, y seguridad, llegando a tener ya en sus costas más de 22
poblaciones, o rancherías con harto número de gentes en ellas"(*). (Juan
Francisco de Montemayor y Cordova: Discurso político, histórico, jurídico
del Derecho y repartimiento de presas aprehendidas en justa guerra, premios
y castigos de los soldados; Amberes, Juan Struald, 1683, p. 1).

En menos de un mes don Juan Francisco de Montemayor reúne quinientos


hombres, apresta cinco embarcaciones, las arma, las aprovisiona y
encomienda el mando al capitán don Gabriel de Roxas Valle y Figueroa, quien
zarpa el 4 de diciembre de 1653. El mal tiempo dispersa las naves, los
arrecifes dañan dos de ellas, la artillería del fuerte las maltrata, pero según
narra el minucioso Montemayor:

Llego a los diez de Enero, la Armada y gente, al paraxe destinado, y en


conformidad de lo dispuesto por las instrucciones, al punto de medio dia
(segun la Orden expresa particular que para ello di) y avista del enemigo,
salto nuestra gente en tierra, en la dicha isla de la Tortuga, y marchando
en la mejor orden que se pudo, por la aspereza de aquellos montes,
despues de haver rechazado al enemigo, y ganadole algunas poblaciones,
y puertos importantes, le sitiaron, y batieron por ocho dias continuos al
Castillo, y fuerça que tenia con mas de quarenta y quatro pieças de
artillería encabalgadas donde se avia retirado Monsieur Timoleon
Othman de Fontenay, Cavallero Frances de la Religion de Don Juan,
Gobernador de aquella Isla y Plaça por el Rey Christianissino de
Francia, con toda su gente, que passava de mas de quinientos hombres de
armas sin las mujeres, y niños(*). (Montemayor: Discurso... p. 22).
Thibault, el asesino de Levasseur, trata de arrojar una granada a los
sitiadores y ésta explota volándole el mismo brazo con el cual apuñaló a su
protector (*). (Dutertre: op. cit. T. I. p. 179, y Exmelin: op. cit. anexos. p.
335). Al noveno día de asedio, De Fontenay se rinde, "dexando bastimentos
para mas de mes y medio; cantidad de armas, polvora, balas, cuerda, y otros
peltrechos y prevenciones de guerra, ochenta y seis pieças de artillería, y
algunas de bronze, onze embarcaciones menores, y tres baxeles en el puerto,
de los quales se entregaron dos al enemigo rendido, para hazer viage a
Francia, en conformidad con lo pactado"(*). (Montemayor: Discurso... p. 22).

Los vencedores incendian el poblado y vuelven a Santo Domingo cargando


con cañones, municiones y esclavos. Esta vez dejan en el fuerte una
guarnición permanente de 150 soldados. Poco después De Fontenay intenta
recapturar la isla. La guarnición española derrota a los invasores y captura
gran parte de éstos. El riguroso Montemayor ejecuta contra ellos una sumaria
justicia, ya que, como luego explica, son

Franceses enemigos, fementidos, ó violadores de la fee, y palabra dada,


cossarios, y piratas, por todas leyes, derechos, y cédulas, arriba alegadas,
merecían la muerte. Hizoseles causa sumaria. Confessaron ser de los que
havian salido rendidos de la Tortuga debaxo de la fee, y pactos referidos.
Condenoseles a muerte, executose arcabuzeandolos.
Luego hizose justicia: sin que sea delito haverle hecho a sangre fría.
Porque los delincuentes ordinariamente no se castigan en el acto del
delito, sino despues con conocimiento de causa(*). (Montemayor: op. cit.
p. 55).

Los filibusteros muertos son enterrados; don Juan Francisco de


Montemayor y Cordova escribe un enjundioso Discurso político, histórico,
jurídico, del Derecho y repartimiento de presas y despojos, aprehendidos en
justa guerra, premios y castigos de soldados, donde narra la reconquista de La
Tortuga y examina exhaustivamente el problema de la ilegitimidad del oficio
pirático y la legitimidad de los botines.

Como el fénix, la base filibustera resurge de sus cenizas. En 1655 irrumpe


en el Caribe la formidable expedición enviada por Cromwell para convertirlo
en un lago británico. El conde de Peñalva, presidente de Santo Domingo,
llama en su auxilio a la modesta guarnición de La Tortuga, ordenándole
enterrar las armas y derruir el fuerte. En la isla sólo quedan para defender los
derechos españoles dos letreros, uno en castellano y otro en "pésimo
inglés"(*). (Haring: op.cit. p. 118)

El general Brayne, gobernador de la recién conquistada Jamaica,


encomienda a Elías Watts el gobierno de La Tortuga; éste reúne centenar y
medio de colonos entre ingleses y franceses. La isla reasume plenamente sus
funciones de base de lanzamiento de incursiones piráticas, entre ellas el
devastador saqueo de Santiago en La Española, en 1659.

-Los franceses retoman La Tortuga en 1659

Pero en 1659 el francés Jeremías Deschamps, señor de Rausset, logra de


Luis XIV el nombramiento como gobernador de la Tortuga, y consigue del
Consejo de Estado inglés una orden para que el coronel Doyle, gobernador de
Jamaica, le reconozca tal investidura, de la cual se encarga el año inmediato.
Valiéndose del apoyo de la mayoría francesa de los habitantes de la isla,
Deschamps la declara sujeta al Rey de Francia. Poco después Arundell toma
la isla para los ingleses aprovechando una breve ausencia de Deschamps en
Santa Cruz; los franceses contraatacan y lo expulsan. Todavía los ingleses
arman expediciones para recuperar la isla; entre ellas la del coronel Samuel
Barry y el capitán Langford, quienes desisten del ataque al verificar los
preparativos de defensa. El fracasado Langford termina ocupando por breve
tiempo Petit-Goave, isla de dimensiones y de importancia estratégica similares
a las de La Tortuga, muy visitada también por los bucaneros, y que asimismo
deviene base filibustera.

Pero todo es inútil. Los ingleses ya no necesitan emprender costosas y


sangrientas campañas para disputarse La Tortuga, porque desde 1655
conquistan Jamaica, igualmente estratégica y mucho más productiva. El
Gobernador de esta última invita a los bucaneros y filibusteros ingleses a
trasladarse a ella; muchos aceptan. Los españoles también renuncian a sus
estériles reconquistas. La Tortuga permanece francesa, pero sobre todo
bucanera.

De ella salen las principales expediciones de los filibusteros. Por la


pequeñez de las embarcaciones que usan, sus incursiones están confinadas en
un principio a los mares aledaños a las Antillas Mayores, en los cuales
acechan los pasos estratégicos por donde navegan las flotas y las naves
sueltas. Posteriormente, los filibusteros caen sobre las costas venezolanas
coligados con aquellos que tienen su base en Jamaica: es lo que sucede con las
incursiones sobre Maracaibo de Miguel el Vasco, de Jean Nau y de Henry
Morgan; algunas bandas llegarán a aliarse con las flotas de Luis XIV; muchas
de ellas, como veremos en el capítulo inmediato, forman parte de la
tripulación de las expediciones que envía el Rey Luis XIV al Caribe al mando
del vicealmirante D' Estrées y de su oficial Grammont, el saqueador de
Trujillo.

2.-Los ingleses conquistan Jamaica y protegen el filibusterismo: 1655-


1671.

-La revolución burguesa de 1645

Pero tú, hijo de la guerra y de la fortuna


sigue infatigable tu marcha;
para el último golpe
mantén todavía en alto la espada.
Más que a la fuerza, hay que temer
a los espíritus de la noche oscura,
las mismas artes que conquistaron el poder
deben mantenerlo.

Andrew Marvell: Oda a Cromwell vencedor de Irlanda.

Mientras españoles, ingleses y franceses siguen enzarzados en sus


periódicas reconquistas de La Tortuga, en Inglaterra estalla la revolución. La
burguesía no tolera que el rey Carlos I sancione impuestos sin requerir la
autorización del Parlamento. Colma el descontento la recaudación del Navy
money, un tributo para el incremento de la flota, tan odiado que da lugar a la
leyenda según la cual el monarca se hunde por su empeño en poner a flote el
"Sovereign of the Seas", el galeón más grande y costoso del mundo, con un
desplazamiento de 1541 toneladas, 71 metros de eslora, artillería de un
centenar de cañones y dotación de 780 hombres(*). (Landström: El buque, pp.
149-153). Enrique VIII enseña en 1535 que la Corona inglesa podía quitar y
poner religiones; Carlos I aprende en 1645 que no le es posible tocar el
bolsillo de la burguesía sin permiso de ella. El Parlamento niega la
aprobación para los nuevos impuestos; el Rey lo disuelve; los parlamentarios
levantan una milicia y empiezan a sufrir reveses de las tropas de la Corona.

Como le sucede a toda revolución, la que se inicia en Inglaterra es forzada


por la coalición de sus enemigos a depender de los ejércitos, lo que a la larga
significa depender del jefe militar. Un miembro de la pequeña nobleza, el
enérgico parlamentario puritano Oliverio Cromwell, asiduo lector de la
Historia del Mundo de sir Walter Ralegh (*) (Estelle Ross: Oliver Cromwell;
George G. Harrap & Company; Londres, 1915, p. 15) transforma las
indisciplinadas milicias rebeldes en un implacable instrumento de combate, el
New Model Army. Su núcleo son los llamados Ironsides o Flancos de Hierro:
cuerpos de caballería ligera de gran movilidad, protegidos apenas con casco,
peto y espaldar, armados de pistola y espada, que dispersan y envuelven a la
acorazada caballería real.

Esta prosaica reyerta sobre pago de impuestos se riñe en medio de una


nube de argumentos metafísicos. Los del partido monárquico son
suministrados por un matemático aficionado para quien la religión no es más
que "aquellas opiniones sobre lo invisible, autorizadas por el Estado", el ser
humano un autómata, y el intelecto poco más que una máquina de sumar y
restar conclusiones(*). (Thomas Hobbes: Leviathan; Penguin Books,
Middlesex, 1968, pp. 85-183). El asustadizo Thomas Hobbes de Malmesbury
ve que la contienda entre Monarca y Parlamento desata sobre Inglaterra su
más temida pesadilla: la Guerra de Todos contra Todos, en la cual "nada
puede ser injusto" y "las nociones de bien o mal, Justicia e Injusticia no tienen
lugar", ya que, "cuando no hay un Poder Común, no hay Ley, y sin Ley, ni
Injusticia, la Fuerza, y el Fraude, son en esta guerra las virtudes Cardinales"
(*). (Op. cit. p. 188). En la campiña inglesa se desata el reino de pavor que
piratas y flotas regulares mantienen en los océanos: Hobbes postula que
únicamente la concentración de todos los poderes en una sola voluntad -sea
ésta la del monarca, el Parlamento o el pueblo- puede hacer cesar la anarquía
(*). (Op. cit. p.193).

Mientras Hobbes apuntala al Monarca de Derecho Divino con estos


silogismos de helado materialismo, el partido de la burguesía defiende sus
intereses con una bruma visionaria. Circula la leyenda de que el puritano
Cromwell es visitado por Espectros, uno Blanco rodeado de luz que le predice
que será Rey de Inglaterra, otro Negro, a quien se vende antes de la batalla de
Worcester ante los ojos de un oficial (*). (Thomas Carlyle: Los Héroes, p.
197). Los poetas metafísicos John Milton y Andrew Marvell lo celebran en
versos místicos: lo siguen y luego lo adversan los fanáticos de la Quinta
Monarquía, que quieren imponer sobre la tierra como Ley Única la de la
Escritura.
Comandando esta contradictoria hueste de burgueses, visionarios y
guerreros, Cromwell derrota a los ejércitos del Rey en 1545 en la batalla de
Naseby. Luego aplasta las rebeliones de los irlandeses y de los escoceses: a
cada miembro de la delegación del Parlamento que sale a recibirlo después de
su triunfo, regala "un caballo y un par de escoceses", que luego son vendidos
como siervos contratados para las colonias(*). (Ross: op. cit. p. 148).
También, inaugurando una tradición de las revoluciones burguesas, aniquila a
su propia ala radical: extermina a los Levellers (Niveladores) que conducidos
por el coronel John Lilburne quieren eliminar las diferencias sociales, y
desbarata a los Diggers (Cavadores), que liderizados por William Everard y
por Gerrard Winstansley intentan repartir los terrenos baldíos bajo el
argumento de que Dios hizo a la tierra un patrimonio común, e instan al
Parlamento al establecimiento de una República sin compras ni ventas ni
pobres ni ricos ni abogados(*). (Melvin J. Laski: Utopía y revolución; Fondo
de Cultura Económica, Mexico, 1985, pp. 512-519). Son peticiones poco
gratas a los oídos de un Parlamento para el cual sólo pueden ser elegidos los
propietarios. Niveladores y Cavadores son exterminados por el Nuevo Ejército
Modelo con más saña que los propios monárquicos(*). (Ross: op. cit. pp. 118-
121)

En 1649 culmina la Revolución cuando el Parlamento declara que


"Inglaterra será en lo venidero gobernada como una República, o Estado
Libre, por la suprema autoridad de esta nación, los representantes del pueblo
en el Parlamento, y por aquellos que nombren y constituyan como ministros
bajo ellos para el bien del pueblo"(*). (Will Durant: The age of Louis XIV;
Simon and Schuster, Nueva York, p.183). El mismo año, el Parlamento
enjuicia y ejecuta al derrotado Carlos I; en 1653 Cromwell, a la cabeza de sus
soldados, disuelve las cámaras y bajo la investidura republicana asume el
título de Lord Protector. En realidad ejerce una enérgica autocracia, pues
como hace notar sutilmente Voltaire, los ingleses conocían hasta dónde
alcanzaban las prerrogativas de los reyes de Inglaterra, pero ignoraban hasta
dónde pueden llegar las de un protector (*). (Voltaire: Diccionario Filosófico,
p. 252). Cromwell es en verdad rey sin corona de Inglaterra. El caudillo de la
burguesía prohibe los new books, hojas de noticias de la época a las que
considera portavoces de agitadores, y proscribe las peleas de gallos, en las que
sospecha nidos de conspiradores monárquicos.

Cromwell renueva el poderío naval inglés


Durante el gobierno de Cromwell, en la guerra contra los
holandeses, la flota de Inglaterra era superior a la de
Holanda, y en la que estalló en los comienzos del gobierno
de Carlos II era, si no superior, por lo menos igual a las
flotas reunidas de Francia y Holanda.
Adam Smith: La riqueza de las naciones

La república burguesa revive la política exterior de la monarquía Tudor:


garantizar la preponderancia británica mediante el dominio de los mares. En
1651 Cromwell hace aprobar por el Parlamento la célebre Navigation Act,
mediante la cual los ingleses se reservan el monopolio de la pesca y la
navegación en sus aguas, y establecen la obligación de transportar en buques
anglosajones todas las importaciones y exportaciones de su país. Los
británicos consideran como aguas inglesas las del Norte de Francia y las que
rodean a las Repúblicas Unidas. Para sostener esta pretensión, el Lord
Protector inicia un enérgico programa de construcción naval, que prevé la
botadura de cinco navíos de guerra al año y la recluta forzosa de 20.000
marinos; un quinquenio más tarde la flota británica eleva su dotación a 160
barcos de guerra (*) (Bradley: op. cit. p. 111). En el momento de la muerte de
Cromwell son ya 200 los buques armados, y la marina inglesa la más poderosa
de Europa (*). (Smith: The emergence of a Nation State, p. 333). Pues sin
Estado protector no hay burguesía, y ésta no existe sin flota mercante, y no
hay flota mercante sin armada que delimite a cañonazos esos ámbitos del
pillaje exclusivo que los economistas llaman mercados. Los buques ingleses
se enfrentan con las temibles escuadras holandesas comandadas por los
almirantes De Ruyter y Tromp. Y según señala André Maurois:

Inglaterra no quería al ejército en el interior, pero en el exterior el ejército


y la flota hacían respetar el nombre de Inglaterra. El principal adversario
fue por largo tiempo Holanda. Ambos países se disputaban el comercio y
los fletes. Mediante el Acta de Navegación de 1651, Cromwell prohibió
la importación de mercancías a Inglaterra por barcos que no fueran
ingleses. Los holandeses se negaron a saludar el pabellón inglés en los
mares ingleses. Esto provocó un conflicto en que se hallaron frente a
frente dos grandes almirantes: el holandés Tromp y el inglés Blake. Las
flotas de combate eran iguales, pero el comercio de Holanda más
vulnerable, y esa nación sufrió más que su rival. (*) (André Maurois:
Historia de Inglaterra; Editorial Surco,
Barcelona, 1970, p. 329)

La paz con Holanda se firma en 1654. Cromwell se cuida las espaldas: en


el tratado hay una cláusula de expulsión de los Estuardos y de sus partidarios.
Cubiertos sus flancos marítimos cercanos, Cromwell se vuelve contra el
secular enemigo político y religioso: España. Para atacarla concluye una
alianza secreta con los franceses, en la cual hay otra cláusula de proscripción
de los Estuardos y sus prosélitos (*). (Smith: op. cit. p. 333). Con el mismo fin
renueva la vieja estrategia isabelina de debilitar a los ibéricos cortándole sus
conexiones con las Indias. Ello significa, según puntualiza Alan G. R. Smith
"la conquista de las grandes islas hispánicas de La Española y Cuba en el
Caribe, y en el año inmediato embarcarse en la conquista del propio
continente hispanoamericano" (*). (Smith: loc. cit.).
-El converso John Gage predica la conquista del Caribe

No todo está perdido; la inconquistable


(Voluntad
y el estudio de la venganza, el inmortal odio
y el coraje de nunca someterse o ceder;
ni inclinarse e implorar el perdón
con suplicante rodilla, y deificar su poder
que por cierto era bajo,
y que fue una ignominia y verguenza
inferior a su caída...
La mente y el espíritu permanecen Invencibles.

John Milton: Paraíso Perdido.

Esta es la convulsionada Inglaterra a la cual regresa en 1640 el errante y


contradictorio fraile Thomas Gage, el predicador de la expansión británica en
América. Sopla un viento protestante: el dominico Gage se convierte al
puritanismo. Dos años más tarde predica en la Catedral de San Pablo su
dramático sermón de retractación "La tiranía de Satanás descubierta por las
lágrimas de un pecador arrepentido". Para hacer más patente la contrición,
contrae matrimonio, testifica contra su antiguo condiscípulo católico Thomas
Holland asegurándole la condena a muerte y se hace elegir miembro del
Parlamento. En 1648 publica The English American by sea and land or a new
survey of the West Indies; libro cuyo título ambiguo -el Anglo Americano-
quizá refiere a la dualidad de Gage como sajón americanizado, o a la de una
América que él sueña inglesa(*).(Thomas Gage: Viajes en la Nueva España;
Casa de las Américas, La Habana, 1980)

El Príncipe de Maquiavelo tiene un destinatario explícito que es Lorenzo


de Médicis; la minuciosa relación de Gage tiene un lector implícito, que es
Oliverio Cromwell, Lord Protector de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Al
caudillo de la burguesía que hay en él están dirigidas las febriles exaltaciones
de las riquezas de las Indias; al fanático puritano, las mojigatas exageraciones
de la disolución de las costumbres americanas; al activo militar, las tentadoras
relaciones de su debilidad estratégica. Los tres discursos encuentran en el Lord
Protector un ávido escucha: en sus mocedades, pensó emigrar a América; en
1643 formó parte de una de las comisiones parlamentarias encargadas del
gobierno de las colonias del Nuevo Mundo (*). (Smith: op. cit. p. 336).En
1654, Gage le presenta una breve síntesis de largo título, Some briefe and true
observations concerning the West Indies, humbly presented to his higness
Oliver Cromwell, Lord Protector of the Commonwealth of England, Scotland
and Ireland (*). (Angelina Lemmo: Notas acerca de la historiografía inglesa
sobre Venezuela, siglos XVI, XVII y XVIII: Universidad Central de Venezuela,
Caracas, 1987, p. 38).

En ella califica de fácil empresa la conquista de La Española, Cuba y


América Central. Al estilo de Hakluyt, resume su pensamiento en la expresión
"ha llegado el momento de dar la carga en América contra el papa, contra
España, por Inglaterra". Sus argumentos fascinan a la junta de mercaderes,
navegantes y militares que el mismo año asesora a Cromwell en su Western
design: el plan de expansión hacia las Indias Occidentales.

-Cromwell lanza el Western Design y conquista Jamaica en 1655

Como la flota adentrada en el mar


apenas salida de Bengala o de las islas de Tarante y
(Tidor
parece por los vientos que cuelga de las nubes
-esas islas de donde los mercaderes venden sus fragantes
(especias
atravesando de Etiopía al Cabo y llegando todas las
(noches al lugar opuesto-
así parece a lo lejos Satán en vuelo.

John Milton: Paraíso Perdido

Una Invencible Armada

En efecto, con el genérico objetivo de "adquirir una ventaja" en el Caribe,


el Lord Protector fleta en diciembre de 1654 una escuadra de treinta y ocho
buques con 1.126 cañones, que transporta 2.960 marineros al mando del
almirante William Penn -padre del futuro colonizador cuáquero de
Norteamérica- y 2.910 soldados de tierra comandados por el general Robert
Venables. Es capellán de la expedición el visionario Thomas Gage. Cruza de
nuevo, como conquistador puritano e inspirador mesiánico de la expansión
inglesa, las aguas que una vez navegó como dominico desheredado. En su
contradictorio espíritu, lo que menos lo perturba son sus saltos desde la
observancia jesuita hasta la dominicana y de allí a la puritana; de su
convivencia con la nación española a su inmersión en la población indígena
para luego reconvertirse en inglés a fin de expulsar del Caribe a la una y
nuevamente esclavizar a la otra.

Más graves son los problemas éticos que gravitan sobre el zarpazo
imperial: la expedición se lanza sin declaratoria de guerra contra una España
que ha sido la primera en reconocer a la República inglesa. Apenas se puede
invocar como remota justificación la práctica española de secuestrar a los
buques ingleses que navegan por el Caribe. Ducho diplomático, Cromwell
trata en agosto de 1654 de forzar la ruptura acorralando al embajador español
Cárdenas con propuestas inaceptables: que España otorgue a todos los ingleses
residentes en sus dominios el derecho a practicar la religión protestante; que
conceda a Inglaterra la libertad para comerciar en el Caribe. Cárdenas le
contesta que ello equivale a "pedir los dos ojos del rey de España" (*).
(Bradley; Navegantes británicos, p. 109)

Las batallas del Señor

Pero la negativa no significa un estado de guerra. Ante la ausencia de éste,


el Western design no puede ser tenido ni siquiera por golpe corsario: es una
operación pirata de magnitud colosal. Cromwell necesita una justificación, y
se la encarga a John Milton. El atormentado poeta ocupa el cargo de
Secretario de Lenguas Extranjeras -suerte de Ministerio de Propaganda del
puritanismo reinante- y redacta un inflamado panfleto en el cual clama
venganza contra la reconquista española de Santa Catalina y la Tortuga, esos
Paraísos Perdidos del filibusterismo(*). (Saiz Sidoncha: op. cit. p. 220).
Cromwell tranquiliza su tumultuosa conciencia. El pulso no le tiembla cuando
escribe a sus almirantes de las Indias Occidentales que "el Señor mismo tuvo
una controversia con vuestros enemigos, con esa Babilonia de Roma de la cual
los españoles son el gran soporte", por lo que "a ese respecto, peleamos las
batallas del Señor"(*). (Francis Russell Hart: Admirals of the Caribbean;
George Allen & Unwin Ltd, 1923, p. 44).

Rumbo a su celestial batalla, la flota recluta 4.000 hombres más en


Barbada, otros1.200 en Nevis, San Cristóbal e islas vecinas, y aumenta su
número hasta 56 naves. Pero cuatro factores gravitan contra el éxito de esta
suerte de Invencible Armada que Cromwell envía a apoderarse del Caribe. El
primero, la vaguedad de los planes, que postulan de manera genérica ataques
contra La Española o Puerto Rico y una posterior arremetida contra Cartagena,
la Habana y Tierra Firme, desde el Orinoco hasta Portobelo. El segundo error
es la imprecisa división del mando entre el almirante Penn y el general de la
infantería Venables (*). (Bradley: op. cit. p. 109). El tercer yerro consiste en
la ínfima categoría de las tropas, reclutadas entre los indigentes a quienes los
señores feudales despojan de sus tierras y fuerzan a emigrar a las ciudades y
de allí a los mares. En este éxodo muchos de los honrados labriegos devienen
mendigos, criminales o vagos. Seguramente Gage se siente desasosegado con
la hueste de redentores que lo acompañan a pelear en las Indias las batallas
del Señor. Pues aparte de su insatisfactoria formación moral, tampoco reciben
pertrechos ni instrucción militar suficientes.

Pero acaso el principal factor de la derrota sea el mismo atormentado Gage.


Así como ha sido el inspirador de la gran flota, también es el demiurgo de su
desastre, al ilusionarla con perspectivas de fácil victoria y de inmediato apoyo
por parte de criollos, negros e indígenas. Embelesada por la perspectiva de la
fácil conquista, la formidable armada cae a principios de abril de 1655 sobre
La Española.

Desastre en La Española

El gobernador de Santo Domingo, don Bernardino de Meneses


Bracamonte Zapata, conde de Peñalba, bloquea el acceso al puerto con dos
naves ancladas. Por ello el vicealmirante William Goodson desembarca el 14
de abril en la lejana Punta Nicoya con 6.000 hombres y 200 caballos. Los
ingleses emprenden una fatigosa marcha de 45 kilómetros hacia Santo
Domingo. El ataque sigue punto por punto la estrategia utilizada por Francis
Drake en 1586; quizá también los dominicanos la tienen en mente y organizan
la defensa de acuerdo con ella. De Santiago de los Caballeros llega un
contingente de 100 lanceros comandados por el capitán Luis López Tirado; el
oidor Montemayor recluta otros 600 vecinos armados. El 26 de abril los
ingleses embisten el fuerte de San Jerónimo. Los acribillan arcabuceros y
artilleros dirigidos por don Juan de Morfa, don Damián del Castillo y don Juan
de Torra; 300 lanceros caen sobre los invasores. La victoria española es total.
La columna de Buller se repliega hasta los atrincheramientos de Venables
hostigada por emboscadas de los colonos (*). (José Gabriel García:
Compendio de la historia de Santo Domingo, Tomo I. Imprenta de García
Hermanos, Santo Domingo, 1893, pp. 159-162) Goodson pierde más de mil
hombres; los sobrevivientes huyen durante cuatro días antes de reembarcar
bajo la protección del fuego de sus naves (*). (Saiz Cidoncha: op. cit. pp.
221-222).

Asalto a Jamaica
Por no regresar derrotada, la flota zarpa el 31 de abril hacia Jamaica. A
principios de mayo derruye a cañonazos los tres fuertes que defienden la bahía
donde luego se alzará Kingston. Después ocupa Santiago, e impone la
capitulación a los escasos dos millares de españoles, de los cuales sólo
quinientos están en condiciones de manejar armas. El gobernador Francisco
Ramírez de Arellano la suscribe el 17 del mismo mes; Thomas Gage tiene la
satisfacción de servir de intérprete en esta primera victoria inglesa. Pero los
españoles aceptan las negociaciones sólo para ganar tiempo y retirarse al
interior de la isla. Francisco de Proenza envía en piraguas hacia Cuba a
mujeres, niños y ancianos, reagrupa a los colonos aptos para las armas, pacta
con los negros cimarrones y desde su cuartel general en Guatibacoa desata la
mortífera guerra de guerrillas (*). (Saiz Cidoncha: op. cit. pp. 223-224).

Los ingleses saquean las ciudades, se dispersan por los campos en busca de
botín y alimentos, en pocas semanas degüellan 20.000 reses. La guerrilla de
Proenza cae sobre ellos y extermina un millar de invasores(*). (Juan Bosch: El
Caribe de Colón a Fidel Castro; Editorial Alfa y Omega C.A. Santo
Domingo, 1983, p. 228). Los restos insepultos de reses y combatientes
desatan la peste. En un sólo mes, seiscientos expedicionarios mueren
contagiados. El mayor general Robert Sedgewicke, delegado personal de
Cromwell, es segado por ella. Muere el comisionado civil Edward Winslow,
veterano de la colonia comunista instalada por los Padres Fundadores del
Mayflower en Nueva Plymouth. Francisco de Proenza también perece; lo
sucede en el comando de la resistencia el labrador Cristóbal Arnaldo de Isasi.
Llegan dos barcos almacenes de Inglaterra, pero no mejoran la situación. Los
asaltantes devoran culebras, lagartos, lombrices y ranas (*) (Bosch: op. cit. p.
229). El 25 de julio, el almirante William Penn zarpa hacia Inglaterra con
parte de la escuadra. Nueve días después lo sigue a bordo de la "Marston
Moore" el general Robert Venables, jefe de las fuerzas de tierra. Es una
deserción flagrante: a ambos los esperan un Consejo de Estado y una breve
prisión en la Torre de Londres. Antes de terminar 1655, Thomas Gage muere
en Jamaica, viendo reducido al pírrico asalto a una isla su quimérico imperio
sobre Centroamérica y el Caribe.

A pesar del revés inicial, los ocupantes británicos se afirman en Jamaica.


Los defensores no reciben refuerzos oportunos, porque la plaga es llevada a
Cuba por los fugitivos y devasta la isla. En 1657 las fuerzas del nuevo
gobernador interino, el coronel Doyle, infligen un fuerte revés a la guerrilla.
En mayo de 1658 Isasi viaja a Cuba, regresa con mil combatientes y se
atrinchera en Río Nuevo. Doyle en persona lo ataca y le hace perder la mitad
de sus hombres. Al mando de sus guerrillas de españoles, jamaiquinos y
cimarrones, Isasi continúa hostigándolo hasta 1660, cuando los españoles se
rinden. Pero todavía en 1720 el gobernador de Jamaica está pidiendo al rey de
Mosquitia hombres para reducir a los cimarrones que resisten en los bosques.
Y en 1732 los alzados destruyen una columna de 200 marinos(*). (Juan
Bosch: op. cit. p. 230).

Los ingleses llaman en su ayuda a los filibusteros de La Tortuga y de


otras islas caribeñas. El contingente de aventureros no se hace de rogar, y
entra en batalla con su habitual ferocidad. La base conquistada por el puritano
Cromwell bajo la inspiración del predicador Gage se convierte así en la mayor
guarida de filibusteros de América; su capital Port Royal, en el peor antro de
vicio del continente.

Una base en el Caribe

Es una victoria pírrica para Cromwell. Pues, como señala Haring, el Lord
Protector "no se había propuesto el simple establecimiento de una nueva
colonia en América, sino apoderarse de aquellas porciones de las Antillas y de
la tierra firme española que le permitieran dominar la ruta de las flotas del
tesoro hispano-americanas, fin para el cual ofrecía Jamaica pocas ventajas
sobre las que brindaban Barbada y San Cristóbal (Saint Kitts), y aún era
demasiado temprano para que comprendiese que, isla por isla, Jamaica era
mucho más apropiada que la Española para asiento de una colonia británica"
(*) (Haring: op. cit. p. 91).

Y en efecto Jamaica, situada estratégicamente en pleno centro del Caribe,


cerca de Cuba y de Santo Domingo, dominando el paso oceánico que separa a
ambas Antillas, resulta a la postre una base de incomparable eficacia para la
expansión de los intereses británicos y para abrigo del azote pirático que va
minando al poderío español. Ya en octubre de 1655 se dan instrucciones al
mayor general Fortescue y al vicealmirante Goodson para desembarcar tropas
en territorios españoles, y para apresar buques ibéricos con los doce navíos
que ha dejado en la isla el almirante Penn. Goodson desata correrías para
depredar las costas bajo dominio español, saquea e incendia Santa Marta y
merodea para capturar las flotas que navegan por el Caribe. Jamaica y la
Tortuga son desde entonces las seguras bases desde las cuales golpea el azote
pirático y corsario a las Antillas Mayores y la Tierra Firme. Portobelo,
Panamá, Veracruz, todos los puertos cuya debilidad estratégica y fortaleza
económica ha señalado Gage, son asaltados inmisericordemente por los
aventureros del mar. Desde la conquista de Jamaica en 1655 hasta 1671,
fecha en que llegan noticias del Tratado de Madrid, aparte de numerosos
abordajes a todo tipo de embarcaciones los filibusteros saquean 18 ciudades, 4
pueblos y 35 aldeas, contando entre sus depredaciones un asalto a Panamá,
dos a Cumanagotos, tres a Maracaibo y Gibraltar, uno a Trujillo, cinco a Río
Hacha, tres a Santa Marta, ocho a Tolú, dos a Chagres, dos a Santa Catalina y
tres a Campeche(*). (Saiz Cidoncha: op. cit. p. 180).

El golpe de mano sobre Jamaica también tiene consecuencias en Europa.


Al enterarse en julio de 1655, el embajador Cárdenas presenta una enérgica
protesta y solicita a Cromwell la restitución de la isla; ante la negativa, España
retira su embajador y rompe relaciones diplomáticas. Es el inicio de un
conflicto que dura hasta 1659. Desde el comienzo la Nueva Marina inflige
duros golpes a España: captura parte de una de las flotas del tesoro en 1567; el
año inmediato bloquea a Cádiz y destruye otra de las flotas del tesoro
americano. Pero no todo son triunfos para el Lord Protector. La contienda
significa la pérdida del rico comercio con España, lo cual beneficia a los
neutrales holandeses e indispone a los comerciantes de Londres con su
caudillo. La guerra exige gastos crecientes; la banca inglesa se niega a hacer
préstamos; Cromwell encuentra dificultades cada vez mayores para obtenerlos
de los comerciantes particulares; el resultado es una depresión comercial y la
creación de una pesada deuda pública que ensombrece los últimos años del
Protectorado y quita al sucesor de Cromwell, su hijo Richard, toda posibilidad
de convertirlo en dinastía. Y el mutuo desgaste de España y de Inglaterra
facilita el surgimiento del poderío francés bajo la conducción política de Luis
XIV y la administración financiera de su genial ministro Colbert (*). (Smith:
op. cit. pp. 335-336).

3.- Inglaterra se expande por el Caribe

Biblias y perros de caza

En todo caso, Cromwell adopta con su característica diligencia las medidas


necesarias para convertir a Jamaica, de isla saqueada por una soldadesca, en
verdadera colonia. Para ello exonera de contribuciones a los pobladores,
dispone el envío de mil hombres y mil mujeres desde Irlanda, así como de
criminales indultados a tal efecto, y manda agentes reclutadores a la islas de
Barlovento y Sotavento, así como a Nueva Inglaterra (*). (Haring; op. cit. p.
95). Doyle, el nuevo gobernador de Jamaica, distribuye entre sus soldados
Biblias y perros para la captura de negros cimarrones. Y como indica Salvador
Bueno, "para que la nueva colonia inglesa sea productiva y útil, queda
organizada en la lejana Albión la cacería de vagabundos, condenados y
mujeres de mal vivir para que se les remita a Barbados y Jamaica", gracias a lo
cual "en cuatro años se envían a las Antillas inglesas más de seis mil esclavos
blancos cazados en Irlanda y Escocia para mejorar la vida y la hacienda de los
'honrados' burgueses de la Gran Bretaña que han sustituido en estas islas
caribeñas a los colonos venidos de España" (*). (Salvador Bueno: "Al lector",
introducción a Viajes en la Nueva España de Thomas Gage; Casa de las
Américas, La Habana, 1980, p. 15). Pues Cromwell

Da órdenes para que en las islas británicas se organice una cacería de


condenados, vagabundos y mujeres de mala vida, que ni dejan vivir en
paz, ni sirven para la guerra, y se los envíe a Barbados y Jamaica, donde
los dueños de las plantaciones pueden comprarlos como sirvientes y
usarlos por cinco años. Se llama vagabundos o mujeres de mala vida a
los sacerdotes católicos y a los muchachos y muchachas que profesan
esta abominable religión. Tenemos, dice, que limpiar de cizaña la isla.
Irlanda es el sitio ideal para desarrollar estos planes, pues de paso se
toma venganza de los protestantes que fueron sacrificados en el último
levantamiento de los católicos(*).(Arciniegas: Biografía del Caribe; p.
210).

Se encarga de la misión de despoblar Irlanda para poblar Jamaica al


general Henry Cromwell, hijo de Oliverio. En cumplimiento de sus
instrucciones, el general informa al padre que "Nada tengo que deciros acerca
de las muchachas, sino que todos vuestros deseos tendrán cumplida
satisfacción; creo que lo que conviene mejor a vuestros negocios y a los
nuestros es enviar de 1.500 a 2.000 muchachas entre 12 y 14 años a la plaza
indicada, y que a lo mejor se logre por este medio hacer de ellos ingleses de
verdad, quiero decir: cristianos" (*). (Arciniegas: Biografía del Caribe, p.
211).

Todas estas medidas no bastan, sin embargo, para consolidar la dominación


británica sobre Jamaica. Como hemos visto, el gobernador llama en su ayuda a
los filibusteros ingleses de la Tortuga, molestos tanto con los gobernadores
franceses de ésta como con los intentos de reconquista española. Doyle les
ofrece refugio y establece en Port Royal un "puerto franco" para la venta de
sus botines (*) (Gall: op. cit. p. 126). Los Hermanos de la Cofradía de la Costa
acuden en tumulto.

9.4.-La Restauración monárquica inglesa en 1660

Inglaterra se había librado de Cromwell. Bajo la república se habían


producido muchos hechos singulares.
Se creó la supremacía británica; se había dominado a Alemania con
ayuda de la Guerra de los Treinta Años; se había humillado a Francia
con ayuda de la Fronda, y con ayuda del duque de Braganza, se había
empequeñecido a España. Cromwell había domesticado a Mazarino, y
el protector de Inglaterra, en los tratados, estampaba su firma encima de
la del rey de Francia; se había aplicado una multa de ocho millones a las
Provincias Unidas, se había inquietado a Argelia y Túnez, se había
conquistado a Jamaica, humillado a Lisboa, suscitado la rivalidad
francesa en Barcelona y lanzado en Nápoles a Massaniello, se había
atado Portugal a Inglaterra; se había barrido a los berberiscos de
Gibraltar a Candía; se había establecido el dominio del mar en sus dos
formas preponderantes, el comercio y la victoria(...); se había hecho
retirarse del Atlántico a la armada española, del Pacífico a la holandesa,
del Mediterráneo a la veneciana, y por el Acta de Navegación, se había
tomado posesión del litoral universal; por medio del océano se poseía el
mundo.

Víctor Hugo: El hombre que ríe.

Pero no hay naves ni soldados ni aventuras expansionistas sin impuestos.


La República inglesa debe costear las erogaciones de la Nueva Marina y del
Ejército Modelo, que llega hasta 70.000 hombres; en 1657, de un presupuesto
de gastos de 2.878.000 libras, 1.900.000 se destinan al Ejército y 742.000 a la
Marina(*). (Paul Kennedy: Auge y caída de las grandes potencias; Plaza Janés
Editores S.A. Barcelona, 1994, p. 116). El Parlamento se había sublevado
contra Carlos I por no tolerar que el Rey elevara los impuestos; decapitado el
soberano, debe autorizar gastos que cuadruplican los que llevaron al colapso a
la monarquía. Para financiarlos, propone requisar los bienes de quienes
tomaron las armas a favor del Rey y realiza pesadas confiscaciones.

La República Inglesa sigue así un camino ya cursado por el Imperio


español, e inaugura un modelo que asumirán las revoluciones posteriores.
Pues el esfuerzo necesario para vencer a sus adversarios obliga al Estado a
depender del ejército; para mantenerlo debe erogar pesados gastos militares;
tales dispendios quebrantan la economía. Y cansada de estas pesadas cargas
improductivas, la nueva clase dominante acepta una restauración formal del
viejo orden.

Es justamente lo que sucede en Inglaterra. Después de agotar los recursos


ingleses en la simultánea guerra contra España y contra Holanda y en combatir
las sublevaciones de Irlanda y de Escocia, Cromwell fallece exhausto en 1658.
Designa como sucesor a su primogénito Richard, quien, carente de la vocación
de poder y del genio político del padre, cede ante los sectores que promueven
una restauración del fugitivo heredero al trono. Este es coronado en 1660 con
el nombre de Carlos II, en medio de gran pompa y del carnaval de
abjuraciones que acompaña toda restauración. Los líderes parlamentarios
juran fidelidad al monarca; pero es un monarca que desde ese momento y para
siempre está sujeto al Parlamento. Mientras tanto, la turba profana los
sepulcros de los jefes de la rebelión que atribuyó la soberanía al Poder
Legislativo; las cabezas de éstos son exhibidas en la Cámara. El ciego John
Milton es reducido a prisión, condenado a pagar pesadas multas; sus obras
arden en la hoguera. El mismo año de la Restauración se firma la paz con
España. Pero es una paz que reconoce el dominio británico sobre Jamaica y
ésta sirve durante el resto de siglo como segura base de los ataques filibusteros
y de la expansión británica en el Caribe.

Tras deshacerse de la República que había creado las fuerzas necesarias


para seguir la política expansionista, los burgueses la continúan sirviéndose de
la monarquía. A la postre dominan las islas de Barbados, Bermudas, Anguila,
San Cristóbal (Saint Kitts), Tortuga, Antigua, Nevis, Montserrate, Barbuda y
Tobago. Todas constituyen guaridas selectas para el contrabando, el corso, la
piratería y el lanzamiento de una nueva expansión imperial hacia
Centroamérica, que les permite establecerse en la Laguna de Términos,
Belice, islas de la Bahía, de Maíz y Mosquitos, Providencia y San Andrés, así
como en la "Costa Salvaje" de Guayana. Aunque son territorios de una
extensión comparativamente modesta, permiten el dominio comercial y
estratégico del Caribe. En su conjunto, como señala Noam Chomsky, tales
avances son la prolongación de un antiguo plan de desplazamiento de otras
potencias navales, cuyas fases hemos visto en capítulos anteriores:

La Compañía Inglesa de las Indias Orientales recibe su concesión en 1600,


y ésta le es prorrogada indefinidamente en 1609, dotando a la compañía
con un monopolio del comercio con el Este por autoridad de la Corona
británica. De ello se siguieron guerras brutales, frecuentemente
conducidas con inexpresable barbarie entre los rivales europeos,
aprovechándose de poblaciones nativas que a menudo eran sorprendidas
en sus propias luchas internas. En 1622, Inglaterra expulsó a los
portugueses de los estrechos de Hormuz, "la llave de la India", y luego
conquistó ese gran premio. Gran parte del resto del mundo fue en
definitiva parcelado de una manera similar(*).(Chomsky: 501: The
conquest continues, p. 7)

Este plan maestro, como hemos indicado, avanza bajo la égida delas
Navigation Acts a través de las que Inglaterra adopta una firme política de
monopolio sobre el comercio con sus propias colonias, todavía más rigurosa
que la que tanto criticó a su rival España. Pues, como también señala Noam
Chomsky:

Desde mediados del siglo XVII, Inglaterra era lo suficientemente


poderosa como para imponer las Navigation Acts (1651, 1662),
expulsando a los mercaderes extranjeros de sus colonias y dándole a las
flotas británicas "el monopolio del comercio de su propio país"
(importaciones), bien por "absolutas prohibiciones" o "pesados tributos"
(según Adam Smith, quien examina estas medidas con contradictorios
sentimientos de reserva y aprobación). Los "objetivos gemelos" de tales
iniciativas eran "el poder estratégico y la riqueza económica a través de
la navegación y el monopolio comercial", según relata la Cambridge
Economic History of Europe(*). (Chomsky: op. cit. p. 7)

Como la recluta de indentured servants no basta para poblar a Jamaica y a


otras islas conquistadas en el curso de este plan de expansión, el piadoso Rey
Carlos II de Inglaterra otorga en 1663 una carta de privilegios a la Company of
Royal Adventurers of England para comerciar con Africa. El tráfico, siguiendo
las prácticas establecidas por John Hawkins bajo la protección de Isabel I, es
fundamentalmente de esclavos. En 1672 se crea la Royal African Company,
que monopoliza el comercio con seres humanos y que, conjuntamente con sus
sucesoras, introduce en el Caribe entre 1680 y 1786 a través de Jamaica cerca
de 2.000.000 de esclavos (*). (Francisco Mota: Piratas en el Caribe; Casa de
la Américas, La Habana, 1984, p. 330). Se inicia la tendencia que llevará a la
población esclavizada de Jamaica y otros asentamientos antillanos a
sobrepasar a la blanca en proporciones de 9 a 1. La intensificación del
comercio llamado "del triángulo" en proporciones nunca vistas requerirá de un
nuevo fortalecimiento del poder naval.

En tales políticas están las bases del poderío británico, que le permitirá ir
sofocando gradualmente a las restantes potencias marítimas hasta comienzos
del siglo XX y dominar dos quintos de la superficie terrestre. Pues el Lord
Protector, como señala André Maurois:

Fue el primero en tener la idea de enviar y sostener una escuadra


inglesa en el Mediterráneo y fortificar Gibraltar para asegurar a esta
escuadra un paso libre. Su potencia marítima y mediterránea permitió a
Cromwell intervenir con eficacia en los asuntos continentales; protegió a
los protestantes perseguidos por el duque de Saboya, bombardeó Túnez y
pudo exigir indemnizaciones de la Toscana y del Papa. Mazarino buscó
su alianza y los Ironsides ocuparon Dunkerke. Pero estas guerras
costaban caras y, a pesar de tantos éxitos por mar y por tierra, la política
extranjera de Cromwell fue impopular(*). (André Maurois: op. cit. p.
329)

La geopolítica juega un papel determinante en la duración del imperio que


empieza a consolidarse por tales medios. La insularidad de Inglaterra la libra
de sostener las ruinosas guerras territoriales bajo las cuales terminan por
colapsar el Imperio español, la hegemónica Francia de Luis XIV y el Imperio
napoleónico. Frente a estas hecatombes de magnitud continental, los
eventuales conflictos de Inglaterra con Irlanda o Escocia son enfrentamientos
menores. Inglaterra juega su suerte en los mares, que casi siempre le son
favorables: en caso de derrota, sus flotas se retiran a reponerse en su
inexpugnable fortaleza isleña. A pesar de todas las restauraciones, todavía
perdurará durante varios siglos el poder forjado por Cromwell, designio de su
inconquistable voluntad.

5.- Thomas Modyfordproyecta la conquista de Venezuela

-Una invasión desde Trinidad hasta Cartagena

El accidentado y parcialmente exitoso Western design tiene una


repercusión indirecta en el destino de Venezuela. Gracias al fiasco inicial en
La Española queda sin efecto por el momento el plan de conquista del
continente hispanoamericano, lo que significa también descartar la propuesta
de Thomas Modyford, el futuro gobernador de Jamaica y protector y yerno de
Henry Morgan. Su idea era la de lanzar desde Barbados una flota que se
apoderara de Trinidad y de las bocas del Orinoco, confiando en que los
vientos de barlovento harían difícil a las restantes colonias enviar una armada
de auxilio que navegara contra ellos. La ayuda sólo podría venir tardíamente
desde España, y para entonces confiaba Modyford en estar afianzado y
avanzar por el litoral central hasta Cartagena. (*). (Haring: op. cit. p. 91). Con
algunas modificaciones, es un retoño de la obsesión por el control del Orinoco
que desde los tiempos de Robert Dudley y Walter Ralegh posee a los ingleses.
En 1797, la flota británica ocupa la isla de Trinidad; en el bloqueo de 1902 se
reserva para custodiar desde la desembocadura del gran río hasta el Puerto de
la Guaira: los mismos parajes reclamados en los delirantes planes de Raleigh y
en los prácticos proyectos de Modyford.

6.-Filibusteros de La Tortuga y de Jamaica contra Venezuela

-El Cabildo de Caracas dispone auxilios para Santo Domingo

Ignorantes del plan de Modyford, las autoridades de la Provincia de


Venezuela se inquietan sin embargo por el accidentado curso del Western
Design. Y así, cuando se reúne el Cabildo de Santiago de León de Caracas el
19 de febrero de 1656, una de las cuestiones urgentes a tratar es la de que

Como es público y notorio, por el año próximo passado llegó a la ysla y


sercanía del puerto de la çiudad de Santo Domingo una poderosa armada
de navíos del rreyno de Yngalaterra, con determinazion de tomar la dicha
çiudad, y para el efecto echaron en tierra por diferentes partes de la
çiudad de más de dies mil hombres, con muchos pertrechos, armas y
muniçiones, y cantidad de cavallos guarnesidos de soldados(...)(*).
(Actas del Cabildo de Caracas, T. X. 1655-1657, Tipografía Vargas,
OXIV-29 v. p. 128).

-Los ingleses capturan en 1655 una fragata que parte de Coro

Sobre la invasión de La Española los miembros del Cabildo de Caracas han


recibido desde La Española una petición de auxilio, pero "a causa de aver
muerto el dicho governador en el puerto de La Guaira de esta ciudad no se
save si de esta provincia se le ha hecho algún socorro o no, y lo que se sabe de
cierto es que una fregata que salió de Coro para la dicha çiudad con algunos
bastimentos la rrobó el enemigo" (*).(Loc. cit). Desde el primer instante, por
tanto, el desarrollo del Western Design hace víctimas en naves y pertrechos de
la Provincia de Venezuela. En virtud de lo cual los cabildantes disponen
atender a la solicitud y enviar los auxilios que fuere posible recabar, que han
de ser bien escasos, dada la exigüidad de los que pudieron aplicarse para
contrarrestar la invasión holandesa de Curazao.

Para mayor preocupación de los colonos, España está también en guerra


con Francia, ya que Inglaterra se ha aliado con esta última mientras preparaba
en 1655 su golpe contra Jamaica. El conflicto con Francia sólo concluye en
1659, con la paz de los Pirineos. Mientras tanto, una nueva oleada de piratas y
corsarios ingleses y franceses cae sobre el Caribe.

