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LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

La Ordenación General del Misal Romano, publicada en 1975 como


prolongación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia (Sacrosanctum
Concilium) y revisada por Juan Pablo II en 2000, establece claramente los criterios
y objetivos que deben regir la Celebración de la Eucaristía: «Es, por consiguiente,
de sumo interés que de tal modo se ordene la celebración de la Misa o Cena del
Señor que ministros y fieles, participando cada uno a su manera, saquen de ella con
más plenitud los frutos para cuya consecución instituyó Cristo nuestro Señor el
sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre y confió este sacrificio, como un
memorial de su pasión y resurrección, a la Iglesia, su amada Esposa».

La Eucaristía es la consagración del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su


Sangre que renueva mística y sacramentalmente el sacrificio de Jesucristo en la
Cruz. La Eucaristía es Jesús real y personalmente presente en el pan y el vino que
el sacerdote consagra. Por la fe creemos que la presencia de Jesús en la Hostia y
el vino no es sólo simbólica sino real; esto se llama el misterio de la
transubstanciación ya que lo que cambia es la sustancia del pan y del vino; los
accidentes forma, color, sabor, permanecen iguales.
La institución de la Eucaristía, tuvo lugar durante la última cena pascual que celebró
con sus discípulos y los cuatro relatos coinciden en lo esencial, en todos ellos la
consagración del pan precede a la del cáliz; aunque debemos recordar, que en la
realidad histórica, la celebración de la Eucaristía (Fracción del Pan) comenzó en la
Iglesia primitiva antes de la redacción de los Evangelios. Los signos esenciales del
sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada
la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la
consagración dichas por Jesús en la última Cena: "Esto es mi Cuerpo entregado
por vosotros... Este es el cáliz de mi Sangre..."

Necesariamente el encuentro con Cristo Eucaristía es una experiencia personal e


íntima, y que supone el encuentro pleno de dos que se aman. Es por tanto imposible
generalizar acerca de ellos. Porque sólo Dios conoce los corazones de los hombres.

Sin embargo, sí debemos traslucir en nuestra vida, la trascendencia del encuentro


íntimo con el Amor. Resulta lógico pensar que quien recibe esta Gracia, está en
mayor capacidad de amar y de servir al hermano y que además alimentado con el
Pan de Vida debe estar más fortalecido para enfrentar las pruebas, para encarar el
sufrimiento, para contagiar su fe y su esperanza. En fin, para llevar a feliz término
la misión, la vocación, que el Señor le otorgue.

Si apreciáramos de veras la Presencia real de Cristo en el sagrario, nunca lo


encontraríamos solo, únicamente acompañado de la lámpara Eucarística
encendida, el Señor hoy nos dice a todos y a cada uno, lo mismo que les dijo a los
Apóstoles "Con ansias he deseado comer esta Pascua con vosotros " Lc.22,15. El
Señor nos espera con ansias para dársenos como alimento; ¿somos conscientes
de ello, de que el Señor nos espera en el Sagrario, con la mesa celestial servida? Y
nosotros ¿Por qué lo dejamos esperando? O es que acaso, ¿Cuándo viene alguien
de visita a nuestra casa, lo dejamos sólo en la sala y nos vamos a ocupar de
nuestras cosas?

Eso exactamente es lo que hacemos en nuestro apostolado, cuando nos llenamos


de actividades y nos descuidamos en la oración delante del Señor, que nos espera
en el Sagrario, preso porque nos "amó hasta el extremo" y resulta que, por quien se
hizo el mundo y todo lo que contiene (nosotros incluidos) se encuentra allí, oculto a
los ojos, pero increíblemente luminoso y poderoso para saciar todas nuestras
necesidades. En la celebración de la Eucaristía está presente la Trinidad, Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Durante el momento de la consagración invocamos “Padre, te
suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones... de manera que sean
Cuerpo y Sangre de Jesucristo”.

Las tres personas de la Trinidad se unen para que se realice el milagro de la


transustanciación de las especies. ¿Sentimos esta presencia durante la
consagración de tal manera que nos lleve a exclamar como Pedro, ¡Señor que
bueno es estar aquí! El sacramento de la Eucaristía nos invita a pensar en las
necesidades de los demás y a actuar en consecuencia. Jesús lavó los pies de sus
discípulos y compartió el pan con ellos. Él nos dijo: “Hagan esto en memoria mía”.
El mensaje de Jesús es amar y cuidar de los más necesitados, Jesús también nos
envía a llevar su mensaje a los confines de la Tierra.

¡Qué bueno es estar aquí! Es bueno sentir la presencia de la Trinidad y confiar en


la fortaleza que nos ofrece para llevar el mensaje a otros, para salir a aliviar las
necesidades de los más pequeños.

Las palabras de la Liturgia de la Eucaristía. Sienta la presencia de la Trinidad y


recuerde al salir de la misa “Ir en paz a servir a los demás”.
Sacramento de la eucaristía

Es Cristo, que sigue viviendo entre nosotros, Él es la fuente y la cima de toda la vida
cristiana, y contiene todo el bien espiritual de la Iglesia. Como dijera a sus discípulos
en Galilea, antes de ascender al Padre. “Sepan que Yo estoy con ustedes todos los
días hasta el fin de los tiempos”. Nuestro amadísimo Redentor cumplió su promesa,
cuando en la Última Cena, señaló sobre las especies del pan y el vino. “Esto es Mi
Cuerpo, coman de él; ésta es Mi Sangre, beban de ella, y hagan esto en
conmemoración Mía”.

En la Eucaristía, está presente Cristo con todo Su Cuerpo, Su Sangre, Su Alma, Su


Divinidad. Jesucristo vivo y vivificador, nuestro divino Redentor. De esta manera
Nuestro Señor Jesucristo obró, por su gran amor, el milagro infinito al instituir la
Santísima Eucaristía, con la cual participamos de la Vida eterna mediante la
Comunión de su Cuerpo Sacratísimo y de su Sangre Preciosísima. Así Él habita en
nuestros corazones.

Consideremos ahora algunos de los principales efectos de la Sagrada Eucaristía en


el alma de quien la recibe con fe, porque por muy difícil que parezca la vida, aunque
tengamos muchos problemas y se nos cierren los caminos, nos queda el refugio de
esa fe. La Sagrada Comunión nos fortalece para luchar en la vida.

La comunión es fuente de energía, la fuerza de la Iglesia Católica, la adquiere del


Cuerpo y Sangre de Cristo nuestro Señor.

Otro efecto de la Eucaristía en el alma de quien la recibe con fe, es que el


pensamiento de la muerte ya no debe quebrantarle, porque quien come Su Carne y
bebe Su Sangre tendrá vida eterna y Él lo resucitará en el último día. Palabras
magníficas, palabras santas, palabras de vida pronunciadas por Cristo que traspasó
triunfalmente la puerta de la muerte para resucitar a la vida eterna.

Es el sagrado banquete en que recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, en que


celebramos el memorial de Su Muerte y Su Resurrección, lo que nos llena de gracia
al recibir la palabra de la Gloria Futura.

No hay ningún dogma más edificante y que más nos impulse a una vida ideal que
el de la Eucaristía. Así, después de la Comunión, dentro del Sagrado Corazón, laten
nuestros corazones y el Salvador nuestro Dios, inunda nuestras venas con Su
sangre que quema y purifica en nosotros, los pecadores, toda la debilidad y
mezquindad para que no quede ni la más leve escoria, para que no tengamos ni un
solo latido que no sea por nuestro Padre Dios y para su gloria.
Ahora bien, después de haber considerado qué es la Eucaristía y de haber
ponderado algunos de sus efectos en el alma del creyente, podemos preguntarnos.

¿Qué es la Santa Misa?

Sabiendo lo que es, en realidad saltaría nuestro corazón de gozo. ¡Si supiéramos
que en cada Misa, es el mismo Jesucristo, Señor y Redentor nuestro, quien se hace
presente en la mente de nosotros con Su Cuerpo y Su Sangre, Su Alma y Su
Divinidad y que se hace presente todos los días por nosotros, actualizando su
Sacrificio único en forma sacramental!

Jesús cuando instituyó la Eucaristía les dijo a sus Apóstoles “hagan esto en
memoria Mía”, lo que significa, un recordatorio perene de Su muerte, al dar a sus
fieles, hasta la consumación de los tiempos, Su Cuerpo y Su Sangre, bajo las
especies de pan y vino. Por esto la Santa Misa, es un tesoro inestimable que, aún
hoy en día, es el mismo Cristo quien renueva en cada Celebración el Sacrificio del
Calvario que ofreció aquélla noche del Jueves Santo.

Pero cuando Jesucristo ofrece su sacrificio, los miembros (que somos nosotros)
también hemos de intervenir y participar en el Sagrado Acto, porque formamos con
Él, un solo Cuerpo Místico y así, en la Santa Misa, brota continuamente la Sangre
de Cristo, Santa e inmortal, para beberla y así recibir en amplias corrientes la gracia
vivificadora.

