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Es Cristo, que sigue viviendo entre nosotros, Él es la fuente y la cima de toda la vida
cristiana, y contiene todo el bien espiritual de la Iglesia. Como dijera a sus discípulos
en Galilea, antes de ascender al Padre. “Sepan que Yo estoy con ustedes todos los
días hasta el fin de los tiempos”. Nuestro amadísimo Redentor cumplió su promesa,
cuando en la Última Cena, señaló sobre las especies del pan y el vino. “Esto es Mi
Cuerpo, coman de él; ésta es Mi Sangre, beban de ella, y hagan esto en
conmemoración Mía”.
No hay ningún dogma más edificante y que más nos impulse a una vida ideal que
el de la Eucaristía. Así, después de la Comunión, dentro del Sagrado Corazón, laten
nuestros corazones y el Salvador nuestro Dios, inunda nuestras venas con Su
sangre que quema y purifica en nosotros, los pecadores, toda la debilidad y
mezquindad para que no quede ni la más leve escoria, para que no tengamos ni un
solo latido que no sea por nuestro Padre Dios y para su gloria.
Ahora bien, después de haber considerado qué es la Eucaristía y de haber
ponderado algunos de sus efectos en el alma del creyente, podemos preguntarnos.
Sabiendo lo que es, en realidad saltaría nuestro corazón de gozo. ¡Si supiéramos
que en cada Misa, es el mismo Jesucristo, Señor y Redentor nuestro, quien se hace
presente en la mente de nosotros con Su Cuerpo y Su Sangre, Su Alma y Su
Divinidad y que se hace presente todos los días por nosotros, actualizando su
Sacrificio único en forma sacramental!
Jesús cuando instituyó la Eucaristía les dijo a sus Apóstoles “hagan esto en
memoria Mía”, lo que significa, un recordatorio perene de Su muerte, al dar a sus
fieles, hasta la consumación de los tiempos, Su Cuerpo y Su Sangre, bajo las
especies de pan y vino. Por esto la Santa Misa, es un tesoro inestimable que, aún
hoy en día, es el mismo Cristo quien renueva en cada Celebración el Sacrificio del
Calvario que ofreció aquélla noche del Jueves Santo.
Pero cuando Jesucristo ofrece su sacrificio, los miembros (que somos nosotros)
también hemos de intervenir y participar en el Sagrado Acto, porque formamos con
Él, un solo Cuerpo Místico y así, en la Santa Misa, brota continuamente la Sangre
de Cristo, Santa e inmortal, para beberla y así recibir en amplias corrientes la gracia
vivificadora.
Nunca debemos olvidar que no se mueve la hoja del árbol, sin la voluntad de Dios.
Por lo tanto, debemos considerar la Eucaristía como Acción de Gracias y alabanza
al Padre, como memorial del Sacrificio de Cristo y de Su Cuerpo, como presencia
de Cristo por el poder de Su Palabra y de Su Espíritu y podemos agregar que la
Eucaristía es el vehículo sensible de gracia y salvación a través de la recepción de
Cristo, bajo las especies de pan y vino, que se convertirán en Su Cuerpo y Su
Sangre y que recibiremos, así, el contacto directo con el Padre.
Hemos visto en la Última Cena, que nuestro Señor Jesucristo no solamente ofreció
Su Cuerpo y Su Sangre como manjar a los apóstoles, sino que además les dio una
orden sublime que concluyó toda la Ceremonia: “Hagan esto en memoria mía”. Así
lo ordenó, porque quiere que este alimento de vida eterna lo puedan consumir sus
fieles de todos los tiempos. De esa manera será realidad su promesa “Yo estaré
con ustedes hasta la consumación de los siglos”.
La última Cena de Jesús con sus discípulos fue una variante de la tradicional cena
de Pésaj de los judíos de aquella época.
La que históricamente había comenzado siendo una fiesta de llegada de la
primavera.
Después de la destrucción del templo del año 70 dC, y hasta nuestros días, los
judíos no comen más el cordero inmolado.