-El inglés Cristopher Myngs asalta a Cumaná, Puerto Cabello y Coro


en 1659

Desde Londres llegan hasta Jamaica instrucciones de imponer el libre


comercio británico en el Caribe por todos los medios posibles. El gobernador
Doyle, ducho en el lenguaje diplomático, entiende que ello significa un saqueo
en gran escala. No en balde llaman los ingleses al filibusterismo el sweet
trade, el dulce comercio. A tal fin manda al oficial de la Royal Navy
Cristopher Myngs a pillar el Caribe al mando de tres fragatas que transportan
300 combatientes. A la flota se juntan 15 barcos más tripulados por 500
filibusteros atraídos desde la Tortuga a Jamaica por la impunidad que les
ofrece el comprensivo gobernador (*) (Gall: op. cit. 126). El joven Myngs,
nacido en 1625, exhibe brillantes credenciales: acaba de desempeñar un papel
distinguido durante la primera guerra con los holandeses en el Mediterráneo, y
de participar en la batalla de Sheveningen.

Su flota asalta y destruye Cumaná, sus filibusteros desembarcan en Puerto


Cabello y en Coro, persiguen a los habitantes de ésta por el descampado y les
roban 22 arcas destinadas al Rey, cada una con 400 libras de plata. Los piratas
regresan el 23 de abril de 1659 a Port Royal, acarreando un botín de cacao,
plata labrada y joyas próximo a las 300.000 libras esterlinas, que Haring
estima como el más rico jamás llevado a Jamaica. Como el asalto ocurre a
comienzos de 1659, todavía no llegan a la isla las noticias de la paz de los
Pirineos entre Francia y España, que deja sin efectos la alianza británica con
los galos. La incursión de Myngs puede ser considerada quizá como de guerra,
si es que ésta consiste esencialmente en pillaje.

Como suele suceder, el desafío de la súbita riqueza trae consecuencias


vergonzosas. Los filibusteros son fraternos a la hora de conquistar el botín,
pero avariciosos al compartirlo. No toleran que el gobernador separe de lo
pillado la décima parte correspondiente al Rey ni la decimoquinta que le toca
a su hermano el duque de York, almirante nato de la flota(*). (Gall: op. cit. p.
127). Y sobre el botín de Myngs comienza una turbia historia que, como la de
Ralegh y la de Morgan, llega a conocimiento de la justicia británica. Por lo
cual, según apunta Haring:

la secuela de tan brillante hazaña fue desgraciada en cierto modo: hubo


disputas entre los oficiales de la expedición y el gobernador y otras
autoridades insulares sobre el reparto del botín, y a principios de junio de
1659 el capitán Myngs fue enviado a Inglaterra, a bordo de la "Marston
Moor”, y suspendido por desobediencia y robo montante a 12.000 piezas
de a ocho en la bodega de una de las presas. Myngs era un comandante
activo e intrépido, mas evidentemente codicioso y ávido de mando.
Parece haber tratado de distraer la mayor parte del dinero cogido en
beneficio de sus oficiales y soldados, disponiendo del botín por propia
iniciativa antes de dar cuenta precisa de él al gobernador o administrador
general de la isla. Doyle escribe que a bordo de la "Marston Moor" había
una constante feria y que alegando la costumbre de romper y pillar las
bodegas, Myngs y sus oficiales permitieron que las veinte y dos arcas de
plata pertenecientes al Rey de España fuesen distribuidas entre los
soldados, sin proveer para nada a los derechos del Estado (*). (Haring:
Los bucaneros... p. 102).

Pero los tribunales británicos son rigurosos con los aventureros


empobrecidos y misericordiosos con los que se enriquecen. Apenas tres años
después el animoso comodoro está de nuevo al mando de 12 buques ingleses
y de 1.300 hombres, con los cuales ataca Santiago de Cuba en 1662, la saquea
y le vuela el castillo, para retirarse con un riquísimo botín de cueros, azúcar,
plata, vino, esclavos, cañones menores robados al fuerte y campanas tomadas
en préstamo a las iglesias. Casi de inmediato, en enero de 1663, el activo
Myngs zarpa de nuevo con otra docena de barcos y 1.500 hombres hacia
Campeche, captura 16 buques y regresa luego a Inglaterra(*). (Bradley: op.
cit. p. 114). Son incursiones indudablemente piráticas. Desde 1658 ha muerto
Cromwell; a partir de 1560, con la restauración de Carlos II en Inglaterra, ésta
ha hecho formalmente las paces con España. Como en tiempos de Isabel I, los
Perros del Mar muerden por debajo de la mesa donde se celebra la
reconciliación.
Estos detalles no impiden a Christopher Myngs culminar una respetable
carrera. Su magnánima Majestad Carlos II, sin dejarse confundir por
embrolladas historias de reparto de botín, lo arma caballero por sus méritos en
la batalla de Lowestoft en 1665; el año inmediato, el desprejuiciado comodoro
muere de una herida de cañón en la batalla de los Cuatro Días.

-Los piratas ingleses lanzan cinco incursiones contra el Litoral Central


en 1660 y 1661

Así como Myngs obtiene honores de la expedición, el ingenioso


gobernador Doyle extrae experiencia. Ya no intentará someter a los
filibusteros a la autoridad de la Royal Navy: los deja elegir su propio
almirante, organizarse a su antojo y escoger sus objetivos en asamblea
democrática, de acuerdo a la costumbre de la Hermandad de la Costa. En 1663
recibe una orden de hacer que sus protegidos suspendan todo tipo de
hostilidades, y contesta que "si les prohibo entrar en nuestros puertos, se irán a
proteger a los de los franceses y holandeses, que los acogerán con
satisfacción"(*). (Gall: op. cit. p. 128).

La difícil situación entre España e Inglaterra y el ejemplo de las exitosas


correrías de Myngs anima a una turba de aventureros menores y
contrabandistas a azotar perennemente las costas del litoral central. Al
extremo de que el Cabildo de Caracas de 7 de febrero de 1661 propone un
Cabildo abierto a fin de discurrir las medidas para poner remedio a la
situación:

En este cavildo propusso y dixo el dicho procurador general, que bien


constava a su señoría los daños que está rresibiendo la costa del puerto de
La Guayra de esta ciudad, así a barlobento como a sotavento, hechos por
el enemigo cossario que continuamente anda enella con diferentes
bajeles,no abiendo, como no hay, valle ni estancia de cacao seguro de sus
rrobos y ymbaciones, saqueándolas y llebándose los esclavos con que se
benefician, haciendo muchas muertes y otros ynsultos, conosiéndose que
los que los hacen son de nación yngleses, en que puede ser andan
mencladas otras, biéndose tan perseguidas y aflixidas las personas que
tienen las dichas estancias que tratan de despoblarlas y desamparar lo que
tienen labrado y de que se sustentan, en que no sólo será daño particular
más general, porque, siendo como son de cacao las dichas estancias, es el
fruto más comerciable en esta provincia, rresultará el faltar el trato y
contrato y también, es ocasión el dicho enemigo, de que se suspenda el
comercio de los baseles en que condussen al puerto de La Guayra, assí
los vecinos de esta dicha ciudad y los de la Nueva Valencia del Rrey de
esta gobernación y dicho puerto y forasteros, sus frutos y bastimentos
para dicho comercio y sustento, pues, de doce días a esta parte, el dicho
enemigo a rrobado y hecho barar en tierra un barco y una piragua con
pérdida de lo que trayan, y ansimismo consta a este cabildo, que por
quatro beces a despachado su señorías del señor gobernador y capitán
general de esta provincia, en busca del dicho enemigo, a su costa, donde
an ydo diferentes embarcaciones con ynfantería, y no se a conseguido el
hacerle ningún daño, de que antes a resultado pérdida, como es
notorio.(*) (Actas del Cabildo de Caracas, v.XI Concejo Municipal del
Distrito Federal, 1969, pp. 57-59)

Son, entonces, cinco incursiones en un lapso aproximado de un año: una de


ellas roba y vara en tierra un barco y una piragua; las otras cuatro provocan la
salida del capitán general y de sus tropas, sin que se haya "conseguido hacerle
ningún daño". Los caraqueños reviven la situación que afligió un siglo antes a
Borburata; afortunadamente, sus montes y trincheras los protegen de los
merodeadores, que no pasan de la costa, pero los habitantes de las haciendas
del litoral amenazan con despoblarlas. Para la época no hay guerra oficial con
Inglaterra: son por tanto ataques piratas. Poco es el consuelo que pueden
obtener los caraqueños de las deliberaciones sobre la materia. El remedio
contra el azote pirático consiste en fortificaciones sólidas, milicias entrenadas,
flotas de resguardo, patrullaje perenne y en un poder naval capaz de atacar a
los piratas en sus bases y desalojarlos del ámbito de sus correrías.

Todo ello está por el momento fuera del alcance de los castigados
caraqueños. La modesta colonia no produce lo suficiente para costear tales
medidas de estado de guerra perenne. Sólo con el tiempo construirá
fortificaciones más eficaces y dispondrá de resguardo naval efectivo, pero a
un costo exorbitante. Entre tanto, sólo queda el recurso de la paciencia.

-El pirata holandés Bernardo Jansen asalta Santo Tomé de Guayana en


1664

España y Holanda han concertado la paz desde 1648. Pero los piratas, al
igual que los estadistas, no respetan tratados: los forajidos neerlandeses
siguen su guerra particular de acoso contra las posesiones españolas. Como
hemos indicado, Holanda e Inglaterra están en guerra entre 1652 y 1674: las
antiguas aliadas contra España ahora se pelean porque los adalides del libre
comercio británicos se reservan el monopolio de la navegación en sus aguas, y
el del comercio de importación y exportación de su isla. Y sin embargo, los
piratas holandeses parten impunes de la supuestamente enemiga base inglesa
de Jamaica. En el vendaval de pactos, treguas y paces violadas, la única
fraternidad indemne es la del pillaje.

Así, según relata Haring fundándose en el Diario de Beeston, "en junio de


1663 cierto capitán Barnard zarpó de Port Royal para el Orinoco, tomó y pilló
la ciudad de Santo Tomás y regresó en marzo siguiente" (*). (Haring: op. cit.
p. 114). El ataque del holandés Bernard Jansen -a quien no hay que confundir
con su colega Adriaen Janszoon Pater- tiene lugar a comienzos del año
inmediato de 1564, como lo confirman el Presidente de la Audiencia de Santo
Domingo, Don Pablo Carvajal, en un despacho del 16 de julio de 1664, así
como el Gobernador de la Habana, en carta del 27 de abril de 1664 (*). (AGI,
Santo Domingo 60, v.2. y AGI, Santo Domingo 104, v. 1, cit. por Pablo Ojer
en nota 4 al Cap. II de la Historia de la Nueva Andalucía de Fray Antonio
Caulín; Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1966, pp. 42-43).

El encuentro es violento y destructivo; el resultado, de nuevo desastroso


para los lugareños. Fray Antonio Caulín reseña, aunque errando la fecha, que
el año de 1579 "invadida aquella Provincia por el Capitán Janson, de nación
Olandés, quedó en tan extrema necesidad, que los más de los Vecinos se
retiraron a los llanos de Cumaná; estos perecieron al rigor de la hambre, y de
las plagas; y entre ellos el venerable Padre Llauri; y el Padre Julián, que quedó
solo, de orden de su Superior se retiró a las Misiones de Casanare" (*). (Fray
Antonio Caulín: Historia de la Nueva Andalucía; Academia Nacional de la
Historia, Caracas, 1966, p. 35). Una vez más, los pacientes guayaneses no
tienen otro remedio que recurrir a su estrategia tradicional: escapar a las selvas
circundantes, hostigar desde ellas a los saqueadores, reconstruir su ciudad
destruida.

-Los capitanes Juan González Perales y Esteban de las Hoces capturan la


nave pirata "El Caballero Romano" en 1665

El pillaje a las haciendas del litoral por parte de los ingleses llegados desde
su cómoda guarida de Jamaica se hace tan frecuente, que el almirante don
Félix Garci-González de León, designado Gobernador y Capitán General de
Venezuela a fines de 1664, toma medidas extraordinarias: perfecciona las
fortificaciones de La Guaira y crea varias flotillas para la persecución de los
piratas. Los capitanes de una de ellas, Juan González Perales y Esteban de las
Hoces, capturan diversas embarcaciones pequeñas y una de alto bordo, la
nave pirata "El Caballero Romano"(*). (Sucre: op. cit. p. 162).

El inmediato año de 1665 es nombrado gobernador de Jamaica sir Thomas


Modyford, el autor de los planes para la conquista inglesa de Venezuela.
Londres reitera las instrucciones de dejar en paz a las colonias españolas; los
filibusteros amenazan con abandonar Jamaica a su suerte; Modyford
comprende que sin los aventureros la colonia está perdida y se convierte en su
cómplice. Recurre al Consejo de la Isla -una asamblea de terratenientes- para
otorgarles las patentes de corso que Londres les niega; encomienda a
Mansfeld, el almirante electo de los filibusteros, un supuesto ataque a los
holandeses de Curazao que no es más que una excusa para asaltar Costa Rica.
Infinidad de otros aventureros devastan las colonias españolas amparados en
estas originales patentes de corso expedidas en tiempos de paz.

-Los piratas franceses L'Olonnais y Miguel el Vasco saquean


Maracaibo y Gibraltar en 1665

El héroe del mar es un héroe de la


muerte.

Gastón Bachelard: El agua y los sueños.

Mocedades de un filibustero

Jean David Nau, alias François L'Olonnais, alias el Olonés, nace en Francia,
en la región de Les Sables d'Olonne. En su juventud emigra al Caribe en la
mísera condición de sirviente comprometido, que el cirujano de los
filibusteros Alexandre O. Exquemelin -cuya narrativa seguimos en lo esencial
en esta sección- equipara certeramente a la de esclavo. Terminado su
compromiso, Jean Nau arriba a La Española, vive entre los bucaneros,
participa en varias expediciones y conquista el favor del gobernador de La
Tortuga, Monsieur de la Place.

En una de sus incursiones la tormenta arroja la nave a la costa de


Campeche y los españoles derrotan y capturan a su tripulación. Jean Nau se
salva a duras penas haciéndose el muerto entre los cadáveres de sus
compañeros. Luego escapa al bosque, se restablece de sus heridas, sonsaca a
varios esclavos, roba con ellos una canoa, regresa a La Tortuga, consigue otra
nave mayor, recluta 21 cómplices y zarpa hacia la villa cubana de Los Cayos.
Allí se encuentra con un barco que el Gobernador ha mandado para
combatirlo, con noventa tripulantes, diez cañones y "un negro que les sirviese
de verdugo y ahorcase a cuantos cogieran de dichos corsarios, excepto al
capitán L'Olonnais, que debían llevar a La Habana". Jean David cae de
madrugada sobre los desprevenidos ejecutores, los decapita y sólo perdona a
uno, con quien remite al gobernador un conciso mensaje: "No daré jamás
ningún cuartel a español. Tengo firme esperanza de ejecutar en vuestra
persona lo mismo que en los que aquí enviásteis con el navío, con el cual os
figurábais hacer lo mismo conmigo y mis compañeros" (*). (Exquemelin:
Piratas de América, pp. 74-75). Es la proclamación oficial de un odio hacia
los ibéricos que luego ratificará con hechos de una crueldad casi pintoresca.
Dueño de tres naves, Jean David pone proa hacia Maracaibo, "donde tomó un
navío con mucha plata y mercaderías, que había dentro y que iba a comprar
cacao" y fija rumbo hacia La Tortuga (*). (Exquemelin: op. cit. p. 76).

El botín del cacao

A su regreso, encuentra que su cómplice Miguel el Vasco ha capturado otro


barco, con uno de los más preciados tesoros: dos franceses que han vivido
largo tiempo en Maracaibo, conocen al dedillo el difícil paso por la Barra del
Lago y están dispuestos a servir de guías (*). (Exmelin: op. cit. p. 54).

Los informes despiertan la codicia de Jean Nau. Para la época Maracaibo


es puerto de exportación para las ricas cosechas de la cordillera andina y de las
fértiles tierras del sur del Lago. Conforme apunta Exquemelin, los habitantes
comercian en pieles y tabaco, y tienen "gran cantidad de ganado y
plantaciones que se dilatan en distrito de treinta leguas, que se cuentan desde
la dicha villa hasta el grande y populoso lugar de Gibraltar, en el cual se
recoge abundancia de cacao y multitud de toda suerte de frutos campesinos".
Maracaibo cuenta en ese entonces con una población cercana a las 4.000
personas -comprendidos los esclavos- de las cuales unas 800 son hábiles para
las armas, y luce "una iglesia parroquial de muy buena estructura y adorno,
cuatro conventos y un hospital" (*). (Exquemelin: op. cit. p., 79).

El triunfante Olonés convoca públicamente a todos los habitantes de La


Tortuga interesados en un nuevo asalto hacia la rica zona. Acuden 1.670; el
primero de ellos es naturalmente Miguel el Vasco o Miguel el Vascongado,
mayor de la isla, veterano de las guerras europeas, secuestrador de los
prácticos y conocedor de la región, a quien el Olonés confiere el cargo de
capitán de las fuerzas en tierra. Embarcan a bordo de la fragata de 16 cañones
capturada en la incursión anterior -a al cual por su cargamento rebautizan "La
Cacaoyère"- de la fragata de 16 cañones "La Poudrière", donde va el polvorín
y de otra fragata, un bergantín y tres pequeñas naves. Cada hombre va armado
con un fusil, dos pistolas y un sable (*) (Oexmelin: Historias de piratas; p.
26).

El difícil paso de la Barra

El contingente leva anclas a fines de abril de 1667; en el Norte de La


Española recoge todavía más tripulantes y pertrechos. En julio avistan en
dicha isla un barco que viene de Puerto Rico, combaten con él tres horas, lo
capturan, se apoderan de 120.000 libras de cacao, 40.000 reales de a ocho,
10.000 pesos en joyas y 16 cañones. Con el nuevo buque como nave
almirante, fortalecido con un número todavía mayor de reclutas, el Olonés se
hace a la vela hacia el Lago de Maracaibo. Seguramente termina de costear el
norte de La Española, cruza el Canal de la Mona entre esta isla y Puerto Rico
y desde allí fija un rumbo que desde entonces se hará caro a muchos
filibusteros: 200 grados, o Sursudeste, como lo llaman las antiguas Rosas de
los Vientos. Al ocaso se levanta desde el sureste la esplendorosa Cruz del Sur:
cada medianoche más alta sobre el horizonte, señala la ruta su estrella Acrux.

La estrecha entrada del Lago de Maracaibo está dividida por las islas de
Zapara y San Carlos en tres bocas. La oriental y la occidental son navegables
apenas por lanchas de pocos pies de calado. La boca central tiene una
profundidad de unos 15 a 20 pies según la fase de la marea y las épocas, pues
las aguas lacustres acumulan incesantemente sedimentos que cambian los
bancos del fondo y hasta la configuración de los islotes. Los navegantes deben
buscar una especie de canal que les da acceso a la bahía de El Tablazo, y de
ésta al puerto de Maracaibo (*). (Antonio Eljuri Yunis S.: La batalla del Lago
de Maracaibo; Caracas 1970, pp. 36-39). Para la época, la estratégica entrada
del Lago está custodiada apenas por dos instalaciones: una casa con centinelas
en la isla de la Vigilia, y la fortaleza de la Barra. Exquemelin, el cirujano de
los piratas, mientras prepara sus instrumentos anota que el fuerte no es más
que "algunos grandes cestos de tierra puestos en una eminencia" en donde
están "plantadas dieciséis piezas de artillería, apoyadas alrededor por otros
montes de tierra, para encubrirse"(*). (Exquemelin: op. cit. p. 82). Los
invasores anclan fuera de la vista de la isla; disimulándose en la noche
navegan hacia la Barra. Poco antes del amanecer la rutilante Cruz del Sur se
oculta por el poniente: domina la noche el rojizo Antares, el Corazón del
Escorpión.
Con el primer destello del sol los filibusteros desembarcan y caen en la
trampa del Gobernador, quien "había puesto algunos españoles en emboscada,
para servirse de ellos en retaguardia, y coger mejor al improviso enemigo por
las espaldas". El torrente de sitiadores combate durante tres horas al arma
blanca, ocupa el castillo, desborda a los embocaderos. Los sobrevivientes se
retiran hacia Maracaibo voceando "los piratas vendrán aquí con dos mil
combatientes". Los vecinos huyen en estampida cargando sus bienes hacia las
afueras y hacia Gibraltar (*). (Exquemelin: op. cit. p. 83)

Dueños del fuerte, los filibusteros señalan a sus barcos que la entrada está
libre, clavan los cañones, derruyen las insignificantes defensas, entierran a los
muertos, embarcan a los prisioneros y heridos y al día siguiente levan anclas
hacia Maracaibo. Los prácticos se muestran eficaces: la flota sortea con éxito
los dificultosos bancos de la Barra. Inútilmente cañonean edificaciones y
alrededores: al desembarcar encuentran una ciudad desierta. La desesperada
defensa del fuerte ha permitido a los lugareños salvar sus vidas y parte de sus
haciendas.

Saqueos y torturas

Comienza así el operativo usual en estas ocupaciones. Los invasores


requisan alimentos, ocupan las mejores casas, se acuartelan en la resistente
iglesia y envían una partida de 150 hombres para atrapar fugitivos y rastrear
botín. Esta regresa con 20 prisioneros, 20.000 reales de a ocho y mulos
cargados con muebles y mercancías. El Olonés descuartiza con su sable a un
cautivo para incitar a los demás a descubrir las riquezas ocultas. Uno de ellos
accede; cuando los saqueadores llegan, ya han sido cambiadas de sitio. Siguen
nuevas pesquisas y un lúgubre estado de desconfianza, ya que "los españoles,
huyéndose de término en término cada día y mudando de bosques, se tenían
por sospechosos los unos a los otros, de suerte que el padre ni se fiaba de su
mismo hijo"(*). (Exquemelin: op. cit. p. 84). Y según testimonia el impasible
cirujano de los invasores, "los filibusteros habrían de tener poco después
jornadas de gran intensidad ahorcando a la gente, saqueando y destruyendo".
Sólo una escena logra dejarlo, según su expresión, estremecido de pavor. Uno
de los prisioneros se resiste a hablar, por lo cual

entonces el Olonnais ordenó que lo amarraran a un árbol y, cuando sus


hombres se hubieron apresurado a cumplir esta orden, él de un tirón
separó sobre el pecho del prisionero su casaca, y luego extrajo su
cuchillo y le asestó un descomunal tajo que le desgarró la carne. La
sangre brotó en seguida, pero esto no conmovió al Olonnais. Con la
ferocidad que le daba su odio hacia los españoles, introdujo la mano en la
herida del prisionero y le arrancó el corazón, que ofreció a uno de sus
propios hombres. Este se lo comió crudo, con la carne aún palpitante. Y
por lo que yo vi, pareció gustarle mucho esa carne(*). (Alex Olivier
Oexmelín: Historias de piratas, p. 28).

Tras esta escena clásica de los horrores del filibusterismo, los invasores
reembarcan para saquear las poblaciones del Sur del Lago. Les basta para ello
navegar de través, aprovechando los vientos alisios que soplan desde el
noreste hacia el Suroeste. Mientras tanto, el Gobernador de Mérida baja con
cuatrocientos hombres de su comarca, pone sobre las armas a otros
cuatrocientos y planta 20 piezas de artillería protegidas con cestas de tierra en
el estratégico puerto de Gibraltar, lugar de embarque de las mercaderías
producidas en Mérida, en Trujillo e incluso en Pamplona. En sus
embarcaciones, los asaltantes vacilan. De acuerdo con la costumbre de la
Hermandad de la Costa, el Olonés convoca a consejo, exhorta a los vacilantes
y consigue el asentimiento para el ataque, tras lo cual añade: "Está bien, pero
sabed que al primero que mostrare temor o escrúpulo, le daré un
pistoletazo"(*). (Exquemelin: op. cit. p. 85).

Batalla por Gibraltar

Cuatrocientos filibusteros saltan a tierra antes del alba. Hallan el camino


principal bloqueado con árboles derribados; siguen un sendero fangoso; en él
los ametralla la artillería dispuesta por el Gobernador. Los invasores cortan
ramas para hacer pie en el lodazal; una carga de los lugareños los pone en
fuga. El astuto Olonés finge la retirada total. Los colonos abandonan sus
trincheras para perseguirlo; los filibusteros contraatacan, matan doscientos
defensores, asaltan el improvisado fuerte, obtienen la rendición de otro
pequeño fortín con ocho piezas y trasladan la artillería hasta la iglesia, donde
se acuartelan. Han perdido cuarenta hombres y tienen otros tantos heridos,
pero han matado quinientos colonos, capturado ciento cincuenta combatientes
y cerca de quinientas personas más entre esclavos, mujeres y niños. Los
piratas cargan los cuerpos de los enemigos muertos en dos barcas y las hunden
en el lago (*).(Exquemelin: op. cit. p. 87).

En Gibraltar recomienza el operativo interrumpido en Maracaibo. Durante


cuatro semanas los merodeadores saquean cuanto encuentran. Sus prisioneros
desfallecen por falta de alimentos; algunas de las mujeres se entregan "más
por hambre, que por lascivia"(*). (Exquemelin: op. cit. p. 88). Los piratas
prenden fuego en varios sitios del poblado y piden 10.000 reales de a ocho
por no terminar de incendiarlo. Pero las llamas incontroladas abrasan la
iglesia y sus alrededores, y los invasores piden ayuda a los lugareños para
sofocarlas. Cobrado el rescate, embarcan botín y prisioneros para Maracaibo,
donde pillan las imágenes, cuadros y campanas de la iglesia y reclaman
30.000 reales de a ocho por no incendiar la ciudad. Después de arduos
regateos, los marabinos logran reducir el rescate a 20.000 reales y 500 vacas.
Tres días después de pagarlo, sufren el sobresalto de ver que la flota pirata
regresa, pero sólo para pedir un piloto que los oriente en los traicioneros bajos
de la Barra (*). (Exquemelin: op. cit. p. 89). Seguramente los eficaces
prácticos franceses escaparon, o perdieron la vida en alguna de las ciudades
hasta donde condujeron a los piratas.

Destino de un botín

Tras dos meses de rentables tropelías, los aventureros anclan en el puerto


de bucaneros franceses de isla de la Vaca en La Española. Juntan en fondo
común el botín de 260.000 reales de a ocho y las mercancías capturadas. Lo
reparten de acuerdo a sus costumbres, privilegiando heridos y mutilados. Casi
un mes invierten en distribuir equitativamente su riqueza, pero al regresar a La
Tortuga la mayoría "en tres semanas no tenía ya dinero, habiéndolo perdido en
cosas de poco momento y al juego de naipes y dados". Como días antes han
recalado en la isla dos naves francesas cargadas de vino "los taberneros y
meretrices se llevaron la mayor parte, de tal modo, que ya se veían los
navegantes obligados a buscar otras fortunas por las mismas mañas que las
precedentes" (*). (Exquemelin: op. cit. p. 90).

Mejor parte que meretrices y taberneros tiene Bertrand de Ogeron, para el


momento gobernador de La Tortuga. El astuto funcionario compra "La
Cacaoyere" y el cargamento de cacao, se hace a la mar con él para Francia y
gana 120.000 libras, descontados los gastos(*). (Exmelin: op. cit. p. 56).
Aprovechando la estadía, se comunica con el ministro de finanzas Jean
Baptiste Colbert, para proponerle planes que tendrán decisivas consecuencias
para el Caribe.

El fructífero negocio confirma que una de las exportaciones más abundantes


y valiosas de Maracaibo para la época es el cacao fletado hacia México.
Hemos visto que el Cabildo de Caracas lo llama "el fruto más comerciable en
esta provincia". Para conducirlo hasta Veracruz, según indica Eduardo Arcila
Farías, Venezuela dispone a fines del siglo XVII de una flota propia de 18
naves de gran tamaño (*) (Arcila Farías: Economía colonial de Venezuela, T.
II. p. 208). Estas naves y sus cargamentos son las presas favoritas de Miguel el
Vasco, el Olonés, Morgan y hasta el propio Granmont.

Fin de un filibustero

Tras la costosa francachela, los arruinados filibusteros no tardan en salir de


nuevo al mando de Jean Nau en otra expedición, esta vez hacia el golfo de
Honduras. En él saquean Puerto Caballo, capturan un buque español de 24
cañones, dan tormento y matan a los prisioneros y toman la ciudad de San
Pedro. Tras numerosos percances, Jean Nau encalla su nave cerca de la ría de
Nicaragua; al pretender forzar ésta en pequeñas embarcaciones pierde casi
toda su tripulación en un ataque de españoles e indígenas coligados. El Olonés
huye hacia las costas de Cartagena, cae en manos de los indígenas de Darién
y éstos, según narra a Exquemelin un sobreviviente, "le cogieron y
despedazaron vivo, echando los pedazos en el fuego, y las cenizas al viento,
para que no quedase memoria de tan infame inhumano"(*). (Exquemelin: op.
cit. p. 103).

-El pirata Miguel el Vasco asalta Maracaibo en 1667

Rescate por los habitantes de Maracaibo

Apenas dos años después de la invasión de Jean Nau, Miguel el


Vascongado, su flamante capitán de las fuerzas de tierra, cae sobre Maracaibo
al mando de una nueva expedición. Con la experiencia reunida en correrías
anteriores, vence fácilmente lo que queda de la derruida guarnición, toma por
sorpresa a la ciudad, reúne a todos los prisioneros en la iglesia y amenaza
degollarlos si no se le paga rescate por ellos. Logrado su objetivo, no
considera oportuno proseguir la ruta usual hacia Gibraltar, y se retira para
disfrutar el botín en La Tortuga (*). (P. Guzmán: Apuntaciones históricas del
Estado Zulia; Universidad del Zulia, Maracaibo, 1967; pp. 130-132).

Leyenda del Angel Exterminador

Montbars nace en 1645, en el Languedoc; según la obligada leyenda


romántica, es de origen noble. En su infancia, le habría provocado decisiva
conmoción la lectura de los libros de Bartolomé de las Casas; para vengar las
crueldades contra los indígenas allí descritas, se propone cometer otras
equiparables contra los españoles(*). (Zu Mondfeld: Piratas, pp. 218-220).

Pronto realiza sus sueños: expulsado del colegio, embarca en el buque


corsario de un tío que zarpa al Caribe y se comporta con tal aplicación en los
abordajes que merece el apodo de "Angel Exterminador". A los 18 años se
separa del tío en La Tortuga; pronto tiene barco y tripulación propia
compuesta, según la piadosa inspiración de Las Casas, de caribes dispuestos a
vengarse de sus opresores. Poca es la información que hay sobre las correrías
del Exterminador, pero muy precisa la relativa a sus crueldades: al igual que al
Olonés, se le atribuye una fanática ferocidad contra los españoles; como a
aquél, se le reputa de inventor de suplicios atroces. El más abominable es el
de hacer correr a un prisionero después de fijar un extremo de su intestino a un
árbol, tormento que se parece sospechosamente a un grabado que figura en el
Theatrum crudelitatum haereticorum nostri temporis, panfleto impreso en
Amberes en 1587 contra las crueldades de los hugonotes(*). (Georges Blond:
Histoire de la flibuste; Stock, Paris, 1969, pp. 45-46). El minucioso
Exquemelin anota que de los ojos de Montbars no se podía decir ni la forma ni
el color, a tal punto estaban escondidos bajo la bóveda oscura de sus cejas,
pero que "en el combate comenzaba a vencer por el terror que inspiraban sus
miradas"(*). (Besson: Flibustiers et corsaires; Editions Ducharte & Van
Bggenhoudt; París, 1927, p. 28). La descripción anticipa a la de las criaturas
demoníacas de Lautreaumont.

Al Angel Exterminador se le acredita que "junto con otros piratas llevó a


cabo el incendio y saqueo de varias ciudades, entre ellas Puerto Cabello,
Maracaibo y San Pedro"(*). ("Monbars o Montbars", en: Enciclopedia
General del Mar; T. IV. pp. 637-638). Mario Briceño Iragorry reseña hacia la
misma época una incursión contra Maracaibo del célebre filibustero Montbars
"el Exterminador"; sus detalles se asemejan punto por punto al relato de la
incursión de Henry Morgan realizada por Exquemelin(*). (Briceño Iragorry:
Tapices de Historia patria; p. 132). Pero no hemos encontrado datos más
amplios sobre estas incursiones: es posible que Montbars participara en ellas
como cómplice o auxiliar de otros filibusteros cuyo nombre sí fue registrado
pormenorizadamente por las víctimas. Besson le atribuye una incursión a
Maracaibo, cuyos detalles también se asemejan punto por punto a la narrativa
de Exquemelin sobre el asalto de Morgan a dicha ciudad, hasta en el bloqueo
de la Barra por una flota española, y su derrota con brulotes(*). (Besson: op.
cit. p. 20). Quizá Besson confunde a ambos filibusteros por la remota
semejanza fonética, y a su vez induce a error a Briceño Iragorry.
El final de Montbars es tan misterioso como su elusiva carrera: en una
oportunidad se hace a la vela desde La Tortuga con su tripulación de
vengativos indígenas, y jamás se vuelve a saber nada de ellos.

-El pirata Henry Morgan saquea Maracaibo y Gibraltar en 1669


¡Oh, hazme una máscara!
Dylan Thomas.

El anónimo sirviente

El corsario y pirata John-Harry-Henry Morgan, tras descartar La Guaira


como presa, invade Maracaibo en l669. Para el momento, tiene ya una larga
historia como aventurero del mar. Su apellido mismo ha sido llevado por
mitológicas sirenas, pues Mor-gen significa nacido del mar. Desde el
comienzo sus diversas biografías se entretejen con la leyenda. Todas le hacen
nacer hacia 1635 en el país de Gales; a partir de allí, unas sitúan su cuna en
Llanrhymney, otras en Perncarn. Algunas fuentes le atribuyen un novelesco
origen noble; otras lo suponen prosaicamente secuestrado en Bristol y vendido
en Barbados en la terrible condición de engagé; otras lo presentan huido para
buscar la protección de su tío el coronel Edward Morgan, vicegobernador de
Jamaica(*). (Cfr. Abella: Los piratas del Nuevo Mundo, p. 100; Georges
Blond: Histoire de la Flibuste, pp. 99-102; Wolfram Zu Mondfeld: Piratas, p.
227-229; Robert de la Croix: Historia de la piratería, pp. 47-48). En una carta
a las autoridades, el elusivo aventurero resume concisamente sus mocedades
diciendo que "dejé la escuela demasiado joven como para hacerme ducho en
estas o aquellas leyes, y desde entonces me he acostumbrado más a la lanza
que a los libros" (*). (Francis Russell Hart: Admirals of the Caribbean;
George Allen & Unwin Ltd, 1923, p. 105). No será el último retoque que hace
a su controvertida imagen, que en esos primeros tiempos es borrosa, anónima,
contradictoria.

El almirante de los filibusteros

Apenas arribado a la nueva colonia inglesa de Jamaica empiezan sus


aventuras. En 1666, aliado con Davis, Le Maire y Mansfeld, asalta Santa
Catalina, libera a los confinados en el presidio de la isla, los suma a sus
fuerzas y pide ayuda al gobernador de Jamaica, quien se la niega en vista de la
situación de paz con España. Esta celebra con Inglaterra en 1667 el Tratado
de Madrid, por el cual cada parte contratante se compromete a no interferir en
el comercio de la otra. Pero el sinuoso gobernador recurre al Consejo de la
Colonia, una asamblea de los terratenientes de Jamaica, para que otorguen a
los filibusteros las patentes que la Corona es tan remisa en conceder.
Mansfeld muere; los filibusteros eligen a Henry Morgan como su nuevo
almirante, y el comprensivo Modyford no tarda en expedirle una patente hecha
a la medida(*). (Gall: op. cit. p. 134). En 1668 Morgan saquea Puerto
Príncipe (el actual CamagÜey) con una docena de barcos y 700 filibusteros.
Poco después asesta el golpe maestro de la toma de Portobelo: conquista los
fuertes usando religiosos como rehenes, dirige una orgía que dura dos
semanas, se retira con un botín de 260.000 escudos. Los saqueadores lo
dilapidan en la Tortuga; Morgan ordena a los capitanes de sus naves una
reunión en la isla de la Vaca, al sur de La Española, sitio tradicional de reparto
de presas y preparación de expediciones.

Una vez allí, el ingenioso galés se apodera de un buque francés de 24 piezas


de artillería de hierro y 12 de bronce anclado en el lugar, mediante el original
expediente de invitar a los oficiales a un banquete en su nave almirante
"Oxford" y hacerlos prisioneros. De inmediato, convoca un consejo que
decide dirigirse hacia la isla Savona para acechar veleros separados de la flota
española. La imagen del Henry Morgan que preside la celebración
consiguiente presenta ya rasgos definidos. Es el primer capitán de los
filibusteros que en lugar de una paga doble o triple se atreve a exigir la quinta
o la sexta parte del botín, como un Rey. Gall le atribuye para esos tiempos
aires de gran señor, camisa de encajes, traje de seda, sable con puño de plata y
un cortejo de oficiales que transmiten sus órdenes y le sostienen el catalejo: lo
más lejano del áspero igualitarismo filibustero; lo más remoto del mísero
engagé (*). (Gall: op. cit. p. 137).

El empresario de pompas fúnebres

La celebración que preside el acicalado almirante de los foragidos no


transcurre sin incidentes: a la usanza filibustera, los convidados acompañan
cada brindis con pistoletazos; una bala da en el pañol de pólvora en la proa y
los 350 festejantes saltan por los aires junto con sus cautivos franceses. Sólo
se salvan 30 hombres en la cámara de popa, y entre ellos está Henry Morgan.
El diligente aventurero acusa de inmediato a sus víctimas francesas de causar
la explosión y ordena la pesca de los restos de sus colegas. Contempla el
lóbrego rescate Alexander Olivier Exquemelin, el memorioso cirujano de a
bordo, quien consigna en su diario que ello se hace "no con la humana
intención de enterrarlos, si bien al contrario, con la mezquina de sacar algo de
bueno en sus vendas y adornos", ya que "si hallaban algunos con sortijas de
oro en los dedos, se los cortaban para sacárselas y los dejaba en aquel estado a
merced de la voracidad de los peces"(*). (Exquemelin: op. cit. p. 130).

Consolados de tal manera del macabro incidente, los 600 filibusteros se


hacen a la vela en 15 naves comandadas por la capitana de Henry Morgan,
dotada de 14 piezas de artillería. Los vientos contrarios les impiden alcanzar la
isla de Savona; a fin de avituallarse anclan en la rada de Ocoa. Los españoles
advierten su presencia, aniquilan los animales de la zona para impedirles cazar
y con un rebaño de vacas los atraen hasta una emboscada que cuesta
numerosas bajas a ambos bandos. Morgan se enfurece, desembarca a la
cabeza de 200 filibusteros, no encuentra a los agresores, incendia el poblado y
leva anclas(*). (Exquemelin: op. cit. p. 132).

Cuando la castigada expedición arriba a Savona, no encuentra naves


españolas ni abastecimientos. Morgan envía una flotilla de siete buques con
150 hombres a saquear los pueblos de la costa de La Española, pero los
lugareños preparan la defensa con tal orden que los merodeadores no
desembarcan. El galés baraja planes para asaltar los pueblos de la costa de
Caracas, pero el capitán francés Pierre Picard o Picardo, veterano de la flota
del Olonés, lo convence de dirigirse a Maracaibo. Sin esperar a reunirse con la
expedición enviada contra La Española, le deja un mensaje convocándola para
el Golfo de Venezuela y leva anclas hacia Aruba. Allí hacen escala durante
dos días; compran carneros, corderos y leña, y parten de noche para ocultar su
rumbo(*). (Exquemelin: op. cit. p. 134). Continúa la guerra entre Holanda e
Inglaterra, pero las Antillas neerlandesas siguen a la orden de los filibusteros
ingleses para sus correrías contra Tierra Firme.

El saqueador de Maracaibo

El 8 de marzo la flota llega a la entrada del Lago de Maracaibo. Siguiendo


la táctica ya probada por el Olonés, los filibusteros anclan fuera de la vista de
la isla de la Vigilia; navegan de noche y caen de madrugada sobre el fuerte
que los lugareños han reconstruido en la Barra. Este "no es más que un
reducto de diez metros de altura, doce de largo y seis de ancho, al cual se sube
por una escala de hierro que sus ocupantes retiran después de haber
ascendido"(*). (Oexmelin: Historias de piratas, p. 53) Los marabinos disparan
para estorbar el desembarco. Exquemelin, ocupado en las horribles tareas de
cirujano autodidacta, reconoce en su diario que "uno y otro partido se
defendieron con valor y coraje durante el día entero". Al caer la noche cesan
los disparos. Morgan envía exploradores al fuerte; éstos apagan una mecha
que los defensores han dejado encendida en la santabárbara "con la idea de
que los piratas entrarían y saltarían por los aires al saltar el castillo". Salvado
de nuevo providencialmente de una explosión, Morgan se apodera de
pólvora, municiones y mosquetes y hace clavar las dieciséis piezas de
artillería(*). (Exquemelin: op. cit. p. 134).

El 9 de marzo la flota zarpa hacia Maracaibo. Los bancos de la Barra


cierran el paso a las naves de mayor calado. La expedición prosigue en barcas
y chalupas ligeras. La vista de algunos hombres a caballo les hace temer que
la ciudad se defenderá; la bombardean, pero al desembarcar la encuentran
desierta. De nuevo la encarnizada defensa del fuerte ha ganado el tiempo
necesario para que los vecinos se pongan a salvo con sus pertenencias. Los
asaltantes ocupan edificaciones vacías: las mejores casas y la iglesia, que
requisan para cuerpo de guardia. Una partida de cien filibusteros captura en
los alrededores una treintena de hombres, mujeres y niños, y cincuenta mulos
cargados. Para obligar a los prisioneros a descubrir sus riquezas, los golpean
con palos, les dan tratos de cuerda, les queman con mechas ardientes entre los
dedos, les agarrotan corleas en el cráneo hasta hacerles saltar los ojos. Todos
se dicen pobres, y juran que los ricos se han puesto a salvo en Gibraltar. Otra
partida se extravía por las falsas informaciones del guía, al cual cuelgan de un
árbol. Cuando capturan dos esclavos, uno se deja cortar vivo en trozos sin
denunciar el paradero de sus amos; el otro resiste al tormento y a la promesa
de la libertad, y sólo confiesa al ver los restos palpitantes de su compañero.
Gracias a lo cual prenden al amo con una vajilla de plata que, según tasa el
observador cirujano de los piratas, vale 30.000 escudos(*). (Exmelin: op. cit.
p. 97).

El experto interrogador

Pierre el Picardo insta a Morgan a perseguir a los ricos fugados hacia el Sur
del Lago antes de que lleguen refuerzos de la Gobernación de Mérida. El 21
de marzo la flota cargada de prisioneros y botín arriba a Gibraltar. Desde la
costa la cañonean los lugareños. Pierre el Picardo discurre desembarcar en un
sitio alejado, atravesar los bosques y sorprenderlos por la retaguardia. Pero al
llegar por esta vía hallan sólo barricadas desiertas con las piezas clavadas. En
el medio del pueblo fantasma encuentran apenas a un hombre. Cuando le
preguntan por el paradero de los moradores y de sus bienes, dice que tal cosa
no le importa en lo absoluto. Atormentado con el trato de cuerda, ofrece
entregar su tesoro. Librado del suplicio, conduce a sus captores a una choza en
la cual desentierra platos de barro y tres reales de a ocho. Amenazado, dice ser
Sebastián Sánchez, hermano del Gobernador de Maracaibo. En la duda de si
es un rico que finge la pobreza o un loco que se sueña opulento, lo levantan en
el aire con cuerdas, le atan grandes pesos de los pies y del cuello, le queman la
cara con hojas de palma. A la media hora muere, sin aclarar las dudas de sus
captores. Estos arrastran el cuerpo hasta el bosque; allí lo abandonan
(Exquemelin: op. cit. p. 136).

Salen las partidas a peinar los alrededores. La ocupación se convierte en


rosario de torturas para arrancar información. Un labrador capturado con dos
hijas conduce a los rapiñadores hasta un escondite, pero como está desierto,
es colgado de un árbol. Un esclavo a quien los piratas prometen la libertad
descubre a numerosos fugitivos y mata a varios para granjearse la confianza
de sus liberadores. Un esclavo acusa de rico a un portugués de 60 años: al
presunto magnate le rompen los brazos dándole trato de cuerda, lo cuelgan de
los dedos gordos de las manos y de los pies de cuatro sogas que tensan con
estacas, le ponen una piedra de 200 libras en el vientre y le queman la cara con
hojas de palma hasta arrancarle un rescate de 1.000 pesos. A otros cautivos los
cuelgan por los genitales, los atraviesan con espadas, les asan los pies en
hogueras, los crucifican (*). (Exquemelin: op. cit. p. 138).

Un esclavo a quien amenazan con la horca declara el refugio del


Gobernador de Gibraltar y de las mujeres en la isleta de un río próximo, y la
presencia de una nave de cien toneladas y otros barcos en la desembocadura
del cauce. Parten a buscarlos 250 hombres en dos saetas, mientras Morgan
sale al mando de 350 infantes a saquear los alrededores y en procura del
Gobernador. A los dos días de marcha, descubren que el funcionario se ha
retirado a la montaña, donde los espera bien pertrechado. Es la época de
lluvias; un diluvio repentino desbarata las filas de los filibusteros. La crecida
del río arrastra bagajes, mulos cargados con plata, mujeres y niños prisioneros.
Las saetas, entretanto, capturan la nave con otras cuatro barcas, mercaderías y
prisioneros(*). (Exquemelin: op. cit. p. 140).

Tras cinco semanas de pillaje, se agotan el botín y los víveres. Fiel a la


tradición, Morgan cobra 5.000 reales de a ocho por no incendiar lo que queda
del poblado. También libera a los prisioneros que han pagado rescate, pero no
a los esclavos, que son mercancía. A las mujeres bellas, como apunta
Exquemelin, "no les exige nada, puesto que tienen con qué pagar sin disminuir
sus riquezas" (*). (Exmelin: op. cit. p. 102).
El almirante de las naves de fuego

Morgan regresa a Maracaibo el 23 de abril. Allí lo espera una desagradable


sorpresa. Tres fragatas cierran la boca del Lago. Pues la Corona española ha
protestado por la toma de Portobelo y de otras plazas, y Su Majestad británica
ha negado haberles otorgado patente para ello a los filibusteros. En
consecuencia, Su Majestad Católica arma seis naves y las envía al Nuevo
Mundo bajo el mando del almirante don Agustín de Bustos. Los dos buques
mayores regresan a España desde Cartagena, y queda al mando de los
restantes don Alonso del Campo y Espinoza, quien pierde la pequeña fragata
"Nuestra Señora del Carmen" en una tempestad; recoge en Santo Domingo
noticias del paso de la formidable flota de Morgan y captura un prisionero que
le revela el plan de saquear la costa de Caracas. En aguas de ésta encuentran
una barca cuyos tripulantes les avisan que los ingleses están en Maracaibo. Y
hacia allí se dirige el vicealmirante Alonso del Campo y Espinoza al mando
de su flota compuesta por la "Magdalena", dotada de 36 piezas altas y 12 bajas
y tripulada por 250 hombres; el "San Luis", fragata de 26 piezas altas y 12
bajas que transporta 200 hombres al mando de don Mateo Alonso Huidobro, y
la "Marquesa", con 16 piezas altas y ocho bajas y 150 hombres(*).
(Exquemelin: op. cit. p. 147).

Previendo el retorno de los filibusteros, el vicealmirante dota al castillo de


Maracaibo con la artillería recogida del "Nuestra Señora del Carmen" y dos
piezas más de su nave; destaca en él un centenar de hombres de su tripulación,
reagrupa a los lugareños fugitivos y ancla sus tres fortalezas flotantes en la
única salida de esa trampa natural que es el Lago. Morgan le envía
parlamentarios pidiendo rescate por no incendiar Maracaibo. Alonso del
Campo y Espinoza contesta con una altisonante misiva:

Habiendo oído por nuestros amigos y circunvecinos nuevas de que habéis


osado hacer hostilidades en las tierras, ciudades, villas y lugares
pertenecientes al dominio de S.M. Católica, mi señor, yo he venido aquí,
según mi obligación, cerca del castillo que vos habéis arrancado del
poder de una partida de cobardes poltrones, el cual castillo he hecho
asestar, y en el que he mandado poner en orden la artillería que Vos
habíades echado por tierra. Mi intención es disputaros la salida del Lago,
y seguiros por todas partes, a fin de mostraros cuál es mi deber. No
obstante, si queréis devolver con humildad todo lo que habéis tomado,
así como los esclavos y otros prisioneros,os dejaré salir benignamente,
con tal que os retiréis a vuestro país, más, en caso que queráis oponeros a
ésta mi proposición, os aseguro que haré venir barcas de Caracas, y
pondré en ellas mis tropas, que enviaré a Maracaibo para haceros perecer
a todos por el filo de la espada. Esta es mi última resolución. Sed
prudentes en el no abusar de mi bondad ni responder a ella con
ingratitud. Conmigo vienen excelentes soldados que no anhelan sino
tomar venganza de Vos y de vuestra gente por las crueldades y malas
acciones que habéis cometido contra la nación española de América.
Fecho en mi real navío, La Magdalena, que está al ancla a la entrada del
Lago de Maracaibo, en 24 de abril de 1669(*). (Exquemelin: op. cit.
p. 143).

