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Don Carlos Coloma de Saa

Las Guerras de los Estados Bajos Don Carlos Coloma de Saa Don Carlos Coloma de Saa

Las Guerras de los


Las guerras de los Estados Bajos (1625) de Carlos Coloma (1566-1637) relatan
los sucesos de Flandes entre los años 1588-1600 y sirven de continuación, con un
cierto lapso no cubierto, a las décadas de Bernardino de Mendoza, que narran los
de 1567-1576. Coloma, participante como oficial de los Tercios en el conflicto ar-
mado, escribe una historia veraz y bien informada basada en su mayor parte en el
testimonio directo, que se modela sobre los Comentarios de César, cuyo estilo de
reflexión moral deriva de Tácito y que se acomoda a los principios retóricos del
Estados Bajos
ars historica de autores como Sebastián Fox Morcillo. En ella Coloma –orgulloso
soldado- quiere ante todo presentar al lector una historia militar, así como refutar a
quienes están propagando una tergiversada leyenda negra antiespañola. Por último,
hace suyo el sentir de Felipe II, quien con su participación en el conflicto de Flandes
no hacía sino, al decir de Coloma, “sustentar la fe católica, su debida obediencia y la
quietud y tranquilidad de aquellos sus vasallos”.
La publicación de Las guerras de los Estados Bajos en la Colección Clásicos supone

Las Guerras de los Estados Bajos


completar la edición de las crónicas de los sucesos de Flandes iniciada con las de
Bernardino de Mendoza y ofrecer un panorama completo de esta época histórica en
la figura y obra de sus dos mejores narradores, así como recuperar una figura histó-
rica olvidada por los investigadores.
Las Guerras de los Estados Bajos
Don Carlos Coloma de Saa

Las Guerras de los


Estados Bajos
(Desde el año de 1588 hasta el de 1599)

Estudio y edición de
Antonio Cortijo Ocaña

MINISTERIO DE DEFENSA
CATÁLOGO GENERAL DE PUBLICACIONES OFICIALES
http://www.060.es

Edita:

© De la obra: el editor, del estudio: Antonio Cortijo Ocaña. 2010

NIPO: 076-10-031-1
ISBN: 978-84-9781-521-2
Depósito Legal: M-37990-2010
Diseño de la colección: América Sánchez
Imprime: Imprenta del Ministerio de Defensa
Tirada: 900 ejemplares
Fecha de edición: xxxxxx 2010

Las opiniones emitidas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor.

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electrónico, mecánico o de grabación, incluido fotocopias, o por cualquier otra forma, sin permiso previo,
expreso y por escrito de los titulares del © Copyright.
Para Julie y Antoñito
Índice
Índice

000 Introducción

000 La construcción de una nación. Guerra, estado y propaganda.


A propósito de la figura de Carlos Coloma de Saa, por Antonio
Cortijo Ocaña
000 1.  Carlos Coloma. Somera biografía.
000 2.  La peripecia de Carlos Coloma como embajador. La imagen de
España en la imprenta inglesa.
000 3.  La prosa histórica de Carlos Coloma. Estilo y modus scribendi.
000 4.  Sobre la historia y la política.
000 5.  La obra de Carlos Coloma en su conjunto: bajo el signo de la
Razón de Estado.
000 5.1 Los estudios sobre su vida y obra.
000 6.  La lengua. Terminología militar.
000 7.  Criterios de edición.
000 Addenda

000 Bibliografía

000 Las Guerras de los Estados Bajos, de Carlos Coloma


000 Epístola dedicatoria.
000 Prólogo.
000 Libro primero.
000 Libro segundo.
000 Libro tercero.
000 Libro cuarto.
000 Libro quinto.
000 Libro sexto.
000 Libro sétimo.
000 Libro octavo.
000 Libro noveno.
000 Libro décimo.
000 Libro undécimo.
000 Libro duodécimo.
000 Apéndice I
000 The attestation of the most excellent, and most illustrious lord, Don
Carlos Coloma, embassadour extraordinary for Spayne (1631, Carlos
Coloma)
000 Apéndice II
000 Vox populi or Newes from Spayne (1620, Thomas Scott)
000 Apéndice III
000 Relación del socorro de Brujas (1631, Carlos Coloma)
000 Apéndice IV
000 «Descripción de los Países Bajos y Edicto Perpetuo» (Bernardino de
Mendoza, Comentarios de lo sucedido en las guerras de los Países Bajos,
Libro I).
000 Índice (Original)
El presente libro se basa en nuestro proyecto de análisis de la leyenda ne-
gra española. Dentro del mismo hemos editado algunas obras representativas
(escritas en inglés y publicadas en Inglaterra) en la revista eHumanista (www.
ehumanista.ucsb.edu, sección «Projects»). Asimismo, hemos hecho una pri-
mera cala y cata extensa en nuestro estudio (conjunto con Ángel Gómez
Moreno) sobre la obra histórica de don Bernardino de Mendoza, oficial de
caballería de los Tercios de Flandes y embajador español en Londres y París
en el siglo XVI. Allí dábamos cuenta del origen de dicha leyenda negra y de
los propósitos ideológicos que subyacían a la misma (en el contexto de la
política inglesa de la época), con amplio estudio de panfletos y obras de entre
los años 1550-1590. Ahora le ha tocado el turno a la obra histórica de don
Carlos Coloma. Si en nuestro anterior libro sobre Bernardino de Mendoza
aprovechábamos la ocasión para editar su obra histórica, de difícil acceso,
ahora hacemos lo propio con la de Carlos Coloma (su narración de la guerra
de Flandes entre los años 1588-1600). Esta figura, como la del embajador an-
terior, une en su haber –además de su práctica de la escritura histórica- el ha-
ber sido testigo de los hechos que narra junto al haber participado como ofi-
cial en los Tercios de Flandes, así como haber estado involucrado prima manu
en política desde diferentes puestos, que incluyen los de embajador español
en Londres en dos ocasiones durante el siglo XVII. A la hora de elaborar el
libro hemos tenido en cuenta dos hechos importantes: la existencia de una
monografía recentísima sobre Coloma, estupenda, obra de Guill Ortega, y la
de una página web de primera magnitud dedicada al estudio pormenorizado
de los Tercios de Flandes (Sánchez, www.tercios.org). En vista de ello hemos
reducido el análisis de la biografía de Coloma a un mínimo digno, basada en
gran parte en la obra mencionada, así como hemos evitado notas extensas a la
edición en lo tocante a identificación de personajes nombrados por Coloma
(pues el interesado puede consultar la página web mencionada).
Para nuestro trabajo nos hemos centrado de preferencia en algunos aspec-
tos relativamente poco atendidos sobre la obra y figura de Coloma. Primero,
en el análisis de las embajadas inglesas de Coloma dentro del contexto de la
literatura panfletaria antiespañola del siglo XVII (en Inglaterra). Para ello he-
mos recuperado el tema de la literatura antiespañola inglesa, ahora centrado
en los años 1590-1640. La conclusión es clara: sigue en esta época la profusa
avalancha de obras que desde las prensas inglesas (con traducciones también
de otras obras del neerlandés o francés) ofrecen al público una imagen de
España caracterizada por la barbarie, la atrocidad, la brutalidad, la sed de
dinero, etc., todo ello dentro del campo más general de la demonización de
lo hispano y lo católico. Segundo, nos centramos en el análisis del modus
operandi de Coloma en lo que toca a la disciplina de historia conscribenda (ars
historica), tan de moda en la segunda mitad del siglo XVI. Nuestro anterior
trabajo sobre Sebastián Fox Morcillo y su tratado teórico de historia (De histo-
riae institutione dialogus, 1557) nos ha permitido insertar la labor de Coloma
en esta tradición. La conclusión aquí es que Coloma, como indicara Mené-
ndez y Pelayo, mezcla en uno la concepción de los Comentarios de César con
el análisis moral de Tácito. Y en lo que toca a la construcción técnica de su
prosa, es heredero de los preceptos señalados por los Furió Ceriol, Fox Mor-
cillo, Páez y compañía. Asimismo, hemos procurado analizar en conjunto la
obra de Coloma, lo que no encontramos elaborado en ningún estudioso, en
especial poniendo en relación su trabajo histórico y su traducción de Tácito
(Anales, Historias), pues pensamos que ambas obras tienen sentido dentro de
las preocupaciones políticas tacitistas de Carlos Coloma y los teóricos de la
razón de estado en general, y deben estudiarse dentro de este contexto.
Por último, hemos aprovechado la ocasión para añadir a la edición varios
apéndices, donde se editan por primera vez dos obras en inglés, una referente
a la leyenda negra, otra a un proceso de testificación en que estuvo involu-
crado Carlos Coloma con relación a la causa de los católicos ingleses y su
imposibilidad a efectos prácticos de aceptar al obispo de Calcedonia, enviado
a ellos por el Papa; asimismo, se incluye un pequeño tratadito de Coloma, ya
editado hace tiempo, que hoy en día era de difícil acceso para los estudiosos.
Y una addenda a la introducción ofrece al lector la edición al completo de un
panfleto propagandístico sobre España, muestra de lo contenido en el análisis
de este tema en la Introducción. Valete.
La construcción de una nación. Guerra, estado y propaganda. A
propósito de la figura de Carlos Coloma de Saa

Porque los franceses engrandecen con grandes exageraciones sus victorias y del todo disimulan
las nuestras […]. Los flamencos acriminan nuestras culpas, atribuyéndonos las de los siniestros
sucesos, sin disimular nuestras victorias, con tal que entre en ellas a la parte la nación valona,
digna deste premio por su conocido esfuerzo. Los italianos siguen otro camino y cuentan nues-
tras cosas con la tibieza de agenas, dilatándose en las suyas con tanto cuidado, que a quien las
leyere sin él causará alguna duda el determinar la precedencia de ambas naciones en el valor y
diciplina militar. (Coloma, Las guerras de los Estados Bajos, Prólogo)

Y veo de qué suerte nos agravia Pues en el siglo desta edad segundo,
la extraña pluma, la parcial malicia, ¿quién no creerá que el Franchi Conestaggio
la historia cautelosa cuanto sabia; dijo verdad? Luego en verdad me fundo.
y tan atropellada la justicia ¡Oh España, siempre a todos verdadera!
por los historiadores extranjeros, ¡Oh, siempre a todos justa envidia, España!
por pasión, por envidia y por codicia; […] Mas no es del Franchi la maldad primera,
Mas ¿a quién no dará mortal disgusto pues quien por interés escribe y miente,
un extranjero historiador hablando y del anabaptista y luterano
de Felipe segundo, siempre augusto, político defiende lo que siente,
que las guerras de Flandes dilatando, ¿por qué se llama historiador cristiano,
elocuente y retórico mintiendo, y quiere desdorar (que no es posible)
con artificio vil le está culpando; las grandezas de un rey tan soberano?
y un fiero calvinista engrandeciendo,
que le pagó muy bien lo que escribía, (Lope de Vega, La Circe, Epístola al obispo de
está calificando y prefiriendo? Oviedo, Fr. Plácido de Tosantos)
Introducción
Introducción

…sustentar la fe católica, su debida obediencia y la qui-


etud y tranquilidad de aquellos sus vasallos… (Coloma, Las
guerras de los Estados Bajos, Prólogo)
…[los holandeses] no afectan otra cosa que hacernos
odiosos a todas las naciones del mundo para disculpar su re-
belión a entrambas majestades. (idem)

1. Carlos Coloma. Somera biografía1.

Carlos Francisco Coloma de Saa (Elda, 1566 - Madrid, 23 de noviem-


bre de 1637) fue militar, historiador y diplomático. Nacido en el castillo de
Alicante, fue cuarto hijo de Juan Coloma, conde de Elda, y de la portuguesa
Isabel de Saa, de una familia de la burguesía terrateniente mercantil originaria
de Borja (Aragón), luego elevada a rango noble. Mosén Juan Coloma, su
bisabuelo, llegó a ser secretario del rey Juan II de Aragón y de Fernando II (el
Católico) y trasladó su familia a Zaragoza, con participación destacada en la
toma de Granada y en la redacción de las Capitulaciones de Santa Fe, luego
casado en segundas nupcias con la rica (y judía) María Pérez Calvillo (de la

Aunque existen varias biografías para el estudio de la vida de Coloma (amén de su obra escri-
1 

ta, que nos permite rastrear la misma) (Coutinho, Llorente Lannas, Morel-Fatio, Gil y Gaya
y Olga Turner), nos basamos para las notas breves que siguen en la que realiza en más de 300
páginas Guill, que es, sin duda, la mejor hasta la fecha. Una nota se impone asimismo sobre
los nombres propios y topónimos. El texto de Coloma abunda en los mismos, franceses, ita-
lianos, neerlandeses, etc. Y en muchas ocasiones no aparecen transcritos de una, sino de varias
maneras (vid. Cambray, Cambrai). En las páginas que siguen, en especial en este capítulo,
hemos procurado mantener los topónimos como aparecen en Coloma, dando a menudo el
equivalente francés o italiano o neerlandés moderno. Como éstos, igualmente, se someten
a reglas ortográficas diferentes en sus respectivos idiomas y hemos acentuado los topónimos
«españolizados» usados por Coloma, hemos preferido ofrecer los términos modernos (en
francés, neerlandés, etc.) también con acentuación española (diciendo Balaigný, por ejemplo,
donde no se requiere acento en francés).
20 Las Guerras de los Estados Bajos

familia de los De la Caballería). Tras su labor diplomática para la devolución


(por parte de Carlos VIII) del Rosellón y la Cerdaña en 1493, dejó en 1497
el cargo de secretario y pasó a la escribanía del zalmedina2 de Zaragoza, de-
dicado en particular a asuntos económicos y financieros. Tras 1506 vuelve a
trabajar en política junto a Fernando el Católico y obtiene derechos sobre la
villa de Alguer (Cerdeña) y un título de baja nobleza por su mujer. En 1512
compra al conde de Concentaina la baronía de Elda (Elda, Petrel y Salinas)
y Fernando el Católico le otorga el título de conde de Elda, aunque dejó,
al morir, sin ratificar el documento, y sin efecto el título. Retirado a Borja,
moriría allí en 1517. Su único hijo, Juan Francisco Pérez Calvillo Coloma,
señor de Malón, Maloncillo y Figueruelas (Aragón) y Elda, Petrer y Salinas
(Valencia), se traladó a Elda a fines de la década de los años 20. Se comienza
entonces a construir el palacio tardogótico de Elda, su residencia habitual.
En 1520 se casa con María de Cardona. De este matrimonio nacerá, como
primogénito, Juan Coloma y Cardona, padre de nuestro autor, inclinado a
la lectura y escritura, en especial de poesía3. Su padre se casó en segundas
nupcias con su cuñada Catalina de Cardona, de la que tuvo 4 hijos. Muerto
Juan F. Pérez Calvillo en 1539, se desatará entre el padre de nuestro autor, su
madrastra y hermanastros un pleito por los señoríos familiares (sólo zanjado
en 1557, con el acuerdo de que él se quedase con las posesiones de Valencia).
Fue nombrado caballero de la orden de Santiago y su fama como poeta se
fue agrandando. En 1551, como miembro de la corte de la infanta María
de Austria, hermana de Felipe II, en Cigales (Valladolid), conoce a Isabel de
Saa, una de sus damas de honor, y se casa con ella, trasladándose en 1557
definitivamente a Elda, donde iniciará numerosas obras de reforma arquitec-
tónica. En 1561 se traslada a Alicante, de cuyo castillo de Santa Bárbara había
sido nombrado alcalde. Allí, en 1566, nacerá Carlos Coloma, duodécimo
(de catorce en total) hijo suyo. En 1570 es nombrado por Felipe II virrey
de Cerdeña, adonde (en Cagliari) traslada a su familia y desarrolla labores

2 
 agistrado de Aragón entre cuyas atribuciones figuran la visita de inspección a la cárcel,
M
informándose de la causa de cada reo y su estado, elegir un abogado de oficio para los pobres,
tomar juramento para este abogado y seguir sus progresos, perseguir a los maleantes, castigar
a los tahures, actuar en las quejas contra oficiales, ejecutar las órdenes de pago, nombrar
tutores y curadores, etc.
3
 La mayor parte de sus obras aparecen publicadas en el Cancionero general de obras nuevas
nunca hasta ahora impresas así por el arte española como por la toscana y esta primera es el Triunfo
de la muerte traducido por don Juan de Coloma (Zaragoza: Esteban de Nágera, 1554). También
escribió una Década de la Pasión, en tercetos, y un Cántico a la Resurrección, en octavas, dedi-
cado a la emperatriz, obras reunidas en un solo tomo con el título de Década de la Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo, con otra obra intitulada Cántico de su gloriosa resurrección (Cagliari: V.
Sambenito, 1576; Madrid, Q. Gerardo, 1586), composiciones muy elogiadas por Cervantes
en el Canto de Calíope, 1.6 de La Galatea, por Luis Zapata (Carlo famoso, canto 38) y por J.
Sannazaro.
Introducción 21

administrativas y militares. Por miedo a un ataque turco, la familia Coloma,


excepto el padre y los hijos mayores (Juan y Antonio), se traslada a Génova en
1573, y hacia 1576 debió encaminarse hacia Elda. En 1576-77 Juan Coloma
recibe una deseada licencia por tres meses y poco después de éstos dimitió de
su cargo de virrey (en 1577), fue a entrevistarse con Felipe II en la corte y
recibió de éste el título de I conde de Elda, erigido sobre las baronías de Elda,
Petrel y Salinas, trasladándose a su castillo-palacio hasta el final de sus días.
En 1581 morirá el primogénito de la familia (Juan), que había sido paje de
la reina Isabel de Valois y pasó a la sucesión del título el hermano segundón,
Antonio, igualmente paje de Isabel. Antonio (II conde de Elda, caballero
del hábito de Santiago, virrey de Cerdeña, general de las galeras de Portugal
y Sicilia y general de las galeras de Nápoles) se casó en 1581 con Beatriz de
Corella y Felipe II concede al conde de Elda el vínculo del mayorazgo. Los
otros hermanos de la familia fueron Alonso Coloma (obispo de Barcelona
y Cartagena), Francisco Coloma (capitán general de la armada de la carrera
de Indias y descubridor), Diego Coloma (doctor en cánones), Luis Coloma
(agustino, obispo de Almería), María Coloma (casada con Pedro de Zúñiga,
miembro del Consejo de Estado y embajador en Inglaterra), Isabel Coloma,
y las religiosas Guiomar Coloma, Ana María Coloma, Blanca Teresa Coloma,
María Ignacia (¿Juana?) Coloma y Luisa Coloma.
Carlos Coloma inicia su carrera militar en 1581, con 15 años, como vo-
luntario de infantería, parte de las tropas del duque de Alba que van a la con-
quista del reino de Portugal. En 1584 pasa a servir a las galeras de Sicilia. En
1586, a la muerte de su padre, regresa a Elda y recibe en herencia la muy mó-
dica suma de 500 ducados y una casa. En 1588 Pedro de Tassis es nombrado
veedor-general del ejército de Flandes y Carlos Coloma (familia lejana de los
Tassis) marcha con él como entretenido para unise a las tropas de Alejandro
Farnesio, con un sueldo de 40 escudos. Comienza su servicio en la compañía
de Ramón Cerdán, adscrito al tercio de don Juan Manrique (antiguo tercio
de Sicilia), teniendo como objetivo la toma de Ostende. El 7 de abril de 1589
recibió su primera herida de guerra, en una mano, al retirarse de Audenbur-
go. Su participación continúa en el asedio y toma del fuerte de Heel, y más
tarde sofocando el motín de la isla de Bommel. Para el invierno, cuando la
tropa se acuartela, está en Kortrijk y Menin. En Francia, mientras tanto, ha
comenzado la guerra civil (religiosa) que enfrentará a Enrique III y el carde-
nal de Borbón. En 1590 se subleva el tercio de Juan de Manrique, tomando
el poder en Courtray, y tras más de tres meses reciben las pagas atrasadas y
se releva del cargo al sargento mayor (exigencia de los amotinados). Junto a
otras tropas esperarán órdenes en Hesdín y Bapaume, en la frontera francesa.
Dos compañías de infantería valona de este tercio forman parte del ejército
de Alejandro Farnesio que ayuda en el avituallamiento de París y contra el
ejército de Enrique de Borbón, aunque el resto (y Carlos Coloma) se quedó
22 Las Guerras de los Estados Bajos

para servir a la protección de Flandes. Juan de Manrique será substituido


por Antonio de Zúñiga, con lo que el tercio de llamará de «Zúñiga» a partir
de entonces. En Nieuport muere Carlos de Luna, capitán de una compañía
de lanzas, y se le da su puesto a Carlos Coloma, con sueldo de 50 ducados.
Asimismo se le acaba traspasando (por influencias) la compañía de caballería
de Juan de Córdoba. Ésta era de lanzas:
Éstos mantenían todavía sus pesadas armaduras, equipadas con celada
completa, coselete, grevas, quijotes, cañones, brazales y guardas. Encima
de esta armadura los españoles se vestían con tabardos que llevaban la cruz
de San Andrés. Iban armados con lanza en ristre con manija y banderola.
Y su misión, aparte de patrullas y protección, era cargar contra el enemigo
durante la batalla. (Guill 53)
Desde Lambres parten a Francia (1592) a socorrer Rouen (en Normardía),
obligando a las tropas del futuro Enrique IV a levantar el cerco, salvando la
ciudad; desde Pondarmé (Pont-Audemer) acompaña al maestre de campo,
Alonso de Mendoza, a Flandes a buscar refuerzos; de regreso, en Aumale, lucha
contra las tropas de Enrique de Borbón, en la vanguardia de la caballería. En
los preliminares del ataque a Caudebec-les-Elfeux (24 de abril) Farnesio es he-
rido en el antebrazo y le substituye su hijo el príncipe Ranusio. Acampados en
Caudebec, reciben noticia de que los franceses se acercan a marchas forzadas y,
atacados, los españoles apenas los pueden rechazar, aunque evitan una derrota
gracias, entre otras cosas, a la defensa de Aníbal Bentivoglio, Carlos Coloma y
Diego Dávila Calderón. Los dos últimos serán incluso amonestados por haber
querido perseguir a los franceses huidos (infantería) con sólo la caballería. En-
rique de Borbón tiene a los ejércitos católicos rodeados y el suministro cortado,
aunque, a la mañana siguiente, Farnesio (en andas) ejecuta una maniobra casi
imposible y logra escaparse. Entran ahora en París, avituallan la ciudad, tras tres
días acampan en Chateotirí (Château-Thierry) y, sabiendo de las victorias de
Lorena y Bretaña, Farnesio vuelve a Flandes. Carlos Coloma se queda en Fran-
cia, parte de un contingente de defensa que, en el caso de la caballería, estaba
comandado por Alejandro Malaspina (italianos) y Carlos Coloma (españoles y
valones), al mando ambos del duque de Humena (duque de Mayenne, Charles
Lorraine). Tras la toma de Guerney acampa para el invierno en Meaux, saliendo
a escaramuzar con frencuencia. Alejandro Farnesio muere el 3 de diciembre de
1592; en contra de sus deseos, se aprestaba el ejército a entrar por tercera vez
en Francia, habiendo llegado el conde de Fuentes (don Pedro Henríquez de
Acevedo) a hacerse cargo del mismo. Fruto de la reorganización del ejército y de
que la jefatura del mismo (encaminado a Francia) había caído en la persona de
Carlos de Mansfeld, cae en desgracia Pedro Coloma, contador, primo de Carlos
Coloma. Pierde así el apoyo con el que podía haber contado hasta entonces.
Como gobernador de la caballería se elige a Alonso de Idiáquez.
Introducción 23

En el año 1593 se celebra la Junta General de París para solucionar el pro-


blema de la sucesión al trono. Coloma debió pasar a Champaña con el duque
de Feria, a cargo de la parte española en las negociaciones, luego a Guasón
(Soissóns), y de allí a participar en el sitio de Joyón (Noyon). Los soldados
de Carlos Coloma se amotinan en el condado de Artois (quizá por la subs-
titución de Idiáquez por el valón monsieur de La Viche) y Coloma regresa
a Flandes. Enrique de Borbón es elegido rey (Enrique IV). Mientras dura
el motín de sus soldados, Carlos Coloma se pone, como soldado particular
(aventurero), a las órdenes del conde de Mansfeld, donde toma parte en los
asedios de Tournaut y San Juan de Estién, parte de un grupo de hombres de
tal celo que son incluso reñidos por el coronel Mondragón.
El archiduque Ernesto substituirá a los condes de Fuentes y Mansfeld al
mando de los Países Bajos. Con remesas de dinero de España se abonan las
pagas completas a los soldados (españoles, no así a los franceses e italianos,
que se amotinan a su vez) y Carlos Coloma regresa con sus dos compañías de
arcabuceros a caballo más doscientos jinetes a Francia y se instala en Lambres.
Después marcha por Lan (Laon) y Suasón (Soissons) como parte de las tropas
movilizadas para la defensa de Fortemillón (La Ferté-Milon), pequeña villa y
bastión católico asediada por un ejército francés reforzado con las tropas de
varios nobles ex-afines a la Liga. Coloma se acuartela, en un invierno frigidí-
simo, en Lier (Brabante). No ve acción en la toma de La Capela (La Capelle)
ni en la retirada de Lan. A finales de julio de 1594 Coloma es movilizado para
la toma de Cambrai (en el Cambresís o Cambresado, territorio frontero de
los Países Bajos, de enorme importancia estratégica, gobernado por el señor
de Balaigny, que recientemente había pasado su alianza de Felipe II a Enrique
IV). Coloma pasa con sus dos compañías (reforzadas por los ex-amotinados
de San Pol) a Hasprés (Estrées) y Sonsoy (Ronssoy) y, tras varias escaramuzas
con la caballería enemiga, dirige una cabalgada contra Naves. El botín es
cuantioso (carneros y vacas), aunque tienen que enfrentarse a la caballería
francesa de San Quintín y Peronne (y Balaigny), en condiciones de clara in-
ferioridad, y la vencen sólo gracias a una estratagema de Coloma. Enrique
IV, ante el sitio español de Cambrai, declara la guerra a España (enero 1595)
y el conde de Fuentes, tras muerte repentina del archiduque, es nombrado
gobernador de los Países Bajos. El de Fuentes diseña un plan que incluye un
ejército en Francia (al mando del marqués de Varambon), otro que arremeta
contra el peligro holandés, y aun otro que desde Flandes acuda a sitiar de nue-
vo Cambrai. Los de Varambón acuden a Picardía, entre ellos la compañía de
lanceros españoles de Carlos Coloma, y toman Auxí-le-Chateau y Ancré (hoy
Albert). En esta ciudad Coloma recibe el encargo de escoltar a Cristián de Sa-
bigny, monsieur de Rosne, que venía de Bruselas a hacerse cargo del ejército.
Continúan por el Artois en dirección al objetivo: Cambrai, tomando Cléry-
sur-Somme y sitiando Chatelet (y su castillo, Ham). Coloma se demora a lo
24 Las Guerras de los Estados Bajos

largo de su historia en contarnos con detalle el luctuoso suceso de Chatelet,


gobernada por monsieur Gomerón (con su familia en Bruselas) y su cuñado
monsieur d’Orvillé. Gomerón y d’Orvillé negociaban su posible alianza con
España y Francia para dársela al mejor postor. Gomerón, a la fuerza, acabó
accediendo a la entrada de tropas españolas; no así d’Orvillé. Se apresa a
Gomerón y su familia (en Bruselas); los españoles toman el pueblo al asalto,
a excepción del castillo. El de Fuentes intenta convencer a la madre de Gome-
rón para que a su vez convenza a d’Orvillé. Los españoles acaban tomando el
castillo y ajustician a Gomerón, aunque dejan en libertad a su madre e hijos.
Coloma a continuación ve acción en la toma de Doullens, donde al mando
de dos mil infantes y un escuadrón de caballería hace frente a un convoy de
avituallamiento de las tropas francesas al mando del mariscal Bouillón y el
almirante Villers. La batalla duró tres horas y se saldó con rotunda victo-
ria española, aumentando su prestigio militar. Coloma, continuado el sitio a
Doullens, está a cargo de hacer una batería de artillería con cañones; habiendo
conseguido hacer brecha en el muro, la ciudad será tomada y saqueada. Luego
las tropas se dirigen a Cambrai, que se asedia. Coloma es puesto al frente de
las tropas de caballería que debían impedir el socorro francés a los sitiados.
Un contingente pequeño logra entrar en Cambrai, entre ellos el príncipe de
Retelois. Aun otro socorro francés, al mando de monsieur de Vich, logra en-
trar. Tras seis semanas de batería los españoles entran, aunque un puñado de
desesperados aguanta en el castillo, entre ellos Balaigny y su mujer, que, orgu-
llosa, acabaría muriendo por inanición. Tras ello Carlos Coloma va a Dorlan
con seis compañías de caballos. El archiduque Alberto e Isabel Clara Eugenia
están en camino para hacerse cargo del gobierno de los Países Bajos; Carlos
Coloma, con parte de su escolta de caballería, es elegido por el archiduque
para acompañarle. Los príncipes llegan a Bruselas el 11 de febrero de 1596.
Carlos Coloma recibe el hábito de Santiago y una modesta pensión sobre
las rentas de Nápoles. En julio de este año comienza una investigación sobre
la pureza de sangre de los Coloma, que durará 4 meses. Recordemos que
María Pérez Calvillo era descendiente de ricos judíos conversos de Aragón,
lo que no había sido óbice para que Juan Coloma fuese uno de los firmantes
del decreto de expulsión de los judíos y de la instauración de la Inquisición
en Aragón. A pesar de los numerosos testigos que, en Zaragoza, protestan
–documentadamente- contra la limpieza de los Coloma, dicha acusación se
recusa y en septiembre de 1597 se le restaurará a Carlos Coloma su hábito y
una renta vitalicia de 600 escudos, luego incrementados con el nombramien-
to de comendador de Montiel y la Ossa.
Los siguientes sucesos bélicos giran en torno al apoyo de La Fére, asediada
por los franceses. Para ello se diseña un plan de ataque de distracción a Calés
(Calais) o a Ardres. Coloma acompaña a Agustín Mejía para el reconocimien-
to de las defensas de esta última. A pesar, más tarde, de tomarse la ciudad, La
Introducción 25

Fére se rinde por falta de provisiones. El nuevo objetivo militar es la frontera


con Holanda y se decide no sitiar a Ostende, sino a Hulst (como respuesta a
las peticiones de ayuda de Gante y Brujas). Coloma está a cargo de las tropas
de caballería estacionadas en la frontera francesa, pues allí son más necesarias,
acampando en Doullens, Renté y Hénin. Coloma habrá de enviar sus tropas
en apoyo del sitio de Hulst y su compañía se acuartelará para el invierno en
Maastricht.
En enero de 1597 Margarita de Gavre (Liedekerke), originaria de Hule e
hija de Antonio de Gavre, señor de Liederkerke, y Louise de la Barre, condes de
Mezen y Riell, se casa con Carlos Coloma. El 4 de julio de dicho año, con 31
años, por promoción de Antonio de Zúñiga, se le otorga el puesto de maestre
de campo del tercio que había sido de Sicilia, a partir de ahora conocido como
el de Don Carlos Coloma, pasando su compañía a García Bravo de Acuña.
El siguiente objetivo militar español fue la capital de Picardía, Amiéns,
ciudad que servía de centro de avituallamiento y almacén de armas para la
siguiente campaña del ejército francés, y que caerá en marzo de dicho año
mediante estratagema descrita por Coloma en su narrativa. Amiéns sufrirá
después un atroz asedio francés de seis meses. A su socorro acude (tras dispu-
tas entre el consejo de estado y el maestre de campo general) un contingente
de tropas, que se reúnen en Arleux, y entre las que se encuentra el tercio de
Coloma. Tras pasar Havernás (Avesnes) y Doullens, se divide el ejército en
tres batallones, uno a cargo de Coloma. Pero el estado mayor se reúne: los
holandeses están atacando sin piedad al ejército de los Países Bajos; se negocia
la paz con Francia; Amiéns entra dentro de las posibles plazas a entregar a
Francia. En vista de lo fútil de defenderla, se deciden a rendirla, lo que ocu-
rrirá el 25 de septiembre. El ejército español se retira a Bruselas por Brujas
y Ostende. Una vez despedidos los tercios, el de Coloma se acuartela para el
invierno en Tournai y Saint Amand.
Al comienzo de 1597 la situación económica del Imperio (que ha declara-
do su tercera bancarrota) es acuciante, con el espectro de más motines. Fruto
de ello será la firma de la Paz de Vervíns con Francia el 2 de mayo de 1598.
Sobre esto y la sangría que supuso para España la guerra en Francia comenta
amplia y críticamente Coloma en su historia.
Mientras el archiduque Alberto se traslada a España en 1598, se hace
cargo del gobierno el cardenal Andrés de Austria; del ejército está al mando
el almirante de Aragón, don Francisco de Mendoza. Se decide apoderarse de
las orillas del Rin, en Alemania, por Colonia y Cleves-Julich para hacer la
acampada de invierno en tierra enemiga o neutral. Primero se apoderan de
Orsay (Orsoy), donde reciben el 13 de septiembre la noticia de la muerte de
Felipe II. A continuación se asedia Rheinberg. En preparativos para asentarse
en los cuarteles de invierno, se sitia Doetinchem a fines de año y se toma sin
resistencia, así como el castillo de Escolembourg (Schulenbourg). Tras pasar
26 Las Guerras de los Estados Bajos

el Ijssel y alojarse en la Welva (Weluve), se da marcha atrás y se alojan para el


invierno (no sin protestas armadas de los locales) en Westfalia.
Para la campaña de 1599 el cardenal Andrés decide ponerse al frente de las
tropas y convence al estado mayor para tomar la Isla de Bommel, en plena región
neurálgica holandesa, el territorio entre los ríos Waal y Maas. El cardenal se re-
úne con el ejército en Emmerich y la primera misión (para la que Coloma debe
aprovisionar la artillería) será una distracción sobre el fuerte de Schenkenschans
(Esquenque). Mientras tanto, los coroneles Zapena, Stanley y Bourlotte rinden
un fuerte y alojan al cardenal en Bolduque, pasando a sitiar la ciudad de Bom-
mel (Zaltbommel). Coloma se destaca en la defensa frente a varias salidas de los
sitiados, así como en la preparación de las obras de trincheras. El almirante don
Francisco de Mendoza pide parecer a Coloma sobre la situación y éste responde
diciendo que no hay esperanza alguna «mientras no se ocupare el dique de la
otra parte». Pero pasa un mes sin que el cardenal (y su consejo) tome resolución
alguna. Pasan a Hervín (Hurwenen); deciden empezar la construcción de un
fuerte, de Saint André, en medio de la hostilidad enemiga; se toma Heerewar-
dem, que vuelve a perderse poco después; se acaba el fuerte y se defienden a
duras penas de numerosos ataques holandeses. Parte del ejército acude a Rees,
atacada por un gran contingente alemán. Los archiduques llegan a Bruselas y el
cardenal les entrega el mando, tras de una aciaga campaña. El tercio de Coloma
ha sufrido pérdidas considerables. Al mando del ejército queda el almirante de
Aragón. El ejército se retira a los cuarteles de invierno y don Carlos Coloma es
nombrado (22 de junio de 1600) capitán general de las fronteras de Perpiñán y
lugartenientede capitán general en los condados de Rosellón, Cerdaña y Puig-
cerdá, bajo las órdenes del virrey Lorenzo Suárez de Figueroa y Córdoba (duque
de Feria) y más tarde de Héctor Pignatelli, duque de Monteleón (Monteleone),
abandonando así el escenario de la guerra de Flandes. Su narrativa histórica
concluye (en realidad con la llegada de los archiduques a Bruselas) y debemos
reconstruir su biografía por otros medios.
Desde Perpiñán se encarga de asuntos burocráticos relativos a la organi-
zación del sistema de defensa, así como a luchar contra el bandolerismo, mal
endémico en la zona. Pero sigue pidiendo a sus superiores que le reenvíen a
Flandes, donde tras la firma de la Paz Anglo-Española (1604) a la muerte de
Isabel I, Ambrosio Spínola ha puesto sitio a Ostende, que caerá en septiembre
del mismo año. Quizá (como sugiere Guill) el motivo de su petición de trasla-
do resida en una precaria situación económica (ocasionada por los gastos del
puesto, atraso en el cobro de pagas, imposibilidad de recibir subsidios fami-
liares, etc.) o tal vez un simple deseo de ver acción de guerra. En los años que
siguen se documentan varias instancias de relaciones tensas entre los vecinos
de Perpiñán y el estamento militar y soldados, con la intervención incluso del
obispo de Barcelona y el virrey de Cataluña. También allí se ve involucrado en
cuestiones de alta política (de espionaje). Así, conocedor de una conspiración
Introducción 27

para tomar Puerto-Hércules, avisa al conde de Fuentes y al de Benavente,


virrey de Nápoles, al respecto. También informa a la corte, junto al señor de
Añer, de las negociaciones con el marqués de Miralgex para su paso al bando
español, junto a sus territorios fronterizos con el Rosellón. El miedo a provo-
car un nuevo conflicto con Francia, que desangraría aún más las arcas reales,
hace fracasar esta iniciativa. A la vez, las victorias de Spínola en Holanda y la
situación insostenible del fisco hispano (habrá bancarrota general de nuevo
en 1607) hará que se firme con Holanda a 9 de abril de 1609 en Amberes la
Tregua de los Doce Años, inicio de la Pax Hispanica. Su última función en el
cargo será vigilar la salida de los moriscos expulsados de la Corona de Aragón
a su paso por Perpiñán, en 1610. Un año antes su hermano, el II conde de
Elda, como almirante de las galeras de Portugal, había estado a cargo de vigi-
lar la salida desde Alicante de los mismos hacia los puertos de África. Para los
Coloma esta salida de los moriscos de los territorios de Valencia repercutió
negativamente en sus finanzas, para Carlos Coloma en particular, obligado
desde ahora a vivir de su sueldo.
En 1611 Carlos Coloma recibe un ascenso, nombrándosele virrey de Ma-
llorca, puesto en el que servirá seis años, hasta 16174. Allí llega, acompañado
de su mujer y seis hijos (de los trece que tendría), en septiembre de dicho
año y, tras jurar su puesto, pasa a residir en el palacio de la Almudaina, en
Palma. Los documentos atestiguan la rivalidad con el procurador real de la
Audiencia, Pedro Ramón Zaforteza. La situación se agrava cuando dos jóve-
nes (Pedro Joan Quint i Fúster y Rafael Verí) se baten a duelo por el amor de
la hija del procurador, muriendo Joan Quin. En los años que siguen se suce-
den encarcelamientos, intercesiones por una y otra familia, involucramiento
del rey, sin que el asunto se zanje para cuando Coloma cesa como virrey. En
Mallorca también participará como testigo en la exhumación del cadáver de
Ramón Llull, como parte de la causa de canonización del mismo seguida en
Roma. Y su actuación humanitaria durante la celebrada hambruna del año
1613 es muy elogiada, así como su labor de organización de la defensa de la
isla en dicho año y siguientes ante un posible ataque turco. Igualmente desde
1612 en adelante estará envuelto en el conflicto de competencias entre el
tribunal inquisitorial de la isla y la Audiencia con respecto a los familiares del
Santo Oficio, de repercusiones económicas por estar éstos exentos de varios
impuestos, multas, etc. Si en Perpiñán sabemos que Coloma había dedicado
su ocio a la traducción de las obras de Tácito, en Mallorca se encargaría de ir

4
 Como virrey forma parte de la élite virreinal de Aragón, principado de Cataluña, reinos de
Valencia, Mallorca, Navarra, Portugal, Cerdeña, Nápoles, Sicilia, Nueva España y Perú. Mi-
lán y los Países Bajos tenían gobernadores. Tenían funciones gubernamentales y de capitán
general, estaban aconsejados por la Audiencia de cada lugar y estaban sometidos a estrecha
vigilancia por parte de la corte.
28 Las Guerras de los Estados Bajos

poniendo en limpio sus notas y apuntes sobre su participación en la guerra de


Flandes entre 1588-1600.
En mayo de 1617 (tras muerte del alcaide del castillo de Cambrai, Juan de
Ribas, y de la negativa de don Fernando Girón a hacerse con el puesto) se le
nombra castellano del castillo de Cambrai (y capitán general del Cambresa-
do, anejo al cargo, puesto que ocupará, con ausencias fuera de la ciudad, du-
rante quince años), con prerrogativas militares y civiles5. Presta juramento en
Bruselas en diciembre de dicho año. En 1618 es también nombrado miembro
del importante Consejo de Guerra de los Países Bajos, y por ello se ausenta
para ir a Gante. Un año después muere su hermano, el conde de Elda, y le
sucede su sobrino, Juan Coloma Enríquez, con quien le mantiene amistad
cimentada desde los años de Flandes. De 1620 data su celebrado Discurso de
don Carlos Coloma de la forma en que debería hacerse la guerra a los holandeses,
memorándum sobre la conveniencia o no de la Tregua (que a su parecer no
debía mantenerse), plagado de numerosas reflexiones de índole moral y mili-
tar semejantes a las que pueblan su relato histórico sobre la guerra de Flandes
(vid. infra). En esencia se centra en cuestiones económicas y estratégicas, que
analizan la necesidad de impedir el comercio holandés con las Indias, así
como la de permitir la navegación fluvial hispana por ríos holandeses para
propósitos comerciales, amén de abogar por una guerra corta pero intensa,
frente a una larga de desgaste.
El siguiente episodio de peso en que se ve involucrado Coloma es la guerra
del Palatinado (consecuencia de la elección como rey por parte de Bohemia
de Federico V, príncipe del Palatinado, en lugar del archiduque Fernando).
Este territorio podía impedir las comunicaciones de los Países Bajos hispanos
con los territorios alemanes de los Habsburgo, además de controlar el valle
de Rin. Felipe III autoriza la invasión del Palatinado, mientras los alemanes
se comprometen a atacar Bohemia. El ejército español se compone de dos
alas, al mando de Gonzalo de Córdoba (procedente de Italia) y Ambrosio
Spínola (procedente de Flandes, al que se unen las tropas del condado de
Güeldres, mandadas por Henri van den Berg). El del Palatinado es dirigido
por los marqueses de Ansbask (Ansbach) y Turlask (Durlach). Tras tomar los
católicos Mainz (Maguncia), se plantan ante Oppenheim y Spínola pide ayu-
da a Carlos Coloma (es 1620), que será encargado de tomar Bad Kreuznach
como cuartel general. Spínola toma a continuación Altzem y Oppenheim.
Como miembro del Consejo de Guerra y en medio de las deliberaciones
concernientes a la ayuda inglesa a la causa protestante, no sabemos más (en
la narrativa de Diego de Ibarra, La guerra del Palatinado) de Coloma en esta

 Sus deberes incluyen defender la fortaleza y encargarse de la justicia civil y criminal entre la
5

guarnición de la misma. Las relaciones con los magistrados de la ciudad podían ser fluidas
o tensas en ocasiones.
Introducción 29

guerra, porque Spínola le envía a Madrid en misión diplomática. Defiende


allí la tesis de que la Tregua ha sido y será calamitosa para España, que hay que
enfocarse en la guerra naval y el reforzamiento de la armada contra Holanda,
así como abandonar la guerra en Alemania y mantener la paz con Francia.
Aun así se mantuvieron negociaciones con Mauricio de Nassau (el archidu-
que favorecía la paz) pidiéndole la renuncia al comercio con las Indias y la
apertura del Escalda. El archiduque escribe a Felipe III pidiendo la presencia
de Carlos Coloma. A su vez Spínola, abandonadas las pretensiones del elector
del Palatinado en Bohemia y deseoso éste de firmar una tregua con España,
quiere hacer venir de Madrid a Coloma, pidiendo al rey que le nombre maes-
tre de campo general del ejército del Palatinado. Es 1621 y Felipe III muere el
31 de marzo. Poco después a Carlos Coloma se le premia con la encomienda
de Montiel y la Ossa. Y en el mismo año, brevemente, desempeña la harto
confusa misión de ser guarda mayor, en el castillo de Barajas, de Pedro Téllez
Girón, duque de Osuna, acusado de conspirar para erigirse en rey de Sicilia-
Nápoles. En la corte se aloja en casa de su amigo Diego de Ibarra (hijo del
consejero Francisco de Ibarra y padre del historiador Francisco de Ibarra),
poco después nombrado miembro del Consejo de Estado por el conde-duque
de Olivares. Sabemos que en este aposento gozó de veladas literarias donde se
discutieron asuntos de escritura de historia y hasta leería partes de su historia
de las guerras de Flandes, a punto de darse a la imprenta. En julio de dicho
año muere el archiduque Alberto. Isabel Clara Eugenia, viuda y gobernadora
de los Países Bajos, nombra a Coloma miembro del Consejo de Estado de
los mismos. El año se salda con la intervención por la corona del condado de
Elda por bancarrota y la muerte del primogénito.
Estando en Amberes recibe una carta en marzo de 1622 en que se le co-
munica su nombramiento como embajador extraordinario en Inglaterra.
Como tal, igual que los diplomáticos de París, Londres o Viena, debe estar en
continuo contacto con el gobernador(a) general de Flandes. Antes de irse se
publica la primera edición de Las guerras de los Estados Bajos (Cambray: Jean
de Rivière, 1622), dedicada a su amigo don Diego de Ibarra, sin la licencia
de impresión (que se le concería en 1623), aunque se ha sospechado que
ello se debiera a su marcha a Inglaterra, lo que le obligaría a proceder con
prisa. Aun antes de embarcarse para Albión arregla y ultima la edición de La
guerra del Palatinado de Francisco de Ibarra, que había muerto en la batalla
de Fleurús en agosto de 1621. En mayo de 1622 desembarca en Dover y, ya
en Londres, se instala en una casa del barrio de Holborn. Allí deberá hacer
frente a los asuntos de la paz con Inglaterra. La hija de Jacobo I, mujer del
príncipe del Palatinado, está exiliada con su marido en Holanda. Inglaterra
necesita de los mercados de España e Indias para hacer frente a una economía
desmejorada, así como teme el poder en aumento de una marina holandesa,
y para contrarrestarla (y echarla de las Indias) debe unirse a España. El poder
30 Las Guerras de los Estados Bajos

en ascenso de los puritanos hace asimismo al rey mantener una actitud con-
descendiente con respecto a los católicos (ingleses e hispanos). España debe
aislar a Holanda de la ayuda inglesa. Asimismo, debe solucionar el problema
del Palatinado. El conde de Gondomar (predecesor de Coloma en su pues-
to de embajador) había estado trabajando para la posible boda de Carlos I
(príncipe de Gales entonces) con la infanta María de España (en noviembre
de 1622 Endymion Porter llega a España para tantear las posibilidades de un
viaje personal del príncipe a Madrid [ver Townshend y especialmente Red-
worth]). Asimismo, había fomentado una política de sobornos que las escasas
rentas y fondos de Carlos Coloma se veía imposibilitado de mantener, de lo
que éste se queja amargamente en numerosas cartas. En frente tiene como
archienemigo a George Villiers, marqués de Buckingham. Éste y el príncipe
de Gales (haciéndose llamar Tom Smith y John Smith) viajarán de incógnito
a la corte madrileña (en marzo de 1623) y, descubiertos, se les harán gran-
des fiestas de recibimiento. Mas la condición indispensable (que el hijo de
la pareja crezca como católico y que la Inglaterra protestante revierta a la fe
católica) parece un obstáculo insalvable (así como la renuencia de la infanta
española a casarse con un protestante) y se produce una desconfianza mutua
entre Buckingham y el conde-duque de Olivares (por no decir de Roma).
La infanta debería esperar un año para ver si se cumplían las condiciones de
tolerancia a los católicos en Inglaterra, aunque Jacobo I sólo había pensado en
un primer momento en conceder libertad de conciencia a la infanta (cuando
llegara a Inglaterra), no a los católicos en general. Para acelerar el proceso el
conde-duque envía como embajador extraordinario a Inglaterra al colérico
Juan Hurtado de Mendoza, marqués de la Hinojosa (Coloma actúa de em-
bajador ordinario), aunque la intención de la corte madrileña (por parte de
Felipe III y IV) no había sido nunca la de llegar a culminar dicha boda. El de
Mendoza no mantiene relaciones muy cordiales con Coloma. Y entretanto
Buckingham y el príncipe siguen hospedados en Madrid. El príncipe al fin
se avino a firmar las condiciones que le imponían, aunque sin intención de
cumplirlas. Coloma, en su embajada, se dedica a proteger a cuantos católicos
puede, así como a refugiar a carmelitas, franciscanos, jesuitas y clero secular,
y en general a hacer profesión pública de su fe. El príncipe de Gales llega por
fin a Inglaterra en octubre de 1623, humillado y sin boda, jaleado por el par-
lamento puritano. Coloma, que sigue carteándose con Isabel Clara Eugenia,
le aconseja una ofensiva por mar contra Holanda, pues el comercio marítimo
es su mayor fuente de ingresos. Coloma y Hurtado de Mendoza deben hacer
frente en estos momentos (ya el año de 1624) a la hostilidad de gran parte
de la sociedad y corte inglesas, la precariedad de fondos y la animadversión
del príncipe de Gales y, en especial, Buckingham. Los dos embajadores se las
agencian para entregar una nota a Jacobo I en que acusaban a Buckingham
como responsable del fracaso de las nupcias; aunque pareció haber tenido su
Introducción 31

efecto, rey y valido se reconcilian y los embajadores se ven en difícil conyun-


tura; incluso el embajador inglés en Madrid, sir Walter Aston, se queja al rey
y pide el castigo de los dos embajadores6. Como parte de sus funciones en la
corte inglesa, Coloma protesta a Jacobo I por la representación de A Game
at Chesse, ofensiva contra España7, así como envía informes sobre un plan
que se le ha comunicado para la invasión de Irlanda en ayuda a los católicos
de la isla. Por fin en octubre de 1624 Jacobo I le autoriza (previa disposición
del conde-duque) a salir de Inglaterra, rumbo a Flandes, donde desde 1621
las hostilidades se habían reanudado y donde ya está en marcha el sitio de
Breda.
Reiniciada la guerra, se había tomado Julich y recibido la derrota humillante
de Bergen-op-Zoom (en 1622). En 1624 Spínola, tras un año de inactividad
(1623), pone sitio a Breda, al norte de Brabante, cerca de la frontera con Ho-
landa, gobernada por Justino de Nassau. Mauricio de Nassau se apresta a de-
fenderla encaminándose allí con un ejército. Coloma mientras tanto ha salido
con bien de unas imputaciones del gobierno inglés con respecto a su embajada
y ha sido enviado -no a Cambray, con su familia, como pedía- al sitio de Breda,
por la necesidad de mandos cualificados. En el entretanto da a luz la segunda
edición de su obra histórica. Y se mantiene en el puesto de embajador, en la
corte de Bruselas. Mauricio de Nassau ayudaba a los sitiados con un ejército
del norte; por el sur lo hacía el del conde de Mansfeld, que venía por el Artois
y Hainault. Para hacer frente a este último se pone al frente de las tropas espa-
ñolas a Carlos Coloma. El de Mansfeld decide unise a las tropas de Mauricio
en vez de atacar por el sur y se resolverá a entrar en Holanda por mar, entre
Steenbergen y Roosendaal. Es ya 1625. Muere Jacobo I y sube al trono Carlos
I, que proclama la guerra a España. El de Mansfeld logra desembarcar, pero es
puesto en retirada. Las tropas españolas, ante lo desesperado del hambre y frío,
se dan al pillaje. Cunde la indisciplina. Muerto Mauricio, su hermano, Enri-
que, intenta librar a Breda. Pero no lo consigue y la ciudad se rinde –aunque
con un coste económico insostenible para la monarquía hispánica- el 2 de junio
de 1625. Coloma queda a cargo de todo el ejército en Brabante. Pasa por fin a
Cambray a ver a su familia. Sale una nueva tirada de su edición de 1624, con
diferente portada y ya con la licencia y escribe su Carta dirigida por don Carlos
Coloma a un amigo [Gondomar] en elogio de su conducta durante la negociación