La Importancia
La Última Cena es descrita en tres de los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento,
Mateo, Marcos y Lucas. He aquí algunos hechos destacados que cambian vidas,
como los registra el evangelio de Lucas.
Primero, Jesús predice que sufrirá al acabarse la cena y que será Su última comida
antes de finalizar Su obra para el reino de Dios (Lucas 22:15-16).
Segundo, Jesús les da a Sus seguidores símbolos para recordar Su cuerpo y Su
sangre, sacrificados por toda la humanidad. "Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió
y les dio, diciendo: 'Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en
memoria de mí.'" (Lucas 22:19).
Tercero, Jesús proporciona un principio importante para vivir la vida cristiana: Sea
el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve (Lucas
22:26). Finalmente, Jesús le da esperanza a sus seguidores: "Yo, pues, os asigno
un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en
mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel" (Lucas 22:29-
30).
Por los últimos dos milenios, la Última Cena ha inspirado a gente a vivir por fe en
Jesucristo, sirviendo a otros, en lugar de seguir las influencias del mundo de esperar
ser servido.
A cambio, Jesús hace un simple pedido, recuerde este acto de amor que Él hizo por
nosotros.
Jesucristo no tenía que morir por nosotros. Sin embargo, lo hizo porque Él valora
cada vida en la tierra y desea ver a cada uno de nosotros sentados a Su mesa en
el cielo algún día. En toda la Biblia, y en toda la historia, la verdad del mensaje de
Cristo ha sido establecida - que podemos reunirnos con Jesús en el cielo al
reconocer Su sacrificio, y aceptarle en nuestras vidas.
Adicionalmente, podemos aplicar las lecciones que Jesús enseñó en la Última Cena
para vivir una vida de fidelidad mientras estemos en esta tierra al servir a otros con
amor. El pan es el símbolo del cuerpo de Jesús; nunca debemos olvidar que fue
dado por nosotros.
El vino representa la sangre de Jesús; nunca debemos olvidar que derramó Su vida
por nosotros. Jesucristo ha ofrecido a todo el mundo el regalo de Su vida, muerte y
resurrección. La Última Cena nos recuerda el sacrificio de Cristo, y que, por fe en
Él, podemos cenar con Cristo por toda la eternidad.
Como fue la última cena de jesús
De acuerdo a las tradiciones, símbolos y gestos del “Pésaj” o cena pascual que
vimos, Bernardo Estrada, profesor de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz,
recrea la Última Cena que pudo haber vivido Jesús con sus discípulos.
Lo más probable es que Cristo celebrase la Pascua el día anterior al día oficial,
como ya ha señalado en alguna ocasión Benedicto XVI.
Es una cuestión sobre la que se debate, pero no resultaría extraño, pues en aquellos
días confluía tanta gente en Jerusalén (unas 250.000 personas, cuando la población
normal era de 35.000), que no se podían sacrificar todos los corderos en una sola
jornada.
Simbólicamente, esa luces recordaban la creación del mundo por Dios, cuyo inicio
los hebreos sitúan en este mes del Nissán, el “mes de las espigas”, pues es cuando
comienza a crecer la nueva vida (aunque tras el medievo, esa datación cambió).
Que esta festividad se celebrase en el “mes de las espigas” hace ver que las fiestas
de Israel van ligadas en su origen a fiestas agrícolas.
Por eso el pan, el vino y el cordero son tan importantes. Dios –primero en Egipto y
luego con el Señor Jesús – ha ido dando un sentido nuevo y más profundo a estas
celebraciones.
Y a la izquierda estaría Juan, quien pudo descansar así sobre el pecho del Señor.
La cena comienza con una bendición (salmos 113 y 114), tras la que se toma la
primera copa de vino mientras se dice:
“Bendito seas Tú, Adonai nuestro Dios, rey del universo, quien creó el fruto de la
vid”.
La segunda…
El vino que se bebe a continuación les recuerda las diez plagas que azotaron al
pueblo egipcio.
¿Cuándo lavó el Señor los pies a los Apóstoles?