La situación está en un ominoso equilibrio. Pues si el vicealmirante


bloquea la salida de la trampa, Morgan domina su interior, donde conserva
como rehenes a sus prisioneros y a la misma ciudad de Maracaibo. De
acuerdo con la costumbre de los Hermanos de la Costa, Morgan llama
democráticamente a consejo y lee la propuesta de don Alonso del Campo.
Responden todos que prefieren morir antes que devolver botín. Uno de ellos
ofrece destruir a la formidable "Magdalena" con sólo doce hombres:

La manera será ésta: haremos un brulot, o navío de fuego, con el que


tomamos en la ría de Gibraltar, y para que no conozcan que es un brulot,
pondremos en los costados piezas de madera con monteras y sombreros
encima, para que parezcan hombres desde lejos. Lo mismo haremos en
las portiñolas de la artillería, que llenaremos de cañones contrahechos. El
estandarte será de guerra, desplegado al modo de quien convida al
combate (*). (Exquemelin: op. cit. p. 144).

Mientras envían nuevas propuestas para ganar tiempo, los filibusteros


aserran la mitad de la obra muerta del buque capturado para hacerlo más
inflamable, y lo rellenan de pólvora, azufre y hojas de palma embebidas en
alquitrán, del cual, apunta el observador Exmelin, "se encuentra gran cantidad
en la villa" (*). (Exmelin: op. cit. p. 107). Proponen al vicealmirante dejarlos
escapar a cambio de no quemar la ciudad; cuando éste se niega, los piratas
zarpan hacia la boca del Lago. Al amanecer envían el brulote contra la
"Magdalena". Al chocar contra su presa, ambas embarcaciones se convierten
en una sola hoguera. El vicealmirante escapa del incendio en su chalupa. Los
piratas abordan otra de las naves españolas, mientras el fuego alcanza también
a la tercera, que es arrastrada por la corriente hacia el fuerte. Entusiasmados
por la repentina victoria, los aventureros intentan tomarlo; al cabo de un día de
combate se retiran, dejando 30 muertos y cargando otros tantos heridos. A
pesar de todo, la trampa sigue cerrada: la artillería del baluarte domina la
salida hacia el mar; antes que enfrentarla, Morgan vuelve a Maracaibo.

El galés está ahora en mejores condiciones para regatear el tributo por


soltar los restantes prisioneros y no quemar la ciudad. Exige 30.000 pesos y
500 vacas; se transa por 20.000 pesos y la misma cantidad de ganado, pues el
tiempo trabaja contra los invasores. Oexmelin, el atareado cirujano de los
aventureros, pasa días agitados, "pues algunos hombres que han violado a las
mujeres esclavas, han contraído enfermedades venéreas y he tenido que
hacerles sangrías de ocho onzas, aplicarles lavativas y proporcionarles
píldoras ricas en hierro". A los que se quejan del reuma, a causa de la
perniciosa humedad de la temporada de lluvias, les da aceite de jazmín,
aplicándoles en los puntos dolorosos bolsitas con salvado y rosas cocidas con
vino (*). (Oexmelin: Historias de Piratas; p. 65).

La flota de saqueadores intenta por fin la salida. Conscientes del peligro de


la empresa, reparten previamente el botín, que sólo en joyas y metales
preciosos alcanza a 250.000 reales de a ocho, sin contar los esclavos y otras
mercaderías. Aún recurren a dos ardides para facilitar su paso: utilizan a los
prisioneros como escudos vivientes; fingen un desembarco en las
inmediaciones del fuerte. El inflexible vicealmirante traslada sus piezas de
artillería para apuntar hacia tierra. Los piratas entonces navegan al claro de
luna, dejándose llevar por el reflujo de la marea hasta la proximidad del fuerte,
y sólo entonces izan las velas, haciéndose visibles para los defensores. Estos
trasladan de nuevo su artillería hacia el lado de la costa, y disparan furiosa
pero tardíamente mientras las naves piratas escapan sin mayores daños (*).
(Exquemelin: Piratas de América, p. 151).

El vicealmirante D' Estrées al rescate

Morgan coloca a los prisioneros de los que se ha servido como escudo


humano en una barca y se los remite a Alonso del Campo y Espinoza. Al salir
del Lago el 31 de mayo un temporal dispersa la flota. El "Saint-Pierre", la
nave de Pierre Picard, pierde las velas y las anclas. Alex Olivier Exmelin se
afana día y noche sobre las bombas. Hacia un extremo, divisa rocas en las
cuales la nave está a punto de despedazarse; en el otro, indígenas dispuestos a
aniquilarlos. El viento los impulsa durante cuatro días hacia el desastre;
cuando el temporal amaina, aparecen seis enormes y amenazadores buques
que emprenden la caza del estropeado buque pirata. Son navíos de línea, los
nuevos colosos que dominarán los mares durante el siglo y medio siguiente:
los filibusteros deben contemplar con asombro sus aparejos idénticos, sus altas
bordas de hasta tres cubiertas, sus dotaciones cercanas al centenar de cañones,
el nuevo e ingenioso artilugio de la rueda del timón. Al alcanzar al anegado
"Saint-Pierre" se identifican como franceses izando los albos pabellones con la
flor de lis. Es la flota enviada al Caribe por el Rey Sol desde 1666 al mando
del aristócrata conde Jean d' Estrées. Franceses e ingleses están en paz desde
la firma del Tratado de Aix-la-Chapelle en 1699; Luis XIV le ordena al conde
permanecer en el Caribe, pues prepara el tremendo enfrentamiento con
Holanda y le interesa proteger en aguas americanas a dos aliados potenciales.
Como explica Exmelin:

D' Estrées tiene por lo tanto el mayor interés en ayudar a los ingleses en
alta mar. ¿Y a los filibusteros? Todavía mayores razones. La acción de
los filibusteros en el mar de las Antillas, donde las posesiones españolas
son tan numerosas como las holandesas, podrá ser una preciosa ayuda
para los gobiernos aliados. Por otra parte, se trata de fortalecer a la
colonia francesa de las Islas de América; Ogeron ha atraído la atención
del rey Luis XIV sobre la ayuda que podrían aportar los filibusteros. Es
una razón más para ayudarlos(*). (Exmelin: Journal de bord... p. 112).

El conde socorre a los aventureros, y tiende su mano en particular al


cirujano de los piratas. Es el comienzo de una larga amistad entre el aristócrata
que luce uno de los apellidos más rancios de Francia y el filibustero que
ostenta un prodigioso exceso de apellidos, todos tan dudosos como sus
credenciales de cirujano. Agradecido, este último apunta en su minucioso
diario que "el futuro almirante de la flota del Poniente, D' Estrées, en crucero
en el mar de las Antillas, consigna en sus libros de a bordo haber aportado
socorros a la escuadra de Morgan el 4 de junio de 1669" (*). (Exmelin:
Journal de bord... pp. 110-112). También es el comienzo de una larga y
sangrienta colaboración entre las flotas del Rey Sol y los filibusteros.

El enemigo que ordinariamente infesta las costas

La incursión de Morgan siembra el pavor, no sólo en el lago, sino en todas


las restantes villas cercanas de la costa. Y así, el Cabildo de Santiago de León
de Caracas, en su sesión del 19 de septiembre de 1670, cuando el capitán
general Fernando de Villegas está a punto de partir hacia Carora a sofocar un
motín que conmociona al pequeño poblado, los cabildantes le piden que no
realice el viaje por varias razones, y entre ellas
Lo tercero, que estas costas están amenasadas de enemigos que
ordinariamente la ynfestan, pasando cada día a vista del puerto de La
Guaira navíos de piratas, y se puede rreselarse cualquiera ynbasión, como
las que an hecho en la ciudad de Maracaibo, y si subsede y no se alla en
esta ciudad dicho señor governador y cappitán general será el mayor
rriesgo que podrá themer (*). (Actas del Cabildo de Caracas, Tomo XIII-
1669-1672, Concejo Municipal de Caracas, Caracas, 1982, p. 149).

No debe tomarse como mera exageración la noticia de que están "pasando


cada día a vista del puerto de La Guaira navíos de piratas". Gran parte del
tráfico comercial de la época es realizado por contrabandistas, que fácilmente
se convierten en corsarios y en filibusteros.

También en la escena internacional repercute el asalto a Maracaibo. De la


Corte de España se apodera "una rabia impotente"; el conde de Molina,
embajador en Londres, reitera sus peticiones de castigo contra Modyford y sus
protegidos, y la restitución del botín. El Consejo responde que el tratado de
1667 no incluye las Indias, y Carlos II le remite una larga lista de quejas de
buques ingleses maltratados por los españoles en América (*).(Exmelin:
Journal de bord, Anexos, p. 351). En 1666, el Consejo del Almirantazgo de
Flandes había ofrecido al gobierno enviar sus fragatas a las Indias para
castigar a los filibusteros y proteger las costas; en 1669, los armadores de
Vizcaya solicitan permiso para armar buques en corso con igual finalidad.
Respetando las antiquísimas prohibiciones de Fernando el Católico contra los
corsarios y temiendo los abusos de éstos, la Corona las rechaza (*).(Exmelin:
op. cit. p. 351).

El saqueador de Santa Marta y Panamá

En represalia, dos naves de guerra españolas al mando de Manuel Rivero


Pardal desembarcan en la costa norte de Jamaica, toman prisioneros e
incendian algunas casas. El 2 de julio de 1670 el gobernador Modyford reúne
su Consejo, y libra a Morgan una comisión para la defensa de la isla y para
"desembarcar y atacar Santiago o cualquier otro sitio donde haya
aprovisionamientos para la guerra o reunión de sus fuerzas". Morgan se hace a
la mar el 14 de agosto, y durante los tres meses siguientes arrasa la costa
cubana y tierra firme, para reunir provisiones e información. El 4 de
noviembre, se apodera en el puerto de Santa Marta de dos fragatas cargadas de
provisiones para Maracaibo: una de ellas es la "Gallardina", que participó en
el ataque contra Jamaica. La comanda Manuel Rivero Pardal; este es herido en
el cuello, y muere en combate. Luego, el galés pone proa hacia Río de Hacha,
la saquea y regresa a isla de Vaca. En septiembre, los capitanes Prince,
Harrison y Ludbury remontan el río San Juan de Nicaragua y saquean
Granada. Actúan sin comisión de Modyford, pero éste, sabiendo lo que valen
sus propias patentes "no considera prudente insistir en tal circunstancia" y les
ordena unirse a Morgan en sus depredaciones (*).(Exmelín: op. cit. p. 353).

De isla de Vaca parten todos juntos para el asalto a Panamá, uno de los
más grandes golpes del filibusterismo caribeño: el botín alcanza a 443.200
libras. Esta vez Morgan se supera a sí mismo. Muchos piratas recuerdan haber
aportado al fondo común del botín cosas de valor que luego no aparecen en el
reparto, porque según narra el estafado cirujano Exmelin, "Morgan y su
camarilla habían retenido la mejor parte". Los descontentos hablan de
apoderarse del almirante y de sus bienes; Morgan corta las discusiones
dándose sigilosamente a la fuga con cuatro barcos "cuyos capitanes, sus
cómplices, han participado en el insigne robo hecho a sus camaradas".
Exmelin intenta seguirlo en un barco sin víveres que hace agua; se ve forzado
a pasar una incómoda temporada con los indígenas de Chagres, y mientras
lucha por sobrevivir tanto él como sus compañeros se amargan con la idea de
que "quizá Morgan descansa en Jamaica, rico, dichoso y de lo más contento
entre los brazos de una bella joven" (*). (Exmelin: op. cit. pp. 171-202).

Irónicamente, mientras los filibusteros pillan el istmo, el embajador inglés


sir William Godolphin suscribe en Madrid el 18 de julio de 1670 un tratado
"para calmar las diferencias, restringir las depredaciones y establecer la paz"
en América. En él se reconoce al monarca inglés la soberanía sobre todas las
islas y colonias en posesión de los británicos, así como el auxilio y
hospitalidad para las naves británicas en peligro en los puertos españoles. Las
noticias de Panamá crean en España una conmoción nacional (*). (Exmelin:
op. cit. p. 355). Las autoridades inglesas se ven obligadas a deponer a
Modyford y seguirle juicio conjuntamente con su protegido Morgan. Este sale
para Inglaterra el 6 de abril de 1672, prisionero en una fragata que lleva el
premonitorio nombre de "Welcome".

El inocente gentilhombre

De acuerdo a la invariable jurisprudencia anglosajona, la justicia reprime al


pirata arruinado y sonríe al enriquecido. No es de pobreza de lo que se puede
acusar a Morgan; el aventurero entra al tribunal como pirata y sale como héroe
nacional. El filibustero deviene favorito en la disoluta corte de Carlos II.
Convencido de que el dinero puede lavar la culpa, Morgan le encomienda
también la tarea de rectificar la Historia. Y la Historia es su antiguo camarada
Alexander Exmelin, quien se empeña en ser cirujano verdadero, se convierte
al catolicismo para poder seguir sus estudios y publica en Amsterdam en 1678
con el editor Jan Ten Hoorn su diario de a bordo, De Americaensche Zee
Rovers que desde entonces se difunde en numerosas ediciones en todas las
lenguas europeas.

Morgan emprende una rencorosa persecución judicial contra su cómplice y


médico, hace prohibir su libro, demanda a los editores. Y en el proceso contra
el impresor londinense Thomas Mathus, logra lo que los teólogos niegan
incluso a Dios: corregir el pasado. Ante todo, sustituye su oscuro origen por
una luminosa genealogía, pues la justicia británica obliga al editor a declarar
que Morgan "fue hijo de un gentilhombre de Buena Calidad, del Condado de
Monmouth, y no fue sirviente de nadie en su vida, salvo de su Majestad, el
extinto Rey de Inglaterra, salvo por comisión del gobernador de esas partes".
Se obliga también a hacer constar que esta familia fabricada en una sentencia
"siempre sostuvo debida y natural alianza al Rey, por mar y en tierra de buena
fama, y que contra todos los medios, hechos, piraterías, etc., tuvo el mayor
aborrecimiento y disgusto, y que en las Indias Occidentales hay tales ladrones
y piratas llamados bucaneros que subsisten por la piratería, depredación y el
mal sin autoridad legal, y que a tales gentes Morgan siempre les ha tenido y
tiene odio". Y así la justicia ciega, cuyo juez nunca pisó América, obliga al
editor del testigo presencial Exmelin a desmentir toda la carrera de Morgan, y
en lo relativo a Maracaibo, a declarar que "tampoco, según se me dijo, se
cometió crueldad alguna, tal como el malogramiento de un idiota, o la tortura
de un rico portugués, o causar que un negro matara varios prisioneros
españoles para crear un odio de los españoles hacia él e impedir que volviera
con ellos, o el colgamiento de cualquier persona por los testículos" (*).
(Francis Russell Hart: Admirals of the Caribbean; pp. 97-99).

Morgan está tranquilo al fin. La piratería ha procurado el oro, el oro ha


comprado al juez y el juez ha domeñado la Historia. El filibustero Morgan ha
muerto; la máscara del hombre de bien y gentilhombre sir John-Harry-Henry
Morgan zarpa para la isla de Jamaica. Un retrato de la época lo muestra como
un mofletudo apoplético, que mira de reojo con expresión desapacible y
esboza una sonrisa satisfecha bajo sus retorcidos mostachos; bandas, encajes y
bordados agobian la voluminosa humanidad; al fondo naufragan incendiadas
flotas: la leyenda lo presenta o lo representa como Sr. Hen: Morgan. Con el
cargo de teniente gobernador de Jamaica y la comisión oficial de perseguir a
los piratas, la máscara ejerce con implacable rigor ambas funciones: ahorca en
1679 al capitán filibustero Cornelius Essex, obliga a sus colegas Coxon y
Sharp a refugiarse en la isla de Providencia y ve colgado del palo mayor por
órdenes suyas al capitán Bannister (*). (Francisco Mota: Piratas en el Caribe;
Casa de las Américas, La Habana, 1984, p. 336). Para añadir a los blasones de
funcionario los méritos de hombre de familia, casa con la hija de Modyford,
su antiguo protector y cómplice. Gotoso e inmovilizado, el verdugo de los
filibusteros fallece a finales de 1688. Un temblor de tierra acompañado de
maremoto sacude a Jamaica en 1699. Port Royal, la guarida de los piratas,
desaparece bajo las aguas que se llevan consigo los restos de Henry Morgan.

-El pirata Ansel asalta Cumaná en 1669

La expedición de Morgan contra Maracaibo tiene todavía una consecuencia


secundaria en las costas de Cumaná. Los colegas que se separan de la flota
principal cerca de la Española no consiguen ninguna presa notable. Al regresar
a la isla de Savona tampoco localizan la armada que acaba de partir para
Maracaibo, ni la carta protegida en una olla donde se les convoca a unirse con
ella. Los cuatrocientos hombres, repartidos en cuatro naves y una barca,
celebran consejo, nombran como capitán a un cierto Ansel y asaltan Cumaná.
De nuevo la aguerrida población resulta un hueso duro de roer. Según reseña
Manuel Landaeta Rosales, la defensa de la ciudad es organizada por Evaristo
Lugo, y éste cumple su cometido con eficacia(*). (Manuel Landaeta Rosales:
Los piratas y escuadras extranjeras en las aguas y costas de Venezuela desde
1528 hasta 1903; Imprenta Washington, Caracas, 1903, p. 2). Para el mismo
año de 1669 el gobernador y capitán general de la Nueva Andalucía sargento
mayor Sancho Fernández de Angulo inicia la construcción del primer castillo
estable de Cumaná, el de Santa María de la Cabeza, situado en la elevación de
Quetepe en el centro de la ciudad, cuyas obras se concluyen en 1673(*).
(AGI, Santo Domingo, 622, cit. en Gasparini: op. cit. p. 203). Cumaná será
cada vez más inexpugnable.

Del fracaso de Ansel deja también constancia el cirujano de los filibusteros,


quien dice que éstos

Desembarcados en aquella costa, mataron algunos indios costeños y se


dirigieron a la villa, pero los españoles, acompañados de los indios, les
disputaron con tal brío la entrada, que confusamente, y con mucha
pérdida se retiraron y se volvieron a sus navíos, y con ellos a Jamaica,
donde los chasquearon pesadamente los otros que llegaron con Morgan,
diciéndoles: "Veamos si el dinero que trajisteis de Cumaná es de tan
buenos quilates como el que nosotros traemos de Maracaibo"
(*).(Exquemelin: Piratas de América, p. 153).

Ningún juez ordena reescribir la historia de Ansel; no hay corte que


obligue a los editores de Exquemelin a glorificar su tragicómico desenlace.
Tampoco hay árbol genealógico ni nombramiento oficial para el infortunado
Ansel. De él, por razones menos dramáticas que las de Montbars, no vuelve a
saberse nunca nada.

6. -Las guerras entre Inglaterra y Holanda 1652-1674

El creciente poderío holandés despierta los celos de Inglaterra, la cual


también inicia hostilidades contra la nueva potencia. La presa es el control
sobre el lucrativo tráfico de esclavos. Como hemos señalado, entre 1652 y
1674 se suceden un conjunto de enfrentamientos, la mayoría en los océanos,
pues Gran Bretaña entiende que la forma de acabar con su rival es
desmantelarle las rutas de navegación y de comercio. El conflicto repercute
necesariamente sobre América pues, como señala Noam Chomski:

El foco era el Atlántico, donde las colonias del Nuevo Mundo ofrecían
enormes riquezas. Las Actas y las guerras expandieron las áreas de
comercio dominadas por los mercaderes ingleses, quienes se
enriquecieron mediante el tráfico de esclavos y el "comercio de saqueo
con América, Africa y Asia" (Hil) asistidos por "guerras coloniales
patrocinadas por el Estado" y por los diversos instrumentos de
administración económica mediante los cuales el poder estatal ha forjado
el camino hacia la riqueza privada y una particular forma de desarrollo
conformada por los requerimientos de ésta(*). (Chomsky: op. cit. p. 7).

Francia se une a Inglaterra para hacer la guerra a los Países Bajos en 1672.
Cuando los ejércitos de Luis XIV los invaden, los neerlandeses inundan sus
tierras abriendo las compuertas de los diques. Con hábil diplomacia, la
pequeña República Unida consigue por fin atraer a su lado a su antigua rival
España, al Imperio y al elector de Brandenburgo: todos se unen contra el
nuevo y amenazador poder galo. En 1674, Holanda firma una paz aparte con
los británicos. Tras su breve imperio, corre hacia el ocaso la preponderancia
naval neerlandesa, que por un momento pareció dominar todos los océanos del
planeta. Sobre las aguas asciende el Sol del poderío francés.
CAPITULO 10.-LOS FILIBUSTEROS DEL REY SOL
(Predominio francés, 1670-1697)

1. -Luis XIV desarrolla el poderío naval francés

El poder absoluto degrada a cada súbdito a la condición de


esclavo. El tirano es adulado, hasta el extremo de la
adoración, y todos tiemblan ante una mirada suya; pero a la
menor revuelta este monstruoso poder perece por sus
propios excesos. Pues no sustenta su poder en el amor del
pueblo.

Fenelón: Aventuras de Telémaco.

-Alborada de un Rey

Minada la preponderancia española por las continuas guerras y las


administraciones ruinosas, comienza en Europa una época de hegemonía
francesa, que pronto se hace sentir en América. Luis XIV hereda el trono en
1643, a los cinco años de edad. A pesar de que, según consigna luego en sus
memorias "el mero nombre de los reyes holgazanes y de sus mayordomos de
palacio me causaba repulsión", debe aceptar durante 18 años la regencia de su
madre Ana de Austria y la tutela del cardenal Mazarino (*). (Luis XIV:
Mémoires de Louis XIV: Le livre club du libraire; Paris, 1960, pp. 11-12).
Varios incidentes agravan la prolongada sujeción. En 1649, a los once
años de edad, huye del Louvre a Saint Germain en un modesto carruaje para
escapar de los insurrectos de la Fronda. Diez años más tarde, enamorado de
María Mancini, la sobrina de Mazarino, renuncia a ella porque el implacable
cardenal y la Razón de Estado le imponen el matrimonio con la infanta
española María Teresa, indispensable para dar fin a la ruinosa guerra que
desde hace veinte años mantiene Francia con España. La despedida es atroz.
"Sois el Rey, me amáis ¿y permitís que parta?", musita María Mancini al
marchar hacia Italia. El Rey busca consuelo en la Hipnerotomaquia Poliphile,
un anónimo poema renacentista de amores contrariados cuya emblemática
inspira los jardines del Renacimiento y al parecer, regirá posteriormente la
simbología del trazado de los de Versalles (*).(Emanuela Kretzulesco
Quaranta: Les jardins du songe; "Poliphile" et la mystique de la Renaissance;
Editrice Magma, París, 1976 pp. 332-335)).

Pero en 1661, según narra el joven soberano, "la paz general, mi


matrimonio, la reafirmación de mi autoridad y la muerte del cardenal
Mazarino me obligaron a no diferir más aquello que al mismo tiempo deseaba
y temía desde mucho antes" (*) (Mémoires, p. 12). Tras los funerales, el joven
Rey ordena a sus cuatro secretarios de Estado y al superintendente no firmar
nada sin consultarle; y que no se disponga nada en materia de finanzas sin que
sea registrado en un libro donde el soberano pueda ver en todo momento y de
una sola hojeada el estado de los fondos y de los gastos hechos y por hacer
(*). (Op. cit. p. 19). El control del Estado comienza por el de sus finanzas.
-Ascensión solar

La realeza en Francia fue más que una realeza: fue un


sacerdocio.
Ernesto Renán.

Mientras las guerras y el sometimiento de la nobleza feudal consolidan este


poder absoluto, crece paralelamente un culto emblemático de la realeza de un
fasto y una complejidad hasta entonces desconocidos en Occidente. Desde el
momento en que asume el mando efectivo, Luis XIV ordena comenzar
grandes obras en Versalles. Al conjuro de su poder, hace surgir de una
marisma lo que Bruyére llamará un "jardín de la inteligencia"; un paisaje
milagroso dedicado a la unión simbólica del Fuego y del Agua, representada
en la captura del sol por los espejos de innumerables estanques geométricos.
El propio Rey redacta unas instrucciones para seguir el recorrido de estos
parajes, cuyo diseño y numerosas estatuas reconstruyen los melancólicos hitos
de la Hipnerotomaquia Poliphile (*). (Emanuela Kretzulesco Quaranta: op.
cit. pp. 328-360).

Pero este palacio emblemático no es sólo metáfora de la boda imposible de


los poderes cósmicos, sino también escenografía del sometimiento de las
potestades terrenas. Desde 1682 el Rey Sol centraliza allí la corte y la sede
del gobierno. Al concentrar a los nobles en este fastuoso escenario, ya no
tendrá que temer sus sublevaciones. Todos los actos de la vida del Rey Sol
transcurren en medio de una muchedumbre adoratoria de aristócratas que se
disputan las tareas de criados y de criados que asumen las maneras de
aristócratas al compás de una etiqueta implacable. El almuerzo, uno de los
pocos actos de su vida que el monarca realiza casi en privado, requiere la
colaboración de 498 personas (*). (Jacques Levron: La corte de Versalles;
Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1991).

Un paralelo cortejo de artistas asegura el brillo de este monarca que


considera al Sol, por su cualidad de único, por la luz que comunica a sus
planetas y la justicia con la cual la distribuye, como "la más viva y más bella
imagen de un monarca" (*). (Kretzulesco Quaranta: op. cit. p. 330). Los
artesanos de Sévres le ofrendan sus porcelanas, Hardouin-Mansart le traza los
planos de la Capilla Real, Le Brun decora sus apartamentos, Le Bernan lo
retrata en majestuosos bustos, Le Nôtre le diseña geométricos parterres que
codifican sus obsesiones, Jean Warin lo esculpe caracterizado de emperador
romano, Jean-Baptiste Lully compone marchas para sus mosqueteros y
fanfarrias para sus torneos, Michel-Richard de Lalande compone sinfonías
para amenizar su cena, Moliére le dedica piezas entretenidas y poemas
adulatorios. Todos se afanan en crear un estilo cuya agobiadora intrincación
decorativa emula la estética de la Contrarreforma en su esfuerzo por imponer
la autoridad mediante la abrumación sensorial. La Iglesia se apresura a
bendecir este culto casi blasfematorio: Jacques Benigne Bossuet, obispo de
Meaux y tutor del Delfín afirma que "primeramente, la autoridad real es
sagrada; en segundo lugar, es paternal; en tercer lugar, es absoluta; en cuarto
lugar, es sujeta a la razón" y en definitiva "la Majestad es el reflejo de la
grandeza de Dios en el Príncipe" (*). (Treatise on Politics, based on the very
words of Holy Writ; cit. en Eugen Weber: The Western Tradition; D.C. Heath
and Company, Boston 1959, p. 408). Al imperio donde no se pone el Sol, lo
sucede el de un Rey que pretende ser el Sol mismo.

-El cenit del poder

El centro de tal culto, como del resto de la vida francesa y continental, es el


Rey Luis XIV; su cerebro, como el de casi toda la maquinaria hacendística
francesa, es el lúcido e infatigable ministro Jean Baptiste Colbert. El soberano
confíará después a su heredero que el oficio de monarca requiere dos cosas: un
gran trabajo personal y una excelente selección de colaboradores. Sobre ésta,
se lamenta de que "la suerte tiene, a pesar nuestro, tanta o más parte que la
sabiduría, y en lo que a esta última toca, el genio puede más que el consejo"
(*). (Luis XIV: Op. cit. p. 21). En este sentido, es a la vez un golpe de suerte y
un verdadero destello de genio la escogencia de Colbert, "hombre en quien
tuve toda la confianza posible, puesto que sabía que tenía mucha aplicación,
inteligencia y probidad, por lo que le encomendé el registro de fondos que he
mencionado" (*). (Ibídem, p. 23).

El Rey Sol designa a Colbert intendente y ministro de finanzas desde 1661


y desde 1664 superintendente de edificios, comercio, manufacturas reales y
bellas artes; desde 1665 asimismo contralor general de las finanzas y a partir
de 1669 además secretario de la naval y secretario de estado. El funcionario
acomete todas y cada una de estas tareas con una capacidad de trabajo y una
diligencia sobrehumanas. En su condición de financista reforma el sistema
tributario; en su carácter de contralor persigue implacablemente a los
defraudadores del fisco; en su investidura de superintendente de comercio
postula que el poderío de Francia reside en su industria, protege las
manufacturas domésticas con barreras arancelarias, agrupa las industrias en
corporaciones que velan por la calidad de los productos, nacionaliza muchas
de ellas, concede a las explotaciones nuevas monopolios transitorios hasta que
se afianzan, importa artesanos y obreros especializados para que sus destrezas
se difundan en el país y promueve la edición de una enciclopedia de artes,
oficios y técnicas fabriles (*). (Will Durant: The Age of Louis XIV; pp. 20-
31).

Son el equivalente de las medidas proteccionistas mediante las cuales hacia


la misma época Inglaterra fortalece sus industrias y multiplica sus flotas. El
absolutismo y el monopolio son el padre y la madre del poder burgués. En
consecuencia, ambas naciones se convierten en las potencias dominantes de la
Europa de su tiempo, hecho que no deja de deplorar Adam Smith, para quien
Colbert

No solamente sintió disposición, al igual que los demás ministros europeos,


a dar más estímulo a la industria de las poblaciones que a la del campo,
sino que, para apoyar la industriosidad de las poblaciones, se manifestó
dispuesto a rebajar e impedir el crecimiento de la del campo. Para que los
artículos alimenticios les resultasen baratos a los habitantes de las
ciudades, excitando de ese modo las industrias y el comercio exterior,
prohibió por completo la exportación de cereales, excluyendo así a los
habitantes del campo de todos los mercados extranjeros para los
renglones más importantes del producto de sus actividades (*). (Adam
Smith: La riqueza de las naciones; pp. 580-581)

Smith no hace más que repetir un lugar común divulgado en la época


sobre Colbert. Pues, como dice Voltaire, éste "es condenado en más de veinte
volúmenes por no haber hecho el comercio de los granos enteramente libre",
siendo lo cierto que "temía al transporte del trigo fuera del reino: conocía bien
la impetuosidad francesa, en la cual la avidez de la ganancia presente la hacía
con frecuencia olvidar la previsión"; y veía "una nación expuesta a sufrir el
hambre por haber apresurado la venta del trigo en la esperanza de una nueva
cosecha abundante" (*). (Voltaire: “Défense de Louis XIV contre l ' auteur des
éphémérides”; en Le Siecle de Louis XIV, p. 368). En todo caso, la veda de las
exportaciones dura sólo hasta 1674; mientras que en su memoria al Rey de 22
de octubre de 1664, especifica claramente el ministro que "las principales
metas son la agricultura, el comercio, la guerra en tierra y en el mar" (*).(Loc.
cit.).
Pues venderle trigo barato a los extranjeros no es la pasión dominante de
Colbert. En lugar de ello, le interesa incrementar el número de trabajadores
franceses: para ello establece exenciones tributarias para los matrimonios
tempranos y premios para las familias numerosas. En favor de los campesinos
prohibe el embargo de sus bienes de trabajo y pone a la disposición de los
criadores animales selectos para fecundar sus ganados. Medidas gracias a las
cuales, como concluye Will Durant "los campesinos franceses probablemente
estaban mejor que sus colegas de Inglaterra o Alemania" (*). (Op. cit. p. 22).

-El matrimonio con las aguas

¿Si las grandes conquistas son tan difíciles, tan vanas, tan peligrosas,
qué podemos decir de esta enfermedad de nuestro siglo que hace que se
mantenga en todas partes un número desordenado de tropas? Ella tiene
sus recaídas y deviene necesariamente contagiosa, ya que tan pronto un
Estado aumenta lo que llama sus fuerzas, los otros de inmediato
aumentan las suyas, de modo que con ello no se logra otra cosa que la
ruina común.

Montesquieu: "Sobre la monarquía universal en Europa"

La ecuación que despeja Colbert es la misma que resuelven los industriosos


mercaderes holandeses y el empecinado Cromwell: no hay burguesía sin
comercio; no hay comercio sin mercados, no hay mercados sin expansión
colonial, no hay expansión sin protección del Estado. Incansable organizador,
Colbert fomenta cinco sociedades para el tráfico marítimo, entre ellas la
Compañía Francesa de las Indias Occidentales. Es el camino del desarrollo de
las grandes empresas de colonización y pillaje bajo protección estatal
inaugurado por ingleses y holandeses. Pero no hay dominio marítimo sin
flotas, ni comercio sin cañones que abran las rutas monopolizadas. Empeñada
en sus guerras territoriales, Francia ha descuidado el dominio del mar. Y por
ello, como bien señala Voltaire, con la asesoría de su ministro Colbert, el Rey
Sol

La misma atención que puso en la formación de ejércitos terrestres


numerosos y bien disciplinados, incluso antes de estar en guerra, la tuvo
en ganarse el imperio del mar. Ante todo, los pocos navíos que el
cardenal Mazarino había dejado pudrirse en los puertos son reparados. Se
hace comprar otros en Holanda, en Suecia; y, desde el tercer año de su
gobierno, envía sus fuerzas marítimas a probarse en Gigeri, en la costa
de Africa. El duque de Beaufort purga el mar de piratas desde el año
1665; y, dos años más tarde, Francia tiene en sus puertos sesenta navíos
de guerra(*). (Voltaire: Le siécle de Louis XIV: T. I. p.17)

El nuevo poder repercute bien pronto en los usos y ceremoniales del mar.
Luis XIV imparte órdenes al conde D' Estrées de no bajar el pabellón francés
ante los buques ingleses, homenaje que estos habían impuesto en mejores
épocas; al mismo tiempo, somete a la menguada marina española a rendirle
igual pleitesía a sus propias naves en virtud de un acuerdo establecido en
1662. El soberano francés se afana para tener con qué apoyar tales disputas
aparentemente inanes. Pues, como añade Voltaire:

Mientras tanto, se trabaja por todas partes en el establecimiento de una


marina capaz de justificar estos sentimientos de altura. Se construyen la
ciudad y el puerto de Rochefort, en la desembocadura del Charente. Se
enrola y enlista a los marineros, que deben servir tanto en los navíos
mercantes, como en las flotas reales. Bien pronto hay sesenta mil
alistados.
Se establecieron consejos de construcción en los puertos, para darle a los
navíos la forma más ventajosa. Se construyeron cinco arsenales de
marina en Brest, en Rochefort, en Toulon, en Dunquerque, en Havre-de-
Gráce. En el año 1672, se tienen sesenta navíos de línea y cuarenta
fragatas. En el año 1681, se dispone de ciento ochenta navíos de guerra,
contando con los aliados, y hay treinta galeras en el puerto de Toulon,
armadas o a punto de serlo. Once mil hombres de tropas regulares sirven
sobre los navíos; las galeras tienen tres mil. Hay ciento setenta mil
hombres alistados para todos los servicios diversos de la marina. Se
cuenta en ese servicio, en los años siguientes, mil gentilhombres o hijos
de familia, cumpliendo la función de soldados sobre los navíos, y
aprendiendo en los puertos todo lo que prepara para el arte de la
navegación y de la maniobra: son los guardamarinas; eran en el mar lo
que los cadetes en tierra. Se los había creado en 1672, pero en pequeño
número. Este cuerpo fue la escuela de donde salieron los mejores
oficiales de navíos.(...).
Estas fuerzas navales servían para proteger el comercio. Las colonias de
Martinica, de Santo Domingo, del Canadá, antes languidecientes,
florecieron, pero con una ventaja que no se había esperado hasta entonces,
porque, desde 1635 hasta 1665, estos establecimientos habían estado "à
charge".
En 1664, el rey envía una colonia a Cayena; y muy pronto otra a
Madagascar. Trata por todos los medios de reparar el daño y la desgracia
que había cometido Francia al descuidar los mares, mientras que sus
vecinos se habían formado imperios en los extremos del mundo(*).
(Voltaire: Le Siecle de Louis XIV, T. I. pp. 17-18).

Es el mismo febril ritmo con el cual los holandeses acometen la botadura


de sus flotas y Cromwell la de su nueva marina. Pronto los navíos con el
pabellón de la flor de lis van a disputarles la formación de imperios en esos
mares "de los confines del mundo". Decimos bien navíos: el galeón
evoluciona en las últimas décadas del siglo XVII hacia el navío de línea, el
poderoso buque de guerra de varias cubiertas que alojan dotaciones de hasta
un centenar de cañones, sin castillos de proa ni de popa, gobernado mediante
la rueda del timón y con desplazamientos que oscilan entre las 500 y las 1.000
toneladas, que dominará los mares durante el siglo inmediato(*). (Daniel
Dessert: La Royale: vaisseaux et marins du Roi-Soleil; Fayard, Paris 1996, pp.
103-159)

-Los corsarios de monsieur le ministre

Pero estas fortalezas flotantes y sus dotaciones requieren enormes sumas de


dinero. Colbert casi llega al límite de sus habilidades de financista para
inventar impuestos con los que costear las dilatadas guerras territoriales, las
dispendiosas flotas y el fasto de la corte.(*)(Dessert: La Royale; pp. 17-102)

Incluso quien aprende de la historia se ve obligado a repetirla. Colbert ha


sido a los veinte años comisionado del ministro de la guerra Michel le Tellier;
a los treinta y dos, intendente del cardenal Mazarino: una y otra vez relee los
papeles de estado relativos a los corsarios de los que se valió el desenvuelto
Francisco I para llenar sus arcas y conmocionar el imperio americano de
Carlos V(*). (Jean Merrien: La course et la flibuste, p. 234). Sus diligencias
de promotor de compañías coloniales lo mantienen enterado de las
intranquilizantes industrias de los Hermanos de la Costa y de las correrías de
los filibusteros. El acucioso ministro da con la solución: grandes flotas para
humillar los pabellones británicos y batir a las escuadras holandesas y
españolas; bandas de corsarios para bloquear y desgastar al enemigo. Cuando
el Rey Sol comienza la primera de sus grandes guerras, ésta es también la
crepuscular contienda de los corsarios, que se librará en los mares del Viejo y
del Nuevo Mundo.
2.-Las guerras entre Francia y España 1667-1668 y 1672- 1678 y la
guerra de los corsarios

En cuanto se dispara un cañonazo en


Flandes, resuena en América y en la costa de
Coromandel.

Voltaire: “Defensa de Luis XIV contra el


autor de las Efemérides".

La paz con España no dura más de una década. En 1667 los franceses
emprenden la llamada Guerra de la Devolución, en la cual Luis XIV reclama
los Países Bajos como herencia de su esposa. En esa época los problemas
sucesorales, como ahora los financieros, se dirimen a cañonazos. Sin previa
declaración de hostilidades, los galos ocupan las plazas de Flandes; la rápida
operación termina en 1668 con la Paz de Aquisgrán. Francia ha demostrado la
eficacia de sus ejércitos; de allí en adelante, éstos no harán más que aumentar,
al mismo ritmo que los costos de su mantenimiento. En 1659 hay 30.000
hombres sobre las armas; en previsión de la guerra, hay 97.000 en 1666; para
1710, son 350.000 (*). (Kennedy: op. cit. p. 157). Rodeada por sus antiguos
enemigos y rivales territoriales, en constante disputa con ellos sobre límites y
áreas de influencia, Francia no puede permitirse la relativa austeridad en el
gasto de ejércitos de tierra de que goza la insular Inglaterra; además, debe
equilibrar a sus adversarios en el mar. El dispendio militar irá minando la
compleja maquinaria del Estado francés, hasta exceder todos los arbitrios de
Colbert y de sus sucesores y hundir al absolutismo en el diluvio
revolucionario.

Las paradojas de la política llevan a Francia a pactar una alianza con sus
antiguos enemigos ingleses. En 1672 Luis XIV, apoyado por los británicos,
envía a Condé a forzar el paso del Rin y entrar de nuevo en los Países Bajos,
los cuales están indefensos porque sus ahorrativos mercaderes consideran un
gasto absurdo mantener ejércitos permanentes. Los neerlandeses revisten de
máximos poderes al statúder Guillermo de Orange y se defienden perforando
sus diques, con lo cual sus comarcas y ciudades se convierten en islas, sólo
conquistables mediante naves. Y como consigna La Rochefoucauld entre
asombrado y molesto en una de sus reflexiones "el rey de Inglaterra, débil,
perezoso y sumido en los placeres, olvidando los intereses de su reino y sus
ejemplos domésticos, se ha expuesto con firmeza, durante seis años, al furor
de su pueblo y al odio de su parlamento para conservar una alianza estrecha
con el rey de Francia; en lugar de detener las conquistas de este príncipe en los
Paises Bajos, ha contribuido a ellas proporcionándole tropas" (*). (La
Rochefoucauld: Maximes et reflexions: Editions Gallimard, Paris, 1959, p
176).

Al mismo tiempo, los holandeses recurren a sus temibles flotas para


devastar a las escuadras inglesas y francesas. Los neerlandeses tienen a un
almirante de genio: De Ruyter. Gracias al tesón de Colbert, los franceses
cuentan ya con sesenta navíos de línea y cuarenta fragatas; el conde D' Estrées
mantiene en jaque con ellos al enemigo. Pero el ingenioso ministro además
desata contra los antiguos Mendigos del Mar la formidable réplica de la
caprerie, como llaman los holandeses a los corsarios franceses por sus kaps o
caps (gorras); con ellos jura acosar a los neerlandeses hasta hacerlos "llorar de
miseria" (*). (Roger Vercel: Visages de corsaires; p. 28). Y el 5 de diciembre
de 1672, el financista tiene el orgullo de estampar en Versalles su firma bajo
la del Rey Sol en la Ordenanza en la cual se proclama que

Su Majestad ha declarado y declara, quiere y entiende, que todas las


naves enemigas armadas para hacer el corso, que sean tomadas por
armadores franceses, o por las naves armadas por las compañías de
comercio del reino, bajo el comandodel señor de la Barre, y por la
provincia de Bretaña, bajo el comando del señor Marqués de Querjan,
pertenecerán enteramente a los capitanes de las naves que las hayan
capturado, remitiéndoles a tal efecto Su Majestad todos los derechos que
pudiera pretender. Y además de ello Su dicha Majestad quiere que les sea
pagada la suma de quinientas libras por cada pieza de cañón que se
encuentre en tales naves capturadas(...)(*).(Jean Merrien: La course et la
flibuste, p. 176).

Son en verdad condiciones espléndidas: la Corona no sólo renuncia a su


tradicional parte del león en las presas del corso, sino que además ofrece
recompensas adicionales por el armamento tomado al enemigo. Bajo esta
invocación, los puertos franceses de Dunquerque, Boulogne, Dieppe,
Cherburgo y Saint-Malo se convierten de nuevo en bases corsarias. De ellas
zarpan los célebres Jean Bart, Hervé des Saudras du Fresne y Bellière-le Fer y
despedazan el comercio marítimo del cual depende la prosperidad y la
subsistencia de los Países Bajos (*). (La Varende: "Jean Bart, capre
dunkerquois", en Gautier-Languereau (comp.): Grands corsaires; Firmin
Didot, Paris 1969, pp. 49-60). El metódico Colbert quiere agruparlos en
escuadras, disciplinarlos, reglamentarlos. Todo es en vano: los capres sólo
cooperan cuando congenian entre sí. Sin embargo, muestran una fulminante
eficacia: los corsarios de Dunquerque por sí solos capturan 324 naves
enemigas cuya venta reporta 6.000.000 de libras; en el paso de Calais el
corsario François de la Croix-Panetié, al frente de cuatro fragatas, pone en
fuga a toda una flota holandesa (*). (Vercel: op. cit. p. 28).

A pesar de todo, según consigna Colbert, "Su Majestad testimonia un gran


disgusto por los asuntos marítimos". El habilidoso ministro trata de cultivarle
la vocación naval botando modelos de los nuevos buques de línea en los
geométricos estanques de Versalles. Las flotas en miniatura navegan entre las
alegóricas esculturas de Coysevox, Le Gros, Tuby, Le Hongre, Magnier y
Regnaudin, pero el soberano prefiere pasear en el Gran Canal de Versalles en
la barcas de fantasía diseñadas por Caffieri y el marqués de Languedon y
tripuladas por gondoleros especialmente traídos de Venecia(*). (Jacques
Lebron: op. cit. p. 67). Finalmente, el ministro convence a Su Alteza para que
visite el buque de Forbin para enterarse de la técnica de los abordajes. Y el
corsario narra vívidamente al soberano que

Cuando los navíos se tocan, se liberan los garfios amarrados a una gruesa
cadena, para que los cascos no puedan separarse sin un accidente
imprevisto. Entonces mis soldados disparan sobre la vanguardia y la
retaguardia del enemigo, sobre el cual hacen llover un granizo de
granadas lanzadas sin interrupción, y en tal cantidad que no pueden
soportarlas. En cuanto percibo que vacilan, me lanzo el primero, diciendo
al equipaje: ¡Vamos, hijos, a bordo! (...).Lo que hace estos combates tan
sangrientos y mortíferos es que nadie puede huir, y por tanto hay
necesariamente que vencer o morir (*). (Forbin: Memoires, comp. en Les
corsaires, Delire Editeur, s.d. p. 4)

El nuevo y radiante poder francés, que crece con tan estrepitosos medios,
crea recelos equiparables al que suscitó el español en sus mejores tiempos. En
1673 se forma contra Luis XIV la Gran Alianza de la Haya, constituida por
España, el Emperador y el partido alemán de los príncipes, pero los franceses
una vez más enfrentan exitosamente a la situación, afirmándose en el Franco-
Condado. El conflicto concluye con la firma de la Paz de Nimega en 1678. Es
el mediodía del poder del Rey Sol: Francia obtiene el Franco Condado, doce
plazas de Flandes, entre ellas Valenciennes, Maubeuge y Cambrai; al poco
tiempo anexa Estrasburgo, ciudad que custodia el paso estratégico sobre el
Rin. Pronto llega al Caribe el reflejo de este esplendor.

3.-Corsarios y filibusteros franceses en Venezuela

¡Y nos llovieron sus cañonazos,


les devolvimos golpe por golpe
mientras las barbas echaban humo
a nuestros bravos marineros,
en un gran bolsón de bruma
de repente se nos escapó!
¡Vamos, muchachos, alegre, alegre!
¡Vamos muchachos, alegremente!

Canción del corsario Le Grand Coureur

-Los corsarios franceses destruyen San Carlos en 1674

Como consecuencia de la política de Colbert, el conflicto hispano-


francésarroja un nuevo enjambre de corsarios y piratas galos sobre las aguas
americanas, con tres objetivos específicos: apoyar la expansión francesa en el
Nuevo Mundo, castigar las posesiones españolas y destruir o conquistar los
enclaves holandeses.

Aquí, como en Europa, el ingenioso ministro recurre simultáneamente a las


flotas reales con sus inmensos navíos de línea, y al indisciplinado pero eficaz
corso. Para ello no le faltan bases, ni barcos, ni hombres. La pendenciera
Tortuga de la Española es desde 1664 un establecimiento modelo de la
Compañía Francesa de las Indias Occidentales, la cual ha conferido comisión
como gobernador al angevino Bertrand Ogeron. En 1688 Ogeron regresa a
Francia, se entrevista con el propio Colbert y le ratifica pormenorizadamente
la importancia de la pequeña isla como enclave caribeño. El ministro ha de
quedar impresionado, pues renueva sus credenciales al activo gobernador de
la base filibustera. Además, desarrolla una política de monopolio del comercio
con las colonias, estimula a los mercaderes franceses con tarifas aduaneras
especiales, favorece el desarrollo de la flota mercante otorgando subvenciones
estatales a los astilleros y compra naves en el extranjero(*). (Boogaart,
Emmer, Klein y Zandvliet: La expansión holandesa en el Atlántico, p. 149).
Como hemos visto, durante su mandato Ogeron toma todas las medidas
necesarias para convertir la base filibustera de La Tortuga en colonia regular:
reparte tierras, introduce mujeres, promueve la visita periódica de naves para
que los cerriles bucaneros comercien con sus productos. El emprendedor
angevino convierte al islote en extraordinaria base para el avituallamiento de
las flotas reales; a la alianza con los filibusteros, en piedra angular de la
expansión francesa en el Caribe. Hemos visto que mientras recorre aguas
próximas a la costa venezolana la flota del conde D' Estrées presta auxilios a
la de Henry Morgan el 4 de junio de 1669. El 13 de junio de ese año el rey
Luis XIV dirige al conde una carta en la cual lo autoriza a decidir sobre el
otorgamiento de patentes de corso a los filibusteros:

Yo no desapruebo que hayáis prohibido a los corsarios franceses armados


por las órdenes del señor D' Ogeron, gobernador de La Tortuga,
continuar sus correrías, pero sería bueno que conferenciarais con él si es
bueno seguir dando tales permisos o revocarlos enteramente. En relación
a lo cual debéis observar que los españoles no cumplen el artículo de los
tratados que acuerda la entera libertad de comercio a mis súbditos en
todos los países que les están sujetos, en relación de aquellos que poseen
fuera de Europa, y no toleran que ninguno de mis súbditos aborde en
ninguno de sus puertos, por lo que no estoy tampoco obligado por mi
parte a ejecutar la paz establecida por aquellos en el ámbito de los dichos
países, de manera que debéis examinar si conviene al bien de mi servicio
y a la ventaja de mis súbditos allí establecidos, el permitir a los
bucaneros y filibusteros hacerles la guerra. Sobre lo cual deseo que me
expreséis vuestros sentimientos (*). (Exmelin: Journal de bord, Annexes,
D' Estrées, pp. 358-359).