Pero Jesucristo, no se contentó con ofrecer una vez en el Calvario Su sacrificio


Redentor, sino que quiere perpetuarlo hasta la consumación de los siglos, por ello
se ofrece nuevamente en Sacrificio al Padre Celestial por nosotros, cada vez que
se celebra la Santa Misa.

Nunca debemos olvidar que no se mueve la hoja del árbol, sin la voluntad de Dios.
Por lo tanto, debemos considerar la Eucaristía como Acción de Gracias y alabanza
al Padre, como memorial del Sacrificio de Cristo y de Su Cuerpo, como presencia
de Cristo por el poder de Su Palabra y de Su Espíritu y podemos agregar que la
Eucaristía es el vehículo sensible de gracia y salvación a través de la recepción de
Cristo, bajo las especies de pan y vino, que se convertirán en Su Cuerpo y Su
Sangre y que recibiremos, así, el contacto directo con el Padre.

Cristo al ofrecernos Su cuerpo y Su Sangre en el Sacramento de la Eucaristía, sabía


que íbamos a ofenderlo y a pesar de ello, Su corazón amante no quiso negarnos
este don infinito. Desde el día en que comprendí esto, ya no cierro los ojos a la hora
de la elevación, Lo veo directamente para pedirle perdón y decirle que lo amo y
sobre todo, agradecerle todos los dones y beneficios que me ha otorgado.
Como Jesús vive del Padre y para el Padre, así también, al comulgar con Su Cuerpo
y Su Sangre, nosotros vivimos de Jesús y para Jesús: al servicio de nuestros
hermanos.

Hemos visto en la Última Cena, que nuestro Señor Jesucristo no solamente ofreció
Su Cuerpo y Su Sangre como manjar a los apóstoles, sino que además les dio una
orden sublime que concluyó toda la Ceremonia: “Hagan esto en memoria mía”. Así
lo ordenó, porque quiere que este alimento de vida eterna lo puedan consumir sus
fieles de todos los tiempos. De esa manera será realidad su promesa “Yo estaré
con ustedes hasta la consumación de los siglos”.

La Eucaristía es Comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, porque Él así lo


quiso. Jesucristo es muy claro al invitar a todos sus Discípulos y no solamente a sus
Apóstoles, al Banquete de Su Cuerpo y de Su Sangre, puesto que Él dijo, tomen y
coman, este es Mi Cuerpo; tomen y beban todos de ella, pues esta es Mi Sangre.
Los católicos sabemos perfectamente, que Jesús está con Su Cuerpo, Su Sangre y
Su Alma, y Su Divinidad, en cada una de las especies consagradas, pero también
sabemos y escuchamos en cada Misa que Jesús nos invita a comulgar con las dos
especies consagradas.
LA ÚLTIMA CENA DE JESÚS

La última Cena de Jesús con sus discípulos fue una variante de la tradicional cena
de Pésaj de los judíos de aquella época.
La que históricamente había comenzado siendo una fiesta de llegada de la
primavera.

Y luego se había convertido en un recordatorio de la liberación de la esclavitud en


Egipto.
En la época de Jesús también tenía la expectativa de la llegada del mesías.

Después de la destrucción del templo del año 70 dC, y hasta nuestros días, los
judíos no comen más el cordero inmolado.

La Última Cena es uno de varios eventos importantes en la vida terrenal de


Jesucristo registrados en la Biblia. La Última Cena es una descripción de la última
comida que tuvo Jesucristo con Sus discípulos antes de Su arresto y crucifixión en
una cruz romana hace cerca de 2.000 años. La Última Cena contiene muchos
principios significativos, y continúa siendo una parte importante de la vida cristiana
en todo el mundo.

La Importancia

La Última Cena es descrita en tres de los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento,
Mateo, Marcos y Lucas. He aquí algunos hechos destacados que cambian vidas,
como los registra el evangelio de Lucas.

Primero, Jesús predice que sufrirá al acabarse la cena y que será Su última comida
antes de finalizar Su obra para el reino de Dios (Lucas 22:15-16).
Segundo, Jesús les da a Sus seguidores símbolos para recordar Su cuerpo y Su
sangre, sacrificados por toda la humanidad. "Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió
y les dio, diciendo: 'Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en
memoria de mí.'" (Lucas 22:19).

Tercero, Jesús proporciona un principio importante para vivir la vida cristiana: Sea
el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve (Lucas
22:26). Finalmente, Jesús le da esperanza a sus seguidores: "Yo, pues, os asigno
un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en
mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel" (Lucas 22:29-
30).

Por los últimos dos milenios, la Última Cena ha inspirado a gente a vivir por fe en
Jesucristo, sirviendo a otros, en lugar de seguir las influencias del mundo de esperar
ser servido.

La Historia del Evento

La Última Cena tuvo lugar en la noche de la preparación de la Pascua judía, un


tiempo muy sagrado para la nación judía en recuerdo de cuando Dios salvó a los
judíos de la plaga de muerte de todos los primogénitos en Egipto. Jesús dispuso la
cena intencionalmente, instruyendo a Sus discípulos dónde celebrarla. Sus doce
discípulos estuvieron con Él durante y después de la comida. Es aquí cuando Jesús
hace la predicción de que Pedro negaría conocerle tres veces antes de que el gallo
cantara en la mañana, lo que resultó cierto. Jesús también predijo que un discípulo,
Judas Iscariote, le traicionaría, lo que también fue cierto. La Última Cena fue una
reunión para que Cristo fraternizara con Sus discípulos por última vez antes de Su
arresto y crucifixión.
La Aplicación

Después de la Última Cena, Jesucristo voluntaria y obedientemente, permitió ser


sacrificado brutalmente en una cruz de madera. Hizo esto para reconciliar a cada
uno de nosotros con Dios, pagando el precio de nuestros pecados, lo que no
hubiéramos podido hacer jamás por nosotros mismos.

A cambio, Jesús hace un simple pedido, recuerde este acto de amor que Él hizo por
nosotros.
Jesucristo no tenía que morir por nosotros. Sin embargo, lo hizo porque Él valora
cada vida en la tierra y desea ver a cada uno de nosotros sentados a Su mesa en
el cielo algún día. En toda la Biblia, y en toda la historia, la verdad del mensaje de
Cristo ha sido establecida - que podemos reunirnos con Jesús en el cielo al
reconocer Su sacrificio, y aceptarle en nuestras vidas.

Adicionalmente, podemos aplicar las lecciones que Jesús enseñó en la Última Cena
para vivir una vida de fidelidad mientras estemos en esta tierra al servir a otros con
amor. El pan es el símbolo del cuerpo de Jesús; nunca debemos olvidar que fue
dado por nosotros.

El vino representa la sangre de Jesús; nunca debemos olvidar que derramó Su vida
por nosotros. Jesucristo ha ofrecido a todo el mundo el regalo de Su vida, muerte y
resurrección. La Última Cena nos recuerda el sacrificio de Cristo, y que, por fe en
Él, podemos cenar con Cristo por toda la eternidad.
Como fue la última cena de jesús

De acuerdo a las tradiciones, símbolos y gestos del “Pésaj” o cena pascual que
vimos, Bernardo Estrada, profesor de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz,
recrea la Última Cena que pudo haber vivido Jesús con sus discípulos.

¿Cómo se desarrolló la última cena?

Lo más probable es que Cristo celebrase la Pascua el día anterior al día oficial,
como ya ha señalado en alguna ocasión Benedicto XVI.

Es una cuestión sobre la que se debate, pero no resultaría extraño, pues en aquellos
días confluía tanta gente en Jerusalén (unas 250.000 personas, cuando la población
normal era de 35.000), que no se podían sacrificar todos los corderos en una sola
jornada.

Así que el viernes era el verdadero día para inmolar corderos.

Efectivamente: anticipando la Última Cena, el verdadero Cordero pudo ser


sacrificado en la Cruz el viernes, el día de la Pascua.

La cena pascual, ¿cómo iniciaba?

Como en cualquier fiesta hebrea, el inicio lo determinaba la mujer de la casa: cuando


veía que el sol se oculta detrás de la casa del vecino, o cuando contemplaba la
primera estrella en el cielo, encendía las velas: con ese gesto, comenzaba la cena.

Simbólicamente, esa luces recordaban la creación del mundo por Dios, cuyo inicio
los hebreos sitúan en este mes del Nissán, el “mes de las espigas”, pues es cuando
comienza a crecer la nueva vida (aunque tras el medievo, esa datación cambió).

¿Es así como Pascua y Creación se relacionan?


En cualquier caso, luego –con Cristo– hemos comprendido un significado más
profundo (la Pascua es la nueva Creación).

Que esta festividad se celebrase en el “mes de las espigas” hace ver que las fiestas
de Israel van ligadas en su origen a fiestas agrícolas.

La Pascua coincide con la fecha de la cosecha del primer trigo y al nacimiento de


los primeros animales (corderos, etc).

En Pentecostés llega la verdadera cosecha; mientras que la fiesta de los


Tabernáculos está unida a la cosecha de la vendimia.