Si bien no tenemos certeza, quizá fue tras esta segunda copa, que es cuando se
realiza tradicionalmente la primera ablución o lavado de manos, al que el Señor
quiso dar un profundo significado.
Luego vienen las “bendiciones”, una serie de preguntas que hace la persona más
jóven a la más anciana o más digna: “¿Ma nishtaná halaila hazé micol haleilot?”
(¿Por qué esta noche es diferente de todas las otras noches?).
¿Y tras el lavado?
Es cuando empieza la cena propiamente dicha.
El más digno distribuye el primer pan ázimo, o Matzá, mientras repite esta bendición:
“Bendito eres Tú, nuestro Señor, Rey del universo, que extraes pan de la tierra”.
Pudo ser en este momento cuando el Señor consagró el Pan, aunque no podemos
estar seguros.
Como se sabe, ese pan sin levadura –que se comerá más veces a lo largo de la
cena– recuerda la prisa con que escaparon del Faraón.
Además, cada comensal tiene delante un cuenco con hierbas amargas que se
sumergen en el Jaroset, una salsa especial (agua salada y algún condimento), que
les recuerda el sufrimiento de aquella huída.
Y a continuación, el cordero.
No se le tenía que haber roto ningún hueso y debía ser consumido entero.
Para los judíos, el cordero es el animal cuya sangre en las puertas de sus casas
había liberado a sus primogénitos del ángel de la muerte en Egipto.
Desde aquella liberación, que precede y permite la huída por mar Rojo, comían el
cordero tal y como les había indicado Moisés.
Es la copa en la que se “da gracias”, por lo que se supone que es en esta copa
cuando el Señor ofreció su Sangre a sus discípulos.
¿Y la última?
Esa quinta copa es para Elías, a quien el pueblo hebreo espera para que anuncie
la venida del Mesías (en Malaquías 4,5).
Cuando la cena se termina se manda un niño a la puerta a abrirla y ver si está Elías.
Cada año, el niño regresa desanimado y el vino se derrama sin que nadie lo beba.
JESUCRISTO ESTABLECE LA EUCARISTÍA
Jesucristo instituyó la Eucaristía para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el
sacrificio de la cruz, y alimentar nuestras almas para la vida eterna.
En su Última Cena, Jesucristo, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de
su Sangre. Jesús ofreció aquel día en el cenáculo el mismo sacrificio que iba a
ofrecer pocas horas más tarde en el calvario: con anticipación, se entregó por todos
los hombres bajo las apariencias de pan y vino.
La palabra sacrificio viene del latín, «sacrum facere»: hacer sagrado. Ofrezco algo
a Dios y lo sacralizo.
El pan y el vino son fruto del trabajo del hombre, que la saca del trigo y de la uva, y
se los ofrece a Dios como símbolo de su entrega. Y Dios nos los devuelve como
alimento, convertido en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y así nos hacemos Cuerpo
Místico de Cristo. Él nos hace suyos.
Sobre la fecha de la Última Cena discrepan los autores. Lo más frecuente es situarla
el Jueves Santo.
Pero algunos autores piensan que tuvo lugar el Martes Santo pues había dos
calendarios distintos para celebrar la Cena Pascual.
Con las palabras «haced esto en memoria mía» , Jesús dio a los Apóstoles y a sus
sucesores el poder y el mandato de repetir aquello mismo que Él había hecho:
convertir el pan y el vino, en su Cuerpo y en su Sangre, ofrecer estos dones al Padre
y darlos como manjar a los fieles.
Jesucristo está en todas las Hostias Consagradas entero en cada una de ellas28.
Aunque sea muy pequeña.
La voz se «divide» en doble número de oídos, pero sin perder nada. Esta
comparación, que es de San Agustín, puede ayudar a entenderlo.
Todo esto es un gran misterio, pero así lo hizo Jesucristo que, por ser Dios, lo puede
todo.
Lo mismo que, con su sola palabra hizo milagros así, con su sola palabra, convirtió
el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre cuando dijo: «Esto es mi Cuerpo...,
éste es el cáliz de mi Sangre...».