6
 Uno de los estudios más lúcidos sobre el proceso de las conversaciones es el de Rodríguez-
Moñino Soriano, donde se analiza la obstinación de los teólogos españoles, así como se
ofrece un panorama general de las relaciones hispano-inglesas desde 1600 hasta 1623.
7
 Se podría citar, entre otras, el precedente de A Larum for London or the Siedge of Antwerpe,
With the ventrous actes and valorous deeds of the lame soldier. As it hath been playde by the right
Honorable the Lord Chamberlaine his Servants (sobre el suceso de 1576), de autor anónimo,
«a crude one-act play into which the anonymous autor strove to compress as much blood-
shed and rapine as posible» (Altby 52).
32 Las Guerras de los Estados Bajos

del casamiento [de la infanta María con el príncipe de Gales], zanjando así la acu-
sación que sobre él vertieran en Inglaterra.
Al año siguiente, 1626, Coloma es nombrado capitán general de la ca-
ballería ligera del Estado de Milán. Elegido primero para el puesto Gonzalo
Pimentel (que renunció al mismo), Coloma y Gozalo de Córdoba -que ten-
dría el cargo de maestre de campo general (ambos enemistados a posterio-
ri)- servirían a las órdenes del duque de Feria, para apoyar a la república de
Génova, atacada por un contingente franco-piamontés que intentaba evitar
las comunicaciones de España entre sus posesiones italianas y Flandes (y Ale-
mania y Austria). Coloma se encargará de que se cumplan las condiciones
del Tratado de Monzón (por el que se garantizaba la independencia de la
Valtellina y la religión católica en la región) y de la retirada de los franceses de
la Vatellina, así como de hacer un informe pormenorizado de las defensas del
Estado de Milán y la situación allí del ejército: Discurso en que se representa
cuánto conviene a la monarquía española la conservación del Estado de Milán y
lo que necesita para su defensa y mayor seguridad. En él se analiza la situación
estratégica de Milán, hace observaciones sobre Génova, Venecia, los ducados
de Monferrato y Mantua, aboga por una paz en Italia, comenta sobre la po-
lítica internacional y describe el estado de los diferentes castillos y fortalezas.
A fines de 1626 saldría de Milán a Madrid y de allí a Flandes, requerido por
Isabel Clara Eugenia. En Madrid se le había nombrado miembro del Consejo
de Estado. Su estancia en la Península es también aprovechada para sacar una
nueva edición de su historia, en Barcelona.
En 1627 el conde-duque está intentando ejecutar su proyecto de unión de
armas por el que todos los reinos de la monarquía hispana deberían compar-
tir gastos militares y fiscales, no sólo el de Castilla. A este fin se ha enviado
a Flandes a Diego de Mejía, marqués de Leganés. Isabel Clara Eugenia y
Spínola están en desacuerdo con la unión de armas y aquélla decide enviar a
Spínola a Madrid. Ante la ausencia de mando militar, Isabel Clara Eugenia
pide el envío de Coloma, que ocurre en 1627. A Coloma le han concedido
en el entretanto el título de marqués de Espinar, que ha renunciado en favor
de su hijo Carlos Ignacio. Coloma quedará a cargo del ejército (maestre de
campo general), sólo por debajo del capitán general, aunque como suplente
del marqués de Leganés, que tiene el poder nominal. A la salida de Spínola se
había aupado al mando del ejército de Flandes Henri van den Berg, flamenco.
Obligado a compartir mando con él (aunque en situación precaria, pues el
suyo era de suplente), Coloma se ve relegado a un segundo plano. Los holan-
deses han tomado Groll. Los españoles sitian la ciudad de Bolduque (Bois le
Duc). Isabel Clara Eugenia (ya en 1628) decidirá que Van den Berg se ocupe
de la toma de Bolduque, mientras Coloma lo debería hacer de la defensa sur
por la frontera de Francia, perdiendo así la oportunidad de haber tenido bajo
su mando exclusivo el ejército de Flandes y siendo ocasión de un enorme
Introducción 33

resentimiento y daño a su orgullo. Si el año 27 había sido afortunado para


España, éste del 28 será aciago. Primero caerá La Rochela en manos francesas
(con la colaboración española); luego la flota de Indias caerá en manos holan-
desas frente a la bahía de Matanzas. Coloma recibe como premio las rentas
de Blatón (en la provincia flamenca de Hainaut) y participa (ya en 1629) en
el intento de enajenación del patrimonio real en los Países Bajos para poder
pagar al ejército, aunque sin éxito por estar todo hipotecado. En este mismo
año se publica su traducción de las obras de Tácito (Anales e Historias, con
texto latino y comentarios político-morales), grandemente elogiada, con pró-
logo de fray Leandro de San Martín. En el entretanto, Spínola había acudido
a hacer frente a la invasión francesa del Monferrato y Van den Berg se había
quedado a cargo del mando (supremo) para la defensa de Bolduque, mientra
Coloma ostentaba el de la defensa sur, por Francia. La Holanda rebelde desis-
tió de intentar firmar la paz, pues al no haber presión militar española no se
veía forzada a ello. En medio de la situación crítica en los Países Bajos (ban-
carrota, desmoralización, poca presencia de efectivos militares), Coloma, a su
vez, sigue a cargo de los asuntos ingleses e informa a la corte del deseo de éstos
de firmar la paz con España. En la corte se quiere volver a enviar a Carlos
Coloma de embajador a Londres, aunque Isabel Clara Eugenia, por necesi-
tarlo en Amberes, lo detiene. Mientras tanto Van den Berg acabará perdiendo
Bolduque, con lo que el Brabante oriental, Luxemburgo y las fortalezas del
Rin quedaban desprotegidas. Esto aumentará hasta límites insospechados el
ambiente hostil hacia los españoles por parte de flamencos y valones, que se
sienten traicionados. El llamado partido español, capitaneado por el emba-
jador cardenal De la Cueva (e incluyendo en él a Carlos Coloma), entra en
franco descrédito. En la corte de Madrid se acusaba al partido de atemorizado
y se substituyó a De la Cueva por el marqués de Aytona. El 17 de noviembre
llegó por fin el nombramiento de Coloma por segunda vez como embajador
en Inglaterra.
En 1629 Carlos I había disuelto el Parlamento, iniciando un período de
gobierno absolutista de persecución a los puritanos. Necesitaba asimismo con
urgencia la paz con España, pues estaba en guerra con Francia y los piratas
(filibusteros) holandeses diezmaban su flota en el Canal. Carlos Coloma llegó
cuando las negociaciones estaban ya en curso, en las que habían participado
Rubens (por parte española) y sir Francis Cottington (por la inglesa), el 7 de
enero de 1630 (a Dover). Mientras tanto, Cottington y Olivares en Madrid
negociaban las cláusulas del acuerdo; y quedaba aún pendiente la devolución
del Palatinado. Coloma, como en la ocasión anterior, sirve de apoyo a la
causa católica en Inglaterra. El 4 de marzo, en Madrid, Felipe IV nombrará
un consejo de 6 miembros que habría de gobernar los Países Bajos en caso de
fallecimiento de Isabel Clara Eugenia. Entre ellos figura don Carlos Coloma.
Las negociaciones para la firma del tratado de paz se estancan en un momento
34 Las Guerras de los Estados Bajos

determinado. Los españoles se niegan a que los ingleses puedan comerciar


con Portugal y las colonias de ésta. Incluso se escribe una comedia, Believe as
you List, de Thomas Singer, que da idea de la situación de angustia que se vive
en la corte londinense. Por fin, tras alguna demora más, se firma el tratado,
con garantías de libre comercio para los ingleses y sin pérdida del Palatinado
para España. En 1631 Coloma regresa a Bruselas, no sin antes rendir servicio
a los católicos ingleses en Londres, a 3 de marzo de 1631, con respecto a la
conveniencia de aceptar a un obispo entre ellos (ver Apéndice).
El marqués de Aytona, junto al de Leganés e Isabel Clara Eugenia, se
encarga de gobernar los Países Bajos. Primero se le había nombrado general
de la artillería (en Londres todavía) y luego de la caballería (desde Bruselas).
Pero se había hecho nombramiento de otro maestre de campo general en la
persona de su rival, Henry van den Berg, quedando el de Aytona por encima
de ambos como gobernador de armas. En Bruselas también testificará en el
conflicto de los católicos ingleses sobre el obispo de Calcedonia (ver Apén-
dices). Reorganiza la defensa de Dunquerque, la de Brujas y Damme. En
espera del desembarco del ejército organizado por el príncipe de Orange se
traslada a Hulst y de allí a Zelzate y Sas van Gent. Comienza a realizar tareas
de fortificación y defensa entre Gante y Sas van Gent y, gracias a prisioneros
capturados entre las tropas holandesas, sabe que el objetivo final holandés va
a ser Brujas. Coloma, tras informar al consejo, se dirige a Moerbeke y Ma-
riakerke y de allí hacia Brujas. De enorme interés estratégico, Brujas defendía
a Ostende y Dunkerque, Nieuport, Mardyck y Gravelinas. En medio de los
preparativos españoles, llegan noticias de que los holandeses se retiran. Orgu-
lloso de la defensa organizada en torno a Brujas, Coloma escribirá su Relación
del socorro de Brujas ejecutado y escrito por don Carlos Coloma, maese de campo
general de Flandes en tiempo de la señora infante doña Isabel. Año de 1631 (ver
Apéndice).
En 1632 Enrique de Nassau tiene sitiada Maastricht, parte de la ofensiva
para acabar con los ataques de corsarios flamencos contra burques holande-
ses. Coloma acude a ayudar a Maastricht, poniendo sus tropas al mando del
flamenco conde de Fontaine, teniendo el ejército español como mandatario a
Fernán González de Córdoba. Se sospechaba una rebelión de la nobleza fla-
menca y valona, amparada por Richelieu en Francia y encabezada por Henry
van den Berg y con participantes como René de Renesse, conde de Warfusée,
François de Carondelet, deán de Cambray, sus hermanos el barón de Noyelles
y el señor de Maulde, Guillaume de Melun, el vizconde de Gante, el príncipe
de Barbançon, el conde de Egmont, el duque de Bournonville, etc. No con-
taron, sin embargo, con el apoyo de la burguesía, el pueblo llano, ni el prin-
cipal noble del país, el duque de Arschot (Philippe de Arenberg). Maastricht,
por su parte, caería el 22 de agosto. Ante la situación Isabel Clara Eugenia
consigue convocar una reunión de los Estados Generales para discutir la paz
Introducción 35

con Holanda. Coloma, entretanto, se ocupaba a fines de 1632 y 1633 de vi-


gilar cuestiones de disciplina militar (Amberes) y la revisión de fortificaciones
(Hulst). En 1633, el primero de diciembre, muere Isabel Clara Eugenia, y
Carlos Coloma es nombrado en sus instrucciones secretas como uno de los
seis miembros del Consejo de Regencia. Sin embargo Aytona pidió a Felipe
IV el nombramiento inmediato de un substituto de la gobernadora, y el rey
lo hizo en la persona de Fernando de Austria, el Cardenal Infante (mientras
Aytona mismo quedaba como gobernador interino). Se concluían así las ne-
gociaciones de paz y se aumentaba la presencia de una línea marcadamente
española en la política de los Países Bajos.
En 1633 Felipe IV ordenó la marcha de Carlos Coloma al ducado de Mi-
lán como castellano de Milán y maestre de campo general de Lombardía (ya
lo había pedido el cardenal infante, aunque se le había denegado). Muerto el
duque de Feria (que había substituido al cardenal infante como gobernador
de Milán) en 1634, le substituye a su vez el cardenal Albornoz. El 31 de julio
llegaba a Milán Carlos Coloma, tras haber dejado preparada para la imprenta
una nueva edición de su libro histórico, con algunos añadidos y adiciones con
respecto a las anteriores. Mientras llegan sus credenciales (y sin poder hacerse
cargo del puesto), se encarga de revisar el estado de las defensas y hombres
con que cuenta, que le parecen llenas de carencias. En 1635 Francia declara
la guerra a España y el duque de Rohan invade la Valtellina, aislando a Milán
de los Países Bajos y Alemania. Coloma se quejará del cardenal Albornoz y su
contador Antonio de Porras por inmiscuirse en los temas militares y avisa que
el duque de Saboya parece afecto a la causa francesa, así como lo son las tierras
de Parma (pactos de Rívoli). Pero el mariscal de Crequí (francés) y Victorio
Amadeo de Saboya no están de acuerdo sobre la estrategia a seguir. Coloma
se apresta a defender la frontera (Valenza, Vigevano, Mortara, Alessandria) y
recibe tropas procedentes de Nápoles y Sicilia, así como la ayuda de Felipe
Spínola, II marqués de los Balbases. Se aprestan a fortificar Valenza. Coloma
(de 69 años) pide infructuosamente que le releven del puesto. Ante la difícil
situación entre el cardenal, Porras y Coloma el rey envía a Francisco de Melo,
embajador de Génova, para que actúe de mediador. Carlos Coloma organiza
las operaciones de defensa desde Alessandria. Allí le llegan noticias de que
Crequí ha cruzado el Po y se dirige a Valencia del Po, atacada igualmente por
el duque de Parma. Surgen después desavenencias sobre cómo defender la
plaza que enfrentan al cardenal, el marqués de la Celada y Porras con Colo-
ma y el marqués de los Balbases, entre otros. El duque de Saboya también se
incorpora con sus tropas a los sitiadores. La defensa sigue en condiciones casi
imposibles, gracias, entre otras cosas, al buen saber y oficio de Coloma, de
quien siguen pidiendo el relevo en Milán. En esto llegó un despacho del rey
a fines de agosto en que se confirmaba que el resposable máximo en cuestio-
nes militares era exclusivamente Carlos Coloma. La estrategia de Coloma era
36 Las Guerras de los Estados Bajos

atravesar el río por Frescarolo y entrar el socorro en la ciudad, aunque prime-


ro debían hacer una maniobra de diversión del enemigo haciendo un puente
por Bassignana. Fruto de la animadversión de sus adversarios (el cardenal y su
contador), en Madrid se critica (por parte del Consejo y del conde-duque) a
Coloma por haber adoptado una estrategia que –se dice- es fruto del miedo
y de su incapacidad por la edad, a todas luces injusta8. Sin embargo, a pesar
de ello, Coloma acabará consiguiendo un éxito más que rotundo, evitando
la toma de Valencia del Po y la derrota del ducado de Milán, felicitando en
particular al marqués de los Balbases, el marqués de la Celada y Francisco de
Melo. Tras la llegada del nuevo gobernador del ducado, el marqués de Lega-
nés, Coloma se encamina a la corte de Madrid. Dejará escritas unas memorias
sobre lo acontencido, la Relación del socorro del Valencia del Po, inéditas.
Carlos Coloma llega a Barcelona, desde Génova, el 24 de noviembre de
1635. Allí da permiso para la publicación de la Verdadera relación de una carta
enviada por el señor don Carlos Coloma al señor cardenal Albornoz, de veinte y
uno de octubre de 1635 y otra al marqués de Villafranca, general de las galeras de
España, a los veinte y cinco de octubre del dicho año. Contiene lo que los españoles
han hecho en Valencia del Po (Barcelona: Gabriel Noges, 1635). En Barcelona
reside hasta enero de 1636, cuando se le da permiso para encaminarse a la
corte. El 31 de dicho mes toma posesión de su puesto en el Consejo de Gue-
rra y se incorpora al Consejo de Estado. Se le nombra asimismo gentilhombre
de cámara de Su Majestad y mayordomo de Felipe IV y del cardenal infante,
así como marqués de Elda (aunque Coloma morirá antes de la concesión de
dicho título). Incluso el rey encargaría un cuadro conmemorativo de la victo-
ria de Valencia del Po, en el que Coloma figuraba como figura principal y que
adornó el Salón de Máscaras (o Salón Coloma) en el Palacio del Buen Retiro
(cuadro hoy desaparecido). Por esta época publica Antón van Dyck su Icones
principum virorum doctorum pictorum chalcographorum statuariorum nec non
amatorum pictoria artis numero centum ab Antonio van Dijck pictore ad vi-
vum expressae eiusque sumptibus aeri incisae (Amberes: Gillis Hendricx, 1636
[1646]), en que figura Coloma (Carolus de Columna) con bastón de mando,
armadura y banda roja. Y Velázquez pinta el célebre cuadro La rendición de
Breda, en que según la interpretación (errónea) de Justi figura Coloma. Su
familia se instala en la corte y participa de la vida palaciega y cortesana. En
1637 se creará por el conde-duque la llamada Junta de Defensa, para solventar
la lentitud del Consejo de Guerra, y de ella serán miembros el conde-duque,
el duque de Villahermosa, el protonotario y Carlos Coloma.

8
 A propósito convendría recordar lo que dice Amelot al respecto de su comentario de Tácito:
«Ceux qui sont véritablement grands hommes, le sont aussi bien dans la vieillesse que dans
la virilité. L’esprit de gouverner ne dépend pas des mains ni des pieds, mais de la tête» (449
[VI]).
Introducción 37

Don Carlos, al fin, moriría el 23 de noviembre de 1637, siendo enterrado


en la iglesia del monasterio de Santa Ana (monasterio de San Bernardo, en di-
cha calle madrileña). El mismo año su mujer regresa a Bruselas, donde muere
ocho años más tarde, enterrándosela en la iglesia jesuita en 16459.

2. La peripecia de Carlos Coloma como embajador. La imagen de


España en la imprenta inglesa.

Carlos Coloma fue embajador del rey español en Londres, sustituyendo al


conde de Gondomar, don Diego Sarmiento de Acuña (Fernández Álvarez),
de 1622 (brevemente coincidieron los dos en la corte londinense; Tobío) has-
ta 1624, siendo embajador de nuevo durante 1630-1631. Durante su prime-
ra estancia Stock fue su confesor ordinario (y en 1630) (como lo había sido
de Gondomar; ver Turner, Loomie, Ocho Brun). En su obra histórica sobre
la guerra de Flandes abundan sobremanera las referencias a la reina inglesa
(Isabel I) y a su actuación en apoyo de los rebeldes holandeses. No en vano,
aunque los sucesos relatados en la obra acontecen hasta 1600, la obra, como
hemos visto, tardó varios años en redactarse hasta quedar lista para la im-
prenta, por primera vez, en 1622 y de nuevo en 1625 y 1627, con añadidos
en la de 1635. Es decir, Coloma está ya involucrado en los sucesos ingleses
para cuando redacta definitivamente su obra. Asimismo, en ella ocupa un
papel crucial la descripción del desastre de la Invencible, como era de esperar,
y hasta se ha sospechado que se trasladara por primera vez a Flandes desde
España a bordo de alguno de los barcos de dicha expedición. Inglaterra ha
enviado desde 1585 tropas permanentes a los Países Bajos para luchar contra
España (y aun desde antes de esta fecha se documentan tropas numerosas
de ingleses). Esto, unido a una creciente presencia inglesa amenazadora en
el Caribe y en aguas peninsulares (costas del Atlántico), hará que las relacio-
nes Inglaterra-España entren en un período de gran deterioro de 1585 en
adelante. Para este capítulo veremos en qué situación se encuentra Coloma
ante su embajada a Londres mediante un análisis de la literatura inglesa de
tema español. Primero, sin embargo, hagamos un resumen muy sucinto de la
historia de la rebelión de los Países Bajos, por mor de situar todo ello en un
contexto más general.

9
 Un apartado especial a título curioso es el de las dedicatorias de libros hechas a Carlos
Coloma. La Heroyda ovidiana del jesuita Sebastián de Matienzo (atribuida a Sebastián de
Alvarado y Alvear), publicada en Burdeos en casa de Guillermo Millanges, 1628 (Nancy
Palmer Wardropper) y alabada por Lope (1630) en su Laurel de Apolo contiene una deditoria
a Carlos Coloma. Y Fadrique Moles dedica a Carlos Coloma sus Amistades de príncipes (Ma-
drid: Imprenta Real, 1637), caballero del hábito de San Juan.
38 Las Guerras de los Estados Bajos

Felipe II (que gobernaba los Países Bajos desde la abdicación de su padre


Carlos V el 25 de octubre de 1555) fue percibido como rey extranjero por
los holandeses, educado en Madrid, desconocedor de su idioma y costum-
bres, ferviente católico y dispuesto a acabar con la autonomía de los Países
Bajos imponiendo un régimen político centralizado. Con ello sembraba la
animadversión de los protestantes y también de la nobleza10. Una petición
de los nobles para ver restaurados sus privilegios fracasó en 1566 y estalló
una revuelta iconoclasta de índole calvinista, de la que se hizo responsables a
Van Egmond y Van Hoorne (ejecutados en 1567). El noble de mayor rango,
Guillermo de Orange, el Silencioso, dejó Holanda y se trasladó a Nassau
(Alemania), desde donde organizó ataques contra Holanda y los Países Bajos.
El duque de Alba, enviado con sumos poderes por Felipe II, gobernó los
territorios con mano de hierro, creando el «Tribunal de la Sangre», siendo
responsable del ajusticiamiento de numerosos rebeldes. Mientras tanto, los
Geuzen (nombre despectivo dado a los rebeldes, que éstos adoptaron como
suyo con orgullo), formados por elementos calvinistas, de la nobleza y del
mundo criminal, comenzaron a luchar contra los españoles por tierra y mar.
Los españoles asediaron Haarlem (la capital de Holanda) en 1572, tomán-
dola y saqueándola. Asediaron Leiden, aunque al abrir los diques e inundar
el terreno los españoles hubieron de retirarse. En 1576 los Estados Generales
firmaron la llamada Pacificación de Gante, por la que cualquier nuevo gober-
nador habría de firmar dicho documento para ser reconocido. La respuesta
española no se hizo esperar. Alejandro Farnesio, nuevo gobernador, llegó con
su ejército y comenzó a tomar los territorios del sur, que firmaron la Unión
de Arrás (1579), de índole pro-católica y pro-española, teniendo como con-
trapartida la Unión de Utrecht (de las provincias secesionistas del norte) del
mismo año, indicando con ello la separación definitiva de los territorios en
dos bandos. De hecho Farnesio llegó a reconquistar todas las provincias a ex-
cepción de Holanda y Zelanda, aunque, en 1587, por los intereses de Felipe
II en Inglaterra y Francia, se decide por la conquista del resto de los Países
Bajos. Guillermo de Orange sería asesinado por Baltasar Gerard.
El ejército español era superior en el campo de batalla y tenía mucha
experiencia en el sitio y asedio de ciudades. Brujas, Yprés y Gante cayeron
en 1584, Bruselas y Amberes en 1585. Amberes fue saqueado. En el mar los
rebeldes eran superiores; podían proteger ciudades en áreas bajas y al romper
los diques inundaban los campos, forzando la retirada de las tropas españo-

10
 El territorio de los Estados de Flandes contaba con 17 provincias, cuyo proceso de unifi-
cación se había ratificado mediante la Pragmática Sanción de 1549. Estas provincias solían
llamarse Países Bajos (Pays-Bas, Nederlanden), aunque los españoles solían llamarlos con
el de una de las provincias: Flandes, y llamaban flamencos a todos sus habitantes (de habla
neerlandesa o francesa).
Introducción 39

las (como en el famoso ejemplo de Leiden). A la muerte de Guillermo su


heredero, Mauricio, era demasiado joven y los Estados Generales ofrecieron
el puesto de stadholder al rey de Francia (que declinó) y a la reina Isabel de
Inglaterra, que hizo lo propio, aunque aceptó el puesto para Felipe, duque
de Leicester. Aunque el duque no llegaría a viajar a Holanda, esto significó
un aumento considerable de la ayuda inglesa a la causa holandesa, tanto con
dinero como, en especial, con hombres armados.
España estaba involucrada en varios frentes (las guerras civiles francesas,
los Países Bajos y Holanda, Inglaterra, etc.) y al no centrarse exclusivamen-
te en los rebeldes holandeses éstos pudieron organizar su defensa, mientras
España estaba siempre sin dinero suficiente para mantener sus ejércitos. Para
1600 los rebeldes habían conseguido hacerse con los territorios al norte del
Rin, con lo que situación había llegado a un punto muerto. Mauricio de
Orange había sido proclamado stadholder de las provincias de Holanda y Ze-
landa en 1585 y del resto de las provincias en 1590-91. Como general de las
fuerzas holandesas tomó Nimega y Zutphen en 1591, Steenwijk y Coevorden
en 1592, Groninga en 1594 y Oldenzaal, Enschede y Grol en 1597 (todas al
norte de Rin). Se sirvió de la ayuda inmejorable del ingeniero Simon Stevin y
evitó batallas a campo abierto, donde los tercios españoles eran superiores. Así
quedaron establecidas la República de Holanda, con las provincias de Holan-
da, Zelanda, Utrecht, Friesland, Groninga, Overijssel y Gelderland, mientras
los Países Bajos españoles contaban con Flandes, Artois, Hainaut, Namur,
Lieja, Limburgo y Luxemburgo. En 1609 se llegó a firmar, consecuencia de
esta situación, la Tregua de los Doce Años, que acabaría siendo rota por no
interesar ni a españoles ni a holandeses, por varios motivos. En cualquier
caso, el conflicto de Flandes distó mucho de ser un enfrentamiento exclusivo
entre españoles y flamencos/holandeses. A medida que avanzó la contienda
se fueron añadiendo a la misma diferentes grupos nacionales y religiosos, y el
escenario bélico se amplió al trasladarse la contienda a lugares que tenían in-
terés estratégico en relación con el conflicto de Flandes. Así, además de Italia
y Alemania, debe señalarse que Francia (y los sucesos referentes a su guerra
civil entre católicos y hugonotes) no sólo entró en la política estratégica del
imperio español, sino que estuvo directamente relacionada con los hechos de
Flandes; igualmente Inglaterra, que a partir del peligro de invasión española
a las islas británicas (1585-1588) aumentó considerablemente su ayuda eco-
nómica y militar a los rebeldes holandeses. A ésta nos trasladamos ahora para
ver cómo se vivió en la imprenta la ansiedad inglesa al respecto.
Algunos autores (Haigh) han visto en el envío de la ayuda inglesa a Holan-
da, y la consiguiente respuesta española contra Francia, los Países Bajos e In-
glaterra, el verdadero inicio de las ideas de una invasión armada de Inglaterra
(la Armada Invencible). De hecho la relación entre Inglaterra y España (como
se manifiesta en la literatura panfletaria) estará basada primero en un miedo
40 Las Guerras de los Estados Bajos

inglés a la invasión; segundo en un intento de justificar la ayuda inglesa a


Holanda; tercero en una burla hispana post-Armada. Para Maltby, la rebelión
holandesa («at times very like a civil war», 51)
had an enormous effect on English public opinion. Even today, many
regard it as one of the great watersheds of human history, a primal con-
frontation between all that is true, and liberal and the powers of darkness,
intolerance, and superstition. That such a view in incredibly naive goes
without saying […]. It has been a commonplace of popular belief and
was, until quite recently, aceptable to many scholars as well. […] Tradi-
tionally, the excesses of the «liberal» Protestant school have been laid at the
door of such nineteenth-century historians as Motley and Bakhuizen van
den Brink, but their works merely reflect the sixteenth-century sources
that came most readily to their hands. These were, of course, the memo-
ris, chronicles, and pamphlets composed by contemporary Dutch and
English writers. (44)
El clima había sido ya establecido mediante, en especial, los panfletos pro-
pagandísticos del príncipe de Orange (además de su famosa Apología de 1581]),
[A] Declaration y [A] supplication to the Kings Maiesty of Spayne (traducidos al
inglés en ¿1568? y 1573) (ver Guerts para un estudio completo), en donde se
pintaba un cuadro crudo de las atrocidades españolas y se achacaban no al rey,
Felipe II, sino al duque de Alba y los consejeros reales las mismas. Las obras,
como han mostrado los críticos, suponen un reflejo extraordinariamente par-
tidista de los sucesos históricos y, lo que es más importante, no sirven un
propósito de construir historia verdadera, sino de hacer propaganda de la
causa secesionista. No olvidemos que dichas manifestaciones impresas tienen
como público no uno deseoso de conocer la verdad histórica, sino aquel cuya
conciencia desea moldear el impreso. Es decir, en un clima de desarrollo de la
imprenta y de extensión y difusión de la «escritura» y «lectura» de lo impreso,
dichas obras panfletarias se verán progresivamente como instrumentos de lu-
cha, tan eficaces o más que las armas, pues cumplen una misión ideológica
de primer orden. Curiosamente, los lugares donde más desarrollo tendrán
dichos panfletos serán los Países Bajos e Inglaterra (con Francia siguiendo los
pasos), donde el desarrollo de la lectura ha sido (aunque quizá sea ésta una
opinión en extremo naive) fomentado por el protestantismo. En estas obras
pueden apreciarse notas similares que ayudan a formarnos un panorama claro
de la situación. Maltby, por ejemplo, ya señalara en su estudio de la leyenda
negra antiespañola en Inglaterra que la virulencia y número de los panfletos
antiespañoles eran infinitamente superiores en número a los que existían de
signo contrario (antiingleses) en España. Igual, claro, ocurre en Holanda (o
incluso en Francia). La razón es sencilla, creemos: en ambos lugares se está
produciendo una revolución ideológica que –teniendo a la religión como re-
Introducción 41

texto- quiere cambiar el clima socio-político de estas regiones, en gran me-


dida motivado por cuestiones de poder. Pero esta transformación de la noche
a la mañana de modos de pensamiento no se ha operado con facilidad ni
ha englobado a toda la población. Es decir, los grupos de poder directores o
fomentadores del cambio (por motivos personales de interés económico y de
poder) son conscientes de que existen en sus respectivas regiones elementos
quintacolumnistas, no afectos a la causa. En este clima de disensión y de labor
de zapa y mina desde dentro, la imprenta tiene el papel de convencer y for-
jar la opinión, y el debate se convierte en elemento crucial para proseguir la
rebelión. Debate, digamos de paso, que en el caso de los panfletos no tiene
elementos dialécticos de ningún tipo, sino se centra en la idea de demonizar
al enemigo. A ello puede bien unirse el hecho conocido por los especialistas
en historia militar de que las guerras, a medida que avanza el siglo XVI, son
cada vez más cruentas, provocando más muertes y necesitando de ejércitos
cada vez más numerosos. En aras a lograr mayor índice de reclutamiento y,
en especial, de mantener una moral elevada en la lucha contra el enemigo, de
nuevo la imprenta puede tener el papel de fomentar primero el miedo cerval
contra dicho enemigo, segundo de demonizarle para así deshumanizarle a
los ojos de la población y la milicia, y con ello justificar la lucha armada11.
Thomas & Stols han insistido en que los rebeldes neerlandeses se sirvieron de
un arma verdaderamente novedosa en su tiempo: la propaganda de guerra.
Con ella se dio creación a la leyenda negra antiespañola (abandonada en Ho-
landa desde 1621 con la llegada de los archiduques, pues ya no le interesaba
como herramienta de lucha, pero continuada en particular en Inglaterra y el
mundo anglosajón), «el mito de que todo español fue cruel, avaro, guerrero e
intolerante y que el monarca español quería conseguir el dominio universal12»

11
 Hemos explorado el tema de la demonización del enemigo en Cortijo & Gómez Moreno.
Señalemos ahora que para el siglo XVII el tema sigue de moda. Así, véanse dos obras, de
1612 (Francis Burton) y 1640: The fierie tryall of Gods saints (these suffered for the witnes of
Iesus, and for the word of God, (vnder Queene Mary,) who did not worship the Beast... As a
counter-poyze to I.W. priest his English martyrologe. And the detestable ends of popish traytors:
(these are of Sathans synagogue, calling themselues Iewes (or Catholiques) but lie and are not...
Set downe in a comparatiue collection of both their sufferings. Herewith also the concurrance
and agreement of the raignes of the kings of England and Scotland, since the first yeare of Q.
Mary, till this present, the like before not extant (London: Printed by T[homas]: P[urfoot and
Thomas Creede]: for Arthur Iohnson, 1612); A Disputation betwixt the Devill and the Pope
being a briefe dialogue between Vrbanus, 5 [i.e. 8] Pope of Rome, and Pluto prince of Hell :
concerning the estate of five kingdomes, Spaine, England, France, Ireland and Scotland: written
by the author to content his friend, being pleasant and delightfull to the reader (London: [s.n.],
1642).
12
 Quizá la idea del dominio universal de España se vio mejor plasmada en la breve obrita de
Scott (vid. infra) The Spaniards perpetuall designes to an vniuersall monarchie. Translated ac-
cording to the French ([London]: Printed, 1624), dedicada en último término a convencer al
42 Las Guerras de los Estados Bajos

(58), en parte fomentado por las obras de Bartolomé de las Casas13, Antonio
Pérez14 y Francisco de Enzinas, entre otros. Aún más, dicha leyenda negra

lector de la inconveniencia de un matrimonio entre las casas reales de España e Inglaterra:


«The Spaniards continually pursuing the advancement of their universall Monarchy, (the
first foundation whereof were laid by Charles the fift, since which time that designe hath
been still eagerly prosecuted,) haue bin so happy in their endeavours in these last 10 or
12 yeares in diuers parts of Europe: and particularly neere to the borders of France, that
there remaines very little for them to conquer; to encompasse it on all sides, and so by little
and little to make themselves Majestrates and Arbiters of Christendome […]; and to this
end it is their writers publish, that it is necessary there should be but one vniuersall and
absolute Monarch in Christendome, and that it should be the King of Spaine, who is the
mightest, and who by their report hath the best mirited of the Apostolicke Sea, and of all
Christendome».
13
 La primera traducción de la obra de Las Casas al inglés fue The Spanish colonie, or Briefe
chronicle of the acts and gestes of the Spaniardes in the West Indies, called the newe world, for
the space of xl. yeeres: written in the Castilian tongue by the reuerend Bishop Bartholomew de
las Cases or Casaus, a friar of the order of S. Dominicke. And nowe first translated into eng-
lish, by M.M.S. (Imprinted at London: [By Thomas Dawson] for William Brome, 1583).
Seguirían The tears of the Indians being an historical and true account of the cruel massacres
and slaughters of above twenty millions of innocent people, committed by the Spaniards in the
islands of Hispaniola, Cuba, Jamaica, &c. : as also in the continent of Mexico, Peru, & other
places of the West-Indies, to the total destruction of those countries / written in Spanish by Casaus,
an eye-witness of those things ; and made English by J.P. (London: Printed by J.C. for Nath.
Brook..., 1656); Popery truly display»d in its bloody colours, or, A faithful narrative of the
horrid and unexampled massacres, butcheries, and all manner of cruelties, that hell and malice
could invent, committed by the popish Spanish party on the inhabitants of West-India together
with the devastations of several kingdoms in America by fire and sword, for the space of forty and
two years, from the time of its first discovery by them / composed first in Spanish by Bartholomew
de las Casas, a bishop there, and an eyewitness of most of these barbarous cruelties ; afterward
translated by him into Latin, then by other hands, into High-Dutch, Low-Dutch, French, and
now taught to speak modern English (London: Printed for R. Hewson..., 1689); y An account
of the first voyages and discoveries made by the Spaniards in America containing the most exact
relation hitherto publish»d, of their unparallel»d cruelties on the Indians, in the destruction of
above forty millions of people : with the propositions offer»d to the King of Spain to prevent the
further ruin of the West-Indies / by Don Bartholomew de las Casas, Bishop of Chiapa, who was
an eye-witness of their cruelties ; illustrated with cuts ; to which is added, The art of travelling,
shewing how a man may dispose his travels to the best advantage (London: Printed by J. Darby
for D. Brown [and 2 others], 1699).
14
 Véanse en impresión inglesa sus Pedacos de historia, o Relaçiones assy llamadas por sus auctores
los Peregrinos. Retrato al viuo del natural de la fortuna. La primera relaçion contiene el discurso
de las prisiones, y auenturas de Antonio Perez, aquel Secretario de Estado del Rey Catholico Don
Phelippe II. deste nombre, desde su primera prision, hasta su salida de los reynos de España. Otra
relaçion de lo sucçedido en Caragoça de Aragon a 24. de Septiembre del año de 1591. por la
libertad de Antonio Perez, y de sus fueros, y iustiçia. Contienen de mas estas relaçiones, la razon,
y verdad del hecho, y del derecho del Rey, y reyno de Aragon, y de aquella miserable confusion del
poder, y de la iustiçia. De mas de esto, el memorial, que Antonio Perez hizo del hecho de su causa,
para presentar en el iuyzio del Tribunal del Iustiçia (que llaman de Aragon) donde respondio
llamado a el de su rey, como parte. Impresso en Leon [i.e. London: By C. Yetsweirt, 1594].
Introducción 43

(creada como propaganda de guerra) se afianzó dentro de la historiografía


oficial, ya desde el mismo siglo XVI:
Una muchedumbre de panfletos abrumó a los flamencos, ofreciéndoles
una imagen del «opresor» que debía incitar a más resistencia. La Inqui-
sición, Felipe II mentalmente perturbado, las crueldades de los españoles
en América, su catolicismo fanático, el duque de Alba fueron algunos de
los elementos de aquella imagen. (58)
Pero retornemos al caso inglés, objeto central de estas líneas. Haremos
en las líneas que siguen una cala en las obras de tema eminentemente an-
tiespañol publicadas en particular entre 1585-1640, pues ellas son las fe-
chas grosso modo en que Carlos Coloma se ve involucrado en los asuntos
político-militares del Imperio español15. Sirva de ejemplo para ello el libro
de Thomas Adams (autor de innumerables sermones en que avisa del peli-
gro papista) titulado The souldiers honour Wherein by diuers inferences and
gradations it is euinced, that the profession is iust, necessarie, and honourable:
to be practised of some men, praised of all men. Together with a short admo-
nition concerning munition, to this honour»d citie. Preached to the worthy
companie of gentlemen, that exercise in the artillerie garden: and now on thier
second request, published to further vse. By Tho. Adams (London: Printed by
Adam Islip and Edward Blount, and are to be sold in Pauls Church-yard at
the signe of the blacke Beare, 1617), donde se hace alegato a los soldados
del valor de la lucha, su cristianismo y patriotismo (de paso pintando lo
español en términos apocalípticos)16.

15
 Haremos bien en dejar sentado de antemano nuestro modus operandi. Es numerosísima la
literatura publicada en inglés en los años indicados que menciona de alguna manera topoi
antiespañoles. Mucha de ella los incluye de modo tangencial a las obras en cuestión, o de
modo sucinto y breve, consistiendo en una, dos o tres referencias esparcidas a lo largo de la
obra. Hemos optado por no incluir en su mayor parte dichas obras. Nos hemos centrado en
aquellas que adoptan como tema central o de gran importancia el motivo del antiespaño-
lismo. Y hemos añadido igualmente análisis de otras que, aunque no tienen dicho motivo
como central, lo usan como parte esencial de sus argumentaciones y argumento. La imagen
de conjunto que se presenta, creemos, es clara a la postre: autores, temas, topoi, imprentas
se perfilan de modo nítido tras el repaso del conjunto de las obras analizadas. Por último,
dejemos constancia de algo que por obvio no es menos importante: al observar por menudo
dicha literatura, nos hacemos idea de lo que puede contener la literatura de cuño semejante
en Holanda y Francia, así como se nos presenta el cuadro formidable de antiespañolismo
con que debe enfrentarse el Coloma diplomático, el Coloma historiador y hasta el Coloma
militar.
16
 De 1615 es su estupendo The blacke devil or the apostate Together with the wolfe worrying
the lamb, donde se insiste en la falta de piedad y misericordia de los españoles para con los
indios; o su maravilloso sermón Heauen and earth reconcil’d (de 1613), donde, de nuevo
sobre los españoles en América, se cuenta el siguiente chascarrillo, procedente de la historia
44 Las Guerras de los Estados Bajos

Tras la muerte de Guillermo de Orange y la segunda caída de Amberes en


158517, Isabel I mandó publicar la Declaratio causarum (A Declaration of the
Causes), documento de propaganda oficial (traducido y publicado en varios
idiomas en Londres y otras prensas europeas) en que se justifica el ataque
a los intereses españoles como una guerra defensiva (y justa), argumentos
que después se utilizarán, casi verbatim, en documentos publicados antes de
las campañas inglesas de ataque a Portugal (1589) y Cádiz (1596). Entre
nosotros, dice el documento, y las gentes belgas (y de Flandes, Holanda, Ze-
landa, etc.) ha habido desde antaño una relación de necesidad económica de
beneficio y utilidad, sancionada por numerosos documentos (2-3). De hecho
estos pactos fueron igualmente sancionados por el abuelo del rey español ac-
tual (Felipe II). El resultado de todo ello fue la paz, el comercio y el aumento
de las riquezas. Todo ello vino a su fin cuando los españoles heredaron estas
provincias, pues no actuaron movidos por el beneficio de estas regiones, sino
por el ansia de destrucción y sangre y por una sed insaciable de riquezas (5).
Llegados los españoles a estas provincias, ni las quisieron bien (cupere bene) ni
les movió afán alguno de paz y tranquilidad hacia las mismas, sino motivados
por avaricia y ambición quisieron someterlas a su imperio absoluto, rescindir
sus leyes e instituciones, menospreciar costumbres y libertades antiguas y, en
suma, ejercer una tiranía sobre las mismas («cum licentia ac libidine», licen-
ciosa y desmandada, 6). A ello siguieron, continúa la obra, las masacres que
son conocidas de todos (por ejemplo la muerte del conde de Egmont), dando
con ello causa a Bélgica para luto y lamento eternos, así como otorgando a
España una mancha ignominiosa (macula ignominiae, 7), a pesar de llamarse
nación católica. A continuación el rey francés se involucró en este asunto,
defendiendo las provincias belgas, a pesar de la oposición de la facción Guise.
También entre Inglaterra y Bélgica se produjo un a modo de matrimonio,
nacido de un consenso y unión de intereses y voluntades («rerum ac volun-
tatum perpetuo consenso», 9), y le mandamos a nuestro hermano (Felipe II)
numerosas cartas, motivadas por el dolor de ver esta injuria agena. Y lo que es
increíble (viniendo de Isabel), sanciona el hecho de que los belgas quieran ele-
gir a su propio príncipe mediante el voto de aquellos a quienes por derecho y
costumbre corresponde. Es decir, si la equidad y justicia han quedado despre-
ciadas («contemptae») y derrocadas («eversae», 10), es lícito rebelarse contra el

de Bartolomé de las Casas: «Let them bragge of their gaines, that haue thus coosoned God,
the Church, their owne soules: If euer they come with Simony on their backes into Heauen,
I may be of the Indians minde, who dying vnder the Spanish crueltie, and admonished
to prepare for Heauen, & to escape Hell, asked to what place the Spaniards went? They
answered, to Heauen. Then, quoth the Indian, let me neuer come there».
17
 Para la primera el clima entre la población inglesa había sido preparado por la obra de G.
Gascoigne, The Spoil of Antwerp (1576). Para un tenebroso relato de la muerte de Guillermo
de Nasau, ver A true Report of the Lamentable Death of William of Nassawe (1584).
Introducción 45

poder. Recordemos que será éste, ni más ni menos, el mismo argumento de la


bula papal y de las críticas de los católicos desafectos ingleses, que –juzgando
el gobierno de Isabel como injusto, sangriento, pernicioso y tiránico- pedirán
la rebelión contra la reina18. A ello, claro, Isabel responderá creando decretos
que ligan la crítica político-religiosa al concepto de traición. Para cooperar,
continúa la reina en la obra, a los belgas les ayudamos antaño con dinero para
que se protegieran contra el ejército español y de todo ello hicimos sabedor a
Felipe II. Motivo añadido (y motivo real puede sospecharse) es el peligro que
supondría para la seguridad de Inglaterra el que, vencidos los belgas, los es-
pañoles crearan allí una colonia suya (como han hecho en Nápoles y muchos
otros lugares) (12-13), como hace pocos años intentaron en Irlanda (13).
Más recientemente los españoles intentaron invadir Inglaterra, asunto en el
que estuvo involucrado el embajador español Bernardino de Mendoza (15),
quien a pesar de haber sido aceptado con honores por la reina se involucró en
un complot para la invasión de las islas («de hoc regno invadendo», 16) desde
España y Bélgica. En las cartas que se interceptaron se daba noticia clara de
la fuerza que invadiría el reino, qué puertos se atacarían, cómo se produciría
la conspiración y perturbarción del reino. Descubierto el complot, muchos
de los involucrados escaparon con Bernardino de Mendoza a Francia; otros
fueron apresados, todos los detalles de lo cual se pueden leer en el libro De
publico supplicio Francisci Throckmortoni perduellis (1584). Además de esto
recientemente hemos tenido que combatir, dice la reina, a los Guise, que han

18
 De hecho numerosos libros de la época establecerán la conexión entre el influjo papal de-
moníaco y la incitación a la rebelión, como el famoso de James Aske (1588), relativo a la Ar-
mada Invencible: Elizabetha triumphans Conteyning the dammed practizes, that the diuelish
popes of Rome haue vsed euer sithence her Highnesse first comming to the Crowne, by mouing her
wicked and traiterous subjects to rebellion and conspiracies. Y de la misma fecha es el diálogo
alegórico en que «the extreame vices of this presente age» quedan de manifiesto «against
traytors and treasons», con clara referencia a la commonwealth del reino y a los intentos
españoles y católicos de derrocar a la reina: «Deare Brethren and fellowe members, by what
authoritie or right, rather with what boldnes, dare our Brethren the Belly and Back oppresse
vs, and so Lordlike commaund vs? it is a shameful thing, extreame folly, and a thing very
vnseemly, when the seruaunt ruleth, and the Lorde obeyeth, the slaue commaundeth, and
the Maister serueth: truelie we are worthy of the greatest torments, that lyke drudges will
become a scoffe and scumme to others. Like fooles we haue made the Belly and Backe our
Lords, with great labour we get and prouide al things may please them: poore soules we
haue no rest, sometime the Belly commaundeth one, sometime the Backe another, one saith
to your Foote, arise sluggard, awake, the other to the hand, bestirre thee apace, get me some
meate, prepare mee some dainties, fetch me some wine, lay the Table, the day passeth, the
time goeth, and I haue eaten nothing: Hunger and Thirst my two enemies come & threaten
my death, the one on the one side, the other on the other, and therfore except yee speedely
help me I die, and these are their daielie and vsuall complaints» (W. Averell, A meruailous
combat of contrarieties Malignantlie striuing in the me[m]bers of mans bodie, allegoricallie
representing vnto vs the enuied state of our florishing common wealth).
46 Las Guerras de los Estados Bajos

querido sembrar la rebelión en el reino de Escocia (19-20), aunque Dios ha


disuelto con su viento la tempestad que las nubes guisanas presagiaban (21).
Y la paz de la que goza el reino en la actualidad es obra exclusiva de la reina
Isabel, con la ayuda de Dios. En suma, hemos decidido ayudar a los belgas,
que frecuentemente nos han pedido nuestra colaboración, por motivos hu-
manitarios, en vista de la injusticia, ruina y rapiña que ha guiado la conducta
de los españoles en esas provincias; por el peligro que supondría la conquista
de España de territorios tan cercanos a Inglaterra (en vista de su intento de-
clarado de invasión de las islas); y para mantener el comercio entre ingleses
y belgas. Dicho de otro modo, son tres los motivos «justos y legítimos» de la
actuación inglesa:
Ut bellis finis imponatur, Belgis pristinae libertati ac iuri restitutes (para
poner fin a la guerra, restituidos la libertad y derecho antiguos de los
belgas); ut securitas procuretur ab ipsius regno oppugnando, invadendo
(para evitar que se invada y ataque el reino); ut Angli et Belgae pro veteri
more ac instituto commercia exerceant (para que ingleses y belgas puedan
comerciar entre ellos según la ley y el uso antiguos). (23)
A todo ello no le mueve, claro, ambición ni malicia (a pesar de que el
último motivo «justo y legítimo» mencionado arriba sea el comercio entre
ingleses y belgas), sino la equidad y misericordia cristianas, que obligan a lar
reina a «liberar a un pueblo mísero y afligido --aliado del nuestro—por un
ejército extranjero» (24). No le queda, por último, sino la confianza en el
éxito de la empresa, Dios mediante, pues a Isabel no le guía sino el deseo de
procurar «Christiana pax et concordia» (26).
El libro arriba mencionado, De publico supplicio, se publicó en inglés
en el mismo año bajo el título Q.Z., A Discoverie of the treasons practised
and attempted against the Queenes Maiestie and the realme, by Francis Th-
rockmorton who was for the same arraigned and condemned in Guyld Hall,
in the citie of London, the one and twentie day of May last past (Londres: C.
Barker, 1584) y en él se aborda el famoso complot católico de Throckmor-
ton. Throckmorton, dice el prólogo, confesó ser «privie conveiour and
recivour of letters to and from ther Scottish Queene». Entre los papeles
que se encontraron en su casa de Londres figuraban pruebas escritas que
contenían los nombres «de ciertos nobles católicos, con declaración de los
puertos en que iban a desembarcar navíos extranjeros». Asimismo, entre
los documentos incautados figuraban impresos «printed and published by
the bishop of Rosse in the defence of the pretended title of the Scottish
Queene his mistresse with certaine infamous libelles against her Majestie
printed & published beyond the seas». Igualmente, se encontraron en su
poder numerosos textos publicados en el extranjero. La reina, viendo que
no confesaba, ordenó que se le sometiera a tortura, «although not much»;
Introducción 47

se le torturó dos veces, y de la primera se recuperó en apenas tres días,


prueba de que fue leve, pues de lo contrario «the signes thereof would
have appeared upon his limbes for manie yeeres». Por fin confiesa y dice:
que hace tiempo entró en contacto con Sir Francis Englefielde, de los
Países bajos, «who daily solicited the Spanish King in Spaine and his gov-
ernors the said Countryes to attempt the invading of the Realme». Que
hasta hace dos años se mantuvo en contacto epistolar con él. Que preparó
una lista de la nobleza católica inglesa y de los puertos del reino mejor
dispuestos para un desembarco de tropas. Que mantuvo contactos con
personas en contacto con la reina escocesa «y sus confederados en Francia
y otras partes del extranjero y también en Inglaterra para la invasión del
reino». El duque de Guise sería el líder de la invasión, cuyo propósito era
liberar a la reina escocesa y obtener tolerancia para los católicos, con la
idea añadida de deponer a Isabel. El duque de Guise necesitaba la ayuda
de los católicos ingleses, así como dinero y tropas, para lo cual envió
legados a España y Roma. El embajador español debía convencer a los
ingleses de ayudar «both in purse and person» y se comprometía a que Es-
paña enviara al menos la mitad de las tropas de invasión. Francis Thorck-
morton colaboró en persona con el embajador español, indicándole las
personas con quien debía tratar y cómo preparar el «partido inglés». Que
le mostró a dicho embajador su plan de puertos de desembarco. Que para
que todo no dependiera de un solo hombre, se envió a Sussex a Charles
Paget, bajo el nombre de «Mope, alias Spring». Que una vez apresado
un sirviente suyo llevó a casa del embajador español un «casket covered
with greene velvet». Se hace igualmente mención de la numerosa comu-
nicación entre Throckmorton y la reina escocesa en mensajes cifrados,
algunos aprehendidos, otros supuestamente incluidos en el cofre forrado
con terciopelo verde. El miedo creado es claro: España participa de planes
para la invasión del reino y la deposición de la reina legítima (nótese que
es lo mismo que Isabel I defendía en el caso de la obra anterior para con
Holanda, aunque ahora lo juzgue como crimen laesae maiestatis), pues es
potencia tiránica y avasalladora.
Además de estas obras de carácter panfletario y propagandístico, oficial
o no, se deben mencionar las de historiadores de las guerras del momento
(es decir escritores a quienes se supone practicantes de la scientia historica,
más veraz, apegada a la verdad y no partidista), que muestran, sin embargo,
una animadversión española considerable. Entre ellos podemos mencionar
a Holinshed, Camden, Baker y Meteren. Holinshed (famoso por el uso que
Shakespeare hizo de sus obras) escribió las exitosas Chronicles of England,
Scotland, and Ireland, editadas en 1577 y con añadidos en 1587, acusando a
los españoles de constantes maquinadores contra la reina inglesa. Camden,
en su historia de Isabel I, acusa a los españoles de otro tanto en sus monu-
48 Las Guerras de los Estados Bajos

mentales Annales Rerum Gestarum Angliae et Hiberniae Regnate Elizabetha (de


1615, [que cubren hasta 1597], con una segunda parte publicada en 1625,
Leiden, y 1627, Londres)19. Baker, en su historia de los reyes de Inglaterra, de
nuevo acusa a los españoles de masacrar a los rebeldes holandeses. Meteren
(autor de la celebrada Historia Belgica, traducida al inglés con aditamentos
propria Minerva por Thomas Churchyard), se explaya a sus anchas sobre
los gobernadores de los Países Bajos, y sobre la perfidia, malicia, crueldad e
impiedad de los papistas españoles y sus adláteres. En las décadas de 1580-
1640 este tipo de escritor es abundantísimo y trata de proporcionar noticias
de las guerras europeas del momento, de los encuentros entre ingleses y espa-
ñoles, etc., usando la oportunidad para mantener un clima de animadversión
hacia España20.