Esta carta es el sello de la alianza del Rey Sol con los filibusteros, sobre la
cual gira la política francesa en el Caribe. Desde esa época, las flotas de D'
Estrées y De Pouançay acuden a La Tortuga en busca de avituallamiento y
tripulaciones aguerridas. Pues como consigna el cirujano Exmelin, que se hace
compañero de armas y amigo personal del conde D' Estrées, a la marina
francesa

Lo que más le falta para la conducción de sus navíos, son buenos oficiales.
De modo que todos aquellos que tienen el hábito del mando son muy
bien acogidos y se les confía el de los hombres de tropa a bordo de los
navíos, mientras que los maestres se ocupan de la navegación
propiamente dicha(*). (Exmelin: op. cit. p. 112).
Así abastecidos con vituallas y reforzados con guerreros, parten hacia las
Antillas y la costa venezolana. Entre los filibusteros con hábito del mando
que se acogen al pabellón de la flor de lis está uno que dejará deplorables
recuerdos en Venezuela: el llamado caballero François Grammont de la
Mothe, salteador de Maracaibo, Gibraltar, Trujillo, La Guaira y numerosas
otras ciudades americanas.

En el curso de tal estrategia de devastación de las colonias españolas, una


incursión francesa destruye la población de San Carlos, en la provincia de
Cumaná. En efecto, en carta sin fecha, pero datada por los archivos de Santo
Domingo en 1676, Fray Francisco de la Puente, misionero capuchino de la
Provincia de Cumaná de indios chaimagotos, expone que la misión está
dividida en dos partes: una en los llanos de la de Caracas, y otra en las
montañas de la provincia de Cumaná, y que en el paraje de esta última se
fundó la población de San Carlos, destruida dos años antes por los franceses
que entraron por el río Guarapiche y llegaron cerca de San Baltazar de los
Reyes. Siendo así que la provincia de Cumaná tiene unas 100 leguas de costa,
y apenas cuenta con 500 familias españolas divididas en cuatro poblaciones,
solicita Fray Francisco de la Puente al Rey que mande poblar con familias de
Canarias el lugar por donde entraron los enemigos (*). (s.d. Santo Domingo
218; Marco Dorta: op. cit. p. 61).

Se trata de un ataque efectuado durante la guerra de 1672-1679 entre


España y Francia, pero no hay noticias de la presencia de una flota regular
francesa en aguas venezolanas hacia 1674. Si damos por buena la datación de
la carta en 1676 atribuida por los archivos de Santo Domingo, debemos
asumir que el ataque realizado dos años antes estuvo a cargo de buques
privados franceses, quizá amparados por una patente, es decir, de corsarios.
Pero podría ser que la carta hubiera sido escrita dos años más tarde de la fecha
atribuida de 1676, y se refiriera en realidad a alguna avanzada de la flota del
conde D' Estrées, que asalta Tobago en 1677. El río Guarapiche, en efecto,
entronca con el río San Juan, y éste desemboca a su vez por la barra de
Maturín en el Golfo de Paria, limitado por la isla de Trinidad, al norte de la
cual está la cercana Tobago. No sería imposible que una avanzadilla de la flota
hubiera llegado al Golfo de Paria, y penetrado en chalupas por el río San Juan
y el Guarapiche en busca de provisiones o para devastar la zona. Como
veremos más adelante, Caulín señala otra virtual ocupación de las riberas del
Guarapiche por los franceses en 1717, que hace necesaria una expedición
conjunta de los gobernadores de Cumaná y de Margarita para restablecer el
dominio de la Corona española sobre la región. Evidentemente, los galos
comprenden la importancia estratégica de ella como zona de entrada hacia el
Oriente, lo que justifica su interés.

Mientras los corsarios ejercen de tal manera su belicosidad contra las


poblaciones, las autoridades lugareñas muestran con frecuencia lenidad o
complicidad con su comercio ilegal. Así, el mismo año 1674, el visitador
Rodrigo Navarro sanciona a un conjunto de funcionarios de hacienda que
permiten la entrada y salida de mercaderías sin cumplir con las obligaciones
del registro (*). (Arellano Moreno: Orígenes de la economía venezolana, p.
172).

-Los corsarios franceses asaltan Margarita en 1677

El Rey Sol manda al Caribe en septiembre de 1676 otra flota comandada


por el conde Jean d' Estrées. Como hemos indicado, éste pertenece a la más
granada nobleza francesa. Nace en 1624; ingresa al ejército como voluntario,
es herido en el sitio de Gravelinas, combate en Lens, con el grado de mariscal
de campo ataca el puente de Charenton en 1648 y es de los primeros en
romper el bloqueo de Condé contra Arras. Tras esta carrera distinguida en el
ejército entra en 1668 en la armada; al año siguiente comanda en aguas
americanas la flota que vigila la entrega de parte de la isla de San Cristóbal
(Saint Kitts) a los ingleses y socorre a la escuadra de Morgan castigada por
una tormenta tras el asalto a Maracaibo en 1669. Pues el francés busca la
insólita alianza con ingleses y filibusteros para la venidera contienda contra
Holanda. En 1672, cuando estalla el esperado conflicto, el conde navega por
Africa y Flandes. Ese mismo año en el combate de Southwold muestra una
falta de acometividad que suscita los más diversos comentarios entre oficiales
e historiadores navales. Tras un brillante desempeño en Flandes, muestra una
conducta igualmente cautelosa en la decisiva batalla de Texel en 1673. En
ella comanda los 30 buques de las fuerzas francesas y permite que una
escuadra de sólo 10 buques holandeses al mando de Bakaert corte su línea y
acuda al auxilio de Ruyter. El de los marinos es un pequeño mundo: sus
colegas sospechan que en ambas ocasiones el contenido vicealmirante
obedece órdenes secretas de Luis XIV que le encomiendan dejar que se
despedacen lo más posible sus aliados ingleses y sus enemigos
neerlandeses(*). (C. Martínez Valverde: "Estrées, Jean d' ; Enciclopedia
General del Mar, T.III, p. 264).
El detalle no carece de importancia: la reputación de prudencia no es la
más deseada por los oficiales de la poderosa marina de Colbert. Sean cuales
fueren los motivos de su conducta, a su regreso a aguas venezolanas el conde
trata de reivindicarla con alardes de una temeridad que lo lleva más de una vez
al borde del desastre.

Así, el 17 de diciembre de 1676 Jean d' Estrées, que ahora ostenta el título
de vicealmirante del Poniente, al mando de 10 navíos, dos fragatas, dos
buques grandes y varias embarcaciones de menor calado desembarca en
Guayana con 800 hombres y conquista Cayena. Los expedicionarios siguen
los pasos de los frustrados proyectos coloniales del almirante Gaspar de
Coligny. El 19 del mismo mes capturan Martinica, donde se reunen con seis
buques repletos de filibusteros. En compañía de ellos fijan rumbo hacia la
pequeña isla de Tobago, al norte de Trinidad.

El 24 de enero de 1677 llega a Margarita una armada francesa con 600


hombres, los cuales atacan la ciudad, la ocupan ocho días, queman las casas,
maltratan la iglesia y los conventos de San Francisco y Santo Domingo y
quebrantan las campanas(*). (Carta del gobernador de la isla Margarita al Rey,
20-II, 1677, Santo Domingo 181, Marco Dorta: op. cit. p. 61).

Las cartas de los lugareños no identifican al comandante de la flota, pero


en enero de 1677 el vicealmirante D' Estrées, que el año anterior acaba de
tomar Cayena, se prepara para caer sobre Tobago el 28 de febrero del mismo
año. El objetivo del ataque es desalojar a los holandeses, cuyas flotas ocupan
las aguas de la isla. No es frecuente que naveguen por esas aguas flotas
francesas capaces de desembarcar 600 hombres de armas. Con toda seguridad
el asaltante de Margarita es el mismo D' Estrées, o por lo menos una avanzada
de su escuadra que se asegura las espaldas y recaba provisiones antes de la
cruenta batalla que le espera en Tobago.

No es extraño que los asaltantes conquisten el centro poblado. Tienen


aplastante superioridad en número y en armamentos y los margariteños
carecen de defensas: desde hace tiempo están paralizados los trabajos del
castillo de San Carlos de Pampatar, comenzados durante el gobierno de Carlos
Navarro (1662-1668) (*). (Graziano Gasparini: Las fortificaciones del período
hispánico en Venezuela; Ernesto Armitano Editor, Caracas 1985, p. 270). En
efecto poco después, en carta de fecha 8 de junio del mismo año, el
Gobernador de Cartagena informa al rey Felipe IV de la falta de medios para
atender a los fortificaciones de dicha isla(*). (1677, Cartagena, 8-VI, Santa Fe,
220; Marco Dorta; op. cit. p. 61). Y el gobernador de Margarita, don Juan
Muñoz de Gadea, en carta del 17 de noviembre del mismo año informa
también al soberano español del estado inconcluso de las obras del castillo de
San Carlos, y lamenta que la obra no se prosiga (*). (1677, Margarita, 17-XI,
Santo Domingo 622; Marco Dorta: op. cit. p. 61).

De nuevo la crónica penuria de medios y el consiguiente retardo en las


obras de fortificación facilita el trabajo de los merodeadores del mar. Jean d'
Estrées ordena a su poderosa flota reabastecida con agua, botín y provisiones
hacerse a la mar hacia la cercana Tobago.

-El conde D' Estrées y los filibusteros asaltan Tobago en febrero de 1677

¿Y que dirán ahora de él


en Inglaterra o en Breslau
por haberse dejado derrotar
por un lugre de seis cañones
él, que tenía treinta y seis?

Canción del corsario Surcouf.

La flota cercana a la veintena de naves del vicealmirante Jean d' Estrées


arriba a Tobago el 20 de febrero de 1677. La pequeña isla, en principio
territorio de la Gobernación de Guayana, ha cambiado de manos en diversas
ocasiones entre ocupantes ingleses y holandeses. Para el momento la ocupa
una escuadra holandesa al mando de Jacob Binckes, veterano marino formado
bajo las órdenes de los almirantes Tromp y de Ruyter. Binckes viene de
derrotar a los franceses en San Martín, y está en Tobago desde el 1 de
septiembre de 1676. Inmediatamente construye en Klip Bay el fuerte
Sterrechans y convierte a la pequeña isla en una base para atacar a los
franceses en Cayena y en sus posesiones insulares. Al advertir la presencia de
la flota francesa, Binckes desembarca parte de sus marineros para defender el
fuerte, donde monta 42 cañones con los cuales domina la bahía cercana (*).
(Goslinga: op. cit. p. 389).

D' Estrées desembarca un millar de hombres. Durante varios días arremeten


contra los holandeses atrincherados en el fuerte, cuya ventajosa posición lo
hace inexpugnable. Exasperado, el vicealmirante intenta desalojarlos con un
ataque combinado por tierra y por mar. El 3 de marzo la flota francesa,
encabezada por D' Estrées en su nave almirante "Glorieux", de 60 cañones,
penetra en la bahía desafiando la artillería que la barre desde el fuerte de
Binckes. Los atacantes asestan un millar de cañonazos contra los sitiados,
quienes responden con igual brío. Cada buque francés aborda uno de los
holandeses anclados. El "Glorieux" captura al "Huis te Kruiningen", el mayor
navío de la flota de Binckes; el "Marquis" aborda al "Leyden"; ambos se
incendian. El fuego se extiende a otros tres buques holandeses, entre ellos el
"Sphera Mundi", donde Binckes ha refugiado imprudentemente a las esposas,
hijas y esclavos de los colonos. El incendio alcanza al "Huis te Kruiningen", el
mayor buque bátavo; éste estalla antes de que D' Estrées pueda alejar de él su
propio navío insignia, el cual también explota, aniquilando la mayor parte de
sus 445 tripulantes. El conde es herido en la cabeza y rescatado a duras penas;
la chalupa en la cual se salva de la conflagración es alcanzada por un
cañonazo: sin embargo el animoso vicealmirante llega a tierra, reorganiza sus
fuerzas y obtiene la rendición de la flota holandesa, de cuyos 13 barcos sólo
permanecen tres a flote. (*).(Op. cit. p. 391)

Mientras tanto, el fuerte rechaza tres ataques de la infantería francesa, le


causa doscientas bajas y dirige sus cañones contra los barcos franceses dueños
de la rada. Durante tres días D' Estrées intenta lograr la rendición del fortín y
rescatar sus buques "Précieux" e "Intrepide", encallados durante el feroz
combate. No logra ni lo uno ni lo otro; se retira a Granada, repara el resto de
su flota, cuida de sus heridos y de allí zarpa hacia Francia(*). (Saiz Cidoncha:
op. cit. p. 302). Los contendores se han batido con ferocidad: D' Estrées casi
ha aniquilado a la flota holandesa a costa de la pérdida de cuatro de sus
mejores navíos, pero no ha conseguido el desalojo del fortín. En las calles de
París se celebra el encuentro como una victoria, con grandes iluminaciones; se
acuñan medallas con la efigie del Rey Sol y la inscripción Incensa Batavorum
Classe ad Insulam Tabago(*). (Loc. cit).

-Los corsarios franceses saquean de Valencia en 1677

Otra de las víctimas de la proliferación de corsarios y piratas desatada por


el conflicto hispano-francés es Valencia, veterana en este tipo de asaltos. Y en
efecto José de Oviedo y Baños, al reseñar la historia de la ciudad de la Nueva
Valencia del Rey, fundada en 1555 por Alonso Díaz Moreno, especifica que
"pudiera ser ciudad muy opulenta, por las muchas conveniencias de que goza,
si no hubiera padecido el infortunio de haberla quemado unos corsarios
franceses que el año de seiscientos setenta y siete entraron a saquearla, y si la
cercanía de la ciudad de Caracas no la hubiera arrastrado mucha parte de lo
más granado de su vecindad. Contratiempos que, juntos con la suma inutilidad
y poca aplicación de sus moradores, son causa fundamental de la gran
disminución que experimenta(*). (Oviedo y Baños: Historia de la Provincia
de Venezuela; Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, 1965, p. 94)

Alfonso Marín apunta que "el nombre de Trincheras, en Aguas Calientes,


por la antigua vía de Puerto Cabello, se origina en la construcción de
parapetos levantados allí por los valencianos para defenderse de esta clase de
incursiones"(*). (Alfonso Marín: "Valencia", Diccionario de Historia de
Venezuela, III, p. 824). Como ha sucedido más de una vez, la seguridad de las
defensas naturales de Caracas atrae a los fugitivos que huyen de las ciudades
asaltables desde el mar.

No es imposible que la flota francesa que asalta Valencia sea la misma que
a principio de año causó tan graves daños en Margarita, pero para tener alguna
certidumbre sobre ello sería necesario disponer de la fecha exacta del ataque y
de una estimación del número de buques y de asaltantes, que en todo caso ha
debido ser considerable para casi causar su despoblación.

-El conde D' Estrées asalta por segunda vez Tobago en diciembre de
1677

Mientras en las calles de París se celebra con estrépito el triunfo del conde
D' Estrées, el infatigable Colbert saca minuciosas cuentas. Celebración o no,
los holandeses siguen en su enclave en Tobago, que domina las bocas del
Orinoco y que, sumado a Aruba, Bonaire y Curazao, integra un cinturón de
bases atravesado en las rutas de navegación de Europa hasta el Nuevo Mundo.
Ningún plan de expansión francesa triunfará mientras estos cancerberos
custodien el Caribe. Colbert arbitra recursos de las empobrecidas arcas
fiscales; pronto está lista en Brest una nueva flota, con 11 buques de guerra,
seis filibotes y varios brulotes. De nuevo el Rey Sol confía el mando de la
empresa al impetuoso Jean d' Estrées. Siguiendo las instrucciones, éste
conquista primero la isla de Gores, en el Africa Occidental; luego fija rumbo
hacia Tobago (*). (Goslinga: op. cit. 392).

En la pequeña isla su adversario Jacob Binckes está en situación


comprometida. Ha implorado ayuda de las autoridades de las Provincias
Unidas; éstas envían una flota de refuerzo de tres buques al mando del
comandante Hals. Pero lo que arriba a principios de diciembre de 1677 es la
flota de D' Estrées, que embotella en la rada a los cinco buques que restan de
la escuadra de Binckes. El 12 de diciembre traba un nuevo duelo de artillería
con el fortín. D' Estrées cuenta ahora con la ayuda del ingeniero De Combes,
que maneja un nuevo tipo de arma infernal: las "bombas de fuego" o granadas
explosivas. Una de ellas cae en el polvorín del fuerte mientras Binckes y su
plana mayor almuerzan; la explosión los hace saltar por los aires con centenar
y medio de defensores. D' Estrées ocupa las ruinas de la fortaleza, recupera su
nave "Preciéux", toma 300 prisioneros y arrasa las instalaciones de los colonos
en Tobago en represalia por las depredaciones de los neerlandeses en
Martinica (*). (Goslinga: op. cit. pp. 392-394).

Cuando la flota de auxilio del comandante Hals arriba a la pequeña isla, de


la colonia holandesa sólo restan vestigios. Los franceses no han dejado
guarnición para proteger la conquista que les ha costado tantos esfuerzos; Hals
tampoco estima prudente establecerse para correr la misma suerte de su
predecesor. Y sin embargo, se trata de algo más que una victoria pírrica: la
derrota del irreductible Binckes en Tobago marca el comienzo de la
declinación del dominio holandés en el Caribe. A partir de ese momento, no
adquieren nuevas posesiones en él, ni pueden monopolizar parte significativa
del comercio de la zona.

Los laureles del vencedor no son sólo simbólicos. Tras su victoria,


D´Estrées vende en las Antillas centenares de esclavos africanos que ha
pillado a los holandeses al vencerlos en la isla de Gores en Africa(*). (Villiers,
Jacquin y Ragon: Les européens et la mer; p. 77) Trátese de forajidos o de
encumbrados almirantes, tras el aparato de la guerra está el pillaje.

Mientras D' Estrées conquista su ardua victoria, filibusteros franceses


desencadenan una sucesión de ataques desde la isla de Petit-Goave hacia las
costa de Cuba y Santo Domingo, donde concentran un contingente en Samaná.
El capitán Antonio Pichardo Vinuesa, al mando de seis compañías, los
desbarata el 23 de enero de 1677. Al mismo tiempo, los filibusteros ingleses
recrudecen sus ataques: tres naves piratas acosan en febrero de ese año en
Puerto Caballos al navío español Gran San Pablo, el cual los rechaza a duras
penas antes de regresar a Cádiz. El 26 de agosto, una milicia de filibusteros
ingleses y franceses sitia y saquea Santa Marta (*). (Saiz Cidoncha: op. cit. p.
304). Por su parte, el gobernador De Pouançay manda a su lugarteniente
Franquesnay a saquear Santiago de Cuba a la cabeza de 800 filibusteros,
quienes se retiran tras combatirse tragicómicamente unos a otros gracias a una
confusión inducida por Juan Perdomo, un prisionero al cual han tomado como
guía (*). (Saiz Cidoncha: op. cit. p. 304).
-El conde D' Estrées intenta la conquista de Curazao y
encalla su flota en Isla de Aves en 1678

El mar fiel duerme allí sobre mis tumbas.

Paul Valéry: El cementerio marino.

Luis XIV y su infatigable ministro Colbert deben estar satisfechos. El


acoso filibustero causa grandes pérdidas a los españoles; la victoria en Tobago
les ha permitido arrojar de las cercanías de Tierra Firme a sus adversarios
neerlandeses. De facto, ahora dominan las bocas del Orinoco: han asaltado
Margarita y Valencia y cuando quieran pueden ocupar Trinidad, la isla que
Ralegh codició como llave de las riquezas de tierra firme. Pero todavía no
parece sensato emprender una guerra territorial en comarca tan vasta y tan
distante de la metrópoli. Siguiendo el ejemplo de sus adversarios, proyectan
comenzar por el dominio de las bases insulares. En desarrollo de tales planes,
encomiendan en 1678 al conde D' Estrées la conquista de las Antillas
neerlandesas; específicamente, de la estratégica Curazao, sede de uno de los
más activos mercados de esclavos del Caribe.

D' Estrées recibe la comisión mientras recorre aguas cubanas a principios


de 1678. De inmediato, envía dos fragatas a La Española con orden del Rey
para que se le incorpore De Pouançay con 1.200 bucaneros; éste último parte
con ellos en varios barcos filibusteros hasta San Cristóbal, donde se une con
los 15 navíos de Jean d' Estrées. Algunos ostentan nombres melodramáticos,
muy acordes con el temperamento del vicealmirante: “Le Terrible”, “Le
Tonant”, “Le Belliqueux”, “La Maligne”, “Le Bourbon”, “Le Prince”, “Le
Defenseur”, “Le Roy David”, “Le Caiche” y “Le Dromedaire”. Allí fijan el
rumbo de 225 grados -que las Rosas de los Vientos de la época llaman
Sudueste- confiando en que los alisios que soplan en la misma dirección los
llevarán sin tropiezos hasta Curazao. La armada leva anclas el 7 de mayo. El
11 el vicealmirante celebra una junta con los pilotos de la flota, que difieren
entre sí sobre la posición de ésta, confundidos por la variación de las
corrientes. A las ocho de esa noche culminan en el horizonte Norte el
majestuoso León y el gigantesco carro de la Osa Mayor; en el horizonte
austral apenas despunta la Cruz del Sur. Y una hora más tarde, según el
testimonio del oficial Mericourt, testigo presencial
A las nueve de la noche, como hacía buen viento, por si
estábamos más adelante de lo que creíamos y para avistar la
isla largamos velas, y se escucharon delante de nosotros disparos
de mosquete o de cañón, lo que nos hizo saber que se llegaba a tierra.
Izamos la gavia, amuramos la mesana, bordeamos el artimon y
maniobramos para devolvernos por donde veníamos, tras señalar a
los otros navíos para que también viraran. No habríamos
cubierto una distancia de dos largos del navío, a babor la una y a
estribor la otra para evitar los abordajes, cuando encontramos
nueve o diez navíos unos cerca de otros encallados en
bancos de rocas, sin ver tierra ni saber dónde
estábamos. Arriamos la mayor para tratar de detenernos con
ayuda del oleaje, pero inútilmente. No servía más que para
arrojarnos con la corriente sobre el banco.(*) (Relation
du naufrage de M. le Vice-Admiral à l´île d´Aves par le Sr
de Méricourt. Comp. en: Daniel Dessert: La Royale... pp. 335-346)

Uno tras otro los navíos de la inmensa flota van encallando en los bancos
coralíferos que rodean las islas de Las Aves. Estas son un archipiélago
integrado por dos conjuntos, Aves de Barlovento y Aves de Sotavento. La
desventurada expedición encalla en la barrera coralífera de este último, que
está formado por cinco islotes semidesérticos y situado en una latitud de 12
grados norte y una longitud de 67 grados 40 minutos oeste. (*) (Fernando
Cervigón: Islas de Venezuela, pp. 44-45). Está en la ruta por la cual los alisios
y la corriente impulsarían a una flota en rumbo desde San Cristóbal hacia
Curazao. El archipiélago debe su nombre a las aves marinas que se dan cita en
él para desovar: es de imaginar su revoloteo ante la catástrofe. En vano los
navíos arrojan por la popa las llamadas anclas de esperanza, especialmente
dispuestas para frenar antes del embarrancamiento. La nave almirante “Le
Terrible” es de las primeras en encallar. La mar es gruesa y dificulta el
salvamento. Medio millar de filibusteros pierden la vida. Apenas se salvan
un navío, dos transportes, tres brulotes y tres buques más que pueden ser
recuperados después de arduo trabajo.

El desastre de la expedición da lugar a prolongada y amarga polémica. Los


marinos profesionales menosprecian los conocimientos náuticos de D´Estrées
por provenir éste de los ejércitos de tierra. Algunos le desobedecen, como
Duquesne, a quien el vicealmirante malogra la carrera, o como Martel, a quien
envía a la Bastilla durante cinco meses (*). (Michel Vergé-Franceschi:
Chronique maritime de la France d´Ancien Regime, Sedes, Paris, 1998, p.
440). El señor de Mericourt, uno de los oficiales allegados a D´Estrées,
declaró que “a mi juicio, el señor vicealmirante, al verse tan afortunado en las
dos empresas anteriores, tentó excesivamente la fortuna en la tercera
presumiendo de su saber o de un consejo suyo que desconozco, porque las
gentes que tenemos práctica juzgamos que tiene muy poca, creyéndose uno de
los más hábiles hombres de mar, y que nadie sabe tanto como él”(*). (M.
Méricourt: Relation du naufrage de l´escadre des Iles arrivé a l´Ile des
Oiseaux au mois de mai 1678”, comp. en Dessert: La Royale, pp. 334-342).
La investigación sin embargo exonera al vicealmirante.

La catástrofe posibilita la perduración del dominio holandés y desata


una prolongada correría pirática en el Lago de Maracaibo. Pues cuando el
vicealmirante zarpa hacia Francia, su subordinado De Pouançay comisiona a
un oficial para que se encargue del salvamento de los restos de la arruinada
flota, y su elección recae sobre un veterano filibustero llamado Grammont.

-El filibustero Grammont asalta Maracaibo, Gibraltar y Trujillo en


1678

Allá en el hondo mar de los placeres


una barca de marfil cruzaba un día
era mi amante que navegaba en ella
sus lindos crespos que el viento deshacía

Copla venezolana del Amor y el desengaño

Francisco Esteban Grammont de la Mothe nace en París en 1625. La


leyenda le atribuye la condición de noble y el enrolamiento en el ejército
francés apenas adolescente, tras matar en duelo a un pretendiente que
cortejaba a su hermana. El historiador Besson convierte la leyenda en novela
al afirmar que el moribundo deja sus bienes a la joven y una suma elevada al
homicida "para que pudiera salvarse"(*). (Besson: Flibustiers et corsaires, p.
45). Un duque de Grammont es asiduo de Versalles y juez incidental en las
partidas de billar del Rey; el influyente personaje no intercede en favor del
impetuoso joven, lo que hace presumir que los blasones de éste son tan
fantasiosos como la herencia (*). (Levron: op. cit. p. 62). Charlevoix registra
la pasantía del prometedor duelista por la real marina francesa, y la conducta
distinguida en varios combates navales en la flota del señor de La Lauretiere.
Grammont arriba a América como comandante de una fragata armada en
corso. En las proximidades de la Martinica captura una flota holandesa
llamada Les bourse d'Amsterdam. La presa vale 400.000 libras; Grammont la
conduce hasta La Española, disipa en el juego y en orgías su parte del botín y
arruinado, se une a los filibusteros(*). (Haring: Los bucaneros... p. 238).

Su experiencia como militar profesional le granjea un gran prestigio entre


tantos homicidas aficionados. Le estiman todavía más por ser "generoso y
bienhechor". Según diagnostica con ojo clínico el observador cirujano de los
piratas, también lo admiran por haberse señalado en numerosos combates "a
pesar de haber pasado los cincuenta años y de que la gota no lo deja nunca",
pero "la enfermedad no le impide ser siempre activo y emprendedor" (*).
(Exmelin: op. cit. p. 362).

Grammont está en 1678 en la isla de San Cristóbal al mando de una


escuadra de una docena de buques que recibe órdenes de unirse a la
desventurada flota de Jean d' Estrées. De Pouançay le ordena quedarse en Las
Aves para rescatar los buques siniestrados. Después de reflotar y reparar
algunos de ellos, se encuentra al mando de 700 hombres y falto de víveres.
Grammont decide probar suerte por su propia cuenta(*). (Haring: op. cit. p.
216). Sus instintos filibusteros prevalecen sobre las ínfulas nobiliarias.
Curazao está bien defendida por sus ocupantes holandeses: la opción más
apetecible es Maracaibo, repetidas veces asaltada por filibusteros atraídos por
el botín de cacao, cueros y esclavos. El 25 de mayo de 1678 fijan rumbo hacia
la castigada ciudad los restos de la flota fantasma.

Como sus predecesores, Grammont enfrenta el problema del fuerte de la


Barra. El 10 de junio de 1678 lo sitia, bombardea el muro durante veintiún
horas, derriba el garitón en el cual se guarda la pólvora y el último torreón. El
comandante don Diego Pérez de Guzmán rinde la virtual ruina. Los piadosos
filibusteros celebran un Tedeum solemne, dejan la custodia del sitio a sesenta
hombres y se precipitan hacia Maracaibo(*). (Mario Briceño Iragorry: "Los
corsarios en Venezuela. Las empresas de Grammont en Maracaibo y Trujillo-
1678", en Obras Completas Vol.5, Ediciones del Congreso de la República,
Caracas 1998, vol. 332).

La invasión encuentra a la ciudad dividida por una de las querellas


regionales que no cesarán en los siglos venideros. El Gobernador y Capitán
General de la provincia de Mérida y la Grita, el Maestre de campo y Caballero
Comendador de la Orden de Cristo don Jorge de Madureira Ferreira acaba de
anexar a Maracaibo a su provincia, de acuerdo con lo dispuesto en real cédula
del 31 de diciembre de 1676. El Cabildo de la ciudad y el capitán general de la
provincia de Venezuela Francisco de Alberro hacen empecinada oposición.
Madureira Ferreira se traslada a Maracaibo y toma posesión del gobierno el 13
de mayo de 1678. En lo más enconado de la querella, el día 14 de junio se
despliega ante la ciudad la formidable flota filibustera.

De nuevo la empecinada defensa del fuerte de la Barra da tiempo a los


lugareños para escapar con parte de sus bienes. El Gobernador Jorge de
Madureira Ferreira se retira hacia Los Macuaes. Grammont saquea
minuciosamente la ciudad. Al igual que sus precursores se acuartela en la
iglesia Matriz y en las edificaciones principales. Envía 150 hombres en busca
de fugitivos y bienes ocultos y otros 50 en procura de víveres y cacería. Pronto
sus buques están cargados de maíz, cacao y medio centenar de esclavos. No es
suficiente. El 3 de agosto Grammont envía dos naves a recoger y quemar las
embarcaciones españolas que no puedan usar; el día siguiente ancla en el
puerto de San Antonio de Gibraltar, que encuentra también despoblado(*).
(Mario Briceño Iragorry: "Los corsarios en Venezuela. Las empresas de
Grammont en Trujillo y Maracaibo-1678"; pp. 332-333).

La ocupación casi sin lucha de las dos principales ciudades del Lago tienta
a los filibusteros a emprender una incursión tierra adentro. Según la costumbre
de los Hermanos de la Costa, celebran asamblea para decidir su presa; la
ominosa elección recae sobre Trujillo. La decisión tiene su lógica: Maracaibo,
Gibraltar y otras ciudades del Lago prosperan como embarcaderos de las
riquezas que bajan desde la cordillera andina. El corsario busca sus fuentes. A
tal efecto selecciona 420 filibusteros, pertrecha a cada uno con 150 tiros, se
aprovisiona de cambures y de carne de mula. Sigue un sendero desviado para
evitar trincheras armadas en los llanos de Cornieles; atraviesa el río Caús en
balsas improvisadas y emprende el camino hacia Escuque. El fatigoso avance
es apenas estorbado por breves escaramuzas con los destacamentos dirigidos
por Fernando Valera Portillo y Juan Urbina, quienes se repliegan hacia
Trujillo(*) (Ramón Urdaneta: Marco y retrato de Grammont, Francia y el
Caribe en el siglo XVII; Universidad Simón Bolívar, Caracas 1997, p. 100).
Los filibusteros cruzan el río Motatán ayudándose con cuerdas, encuentran en
Sabana Larga otras trincheras sin defensores, y emprenden el fatigoso ascenso
por el camino real hasta otra trinchera en Tucutuco, defendida por 300 vecinos
al mando del teniente de gobernador don José de Barroeta Betancourt, quien
no tarda en caer prisionero. Pues como narra el mismo Grammont:
El 31 yo entré en la segunda trinchera a tres cuartos de legua de la villa,
sobre las cuatro horas. Allí encontré dos cañones cargados con balas de
mosquete, ella estaba defendida por trescientos hombres que la
abandonaron ante el destacamento de tres compañías que yo formé para
ir sobre una eminencia y tomar las espaldas de la trinchera. Mientras
tanto yo marchaba a lo largo del río y de repente ocupé la villa cuya
gente no había hecho sino salir en la creencia de que estaban de que yo
no pasaría la trinchera (*). (Cit. por Briceño Iragorry: Las empresas de
los corsarios... pp. 336-337).

Mala fortuna tiene la pequeña ciudad. En poco más de un siglo de


invasiones y otras tragedias ha sido refundada en cinco sitios distintos y con
cuatro nombres diferentes. Según Vásquez de Figueroa cuenta en 1629 con
más de 200 vecinos: éstos poseen grandes crías de ganado y mulas y cosechan
cacao, maíz y trigo, que comercian con Maracaibo. Joseph Luis de Cisneros
indica que para 1674 su economía depende de los trapiches, el trigo, el cacao,
el ganado menor y la lana (*). (Marco Aurelio Vila: Antecedentes coloniales
de centros poblados de Venezuela; p. 308).

El 1 de septiembre los filibusteros ocupan la villa y destacan una


partida de 150 hombres para explorar los alrededores y tomar botín y
prisioneros. El 15 del mismo mes reciben la visita del vicario de la ciudad,
Pedro de Azuaje y Salido. Este les ofrece como rescate por el poblado 1.000
sacos de harina y 4.000 piezas de a ocho reales; el asaltante exige 25.000. El
eclesiástico no puede obtenerlas de los vecinos, que en su mayoría huyen
hacia las ciudades cercanas. Grammont apresta sus teas incendiarias y según
informa al gobierno de Francia "El 16, yo incendié esta pobre ciudad virgen,
que había costado más de ochocientos mil escudos, después de haber saqueado
las iglesias y las casas y haber hecho llevar el Crucifijo, Nuestra Señora y las
imágenes a la Parroquia" (*). (Cit. por Briceño Iragorry: Tapices de Historia
patria, p. 133).

Arden la Iglesia Matriz, la de Nuestra Señora de la Candelaria, la del


convento Regina Angelorum, las capillas La Paz, San Pedro y El Cristo, la
ermita del Hospital o de Chiquinquirá y las casas de la Real administración,
junto con las edificaciones destinadas a la recaudación de tributos, el granero
comunal, el estanco del tabaco, el chimó y el aguardiente y la mayoría de las
viviendas particulares (*). (Urdaneta: op. cit. pp. 103-104). Según la tradición,
las monjas dominicas del Regina Angelorum escapan con los tesoros del
monasterio a cuestas porque cuando suben una empinada pendiente entre
Santiago y Quebrada Grande, cae muerto de fatiga el capitán de filibusteros
que las persigue. El sitio es llamado desde entonces "Cuesta del Judío", pues
se consideraba tal a quien irrespetara a personas o bienes eclesiásticos (*).
(Briceño Iragorry: "Las empresas..." pp. 338-339).

Amílcar Fonseca recoge la anécdota según la cual sólo se salva de la


destrucción el convento de los padres franciscanos, gracias a la astucia del
fraile francés llamado en el mundo Francisco Teodoro Wasseur y en religión
Fray Benito de la Cueva, quien impedido de huir por la ceguera y el reuma,
grita en francés a los piratas que capitaneados por Grammont intentan forzar la
puerta: "Rendid las armas, francos, en nombre de su majestad". Según la
tradición, la cercanía de una vieja imagen de San Luis de Francia, patrón de
los terceros, mueve a confusión a los filibusteros, quienes desertan el sitio
creyéndolo protegido por un compatriota investido de la triple condición de
Rey, Santo y difunto (*). (Briceño Iragorry: Tapices... p. 132).

No parece creíble semejante piedad en quienes echan al zurrón del saqueo


las custodias y las más veneradas imágenes. Pues el gobernador don José
Cerdeño informa al Rey en carta del 11 de febrero de 1688, que en el asalto
del año anterior el convento de San Francisco de Maracaibo ha sido robado y
saqueado por los piratas; que éstos pillaron las lámparas, vasos sagrados, plata
labrada y alhajas, y maltrataron la iglesia y las celdas conventuales. Por tal
motivo, solicita una ayuda para la restauración (*). (1688, Maracaibo, 11-II;
Santo Domingo 197 A; Marco Dorta: op. cit. p. 78). En el mismo sentido,
desde Trujillo se remite una información en fecha 7 de mayo de 1688, en la
cual consta que el año anterior el enemigo robó toda la plata labrada de las
iglesias, lámparas, ornamentos y hasta las custodias donde estaba colocado el
Santísimo Sacramento, y que hizo pedazos imágenes y retablos (*). (1688,
Trujillo,7-V, Santo Domingo 202; Marco Dorta: op. cit. p. 79). Siguen los
franceses las sacrílegas prácticas de Jacques Sore, sin que sea posible
distinguir si privan en ellas los furores teológicos o la simple codicia. En todo
caso, en la edición francesa de su Diario de a bordo, el cirujano Exmelin traza
un epigramático retrato del Caballero de Grammont, que lo anticipa a los
libertinos de Sade y quizá sea extensible a tantos otros hombres encallecidos
en profesiones que hacen tan poco caso de la vida humana:

El desenfreno en el vino y en las mujeres casi le ha quitado (l' a rendu


perclus) el uso de sus miembros. Es impío, sin religión y execrable en
sus juramentos. En una palabra, está muy apegado a las cosas terrestres y
no se preocupa en absoluto de las celestes. Es su gran defecto(*).
(Exmelin: op. cit. p. 362).

Mientras arde Trujillo, las partidas de filibusteros exploran los


alrededores en busca de ganado, botín y prisioneros. En el sitio de La
Encomienda, Grammont hace desollar vivos varios esclavos que se niegan a
denunciar la ruta de escape de sus amos. Devastada la ciudad, los ocupantes
consideran el plan de seguir hasta Mérida o el Tocuyo. Pero no tienen
esperanzas de conseguir suficiente botín, y reciben noticias de que se
aproximan 350 hombres de armas enviados desde Barquisimeto y el Tocuyo.
Grammont se retira. En Barbacoas de Moporo es rechazado por los
atrincherados vecinos, que le hacen perder 26 hombres. El 29 de septiembre
ya está en Gibraltar; el 1 de octubre se interna en canoas cuatro leguas por el
río Barúa y aborda al buque "San José de Maracaibo", tripulado por cincuenta
hombres y dotado con diez cañones y ocho pedreros y mata al capitán y a
otros seis hombres; dos días más tarde captura un barco mercante de Cádiz de
trescientas toneladas, al cual incendia por encontrarlo en mal estado. El 25 del
mismo mes canjea prisioneros con los lugareños; como los habitantes de
Gibraltar no pueden reunir el rescate, también lo incendia. Para evitar correr
igual suerte, los vecinos de Maracaibo le pagan 6.000 escudos y 1.000 reses.
Tras un semestre de correrías sin haber encontrado ningún revés serio, el
saqueador leva anclas triunfalmente el 3 de diciembre, con un botín que
asciende a 150.000 escudos. El historiador francés La Ronciere calcula el
daño causado a los españoles en más de dos millones de pesos (*). (Cit. por
Briceño Iragorry: "Las empresas..." p. 344).

Aunque Grammont inicia su viaje acompañando una flota regular de la


marina francesa en guerra contra España, ataca Maracaibo, Gibraltar y Trujillo
acompañado de un tumulto de filibusteros y excediendo las órdenes que le
imparte su superior de Pouançay de invadir Curazao. ¿Se lo ha de tomar por
oficial de un ejército regular, por corsario, por pirata? En verdad sus acciones
no facilitan trazar la línea divisoria.

La Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá, quizá motivada por la


conciencia del peligro de los asaltos marítimos a Maracaibo, recomienda el 16
de diciembre de 1678 al Gobernador Madureira y Ferreira fijar su residencia
en dicha ciudad. Una vez más la amenaza naval determina la sede de las
autoridades coloniales. Por idénticas razones dicho Gobernador trae desde
Cartagena al ingeniero Francisco Ficardo, e inicia en 1679 la construcción del
castillo de San Carlos, en las bocas del Lago de Maracaibo. El Gobernador
siguiente, Antonio Vergara Azcárate, recibe una Real Cédula de 10 de junio
de 1681 en la cual se le ordena fortificar "las barras en desuso llamadas
Barbosa y Zapara, así como la principal" (*). (AGI Santo Domingo, 646; cit.
por Graziano Gasparini: Las fortificaciones del período hispánico en
Venezuela, p. 173). En agosto de 1682 el castillo está casi terminado, y desde
entonces las fortificaciones siguen perfeccionándose a lo largo del siglo
XVIII, hasta que las obras del castillo de San Carlos y de Zapara quedan
concluidas el 12 de marzo de 1783(*). (Op. cit. p. 185).

El peligro de las incursiones piráticas y la práctica del contrabando es de


tal magnitud, que se atribuye al puerto de La Guaira la exclusividad para la
carga y descarga de buques que recalan en la provincia de Venezuela. Y así,
Oviedo y Baños registra que en el Cabildo del 14 de noviembre de 1679 "está
inserto un auto del Governador y la respuesta dada por la Ciudad sobre pedir
el Cavildo que la fragata de Gaspar de Acosta vajase a cargar a Puerto
Cabello, y que avriese feria antes de executarlo, y el Governador no quiso
concederlo por ser contra Real orden el que cargasen las fragatas en otro
Puerto que el de la Guayra" (*). (Oviedo: Tesoro de noticias: fol. 27 p. 53).

-El marqués de Maintenon asalta Margarita, Trinidad y la costa de


Caracas en 1678

El asalto a Maracaibo y Trujillo no es la única consecuencia indirecta del


encallamiento de la desventurada flota del conde D' Estrées. Bertrand d'
Ogeron, el gobernador de La Tortuga, arma en dicha isla un navío con una
dotación de quinientos bucaneros para unirse a la flota del vicealmirante. Una
tempestad lo despedaza contra los escollos de las islas Guadanillas. Los
sobrevivientes desembarcan en chalupas en Puerto Rico; los españoles los
atacan, dan muerte a parte de los invasores y aprisionan a los demás. Bertrand
d' Ogeron se hace pasar por loco, consigue que disminuya el rigor de la
vigilancia y escapa junto con el cirujano de a bordo. Llegados a la costa
asesinan a un pescador de tortugas y a su esclavo y huyen en la canoa de éstos.
En La Tortuga el gobernador junta varias naves y numerosos filibusteros y
desembarca en Puerto Rico decidido a rescatar a sus hombres. Los
puertorriqueños caen con su caballería sobre los invasores, los despedazan y
los obligan a huir en sus naves. Los prisioneros son obligados a trabajar en las
fortificaciones de San Juan y de La Habana; luego son remitidos a Cádiz y de
allí pasan a Francia, quizá por efectos de la firma de la Paz de Nimega en
1678. Tras lo cual, según reseña Exquemelin "se asistieron los unos a los otros
en sus necesidades y así, en poco tiempo, la mayor parte de ellos se hallaron
de nuevo en Tortuga, en cuyo puerto armaron de nuevo una flota de piratas
bajo la dirección de un tal Sieur Maintenon, de nación francesa, con la que
atacaron la isla de Trinidad, que está situada entre las de Tobago y las costas
de Paria" (*). (Piratas de América, p. 216).

En efecto, el marqués de Maintenon, llegado al Nuevo Mundo hacia 1676,


alista a los poco escarmentados prisioneros en su fragata "La Sorciere". El
año de 1678 cae sobre Trinidad y Margarita. En la primera hace un afortunado
desembarco, que le reporta un botín de seis mil piezas de a ocho, aunque el
contraataque de los lugareños lo fuerza a retirarse en desorden(*). (Hendrik de
Leeuw: Crossroads of the bucaneers; J.B. Lippincot Company, Londres 1937,
p. 355). En Margarita le facilita el trabajo la carencia de fortificaciones, pero
el saqueo es improductivo, pues bien poco han dejado en la isla las flotas del
conde d' Estrées. Maintenon recoge poco botín, y sus filibusteros se dispersan
(*). (Haring: Los bucaneros... cit. p. 216)

Fatigados de tantas invasiones, los margariteños se dedican empeñosos a


completar el sistema de defensas de la isla. Hacia 1682, el maestre de campo
Don Juan Fermín Huidobro hace un donativo de 12.000 pesos para la
fortificación de ella (*). (Sin fecha, hacia 1682, Santo Domingo, 593; Marcos
Dorta: op. cit. p. 70). Para la ciudad de la Asunción, se planea un castillo con
cuatro baluartes, con 130 pies por el lado interior y con murallas y parapetos
gruesos. El 3 de febrero de 1683 el mencionado Juan Fermín de Huidobro,
quien ya es gobernador de Margarita, informa al Rey que ha terminado el
castillo de la Asunción, y que espera concluir el torreón del Pueblo de la Mar,
que no ha sido acabado por falta de agua para la mezcla de la argamasa(*).
(Santo Domingo, 181, Marcos Dorta: op. cit. p. 70).

El 12 de febrero del mismo año de 1683, el gobernador de Cumaná don


Juan de Padilla Guardiola y Guzmán informa al Rey que edifica la
fortificación de la eminencia de San Antonio de dicha ciudad utilizando
negros pendientes de venta decomisados a una fragata holandesa que
pertenecen al Real Fisco (*). (Santa Fe, 218, Marcos Dorta: op. cit. p. 70).

-Grammont ataca La Guaira en 1680

Grammont dirige en 1680 una nueva incursión contra la costa venezolana.


En mayo de ese año desembarca en la Blanquilla, al norte de Margarita, envía
dos buques a pillar Tierra Firme y pone proa hacia los seguros fondeaderos de
Los Roques, donde los expedicionarios se le reúnen después de haber
capturado siete piraguas. Grammont se da a la vela hacia el litoral central al
mando de una flota compuesta por la fragata “La Trompeuse” con 52 cañones,
otros cuatro grandes navíos de guerra y las siete piraguas, y saquea las
haciendas costeñas de Los Caracas (*). (Briceño Iragorry: “Las empresas...”
cit. 134). La madrugada del 26 de mayo desembarca cerca de La Guaira; al
mando de 180 hombres y tras sufrir algunas bajas se apodera de la
fortificación que domina al puerto. En el audaz golpe toma prisioneros al
castellano y cabo de las fuerzas don Cipriano de Alberró, y a 150 defensores
de la guarnición. El puerto queda librado al pillaje; las instalaciones militares
son desmanteladas. El jefe del fortín del Salto de Agua, capitán Juan de Laya
Mujica, junta a varios de los fugitivos, y al día siguiente contraataca y obliga
al corsario a retirarse. Este incendia las edificaciones, destruye 6.000 flechas
y 400 mosquetes, destempla la pólvora y se lleva de recuerdo botín, 150
prisioneros, y una seria herida de flecha en el cuello(*). (Sucre: op. cit. p.
181).

Los caraqueños, alertados del golpe de mano, siguiendo su práctica secular


sacan en mulas los caudales y los libros de la Real Hacienda, esconden o
entierran sus bienes más preciosos en las haciendas de la periferia y a la
mañana siguiente salen a repeler al agresor, que entretanto se retira.

Desde 1678 se ha firmado la Paz de Nimega, que pone fin a las hostilidades
entre Francia, Holanda y España. Los términos del tratado establecen que cada
contendor mantiene las posesiones que domina para el momento del cese de
las hostilidades. En consecuencia, los holandeses conservan Aruba, Curazao,
Bonaire y las tres islas de Sotavento. Tobago, por el momento, continúa bajo
dominio francés. Pero el mismo año de 1678 se inicia el nuevo conflicto entre
España y Francia. Es concebible que Grammont disponga de alguna patente de
corso.

Tras el asalto, el aventurero navega para reponerse de su herida en su


refugio de Islas de Aves, seguramente todavía llena de pertrechos de la varada
flota de D' Estrées, y luego fija rumbo hacia Petit-Goave, la tradicional
guarida de filibusteros(*). (Charlevoix: libro VIII, pp. 230-238, cit. por
Haring: op. cit. p.233).

La cuasi homonimia entre la capital y las costas de Los Caracas, así


nombradas porque en ellas desemboca el riachuelo del mismo nombre, alentó
la confusión según la cual la misma Santiago de León de Caracas habría sido
saqueada por Grammont, especie que repiten el jesuita Coleti en su
Dizionario Storico-Geografico dell' America Meridionale de 1771, y el
acucioso Alcedo en su Diccionario geográfico-histórico de las Indias
Occidentales o América, publicado en 1789. Valiéndose de tales fuentes,
repiten el error Yanes en su Compendio de la Historia de Venezuela publicado
en 1840, y Baralt y Díaz en su Resumen de la Historia de Venezuela publicado
en 1841, en el cual afirman que los franceses "llevaron a sus bajeles gran
botín". Pero, como aclara Arístides Rojas, éste "no salió de la capital Caracas,
ni menos fue conducido por el camino y veredas que comunican a ésta con el
puerto de La Guaira; sino tomado en las costas de Caracas y haciendas ricas
de esta comarca, que fueron saqueadas en 1680, por el célebre pirata Francisco
Gramont"(*). (Arístides Rojas; Crónica de Caracas, Fundarte, 1982, p.113).

En todo caso, antes de que Grammont amenace a su ciudad, los caraqueños


toman medidas para facilitar la resistencia, proyectan fortalezas, recaudan
contribuciones para costearlas. Y así, reseña Oviedo y Baños en su Tesoro de
noticias que el mismo año de 1680 "en Cavildo de veinte y ocho de Marzo
está la quenta de lo percevido para la fábrica de una fortaleza, que se intentó
hacer en esta Ciudad". Y a continuación, señala que "En Cavildo de veinte y
nueve de Agosto está la Real Cédula en que Su majestad aprovó por seis años
el arvitrio del nuevo impuesto para la fortificazión de esta Ciudad" (*).
(Oviedo: op. cit. fol. 29 p. 57). No hay amenaza inmediata de indígenas ni
colonos sublevados: la fortaleza que proyectan los caraqueños está
evidentemente destinada a protegerlos contra el enemigo del mar.

Grammont todavía da algunos golpes afortunados antes de su


previsible final. Los colonos de La Española, molestos por los asaltos
filibusteros en Veracruz, Campeche y los mares del Sur, reemprenden su
interminable guerra contra los ocupantes ilegales. De Cussy, gobernador de La
Tortuga, quiere tener de su parte a Grammont en el nuevo conflicto, y obtiene
para él en septiembre de 1686 el nombramiento de Lieutenant du Roi en la
costa de Santo Domingo. Pero, según reseña Haring, "al saber la nueva honra
que se le otorgaba, de Grammont quiso asestarles un último golpe a los
españoles antes de retirarse a vida honorable: armó un navío, largó velas con
180 hombres y mas nunca volvió a saberse de él". (*). (Haring: op. cit. p.
238).