Por eso el pan, el vino y el cordero son tan importantes. Dios –primero en Egipto y
luego con el Señor Jesús – ha ido dando un sentido nuevo y más profundo a estas
celebraciones.

Volviendo a la cena, ¿cómo se disponían los invitados?

Aunque la cena iniciaba de pie, luego se recostaban formando un cuadrado.

La gente se apoyaba sobre el brazo izquierdo, prácticamente acostada, y comía con


la mano derecha.

A la derecha del Señor se situaría el más digno, probablemente Pedro.

Y a la izquierda estaría Juan, quien pudo descansar así sobre el pecho del Señor.

¿Cómo inició el Señor la Última Cena?


Podemos suponer que siguió el “orden de la Pascua”: es decir, la división de la cena
en cuatro partes, cada una de las cuales se concluía con una copa de vino.

Entonces: la primera copa…

La cena comienza con una bendición (salmos 113 y 114), tras la que se toma la
primera copa de vino mientras se dice:

“Bendito seas Tú, Adonai nuestro Dios, rey del universo, quien creó el fruto de la
vid”.

La segunda…

Antes de beber la segunda, alguno recuerda un gran acontecimiento: la “Haggadah”


o la narración de la fuga de Egipto, tal y como se cuenta en el libro del Éxodo.

El vino que se bebe a continuación les recuerda las diez plagas que azotaron al
pueblo egipcio.
¿Cuándo lavó el Señor los pies a los Apóstoles?

Si bien no tenemos certeza, quizá fue tras esta segunda copa, que es cuando se
realiza tradicionalmente la primera ablución o lavado de manos, al que el Señor
quiso dar un profundo significado.

Luego vienen las “bendiciones”, una serie de preguntas que hace la persona más
jóven a la más anciana o más digna: “¿Ma nishtaná halaila hazé micol haleilot?”
(¿Por qué esta noche es diferente de todas las otras noches?).

¿Y tras el lavado?
Es cuando empieza la cena propiamente dicha.

El más digno distribuye el primer pan ázimo, o Matzá, mientras repite esta bendición:

“Bendito eres Tú, nuestro Señor, Rey del universo, que extraes pan de la tierra”.

Pudo ser en este momento cuando el Señor consagró el Pan, aunque no podemos
estar seguros.

Como se sabe, ese pan sin levadura –que se comerá más veces a lo largo de la
cena– recuerda la prisa con que escaparon del Faraón.

Además, cada comensal tiene delante un cuenco con hierbas amargas que se
sumergen en el Jaroset, una salsa especial (agua salada y algún condimento), que
les recuerda el sufrimiento de aquella huída.

Y a continuación, el cordero.

Efectivamente: previamente, había sido sacrificado en el templo por un sacerdote,


o bien por el cabeza de familia.

No se le tenía que haber roto ningún hueso y debía ser consumido entero.

¿Por qué la importancia del Cordero?

Cristo es el “Cordero de Dios”, cuyo sacrificio libera a los hombres.

Para los judíos, el cordero es el animal cuya sangre en las puertas de sus casas
había liberado a sus primogénitos del ángel de la muerte en Egipto.
Desde aquella liberación, que precede y permite la huída por mar Rojo, comían el
cordero tal y como les había indicado Moisés.

Faltan dos copas de vino.

La tercera se bebe al terminar la cena.

Se llama “copa de redención”, y con ella se recuerda el derramamiento de la sangre


de los corderos inocentes que redimieron a Israel en Egipto.

Es la copa en la que se “da gracias”, por lo que se supone que es en esta copa
cuando el Señor ofreció su Sangre a sus discípulos.

¿Y la última?

La cuarta, ya antes de marcharse, va unida al gran himno final: el Hallel, una


preciosa oración compuesta por los salmos 115 a 118.

Se sirve también una quinta copa, que no se bebe.

Esa quinta copa es para Elías, a quien el pueblo hebreo espera para que anuncie
la venida del Mesías (en Malaquías 4,5).

Cuando la cena se termina se manda un niño a la puerta a abrirla y ver si está Elías.

Cada año, el niño regresa desanimado y el vino se derrama sin que nadie lo beba.
JESUCRISTO ESTABLECE LA EUCARISTÍA

Jesucristo instituyó la Eucaristía para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el
sacrificio de la cruz, y alimentar nuestras almas para la vida eterna.
En su Última Cena, Jesucristo, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de
su Sangre. Jesús ofreció aquel día en el cenáculo el mismo sacrificio que iba a
ofrecer pocas horas más tarde en el calvario: con anticipación, se entregó por todos
los hombres bajo las apariencias de pan y vino.

La palabra sacrificio viene del latín, «sacrum facere»: hacer sagrado. Ofrezco algo
a Dios y lo sacralizo.

El pan y el vino son fruto del trabajo del hombre, que la saca del trigo y de la uva, y
se los ofrece a Dios como símbolo de su entrega. Y Dios nos los devuelve como
alimento, convertido en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y así nos hacemos Cuerpo
Místico de Cristo. Él nos hace suyos.

Sobre la fecha de la Última Cena discrepan los autores. Lo más frecuente es situarla
el Jueves Santo.

Pero algunos autores piensan que tuvo lugar el Martes Santo pues había dos
calendarios distintos para celebrar la Cena Pascual.

Situándola el Martes Santo hay más tiempo para el desarrollo de los


acontecimientos que tuvieron lugar entre Getsemaní y el Calvario. «Cristo habría
comido la Pascua el martes por la tarde, habría sido apresado el miércoles, y
crucificado el viernes».

Con las palabras «haced esto en memoria mía» , Jesús dio a los Apóstoles y a sus
sucesores el poder y el mandato de repetir aquello mismo que Él había hecho:
convertir el pan y el vino, en su Cuerpo y en su Sangre, ofrecer estos dones al Padre
y darlos como manjar a los fieles.

Jesucristo está en todas las Hostias Consagradas entero en cada una de ellas28.
Aunque sea muy pequeña.

También un paisaje muy grande se puede encerrar en una fotografía muchísimo


más pequeña.
No es lo mismo; pero esta comparación puede ayudar a entenderlo.

La presencia de Cristo en la Eucaristía es inextensa, es decir, todo en cada parte.


Esto no repugna filosóficamente.
Por eso al partir la Sagrada Forma, Jesucristo no se divide, sino que queda entero
en cada parte, por pequeña que sea.
Lo mismo que cuando uno habla y le escuchan dos, aunque vengan otros dos a
escuchar, también oyen toda la voz.

La voz se «divide» en doble número de oídos, pero sin perder nada. Esta
comparación, que es de San Agustín, puede ayudar a entenderlo.

Todo esto es un gran misterio, pero así lo hizo Jesucristo que, por ser Dios, lo puede
todo.

Lo mismo que, con su sola palabra hizo milagros así, con su sola palabra, convirtió
el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre cuando dijo: «Esto es mi Cuerpo...,
éste es el cáliz de mi Sangre...».
Los discípulos que las oyeron las entendieron de modo real, no simbólico.

Por eso dice San Juan que cuando le oyeron esto a Jesús algunos, escandalizados,
le abandonaron diciendo: «esto es inaceptable». Le sonaba a antropofagia. Si lo
hubieran entendido en plan simbólico no se hubieran escandalizado.

El mismo San Pablo también las entendió así. Por eso después de relatar la
institución de la Eucaristía añade rotundamente: de manera que cualquiera que
comiere este pan o bebiere este cáliz indignamente, será reo del Cuerpo y de la
Sangre del Señor».

Si la presencia eucarística fuera sólo simbólica, las palabras de San Pablo serían
excesivas. No es lo mismo partir la fotografía de una persona que asesinarla.

Por todo esto los católicos creemos firmemente que en la Eucaristía está el
verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Jesucristo. Las interpretaciones
simbólicas y alegóricas de los no católicos son inadmisibles.

Cuando Cristo dice que Él es «pan de vida»34 no es lo mismo que cuando dice «Yo
soy la puerta». Evidentemente que al hablar de «puerta», habla simbólicamente,
pero no así al hablar de «pan de vida», pues dice San Pablo que ese pan es
«comunión con el Cuerpo de Cristo»35. Y el mismo Jesús. lo confirma cuando dijo:
«Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida».
Y los que oyeron estas palabras las entendieron en su auténtico sentido; por eso no
pudieron contenerse y dijeron «dura es esta doctrina».
La presencia de Cristo en la Eucaristía es real y substancial.
El sentido de las palabras de Jesús no puede ser más claro.

Si Jesucristo hablara simbólicamente, habría que decir que sus palabras son
engañosas.

Hay circunstancias en las que no es posible admitir un lenguaje simbólico. ¿Qué


dirías de un moribundo que te promete dejarte su casa en herencia y lo que luego
te dejara fuera una fotografía de ella?
Esto hubiera sido una burla.

Si no queremos decir que Jesucristo nos engañó, no tenemos más remedio que
admitir que sus palabras sobre la Eucaristía significan realmente lo que expresan.