Los discípulos que las oyeron las entendieron de modo real, no simbólico.
Por eso dice San Juan que cuando le oyeron esto a Jesús algunos, escandalizados,
le abandonaron diciendo: «esto es inaceptable». Le sonaba a antropofagia. Si lo
hubieran entendido en plan simbólico no se hubieran escandalizado.
El mismo San Pablo también las entendió así. Por eso después de relatar la
institución de la Eucaristía añade rotundamente: de manera que cualquiera que
comiere este pan o bebiere este cáliz indignamente, será reo del Cuerpo y de la
Sangre del Señor».
Si la presencia eucarística fuera sólo simbólica, las palabras de San Pablo serían
excesivas. No es lo mismo partir la fotografía de una persona que asesinarla.
Por todo esto los católicos creemos firmemente que en la Eucaristía está el
verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Jesucristo. Las interpretaciones
simbólicas y alegóricas de los no católicos son inadmisibles.
Cuando Cristo dice que Él es «pan de vida»34 no es lo mismo que cuando dice «Yo
soy la puerta». Evidentemente que al hablar de «puerta», habla simbólicamente,
pero no así al hablar de «pan de vida», pues dice San Pablo que ese pan es
«comunión con el Cuerpo de Cristo»35. Y el mismo Jesús. lo confirma cuando dijo:
«Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida».
Y los que oyeron estas palabras las entendieron en su auténtico sentido; por eso no
pudieron contenerse y dijeron «dura es esta doctrina».
La presencia de Cristo en la Eucaristía es real y substancial.
El sentido de las palabras de Jesús no puede ser más claro.
Si Jesucristo hablara simbólicamente, habría que decir que sus palabras son
engañosas.
Si no queremos decir que Jesucristo nos engañó, no tenemos más remedio que
admitir que sus palabras sobre la Eucaristía significan realmente lo que expresan.
Sin embargo, todos los manuscritos y versiones, sin excepción, traducen «esto es
mi Cuerpo».
Claro que la transformación que sufren los alimentos en nuestro estómago es del
orden natural, en cambio la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la
Sangre de Cristo es de orden sobrenatural y misterioso.
Y elige ese contexto, de la celebración de la liberación del pueblo judío, para realizar
este gran milagro de amor: se ofrece a sí mismo como sacrificio, y por medio de su
Cuerpo y su Sangre, permanece con a nosotros hasta el fin de los tiempos. Por ello,
mientras estaban comiendo, Jesús sorprende a sus discípulos con un signo que
cambiaría todo para siempre. Tomó el pan, lo bendijo y se lo entregó a sus
discípulos diciendo las siguientes palabras:
«Tomen y coman todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por
ustedes». Y luego de hacer el mismo gesto con el vino les dice… «Hagan esto en
conmemoración mía».
Esa fue la primera Misa, el momento en que Jesús nos deja su cuerpo y sangre, y
nos pide claramente seguir realizando esto en memoria suya. Y desde ese momento
los cristianos, obedeciendo la petición de Jesús, comenzaron a juntarse para
celebrar la Eucaristía, sobre todo los domingos, el día de la resurrección de Jesús.
En los Hechos de los Apóstoles se relata que los cristianos se reunían para “partir
el pan” (Hch 20,7).
La Presencia real de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía
Jesús Nuestro Señor, la víspera de su pasión en la cruz, tomó una última cena con
sus discípulos. Durante esta comida, nuestro Salvador instituyó el sacramento de
su Cuerpo y su Sangre. Lo hizo a fin de perpetuar el sacrificio de la Cruz a través
de los siglos y para encomendar a la Iglesia su Esposa el memorial de su muerte y
resurrección. Como nos dice el Evangelio según S. Mateo:
DIVISÓN DE LA EUCARISTÍA
A. RITOS INICIALES
1. Entrada
Terminado el saludo, el sacerdote u otro ministro idóneo puede hacer a los fieles
una brevísima introducción sobre la Misa del día. Después el sacerdote invita al acto
penitencial, que se realiza cuando toda la comunidad hace su confesión general y
se termina con la conclusión del sacerdote.