-Los franceses toman Trinidad y ocupan las bocas del Orinoco


en 1684
En 1684 atracan en Puerto España cinco barcos franceses. El Gobernador
huye hasta Santo Tomé de Guayana, donde los españoles se esconden en la
selva dejando en la capilla al infortunado gobernante y a algunos de sus
funcionarios. Los filibusteros los capturan, torturan a tres de ellos, matan a
uno a fuerza de maltratos, roban al gobernador sus tinteros de cuerno de plata
y sus esclavos y finalmente lo liberan, famélico y lleno de lastimaduras, en la
costa de Trinidad(*). (V.S. Naipaul: La pérdida de El Dorado, p. 126). Mario
Briceño Iragorry reseña un asalto similar de los franceses, pero lo data en
1682 y añade que para esta invasión cuentan con el apoyo de los caribes, que
como hemos visto habían establecido también una coalición con los
holandeses contra los españoles(*). (Briceño Iragorry: Tapices de Historia
patria, p. 134). Alex Olivier Exmelin anota en su diario en Santo Domingo
que en octubre de 1683 "la patrulla de siete velas del almirante conde D'
Estrées regresa de una campaña punitiva sobre La Guaira", y que poco
después "la flota real fatigada viene a aprovisionarse antes de regresar a
Francia". En ese viaje, Exmelin ocupa la plaza de cirujano en el "Furieux",
nave insignia de D' Estrées (*). (Journal de bord; p. 233). Es posible que se
trate de parte de la misma flota y de sus poco recomendables tripulantes.
Quizá el retorno de ella a las Antillas y luego a Europa pone fin a la efímera
ocupación, y los lugareños retoman sus posesiones. De todos modos, esta
incursión seguramente refuerza los enclaves franceses de siembra de tabaco en
las riberas del Guarapiche, que los gobernadores de Cumaná y de Margarita
destruyen posteriormente en 1717.

-Los piratas asaltan Chuspa y Arrecifes en 1686

Una flota de cinco naves aparece en el litoral el 7 de septiembre de l686,


desembarca dos centenares de hombres en Chuspa e igual número en
Arrecifes. Los vigías instalados en las cumbres del litoral desde la sorpresa de
Grammont dan pronta alerta a los fortines y a los caraqueños mediante
fogatas y señales de humo: una por cada nave enemiga. La eficaz
movilización y el pronto refuerzo de las guarniciones de Catia, Agua Negra,
Las Trincheras, Salto de Agua y La Cumbre, induce a los invasores a
marcharse después de moderados saqueos(*). (Sucre: op. cit. pp. 182-183).

Mientras estos sobresaltos mantienen en vilo a los colonos, prosigue la


tradicional connivencia de algunas autoridades con los traficantes. Así, el
gobernador marqués de Casal, que inicia su mandato en 1688, emprende un
juicio contra el teniente de gobernador de Coro por complicidad con los
holandeses, lo condena a pagar 20.000 pesos, y es a su vez enjuiciado
posteriormente por extorsión y otros abusos(*). (Arellano Moreno: Orígenes
de la economía venezolana, p.172).

4. -La guerra de España contra Francia 1687-1697

Se está cansado de un gran viaje, se desea concluir; se ve la tierra,


pero falta el viento para llegar a ella; se está expuesto a las
injurias de las estaciones; las enfermedades y las languideces
impiden actuar; el agua y los víveres faltan o cambian de gusto;
se recurre inútilmente a remedios extraños; se trata de pescar, se
atrapa algunos peces sin obtener ni alivio ni alimento; se está
cansado de todo lo que se ve; se tienen siempre los mismos
pensamientos, y se está siempre aburrido; se vive todavía, y se
lamenta vivir; se esperan los deseos para salir de un estado
penoso y languideciente, pero no se los experimenta más que
débiles e inútiles.

La Rochefoucauld: Del amor y el mar.

En 1686, se forma una nueva coalición contra los franceses: la Liga de


Augsburgo, integrada por España, Suecia, el Emperador Leopoldo I, el partido
de los príncipes alemanes y Holanda. Al año siguiente, la alianza diplomática
inicia la guerra con la invasión del Palatinado. Francia combate la nueva liga
hasta 1697, cuando concluye las hostilidades con la paz de Ryswick. En ella
hace importantes concesiones para garantizar la paz antes de que se plantee el
problema de la sucesión en España: reconoce a Guillermo de Orange como rey
de Inglaterra y devuelve gran parte de las conquistas obtenidas después de la
paz de Nimega, excepto Alsacia.

5.-La conquista de Haití por los filibusteros franceses en 1690


Ayer español nací
a la tarde fui francés
en la noche etíope fui
mañana dicen que inglés
no sé qué será de mí.

Antigua quintilla de La Española


El animoso gobernador de La Tortuga Bertran d' Ogeron es hombre de
grandes empresas: abriga la idea de conquistar para Francia la isla de La
Española, cuyas fértiles colinas contempla a cada momento desde su fortaleza
cuando se asoma a las ventanas que dan hacia el Sur. Los tiempos han
cambiado: la pequeña Tortuga no será conquistada de nuevo por La Española;
sucederá exactamente lo contrario. Para convencer a Colbert de la ambiciosa
iniciativa, el gobernador embarca nuevamente hacia Francia, dejando a su
sobrino De Poincy al mando de la base filibustera. Pero Ogeron enferma
durante el viaje, y fallece en París el 31 de enero de 1676 (*). (Exmelin:
Journal de bord, Annexes, p. 367).

Mientras la guerra entre España y Francia reiniciada en 1687 sigue su curso


en Europa, los franceses realizan en el Caribe el golpe largamente planeado
por el gobernador Ogeron y por el ministro Colbert. En 1690 desencadenan
contra La Española su ataque combinado las flotas reales y los filibusteros; el
año inmediato Du Casse se instala como gobernador de Santo Domingo, en la
parte de la isla incorporada al dominio francés. Los colonos inician poco
después una masiva importación de esclavos, que hace de la colonia una de las
más productivas y de las más inhumanas del Caribe. La diplomacia legitima
los efectos del golpe de mano: en virtud de la paz de Ryswick, España cede a
Francia la parte occidental de la isla.

En 1777 franceses y españoles fijan de manera precisa los límites de sus


territorios mediante el tratado de Aranjuez; pero en 1795 el declinante imperio
español entrega a Francia la totalidad de la isla. Corresponderá a los haitianos
independizarse en 1804, mientras Santo Domingo continúa bajo dominio
francés hasta 1808, cuando Juan Sánchez Ramírez, al frente del movimiento
llamado La Reconquista, derrota a los franceses y restaura el dominio ibérico.
En 1821 los dominicanos conducidos por José Núñez de Cáceres proclaman
su independencia.

Jean Baptiste Colbert no llega a presenciar esta culminación de su política


colonial: ha muerto mucho antes, el 6 de septiembre de 1683, arruinado y
exhausto de sus largas batallas ministeriales contra el derroche de la corte y
contra las ruinosas guerras. Para costearlas, debe elevar los impuestos; su
política, que ha traído a Francia una prosperidad sin precedentes, termina
siendo asociada con la miseria que las extravagancias bélicas arrojan sobre la
población. Para evitar que las turbas insulten el cadáver, Jean Baptiste Colbert
es enterrado de noche (*). (Durant: op. cit. p. 26).
Por su parte, el impetuoso conde Jean d' Estrées no pierde el contacto con
sus aliados filibusteros. En 1682 el vicealmirante bombardea Argel; en 1683,
cañonea Túnez. En 1684, invita a su casa a Alexander Olivier Exmelin, para
que le amplíe los pormenores de sus viajes por las Indias, y lo pone en
contacto con Thomas de Frontinières y con el abate Baudrand, ambos
historiadores, con quienes el aventurero prepara una edición francesa de su
obra (*). (Exmelin: Journal de bord p. 235). En 1697 el cronista de los
filibusteros, ya graduado en la Escuela de Medicina de Amsterdam, es
cirujano de a bordo en el "Furieux", buque insignia de D' Estrées en comisión
en Brest. El conde volverá más de una vez a los mares americanos: en 1686,
cuando es nombrado Virrey de América, y en 1697, para colaborar -
debidamente asesorado por Exmelin- en la preparación del asalto de De
Pointis contra Cartagena en el cual, como dice Jean Mousnier, "el Estado se
hace pirata" (*). (Jean Mousnier: "Préface" al Journal de bord du chirurgien
Exmelin, p. 15).

-Los piratas apresan la nave de don Cristóbal de Valenzuela en


Trinidad en 1690

El 3 de junio de 1690, en la isla de Trinidad dos naves de piratas persiguen


y abordan el barco de don Cristóbal de Valenzuela, matan a siete de los
defensores de éste y capturan los 23 restantes. Después de mantenerlos varios
días en cautiverio, los foragidos sueltan a casi todos los prisioneros,
llevándose a tres como prácticos en navegación (*). (Saiz Cidoncha: Historia
de la piratería en América Española, p. 363).

No hay mayores datos sobre los autores del incidente, aunque el minucioso
historiador holandés Hendrik de Leeuw apunta en relación a Trinidad que
"Lavassor de La Touche, un francés, hizo en 1690 otro intento fallido de
saqueo, precediendo casi por 26 años al conocido Teach, Barbanegra"(*).
(Crossroads of the bucaneers, p. 355). Debido a que desde 1687 existe un
estado de guerra entre Francia y España, es sumamente probable que la
captura de la nave de Cristóbal de Valenzuela se deba en efecto a corsarios
franceses merodeando las mismas aguas visitadas años antes por las flotas del
conde D' Estrées; quizá al mando del citado Lavassor de La Touche.

-Los corsarios franceses apresan una nave en La Guaira en 1696


En l688, el gobernador Garci-González de León adopta eficaces medidas
para mejorar las fortificaciones de La Guaira. Sus desvelos no son
injustificados: a las tres de la tarde del 28 de octubre de 1696, cuatro naves
corsarias francesas arriban al puerto disimulándose con bandera española, y se
acercan al patache de Margarita, una modesta nave de cabotaje anclada en la
rada. Los tripulantes del patache y el capitán, al contemplar las banderas,
creen que se trata de naves de la Armada de Barlovento, y sólo se dan cuenta
del engaño cuando son abordados por los franceses, quienes en la refriega
matan al capitán don Francisco de Córdova y escapan con la presa. De paso,
bombardean las precarias defensas guaireñas, causando daños en las murallas
y las cureñas(*). (Sucre: op. cit. p. 190).

En la carta donde explica al Rey los detalles del breve combate, el obispo
Baños concluye: "Señor: el Puerto de La Guaira ha menester más defensas que
la que tiene; son muchos los fortines en que se divide la poca gente, que ay, y
estos sin fundamento, porque los más de ellos más siruen de padrastros que de
defensa; la gente es precisso que pelee a cuerpo descubierto, porque no tiene
resguardo alguno y es echarla a perecer sin prouecho" (*). (1696, Caracas, 25-
IX, Santo Domingo, 626; Marco Dorta: op. cit. p. 92).

Posiblemente las protagonistas del incidente anterior son las mismas naves
francesas a las cuales se refiere la Corona en carta del 1 de octubre de 1697
dirigida al Gobernador de Maracaibo, en la cual le da las gracias por la exitosa
defensa contra un complot en el cual

los indios Guayjiros y demas confinantes a los puertos de Magauta


Portete y cauo de la Vela tenian hecho pacto con franzeses para
yntroducirlos por tierra a essa ciudad y prouincia haziendo desembarco
de gente y dejandosse ver de los castillos de ella con nauios y aparienzias
en enuestirlos para que acudiessen a su defenssa las fuerzas de la plaza y
poder entrar en ella sin rressistencia y que para reparo de esta yntentada
ymbasion guarnecisteis los castillos y hicisteis las demas preuenziones de
gente embarcaziones y vastimentos que bubisteis por nezesarios para su
resistencia y que se tomasen los pasos por donde podia venir con
ynfanteria y caualleria y hauiendose dejado ver el enemigo en el cavo de
San Ramon con ocho vajeles que se mantubieron alli dos meses
combocasteis todas las milicias y vecinos de essa prouincia y la de
Caracas (*). (Suárez: Fortificación y defensa; Academia Nacional de la
Historia, Caracas, 1978, p. 81)
Para la época, la propia Corona británica comienza a tomar medidas activas
contra la piratería y los corsarios que se exceden de los términos de su patente.
La vida de los gobernadores de Jamaica se vuelve una contínua lucha contra
sus antiguos aliados y amigos. El Parlamento inglés sanciona en 1669 una
severa Acta contra la piratería, que retoma muchas de las rigurosas medidas
del Acta de Enrique VIII en el mismo sentido. España e Inglaterra suscriben
en 1670 el Tratado de Madrid, por el cual la primera reconoce a la segunda la
posesión de Jamaica y el derecho de comerciar con las Indias, con lo cual
desaparecen gran parte de los motivos de tensión entre ambas potencias. Se
inicia el camino de la paz en esta guerra marítima de desgaste que dura ya casi
dos siglos.

-Crepúsculo

El poderío del Rey Sol alcanza al mismo tiempo su cenit y su ocaso en el


Caribe con la expedición contra Cartagena de 1697, donde participan unidades
de la marina real codo a codo con los filibusteros. El célebre golpe documenta
las turbias relaciones que usualmente vinculan poder político, comercio y
pillaje. En julio de 1696 el propio Rey Sol otorga a monsieur De Pointis,
caballero de la Orden de San Luis, una patente de corso para una expedición
en la cual la Corona proporcionará oficiales, marinos y soldados y navíos en
buen estado "con sus dotaciones, repuestos, aparejos, aparatos, cañones, armas
y municiones suficientes para una campaña de nueve meses". El Rey tomaría
la quinta parte del botín; los oficiales y tripulaciones gozarían de un décimo de
éste; el resto premiaría a los capitalistas, cuyos fondos recauda el tesorero
general Vanolles. Como hemos visto anteriormente, el conde Jean d' Estrées
prepara la expedición; le sirve de consejero el avezado cirujano de los piratas
Alex Olivier Exmelin. Llegan rumores de que se prepara la paz; De Pointis se
precipita sobre sus naves y envía emisarios al gobernador de Santo Domingo,
Du Casse, para que prepare suministros y reclute filibusteros. El 4 de marzo
llega a Cap François la flota de 15 navíos; Du Casse le aporta 1.400
salteadores. Para evitar que los habitantes huyan a la vista de tan poderosa
armada, los invasores atacan por tierra y de noche, ocupan la ciudad, la
saquean a gusto, cobran un rico rescate y levan anclas cargados de botín (*).
(Blondel: Histoire de la flibuste, p. 250).

A partir de allí todo va mal para los filibusteros. El temporal arroja una de
sus naves contra escollos cercanos a Cartagena. Una flota de 24 navíos
ingleses deja Barbados para perseguirlos, y los embosca en su ruta obligada
hacia Europa por el Canal de las Bahamas. De Pointis se les escapa a duras
penas; los ingleses le capturan dos buques; dos naves holandesas que se unen
a los ingleses apresan otros dos. Huyéndoles, otra nave pirata naufraga en
Santo Domingo. De Pointis y los aprovechados accionistas se reparten el
botín; los filibusteros emprenden un interminable pleito reclamando sus
dividendos a la puntillosa Tesorería real; ésta ofrece cancelarlos en tierras e
instrumentos de labranza. Los desencantados filibusteros empiezan a emigrar
hacia Jamaica (*). (Blondel: op. cit. pp 274-276).

Es también el canto del cisne de la alianza entre las flotas monárquicas y las
barcas de los Hermanos de la Costa. Atento a la esperada muerte del rey
español Carlos II, el soberano francés maniobra diplomáticamente para
imponer en el trono ibérico a su propio nieto Felipe de Anjou, y apacigua
todas las disputas con España. Los antiguos instrumentos de la política del
soberano serán sus nuevas víctimas: los filibusteros son declarados fuera de la
ley y perseguidos por las mismas escuadras que solicitaron su ayuda. Pero la
aventura sucesoral traerá consigo una confrontación contra una liga de las
más fuertes potencias de Europa; a comienzos del siglo XVIII, el poder naval
francés corre también hacia su ocaso. También el Rey Sol. La muerte que tan
pródigamente ha repartido en los océanos y en los campos de batalla golpea
repetidamente su familia. En 1712 mueren la duquesa y el duque de Borgoña y
el nuevo delfín, el duque de Bretaña; en 1714 fallece su último nieto, el duque
de Berry. El anciano monarca abraza trémulo al pequeño duque de Anjou, el
futuro Luis XV, y musita: "He aquí lo que me queda de toda mi familia". Una
plateada muchedumbre de cortesanos asiste a la escena, silenciosa e
impotente. Según la costumbre cortesana, algunos escamotean
disimuladamente a los otros bolsas, tabaqueras, joyas (*). (Levron: op. cit. p.
76).

En el nuevo avatar del expansionismo galo intervienen nuestros viejos


conocidos de los mares de América. En 1701 D' Estrées comanda la escuadra
francesa enviada a España durante la Guerra de la Sucesión para apoyar a
Felipe V de Anjou; en 1702, traslada a la península ibérica al pretendiente al
trono, y es nombrado lugarteniente general del conde de Toulouse, gobernador
y capitán general de todas las armadas del Rey. Cuando Jean d' Estrées fallece
en 1707, entre la numerosa concurrencia de aristócratas y eclesiásticos que
acude al funeral, el Mercure Galant reseña una celebridad que se codea con
los grandes de Francia: el cirujano Alex Olivier Exmelin, que acude a
despedirse de su viejo protector y amigo (*). (Jean Mousnier: "Préface" al
Journal de bord du chirurgien Exmelin; p. 15).
CAPITULO 11.- LOS CORSARIOS DE SU SACRARREAL MAJESTAD
(Predominio del corso español y el contrabando holandés, 1793-1728)

Navegando en un barquito
por todo el mar de Granada,
no se presentía nada,
limpio estaba el infinito;
mas quiso el hado maldito
que de pronto se enturbió
y terrible en galeón
de pronto el mar enfurece
y el viento reinando crece
en su primer devoción.

A la Virgen del Valle por la salvación de un


naufragio.

1.-La paz de Ryswick y la declinación del filibusterismo

La noticia del asalto a Cartagena produce el comprensible pavor en los


habitantes de la Provincia de Venezuela. Pero los caraqueños se sienten
aliviados cuando conocen la Real Cédula de 9 de septiembre de 1697 por la
cual el Rey informa de la paz concertada entre Francia y España en La Haya.
El gobernador don Francisco de Berrotarán ordena por bando solemne "que
todos los vecinos pongan luminarias en las ventanas de sus casas, y hagan
todas las demás demostraciones festivas que son permitidas en nuevas de tanta
alegría, como debe causar la paz entre ambas coronas" (*). (Sucre: op. cit. p.
191). La buena nueva aleja temporalmente el espectro de la guerra europea,
que en forma de corsario visita las costas de América.

Y en efecto, la Paz de Ryswick representa un real alivio de la plaga de


ataques de filibusteros franceses y de piratas ingleses contra las costas
venezolanas. Como indica Clinton:

Después del tratado de Madrid en 1670, por el cual se reconoció la


aspiración británica sobre Jamaica, declinó la incidencia de los ataques
ilegales, mientras que con el tratado de Ryswyck, veintisiete años
después, por el cual La Española (o Santo Domingo, como se la llamaba
ya) fue formalmente cedida a Francia, el nuevo gobernador Jean du
Casse se instaló y con característica firmeza y eficacia reemplazó la
piratería con el comercio pacífico, la cacería de ganado y la plantación,
obligando a los bucaneros que quedaban en Tortuga a evacuar la isla e
instalarse en Santo Domingo. Du Casse, él mismo un ex-bucanero, lanzó
una formidable invasión de Jamaica en 1694 que fue, sin embargo,
derrotada. (...) Con la Paz de Ryswyck se puede decir que termina la gran
época de la bucanería. Pero las viejas costumbres tardan en desaparecer,
y el escenario estaba dispuesto para el comienzo de la era de la
piratería(*). (Clinton: op. cit. p. 10)
Puesto que después de emplear a corsarios, filibusteros y piratas como
instrumentos de su expansión, los poderes imperiales los persiguen y se
deshacen de ellos. Hemos visto a Morgan fallecer en su cama en 1588 después
de servir de verdugo de sus colegas; a lo mismo se dedica Du Casse. Los
merodeadores del mar se refugian en sus nuevas bases en América del Norte,
contrabandean desde las Antillas neerlandesas y esperan la inevitable guerra
europea que vuelva a decretar para los mares la ley de la selva.

2.-El auge de la economía del cacao a fines del siglo XVII y


principios del XVIII

-Los grandes cacaos


A las seis y media
cierran los conventos
y las pobres monjas
se quedan adentro
y hacen chocolate
para la vecina.
La vecina dice:
-¡Qué riquillo está!
¡Dame un poquito
para merendar!
¡Botín, botera
tabique, y afuera!

Canción infantil venezolana.

El azote de los Demonios del Mar es más dañino porque hacia fines del
siglo XVII está firmemente establecido un rico comercio de exportación de
cacao desde la Provincia de Venezuela hacia el Virreinato de la Nueva
España. En los archivos del Cabildo de Caracas va quedando constancia de las
disposiciones que se refieren al hecho. Así, en la sesión de 26 de enero de
1696, se registra que "está inserta otra Real Cédula en que Su Majestad
prohive el tráfico a la Nueva españa del Cacao del Guayaquil"(*). (Oviedo:
Tesoro de Noticias, fol. 37 vto. p. 74). Y el año siguiente, en el Cabildo de 2
de septiembre, "está inserto un Auto del Governador mandando que los
Capitanes de Fragatas cada uno tenga en la Guayra vodega a su costa para
rezivir el cacao de su carga según ha sido costumbre; y este auto se probeyó
por aver intentado los Capitanes que las bodegas las pagasen los vezinos
dueños del Cacao" (*). (Oviedo: op. cit. fol. 38 vto. p. 76). La nueva riqueza
es lo que atrae tantas invasiones marinas: es la fuente del rico botín que el
Olonés le vende a Ogeron y éste revende con tanto éxito en Francia. Ya que,
como señala Arcila Farías:

Hubo un momento en que Venezuela, por su producción agrícola, llegó a


ser considerada la más próspera comarca española. Y no es de extrañar,
pues el tabaco llamado Orinoco, procedente de Barinas y extraído en su
casi totalidad por La Guaira y Puerto Cabello, gozaba de gran reputación;
y en cuanto al cacao, era calificado, y se le calificaba aún, el mejor del
mundo. El cacao venezolano valía casi tanto como el oro del Perú. En
España llegó a valer hasta 80 pesos la fanega; y aunque la Compañía la
bajó a 45, ésta seguía siendo una suma nada despreciable con la que un
individuo de condición modesta, un estudiante o un amanuense, podía
vivir cómodamente durante más de un mes (*). (Arcila Farías: Economía
colonial de Venezuela, p. 248)

La baja del precio se debe a la competencia del fruto enviado desde


Ecuador a México por el Pacífico. De todos modos, el cacao continúa siendo
durante el siglo XVIII uno de las bases fundamentales de la economía
venezolana.

-El desarrollo de la flota mercante venezolana

Un marinero en el mar
pinta diferentes cosas
pinta claveles y rosas
y dibujos en la playa.
Tiene la rica esmeralda
un valor exorbitante.
Es piloto calculante
sobre su navegación,
y en esto tengo razón:
marinero es un diamante.

Décima de marinero.

Para comerciar con la codiciada almendra y con el tabaco y los cueros los
colonos no pueden confiar en el sistema de flotas, que ha interrumpido su
periodicidad desde 1654, y cuyas salidas se hacen cada vez más esporádicas
hasta cesar de facto en 1713, cuando uno de los términos de la Paz de Utrech
concede a la Compañía Inglesa del Mar del Sur el privilegio de la trata de
esclavos con las colonias españolas, abriéndoles así el comercio con éstas y
dando oportunidad para lo que con tal excusa será un floreciente contrabando
de todo tipo de géneros.

Lo cierto es que, excluidos desde un principio de las escalas normales de


dichas flotas, los venezolanos se las arreglan con los barcos sueltos o "de
registro". Durante el auge perlífero, se separa de cada flota para comunicarse
con la provincia de Margarita una nave llamada justamente "de las perlas". Ya
en 1590 el Cabildo de Caracas solicita y obtiene de la Corona el envío de dos
naves directamente a La Guaira. En 1604 Pedro de Fonseca Betancourt, con
apoyo del Cabildo, obtiene la autorización para que una de esas naves sea la
de propiedad del capitán Sebastián Díaz de Alfaro, construida en el litoral de
Caracas. En repetidas oportunidades, el Cabildo apoya asimismo peticiones
para que tal favor sea concedido por una vez, como sucede en la sesión de 5
de junio de 1604, cuando asiente a la petición de Don Agustín de Herrera y
Roxas, vecino y encomendero de Indias, el cual, en recompensa de sus
muchos servicios como pacificador de indios cumanagotos y sus batallas
"contra cosarios e yngleses", y teniendo en cuenta que a Caracas "no biene
navío ni flota como a vuesas mercedes consta", solicita licencia "para que yo
pueda cargar el dicho navio en la forma referida, ansi en los reynos de España
y en las yslas de la Gran Canaria y gosar por esta bes de la mercede de la
dicha real sédula". En consideración a lo cual acuerda el cuerpo deliberante
"que se le dé poder bastante al dicho don Agustín de Errera, conforme a la
merced que su magestad yço a esta çiudad, para que pueda traer un nabío para
una ves" (*). (Actas del Cabildo de Caracas, 1600-1605, T. II, p. 211).

Desde 1627 el auge de la exportación de cacao hacia México favorece la


paulatina construcción de una flota local, armada en su mayor parte en
Venezuela. En uso de la licencia para el arribo de las dos naves anuales, entre
1627 y 1650 zarpan de La Guaira 119 embarcaciones que recorren el Caribe
hasta Santo Domingo, Puerto Rico y La Habana, venden productos locales,
compran allí mercancías de las flotas y regresan tras haber tocado en algunos
casos en Sevilla y en Cádiz. En la segunda mitad del siglo XVII, las salidas
son más de 200, con cargas superiores a 322.000 fanegas de cacao; en su
inmensa mayoría transportadas en naves de propiedad de venezolanos, quienes
establecen un virtual monopolio del transporte de cacao con Mexico en el
Caribe. En consideración de lo cual, concluye Eduardo Arcila Farías que la
Gobernación de Venezuela tuvo la flota mercante propia más importante entre
los dominios españoles en América(*). (Eduardo Arcila Farías: "Flota
Mercante Colonial Venezolana" en: Diccionario de Historia de Venezuela, T.
II. pp. 188-189)

-La creación de guardacostas para proteger el comercio

Para proteger este comercio es indispensable crear un cuerpo fijo de


guardacostas. Y así, en Cabildo de 6 de abril de 1699, según reseña Oviedo y
Baños "está inserta una Real Cédula fecha en Madrid a catorce de Junio de mil
seiscientos Noventa y ocho, en que su Majestad manda, se labren dos
embarcaziones para Guardacostas, para cuya fábrica aplica Su Majestad
treinta y dos mil pesos de su Real aver, y para su manutenzión manda, que
todo el Cacao de la Costa se transporte en estas dos embarcaziones, pagando a
quatro reales por cada fanega" (*). (Oviedo: op. cit. fol. 40. p. 79). Así, los
previsivos colonos esperan el nuevo siglo, que ha de traerles otra conmoción
suscitada por los asuntos de la metrópoli.

Mucho tiempo después, por la pérdida de seis de estas 18 embarcaciones de


la flota mercante venezolana en cinco años con un cargamento de 200.000
pesos, atribuible a mal estado de los cascos y aparejos, entre el 30 de
septiembre y el 3 de octubre de 1733 un Cabildo abierto acuerda en Caracas
pedir al factor principal de la Compañía Guipuzcoana que se haga cargo de
ese tráfico. Por apelación del Conde de San Javier y del Marqués del Toro,
propietarios de las naves, sigue un enconado litigio ante el Consejo de Indias,
cuya decisión anula la del Cabildo, y ordena además que se adopten
providencias para garantizar el tráfico contra el asalto de los piratas y los
riesgos del mar (*). (Arcila Farías: op. cit. p. 208). La amenaza pirática, por
tanto, quebranta la economía del cacao y agrava los crecientes desacuerdos
entre los comerciantes criollos y la Compañía Guipuzcoana. Se cierra así la
centuria a la que nos referimos en la investigación sobre “La Piratería en el
siglo XVII” convocada por la fundación Francisco Herrera Luque. A partir de
ese momento, sin embargo, advienen acontecimientos decisivos para el
destino del Caribe y de Venezuela, sobre los cuales versa la siguiente parte de
esta obra.

3.-La Guerra de la Sucesión: 1700-1713

Para las potencias europeas no hay asuntos internos: todos, desde el


desarrollo de su industria hasta sus problemas sucesorales, se vuelven ocasión
de contiendas externas que a su vez golpean los lejanos dominios de América.
Así ocurre cuando el enfermizo y ensimismado Carlos II, a quien sus
peculiaridades atraen el sobrenombre de El Hechizado, fallece en 1700 sin
descendencia, dejando por heredero del trono español a Felipe de Anjou, el
segundo de los nietos de Luis XIV, quien será el futuro Felipe V de España.
Luis XIV acepta este testamento; con ello pone en su contra a toda Europa,
empavorecida ante la fuerza que supone tan estrecha unión entre potencias
continentales y marítimas de semejante talla. El Emperador Leopoldo
reivindica la herencia del trono para su segundo hijo, el archiduque Carlos;
Holanda, Inglaterra y Austria se unen contra los franceses. La disputa
dinástica se convierte en bélica: sobre los súbditos de los aspirantes a
herederos se desata una nueva, prolongada y ruinosa guerra. Antes de enviar
a su nieto Felipe de Anjou a ocupar el disputado trono, Luis XIV le redacta
unas instrucciones que prefiguran la restauración del absolutismo en España
bajo la égida de los Borbones. Pues el Rey Sol, recordando su amarga
postergación bajo la tutela de Mazarino, advierte al aspirante en un párrafo
final que es casi una aforística autobiografía:

Concluyo con uno de los más importantes consejos que puedo daros: no os
dejéis gobernar; sed el amo; no tengáis jamás favoritos ni primer
ministro; escuchad, consultad a vuestro Consejo, pero decidid solo; Dios,
que os ha hecho Rey, os dará las necesarias luces mientras tengáis buenas
intenciones(*).(Luis XIV: Mémoires de Louis XIV, p.256).

Así se forma en 1701 la gran alianza de la Haya, en la cual participan


Portugal, Saboya, Inglaterra, Austria y Holanda para sostener los derechos de
Carlos, el hijo del Emperador germánico que se hace llamar Carlos III de
España. Ya en 1703 Francia comienza a sufrir serias derrotas. La guerra entra
en su propio territorio: en 1708 es invadida por el Norte. Felipe V afirma su
posición en el trono en 1710 con la victoria de Vendôme. Ya para ese
momento, Luis XIV implora en un proyecto de arenga dirigido al reino que
"ahora que todos los recursos están casi agotados, acudo a vosotros para pedir
vuestros consejos y vuestra asistencia en este encuentro del que depende
nuestra salvación" (*). (Mémoires... p. 260). Pero el conflicto se prolonga
todavía sin solución a la vista, hasta que en 1711 muere el emperador José I de
Austria y lo sucede Carlos de Austria, quien también es pretendiente al trono
de España. Holandeses e ingleses ya no encuentran ventajas estratégicas en
prolongar de una contienda que, de desalojar a Felipe V, indefectiblemente
favorecería a la Casa de Austria.
Por tanto, el largo conflicto europeo cede en 1713, cuando Francia, Gran
Bretaña, Holanda, Portugal y Prusia firman el tratado de Utrech. Dicho pacto
reconoce a Felipe V el trono español, pero el soberano renuncia a toda
pretensión al de Francia y cede derechos territoriales en Italia. Es la paz en
Europa, pero no en la misma España, en donde Cataluña resiste hasta 1714.
El Rey Sol se extingue en 1715, arrepentido de haber dilapidado en el ruinoso
conflicto la economía y el prestigio de su reino. Lo sucede su biznieto Luis
XV, quien, como su antecesor, hereda el trono a los cinco años de edad; al
igual que aquél, estará largo tiempo subordinado a un regente, ésta vez el
Duque de Orleans.

La gran ganadora de la paz de Utrech es Inglaterra. Obtiene de España el


peñón de Gibraltar, que le confiere la llave del Mediterráneo; recibe la isla de
Menorca en las Baleares, y el reconocimiento de gran parte de sus conquistas
caribeñas. De los franceses obtiene Terranova y Acadia o Nueva Escocia y
parte de la bahía de Hudson. De acuerdo con lo dispuesto en dicho tratado,
también la Corona española, por Real Cédula de 13 de marzo de 1713,
autoriza a los mercaderes ingleses a mandar anualmente un navío de 500
toneladas a los puertos americanos del Atlántico directamente desde
Inglaterra, con exención de derechos para las mercancías que acarrea. La
Compañía Inglesa del Mar del Sur obtiene el privilegio del asiento de la trata
de esclavos. Es la pérdida parcial del antiguo monopolio del comercio español
sobre sus colonias.

La Guerra de la Sucesión es aprovechada por numerosos filibusteros para


continuar, ahora munidos de una patente de corso, las depredaciones
interrumpidas por la paz de Ryswick. Los franceses, alentados por sus
recientes correrías en el Caribe, tienen buena parte en ellas. Más de un millar
de filibusteros se establecen en 1706 en Martinica, desde donde apoyan a las
flotas francesas y hostigan a las británicas, azotando las costas de Virginia,
Nueva Inglaterra e incluso las de Guinea y el Mar Rojo. Sólo algunos tienen
patente de corso; varios incluso asaltan a los barcos franceses. Haring
reconoce que "por modo especial, después del Tratado de Utrecht sobrevino
una recrudescencia en la piratería, tanto en las Indias Occidentales como en
las Orientales, y hubieron de transcurrir diez o más años para que los
filibusteros fuesen por fin eliminados" (*).(Haring: op. cit. p. 261-262)

Pero los nuevos forajidos no sólo amagan las costas de Virginia y de Nueva
Inglaterra: las toman como bases con la complacencia de las autoridades,
incluyendo los puertos de Nueva York y de Rhode Island, y desde ellos barren
el Caribe hasta el litoral venezolano. Clinton estima que hacia el clímax de la
piratería, en la primera mitad del siglo XVIII, llegaría a haber de mil a dos mil
de ellos; quizá 5.500 en total. (*) .(Clinton: op. cit. p. 10)

Mientras se estrenan al mismo tiempo el siglo XVIII y la Guerra de la


Sucesión española, las potencias antagónicas se esfuerzan por trasladar el
conflicto al Nuevo Mundo o por lo menos por transtornar decisivamente el
equilibro del poder en éste. Tales tentativas quedan frustradas. Pues como
señala Céspedes del Castillo:

Los gobernantes ingleses del Caribe trataron, mediante cartas e


intrigas, de convertir el conflicto en una guerra civil en América, como
llegó a serlo en la Península, pero no lograron su objetivo; tan solo en
Venezuela tomó cuerpo una conspiración para sumar aquella
gobernación a la causa del archiduque Carlos, aunque fracasó. Las Indias
permanecieron monolíticamente unidas bajo su rey Felipe V, y tanto en
lo que se refiere al clero como a los funcionarios reales no existió el
menor indicio serio de división o desunión. La guerra en el Caribe, único
escenario de operaciones americano, fue favorable a los españoles y a sus
nuevos aliados franceses. Jamaica se defendió eficazmente, aunque con
gran dificultad, y las colonias inglesas y su comercio padecieron mucho a
consecuencia de los éxitos de corsarios franceses y españoles; el ataque a
los galeones españoles en aguas de Cartagena de Indias (1708)
constituiría el único éxito inglés destacable. La importancia de la guerra
de Sucesión en América no radicó en los aspectos bélicos o diplomáticos,
sino en el plano comercial. El asiento para la importación de negros en
las Indias fue concedido en 1702 a la Compagnie de Guinée, quedando
protegido y en manos del aliado francés todo el tráfico trasatlántico. El
despacho de buques desde España hasta las Indias alcanza sus mínimos
absolutos en 1701-1714; sólo cuatro pequeñas flotas y algunos azogues o
buques con carga de mercurio se despacharon a Veracruz durante la
guerra, y únicamente un convoy de galeones a Tierra Firme; todos
llevaron escolta naval francesa para eludir el bloqueo británico (*).
(Guillermo Céspedes del Castillo: América Hispánica (1492-1898),
Editorial Labor, Barcelona, 1985, p. 276).

Y en efecto, las autoridades españolas tratan de asegurarse oportunamente


la lealtad de las Indias. A tal fin multiplican las advertencias como la que el
lO de noviembre de l7OO dirige la Reina al Gobernador y Capitán General de
la Provincia de Caracas, previendo la próxima muerte del Rey Carlos II y
quizá la inminente guerra de Sucesión, en el sentido de que "...debeis estar con
particular vigilancia y recato expezialmente en los Puertos y fortalezas de
vuestro Govierno para que las naciones extrangeras no logren, o por fuerza, o
por industria alguna imvasión en esas Provincias" (...)(*). (Santiago Gerardo
Suárez: Fortificación y defensa, pp. 94-95.) La conspiración de la que habla
Céspedes es un curioso complot a favor del pretendiente Carlos, en el cual
intervienen religiosos jesuitas como enlaces de agentes holandeses, pero este
solitario intento de disidencia no tiene mayores efectos (*). (Arauz Monfante:
El contrabando holandés en el Caribe durante la primera mitad del siglo
XVIII, pp. 135-139).

Al temor del asalto corsario se añade el inconveniente del aislamiento.


Enfrascada en la contienda, España olvida a sus provincias menos ricas.
Algunos historiadores exageran la incomunicación resultante. Gil Fortoul
afirma que "en los quince años corridos de l706 a l721, no llegó de España ni
un solo barco mercante a La Guaira, Puerto Cabello y Maracaibo"
(*).(Historia Constitucional de Venezuela, T. I. p. 131). Eduardo Arcila Farías
demuestra que, por el contrario, entre 1701 y 1720 llegaron a La Guaira seis
buques directamente de Sevilla; que de 1701 a 1718 arribaron 19 naves desde
Canarias, y que hasta 1719 inclusive anclaron en dicho puerto 170
embarcaciones con registros de Veracruz, Canarias, Sevilla, Santo Domingo y
otros puertos españoles caribeños, de Curazao y de las posesiones francesas,
ellosin contar las naves que tocaban de paso para tomar carga o las negreras -
cuya entrada no se registraba, pero sí su salida- en cuyo caso el total asciende
a 282 buques que zarpan sólo del puerto guaireño (*). (Arcila Farías:
Economía colonial de Venezuela, T. II. p. 227)

La disminución del contacto directo con las naves de la metrópoli trae


consigo la imperiosa necesidad de recurrir cada vez más a la flota mercante
venezolana y a las de otras colonias, así como al contrabando realizado con la
complicidad de vecinos y autoridades y siempre bajo el riesgo de los ataques
piratas. Los americanos sienten que están cada vez más librados a sus propios
medios en lo relativo al comercio y a la propia defensa, como lo demuestran
los episodios que reseñamos a continuación.

-Los piratas atacan a los indígenas y a las autoridades en el Orinoco en


1701

El 1 de mayo de 1701 los tripulantes de un bergantín pirata que arriba cerca


del Orinoco se embarcan en lanchas y asaltan a unos indígenas arawakos que
salen en tres piraguas por la desembocadura del río. Dos de ellas escapan; la
otra es capturada, sus remeros se salvan a nado y uno de ellos resulta herido.
El gobernador don Francisco Ruiz de Aguirre organiza con toda premura una
fuerza de 70 indígenas y el 17 del mismo mes los envía al mando del capitán
Diego de Torres para vigilar los movimientos de los invasores; éstos los
rechazan a cañonazos.

Ruiz de Aguirre alista entonces una fuerza mayor, pero mientras tanto los
indios arawakos se alían con algunas tribus de caribes y caen sobre los piratas
cuando éstos desembarcan para cortar madera. Varios de los invasores mueren
flechados, otros caen por los tiros de una escopeta francesa apuntada por un
diestro caribe. Los sobrevivientes escapan a nado hacia el bergantín. Este
dispara varios cañonazos para alejar a los atacantes, y huye a todo trapo (*).
(Saiz Cidoncha: op. cit. p. 363)

El invasor no deja tarjeta de visita. Para la época, Portugal, Holanda,


Saboya, Austria e Inglaterra están involucrados en los asuntos españoles
sosteniendo la candidatura de Carlos III. El navegante puede ser un corsario
de cualquiera de ellos, o un simple filibustero que actúa por propia cuenta.
Seguramente la madera que corta es la del mangle, abundante en el Delta y
muy preciada por su resistencia a la humedad; la mortífera escopeta, uno de
los largos fusiles bucaneros de afamada precisión, seguramente introducido en
la zona por otro contrabandista.

-Un bergantín corsario de Santo Domingo apresa a una fragata corsaria


holandesa y combate contra siete traficantes holandeses en 1701

A medida que avanza el siglo XVIII, los americanos recurren cada vez
más a la autodefensa del corso. Apenas iniciado 1701, un bergantín corsario
de Santo Domingo persigue a una fragata holandesa de 24 cañones, hasta que
ésta encalla en la costa de Venezuela. Una fragata es una nave de considerable
desplazamiento y de buena andadura; dos docenas de cañones constituyen una
respetable dotación artillera: seguramente la nave es también un corsario que
lleva a cabo su guerra particular contra España. Pero la costa venezolana está
plagada de naves de traficantes holandeses: siete de éstas -entre ellas un
bergantín y dos balandras de gran calado- se juntan rápidamente y a su vez
persiguen al bergantín dominicano, lo ponen en fuga y se apoderan del cacao
y los cañones de la fragata varada. El perseguido bergantín encalla en los
arrecifes del puerto de Piraguas; en el naufragio mueren cuatro corsarios.
El gobernador de Venezuela Nicolás Eugenio de Ponte y Hoyo informa a la
Corona del incidente, y expresa su preocupación por la amenaza que
representan las actividades de los contrabandistas, "ya que de declarar las
guerras Yngleses y Olandeses estas costas vien molestadas de los Olandeses y
cometeran en ellas muchos robos y tiranias por ser mui practicos de sus
puertos y saver los caminos de las haciendas de cacao de la costa que son las
mas considerables de esta provincia y traficarse todo el cacao en barcos del
puerto de la Guayra" (*). (El gobernador de Caracas da cuenta a V. M. de
como siete embarcaciones Olandesas que estaban comerciando en los puertos
de aquella costa se unieron y dieron caza a un vergantin de Corso de la Ysla
Española de Santo Domingo hasta hazerla varar y representa a V.M. que en
caso de haver guerras con Yngleses y Olandeses haran los olandeses
gravisimos daños en aquellas costas, y pide a V.M. se sirva mandar en este
lanze navios de guerra que los auyenten y corran. A.G.I. Santo Domingo, leg.
695, cit. en Arauz Monfante: El contrabando holandés... pp. 139-140).

El hecho de que siete embarcaciones holandesas hayan podido unirse con


tal celeridad contra un rápido bergantín demuestra que la costa venezolana
está infestada de ellas; el que lo pongan en fuga, certifica que están bien
armadas y diestramente tripuladas. El estado de guerra entre España y
Holanda suscita la presunción de que los maniobrables veleros actúan en una
ambigua condición de corsarios y contrabandistas, que es la que despierta los
recelos del gobernador Nicolás Ponte. Pronto se harán sentir otras incursiones,
en un plan aun más beligerante.

-Nueve naves corsarias holandesas apresan a las naves de cabotaje en


aguas de Trinidad en 1702

Y en efecto, los holandeses han olvidado el tremendo revés de la


destrucción del fortín y de la flota del almirante Binckes en Tobago cerca de
Trinidad, y navegan como amos y señores por esas aguas. El 4 de noviembre
de 1702 el gobernador de Trinidad Francisco Ruiz de Aguirre informa al Rey
que nueve buques corsarios de Curazao han capturado y destruido varias
embarcaciones de comercio costero. En razón de lo cual incita al monarca a
apoderarse de la base neerlandesa "no con tinta y papel o razones si no con
polvora y balas y con quatro mill hombres veteranos de los que estan
exercitados por alla porque los de por aca o sea por malizia o poco animo todo
es dificultades e imposibilidad de execuciones" (*). (AGI. Santo Domingo,
leg. 582, cit. por Arauz Monfante: op. cit. p. 140).
Fácil es proponer tales planes con tinta y papel. La situación no ha variado
desde los tiempos de Ruy Fernández de Fuenmayor, ni en los ambiciosos
proyectos ni en la flojedad de ánimos para acometerlos. Por otra parte, mal
puede distraer flotas Felipe V, acorralado en el ruinoso conflicto contra
Inglaterra, Holanda y Austria. Los corsarios holandeses barren impunemente
el litoral venezolano.

-Una balandra corsaria anglo-holandesa captura una fragata de registro


en Araya en 1702

Y así, se multiplican las escaramuzas de la guerra de los corsarios. En


octubre de 1702 una balandra con tripulantes holandeses e ingleses entra en la
rada cercana a Araya luciendo engañosa bandera francesa y con el pretexto de
que trae correspondencia de Francia. Una vez adentro, aborda a una fragata
de registro que transporta 1.500 cargas de cacao al puerto de Veracruz y huye
con ella. La sorprendida guarnición del fuerte de Santiago de Arroyo de Araya
les dispara tardíos e inútiles cañonazos(*). (José Ramírez de Arellano al Rey,
Cumaná, 7 de diciembre de 1702, AGI. Santo Domingo, leg. 596, cit. por
Arauz Monfante: op. cit. p. 140).

Una balandra es un modesto velero con un sólo mástil y dos velas, foque y
mayor; revela la pericia de los corsarios el que con ella asalten a una fragata,
nave de regular porte, y el que lo ejecuten con tal rapidez a la vista de la
guarnición del castillo. Llama también la atención la facilidad con la cual la
alianza europea se replica en la liga de las tripulaciones corsarias: holandeses
e ingleses olvidan el furor con el cual se disputaron los mares en tiempos de
Cromwell, para caer ahora sobre la presa común.

-Los corsarios holandeses desembarcan en La Guaira en 1702

La sucesión de temidas visitas prosigue. En l702, un grupo de holandeses


desembarca al este de La Guaira. Acude a rechazarlos don Francisco Felipe
de Solórzano, marqués de Mijares, caballero de la orden de Alcántara y jefe de
la trinchera de Agua-Negra. Va al mando de su propia compañía y junto a la
de su hermano don Pedro. Tras breve combate, los holandeses reembarcan y
se hacen a la vela.

-La nave de Pedro de Febles realiza una arribada forzosa a La Guaira en


1702 tras ser perseguida por corsarios
En mayo de 1702 arriba a La Guaira un velero comandado por Pedro de
Febles, que había salido de Canarias para pescar, topó con corsarios moros
que lo persiguieron durante dos días, y debido al cambio de rumbo hizo escala
en Trinidad para finalmente echar anclas en el litoral central. Alegando no
tener medios para comprar vituallas y otros bastimentos, y ser inadecuada la
nave para atravesar de vuelta el océano por tener quilla corta y escasas velas,
el capitán Febles solicita licencia para venderla (*). (Solicitud de Pedro
Febles en 1702, Col. de Doc. Diversos, t. II-1 f. 405. A.N.C. cit. por Arcila
Farías: op. cit. T. II p. 198).

Y en efecto, el viaje de regreso no es tan simple como parece: si elige la vía


más corta, el capitán Febles tendría en contra los mismos vientos y las
corrientes que lo empujaron hacia la costa venezolana; si sigue la vía más
utilizada, debería realizar un largo crucero a favor de los vientos por el golfo
de Honduras y el de México, y salir al Atlántico Norte por el canal de las
Bahamas, navegación riesgosa y larga para un barco no adaptado para
travesías de ese género y en mares que hierven de filibusteros y de enemigos
holandeses e ingleses.

-La Gobernación de Venezuela expide patente de corso para José López


en 1702 y el marqués de Mijares en 1703, y arma una piragua corsaria

Desde los tiempos de los Reyes Católicos había mantenido España una
política contraria a la expedición de patentes de corso. Tras la derrota de la
Invencible Armada en 1588, Felipe II expide algunas con carácter de
excepción. Forzado por la mengua de su poderío en el mar el Rey Felipe V, en
vista del Estatuto de 1674 y mediante Real Cédula de febrero de 1701, otorga
a los residentes de Indias el derecho de salir en corso contra enemigos piratas
y comerciantes extranjeros. Valiéndose de tal norma, José López introduce
ante el Gobernador de Venezuela en 1702 una solicitud de patente de corso, a
cuyo efecto aduce disponer en La Guaira de una embarcación "de buen porte
artillada y amunicionada", alegando además estar ejercitado en este tipo de
navegación en el curso de cinco campañas (*). (Solicitud de patente de corso
de Joseph López en 1702. Col de Doc. Diversos, T. II-1, 434. A.N.C. cit. por
Arcila Farías: op. cit. p. 200). Las condiciones de la patente reservan un tercio
de la presa para la Corona, y el resto para el captor.

La patente es concedida, y aunque no hay informes sobre la suerte que


tuvo José López en el uso de ella, su otorgamiento marca una nueva fase en la
defensa de las costas venezolanas contra los merodeadores del mar. Ya no es
necesario esperar la problemática cercanía de las flotas españolas o la
retardada creación de armadas de resguardo: los particulares se arman y salen
por su cuenta a cazar a los cazadores.