Las palabras de Cristo realizan lo que expresan. Cuando le dice al paralítico


«levántate y anda», el paralítico sale andando, pues eso es lo que le dice Jesús. No
es un modo de hablar para que levante su ánimo.

Lo mismo en la Eucaristía cuando dice «esto es mi Cuerpo». Sus palabras realizan


lo que expresan.
La Biblia de Los Testigos de Jehová traduce falsamente en el relato de la Cena:
«esto significa mi Cuerpo».

Sin embargo, todos los manuscritos y versiones, sin excepción, traducen «esto es
mi Cuerpo».

No es lo mismo el verbo «ser» que el verbo «significar». La bandera significa la


Patria, pero no es la Patria.
Es cierto que nosotros no podemos comprender cómo se convierten el pan y el vino
en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo; pero tampoco comprendemos cómo es
posible que la fruta, el pan, un huevo, un tomate o una patata se conviertan en
nuestra carne y en nuestra sangre, y sin embargo esto ocurre todos los días en
nosotros mismos.

Claro que la transformación que sufren los alimentos en nuestro estómago es del
orden natural, en cambio la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la
Sangre de Cristo es de orden sobrenatural y misterioso.

Este misterio se llama Santísimo Sacramento del Altar y, también, la Sagrada


Eucaristía.

La presencia de Cristo en la Eucaristía está confirmada por varios milagros


eucarísticos que, ante las dudas del sacerdote celebrante u otras circunstancias, las
especies sacramentales se convirtieron en carne y sangre humana, como consta
por los exámenes científicos realizados en los milagros de Lanciano, Casia y otros.
La Institución de la Eucaristía, es cuando Jesús por amor entrega su cuerpo y
sangre a todos los hombres del mundo. Tuvo lugar durante la última cena pascual
que celebró con sus discípulos, en donde se realiza la primera consagración del pan
y del vino que se transforman en el cuerpo y la sangre de Jesucristo.

Instituyó el sagrado sacramento de la Eucaristía, Presencia real del Señor, con su


Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Hostia y en el Vino consagrados. Jesús es
el verdadero pan descendido del Cielo, comida para el alma, fuerza e inspiración
para la humanidad en la caminata existencial, vínculo poderoso que une y congrega
a todos los fieles alrededor de un único Altar hasta la consumación de los siglos.
La Misa fue instituida por el mismo Jesús. Él fue quien celebró la primera Misa junto
a sus apóstoles. Era la noche en que Jesús iba a ser entregado, se iba a cumplir
aquello para lo que vino a la Tierra: dar la vida por nuestra salvación. Y momentos
antes de eso, como buen judío decide celebrar la Pascua judía con sus amigos más
cercanos, los apóstoles. Debió haber sido un momento de mucha tensión para
Jesús, ya que como era Dios, sabía que le quedaba poco tiempo para morir, y quería
cumplir la voluntad del Padre, pero también amaba tanto a los suyos que quería
quedarse con ellos para siempre.

Y elige ese contexto, de la celebración de la liberación del pueblo judío, para realizar
este gran milagro de amor: se ofrece a sí mismo como sacrificio, y por medio de su
Cuerpo y su Sangre, permanece con a nosotros hasta el fin de los tiempos. Por ello,
mientras estaban comiendo, Jesús sorprende a sus discípulos con un signo que
cambiaría todo para siempre. Tomó el pan, lo bendijo y se lo entregó a sus
discípulos diciendo las siguientes palabras:

«Tomen y coman todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por
ustedes». Y luego de hacer el mismo gesto con el vino les dice… «Hagan esto en
conmemoración mía».
Esa fue la primera Misa, el momento en que Jesús nos deja su cuerpo y sangre, y
nos pide claramente seguir realizando esto en memoria suya. Y desde ese momento
los cristianos, obedeciendo la petición de Jesús, comenzaron a juntarse para
celebrar la Eucaristía, sobre todo los domingos, el día de la resurrección de Jesús.
En los Hechos de los Apóstoles se relata que los cristianos se reunían para “partir
el pan” (Hch 20,7).
La Presencia real de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía

Jesús Nuestro Señor, la víspera de su pasión en la cruz, tomó una última cena con
sus discípulos. Durante esta comida, nuestro Salvador instituyó el sacramento de
su Cuerpo y su Sangre. Lo hizo a fin de perpetuar el sacrificio de la Cruz a través
de los siglos y para encomendar a la Iglesia su Esposa el memorial de su muerte y
resurrección. Como nos dice el Evangelio según S. Mateo:

Durante la cena, Jesús tomó un pan, y pronunciada la bendición, lo partió y lo dio a


sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman. Este es mi Cuerpo”. Luego tomó en sus
manos una copa de vino, y pronunciada la acción de gracias, la pasó a sus
discípulos, diciendo: “Beban todos de ella, porque ésta es mi Sangre, Sangre de la
nueva alianza, que será derramada por todos, para el perdón de los pecados”. (Mt
26:26-28; cf. Mc 14:22-24, Lc 22:17-20, 1 Co 11:23-25)
Recordando estas palabras de Jesús, la Iglesia Católica profesa que en la
celebración de la Eucaristía, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre
de Jesucristo por el poder del Espíritu Santo y mediante el ministerio del sacerdote.
Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan
vivirá para siempre, y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo
tenga vida. . . . Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn
6:51-55). Cristo entero está verdaderamente presente, cuerpo, sangre, alma y
divinidad, bajo la apariencia de pan y vino: el Cristo glorificado que se levantó de
entre los muertos después de morir por nuestros pecados. Esto es lo que quiere
decir la Iglesia cuando habla de la “presencia real” de Cristo en la Eucaristía. Esta
presencia de Cristo en la Eucaristía se denomina “real” sin excluir otros tipos de
presencia como si no pudieran entenderse como reales (cf. Catecismo, no. 1374).
Cristo resucitado está presente en su Iglesia de muchas maneras, pero muy
especialmente a través del sacramento de su Cuerpo y su Sangre.

¿Qué significa que Jesucristo esté presente en la Eucaristía bajo la apariencia de


pan y vino? ¿Cómo sucede esto? La presencia de Cristo resucitado en la Eucaristía
es un misterio inagotable que la Iglesia nunca puede explicar cabalmente con
palabras. Debemos recordar que el Dios trino es el creador de todo lo que existe y
tiene el poder de hacer más de lo que nos es posible imaginar. Como dijo S.
Ambrosio: “Si la palabra del Señor Jesús es tan poderosa como para crear cosas
que no existían, entonces con mayor razón las cosas que ya existen pueden ser
convertidas en otras” ( De Sacramentis, IV, 5-16). Dios creó el mundo para compartir
su vida con personas que no son Dios. Este gran plan de salvación revela una
sabiduría que rebasa nuestro entendimiento. Pero no se nos deja en la ignorancia:
por su amor a nosotros, Dios nos revela su verdad en formas que podamos
comprender mediante el don de la fe y la gracia del Espíritu Santo que habita en
nosotros. Así podemos entender, al menos en cierta medida, lo que de otro modo
quedaría desconocido para nosotros, aunque nunca podamos conocer por nuestra
sola razón completamente el misterio de Dios.

Como sucesores de los Apóstoles y auténticos maestros de la Iglesia, los obispos


son obligados a transmitir lo que Dios nos ha revelado y alentar a todos los
miembros de la Iglesia a profundizar su entendimiento del misterio y don de la
Eucaristía. A fin de promover tal profundización de la fe, hemos preparado este texto
para responder a quince preguntas que surgen comúnmente con respecto a la
Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Ofrecemos este texto a pastores y
educadores religiosos como ayuda en sus responsabilidades de enseñanza.
Reconocemos que algunas de estas preguntas contienen ideas teológicas bastante
complejas. Sin embargo, es nuestra esperanza que el estudio y análisis del texto
ayude a muchos de los fieles católicos de nuestro país a enriquecer su comprensión
de este misterio de la fe.

DIVISÓN DE LA EUCARISTÍA
A. RITOS INICIALES

Todo lo que precede a la Liturgia de la palabra, es decir, la entrada, el saludo, el


acto penitencial, el Señor, ten piedad, el Gloria y la oración colecta, tienen el
carácter de exordio, introducción y preparación. La finalidad de estos ritos es hacer
que los fieles reunidos constituyan una comunidad y se dispongan a oír como
conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía.

1. Entrada

Reunido el pueblo, mientras entra el sacerdote con sus ministros, se da comienzo


al canto de entrada. El fin de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión
de quienes se han reunido y elevar sus pensamientos a la contemplación del
misterio litúrgico o de la fiesta, introduciendo y acompañando la procesión de
sacerdotes y ministros. Si no se canta, los fieles, un lector o el mismo celebrante lo
recitan.

El sacerdote y los ministros, cuando llegan al presbiterio, saludan al altar; en señal


de veneración, el sacerdote y el diácono lo besan.
Terminado el canto de entrada, el sacerdote y toda la asamblea hacen la señal de
la cruz. A continuación, el sacerdote, por medio del saludo, manifiesta a la asamblea
reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo queda
de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada.
2. Acto Penitencial

Terminado el saludo, el sacerdote u otro ministro idóneo puede hacer a los fieles
una brevísima introducción sobre la Misa del día. Después el sacerdote invita al acto
penitencial, que se realiza cuando toda la comunidad hace su confesión general y
se termina con la conclusión del sacerdote.