19
 Isabel I y su reinado serán durante las décadas de 1600-1630 objeto de numerosas obras;
la reina se presenta en ellas como paradigma de soberana valiente y decidida que luchó con
eficacia y éxito contra el afán de dominio imperialista español. Es claro que se quiere ofrecer
su ejemplo a los monarcas Jacobo y Carlos para que actúen como ella. Véase por ejemplo
The second part of, If you know not me, you know no bodie VVith the building of the Royall
Exchange: and the famous victorie of Queene Elizabeth, in the yeare 1588, At London: Printed
[by Thomas Purfoot] for Nathaniell Butter, 1606 de Thomas Heywood; y del mismo autor
The fair maid of the vvest. Or, A girle worth gold. The first part. As it was lately acted before the
King and Queen, with approved liking. By the Queens Majesties Comedians. Written by T.H.,
London: Printed [by Miles Flesher] for Richard Royston, and are to be sold at his shop in
Ivie Lane, 1631, entre otras muchas.
20
 Mencionemos entre ellas la anónima The honourable actions of that most famous and valiant
Englishman, Edward Glemham, Esquire Lately obtained against the Spaniards, and the holy
Leauge [sic], in foure sundry fightes, de 1591; la anónima A discourse more at large of the late
ouerthrovve giuen to the King of Spaines armie at Turnehaut, in Ianuarie last, by Count Morris
of Nassawe, assisted with the English forces whereunto is adioined certaine inchauntments and
praiers in Latine, found about diuerse of the Spaniards, which were slaine in the same conflict:
Translated out of French according to the copy printed in the Low Countries. Seene and al-
lowed (Printed at London: [By P[eter] Short] are to be sold [by J. Flasket and P. Linley] in
Paules Churchyarde, at the signe of the black Beare, 1597); el A briefe discourse of the cruell
dealings of the Spanyards, in the Dukedomes of Gulick and Cleue A copie of his excellencies
letter to the states of the Westphalian Creits at Dormont. A copie of the letter of the Archbishop
of Colen, to the land-graue of Hessen. Translated out of the Dutch copie, printed by Harmon
Allerson, Imprinted at London: By [J. Windet for] Iohn Wolfe, and are to be sold at his
shop in Popes-head Alley, neare the Exchange, 1599; la del desconocido I.E., A letter from
a souldier of good place in Ireland, to his friend in London touching the notable victorie of her
Maiesties forces there, against the Spaniards, and Irish rebels: and of the yeelding vp of Kynsale,
and other places there held by the Spanyards, London: Imprinted [by T. Creede?] for Symon
Waterson, 1602; o la igualmente anónima The 26. of Iuly. A true, plaine, and compendious
discourse of the besieging of Bergen up Zome showing the late actions of Spinolas forces before
the same. VVith the proceedings of the Prince of Orange before Sattingambus. As also what hath
happened of late to the rest of the armies in the low countries (London: Printed by E. A[llde] for
Nicholas Bourne and Thomas Archer, and are to be sold at their shops at the Exchange, and
the Popes-head-Pallace, 1622), sobre el asedio de Bergen op Zoom de 1622; la igualmente
Introducción 49

En vena satírica existe un pequeño libro de rimas burlescas escritas a la


manera del poeta laureado John Skelton (laureado por Oxford en 1488, por
Lovaina en 1492 y por Cambridge al año siguiente), tutor de Enrique VIII,
muerto en 1529 y cuyas obras se editaron al completo en 1568 (Pithy plea-
saunt and profitable workes of maister Skelton, Poete Laureate. Nowe collected
and newly published. Anno 1568, Londres: In Fletestreate, neare unto saint
Dunstones churche by Thomas Marshe) (Edwards). Lleva por título A Skel-
tonicall salutation, or condigne gratulation, and iust vexation of the Spanish na-
tion that in a bravado, spent many a crusado, in setting forth an armado England
to invado. La obra se publicó dos veces más en 1589 (Londres, T. Orwin;
Oxford, Joseph Barnes). El aguijón del rey (Felipe II), comienza el poema,
no pica ya. Tus intentos de robarnos y asolarnos no han surtido efecto. ¿Por
qué te preocupaste por venir a invadirnos, cuando nosotros podíamos ir a

anónima Lord Willoughby. Or, A true relation of a famous and bloody battel fought in Flan-
ders, by the noble and valiant Lord VVilloughby, with 1500 English, against 40000 Spaniards,
where the English obtained a notable victory; for the glory and renown of our nation. To the tune
of, Lord Willoughby ([London]: Printed for F. Coles, in Vine-Street, near Hatton-Garden);
incluso la The observations of Sir Richard Havvkins Knight, in his voiage into the South Sea.
Anno Domini 1593 (London: Printed by I[ohn] D[awson] for Iohn Iaggard, and are to be
sold at his shop at the Hand and Starre in Fleete-streete, neere the Temple Gate, 1622) se
encabeza en su dedicatoria a Carlos, príncipe de Gales, con la frase latina princeps subdito-
rum incolumitatem procurans y allí se unen historia con orgullo nacional y defensa frente al
taimado hispano: «Amongst other Neglects preiudiciall to this State, I haue observed, that
many the worthy and Heroyque Acts of our Nation, haue beene buried and forgotten:
The Actors themselues being desirous to shunne emulation in publishing them, and those
which ouerlived them, fearefull to adde, or to dimnish from the Actors worth, Iudgement,
and valour; haue forborne to write them: By which, succeeding ages haue beene deprived of
the Fruits, which might haue beene gathered out of their Experience, had they beene com-
mitted to Record. To avoyd this Neglect, and for the Good of my Country, I haue thought
it my duty to publish the Observations of my South-sea-Voyage; and for that vnto your
Highnesse, you Heires, and Successors, it is most likely to be advantagious, (hauing brought
on me nothing but losse and misery) I am bold to vse your Name, a protection vnto it, and
to offer it with all humblenes and duty to your Highnesse approbation, which if it purchase,
I haue attained my desire, which shall ever ayme to performe dutie»; etc., etc. En la misma
vena, también abundan tratados y obritas en que aparecen como personajes otros ilustres
caracteres del pasado que lograran victorias contra los españoles y animan a los ingleses del
momento a imitar su ejemplo. Como muestra, véase el estupendo libro de Philip Nichols,
Sir Francis Drake reuiued calling vpon this dull or effeminate age, to folowe his noble steps for
golde & siluer, by this memorable relation, of the rare occurrances (neuer yet declared to the
world) in a third voyage, made by him into the West-Indies, in the yeares 72. & 73. when Nom-
bre de Dios was by him and 52. others only in his company, surprised. Faithfully taken out of the
reporte of M· Christofer Ceely, Ellis Hixon, and others, who were in the same voyage with him.
By Philip Nichols, preacher. Reviewed also by Sr. Francis Drake himselfe before his death, &
much holpen and enlarged, by diuers notes, with his owne hand here and there inserted. Set forth
by Sr Francis Drake Baronet (his nephew) now liuing, London: Printed by E[dward] A[llde]
for Nicholas Bourne dwelling at the south entrance of the Royall Exchange, 1626.
50 Las Guerras de los Estados Bajos

«llamar a tu puerta» (en alusión a las incursiones inglesas a las costas españolas
a ambos lados del Atlántico)? Pensaste venirnos a robar con facilidad, como
hiciste con el oro indio, «which make men bolde». Si el rey intentara una
nueva invasión, «at the Popes persuasion», debe saber que Inglaterra cuenta
con el favor divino: «The Lorde hath voude / he will defend / unto the end
/ his Church and sheepe». Esperemos que tu nueva invasión se demore largo
tiempo, pero cuando llegues te haremos cantar esta canción: «O si scivissem
/ me contivissem / et non fecissem» («Si lo supiera / me contuviera / y no lo
hiciera»). Pero ahora tiene la bendición del Papa y del rey Midas y el poeta
le manda al médico real, «Master Inquisition», para que le prescriba una di-
eta. El poema concluye con una burla sobre «los elementos», a los que el rey
achacó la derrota, y con una última mención escatológica:

Except you be so expert and joine in your action.


that you can convert Or some way can finde
at your own pleasure, to master the winde
which were a great or else so to binde
treasure, that it be to your minde
the Lutheran seas, and then regnate
which doe your displease, et prae gaudio cacate,
to be of your faction per omnia monasteria monachorum.

Sigue un graciosísimo poema titulado «A question annexed touching our


sea-fishe, nourished with Spanish bloud». Comienza con una llamada a es-
coceses e irlandeses para que este año no pesquen, pues los peces «are fede /
with carcases deade / here and there in the rockes». Le ha dicho un médico
que los bacalaos y congrios se han alimentado «with the heades and feete
/ of the Spanish fleete». Sin embargo, frente a esta opinión existe la de los
sacerdotes (católicos), que dicen que todos los que murieron eran «santos y
buenos», de donde se sigue «that they could not infect / neither fish nor seas /
with any disease». Gracias, dice, al proceso de digestión, que separa lo nocivo
de lo saludable, no hay peligro alguno en comer tal pescado: «They doe no
man harme, / be they colde or warme». El poema concluye en vena satírico-
irreverente:
Because it is plaine
that the Devil of Hell
loves Spaniards so well
that he carried them all
both great and small
either dead or quicke [sic]
through thinne and thicke
Introducción 51

both body and soule


to his pinnefole
and the place appointed
for the Popes anointed.
El libro concluye con un poema burlesco en latín, en metro goliárdico de
sabor medieval, dirigido «Ad regem Hispanum»: «Cum tua non fuerint he-
roica facta, Philippe, / risu digna cano carmine ridiculo» («Pues tus hazañas,
Felipe, no fueron heroicas, / las canto, como risibles, en poema burlesco»).
Pues que quisiste, continúa el poema, enviar a los españoles (orgullosos, va-
nos, crueles y locos) contra los ingleses (animosos, fuertes, aguerridos, nobles
y generosos) y saliste derrotado, ahora «los ingleses y alemanes, / que son anti-
hispanos, / y todos los que no están locos [como tú]» se alegran y congratulan
por tu caída. Se burla de que el rey hubiera cantado victoria antes de tiempo
y de la retirada de la flota española, «fuga matura / per maria obscura / aspera
& dura», «sin honor y sin vergüenza». Hasta reta a los españoles a regresar, si
lo hacen como la última vez: «Sic saepe redite / quoties libet venite / et Anglos
punite» («de esta misma manera [como en 1588] volved cuantas veces queráis
a castigar a los ingleses»). Tras recordar a los españoles la derrota que Drake les
infligió, les dice (en la persona del rey) que bien pueden lamentarse y cantar
su palinodia por la muerte de los conquistadores de Indias, aunque entonces
será ya demasiado tarde. Al rey, por último, le llamarán hereje los enjambres y
turbamultas de monjes, clérigos y monjas:

Licet Domini inquisitores vivere virunculum,


Evangelio […] valere homunculum
et patriae proditoris et strenuum Dracunculum
cum […] quem Deus excitavit
suo Romano ab utero segregavit
et Anticristiano et in hoc educavit
ista ridebunt ut manum extendat
pro fabulis tenebunt Ecclesiam defendat
et pro ioco habebunt et vobis rependat
quia sunt elati, sanguinem sanctorum
tumidi et inflate nec non Indorum
ut prorsus excaecati. a vobis occisorum
Verum hoc lugete, ut iam arma prendere,
ululate et flete, naves conscendere.
trepidate et timete, Et sic o Rex valeto,
52 Las Guerras de los Estados Bajos

mihique praebeto me continuissem


aures et caveto nec Papam amassem
a fundo et lapillo, nec filium necassem
sagitta et bacillo, nec Deum irritassem.
Draconis pusillo, Et tunc te accusabunt,
ne te cogat plorare salse subsannabunt
palinodiam cantare et haereticum clamabunt,
et turpiter exclamare examina monstrorum,
ob amissos honores, turba monachorum,
sumptus et labores fratrum & sororum
et Indiae cultores: et omnium Deorum
O si scivissem Deo exosorum
aut saltem credidissem, per omnia secula seculorum.

Pero no sería oportuno mencionar sólo la literatura satírica antiespañola del


año 1589 y sucesivos sin indicar a la par las publicaciones que en vena ab-
solutamente seria ayudan a continuar la difusión por Inglaterra del miedo
a lo español y el temor a un nuevo ataque armado contra las islas. Uno de
estos textos, que alcanzaría su edición más tarde pero es más que posible
que desde 1589 circulara manuscrito por Inglaterra, es el discurso del Papa
Pío V, pronunciado el 2 de septiembre de 1589 ante el colegio cardenalicio,
defendiendo el regicidio a propósito del reciente asesinato de Enrique III de
Francia en 1589 a manos de un sacerdote. El Papa Pío V es de sobra cono-
cido por la bula de excomunión contra Isabel (ver supra), en la que se pide
ayuda a todos los católicos en el ataque armado contra Inglaterra que se está
preparando, así como por su bendición de cualquier intento por deponer a la
reina usurpadora. También es conocido el Papa por su relación con diferentes
complots de rebelión contra Isabel I (Scarisbrick, 140, 146). El libro al que
me refiero ofrece el texto en version latina e inglesa, en columnas enfrenta-
das, y se titula The Catholick cause, or The horrid practice of murdering kings,
justified, and commended by the Pope in a speech to his cardinals, upon the bar-
barous assassination of Henry the Third of France, who was stabb»d by Jaques
Clement, a Dominican Fryar: the true copy of which speech, both in Latin and
also faithfully rendred into English, you have in the following pages (Londres:
Walter Kettilby). Está sacado de su versión francesa (París: Nicholas Nivelle
y Rollin Tierry, 1589). Aunque parezca, dice, un hecho increíble, Dios ha
operado hechos que parecen milagrosos por su providencia y divina justicia.
Así, «considering [...] the great and grievous sins of this king and the special
providence of the Almighty herein», podemos creer con confianza que, en
efecto, un sacerdote haya asesinado a Enrique III. Y debemos estar convenci-
dos de que Dios no gobierna con ligereza los asuntos de reinos y reyes. Sirvan
de ejemplo Eleazar (Macabeos 6) y su intento de regicidio; o Judit y su asesi-
Introducción 53

nato de Holofernes. Y aunque algunos atribuyen lo sucedido a «Fortune» o


«Chance», «yet none can refer the whole matter to no other cause but the will
and holy purpose of God». Como prueba de la justicia divina se citan varios
pasajes bíblicos, en especial las palabras de Mateo: «He that sinneth against
the Holy Ghost shall not be forgiven, neither in this world nor in the world
to come». Aunque (continúa) los que se arrepienten son perdonados, aquellos
que mueren sin hacerlo quedan excluídos de la gracia de Dios y el apóstol
nos ha prohibido rezar por ellos. Como entendemos que el rey murió sin ar-
repentimiento, como es claro y manifiesto por sus acciones, no recemos por
él. Sírvanos su ejemplo de admonición y aviso para nuestro arrepentimiento
y enmienda. «In quam sententiam cum dixisset Pontifex dimisit consistorium
cum benedictione» («Y terminado su discurso, el Papa despidió el consistorio
tras dar su bendición»). El mismo texto, ahora sólo en versión inglesa (dife-
rente a la citada anteriormente), fue de nuevo publicado en 1680, en la obra
A Memento for English Protestants... together with a preface by way of answer to
that part of the Compendium, which reflects on the Bishop of Lincoln»s late book
(Londres: Jacob Sampson, 1680), donde se incluyen relatos de varias masa-
cres del reinado de María Tudor, de la masacre de San Bartolomé (1572), la
Masacre irlandesa (1642) y la de Piedmont (1655). El texto entero se concibe
como parte de la propaganda que quiere hacer ver a los católicos como regi-
cidas: «The Papists have of late given us such fresh occasions by their horrid
and damnable conspiracies against the person of our kina, our government,
and our religión...»
Por supuesto, y sin que nos adentremos en el tema, 1588-1589 (y aun
años después), tras el desastre de la Invencible, ve un florecimiento de panfle-
tos y libros con el tema de la Armada. Ahora nos interesa sólo recordar, con
Maltby, que en ellos «Spain stood convicted, not only of greed, tyranny, and
ambition, but of two vices hitherto unthought of by earlier propagandists:
cowardice and incompetente» (77).
También con un propósito de cultivar el miedo a un ataque español y
mantenerse alerta ante un posible ataque enemigo se publicó en 1591 Una
higa para los españoles, A fig for the Spaniard, or Spanish spirits. Wherein are
livelie portraihed the damnable deeds, miserable murders, and monstrous mas-
sacres of the cursed Spaniard. With a true rehearsal of the late trobles, and troble-
some estate of Aragon, Catalonia, Valencia, and Portingall: Whereunto are an-
nexed matters of much marveile, and causes of nolesse consequence. Magna est
veritas, & prevalet (Londres: John Woolfe), con otra edición de 1592, obra
de un tal G.B., que quizá publicara alguna otra obra satírica en verso. Es ya
sintomático del tono que quiere inspirar la obra el comienzo de la misma, en
donde se avisa que, aunque Felipe II sea anciano y esté postrado en la cama,
«yet hee is not quite dead», y aunque sus fuerzas estén algo mermadas, «yet is
hee not utterly conquered» (1). En la dedicatoria al lector (que concluye con
54 Las Guerras de los Estados Bajos

el lema «pro lege, pro rege, por grege») se insiste en que la ayuda comunitaria,
la «commonwealth», es crucial para el buen funcionamiento del estado. Sigue
un poema encomiástico a Isabel I, monarca del «happy realme», socorredora
de afligidos y perseguidos europeos, debeladora de hipocresías y reina enviada
por Dios al reino. En toda época histórica ha habido siempre una nación
empeñada (como hidrópica) en saciar su sed con la conquista de las demás.
Dios, en el entretanto, siempre ha permanecido sentado en su trono mi-
rando con mueca burlona este comportamiento y esperando la oportunidad
de abatir la soberbia. Asirios, babilonios, medas, persas, griegos y romanos se
convirtieron, por turnos, en azotes, látigos, terrores («scourges, whiippes, and
terrours», 7) de otras naciones y pueblos, a la vez que ejercían la tiranía en sus
propias tierras. En nuestra época, cuando podría pensarse que ya no hay tira-
nos de este tipo, tenemos al rey católico, temperado, pilar de la Iglesia, amigo
del Papa, apacible, humilde, rodeado de sus jesuitas. Se podría pensar que
como es «olde and decrepit» «therefore cannot invade» (8-9); sin embargo,
if he did sincerely love, imbrace, and nourishe the Gospell, would he
xxxiii whole years togighter molest the prince, envie the people, and dis-
turbe the realme, that generally above all other loveth, inbraceth, and
nourisheth the gospell. If he loved, imbraced, and nourished the Gospell,
woulde hee seeke by all meanes possible to hinder the rightful possession,
and orderly proceedings of a king, who these manie yeares hath impov-
erished himselfe by seeking to plant the Gospell, and so manie times hat,
and yet daily doth fight, and hazardes his life for the Gospel? (9)
Ejemplo de su sed insaciable son los moros (moriscos), portugueses, na-
politanos, holandeses, franceses, italianos e ingleses que ha torturado y asesi-
nado, así como los muchos príncipes a quienes ha hostigado y los libros que
contra él se escriben por doquier:
How full of compassion, humble and meeke hee is, and whether hee do
usurpe, and offer violence, England, France, Flanders, Poland, the Vene-
tians, each dukedome in Italie, Aragon, Portugall, Navarre and Bearne,
yea, and the bookes that are daily printed in them and sent abroad from
them touching our present matter doe testifie. (10)
De hecho, en él reconocemos el sujeto de quien hablaba no hace mucho
una profecía de la Universidad de Coimbra, «that the little king of the great
South, should be renowned through out the world for his pollicie, and re-
doubted in al chistendome for his tyranny» (10). Pues siendo el más grande
rey de la cristiandad en posesiones y riqueza sigue amenazando a Inglaterra
con la conquista. Y para probar que los españoles son una bicha venenosa
(«rather thundereth rigorously, threatneth terrible, and spitteth out his spight
Introducción 55

vennemously», 11) nada más claro que ver la miseria que infligen en su pro-
pia casa. Gracias a los informes de un tal Antonio Pérez hemos sabido de su
prisión en Madrid, su huida a Aragón, su prisión allí en las cárceles inquisi-
toriales contra toda la justicia y costumbres del reino aragonés, su liberación
y escapada a Francia. Que se ha seguido la venganza sangrienta del rey en la
persona de varios nobles aragoneses y catalanes y que el pueblo está en armas
«to defend their ancient rites, and privileges» (13) y, según algunos dicen,
incluso han elegido un nuevo rey. La conclusión es clara: teniendo tantos
problemas dentro de su propio reino, a qué quiso el rey venir a invadir el nue-
stro («what great Don Philip of Spain hath either to pretend, or practise any
invasion, upon anie prince sorraine this yeare, having so much ado at home,
not onely with his temporaltie, but also with his darling and sweet nurserie
his sacred and spotles spiritualtie», 15).
A continuación se sigue con un repaso de los problemas en el reino de
Portugal. Se narra una anécdota sobre una confrontación entre un portugués
y un altivo y orgulloso castellano. Y tras narrar la usurpación de la corona por-
tuguesa, muerto el joven y valiente don Sebastián, se concluye preguntando
retóricamente que si un trato tal se ha dado a los vecinos de Castilla, qué
podrían esperar los ingleses en caso que Castilla decidiera invadirles. Se llama
al pueblo a la defensa contra Castilla al grito de libertad:
Would hee (tro yee) spare this more then them? No, hee will finde five
hundredd times more cause to rice and ransacke our citties, to pill and
pole our country, to murther and massacre our people, then theirs. For
they were his neighbours, we meer strangers; they have neve sometime his
friends, wee alwaies (as he counteth) sworne enemies; they are of his owne
religion, wee altogeather contrary; they have the Pope to mittigate his
wrath, if hee be to fierce, wee have both Pope and Pope-lings to incense
him unto further ire, that hee may be more frowarde. So that whatsoever
the Pope and hee could doe, that they would doe say they, promise they,
sweare they never so much to the contrarie, and whasoever they will doe,
may not bee gainesaid as unlawful. Wherefore let all English hearts and
true hearted English-men, say eith the poet: [18] Aurea libertas gemma
preciosior omni. (17-18)
Este último año ha sido de mala cosecha en España, especialmente en las
tierras costeras. En lugar de «to have humbled himself unto almightie God,
and to continue in praier for the avoydance of so great a miserie» (18), Felipe
II, como otro Nerón, ha decidido llevar sus tropas al reino de Nápoles o a
Sicilia, antaño fértiles, para devastarlas. ¿Qué ayuda puede esperar el español,
en vista de su conducta feroz y brutal de los últimos cuatro años? Ninguna
de Génova, Florencia o Venecia, ninguna del príncipe Mauricio (de Nassau),
ninguna de Alemania o Polonia, ninguna de Inglaterra, «wherin to dayly he
56 Las Guerras de los Estados Bajos

sendeth whol heards, and hundreds of iesuites, seminaries, and priests to dis-
turb our peace, althogh her maiestie everloving, and longing after peace, hath
fought alwaies rather to gratulate him, then anie way to grieve him» (21).
Pasando a tratar la amenaza de una possble invasión española de Inglat-
erra, el autor indica tres razones por las que sería, según común opinion, de
temer:
The first is drawne from the weakeness of her Maiesties Navie. The sec-
ond of a supposed evill contentment of a number of people in the land
to serve the queene, and hir government against her enemies. Lastly, and
most principally of a great strong partie, that will be found heere in the
favour of them for religion that wil take armes against her highnesse, up-
pon the fight of the catholique Navie on the coasts of England. (22)
Los dos primeros argumentos se responden recordando los sucesos de 1588,
pues entonces (como ahora) se mostró que la marina de guerra de la reina era
suficiente para rechazar el peligro español, y que no hubo animadversión de
los súbditos ingleses a la corona, sino todo lo contrario. En cuanto a la tercera
razón, considerando el amor de la reina a sus súbditos y su trato ecuánime,
«their foundation is weake, feeble, and of no force, and therefore no waie to be
feared» (23). Probada la falsedad de estos tres motivos para el miedo, sólo queda
insistir en que no hay nada que temer de un ataque español en cuanto «we serve
God truly, live in loyall service, and dutifull obedience toward our prince lov-
ingly, honour our magistrates reverently, live togither charitably, and detect and
discrie wicked treasons and obstinate traytors willingly» (23).
El gobierno de la nación, pues, se basa en el principio de reverencia a Dios,
obediencia al monarca y magistrados y amor caritativo a la comunidad, cuali-
dades que faltan en el gobierno de Felipe II, que no ha traído prosperidad a
su nación (pues pasa hambrunas), ni ha logrado la obediencia de sus súbditos
(pues se rebelan constantemente contra él, como en Aragón y Portugal), ni
fomenta la caridad entre sus súbditos, pues las acciones de éstos están sólo mo-
tivadas por codicia, venganza, orgullo y afán de guerrear y destruir. Dios, por
último, está con nosotros, como se probó en 1588. Pero no debemos bajar la
guardia, sino mantenernos en actitud de obediencia a Dios y a la reina, pues
de lo contrario (y en especial es de temer que podamos amparar a traidores y
quintacolumnistas entre nosotros) la ira de Dios se volverá contra nosotros.
De 1590 data el Anti-Spaniard (supuestamente escrito por un católico en
París), donde se prueba que Felipe II es el único responsable de los problemas
que acosan a Francia). En la obra se justifica la alianza entre Felipe III y En-
rique de Navarra (futuro Enrique IV) por sus intereses comunes, frente a los
miembros de la Liga y sus defensores españoles. Al describir a los españoles
los presenta en términos poco menos que apocalípticos, fuerzas del mal y la
depravación; se insiste en su
Introducción 57

insatiate avarice, their more than Tigerish cruelty, their filthy monstruous
and abominable luxury, their wasteful burning of thy houses, their detest-
able ransacking and pillage of tose great treasures which from all parts of
Europe were laid up in store in thy sumptuous palaces, their lustful and
inhuman deflowering of thy matrons, wives, and daughters, their match-
less and sodomitical ravishing of young boys, which the demi-barbarian
Spaniards committed in the presence of aged burgueses who to grieve
them the more while they committed all these execrable villainies and
outrageous cruelties, did tie and Caín them at their bed»s feet, or in other
places, and last of all the general and continual cruel tormenting and mas-
sacring of poor and wretched citizens. (27-28).
De Rob H. debemos también mencionar, por lo curioso, un pequeño
panfleto (post-Armada) en que se indica que hasta los santos «españoles» es-
tán a favor de los ingleses: Our Ladys retorne to England accompanied with
Saint Frances and the Good Iesus of Viana in Portugall, who comming from
Brasell, arived at Clavelly in Devonshire, the third of Iune 1592: a wonder of the
Lorde most admirable, to note how many of Spanish saintes are enforced to come
one pilgrimage for Englande: with the most happie fortune of that brave gentill-
man William Graftone cittizen of London, captaine and oner of Our Ladies
(Londres: A. I., 1592). El pequeño librito relata cómo William Grafton salió
en un navío de Irlanda y tras avituallar en Clavelly salió de allí el 28 de mayo
(1592); cómo dio con dos barcos de Portugal (de Viana) (el San Francisco y
el Buen Jesús) que regresaban de Pernambuco con un cargamento de azúcar y
esclavos negros; el navío de Grafton era a su vez el Santa María (arrebatado
con anterioridad a los españoles junto al San Antonio). El panfleto indica
cómo «this Spanish saints» fueron responsables de «to make rich his English
sailours, as by this valiant captaine is shewed». El Dios que se pide proteja a
cada país y que cada nación proclama a su favor se ha convertido aquí, en es-
trategia retórica sumamente efectiva (e irónica) en un Dios que da la espalda
a sus «protegidos» al reconocer la injusticia de su causa y la justicia de la causa
de los enemigos.
De 1592 data la traducción de una obra original francesa, The masque
of the League and the Spanyard discouered, de L.T.A. [anónimo], donde se
proponen algunos de los tópicos de más fama sobre España. Este país, dice el
texto, ha creado la Liga con el único objetivo de ejercer su dominio total so-
bre Europa. Más aún, los españoles son monstruos horripilantes, verdaderos
moros y sarracenos que representan destrucción y muerte como Pandora y han
sembrado en Francia toda suerte de vicios, guiados por su falsa religión:
The Tyrant of Spayne, gaping and watching a long time for the inuasion
of Fraunce, and generall ruine of the French, working (to his own desire)
the disorders not long since, and which yet continueth in all the estates of
58 Las Guerras de los Estados Bajos

thys Realme. Seeing likewise, that the last of the house of Valois swayed the
Scepter, after the death of Monsieur his brother, who was reported to be
poysoned; By his owne subtilty, & by the means of hys Agents, Ambassa-
dour, and adhering Pencionars, (whom he hath drawn into a very great and
high hope, to his owne profit and their perdition) hath raised a League, and
thereby engendred Monsters, more horrible and hiddious, then those that
(of old) are sayd to be subdued by the valour of Alcmenaes Sonne. It were
needlesse to make further search for newe horrours in the depth of Lybia:
let mee rather question howe to banish hence the crueltie and barbarisme
of these Scithians, Gothes by nature, these Moores & Sarrasin Spanyards,
whose first Fathers had theyr originall from the Gothes, and from hence
thys League (the mother of all mischiefe) that is heer so louingly cherished,
had her beginning. Thys Pandora hath so cast abroade her poysons out of
her boxe, as the ayre, the earth and men, beeing vnprouided of a counter-
poyson, yea, very neere all things els, are infected therewith. It hath changed
in many places, the face of this fayre Monarchie, into an Anarchie or many
headed gouernment: it hath ouerthrowne the throne and royall Authoritie,
violenced the Magistrates, murdered the Prince, peruerted all order and pol-
icie, both diuine and humane. It hath made Fraunce a den of theeues, mur-
derers, robbers and spoylers, such Monsters hath thys League prodigiously
brought foorth; among infinite of the very worst sort, is ignorance, malice,
deceit, guile, hypocrisie, robbing, theft, incest, feigned Religion, all kinde of
execrations, murder, sacrilidge and parricide; thys Witch, engendered by the
terror and ambition of the Spanyards, hath made a strange metamorphosis
of a most beautifull estate21.

21
 A la misma línea de pensamiento (aunque de 1598) pertenece el tratado de José Teixeira
en que bajo capa de conocer -como compatriota- a los españoles se ofrece consejo a los
«príncipes de Europa» sobre como domeñar el orgullo español y «descouurir les traits &
pointes desquelles vsent leurs aduersaires»; Traicte paraenetique c’est à dire exhortatoire auquel
se montre par bonne & viues raisons, argumens infallibles, histoires tres-certaines, & remarqua-
bles exemples, le droit chemin & vrais moyens de resister à l’effort du Castillan, rompre la trace
de ses desseins, abbaiser son orgueil, & ruiner sa puissance : dedié aux roys, princes, potentats &
republiques de l’Europe, particulierement au roy tres- chrestien / par vn pelerin Espagnol, battu
du temps, & persecuté de la fortune ; traduicte du langue Castillane en langue Françoise, par
I.D. Dralymont Seigneur de Yarleme. [S.l.]: Imprimé nouuellement [by Eliot’s Court Press?],
M. D. XCVIII [1598]. Por ejemplo, se recuerda al lector con suma insistencia (y contra
Conestaggio) que se puede sembrar la disensión en España de varios modos, porque hay allí
«plusieurs nations qui haissent le Castillan pour avoir esté tyrannisez»; o que si se ataca Es-
paña se encontrará que en muchos pueblos y villas no hay apenas «cinquante arquebusez».
La misma idea de sembrar disensión dentro del enemigo para ganar aparecerá en una obra
mucho más tardía, en su traducción de 1660, Thomas Campanella an Italian friar and
second Machiavel. His advice to the King of Spain for attaining the universal monarchy of the
world. Particularly concerning England, Scotland and Ireland, how to raise division between
king and Parliament, to alter the government from a kingdome to a commonwealth. Thereby
Introducción 59

De 1595 data la Polimanteia, de William Covell. Allí, con constantes ref-


erencias al peligro pasado de la Invencible y en el contexto de una diatriba de
polémica religiosa, se establece la clara relación entre la necesidad de unidad
nacional en materia religiosa y de unidad nacional como imperativo para la
defensa del territorio y la reina. España es, pues, enemiga doble, por su afán
imperialista y por su catolicismo. El título de la obra ya da idea cabal del
contenido de la misma, «perswading them [las tres hijas de Inglaterra a quien
se dirige la carta: Oxford, Cambridge, Innes of Court] to a constant vnitie
of what religion soever they are, for the defence of our dread soveraigne, and
natiue cuntry: most requisite for this time wherein wee now live».
De 1596 data el libro titulado A comfort against the Spaniard (Londres:
John Windet para I. O[xenbridge], 1596), obra de Thomas Nun (1556/57-
1599), «ministro» de Weston, de quien no se conserva ninguna otra obra.
La portada contiene una cita bíblica de Deut. 20. El miedo de los ingleses a
un nuevo ataque español se muestra claramente en el comienzo de esta obra
(dirigida a William Lord, obispo de Norwhich) dedicada a interpretar el de-
sastre de la Invencible como justo y divino. ¿No estamos ahora, dice, igual de
preparados que en la ocasión anterior y no es nuestro Dios el mismo? No hay,
pues, nada que temer:
Is it true that the Spanyardes will com this spring? And is it not as true
that we are ready to receive them? Hath this land at any time had ei-
ther better provision or more souldiers, braver captaines to leade them, or
sounder divines to encourage them? [...] Is not our enemie the same, our
case, nay our God the same? (1-2)
El libro en sí comienza con la traducción inglesa de Jueces 5: 19-30. Co-
piamos a continuación el texto, en traducción española:
Vinieron los monarcas, pelearon, pelearon entonces los reyes de Canaán,
en Tanak, junto a las aguas de Mejido; no consiguieron botín de plata.
Desde el cielo lucharon las estrellas, desde sus órbitas lucharon contra
Sísara. El torrente de Quisón los arrastró, el torrente antiquísimo, de
Quisón el torrente. ¡Alma mía, camina con denuedo! Entonces resonaron
los cascos de los caballos, por el galopar y galopar de sus corceles. Mal-
decid a Meroz –dijo el ángel de Yahveh-, maldecid rotundamente a sus
moradores; pues no vinieron en socorro de Yahveh, en socorro de Yahveh
con los bravos. ¡Bendita Jael entre las mujeres, esposa de Jéber el quenita,

embroiling England in civil war to divert the English from disturbing the Spaniard in bringing
the Indian treasure into Spain (London: printed for Philemon Stephens at the Gilded Lyon
in St. Pauls Church-Yard, [1660]), lo que prueba que el motivo sigue siendo operativo en
la propaganda.
60 Las Guerras de los Estados Bajos

entre las mujeres que están en la tienda sea bendecida! Agua pidió él,
dio[le] leche; en copa de magnates sirvió[le] cuajada. Llevó su izquierda a
la estaca y su diestra al martillo de los artesanos; a Sísara golpeó, machacó
su cabeza, quebró y perforó la sien. A los pies de ella rodó, cayó tendido,
a sus pies rodó y cayó; donde se desplomó, allí cayó exánime. A la ventana
se asomó gritando la madre de Sísara tras las celosías: «¿Por qué tarda
tanto en llegar su carroza? ¿Por qué es tan lenta la marcha de sus carros
de guerra?». La más inteligente de sus damas le responde, y ella misma
se repite las palabras de aquélla: «Seguramente han hallado y se reparten
botín: una cautiva, dos cautivas por cabeza de guerrero, telas de colores
como botín para Sísara, telas de colores, un bordado, un tejido de color de
doble bordado para los cuellos, como botín». ¡Así, Yahveh, perezcan todos
tus enemigos mientras sean sus amadores como el brillar del sol en toda su
potencia! Y el país gozó de paz por espacio de cuarenta años.
Nun indica que «wee are heere assembled not onely to sanctifie this Sabaoth
as at other times but also to blesse God for the late Spaniards overthrow». La
interpretación del texto bíblico es clara para Nun. Los «pseudocatholikes»
no deberían luchar contra otros cristianos con más éxito que «Sisera against
Barack at the waters of Megiddo». El Papa es la Canaán del texto bíblico;
«England hath renounced idolatrie»:
I dare assure you that so long as English lawes do countenance true reli-
gion, England shall be ours in despight of Gods enemies.
Israel fue atacada seis veces; nosotros tenemos confianza en la reina, que
ya ha vencido a los papistas en más de una ocasión: «Why should wee distrust
God for the continuance of our peace whilst she and her sucessours continue
this course?» Tras una serie de imágenes apocalípticas sobre el pecado y la
destrucción, el Dios verdadero y la paz, Nun afirma que «hath the Spaniard
learned this lesson he would have trembled to have given the name of God to
his Navie for onely Jehova is invencible». Tras un repaso de la destrucción de
diferentes imperios en su afán de conquista (como asimismo hacía A Fig for
the Spaniard, pág. 7 et ss., vid. supra), el texto concluye:
The Spaniard saide we will pursue, we will overtake, we will divide the
spoyle, our lust shall be satisfied upon them. Thou blewest with thy wind-
es, the depth covered them, they sunke to the bottome as a stone. O Jeho-
vah, sole thine enemies perish but alley that love Thee let them bee as the
sunne arising to his strength.
El libro termina con cuatro páginas dedicadas a justificar el ataque inglés
contra las costas de Portugal («Penichea», «Lysborne», «Cascales», así como las
«Isles de Bayon y Vigo»). Este viaje a Portugal tuvo un doble propósito: «The
Introducción 61

one to spoyle the K. of Spayne his townes of victuall, the other to weaken
his strength of men and shipping» para que «the Church in England might
without feare still serve the Lord Jesus in holiness and righteousness. This was
no evil meaning»:
And therefore howsoever this viyage is evill spoken off of some whome
nothing contenteth and bitter to others that lost their friends, yet for the
generals and captaines it was most honourable, for the whole land blessed
and cursed for none but for the Papistes.
Este mismo año, 1596, se produjo el ataque inglés a Cádiz por parte de
Essex, casi siete años después de los ataques ingleses a las costas portuguesas.
Ello propició la preparación por Felipe II de una segunda Armada, enviada
«against England in the following year [1597], only to see it dispersed by the
storms» (Elliott 1970, 289). Si la retórica de la anti-conquista había llenado
las páginas de gran parte de la literatura panfletaria antiespañola, ahora se
trataba de usar las prensas con el propósito de justificar un ataque inglés a
Cádiz. Fruto de ello es la Declaratio causarum (Londini: Christopher Barker,
1596) de Isabel I, traducida al año siguiente al ingles y francés (podemos
hablar mejor de adaptaciones, pues no son traducciones al pie de la letra) y
publicadas asimismo en Londres: A declaration of the just causes mooving Her
Maiestie to send a navie, and armie to the seas, and toward Spaine (Londres:
Christopher Barker, 1597). Isabel con ello expedía un documento similar al
que mandara imprimir en 1589 para justificar su ataque a las costas portugue-
sas, o el de 1585 justificando el envío de tropas inglesas a Bélgica. La guerra
en la que se embarca la reina, proclama el documento, es defensiva, motivada
por el ataque inicial español, está justificada por la noción internacional de
guerra justa y cuenta con el beneplácito divino contra la injusticia y orgullo
de Felipe II22.
Aunque la reina, dice el documento inglés, no está obligada a rendir cuen-
tas de sus acciones o decisiones, quizá podrían interpretarse erróneamente
(por parte de sus propios súbditos o de sus enemigos) sus motivos para haber
encomendado a Essex la preparación de una expedición de ataque a Cádiz.
La reina tuvo noticia de que el rey de España preparaba una flota para invadir