Cuando se expide la patente de corso a López en 1702, todavía es


gobernador el maestre de campo don Nicolás Eugenio de Ponte y Hoyo,
caballero de la orden de Calatrava. Dicho funcionario arma una piragua
corsaria, que pone al mando de Simón de Lara, quien apresa varias pequeñas
balandras holandesas. En 1703 concede patente a Francisco Felipe de
Solórzano, marqués de Mijares y veterano defensor de La Guaira, para armar
en corso un queche y dos balandras. Hacia la misma fecha empieza a operar
en Cumaná otra embarcación corsaria armada por el sargento mayor Francisco
de Figueroa de Cáceres; aparentemente se refiere a ella el Gobernador de
Cumaná cuando informa que sus corsarios han hecho dos presas que, al ser
rematadas, han producido 3.827 pesos en concepto de quinto real para la Real
Hacienda (*). (Lucena Salmoral: Piratas, bucaneros... pp. 258-259).

El gobernador Nicolás Eugenio de Ponte, que tan animosamente reparte


patentes de corso y arma piraguas corsarias, debe su cargo a una donación de
16.000 pesos escudos a las arcas reales. Es una práctica cada vez más
utilizada, a la que obliga el estado de ruina del fisco español, pero que
comprensiblemente incita a los funcionarios a tratar al cargo como cosa
comprada y como medio de reponer su inversión. El funcionario es hombre
polémico, a quien algunos testigos atribuyen carácter galante y enamorado; las
malas lenguas lo suponen bajo un hechizo lanzado por la india Yocama de
Tacagua, y el Cabildo lo diagnostica víctima de enfermedad mental,
fundándose en la cual lo depone mediante controvertida decisión de fecha 17
de noviembre de 1704. Tras estas acusaciones pintorescas hay una cuestión de
fondo: el oficial es partidario del archiduque Carlos de Austria, mientras que
las autoridades lo son de los Borbones y de Felipe de Anjou (*). (Letizia
Vacari San Miguel: Sobre gobernadores y residencias en la Provincia de
Venezuela, siglos XVI, XVII, XVIII; Academia Nacional de la Historia,
Caracas 1992, p. 118).

La deposición casi provoca una batalla campal entre los alcaldes


gobernadores designados por el Cabildo para sucederlo y el maestre de campo
don Juan Félix de Villegas, quien aspira también a sustituir al infortunado
mandatario(*). (Sucre: op. cit. p. 197). Quizá las depredaciones de holandeses
e ingleses, sobre las cuales escribió con tanta preocupación al Rey, han
ayudado a conturbar su ánimo. Discretamente, José de Oviedo y Baños reseña
la situación indicando que para el año de 1704 "El Governador y Capitán
General era Don Nicolás Eugenio de Ponte, pero por enfermo, y en virtud de
la facultad de Alcaldes Governadores aprovaron las elecciones los Alcaldes
antezedentes, y en éste algunos Meses después los Alcaldes exercieron la
facultad de Alcaldes Governadores" (*). (Oviedo: op. cit. fol. 43, p. 85).

-Un corsario inglés captura indígenas de Guaranao en 1705

Desde que Inglaterra interviene en la Guerra de la Sucesión española,


corsarios y piratas británicos merodean en las costas americanas buscando
presas para revenderlas en sus bases en Nueva Inglaterra, es decir, en las
colonias de la costa atlántica de América del Norte. Los asaltantes caen de
improviso y es a veces inútil la paciente vigilancia que montan los colonos y
los indígenas.

Así, según cuenta el capitán indígena Juan Matías Sánchez, "estando el


declarante (como Capitán que en la ocasión era del Pueblo de Señora Sta.
Anna donde es natural) con otros doze Indios y un muchacho en el Puerto que
llaman del Guaranaro por guardar vigía del por que estaban en el dho Puerto
dos Balandras divididas una de la otra siendo como después se vio la una de
Corzarios Ingleses y la otra donde venía el dho D. Franco. Andrés de Meneses
quien les envió a avisar desde a Vordo de su Valandra en una Lancha que
estuviesen con cuidado por que la otra embarcazion que allí estava era de
Ingleses y pudiera hacerles algun daño y el tal aviso fue al venir del día; y
luego dentro de media ora estando el declarante almorzando con los otros
Indios de su cuadrilla se hallaron sercados de mas de cincuenta hombres
Ingleses con escopetas y Alfarxes que no les dieron lugar a coger sus arcos y
flechas y los amarraron menos al declarante con unas cuerdas que traían
persevidas y los llevaron así amarrados a Bordo de su Valandra aviéndoles
cortado... las cuerdas de los arcosy matádoles dos Bestias Mulares y como a
las diez del dia vino a Bordo de dha Valandra Inglesa el dho Capitán D.
Franco. Andrés y estubo ablando con los Ingleses sobre que los volvieran a
soltar y echar en tierra y los dhos Ingleses dezian que no querían que los avían
de llevar a Inglaterra para venderlos; y viendo el dho Capitán Franco. Andrés
el rigor de los dhos Ingleses y teniéndoles las Armas trató de resgatarlos al
declarante y a sus compañeros y dio por ellos porzion de plata y Arina, con
cuya diligencia los sacaron de abajo de la escotilla, donde los habían metido
amarrados y los soltaron y se los entregaron al dho Capn. Andrés quien en su
lancha los llevó a tierra y les dio algunas cosas que comer y agua de que
quedó el declarante muy agradezido y sus compañeros los cuales se acuerda
de loss nombres de algunos de ellos que son de Matheo Ramón-Agustín
Guara- Gabriel Vizente- Franco. Aular- Juan Franco. Sanchez- Franco. Toyo
que ya murió- y otros dos que también an muerto- y Bernavé Bentura que es
vivo y no se acuerda de los nombres de los otros y que esto es lo que pasó
según se acuerda y es la verdad"(*). (RPC. Expedientes sobre tierras,
Información tramitada en Coro por el capitán D. Francisco Andrés de
Meneses, vecino de Caracas, 1717, cit. en Carlos González Batista: Historia
de Paraguaná; pp. 114-115).

El compasivo capitán don Francisco de Meneses, "movido del Real


Servicio" tiene así que desembolsar "mill y Dozientos pessos que entrego y
pago en dinero y algunas arinas a los dichos Inglessescon cuya diligencia libro
a los dichos indios" (* ). (Ibídem: p. 114). Se entiende que la amenaza de
"llevar a Inglaterra para venderlos" debe referirse a las colonias
norteamericanas de Nueva Inglaterra, cuya economía se basa cada vez más en
la esclavitud.

El desenlace feliz del incidente no debe hacernos pasar por alto algunos
detalles significativos. Siendo la tripulación de la nave corsaria numerosa y
bien armada, llama la atención que no emprenda el abordaje contra la balandra
de don Francisco Andrés de Meneses, anclada en el mismo puerto. Este último
no debe tener ni armamento ni tripulación equiparables, pues no intenta el
rescate por la fuerza, pero tampoco inicia la inmediata retirada aconsejable
ante un enemigo que dispone de más de medio centenar de hombres armados
con escopetas. Tampoco omite la huida por ignorancia: conoce perfectamente
la nacionalidad, las intenciones y la capacidad ofensiva del inglés, pues las
avisa oportunamente a los desprevenidos indígenas. Alguna confianza debe
tener Meneses en el merodeador, pues "a las diez del día vino a Bordo de la
dha Valandra Inglesa", regatea el rescate de los secuestrados y lo paga con la
seguridad, no sólo de que éstos recibirán la libertad, sino también de que los
captores no cerrarán el incidente apoderándose de la suma pactada, de los
indígenas y del propio capitán Meneses y su balandra, conforme es la práctica
pirática corriente.

El buen término de las negociaciones hace presumir algún entendimiento


entre corsarios y colonos españoles de Coro, que no es extensivo a los
indígenas porque los primeros los consideran simple mercancía humana.
Muchos otros contactos de la igual índole deben acontecer en la zona, sin que
quede registro de ellos cuando no están acompañados de episodios violentos.
-Una nave holandesa vara en Coche en 1706

Desde que los holandeses intervienen en la Guerra de la Sucesión


española, también cubren con sus correrías los mares de la Provincia de
Margarita. Prueba de ello es el hecho de que el 10 de febrero de 1708 el
gobernador de Margarita don José de Alcántara informa a la Corona española
que con lo rescatado de una nave holandesa que encalló en los bajos de Coche,
pagó la reparación de "las caras de tres cortinas y los frentes y flancos de dos
baluartes del Castillo de Pampatar, fuerza principal de esta isla, que por falta
de medios están todas en el suelo manteniéndose sólo con el terraplén y que
necesita hacerle explanadas a la artillería pues por su falta se rompió una
cureña al hacer la salva al nacimiento de mi príncipe"(*). (Marcos Dorta:
Materiales para la Historia de la cultura venezolana, p. 112).

Los efectos rescatados han de ser considerables para que con ellos se pueda
pagar la reparación de la fortaleza. No hay noticias del nombre de la nave
varada, del destino de su tripulación ni de la fecha exacta del accidente: éste
no ha de ser demasiado anterior a las reparaciones, pues el mar habría
dispersado o destruido las mercancías y aparejos del pecio.

4.-Intensificación del contrabando a principios del siglo XVIII


Allá va un barco a la vela
con un marinero en popa,
divisando a Cartagena
con un clavel en la boca.

Canción tradicional venezolana.

Mientras tanto, prosigue y se incrementa el rutinario contrabando entre


lugareños y neerlandeses. Y así, en 1704, a tiempo que los alcaldes se
apresuran a suceder al infortunado gobernador Eugenio de Ponte y Hoyos,
fray Diego de Cumchillos dirige al Rey un informe en el cual se queja de que
"Hállase el trato y comercio tan introducido entre españoles y olandeses que
hasta aqui asido continuado en los puertos della costa de esta Provincia con tal
desenvoltura como si fuera permitido" (*). (Arellano Moreno: Orígenes de la
economía venezolana, p. 172). Boogaart, Emmer, Klein y Zandvliet
conjeturan que el 20% de las exportaciones de cacao se realizaron hacia
Holanda a través de Curazao, y no hacia España; y señalan que desde dicha
Antilla se introducían al continente textiles, víveres no perecederos, alcoholes
y esclavos, de los cuales entraban entre 1675 y 1700 una media de 2.000 por
año, y entre 1700 y 1725, unos 600 anuales(*). (La expansión holandesa en el
Atlántico, p. 188). El contrabando influye así decisivamente, no sólo en la
estructura económica sino además en la configuración demográfica de la
colonia.
-El alcalde Juan Jacobo Montero de Espinoza expulsa a los
contrabandistas holandeses de Tucacas en 1710

Los holandeses en efecto cubren con incursiones desde su vieja querencia


de Guayana, donde trafican regularmente tabaco, esclavos y otros géneros,
hasta el Cabo de la Vela, pasando por el litoral central y las costas de Puerto
Cabello y Tucacas. En este último sitio avanzan hacia una nueva fase en su
expansión: la del enclave permanente. En él erigen una ranchería y una
sinagoga, crían ganado y empiezan la construcción de un fortín. Su líder Jorge
Cristian se hace llamar "marqués de las Tucacas". Para financiar el
asentamiento, contrabandean cueros, corambre, tabaco, plata, oro, esmeraldas,
esclavos y cacao, del cual trafican más de doce mil fanegas al año, según
estima el alcalde ordinario de Coro Juan Jacobo Montero de Espinoza.
Enterado de los inquietantes detalles del asentamiento, dicho alcalde lo ataca
en 1710 acompañado de ciento cincuenta indios flecheros, derriba las
edificaciones y da muerte al ganado, pero no puede completar su obra contra
los contrabandistas de algunos islotes cercanos, pues estos cuentan para su
defensa con balandras armadas (*). (Arauz Monfante: El contrabando
holandés... p. 194).

Los merodeadores han elegido bien su guarida. Tucacas no sólo es un


puerto natural resguardado por la punta del mismo nombre; además queda
contiguo a Morrocoy. Hemos pilotado balandros por su intrincado sistema de
estuarios, laberintos de mangle, bancos de arena y arrecifes coralinos, perfecto
refugio para los conocedores de la zona y trampa mortal para el novato. Desde
ellos el velerista puede refugiarse en poco tiempo en Cayo del Sur, Cayo del
Medio, Cayo del Norte, Cayo Sombrero, Cayo de Sal o Cayo Borracho y
alcanzar Bonaire o Curazao tras una noche de navegación. Todo ataque contra
el enclave en Tierra Firme es inútil mientras no se disponga de naves ligeras
artilladas para peinar este enmarañado litoral.

-El gobernador José Francisco de Cañas organiza el resguardo naval, el


corso y la captura de contrabandistas a partir de 1711

El gobernador inmediato, el caballero del hábito de Santiago José


Francisco de Cañas, al encargarse de su mandato en 1711 encuentra a la
Provincia minada de contrabandistas. Según la dudosa costumbre de la época,
Cañas asegura su cargo mediante una donación de 10.000 escudos a las Arcas
Reales (*). (Vaccari: Sobre gobernadores... p. 120). Al llegar al puerto de
Ocumare, divisa ocho balandras holandesas, que huyen al aproximarse la
flotilla comandada por el corsario español Miguel Henríquez. No le hace falta
más a Cañas para comprender la situación y adopta remedios extremos: arma
embarcaciones menores de resguardo empleando 400 hombres, instala
guardias en el litoral y en los caminos, practica arrestos, inicia minuciosas
pesquisas sobre el tráfico(*). (Arauz Monfante: op. cit. pp 145-147).

No contento con ello, Cañas participa personalmente en las arriesgadas


operaciones de resguardo, que se realizan en pequeñas piraguas. En 1711 tiene
noticias de que varios españoles contrabandean en Curazao, arma en corso una
piragua, persigue a la lancha de los contrabandistas, la aborda en Patanemo
cuando éstos descargan fardos de ropa de una balandra curazoleña de Mateo
Cristián, y detiene a un neogranadino, un venezolano y cuatro holandeses.
Tras obtener la confesión, como explica el Gobernador al Rey en carta
fechada en Caracas el 28 de diciembre de 1711 "conviniendo al servicio de
V.M. y remedio de tan pernizioso comerzio hacer un ejemplar castigo en los
susodichos, para escarmiento de todos, después de substanziada y fenezida la
causa segun derecho y con el parezer de dos abogados que ai en esta ciudad,
los condene a pena de muerte que se ejecuto el dia siette de septiembre
pasandolos por las armas por no haber verdugos, sin haberse admitido la
apelacion que interpusieron"(*). (AGI Santo Domingo, leg. 751, cit. por Arauz
Monfante: op. cit. p. 147)

-Los corsarios venezolanos Miguel Ramos y Simón de Lara capturan


nueve balandras holandesas y una piragua margariteña captura la nave
holandesa de Mathias Exticem en 1711

Cañas además organiza el corso contra los contrabandistas fundándose en


las Reales Ordenanzas de 1674 y en la política de Felipe IV que reactiva esta
práctica largamente en desuso en el mundo hispánico. La pesca es abundante.
En los primeros cuarenta días de acecho dos piraguas armadas por Pedro
Reynaldo y comandadas respectivamente por Miguel Ramos y Simón de Lara
capturan nueve balandras neerlandesas con alijos de cacao y ropas. Los
holandeses responden capturando las pequeñas embarcaciones de cabotaje que
llevan el cacao a La Guaira. Así, la balandra "La Justicia de Curazao", al
mando del capitán Mathias Exticem, apresa dos naves con cargamento de
cacao cerca de dicho puerto, y a su vez es abordada por una piragua corsaria
de Margarita, con patente expedida por Cañas. Sus tripulantes capturan la
balandra y dan muerte en combate a varios holandeses. El Gobernador se
enorgullece de que gracias a sus rigurosas medidas durante 23 meses de su
administración se exportan a Nueva España 60.000 fanegas de cacao, mientras
que en los dos años precedentes sólo se habían remitido 31.598 fanegas del
producto (*). (Arauz Monfante: op. cit. p. 149).

Pero su rigor levanta quejas, así como la enconada oposición de algunos


cabildantes y comerciantes ricos. Sus enemigos lo acusan de organizar
carreras de gatos y decapitar a caballo pollos enterrados, de jugar carnaval con
agua y azulillo, de raptar a una joven durante las Carnestolendas, de tener
antipatía hacia eclesiásticos y clases altas de la sociedad y de haber nombrado
a miembros de éstas como justicias y corregidores en el interior sólo para
alejarlos de Caracas. El Ayuntamiento de esta ciudad lo denuncia ante el Rey
porque "en siendo vecino, aun a los que no tenían delito ninguno, se les
molestaba, se les castigaba, atropellaba, encarcelaba y maltrataba sin más
justificación que la mera suposición y lo que le dictaba su intrépido y cruel
natural" (*). (Sucre: op. cit. pp. 209-211). Cañas es finalmente depuesto de su
cargo por orden del monarca y sometido a prisión. En Madrid confiscan sus
bienes, lo degradan del hábito de Santiago y lo condenan a muerte. El indulto
general concedido por el nacimiento del príncipe don Carlos lo salva del
verdugo, pero no de morir poco después en la miseria (*). (Sucre: op. cit. pp.
212-213).

Su sucesor, el sargento mayor don Alberto Bertodano y Navarra,


gobernador y capitán general de Venezuela entre 1715 y 1716, al ocupar su
cargo designa al marqués de Mijares teniente general de la Provincia, y
nombra cabos a guerra y jueces de comisos a cada uno de los hacendados de
las costas en su respectiva zona, para "de esta manera embarazar el trato con
extranjeros". Al mismo tiempo, a fin de ofrecer a los lugareños la alternativa
del comercio legal con su cacao, dispone "que se abra feria, por estar pronto a
salir el navío de registro que va a España" (*). (Sucre: op. cit. p. 217).

-Francisco de la Rocha Ferrer apresa la balandra contrabandista de


Bernardo Guillén en 1716

En 1716, Francisco de la Rocha Ferrer navega con su pequeña


embarcación por la barra del Lago de Maracaibo; divisa una balandra que le
parece sospechosa, la persigue, la aborda y detiene en ella al comerciante y
presbítero Bernardo Guillén, quien navega con un alijo de géneros adquiridos
en Curazao, donde tiene como asociado a su familiar el padre agustino Fray
Agustín de Caicedo. La captura pone a Rocha Ferrer sobre la pista de una
organización de contrabandistas, a quienes captura y remite prisioneros al
castillo de San Juan de Ulúa (*). (Francisco de la Rocha Ferrer al Rey,
Maracaibo 19 y 30 de mayo de 1716, AGI, Santo Domingo, leg. 652, cit. en
Arauz Monfante: op. cit. p. 102) La codicia no respeta condición social ni
religiosa.

-El pirata Edward Teach "Barbanegra" asalta Trinidad en 1716

En l716 cae sobre Trinidad el pirata Edward Teach "Barbanegra", natural


de Bristol que ejerce el corso desde las bases de Jamaica durante la guerra de
la Sucesión, y que concluida ésta toma por base a Providence y a Carolina del
Norte. Según el animado retrato de Daniel Defoe, Teach debe su apodo a "la
gran cantidad de pelo que, cual espantoso meteoro, cubría su cara, y
amedrentaba a toda América más que cualquier cometa que hubiera aparecido
allí en mucho tiempo"(*). (Defoe: Historias de piratas, p. 262). Hombre
cuidadoso de su aspecto, Teach teje su célebre barba en infinidad de trenzas y
entra en combate armado de tres pares de pistolas alojadas en fundas como
cartucheras, mientras de su sombrero cuelgan mechas ardientes que le sirven
para encender granadas de mano y piezas de artillería.

El minucioso historiador holandés Hendrik de Leeuw describe su


acometida sobre Trinidad precisando que "Teach era buen sicólogo y navegó
ceñido al viento causando tal consternación entre los pacíficos habitantes que
casi murieron de miedo antes de que empezaran los fuegos artificiales"(*).
(Hendrik de Leeuw: Crossroads of the bucaneers; J.B. Lippincot Company,
Londres 1937, p. 356). La presa elegida es, desde luego, Puerto España,
víctima favorita de los invasores desde tiempos de Ralegh. Según de Leeuw,
el excéntrico pirata la saquea "asegurándose un tremendo botín y tesoro y
luego, como si nada hubiera sucedido, inocente como un cordero, se hizo a la
vela tranquilamente" (*). (De Leeuw: op. cit. p. 356). Jesse A. Noel precisa
que parte del botín consiste en un bergantín español anclado fuera de Puerto
España, y cargado con cacao de Trinidad destinado para Cádiz (*). (Jesse A.
Noel: Trinidad, Provincia de Venezuela; Academia Nacional de la Historia,
1972, pp. 22-23).

Teach es una de esas personas capaces de desprestigiar la profesión más


respetable. El fidedigno Defoe consigna que se desposa catorce veces; que por
diversión entrega su última esposa a sus compañeros y que sobrepasa a éstos
en el deporte de permanecer más tiempo en la bodega de un buque donde hace
quemar azufre. Circulan rumores de que ha vendido su alma; en su barco
parece haber siempre un hombre más que el grupo de los que embarcan; el
estado ordinario de su tripulación es la embriaguez o la locura colectiva. Poco
después del asalto a Trinidad, azota al Caribe a bordo de un barco de 40
cañones que lleva el melodramático nombre de "Queen Ann' s Revenge". Tras
una impresionante sucesión de abordajes en aguas próximas a La Habana, la
bahía de Honduras, Jamaica y Gran Caimán, se apodera durante varios días
del pueblo de Charleston, cobra rescate por él, abandona a sus compinches,
oculta su tesoro y se entrega al gobernador de Carolina del Norte para
acogerse a la providencial amnistía que el Rey Jorge concede en 1717 a los
piratas arrepentidos (*). (Defoe: op. cit. pp. 250-254).

Se trata sólo de una retirada estratégica para librarse de molestas


persecuciones. Ya en 1718 está de nuevo en el mar, pillando cuanta
embarcación o poblado encuentra en las Bermudas y Martinica, manteniendo
sospechosa correspondencia con Charles Eden, gobernador de Carolina del
Norte y protagonizando escandalosas francachelas con las mujeres e hijas de
los plantadores de la zona. Estos recurren al Gobernador Lugarteniente de su
Majestad y Comandante en jefe de la colonia y dominio de Virginia, quien
pone a la cabeza de Teach un precio de cien libras; cuarenta a la de los demás
comandantes de barcos piratas, veinte a las de los cabos, contramaestres o
carpinteros y diez a la de los simples marinos. En noviembre del mismo año,
el valeroso lugarteniente Robert Maynard aborda en su balandra a la del
pirata en los bajos del río James de Virginia. Teach recibe al buque agresor
con un diluvio de granadas de mano; confiando en que éstas han barrido al
enemigo, salta con catorce hombres al buque de Maynard, para encontrarse
con que los tripulantes de éste, a salvo bajo cubierta, ascienden para un
encarnizado combate cuerpo a cuerpo. Barbanegra se enfrenta personalmente
con Maynard y tras larga lucha cae acribillado por veinticinco heridas, cinco
de ellas de pistola. Maynard hace cortar la valiosa cabeza, la fija en el bauprés
y entra con ella en el puerto de Bath Town exhibiéndola como monstruoso
mascarón de proa(*) (Defoe: op. cit. pp. 250-261.). Francisco Mota recoge una
tradición según la cual la cabeza es colocada en un poste en la capital de
Virginia, los pájaros la descarnan, y en la sonriente calavera se instala
finalmente un enjambre de abejas (*). (Francisco Mota: Piratas en el Caribe,
p. 376).

-Los franceses ocupan el Guarapiche en 1717

Según testimonia fray Antonio Caulín, en 1717 "habían arribado al sitio de


Antica, cercano á las bocas del Río Guarapiche, unos Franceses con intención
de poblarse en aquel parage, que consideraban de grande utilidad para sus
comercios y particulares intereses". Ante lo cual "determinó Don Joseph
Carreño desalojarlos de aquel sitio; y poniendose de acuerdo con el
Governador de la Margarita, destacaron para este fin á un N. Arias con otros
muchos, y orden de los Franceses, que sin las correspondientes licencias se
habían introducido en los límites de aquella Provincia. Dio el Capitán Arias
entero cumplimiento al orden de su Governador; y á su vuelta pensó quedarse
con otros en el sitio de Cumanacóa, favorecidos de un Lucas Perez que tenía
su posesión á orillas de un Río de su nombre, que entra en el de Cumaná á
corta distancia del Pueblo de San Fernando" (*). (Fray Antonio Caulín:
Historia de la Nueva Andalucía, T. II; Academia Nacional de la Historia,
Caracas 1966, pp. 171-172).

Es seguro que los franceses, grandes agentes del contrabando en la costa de


Paria, llevan a cabo dicha ocupación a fin de cultivar tabaco para competir con
los codiciados cargamentos que produce Trinidad. Como hemos visto, deben
los gobernadores de Cumaná y de Margarita unir sus fuerzas para expulsar a
los invasores, con lo cual dan cumplimiento una vez más a la Real Cédula de
1597 que impone a las provincias de la Costa de las Perlas la cooperación
contra piratas y corsarios. Lograda la victoria, reconocen la importancia del
Guarapiche como vía de acceso a las llanuras de lo que después será el Estado
Monagas, de manera que mantienen un patrullaje constante de la zona,
reducen a los indígenas y en 1722 se establecen en el territorio que hoy ocupa
la ciudad de Maturín (*). (Caulín: op. cit. pp. 173-177) De resultas de esta
operación conjunta deciden asimismo mantener en forma permanente una
nave de guerra en Trinidad, para vigilar la navegación de flotas hostiles y
repeler ataques como el de Edward Teach (*). (Nouel: op. cit. p. 25). La
necesidad de guarnecer la región contra las incursiones extranjeras favorece
así el poblamiento que da origen a una importante ciudad, que después será
capital de Estado.

-Diego de Matos Montañés captura una nave holandesa en Puerto


Cabello en 1718

En 1716 se juramenta como nuevo gobernador de la Provincia de


Venezuela don Marcos de Betancourt y Castro, caballero de la orden de
Alcántara, brigadier de los Reales Ejércitos y alguacil mayor del Santo Oficio.
Ocupa el cargo hasta 1720 y durante su mandato dedica gran parte de sus
esfuerzos a perseguir el "trato ilícito". A tal efecto nombra Juez superior de
comisos y cabo a guerra con los más amplios poderes a don Diego de Matos
Montañés. Matos tiene jurisdicción en un extenso territorio, que incluye
Puerto Cabello, Tucacas, punta de Morón, Ocumare, Valencia, Nirgua,
Guanare, Borburata y Barquisimeto; los funcionarios reales están obligados a
prestarle toda su ayuda (*). (Arauz Monfante: El contrabando holandés... pp.
187-188). El nuevo juez de comisos actúa con un vigor que linda con el
exceso de celo: el contrabando disminuye, pero los rigores en la persecución
del mismo causan fricciones con otras autoridades y a la larga alientan
protestas de los ayuntamientos, tumultos y motines.

Un incidente ocurrido en el cumplimiento de sus funciones da idea de la


pugnacidad que existe en la época entre las autoridades. El 20 de mayo de
1718 Benito de la Calle y otros hombres de la comitiva de Diego de Matos
Montañés sorprenden una nave holandesa que está comerciando en Puerto
Cabello, esperan la noche, la abordan por sorpresa y la apresan tras un
combate en el cual pierden la vida su compañero Philipito de los Santos y dos
holandeses. Del buque extraen géneros, pistolas, escopetas y espadas que
remiten a sus parientes y amigos, y un bojote de plata que en compañía de
Manuel de Viera Camejo llevan al carenero del puerto(*). (Mario Briceño
Perozo: "Estudio Preliminar" a: Pedro José de Olavarriaga: Instrucción
general y particular del estado presente de la provincia de Venezuela en los
años de 1720 y 1721, Academia Nacional de la Historia, Caracas 1965, pp.
74-75). Puerto Cabello está en la orilla de la abrigada bahía que en otros
tiempos fue sede de Borburata y enclave de piratas y contrabandistas: siglo y
medio después, recupera plenamente tales funciones.

Don Francisco Andrés de Peñalosa, alcalde ordinario de la ciudad de


Valencia, aprovecha las aparentes irregularidades en el reparto de la presa para
actuar contra don Diego de Matos; lo detiene, embarga sus bienes y dispone
asimismo la prisión de Benito de la Calle, Nicolás Gutiérrez, Pablo Cardoso,
Acacio Montano y Pedro Pablo por haber capturado al buque. El alcalde llega
al extremo de querer aplicar la muerte por garrote a Benito de la Calle por
haber capitaneado la acción; al mismo tiempo, libera a los tripulantes
holandeses(*). (Briceño Perozo: op. cit. p. 76).

Posteriormente, el intendente Pedro José de Olavarriaga formula cargos en


Valencia el 3 de septiembre de 1721 contra Peñalosa, a quien acusa entre otras
contravenciones de haber causado un perjuicio de 40.000 pesos al Real Tesoro
por su negligencia en asegurarse de la nave y de su carga. Junto con él son
acusados don Nicolás de Matos Montañés -hijo de don Diego- y otros
funcionarios por haberse apropiado y repartido partes del cargamento de la
presa. Tras largo proceso, llegan los autos al Consejo de Indias. El Supremo
Tribunal el 19 de agosto de 1724 absuelve en Sala de Justicia a don Diego de
Matos Montañés por la captura de la nave y a sus hombres de la mayoría de
los cargos por su participación en tal hecho; igualmente ordena entregar a
Matos la séptima parte del valor de lo decomisado. En cuanto al alcalde
Peñalosa, el alto Cuerpo sentenciador admite en su totalidad las acusaciones
de Olavarriaga y lo condena a seis años de presidio en el Castillo del Morro en
La Habana, a la privación perpetua del oficio de Administrador de Justicia y
de Rentas Reales, a una multa de 10.000 pesos y a pagar a las Cajas Reales
990 pesos por el valor de mercancías de la nave de las cuales se había
apoderado(*). (Briceño Perozo: op. cit. pp. 76-77). El apresamiento de
contrabandistas y el decomiso de sus alijos es ocasión para todo género de
irregularidades y de sospechas; tras la mayoría de las capturas veremos
sucederse procesos tan complejos y prolongados como el anterior.

-Los habitantes de Guanare se amotinan en 1719 contra los procesos


por contrabando

El anterior no es el único incidente que se suscita con motivo de las


actuaciones de Diego de Matos y sus subordinados. En Guanare hay un
estallido de violencia cuando el secretario de Matos, don José Sigala, enjuicia
como contrabandista a don Juan de Ortiz, hombre muy respetado por sus
coterráneos. Corren rumores de que el secretario pretende hacerlo condenar a
muerte; seis embozados atacan espada en mano al funcionario y lo dejan
malherido. Matos, destemplado, ordena a los alcaldes "hacer rondas por la
ciudad"; éstos le recuerdan que no tiene autoridad para mandarlos y lo acusan
ante el gobernador de "procederes violentos, y usurpación de facultades, por el
ancioso deseo de amplificar su Jurisdicción con que se halla" (*). (Cit. en
Sucre: op. cit. p. 220). Los vecinos se amotinan, exigen a Matos la entrega del
expediente contra Ortiz, y lo sitian en su casa, donde éste se encierra "con las
armas en la mano y teniendo sentinelas y parapetos, sin atreverse a salir ni aun
a misa"(*). (Loc. cit.).

Se trata de una virtual sublevación. Lo que es peor, cuando las autoridades


intentan sofocarla, se rompe la cadena de mando. El gobernador Betancourt
ordena que se capture y se envíe a Caracas a los cabecillas; que los alcaldes
"se contengan, y no impidan el uso de las comisiones dadas a Matos", y que
éste se abstenga de disponer rondas. Pero el sargento mayor don Juan
Cristóbal de los Reyes, comisionado para cumplir tales medidas, se excusa
porque "sabe yndubitablemente que de ponerlo en practica le han de quitar la
vida", ya que el rebelde alcalde Díaz Sánchez tiene en la ciudad partidarios
armados e indios con arcos y flechas. Consultado el caso al licenciado Alvarez
de Abreu, éste recomienda la ida de los alcaldes a Caracas o la del Gobernador
a Guanare; pero aquellos se niegan; el Gobernador se enferma, y el sargento
mayor se excusa de nuevo(*). (Loc. cit.).

Los alcaldes ordinarios de Guanare a su vez acusan a Matos de estar


incurso en contrabando. El gobernador Betancourt y Castro abre
averiguaciones e informa al Rey en carta del 24 de marzo de 1718 de los
cargos. Supuestamente, Matos habría aceptado la designación de juez de
comisos a fin de estancar el comercio del tabaco y venderlo a Jonathan Sisson,
factor de la Compañía Inglesa de la Mar del Sur. También habría tenido trato
ilícito con Juan Chourio, factor de la Compañía de Guinea, a quien terminó
adeudando 52.000 pesos; mientras que sus recaudaciones en beneficio de la
Real Hacienda en sus quince meses de desempeño serían ínfimas. El indeciso
gobernador explica que está "en ánimo de suspender" a Matos, pero pide
instrucciones al monarca(*). ("Marcos Francisco de Betancourt al Rey,
Caracas, 29 de marzo de 1718, AGI, Santo Domingo, leg. 698, cit. en Arauz
Monfante: El contrabando holandés... p. 188).

En la investigación que ordena el gobernador Betancourt y Castro surgen


todavía más acusaciones contra Matos. Según diversos testigos, éste negocia
abiertamente cacao y tabaco con el judío curazoleño Coche Pereira en Puerto
Cabello y en las haciendas del juez de comisos en Cumboto. Los soldados de
éste se apropian de los comisos y hostilizan a los oficiales reales(*). (Arauz
Monfante: op. cit. p. 189). También surgen acusaciones relativas al antes
citado incidente del apresamiento el 20 de mayo de 1718 de una nave
holandesa en Puerto Cabello: los denunciantes afirman que en lugar de
depositar la mercancía en La Guaira para su avalúo y subasta, los captores se
la reparten.

Ante las numerosas denuncias, el gobernador Betancourt depone a Matos y


ordena su prisión. Este se refugia en el convento de San Buenaventura de
Valencia, luego se esconde en el monasterio de Santo Domingo de Caracas,
finalmente escapa a Bogotá y allí convence al Virrey de su inocencia. En
efecto, escribe don Jorge de Villalonga al Rey que "heridos los interesados...
le calumniaron por cuantos caminos pudo discurrir la malicia; y hasta el
mismo Gobernador se le opuso"(*). (AGI, Sevilla, Audiencia de Santo
Domingo, Leg. 759, cit. en Briceño Perozo: op. cit. p. 58). Desde 1717, la
Provincia de Venezuela está bajo la jurisdicción política del Virreinato de la
Nueva Granada. El virrey Jorge de Villalonga ordena a Matos inhibirse en la
causa, y con el fin de poner el problema en claro y sanear la Real Hacienda
manda a Caracas como jueces de comisión a don Martín de Beato y a don
Pedro de Olavarriaga mediante despachos que constan en el folio 200 de las
actas del Cabildo de Caracas correspondientes al año de 1720 (*). (Oviedo:
Tesoro de noticias; fol. 50 v. p.100).

Los rigurosos comisionados Olavarriaga y Beato abren investigación


contra los alcaldes ordinarios, corregidores, tenientes a guerra y otros
funcionarios involucrados en el caso, entre ellos el propio gobernador
Betancourt. Contra éste registran acusaciones de que tolera el contrabando, de
que su hijo Simón de Betancourt y varios socios gerencian una compañía
contrabandista que trafica libremente en Caracas y monopoliza el comercio
del litoral al puerto de La Guaira, de que legitima fraudulentamente con el
sello real las mercaderías extranjeras, de que vende el cacao de sus haciendas
de Caraballeda y de Carau a los holandeses en el puerto de Chuspa (*). (Arauz
Monfante: op. cit. p. 191).

Los magistrados sentencian contra Betancourt y también disponen "la


prizión y embargo de Bienes de los dhos. Alcaldes remitiéndolos a la Carzel
Rl. de esta Ciud". El Virrey ordena entonces al Ayuntamiento de Caracas
deponer y aprisionar a Betancourt y colocar en su cargo al licenciado don
Antonio Alvarez de Abreu, mediante carta que queda archivada en el folio 309
de las Actas del Cabildo de Caracas de 1720 (*). (Oviedo: op. cit. fol. 50 vto.
p. 100). Pero mientras tanto los alcaldes obtienen un fallo de la Audiencia de
Santo Domingo según el cual "los Alcaldes de Guanare habian cumplido con
la obligazion de su ofizio en la dha. competencia". La sentencia también
ordena inhibirse de la causa al Capitán General, y "a qualesquiera otros Juezes
que lo pretendan". A pesar de ello, los comisionados intentan seguir el
proceso, pero los alcaldes, apoyados en la defensa de la autonomía de su
municipio por el Ayuntamiento y por los vecinos, no son castigados (*).
(Sucre: op. cit. pp. 220-223).

No acaba allí el enrevesado pleito. El Ayuntamiento destituye al


gobernador Betancourt y Castro, pero se niega a reconocer al interino Alvarez
de Abreu y entrega el mando a los alcaldes de Caracas de acuerdo con la Real
Cédula de privilegio que los autoriza a gobernar durante las vacantes(*).
(Oviedo: op. cit. 50 v. p. 100). En vano "Su Majestad reprehende a el
Cavildo no aver admitido el nombramiento del Virrey de Santa fee de
Governador que hizo en Don Antonio Albarez de Abreu" mediante Real
Cédula del mismo año(*). (Oviedo: op. cit. fol. 51 vto. p. 102). Los
caraqueños siguen firmes en su posición, alegando la precedente Cédula de
privilegio, y los Alcaldes continúan mandando, hasta que hacia finales de
1721 llega el nuevo gobernador, Diego Portales y Meneses. Este encarcela a
los intendentes Beato y Olavarriaga, acusándolos de parcialidad hacia los
puntos de vista del Virrey y los de Matos, y los mantiene prisioneros seis
meses mientras que Betancourt es al fin declarado inocente de los cargos en
su contra en el inmediato juicio de residencia (*). (Arauz Monfante: op. cit. p.
192).

El conflictivo incidente no es único. Conforme indica Luis Alberto Sucre,


hubo varios de índole similar durante el gobierno de Betancourt, y "nada se
consiguió con la activa persecución que éste se propuso hacer al 'trato ilícito',
que seguía en aumento, porque realmente no se persiguió el contrabando, sino
a los contrabandistas que no estaban en connivencia con los altos empleados
encargados de vigilarlo y evitarlo" (*). (Sucre: op. cit. p. 224).

El episodio revela el antagonismo entre autoridades y vecinos causado por


los contrabandistas. El tráfico de los bienes introducidos por éstos llega a
ciudades tan alejadas del mar como Guanare. Acostumbrados a venderles sus
cosechas a precios ventajosos y a comprarles mercancías europeas sin pagar
tributos, los vecinos oponen, no sólo hostilidad, sino además resistencia
abierta a los funcionarios que persiguen o monopolizan el contrabando. Hay
un sentimiento de solidaridad con los incursos en la contravención: en el caso
de Guanare lo evidencian los alcaldes, al Ayuntamiento y grandes sectores de
la población. Tales grupos no vacilan en recurrir a las vías de hecho, mientras
que las autoridades resultan impotentes y quedan a su vez envueltas en
enrevesados procesos.
Sentimientos y actitudes parecidas se exacerban con el posterior
monopolio del comercio que la Corona concede a la Compañía Guipuzcoana
para que ésta reprima el contrabando. Los alzamientos de Andresote en 1632
y de Juan Francisco de León en 1749 son episodios en cierto modo parecidos
al de Guanare, pero en mayor escala, y en momentos cuando sus efectos sobre
la supervivencia del imperio español son todavía más decisivos.

5. -La guerra de España contra la Triple Alianza de


Francia, Holanda e Inglaterra (1717-1728)

Marinero, sube al tope,


y dele a la madre mía
que se acuerde de aquél hijo
que en las galeras tenía

Copla de marineros venezolanos.

Poco dura la paz de la Guerra de la Sucesión que España concierta en 1713.


Ya en 1717 la Corona ibérica conquista Cerdeña de manos de los austríacos,
con lo cual desafía a la política francesa. De inmediato Francia, Holanda e
Inglaterra crean la Triple Alianza para frenar las ambiciones españolas; en
1718 Austria se une a esta coalición. El conflicto se prolonga hasta 1720,
cuando Felipe V de España abandona sus pretensiones al trono de Francia y al
mando sobre Sicilia y Cerdeña, que cambia a Austria por los ducados de
Parma y Piacenza, mientras el rey Carlos renuncia definitivamente a sus
aspiraciones sobre el trono español.

-Los holandeses incursionan por el Orinoco en 1720

En el marco de la guerra de España contra la Triple Alianza los holandeses


y otros extranjeros realizan frecuentes incursiones por el Orinoco para
comerciar con los caribes, quienes mantienen una esporádica resistencia
contra los colonos españoles. Por tales motivos, el 8 de enero de 1721 el
gobernador de Caracas don Juan de la Tornera Sota escribe al Rey desde
Cumaná para comunicarle la necesidad de construir un presidio en la
angostura del río Orinoco por donde suben los holandeses y demás extranjeros
a comerciar con los caribes; con lo cual se podría evitar la entrada casi más de
100 leguas río adentro (*). (1724, Cumaná, 8-I, Caracas 123; en Marco Dorta
(comp.): op. cit. p. 134).

-El intendente Olavarriaga se enfrenta con los contrabandistas


holandeses Mathey Cristian y Cristian Boon en Tucacas y en Morón en
1720

Venidos a la Provincia de Venezuela con motivo del complicado proceso


contra Matos y Betancourt, los intendentes Pedro Martín Beato y Pedro José
de Olavarriaga instalan guarniciones en los sitios frecuentados por los
traficantes y acometen de nuevo en noviembre de 1720 contra el asentamiento
de Tucacas, repoblado por los neerlandeses y dotado de una sinagoga. El
enclave es incendiado por los hombres al mando de Olavarriaga, quien en su
minuciosa Instrucción lo describe así:
La Costa sigue una legua, al cabo de la cual haciendo un ángulo saliente
obtuso va corriendo de Sur a Norte, cerca de esta vuelta se aparta el
camino para el Tocuyo pasando por unas salinas, y en ellas hay una
vereda llamada de Yturris que se conduce a San Nicolás que está
prohibida pena de la vida por el Señor Gobernador Don Marcos de
Castro por razón del comercio de los Valles de Barquisimeto con las
Tucacas que continuamente solían habitar en ellas 14 ó 15 balandras
holandesas de asiento; a 1/2 legua de esta vuelta hay un caño ancho de
180 pasos geométricos en el cual entran las balandras; el cayo que habían
poblado los holandeses es de la otra banda; este cayo era el almacén, así
de los holandeses, como de los de la tierra, adonde hasta ahora se ha
hecho el mayor comercio de toda la Costa (...) El Cayo de las Tucacas es
un Islote formado por diferentes caños, en los cuales no pueden entrar
sino canoas, exceptuando el Caño número 1 en el cual salen balandras
por el Caño de Paiclas que es distante 1/2 legua de Tucacas (*). (Pedro
José de Olavarriaga: Instrucción general y particular del estado presente
de la Provincia de Venezuela en los años de 1720 y 1721; Academia
Nacional de la Historia, Caracas 1965, p. 247).

Los traficantes se trasladan entonces al cayo de Paiclás, que forma parte


del antes mencionado conjunto de cayos, estuarios, manglares, barreras
coralíferas y playas de Morrocoy, escondite perfecto para naves de poco
calado. Por otra parte, su proximidad de las Antillas neerlandesas la constituye
en base inestimable para los veleros contrabandistas: les basta fijar como
rumbo el Norte franco al anochecer, navegar toda la noche con viento de
través, y al amanecer ya está a la vista la rada de Kralendijk, en Aruba.
Dejándose llevar desde allí hacia el Oeste por los vientos de barlovento que
soplan por la cuarta de popa, arriban en pocas horas más a Curazao.

Los holandeses se sienten así dueños de la zona y combaten abiertamente


con las autoridades. Es lo que sucede en octubre de 1720 cuando, acompañado
de varios oficiales, Olavarriaga apresa en Morón al sindicado de
contrabandista Hipólito Briceño y a un práctico que está a la espera de una
canoa para traficar con cuatro balandras de los holandeses. Los capitanes
Chistian Boon y Mateo Cristian desembarcan tripulantes armados en dos
canoas, disparan descargas de fusilería contra Olavarriaga y sus
acompañantes, matan a uno de ellos, los obligan a retirarse y rescatan a
Hipólito Briceño (*).(Arauz Monfante: El contrabando holandés en el Caribe
durante la primera mitad del siglo XVIII, p. 194).
-Un corsario inglés captura a una fragata isleña en La Guaira en 1720

Pero acaso más importante que la participación del intendente Olavarriaga


en las causas de comisos y que sus enfrentamientos bélicos con los
contrabandistas, es la pormenorizada y precisa Instrucción general y
particular del estado presente de la Provincia de Venezuela en los años de
1720 y 1721 que escribe por encargo del Virrey de Nueva Granada, don
Jorge de Villalonga (*). (Academia Nacional de la Historia, Caracas 1965). Es
quizá el más completo documento sobre la geografía, la economía, la
administración pública y hacendística, la política, la situación estratégica e
incluso la arquitectura militar de la Provincia de Venezuela en aquella época.
Olavarríaga expone su criterio, siempre conciso y perspicaz, sobre la mayoría
de los asuntos relevantes de la Gobernación. Entre ellos le inquieta la falta de
defensas de sus extensas y vulnerables costas. Y sobre el particular apunta:

La Guaira es el solo puerto de toda la costa fortalecido pero sus defensas


son tan mal arregladas y construidas, tan ridículamente proyectadas e
ideadas que no merecen el nombre de fortificación, porque estas obras
que no valían nada en su mejor estado, valen aun menos hoy que son
arruinadas, no obstante los que no han visto La Guaira quedan admirados
de los nombres famosos de fuerza vieja y nueva, de fuertes de San Blas,
San Diego, Santiago, San Jerónimo, y de Trincheras etc., y sacan luego
por consecuencia que esta plaza es muy fuerte, y a lo menos una de las
mejores de las Indias Occidentales, pero yo puedo afirmar que me hallo
más seguro atrás del espaldón de un ataque, que no en el mejor fuerte de
estos, lo que se conocerá más fácilmente en el Capítulo 5 (*). (Op. cit. p.
217).

Tales deficiencias, ya señaladas por críticos anteriores, explican quizá los


fáciles éxitos de Grammont y de otros invasores contra La Guaira. Esta
debilidad, según el agudo intendente, dificulta establecer un corso eficaz, pues
tanto comerciantes como corsarios precisan "entrar en algún puerto por no
caer en manos enemigas", y los embarcaderos venezolanos no están
defendidos. En ilustración de lo cual cita varios ejemplos:

El primero es de una fragata isleña la cual saliendo del puerto de La Guaira


en el mes de Junio del año de 1720 para seguir viaje a las Islas se halló
atacada de un corsario inglés, y no pudiendo puntear bastante para volver
al Puerto, fue cogida debajo de la misma artillería de La Guaira, sin que
hubo remedio de salvarla; es cierto que si esta fragata hubiera tenido un
puerto seguro a sotavento para retirarse, se hubiera escapado de las
manos enemigas (*). (Op. cit. pp. 329- 330).

Sotavento es el lugar opuesto a aquél desde donde sopla el viento, el cual


en la costa venezolana corre usualmente de Este a Oeste: para navegar contra
él y regresar al puerto seguro el velero debe ceñir, es decir, navegar con el
viento al menor ángulo posible. Esta operación lo pondría a la merced de un
enemigo que viniera de la dirección por la cual sopla el viento. Más fácil le
sería en efecto huir hacia otro refugio situado al Oeste.

Como ejemplo adicional, menciona Olavarriaga que un corsario armado en


Cumaná apresa un bergantín holandés traficante saliendo del Puerto de
Ocumare, y "siéndole preciso, o atravesar para ir a una de las Islas españolas,
o barloventear para La Guaira, dio tiempo a tres fragatas holandesas que
estaban en dicho puerto de Ocumare, a salir al socorro de su compañero; lo
que obligó al corsario a dejar su presa (con diez y seis hombres suyos que eran
en ella) y huirse" (*). (Op. cit. p. 330).

Barloventear es avanzar contra el viento; para el velero, ello significa


navegar en bolina, describiendo zigzags; todas las naves que toman sus presas
al Oeste de La Guaira deben hacerlo para llegar a éste, el único puerto
medianamente protegido de la Provincia. Olavarriaga propone fortificar
Puerto Cabello, y traza minuciosos planos a tal efecto. Los ejemplos dados
por el intendente prueban que en las costas de Venezuela prosigue el feroz
enfrentamiento entre mercantes y corsarios de las más diversas banderas.

-El capitán José Campuzano Polanco captura dos botesde


contrabandistas en 1721 en Borburata

El capitán José Campuzano Polanco, dueño de la fragata "Nuestra Señora


de Aguas Santas", recibe noticias en mayo de 1721 de que hay dos botes
contrabandistas holandeses dedicados al tráfico ilícito en la zona de
Borburata, tradicional escenario de estas prácticas. El capitán envía al
teniente Manuel Rubio contra ellos; éste los sorprende, les toma dos
prisioneros y un alijo de ropas, pero los holandeses recuperan parte de las
mercancías confiscadas y además un cargamento de cacao y tabaco que
negociaban en el puerto de Zepe. El gobernador interino Antonio José Alvarez
de Abreu acusa al capitán José Campuzano de utilizar la supuesta captura y
decomiso de bienes como superchería para legitimar el contrabando de cacao
con los bátavos; le embarga la fragata con su cargamento y lo condena a diez
años de prisión. Tras largo proceso, el Consejo de Indias revoca en junio de
1727 la sentencia (*). (Arauz Monfante: op. cit. pp. 194-196)

-Los guardacostas comandados por el conde de Clavijo capturan cuatro


naves entre Ocumare y Chuao en 1725

Para complementar la acción de los corsarios españoles, el intendente


general de la Marina José Patiño logra que el consulado gaditano contribuya
con el 6% del valor de las importaciones de Indias para financiar dos naves
guardacostas encargadas de la vigilancia continua del Caribe y en particular
del litoral entre Cartagena y Portobelo. A comienzos de 1725 zarpan de Cádiz
los navíos "Incendio" y "Potencia", bajo el comando de Miguel de Sada y
Antillou, conde de Clavijo.