Después del acto penitencial, se empieza el Señor, ten piedad, a no ser que éste
haya formado ya parte del mismo acto penitencial. Siendo un canto con el que los
fieles aclaman al Señor y piden su misericordia, regularmente habrán de hacerlo
todos, es decir, tomarán parte en él el pueblo y los cantores. Si no se canta, al
menos se recita.
4. Gloria
5. Oración colecta
Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, con los cantos que se intercalan,
constituyen la parte principal de la Liturgia de la Palabra; la homilía, la profesión de
fe y la oración universal u oración de los fieles, la desarrollan y concluyen. Dios
habla a su pueblo, le descubre el misterio de la redención y salvación, y le ofrece
alimento espiritual; y el mismo Cristo, por su palabra, se hace presente en medio de
los fieles. Esta palabra divina la hace suya el pueblo con los cantos, y muestra su
adhesión a ella con la profesión de fe; y una vez nutrido con ella, en la oración
universal hace súplicas por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación
de todo el mundo.
1. Lecturas bíblicas
En las lecturas se dispone la mesa de la Palabra de Dios a los fieles y se les abren
los tesoros bíblicos. El conjunto de lecturas dominicales ha sido distribuido en un
ciclo de tres años a fin de que se vean, a largo de esta época cíclica, los textos más
importantes de la Palabra de Dios escrita en los libros sagrados.
2. Cantos interleccionales
A la segunda lectura sigue el Aleluya u otro canto, según las exigencias del tiempo
litúrgico. El Aleluya se canta en todos los tiempos litúrgicos, fuera de la Cuaresma.
Lo comienza o todo el pueblo o los cantores o un solo cantor, y, si el caso lo pide,
se repite. El otro canto consiste en un versículo antes del Evangelio o en otro salmo
o tracto, como aparecen en el Leccionario o en el Gradual.
3. Homilía
4. Profesión de fe
5. Oración universal
C. LITURGIA EUCARÍSTICA
En la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y convite pascual, por medio del cual
el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia cuando el
sacerdote, que representa a Cristo Señor, realiza lo que el mismo Señor hizo y
encargó a sus discípulos que hicieran en memoria de él. Cristo, en efecto, tomó en
sus manos el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo:
«Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Haced
esto en conmemoración mía.» De ahí que la Iglesia haya ordenado toda la
celebración de la Liturgia eucarística según estas mismas partes que responden a
las palabras y gestos de Cristo.
1. La preparación de los dones
2. Plegaria eucarística
f) Oblación: por ella la Iglesia, en este memorial, sobre todo la Iglesia aquí y ahora
reunida, ofrece al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia
pretende que los fieles no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que aprendan
a ofrecerse a sí mismos, y que de día en día perfeccionen, con la mediación de
Cristo, la unidad con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios lo sea todo para
todos.
3. Rito de comunión
Las fiestas cristianas han surgido paulatinamente a través de los siglos. Estas nacen
de un deseo de la Iglesia Católica de profundizar en los diversos momentos de la
vida de Cristo. Se comenzó con la fiesta del Domingo y la Pascua, luego se unió
Pentecostés y, con el tiempo, otras más. Los misioneros, al evangelizar, fueron
introduciendo las fiestas cristianas tratando de dar un sentido diferente a las fiestas
paganas del pueblo en el que se encontraban. Podemos compararlo con una
persona que recibe un regalo con una envoltura bonita, la cual guarda y utiliza
posteriormente para envolver y dar otro regalo. La Iglesia tomó de algunas fiestas
paganas las formas externas y les dio un contenido nuevo, el verdadero sentido
cristiano.
La primera fiesta que se celebró fue la del Domingo. Después, con la Pascua como
única fiesta anual, se decidió festejar el nacimiento de Cristo en el solsticio de
invierno, día en que numerosos pueblos paganos celebraban el renacimiento del
sol. En lugar de festejar al “Sol de Justicia”, se festeja al Dios Creador. Así, poco a
poco, se fue conformando el Año litúrgico con una serie de fiestas solemnes,
alegres, de reflexión o de penitencia.