3. Señor, ten piedad (Kyrie, eleison)

Después del acto penitencial, se empieza el Señor, ten piedad, a no ser que éste
haya formado ya parte del mismo acto penitencial. Siendo un canto con el que los
fieles aclaman al Señor y piden su misericordia, regularmente habrán de hacerlo
todos, es decir, tomarán parte en él el pueblo y los cantores. Si no se canta, al
menos se recita.

4. Gloria

El Gloria es un antiquísimo y venerable himno con que la Iglesia, congregada en el


Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y al Cordero y le presenta sus súplicas. Lo
canta o la asamblea de los fieles, o el pueblo alternando con los cantores, o los
cantores solos. Si no se canta, al menos lo han de recitar todos, o juntos o
alternativamente.

Se canta o se recita los domingos, fuera de los tiempos de Adviento y de Cuaresma,


en las solemnidades y en las fiestas y en algunas peculiares celebraciones más
solemnes.

5. Oración colecta

A continuación, el sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote,


permanecen un rato en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia
de Dios y formular interiormente sus súplicas. Entonces el sacerdote lee la oración
que se suele denominar «colecta». Con ella se expresa generalmente la índole de
la celebración, y con las palabras del sacerdote se dirige la súplica a Dios Padre por
Cristo en el Espíritu Santo.
B. LITURGIA DE LA PALABRA

Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, con los cantos que se intercalan,
constituyen la parte principal de la Liturgia de la Palabra; la homilía, la profesión de
fe y la oración universal u oración de los fieles, la desarrollan y concluyen. Dios
habla a su pueblo, le descubre el misterio de la redención y salvación, y le ofrece
alimento espiritual; y el mismo Cristo, por su palabra, se hace presente en medio de
los fieles. Esta palabra divina la hace suya el pueblo con los cantos, y muestra su
adhesión a ella con la profesión de fe; y una vez nutrido con ella, en la oración
universal hace súplicas por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación
de todo el mundo.

1. Lecturas bíblicas

En las lecturas se dispone la mesa de la Palabra de Dios a los fieles y se les abren
los tesoros bíblicos. El conjunto de lecturas dominicales ha sido distribuido en un
ciclo de tres años a fin de que se vean, a largo de esta época cíclica, los textos más
importantes de la Palabra de Dios escrita en los libros sagrados.

2. Cantos interleccionales

Después de la primera lectura sigue un Salmo Responsorial o gradual, que es parte


integrante de la Liturgia de la Palabra.

A la segunda lectura sigue el Aleluya u otro canto, según las exigencias del tiempo
litúrgico. El Aleluya se canta en todos los tiempos litúrgicos, fuera de la Cuaresma.
Lo comienza o todo el pueblo o los cantores o un solo cantor, y, si el caso lo pide,
se repite. El otro canto consiste en un versículo antes del Evangelio o en otro salmo
o tracto, como aparecen en el Leccionario o en el Gradual.
3. Homilía

La homilía es parte de la liturgia, y muy recomendada, pues es necesaria para


alimentar la vida cristiana.

4. Profesión de fe

El Símbolo o profesión de fe, dentro de la Misa, tiende a que el pueblo dé su


asentimiento y su respuesta a la Palabra de Dios oída en las lecturas y en la homilía,
y traiga a su memoria, antes de empezar la celebración eucarística, la norma de su
fe.

5. Oración universal

En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo, ejercitando su oficio


sacerdotal, ruega por todos los hombres. La Oración universal contiene tres
elementos: la introducción del celebrante; las súplicas que puede hacer un ministro,
o algunos fieles, y la conclusión, que toca al celebrante.

C. LITURGIA EUCARÍSTICA

En la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y convite pascual, por medio del cual
el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia cuando el
sacerdote, que representa a Cristo Señor, realiza lo que el mismo Señor hizo y
encargó a sus discípulos que hicieran en memoria de él. Cristo, en efecto, tomó en
sus manos el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo:
«Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Haced
esto en conmemoración mía.» De ahí que la Iglesia haya ordenado toda la
celebración de la Liturgia eucarística según estas mismas partes que responden a
las palabras y gestos de Cristo.
1. La preparación de los dones

Al comienzo de la Liturgia eucarística se llevan al altar los dones que se convertirán


en el Cuerpo y Sangre de Cristo. En primer lugar se prepara el altar o mesa del
Señor, que es el centro de toda la Liturgia eucarística, y entonces se colocan sobre
él el corporal, el purificador, el misal y el cáliz, que puede también prepararse en la
credencia. Se traen a continuación las ofrendas. También se puede aportar dinero
u otras donaciones para los pobres o para la iglesia.

2. Plegaria eucarística

Ahora es cuando empieza el centro y culmen de toda la celebración, a saber, la


Plegaria eucarística, que es una plegaria de acción de gracias y de consagración.
El sacerdote invita al pueblo a elevar el corazón hacia Dios, en oración y acción de
gracias, y se le asocia en la oración que él dirige en nombre de toda la comunidad,
por Jesucristo, a Dios Padre. El sentido de esta oración es que toda la congregación
de los fieles se una con Cristo en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en
la ofrenda del sacrificio.

Los principales elementos de que consta la Plegaria eucarística pueden distinguirse


de esta manera:

a) Acción de gracias (que se expresa sobre todo en el prefacio): en la que el


sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las
gracias por toda la obra de salvación o por alguno de sus aspectos particulares,
según las variantes del día, fiesta o tiempo litúrgico.

b) Aclamación: con ella toda la asamblea, uniéndose a las jerarquías celestiales,


canta o recita el Santo. Esta aclamación, que constituye una parte de la Plegaria
eucarística, la pronuncia todo el pueblo con el sacerdote.

c) Epíclesis: con ella la Iglesia, por medio de determinadas invocaciones, implora


el poder divino para que los dones que han presentado los hombres queden
consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y para que la
víctima inmaculada que se va a recibir en la comunión sea para salvación de
quienes la reciban.

d) Narración de la institución y consagración: en ella, con las palabras y gestos


de Cristo, se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena,
cuando bajo las especies de pan y vino ofreció su Cuerpo y su Sangre y se lo dio a
los Apóstoles en forma de comida y bebida, y les encargó perpetuar ese mismo
misterio.
e) Anamnesis: con ella la Iglesia, al cumplir este encargo que, a través de los
Apóstoles recibió de Cristo Señor, realiza el memorial del mismo Cristo, recordando
principalmente su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y la ascensión al
cielo.

f) Oblación: por ella la Iglesia, en este memorial, sobre todo la Iglesia aquí y ahora
reunida, ofrece al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia
pretende que los fieles no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que aprendan
a ofrecerse a sí mismos, y que de día en día perfeccionen, con la mediación de
Cristo, la unidad con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios lo sea todo para
todos.

g) Intercesiones: con ellas se da a entender que la Eucaristía se celebra en


comunión con toda la Iglesia, celeste y terrena, y que la oblación se hace por ella y
por todos sus miembros, vivos y difuntos, miembros que han sido todos llamados a
participar de la salvación y redención adquiridas por el Cuerpo y Sangre de Cristo.

h) Doxología final: en ella se expresa la glorificación de Dios, y se concluye y


confirma con la aclamación del pueblo. La Plegaria eucarística exige que todos la
escuchen con reverencia y en silencio, y que tomen parte en ella por medio de las
aclamaciones previstas en el mismo rito.

3. Rito de comunión

Ya que la celebración eucarística es un convite pascual, conviene que, según el


encargo del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos por los fieles,
debidamente dispuestos, como alimento espiritual. A esto tienden la fracción y los
demás ritos preparatorios, con los que se va llevando a los fieles hasta el momento
de la comunión: la oración dominical, el rito de la paz, el gesto de la fracción del
pan, la inmixtión o mezcla (el celebrante deja caer una parte del pan consagrado en
el cáliz), el Cordero del Dios, la preparación del sacerdote y la presentación al
pueblo del pan eucarístico que recibirá en la Comunión.

En la oración después de la comunión, el sacerdote ruega para que se obtengan los


frutos del misterio celebrado. El pueblo hace suya esta oración con la aclamación:
Amén.
D. RITO DE CONCLUSIÓN
El rito de conclusión consta de:

a) Saludo y bendición sacerdotal, que en algunos días y ocasiones se enriquece y


se amplía con la oración «sobre el pueblo» o con otra fórmula más solemne.
b) Despedida, con la que se disuelve la asamblea.
AÑO LITÚRGICO
Origen del Año Litúrgico

Las fiestas cristianas han surgido paulatinamente a través de los siglos. Estas nacen
de un deseo de la Iglesia Católica de profundizar en los diversos momentos de la
vida de Cristo. Se comenzó con la fiesta del Domingo y la Pascua, luego se unió
Pentecostés y, con el tiempo, otras más. Los misioneros, al evangelizar, fueron
introduciendo las fiestas cristianas tratando de dar un sentido diferente a las fiestas
paganas del pueblo en el que se encontraban. Podemos compararlo con una
persona que recibe un regalo con una envoltura bonita, la cual guarda y utiliza
posteriormente para envolver y dar otro regalo. La Iglesia tomó de algunas fiestas
paganas las formas externas y les dio un contenido nuevo, el verdadero sentido
cristiano.