En su ruta hacia Cartagena los buques siguen el itinerario ya consagrado


para los navegantes de la Costa de las Perlas por los alisios y la corrientes, que
pasa por Tobago, Trinidad, isla Blanca, Cumaná, La Tortuga y las costas de
Caracas. Pero durante su travesía escudriñan minuciosamente el litoral y las
bahías de la zona y entre Ocumare y Chuao apresan un navío francés y tres
goletas holandesas, la "Sara Galey", el "Jardín de Tritón" y el "Dragón"; una
de ellas se hunde durante el combate de artillería. El conde de Clavijo ancla en
Boca Chica con las naves capturadas; ante la noticia de la presencia de 28
naves inglesas y holandesas entre Cartagena y Portobelo, zarpa de nuevo y
apresa la fragata holandesa "Neptuno" tras cruento combate en el cual
perecen el capitán y los oficiales de la nave invasora. En la subsiguiente
descarga y quema de las mercancías decomisadas parece haber
irregularidades, que dan lugar a quejas ante la Corona de los representantes
del Consulado gaditano en Cartagena(*). (Arauz Monfante: op. cit. p. 278).

De nuevo llama la atención que en una sola recorrida por dicho litoral, que
puede ser cumplida en velero en menos de una semana, se encuentre tal
cantidad de naves incursoras y se capturen tantas presas. Ello constituye un
indicio adicional de la magnitud del comercio clandestino y de la red de
complicidades que supone.

-Los corsarios españoles atacan barcos y puertos delas Antillas


neerlandesas

Hasta que la acción de los corsarios armados por las autoridades españolas
obliga a ponerse a la defensiva a los neerlandeses. Por todo el Caribe se
suceden apresamientos de barcos contrabandistas. En algunos casos las
autoridades holandesas los tachan de ilegítimos puesto que en virtud del
Tratado de Munster de 1648 españoles y holandeses pueden navegar y
comerciar libremente cada uno en sus propios dominios en las Indias. Según
se queja en julio de 1722 el gobernador de Curazao Noah du Fay, "se
propasan los corsarios españoles a apresar las embarcaciones que salían y
salieron de este puerto (Curazao) así directamente para la Europa como las
que van libremente a negociar a Saint Thomas y nuestras islas de Barlovento y
Yslas francesas en que dichos corsarios no deven ni pueden intervenir"(*).
(Cit. en Arauz Monfante: op. cit. p. 301).

Obviamente, resulta difícil para un corsario español que encuentra una


nave holandesa en las inmediaciones o en una bahía de la Costa de las Perlas
creer en las buenas intenciones del capitán. Mencionamos, sólo a título de
ejemplo, algunas de las presas y capturas más directamente vinculadas con el
litoral venezolano. El corsario Baltasar Carrión, armado en Santo Domingo y
con licencia de los alcaldes de Coro, captura una goleta en Aruba, desembarca
y roba vacas y carneros, secuestra diez indígenas y quita al comerciante
Salomón Señor 56 pesos y un esclavo negro. En agosto de 1722 los corsarios
Juan Antonio Díaz de la Rabbia y Pedro Borges, armados en Santo Domingo,
apresan una balandra inglesa y otra holandesa, desembarcan en Aruba y en la
costa de Coro combaten con las naves dirigidas por Thomas Porter y Juan de
Carval, corsarios holandeses que queman la balandra de Pedro Borges. Este
muere en el incendio; Juan Antonio Díaz dela Rabbia se da a la vela y es
capturado cerca de Santo Domingo por el capitán George Norman, quien
comanda el navío jamaiquino "Diamond". El mismo año los corsarios Gaspar
y Miguel de Santo Domingo, apresan en Curazao la balandra "Jorge Jacob"
del capitán Adams Arentz; en 1723 apresan cerca de Aruba a la balandra
"Señora Ester", del capitán Herman Small; poco después el corsario Juan
Durán llega hasta la rada de Curazao, pero se retira ante la artillería holandesa.
Otros corsarios españoles apresan a la balandra "Esperanza" en Isla de Aves;
un corsario armado en Trinidad captura cerca de Bonaire a la balandra "María
y Paciencia" del capitán Jorge Maycock. (*). (Arauz Monfante: op. cit. pp.
303-304).

El gobernador de Curazao Noah du Fay dirige a las autoridades españolas


pormenorizadas quejas y reclamaciones diplomáticas sobre todas y cada una
de estas presas, y sobre muchas más interceptadas en el resto del Caribe. Es
indiscutible que los corsarios españoles se exceden de sus patentes al
desembarcar en Aruba o en Curazao; en cuanto a sus presas, la simple lectura
de las relaciones de Noah du Fay produce la convicción opuesta. La mayoría
de las naves capturadas son balandras, pequeños veleros de un sólo mástil,
con un aparejo de foque y vela mayor latina: no es el tipo de barco del cual
pueda decirse que "salían y salieron de este puerto así directamente para la
Europa" y mucho menos para comerciar. En el siglo XX se han cumplido
proezas de navegación en yates muy pequeños, pero con fines deportivos y
con la carga mínima requerida para tal fin. En el siglo XVIII el comercio
transoceánico requiere buques de mayor calado. Tampoco cabe pensar que el
comercio de la mínima Curazao con otras isletas igualmente áridas o con
Holanda requiera tan prodigiosa y ubicua flota mercante. Las probidad de los
capitanes de estas pequeñas balandras es tan dudosa como la de los corsarios
que las capturan.

-Juan Francisco Melero y Alonso Ruiz Colorado ejercen el corso y el


monopolio del comercio desde 1722

La ausencia de armadas españolas que ejerzan un resguardo permanente de


las aguas caribeñas induce entonces a los colonos a recurrir cada vez más a la
autodefensa del corso. Sabemos que en 1702 se conceden patentes en tal
sentido a José López y al marqués de Mijares, que el gobernador de Caracas y
el de Cumaná arman naves con tal fin y que a partir de 1711 el gobernador
Cañas organiza también un corso con pequeñas embarcaciones. El 2 de abril
de 1722 Alonso Ruiz Colorado y Juan Francisco Melero, navegantes
gaditanos, proponen a la Corona un plan de persecución del contrabando,
manteniendo durante seis años en las costas y puertos de Venezuela dos
buques, "uno de quarenta cañones, y otro del porte, que les pareciere
suficiente para el intento, los que pertrechados, y equipados en la forma
necesaria, como en guerra, a sus expensas irán, y se conservarán todo el
tiempo expresado en la execucion de su empleo, haziendo mediante las
facultades de que necessitan, que en los puertos, lugares y dominios de dicha
provincia, observen, y guarden sus habitadores, y tratantes las Reales Ordenes,
y mandatos de V. Mg. prohibiendoles conforme a ellos, el ilícito, y pertinaz
comercio". La Corona acepta prontamente la oferta en agosto de 1722; la
contraprestación consiste en un monopolio a favor de Melero y Colorado para
comerciar durante seis años en Venezuela con seis navíos de registro "sin
intervención de otro alguno que no fuere de su cuenta"(*). (Arauz Monfante:
op. cit. pp. 218-219).

Los éxitos de los corsarios son al principio muy modestos. La costa


venezolana, con sus 26 puertos y su infinidad de bahías y cayos, es demasiado
extensa para que puedan custodiarla dos barcos. Por otro lado, las naves
holandesas son muchas, muy ligeras y tripuladas por conocedores del litoral.
En fin, algunas de ellas son de gran porte y magníficamente armadas, como se
evidencia cuando las naves de resguardo encuentran ocho embarcaciones
holandesas en diciembre de 1723 en el puerto de Cata, y declinan el combate
por razones de obvia inferioridad de recursos. En todo caso, en enero de 1724
Melero y Colorado se reponen apresando en Ocumare a la nave holandesa "La
Sara Galey", con 18 cañones y 36 tripulantes comandados por el capitán Arent
Arenz. Esta viene de Amsterdam, con valioso cargamento a cargo de los
mercaderes judíos Jesuah Cochemnasi y Jacob Enríquez Morón. Los corsarios
utilizan la treta clásica de izar bandera holandesa y abordar sorpresivamente a
su presa. Esta encalla, y al hacer agua dificulta el rescate de las mercancías. El
reparto de ellas en la Guaira da lugar a incontables disputas con las
autoridades; la subasta rinde 106.730 pesos (*). (Arauz Monfante: op. cit. p.
223).

Los corsarios también apresan en febrero de 1725 a la nave neerlandesa


"La Constanza", procedente de Midelburg con 45 tripulantes y 22 cañones. De
nuevo hay enconadas disputas entre corsarios, alcaldes ordinarios y
Gobernador sobre la repartición de la presa. El gobernador Portales acusa a
Melero y Colorado de contrabandear en la Guaira y Coro en complicidad con
los ingleses dueños del asiento de los esclavos, y reduce a los gaditanos a
prisión. El largo e intrincado proceso sigue hasta después de que expira el
lapso de la concesión para el monopolio del comercio; acusado a su vez de
contrabando, el gobernador Portales se fuga hacia Martinica (*). (Arauz
Monfante: op. cit. pp. 240-242).

La empresa de Melero y Colorado fracasa así tanto por la pertinaz oposición


de las autoridades locales, como por la exigüidad de los medios para
acometerla. Su propuesta prefigura, a una escala modesta, lo que luego será el
monopolio del comercio y el ejercicio del corso por la Compañía
Guipuzcoana. Es éste el sistema que en definitiva se acogerá durante el
inmediato medio siglo de vida colonial venezolana.

-Las autoridades coloniales destruyen San Felipe de Cocorote en 1710,


1717 y 1724 para impedir el contrabando

Pero todavía llegan más lejos las incursiones contrabandistas de los


emprendedores holandeses: desde las costas del Golfo Triste y por el río
Yaracuy alcanzan hasta los llanos, valles y cerros de San Felipe, también
llamado inicialmente El Cerrito o Los Cerritos de Cocorote, cuyos lugareños
tienen importantes plantaciones de tabaco y cacao. El pueblo, situado en lo
que ahora es el Estado Yaracuy, aparece citado en un documento de
encomienda de 1679. Cuando la visita del obispo Martí en 1781 tenía 2.084
habitantes en 99 casas; su principal producción era el cacao (*). (Marco
Aurelio Vila: Antecedentes coloniales de centros poblados de Venezuela,
Universidad Central de Venezuela, 1978, p. 128)

Para detener los merodeos, que se prolongan durante décadas, en 1710 el


teniente gobernador de Barquisimeto Martín de Gaínza hace demoler las
edificaciones del pueblo. Los lugareños se refugian en los campos vecinos y
repueblan el lugar rápidamente, pues en 1717 ya se cuentan 2.000 habitantes.
Ese mismo año el inflexible gobernador y capitán de la Provincia de
Venezuela Marcos Francisco Betancourt y Castro ordena que "se le demuelan
las casas y ranchos que tubieren, y salgan y hagan salir fuera desta
jurisdicción" a los vecinos (*). (Cit. por Asdrúbal González: "San Felipe", en
Diccionario de Historia de Venezuela, T. III, p. 524). Los empecinados
colonos reconstruyen su pueblo; el Cabildo de Barquisimeto envía en 1724 al
alcalde mayor Luis López Varaona con órdenes de destruirlo de nuevo, lo que
el funcionario cumple provocando un incendio. Pero los obstinados vecinos se
empeñan en contrariar a las autoridades, y por instancias de ellos fray
Marcelino de San Vicente logra el 7 de marzo de 1725 permiso para realizar
una nueva fundación, a una legua del sitio original y en terrenos comunales
adquiridos por los colonos en 1699 a Francisco de Monpalao y Soler (*). (Loc.
cit).

No paran aquí las vicisitudes del resistente poblado. El Cabildo secular de


la ciudad de Nueva Segovia de Barquisimeto pide al Rey en 1726 licencia
para demoler las poblaciones situadas en la zona de Cocorote, por ser amparo
de dicho comercio ilícito con neerlandeses y para destruir la iglesia, ya
dañada por un huracán(*). (1726, Santo Domingo, 778-A; Marco Dorta: op.
cit. p. 138). Pero Felipe V, mediante Real Cédula dada en Sevilla el 6 de
noviembre de 1729, confiere a San Felipe el rango de ciudad; andando el
tiempo, llegará a capital del Estado Yaracuy.

El extremo remedio del incendio, demolición y despoblación de ciudades,


casi peor que la enfermedad, recuerda las medidas aplicadas por Sancho de
Alquiza cuando prohibe el cultivo del tabaco para impedir su contrabando, y
las insensatas políticas de despoblación de la Banda Noroeste de La Española,
que permitieron a los bucaneros instalarse en el consiguiente vacío
demográfico.

Al fin la Corona recurrirá de nuevo contra el tráfico ilegal al recurso del


corso: esta vez ejercido por grandes sociedades monopolístas del comercio,
como la Compañía Guipuzcoana.

CAPITULO 12.-LA GUERRA CONTRA LOS PIRATAS

Remacha el postrer clavo en el arnés. Remacha


el postrer clavo en la fina tabla sonora.
Ya es hora de partir, buen pirata; ya es hora
de que la vela pruebe el pulmón de la racha.

Rubén Darío: Los piratas.

1.-La cuestión jurídica: las normativas para combatir y penalizar


la piratería

Durante dos siglos los habitantes de lo que luego será Venezuela libran una
guerra casi ininterrumpida contra las potencias imperiales que se disputan el
Caribe: entre 1528 y 1728 soportan 154 incursiones de naves o flotas
extranjeras, en su gran mayoría de piratas o corsarios. Y se debe advertir que
utilizamos el concepto de incursión en la forma más restringida posible: en el
de episodio unitario de agresión, que puede comprender la colaboración de
varias naves y diversos enfrentamientos. Si debiéramos equipararlo
únicamente a la arribada de naves hostiles, sólo el episodio de Araya nos
permitiría contabilizar más de cuatro centenares de ellas entre 1599 y 1605; si
lo asimiláramos al asalto contra ciudades, deberíamos tener en cuenta que una
expedición con frecuencia afectaba a varios centros poblados.

Esta contienda se inscribe en otra mayor, de alcance planetario. Como


bien señala Enrique Bernardo Núñez:

Tal es la que libran Inglaterra, Holanda y Francia contra España, de la cual


sale a la postre la libertad de América. Los corsarios pueden saquear ciudades,
apoderarse en el mar de las naves que conducen las riquezas de América, pero
aseguran a los colonos privados de comunicaciones frecuentes con la
metrópoli, una vía de comercio. Puede decirse que durante el siglo XVI es casi
la única que existe. El corsario viene a ser un agente todavía remoto de la
libertad. Es la señal en el horizonte de la lucha que entonces se libra en el
mundo. No es difícil trazar la línea divisoria del momento en que esa lucha
favorece la libertad y aquel en que sustituye a los dominadores anteriores (*).
(Enrique Bernardo Núñez: “Juicios sobre la Historia de Venezuela” en:
Novelas y ensayos; Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1987, pp. 210-211)

¿Cómo reaccionan los colonos ante el reto, es decir, cómo demuestran su


vitalidad? Ante todo, la guerra contra los piratas obliga a la sanción de un
régimen jurídico para tipificar, combatir y penalizar la piratería, el corso, el
contrabando y la ocupación ilegal. La propiedad hace al ladrón. Para que se
pueda calificar de ilegítimo el apoderamiento de un bien, se deben alegar
títulos precedentes y demostrar su validez. La ilegalidad de las incursiones
piráticas, contrabandistas o corsarias depende de la legalidad de las
pretensiones de la Corona española al Nuevo Mundo. Se abre aquí un debate
que durante mucho tiempo decide sólo la ley del más fuerte. Quizá el
conquistador es el pirata del indígena: ejerce la violencia contra sociedades y
Estados constituidos y en posesión evidente de territorios.

Según las Partidas, los Reyes Católicos pueden obtener nuevos reinos por
cuatro títulos: por herencia, por aclamación, por matrimonio o por
otorgamiento del Papa o del Emperador "quando alguno dellos faze Reyes en
aquela tierras, en que han derecho de la fazer..."(*). (Citado por Jesús Varela
Marcos: Las salinas de Araya y el origen de la Armada de Barlovento, p. 40).
Las tierras que descubre Colón son vindicadas por el título de ocupación.
Según el pensamiento jurídico de la época, los Reyes Católicos se apresuran a
perfeccionar su dominio recurriendo al tradicional otorgamiento del Papa
previsto en las Partidas. Para ello recurren a Alejandro VI, quien les concede
la bula Inter Caetera "de donación", y la Dudum siquidem, "de ampliación de
donación".

La corona española no es remisa a buscar títulos adicionales. El emperador


Carlos V agradece al cronista Fernández de Oviedo sus investigaciones para
demostrar que las Antillas habían pertenecido a la corona española por más de
tres mil años, fundadas en una original interpretación de la Leyenda de las
Hespérides que tiene por objeto desvirtuar las reclamaciones de los herederos
de Colón:

También vi lo que decis que teneis escrito y entendeis haber probado por
cinco autores, que esas islas fueron del rey Tubal, que tomó ciertos reinos
después de Hércules, año de mil quinientos cincuenta y ocho, antes que
nuestro Redentor encarnase, de manera que este año se cumplen tres mil
un años de que esas tierras eran del cetro real de España; y que no sin
gran misterio, al cabo de tantos años, las volvió Dios cuyas
eran...(*).(Cit. por Marcel Bataillon: Dos concepciones de la tarea
histórica, Imprenta Universitaria, Mexico, cit. por Enrique Pupo-Walker
"Primeras imágenes de América: notas para una lectura más fiel de
nuestra historia" en: Historia y ficción en la narrativa hispanoamericana,
Monte Avila Editores, 1985.)

Como hemos visto, la reforma protestante y las consiguientes guerras


religiosas ponen en entredicho al mismo tiempo la autoridad del Papa y las
donaciones de continentes fundadas en ella. Las potencias europeas
competidoras de España rechazan la donación apostólica y postulan el título
originario de la ocupación. A tal efecto, dan rienda suelta a sus exploradores y
aventureros para que comiencen a ejercerlo de la única manera que ello es
posible: por los hechos. La Corona española responde con normas que
condenan tal expediente. Desde los albores de la Epoca Moderna los Reyes
Católicos dictan estatutos específicos contra los piratas, como la ley de 12 de
enero de 1498, que vela

Por reprimir y castigar los CORSARIOS, así súbditos nuestros, como los
otros que postposado el temor de Nuestro Señor, y la corrección nuestra,
infestan y roban los navíos y personas que navegan por los mares
mercantilmente en gran deservicio de Dios y Nuestro daño, y deservicio
de nuestros vasallos y de la cosa pública, la cual es aumentada con el
exercicio de la mercadería, y se desvía a causa de los DICHOS
PIRATAS, contra los cuales queremos que sea procedido (...)
(*).(Manuel Lucena Salmoral: Piratas, bucaneros, filibusteros y
corsarios en América; p. 23)

En estos supuestos está implícita una doctrina jurídica contra piratas,


corsarios y ocupantes ilegales, que podríamos formular con los postulados
siguientes: tierras y mares del Nuevo Mundo han sido adjudicadas a la
Corona española por el Tratado de Tordesillas; tales extensiones están bajo la
soberanía de esta última; por tal motivo puede el Rey prohibir la navegación y
la ocupación de ellas, así como castigar a quienes asalten naves españolas,
sometidas también a la soberanía hispánica, naveguen o no en aguas
exclusivas de ésta.

A partir de estos fundamentos se suceden las normativas contra la piratería.


Hemos visto que Carlos V ordena ejecutar a Verrazzano apenas se entera de
su captura; en 1521 establece el corso español contra los enemigos de la
Corona en virtud de que se hacían muchos robos "así por moros, como por
franceses, de muchos navíos y mercaderías de grande valor, y de oro de las
Indias, y que con los mismos navíos y bienes que roban nos hacen la guerra"
(*). (Cit. por Lucena: op. cit. p. 32). El rey Enrique II de Francia dispone en
1557 que los prisioneros españoles sean condenados a galeras y la corona
española establece igual castigo para los corsarios franceses, cuyos oficiales,
pilotos y capitanes debían ser ahorcados o arrojados al mar (*). (Haring: Los
bucaneros... p. 59). El competidor europeo se hace el pirata del español.

Así se va conformando un régimen de extremo rigor contra los piratas. Don


Juan Francisco de Montemayor y Cordova, gobernador y capitán general de
Santo Domingo, organizador de la expedición que arroja de La Tortuga a los
filibusteros en 1667, en su enjundioso Discurso político, histórico, jurídico
del derecho y repartimiento de presas y despojos aprehendidos en justa
guerra, premios y castigos de los soldados, lapidariamente expresa que
"Piratos ni hazen verdaderos prisioneros, ni es suyo lo que cogen". En dicho
libro, publicado en Amberes en 1683, resume la legislación vigente para la
época en los términos siguientes:

Han sido siempre tan odiosos estos piratas, y cossarios, siendo como son
ladrones publicos, perturbadores de la paz, y del comercio humano, que
además de ser malditos, y excomulgados I. agenos de todo favor de
derechos, y leyes.2.
en conformidad dellas, puede qualquier privada, y particular persona
prenderlos, y matarlos. 3. Por cedulas de su Majestad despachadas a este
Govierno 4. se ordena, Que se haga justicia de los piratas y cossarios, y
de qualesquiera estranjeros, que con sus baxeles se hallaren en estas
costas, o en otra cualquier parte se apprehendieren, passadas las Islas de
Canarias. 5. Se manda a los Generales, y Almirantes de Flotas y
Armadas, Que si tomaren navios de cossarios, los condene el general a
muerte, y lo execute en ellos, y en los Extrangeros que con ellos fueren y
los bienes se repartan entre los que se hallaren al rendirlos (*).
(Montemayor y Córdova: Discurso... pp. 52-53).

Es la dura ley que el propio Montemayor y Córdova aplica contra los


filibusteros que intentan reconquistar La Tortuga de La Española en
1667. Y a medida que la amenaza pirática se exacerba, la Corona
incrementa proporcionalmente el rigor contra ella. Así, en Cédula de 31
de diciembre de 1672, dispone que a los piratas se les aplique
directamente la justicia en América "para evitar los crecidos gastos que
de remitir a los que se aprendían extranjeros a estos reinos se originaban"
(*).(Cit. por Lucena: op. cit. p. 24). Esta disposición es ratificada en
diversas normas sucesivas; entre ellas en Real Cédula de 6 de marzo de
1684 en la cual se ordena que a los “cabos o capitanes de los piratas que
se apresasen, constando del delito, se les castigase allá ahorcándolos o
pasándolos por las armas ad modum belli, y que el modo de constar fuese
por la voz viva, y declaración de la demás gente del bajel, en el acto de
ser apresado, no difiriéndose la ejecución del castigo, y que los demás
corsarios prisioneros se remitiesen a España cuanto antes fuese posible,
sentenciados a galeras, también ad modum belli, para repartirlos en ellas”
(*) (Cedulario. t. 38, fol 345, vto n. 300, M.J. de Ayala: op. cit. t. XI en
prensa, citado por Lucena, op. cit. p. 24).

El extremo centralismo de la administración española determina que la


mayoría de las disposiciones de carácter general contra la piratería vengan
directamente de la Corona española. Y sin embargo, en los capítulos
anteriores hemos visto que a lo largo de los dos siglos de la guerra contra los
piratas, gobernadores y capitanes generales, alcaldes y cabildos regulan
minuciosamente los detalles de tales normativas genéricas y las aplican
usando en algunos casos la más amplia autonomía. Las sanciones
administrativas y los juicios contra los acusados de colaboración con piratas o
contrabandistas no sólo recaen sobre los simples particulares, sino que afectan
a funcionarios de todas las categorías, e incluso a gobernadores, como sucede
con el licenciado Bernáldez en 1567, con Aldonza Villalobos Manrique en
1570, con Fernando de Berrío en 1611 y con numerosos otros gobernadores
en el siglo XVIII.

En otros casos, la defensa contra los invasores del mar llega a medidas
equiparables a políticas de tierra arrasada. Como hemos visto, y como
recapitularemos más adelante, Borburata y Cabo de la Vela son abandonados
fundamentalmente por la amenaza pirática; San Carlos es destruido por
motivo de ella; por la misma causa el obispo Agreda predica la despoblación
de Curazao, el Cabildo de Barquisimeto y el Gobernador de Venezuela
ordenan la destrucción de San Felipe y en 1604 se prohibe el cultivo del
tabaco para evitar su ilícito comercio, lo que provoca la migración de casi un
tercio de los habitantes del Valle de Caracas.

A pesar de ello, subsiste un problema: las normativas fundadas en el


derecho exclusivo de España a su porción asignada del Nuevo Mundo son
reconocidas sólo por ella. Los demás soberanos las desconocen o las
impugnan atribuyéndose derechos equivalentes o sosteniendo que sobre el mar
no hay soberanía posible. Y como ninguna nación puede ejercer un dominio
efectivo sobre la totalidad del Océano, para fundamentar la legislación contra
la piratería se debe recurrir a la postre a la vieja doctrina del Derecho Natural.

Según ella, ciertas normas, basadas en la racionalidad humana, tienen


el mismo carácter perenne, universal e irrefutable que ésta, e igual condición
tendrían contratos y propiedad privada. Ya hemos visto que Hugo Grocio
invoca tal doctrina precisamente para justificar presas piráticas en un mar que
las potencias imperiales llaman libre; cuando cada una de ellas se asegura su
parcela exclusiva de Océano, el Derecho Natural es invocado de nuevo para
impedir su uso libre a todos, incluso a los piratas.

A la postre los propios ingleses, en ciertas épocas tolerantes de la piratería


y partidarios de la doctrina de la libertad de los mares que la facilita,
concluyen condenándola. En 1536 los ingleses hacen recaer la competencia
para los juicios de piratería en el Almirantazgo; Enrique VIII habilita para tal
cometido a los tribunales de los condados, pero ello significaba que los
acusados debían ser remitidos a Inglaterra para el problemático juicio.(*).
(Hugh F. Rankin: La edad de oro de la piratería; Doncel, Madrid, 1974, p.
108). También se los condenaba en nombre del derecho natural. Como hace
notar Alsedo y Herrera, "Guillermo Blackstone, publicista inglés, concreto y
sobrio como buen sajón, dice que `el crimen de piratería, o robo y depredación
en alta mar, es una ofensa a las más sagradas leyes de la sociedad', denomina
al pirata hostis humani generis, es decir, enemigo del género humano". (*)
(Dionisio Alsedo y Herrera: Piraterías y agresiones de los ingleses y de otros
pueblos de Europa en la América española desde el siglo XVI al XVII, p. 1).

Pero poco caso hacen piratas, corsarios y gobiernos de este supuesto


Derecho Natural que cada quien define a su gusto. Como cada Estado es
soberano en su propia esfera, a la postre cada uno crea sus propias normas
contra la piratería o las acoge mediante tratados internacionales. Así, el
Parlamento británico sanciona una rigurosa Acta contra la piratería en 1669 -
irónicamente, el año del asalto de Morgan a Maracaibo- ; algunos de sus
términos son incluidos en sus convenios internacionales, tal como sucede en el
Tratado de Madrid de 1670.

La adopción de tales estatutos no obedece a una repentina agudización


del sentimiento ético. A fines del siglo XVII, piratas, corsarios y filibusteros
han cumplido la tarea histórica de contribuir a desgastar el poderío español, y
ayudado al establecimiento de colonias holandesas, inglesas y francesas en el
Caribe. A las pragmáticas compañías colonizadoras no les interesa que el mar
que han conquistado gracias a los piratas esté infestado por ellos. Los
filibusteros de éxito, como Morgan y Du Casse, terminan sus carreras como
funcionarios encargados de exterminar a sus antiguos colegas. Jamaica tolera
cada vez menos a los piratas y éstos deben huir hacia el refugio seguro que en
las Bahamas les garantiza el gobernador Robert Clarke. De Port Royal los
aventureros pasan a Nueva Providencia, sirviéndose también eventualmente
de diversos puertos de Nueva Inglaterra y Carolina del Norte, cuyo
gobernador Charles Eden es acusado de protector de piratas y de cómplice de
Edward Teach, "Barbanegra".

Gracias a ello normativas y tratados se traducen en hechos. Tras el ataque


de los filibusteros a Cartagena de Indias en 1697, una flota combinada de
españoles, holandeses e ingleses les da alcance y los destruye casi totalmente.
Los británicos crean estatutos para limpiar de piratas unas aguas que ahora
consideran suyas. La Corona crea en 1699 un tribunal del Vicealmirantazgo en
las colonias para juzgar a los piratas in situ; aun así, los cómplices o
encubridores debían ser remitidos a la metrópoli, para evitar que los jueces
coloniales los absolvieran (*). (Rankin: op. cit. p. 109). Luego, el Rey Jorge
III promulga el 5 de septiembre de 1717 en Hampton Court un decreto
ambiguo según el cual para "cada pirata o piratas que se rindiera según queda
dicho, tendrá nuestro gracioso Perdón, de y por su piratería y piraterías
cometidas antes del próximo 5 de enero". Mientras que la captura de aquellos
que se nieguen a acogerse a tal amnistía será recompensada por un monto de
100 libras por cada comandante o buque; de 40 por cada teniente,
contramaestre, carpintero y artillero u oficial, de 30 por cada sargento, y de 20
libras por cada marino raso(*). (Johnson: A general history of the pirates, by
captain Charles Johnson, T. II, pp. 199-200).

La codicia, principal aliada de los piratas, trabaja ahora contra ellos. En


cumplimiento de este estatuto es atrapado y muerto Edward Teach,
"Barbanegra" y ejecutados Stede Bonnet, el capitán Kidd y muchos de los más
feroces y pintorescos merodeadores del Caribe. Al derrotar sucesivamente las
hegemonías navales de España, Holanda y Francia, Inglaterra se hace la
virtual soberana de los océanos. El Mar Libre es el mar de los ingleses: sus
leyes contra la piratería tienen así una vigencia fáctica global; las demás
potencias marítimas aprueban normas similares o acogen las de otros países
mediante tratados internacionales. Un cerco jurídico y naval se cierra sobre los
Demonios de Mar. El derecho y el interés colaboran en su exterminio.

2.-La protección a los navegantes: flotas y avisos

El sino de un marinero
que anda en el mar engolfado,
le es por el Cielo enviado
hasta pisar el terreno.
El mar se queda en su seno
mejorando su caudal,
aquel rico mineral
que Dios le dejó sembrado;
y, por lo que he calculado
de un capitán no hay que hablar.

Décima de marinero.

-La riesgosa Carrera de las Indias

Los incompletos conocimientos náuticos de la época, los azares de las


tormentas y el azote de piratas y corsarios agravan el riesgo para quienes se
hacen a la mar hacia el Caribe en los siglos XVI y XVII. Haring compila un
inquietante cuadro sobre las pérdidas de las flotas españolas en los viajes a
América en el período entre 1504 y 1527:
-----------------------------------------------------------------
Períodos Partidos a América Número de Navíos Perdidos
Retornados a España
-----------------------------------------------------------------
1504-1509 159 101 58
1510-1515 232 168 64
1516-1527 491 269 222
---- ------ ------
882 538 344
-----------------------------------------------------------------
(*) (Fuente: C.H. Haring "Trade and navigation between Spain and the
Indies", en Harvard Economic Studies, t. XIX, 1918, cit. por Cartay;
Ideología, desarrollo e interferencias del comercio marítimo durante el siglo
XVII, p. 99)..

Como bien señala Cartay, la pérdida total es del 39% : sólo la enorme
rentabilidad de los metales preciosos americanos justifica una empresa
sometida a un riesgo tan grande(*). (Loc. cit.). Y este desastroso balance es
anterior a la instalación de las bases filibusteras de La Tortuga y Jamaica.

Por ello, desde el principio se deben adoptar medidas para proteger a las
embarcaciones que emprenden la riesgosa navegación hacia las Indias. Como
hemos indicado en capítulos precedentes, estas medidas son esencialmente
tres: la agrupación en flotas protegidas por buques armados; la instauración de
un sistema de comunicaciones y de información mediante embarcaciones
rápidas llamadas avisos, que alertan a los convoyes contra la aproximación de
adversarios, y la creación de resguardos navales para la localización y
persecución activa de los ladrones del mar.

-Navegación en flotas

Ante los primeros ataques importantes de piratas en las solitarias aguas


americanas, los estrategas discurren que la agrupación puede ayudar a la
defensa mutua. Walter Cardona Bonet detalla las etapas de implantación de
dicha táctica:

Hacia 1537, en vista de la excesiva piratería francesa, el Rey ordenó a


todas las colonias de ultramar que los envíos de tesoro debían ser
almacenados en Santo Domingo, donde una armada especialmente
despachada aseguraría su arribo hasta España (...) A medida que el
sistema defensivo naval español mejoraba, las flotas fueron cada vez más
escoltadas y protegidas por una armada de cuatro galeones fuertemente
artillados y tripulados, de una carga de 200 a 300 toneladas, y dos
carabelas de 80 a 100 toneladas. En 1540 la Corona sancionó otra
armada, y en 1541, por primera vez una fuerte armada que llevaba
cuatrocientos hombres paró en La Habana en su viaje a Nombre de Dios
con la sola misión de reunir lo remitido desde México. En 1543, las
primeras regulaciones navales que prohibían la partida o que se hicieran
a la vela "navíos sueltos" fue definitivamente puesta en efecto. En
adición, las estipulaciones sobre tonelaje dictaban que las naves que
hicieran el viaje tenían que ser de 100 o más toneladas. Más aun, las
naves debían navegar en grupos de diez o más, y por lo menos uno de los
bajeles debía estar fuertemente armado y servir como "Capitana" o nave
insignia de la división. (*). (Cardona: Shipwrecks in Puerto Rico' s
history, Vol.I.1502-1650 p.
110).

Pero el peso y el costo de la artillería, así como los gastos del salario y la
manutención de los soldados tientan a los avariciosos armadores a incumplir
estas normas (*). (Francisco Mota: Piratas en el Caribe, p. 40). Por tal
motivo, las crónicas de la época reportan frecuentemente presas sobre naves
indefensas. Cuando la armada de John Hawkins se topa con la flota española
que arriba a Veracruz, de acuerdo al mínimo que exige la ordenanza de 1543
sólo la nave almirante de ella está armada.

Por tanto, desde 1574 las autoridades españolas protegen sus buques
restringiendo todavía más su libertad de navegación al obligarlos a formar
parte de los convoyes periódicos llamados flotas. Hemos visto que éstas tienen
nombres específicos y travesías asignadas: hay así la Flota de Nueva España,
la de Tierra Firme, la de Guarda de la Carrera de Indias, la de Acapulco y el
Perú. Dos veces al año salen de Sevilla los Doce Apóstoles, un número igual
de galeones bautizados cada uno con el nombre de un Apóstol y que, Dios
mediante, regresan cargados con las riquezas minerales del Nuevo Mundo.
Las flotas se comunican entre sí y con los puertos cercanos con "avisos",
bajeles rápidos que actúan como mensajeros llevando noticias,
correspondencia, advertencias e instrucciones especiales(*). (Cardona: op. cit.
p. 109).
La adopción de tal sistema defensivo tiene definidos efectos en el
comercio entre la metrópoli y las Indias. Como señala Dionisio de Alsedo y
Herrera:

Con semejante disposición se reformaron las licencias de los registros


sueltos para los puertos de Tierra-Firme y de Nueva España, y la libertad
de navegar solos sin más respeto y guardia de conservas que la voluntad
de los maestros y de los pilotos, para el arbitrio y pretextos de las
arribadas, escalas y fraudulentas negociaciones en las colonias. Tal fue el
establecimiento de Galeones para los puertos de Santa Marta, Cartagena
y Portobelo, y de flotas para el de la Vera Cruz; los primeros, a efecto del
preciso abasto de géneros y mercaderías en las provincias meridionales
de los cuatro Reinos de Granada y las segundas, para lo mismo en los
septentrionales de México y sus adyacentes de Goatemala, Guadalajara y
Provincias de los Nuevos Reinos de México, León y Vizcaya,
comprendidos en el distrito y nombre de Nueva España; bajo de las bien
concertadas reglas de que las licencias, que antes se concedían a
individuos particulares, fuesen comunes a todo el cuerpo del comercio de
cargadores y navegantes de la carrera de Indias y que fuesen juntos bajo
de la conducta y convoy de una escolta de navíos de guerra, que fuese
trozo de la Real Armada del Océano, en el número que fuese conveniente
según las ocasiones constitución de los tiempos de paz y de guerra, para
su conserva y seguridad, con el título de Galeones Reales y Flota de la
Guardia de ambas veredas, en sus viajes de ida y vuelta. (*). (Alsedo y
Herrera: Piraterías y agresiones de los ingleses y de otros pueblos de
Europa en la América española desde el siglo XVI al XVII, p. 449).

Las potencias competidoras de España se apuntan una primera victoria al


obligarla a adoptar este sistema defensivo, que limita el comercio con América
a la espaciada salida de los convoyes, y lo encarece con los impuestos
necesarios para costear armamentos y soldados. Y a medida que avanza el
siglo XVI, el sistema de flotas se hace cada vez más inclusivo y más oneroso.
El sistema es negativo por su lenta periodicidad, por las restricciones y por las
cargas tributarias que impone a sus integrantes; a cambio de ello, se revela
relativamente eficaz desde el punto de vista militar. Sólo en tres oportunidades
son capturadas flotas completas o parte significativa de ellas: en los tres casos,
lo son por armadas regulares o corsarias de magnitud equiparable. Los piratas
sólo asaltan las embarcaciones que se rezagan o se separan de ellas.
A partir de 1654, se interrumpe el envío periódico de metales preciosos
hacia España; desde ese momento la navegación de las flotas se hace
esporádica. En 1713 se interrumpe de facto, con la concesión de privilegios a
varias compañías extranjeras para el comercio con las Indias, hasta que
desaparece por completo en 1765, con la instauración de medidas de libertad
de comercio. Durante este prolongado lapso, el comercio queda de nuevo
fundamentalmente a cargo de las naves sueltas. En forma inevitable, gran
parte de él queda en manos de los piratas, corsarios o contrabandistas que
arriban a América. Como bien señala Enrique Bernardo Núñez, "Los corsarios
pueden saquear ciudades, apoderarse en el mar de las naves que conducen las
riquezas de América, pero aseguran a los colonos privados de comunicaciones
frecuentes con la metrópoli, una vía de comercio. Puede decirse que durante el
siglo XVI es casi la única que existe. El corsario viene a ser un agente todavía
remoto de la libertad" (*). ("Juicios sobre la Historia de Venezuela", en
Novelas y ensayos; Biblioteca Ayacucho, Caracas 1987, pp. 211-212).

-Naves sueltas o de registro

A medida que el sistema de flotas se perfecciona, la travesía de naves


sueltas se hace rara, y es en ocasiones formalmente prohibida. A pesar de ello,
no desaparece del todo. Entre 1650 y 1699, por ejemplo, Lutgardo García
Fuentes comprueba 72 viajes de este tipo a las Indias(*). (García Fuentes,
Lutgardo: El comercio español con América, 1650-1700, Sevilla, Escuela de
Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, 1980, citado por Cartay: op. cit. p.
101). Las cifras muestran lo ocasional de la práctica: menos de una vez y
cuarta por año. La mayoría de dichas naves, con un total de 17, llegan a
Venezuela, muy por encima de las 13 destinadas a Buenos Aires, de las l2
destinadas a Honduras, y de las 8 que llegan respectivamente a Cuba y Nueva
España. Ello no significa que fuéramos la colonia más visitada, sino que
recibíamos más embarcaciones solitarias porque las grandes flotas estaban
destinadas a los más prestigiosos virreinatos. En todo caso, el comercio de
Venezuela con la metrópoli depende fundamentalmente de los dos navíos
sueltos o de registro que por licencia real le es permitido fletar cada año a
partir de 1590.

Y en efecto, en esa fecha Simón Bolívar el Viejo es enviado por sus


conciudadanos ante la Corte a "supplicar a su magestad se aservido de dar
licencia que venga cada un año dos navíos de menor porte, con rregistro, a la
costa desta provincia de Caracas, de Sevilla o Cadis, con flota o sin ella, con
mercadurías para el proveymiento de los vezinos desta governacion, por
quanto a esta governación no vienen navíos de España con derecha carga por
estar fuera de la navegación de las flotas"(*). ("Las veintisiete súplicas del
procurador Simón de Bolívar", en Santos Rofulfo Cortés (comp.): Antología
documental de Venezuela, pp. 106-112). En el siglo inmediato los colonos
obtienen por vía de gracia la autorización para fletar un número cada vez
mayor de naves sueltas. Hemos visto en el capítulo anterior que esta iniciativa
da lugar a fines del siglo XVII a la creación de una flota mercante colonial de
18 buques, la más importante de las colonias españolas en América.

3.-La organización de resguardos navales

El que ha sido navegante


cuando ve la mar, suspira
y yo tengo por venganza
olvidar a quien me olvida.

Copla popular venezolana.

-La metrópoli crea resguardos navales para las Indias

La más obvia medida de defensa activa contra piratas y corsarios es la


creación de flotillas y resguardos específicamente dedicados a perseguirlos. Y
en este sentido, las iniciativas son tempranas; en 1501 una real ordenanza
española prescribe la construcción de carracas para perseguir a los corsarios, y
en 1513 se envían reales cédulas a los funcionarios de la Casa de Contratación
para ordenarles el despacho de dos carabelas que guardasen las costas de Cuba
y protegiesen la navegación española, contra los asaltos de los corsarios
franceses"(*). ( Marcel: Los corsarios franceses en el siglo XVII, p.8, citado
por Haring: Los bucaneros... p. 49) Asimismo, desde 1522, una real provisión
establece una armada "para guardar los mares de poniente contra los corsarios
franceses que hacían mucho daño y robo" (*). (Mota: op. cit. p. 40). En 1524
se dispone una Armada Real del Mar Océano; en 1552 se establecen
escuadrones navales de resguardo en Santo Domingo y en Cádiz; a fines de
1553 se prepara una Guardia Costera que debía ser estacionada en La
Española bajo el mando del Frayle Juan de Menderichaga(*). (Cardona: op.
cit. p. 110). En 1573 se establece una importante base naval en las islas
Scelles y luego una Armada del Sur en el Pacífico. La Armada Real del Mar
Océano actúa en Araya y en las Antillas en 1605; para proteger esta zona se
crea especialmente en 1541 la Armada de Barlovento, cuyas operaciones, si
bien discontinuas, se prolongan durante casi un siglo (*). (Céspedes de
Castillo: América hispánica... p. 267).

Estas medidas resultan en su conjunto tardías e insuficientes: a lo largo del


siglo XVII hay una declinación sostenida de la construcción naval en España
que la incapacita cada vez más para defender su vasto imperio; en 1674 debe
recurrir a autorizar el corso americano.

-Los colonos crean flotillas de resguardo naval

Al lado de estas escuadras armadas por la metrópoli para la defensa de las


Indias, los colonos habilitan con frecuencia flotillas específicamente
destinadas a defenderse de los piratas o perseguirlos. La primera de que se
tiene conocimiento en Venezuela es la dotada de su propio peculio por Diego
Fernández de Serpa en 1528 para proteger la Costa de las Perlas; a ella se
deben, precisamente, las dos primeras batallas navales y las dos primeras
victorias contra corsarios en aguas venezolanas: la captura de monsieur
Rondón, y la derrota de Diego Ingenios.

Recapitulemos algunos de los hitos de este proceso que hemos detallado en


capítulos anteriores. En 1565, el emperador Carlos V dispone por Real Cédula
de 13 de febrero la dotación de un bajel con 60 soldados mosqueteros y 70
remeros para el resguardo de la Nueva Andalucía; en 1577 solicita informes al
gobernador de la Provincia de Venezuela Juan de Pimentel sobre la
conveniencia de crear una flota de galeras para la defensa de las aguas
caribeñas. En 1591, Felipe II dispone por Real Cédula de 18 de mayo
convertir las embarcaciones de pescadores de perlas en flotillas con canoeros
armados con espada y arcabuces contra los piratas. En 1596, el soberano
ordena la creación de flotas de resguardo especiales para la Provincia de
Venezuela con cargo a fondos especiales de la Real Hacienda y exenciones
tributarias fundadas en el gasto de la lucha contra los invasores del mar. En
1600 Felipe III mediante Real Cédula de 28 de junio acepta la táctica
desarrollada por los canoeros margariteños de acudir en sus propias piraguas y
armados en flotilla a combatir a los piratas. A principios del siglo XVII
Sancho de Alquiza patrulla las costas venezolanas con naves bajo su comando
y captura varias naves piratas, entre ellas el buque de alto bordo del pirata
Jorge Escudero. En los años 1631, 1633, 1634 y 1635 el gobernador de
Cumaná Benito Arias Montano equipa eficaces flotillas de piraguas con las
cuales expulsa repetidamente a los holandeses de La Tortuga venezolana. En
1642 Ruy Fernández de Fuenmayor, tras recabar con enormes dificultades los
recursos de la Provincia de Venezuela, fleta la pequeña armada con la cual
reconquista transitoriamente Bonaire. En 1665 el gobernador Felix Garci-
González de León patrulla el litoral con varias naves y captura la nave pirata
"El Caballero Romano". En 1680, se usan en Margarita fragatas de la zona
como "avisos" de incursiones piráticas. Y a final de siglo, el año 1699, el
Cabildo de Caracas dispone la construcción de naves para guardacostas, en
cumplimiento de "una Real Cédula fecha en Madrid a catorce de Junio de mil
seiscientos noventa y ocho, en que Su Majestad manda, se labren dos
embarcaziones para Guardacostas, para cuya fábrica aplica Su Magestad
treinta y dos mil pesos de su Real aver, y para su manutenzión manda, que
todo el Cacao de la Costa se transporte en estas dos embarcaziones, pagando a
quatro reales por cada fanega"(*). (Oviedo: Tesoro de noticias, p. 79).

Como hemos visto, a principios del siglo XVIII, Venezuela dispone de una
flota propia de 18 naves para transportar el cacao a Veracruz; en 1702 el
cabildo concede una patente de corso a José López y el año inmediato otra al
marqués de Mijares, para que capturen a las naves enemigas. Mientras tanto,
el Gobernador de Cumaná arma sus propias piraguas corsarias; posteriormente
el gobernador José Francisco de Cañas organiza un corso sistemático desde
1711, y los gaditanos Juan Francisco Melero y Alonzo Ruiz Colorado
obtienen en 1722 una concesión por seis años para el monopolio del comercio
y el ejercicio del corso en la costa venezolana.

En esta apretada síntesis podemos percibir de nuevo el sostenido esfuerzo


de las autoridades de las provincias de Margarita, Nueva Andalucía, Guayana,
Maracaibo y Venezuela para tomar la iniciativa en el resguardo naval de sus
costas.

La perenne amenaza de piratas, corsarios y contrabandistas alienta así la


creación de sistemas estables de defensa naval en colonias en las cuales, al
principio, no hubo milicia profesional salvo en casos muy excepcionales.
Hemos visto cómo las embarcaciones de resguardo de una Provincia
colaboran activamente en defensa de las otras; cómo Juan Sarmiento de
Villandrando es ayudado en Margarita por naves del Gobernador de Cumaná;
cómo éste coopera en la expedición del Gobernador de Venezuela para
reconquistar Curazao, y cómo las gobernaciones vecinas ayudan a Trinidad en
sus empresas defensivas. Tras cada incursión pirática, las autoridades
agredidas envían inmediatamente embarcaciones de aviso a las ciudades
vecinas amenazadas. Según certeramente apunta Mario Briceño Iragorry de
los invasores del mar:

Su obra destructora en nuestro territorio sirvió, en cambio, de martillo para


templar el espíritu de los criollos y para abrir sentidos de cooperación a
las ciudades. A la voz de "corsario" los pueblos olvidaban el
exclusivismo de sus tendencias y se aprestaban a engrosar las fuerzas que
salían en auxilio de las ciudades amenazadas. De una a otra Gobernación
marchaban los refuerzos; Venezuela cooperaba con Guayana; la Nueva
Andalucía con Margarita; Venezuela con Maracaybo. ¡Lástima grande
que el claro ejemplo antiguo no lo tomen las nuevas generaciones
hispanoamericanas para luchar mancomunadamente contra el nuevo
filibusterismo!(*). (Briceño Iragorry: Tapices de historia patria, p. 137).

Hemos visto también los numerosos obstáculos que debieron vencer las
autoridades para recabar estos auxilios, como los que encontró Ruy Fernández
de Fuenmayor en su intento de recuperación de Bonaire y de Curazao. Ello no
hace más que resaltar la importancia de la amenaza pirática en el
establecimiento de dichos vínculos de cooperación, a los que por razones
obvias podían ser tan remisas localidades débiles y mal comunicadas entre sí.
La suprema prioridad que representa el ataque pirático vence sin embargo
toda suerte de escrúpulos locales, y abre las vías de una cooperación y
comunicación regular en otras materias políticas, económicas y sociales.

5.-Las fortificaciones y defensas costeras

Gobernador que en su goce


fortificación no sabe
¿Cómo ha de tocar el clave
quien las teclas no conoce?

Nicolás de Castro: Axiomas militares.