 La noción de guerra justa dará amplio espacio para la argumentación en la propaganda an-
22

tiespañola. Cf. a algunos años de distancia la obra de Jacob Verheiden, traducida al inglés,
An oration or speech appropriated vnto the most mightie and illustrious princes of Christendom
Wherein the right and lavvfulnesse of the Netherlandish warre, against Philip King of Spain is
approved and demonstrated. Composed by a Netherlandish gentleman, and faithfully translated
out of divers languages into Dutch, and now Englished by Thomas Wood. According to the
printed copie at Amsterdam, by Michael Collyne stationer, dwelling upon the water at the corner
of the old Bridge street, anno 1608. [Amsterdam]: Printed [by the successors of Giles Thorp],
anno 1624.
62 Las Guerras de los Estados Bajos

su reino de Irlanda, para lo que incluso estaba confiscando todas las embar-
caciones comerciales que llegaban a los puertos de España y Portugal. Sin
embargo, se ha sabido que por la providencia divina de la manera más extraña
se han hundido y vuelto inservibles numerosos barcos en viaje de Lisboa a El
Ferrol. Y no sólo han muerto españoles, sino numerosos irlandeses (y hasta
obispos) que acompañaban a la flota:
Amongst which many of those Irish rebels of all sortes of professions both
tituler bishops and other Irish people that were entertained in Spaine to
have accompanied either that navie or some part thereof into Ireland,
where also cast away. (3)
Pero no satisfecho con el claro juicio de Dios contra él en el año 1588 y
el más reciente del viaje a El Ferrol, Felipe II sigue pensando en preparar una
flota, para lo que ha mandado noticia de que se envíen a El Ferrol vituallas,
munición y barcos desde Italia y hasta desde países del este. Más aún, ha en-
viado a Irlanda muchos de los renegados irlandeses a que inciten al pueblo a
perseverar en la rebelión, en la esperanza y promesa de que pronto les enviará
ayuda. Su propósito es usurpar la corona inglesa y desposeer de ella ilegítima-
mente a la reina:
The usurpation of the whole realme for himselfe, to the deprivation of her
Maiestie´s crowne and state of that kingdome, a matter so farre knowen
and prooved as besides that it is most notorious that his army was in Oc-
tober last on the high way towards their iourney. (4)
Así pues, considerando que se prepara una armada en El Ferrol, y que se
mantienen los rebeldes irlandeses en su conducta, la reina apela al mundo
entero («to all the world») y pregunta si no es cierto que se la está forzando
(«inforced») a lanzar su propia marina «para resistir y repeler todo acto hostil
que el ejército de España intentare este verano entrante contra ella en sus
reinos de Inglaterra o Irlanda» (5). Habiendo sido así provocada, la decisión
de la reina no sólo es permisible sino necesaria («not onely to be allowed but
favoured») y hasta debiera estar apoyada por todos los príncipes cristianos.
Con la ayuda esperada de Dios en tan justa causa (como hasta ahora Dios le
ha mostrado a la reina) el orgullo y la injusticia españolas recibirán merecida
recompensa y Felipe II se verá obligado a mantener la paz con las demás na-
ciones, «lo cual es el fin que los príncipes justos buscan en todas sus acciones
de guerra» (6).
La Declaratio causarum del año anterior (1596) es algo diferente, y se ofrece
primero en latín y a continuación en traducción inglesa. El rey de España, dice,
prepara una flota para atacar Inglaterra. La reina inglesa «cum vero maiestas
sua cum aliis omnibus reipublicae Christianae principibus pacem & amicitiam
Introducción 63

inviolate colat, uno Hispaniae rege excepto» («mantiene paz y amistad -como
algo inviolable- con todos los príncipes cristianos, excepto el español»), «qui
plurimis iam annis iniquissimam hostilitatem variis ipsius conatibus proditam,
tum in regiam maiestatis suae personam, tum in populos ac provincias eidem
subiectas palam professus est» («que desde hace ya años ha mantenido una hos-
tilidad contra todo derecho tanto hacia la persona de la reina como hacia los
pueblos y provincias bajo su mando») (2). Por ello ha encargado al conde de
Essex y al barón de Howard preparar un ejército de defensa contra los españo-
les. Pide («reasonable request», «honourable order») luego a todos aquellos que
estén preparando barcos, vituallas y munición para ayudar a Felipe II en su in-
tento de invadir el reino inglés que o bien desistan de hacerlo o se entreguen al
bando inglés, pues de no hacerlo no tendrán motivo justo de queja ante la reina
o sus respectivos soberanos («if any harm shall happen by any attempt against
their persons, ships & goods by any our navies, for the aiding of the said king,
there shall be no just cause for them hereafter to complain or to procure their
natural princes and lords to solicite restitutions or amends for the same», 3).
Concluye diciendo que para conocimiento de todos el dicho texto se ha man-
dado publicar en francés, italiano, holandés y español, y que se ha distribuido
por todos los puertos de España y Portugal que ha sido posible23.
De 1596 data la obra de John Norden A christian familiar comfort and
incouragement vnto all English subiects, not to dismaie at the Spanish threats
Whereunto is added an admonition to all English Papists, who openly or couertly
couet a change. With requisite praiers to almightie God for the preseruation of
our queene and countrie. By the most vnworthie I.N., Printed at London: [By
T. Scarlet and J. Orwin] for J. B[rome], 1596, aún en época isabelina. En ella
aparecen unidos el tema de la amenaza de invasión hispana y la traición de
los católicos ingleses, a quienes se ve como indefectiblemente pro-españoles
y partidarios de la misma. La unión de religión y política, Dios y reina, pa-
pismo y Demonio son claras en la mente del lector. Más aún, al buscar un
dominio universal, el español se quiere, dice, erigir (soberbio y orgulloso) en
alter-Deus y al querer atacarnos ansía nuestra tierra, país, libertad, mujeres,
hijos y vidas. En vista de tal deseo de dominio absoluto, ¿no sería necesario
enfrentaros a él con todas nuestras fuerzas?:
The Spaniard priuiledged by his title of king Catholique, coueteth su-
perioritie ouer all the rest, not only of the Popes vassall kings, but ouer

23
 Para contrarrestar estas obras, una de 1595 de William Allen (A conference about the next
succession to the crowne of Ingland diuided into tvvo partes) se lanza a la defensa de España
como adalid de la fe católica, aunque serán precisamente obras como ésta de Allen (por su
prestigio enorme) las que causen más alarma sobre las intenciones católicas de deposición de
la reina Isabel I y, por consiguiente, una mayor campaña propagandística contra lo hispano
y católico.
64 Las Guerras de los Estados Bajos

others, & therefore he wrestleth hard for Flanders and other prouinces of
Germanie, he practiseth subtilly for France, suborneth impiously Ireland,
and audaciouslye threatneth England. But (no doubte) as the fountaine
of ambition yeeldeth no better licour than thus to vsurp other mens ter-
ritories & kingdoms, so it will affoord no better end than it did to the
Lacedemonians and Athenians, the one being master of the sea, the other
of the land, whose glory as it tooke beginning by ambition, so by the same
they were brought both to confusion in the end: and therefore need wee
the lesse to feare this ambitious hoobub, wherein wee seeme to be pursued:
first for that which belongeth to God himselfe, namely, all glorie, power,
vertue, veritie, sanctitie, and holinesse, which this beast of Rome vsurpeth
to himselfe, and woulde inforce vs to yeeld it vnto him from our louing
God, whose cause wee shall defend, and not our owne, in resisting his
chieftaine this Catholike king: secondly, seeing it pursues vs for our owne
kingdome, countrie, lands, libertie, wiues, children, and liues, thinges pe-
culiar (vnder God) to our Queene, and vnder her vnto our selues, he hath
no colour to chalenge anie propertie, title, interest or hope in them, and
therefore in defending them we shall preserue our selues, and that which
is meerely our owne.
De 1598 data la anónima The second admonition, sent by the subdued
provinces to Holland thereby to entice them by faire-seeming reasons, groundlesse
threates, and vnlike examples to make peace with the Spaniards. With the Hol-
landers aunswere to the same. Translated out of Dutch into English by H.W.,
London: Imprinted by [I. Windet for] Iohn Wolfe, and are to bee sold at
his shoppe within the Popes head Alley in Lombard street, 1598, traducida
al inglés y significativa de otro género abundante de literatura panfletaria: la
que traduce obras del holandés, francés e italiano para informar al público
inglés de los avatares de las guerras europeas o que simple y llanamente ofrece
en versión inglesa diatribas contra España de estos idiomas. A este grupo
pertenece asimismo A proclamation of the Lords the Generall States, of the vnit-
ed Prouinces whereby the Spaniards and all their goods are declared to be lawfull
prize: as also containing a strickt defence or restraint of sending any goods, wares,
or merchandizes to the Spaniards or their adherents, enemies to the Netherlandes.
Faithfully translated out of the Dutch coppy printed at S. Grauen Haghe by Ael-
bercht Heyndrickson, printer to the Generall States (Imprinted at London: By
[E. Allde for] Iohn Wolfe, and are to be solde at his shop in Popes-head Alley,
neere.. Exchange, 1599); y An admonition published by the Generall States of
the Netherlandish Vnited Prouinces, vnto the states, and citties their aduersaries
touching his now intended proceedings, against the Spaniards and their adherents
: whereunto is annexed a caueat, or proclamation, to the Vnited Netherlandish
Prouinces / translated out of the Dutch printed coppy (London: Printed for Wal-
Introducción 65

ter Dight, and are to be solde by Thomas Pauier, at his shop at the signe of
the cat and parrets, neere the Royall-Exchange, 1602).
En la tradición de la literatura panfletaria satírica se publicó en 1599 el
entretenido A Pageant of Spanish Humours, obra de H.W. (Londres: John
Wolfe). La obra es traducción de un original holandés. En el prefacio el tra-
ductor nos dice que la Verdad («Truth») ha llegado a Inglaterra, donde segu-
ramente morará de por vida, y ha comunicado el siguiente informe sobre un
«señor español». A pesar del tono burlesco y satírico, el mensaje de miedo
ante la bicha hispana (en boca de quien ya ha experimentado el dominio y
sujección españolas, como son los holandeses) hace del libro una herramienta
insuperable para fomentar el terror a lo español. El tratadito contiene las
siguientes partes:
The naturall kindes of a signor of Spaine.

1 A signor is an angel in the   9 A lambe under the gallowes.


church. 10 Avaritious.
2 A divel [sic] in his lodging. 11 Bloodthirstie and tyrannous.
3 A woolfe at table. 13 Greedie of revenge.
4 A hogge in his chamber. 14 Faithlesse and periurou.
5 A peacocke on the street. 15 A miserable estate to be under
6 A foxe to deceive women. a signor subjection.
7 A lyon in a place of garrison. 16 A happie estate to be free from
8 A hare in abesieged place. signor. (2)

El señor español (que ha llegado a los Países Bajos) se muestra devoto en


la Iglesia, pero «lanza miradas amorosas» por doquier. En su hospedaje el se-
ñor es un «demonio», molesta a la patrona o dueña de la casa, exige el mejor
cuarto, la mejor cama, reclama obediencia de flamencos y valones, a los que
considera vagabundos y ladrones. Y, sobre todo, es un señor hidalgo al que
hay que reverenciar. En la mesa es un lobo insaciable, que no se satisface sino
con lo mejor, aunque en su propia casa no tuviera más que una sardina, un
mendrugo de pan, un jarro de agua y algún hueso que roer. En su aposento
o habitación el señor es como un cerdo en su pocilga, sucio, infecto de bubas
y enfermedades sexuales. En la calle, por el contrario, es como un pavo real,
inclina la cabeza al saludar, se mira de reojo, se contempla satisfecho de ma-
nera narcisista, espera de todo aquel con quien se cruza una reverencia, a la
que responde cumplidamente, atusándose el bigote y la barba. Ello a pesar de
que en España su profesión era posiblemente la de canastero, herrero o pastor.
Con las mujeres es cual zorro, lleno de engaños, y las mujeres son su principal
obsesión y afán. Les dice galanterías, suspira mil veces, dice que es su servi-
dor. Si está en una ciudad aguarnicionado, allí reina como león, como gallo
66 Las Guerras de los Estados Bajos

de pelea, siempre dispuesto a provocar altercados, a llamar a los habitantes


«luteranos» y a buscar venganza por la más mínima infracción. Ahora bien,
tan pronto la ciudad está sitiada por el enemigo, de león se convierte en liebre
asustadiza, su coraje se desvanece como humo de pajas, encomendándose a
Santiago y Nuestra Señora de Loreto. Prisionero y condenado a la horca, el
señor se convierte en un cordero, pide «misericordia», promete ir a Roma
en peregrinación. En particular el señor español es avaricioso, deseoso de
«tiranizar el mundo entero», como se ha mostrado en los Andes y en Santo
Domingo; y, como dicen los mismos indios, el señor español tiene por Dios
al oro. También se caracteriza por su ambición (soberbia), todo lo cree infe-
rior a lo suyo, todas las opiniones son erradas sino la suya, y no acepta que
nadie le enseñe. Asimismo es sangriento y tiránico, sin merced ha domeñado
y tiranizado reinos enteros, matando millares. Su crueldad e inhumanidad
no tienen cuento, siempre inventando nuevos modos de tortura, cortando
manos y piernas, asesinando niños en los brazos de sus madres o en el útero
materno, o hasta arrojando los cadáveres despedazados de niños para pasto
de bestias. Su crueldad supera la de Herodes, Antíoco, el Faraón bíblico,
como se ha probado en los Países Bajos, en Europa, África, Asia y América,
como claro descendiente que es (pues él mismo lo proclama) de los crueles
godos y los sangrientos vándalos. El señor español es vengativo, no olvida las
injurias, como han podido comprobar los indios, los aragoneses y los holan-
deses. Igualmente, carece de palabra, pues aunque la otorgue es perjuro, pues
está obligado por la doctrina papal y los decretos del Concilio de Constanza
a provocar la ruina de los luteranos y enemigos de su rey, y ello no sólo no es
pecado (buscar la ruina de los mismos) sino se considera una obra piadosa.
Estar, en consecuencia, bajo la servidumbre de tal señor es una esclavitud,
peor que la misma muerte, perjudicial para el cuerpo y el alma. Por ello pedi-
mos a Dios, dice el texto, que nos dé fuerza para aguantar su dominio (sobre
los holandeses) y proclamamos que sería mil veces mejor ser esclavo de turcos
o moros. En suma, el mejor estado y la mayor felicidad en todo el orbe es es-
tar libres de tiranía de tal señor. Que Dios dé a los enemigos de los españoles
libertad perpetua y los bendiga con sabiduría y discreción para que resistan el
embite de los ataques españoles.
Además de estas obritas de vena satírica, otro de los textos cruciales que
más ayudó a crear una opinión pública adversa a lo español, así como un
sentido de imperio patrio, fue la obra de Richard Haklyut: Principle Voyages,
Traffiques and Discoveries of the English Nation, publicada por vez primera en
1589 y de nuevo en 1598-1600. En ellas se suele presentar una imagen del in-
glés descubridor, emprendedor y aventurero, inocente de toda culpabilidad,
deseoso de obtener lucro pero nunca a costa de prácticas ilícitas o de cruel-
dades, enfrentado (generalmente en aguas americanas) al español taimado,
sin escrúpulos y sediento de sangre y crueldad (Maltby 62-75). Contribuyen
Introducción 67

también a esta opinión desfavorecedora de los españoles libros de renegados


patrios como el de Antonio Pérez, A Treatise Paraenetical (1598), donde se
insiste en la perfidia castellana, sed de poder y riquezas, brutalidad, en espe-
cial con indios, moros, judíos, portugueses y aragoneses, etc., o los que des-
criben el trato que reciben los ingleses que, por su catolicismo, deciden irse a
España o militar en las filas del ejército español (las obras de Sir L.L. [Lewis
Lewkenor], de 1595). La obra de Antonio Pérez, dicho sea de paso, junto a
la de Las Casas con anterioridad, y a la de Francisco de Enzinas, serán los tres
pilares sobre los que se asentará en gran medida la construcción de la leyenda
negra, pues constituyen herramientas retóricas insustituibles en la gestación
de la propaganda política antihispana: ataques a España escritos por españoles
mismos obligados a salir de su patria y conocedores como nadie de la realidad
intrínseca hispana.
De 1600 (aunque sin duda con alguna edición anterior) es la preciosa An
apologie or defence of the watch-vvord, against the virulent and seditious ward-
vvord published by an English-Spaniard, lurking vnder the title of N.D. Devided
into eight seuerall resistances according to his so many encounters, written by Sir
Francis Hastings Knight (London: Imprinted by Felix Kyngston, for Ralph
Iacson, 1600) de Sir Francis Hastings, donde se establece un diálogo entre
un inglés como es debido y un inglés españolizado. A pesar de lo extenso de la
obra, en la misma se repite un mismo argumento, de enorme peso a lo largo
de la construcción de las relaciones hispano-inglesas: ser inglés católico es ser
inglés afecto a España, españolizado, y por tanto desafecto a la monarquía
inglesa y potencial traidor a la patria:
Whatsoeuer you say of the Spaniards affection to the Queene of Scots
at that time, I am sure all England had like to haue tasted by so lamen-
table an experience, that this Lady of Scotland was so affected by Spaine,
and sundrie of our English Espagniolized traitours, as (if through Gods
goodnes shee had not been cut-off in time) hardly could our Soueraigne
haue escaped with life long, being almost daily in daunger (whilest that
Scottish Queene liued) through the practise of Rome, Spaine, and our
home Traytors.
A esta obra respondió Robert Parsons con una obra titulada A temperate
vvard-vvord, to the turbulent and seditious VVach-word of Sir Francis Hastinges
knight vvho indeuoreth to slaunder the vvhole Catholique cause, & all professors
therof, both at home and abrode. Reduced into eight seueral encounters, vvith a
particuler speeche directed to the Lordes of her Maiesties most honorable Councel.
To vvhome the arbitriment of the vvhole is remitted. By N.D., [Antwerp]: Im-
printed vvith licence [by A. Conincx], Anno M.D.XCIX. [1599]. Al reflejar
el argumento de su contrincante indica de modo preciso en qué consistían los
tópicos más frecuentes del antiespañolismo:
68 Las Guerras de los Estados Bajos

VVhich poynt that we may better consider of, I shall first beginne with
that which he vttereth in diuers partes of his libel, agaynst the whole na-
tion of Spaniards in general, terming them by the names of proud, ambi-
tions, bloody, tyrannical, rauening Spaniards, a nation cursed by God, for
that the Pope that cursed man of sinne hath blessed them, &c. And in one
place he descrybeth them in these wordes: I must remember vnto you, that
it is recorded of the Spaniard, that in dissimulation he surpasseth all nations,
till he haue attayned to his purpose, and when he can once preuayle, he goeth
beyond them all in oppression and tyrannie: also that he disdayneth all other
nations, and that in pryde and carnal voluptuosnes, no nation cometh neer
him, and these be his qualities.
Parsons continúa reconociendo su conocimiento del desagrado que Es-
paña provoca a muchos, como ocurrió antes –dice- a los romanos y aun antes
a los griegos y asirios, porque «quia virtutis comes inuidia» («porque la envidia
es compañera de la virtud»). Si, continúa, algunos vicios se pueden encontrar
entre los españoles, ¿no sería más lógico atribuirlos al individuo concreto y no
al conjunto de la nación? También entre los ingleses hay borrachos y glotones,
y en todas las naciones se pueden encontrar personas buenas y malas. España,
sigue, tierra feraz y rica, ha abundado en hombres de letras (de los que se
ofrece amplio catálogo). Lo que Sir Francis más les reprocha, su catolicismo,
no es sino motivo de elogio, pues han sido constantes defensores de su fe y
sus creencias:
…their constancie and zeale in defence of the catholique religion, for
which probablie God hath so greatly exalted them alredy, aboue other
nations of Europe, & will do more daylie, if they continue that feruour
in defending his cause, notwithstanding any other humane infirmitie or
defect in lyfe that as to men (of what nation soeuer) may happen.
Sigue con una defensa de Felipe II, a quien su contrincante había tildado
de «the ambytious king of Spayne, the vsurping tyrant, the proud popish cham-
pion, trecherous, cursed, cruel». Recuerda los motivos de amistad en el pasado
entre las dos naciones, el matrimonio de Felipe II con la soberana inglesa,
previo acuerdo mutuo de los dos países, la corte que Felipe II llevó consigo
(«came so furnished with all necessaries and brought such store of money
with them, as within two or three monethes after their arryual, all England
was full of Spanish coyne»), etc. La reina fue testigo de un odio creciente e
inmotivado hacia lo español, así como de las frecuentes injurias y robos de
que fueron objeto:
She saw many English, partly vpon this indulgence of the kinges, and
partly for that being secretly heretiques, they had auersion and hatred
Introducción 69

to the Spanish nation, to abuse themselues intollerably in offering most


inhumane and barbarous iniuries vnto them.
Culmina por último con una refutación de las falsedades de Sir Francis
en lo concerniente a lo que Felipe II hubiera hecho de Inglaterra si hubiera
obtenido la corona para sí mismo, en lo tocante a impuestos (los impuestos
existentes en España se describen con minuciosidad y precisión), así como
al absurdo propósito de subyugar a la nobleza de Inglaterra, matándola o
vendiéndola a los moros. Insistimos en que la obra es sin igual dentro de
la literatura en inglés de esta época que venimos tratando, pues, a la par
que se incluyen todos los tópicos antiespañoles (en muestrario amplio), se les
ofrece una refutación basada en el conocimiento y el sentido común. No es
de extrañar que la misma se editara por un expatriado inglés y en la prensa de
Amberes (ver apéndice para una edición completa).
Del mismo año es la publicación de un sermón de William Yonger (A
sermon preached at Great Yarmouth, vpon VVednesday, the 12. of September.
1599 by W. Yonger... ; the argument whereof was chosen to minister instructions
vnto the people, vpon occasion of those present troubles, which then were feared
by the Spaniards, Imprinted at London: By Simon Stafford, and are to be
sold by Thomas Man, 1600). La obra es muy representativa de la literatura
sermocinatoria de la época y es, en apariencia, nada más que un ejemplo de
literatura devocional y sermón culto. Repetimos que no es especial en cuanto
a su carácter único, pero es significativa de un género que no puede tildarse de
antiespañol, aunque recoge temas antiespañoles con un propósito religioso.
El autor va a hablar –en vena puritana- sobre el pueblo judío y el pacto (co-
venant) que con él ha establecido Dios, a propósito de Jerem. 4:14: «O Ierusa-
lem, wash thyne heart from wickednes, that thou maist be saued: how long shall
thy wicked thoughts remaine within thee». Dicho pacto se basará en «benefits
bestowed», «promises made» y «iudgements threatened», todo ello enmarcado
en un thema general, la exhortación al arrepentimiento. La divisio del sermón
constará de un análisis de los siguientes términos: «Person exhorted», «thing
required», «the end» (primera parte del versículo), «circumstance of time»,
«thing complained about», «qualities of thoughts», «continuance» y «place of
their abode (segunda parte)». La relación con Dios, argumenta, no está exen-
ta de dificultades y pruebas para su pueblo elegido. Son muchas las ocasiones
en que Dios ha querido enviar calamidades a su pueblo; pero también son in-
numerables aquéllas en que «the heauenly trumpet of his mercie sounded in
our eares». Con el ejemplo de Tito y Vespasiano y el asedio y destrucción de
la Ciudad Santa (70 d.C.) se exhorta a los habitantes de Inglaterra (Jerusalén)
a que guarden una fe constante en Dios, aunque los enemigos «entrech your
towne». Siempre que la palabra de Dios se nos predique, así como las palabras
de sus profetas, «cannot wee challenge this priuiledge and prerogatiue of per-
70 Las Guerras de los Estados Bajos

seuerance». No seamos, pues, «variable cloudes in the ayre» y mantengamos la


porfía y constancia de nuestra fe; no creamos, tampoco, que tenemos hoy más
que Jerusalén tuvo antaño y seamos humildes en la perseverancia en nuestras
creencias y la renovación constante del pacto con Dios. Cuidémonos, porque
«the whore of Babylon may aduaunce herselfe in pleasures». Dios, proclama,
ojalá no tengamos en nuestra viña «vnprofitable fig-trees» y «vnprofitable pro-
fessors», pues nos han sido enviados entre nosotros por nuestra hipocresía
para con la divinidad. Dios ha visto nuestro corazón y sus pensamientos, y
los ha encontrado «wicked». El corazón del hombre es como el timón de un
barco: «The ship (wee know) is a great and an vntoward vessell; and if it bee
left to it selfe vpon the seas, it runnes to a thousand dangers». Pero si man-
tiene su curso, así lo puede hacer también el cuerpo. Luchemos contra los
hipócritas, que pueden compararse a timoneles que miran hacia un lado pero
reman hacia otro. Demos, pues, nuestro corazón al Señor, con la sabiduría
de Salomón; plantemos en él las gracias del Espíritu, no la amarga raíz del
pecado que le acongoja y que ha habitado con nosotros por tan largo tiempo.
Y no creamos que el pecado es cosa de ayer, pues mora con nosotros en este
preciso instante. La única solución que Jerusalén (o Troya) tuvo fue navegar
escapando «in the waters of repentance». En cualquier tiempo y ocasión (do-
lor, alegría) no hay nada más dulce que nuestra propia vida y su preservación;
velemos, pues, por la vida auténtica. Aunque estemos protegidos de nuestros
enemigos, aun así debemos precavernos del enemigo interior.
If the seas which are as a girdle to this Iland (enuironing and encompass-
ing the same about) were a tour command, or that the Lord should put
the raines and gouernment of the mightie waters into our handes, that wee
might rule them as wee list for the subuersion of our enemies, or that our
land were walled with brasse, ans strentghed with the strongest defence
against our Nabuchadnezzar of Spaine, and our enemies the Caldeans…
No debemos nunca bajar la guardia, «alas, we must yet liue in feare of the
Spaniards»; pues aunque tengamos paz al fin entre España y nosotros, con quien
se debe firmar la paz es entre nosotros y Dios. No hay salvación sino en Jesucristo.
Sólo así, con arrepentimiento de nuestro corazón, amor de Dios y del prójimo, y
reconocimiento del pecado podremos confirmar «our eternall happies»:
Then shall we haue no more wars, nor rumors of wars to dismay vs; no
more enemies to feare vs, no feare to grieue vs, no griefe to trouble vs, no
trouble to disquiet vs, no sickness to distemper vs, or death to dissolue vs,
but life in him who liueth for euermore.
El sermón es representativo de las numerosísimas obras que mencionan Es-
paña y lo español en la época, aunque no abordan el tema de modo prioritario
en las mismas. En esta ocasión, dentro de un típico sermón culto de contenido
Introducción 71

puritano, se insiste en la idea del pueblo de Dios como pueblo elegido y de


Inglaterra como otra Jerusalén. Lo que me interesa resaltar, fuera del contenido
religioso (pecado, arrepentimiento, salvación sólo en Cristo), es la construcción
de Inglaterra como isla en peligro, asediada por olas y enemigos, paralelo a
su vez del corazón del hombre asediado por pecados y por Satán. En la com-
paración se hace explícita la identificación (dado el miedo real del público lector
del sermón y del público oyente del mismo) entre lo satánico y lo español, entre
el Archienemigo de la humanidad y el archienemigo del inglés. Y ello en una
obra que ni siquiera quiere pecar de xenófoba. Vivimos en guerra interior y en
guerra exterior. Nada más poderoso como imagen y metáfora para excitar a los
fieles y empujarlos a abandonar su corazón envilecido y lleno de pecados que
compararlo a una isla batida por las olas de la guerra, la posible destrucción,
la aniquilación y la muerte: es decir, una isla asediada por Satán, por España y
los españoles. Si la obra no es propaganda política, el efecto entre los fieles que
escucharan el sermón es más fuerte incluso que el de dicha literatura.
En vena diferente, la de la mofa burlesca, se escribe la The coppie of a letter
sent from M. Rider, deane of Saint Patricks, concerning the Newes out of Ireland,
and of the Spaniards landing and present estate there (At London: Imprinted
[by F. Kingston] for Thomas Man, 1601), de John Rider. En ella se insiste en
el miedo a una posible invasión, aunque se adereza de tonos burlescos. Se dice
que a 12 millas de Cork han desembarcado «foure thousand poore sea-beaten
Spaniards, fiftie Friers, twelue Nunnes, one hundred Priests, two hundred
whores» y con ellos quiere el Papa erigir un monasterio («Frieire») para que
recen los frailes y monjas por los muertos; las prostitutas servirán, asimismo,
para recreación de todos, «secundum usum Ecclesiae Romanae». Se ha esta-
blecido, ya desembarcados, una relación entre irlandeses y españoles basada
en la desconfianza: los irlandeses piden demasiado por los productos de la
tierra o los servicios; los españoles les usan y luego no les pagan. Y mientras
entre unos y otros han creado un auténtico infierno en la tierra (Irlanda), «the
English haue time to pray for the peace of Ierusalem». La burla y mofa, a la
postre, da lugar a una conclusión seria en vena moral y política: españoles e
irlandeses representan el caos moral y social; Inglaterra es la tierra de quies, es
decir, de la paz, a la vez espiritual (antipapista) y político-social.
A un género diferente (el del teatro) del del panfleto propagandístico y/o
burlesco o la réplica a la diatriba, aunque igualmente efectivo, pertenece A
Larum for London or The Siedge of Antwerpe, generalmente atribuido a Mar-
lowe, Thomas Lodge y/o John Marston (basado a su vez en el panfleto The
spoyle of Antwerp de 1576, de George Gascoigne24, testigo presencial de los

24
 Para un conjunto impresionante de estampas holandesas publicadas en la segunda mitad del
siglo XVI sobre las «atrocidades» españolas, de enorme influjo en la creación de un imagina-
rio sobre la brutalidad española, consúltese Groenveld.
72 Las Guerras de los Estados Bajos

hechos [Parker 2000, 275]), con la posible participación de Shakespeare, pub-


licado en Londres, for William Ferbrand, 1602 (y representado entre 1594-
1600). Con el tema del famoso saco de Amberes, propiciador de la leyenda
sobre la «furia española», los dramaturgos se deleitan en presentar un cuadro
atroz del tratamiento cruel de los sitiados por las tropas españolas. El teatro,
debe recordarse, se convierte en esta época en escenario idóneo para presentar
al espectador no sólo propaganda política, sino reforzar en él un concepto
de nación y una identidad nacional25. «Reíd, reíd», se dice al público en el
prólogo, aunque habréis de llorar al ver tales atrocidades:
But doe so, doe so, your proude eyes shall see
The punishment of Citty cruelty:
And if your hearts be not of Adamant,
Reforme the mischiefe of degenerate mindes,
And make you weepe in pure relenting kinde.
Sancho Dávila, villano por antonomasia en la obra, también muestra
desde el comienzo que la intención hispana es sólo la rapiña, aderezada de
secretismo (pérfido y traicionero):
We must be secret, as befits the care,
And expedition of so great a cause;
Antwerpe is wealthy, but withall secure,
Our Soldiers want the crownes they surfet with,
And therefore she mu[…] spare from foorth her store,
To helpe her neighbours; nay she shall be forc»t,
To strip her of her pouches, and on the backes
Of Spanish Soldiers, hang her costliest roabes.
Más adelante, dos burgueses dejan saber a Sancho Dávila que «then thy com-
mand (I tell thee Sancto Dauila) / Is deuilish and vnchristian», señalando dos
de las características ya conocidas en la demonización de lo español: el carácter
maligno y el anti/cristianismo de la conducta y carácter españoles. Enterados
los ciudados de Amberes de la llegada del de Alba, uno de ellos exclama «let the

25
 En España, a diferencia del panfleto político, de menor desarrollo que en otros países eu-
ropeos en lo que se refiere a vehículo para el ataque a otras naciones, el teatro será en esta
misma época escenario privilegiado para la creación de una mentalidad colectiva nacional
constructora de la idea de nación. Lope de Vega, por ejemplo, lo hará, en lo referente a las
guerras de Flandes, con una serie de obras, de las que sólo hemos conservado Pobreza no es
vileza, Los españoles en Flandes, El aldegüela, El asalto de Mastrique y Don Juan de Austria en
Flandes. El mismo Rojas Zorrilla escribió El asalto de Amberes, sobre el mismo tema que la
inglesa que aquí analizamos. Ver Mackenzie y Loftis al respecto, y Stern (para el análisis de
Lope de Vega como propagandista)
Introducción 73

deuill looke to that, for he has most right to him [Alba]». En el entretanto se
apresta la defensa de la ciudad y las tropas y pertrechos de los sitiadores. Y en un
repaso de atrocidades pasadas que sirve de historia vera al espectador, se ofrecen
las siguientes predicciones de lo que podría esperarse de los españoles: rapiña,
destrucción, tragedia y desolación para «ciudad, riqueza, mujeres»:
Obserue by that you discreete Gouernors,
What loue or faith the Spaniard holdes with you,
That for his pride would haue your Citty pine;
Hauing destroy»d the corne on Flaunders side,
And cross»d a bridge of Conuoy to your towne;
Then that the Riuer should not victuall you,
He wish»d you sinke that shipping in the Skelt.
Collect by this the Spaniards crueltie,
Who though occasion should not come from you,
Would picke a quarrell for occasion,
To sacke your Cittie, and to sucke your bloud,
To satisfie his pride and luxurie:
Let Harlem· Marstricht, Alst example you,
And many Citties models of his wrath,
Thinke on my Father and the Countie Horne,
Whose tragedie, if I recount with ruth,
May mooue the stones of Antwerpe to relent
They seru»d the Spaniard as his Liedge-men sworne,
Yet, for they did but wish their countrie good,
He pickt a quarrell, and cut off their heades.
Burgers the Spaniard waites to take your liues,
That he may spoyle your towne, your wealth, your wiue
El gobernador de la ciudad, en suma, intenta convencer a los ciu-
dadanos con una arenga que se resume en lo traicionero y tiránico de la
esencia española: «Receiue your friends, preuent his treachery, / Least
vnawares you taste his tirranye». Los españoles, al fin, entran en la ciu-
dad y sigue un movimiento rápido en la escena, caracterizado por el ter-
ror y miedo de los habitantes («The Spaniards hurrie into euerie streete,
/ What shall we doe for safeguard of our liues?»). También se presenta al espec-
tador los cuadros conmovedores de la posible violación de mujeres: «Haue
mercie on a woman I beseech you, / As you are men and Soldiers: / If you
be christians doe not doe me shame». Los soldados echan a suertes quién la
tendrá, en parlamento que semeja el de los soldados romanos despojando a
Cristo de sus vestiduras y echándolas a suertes: «Cast lots who shall haue her».
Alba, en suma, resume el estado mental de las tropas españolas cuando clama
venganza y pide desolación y muerte por doquier:
74 Las Guerras de los Estados Bajos

So valliant Lords, this Musicke likes me well,


Now may we boldely say the towne is ours:
Yet sheath not your victorious swoords awhile,
Till you haue reapt the Haruest of your paine,
In which pursuite, torture, exacte and kill,
No lesse then in your fury you haue done.
If the proude Antwerpers (that doe suruiue)
Lay not their treasure at your conquering feete,
de lo que otros se hacen eco pidiendo millares de muertos por los trescientos
españoles asesinados por los sitiados. El gobernador inglés sale a escena, mod-
elo de mesura y racionalidad, aunque se enfrenta con el fanatismo hispano
indomeñable en su parlamento con el de Alba:
Nothing my Lord if in your angrie spleane
You haue alreadie past your sentence on vs:
But would the Duke of Alua coole his rage,
And mildelie heare vs: we would say my Lord,
That Englands league with Spaine, King Phillips word,
Past to our gratious Mistris, were enough
To warrant all the liues of any such,
As are her subiects in this wretched towne:
And not their liues alone, but safe protection
Both for their goods and money: but if now
Your Highnes hath commission to breake
The holie contract which your King hath made,
We must be patient and abide the worst.
Un ciudadano más aparece en el escenario y suplica a los españoles piedad
con un monasterio de monjas. Un anciano (que morirá al final acuchillado)
aparece con su hija, que expresa en hermosos versos su súplica de misericor-
dia:
If me you touch with a lasciuious hand,
As from his eyes descendes a floud of teares;
So will you draw a riuer from his heart,
Of his lifes bloud; both waies you shall obscure,
The honor of your name: if Virgin I,
Or aged he, misdoe by tyranie.
Lenchy y Martin, dos niños desvalidos, y un ciego y su mujer aparecen
ante el público como muestra de la barbarie y falta de humanidad españolas.
A pesar de suplicar a los soldados («good Master Spaniard doe not kill vs, /
Take any thing we haue, but saue our liues»), se seguirá muerte y desolación.
Introducción 75

Más escenas de horror se siguen, alternando los personajes humildes y los de


más alta alcurnia. Por fin, rendida y masacrada la ciudad, Sancho Dávila se
muestra orgulloso de la calamidad que se ha sembrado, que se resume en la
expresión de «miseria sin clemencia»:
Oh in remorse of humaine clemency,
My heart (not thinkes) could sigh, my eyes shed teares,
To call to minde and see their misery:
But they were wanton and lasciuious,
Too much addicted to their priuate lust:
And that concludes their Martirdoome was iust.
Holde, one of you, conuay this serious letter
To warlicke Alua, tell him as he wil»d,
After my forces lodg»d in Garison,
Ile meete his Grace at Bridges, and from thence
Acquaint the Court of Spaine with our successe;
Pray God the tyrany exprest in Antwerpe,
Like to the ecchoing clamour of a Trumpet,
Speake not our deedes before our owne approach.
Tiempo cierra la obra como Epilogus, a modo de corolario con conclusión
moral, hablando a «todos los hombres», para decirles que no malgasten
tiempo («wasting the treasure of my precious honre») y aprendan del ejem-
plo expuesto (la barbarie hispana en Amberes), no sea que lo mismo pueda
acontecerles a ellos:
No maruayle then, like misery catch holde
On them, did fasten oh this wofull toune
Whose bleeding fortune, whose lamenting
Whose streetes besmear»d with bloud, whose blubred eyes
Whose totter»d walls, whose buildings ouerthrowne
Whose riches lost, and pouertie made knowne:
May be a meane all Citties to affright
How they in sinne and pleasure take delight.
Como en el caso de parte de la literatura ya vista, desde la obra de teatro
se presenta un espectáculo macabro y truculento de la barbarie, desolación
y sed de sangre hispanas. Más aún, se avisa al espectador de que ello es sólo
ejemplo del pasado, pero podría volver a suceder en el futuro (con ellos mis-
mos) si no se toman las medidas oportunas. No sólo, pues, sirve de exemplum
como historia, sino de aviso del porvenir, llamando a la acción concreta en
el presente.
Del mismo año es un curioso libro, de Dudley Fenner (publicado póstu-
mamente), An antiquodlibet, or An aduertisement to beware of secular priests.
76 Las Guerras de los Estados Bajos

En él se desarrolla ad infinitum la tesis del sacerdote católico como traidor a la


patria y se establece asimismo la conexión entre catolicismo y pro-españolis-
mo. La conclusión no puede ser más obvia:
And therefore no ground out of this obiection for theyr hatred to the
Spanyard: vnlesse they will both hate him, who was at an extraordinary
cost to relieue and aduaunce them, and likewise detest the Pope who was
in this action a principall concurrent with him, yea themselues also who
were deepely ingaged in it. If the feare of his future cruelties doth stirre
this passion against him: they grounde theyr hatred vpon an incertainty
and accident which the Seculars should not doe, considering the expe-
rience they haue had of his fauourable inclination towards them in his
publike attempts and priuate courses: out of which he hath affoorded
them succours and reliefe in theyr distresse and peregrinations: erected
Colleges for their maintenance: allotted vnto sundry of them annuall pen-
sions. Neither can their hatred vpon this originall be in that degree as is
pretended. For hauing receiued at his hands sundry demo~strations of his
princely fauours, and neuer any disgrace or wrong of note: there cannot
be any foundation for so great a feare and hatred of him, as they publish.
And shall we thinke that they will without speciall ground and cause shew
themselues so ingratefull as to hate him, who hath so often reached his
hande of strength and bounty to theyr helpe? and who concurreth with
them in religion and in purpose to aduance the same? whereas also in
the conceit of most Catholikes, he the said Spaniard, as well in regard of
his power and oportunitie of meanes, as of his resolution and readines to
restore the Popedome amongst vs, is the fittest & sufficientest Prince, on
whom to repose for theyr future hopes and aduancements: in case they
abandon him to whom will they haue recourse? if to any besides him: they
incounter the Popes designe and resolued furtherance of the Spanish title:
they incurre the daunger of his heauy censure: they runne a course repug-
nant to theyr profession and othe of being ordered by him in all cases and
actions of this nature26.

26
 La réplica vendría, entre otras, de la pluma de Thomas Fitzherbert, en un tratado que, por
necesidad, se imprimió en Amberes, acusado el autor de crimen laesae maiestatis: A defence
of the Catholyke cause contayning a treatise in confutation of sundry vntruthes and slanders,
published by the heretykes, as wel in infamous lybels as otherwyse, against all english Catholyks
in general, & some in particular, not only concerning matter of state, but also matter of religion:
by occasion whereof diuers poynts of the Catholyke faith now in controuersy, are debated and
discussed. VVritten by T.F. With an apology, or defence, of his innocency in a fayned conspiracy
against her Maiesties person, for the which one Edward Squyre was wrongfully condemned
and executed in Nouember... 1598. wherewith the author and other Catholykes were also falsly
charged. Written by him the yeare folowing, and not published vntil now, for the reasons declared
in the preface of this treatyse, [Antwerp]: Imprinted with licence [by A. Conincx], 1602.
Introducción 77

El «Gunpowder Plot», unido al miedo a un posible acercamiento del rey


(Jacobo I) a los católicos ingleses motiva que en la primera década de su rei-
nado sigan vivos libros de materia política, antiespañola y antipapista, aunque
en modo alguno tan originales (y abundantes) como en la época isabelina27.
Ello, claro está, no quiere decir en modo alguno que desaparezcan de la es-
cena. A pesar de la paz con España (1604)28 o de ulteriores intentos de casar

27
 Estos miedos a los complots seguirán presentes en el imaginario inglés, que periódicamente
recuerda los complots del pasado en publicaciones de diverso tipo. Pongamos como muestra
el siguiente libro (de 1679), anónimo: An Account of the several plots, conspiracies, and hellish
attempts of the bloody-minded papists against the princes and kingdoms of England, Scotland,
and Ireland from the reformation to this present year 1678 as also their cruel practices in France
against the Protestants in the massacre of Paris, &c. : with a more particular account of their
plots in relation to the late civil war and their contrivances of the death of King Charles the First
of blessed memory, London: Printed for J.R. and W.A., 1679.
28
 Los panfletos políticos no son los únicos desde los que se lanza veneno contra España. La
literatura religiosa (sermones, tratados, etc.) también abunda en este tipo de invectivas, de
las que ya hemos visto algún ejemplo. Sirva de muestra, para 1604, y de la pluma de Abbot
George (que seguiría insistiendo en su antiespañolismo en numerosas obras más) The rea-
sons vvhich Doctour Hill hath brought, for the vpholding of papistry, which is falselie termed the
Catholike religion: vnmasked and shewed to be very weake, and vpon examination most insuf-
ficient for that purpose: by George Abbot... The first part (Oxford: Printed by Ioseph Barnes,
& are to be sold in Paules Church-yarde at the signe of the Crowne by Simon VVaterson,
1604), donde hay furibundos ataques contra España; o del ex-jesuita (según dice él mismo)
Thomas Abernethie, Abjuration of poperie, by Thomas Abernethie: sometime Iesuite, but now
penitent sinner, and an unworthie member of the true reformed Church of God in Scotland, at
Edinburgh, in the Gray-frier church, the 24. of August, 1638 (Edinburgh: In King Iames his
College, by George Anderson, 1638). Como ejemplo de sermones, puede verse el delicioso
libro de Thomas Adams (autor de innumerables sermones), The blacke devil or the apostate
Together with the wolfe worrying the lambes. And the spiritual navigator, bound for the Holy
Land. In three sermons (London: Printed by William Iaggard, 1615); o la anterior refutación
a un católico ingles, de William Barlow: An answer to a Catholike English-man (so by himselfe
entitvled) who, without a name, passed his censure vpon the apology made by the Right High
and Mightie Prince Iames by the grace of God King of Great Brittaine, France, and Ireland &c.
for the oath of allegiance: which censvre is heere examined and refvted / by the Bishop of Lincoln
(London: Printed by Thomas Haueland for Mathew Law, and are to be sold in Paules-
Church-yard at the signe of the Fox neere Saint Austines-gate, 1609); o el estupendo libro
de Thomas Bell, cuyo título ya es indicativo: Anatomía de la tiranía papista, y que cuenta
con varios más de temática semejante en su haber: The anatomie of popish tyrannie wherein is
conteyned a plaine declaration and Christian censure, of all the principall parts, of the libels, let-
ters, edictes, pamphlets, and bookes, lately published by the secular-priests and English hispanized
Iesuties, with their Iesuited arch-priest; both pleasant and profitable to all well affected readers
(London: Printed by Iohn Harison, for Richard Bankworth, dwelling in Paules Churchyard
at the signe of the Sunne, 1603). Señalemos asimismo la obra de Thomas Morton, entre la
que entresacamos The encounter against M. Parsons, by a revievv of his last sober reckoning,
and his exceptions vrged in the treatise of his mitigation. Wherein moreouer is inserted: 1. A con-
fession of some Romanists, both concerning the particular falsifications of principall Romanists,
as namely, Bellarmine, Suarez, and others: as also concerning the generall fraude of that curch,
78 Las Guerras de los Estados Bajos

al príncipe de Gales con una princesa española, este acercamiento de Jacobo


I a España fue visto por muchos de sus súbditos como una claudicación y
hasta traición al protestantismo29. Durante esta época sigue vivo el miedo a
un ataque contra la persona del rey, así como el de la invasión de las islas. La
teoría ya mencionada del poder de deposición indirecta es combatida en esta
época desde varios frentes, ya sean protestantes, presbiterianos o católicos.
Nos interesa ahora la publicación, póstuma, en Inglaterra de varios escritos
del católico escocés William Barclay, profesor de derecho civil en París y Lor-
raine. Frente a la postura de Bellarmine, Barclay defiende que los clérigos y
sacerdotes deben obedecer las leyes civiles, pues están sometidos al rey «in all

in corrupting of authors. 2. A confutation of slaunders, which Bellarmine vrged against Protes-


tants. 3. A performance of the challenge, which Mr. Parsons made, for the examining of sixtie
Fathers, cited by Coccius for proofe of Purgatorie... 4. A censure of a late pamphlet, intituled,
The patterne of a Protestant, by one once termed the moderate answerer. 5. An handling of his
question of mentall equiuocation (after his boldnesse with the L. Cooke) vpon occasion of the
most memorable, and feyned Yorkeshire case of equiuocating; and of his raging against D. Kings
sermon. Published by authoritie (London: Printed [by W. Stansby at Eliot»s Court Press] for
Iohn Bill, 1610); y la muy amplia de Thomas Jackson (1579-1640), capellán real, vicario
de la iglesia de San Nicolás y graduado de Oxford, que en sus numerosas obras aprovecha
para mezclar definiciones de dogma y puntos de controversia teológica con ataques contra
España y los papistas. Sirva de muestra su A treatise containing the originall of vnbeliefe,
misbeliefe, or misperswasions concerning the veritie, vnitie, and attributes of the Deitie with
directions for rectifying our beliefe or knowledge in the fore-mentioned points (London: Printed
by I[ohn] D[awson] for Iohn Clarke, and are to be sold at his shop vnder St Peters Church
in Cornehill, 1625).
29
 Debemos señalar que los términos del acuerdo de paz fueron editados en Inglaterra como
Articles of peace, entercourse, and commerce concluded in the names of the most high and mighty
kings, and princes Iames by the grace of God, King of great Britaine, France, and Ireland,
defender of the faith, &c. and Philip the third, King of Spaine, &c. and Albertus and Isabella
Clara Eugenia, Archdukes of Austrice, Dukes of Burgundie, &c. In a treatie at London the 18.
day of August after the old stile in the yeere of our Lord God 1604. Translated out of Latine into
English (London: By Robert Barker, printer to the Kings most excellent Maiestie, Anno
1605). Antes, de 1602, provenía una traducción del holandés (a su vez pretendidamente
traducción del español) en que se mostraba la perfidia y malicia hispana al impedir el co-
mercio entre España/Portugal y Holanda, Zelanda e Inglaterra. Ya es harto elocuente que
sean estas tres regiones las que se unan en un todo en lo relativo al comercio, sin duda
representativo de los intereses económicos ingleses en la defensa de los Países Bajos: The
coppy of a letter and commission, of the King of Spaine, Phillip the third, sent vnto the vice-roy
of Portugall, dated the 20. day of Iune, in the yeare of our Lord God. 1602 Wherein the deal-
ings and trade of ships & marchandize is forbidden, with the subiectes of Holland, Zealand and
England, &c. with the said lands and countries of Spaine and Portugall. Whereby appeareth
the inueterate, and continuall malice of the said Spaniards, against the dominions of England,
Holland and Zealand, &c. Truely translated out of the Spanish originall, into the Dutch tongue;
and now translated againe out of the Dutch copye, into English, London: Printed [by E. Allde]
for Thomas Pauier, and are to be solde at his shop in Cornehill, at the signe of the Cat and
Parets, neere the Royall Exchange, 1602.
Introducción 79

secular affairs» (Sommerville, 200). El libro en cuestión se titula De potestate


Papae an & quantenus in reges & principes seculares ius & imperium habeat
(Guil. Barclaii I.C. liber posthumus) (Londres: Eliots Court Press, 1609). De
aún más interés es que el libro volvió a publicarse en 1611, ahora en inglés,
traducido y editado por el ex sacerdote católico Richard Sheldon y publicado
junto a una defensa del mismo sobre el «oath of allegiance» y un sermón
de Teófilo Higgons30. Debe también recordarse que Sheldon mantuvo una
atareada carrera como panfletista polémico particularmente en las décadas de
l610 y 1620 con una serie de obras en que denuncia a la iglesia de Roma y sus
enseñazas y proclama las razones de su conversión al protestantismo (The first
sermon of R. Sheldon priest after his conversion from the Romish Church, 1612;
The motives of Richard Sheldon pr. for his just, voluntary, and free renouncing
of communion with the Bishop of Rome, 1612; A survey of the miracles of the
Church of Rome, proving them to be antichristian, 1616; Christ, on his throne;
not in popish secrets A prophecie of Christ, against his pretended presence in pop-
ish secrets, 1622; A sermon preached at Paules Crosse laying open the Beast, and
his marks, 1625; Mans last end the glorious vision and fruition of God, 1634).
También recordaremos que el miedo a los complots maquinados desde den-
tro de Inglaterra hace que se quiera incluso luchar contra los mismos desde
la imprenta: Falshood in friendship, or vnions vizard: or VVolues in lambskins
1. Discouering the errors in vniust leagues. 2. That no subiect ought to arme
himselfe against his king for what pretence soeuer. 3. An aduertisement to those
fewe of the nobilitie which take part with infamie (London: Printed [by John
Charlewood] for Nathaniell Fosbroke, 1605), escrito por L.T.A. Y, claro está,
en muchos de ellos se establece el nexo entre catolicismo-España-rebelión-
conspiración, como en el de Thomas Morton (autor, por otra parte, prolífico
en sus ataques contra la religión católica, sus puntos doctrinales y teológicos y
sus sacerdotes y clero regular en general): An exact discoverie of Romish doctrine
in the case of conspiracie and rebellion by pregnant obseruations: collected (not
without direction from our superiours) out of the expresse dogmaticall principles
of popish priests and doctors (At London: Imprinted by Felix Kyngston, for C.
B[urby] and E. W[eaver] and are to be sould in Paules Church-yard at the

