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Mi historia lúdica

La historia lúdica se entiende como una dimensión del desarrollo de los


individuos, siendo parte constitutiva del ser humano. Se refiere a la necesidad
de comunicarse, de sentir, expresarse y producir una serie de emociones
orientadas hacia el entretenimiento, la diversión, el esparcimiento, que
nos llevan a reír, gritar e inclusive llorar en una verdadera fuente generadora de
emociones. La Lúdica fomenta el desarrollo psico-social, la conformación de la
personalidad, evidencia valores, puede orientarse a la adquisición de saberes,
encerrando una amplia gama de actividades donde interactúan el placer, el
gozo, la creatividad y el conocimiento.
El hecho de que la actividad lúdica favorezca el aprendizaje y la acción
pedagógica en todas las dimensiones educativas (física, intelectual, social y
estética) ha hecho que desde antaño los educadores fijaran su atención en ella,
considerándola de máxima importancia y estimando oportuno su uso en la
acción pedagógica.
Los recursos materiales, como el entorno, el contexto físico, los materiales
didácticos, hace posible el proceso de aprendizaje. A medida que fui creciendo
aprendí a jugar a través de la manipulación, observación multisensorial,
descubrimiento, exploración, experimentación, interacción con iguales y adultos
cercanos, en éste caso mi primera interacción con mi mamá, hermanos, tíos,
tías, familiares.
Cuando uno es un bebé presenta una serie de reflejos ante cualquier estímulo,
de forma totalmente involuntaria y automática. Poco a poco, estos reflejos, van
adquiriendo mayor utilidad. Luego nos encontramos con un tipo de conducta
denominada reacción circular primaria, esto quiere decir que realizaba una
acción obteniendo un resultado que resulta tan placentero que me llevaba a
repetir esas acciones una y otra vez, como por ejemplo jugar con mi cuerpo,
como agitar los brazos, las piernas, llevarme la mano a la boca.
Después la acción la comenzaba a realizar sobre mi entorno físico y/o social.
En ese momento empecé a jugar con los objetos, manipulándolos y
explorándolos sensorialmente (sonajeros, mordedores, muñecos de diferentes
texturas…). Comienzan juegos de interacción social como los mimos. De a
poco comenzó aparecer intencionalidad en las acciones que realizaba, el
interés por los objetos y sus posibilidades de desplazamiento iban aumentando.
Por lo tanto, resultaba más sencillo explorar el entorno. Inicié en imitar
acciones, aunque estas no las podía ver en mi propio cuerpo (cerrar los ojos,
abrir la boca…)

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