La guerra contra los piratas exige la construcción de fortificaciones y


defensas costeras. No es por casualidad que las grandes edificaciones del
período colonial venezolano sean las iglesias y los fuertes para defensa de las
costas. El templo (frecuentemente usado como primer reducto militar)
defiende la unidad ideológica que cimienta la obra del conquistador; la
fortaleza costanera la protege contra los competidores europeos: en el
territorio que después será Venezuela, casi todas las grandes edificaciones
militares están frente al mar o en el camino que une a éste con las grandes
ciudades, prueba evidente de que se teme más al enemigo marítimo que al
posible sublevado de Tierra Firme. Así, las costas se van llenando de un
suelto rosario de fortificaciones, que defienden desde las bocas del Orinoco
hasta la Barra del Lago de Maracaibo.

Recapitulemos algunos de los hitos de este proceso que hemos expuesto en


capítulos anteriores. Cuando piratas y corsarios caen sobre el botín de las
perlas, empieza el trabajo de fortificar los puntos estratégicos cercanos a los
ostrales. Ya en 1528, poco después del ataque de Diego Ingenios, se inicia en
Cubagua la construcción de una fortaleza. Para 1578, el gobernador Juan de
Pimentel informa en su Relación geográfica y descripción de la Provincia de
Caracas y Gobernación de Venezuela, que "no hay fortaleza ni fuerte
edificado en esta provincia mas de ser la tierra muy doblada trabaxosa de
andar"(*). (Cortes, comp.: Antología documental de Venezuela, p. 101). La
Instrucción y orden para los oficiales de Margarita dispone la construcción de
casas fuertes para defender la isla y guardar las perlas y las cajas reales. Poco
después, en Real Cédula de 23 de septiembre de 1586, Felipe II pide informes
sobre la conveniencia de la erección de una fortaleza en dicha isla. Mediante
Real Cédula de 5 de junio de 1591, el soberano instaura en ella un sistema de
vigilancia permanente, con vigías, caballos y mensajeros pagados por la Real
Hacienda. En 1593 hay ya un pequeño fuerte en Pampatar, desde el cual los
margariteños cañonean a la flota de sir John Burg. Y en 1595 el gobernador
Pedro de Salazar informa al Rey que ha construido en Margarita una muralla
que rodea la ciudad.

En 1595, los caraqueños se ufanan de un pequeño fuerte en el mar y de


barricadas en el empinado camino que conduce de éste hasta Santiago de León
de Caracas, pero ambas defensas resultan inútiles contra la invasión de Amyas
Preston. Poco después el precavido gobernador Piña Ludueña, por haber
avistado naves corsarias en su ruta hacia la Provincia, al llegar encarga a
Bartolomé de Vides "enderezar y edificar las trincheras del camino que va a la
mar, y ahondar el foso", e instala en las murallas dieciséis cañones rescatados
del filibote del corsario Anthony Sherley, que había naufragado en Curazao
(*). (Sucre: op. cit. p. 90). Igualmente precavido, el gobernador Diego de
Osorio no se contenta con fundar la Guaira en l6O3, sino que además inicia de
inmediato las obras para fortificarla. Y ese mismo año, según registra Oviedo
y Baños en su Tesoro de Noticias, "en Cavildo de quatro de henero se
determinó se abriese el Camino de la Guayra que oy se tragina, y se
encomendó la obra al Capitán Juan de Guevara que entonces era theniente
General, quien lo abrió y se mandó Cerrar el que antes de traginaba" (*).
(Oviedo: Tesoro de noticias. p. 10)

Mientras los caraqueños perfeccionan las defensas de su ciudad, comienza


en 1621 la erección del formidable fuerte de Santiago del Arroyo de Araya,
para proteger las salinas homónimas contra las incursiones holandesas: la
enorme obra sólo se concluirá dos décadas más tarde.

Hacia l634 el gobernador Núñez Meleán, azote de los bucaneros


holandeses, le instala al fortín de La Guaira seis cañones traídos de La
Habana. El temblor de l64l derriba la pequeña fortaleza. Consciente de su
importancia, el gobernador Ruy Fernández de Fuenmayor de inmediato inicia
su reedificación, se ocupa de las reparaciones del fuerte de la Barra del Lago
de Maracaibo dañado por la flota corsaria de Gerritsz y en 1644 debe
asimismo reconstruir de nuevo el fortín de La Guaira, devastado por la flota de
Jackson. El gobernador Vera Moscoso comienza su gestión en la Provincia de
Venezuela en l656 reparando estas fortificaciones y mandando abrir un nuevo
camino estratégico, entre La Venta y el puerto, por la vía del río. La población
de Las Trincheras, entre Valencia y el mar, toma ese nombre por las defensas
contra los piratas. En 1667 el gobernador de Margarita Juan de Gadea se
preocupa por concluir las obras del castillo de San Carlos en dicha isla. El
gobernador de la Nueva Andalucía Sancho Fernández Angulo construye entre
1669 y 1673 en el centro de Cumaná el castillo de Santa María de la Cabeza.
El gobernador de Maracaibo Jorge Madureira y Ferreira hace erigir en 1679 el
castillo de San Carlos, inicio de un sistema defensivo que comprende fuertes
en las barras de Barbosa y Zapara y cuya erección sólo culminará en 1701. Y
pocos gobernantes son tan acuciosos en la mejora de las defensas costeras del
puerto guaireño como Garci-González de León, de quien apunta Luis Alberto
Sucre que "fortificó con fosos y trincheras los sitios más estratégicos entre las
costas y Caracas, estableciendo cuerpos de guardia permanentes en los de
Salto de Agua, las Trincheras y Agua Negra"(*). (Sucre: op. cit. p. 162-163).

En 1680, con motivo de la alarma que causa la incursión de Grammont a


La Guaira y Los Caracas, el gobernador don Diego Melo Maldonado exhorta a
los vecinos de Santiago León de Caracas a contribuir con la instalación de
trincheras y otras obras de defensa, los pobres con su trabajo y los ricos con
donativos, que en el caso del Cabildo eclesiástico llegaron a seis mil pesos
(*).(Arístides Rojas: Crónica de Caracas, p. 116). Oviedo y Baños registra
asimismo que para el año de 1680, "en cavildo de veinte y ocho de Marzo está
la quenta de lo percevido para la fábrica de una fortaleza, que se intentó hacer
en esta Ciudad". Y el mismo año, "en cavildo de veinte y nueve de Agosto
está la Real Cédula en que su Majestad aprovó por seis años el arvitrio del
nuevo impuesto para la fortificazión de esta Ciudad". (*). (Oviedo: op. cit. p.
20)

Pero es a partir del siglo XVIII cuando se emprenden los más ambiciosos
procesos de fortificación militar en Venezuela. Detallar la vasta obra cumplida
en este sentido cae fuera del período que estudiamos. Bástenos señalar, a
manera de ejemplo del empeño con el cual se edifica, que en 1706 el
gobernador de Margarita José Alcántara informa a la Corona que ha reparado
el castillo de Pampatar con el valor de la mercancía decomisada a una nave
holandesa encallada en las cercanías; que hacia 1735 don Carlos de Sucre está
ocupado en la erección del castillo de San Francisco en Santo Tomé de
Guayana. En l739, alarmadas por el ataque de una flota inglesa al mando del
capitán Waterhouse, las autoridades refuerzan las fortificaciones de La Guaira,
las dotan de artillería pesada e instalan en ellas cuatro compañías del
regimiento Victoria: afortunadas precauciones que les permiten rechazar en
l743 el feroz asalto de la flota del comodoro Knowles.

Aunque exitosa, la defensa revela las deficiencias del sistema de


fortificaciones, que ya había señalado desde 1721 el minucioso intendente
José de Olavarriaga. En l769 el conde Roncaly, para entonces gobernador de
Caracas, deja constancia, en informe dirigido a sus Majestades, de la
vulnerabilidad de La Guaira y de la necesidad de edificar un fuerte en la
altura de Las Tunas, otro para la altura de El Zamuro, tres edificios para
cuarteles y almacenes de víveres y un parapeto alrededor de El Colorado.
Construidos los cuales, "se reconocerá quan difícil sea, superen los Enemigos
tantos, y tan variados obstáculos que se les presentarán para la Conquista de la
Guayra, Frontera de esta capital y Llave de esta Provincia por estta parte y las
obras de Fortificación proyectadas en sus contornos que asistidas con el
exercito nacional y tropa veterana que combendrá aumentar, parece forzoso
haver de convenir que se les repelerá y arrojará del Pais mas bien que se
establezcan en el" (...). El presupuesto de la obra, minuciosamente calculado,
alcanza a 26O.373 pesos(*).(Suárez: op. cit. pp. 94-95). Al fin, La Guaira y
sus dos principales vías hacia Caracas quedan defendidas por una
impresionante serie de edificaciones: la muralla del mismo puerto y sus
baterías de Santiago y de La Caleta, El Mapurite, puerta de Macuto y San
Gerónimo; el Fuerte El Gavilán, el Fortín El Palomo, el Fortín El Zamuro y el
Castillo de San Carlos, que dominan las colinas inmediatas al poblado; el
Fortín El Salto, casi a mitad del camino hacia la capital; el Fortín Blanco, el
Castillo Negro y el reducto de San Joaquín, con una extraordinaria vista sobre
el valle, y en fin, Puerta de Caracas, acceso fortificado a la ciudad.

Por razones idénticas y en defensa contra los mismos adversarios, todos los
puertos importantes, todas las entradas estratégicas del mar hacia Tierra Firme
quedan finalmente protegidas por las autoridades coloniales con fuertes. Como
hemos visto, los hay en Cubagua; en la entrada del Orinoco; en Pampatar,
Porlamar y La Asunción; en Araya, en Carúpano, Cumaná, Barcelona, Puerto
Cabello, Coro y Maracaibo. La tardanza en las obras del fuerte de la isla de
Trinidad facilitó que una flota inglesa al mando del almirante sir Henry
Harvey nos la arrebatara en l797. Nuestras costas son un suelto rosario de esas
edificaciones escuetas, usualmente con planta en forma de estrella para que su
artillería pueda barrer mejor a los posibles asaltantes. Con la excepción del
fortín de Cubagua, derruido por el terremoto de l543, los demás resisten la
ocasional metralla de los invasores y de las guerras de Independencia y
sobreviven al tiempo y al cambio de regímenes y de agresores. Todavía en
l9O2 el venerable Castillo de Puerto Cabello responde con sus anticuados
cañones de carga delantera a los disparos de los acorazados prusianos e
italianos que bloquean nuestras costas. La misma fortaleza es bombardeada
en l962, porque se sospecha que en ella se parapetan insurrectos. Muchos de
estos anticuados fortines continúan prestando servicios como cuarteles -y
como prisiones políticas- durante las décadas del gomecismo, antes de pasar
definitivamente a museos.

Y así, los dos siglos de la guerra contra los piratas unen a los colonos en
torno a la tarea de integrar un vasto sistema defensivo, en la cual empeñan sus
recursos, talentos e iniciativas. Como también señala Mario Briceño Iragorry:

La virtud del martillo en el caso de nuestra evolución colonial, la podrían


invocar Inglaterra, Holanda y Francia por títulos suficientes para ser
tenidas como educadoras de nuestros sentimientos de cooperación
colectiva. Bien que la escuela fuera dura, ellos lograron, a pesar de todo,
el mérito de haber obligado a los colonos y a los gobiernos de las
Provincias, a sumar sus energías defensivas y a estar vigilantes en la
guarda de los intereses comunes. Sin las naves que aquellas nobles
potencias protegían y enviaban para asolar las costas de la América
Española, hubieran carecido estos pueblos de oportunidad para estrechar
sus fuerzas y para medir sus recursos bélicos(*). (Briceño Iragorry:
Tapices de historia patria; p. 121).
4.-Los tributos para costear la lucha contra los piratas

El demonio le asaltó
diciéndole estas palabra:
-Marinero, ¿qué me das,
como te saque del agua?
-Te daré mis tres navíos,
si queréis, en oro y plata.
-No te pido tus riquezas
sino que me des el alma.
-¡Vete, perro engañador,
enemigo de las almas!
Mi alma es para mi Dios
que le ha costado tan cara;
mi corazón pa María,
que es nuestra madre abogada
mi cuerpo para los pejes
que están debajo del agua.

Romance español, venezolanizado.

-Impuesto de habería

La guerra contra los piratas, por cuanto impone la creación de resguardos


navales, la recluta de milicias y la erección de fortalezas, exige importantes
dispendios de la Real Hacienda y la creación de tributos para financiarlos.

Recapitulemos algunos de los hitos en la formación de este sistema


tributario, que también hemos detallado en los capítulos anteriores. Una Real
Cédula del seis de noviembre de 1528 dispone secuestrar y embargar los
bienes y haciendas de los contrabandistas. Otra Real Cédula, de 22 de agosto
de 1576, ordena que la caja real y sus oficiales pasen de Río de la Hacha a
Margarita, nueva sede del auge perlífero. Otra Real Cédula de 19 de octubre
de 1596 instituye en la Real Hacienda un fondo especial destinado
específicamente a la lucha contra corsarios.

Entre los primeros tributos destinados de manera directa a la lucha contra


el corso y la piratería están los sancionados para costear la defensa de los
convoyes, a cuyo efecto, según señala Alsedo y Herrera, "dispúsose a la vez
que el costo de su armamento y manutención, se sacase de una regular
contribución de los comercios con el nombre de Habería, escrito con esta
inicial H y no con A"(*). (Alsedo: op. cit. p. 450) El virrey Don Diego de
Benavides y de la Cueva es el primero en introducir este impuesto en el Nuevo
Mundo. Como acertadamente indica Alsedo y Herrera, dicho funcionario

Celebró durante el mismo año de 1661 las primeras capitulaciones con el


Consulado y comercio de aquella ciudad de los asientos de Habería, en
virtud de la admirable disposición del Consejo por Reales despachos de 7
y 31 de marzo del año antecedente de 1660, cuya forma se contrajo a que
sus contribuciones se establecieran desde las primeras navegaciones de
las Indias por particulares, sin relación al comercio de aquél Reino
ajustándose como el de Sevilla en el modo equivalente de sacar los
gastos de las naos de guerra llamadas entonces (como queda dicho)
Galeones Reales de la Guardia de la Carrera de Indias, por asientos
particulares entre personas interesadas del mismo comercio para el
apresto y costas de la navegación; cuyo gasto se repartía con proporción
sobre el oro, plata, frutos y mercaderías que se traficaban de unos a otros
Reinos con la precisión de constar del Registro en que regularmente
correspondieron los primeros años a razón de 6 por 100.(...)Esta suma se
entregaba en la Real Casa de Contratación y se depositaba en una sala
particular que, con este motivo,tomó de nombre la del Tesoro de Habería
(*) (Alsedo: op. cit. p. 142)

Con el paso del tiempo, el impuesto se hace gravoso. Como indica


Cardona Bonet, a la postre no sólo gravó a los envíos desde las Indias,
sino también a las provisiones y bastimentos originados en España; y
después de pechar en sus comienzos entre el 1,5% y el 4% de los valores,
llegó a mediados del siglo XVI hasta el 12% del valor del cargamento
(*). (Cardona: op. cit. p. 106).

-Remisiones de impuestos por la guerra contra los piratas

Por otra parte, los colonos del territorio que luego será Venezuela invocan
el azote pirático para suplicar reducciones de impuestos. Así, en 1618 el Rey
envía al Cabildo de Caracas una Real Cédula en la cual exime durante un
plazo de diez años los derechos de almojarifazgo, ya que

Nicolás de Penalosa, en nombre y como procurador general de la


Provincia de Venecuela a hecho rrelación que los vezinos della están
muy pobres y nesecitados rrepeto de los muchos daños que an rresivido
de los co(r)sarios, a cuya resistencia siempre an acudido y acuden y a la
pasificación de los indios de guerra, suplicándome que, para que se
pudiesen alibiar y animar a sus labranzas y crianzas les hisiese merced
de prorrogarles por dies años más la que les hize por seis por zédula mía
de dies y seis de abrill del año pasado de seiscientos y ocho, en que de
los frutos de sus granjerías, labranza y crianza, que de la dicha
providencia se llevase a esas, no me pagasen derechos de
almojarifazgo(*). (Actas del Cabildo de Caracas, 1612-1619, Tomo IV,
p. 127).

Nótese que la remisión de impuestos tenía ya diez años en vigor, desde


1608; que los atormentados vecinos equiparan el desgaste de la resistencia
contra los corsarios a la de la "pasificación de los indios de guerra", y que el
propio Rey acepta la asimilación de los gastos de esta resistencia a un tributo
de hecho, puesto que en compensación dispensa del pago de otro legal.

-Contribución voluntaria de la Bula contra piratas e infieles

Pero la Corona necesita recursos para defender su inmenso y mal


guarnecido imperio: para ello, pide a los colonos contribuciones
fundamentadas en el prestigio de la fe. Así, en su acta del 24 de mayo de
1618, el Cabildo de Caracas deja constancia de haber recibido instrucciones
del Rey para acoger al encargado de la venta de la Santa bula de Cruzada,
concedida por el Papa Gregorio XIV para que su producto "se gastase en la
guerra contra infieles, piratas, moros, turcos y erejes, enemigos de nuestra
sacta fee catholica". El Rey insiste en que el personaje sea recibido "con la
solemnidad y beneración que se requiere a tan sacta bula, como mas
largamente mando que se haga en mi carta"(*). (Actas del Cabildo de
Caracas, Tomo IV, 1612-1619, Consejo Municipal de Caracas, p. 127).

-Impuestos de armadilla, armada, corso y almirantazgo

Mientras que la compra de estas bulas dependía de la voluntad de los


adquirentes -sometidos por otra parte a una enorme presión política, social y
religiosa en tal sentido- otros tributos son enteramente coercitivos. Así, el
gobernador Meneses y Padilla, obedeciendo Real Cédula de 3 de mayo de
l627, impone una contribución para mantener una flota que defienda al litoral
de los piratas.
El impuesto de armadilla es creado en 1630, en pleno auge de las
expansiones holandesas, y a veces los dineros ingresados en virtud de él se
destinan a cuerpos navales específicos. Así, el Cabildo de Caracas en 1650
sanciona un impuesto para mantener a la Armada de Barlovento, el cual
recauda "un real por cada cuero de novillo, medio real por uno de vaca; tres
reales por cada docena de cordobanes, dos pesos por cada pieza de esclavos,
trece y medio maravedises por cada arroba de harina; un real y medio por cada
arroba de tabaco en polvo; lo mismo de la arroba de azúcar blanca; un real de
cada media zuela curtida; y dos reales cada fanega de cacao, con inclusión de
lo que se extraer directamente para las Islas Canarias y de lo que viene a estas
de 22 por ciento"(*). (I.C. y G. de la T.E.R.H. 1777 y 1778, cit. por Arellano:
Orígenes de la economía venezolana, p. 311).

Como ejemplo de los ingresos producidos por el Impuesto de armadilla,


podemos citar:
----------------------------------------------------------------
Año maravedises Equivalencia en Bs. de 1945
1637 152. 840 mrs 2.542
1658 794.417 mrs 11.683
1748 4.653.554 mrs 68.435
---------------------------------------------------------------
(Fuente: Arellano Moreno: Orígenes de la economía venezolana, p. 311. Los
bolívares de 1945 equivalen a 3,50 por dólar)

También es de cobro compulsivo el impuesto de armada, que se paga sobre


las importaciones con destino al mantenimiento de buques contra los piratas, y
que posteriormente se dedicó al pago de guardacostas junto con los impuestos
de armadilla y corso, aplicados tanto a las importaciones como a las
exportaciones.

Como muestra de los ingresos producidos por el impuesto de armada hacia


la declinación de la piratería, tenemos:
----------------------------------------------------------------
Equivalencia en
Año cantidad Bs. de 1945
1714 1.950.638 maravedises 28.686

1751 2.747.017 " " 40.394


1797 15.415 pesos fuertes 77.075
----------------------------------------------------------------
(Fuente: Arellano Moreno: op. cit. p. 311).

A estos tributos se añade el del corso, que alcanza al 2% del valor de la


presa, y que llegó a producir hasta 150.000 pesos al año. Sobre las presas que
captura la Compañía Guipuzcoana en ejercicio del corso se establece un
impuesto especial, llamado almirantazgo, que alcanza a la octava parte del
valor del botín. En 1778 produjo la cantidad de 880 reales, equivalentes a 440
bolívares de 1945, que valían 3,50 por dólar (*). (Arellano Moreno: op. cit. p.
310).

-Decomiso de naves y bienes de invasores y cómplices

El recurso más expedito para obtener fondos es la confiscación de las naves


y bienes de los invasores. Así, el 27 de noviembre de 1657, la Corona se siente
obligada a avisar al Gobernador de Mérida y La Grita

por auisos que se an tenido de Amsterdan se ha entendido que de dos


años a esta parte hauian salido del Puerto de Roterdan cerca de veinte y
ocho nauios que yban a las Indias y que aunque mi embaxador hauia
hecho sobre esto sus quejas a los estados Generales de Holanda no se
ponía remedio en ello antes respondían qe no podian ympedir a sus
subditos el comerçiar donde quieren a su riesgo pero que tocaua a los
gobernadores de esas prouinçias embaraçarles el pasage y entrada en los
puertos de ellas y que ellos tenian la mayor culpa pues era çierto que si
los mercaderes y capitanes de nauios no hallasen tan buen acogimiento
en los Gouernadores no hubiera en Olanda tana priesa para yr a las Indias
(...)

En vista de lo cual ordena y manda que "si algunos de estos nauios aportare
a los puertos de esa prouinçia le apreendais y conprouado ser los mismos
segun las señas que ban declaradas los confisqueis proçediendo en ello
conforme a derecho y con el cuidado entereza y desuelo que requiere la
ymportancia y grauedad de la matheria (...)"(*). (Suárez: Fortificación y
defensa, pp. 4-5). Hemos visto que el gobernador Piña Ludueña guarnece las
defensas de La Guaira con cañones tomados al naufragado filibote de Anthony
Sherley, y que el gobernador de Margarita José Alcántara repara el castillo de
Pampatar con lo que rescata de una nave holandesa varada.

Una parte importante de todos los ingresos recaudados por los distintos
tributos es remitida a la Corona; el primer envío desde Venezuela sobre el
cual se tiene documentación ocurre en 1592, yasciende a 1.113.873
maravedises, equivalentes, según Arellano Moreno, a 16.390 bolívares de
1945 (recuérdese que para la época el dólar equivalía a 3,50 bolívares). Los
envíos siguen regularmente, elevándose hasta 128.778.824 maravedises en
cada uno de los ejercicios fiscales de 1657 y 1658, equivalentes a 423.280
bolívares de 1945, para alcanzar su tope del siglo XVI, en 1678 con la
remisión de 177.995 pesos equivalentes a 711.980 bolívares de 1945, y su
cumbre absoluta en 1792, con la remisión de 175.000 pesos fuertes de la renta
del tabaco, equivalentes a 875.000 bolívares de 1945(*). (Arellano Moreno:
op. cit. p. 198).

-Fondos y tributos especiales contra los piratas

Sin embargo, el Rey accede a veces de manera excepcional a que lo


ingresado por algunos de dichos tributos se quede en Venezuela para ciertos
gastos urgentes u obras de impostergable necesidad. Tales ventajas son
concedidas a título de gracia o merced; la primera sobre la que se tiene
documentación cierta se otorga mediante Real cédula de 19 de octubre de
1596, para disponer anualmente de 1.500 ducados (Bs. 8.250 al cambio en
1945) en "cosas inexcusables gastando lo forzoso", particularmente en la
defensa y guarda de los puertos expuestos a asaltos de piratas y corsarios(*).
(Orígenes de la Real Hacienda, Publicación del A.N., cit. por Arellano
Moreno: op. cit. p. 298).

Pero pronto empiezan también las autoridades coloniales a cobrar tributos


extraordinarios y expresamente encaminados a la defensa territorial contra los
piratas. Uno de ellos es el que se recauda con carácter especial con motivo de
la alarma causada en Caracas por el ataque de Grammont a La Guaira en
1680, cuya instauración narra Arístides Rojas:

Figuraba como gobernador de Venezuela en ese entonces, don Diego


Melo Maldonado, hombre activo, que en presencia del peligro que podía
correr la capital, hizo abrir fosos en las cuadras cercanas a la plaza
mayor, donde pensó atrincherarse y defenderse. A la realización de esta
idea contribuyeron los pobres con su trabajo personal y los ricos con sus
caudales. En la lista de magnates de la capital se inscribió el Cabildo
eclesiástico, voluntariamente y sin ninguna coacción, con la cantidad de
seis mil pesos. Grande se despierta el entusiasmo en el momento del
peligro, y menguado aparece cuando cesa el temor. Al partir los piratas,
después de pillajes repetidos, Caracas respira, huye el pavor, y los
moradores se entregan al regocijo religioso, pues la Providencia los había
libertado de la miseria. Creía el Cabildo, que por no haber Gramont
bajado a Caracas, se libertaba de la suma que habían suscrito, cuando el
gobernador, después de recoger la suscripción en totalidad, recuerda a los
capitulares, la obligación a que se han comprometido. Es curiosa la
correspondencia que se entabla entre el gobernador que apremia y ellos
que tratan de escaparse por la tangente, como con frecuencia se dice.
Después de idas y venidas, de vueltas y revueltas, el Cabildo, en fin, de
buena o de mala gana, con sonrisa o con lágrimas, entrega los seis mil
pesos. Y tan escarmentados quedaron los canónigos después de ese
chasco, que cuando más tarde, el monarca quiso comprometerlos, en caso
semejante, es decir, con contribución espontánea, pero forzosa, por la
manera de pedirla, el Cabildo logró, en esta ocasión, irse de veras por la
tangente(*). (Arístides Rojas: Crónica de Caracas, p. 116)

De inmediato se aprueba por seis años un impuesto extraordinario para la


fortificación de Caracas. En el capítulo anterior hemos visto los esfuerzos de
los gobernadores y demás oficiales durante el comienzo del siglo XVIII para
sanear la Real Hacienda, cobrar los tributos y mantener con ellos milicias,
resguardos y embarcaciones de corso.

-Gastos de defensa y fortificaciones navales

Este complejo y gravoso aparato tributario es indispensable porque la lucha


contra piratas y corsarios impone fuertes dispendios a la Real Hacienda. Por
ejemplo, nada más en las obras del fuerte de La Guaira, se gastan 187.245
maravedises en 1601; en 1602, se desembolsan 263.372; en 1603 por el
mismo concepto se gastan 544.824 maravedises; en 1612 se consumen en
salarios de soldados y artilleros de dicho fuerte 322.237 maravedises; en 1614
con el mismo fin, 359.652. En 1620 eroga la tesorería por dicha causa 319.068
maravedises; en 1627, luego del asalto de la flota de Hendricks, salen de las
cajas reales para reparación del mismo fuerte y salarios de sus custodios
418.449 maravedises; en 1629, con igual motivo se invierten 390.322
maravedises(*). (Vaccari: Sobre gobernadores y residencias... pp. 111-113).
Hemos ya indicado que hacia los años cruciales de la ofensiva de los
corsarios holandeses, los gastos militares consumen en 1642 el 90,6% de
todos los egresos de Tesorería; en 1643, el 84,5% de ellos; y que en 1646,
cuando amainan los ataques, los gastos militares consumen sólo el 22,6% de
todo el egreso público (*). (Ibídem, p. 13).
Citamos tales cantidades sólo a título de ejemplo. Cada una de las
fortificaciones de las distintas provincias exige dispendios equiparables; la
erección del formidable castillo de Santiago del Arroyo de Araya requiere
fondos todavía más cuantiosos. Son pesadas cargas para una Real Hacienda
exhausta por las guerras europeas y por la menguada productividad de la
Provincia de Venezuela. Los colonos sufren, no sólo por el pillaje de los
botines, sino por toda la riqueza que tienen que desviar hacia el indispensable
pero improductivo gasto militar, y por la forma en que la Corona trata de
exaccionarles tales sumas mediante aumentos en la tributación.
Así, en mayo de 1773, la penuria de recursos para atender los gastos de la
defensa es tal, que el Virrey de Santa Fe "representa la decadencia del erario
en este Reyno por cuio motivo no ha podido subministrarse a los situadistas de
la Provincia de Guayana toda la cantidad que piden", motivo por el cual "he
tenido por indispensable mandar que los productos de la Renta del tavaco de
Panamá, que hasta aquí se han remitido a España en virtud de orden expedida
para este efecto, se retengan en aquella administrazion con destino su mitad a
las Caxas de la misma Ciudad y la otra a las de Cartagena, cuya disposición
espero aprueve S.M. y que V.E. eleve a su Real noticia el infeliz estado en que
encuentro estas vastas Provincias"(*). (Suárez: Fortificación y defensa, p.
263).

Y ya en el umbral del siglo XIX, prosigue la imperiosa necesidad de


sostener un aparato defensivo contra las incursiones de corsarios, y la penuria
de fondos que impide mantenerlos, según consta en una representación del
Fiscal de su Majestad fechada el 30 de octubre de 1799, en la cual el
funcionario hace referencia a las solicitudes del Presidente Gobernador y
Capitán General en el sentido de que

se den órdenes anticipadas a los Administradores de Real Hacienda de


los Pueblos de la costa, y a los Ministros Reales de Puerto Cabello para
que quando en un caso repentino sea preciso poner sobre las Armas
algunas Milicias Urbanas para impedir qualesquiera tentativas de los
Corsarios Yngleses que frequentemente se presentan sobre la misma
costa, puedan suministrar a estas Tropas el prestamo correspondiente de
los caudales de la Real Hacienda(...)(*).
(Suarez: op. cit. pp. 456-457).

Esa solicitud de fondos se fundamenta "en la disculpa de algunos Tenientes


que propone el Señor Capitan general, respectiva a la dispersion de los
vecindarios y pobreza de los vecinos, y en la falta de arbitrios manifestada por
el Señor Comandante de la Plaza de Puerto Cavello para acudir al resguardo
de las costas a el, en las expresadas tentativas e insulto de los Corsarios
enemigos"(...). Y el Fiscal la encuentra inaceptable, pues recuerda que la
normativa vigente impone a los colonos la obligación de afrontar por sí
mismos tales cargas de defensa:

Y finalmente que estando prevenido por la ley diez y nueve del Titulo
quarto libro tercero de la Recopilación de estos Dominios que los
Señores Virreyes, Presidentes y Governadores pongan mucho cuidado en
que los vecinos de los Puertos tengan prevencion de Armas, y caballos
conforme a la posibilidad de cada uno para que si se ofreciere ocasión de
enemigos u otro cualquier accidente esten apercividos a la defensa,
resistencia y castigo de los que trataren de infestarlos; esta Ley misma
impone a los Pueblos, y vecindarios de la costa la obligación
imprescindible de no dispensarse de estar prevenidos y de castigar por si
mismos los insultos de los Corsarios ingleses concurriendo todos segun
su posiblidad en cuyo concepto, y en el que deben practicar lo mismo las
Poblaciones inmediatas a la Plaza de Puerto Cabello(*). (Suarez: op. cit.
p. 457)

Los hechos citados documentan cómo a lo largo de los dos siglos de la


guerra contra los piratas, e incluso después, los venezolanos la financian
mediante un complejo sistema de tributos, que pesa en forma gravosa sobre su
economía. Igual de dañinas son las políticas de prohibición de ciertos cultivos,
tales como el del tabaco, bajo la idea de que su erradicación acarreará también
la del tráfico clandestino. A partir de 1722, con el monopolio del comercio y
del corso conferido a Melero y Colorado, y de 1727, cuando se confiere igual
privilegio a la Compañía Guipuzcoana, los venezolanos soportan además otro
impuesto indirecto, ya que las tarifas monopólicas de dichas empresas están
destinadas en parte al mantenimiento de sus flotas corsarias. Para este servicio
arman los Guipuzcoanos 10 naves con 86 cañones y 518 hombres a bordo y
102 en tierra, aprestos que según calcula Manuel Landaeta Rosales cuestan
unos 200.000 pesos anuales(*). (Los piratas y escuadras extranjeras en las
aguas y costas de Venezuela desde 1528 hasta 1903; Imprenta Washington,
Caracas, 1903, p. 5). Son cargas molestas, que perjudican la prosperidad y
crean en los colonos un permanente sentimiento de irritación contra sus
recaudadores.

6.-La influencia de las incursiones piráticas en la distribución, localización


geográfica y jerarquía política de los centros poblados
La guerra contra los piratas fuerza a los colonos a modificar la localización
de los centros poblados y la posición política que éstos adquirirán a la postre.

-Los ataques de piratas y corsarios despueblan ciudades costeras

En efecto, varias ciudades venezolanas se despueblan o pierden toda


oportunidad de ascender en rango político, debido a su exposición a los
ataques navales. Ya hemos visto que un asalto de corsarios liquida lo que
quedaba de Nueva Cádiz en 1543. El repetido azote de corsarios y
contrabandistas provoca el despoblamiento de Borburata. El asentamiento de
Cabo de la Vela es mudado, entre otras causas, por un asalto pirata. Santo
Tomé de Guayana está en plena mudanza hacia un sitio más resguardado
contra tales incursiones, cuando lo asalta la flota de Adriano Janz; a la larga es
refundado en Angostura para cerrar el paso de los traficantes holandeses
Orinoco adentro. San Carlos es destruida en 1674 por corsarios. El Cabildo de
Barquisimeto hace demoler y despoblar a San Felipe de Cocorote en 1710
debido a las frecuentes incursiones de contrabandistas; en 1717 lleva a cabo
igual medida el capitán general y gobernador Betancourt y Castro; por órdenes
de las autoridades barquisimetanas, en 1724 el alcalde Luis López Varaona
incendia el redivivo poblado.

-Autoridades y vecinos emigran hacia las ciudades mejor protegidas

Debido a las frecuentes incursiones piráticas y a la amenaza que supone la


presencia de holandeses en Curazao, según consta en Real Cédula de 1637, la
sede apostólica de la Catedral de Coro debe ser trasladada a Caracas:

Reverendo Inchristo Padre Obispo de la Iglesia Catedral de la Provincia


de Venezuela, de mi Consejo, y Venerable Dean y Cabildo de ella,
Bartolomé de Naceas Becerra, Cura de esa iglesia en vuestro nombre, me
ha hecho relación que habiendo los Holandeses tomado la Isla de
Curazao distante ocho o nueve horas de navegación de la Ciudad de
Coro donde estaba la Catedral, el dicho Dean os dio cuenta a Vos el
Doctor Juan Lopez de Agurto Obispo de esa Catedral, del manifiesto
peligro en que estaban los bienes de esa Iglesia por no tener el pueblo
defensa alguna con los dos puertos abiertos, el uno a dos leguas y el otro
a legua y media de tierra llana donde a todas horas y sin resistencia podia
el enemigo echar gente en tierra, y tomar y quemar el dicho pueblo, y que
teniendo atencion a lo referido mandasteis Vos el dicho Obispo sacar la
plata y ornamentos y llevarlos a esconderal campo como lo habian hecho
los vecinos a sus bienes, y porque alli tenian igual riesgo de indios y
negros fujitivos que los hurtarian si el enemigo tomase el pueblo,
juntandose con el como lo han hecho en el Brazil y en otras partes,
llevandolo a donde estuviesen los dichos ornamentos y plata, para cuya
seguridad mandasteis Vos el dicho Obispo, a instancia del dicho Dean en
nombre de ese Cabildo, retiren los dichos ornamentos , plata y
prebendados a esta dicha ciudad de Santiago de Leon, lugar en todo
tiempo seguro y que en su Iglesia Parroquial se asentase la Catedral y
celebrasen los oficios divinos e hiciesen los actos Capitulares como hoy
se hacen, quedandose en el pueblo de Coro sus dos Curas y Sacristan
mayor como en los demas lugares de ese dicho Obispado, y que
reconociendo en Concilio Provincial que se celebro en la Isla de Santo
Domingo el año de mil seiscientos veinte y dos, convenia la traslacion de
esa Iglesia a esta dicha Ciudad de Santiago de Leon por los muchos
inconvenientes que me represento tenía en Coro, me suplico lo tuviese
por bien pues era cabeza de esa dicha Gobernacion de Caracas defendida
por naturaleza(...) he mandado que con efecto se mude la Iglesia Catedral
de esa Provincia de la de Coro a la de Santiago de Leon, donde hoy se
halla retirada (...) a veinte de junio de mil seiscientos treinta y siete. Yo el
Rey (*).(Cortes (comp.): Antología documental de Venezuela, pp.
117-118).

El fundamento del traslado es claro; igualmente significativa es la elección


de Caracas como "lugar en todo tiempo seguro", y además "cabeza de esa
dicha Gobernacion de Caracas defendida por naturaleza". Poco después se
muda a Santiago de León el Capitán General; el Rey le ordena permanecer en
dicha ciudad para coordinar su defensa.

Pues mientras el vendaval pirático arrasa nuestras costas a lo largo y a lo


ancho, Caracas sobrevive casi incólume durante los siglos coloniales . Como
hemos visto, es tomada desde el mar una sola vez, en 1595. Esta relativa
inmunidad no es la única explicación de su eminencia, pero algún influjo tiene
en facilitarla. Otras ciudades más internadas en Tierra Firme están igualmente
libres de los ataques de los filibusteros. Pero a éstas les falta el contacto
directo, fácil y protegido con el mar que le permita establecer un comercio
regular y de considerable volumen con la metrópoli.

A Caracas la favorecen, además de su relativa seguridad contra los piratas,


el hecho de poseer un puerto próximo y defendido con cierta eficacia, y el de
disponer de una riqueza reproductiva que comerciar a través de él. No es una
circunstancia única en Iberoamérica. En ésta, la población ha propendido
históricamente a aglomerarse en las llamadas "concentraciones de fachada", es
decir, en las zonas costeras próximas a las ciudades-puerto de las que depende
el contacto marítimo con el exterior, mientras las llanuras y las zonas boscosas
del interior quedan comparativamente despobladas.

Pero también es determinante el hecho de que la ciudad dispone de bienes


renovables para comerciar. En efecto, las pocas leguas cuadradas de tierra
fértil del Valle lo vuelven el área productiva preponderante en la zona
inmediata. En el resto de lo que ahora es el Distrito Federal, el paisaje de
cimas abruptas de la Cordillera de la Costa dificulta el poblamiento humano
masivo. Sus suelos son lateríticos, de una tierra rica en óxido de hierro que, al
ser expuesta al aire, adquiere tono rojizo. Las faldas de las montañas caen
abruptamente sobre el mar, y en él se hunden a pico. De trecho en trecho,
pequeñas radas o caletas ofrecen un resguardo contra las olas, y protegen
franjas de playa que acogen el asentamiento de indígenas y aldeas de
pescadores. Cuando la bahía es la prolongación de un abra entre los montes
por la cual corre algún pequeño cauce que deposita aluviones fértiles, se
instalan tribus indígenas, y posteriormente haciendas que luego devienen
poblados: Chuspa, Caruao, Todasana, Los Caracas, Anare, Camurí Grande,
Naiguatá, La Guaira, Maiquetía, Mamo, Oricao, Puerto Cruz. En la mayoría
de los casos el nombre del villorrio coincide con el del riachuelo: como que el
uno difícilmente existiría sin el otro.

Ninguno de ellos adquiere importancia por sí solo. Indefensos ante los


ataques de caribes y piratas; con modesta producción propia debido a la
limitada extensión del terreno cultivable, la muralla de la Cordillera de la
Costa les impide tanto convertirse en puertos con las radas amplias y seguras
que se necesitan para albergar las naves que transportan hacia la metrópoli la
riqueza de Tierra Firme, como recibir ésta por vías terrestres de fácil acceso.
Caracas, por el contrario, tiene un acceso comparativamente fácil desde los
fértiles Valles de Aragua, desde los cacaotales de Barlovento y desde el
emporio ganadero del Llano. Poco a poco se hará hito obligado en la ruta de
los productos de estas regiones hacia el puerto y hacia el mar. El papel de
puerto principal gravita así inevitablemente sobre la pequeña bahía que más
fácil comunicación tiene con el Valle de Caracas, y a través de éste, con los
Valles del Tuy, los de Aragua o los Llanos de Calabozo. Para cumplir tal
función, Francisco Fajardo funda en Caraballeda hacia l56O el Puerto de El
Collado. Como hemos visto, en un momento dado, la defensa contra piratas y
corsarios obliga a concentrar en él todas las exportaciones.

-El Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela


coordina la defensa militar contra piratas y corsarios de las Provincias de
Margarita y Nueva Andalucía

Quizá por este motivo, en Real Cédula dada el 17 de septiembre de 1597 el


Rey encomienda al Gobernador y Capitán General de la Provincia de
Venezuela la coordinación tanto de las fuerzas defensivas contra piratas y
corsarios de su propia provincia como las de las Provincias de Margarita y
Nueva Andalucía. De esta manera, se integra por primera vez bajo un
comando unificado militar gran parte del territorio que luego será Venezuela:
la Corona reconoce que la geografía misma impone a esas partes de su
imperio hasta entonces desunidas la necesidad de consolidar sus esfuerzos
contra el común enemigo pirata.

Esta coordinación militar a su vez requiere la hacendística. Como hemos


visto, la Gobernación de la Provincia de Venezuela debe costear los
contingentes que envía en apoyo de las gobernaciones vecinas o enviar a éstas
cantidades de dinero. Entre 1706 y 1715, las cajas de Caracas erogan 82.990
pesos a favor de los cuerpos de infantería, misiones religiosas y ministros de
las gobernaciones de Cumaná, Margarita, Trinidad y Guayana. En 1723, de
64.363 pesos gastados por la Tesorería de Caracas, 40.922 salen hacia dichas
provincias, en su mayoría para costear gastos de defensa. En 1749 la Real
Hacienda de Caracas se encuentra agobiada por deudas acumuladas que
ascienden a 591.000 pesos, cantidad que supera 7,6 veces los ingresos del año
anterior, y que ha sido utilizada esencialmente en gastos y sueldos de las
gobernaciones vecinas, fortificaciones, auxilios a una armada que llega del
Ferrol, gastos para los guardacostas de Campeche en la Nueva España, gastos
para la Armada de Barlovento, e incluso transferencias a favor del virreinato
de Santa Fe y de la Corona (*). (Eduardo Arcila Farías: "Hacienda Pública",
en Diccionario de Historia de Venezuela, T. II pp 427-428).

No es por ello extraño que a la larga el centro militar y hacendístico


devenga asimismo centro político.

7.-La organización del resguardo y la vigilancia costera por la Compañía


Guipuzcoana a partir de 1728
Plegue a Nuestro Señor, por cuya alta bondad escapamos de estas
cosas, tomarnos el pasado por penitencia de nuestras culpas y
alumbrarnos con su gracia para que en adelante vivamos de
manera que le merezcamos, después de los días de vida que él
fuere servido, darnos para el alma parte de su gloria.

Relación sumaria del viaje que hizo Fernando de Alvarez


Cabral, por Manuel de Mesquita Perestrello, que se halló
en dicho naufragio;
en: Bernardo Gomes de Brito: Historia trágico
marítima

Las mismas razones que obligan a la centralización de la defensa y de la


Hacienda impulsan al monopolio del comercio. En l728, la Corona firma con
la Compañía Guipuzcoana un contrato que la obliga a "embiar á Caracas dos
Navíos de Registro cada año, de quarenta a cincuenta cañones montados, y
bien tripulados en guerra, cargando en los frutos de estos Reynos, y otros
generos, con que permutar el Cacao, y los demás de aquellos parages"(*).
(Santos Rodulfo Cortés: op.cit. p. l2)

Es un recurso extremo que difícilmente puede reparar el arruinado edificio


del comercio español con las Indias. Pues como bien señala Céspedes del
Castillo:

El establecimiento de compañías privilegiadas con monopolio comercial


de una provincia o región de las Indias es una novedad como institución
mercantil, algo así como un parche nuevo en el odre viejo; más que como
un fin en sí mismas se instituyen como medio para combatir el
contrabando extranjero sin gastos para el erario en regiones
especialmente sensibles; la Compañía de Honduras (1714) actuará en las
proximidades de costas pobladas por los cortadores de palo ingleses; la
de Caracas (1728) y la de Cumaná (1752) actuarán en las costas
venezolanas, en peligro por la proximidad de colonias extranjeras; la de
la Habana (1740), para estimular la construcción naval, el comercio y el
corso al comienzo de una larga guerra con Inglaterra (*). (Céspedes: op.
cit. p. 279).

Desde el año de 1728 la economía de Caracas y de las regiones


circundantes está determinada, para bien o para mal, por el monopolio del
comercio y del corso que los vizcaínos ejercen desde La Guajira hasta el
Orinoco. No en balde se establece explícitamente que sus navíos han de ser
"de quarenta a cincuenta cañones montados, y bien tripulados en guerra".

La amenaza pirática y corsaria ya ha influido en el carácter militar de las


principales edificaciones públicas de las Provincias que luego serán
Venezuela; ha determinado en parte la estructura de su sistema de
contribuciones; requerido la integración de milicias dotadas de notable
autonomía de acción y provocado la coordinación de la defensa de las
Provincias de Margarita y Nueva Andalucía bajo el mando de la de
Venezuela. Ahora es invocada como motivo para una centralización del
comercio que invertirá el signo de las amenazas para la Corona. Pues si en un
principio éstas vienen de un enemigo externo y marítimo, los abusos de la
Compañía Guipuzcoana precipitarán un proceso de sublevaciones internas
cuya primera manifestación visible son las insurrecciones de Andresote, de
Juan Francisco de León y de los Comuneros, precursoras de la Independencia.

Pero después de estos dos siglos de guerra continua, más que en el terrible
recuerdo de la destrucción de un continente en nombre de la apertura a los
intereses empresariales, más que en las leyendas de fantasmagóricos tesoros
enterrados, los demonios del mar sobreviven en una especie de cultura de la
codicia que todavía permea cierta manera de ser en lo económico, en lo
político, en lo intelectual.

Puesto que, arrojados del Paraíso Perdido del Viejo Mundo o expulsados
de sus Paraísos Reconquistados del Mundo Nuevo, los demonios del mar
jamás intentaron reconstruirlos ni asegurarse una posteridad: claudicaron en
cambio ante la atracción fácil del lucro instantáneo. Y la riqueza ganada
fácilmente se derrocha sin esfuerzo: las tripulaciones triunfantes dilapidaron
en el juego y en orgías los botines conquistados por la sangre y el fuego, para
llenar las arcas de las naciones más desarrolladas de la época. La ebriedad del
dinero abundante les impidió formar todo proyecto. Ello, más que el acoso de
los resguardos navales o la firmeza de las fortificaciones portuarias, fue lo que
los aniquiló. Pues, según comenta Voltaire, "si hubieran conseguido tener una
política que equivaliera a su indomable valor, hubieran fundado un gran
imperio en América" (*). (Voltaire: Diccionario Filosófico, T. II. p. 284).

Por lo que su reino, como quizá ellos lo hubieran querido, tuvo la


fugacidad de lo inscrito en el mar, y mereció este epitafio de su áspero crítico
y secreto admirador Voltaire:
Lo que inutilizó sus hazañas fue su vida licenciosa y disoluta, en la que
gastaron todo lo que habían adquirido por medio de la rapiña y del
asesinato. Hoy no queda de ellos más que el nombre. Eso fueron los
filibusteros. ¿Pero qué pueblo de Europa no lo fue? (*) (Loc. cit.).

Pero tal ejemplo no fue la única influencia que ejercieron en Venezuela. Si


en un principio los demonios del mar son el enemigo militar e ideológico
contra el cual se cohesionan los colonos para adquirir conciencia de su
necesaria unidad, a lo largo de los dos siglos de la guerra contra los piratas
éstos terminan por inducir en la conciencia de sus víctimas una desgarradura
indeleble. Pues en la vida de las provincias que luego serán Venezuela
empieza una disociación entre prédica y práctica, entre realidad y
representación, semejante a la que conduce a su fin a la máquina planetaria del
imperio español.

A lo largo de la exposición hemos visto cómo con frecuencia aquellos


encargados de luchar contra el enemigo político, ideológico y económico
extranjero terminan plegándose a él y sirviéndole de eficaces agentes. No nos
referimos a los infelices guías o pilotos capturados y obligados a cooperar bajo
amenaza de muerte, ni a los indígenas que los aventureros reclutan con
promesas de liberación u ofrecimientos de venganza. Hemos verificado que
gobernadores, escribientes y funcionarios hacendísticos se prestan
repetidamente a colaborar con el enemigo al que dicen combatir; que jueces y
oficiales de la Corona hacen de sus investiduras los disfraces de la cotidiana
farsa de las "arribadas forzosas"; que al lado de la economía legal crece otra
clandestina del contrabando y del tráfico prohibido, la cual según estimaciones
conservadoras alcanza por lo menos a la mitad del volumen de la primera y
prospera gracias una vasta red de complicidades sociales. Hemos visto que
quienes imponen correctivos contra esta situación son a su vez acusados de
participar en ella; que algunos gobernantes se limitan a imponer escarmientos
a título de ejemplo, pues temen no encontrar a nadie libre de culpa.

El pacto con los demonios lleva así a una sociedad a escindir su conciencia:
mientras ejecuta a sus propios herejes, contrata con los que la invaden; al
mismo tiempo que agota su erario en gastos de defensa, comercia con el
enemigo; después de huir despavorida de las huestes que saquean e incendian,
trafica con ellas. Las más altas jerarquías, custodias de la ley y del honor, son
asimismo sus más contumaces infractoras. La vida pública se sustenta sobre
una ficción; la privada, sobre una farsa. El momento de la derrota de los
demonios es contradictoriamente el de su irrisorio triunfo: barridos del mar,
desaparecidos sin prole física, dejan en la Tierra Firme su progenie moral en
una dirigencia empeñada en destruir mediante el saqueo a la sociedad que la
sustenta. En un día despojaron a Venezuela de lo que los piratas no pudieron
arrebatarle en doscientos años. La acumulación es de nuevo el paradigma de
todo valor; la rebatiña el de toda política. El siglo de los piratas no ha
terminado todavía.

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Luis Britto García

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