30
 Recordemos que en esta época (1600-1610) se publican numerosos trabajos de Robert
Parsons (1546-1610) defendiendo la ilicitud del «oath of allegiance» (por ejemplo en res-
puesta a su defensa por William Barlow). Sería demasiado largo citarlos aquí todos; valga
The iudgment of a Catholicke English-man, living in banishment for his religion VVritten to
his priuate friend in England. Concerninge a late booke set forth, and entituled; Triplici nodo,
triplex cuneus, or, An apologie for the oath of allegiance. Against two breves of Pope Paulus V. to
the Catholickes of England; & a letter of Cardinall Bellarmine to M. George Blackwell, Arch-
priest. VVherein, the said oath is shewed to be vnlawfull vnto a Catholicke conscience; for so
much, as it conteyneth sundry clauses repugnant to his religion, [Saint-Omer: English College
Press] Permissu superiorum, Anno 1608.
80 Las Guerras de los Estados Bajos

signe of the Swan, 1605)31. En otros, como el de Robert Pricket (Vnto the
most high and mightie prince, his soueraigne lord King Iames. A poore subiect
sendeth, a souldiors resolution), sólo se necesita mencionar que todo lo español
daña en cualquier término que pueda pensarse: «The doctrine of Rome and
Spaine poysoneth both body and souls»
Tan asentado está para 1615 el odio a lo español, que John Stephens, en
sus Essayes and Characters (en que pinta un cuadro variado del costumbrismo
británico, en la línea de los Characters de Sir Thomas Overbury, 1614-16,
con descripciones un tanto estereotipadas del típico campesino, noble, hidalgo,
etc.), indica al respecto del Farmer (labrador adinerado) que en él odio a lo
español y lealtad al rey son la misma cosa:
He cannot therefore choose but hate a Spaniard likewise, and (he thinks)
that hatred only makes him a loyal subject32.
Y del mismo año es la traducción de una obra que pertenece a un género
abundante en la época, las relaciones o descripciones geográficas de países,
donde se mezclan a las notas físico-geográficas las reflexiones sobre el carácter
moral de los habitantes. La obra original es de Pierre d»Avity, señor de Mont-
martin33. A la descripción de la Iglesia en España, las casas nobles, los reyes
de España, sus riquezas, su ejército, etc., se unen indicaciones como las si-
guientes (del capítulo sobre «Las maneras de los españoles»), que merece la
pena copiemos íntegras:

31
 De unos años antes data la traducción de la siguiente obra de Arnauld, uno de los más
furibundos antiespañoles en Francia, donde claramente se establece la relación España/
papismo/jesuitas, creando en Inglaterra (y el resto de Europa) un miedo cerval al ansia
de dominio española: The arrainment of the whole society of Iesuits in France, holden in the
honourable court of Parliament in Paris, the 12. and 13. of Iuly. 1594 wherein is laied open to
the world, that, howsoeuer this new sect pretendeth matter of religion, yet their whole trauailes,
endeuours, and bent, is but to set vp the kingdome of Spaine, and to make him the onely mon-
arch of all the west / translated, out of the French copie imprinted at Paris by the Kings printer,
At London: Printed by Charles Yetsweirt Esq., 1594. De Andrew Willet (autor de obras
de exegética bíblica y disputa religiosa -como Ecclesia triumphans- y enconado defensor del
protestantismo de Jacobo I) es la indicativa An antilogie or counterplea to An apologicall (he
should haue said) apologeticall epistle published by a fauorite of the Romane separation, and
(as is supposed) one of the Ignatian faction wherein two hundred vntruths and slaunders are
discouered, and many politicke obiections of the Romaines answered. Dedicated to the Kings
most excellent Maiestie by Andrevv Willet, Professor of Diuinitie, London: Printed [by Richard
Field and Felix Kingston] for Thomas Man, 1603.
32
 De 1613 es otra obrita en que se caracteriza a los españoles como vanagloriosos (vaine-
glorious), de Thomas Nash, Christs teares ouer Ierusalem Whereunto is annexed a comparatiue
admonition to London. By Tho. Nash, London: Printed [by George Eld] for Thomas Thorp,
1613.
33
 En italiano, por ejemplo, podemos recordar la famosa de Giovanni Botero, en su traducción
inglesa, A treatise, concerning the causes of the magnificencie and greatnes of cities.
Introducción 81

The Spaniards are hot and drie by nature, and are of a tawnie complexion,
which makes the women in Spaine to vse much painting, both white and
red. They haue their limbes hard, and nothing effeminate. They exceed all
the world in superstition, and serue as it were for guides to other nations
in matters of ceremonies, flatterie, proud and stately titles. They are borne
and bred to be silent, and to dissemble, and to conceale their mindes.
They keepe their grauitie with an affected seueritie, which makes them
atefull [B] to all other nations. The women do seldome drinke wine, and
are not much seene; and the gentlewomen neuer go out of their houses,
without a great companie of groomes which go before them, and cham-
ber-maides that follow them. The Spaniards in their houses are sober, and
contented with little: but when they are in another mans, they are glut-
tons, daintie, and desirous to make good cheere. They entertaine strangers
with little courtesie. When they are out of Spaine, they will esteeme hon-
our, and commend one another, yea they will make the poorest peasant as
good a gentleman as their king, if they may. They loue justice, and do it
exactly to all sorts of people. The industrie and care of the magistrate, is
the cause why there are few thefts or none at all: and within the countrie
there are few murthers committed. There is not any man that remaines
vnpunished, [C] if he haue offended against the laws, or wronged an other
man of what qualitie soeuer he be. When as two or three Spaniards are
together, of what condition or qualitie soeuer they be, especially when
they are in the war, they discourse of the common wealth, and of mat-
ters of state, they studie the meanes to weaken their enemies forces, they
deuise stratagems, and propound them to their commaunders, when as
they find them worthie of consideration. When they are in campe, there
is not any nation in the world, that doth longer, and with more patience,
indure hunger, thirst, watching, and all kind of toyles. They haue more
art than furie, when they come to fight. Their agilitie and lightnesse of
armes makes them apt to follow the enemie, and they do as easily flie
when there is cause. Although [] they be subtill witted, yet are they not apt
to learne, and when they haue gotten any little knowledge, they thinke
themselues to excell. They take great delight in the subtilty of Sophisters.
In the Vniuersities, they are more pleased to speake Spanish than Latine.
We see few of their workes passe the Mountaines, for that they cannot
write good Latin: yet the courtesie of the French hath of late dayes giuen
grace vnto their workes; so as now we haue great numbers in France, espe-
cially at Paris and Lyon. They are more melancholike than other nations,
which makes them slow in all their enterprises. They loue their ease, and
ground much vpon shewes, which makes them to imploy their meanes to
be braue in apparrell, and other things. They brag much of any thing that
doth concerne them. They do soone find their aduantage, and seeke it by
82 Las Guerras de los Estados Bajos

all possible [E] meanes. They couer their weaknesse with great industrie.
They fight better on foot than on horsebacke, nothwithstanding that they
haue excellent horses; and they can handle the harquebuze better than
any other kind of armes. They make shew to carrie great reuerence to
the Church, and to sacred things: which makes some to thinke that this
profession of pietie and religion which they all make, hath made heauen
fauourable vnto them, and that for this consideration God hath giuen
them the conquest of a new world. They are subiect to be in loue, yea
in their old age: and when they loue, it is with such heat and passion, as
a man would old their actions incredible, if he had not seene them: and
their custome is, not to spare any thing for their freinds or mistresses. But
to come vnto particularities, neere vnto Vich in Cataloigne the inhabit-
ants are rude, and nothing [F] ciuile, but sauage and full of ignorance:
but in Arragon, the inhabitants of Saragosle especially, make profession of
ciuilitie and neatnesse; and giue themselues to such things as are befitting
a gentleman. The inhabitants of Valencia are not much esteemed by them
of the other Prouinces, for that, being in a manner drowned in delights,
wherewith [A] the citie and countrie abounds, they are not apt, neither
do they giue themselues much to armes: so as the rest of the Spaniards
call them Penites, by reason of their daintinesse. There is not any towne
in Europe whereas women that make loue are more esteemed, and in
this place voluptuousnesse is preferred before honestie. In the countrie of
Andalusia, the inhabitants are neat and ciuile, and haue good wits, they
are for the most part full of discretion and wisedome. The Biskaines are
excellent in sea causes, and grow to be good souldiers and marriners.
Y sobre la religión se concluye de modo sumario:
[XI] All paine followes the opinion of the Romish Church, and the prot-
estants religion is so hated there, as they haue brough in rigorous and
cruell inquisitions least it should get any beliefe or credit among them.
Por si han olvidado los ingleses los peligros que -procedentes de España-
tuvieron que afrontar los anteriores monarcas, John Foxe se lo recuerda en
un libro (ahora reeditado, aunque escrito con bastante anterioridad) de tonos
apocalípticos, cuyo subtítulo muestra a las claras su contenido: Christs victorie
ouer Sathans tyrannie Wherin is contained a catalogue of all Christs faithfull
souldiers that the Diuell either by his grand captaines the emperours, or by his
most deerly beloued sonnes and heyres the popes, haue most cruelly martyred for
the truth. With all the poysoned doctrins wherewith that great redde dragon hath
made drunken the kings and inhabitants of the earth; with the confutations of
them together with all his trayterous practises and designes, against all Christian
princes to this day, especially against our late Queen Elizabeth of famous memo-
Introducción 83

rie, and our most religious Soueraigne Lord King Iames. Faithfully abstracted out
of the Book of martyrs, and diuers other books. By Thomas Mason preacher of
Gods Word (London: Printed by George Eld and Ralph Blower, 1615)34.
El prolífico autor antiespañol Thomas Taylor publicó en 1620 A mappe of
Rome liuely exhibiting her mercilesse meeknesse, and cruell mercies to the Church of
God: preached in fiue sermons, on occasion of the Gunpowder Treason, by T.T. and
now published by W.I. minister. 1. The Romish furnace. 2. The Romish Edom. 3.
The Romish fowler. 4. The Romish conception. To which is added, 5. The English
gratulation (At London: Imprinted by Felix Kyngston, for Iohn Bartlet, and are
to be sould [by Thomas Man] at the signe of the Talbot in Pater-noster Row).
Además de las lindezas que se pueden imaginar en lo relativo a la visión que
del Papa tiene el autor, por lo que toca a España se recuerda la «insatiable thirst
after blood» de los españoles, y jura no poder dejar de omitir «to adde a word or
two of that infinite effusion of blood, which the Popish Spaniards haue made
among the poore Indians, vnder pretence of conuerting them to the faith».
Se repite asimismo la conocida anécdota procedente de Las Casas del caudillo
caribe que no quería ir al paraíso de estar allí los españoles.
De 1621 data una curiosa y extensa obra, de Richard Verstegan, en apa-
riencia una carta de un inglés antaño residente en La Haya a un amigo suyo
de Inglaterra, escrita desde París. El propósito es «to describe vnto you the
Countrey & condition of the people [de Holanda], as also to know my opin-
ion of their cause and quarrell against the King of Spayne, about which they
haue so long troubled the World». Aunque se ofrece una perspectiva pro-
española, la obra sirve para pasar catálogo (con la intención de refutarlos)
a los topoi de la literatura antiespañola del momento35. Nos sirve, pues, de

34
 Junto a ello, se mantiene por estas fechas informado al público de los asuntos referentes a las
guerras de Europa, por ejemplo mediante la traducción de la obra de Jean François le Petit
sobre la historia de Holanda: A generall historie of the Netherlands VVith the genealogie and
memorable acts of the Earls of Holland, Zeeland, and west-Friseland, from Thierry of Aquitaine
the first Earle, successiuely vnto Philip the third King of Spaine: continued vnto this present yeare
of our Lord 1608, out of the best authors that haue written of that subiect: by Ed. Grimeston
(London: Printed by A. Islip, and G. Eld, Anno Dom. 1609). O se ofrece una visión históri-
ca general de diferentes países en varias obras que abordan la historia general de una nación.
Para el caso español, como ejemplo, valga de muestra The generall historie of Spaine contain-
ing all the memorable things that haue past in the realmes of Castille, Leon, Nauarre, Arragon,
Portugall, Granado, &c. and by what meanes they were vnited, and so continue vnder Philip
the third, King of Spaine, now raigning; written in French by Levvis de Mayerne Turquet, vnto
the yeare 1583: translated into English, and continued vnto these times by Edvvard Grimeston,
Esquire (London: Printed by A. Islip, and G. Eld, anno Dom. 1612), traducción de la de
Louis Tourquet de Mayerne, aunque expandida.
35
 La obra sirve de contrarréplica a obritas del tenor de la de Sir Roger Williams, The actions
of the Lowe Countries. Written by Sr. Roger Williams Knight, London: Printed by Humfrey
Lownes, for Mathew Lownes, 1618.
84 Las Guerras de los Estados Bajos

análisis de dichos topoi, así como de los sentimientos contra los que lucha el
escrito y que hablan del miedo a la corriente de opinión que en Inglaterra
se pueda mostrar favorable a los españoles (por parte de los así llamados in-
gleses españolizados) y, de resultas, su modo de mantener candente el miedo
al imperialismo hispano. El tema central será analizar la justicia de la guerra
contra España y la ingratitud de los súbditos holandeses para con su rey (el
español), aunque todo ello desde la perspectiva del involucramiento de In-
glaterra en dicha guerra. El conjunto se divide en 5 capítulos. El primero
es una breve descripción de Holanda y de las causas de la rebelión contra
España. El segundo trata de lo deshonroso de la participación de Isabel I en
dicha rebelión y del empobrecimiento a que ha sometido a sus súbditos por
ello. El tercero aborda las ventajas seguidas a Inglerra de dicha guerra y de si
los holandeses han merecido la participación inglesa en su ayuda. El cuarto
analiza si Inglaterra puede esperar algún beneficio de seguir dicho apoyo. El
quinto de la división religiosa de Holanda «and whether respect of Religion
may vrge England still to assist them». En el primer capítulo se insiste en la
variedad/confusión religiosa del país, donde cada persona es casi un doctor en
Teología y en cada casa se puede descubrir a cada miembro participando de
una religión diferente. Aunque se llaman las Provincias Unidas, jamás ha exis-
tido en el mundo gente más desunida. En 1559 Felipe II dejó estas provincias
(heredadas de su padre y antepasados) en paz y practicando la misma religión
que habían profesado por ochocientos años. Al salir no dejó gobernantes ni
tropas españolas, con lo que hubieron de permanecer «in obligation of loue
& loyalty, & in more florishing estate then euer they were befote». La pri-
mera causa de desunión radicó en el establecimiento de seis credos religiosos a
poco de la marcha de Felipe II: «The religion which Luther himselfe had first
begune, The religion of the Anabapstists, The religion of the Caluinists, The
religion of the Loyistes, The religion of the family of loue, and the religion of
the Georgists». En 1566 la nobleza del reino dirigió a Felipe II (vía Margarita
de Austria), en Bruselas, «a supplication, wherin they requyred a repeale or
moderation of all rigorous Placartes, or Lawes made concerning Religión». Se
siguieron los ataques a iglesias y clero, el envío del duque de Alba, el ajusti-
ciamiento de los condes de Egmont y Horne, la rebelión abierta de Guillermo
de Orange, etc. En abierta comparación con la política inglesa de rechazo/
ataque al catolicismo y defensa a ultranza de su recién adquirido protestan-
tismo, el autor se pregunta
whether in the sight and iudgement of the whole World, the King of
Spaine had not all right and reason on his side, to vse such meanes as
he did for the punishment of such capitall offenders, and to imploy the
subiects of one Countrey, for the chastisement of the Rebells of another,
when he had no other remedy.
Introducción 85

Aún más importante, en respuesta a la protesta inglesa de que los jesuitas


infiltrados en Inglaterra eran agentes secretos del rey de España enviados para
sembrar desunión y sedición, el autor afirma que el intento de los nobles
rebeldes en Holanda
both by secret seditious preachers, as by other such like agents [fue] to
spread abroad that the King of Spayne had broken the Countrey pri-
uiledges; as thogh the Countrey had had priuiledges that churches might
forsooth be robbed, & no man called in question for it, & that euery man
might professe what religion he listed, were it neuer so naught, or new, the
prohibiting whereof and the conseruation of Ecclesiasticall priuiledges, to
which the King was sworne, being the only cause, as to all the world was
apparent, why the sayd King was constrayned to send the Duke of Alua.
Se continúa con un relato del comportamiento de Felipe II con Isabel I
durante su estancia en Inglaterra como rey consorte, refutando a Fox y su in-
sistencia en la animadversión del rey contra ella por cuestiones religiosas. Tras
el ascenso de Isabel al trono, Felipe II mandó desde Holanda a monsieur de
Assonuile para darle los parabienes y «to signify his gift vnto her of all Queen
Maries Iewells». Muestra de su buena voluntad hacia la reina, tras la toma de
San Quintín, Felipe II no firmó un acuerdo de paz con Francia a no ser que
se comprometieran a la devolución de Calais a Inglaterra, aunque tal gesto se
pagó por parte de Isabel I con la detención del dinero (seis mil ducados) en-
viado desde España al duque de Alba para pagar al ejército de Flandes. Sigue
con un catálogo de la ayuda en hombres y dinero enviada por Isabel I a los
rebeldes holandeses desde 1572:
…and presently after followed ouer with troopes of English forces, Mor-
gan, Gilbert, and Che[…]er; and after these againe North, Ca[…]aish, and
Norris, all made Coronels; and comming thither with whole regiments,
receaued from tyme to tyme great supplyes of money and forces from
England, which grew afterward so heauy that for some ease in the sustayn-
ing of the whole burthen, it was deuised to draw the Duke of Alancon
Brother vnto the French King Henry the third, into England, vnder colour
of treaty of a match betweene him and Queene Elizabeth.
Tras esto, muerto el de Alançon, Isabel I mandó al Earl de Leicester con
tropas y dinero y, a la vuelta de éste, «yet continued she her ayding the Hol-
landers, both with men and money vnto her dying day». Más a propósito para
estas líneas, el autor insiste en que durante todo este tiempo la reina no cesó
en la publicación de proclamations y documentos oficiales en que mostraba
públicamente su amor al rey de España, aunque a la vez fomentaba encu-
biertamente el ataque al mismo, por ejemplo por parte del pirata Drake. En
86 Las Guerras de los Estados Bajos

suma, en vista de la paciencia mostrada con la reina y del comportamiento


de la misma en la ayuda a la rebelión de los Países Bajos y en el fomento de la
piratería, en especial americana, no es de extrañar que Felipe II se decidiera a
atacar Inglaterra en 1588. El siguiente capítulo analiza por extenso uno de los
argumentos de mayor peso ofrecidos por Inglaterra en su ayuda a Holanda.
Se trata, dicen, de una guerra preventiva, que evite la llegada de la misma a las
costas inglesas. El autor concluye taxativamente:

But what an excuse this is? when as the English neuer needed to haue feared
warre in their own country, but for their cause, and for taking their partes.

El capítulo IV analiza la premisa de que la toma de las 17 provincias por


parte de los rebeldes habría traído paz y prosperidad a toda la región. El autor
replica diciendo que hubiera resultado más pacífico evitar la guerra y luchar en
frente unido contra el enemigo otomano: «More honorable, & more profit-
able, for both those Nations, and more for the tranquility of Christendome,
that they had suffred the King of Spayne to haue brought these his rebellious
subiects to obedience, and so to haue gouerned them in peace, to the end
he might haue imployed so many millions, as he hath beene forced to spend
in the Netherland warres, against the Turke». Tras un análisis de la política
europea en la última década del siglo XVI, se concluye diciendo que Isabel I
no fue buena soberana, pues no buscó la paz y tranquilidad de sus súbditos
(precisamente lo mismo atribuido a Felipe II por parte de la prensa antiespa-
ñola). Por último, se analiza el estado religioso de la región y se concluye que
la desunión y búsqueda de la guerra han provocado la ruina económica de las
provincias del Norte:

Their meanes and trafficke of marchandize is well known to be nothing so


good as it hath beene, and dayly to declyne to worse and worse; for they
haue not only had extreme losses by pirates, but haue shewed themselues so
vnpartiall, that because the English Merchants should not thinke them only
bent to spoyle their trade they spoyle their trading amongst them selues.

El tratado termina con un análisis de las tesis calvinistas sobre la predesti-


nación y el libre albedrío, así como la disputa entre calvinistas y arminianistas
al respecto (remonstrantes y contra-remonstrantes). La importancia de esta obra
radica en hacer un repaso detallado de las guerras de los Países Bajos en el
contexto de la ayuda inglesa a las mismas; aunque no se olvida la mención
de la participación de Francia, Italia, etc., es Isabel I, su política de relación
comercial con los Países Bajos y el entramado político y religioso en que teje
dicha relación el propósito central del libro. Al público inglés se le ofrece una
imagen de la reina como injusta para con sus súbsitos al involucrarlos en una
guerra inncesaria; de paso se defiende la figura de Felipe II como la de un rey
Introducción 87

obligado a la animadversión contra Inglaterra a pesar de su buena voluntad.


En último término, esta obra de contra-propaganda permite estudiar muchos
de los topoi vertidos contra España por parte de la literatura antiespañola (al
intentar refutarlos).
En la misma vena, y de 1625, es el The Dutch suruay VVherein are related
and truly discoursed, the chiefest losses and acquirements, which haue past be-
tweene the Dutch and the Spaniards, in these last foure yeares warres of the Neth-
erlands, with a comparatiue ballancing and estimation of that which the Span-
iards haue got in the Dutchies of Cleeue and Iuliers, with that which they haue
lost vnto the Dutch and Persians, in Brasilia, Lima, and Ormus. VVhereunto are
annext the Mansfeldian motiues, directed vnto all colonels, lieuzanant-colonels,
sergeant majors, priuate captaines, inferiour officers, and souldiers, whose seruice
is engag»d in this present expedition, vnder the conduct and commaund of the
most illustrious Prince Ernestus, Earle of Mansfield (At London: Printed by Ed-
ward All-de, for Nathaniel Butter, 1625). Dentro del subgénero de la relación
histórica teñida de comentario político-moral, nos interesa remarcar que la
obra insiste en ver a los españoles como poderosísimos enemigos, infractores
de las libertades holandesas y creadores de una corriente de opinión pro-
española en Inglaterra tremendamente peligrosa para la integridad nacional.
En el prólogo al lector, como resumen de la obra, se indica:
Gentle Reader, thou maist behold in this discourse a true Suruay of those
more remarkable losses and acquirements which haue past betweene the
Dutch and the Spaniards, since the expiration of the last truce, which
ended with the beginning of the yeare 1621. Thou maist behold also a
true counterpoise or comparatiue ballancing of the same, wherein it doth
most plainely appeare, that the Dutch haue not onely not beene loosers
in these latter and time neerer warres of the Netherlands, but for diuers
aduantageous respects, haue beene victorious against their potent and most
redoubted Enemies, who vnder the colourable pretence of the Burgonian
Title, sought to infringe the liberties of these Countries, contrarie to the
auncient customes, freedomes, and priuiledges of the same. To this relation
is annexed a briefe encouragement vnto all those, who either as voluntaries
or by way of Imprest, are ingage in this expedition of Count Mansfield. In
the censure of both these, let thy iudgement be milde and fauourable, and
not according to the common Current of the disaffected and Spaniolized
English, whose reports are so farre from truth & equity in these and other
traditions, that they wholy encline to partiality and detraction.
Mucho más inflamatorios son los panfletos de la hasta cierto punto des-
conocida figura de Thomas Scott, rector de St. Saviour, que, a consecuencia
de dichas obras, hubo de exiliarse en Holanda (primero en Gorinchem y
luego en Utrecht, donde sería asesinado). En particular el autor se muestra
88 Las Guerras de los Estados Bajos

hostil a la figura del gran diplómata Gondomar, embajador en Inglaterra, a


quien sus enemigos ingleses veían como la sombra del poder que manejaba
los hilos de la política exterior inglesa por su enorme influjo sobre Jacobo
I, y con quien Scott tiene una verdadera obsesión enfermiza (los ataques a
su figura son un paralelo de los ataques a Bernardino de Mendoza en déca-
das anteriores). Su segundo caballo de batalla lo constituía el problema del
Palatinado, que a ojos ingleses (anglicanos y puritanos en especial) se tomó
como una claudicación del protestantismo frente a los intereses papistas36.
Su primera obra, Vox populi, or Newes from Spayne translated according to
the Spanish coppie; which may serve to forwarn both England and the Vnited
Provinces how farre to trust to Spanish pretences, de 1620 (reeditada en 1659
y 1679 como prueba del continuo sentimiento antiespañol), es un relato
imaginado sobre el juicio de residencia al que se somete a Gondomar a su
vuelta a España desde Inglaterra. Gondomar empieza por afirmar que es el
propósito de España y sus embajadores «the advancement of the Spanish
State and Romish Religion togither» y sobre Jacobo I se indica que es «one
of the most accomplisht Princes that ever raign’d, extreamly hunts after
peace, and so affects the true name of a Peacemaker, as that for it he wil
doe or suffer any thing». Sigue una serie de razones a favor y en contra del
matrimonio del príncipe de Gales con la princesa española, declando que
«vve that onely negotiate for our owne gaine, and treate about this mariage
for our owne ends, can conclude or breake off when we see our time, with-
out respect of such as can neither profit us, nor hurt us»37. Uno de sus más
preciados logros es haber enemistado al Parlamento con el rey, y haberle
convencido de que debe gobernar sin la ayuda de aquél:

36
 Véase como muestra, de 1622, la siguiente obra de N. Crynes: The copy of a letter sent from
an English gentleman, lately become a Catholike beyond the seas, to his Protestant friend in Eng-
land in answere to some points, wherin his opinion was required, concerning the present busines
of the Palatinate, & marriage with Spayne : and also declaring his reasons for the change of his
religion ([St. Omer: English College Press], M.DC.XXII. [1622]).
37
 Muchos impresos de la época hablan en contra de tal matrimonio. Señalemos uno más a los
ya indicados: The Reasons which compelled the states of Bohemia to reject the Archduke Ferdi-
nand &c. and inforced them to elect a new king together with the proposition which was made
vppon the first motion of the choyce of th»Elector Palatine to bee King of Bohemia by the states of
that kingdome in their publique assembly on the sixteenth of August, being the birth day of the
same Elector Palatine / translated out of the French copies (At Dort: Printed by George Waters,
[1619]). Sin embargo, indicaremos que no son todo voces tremendists al respecto, pues
Edmund Garrand también intentaba calmar los ánimos: The countrie gentleman moderator
Collections of such intermarriages, as haue beene betweene the two royall lines of England and
Spaine, since the Conquest: with a short view of the stories of the liues of those princes. And also
some obseruations of the passages: with diuers reasons to moderate the country peoples passions,
feares, and expostulations, concerning the Prince his royall match and state affaires. Composed
and collected by Edm. Garrard (At London: Printed by Edward All-de, 1624).
Introducción 89

Therein lies one of the principal services I haue done in working such a
dislike betwixt the King and the lower house by the endeuor of that hon-
ourable Earle and admirable Engine (a sure servant to us and the catho-
like cause while he lived) as the King will never indure Parliament againe,
but rather suffer absolute want then receive conditionall relief from his
subjects. Besides the matter was so cunningly caried the last Parliament,
that as in the powder plot the fact effected should haue been imputed to
the Puritans (the greatest zelots of the Calvinian sect) so the proposition
which damde up the procedings of this Parliament howsoeuer they were
invented by Romane Catholiques and by them intended to disturbe that
session, yet were propounded in favor of the Puritans, as if they had been
hammered in their forge. Which very name and shadovv the King hates,
it being a sufficien aspertion to disgrace any person, to say he is such, & a
sufficient barre to stop any suite & utterly to crosse it to say it smels of or
inclines to that partie. Mareover there are so many about him who blovv
this cole fearing their owne stakes, if a Parliament should inquire into
their actions, that they use all their art and industrie to withstand such
a councell; perswading the King he may rule by his absolute prerogative
without a Parliament, and thus furnish himself by warying with us, and
by other domestick projects, without subsidies.
Asegura a los presentes que la fuerza naval inglesa no es tan de temer como
pareciera y se muestra en especial orgulloso de haber ocasionado la ruina
de Sir Walter Raleigh. Concluye con un largo análisis de la situación de los
católicos y sus ministros en Inglaterra y de la ayuda que les ha ofrecido.38
Una segunda obra suya, The Second Part of Vox Populi, que vio la luz en
1624, contiene dos estupendos grabados de la mesa redonda en que tiene

38
 La literatura desatada sobre este casamiento es en extremo abundante. Señalemos, por lo cu-
rioso, The ioyfull returne, of the most illustrious prince, Charles, Prince of great Brittaine, from
the court of Spaine Together, with a relation of his magnificent entertainment in Madrid, and
on his way to St. Anderas, by the King of Spaine. The royall and princely gifts interchangeably
giuen. Translated out of the Spanish copie. His wonderfull dangers on the seas, after his part-
ing from thence: miraculous deliuery, and most happy-safe landing at Portsmouth on the 5. of
October (London: Printed by Edward All-de for Nathaniell Butter and Henry Seile, 1623),
aparentemente obra de Andrés Almansa y Mendoza, que escribió alguna relación más de
festejos al respecto. También típica de los escritos al propósito de la misma materia es la
anónima The High and mighty prince Charles, Prince of Wales, &c. the manner of his arriuall
at the Spanish court, the magnificence of his royall entertainement there : his happy returne, and
hearty welcome both to the king and kingdome of England, the fifth of October, 1623 : heere
liuely and briefly described, together with certaine other delightfull passages, obseruable in the
whole trauaile (Printed at London: [s.n.], 1623). De otro tenor es (y de 1643) The humble
advice of Thomas Aldred to the Marquesse of Buckingham concerning the marriage of our Sov-
ereigne Lord King Charles (London,: [s.n.], Printed in the yeare 1643).
90 Las Guerras de los Estados Bajos

lugar el juicio de residencia a Gondomar, y allí –aunque se repiten en gran


parte los argumentos de la primera obra- se añade una joya del prejuicio
racial:
Some think that there is a natural antipathy or contrariety between our
disposition and theirs, they living in the North, and we in the South,
which being (as Charron a French Autor observeth) nearer to the Sun, the
inhabitants are more crafty, politique, and religious […] even to supersti-
tion and idolatry, whereas on the contrary, those of the North (howsoever
goodier in person, better faced, and the more beautiful than ourselves by
reason of the coldness of the climate, preserving inwardly the natural heat
and radical moisture) are plain simple, nothing as religious withall, of the
glorious ceremonias of our Church.
Asimismo, se vuelve a lanzar la acusación de instigación de la traición
desde dentro («seditions within the land»):
Fourthly, because (say the English) they are the only engines and complots
of all Treasons, authors of Tumults, and seditions within the land, they in-
stante long since the rebellion in the North, of late the Gun-powder Treason,
Watsons plot with that of Sir Walter Raleigh, and many more the like39.
Otra obra de Scott de considerable importancia es Sir VValter Ravvleighs
ghost, or Englands forewarner Discouering a secret consultation, newly holden in
the Court of Spaine. Together, with his tormenting of Count de Gondemar; and
his strange affrightment, confession and publique recantation: laying open many
treacheries intended for the subuersion of England, de 1626, en que Gondomar
se enfrenta al fantasma acusador de Sir Walter Raleigh («Earle of Gondomar,
whom the whole world Baptized the Butteslaue or Incendiarie of Christen-
dome, the Intelligencer, Ambassadour & Iesuiticall Archbishop Leadger -as his
practises in our Nation hath well witnessed»). Gondomar en la obra acaba, tras
la acusación de los pecados suyos y de España (entre los que se incluye haber
asesinado a Don Sebastián, el malhadado príncipe portugués), confesando
sus culpas: «I confesse I haue many times said (how euer I haue beleeued)
that those great ones which seeke to make away their enemies otherwise then
by Iustice or the euent of warre, shewes mind base and coward, and that their
soules are emptie of true courage, fearing that which they should scorne». Ya
a punto de pedir la absolución, confiesa que no Nation vnder heauen was
so able in power, so apt in the nature and disposition of the people, nor so

39
 En última instancia, como recuerda el conde de Selles (Felipe de Béthune, El consejero
de Estado), los españoles son modelo del maquiavelismo político por antonomasia: «The
Spaniard (who in matter of State make no great difficulty to breake their faith,) doe more
vsually practise this pollicie then any other Nation».
Introducción 91

plentifull in all accomodations, both for sea and land, as this Iland of Great
Britaine, to oppose or beate backe any or all of our vndertakings, When I
saw France bufie both at home and abroad, the Lowe-Countries carefull to
keepe their owne, not curious to increase their owne; when I saw Germany
afflicted with ciuill anger, Denmarke troubled to take trouble from his dearest
kinsman: the Polender watching of the Turke, and the Turke through former
losses, fearefull to giue any new attempt vpon Christendome, and that in all
these we had a maine and particular interest: when I saw euery way smooth
for vs to passe, and that nothing could keepe the Garland from our heads;
or the Goale from our purchase but onely the anger or discontent of this
fortunate British Iland; blame me not then if I fell to practises vnlawfull,
to flateries deceitfull, to briberie most hurtefull, and to other enchantments
most shamefull, by which Imight either winne mine owne ends, or make my
worke prosperous in the opinion of my Soueraigne. I confesse I haue many
times abused the Maiestie of Great Britaine with curious falshoods, I haue
protested against my knowledge, and vttered vowes and promises which I
knew could neuer be reconciled.
Sigue un catálogo de las atrocidades cometidas por España en razón de
su ansia insaciable de poder a toda costa, y que significa un repaso de histo-
ria de Europa (Portugal, Indias Orientales y Occidentales, Inglaterra, Fran-
cia, Dinamarca, Países Bajos, Italia, Alemania, etc.) vista como una sucesión
de intromisiones imperialistas hispanas motivadas por el deseo de crear una
«monarquía universal». Valga el siguiente ejemplo como modelo40:

40
 Merece mención aparte, en lo referente a la literatura antiespañola basada en el tema de las
atrocidades de la conquista de América (todas ellas basadas en la publicidad holandesa de
la obra de Las Casas), los libros de George Abbot. En The reasons vvhich Doctour Hill hath
brought, for the vpholding of papistry, which is falselie termed the Catholike religion: vnmasked
and shewed to be very weake, and vpon examination most insufficient for that purpose, de 1604,
se argumenta contra la falsedad de prácticamente todas las religiones, salvo la protestante,
y se hace canto de las atrocidades españolas en América, donde apenas han dejado abori-
gen vivo: «Wheresoever in Christendome there is disagreement in Religion, some holding
for the Pope and some other against him, there the name Papist is frequent: & this is not
only in Germany, but God be praysed for it, in Norway, and Sweden, and Denmarke, in
Polonia, in Fraunce, England, Scotland, the Low Countryes, & whersoever else the Gospell
is knowne either openly or secretly. Yea in Italy, Spaine and Sicily not only the name of Pa-
pistes, but the whole doctrine of Popery woulde quickely come in question, were it not for
your bloudy Inquisition, or cruell massacring otherwise, of such as bend not that way. And
yet they be not able to extirpate Gods truth. As for the Greekes they loue you not, neither
like of your Religion; and Asia, Africa and the Indies knowe very little of our differences in
Profession, vnlesse it bee by the Christians themselves, and that onely heere and there, as at
Aleppo peradventure or some other Marte towne; except you vvill name a fewe creekes or
corners of Africa, and the East Indies, where the Portingales have incroched, or those partes
of the VVest Indies, where the Spaniards have devoured vp, almost all the olde inhabitants,
and planted themselues: and to aske of these Portingales and Spaniards whether they bee
92 Las Guerras de los Estados Bajos

But you will answere, that if Spaine had fixed down its resolution vpon
an vniuersall Monarchy, they had neuer then harkned to a peace with the
Nether-Lands: to this thine owne conscience is ten thousand witnesses,
that the peace which it entertained was nothing else but a politicke delay
to bring other and impersit ends and designes, to a more fit and solid
purpose, for effecting of his generall conquest: for what did this Truce,
but diuert the eyes of the Nether-lands (which at that time were grow-
ing to be infinit great masters of shipping) from taking a suruay of his
Indies, and brought a securitie to the transportation of his plate and trea-
sure, and made him settle and reinforce his Garrisons which then were
growne weake and ouertoyled, besides a world of other aduantages, which
too plainely discouered themselues assoone as the warre was new com-
menced.
As he had thus gotten his feete into the Nether-lands, had not Spaine in
the same manner, and with as much vsurpation, thrust his whole body
into Italy? let Naples speake, let Sicill, let the Ilands of Sardinia and Corfica,
the Dukedome of Millan, the reuolte of the Valtoline and a world of other
places, some possest, some lying vnder the pretence of strange Titles, but
come to giue vp their account, and it will be more then manifest, that
no Signorie in all: Italie but stood vpon his guard, and howerly expected
when the Spanish storme should fall vpon them; how many quarrels hath
beene piled against the State of Venice, some by the Pope, some by the
King of Spaine? how many doubts haue beene throwne vpon Tuscanie?
what protestations haue flowne to Genoa, and what threatnings against
Geneua? and all to put Italy into conbustion, whilst the Popes holinesse,
and his Catholicke Maiestie, like Saturnes sonnes, sat full gordgd with
expectation to deuide heauen and earth betweene them.
Concluye la obra con un corolario en que vuelve a demonizarse la actitud
española y se insiste una vez más en la importancia del Palatinado en el imagi-
nario inglés del momento:
Thus I haue brought Spaines attemps for an vniuersall Monarchie, from
Portugall to the Netherlands, thence through Italy, so into France; England,
was lookt vpon by the way, in the yeare 1588. but shee was not so drow-
fie as others: there is now but Germanie betwixt him and the end of his

ought but Catholikes, is not to aske a mans felow, but to aske a mans selfe, whether he be a
theefe or no? But surely the Infidels, or Turkes, or Greekes do neither call you nor know you
by that name». En vena semejante habla Thomas Adams del comportamiento «mercilesse»
de los españoles contra los indios (The blacke devil or the apostate Together with the wolfe
worrying the lambes. And the spiritual navigator, bound for the Holy Land. In three sermons. By
Thomas Adams, [London]: Printed by William Iaggard, 1615).
Introducción 93

Ambition, but is that free and vntouched? woe to speake it, that of all is
the worst and most horred: O the lamentable estate, of those once most
happie Princes! how hath the house of Austria drownd them in blood? and
by the worke of ciuill dissention, made them in their furies to deuoure one
another. Is there any thing in this age more lamentable or remarquable,
then the losse of the Palatinate? or is there any thing in which thy villany
can so much triumph as in that politique defeature? why, the lyes which
thou didst vtter to abuse the Maiestie of England, and to breed delayes
till thy Masters designes were effected, were so curious and so cunning,
so apte to catch, and so strong in the holding, that the Deuill (who was
formerly the author of lyes) hath now from thee taken new presidents for
lying. I would here speake of thy Archduchesses dissimulation, but shee is
a great Lady, and their errours at the worst are weake vertues.
De 1624 es otra obra, de S.R.N.I. [Thomas Scott], titulada Vox Coeli,
donde (tras un discurso/ensayo apasionado firmado por S.R.N.I.) un jurado
compuesto por varios reyes pasados de Inglaterra decide la culpabilidad de
España en los asesinatos de Enrique III y IV, Guillermo de Orange y don
Sebastián, y donde se repasa por turnos el involucramiento de España en los
sucesos de las Indias, Portugal, Italia, Venecia, Suiza, la Valtellina (Grisón)41,
Saboya, Francia, los Países Bajos e Inglaterra. El texto en su totalidad es una
diatriba contra España que entraría de lleno en lo que hoy tildaríamos como
«complot theory». Quizá pueda resumirse la obra con los siguientes alegatos
contra al afán expansionista e imperialista de una España obscurantista:
And wherevnto tends all this treacherous ambition, and formidable vsur-
pation and greatnes of the King of Spaine, but to cut out a passage with
his sword, and to make his troopes & Regiments fly o»re the Alpes, for
his erecting and obtaining of the Westerne Empire: And wherevnto tends
it I say, but to make his territories and Dominions to encirculiz[…] great

41
 Como en el caso de todos los sucesos históricos contemporáneos, el de la Valtellina se pon-
drá suficientemente en conocimiento del público inglés mediante numerosas obras. Valgan
de muestra las traducciones de obras de Paolo Sarpi, el gran historiador del Concilio de
Trento (en este caso pro-español), como A discourse vpon the reasons of the resolution taken
in the Valteline against the tyranny of the Grisons and heretiques To the most mighty Catholique
King of Spaine, D. Phillip the Third. VVritten in Italian by the author of the Councell of Trent.
And faithfully translated into English. With the translators epistle to the Commons House of
Parliament, London: Printed [by Miles Flesher] for William Lee, at the Turkes head in
Fleetstreet, next to the Miter and Phoenix, 1628. De este autor se había publicado en 1625
la traducción de su obra en que analiza la licitud de portar armas en defensa de un príncipe
de religión diferente a la de uno: The free schoole of vvarre, or, A treatise, vvhether it be lawfull
to beare armes for the seruice of a prince that is of a diuers religion (London: Printed by Iohn
Bill, printer to the Kings most excellent Maiestie, 1625).
94 Las Guerras de los Estados Bajos

Brittaine and France, yea to be their Cloyster, and to make and esteeme
those two famous Monarchies, but onely as a fatall Church-yard to burie
and interre themselues in.
[…]
And to step yet a degree further; was it not a hellish pollicy, and a diaboli-
call designe and resolution of the Counsell of Spaine, to aduise our Prince
vpon his returne into England, to waerre vpon the Protestants, and to
proffer him an Army to suppresse and exterminate them.
O considérese este alegato a la guerra (en el contexto de una petición de ro-
tura de la paz de 1604 y el impedimiento del plan de matrimonio del príncipe
de Gales),
Thinke what a happines, what a glorie it is for England to haue wars
with Spaine, sith Spaine in the Lethirgie of our peace, hath very neere
vndermined our safetie, and subuerted our glory; And let vs dispell those
charmes of securitie, wherein England hath beene too long lul»d and en-
chanted a sleepe: And if feare & pusillanimitie, yet offer to shut your eyes
against our safetie, yet let our resolution and courage open them to the
imminency of our danger; that our glory may surmount our shame, and
our swords cut those tongues and pennes in pieces, which henceforth dare
either to speake of peace· or write of truce with Spaine.
que, a su vez, debe insertarse dentro del programa político-social-militar del
autor, que contiene los siguientes 5 puntos:
That you be carefull that your warres (both by sea and land) be plentifully
stored with money, powder and shot, which indeed is the veignes and
Arteries, the sinewes and soule of warre. That you crye downe all gold and
siluer Lace, and all silkes, Veluets, and Taffities, and crie vp woole cloath,
and blacke [...] and Corslets insteede thereof, that thereby England as a
blacke and dismall cloud, may looke more martiall and terrible to our
Enimies. That our English Romanists may be taught either to loue, or
to feare England. That there be prouision made, and especiall care had
to secure his Maiesties Coasts, Seas. and Subiect from the Ships of warre
of Dunkerke and Ostend, by whome otherwise they will be extreamely
indomaged and infested. That by some who»some Statute and Order, you
cleanse the Citties and Countrie, the Streets and highwaies from all sort
of Beggers, by prouiding for their labour and reliefe, whereby many hun-
dred thousand Christian soules will pray vnto God for his Maiesty, and to
power downe his blessings vpon all your Designes and Labours, whereby
without doubt our Warres will succeed and prosper the better.
Introducción 95

El libro termina con «The Conclusion of the Consultation» (y el veredicto


negativo de los soberanos), así como una carta apasionada (desde el cielo) de
la reina María (Estuardo) al soberano español en que le recomienda seguir
el curso de su política, creando conflictos armados, creando disensión, lu-
chando contra la herejía protestante y pagando sobornos:
Whiles England lyes gasping, on her bed of Peace and securitie, let the
King your Master prouide for Warre; Continue to sowe D[...]uision in
the Church of England, and rather augment then diminish your Pensions
to you know wh[…]m.
Otra obrita breve en la misma vena es Robert Earle of Essex his ghost, sent
from Elizian to the nobility, gentry, and communaltie of England, también de
1624 y de Thomas Scott. Siguiendo en parte los mismos argumentos ya ex-
puestos en otras obras suyas (aunque ahora es el espíritu de Essex quien los
proclama), se insiste en la depravación de Felipe II, «that all Treatises with
Spaine (and idolatrous and irreligious Nation) were both vnsafe and dan-
gerous», que no se llamen a engaño los ingleses, pues Felipe III no es sino
«sprung from his [Felipe II] loynes»; en resumen, tras repasar parte de la
historia reciente europea en términos parecidos a los de otros panfletos suyos,
se desaconseja fehacientemente el matrimonio propuesto para el príncipe de
Gales con una española.
Más en vena satírica, y del mismo autor y año, es Nevves from Pernassus,
The politicall touchstone, taken from Mount Pernassus: whereon the governments
of the greatest monarchies of the world are touched, donde en burda alegoría se
presenta una petición de España ante Apolo para que la cure de la herida de
los Países Bajos. Un índice de sus capítulos da ya idea somera del contenido:
THe Spanish Monarchy arriveth at Pernassus; beseecheth Apollo she may be
cured of an Yssue in her arme, and by the Politicall Physicians dismissed.
The Monarchy of Spaine lamenteth for that her falshoods are discovered.
Maximilian the Emperor is advertised of the troubles begun amongst his
sonnes.
Most of the Princes, Commonvveales, and States of Europe are vveighed
in a paire of Scales by Lorenzo Medici.
The Spanish Monarchy goeth to the Oracle at Delphos, for to knovv
vvhether ever she shall attaine to the Monarchy of the World, and receiveth
a contrary ansvver.
Philip the second King of Spaine, after some contestation about his Title,
entreth vvith great pompe into Pernassus.
Almansor, sometime King of the Moores, encountring vvith the Kingdome
of Naples, they relate one to another the miseries they sustaine by the op-
pression of the Spaniards.
96 Las Guerras de los Estados Bajos

Sigismond Battor learneth the Latin tongue. The Cardinall of Toledoes


Summa is not admitted into the Library of Pernassus.
The French desire the receipt of the Spanish scent for Gloues.
The Monarchy of Spaine throvveth her Physician out of the Windovv.
Most of the States of the World are censured in Pernassiu for their errors.
The Duke of Cuize his Secretary is punished for speaking amisse.
Certaine Persons for example vnto others, are shevved vnto the people.
The Monarchy of Spaine inviteth the Cardinal of Toledo to be her Royall
Divine in her Councel of State, vvhich he refuseth, and vvhy.
The Spaniards attempt the acquisition of Savoy, but do not prevaile.
The Duke d»Alva being arrived at Pernassus, in complementing vvith Pros-
pero Colonna, they fall foule about defrauding the Colonesi of their Titles.
Del mismo año data An Experimentall discoverie of Spanish practises, donde
la atención se centra en el hacer de los españoles en América (y, de nuevo, en las
guerras de los Países Bajos, el Palatinado, Francia y posibles ataques a Inglaterra)
y que se adorna con numerosas citas de autores clásicos para darle a la diatriba un
rebozo de autoridad. De nuevo se insta al rey a la guerra, ahora usando la cono-
cida imagen (bíblica) del español como tambor que hace ruido pero no asusta:
For the Spaniard may well be compared to a drumme, or emptie vessell, that
being beaten vpon, makes a great and terrible noise; but come nearer them,
breake them and looke into them, and there is nothing within can hurt you.
No debemos confiar en ellos, pues también nos habían engañado con
promesas de paz en el año 88, cuando se prepararon con una Armada para
atacarnos, así como cuando se lanzaron a una campaña de dominio total de
Europa. Con respecto a América, el autor comienza señalando la nula auto-
ridad papal para otorgar dominio de las tierras americanas exclusivamente a
España (y Portugal):
…then it must be argued whether the said Pope had power to giue it, yea,
or no; if not, then the gift is voide in it selfe: if yea, he must proue it either
by Divine or Humane Argument; for Humane he cannot, for that no
way belonged to him, or any other Christian Prince or Potentate, at that
time; nor were so much as ever heard of, before that present Discovery of
Columbus, upon which the gift was made in the yeare of grace 1492. All
things never knowne to him, or his Ancestors, can no way of right belong
to him or them; so as not belonging to him, directly or by circumstance,
hee had no right to giue or dispose thereof, either in present or future;
and thus for Humane. For Divine Arguments; if he say he gaue them as
Christs Vicar, whereby he may dispose of Kings or Kingdoms, he must
proue that authority by the word of God, or else we are not bound to
beleeue him, or thinke his gift of any value.
Introducción 97

En suma, insta al rey a que una sus esfuerzos con Holanda, pues ambas
naciones tienen en común ser el objeto del afán imperialista español. Y deben
continuar atacando a España en América, pues se ha sufragado su imperio
con el oro que viene del continente americano, oro que sirve para pagar sus
ejércitos, para pagar a los quintacolumnistas que viven en Inglaterra misma
y oro que va a parar a las mismas puertas de los embajadores españoles en
Londres, con el que quieren comprar al rey y sus consejeros para que acepten
la propuesta de matrimonio para el príncipe de Gales:
These are motiues wherein all Christian Princes are interessed, so as with
reason they cannot oppose the designe, nor will (I thinke the most of
them) hee hath brought himselfe into such an hatred with them. Let us,
betweene his Maiesty and the Vnited Provinces, consider how the particu-
lar causes of both Nations doe importunate us both to the undertaking
thereof. Who hath been so thirsty of our bloud as Spaine? And who hath
spilled so much as he? Who hath been so long our enemy? And who hath
corrupted so many of our Nation as Spaine? And that all with the help of
gold, which by reason of the neglect of this Designe he doth still enjoy,
tempting our weak ones, and our false ones withall. Would you finde
a Traitor on a suddain? Balaams Asse will tell you where, at the Spanish
Embassadours doore? And when? when they come from Masse, and oth-
erwise. When to? when they Match with us. For his malice is so great, he
cannot hide; nor will God (I hope) suffer it.
De 1624 es un juicioso tratado, dirigido al rey, A Souldier’s Counsel, de
Henry Hexham. Allí se avisa del peligro que sigue suponiendo España para
la monarquía inglesa y se le niega incluso a España hasta el valor militar de
sus tercios y conquistadores, pues no son todos sino crueles asesinos. En el
prólogo, ya significativo de por sí, se dicen lindezas como que los españoles
son un tambor que de lejos hace ruido y de cerca se rompe fácilmente, o son
asno vestido de piel de león:
THE motiue of this Discourse, most renounmed Soveraign, which at this
time I intend to handle, for that it hath relation to two ends or periods, to
wit, peace and warre, the one much to be preferred before the other, as well
by divine, as human Arguments; yet for that the time agreeing with the
necessity, we are in regard of the feare of the Spanish greatnesse hereafter,
which undoubtedly he will attain unto by the innumerable masses of his
Indian treasures, which are the nerves and sinewes of all martiall intend-
ments, by which fair opportunities offered unto the greatnesse of his desire,
for the enlargement of his state, glory and renoume, and that there may be
no object that may impediment the let thereof, but onely a determination
in himselfe not to offend his neighbours, I shall hardly beleeu that he will
98 Las Guerras de los Estados Bajos

so much differ from his Progenitors, I mean Ferdinand, Charles and Phil-
lip, who raised not the fame of the Spanish Monarchie, by just, noble and
laudible warres, but by cruell, bloudy and treacherous invasions, especially
against Princes of their own bloud; who under pretence of relieving or giv-
ing them aide against the oppression of others, haue made these passages
unmoueable assurance, for the obtaining of the lands, Crowns and liues of
their neerest Allies, which giveth me no cause of hope of his good dealing
towards your Highness, and the States, who are neither allied unto him by
bloud, as these former Princes were, nor tyed unto him by offices of Con-
federacie, wherby for former good turns received he might let you liue in
peace: but contrarily, we being onely the stop of the Spanish fury of this part
of the world: and a Nation who haue not onely given him infinite disgraces,
as well by open battell, as sundry invasions and incursions, made upon his
frontier Townes and Territories, to the irrecoverable dishonor of the Spanish
people, and unmasking his former forces to all men; which indeed are but a
meer shew, and frighting them onely; knowing their Greatnes depends with
filling the world with an imagination of their Mightiness. For the Spaniard
may well becompared to a drumme, or empty vessell; that being beaten
upon makes a great and terrible noise; but come neerer them, break them,
and look into them, and there is nothing within can hurt you. Or rather like
the Asse, that wrapt him selfe in the Lyons skin, and marched a farre off, to
strike terrour into the hearts of the beasts, but when the Fox drew neer, hee
not onely perceived his long eares, but likewise discovered him and made
him à jest to all the beasts of the Forrest.