La primera fiesta que se celebró fue la del Domingo. Después, con la Pascua como
única fiesta anual, se decidió festejar el nacimiento de Cristo en el solsticio de
invierno, día en que numerosos pueblos paganos celebraban el renacimiento del
sol. En lugar de festejar al “Sol de Justicia”, se festeja al Dios Creador. Así, poco a
poco, se fue conformando el Año litúrgico con una serie de fiestas solemnes,
alegres, de reflexión o de penitencia.

La liturgia es la manera de celebrar nuestra fe. No solo tenemos fe y vivimos de


acuerdo con ella, sino que la celebramos con acciones de culto en las que
manifestamos, comunitaria y públicamente, nuestra adoración a Jesucristo,
presente con nosotros en la Iglesia. Al vivir la liturgia, nos enriquecemos de los
dones que proceden de la acción redentora de Dios.

La liturgia es el conjunto de signos sensibles, eficaces, de la santificación y del culto


a la Iglesia. Es el conjunto de la oración pública de la Iglesia y de la celebración
sacramental.

Liturgia viene del griego leitourgia, que quiere decir servicio público, generalmente
ofrecido por un individuo a la comunidad.
El Concilio Vaticano II en la “Constitución sobre la Liturgia” nos dice:
“La liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles
significan y cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre y así el
Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto
público íntegro".
La liturgia es la acción sagrada por excelencia, ninguna oración o acción humana la
puede igualar por ser obra de Cristo y de toda su Iglesia y no de una persona o un
grupo. Es la fuente de donde mana toda la fuerza de la Iglesia. Es la fuente primaria
y necesaria de donde deben beber todos los fieles el espíritu cristiano. La liturgia
invita a hacer un compromiso transformador de la vida, realizar el Reino de Dios. La
Iglesia se santifica a través de ella y debe existir en la liturgia por parte de los fieles,
una participación plena, consciente y activa.

Cada celebración litúrgica tiene un triple significado:

1. Recuerdo: Todo acontecimiento importante debe ser recordado. Por ejemplo, el


aniversario del nacimiento de Cristo, su pasión y muerte, etc.

2. Presencia: Es Cristo quien se hace presente en las celebraciones litúrgicas


concediendo gracias espirituales a todos aquellos que participan en ellas, de
acuerdo a la finalidad última de la Iglesia que es salvar a todos los hombres de todos
los tiempos.

3. Espera: Toda celebración litúrgica es un anuncio profético de la esperanza del


establecimiento del Reino de Cristo en la tierra y de llegar un día a la patria celestial.

El Año litúrgico es el desarrollo de los misterios de la vida, muerte y resurrección de


Cristo y las celebraciones de los santos que nos propone la Iglesia a lo largo del
año. Es vivir y no sólo recordar la historia de la salvación. Esto se hace a través de
fiestas y celebraciones. Se celebran y actualizan las etapas más importantes del
plan de salvación. Es un camino de fe que nos adentra y nos invita a profundizar en
el misterio de la salvación. Un camino de fe para recorrer y vivir el amor divino que
nos lleva a la salvación.

Enmarcados en el año litúrgico, se celebran distintos tiempos litúrgicos con los


cuales se relacionan los pasajes de las Sagradas Escrituras que se proclaman en
los actos de culto, las diferentes oraciones que se rezan, como así también los
colores litúrgicos utilizados en la vestimenta del celebrante. Si bien las fechas de las
celebraciones varían un poco entre las diferentes Iglesias cristianas, la secuencia y
lógica utilizada para su planificación son en esencia las mismas. Tanto en Oriente
como en Occidente, las fechas de muchas celebraciones varían de año en año, por
lo general en línea con la modificación de la fecha de la Pascua (asociada en el
cristianismo con la resurrección de Jesús y considerada la celebración central de la
cristiandad) a la cual se asocia buena parte de las celebraciones móviles. En el
concilio de Nicea I (325), todas las Iglesias acordaron la celebración de la Pascua
cristiana el domingo siguiente al plenilunio (14 de Nisán) después del equinoccio de
primavera. La reforma del calendario de Occidente por parte del papa Gregorio XIII
(1582), con la introducción del calendario gregoriano en reemplazo del calendario
juliano, produjo un desfase de varios días en la celebración de la Pascua respecto
del calendario litúrgico oriental. En el presente, las Iglesias de Occidente y de
Oriente buscan un nuevo acuerdo que posibilite unificar la celebración de la Pascua
y conduzca progresivamente hacia la constitución de un calendario litúrgico común.

Otra diferencia entre los calendarios litúrgicos radica en el grado de participación


que se otorga a las festividades asociadas a los santos. Las Iglesias católica,
ortodoxa y anglicana presentan calendarios litúrgicos con una participación
importante de celebraciones en honor de la Virgen María y de otros santos, lo que
no se verifica en igual medida en los calendarios de las Iglesias protestantes.

Se llama Año Litúrgico o año cristiano al tiempo que media entre las primeras
vísperas de Adviento y la hora nona de la última semana del tiempo ordinario,
durante el cual la Iglesia celebra el entero misterio de Cristo, desde su nacimiento
hasta su última y definitiva venida, llamada la Parusía. Por tanto, el año litúrgico es
una realidad salvífica, es decir, recorriéndolo con fe y amor, Dios sale a nuestro
paso ofreciéndonos la salvación a través de su Hijo Jesucristo, único Mediador entre
Dios y los hombres.
En la carta apostólica del papa Juan Pablo II con motivo del cuadragésimo
aniversario de la constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia, del 4 de diciembre
de 2003, nos dice que el año litúrgico es “camino a través del cual la Iglesia hace
memoria del misterio pascual de Cristo y lo revive” (n.3).
El Año Litúrgico tiene dos funciones o finalidades:

a) Una finalidad catequética: quiere enseñarnos los varios misterios de Cristo:


Navidad, Epifanía, Muerte, Resurrección, Ascensión, etc. El año litúrgico celebra el
misterio de la salvación en las sucesivas etapas del misterio del amor de Dios,
cumplido en Cristo.

b) Una finalidad salvífica: es decir, en cada momento del año litúrgico se nos
otorga la gracia especifica de ese misterio que vivimos: la gracia de la esperanza
cristiana y la conversión del corazón para el Adviento; la gracia del gozo íntimo de
la salvación en la Navidad; la gracia de la penitencia y la conversión en la Cuaresma;
el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte en la Pascua; el coraje y la valentía
el día de Pentecostés para salir a evangelizar, la gracia de la esperanza serena, de
la honestidad en la vida de cada día y la donación al prójimo en el Tiempo Ordinario,
etc. Nos apropiamos los frutos que nos trae aquí y ahora Cristo para nuestra
salvación y progreso en la santidad y nos prepara para su venida gloriosa o Parusía.

En lenguaje más simple: el Año Litúrgico honra religiosamente los aniversarios de


los hechos históricos de nuestra salvación, ofrecidos por Dios, para actualizarlos y
convertirlos, bajo la acción del Espíritu Santo, en fuente de gracia divina, aliento y
fuerza para nosotros:

En Navidad Se conmemora el nacimiento de Jesús en la Iglesia, en el mundo y en


nuestro corazón, trayéndonos una vez más la salvación, la paz, el amor que trajo
hace más de dos mil años. Nos apropiamos de los mismos efectos salvíficos, en la
fe y desde la fe. Basta tener el alma bien limpia y purificada, como nos recomendaba
san Juan Bautista durante el Adviento.
En la Pascua Se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesús,
sacándonos de las tinieblas del pecado a la claridad de la luz. Y nosotros mismos
morimos junto con Él, para resucitar a una nueva vida, llena de entusiasmo y gozo,
de fe y confianza, comprometida en el apostolado.

En Pentecostés Se conmemora la venida del Espíritu Santo, para santificar, guiar y


fortalecer a su Iglesia y a cada uno de nosotros. Vuelva a renovar en nosotros el
ansia misionera y nos lanza a llevar el mensaje de Cristo con la valentía y arrojo de
los primeros apóstoles y discípulos de Jesús.

Gracias al Año Litúrgico, las aguas de la redención nos cubren, nos limpian, nos
refrescan, nos sanan, nos curan, aquí y ahora. Continuamente nos estamos
bañando en las fuentes de la salvación. Y esto se logra a través de los sacramentos.
Es en ellos donde celebramos y actualizamos el misterio de Cristo. Los sacramentos
son los canales, a través de los cuales Dios nos da a sorber el agua viva y
refrescante de la salvación que brota del costado abierto de Cristo.