Liturgia viene del griego leitourgia, que quiere decir servicio público, generalmente
ofrecido por un individuo a la comunidad.
El Concilio Vaticano II en la “Constitución sobre la Liturgia” nos dice:
“La liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles
significan y cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre y así el
Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto
público íntegro".
La liturgia es la acción sagrada por excelencia, ninguna oración o acción humana la
puede igualar por ser obra de Cristo y de toda su Iglesia y no de una persona o un
grupo. Es la fuente de donde mana toda la fuerza de la Iglesia. Es la fuente primaria
y necesaria de donde deben beber todos los fieles el espíritu cristiano. La liturgia
invita a hacer un compromiso transformador de la vida, realizar el Reino de Dios. La
Iglesia se santifica a través de ella y debe existir en la liturgia por parte de los fieles,
una participación plena, consciente y activa.
Se llama Año Litúrgico o año cristiano al tiempo que media entre las primeras
vísperas de Adviento y la hora nona de la última semana del tiempo ordinario,
durante el cual la Iglesia celebra el entero misterio de Cristo, desde su nacimiento
hasta su última y definitiva venida, llamada la Parusía. Por tanto, el año litúrgico es
una realidad salvífica, es decir, recorriéndolo con fe y amor, Dios sale a nuestro
paso ofreciéndonos la salvación a través de su Hijo Jesucristo, único Mediador entre
Dios y los hombres.
En la carta apostólica del papa Juan Pablo II con motivo del cuadragésimo
aniversario de la constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia, del 4 de diciembre
de 2003, nos dice que el año litúrgico es “camino a través del cual la Iglesia hace
memoria del misterio pascual de Cristo y lo revive” (n.3).
El Año Litúrgico tiene dos funciones o finalidades:
b) Una finalidad salvífica: es decir, en cada momento del año litúrgico se nos
otorga la gracia especifica de ese misterio que vivimos: la gracia de la esperanza
cristiana y la conversión del corazón para el Adviento; la gracia del gozo íntimo de
la salvación en la Navidad; la gracia de la penitencia y la conversión en la Cuaresma;
el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte en la Pascua; el coraje y la valentía
el día de Pentecostés para salir a evangelizar, la gracia de la esperanza serena, de
la honestidad en la vida de cada día y la donación al prójimo en el Tiempo Ordinario,
etc. Nos apropiamos los frutos que nos trae aquí y ahora Cristo para nuestra
salvación y progreso en la santidad y nos prepara para su venida gloriosa o Parusía.
Gracias al Año Litúrgico, las aguas de la redención nos cubren, nos limpian, nos
refrescan, nos sanan, nos curan, aquí y ahora. Continuamente nos estamos
bañando en las fuentes de la salvación. Y esto se logra a través de los sacramentos.
Es en ellos donde celebramos y actualizamos el misterio de Cristo. Los sacramentos
son los canales, a través de los cuales Dios nos da a sorber el agua viva y
refrescante de la salvación que brota del costado abierto de Cristo.
Podemos decir en verdad que cada día, cada semana, cada mes vienen
santificados con las celebraciones del Año Litúrgico. De esta manera los días y
meses de un cristiano no pueden ser tristes, monótonos, anodinos, como si no
pasara nada. Al contrario, cada día pasa la corriente de agua viva que mana del
costado abierto del Salvador. Quien se acerca y bebe, recibe la salvación y la vida
divina, y la alegría y el júbilo de la verdadera liberación interior.
Ciclos del año litúrgico
1. Ciclo temporal cristológico: en torno a Cristo.
2. Ciclo santoral: dedicado a la Virgen y los santos.
a) Adviento: tiempo de alegre espera, pues llega el Señor. Las grandes figuras del
Adviento son: Isaías, Juan el Bautista y María. Isaías nos llena de esperanza en la
venida de Cristo, que nos traerá la paz y la salvación. San Juan Bautista nos invita
a la penitencia y al cambio de vida para poder recibir en el alma, ya purificada y
limpia, al Salvador. Y María, que espera, prepara y realiza el Adviento, y es para
nosotros ejemplo de esa fe, esperanza y disponibilidad al plan de Dios en la vida.