En la misma vena es la traducción contemporánea al inglés de la obra del


italiano Traiano Boccalini, donde se repasan y censuran los vicios de varios
países y se insta, a protestantes y papistas por igual, a que estén precavidos con
respecto a las intenciones del rey de España (dominio absoluto): The new-found
politicke Disclosing the secret natures and dispositions as well of priuate persons
as of statesmen and courtiers; wherein the gouernments, greatnesse, and power
of the most notable kingdomes and common-wealths of the world are discouered
and censured. Together with many excellent caueats and rules fit to be obserued
by those princes and states of Christendome, both Protestants and papists, which
haue reason to distrust the designes of the King of Spaine, as by the speech of the
Duke of Hernia, vttered in the counsell of Spaine, and hereto annexed, may ap-
peare. Written in Italian by Traiano Boccalini... And now translated into English
for the benefit of this kingdome. La misma idea se repetirá en la obra de Robert
Bolton (1631) Instructions for a right comforting afflicted consciences with spe-
ciall antidotes against some grievous temptations: delivered for the most part in the
lecture at Kettering in North-hampton-shire: by Robert Bolton, donde se men-
ciona que los españoles están empeñados en un «absolute government» (de
Introducción 99

Europa y América). Y símbolo de la literatura sermonística, muy abundante


en la época, es el sermón de Matthew Brookes, de 1626, en que se reitera uno
de los temas predilectos del imaginario anglicano y puritano: Inglaterra como
nueva Jerusalén, cuyos ciudadanos están asediados por hordas de cismáticos
y herejes (españoles y papistas), muchos de los cuales están infiltrados en la
misma Jerusalén sembrando la disensión y la sedición:
Certainly, these zealous enemies are more dangerous to the poore Citizens
than the other, for as Cyprian saith, Facilior cautio est, vbi manifestior for-
mido est; where the danger is more manifest, apparant, and exposed to our
view, there to avoide it is no difficult matter, and therefore the Citizens
of this besieged Hierusalem had need of circumspect prouidence, as well
to resist the one, as to suppresse the other. I say not what directions the
Apostle, almost throughout this whole Epistle, hath giuen to the Romans,
but to close vp all, and least they might lesse regard the seditious within,
in the very end of his Epistle, hee presents them in their colours, that so
be might leaue his exhortation as it were freshly imprinted.
Una nueva obra de interés es Tongue-Combat, de Henry Hexham (que
Maltby da como de Scott) (soldado nacido en Holanda, al servicio de las
tropas inglesas, cuya obra abunda en tratados de contenido religioso antipa-
pista hasta 1630 y después se centra en asuntos militares y estratégicos), en
que dos soldados (Tawnie-Scarfe y Red-Scarfe) dialogan «without injuring one
another» y debaten sobre cuál de los dos caminos por ellos elegido es mejor:
servir al rey de España como soldado en los Países Bajos o hacerlo de parte de
los «States of Holland»42. En esta obra se hace un repaso de la historia de las
17 provincias y su relación con España, se indican las «customes and lawes
fundamentall» de todas ellas, se muestra a sus súbditos como obedientes a
Felipe II y deseosos de una convivencia pacífica, a Felipe II como mal avisado
por sus consejeros, etc., repitiendo –bajo la pretensión de historia informada

 Este prolífico autor mantuvo al público inglés informado sobre las hazañas del de Orange en
42

la toma de Maastricht, A iournall, of the taking in of Venlo, Roermont, Strale, the memorable seige
of Mastricht, the towne & castle of Limburch vnder the able, and wise conduct of his Excie: the
Prince of Orange, anno 1632 VVith an exact card drawne first by Charles Floyd (nowe ensigne)
and since lessened and cutt by Henricus and Willihelmus Hondius dwelling by the Gevangen Port
in the Hagh. Compiled together by Capt. Henry Hexham quartermaster to the regiment of the
Lord Generall Vere. As also a list of the officers, voluntiers, gentlemen, and souldiers slayne, and
hurt in this seige. With the articles of composition (At Delph: Printed by Iohn Pietersz VValpote,
for Nathaniell Butter [London], and are to be sold at [sic] Henrij Hondius, his house in the
Hagh, anno 1633), y sobre los modos de la guerra en los Países Bajos: The principles of the
art militarie practised in the vvarres of the Vnited Netherlands. Represented by figure, the vvord of
command, and demonstration. Composed by Henry Hexham quarter-master to the regiment of the
Honourable Coronell Goring (London: Printed by M.P. for M. Symmons, 1637).
100 Las Guerras de los Estados Bajos

y fidedigna- los argumentos que ya hemos visto numerosas veces expresados


en otras obras. Se hace una seria disquisición, al final de la obra, sobre las
diferencias en materia religiosa entre catolicismo y protestantismo y se insiste
en una curiosa teoría sobre los mercenarios ingleses que pelean del bando de
los rebeldes holandeses: no luchan por dinero, sino por auténtico conven-
cimiento de causa:
…seeing our people at home so well affected to their cause and countrey,
and the commanders and souldiers so sure and trustie to them, (as persons
interested in the same quarrell) to vse them not as mercenarie and salarie
souldiers, but nobly, freely, and bountifully as Natiues, who though they
take pay, as their owne, for meere necessitie […] yet fight freely, not with
respect to the money, but loue of the Cause and Countrey.
Aun en otra obra, de 1624, Certaine reasons and arguments of policie, why
the king of England should hereafter give over all further treatie, and enter into
warre with the Spaniard, y cuyo tema central es el del Palatinado y el honor de
Inglaterra43, se ofrecen argumentos a Jacobo I para que reanude la guerra con
España. Si la intención inglesa al firmar la paz ha sido siempre honesta,
the meaning of the Spaniard is directly opposite to that of the English.
For his endeuour is by Treaties to circumuent, to gaine time, to vndoe his
enemies by delayes, to aduance his owne profit and dominion, to despise
peace as perniious to him, and his great power to nourish warre, especially
in Germanie, where by the dissention of the Princes diuersity of Religion,
& assistance of his friends, he may be sure not only to lose nothing, but
to gaine, & to fish safely in troubled waters.
La restitución del Palatinado no puede hacerse por medios pacíficos y, lo
que es más, se deben escuchar los argumentos de la teoría de preemptive war:
The safety of the King and kingdome requires warre. For it behoues vs
then to look to our selues, when our next neighbours houses are on fire.
Otra más en esta vena es la obra de John Reynolds, para que veamos la

 Entre las muchas obras contemporáneas que abordan el tema, señalemos The 4. of Octob:
43

1622. A true relation of the affaires of Europe, especially, France, Flanders, and the Palatinate
Whereby you may see the present estate of her prouinces, and coniecture what these troubles and
wars may produce. Together with a second ouerthrow giuen the French Kings forces at Mompe-
lier, by those of the Protestant League, wherein were slaine a great number of the Kings armie.
Last of all. the remoue of the famous siedge before Bergen, vpon the 22. of September last, with
the retreat of Spinola to Antwerp, as taking aduantage of the time, and not able to continue,
for feare of vtter dissipation (London: Printed [by Bernard Alsop?] for Nathaniel Butter, and
Nicholas Bourne, 1622), anónima.
Introducción 101

tradición sobre la que se asienta la anterior, referida a un reinado anterior: Vo-


tiuae Angliae: or, The desires and vvishes of England Contained in a patheticall
discourse, presented to the King on New-yeares Day last. Wherein are vnfolded
and represented, many strong reasons, and true and solide motiues, to perswade
his Majestie to drawe his royall sword, for the restoring of the Pallatynat, and
Electorat, to his sonne in law Prince Fredericke, to his onely daughter the Lady
Elizabeth, and their princely issue. Against the treacherous vsurpation, and for-
midable ambition and power of the Emperour, the King of Spaine, and the Duke
of Bavaria, who unjustlie possesse and detaine the same. Together with some apho-
rismes returned (with a large interest) to the Pope in answer of his. Written by
S.R.N.I. (Printed at Vtrecht [i.e. London: S.n.], MDCXXIIII. [1624]).
Podemos concluir, usando las palabras de Maltby, que Scott usó en abun-
dancia el material de panfletistas anteriores (demonización de España, bru-
talidad de la misma, sed de sangre y riqueza, afán imperialista, masacre de
indios en América, dominio atroz de una inglesia católica obscurantista, etc.)
y no añadió mucho original a la leyenda negra, y que su papel fue el de servir
de intérprete de dichos lugares comunes para una nueva generación, mante-
niendo vivo el anti-hispanismo en Inglaterra (108). En los textos suyos vistos
(y aun en algunos otros donde la mención de España es sólo tangencial)
se manifiesta sobre todo la ansiedad que conlleva la creación de la leyenda
negra, respuesta concreta en estas décadas a un sentimiento de odio imbri-
cado en el imaginario inglés, y a la situación político-histórica de debate (y
por ende ansiedad sobre el futuro) sobre la relación que España e Inglaterra
(protestantismo/catolicismo) habrán de mantener en un futuro. Los argu-
mentos esgrimidos son de tres tipos: religiosos (oposición protestantismo –
catolicismo); legales (legitimidad o ilegitimidad de la lucha, en función del
comportamiento desleal e ilegal de Felipe II y sus súbditos holandeses); y
sentimentales (miedo a un ataque español a Inglaterra, y por ende necesidad
de una guerra preemtive). La suma total es la de la necesidad de la guerra para
recuperar la idea de quies (paz y tranquilidad) en el reino hierosolimitano de
Inglaterra, paraíso de Dios donde habitan los justos, isla cercada por las olas
tempestuosas de la barbarie y destrucción hispanas.
En el panorama de los textos que contribuyen a crear o mantener un sen-
timiento antiespañol no debemos olvidarnos de aquellos que, bajo la forma
de historia verdadera y académica, se ofrece una imagen de Inglaterra acosada
por enemigos inmisericordes que sólo desean su ruina y frente a los cuales ha
salido, hasta ahora, victoriosa, con la ayuda divina y el valor de sus habitantes.
Señalemos, como ejemplo de esta amplia tradición que inunda las prensas
inglesas del momento, un librito del famoso William Camden: The historie
of the life and death of Mary Stuart Queene of Scotland (London: Printed by
Iohn Haviland for Richard Whitaker, and are to be sold at the signe of the
Kings head in Pauls Church-yard, 1624). Ni tampoco nos debemos olvidar
102 Las Guerras de los Estados Bajos

de textos que presentan una visión demónica/intolerante de España como el


lugar de la atroz Inquisición. Por ello, no es de extrañar que en el año de 1625
salgan a la luz traducciones de las obras de Reginaldo González de Montes
(quizá pseudónimo de Antonio del Corro, converso protestante) (que tanto
contribuyeron a crear la leyenda negra española junto al Book of Martyrs de
Foxe [1555]): A discouerie and plaine declaration of sundry subtill practices of
the Holy Inquisition of Spaine and the originall thereof: with certain speciall
examples set apart by themselues... wherein a man may see the foresaid prac-
tises of the Inquisition, as they bee practised and exercised, very lively described.
Translated out of Latine (London: Printed [by H. Lownes] for Iohn Bellamie,
and are to be sold at his shop neere the royall Exchange, Anno Dom. 1625
[Inquisitionis Hispanicae Artes aliquot detectae ac palam traductae, 1567]); y
A full, ample and punctuall discouery of the barbarous, bloudy, and inhumane
practises of the Spanish Inquisition, against Protestants with the originall thereof.
Manifested in their proceedings against sundry particular persons, aswell English
as others, upon whom they have executed their diabolicall tyrannie. A worke fit
for these times, serving to withdraw the affections of all good Christians from
that religion, which cannot be maintayned without those props of Hell. First
written in Latin by Reginaldus Gonsaluius Montanus, and after translated into
English (London: Printed for Iohn Bellamy, and are to be sold at the three
golden Lions in Corne-hill, neere the Royall Exchange, 1625). Recordemos
que desde la década de 1560 los dos primeros temas sobre los que se centra
la leyenda negra (por parte de la presa holandesa) son precisamente los de la
atrocidad española en América y la atrocidad (intransigencia) española en
casa, a través de la Inquisición. Intolerancia de ideas e intolerancia xenó-
foba se dan la mano en el propósito hispano firme de dominio universal, de
ahí que no quepa verles simplemente como enemigos recluidos en casa, sino
como peligro expansionista que amenaza con destruir con su brutalidad e in-
tolerancia a las naciones civilizadas. El príncipe de Orange se aseguraba así la
benevolentia de su auditorio (a la par que justificaba su rebelión), y la misma
idea, a muchas décadas de distancia, sigue operativa en época de Jacobo y
Carlos en Inglaterra.
De 1625 igualmente data una curiosa obra anónima, The Spanish pril-
grime, cuyo subtítulo da ya idea cabal de su contenido sin mayores explica-
ciones: «An admirable discouery of a Romish Catholicke Shewing how nec-
essary and important it is, for the Protestant kings, princes, and potentates
of Europe, to make warre vpon the King of Spaines owne countrey: also
where, and by what meanes, his dominions may be inuaded and easily ruin-
ated; as the English heretofore going into Spaine, did constraine the kings
of Castile to demand peace in all humility, and what great losse it hath
beene, and still is to all Christendome, for default of putting the same in
execution. Wherein hee makes apparant by good and euident reasons, in-
Introducción 103

fallible arguments, most true and certaine histories, and notable examples,
the right way, and true meanes to resist the violence of the Spanish King, to
breake the course of his designes, to beate downe his pride, and to ruinate
his puissance».
En 1625 se publicó la obrita de teatro A Game at Chess[e], de Thomas
Middleton. Se representó antes (entre el 5 y 14 de agosto de 1624, en Globe
Theater de Londres), hacia el fin de la primera embajada de Carlos Coloma
en Inglaterra, pues éste se quejó oficialmente a Jacobo I por el contenido an-
tiespañol de la misma44. De hecho la protesta de Coloma ocasionó el cierre
del teatro y la pérdida económica de la compañía45. La acusación menciona
«the players’ boldnes, and presumption in impersonating Philip of Spain,
Gondomar and De Dominis, the archbishop of Spalato» (Howard Hill 23).
Según este mismo autor, la obra funciona si se entiende que juega con la
ansiedad inglesa sobre España, pues no se habían olvidado ni de la bula de
excomunión contra Isabel I de 1570, ni de la prohibición papal de 1606 y
1607 a los súbditos católicos ingleses de jurar el «oath of allegiance» a Ja-
cobo I46, ni del «Gunpowder Plot» de 1605, ni por supuesto del recentísimo
viaje de ida y vuelta del príncipe Carlos y Buckingham: «Charle’s safe return
from those risks produced a rare period of substancial nacional unity, while
the eventual breakdown of the Spanish match and Buckingham»s advocacy
of war against the perfidious Spaniards further emboldened preachers and
pamphleteers» (26)47. Como resume en pocas palabras un personaje de la

44
 Los papeles de Coloma forman parte del ms. 18.203 de la BNE, Phelipe IV Papeles Origina-
les de su Reynado; Quenta y Cargo y data de don Carlos Coloma embajador extraordinario de
su Magestad en Inglaterra desde 14 de Junio hasta 14 de Diziembre deste presente año de 1624,
estudiados magistralmente por Edward M. Wilson y Olga Tudor.
45
 De hecho antes de acabar el año la compañía tendría otra vez problemas por representar The
Spanish Viceroy, aunque de menos interés para este estudio.
46
 Ver asimismo cómo se juega, por contra, con este sentimiento en la prensa inglesa: John
Floyd, God and the king. Or a dialogue wherein is treated of allegiance due to our most gra-
cious Lord, King Iames, within his dominions Which (by remouing all controuersies, and causes
of dissentions and suspitions) bindeth subiects, by an inuiolable band of loue and duty, to their
soueraigne. Translated out of Latin into English (Printed at Cullen [i.e. Saint-Omer: English
College Press], M.DC.XX. [1620]). En lo mismo insiste otro trabajo del prolífico Henry
Peacham, algo posterior, que quiere ahondar en lo profundo del sentimiento de patriotismo,
con ejemplos de lo mal que acaban los traidores a su rey y nación: The duty of all true subiects
to their King as also to their native countrey, in time of extremity and danger. With some memo-
rable examples of the miserable ends of perfidious traytors. In two bookes: collected and written
by H.P (London: Printed by E. P[urslowe] for Henry Seyle, and are to be sold at his shop,
at the Tygers Head in Fleetstreet, over against St. Dunstanes Church, 1639).
47
 Si abundan por doquier en Inglaterra publicaciones y panfletos referentes al posible enlace
matrimonial, en España también existen algunos. Sirvan de muestra la Relación del gran
recibimiento que la Magestad Católica del Rey nuestro Señor don Felipe IIII hizo al Príncipe
de Gales, en su Corte, y villa de Madrid, domingo a diez y nueue días del mes de março, en este
104 Las Guerras de los Estados Bajos

obra, «we must not trust the policie of Europe / Vpon a womans tongue»
(en referencia al consentimiento de la princesa española).
En forma de alegoría (un juego de ajedrez), el Caballero Blanco (White
Night) vence al Caballero Negro (Black Night) en lo que se entiende clara-
mente como victoria de Buckingham-príncipe de Gales frente a la perfidia
hispana, el conde Gondomar-Felipe IV (ver al respecto Álvarez, Turner, Cog-
swell, Pérez Tostado, Pastor, González Fernández), que se presentan en la
obra como sujetos a los oscuros hilos de la maquinación jesuita (adobada
con claras imágenes mágico-obscurantista-diabólicas), vencida en último tér-
mino porque se han dado cuenta de la trampa que subyace al matrimonio
real propuesto por Gondomar-Felipe IV. De hecho Coloma se quejará de
lo evidente de la similitud entre el Caballero Negro y el joven Felipe IV, así
como de algunos detalles con que se aludía al conde Gondomar (en especial
la fístula anal de que padecía el conde y le hacía ser transportado en una silla
especial [por cierto, dicha silla aparece dibujada en algunas ediciones de Vox
Populi de Scott y en la obra que ahora analizamos, donde se la llama sarcásti-
camente «my Chaire of ease, my Chaire of Couzenage»]). En el Actus Primus
el «White Queenes Pawne» explica con respecto a sacerdotes y jesuitas que
éstos trabajan para ver cumplido un esquema de consecución de una monar-
quía absoluta en Europa y el mundo (América), protegidos en embajadas y
cortes extranjeras, donde usan a menudo del soborno, referencia clara a la
labor de Coloma (y sus antecesores) como protectores de sacerdotes y centro
de la tupida red de espionaje diseñada desde la corte madrileña48: «He finds

presente año de 1623 (Valladolid: Gerónimo Morillo, [s.a.]); y la Relación breve y verdadera,
de las fiestas reales de toros, y cañas, que se hizieron en la plaça de Madrid, lunes, que se con-
taron veynte y uno de agosto, por la solemnidad de los casamientos de los Sereníssimos Señores
Príncipe de Gales, y la Señora Infanta Doña Maria de Austria (Valladolid: Gerónimo Morillo,
[s.a.]). Sobre el «Gun-powder Treason», todavía en 1641 se publican joyas como Novembris
monstrum, or, Rome brovght to bed in England with the whores miscarying made long since for
the anniversary solemnity on the fift[h] day of November, in a private colledge in Cambridge
(London: Printed by F.L. for Iohn Burroughes, 1641).
48
 Aunque aquí no podemos entrar por extenso en la materia, dejemos sólo señalado
que en el imaginario colectivo inglés se continúa creando en esta época una aso-
ciación entre jesuitas y peligro/depravación/demoníaco. Ver, entre muchos otros,
los numerosos panfletos de Anthony Copley escritos entre fines del siglo XVI y
comienzos del XVII; y el estupendo tratadito de Bagshaw, A sparing discouerie of
our English Iesuits, and of Fa. Parsons proceedings vnder pretence of promoting the
Catholike faith in England for a caueat to all true Catholiks our very louing brethren
and friends, how they embrace such very vncatholike, though Iesuiticall deseignments,
de 1601; y el estupendo libro de 1610, de Pierre Coton (traducido al inglés): The
hellish and horribble councell, practised and vsed by the Iesuites, (in their priuate con-
sulations) when they would haue a man to murther a king According to those damna-
ble instructions, giuen (by them) to that bloody villaine Francis Rauilliacke, who mur-
dered Henry the fourth, the late French king. Sent to the Queene Regent, in answere to
Introducción 105

them all true Labourers in the Works / Of the Vniversall Monarchie; which
he / And his Disciples principally aime at: / Those are maintaind in many
Courts, and Pallases, ¿And are induc’d by’th Noble Personages / Into Great
Princes seruices: and proue / Some Councellors of State, some Secretaries».
Hasta la figura del rey Felipe IV (el Caballero Negro) proclama altanera-
mente: «I stand for Roguery still; / I will not change my side». El resto de la
obra, a pesar del comentario elogioso de algunos críticos como la mejor pieza
alegórica del reinado de Jacobo I, es pesada y cargante, aunque nos vale para
el propósito de mostrar que desde las tablas y panfletos, la imagen de España
en el período de Jacobo I continúa (si no incrementa) la dosis de leyenda
negra antiespañola con que ya contaba en la época isabelina. Y hasta podría
verse una autorreferencia al poder de los panfletos en el entramado político
cuando el Caballero lamenta: «Plague on tose pestilent Pamphlets, tose are

that impudent pamphlet, published by Peter Cotton Iesuite, in defence of the Iesuites,
and their doctrine; which also is hereunto annexed. Translated out of French (London:
Printed [by John Windet] for T. B[ushell] and are to be sold by Iohn Wright at his
shop in Christs-Church-gate, 1610). Y el The Iesuits downefall threatned against
them by the secular priests for their wicked liues, accursed manners, hereticall doc-
trine, and more then Matchiavillian policie. Together with the life of Father Parsons
an English Iesuite (Oxford: Printed by Ioseph Barnes, and are to bee sold by John
Barnes dwelling neere Holborne Conduit [London], 1612). La palma se la lleva
Henry Burton, en su obra de 1627, The baiting of the Popes bull. Or an vnmasking
of the mystery of iniquity, folded vp in a most pernitious breeue or bull, sent from the
Pope lately into England, to cawse a rent therein, for his reentry, donde se presenta a
los jesuitas como, facciosos, traicioneros y servidores del Papa y de España: «Why,
what Malefactors? such, as Iesuits are: not onely of factious, treacherous, traiterous
spirits, as they are men, possessed with the spirit of Iesuitisme: but euen by vertue
and force of their Order and Profession, Traitors ex professo. They must be so, they
are bound to bee so, else they are no Iesuits, else must they renounce their Holy
Order of the society of Iesu. And is it possible that such should roust in England?
Nay reuell and riot? Nay, not onely bee profest traitors themselues; but drawing
Parties to their side continually, euen to the diuiding of the limmes, the armes,
and shoulders, legges and feete from the Head of this goodly Politicke body? It is
the fashion indeed, in other neighbour Popish States publickely to allow and auow
such kinde of Creatures in the State. But none haue more reason to vphold them
then, the Spaniard, their good Master». Y no le va a la zaga la obrita de Christian
Francke, Tvvo spare keyes to the Iesuites cabinet ropped accidentally by some Father of
that societie and fallen into the hands of a Protestant. The first wherof, discovers their
domestick doctrines for education of their novices. The second, openeth their atheisticall
practises touching the present warres of Germany. Projected by them in the yeare 1608.
and now so farre as their power could stretch, effected, till the comming of the most
victorious King of Sweden into Germany. Both serving as a most necessary warning for
these present times (London: Printed by B[ernard] A[lsop] and T[homas] F[awcet]
for George Giebes, and are to be sold at his shop at the Flower de Luce, by the little
south-doore of St. Pauls Church, 1632), teniendo muchas de ellas como fuente
obras escritas en otros idiomas, como las francesas de André Rivet.
106 Las Guerras de los Estados Bajos

they / That wound our cause». El Caballero Negro y el Obispo Magro (Fat
Bishop) son una personificación de la doblez política y la teoría maquiavélica
cuando afirma el primero: «…the posesión of the Earth be ours. / Was it not
I procur»d a pretious safe-guard / From the White Kingdome [Inglaterra] to
secure our Coasts / Against the Infidell Pyrat, vnder pretext / Of more neces-
sitous expedition? / Who made the Goales flie open (without miracle) / And
let the Locusts out». Frente a ellos, el Caballero Blanco representa, en ima-
gen de batalla cósmica muy del gusto puritano, la fuerza del bien: «We shall
match you, / Play how you can, perhaps and mate you too». Dicho caballero,
al fin de la obra, resume en términos triunfales para el público la esencia del
imperio español:
Ambitious, Couetous, Luxurious, Falshood.
[…] Obscuritie is now the fittest fauour
Falsehood ca sue for: It well suits Perdition
«Tis their best course that so haue lost their Fame,
To put their heads, into the Bagge for shame
And there behold the Bags mouth (like hel) opens
To take her due: and the lost Sonnes appeare
Gredily gaping for encrease of followship,
In infamy the last desire of wretches
Aduancing their perdition branded fore-heads
Like Enuies issue, or a Bed of Snakes. (67)
Del mismo modo, Epilogus (al modo del teatro romano) cierra la obra
con estas sabias palabras:
My Mistris (the White Queene) hath sent me forth
And bad me bow tus lowe to all of worth […].
For any else, by Enuies marke deuoted,
To tose Night Glow-wormes in the bagge denoted
Where ere they fit, stand, or in priuate lurke
They»l be soone knowne by their deprauing Works. (68)

El regreso de Buckingham y Carlos a Londres tuvo entre otros efectos


su conversión en figuras heoricas a ojos del pueblo, la corte y el Parlamento.
También ocasionó una actitud cada vez más favorable (con respecto a Jacobo
I) hacia la guerra contra España, asuntos ambos de los que Coloma tendría
amplia ocasión para preocuparse. Uno de los primeros frutos de esto fue el
ataque inglés a Cádiz en 1625. De este frustrado ataque conservamos una
breve narración, Three to one, being an English-Spanish combat, performed by a
westerne gentleman, of Tauystoke in Deuon shire with an English quarter-staffe,
against three Spanish rapiers and poniards, at Sherries in Spaine, the fifteene
Introducción 107

day of Nouember, 1625, de 1626 (de Richard Pike), dirigida por Pike al rey
como una «story of my dangers» desde el estado de ánimo siguiente: «No
happinesse on Earth so great as to come into England». La narración, que se
ha sospechado inspirada en la realidad (aunque no lo es), se presenta como
simple metáfora de la lucha de David contra Goliat, del débil (y astuto) fr-
ente al fuerte (cruel, bárbaro pero ignorante y bruto). Como de costumbre, el
relato (Pike fue capturado y llevado a Jerez de la Frontera, donde se le somete
a interrogatorio y termina venciendo en duelo a tres de sus oponentes, antes
de acabar siendo enviado a Madrid, donde Felipe IV quiere hacerse con sus
servicios, aunque el inglés prefiere regresar a su patria, lo que se le concede
por su valor) se presenta en términos bíblicos (Psalmos 16:13): «Great is thy
Mercy towards me (O Lord) for thou hast deliuered my Soule from the low-
est Graue», de lucha entre el Bien/Mal, y podría hasta servir de modelo para
las narraciones épicas del período de la frontera de los EE.UU. en la lucha
ente el hombre blanco frente a los salvajes pieles rojas. Dejando aparte la in-
sistencia en la valentía de Pike (como era de esperar), para la que hacía falta
un elogio proporcionado de la de los españoles con quienes se enfrenta, el re-
lato insiste en la nota de traición y cobardía de los hispanos (narración, pues,
heredera del subgénero de naufragios tan popular en la época, o hasta de los
que aparecieron con notable popularidad en los años siguientes al desastre de
la Armada Invencible):
True Valour (I see) goesnot alwaies in good Clothes; For, He whom befote
I had surprized, seeing me fase in the snare, and (as the euent prooued)
disdaining that his Countrey men should report him so dishonored, most
basely, (when my handes were in a manner bound venid me) drew out his
Weapon […] and wounded me through the Face.
Herido por viles cobardes, un noble español tiene la decencia de ayudarle:
The Noble Gentleman, giuing expresse charge, that the best Súrgenos
should be sent for, least, being so basely hurt and handled by Cowards, I
should be demanded at his hands.
Le quieren obligar a confesarse con unos sacerdotes (uno de los cuales hablaba
perfecto inglés, teniendo además como intérpretes a dos irlandés, insitiendo
de paso en la teoría del complot católico-papista), ocasión para que Spike
luzca lo mejor de su orgullo (e ingenio protestante):
What thinke you of the Pope? Sayd Father Iohn. I answere, I kew him not.
Los españoles, asimismo, se caracterizan por su afán de lujo (justificación
de sus conquistas y sed de sangre enla conquista):
108 Las Guerras de los Estados Bajos

At the length, amongst many other reproches, and spightfull Names, one
of the Spaniardes called English Men Gallinas […]. Herevpon, one of the
Dukes (poyinting to the Spanish Soldiers) bid me note how their King kept
them; And indeed, they were all wonderous braue in Apparell, Hattes,
Bandes, Cuffes, Garters, &c, and some of them in Chaines of Gold.
Prisionero, sólo puede salvarse mediante un duelo a muerte (con tres españoles
nada menos, y sin el apoyo de una multitud que le jalee y apoye [«Showtes
ecchoed to Heauen, to encourage the Spaniards; Not a shoute, nor Hand, to
hearten the poore English Man»]). Y Pike ofrece las siguientes consideraciones
sobre el sentido nacional español del honor:
…the Spaniard is Haughty, Impatient of the least affront; And when he
receiues but a Touch of any Dishonour, Disgrace, or Blemish, (especially
in his owne Countrey, and from an English Man), his Reuenge is impla-
cable, mortall, and bloudy.
Ya liberado por Felipe IV, de viaje a Inglaterra, al parar en Francia, todavía
tiene ocasión Pike de mostrar al orgullo hispano lo vacío de su bravado, pues
se encuentra con un grupo de españoles que insulta a Inglaterra y logra (con
ayuda de otros ingleses) que retiren sus injurias:
Vpon the noise of this Bustling, two English Men more came in, Who
vnderstanding the Abuses offered to our Countrey, the Spaniards in a
short time, Recanted on their Knees their Rashnesse.
Termina así, dice el autor, su Peregrinación Española, guiado en ella (Es-
paña) como por valle de lágrimas y de destrucción por el poder salvífico de
Dios, protector del peregrino (inglés). Pike (personaje) de hecho reaparecerá
(aunque situando el hecho en Lisboa y con ciertas distorsiones) dentro de
otro breve relato (de 1626), A True Relation of a Brave English Stratagem prac-
tised lately upon a sea town in Galicia. Aunque los detalles de la estratagema
que ahora usa (encierro de los habitantes del pueblo en el barco inglés y
saqueo de la villa por los ingleses) no nos interesan ahora, valga de muestra
el modo como el autor se dirige a su público lector en el prólogo, para repre-
sentar a España una vez más como nación soberbia y a la inglesa como nación
ingeniosa e inteligente, capaz de vencer al insolente hispano:
You shall here (louing Countrymen) receiue a plaine, full, and perfect
Relation, of a stratagem brauely attempted, resolutely esconded with bold
English spirits, and by them as fortunately Executed vpon our Enemies,
teh Spaniards: Who, albeit vpon what Kingdome soeuer they once set but
footing, they write Plus ultra, deuouring it vp in conceipt, and feeding
their greedy ambition that it is All their owne; yet this great goleen Fagot
Introducción 109

of Dominion may haue sticks plucked out of it, if cunning fingers goe
about to vndoe the Band: as by this Galizian Enterprize may appeare.
Por si no quedara claro, el epílogo insiste en la imagen de David-Goliat
tan querida a los propagandistas ingleses de la época desde la época de la In-
vencible, y define a España como llena de orgullo, vanagloria y ambición:
And tus worthy Country-men you see that notwithstanding the proud
brames of the publike Enema their scandals and calumnies, with all the asper-
sions of disgrace that their malice can deuisse, to cast vpon our Kingdome
and Countrey, maugre their Inuasions threatned on Land, or their nauall
tryumphs boasted at Sea; how the great Creador of all things, in whose sight
pride, vaine-glory, and ambition are abominable, can […] by the hand of the
youngman David, stoope the stiffe neck of the strongest Goliath.
También de 1626 es aun otra obra, representativa del gran número de
breves relaciones (que aquí no podemos estudiar en su totalidad) sobre en-
cuentros entre ingleses y españoles y escritas, imaginamos, para levantar la
moral, crear un sentimiento de victoria e insultar la capacidad defensiva y
de lucha de los españoles: A true relation of a brave English strategem practised
lately vpon a sea-towne in Galizia, (one of the Kingdomes in Spaine) and most
valiantly and succesfully performed by one English ship alone of 30. tonne, with
no more than 35. men in her. As also, with two other remarkeable accidents be-
tweene the English and Spaniards, to the glory of our nation49.

49
 Por el contrario, del mismo año existe una breve obra, de Walter Cary, El estado actual de
Inglaterra, en que el autor ofrece dos ejemplos del bienhacer hispano en materia de justicia y
gobierno: «I haue heard, that in Spaine if one be drunke, his oath in neuer after to be taken
before a Iudge»; «I haue heard a very laudable order in Spaine: There are appointed certain
men called Iusticers, which are dispersed ouer the whole kingdome; euery one limited to
certaine Parishes, in which he hath authority to heare complaints of misdemeanours, and
trifling quarrels, and to punish offenders, eyther by fine (whereof he hath part, & the King
the rest) or corporall punishment, as hee seeth good; and to end also causes for trifling debts,
and other matters (being of no great moment) whatsoeuer, without suit: Wheras in England
there are an infinite number of suits tolerated for words, for the least blow, for cattell break-
ing into ground, for trifling debts, and such like: so that if one haue but x.s. owing him, nay,
v.s. or lesse, he cannot haue it but by suit in law, in some petty Court, where it will cost 30.
or 40. s. charge of suit». Carlos I (en 1625), antes de la paz con España de 1630, llamaba a
sus súbditos (al servicio del rey de España o cualquier príncipe extranjero) a deponer armas,
bajo pena de ley: By the King a proclamation for the calling home of all such His Maiesties sub-
iects as are now imployed either by sea or land, in the seruices of the emperour, the king of Spaine,
or the archduches (Printed at Oxford: By I.L. and W.T. for Bonham Norton, and Iohn Bill,
Printers to the Kings most Excellent Maiestie, M.DC.XXV [1625]); a la vez que declaraba
presa lícita el apresamiento de barcos con grano procedentes de España: By the King a proc-
lamation to declare, that all ships carying corne, or other victuals, or any munition of warre,
to, or for the king of Spaine, or any of his subiects, shall be, and ought to be esteemed as lawful
110 Las Guerras de los Estados Bajos

Y de 1628 es un poema, a medias entre satírico y serio, escrito por John


Russell, para acusar de nuevo a España y lamentar la desaparición de los
héroes que antaño vencieron a los españoles:
Our fathers dead, their sonnes their courage lost:
Many of bloud, of spirit few can boast.
Where now is Essex Norris, Rawleigh, Drake?
(At whose remembrance yet proud Spaine doth quake)
Where»s Burleigh, Cecill, all those axletrees
Of state, that brought our foes vpon their knees?
Where are such fearelesse, peerelesse Peeres become?
All silenc»d? what, is all the world turnd» dumbe?
Oh how hath trech»rous coward feare enchanted
This plying temporizing age; and danted
Our noblest spirits?
De clara inspiración puritana, The spy discovering the danger of Armi-
nian heresie and Spanish trecherie (Printed at Strasburgh [i.e. Amsterdam: By
the successors of Giles Thorp], 1628) plantea en clave alegórica una lucha
antagónica y de proporciones cósmicas entre las fuerzas del bien y del mal, a
la par que se presenta un cuadro de las herejías cristianas, entre las que se en-
cuadra al catolicismo. El ejército enemigo (Consejo del Anticristo que deriva
de Trento) ha participado en
…massacres, treasons, persecutions,
Close murthers, cruell bloudshed, and dirutions
Of Cityes, kingdomes vvofull devastations.
Rebellions, povvderplots, and vvrong invasions,
Perform»d to force mens consciences, and make
Inconstant soules, vvith errour part to take.
Si nos interesa el librito es porque juega parte crucial el elemento español,
que es como abeja que se quiere meter en la colmena inglesa para forzarle
la conciencia. Los escuadrones están también compuestos por diversas jer-
arquías eclesiásticas (obispos, arzobispos, etc.), así como las temibles hordas
jesuíticas:

prize (Imprinted at London: By Bonham Norton and Iohn Bill, Printers to the Kings most
Excellent Maiestie, M.DC.XXV [1625]); así como establecía una prohición general para el
comercio con España en cualquier forma que fuere: By the King a proclamation to forbid the
subiects of the realme of England to haue any trade or commerce within any the dominions of
the King of Spaine or the Archduchesse (Imprinted at London: By Bonham Norton and Iohn
Bill, Printers to the Kings most Excellent Maiestie, M.DC.XXV [1625]).
Introducción 111

The last (though not the least in force) consists


Of a vvhole Legion of Ignatius Priests.
En medio de tal caos y manifestación del Demonio en la tierra, Inglaterra
(con algún que otro reducto europeo) es el único y verdadero «Puerto de la
Fidelidad».
De un año después (1629, quizá el primero de 1625) datan los dos libritos
de Matthew Sutcliffe en que, aunque justifica que «no hay país como Ingla-
terra» comparada a los países de los papistas (entre ellos España, claro), el
mismo hecho de tener que escribir dichas obras ya pudiera sugerirle a alguien
que quizá existan dudas al respecto: The blessings on Mount Gerizzim, and the
curses on Movnt Ebal. Or, The happie estate of Protestants compared with the
miserable estate of papists vnder the Popes tyrannie. By M.S. Doctor of Diuinitie
(London: Printed for Andrew Hebb, and are to be sold at the signe of the Bell
in Pauls Church-yard, [1625?]); A true relation of Englands happinesse, vnder
the raigne of Queene Elizabeth and the miserable estate of papists, vnder the Popes
tyrany / by M.S ([London] printed: [s.n.], 1629).
Un tratadito, joya del sentimiento antihispano, publicado en 1630 (aunque
el original francés es de 1607), en vísperas de la segunda embajada de Carlos
Coloma a Inglaterra, es una maravilla de la sátira política y xenófoba: Miles
gloriosus, the Spanish braggadocio, or, the humour of the Spaniard lately written
in French, and newly translated into English, with the French annexed, by I.W.
Rodomuntadas castellanas (Londres: Printed by T.H. for I.E., 1630), dirigido
a Lord Cravon. Basándose en la imagen del miles gloriosus de la comedia plau-
tina, el propósito es de puro entretenimiento y el comienzo no puede ser más
indicativo del orgullo rayano en la arrogancia del español:
Vvhen I came into de World, Mars entered into my shoulders, Hercules
into my right arme, Samson into my left, Atlas into my legges, Mercurio
into my head, Venus into my eyes, Cupid into my face, Nero into my
Herat, Iupiter into all my body. In such a maner, that when walked, I
made the earth tremble…
De modo festivo resume en pocas páginas todos los tópicos usados durante los
últimos 80 años por la propaganda inglesa para desprestigiar a España y los espa-
ñoles, y entre ellos se mezclan análisis del carácter español, indicaciones morales
al respecto y simples chistes grotescos y festivos. El Pyrgolynices (Braggadocio)
hispano amenaza con golpear «with such a blow with this battoone that I will
smite thee six feet into the ground», jura que no buscará nunca paz («all my glory
shall be to meet sucha one, vpon whom I might discharge my choler»), dice que
le es imposible dar un mandoble con su mano derecha sin causar menos que la
muerte, que nada en el mundo se iguala a su valor, que su ejército es invencible
(hecho de «truncheons», «Pikes», «Holbards», «Muskets» y «Pistols»), es «king
112 Las Guerras de los Estados Bajos

of the Paladines, the terrour of the world, the flower of the nobilityof the Ro-
domonts, […] couragious as Lucifer, a seruant to Ladies, and souereigne Prince
of the company of the Murderers», su capa levanta vientos huracanados cuando
se la emboza, su espada –de poder hablar- no pararía de contar maravillas, «only
with my voyce, I will penetrate hell, and only with my presence, I will bring all
the world into subiection», desprecia el valor (inexistente) de un capitán inglés,
con un pelo del mostacho que lance hará en él profundo agujero, con su espada
causa la destrucción («I ruinate, I burne, and set all on fire, breaking inexpugnable
armies, Cities, Castles, Trenches, Towers, Walles and Fortresses»), a cualquier sitio
que vaya le acompaña la Muerte, su naturaleza es ser «afable, terrible, and cruell»,
como la de un basilisco, su valor no podría comprarse con todas las riquezas del
mundo, quién podría no enamorarse de cuerpo varonil y luchador como el suyo,
el turco tiembla de sólo oír su nombre, «when I walke though the streets of the
city, a thousand Ladies meet with mee», los dioses –que a Hércules han conferido
rango semidivino- no le inspiran sino risa (pues deberían hacerlo con él, siendo
sus hechos superiores a los suyos), sólo por servir a su señora sería capaz de cual-
quier cosa, hasta con «Destinie», «Time», «Fortune» y «Nature» se atrevió un día a
desenvainar la espada, tal es su osadía, hasta al Infierno se acercó un día para que
Plutón le pagara tributo, si alguien le reta o blasfema puede materle, y a su «his
wife, his seruants, his dogs, his cars, euen to lice, fleas, and semises of this house,
and ruinate it from top to the bottome», es galante pero sólo ama a su señora, a
quien besa los pies. En suma, por repetir los versos con que acaba esta perorata
del Braggadocio,
I only with my sword can doe
What fame can doe and honor too.
I only from the Gods proceed,
More potent then [sic] all humane seed.
De 1630 es un curioso y anónimo Neuues from Millaine and Spaine, donde
se habla de la aparición del príncipe Mammón, diabólico, insultando de paso
la credulidad hispana y los oscuros entramados del papismo más plutónico e
infernal. En tono festivo se traduce una supuesta carta enviada por el rey de
España, avisando
that we haue bin giuen to vnderstand, by persons zealous of the seruice
of God, and of vs, that certaine enemies of Mankind doe conspire how to
sow and disperse those powders or dust here, which hath caused so rigor-
ous a pestilence in the State of Millain, & in other States allyed in friend-
ship to this Crowne; and that for the same purpose are come into these
kingdomes certaine persons, whose pictures and markes be in the power
or custody of vs, and of the Gouernour of our Counsell. And because so
enormous and horible a crime could not be intended nor executed by any
Introducción 113

but by such as hauing giuen themselues to the Diuell, doe endeauour to


destroy the whole race of Mankinde; and seeing it is iust, that they haue
condigne punishment, if temporall torments may suffice for so hainons
and exorbitant a crime. And because it is agreeable to the seruice of God
and of vs, as a thing so important.
Se concluye –en tono burlesco- indicando que la histeria es tal entre los
gobernantes hispanos, que la Inquisición manda que todos los tripulantes de
barcos se presenten ante las autoridades competentes, con lo que el comercio
ha quedado muy perjudicado50. Y también escrito por un testigo de vista
(aparentemente), que se ha convertido para más inri del catolicismo al angli-
canismo (Wadsworth), es (y con el título basta para resumir el contenido de
la obra) The English Spanish pilgrime. Or, A nevv discouerie of Spanish popery,
and Iesuiticall stratagems VVith the estate of the English pentioners and fugitiues
vnder the King of Spaines dominions, and else where at this present. Also lay-
ing open the new order of the Iesuitrices and preaching nunnes. Composed by
Iames Wadsworth Gentleman, newly conuerted into his true mothers bosome, the
Church of England, with the motiues why he left the Sea of Rome; a late pentioner
to his Maiesty of Spaine, and nominated his captaine in Flanders: sonne to Mr.
Iames Wadsworth, Bachelor of Diuinity, sometime of Emanuell Colledge in the
Vniuersity of Cambridge, who was peruerted in the yeere 1604. and late tutor to
Donia Maria Infanta of Spaine. Published by speciall license (Printed at Lon-
don: By T[homas] C[otes] for Michael Sparke, dwelling at the blue Bible in
Greene-Arbor, 1629) (reimpreso en 1630 y sucesivamente).
De 1631, y diferente calado, es la obra de Sir Richard Barckley, The fe-
licitie of man, or, his summum bonum. Allí, con pretendido tono filosófico,
en el capítulo III, se habla del vicio de «covetousness», del que los españoles
son suma muestra. Entre citas bíblicas y de filósofos clásicos, se le recuerda al
público lector inglés el viejo tema de la masacre de indios en América:
The Barbarous people likewise of Peru, seeing the Spaniards, that first plant-
ed themselves in their countrey, given to be covetous and luxurious, feared
lest they would corrupt and alter their accustomed maners. And therefore
at their departure, they railed and called them the scumme of the sea, men
without fathers, and restlesse men that could stay no where to labor for

