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Con la incesante presión sobre la granja familiar que continúa hasta hoy, el
hogar como lugar de producción significativo ha desaparecido. No fabricamos
casi nada de lo que consumimos. El proceso de globalización ha acelerado
este desligamiento respecto de la producción. Cada vez menos gente entre
nosotros tiene una idea de lo que es el trabajo en la fábrica, dado que los
trabajos de fabricación son paulatinamente transferidos al extranjero. Tampoco
tenemos mucho más que una vaga idea de los salarios o las condiciones
laborales de los trabajadores que fabrican lo que compramos.
Ser consumido.
La participación en esta gran telaraña del ser creado informa la manera en que
los cristianos enfocan la producción. El trabajo no es simplemente un medio
para ganar dinero para que podamos consumir. El trabajo establece una
intimidad con la creación de Dios, de modo que llegamos a ser, como el Papa
Juan Pablo II nos recuerda, "co-creadores" con Dios en nuestro trabajo. La
participación en Dios también informa cómo nos vemos unos a otros. La
persona humana no sólo está conectada a las cosas, sino a otras personas.
Todos estamos hechos a imagen de Dios, hechos todos para participar en el
cuerpo de Cristo. Tan estrecha es nuestra relación que compartimos los
mismos sufrimientos y las mismas alegrías (1 Corintios 12:26). Es tan imposible
hacer caso omiso de la explotación laboral como lo es ignorar el dolor en
nuestros propios cuerpos.