Podemos decir en verdad que cada día, cada semana, cada mes vienen
santificados con las celebraciones del Año Litúrgico. De esta manera los días y
meses de un cristiano no pueden ser tristes, monótonos, anodinos, como si no
pasara nada. Al contrario, cada día pasa la corriente de agua viva que mana del
costado abierto del Salvador. Quien se acerca y bebe, recibe la salvación y la vida
divina, y la alegría y el júbilo de la verdadera liberación interior.
Ciclos del año litúrgico
1. Ciclo temporal cristológico: en torno a Cristo.
2. Ciclo santoral: dedicado a la Virgen y los santos.

A su vez, el ciclo temporal cristológico tiene dos ciclos:

1. El ciclo de Navidad, que comienza con el tiempo de Adviento y culmina con la


Epifanía.
2. El ciclo Pascual, que se inicia con el miércoles de ceniza, Cuaresma, Semana
Santa, Triduo Pascual y culmina con el domingo de Pentecostés.

El ciclo de Navidad: comienza a finales de noviembre o principio de diciembre, y


comprende: Adviento, Navidad, Epifanía.

a) Adviento: tiempo de alegre espera, pues llega el Señor. Las grandes figuras del
Adviento son: Isaías, Juan el Bautista y María. Isaías nos llena de esperanza en la
venida de Cristo, que nos traerá la paz y la salvación. San Juan Bautista nos invita
a la penitencia y al cambio de vida para poder recibir en el alma, ya purificada y
limpia, al Salvador. Y María, que espera, prepara y realiza el Adviento, y es para
nosotros ejemplo de esa fe, esperanza y disponibilidad al plan de Dios en la vida.
En el hemisferio sur sintoniza bien el Adviento, pues el trabajador espera el
aguinaldo, el estudiante espera los buenos resultados de su año escolar, la familia
espera las vacaciones, el comerciante espera el balance, todos esperamos el año
nuevo... es tiempo y mes de espera. Y además, estamos en pleno mes de María.
¿Qué color se usa en el Adviento? Morado, color austero, contenido, que invita a la
reflexión y a la meditación del misterio que celebraremos en la Navidad. No se dice
ni se canta el Gloria, estamos en expectación, no en tiempo de júbilo. Durante el
Adviento se confecciona una corona de Adviento; corona de ramos de pino, símbolo
de vida, con cuatro velas (los cuatro domingos de Adviento), que simbolizan nuestro
caminar hacia el pesebre, donde está la Luz, que es Cristo; indica también nuestro
crecimiento en la fe, luz de nuestros corazones; y con la luz crece la alegría y el
calor por la venida de Cristo, Luz y Amor.
b) Navidad: comienza el 24 de diciembre en la noche, con la misa de Gallo y dura
hasta el Bautismo de Jesús inclusive. En Navidad todo es alegría, júbilo; por eso el
color que usa el sacerdote es el blanco o dorado, de fiesta y de alegría. Jesús niño
sonríe y bendice a la humanidad, y conmueve a los Reyes y a las naciones. Sin
embargo, ya desde su nacimiento, Jesús está marcado por la cruz, pues es
perseguido; Herodes manda matar a los niños inocentes, la familia de Jesús tiene
que huir a Egipto. Pero Él sigue siendo la luz verdadera que ilumina a todo hombre.

c) Epifanía: el día de Reyes es la fiesta de la manifestación y revelación de Dios


como luz de todos los pueblos, en la persona de esos reyes de Oriente. Cristo ha
venido para todos: Oriente y Occidente, Norte y Sur, Este y Oeste; pobres y ricos;
adultos y niños; enfermos y sanos, sabios e ignorantes.

El ciclo Pascual comprende Cuaresma, Semana Santa, Triduo Pascual, y Tiempo


Pascual.

a) Cuaresma: es tiempo de conversión, de oración, de penitencia y de limosna. No


se dice ni se canta el Gloria ni el Aleluya. Estos himnos de alegría quedan guardados
en el corazón para el tiempo pascual. Se aconseja rezar el Via Crucis cada día o, al
menos, los viernes, para unirnos a la pasión del Señor y en reparación de los
pecados.

b) Semana Santa y Triduo Pascual: tiempo para acompañar y unirnos a Cristo


sufriente que sube a Jerusalén para ser condenado y morir por nosotros. Es tiempo
para leer la pasión de Cristo, descrita por los Evangelios, y así ir sintonizando con
los mismos sentimientos de Cristo Jesús, adentrarnos en su corazón y acompañarle
en su dolor, pidiéndole perdón por nuestros pecados. Estos días no son días para
ir a playas ni a diversiones mundanas. Es una Semana Santa para vivirla en
nuestras iglesias, junto a la comunidad cristiana, participando de los oficios divinos,
rezando y meditando los misterios de nuestra salvación: Cristo sufre, padece y
muere por nosotros para salvarnos y reconciliarnos con su Padre y así ganarnos el
cielo que estaba cerrado, por culpa del pecado, de nuestro pecado.

c) Tiempo Pascual: tiempo para celebrar con gozo y alegría profunda la


resurrección y el tiempo del Señor. Es la victoria de Cristo sobre la muerte, el odio,
el pecado. Dura siete semanas; dentro de este tiempo se celebra la Ascensión,
donde regresa Cristo a la casa del Padre, para dar cuenta de su misión cumplida y
recibir del Padre el premio de su fidelidad. En Pentecostés, la Iglesia sale y se hace
misionera, llevando el mensaje de Cristo por todo el mundo.

El ciclo Santoral está dedicado a la Virgen y a los santos:

Cada uno de los Santos es una obra maestra de la gracia del Espíritu Santo. Así
dijo el papa Juan XXIII en la alocución del 5 de junio de 1960. Por eso, celebrar a
un santo es celebrar el poder y el amor de Dios, manifestados en esa creatura.
Los santos ya consiguieron lo que nosotros deseamos. Este culto es grato a Dios,
pues reconocemos lo que Él ha hecho con estos hombres y mujeres que se
prestaron a su gracia. “Los santos, –dirá san Atanasio- mientras vivían en este
mundo, estaban siempre alegres, como si siempre estuvieran celebrando la Pascua”
(Carta 14).

Este culto también es útil a nosotros, pues serán intercesores nuestros en el cielo,
para implorar los beneficios de Dios por Cristo. Son bienhechores, amigos y
coherederos del Cielo. Así lo expresó san Bernardo: “Los santos no necesitan de
nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. La veneración de su
memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso
que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo” (Sermón 2).

Tenemos que venerarlos, amarlos y agradecer a Dios lo que por ellos nos viene de
Dios. Son para nosotros modelos a imitar. Si ellos han podido, ¿por qué nosotros
no vamos a poder, con la ayuda de Dios?

Sobre todos los santos sobresale la Virgen, a quien tenemos que honrar con culto
de especial veneración, por ser la Madre de Dios. Ella es la que mejor ha imitado a
su Hijo Jesucristo. Además, Cristo, antes de morir en la cruz, nos la ha regalado
como Madre.
TIEMPOS LITÚRGICOS
El año litúrgico está formado por seis estaciones o tiempos:
 Adviento – las cuatro semanas de preparación al nacimiento de Jesús.

 Navidad – recordar el nacimiento (la Natividad) de nuestro Señor Jesucristo


y su manifestación a todos los pueblos de la tierra.
 Cuaresma – un período de seis semanas de penitencia antes de la Pascua.

 Sagrado Triduo Pascual – los tres días más sagrados del año de la Iglesia,
en el que el pueblo cristiano recuerda la pasión, muerte y resurrección de
nuestro Señor Jesucristo.

 Tiempo Pascual – 50 días de celebración gozosa por la resurrección del


Señor de entre los muertos y su envío del Espíritu Santo.

 Tiempo Ordinario – dividido en dos secciones (una parte de 4 a 8 semanas


después de la Navidad y otra que dura cerca de seis meses después del
Tiempo Pascual), durante este tiempo los fieles consideran todas las
enseñanzas y obras de Jesús con el pueblo.

El misterio de Cristo, desarrollado a través del ciclo anual, nos llama a vivir su
misterio en nuestras propias vidas. Este llamado se ilustra mejor en las vidas
de María y los Santos, celebrados por la Iglesia a través del año. No hay ningún
conflicto entre el misterio de Cristo y la celebración de los santos, sino más bien
contienen una maravillosa harmonía. La Santísima Virgen María está unida por un
vínculo inseparable a la obra salvífica de su Hijo, y las fiestas de los Santos
proclaman la maravillosa obra de Cristo en sus siervos y ofrecen a los fieles
apropiados ejemplos a imitar. En estas fiestas de los Santos el Misterio Pascual de
Jesucristo se proclama y se renueva.

El Año litúrgico está formado por distintos tiempos litúrgicos. Estos son tiempos en
los que la Iglesia nos invita a reflexionar y a vivir de acuerdo con alguno de los
misterios de la vida de Cristo. Comienza por el Adviento, luego viene la Navidad,
Epifanía, Primer tiempo ordinario, Cuaresma, Semana Santa, Pascua, Tiempo
Pascual, Pentecostés, Segundo tiempo ordinario y termina con la fiesta de Cristo
Rey.