En el hemisferio sur sintoniza bien el Adviento, pues el trabajador espera el
aguinaldo, el estudiante espera los buenos resultados de su año escolar, la familia
espera las vacaciones, el comerciante espera el balance, todos esperamos el año
nuevo... es tiempo y mes de espera. Y además, estamos en pleno mes de María.
¿Qué color se usa en el Adviento? Morado, color austero, contenido, que invita a la
reflexión y a la meditación del misterio que celebraremos en la Navidad. No se dice
ni se canta el Gloria, estamos en expectación, no en tiempo de júbilo. Durante el
Adviento se confecciona una corona de Adviento; corona de ramos de pino, símbolo
de vida, con cuatro velas (los cuatro domingos de Adviento), que simbolizan nuestro
caminar hacia el pesebre, donde está la Luz, que es Cristo; indica también nuestro
crecimiento en la fe, luz de nuestros corazones; y con la luz crece la alegría y el
calor por la venida de Cristo, Luz y Amor.
b) Navidad: comienza el 24 de diciembre en la noche, con la misa de Gallo y dura
hasta el Bautismo de Jesús inclusive. En Navidad todo es alegría, júbilo; por eso el
color que usa el sacerdote es el blanco o dorado, de fiesta y de alegría. Jesús niño
sonríe y bendice a la humanidad, y conmueve a los Reyes y a las naciones. Sin
embargo, ya desde su nacimiento, Jesús está marcado por la cruz, pues es
perseguido; Herodes manda matar a los niños inocentes, la familia de Jesús tiene
que huir a Egipto. Pero Él sigue siendo la luz verdadera que ilumina a todo hombre.
Cada uno de los Santos es una obra maestra de la gracia del Espíritu Santo. Así
dijo el papa Juan XXIII en la alocución del 5 de junio de 1960. Por eso, celebrar a
un santo es celebrar el poder y el amor de Dios, manifestados en esa creatura.
Los santos ya consiguieron lo que nosotros deseamos. Este culto es grato a Dios,
pues reconocemos lo que Él ha hecho con estos hombres y mujeres que se
prestaron a su gracia. “Los santos, –dirá san Atanasio- mientras vivían en este
mundo, estaban siempre alegres, como si siempre estuvieran celebrando la Pascua”
(Carta 14).
Este culto también es útil a nosotros, pues serán intercesores nuestros en el cielo,
para implorar los beneficios de Dios por Cristo. Son bienhechores, amigos y
coherederos del Cielo. Así lo expresó san Bernardo: “Los santos no necesitan de
nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. La veneración de su
memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso
que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo” (Sermón 2).
Tenemos que venerarlos, amarlos y agradecer a Dios lo que por ellos nos viene de
Dios. Son para nosotros modelos a imitar. Si ellos han podido, ¿por qué nosotros
no vamos a poder, con la ayuda de Dios?
Sobre todos los santos sobresale la Virgen, a quien tenemos que honrar con culto
de especial veneración, por ser la Madre de Dios. Ella es la que mejor ha imitado a
su Hijo Jesucristo. Además, Cristo, antes de morir en la cruz, nos la ha regalado
como Madre.
TIEMPOS LITÚRGICOS
El año litúrgico está formado por seis estaciones o tiempos:
Adviento – las cuatro semanas de preparación al nacimiento de Jesús.
Sagrado Triduo Pascual – los tres días más sagrados del año de la Iglesia,
en el que el pueblo cristiano recuerda la pasión, muerte y resurrección de
nuestro Señor Jesucristo.