50
 También en el momento de la llegada de Coloma a Inglaterra se publican oficialmente las
condiciones de convenio comercial (y de paz) entre Inglaterra y España en varias obras,
entre otras Articles of peace, entercourse, and commerce concluded in the names of the most
high and mighty kings, Charles by the grace of God King of Great Britaine, France and Ireland,
defender of the faith, &c. and Philip the Fourth King of Spaine, &c. : in a treaty at Madrit, the
fift day of Nouember after the old stile, in the yeere of Our Lord God M.DC.XXX. / translated
out of Latine into English (Imprinted at London: By Robert Barker and by the assignes of
Iohn Bill, 1630).
114 Las Guerras de los Estados Bajos

their living. Though the pretence of the Spaniards travell, into these new
found lands, were to plant Christianitie among these rude people, and to
reduce them to the knowledge of God; yet the infinit number of thousands
of people, which through their cruelty and covetousnesse, they have there
destroied, in eight and forty yeere twentie millions, as appeareth by their owne
histories, argueth plainely, and is confirmed by this example following; that
the greedy & unsatiable desire of gold and riches, was the cause that drew
them to undertake those painefull and dangerous travailes. Which covetous-
nesse & crueltie of theirs, was a great hinderance to the planting of Religion
there. Ferdinando Sotos, a Spaniard went to Florida to seeke gold, but being
in a great rage and griefe, because he could not there find that hee looked
for, he exercised great cruelty among those barbarous people. It chanced
that a Prince of that country, came to see him, & presented him with two
Parrots and plumes of feathers: after their first salutations ended, the Prince
asked the Spaniard, who he was, and from whence he came, and what he
sought in these countries, committing dayly so many and so great cruelties,
and wicked acts? Sotos answered him by an interpreter, that hee was a Chris-
tian, the sonne of God the creatour of heaven and earth, that his comming
thither, was to instruct those people in the knowledge of his law. If thy God
(sayd the Prince) command Th[…] to run over other mens countries, rob-
bing, burning, killing, and omitting no kind of wickednesse, we tell you in
few words, that we can neither beleeve in him, nor in his lawes. Of these
greedy covetous men, the Prophet Esay speaketh thus: Woe be to you, that
joyne house to house, and field to field, till there be no more ground: Will you
dwell upon the earth alone?
Y de 1632 es el luctuoso y macabro relato de aventuras (ficticias) sobre
la prisión y torturas de un inglés en las cárceles inquisitoriales de Málaga. Ya
hemos visto algún ejemplo de obras semejantes (suficientes como para pen-
sar en ellas como subgénero), que no hacen sino mantener en el imaginario
inglés una imagen de lo español como peligroso y siniestro, como fanático
y fundamentalista: The totall discourse, of the rare aduentures, and painefull
peregrinations of long nineteene yeares trauayles, from Scotland, to the most fa-
mous kingdomes in Europe, Asia, and Affrica Perfited by three deare bought vo-
yages, in surueighing of forty eight kingdomes ancient and moderne; twenty one
rei-publickes, ten absolute principalities, with two hundred ilands.... diuided in
three bookes; two whereof, neuer heretofore published.... Together with the grieu-
ous tortures he suffered, by the Inquisition of Malaga in Spaine, his miraculous
discouery and deliuery thence: and of his last and late returne from the northerne
iles. By William Lithgovv (Imprinted at London: By Nicholas Okes, and are
to be sold by Nicholas Fussell and Humphery Mosley at their shops in Pauls
Church yard, at the Ball, and the white Lyon, 1632).
Introducción 115

Por mencionar otro género diferente, en términos de epinicio burlesco


tenemos las coplillas simpáticas con que se relata un encuentro marítimo entre
Holanda y España, cantadas con la música de «Let us to the Wars againe»:

IN every place where men did meet,


The talk was of the Spanish Fleet,
Which the stout Dutchmen with great boast,
Besieg»d upon our English coast:
Now every severall expectation
Is satisfi»d by this relation.
Great pitie tis that any pen
Should note such hate twixt christian men.
It was a pittifull conclusion,
Of Christian bloud so much effusion,
That who the storie reads or hears,
If he can scape the shedding tears,
Tis what the writter could not misse,
When he the storie wrote of this.
Great pitie this that any pen,
Should note such hate twixt Christian men.
This Spanish Navie (as tis said)
To th’Cardinall Infanto’s aid,
Was carrying men and money store,
Hoping to land on Flanders shore:
But their intention now is voide,
The Dutch hath them almost destroy»d.
Great pitie tis that any pen,
Should note such hate tvvixt Christian men.
The Hollender who long hath been
Against the Spaniard armde with spléene,
Waits all occasions that he may,
To circumvent him any way,
As now for him he laid a traine
To catch him far enough from Spaine.
Great pitie tis that any pen,
Should note such hate tvvixt Christan men.
The Spaniards being pestered sore,
With what they could have wisht on shore,
Unarmed men for sea unfit,
Few of them being preparde for it,
And lying long on our cold clime,
Many were thrown ore board that time:
116 Las Guerras de los Estados Bajos

Great pitie tis that any pen


Should note such hate tvvixt Christian men.
The Hollender with fresh supply,
Insulteth ore his enemie,
Vowing the totall overthrow
Of th’Spanish Navie at one blow.
To say the truth their odds was much;
Fourescore Spaniards, sixscore Dutch.
Great pitie tis that any pen, &c.
On Friday morning that sad time,
This bloudy battell was in prime,
The stately Admirall of Spaine,
Weigh»d Anchor, and put forth to th»Main,
The Hollend Admirall did the like,
One did against another strike.
Great pitie tis that any pen
Should note such hate tvvixt Christian men.
A certain space they did abide,
Fighting all stoutly on each side,
So that the Ordinance of the Dutch,
Hath Lower Deale spoild very much.
Out of the Town the people fled,
Yet many cattle were struck dead.
Great pitie tis that any pen
Should note such hate tvvixt Christian men.
At last the Spanish Navie stout,
(Orecome with force) was put to rout,
And of their ships full twentie foure,
Were gravelled on our English shore,
At Dover and at other Ports,
Where ships for saftie oft resorts.
Great pitie tis that any pen
Should note such hate twixt Christian men.
Eight of the Spanish ships that day
Were burnt and utterly cast away,
The Admirall when he did see
His ship perforce must taken be,
He with a manly resolution,
Set it on fire in the conclusion.
Great pitie tis that any pen
Should note snch hate tvvixt Christian men.
It was a spictacle of woe,
Introducción 117

(Grant Lord that time the like nere show)


To sée men from a fired ship.
How they out of the Port-holes scip,
Each one pronouncing this good word,
Have mercy on my soule O Lord.
Great pitie tis that any pen
Should note such hate tvvixt Christian men.
What losse the Hollander hath had,
Was not in this relation sad,
Mentiond at all, but at the last,
Will bring to memorie things forepast,
But certainly we may coniecture,
That Canons preach a bloudy Lecture.
Great pitie tis that any pen
Should note such hate tvvixt Christian men.
A thousand men or rather more,
Are of the Spaniards swom on shore,
At Dover, Deal, and Waymouth, they
Are living all this present day,
This was the fiercest fight at Sea,
That hath been fought this many a day.
Great pitie tis that any pen
Should note such hate tvvixt Christian men.
A multitude the sea cast up,
Which all had tasted of deaths cup,
Some without heads, some wanting armes,
Some legs, all shewing what great harmes
Proceed from that inveterate spléene,
Which hath long time inventing been.
Great pitie tis that any pen, &c.
I oft have heard that winters thunder,
To us produceth Sommers wonder,
The fourteenth of Ianuary last,
Thunder and Lightnings made us agast,
And now this thundring on the main,
Hapt on our coast’twixt Holland and Spain
Great pitie tis that any pen, &c.
O that all Christians would accord,
To fight the battell of our Lord,
Against the Infidel and Turke,
That upon our dissention worke,
He counts it a most politicke matter,
118 Las Guerras de los Estados Bajos

Alwayes to fish in troubled water.


But God grant peace, and right all vvrongs,
By giving right, vvhere right belongs.

Pero detengámonos aquí, aunque podríamos aumentar aún más la nómi-


na de obras que mostrar como prueba de la literatura antihispana en la In-
glaterra de la época. Como indica Maltby, a medida que se acerca el trágico
final de Carlos I, Inglaterra se encierra en sus propios problemas y España
debería haber quedado olvidada en la propaganda inglesa, pues no se in-
volucró más en asuntos referentes a ella. Sin embargo, a partir de 1642 se
percibe un recrudecimiento de dicha propaganda antiespañola, que Maltby
atribuye a propaganda contra la casa Estuardo: «It is clear from this that
hatred for Spain was already so deeply engrained in the English mind that
it could be used as a stick with which to beat an unpopular ruler» (113). Lo
mismo cabe predicar del antihispanismo de la época de Cromwell, «little
more than the evanescent product of the specific crises in which it appeared,
a mere will-o’-the-wisp», sin la unidad, coherencia y propósito común de
los panfletos de épocas anteriores. O incluso de la época siguiente, la que
sigue a la Restauración con Carlos II (1660). Que estos temas podían ser
reutilizados ad infinitum y que el sentimiento antiespañol corría por dentro
de la piel inglesa (además de que daba para que la imprenta pudiera seguir
ganando dinero con dichos topoi) dan muestra algunas publicaciones con
que cerraremos estas reflexiones, ambas situadas a casi 60 años después de
la presencia de Coloma en tierra inglesa. Insistimos, de nuevo, en que son
sólo una muestra de lo que –de intentar una catálogo completo- deberemos
dejar para otra ocasión.
De 1660 data The Character of Spain: Or, An Epitome of Their Virtues and
Vices, corolario, como muchas obras de esta época, de muchos clichés sobre
España. El país es «Nature’s Sweating-tub», nido de lobos, «the very seat of
Hunger and Famine»; los españoles son ambiciosos como harpías:
Pride, haughtiness, and Ambition, accompanied with an imaginary con-
ceit of their own peculiar Grandeza, are the Ingredients that usually g oto
the composition of a Spaniard.
Nadie que se precie de honorable se relaciona con el trabajo manual, algunos
incluso se creen tan buenos como el rey, y en general se caracterizan –por
consenso de los historiadores- como crueles e inhumanos. Maltby, acertado
como siempre, concluye que el antihispanismo mostrado por ésta y otras
obras no es de raíz intelectual (como lo será el antihispanismo [y anticatoli-
cismo] francés del siglo XVIII ilustrado y enciclopédico), sino «founded
on moral grounds and in its first phase was base on a concept of inherent
Spanish wickedness» (133).
Introducción 119

De 1680 data la publicación de una hoja volandera, impresa por Samuel


Ward (predicador de Ipswich y autor de numerosas obras devotas y sermones)
-y después reeditada en 1689: The papists powder treason 1588, Deo trin-uni
Britanniae bis ultori in memoriam classis invincibilis subversae submersae prodi-
tionis nefandae detectae disiectae: To God, in memorye of his double deliverance
from ye invincible navie and ye unmatcheable powder treason, 1605, invented by
Samuell Ward (Londres: P. Stent). Se trata de una imagen grabada con texto
cuatrilingüe en latín, inglés, alemán y holandés, que conmemora las victo-
rias contra la Invencible (1588) y «The Powder Plot» (1605). Un cielo entre
nubes deja ver un sol del que sale un rayo con el siguiente emblema: «Video
- Rideo». La imagen se divide en tres partes diferenciadas. En el medio se ve
una tienda de campaña sobre la que corre un friso con el lema «In perpetuam
papistarum infamiam». En la tienda están de pie y sentados en torno a una
mesa de cambio varias figuras eclesiásticas y civiles contando dinero. A la
derecha de la tienda de campaña se ve un edificio (iglesia) rematado por dos
pináculos con dos calaveras. En el mismo se ve un friso con el lema «Opus
tenebrarum» (¿cárceles inquisitoriales?) y debajo del mismo un río que entra al
edificio por lo que parecen ser calabozos lóbregos. Entre la tienda y el edificio
se ve una figura humana acosada y hostigada por un macho cabrío. A la izqui-
erda de la tienda se ve una escuadra de barcos. Desde el cielo (desde dos bocas
de ángeles) se lanzan a la flota de barcos sendos vientos, bajo el lema «Difflo
- Dissipo».51 Por medio de la flota, dispuesta en la clásica formación de media
luna de la escuadra española de la época de la Invencible, aparece el lema
«Ventorum ludibrium». Es clara la relación que se establece entre el catoli-
cismo y la falsedad de Papas y emperadores que sólo se preocupan por el lucro
y el lujo, así como la relación entre catolicismo, tortura-Inquisición y pacto
diabólico. Asimismo, desde el plano sobrenatural (representado por el cielo)
se hace clara la idea de la asociación entre protestantismo y protección divina.
La obra forma parte de una especie de subgénero dentro de la literaria
panfletaria del siglo XVII. Este subgénero incluye trabajos en que se analizan
a la par la victoria sobre la Armada española en 1588 y la que puso fin al
«Gunpowder Plot» (Hurstfield). Podemos citar como paradigmáticas de este
subgrupo la obra de Samuel Clarke, England’s rememb[rance] a true and full
narra[tive] of those two never to be forg[otten] deliveran[ces], one from the Span-
ish invasion [in 88], the other from the hellish powder pl[ot] November 5, 1605:
whereunto is added the like narrative of that signal [judgment] of God upon the
papists by the [fall of the] house in Black Fryers London [upon their] fifth of No-
vember, 1623, collected for the information and b[enefit of each fa]mily by Sam.

51
 Parte de este lema podría proceder de la medalla conmemorativa acuñada en Inglaterra tras
la derrota de la Invencible, donde se leía: «Flavit et dissipati sunt» (´[Dios] sopló y los hizo
desperdigar´) (Hanson 524).
120 Las Guerras de los Estados Bajos

Clark (Lon[dres]: Impreso para J. Hancock, 1676); y la de Matthew Havi-


land, A monument of Gods most gracious preservation of England from Spanish
invasion, Aug. 2, 1588 and Popish treason, Novem. 5, 1605 (S.l.: s.n., 1650).
En esta misma línea, James Salgado (¿Santiago? Salgado), exsacerdote
católico español afincado en Inglaterra, publicó numerosas obras en Londres
en las décadas de 1680 y 1690.52 Su poema bilingüe (en latín e inglés) dedi-
cado a Isabel I (cuyo nombre significa «God is my rest») y la derrota de la
Armada española lleva por título Carmen in serenissimae Reginae Elizabethae
Natalitia, classem Hispanicam ab ipsa devictam, & conspirationem papisticam
antiquam & modernam. A song upon the birthsday of Queen Elizabeth, the
Spanish Armado [sic], the Gun-Powder-Treason, and the late Popish Plot. (¿Lon-
dres?: s.n., 1680). Recuerden, dice el autor, los protestantes, con corazones
agradecidos el 17 de noviembre, natalicio de Isabel, Débora inglesa, «whose
life was life to protestants, and death / to Popish rebels […] / [...] that noble
queen / who us from Popish bondage did redeem». En el tiempo de «Bloudy
Mary» no hubo descanso de penas, trabajos, angustias, dolores y aflicciones,
y numerosos santos sucumbieron en martirio; con Elisabeth, por el contrario,
«twas like a resurrection from the dead, / then joy and gladness ran down
like a river, / then peace and truth did sweetly kiss each other». Fue acicate
contra papistas, destruyó los altares de Baal, diseminó el Evangelio como luz
y verdad. En medio de esto, «the Spaniards hatched mischief, came upon /
her majesty with al their great Armado [sic], / threatening the English with
a proud bravado». Cuando por fin se encontraron las dos escuadras, «against
the Spanish God stretch out his hand, / the several winds came forth at his
command. / […] / Thus God gave her a glorious victory / and brought his
people out of jeopardy». Los españoles cantaron victoria antes del triunfo;
Isabel respondió: «Thou, said she, that Gods holy laws did break, / unto a
womans yoke shalt yield thy neck». En tiempo de Jacobo I se descubrió el
llamado «Gunpowder Plot», «by the jesuitish heads begot», cuyo propósito
era «to flay both young and old, like savage beasts, / to flay the sucking at
the mothers breasts, / to make the streets run down with bloud, to fire / the
houses, this was their vile hearts desire». Alabemos, concluye, a Dios por su
Victoria y démosle gracias:
Up, protestants, repay the Pope his due,
and do to him as he hath done to you.
O utinam subito flammis absentibus absens
ardeat in sumosque fluat consumptus inanes!

52
 Recordemos de él su Confesión de fe en latín (A confession of faith in Latine, Londres: [s.n.],
1680; y A confession of faith of James Salgado, a Spaniard, and sometimes a priest in the Church
of Rome dedicated to the University of Oxford: with an account of his life and sufferings by the
Romish party, since he forsook the Romish religion, Londres: William Marshall, 1681.
Introducción 121

Atque illi aeternae sint haec praeludia flammae.


Salgado había inciado una campaña en la imprenta para desprestigiar a
España, que se salda con unas cuantas publicaciones verdaderamente inte-
resantes. Así, de 1684 data The manners and customs of the principal nations
of Europe gathered together by the particular observation of James Salgado... in
his travels through those countries; and translated into English by the authors
care, anno 1684 (Londres: T. Snowden,  1684), obra que costea el mismo
autor. Este poema bilingüe (latín e inglés) va abordando una serie de temas,
a partir de los cuales se compara el ingenio y comportamiento de alemanes,
franceses, italianos y españoles. Aparte de entrar en el tema renacentista de
la comparación y rivalidad de naciones, es de destacar que a través de estos
versos satíricos se esconde la idea de la creación de una conciencia de carácter
nacional, de un sujeto nacional. Merece, sin duda, que editemos la versión
inglesa por entero:
In Counsel
The German’s slow but sure, not froth nor flash;
the English resolute; the French are rash;
the Italian»s subtile, politik and wise;
the Spaniard cautious, wary to advise.
In Faith
The German’s firm, the English doth distrust;
the French unstable, light as summers dust;
the Italian does as int»rest bids, believe;
the Spaniards faith is that he may deceive.
In Love
The German know not what this passion means;
the English somewhat; France is all extrems;
the Italian loves intrigues can carry on;
the Spaniard loves to purpose like a man.
In Stature
The Germans they are bulky, big, and tall;
the English comly, well proportion’d all;
the French do twine and twist their bodies so
that th’Devil himself can scarce their stature know;
the Italian»s middle siz’d, not short nor tall;
the Spaniard is ill featur’d, swarthy, small.
In Clothes
The German’s garb is course, cloath spun at home;
the French and English change with every moon;
in all their changes lavishly profuse;
as though ‘twas all for show and not for use;
122 Las Guerras de los Estados Bajos

their apparel the Italians spare;


and all the Spaniards very modest are.
In Science
The Germans pedants are in sciences;
the English philosophically wise;
the French do’s something of all knowledge sound;
Italians doctors like; Spaniard profound.
In Secrecy
What Germans hear it gets out of their head;
the English know what should be done or said;
the leaky French for secrecy are fools;
secvrets run through them through some thousand holes;
the mute Italian has no tongue for this;
the Spaniard close, faithful, and silent is.
In Language
The German mad-men like speak wild and bold;
the English speaks for fear his mouth catch cold
like lady Small-Mouth; and the French do’s cant
as Madam-singing agrees in patch and paint;
the Italian like Stage-Play’s acts his words;
the manly Spaniard nature’s voice affords.
In Injuries and Favours
The German neither good nor evil do;
the English both, if causes call thereto;
the French their good forget, their wromgs forgive;
the Italians love whom they their friends believe,
firm to their hate in their revenge they’re mad;
the Spaniard’s most alike if not as bad.
In Feasting
The German drowns in wine his wits and might;
in various plenty th»English do delight;
Moun[i]car [sic] for kick-shaws delicate, fine knacks;
the Italian»s sober but the Spaniard lacks,
when he dies feast his Lords and Dukes he has
but one poor pound of meat and twelve of grass.
In Manners
The German’s clownish, th’English are austere;
the French are courteous, kind, and debonair;
the Italian’s in his carriage very civil;
the scournful Spaniard proud as any devil.
In Courage and Mind
Rough like a bear the Germans seem to us;
Introducción 123

like lions the English, great and generous;


quick piercing eagle-like the French; no less
th’Italian fox-like, thrives by craftiness;
the Spaniard bears an elephant-like state,
majestick, slow, grave, and deliberate.
In Grandeur and Stateliness
The German»s grandeur is where none doth see;
the English love magnificence at sea;
but the French court os glorious, greta and bave;
and sumptuous churches will the Italians have;
the Spaniard loves his armour should be fine
and feels in splendid coats of mail to shine.
In Beauty
The Germans seem like statues made of brass;
the French has mans, the English angels face;
the Italians so and so; but you may trace
the Devil’s hoof i’th’ Spaniards cloven face.
In Writing
The Germans speak but bad yet much do write;
the English speech»s not well, his lines polite;
the French speak well yet they can best indite;
the Italian is but so and so in both;
the Spaniard would do well were»t not for sloth.
In Presence
The German is a sot, so speak his eyes;
the English looks not over fool nor wise;
the French seems mad yet sew their wit can scan;
the Italian seems and is a prudent man;
but formal Spaniard with»s deep gravity
would fain seem wise yet none more fool than he.
In Laws
The Germans laws are rigid and severe
yet towards these they strict observance bear;
France to good laws gives no obedience due;
the English still are hankering after new;
the Italians have good laws which they observe;
the Spaniards from nor good nor bad dare swerve.
In Service
Germans are slaves; the English free-men all;
Humble the French; the Italians punctual;
the Spaniard as it do»s his state befit
in service doth obediently submit. In Humour and Disposition
124 Las Guerras de los Estados Bajos

The German’s changeable like wind and air;


the French is cheerful, brisk, and jocular;
the English is censorious, full of gall,
tart in reflection and satirical;
the Italian he is complaisant and brave;
the Spaniard majestick is and grave.
In Religion
The German is religious throughout;
zelous the French; the English are devout;
th»Italian every superstition try;
the Spaniard’s slust with grave hypocrisie.
In Marriage
The German’s lord and master of his wife;
the English with them lead a slavish life;
the French like yoke-fellows keep to the Law
of their estate and equally do draw;
th»Italians wives may them their jailors call;
the Spaniard»s cruel and tyrannical.
The Women
The German women are good, chast, and cold;
in England they are queen, free, head-strong, bold;
the French are noble madams but (all know’t)
they’re wanton and lascivious like a goat;
th’Italians they are wicked though confin»d;
in Spain they’re handmaids of an amorous mind.
In Diseases and Infirmities
The knotty gout does rack the German-toes;
the great Sir P… gets monsieur by the nose;
the scurvey does the English over-run;
Italy is pestilence undone;
The Spaniard for cold swellings have no ease,
King-evil is their Catholik disease.
In Civil Business and Meetings
The German well begins, concludes amiss;
the English man wedded to his judgment is;
the French capricious, windy, giddy, vain;
the Italian shows he has a politick brain;
but various the conditions of Spain.
In Merchandizing
The German care at last, at first neglect;
gain puffs not th’English nor does loss deject;
French covet all if without any pain;
Introducción 125

th»Italian well doth weigh his loss and pain;


the Spaniard never did great seats in trade
because to venture far he is afraid.
In Travelling
The German travel ‘cause their custom «tis;
th’English a fool»s humour for the please;
th’Italian and the French like wise men when
they travel «tis to learn both things and men;
the Spaniard travels for some want or strife
to feed his hunger or to save his life.53
En vena diferente discurre su A confession of faith of James Salgado, a
Spaniard, and sometimes a priest in the Church of Rome dedicated to the Uni-
versity of Oxford: with an account of his life and sufferings by the Romish par-
ty, since he forsook the Romish religion (Londres: Impreso para for William
Marshall, 1681; hay también versión de 1680, en latín, Londres, s.n.). Un
breve prólogo dedica el libro «to all singular members of the University of
Oxford», firmado por «James Salgado, a converted Spaniard». Los «roma-
nistas» no fomentan que los fieles lean las Escrituras. A él le movió enor-
memente el siguiente pasaje del apóstol (2 Tim. 3:16): «All Scripture is
given by divine inspiration and is profitable for doctrine, for reproof, for
correction, and for instruction in righteousness that the man of God may
be perfect thoroughly furnished unto all good works» (1). Convencido de
que sólo en las Escrituras se encuentra instrucción para el camino de la
salvación, rechazó la Iglesia Católica y se declaró a sí mismo miembro de la
Iglesia Reformada. Asimismo, quiso publicar al mundo el testimonio de su
fe, que es el siguiente: «I confess that the Holy Scriptures are sufficient for
salvation» (3). Dios, además, es el supremo juez de todas las controversias,
no la Iglesia, como dicen los papistas.
Esto da de sí la literatura antiespañola publicada grosso modo en Inglaterra
entre 1585-1640. Particularmente virulenta en la época Isabelina y caracte-
rizada por la ansiedad en la de Jacobo I y hasta en la de su sucesor, repite y
reitera una serie de tópicos que ya vieron la luz en la literatura antiespañola
anterior de Holanda y la que se propaga en Francia por la misma época (y en
mucha menor medida en Italia). En ella interesa señalar ante todo el enorme
número de obras que la componen, que habla casi de la obsesión inglesa con

53
 Al capítulo de la comparación de naciones, y en particular en lo relativo a la comparación
entre España e Inglaterra, pertenece la descripción de John Earle, en su Micro-cosmographie
de 1628, cuando habla de la tienda de un mercader en tabacos, y allí nos indica que «it is
the place only where Spain is commended and preferred before England itself». A la calidad
del tabaco español («the pure Spanish leaf») se refiere también The Actors Remonstrance de
1643.
126 Las Guerras de los Estados Bajos

España y lo español. En segundo lugar, el contenido, que reitera hasta la


saciedad la noción de una España bárbara, sangrienta, cruel, ansiosa de domi-
nio universal y fundamentalista en materia religiosa. En tercer y último lugar,
y más importante, su papel como propaganda, modeladora de una conciencia
nacional y formadora de un concepto de nación. En este sentido, esta litera-
tura difunde la noción de que quien no piense como el poder es traidor a la
patria, evitando con ello la disensión ideológica, aisla a la nación como una
isla batida por las olas enemigas, radicaliza la xenofobia al sembrar el miedo
al otro, y aúna la población en torno a la idea de un enemigo demonizado y
animalizado que amenaza la esencia y vida de los ciudadanos. En suma, esta-
mos con todo ello ante el modus operandi del Estado Moderno.
*****
Una coda especial merece el episodio de la oferta de conspiración hispano-
irlandesa a Felipe IV en que Carlos Coloma se vio involucrado durante su
primera tenencia del puesto de embajador de Inglaterra. El contexto en que
la misma tuvo lugar es el de las consabidas negociaciones matrimoniales para
la boda de Carlos, príncipe de Gales (hijo de Jacobo I), y la infanta María,
hija de Felipe III (hermana de Felipe IV). Dentro del delicado equilibrio de
la política matrimonial de las casas monárquicas gobernantes en Europa, la
posible boda se situaba en el marco de la Pax Hispanica del momento (tras
los tratados de Vervín, paz con Inglaterra54 y Tregua de los Doce Años con las
Provincias Unidas holandesas55) y dentro del deseo por parte de los Estuardos
de lograr un equilibrio entre Francia y España del que pudieran ellos mismos
salir beneficiados, un tanto descontentos de su política favorable a Holanda
en las décadas anteriores. Dos sombras de relevancia se cernían sobre dichas
negociaciones hacia 1620: el asunto del Palatinado (Federico, elector y yerno
de Jacobo I, había sido expulsado por tropas españolas), visto como ofensa
personal por Inglaterra, y el hecho de que el Papa Pablo V (y el estamento teo-
logal católico) estuviera remiso a un compromiso anglo-hispano (protestante-

54
 A proclamation or edict Touching the opening and restoring of the traffique, and comerce of
Spaine, with these countries: although they haue seuered themselues from the obeisance of the
illustrous Arch-duke, as also with all vassals and subjects of princes and common-weales, being
their friends, or neutrals. Faithfully translated out of the Nether-landish tongue, according to the
printed copy: imprinted at Brussels (Imprinted at London: By W. W[hite] for Tho. Archer,
and are to be sold at the little shop by the Exchange, 1603).
55
 A proclamation of the truce betvveene his Maiesty of Spayne, and their most illustrious High-
nesses on the one party, and the States generall of the vnited Netherlands on the other party,
proclaymed before the townehouse of the citie of Antwerpe, the 14. of Aprill, Anno. 1609. /
Translated out of the Dutch, after the copy printed at Antwerpe by Abraham Verhoeuen. 1609
(Imprinted at London: For Iohn Budge, and are to be sold at his shop at the great south
doore of Saint Pauls Church).
Introducción 127

católico)56. Un capitán irlandés (en Londres) presentó en persona a Carlos


Coloma (ver Carter para un análisis de diplomacia y espionaje en esta época)
el 17 de agosto de 1624 un plan de invasión que había preparado él mismo
con la ayuda de un sacerdote irlandés, Pablo Requet, y que ya había sido
presentado al rey de España seis años antes (Elliott 1991, 243). Quería con-
tar con la ayuda española para el mismo. Coloma informó debidamente de
dicho plan a las autoridades de Madrid. Los irlandeses se resentían del yugo
impuesto por Inglaterra, especialmente (aunque no de modo exclusivo) en
materia religiosa, lo que había ocasionado dificultades para mantener el culto
católico y confiscaciones de propiedad y exilios. Se destacaban en la defensa
de la causa irlandesa las familias O’Neil y O’Donnell, aunque incluso entre
los miembros de la comunidad irlandesa había varias facciones y divisiones
internas. Muchos de ellos (en su mayoría de las clases altas) habían encontra-
do refugio en España y en general en los territorios gobernados por los Aus-
trias. Muchos (las capas más bajas) también habían entrado a formar parte
desde la década de los años sesenta del siglo XVI de los ejércitos españoles,
en especial de los destacados en los Países Bajos. Como indica Pérez Tostado,
reflejando el argumento irlandés de más peso y que contaba con el apoyo del
conde de Gondomar,
a la hora de presentar sus puntos de vista a las autoridades hispanas, uno
de los argumentos más recurrentes a favor del recurso a la fuerza militar en
Irlanda era que mientras Inglaterra solía estar en guerra en contra de España,
las autoridades protestantes en la isla no tenían la posibilidad de agredir a los
católicos, por miedo a provocar una rebelión que pudiera ser aprovechada
por la corona hispana. Su explicación seguía aduciendo que los periodos de
paz con España eran más peligrosos para los católicos irlandeses, ya que en
esos momentos las autoridades inglesas tenían campo libre para imponer las
medidas punitivas que quisieran con el objetivo de debilitar la comunidad,

56
 El estamento teologal inglés también está igualmente remiso a dicha alianza matrimonial,
como demuestra a ciertos años de distancia el delicioso (y anónimo) A collection of records of
the great misfortunes that hath hapned unto kings that have joyned themselves in a neer allyance
with forrein princes, with the happy successe of those that have only held correspondency at home.
Wherein is contained these particulars, viz. That Hen. of Navar marrying with Mary of France,
was unfortunate and fatall to the Protestant religion. That the K. of Navar turning from a Prot-
estant to a persecutor of them, lost his crown, and dyed a violent death. The last Lord Henries
of France murdred, because he but favoured Protestants. That Hen. 4. was a victorious prince,
while he was at defiance with the Pope, but afterwards was stabbed by a Iesuite. How the black
Prince lost France, and was poysoned. The danger for princes to marry with one of a contrary
religion. Of Prince Arthurs marrying with Spain, and the successe. That Queen Elizabeth being
a loan woman, and having few friends, refusing to marry with Spain, and ronouncing [sic] the
Pope, reigned victoriously, and so did King James. That the best support for the crowne of Eng-
land, is the two Houses of Parliament (London: Printed for Henry Iackeson, 1642).
128 Las Guerras de los Estados Bajos

sabiendo que en caso de revuelta, esta no sería apoyada por la Monarquía


Hispánica. Por consiguiente, durante los periodos de paz con la Monarquía
Católica, los Estuardo aprovechaban para destruir toda oposición pro-espa-
ñola en todos sus territorios, sobre todo en Irlanda.
Para ello los irlandeses se lanzaron a una campaña de escritura de memo-
riales a las autoridades españolas en Londres, en Bruselas o al mismo Consejo
de Estado en Madrid. Algunos defendían una postura belicista, de levanta-
miento armado en Irlanda con el apoyo explícito de las fuerzas españolas.
Otros, la clase terrateniente y el estamento religioso, defendió una postura
diplomática que pasaba por un entendimiento con Inglaterra en materia de
tolerancia religiosa y el revocamiento de leyes sobre la tenencia de propiedad
y participación en el gobierno por parte de los irlandeses católicos, el revo-
camiento del juramento de supremacía y el estableciento de una red de edu-
cación (católica) en Irlanda, entre otras cosas. Carlos Coloma, en función de
embajador, comunica la carta al rey (AGS, Estado, leg. 2603, f. 220, «Carlos
Coloma a Felipe IV, 20-8-1624») y el Consejo de Estado responde a la misma
(AGS, Estado, leg. 2516, «El consejo de estado a 19-10-1624»). La propues-
ta, al fin, sería denegada:
En el Consejo los miembros aceptaron como un hecho indudable la im-
portancia estratégica de Irlanda en el caso probable de una guerra con
Inglaterra, a pesar de que uno de los miembros puso objeciones basadas
en factores de táctica militar, sin duda consecuencia de las lecciones apren-
didas en las operaciones irlandesas desarrolladas en época de Felipe II y a
principios del reinado de Felipe III. (Pérez Tostado)
El asunto, pues, quedó definitivamente zanjado. Y la participación de Co-
loma en asuntos ingleses, a cargo de la misión diplomática española, queda así
explicada dentro de las tres notas que hemos señalado en esta sección: defensa
de la religión católica y sus fieles (españoles, ingleses o irlandeses), defensa
del honor de España en la corte inglesa (dando así réplica a la abundantísima
literatura de propaganda y teatro en que se acusa a España de crímenes innu-
merables), administración burocrática de asuntos diplomáticos (incluyendo
redes de información y contrainformación y establecimiento de alianzas con
miembros afectos a la causa española).

3. La prosa histórica de Carlos Coloma. Estilo y modus scribendi.

Sin duda dentro de la obra de Coloma las dos producciones de mayor


peso son su narrativa histórica sobre la guerra de Flandes y su traducción de
Tácito. Vayamos por partes para ver si podemos establecer conexiones entre
Introducción 129

ambas. Vamos a analizar en este breve capítulo algunas de las características


más relevantes de la prosa histórica de Carlos Coloma y de su oficio de his-
toriador. Pero primero debemos comenzar diciendo que el autor, desde el
comienzo mismo de su historia, se ve a sí mismo como continuador –inme-
recido- de la obra de don Bernardino de Mendoza:
Cuarenta y dos años ha durado la guerra en Flandes y sólo ha escrito
relaciones de diez don Bernardino de Mendoza, y, dado que merezca ser
nombrado este trabajo mío junto a tan calificado autor, a lo sumo que-
dará memoria fiel de solos veinte y dos años, quedando los otros veinte a
discreción de extranjeros.
Como tal debemos verle formando parte de la serie de soldados-escritores
que pueblan la biografía militar española del siglo XVI. González Castrillo
(siguiendo en parte a Almirante), de entre la nutrida nónima de teóricos del
arte militar, ha identificado algunas de las características que comparten los
miembros del grupo, que, repetimos, son a la vez historiadores/tratadistas y
ex-soldados. Bernardino de Mendoza, modelo de Coloma, lo expresa en el
«Prólogo al lector» de la siguiente manera:
Mi intención ha sido en el tomar trabajo de escribir estos Comentarios no
tanto por hazer memoria de las ganancias y pérdidas de las vitorias quanto
para que la lectura de él fuesse de algún provecho a los que han de seguir
la guerra y ser soldados, pudiendo con el oír el sucesso de éstas alcançar en
alguna manera conocimiento de las ocasiones y sitios; y debaxo de esto,
aventajar su partido para el pelear en las que les vinieren a las manos, cosa
que se puede adquirir mal, si no es siguiendo años la guerra, que acar-
rea semejante experiencia, o supliendo esto con la lección de alguna que
escriviesse el general que la hizo; o que otro entendiesse los disignios y
razones que le movían para executar las facciones, que es lo que satisfaze a
los soldados y los aventaja en el exercicio militar.
Estos historiadores-soldados son todos (o casi todos) profesionales de la
milicia, retirados del ejercicio de las armas, que, tras de realizar oficios im-
portantes sienten la necesidad de «poner en orden sus recuerdos y vivencias».
En los preliminares o en el cuerpo de la obra hacen referencia a su actividad
en el ejército e indican los variados móviles que les llevan a escribir, que en
resumen son: impedir que los hechos caigan en el olvido, contribuir con su
conocimiento a la sabiduría de los hechos y modos de la milicia, e, incluso,
como en el caso de Mendoza y Coloma, hacer frente a calumnias de historias
extranjeras. Dice Castrillo que en general el soldado-escritor es consciente de
«su escasa preparación literaria» y de sus carencias al respecto, aunque esto
no se puede aplicar a Carlos Coloma. Bernardino de Mendoza (Comentarios)
130 Las Guerras de los Estados Bajos

sería el primero de dicha nómina, y a él se podrían añadir los ejemplos, entre


otros57, del maestre de campo F. de Valdés (Espejo y disciplina militar, 1586),
del maestre de campo Sancho de Londoño (El discurso sobre la forma de redu-
cir la disciplina militar a mejor y antiguo estado, escrito en 1568, sobre el oficio
de sargento mayor [Bruselas: Roger Velpius, 1587), P. Cornejo (Sumario de las
guerras civiles y causas de la rebelión de Flandes, León: Philipe Tinghi, 1577),
Martín de Eguiluz (Milicia, discurso y regla militar, «una de las obras que
más al vivo retratan la milicia española del siglo XVI», Amberes: P. Bellero,
1595 [¿1592?], escrito en 1586), Bernardino de Mendoza(Theórica y práctica,
Amberes: Imprenta Plantiniana, 1596), D. Ufano (Tratado de la artillería
Yuso della platicado por el capitán D. Ufano en las guerras de Flandes, Bruselas:
Juan Momarte, 1612), Luis Gutiérrez de la Vega (Nuevo tratado y compendio
de re militari, Medina del Campo, 1569), Bartolomé Scarión de Pavía (Doc-
trina militar, Lisboa, 1598), Bernardino Barroso (Teoría, práctica y ejemplos,
1622 o 1626), Marcos Isaba (Cuerpo enfermo de la milicia española, Madrid:
Guillermo Druy, 1594), Bernardino de Escalante (autor de unos encomiados
Diálogos del arte militar, Bruselas: Rutger Velpio, 1595), Diego García de Pa-
lacio (Diálogos militares de la formación e información de personas, instrumentos
y cosas necesarias para el buen uso de la guerra, México, 1583), Diego de Álava
y Viamont (El perfecto capitán, instruido en la disciplina militar y nueva ciencia
de la Artillería, Madrid, 1590), Cristóbal Mosquera de Figueroa (Comentario
en breve compendio de la disciplina militar, en que se escribe la jornada de las
islas de los Azores, Madrid, 1596), Francisco Verdugo (Comentario de la guerra
de Frisia, Napoles: Felipe Strigliola, 1605 [escrito en 1594-95]), el capitán de
caballos Diego de Villalobos y Benavides (Comentarios a las cosas de Flandes,
Madrid: Luis Sánchez, 1612 [escrito en 1594-1598]), Antonio Trillo (Histo-
ria de la rebelión y guerras de Flandes, Madrid: Guillermo Druy, 1592), Fran-
cisco Sanvítores de la Portilla (El mal de Flandes y su remedio, h. 1598), Visseo
(Preceptos y reglas tocantes al cargo del capitán general de un exército, Bruselas:
Juan Momarte, 1623), J. Orejón (Curiosa y agradable relaçión de la enterpresa
que trujo el enemigo al castillo de Amberes […] con las formas y me[sic] de los
instrumentos que se dejaron, Amberes: P. Bellero, 1624), A. Carnero (Historias
de las guerras civiles que ha avido en los Estados de Flandes desde el año 1559
hasta el de 1609 y las causas de la rebelión de dichos Estados, Bruselas: Juan de
Meerbeque, 1625), D. de Luna y Mora (Relación de la campaña del año de
mil; y seiscientos y treinta y cinco, BNE ms. 18665/21), etc.
Notemos de antemano que la forma genérica de estos libros varía gran-
demente. Así, los hay escritos en forma de diálogo (remedando el modelo de

57
 Hemos añadido a la lista anterior algunos escasos nombres de escritores que, aunque cru-
ciales para un catálogo de historiadores de Flandes, no vieron sensu stricto participación
militar alguna.
Introducción 131

Del arte de la guerra de Maquiavelo), de discurso o de manual. A ninguno de


ellos pertenece la obra de Coloma, que sigue de cerca el modelo de la obra de
Bernardino de Mendoza y aun el de las historias de sucesos de mayor calado
de la época. Dentro del grupo, puede decirse que la prosa de Carlos Colo-
ma no es la de un soldado de poca preparación letrada. Recuérdese que más
adelante en su carrera se lanzará incluso a la traducción de Tácito, lo que ya
demuestra formación y capacidad intelectual. Su estilo en la obra que aquí
editamos sigue, en general, los postulados de un de historia conscribenda. Di-
cho modelo tuvo en los siglos XVI y XVII varios preceptistas de nota como
Sperone Speroni y Francesco Patrizzi, y entre los españoles deben incluirse
en la nómina Fadrique Furió Ceriol y, en especial, Sebastián Fox Morcillo,
así como figuras del calibre de Páez de Castro, Pedro Jiménez, Felipe de To-
rre, Pedro de Rivadeneira o Cabrera de Córdoba. Foz Morcillo, autor de un
De historiae institutione dialogus, establece que el historiador debe realizar un
ejercicio «completo y perfecto con todas sus partes, obra de un sumo orador,
un hombre prudentísimo y conocedor de la república por su larga familiari-
dad con los acontecimientos» (§ 12), y dice que la historia debe ser veraz58 y
desapasionada59, sin que ello presuponga el alejamiento del autor con respecto
a su materia o la inclusión de la verdad indecorosa. El estilo (en particular
en la narratio) debe ser grave y claro: «La gravedad la proporcionan los he-
chos y la disposición de la oración; la claridad una dicción comprensible y
lúcida y un orden de los hechos adecuado y bien separado» (§ 168), a medio
camino entre el modo poético y el filosófico. Es más, y lo que es de impor-
tancia para analizar la figura de Coloma-historiador y su manera tacitista de
concebir la historia, cataloga la Historia dentro de la Filosofía en el esquema
de las ciencias. No se deben evitar (aunque no ha de hacerse en abundancia
extrema) los comentarios morales sobre los sucesos narrados. Basándose en
un modelo retórico que divide el discurso en preludio, narración y conclu-
sión, a la prosa histórica le interesa mostrar el desarrollo de los sucesos en
detalle, con indicación de los antecedentes y consecuentes de los mismos60,

58
 «Así que no hay nada tan contrario para nosotros y ventajoso para los adversarios, nada tan
molesto, peligroso, nada tan débil o poca cosa que se tenga que omitir en la historia o no sea
digno de conocerse» (Fox Morcillo, § 54).
59
 «En este género alcanzó la mayor alabanza el nombre de Salustio, porque restringió su
odio contra muchos, sobre todo contra Cicerón, con tal de contar la verdad desnuda» (Fox
Morcillo, § 64).
60
 Es de particular importancia para Fox Morcillo exponer en la historia lo que él denomina
«las resoluciones y causas de los hechos […]. Las causas son las que inducen a hacer algo
[…]; resolución es lo que se adopta en la deliberación a la hora de administrar algo […].
Así que la causa es anterior a la resolución y la primera ocasión para ejecutar el hecho; la
resolución es la que nace de la deliberación, una vez que se ha ofrecido la ocasión» (§ 82).
A ello se han de añadir las «resoluciones y preparativos […], aquéllos en lo que toca a la
deliberación; éstos, a la preparación y provisión de lo necesario. Como cuando los enemigos
132 Las Guerras de los Estados Bajos

así como la colocación de éstos en un contexto temporal y geográfico que dé


cuenta y explicación de cómo se ha llegado a los hechos que se narran y dón-
de acontecen éstos. Según Fox Morcillo (y ello será relevante para el modo
como Coloma salta cronológicamente de modo proléptico o anafórico) «los
restantes buenos autores […] narran los hechos como si parecieran haber su-
cedido sin ninguna interrupción en los tiempos, y señálense ocasionalmente
los tiempos y no se diga lo que sucedió en un cierto momento, de manera
que se dé mayor importancia a éste que al hecho» (§ 71)61. En ello, además de
la preceptiva del XVI, sigue claramente el modus operandi de Tácito: «…me
parece conveniente representar qué tal era el estado en que entonces se halla-
ba la ciudad de Roma, cuál la intención de los ejércitos, en qué disposición
estaban las provincias y lo que el mundo se hallaba entero o flaco, para que
no sólo se sepan los casos y sucesos de las cosas, que por la mayor parte suelen
ser fortuitos y casuales, sino también las causas y razones de ellos» (Coloma
1866: 8). Cuando se refieran acciones bélicas, deberá presentarse –además
de los hechos de guerra- una descripción de las ciudades en que ocurren, su
situación, geografía, clima, costumbres, etc. Y asimismo deberán narrarse los
preparativos, sin añadido de ningún comentario por parte del autor:
Narrar qué pactos, qué socios, qué tropas, qué convoyes, qué clase de
escuadras, qué máquinas, qué puentes, qué caminos, qué empalizadas,
qué terraplenes o qué defensas se han hecho es propio de una elocuencia y
una prudencia que vale con que sean medianas, ya que en lo que a esto se
refiere se deben narrar los preparativos tal como fueron hechos, sin añadir
nada para amplificar o disminuir. (§ 94)
Igualmente, sin parcialidad o comentario alguno del autor se deberán poner
«los rostros de los generales, su ánimo, armadura, diligencia, arengas, exhor-
taciones a los soldados, la diligencia o pereza de éstos, sus pensamientos, las
alabanzas o vituperios de las personas, […] la forma de atacar y de expugnar, el
celo de los soldados, su fortaleza de ánimo y las restantes cosas de este tipo» (§
97). O «las muertes acontecidas en el ejército, la rendición de ciudades, cautivi-
dades, devastaciones, asolamientos, destrucciones, fugas, triunfos, trofeos, pre-
mios, honores concedidos a soldados y jefes, castigos a los perezosos, cambios

nos declaran la guerra y la deliberación busca de qué modo les hemos de responder y la
razón y motivo de por qué se infiere la guerra, si existen causas necesarias, o bien la ventaja
de asediar tal o cual fortaleza, de fortificar alguna ciudad, de reunir a los aliados, y para esto
deben ponerse, junto a las deliberaciones de los mandos y del pueblo, las estrategias de los
generales» (§87).
61
 En ello se distingue, dice Fox Morcillo, la historia plena de los comentarios. Aunque el
modelo último de la obra de Coloma son los Comentarios de César (por la brevedad crono-
lógica de los hechos narrados), se asemeja más en disposición y estructura a la historia que
al commentarium.
Introducción 133

de fortuna y ambigüedad de un Marte dudoso, el modo en que unos y otros


han guardado la disciplina militar, etc.» (§ 101), así como cambios y desarrollos
de combates, todo lo cual sigue escrupulosamente Coloma.
Insistamos: todo ello, casi ad pedem litterae, sigue Coloma, como también
lo hacen la mayor parte de los historiadores de los sucesos de Flandes en
general62. Como modelo de comparación, ha de señalarse que el texto que
Coloma es continuación de los Comentarios de don Bernardino de Mendoza
y sigue un patrón muy similar a dicha obra, en la que también habíamos ya
observado su dependencia del ars historica (Cortijo & Gómez Moreno)63. Sin
embargo, y aunque no se descarta la posibilidad del conocimiento directo de
Coloma de los textos de la preceptiva histórica, en vista de esa «comunidad»
de estilo entre los escritores de historias plenas de Flandes (no los de algún
suceso particular), no es necesario sino indicar la semejanza de estilo y modus
scribendi entre los mismos, sin que sea preciso buscar un conocimiento direc-
to de los preceptistas históricos (que no obstante queda como trasfondo).
Asimismo como don Bernardino, y como también señala la ars historica,
Coloma abunda en su obra en la incorporación, a modo de coda o remate a
sus narraciones, de breves apéndices morales64. Son éstos escuetos comen-