El Adviento es tiempo de espera para el nacimiento de Dios en el mundo. Es


recordar a Cristo que nació en Belén y que vendrá nuevamente como Rey al final
de los tiempos. Es un tiempo de cambio y de oración para comprometernos con
Cristo y esperarlo con alegría. Es preparar el camino hacia la Navidad. Este tiempo
litúrgico consta de las cuatro semanas que preceden al 25 de diciembre, abarcando
los cuatro domingos de Adviento.

Al terminar el Adviento, comienza el Tiempo de Navidad, que va desde la Navidad


o Nacimiento, que se celebra el 25 de diciembre y nos recuerda que Dios vino a
este mundo para salvarnos.

La Epifanía se celebra cada 6 de enero y nos recuerda la manifestación pública de


Dios a todos los hombres. Aquí concluye el Tiempo de Navidad.

El Primer tiempo ordinario es el que va de la fiesta de la Epifanía hasta inicio


de Cuaresma. En el Primer y Segundo tiempo ordinario del Año litúrgico, no se
celebra ningún aspecto concreto del misterio de Cristo. En ambos tiempos se
profundizan los distintos momentos históricos de la vida de Cristo para adentrarnos
en la historia de la Salvación.

La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza y se prolonga durante los


cuarenta días anteriores al Triduo Pascual. Es tiempo de preparación para la
Pascua o Paso del Señor. Es un tiempo de oración, penitencia y ayuno. Es tiempo
para la conversión del corazón.

La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo


de Resurrección. En el Triduo Pascual se recuerda y se vive junto con Cristo su
Pasión, Muerte y Resurrección.

El Domingo de Pascua es la mayor fiesta de la Iglesia, en la que se celebra la


Resurrección de Jesús. Es el triunfo definitivo del Señor sobre la muerte y primicia
de nuestra resurrección.

El Tiempo de Pascua es tiempo de paz, alegría y esperanza. Dura cincuenta días,


desde el Domingo de Resurrección hasta Pentecostés, que es la celebración de la
venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. En esta fiesta se trata de abrir el
corazón a los dones del Espíritu Santo.
Después de Pentecostés sigue el Segundo tiempo ordinario del año litúrgico que
termina con la fiesta de Cristo Rey.

El eje del Año litúrgico es la Pascua. Los tiempos fuertes son el Adviento y la
Cuaresma.

Durante el Adviento, Navidad y Epifanía se revive la espera gozosa del Mesías en


la Encarnación. Hay una preparación para la venida del Señor al final de los tiempos:
“Vino, viene y volverá”.
En la Cuaresma, se revive la marcha de Israel por el desierto y la subida de Jesús
a Jerusalén. Se vive el misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo: “Conversión
y meditación de la palabra de Dios”.

En el Tiempo Pascual se vive la Pascua, Ascensión y Pentecostés en 50 días. Se


celebra el gran domingo: “Ha muerto, vive, ¡Ven Señor Jesús!

En los tiempos ordinarios, la Iglesia sigue construyendo el Reino de Cristo movida


por el Espíritu y alimentada por la Palabra: “El Espíritu hace de la Iglesia el cuerpo
de Cristo, hoy”.

Los cambios de fechas en algunas fiestas del Año litúrgico.


El Año litúrgico se fija a partir del ciclo lunar, es decir, no se ciñe estrictamente al
año calendario. La fiesta más importante de los católicos, la Semana Santa, coincide
con la fiesta de la "pascua judía" o Pesaj, misma que se realiza cuando hay luna
llena. Se cree que la noche que el pueblo judío huyó de Egipto, había luna llena lo
que les permitió prescindir de las lámparas para que no les descubrieran los
soldados del faraón.

La Iglesia fija su Año litúrgico a partir de la luna llena que se presenta entre el mes
de marzo o de abril. Por lo tanto, cuando Jesús celebró la Última Cena con sus
discípulos, respetando la tradición judía de celebrar la pascua - el paso del pueblo
escogido a través del Mar Rojo hacia la tierra prometida - debía de haber sido una
noche de luna llena. Hecho que se repite cada Jueves Santo.

La Iglesia marca esa fecha como el centro del Año litúrgico y las demás fiestas que
se relacionan con esta fecha cambian de día de celebración una o dos semanas.

Las fiestas que cambian año con año, son las siguientes:

· Miércoles de Ceniza
· Semana Santa
· La Ascensión del Señor
· Pentecostés
· Fiesta de Cristo Rey

Ahora, hay fiestas litúrgicas que nunca cambian de fecha, como por ejemplo:

· Navidad
· Epifanía
· Candelaria
· Fiesta de San Pedro y San Pablo
· La Asunción de la Virgen
· Fiesta de todos los santos

COLORES LITÚRGICOS

 Blanco: este color representa a Dios. Simboliza la alegría, pureza, tiempo de


júbilo y la paz. Se usa durante el Tiempo de Pascua y el de Navidad. Se
emplea también en las fiestas y solemnidades del Señor Jesucristo no
relacionadas con la Pasión (Sagrado Corazón de Jesús, Ascensión, Cristo
Rey), en las celebraciones vinculadas con la institución o culto de la
Eucaristía (Misa de la Cena del Señor, Corpus Christi), en las fiestas y
solemnidades en que se celebra a la Virgen María, a santos que no murieron
mártires (por ejemplo, San José, San Juan, apóstol y evangelista), a santos
ángeles y arcángeles, y la Natividad de San Juan Bautista. También en la
solemnidad de Todos los Santos, en las fiestas de san Juan Evangelista, de
la Cátedra de san Pedro y de la Conversión de san Pablo. También se utiliza
en la celebración del bautismo y el matrimonio.
 Negro: este color simboliza el luto y el sufragio por los difuntos, por lo que se
usa en las celebraciones exequiales y en los entierros. Tras la reforma
litúrgica de Pablo VI, su uso es potestativo en lugar del morado. En el rito
romano ordinario, así como en el rito romano tradicional se usa el Viernes
Santo y las misas de Réquiem o de difuntos, inclusive la festividad del 2 de
noviembre, los fieles difuntos, aunque para el rito ordinario romano su uso es
facultativo. En algunas tradiciones católicas europeas y americanas también
se usa para conmemorar a la Virgen María de los Dolores el 15 de
septiembre.

 Morado: este color simboliza preparación espiritual y penitencia. Se usa en


Adviento y en Cuaresma, tiempos de preparación para la Navidad y la
Pascua respectivamente. También se usa en la administración del
sacramento de la penitencia y en general en todo tipo de actos penitenciales.
Desde la reforma litúrgica se dispone su uso para los sufragios por los
difuntos. Según el calendario litúrgico tradicional también se usa en las
temporadas de petición. Cabe mencionar que tanto el Lunes, Martes y
Miércoles Santo se usa el morado porque sigue siendo tiempo de Cuaresma.
 Verde: este color simboliza la virtud de la esperanza. Es usado durante el
Tiempo Ordinario, después de Navidad hasta Cuaresma, y después del
Tiempo de Pascua hasta el Adviento, en los domingos y en aquellos días que
no exigen otro color. Es tiempo de esperanza por la venida del Mesías y por
la Resurrección salvadora respectivamente.

 Rojo: este color simboliza la sangre y la fuerza del Espíritu Santo. Se refiere
a la virtud del amor de Dios. Es usado principalmente en las fiestas de la
Pasión del Señor como el Domingo de Ramos y el Viernes Santo. También
en fiestas del Espíritu Santo como el Domingo de Pentecostés, y en las
fiestas de Apóstoles y Evangelistas y en las celebraciones de los santos
mártires. También en la administración del sacramento de la Confirmación y
en las liturgias dedicadas a los instrumentos de la Pasión. En la Santa Sede
se usa para las exequias de los cardenales o del sumo pontífice.
 Rosa: este color simboliza una relajación del rigor penitencial y se utiliza
potestativamente en la misa del domingo Gaudete (tercer domingo de
Adviento) para indicar la cercanía de la Navidad y el domingo Laetare (el
cuarto de Cuaresma) por la cercanía de la Pascua.

Otros colores

Otros colores son el azul, que es un privilegio y el color oro y plata que son tolerados.
Por tanto, no son verdaderos colores litúrgicos.

 Azul: En España, y por ende todos los países hispanos, tienen el privilegio
de usar el color azul, que simboliza la pureza y la virginidad, sólo
exclusivamente en la fiesta de la Inmaculada Concepción4.
 Dorado y plateado: Los ornamentos de fondo dorado y plateado pueden
sustituir a ornamentos de cualquier color en ocasiones de solemnidad,
excepto a los de color morado y negro de acuerdo con lo señalado por la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.5
Normalmente el dorado se usa en las celebraciones más importantes del año:
la Misa del Gallo de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo y la Vigilia
Pascual del Domingo de Pascua de Resurrección, así como en la
Celebración de Jesús Sumo y Eterno Sacerdote y en la celebración de Cristo
Rey.

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