El misterio de Cristo, desarrollado a través del ciclo anual, nos llama a vivir su
misterio en nuestras propias vidas. Este llamado se ilustra mejor en las vidas
de María y los Santos, celebrados por la Iglesia a través del año. No hay ningún
conflicto entre el misterio de Cristo y la celebración de los santos, sino más bien
contienen una maravillosa harmonía. La Santísima Virgen María está unida por un
vínculo inseparable a la obra salvífica de su Hijo, y las fiestas de los Santos
proclaman la maravillosa obra de Cristo en sus siervos y ofrecen a los fieles
apropiados ejemplos a imitar. En estas fiestas de los Santos el Misterio Pascual de
Jesucristo se proclama y se renueva.
El Año litúrgico está formado por distintos tiempos litúrgicos. Estos son tiempos en
los que la Iglesia nos invita a reflexionar y a vivir de acuerdo con alguno de los
misterios de la vida de Cristo. Comienza por el Adviento, luego viene la Navidad,
Epifanía, Primer tiempo ordinario, Cuaresma, Semana Santa, Pascua, Tiempo
Pascual, Pentecostés, Segundo tiempo ordinario y termina con la fiesta de Cristo
Rey.
El eje del Año litúrgico es la Pascua. Los tiempos fuertes son el Adviento y la
Cuaresma.
La Iglesia fija su Año litúrgico a partir de la luna llena que se presenta entre el mes
de marzo o de abril. Por lo tanto, cuando Jesús celebró la Última Cena con sus
discípulos, respetando la tradición judía de celebrar la pascua - el paso del pueblo
escogido a través del Mar Rojo hacia la tierra prometida - debía de haber sido una
noche de luna llena. Hecho que se repite cada Jueves Santo.
La Iglesia marca esa fecha como el centro del Año litúrgico y las demás fiestas que
se relacionan con esta fecha cambian de día de celebración una o dos semanas.
Las fiestas que cambian año con año, son las siguientes:
· Miércoles de Ceniza
· Semana Santa
· La Ascensión del Señor
· Pentecostés
· Fiesta de Cristo Rey
Ahora, hay fiestas litúrgicas que nunca cambian de fecha, como por ejemplo:
· Navidad
· Epifanía
· Candelaria
· Fiesta de San Pedro y San Pablo
· La Asunción de la Virgen
· Fiesta de todos los santos
COLORES LITÚRGICOS
Rojo: este color simboliza la sangre y la fuerza del Espíritu Santo. Se refiere
a la virtud del amor de Dios. Es usado principalmente en las fiestas de la
Pasión del Señor como el Domingo de Ramos y el Viernes Santo. También
en fiestas del Espíritu Santo como el Domingo de Pentecostés, y en las
fiestas de Apóstoles y Evangelistas y en las celebraciones de los santos
mártires. También en la administración del sacramento de la Confirmación y
en las liturgias dedicadas a los instrumentos de la Pasión. En la Santa Sede
se usa para las exequias de los cardenales o del sumo pontífice.
Rosa: este color simboliza una relajación del rigor penitencial y se utiliza
potestativamente en la misa del domingo Gaudete (tercer domingo de
Adviento) para indicar la cercanía de la Navidad y el domingo Laetare (el
cuarto de Cuaresma) por la cercanía de la Pascua.
Otros colores
Otros colores son el azul, que es un privilegio y el color oro y plata que son tolerados.
Por tanto, no son verdaderos colores litúrgicos.
Azul: En España, y por ende todos los países hispanos, tienen el privilegio
de usar el color azul, que simboliza la pureza y la virginidad, sólo
exclusivamente en la fiesta de la Inmaculada Concepción4.
Dorado y plateado: Los ornamentos de fondo dorado y plateado pueden
sustituir a ornamentos de cualquier color en ocasiones de solemnidad,
excepto a los de color morado y negro de acuerdo con lo señalado por la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.5
Normalmente el dorado se usa en las celebraciones más importantes del año:
la Misa del Gallo de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo y la Vigilia
Pascual del Domingo de Pascua de Resurrección, así como en la
Celebración de Jesús Sumo y Eterno Sacerdote y en la celebración de Cristo
Rey.