62
 Fox Morcillo decía que «si la historia ha de ser clara y pormenorizada, no sólo hemos de
distinguir los hechos en sus tiempos, sino también en sus lugares […] al describir regiones,
localizaciones de ciudades y montes, cursos de ríos, puertos y bahías marinas y demás cosas de
esta clase» (§ 75-76). Se dirá asimismo «qué clase de región es, su naturaleza, clima, clase de
hombres que la habitan, sus costumbres, modo de vida, las ciudades, su administración, go-
bierno, edificioas, aldeas y modo de llevarlas, los campos de cultivo, montes, etc.» En el caso de
historias bélicas pone el ejemplo de César en sus Comentarios (modelo último para la historia
militar de Coloma) y dice que en este tipo de historias «hay que dar razón de si [ocurren] en el
mar o en tierra o en ambos; la descripción de cada región se dará a conocer con sus términos,
lugares limítrofes, la forma del mar, de los puertos y bahías, promontorios, vados, islas, escua-
dras y navegaciones. Y si en tierra, además del modo de la región entera, sus montes, valles,
llanuras, su fertilidad o esterilidad, cultivos, aldeas y demás cosas de este tipo. Más aún, en la
descripción de ciudades se anotará su situación, su amplitud o estrecheza de muros, defensas,
edificios, arrabales, sus ciudadanos y su carácter, naturaleza, conocimientos, costumbres y el
modo de ser de la república entera, para que parezcamos ciegos y extranjeros cuando haya
necesidad de hacer una descripción de estas cosas para clarificar la historia» (§ 77).
63
 La dependencia de Bernardino de Mendoza sobre los Comentarios de César como modelo
se establece en el «Prólogo al lector»: «Particular que comprueva bien la lectura de los Co-
[VIIIr] mentarios de César, a causa de escribir no sólo el hecho, pero apuntar la forma de
pelear, calidad de sitios, y la manera con que disponía la gente para el combatir en ellos con
más ventaja».
64
 Quizá sea el momento adecuado para mencionar el juicio muy categórico que se ha vertido
sobre nuestro autor: «…cuyo estilo es claro, sencillo y noble, bien que poco trabajado; pero
la dicción es castiza y del buen tiempo de la lengua» (Coloma [Varias relaciones] 1880, viii).
Fox Morcillo ya indicaba que «es por esto por lo que al buscar argumento para la historia
no se ha de tener en cuenta el deleite, de modo que, pretendiendo sólo el placer y amenidad
del lector, se olvide lo útil, ya que éste es el mayor vicio» (§ 55).
134 Las Guerras de los Estados Bajos

tarios morales (a menudo de una sola frase) en que el autor aprovecha la


materia narrada para intercalar su opinión de comentarista (más que de sólo
narrador), vertiendo una reflexión moral. En esto ya Fox Morcillo indicaba
lo siguiente:
Además, en la exposición de las deliberaciones, se ha de tener en cuenta
el juicio del historiador no sólo sobre el conjunto sino sobre los hechos
individuales y en tal modo que diga lo que aprueba o juzga recto o en
contra de qué está. Pues exponer las deliberaciones desnudas y no notar, al
paso, su prudencia, temeridad, retorcimiento, fortaleza y moderación, es
propio de aquél que no delibera a su vez, puesto que no distingue qué hay
de bueno o malo en ella. (§ 91)
Así, en el libro II, a propósito del tiranicio y del consejo de los politiques
franceses (de raíz maquiavélica) sobre la ambigüedad moral y de conciencia
que debe ejercer el príncipe, que debe velar sólo por la llamada razón de estado
(en clara referencia a los postulados de Maquiavelo y Jean Bodin), Coloma
objeta lo siguiente:
Como si las reglas del buen gobierno y los preceptos con que la maña y el
cuidado deben asistir a la conservación del Estado no pudiesen praticarse
sin ofensa de la conciencia y lo que pueden hacer la prudencia y vigilancia
fuese necesario mendigarlo del engaño y la malicia; siendo así que para la
conservación de las cosas propias no es necesario engañar, sino procurar
no ser engañado, y esto no [56] contradice las reglas de la conciencia cris-
tiana ni ha menester las que ellos llaman políticas para conseguirlo.
O en el VII se comenta sobre la atrocidad de las guerras civiles:
Que en las revueltas civiles poca cuenta suele tenerse con la fe ni con
las obligaciones, que los más la miden a sus intereses particulares, y con
la cantidad de ejemplos viene a perderse el miedo de la nota que suelen
causar semejantes tratos.
O más adelante en el mismo libro se habla sobre la veleidad de la Fortu-
na:
No pequeño ejemplo de la inconstancia de las felicidades desta vida y lo
poco que puede en ellas ninguno de los medios más eficaces y de cuán
recatadamente se debe fiar de los más seguros.
Ya en el libro VIII se indica que «esto tienen los ruines sucesos, que de
todas las resoluciones son tenidas siempre por mejores las que se dejaron de
ejecutar». Y en el libro IX se comenta sobre la imposibilidad de contentar a
todos:
Introducción 135

…aunque en esta repartición fueron más los que quedaron quejosos que
satisfechos, como es costumbre, todavía sirvió de estímulo a la virtud, en
los acrecentados la recompensa y en los olvidados la emulación.
En el IX se nos dice que «de la estrada cubierta salieron malheridos La
Barlota y el capitán Antonio Sarmiento; tanto cuesta en la guerra deshacer
un yerro». Y al final del mismo se reflexiona, una vez más, sobre la veleidad
de la Fortuna:
Y no sé si por castigo o beneficio de los hombres, que, siendo su condición
tan inclinada a menospreciar lo que posee, aun a los dichosos pienso que
ofendiera la perseverancia de los bienes y en los infelices ya se ve cuánto
fuera intolerable la desconfianza de obtenerlos Y así, con piadosa orden
del cielo, se truecan y alteran perpetuamente todas las felicidades desta
vida para que la posteridad se tiemple con el miedo y la adversidad con la
esperanza.
En el libro XI se nos confirma que «tanto somos más inclinados y fáciles a
la venganza que al agradecimiento», y más adelante se nos dice sobre los ene-
migos que «nunca están sin ellos los hombres que se aventajan a los demás».
Y aun más adelante,
…que no es el menor trabajo a que están sujetos los reyes, el no poderse
escapar de que juzguen y censuren sus acciones con mayor rigor y libertad
que las de personas particulares: algo les había de costar el verse tan supe-
riores a todos los demás de acá abajo.
Un segundo tipo de comentarios (y de nuevo siguiendo los postulados del
ars historica) tienen que ver con disculpas de Coloma al lector cada vez que se
ve obligado a romper la línea cronológica de los sucesos. En el libro II –tras de
insistir en el tópico de la brevitas de la narratio- se excusa por haber relatado
de modo continuado las «cosas de Francia», sin hacerlo de modo alternado
como ha hecho hasta entonces, para que la inteligencia de la narración ganara
con ello:
Éstas son las cosas más notables que pasaron este año en Francia, de que
he procurado desembarazarme con brevedad, sin dejar de tocarlas como
de paso; lo primero por no estar aún interesadas las armas del rey, aunque
sí el dinero y los amigos; y lo segundo por hacer más inteligible la nar-
ración de los años venideros, en que forzosamente habré de alargarme
más, por acompañar a las banderas y estandartes españoles, cuyo suceso es
nuestro principal asunto.
O en general se hacen someros comentarios que versan grosso modo sobre
su oficio de escritor. Así, en el libro V se excusa por haberse visto obligado a
136 Las Guerras de los Estados Bajos

una digresión larga y hace un comentario sobre una posible acusación de falta
de objetividad:
Heme alargado en contar tan medudamente las cosas deste príncipe, in-
ferior a ninguno de los que más celebra la fama entre los naturales de su
patria, Roma, por haberlo notado todo muchas veces y hallarme obligado
a ello en ley de agradecido y de soldado, poniendo, como pongo, en el
primer lugar de mis buenas dichas el haberlo sido de tan gran capitán y
comenzado a tener acrecentamiento y honores militares por su mano.
Y en el libro X se justifica la extensión de la narración sobre el sitio de
Amiéns:
Pero de nada se hizo caso respeto a la felicidad del suceso de Amiéns, en el
cual, por ser el más notable que sucedió en aquellas guerras, me alargaré
más de lo que acostumbro.
Más adelante se explica por qué no se alarga en la narración de un hecho:
…dejando algunas cosas de importancia que entretanto sucedieron en el
País Bajo para el discurso del año siguiente, por no alargar demasiado la
narración déste.
Aun a esta sección corresponderían breves indicaciones en que Coloma
responde a posibles objeciones del lector sobre la veracidad de lo narrado. Así,
«parece increíble, pero es cierto» (libro V); «entre los cuales fueron algunos
eclesiásticos (córrese la pluma de escribirlo, pero pídelo la verdad)» (libro
VI). Ello coincide con lo que el mismo Tácito había dicho en sus Historias,
en traducción del propio Coloma: «Mas el que quiere hacer profesión de fe
y de verdad incorrupta, no debe escribir de alguno con afición ni con odio
particular» (1866: 6).
Un tercer grupo de relevancia está caracterizado por el tema de la objeción
contra las historias extranjeras antiespañolas que, partidistas, tergiversan la
realidad y los motivos de la política española, a entender de Coloma65. A este
grupo pertenecen indicaciones sobre el valor de las tropas enemigas, que él ha
observado de primera mano, lo cual abunda en la veracidad de su narración.
Y ha de recordarse que los preceptistas de historia solían valorar el testimonio

65
 Si Coloma comienza su historia diciendo que la inicia ante la escasez de historias de Flandes
escritas por los españoles, más dados a la espada que a la pluma, recuérdese lo que dice
Fox Morcillo al respecto: «Que estas causas han sido el motivo de que haya habido pocos
hombres ilustres de los nuestros, ya como historiadores, ya en las restantes ciencias […]; que
tomes la tarea de escribir como relajo la historia que deseamos de tu pueblo. Pues no podrás
dar a tu patria mayor beneficio ni ganar más glorioso nombre para ti» (§ 6, 8).
Introducción 137

directo muy por encima del conocimiento extraído de la lectura de fuentes


escritas o de los testimonios de otros testigos entrevistados por el historiador.
En el libro III, al narrar uno de los desastres de las tropas del de Béarne e
indicar la muerte de numerosos dragones, Coloma añade:
… y cantidad de infantería en rocines, a quien llaman dragones, que se
atrevieron a pasar a nado la Marna, animados por el propio príncipe de
Béarne, los cuales fueron todos muertos o presos, digno su valor de más
dichosa suerte, si ya no lo es en un soldado rematar honradamente su vida
a ojos de su príncipe.
En el libro V leemos otra preciosa expresión de este sentir:
Sea lícito, aunque parezca menudencia, pagarles nombrándoles el valor
con que perdieron las vidas, pues no es el menor motivo con que se aven-
turaran, y lo mismo hiciera con los enemigos, si supiera sus nombres66.
De este tenor es la indicación del libro XII:
Más de cuatro mil enemigos fueron los que cerraron de rondón con el
fuerte y entre ellos hubo algunos tan valerosos, especialmente franceses,
que en un punto arrimaron más de treinta escalas y comenzaron a subir,

66
 En ello sigue el ejemplo de Bernardino de Mendoza, y otros, que en sus Comentarios había
dicho: «Y cualquiera que fuesse su disignio de los Condes Palatino y Ludovico y las demás
cabeças de su exército, ellos cumplieron muy bien con la obligación que tenían de buenos
soldados y capitanes, porque alojaron su exército en muy fuerte sitio y procuraron a sus
soldados toda la ventaja que era possible hallarse en él para que combatiessen, y, con la de
ser valientes cavalleros, cumplieron assimismo honradíssimamente peleando por sus perso-
nas como tales» (XI, cap. 13). Señalemos que en este referirse al valor de los soldados, muy
repetido en la obra, así como a sus sacrificios y calamidades, Coloma adopta una postura
bastante realista, aunque en ocasiones peca de excesivo idealismo. Véase Parker 2000 para
un relato más veraz de la realidad de deserciones, calamidades, falta de pagas, dificultad
paulatina para encontrar reclutas para los Países Bajos, envíos de criminales (previa con-
mutación de pena), la atracción que ofrecían «las oportunidades de aventura, huida de los
problemas, juego ilegal, mayor tolerancia hacia la blasfemia, el sexo, la bebida y la pereza»
(278). Para insistir en el tema de la aventura, no me resisto a poner el relato de Coloma
(libro XII, asedio a la isla de Bomel) en que se narra la curiosa historia de los soldados
Hernando Díaz y Roque de Enciso. Como si se tratara de una novela de aventuras del siglo
XVII (aunque aquí la realidad superó a la ficción), Coloma nos dice que «déstos el primero
pasó años antes en busca de un hermano suyo, de quien jamás pudo tener noticia; resuelto
de la conversación de aquel día conocer ser Enciso el hermano que buscaba, que por el
sobrenombre de su madre había dejado el paterno (como en España, en demostración de
amor maternal, se usa, aunque no sin alguna confusión de los linajes). Llegados, pues, con la
admiración y afeto que se deja pensar, después de bien conferidas las señas y asegurados de la
verdad, a abrazarse, una bala de cañón llevó las cabezas de entrambos, dejándolos enlazados
los brazos y juntos los cuerpos, que en la más gustosa hora de su vida la perdieron».
138 Las Guerras de los Estados Bajos

sin que les pareciese a ellos ni al conde Mauricio, que los miraba desde
Voorden, que podía haber resistencia bastante para tanta furia
Y en el libro V se nos recuerda:
Pero los dos capitanes que fueron a reconocer el paso para guiar la infan-
tería se volvieron sin reconocerle, echando la culpa el italiano al español y
diciendo que no había querido pasar más adelante…
Y aun en el mismo libro:
Sin que en esto excediesen los italianos a los españoles, por más que lo
sienta de otra manera algún historiador de su nación, que, como lo vio de
lejos, no se engañó en esto menos que en otras cosas.
Ya en el libro VI se vierten críticas, muy abundantes en la obra, contra
César Campana y los historiadores de su escuela:
…que hasta entonces desde Roán, donde quedó enfermo, como se dijo
atrás, había estado en Bruselas, y no gobernando la caballería de Fran-
cia, como refiere César Campana y los historiadores españoles de su
secuela.
En el libro VII se vuelve a insistir sobre el testimonio directo de Carlos
Coloma, que sólo narra lo que ha visto directamente…:
…cuyos sucesos contrarán los que los vieron, que yo me contento con
escribir los que vi.
...o lo que proviene de relaciones de otros testigos de vista a las que ha teni-
do acceso (libro VIII), siempre indicando que en este caso no lo ha observado
él directamente:
…contaré brevemente lo que dello supe, valiéndome de las relaciones que
se admitieron por verdaderas en el campo del conde, que es, como tengo
dicho, el estilo que sigo en las cosas donde no me hallé67.

67
 También Bernardino de Mendoza hace uso de este modus operandi (‘Prólogo al lector»): «Y si
bien yo he hecho quanto ha sido en mí para cumplir en esta parte con mi desseo, procuran-
do cuando no me hallava presente en alguna facción (por no ser possible estar un hombre
en todas partes, principalmente peleándose en un mismo tiempo en tantas y diversas como
en estas guerras se entenderá) ver los sitios después, e informarme de personas que tuviessen
conocimiento en la guerra para hazerme capaz de la forma como se combatía en ellos, no
me ha sido possible hazer esto con la puntualidad que se conocerá en el discurso de algunas
jornadas, por la ausencia que hize de la guerra cuando fui a España a tratar algunos negocios
con Su Magestad, y a Inglaterra con otra embaxada de su servicio».
Introducción 139

En el libro VIII, saliendo al paso de críticas sobre la brutalidad hispana, se


comenta que «que hubo desórdenes nadie lo niega ni que en tales accidentes
es posible que falten». Y más adelante en el mismo libro:
…y le he querido contar tan a lo largo por algunas consideraciones en
orden a la reputación de la nación española, pues hasta cierto que se puso
a escribir estas guerras dice que entró este socorro por descuido de los
españoles.
Y en el X se abunda en la rivalidad hispano-francesa:
…y en las pausas levantaban los soldados grandes gritos y vocería, bur-
lándose de los franceses y llamándoles con grandes baldones al asalto, los
cuales no quedaban tan inferiores en las palabras como aquel día lo habían
quedado en las obras, antes los amenazaban de degollarlos a todos dentro
de pocos días.
De nuevo en el XI, sobre la veracidad de lo narrado, se dice:
Éste es puntualmente el suceso de la muerte del conde de Bruch, en que
he procurado seguir la verdad con la poca pasión que se puede haber no-
tado de mí en el discurso destas relaciones.
Por último, en el XII, se juntan en uno la protesta de testimonio directo
con el ataque a los historiadores mentirosos:
Y sin embargo quiere un caballero napolitano que recopiló en italiano las
guerras de Flandes que en esta ocasión fuesen el uno y el otro a orden del
dicho Barlota, siendo la verdad lo que tengo dicho, y lo es también que
testifico lo que vi.
Otro grupo de comentarios podría titularse de Hispania, pues versan sobre
la opinión de Coloma al respecto de la política filipina en Amberes, en gene-
ral sobre cuestiones de disciplina de las tropas y de la carestía de dinero para
luchar contra la rebelión, o sobre las naciones involucradas en el conflicto
bélico. Así, en el libro V se puede leer:
…que al fin paró todo en menos de cinco mil hombres de a pie y de a
caballo; tal era la penuria de dinero y tantos los intereses que llevaban en
Amberes los hombres de negocios, que apenas lucían las provisiones que
venían de España, desorden que ocasionó poco después un decreto tan
santo cuanto merecido por ellos.
Más adelante en el mismo libro hay un sentido lamento sobre la falta de
vituallas ocasionada por la falta de dinero:
140 Las Guerras de los Estados Bajos

No se padecía menos falta dellas en nuestro campo, que, aunque las traían,
faltaba a nuestros soldados dinero para comprarlas, y eso tenía fuera de
los cuarteles una gran parte dellos, desamparando sus banderas, salvo los
del tercio de don Alonso, en quien la honra contrastaba a la necesidad; de
tal calidad se vuelven los ejércitos mal asistidos, donde es imposible atajar
estas permisiones, que, fuera de los daños presentes que ocasionan, no es
el menor lo que relajan la disciplina y el respeto de los superiores, sin la
cual cómo podrá un hombre ser temido de tantos.
Ya en el libro VI se avisa contra el peligro de la falta de disciplina:
Comenzaban muchos a murmurar de Verdugo, diciendo que obstinada-
mente trazaba su pérdida, plática en soldados mal pagados perniciosísima.
Y en el libro IX se comenta sobre la taimada actitud de Isabel I de Inglate-
rra, a la que ha dedicado ya muchos comentarios anteriores en la obra como
a enemiga capital de España:
Algunos de los consejeros eran de parecer que las grandes fuerzas que se
habían de juntar se empleasen en cosa de provecho y que mientras los
rebeldes de Holanda estaban sin ayuda de Francia y con poca de Ingla-
terra (cuya reina se sabía por cierto que aspiraba a grandes empresas por
la mar.
…puesto en el que rivaliza con los franceses y especialmente holandeses
(libro XI):
como por la ocasión que se dio con ella a los herejes de Holanda para
exagerar nuestra crueldad, y con el ejemplo de un caso tan atroz hacer
creíbles innumerables mentiras con que por escrito y de palabra han pro-
curado y procuran desacreditar nuestro gobierno y hacernos odiosos a
todas las naciones del mundo con quien provechosamente contratan en
ambos hemisferios.
Y más adelante en el mismo libro se vierte un precioso comentario sobre la
posibilidad de yerros y actuaciones vituperables a todos los ejércitos:
…digan lo que dijeren los historiadores franceses; que yo, porque lo vi,
lo digo, y dijera lo contrario ingenuamente, si lo viera, [385] puesto que
a todas las naciones son comunes y posibles los yerros y este género de
desorden en la guerra en semejantes casos es siempre más digno de castigo
que de vituperio.
En el libro XI se expresa el que fue comentario más generalizado entre
españoles sobre los sucesos de Flandes, que –a su ver- vinieron ocasionados
Introducción 141

(dejando de lado si la guerra fue o no conveniente para las arcas y pestigio


hispanos) por un acto de desobediencia a su soberano natural y desacato/
traición:
…los Países Bajos, en donde parecía que de todo punto se había perdido
no sólo la vergüenza al mundo, sino también el amor y casi la fidelidad a
su rey y señor.
Otro grupo de indicaciones tiene que ver con referencias a la participación
divina en asuntos humanos, aunque Coloma oscila entre un determinismo
resignado y una visión voluntarista que hace de la voluntad humana la res-
ponsable de la suerte o desacierto en las acciones. Así, en el libro V nos dice:
Y, aunque es verdad que reparte Dios las vitorias y las quita según sus su-
premos juicios, es cierto que, poniendo los medios necesarios y al tiempo
que conviene, pueden esperarse; y sin ellos, no sin milagro68.
O en el VII leemos:
…pero, como las cosas de la guerra son punto y hora, no permitió Dios
que el francés se supiese aprovechar desta ocasión mejor que nosotros
nos habíamos aprovechado de otras, errando por querer, con refrescar su
gente, guiarlo demasiado acertadamente; pero el exceso hasta en las pre-
venciones es dañoso, teniendo todas las virtudes límites, que, excedidos,
dejan de serlo.
En el VII se llega al máximo nivel de imparcialidad con un comentario de
todo punto loable:
…puesto que el repartidor de todos los bienes, que es Dios, a ninguna
nación en particular ha vinculado las vitorias.
Más adelante, en el XI, se hace una indicación entre piadosa y quiza sar-
cástica, al respecto de la toma de Calés:
…pero debió de querer Dios quitar toda ocasión de disensiones y encami-
nar una paz firme y durable entre estas dos coronas, como veremos que
lo ha sido ésta.
Otro grupo de comentarios tiene que ver con de nugis o curiosidades. Por
ejemplo, en el libro VI se comenta sobre el papel relevante de las mujeres en
asuntos bélicos en Flandes:

68
 Aunque en la Relación del socorro de Brujas se lee que Dios «es el autor de todo bien […], el
que da las vitorias y las quita conforme a sus ocultos juicios y divina voluntad» (21-22).
142 Las Guerras de los Estados Bajos

…con todo, con la falta de pólvora y continuo trabajo se iba disminu-


yendo mucho nuestra gente de número y de ánimo, ayudando a ellos las
mujeres de los mal afectos y haciendo con sus lisonjas y viles persuasiones
más daño en los ánimos ya descaecidos de aquellos burgueses que si fueran
tres doblados hombres. Y porque aun en cualquiera parte de los Estados
Bajos tienen gran mano las mujeres hasta en las cosas más graves, es sin
duda que en Groninguen la tienen y la han tenido siempre mayor.
En el libro VII se comenta sobre el frío y nieve extraordinarios que hubie-
ron de soportar las tropas:
con un tiempo tan crudo de hielos y nieves, que se quedaron helados
aquella noche algunos soldados en las centinelas.
Y más adelante en el mismo libro se insiste aun más sobre este tema:
…muchos dellos casi sin poder tener las armas en las manos, de puro frío,
por ser a 13 de deciembre y hacer un tiempo cruelísimo de hielos.
Al final de dicho libro se hace un comentario extenso sobre los esguízaros
y su perniciosidad para el ejército español:
Es esta nación de mucho más gasto que provecho, porque no va a los
asaltos ni a las escoltas, no abre trincheras, ni toma la zapa ni la pala
para más que fortificar su [282] alojamiento, que ha de estar siempre
unido y pronto a dar la batalla, como si esta acción no fuese la menos
usada que hoy hay en nuestra manera de guerrear. Finalmente, ellos no
son buenos sino para ostentar un ejército grandioso y para volverse a
sus casas cargados de dinero, dejando sin él a quien los tomó a sueldo;
y en nuestra milicia dañarán siempre de muchas maneras, tanto por lo
que acabo de decir como por el inconveniente de dejar la Alemaña, con
quien nos conformamos más los españoles, cuya amistad, conservada
por largos años, no podrá dejar de padecer diminución, si ve que la de-
jamos por otra no más barata ni más abundante ni más pronta y, sobre
todo, ni más valerosa.
Y en el libro IX se comentan algunos detalles sobre la atrocidad de los
sitios y la hambruna que ocasionan:
Cuando andaba más vivo el sitio de Ardrés, acabaron de consumir los de
la Fera los pocos bastimentos que les quedaban, sin haber perdonado a
los caballos y a los perros ni a otro cualquier género de cosa que pudiese
entretener la vida.
O se indica el paso de la guerra a las fiestas y regocijo, al llegar el invierno:
Introducción 143

Y, como entrado el rigor del invierno se suele respirar algún tanto del
trabajo de las armas y no desdice mucho dellas el ejercicio y regocijo de
las fiestas.
En el libro X se dan noticias etnográficas de Picardía:
Es la gente de las aldeas de Picardía pobrísima y andan vestidos de sayal
blanco o de lienzo, y esto tan roto, que muchas veces muestran por diver-
sas partes las carnes.
Y más adelante, en el X, se comenta sobre las «señoras francesas»:
Son las señoras francesas grandemente atractivas y en la forma de de-
jarse servir tienen sus reglas de estado, con que acomodan siempre a su
provecho no sólo las pasiones ajenas, sino las suyas propias, domando
a la fiera bestia del apetito [447] con sólo el freno de su propia como-
didad.
...o sobre la participación de niños en la guerra:
Nuestra caballería se retiró con tiempo y los que más padecieron fueron
los mozos, de los cuales, con rabia bestial y no acostumbrada entre solda-
dos de honra, mataron los franceses más de ciento, todos ellos niños que
no llegaban a quince años.
Ya en el XI, se indica lo importante de la guerra para canalizar la energía
de la juventud y hasta del comercio:
…fuera del gran provecho que se le siguió al [497] rey de Francia en dejar
al rey con los mismos gastos que antes y tener el desaguadero para sacar
de su reino la gente deseosa de menear las armas, que dentro dél fuera
imposible dejarle de inquietar de mil maneras, por ser abundantísimo de
gente y no tener conquistas apartadas en que emplear la juventud ni otra
saca della que el trato y mercancía que ejercitan en las partes de Levante
y Mediodía, empleo en que de ordinario se ocupa la gente más quieta y
deseosa de vivir.
Por fin, el comienzo del libro XI es especialmente abundante en comen-
tarios sobre la donación de los Países Bajos, dando lugar a alguno como el
siguiente:
Decían, y en particular los soldados, que habían de empeorarse las cosas
de la guerra si de España no se acudía, como hasta allí, con las provisiones
necesarias para ella, lo que era de temer que faltaría algún tanto, hallándose
exhausta de dinero y con obligación de nuevos [483] gastos por el ma-
144 Las Guerras de los Estados Bajos

trimonio concertado también entre el príncipe don Felipe y la serenísima


archiduquesa Margarita, hija del archiduque Carlos y de María, hermana
del duque de Baviera. Desayudaba no poco la vejez del rey, tan combatida
de enfermedades, que no habían menester sus ministros menos tiempo
para resolver las cosas (supuesto que, con todos sus achaques y excesivos
dolores de la gota, había de poner en ellas la última mano) que después de
resueltas en llegarles a la ejecución, y en ambas cosas inferían o que faltaría
a las fuerzas militares con que se conservaba la parte de los Estados que se
poseía, la asistencia conveniente, o que, habiendo de darla, venía a quedar
la corona de España cargada de los mismos gastos y privada de una tan
noble parte de su imperio.

Y más adelante, sobre el mismo tema:


…el rey renunciaba a sus hijos los Estados Bajos, causando siempre mayor
admiración el ver que se consolase de desmembrar de su corona una joya
de tanto valor y de establecer un estado cuyos posesores decendientes, en
dejando de ser amigos (siendo así que entre reyes y príncipes tan grandes
son las ataduras que menos aprietan los vínculos de parentesco), podían
ser ocasión de grandes daños a los demás reinos de la monarquía de Es-
paña, y en particular a los de entrambas Indias, y de que no se le pasó por
alto a su envejecida prudencia es bastante testimonio el octavo capítulo
de las condiciones, en el cual se prohibe todo trato, comercio o comuni-
cación con las Indias Orientales y Occidentales, con pena, cuando menos,
de ser privados en tal caso de la posesión de los Países Bajos…

En el libro XII Coloma, al respecto de la defensa del fuerte de Duetecom,


no sólo habla de la importancia de la unidad en el mando del ejército para
acometer cualquier acción militar, sino expresa –en la única ocasión en su
obra- su concepto de Imperio. Como en el caso del romano, el español se
compone de una multitud de naciones, añadiendo todas su parte al conjunto.
No obstante, la primacía debe siempre otorgarse –en el organigrama bélico
del mano militar- al elemento español:
Que en esta ocasión fue yerro grande, y no menor sinrazón, la que se hizo
al español, quitándole la prerrogativa de mandar a las demás naciones,
sin disputa en igual grado de puestos, como se ha usado siempre y debe
usarse por razones bien claras. Preeminencia que puede praticarse aun sin
sentimiento de las demás naciones, pues los mismos españoles, cuando
eran provincia de los romanos, aunque no menos valerosos que agora, no
pretendieron jamás dentro ni fuera de España igualarles en los honores
militares, prerrogativa abrogada por inmemorial costumbre a todas las na-
ciones donde asiste la silla del Imperio de las demás.
Introducción 145

Dejamos para el final la indicación de lo que podría tildarse de prurito


de honra o de afán de figuración. Son numerosísimas (más de cuarenta) las
menciones a «don Carlos Coloma» o simplemente «don Carlos» en la obra,
en muchas ocasiones motivadas porque el autor participa (como personaje)
en los hechos y acciones bélicas que narra, en otras, sospechamos, porque le
motiva al autor el afán –harto comprensible- de aparecer con puesto de re-
levancia en la narración de sucesos de los que se siente orgulloso69. Es, pues,
sintomático del tipo de narración del poeta-soldado, muy frecuente en la épo-
ca (ss. XVI y XVII), en la que el narrador se ve involucrado en la acción como
participante en la misma. La primera mención da cuenta de su accidente de
guerra cerca de Audenburg:
Al pasar de Audenburg, alistando las armas, con voz de que el enemigo
seguía la retaguardia y poniendo la gente en escuadrón, vino un mos-
quetazo de una manga de mosquetería desmandado y estropeó de una
mano a don Carlos de Coloma, hermano del conde de Elda, soldado de la
compañía de don Ramón Cerdán.
Y la segunda de su nuevo nombramiento, donde entraría cobrando 40
escudos anuales:
Supo por estos días el duque la muerte de don Carlos de Luna, capitán
de una compañía de lanzas españolas que estaba de guarnición en Nio-
porte, y poco después proveyó su compañía en don Carlos Coloma, el
cual, con voluntad de su alteza, deseando acompañarle en aquella jornada,
trocó con don Juan de Córdoba, y así pudo quedar el dicho don Juan en
Nioporte a reposar algún tanto de los trabajos pasados en aquella guerra,
donde había servido con tanto valor y asistencia, y don Carlos comenzar
a servir, puesto que había algunos años que lo continuaba en la infantería,
con ventaja de soldado.
También son ejemplos de su presencia obligada en la narración de sucesos
los dos párrafos siguientes:
Como estaba la gente en guarniciones y el bagaje seguro, hacía la caballería
ligera grandes salidas, y en particular la española, gobernada por don Car-
los Coloma (como más cercana al campo enemigo), le daba todos los días
golpe de importancia. En uno degolló dos compañías de infantería fran-
cesa, desmandadas demasiado en el casar de Rantillí.
Venía también don Francisco de Padilla Gaytán, a quien el duque de

69
 Debe, eso sí, indicarse que esta presencia en la narración como objeto de la misma es mucho
menos marcada en la obra que editamos que en la Relación del socorro de Brujas, del mismo
autor.
146 Las Guerras de los Estados Bajos

Parma, poco antes que muriese, había dado la compañía de lanzas con
que sirvió don Alonso de Mendoza, que era una de las que, con la demás
caballería española, había quedado a cargo de don Carlos Coloma.

Por último, como ejemplo de la presencia innecesaria en la narración, véase


el siguiente párrafo, en que hasta tres veces aparece su nombre:

A los 14 de setiembre ordenó don Agustín Mesía a don Carlos Coloma que
escogiese de sus tropas docientos caballos y que, poniéndose en emboscada
en el casar de Nava, procurase cortar todo el ganado que de mediodía abajo
solían sacar los enemigos a pacer y que en su defensa pelease con la caballería
de Baliñí y procurase mostrarle que no se había engañado en el concepto que
había hecho de su persona y gente. Marchó don Carlos Coloma dos horas
antes del día y, poniéndose en el lugar señalado con sus docientos caballos
escogidos, en avisando la centinela desde la torre de Nava que habían salido
por las puertas cinco o seis manadas de carneros y gran cantidad de vacas,
puso la gente desta manera: dio la vanguardia a Pedro Gallego con los de su
compañía y la mitad de los de Rutiner, que se hallaba ausente, que podían
hacer número de cincuenta arcabuceros; seguían don Carlos Coloma y don
Francisco de Padilla con sesenta lanzas, etc.

Por lo que toca al estilo propiamente dicho, la sequedad de la narración


histórica o el comentario moral se ve salpicada de vez en cuando por un pru-
rito más lírico de la pluma de Coloma. Así, se refiere a la monarquía española,
en metáfora bíblica, varias veces como bajel. A comienzos del libro VIII se lee:
Este gran bajel de la monarquía española en las regiones septentrionales,
tras tan largos años de borrasca, comenzó al principio del año en que va-
mos amenazando naufragio y le acabó, como veremos, con una dichosa
bonanza.
O se usan expresiones populares, como ésta del libro XI:
Cayeron muchas piedras más de tres credos después del estruendo…
…o la del libro II:.»…vista de la ciudad antes que comenzase a reír el
alba…»
Por último, conviene que dediquemos unas breves líneas a lo que podría-
mos tildar de rivalidad entre historici, asunto que permea las páginas de la
historia de nuestro autor, especialmente en el prólogo. Carlos Coloma man-
tiene a lo margo de toda su obra, y más aún que Bernardino de Mendoza, un
diálogo constante con los que podríamos llamar historiadores falaces, autores
en francés, holandés e italiano (más autores en castellano que él considera se-
cuaces de aquéllos). De hecho, podríamos decir que es este motivo de la plas-
Introducción 147

mación de la verdad el origen de su escritura de historia. Como a Bernardino


de Mendoza70, le interesa defender (con la pluma) los intereses que defendiera
con la espada durante su carrera militar. Le afecta sobremanera la injusticia
y alejamiento de la verdad que suponen los comentarios falaces de muchos
historiadores, a quienes ve claramente afectos de parcialidad en detrimento
de la verdad histórica. Pero aunque el tema se podría simplemente reducir
a un afán de búsqueda de gloria patria a toda costa, la lectura de la historia
de Coloma, las críticas que en ellas se vierten a varias conductas y decisiones
políticas y estratégicas hispanas y su intento de elogiar al enemigo cuando lo
considera oportuno, hace que no podamos tildar simplemente de propagan-
dístico y parcial su deseo de atacar a los historiadores extranjeros.
Su historia se escribe sin afectación (partidismo motivado por los afectos
hacia lo español) y no escatima honor y gloria al enemigo, cuando éstos apa-
recen:
Procurado he pintar sin afectación nuestras victorias y nuestras pérdidas in-
genuamente, sin defraudar al enemigo de la gloria que mereció su valor, estilo
poco usado de otras naciones, y menos de la francesa, como si ellos mismos
no llamasen jornaleras a las armas y los efetos dellas no fuesen más sujetos a
mudanzas causadas de leves accidentes, que todas las demás cosas humanas.
Y es esto con tanto extremo, que, llegando sus historiadores a tratar de los dos
años en que se hizo la guerra de rey a rey, cuando nuestros buenos sucesos
parece que se alcanzaban unos a otros, o los deshacen con quimeras sofísticas
o los pasan en malicioso silencio. Estos conocidos y peligrosos estorbos que
procuran poner nuestros enemigos y los que sin consentir este nombre nos
hacen obras tales, para que no llegue a la postridad entera y pura la fama del
valor [4] de nuestra nación, se remedian con el trabajo de pocos

70
 Para Bernardino de Mendoza la historia tiene hasta cierto punto un aspecto providencialista
del que carece para Coloma: «La primera, poder servir de dechado y muestra para que V.
Alteza vea en él los favores, gracias y misericordias que Dios haze a las vanderas y soldados de
los príncipes que emplean las suyas en la defensa y aumento de nuestra Santa Fe, Católica,
Apostólica, Romana. Cosa que no sólo ha hecho el Rey nuestro señor, padre de V. Alteza,
pero sus abuelos y todos sus antepassados, siempre que la conservación de sus propios reinos
y señoríos no les ha forçado a ocupar parte de sus armas en la defensa de ellos, y divertirlas
de los infieles. A cuya causa, Nuestro Señor ha favorecido sus exércitos, no sólo dándoles
esfuerço y valentía [Vv] para vencer los enemigos y sufrir con grande entereza y constancia
infinidad de trabajos, pero ha obrado en su favor y ayuda muchedumbre de maravillas, y en
particular algunas como aquellas con que quiso regalar aquel su escogido pueblo, haziéndole
passar a la salida de Egipto a pie enxuto el Mar Bermejo, y darle la coluna, que de noche
era de fuego y de día nuve, para que le guiasse por el desierto: lumbre con el entretener la
del sol y día para que Josué, capitán suyo, ganasse una batalla donde degolló tanta multitud
de gente» («Prólogo al Príncipe Felipe»). Hay («Prólogo al lector») un aspecto más técnico
incluso, pues escribe «para que la lectura de él fuesse de algún provecho a los que han de
seguir la guerra y ser soldados».
148 Las Guerras de los Estados Bajos

Dentro de este propósito, es tarea de Coloma rescatar la verdad de entre


las tinieblas a que la tienen sometida los historiadores extranjeros71, parti-
distas en su desafecto por España, señalando de paso la escasez de historia-
dores españoles que se hayan animado a poner su pluma en la narración de
las campañas de Flandes. Para ello Fox Morcillo ya ofrecía estímulo, pues
afirmaba que
al historiador le convendrá, puesto que le es lícito interponer su propio
juicio y cuando haya varios pareceres sobre un mismo asunto, juzgar qué
es más verdadero o qué aprueba él más, si algo le parece ajeno a la verdad,
dar algo como falso, reprender a otros autores, condenar algún parecer
como vulgar. (§ 93)
Asimismo, es propósito de Coloma hacer ver al lector que las hazañas
hispanas son émulas de las de los imperios de mayor prestigio en la historia,
siendo España digna sucesora de éstos:
Pero, habiendo llegado este yerro [de los historiadores extranjeros] de
cuenta no sólo a ofuscar nuestras victorias, pasando en silencio mucha
parte dellas, sino a hacernos cargo de culpas que no tuvimos, afirmando lo
mismo el historiador español y pudiéndole presentar nuestros émulos por
testigo mayor de toda excepción, como no apasionado contra nosotros,
me ha parecido no menos justo que conveniente procurar deshacer tan
dañosas nieblas con la luz de la verdad, obligando por mi parte a que los
que tienen autoridad para ello la interpongan en hacer recopilar en un li-
bro todos los sucesos de guerras tan largas y crueles, que serán más afrenta
que emulación a las de Roma y Cartago, Lacedemonia y Atenas.
Un somero juicio sobre las diferentes historias de Flandes escritas en fran-
cés, holandés e italiano da cuenta de las amplias lecturas de Coloma, así como
de su capacidad de percepción a la hora de enjuiciar las directrices de la his-
toria en los diferentes países:
Porque los franceses engrandecen con grandes exageraciones sus victorias
y del todo disimulan las nuestras, comprando a peso de su legalidad la
falsa opinión que dejan en sus escritos a sus decendientes, con quien en
esto usan el mismo estilo que con ellos sus antecesores. Los flamencos ac-
riminan nuestras culpas, atribuyéndonos las de los siniestros sucesos, sin
disimular nuestras victorias, con tal que entre en ellas a la parte la nación

71
 Bernardino, en el «Prólogo al rey», también quiere dejar constancia de la verdad: «Que sien-
do tantos los de estas jornadas como todos verán (si bien no ayan seguido mucho la guerra),
por grossero y tosco que sea el engaste en que yo las pongo, no los perderá, antes [IVv] será
occasión con aver escrito desnudamente la verdad de lo que ha passado».
Introducción 149

valona, digna deste premio por su conocido esfuerzo. Los italianos siguen
otro camino y cuentan nuestras cosas con la tibieza de ajenas, dilatándose
en las suyas con tanto cuidado, que a quien las leyere sin él causará alguna
duda el determinar la precedencia de ambas naciones en el valor y dici-
plina militar.

Entre los historiadores con nombre y apellidos que le merecen juicios


negativos por haber representado falazmente algunos hechos figuran Pompeo
Giustiniano (Braccio di Ferro), maestre de campo de la infantería italiana, go-
bernador de Frisia, autor de la obra Delle guerre di Flandra [Fiandra] libri VI
(Anversa [Amberes]: Trognesius, 1609; publicado en versión latina en Colo-
nia, 1611) y el genovés Girolamo Franchi di Conestaggio, poeta, historiador
y diplomático, que llegó a ser arzobispo de Capua, autor de la difundidísima
Dell’unione del regno di Portogallo alla corona di Castiglia (Génova: Pavoni,
1585), y de la Historia delle guerre della Germania Inferiore (Venecia: Pinelli,
1614, con muchas reediciones posteriores), aparentemente traducida de un
original francés al italiano. También despiertan sus críticas un anónimo autor
napolitano y Cesare Campana, autor de la difundida Della gverra di Fiandra,
fatta per difesa di religione da catholici re di Spagna Filippo Secondo, e Filippo
Terzo di tal nome, per lo spatio di anni trentacinque (Vicenza: G. Greco, 1602),
de las Imprese nella Fiandra del serenissimo Alessandro Farnese prencipe di Par-
ma (Cremona: apresso F. Pellizzarii, 1595) y del Assedio e racqvisto d’ Anversa,
fatto dal serenissismo Alessandro Farnese (Vicenza: C. Greco, 1595). Es posible
que Coloma también leyera de él su Delle historie del mondo descritte dal sig.
Cesare Campana, gentil’huomo aquilano volume secondo, che contiene libri se-
dici. Ne’ quali diffusamente si narrano le cose auuenute dall’anno 1580 fino al
1596. Et con vna nuoua aggiunta per fino all’anno 1600. Con vn discorso intor-
no allo scriuere historie (Pavía: Pietro Bartoli, 1601); y La vita del catholico et
inuittissimo don Filippo secondo d’Austria re delle Spagne, &c. con le guerre de
suoi tempi. Descritte da Cesare Campana gentil’huomo aquilano. E diuise in sette
deche. Nelle quali si ha intiera cognitione de moti d’arme in ogni parte del mondo
auuenuti, dall’anno 1527 fino al 1598. Al che si è aggiunto il successo delle cose
fatte dapoi, sotto l’auspicio del re d. Filippo il terzo, fino a’ nostri tempi (Vicenza:
Giorgio Greco, 1605). El resto de historiadores que aparecen mencionados
en la obra figuran como anónimos (historiadores franceses, holandeses e ita-
lianos, cuyas historias, por los términos usados por Coloma, debió consultar
en número elevado), amén de un desconocido autor religioso zaragozano que
se presenta como secuaz de Campana. Y recordemos que la mayor parte de
estas ideas aparecen en el prólogo, asentando así desde un comienzo la idea
de que la suya es una historia polémica, que entabla un debate con los histo-
riadores mencionados para desmentirlos. Fox Morcillo ya indica que «si en la
historia se ha de usar de un proemio, éste contendrá la utilidad de lo que va
150 Las Guerras de los Estados Bajos

a seguir, su importancia, rareza» (§ 117). Ello, sin embargo, sin sospecha de


ambición u odio, «pues mucha dignidad quitaría a la historia, si se dijera que
se hace para buscar la gloria, dar las gracias, por avaricia, por un afán excesivo
por las cosas partias y odio para con las ajenas» (§ 118), objeción salvada por
Coloma al indicar que sólo quiere ofrecer la verdad histórica, dañada por la
rivalidad y odio de los autores extranjeros. En cualquier caso, este proemio
vituperativo de Coloma es eco del dictum de Fox Morcillo:
Puedes empezar con un recuerdo, descripción, alabanza o vituperio de la
persona de la que se tiene que hablar, cuando refieras sus hechos o los de
algún pueblo. (§ 126)
Las críticas contra ellos que vierte Coloma se refieren a dos hechos en par-
ticular: no haber estado presentes en las acciones que narran y haberse guiado
por relatos o relaciones falsas y/o parciales; y tener contra España un cierto
encono que les hace, amén de tergiversar la verdad, no dar crédito al ejército
español o insultar a la nación española por odio a la misma, así como elogiar
desmedidamente a los de su propia nación, en detrimento de lo apropiado,
veraz y mesurado. Maltby ha señalado, para el caso de Inglaterra, que la enor-
me animadversión antiespañola que se refleja en la prensa inglesa de 1570-
1680 y el desprestigio a que se somete lo español (desde historias a panfletos
y literatura de cordel) no tiene paralelo en absoluto en España (con respecto a
Inglaterra). Desde esta afirmación resulta acertado ver las críticas de Bernardi-
no de Mendoza y Coloma (ambos con suficiente experiencia europea, ambos
relacionados con tareas diplomáticas, ambos letrados y conocedores de los
panfletos que circulaban por Europa en varias lenguas al respecto de España y
su leyenda negra) como un rechazo ofendido de las exageraciones y falsedades
con que se construía tal campaña de descrédito de lo español. Este rechazo se
hace por su parte no desde la literatura panfletaria, sino desde un género con
pretensión de búsqueda y reflejo de la verdad y desde el puesto privilegiado
de testigo de los hechos. Coloma, en suma, no hace sino cumplir con lo que
Fox Morcillo avisaba con respecto a su historicus:
El que escribe historia provoca juicios airados, envidia u odio, no sólo
de un único hombre sino de pueblos, regiones y muchas ciudades que
piensan que se les ha cometido una injuria cuando se narra algo que han
hecho de una manera vergonzosa o con desidia. O no dudan tampoco
en acusar al escritor del vicio de la mentira, para ver si así pueden ocultar
un vicio suyo con la reprensión de otro. Pero aunque sea difícil, arduo,
trabajoso y provoque envidias, ¿qué hay, sin embargo, de más lustre y
belleza que dejar tantos ejemplos de vida a los venideros, tantos recuer-
dos de dichos y hechos, tantas maneras de enseñazas educativas y leyes
de vida? (§ 190)
Introducción 151

A modo de coda curiosa debemos indicar que la historia de Conestaggio


parece haber desperatado la animadversión no sólo de Coloma, sino incluso
de Lope de Vega. En su La Circe (1624), aparece una carta en tercetos (epís-
tola) dirigida al obispo de Oviedo Fr. Plácido de Tosantos. Y en ella el Fénix
vierte las mismas críticas que Coloma sobre el oficio de historiador falaz,
aunque en su caso acusándole de vesania y de estar pagado por el calvinismo.
Dada la fecha de edición de la obra de Lope y la de Coloma, resulta difícil
indicar qué precedencia cabe establecer entre ellas. En cualquier caso, los
tercetos son memorables:
Y veo de qué suerte nos agravia
la extraña pluma, la parcial malicia,
la historia cautelosa cuanto sabia;
y tan atropellada la justicia
por los historiadores extranjeros,
por pasión, por envidia y por codicia;
y que Nerones bárbaros y fieros,
del que es ya mercader, no coronista,
compran el ser Trajanos con dineros.
Mas ¿a quién no dará mortal disgusto
un extranjero historiador hablando
de Felipe segundo, siempre augusto,
que las guerras de Flandes dilatando,
elocuente y retórico mintiendo,
con artificio vil le está culpando;
y un fiero calvinista engrandeciendo,
que le pagó muy bien lo que escribía,
está calificando y prefiriendo?
Pues en el siglo desta edad segundo,
¿quién no creerá que el Franchi Conestaggio
dijo verdad? Luego en verdad me fundo.
¡Oh España, siempre a todos verdadera!
¡Oh, siempre a todos justa envidia, España!
Mas no es del Franchi la maldad primera,
pues quien por interés escribe y miente,
y del anabaptista y luterano
político defiende lo que siente,
¿por qué se llama historiador cristiano,
y quiere desdorar (que no es posible)
las grandezas de un rey tan soberano?
152 Las Guerras de los Estados Bajos

4. Sobre la historia y la política.


Un catálogo explicativo como el expuesto del modus operandi de Coloma,
sin embargo, no nos permite situarle en un contexto político-moral más am-
plio, dentro del cual adquiere sentido su obra. Sera propósito de esta sección
el hacerlo. Su labor como traductor de Tácito, por una parte, e historiador de
los sucesos de Flandes, por otra, aunque obviamente independientes y podría
pensarse que sin relación entre sí, están relacionadas de modo claro. Si, como
hemos notado, muchas de las reflexiones de Coloma en su historia abundan
en indicaciones de tipo político-moral, puede asimismo decirse que una par-
te de éstas están inspiradas en la lectura y estudio de Tácito. Por señalar un
ejemplo, en el § XLIV de Los Anales, Tácito indica:
… laetabantur increpabantque Tiberium quod in tanto rerum motu li-
bellis accusatorum insumeret operam. an Sacrovirum maiestatis crimine
reum in senatu fore? extitisse tandem viros qui cruentas epistulas armis
cohiberent. miseram pacem vel bello bene mutari. tanto impensius in se-
curitatem compositus, neque loco neque vultu mutato, sed ut solitum
per illos dies egit, altitudine animi, an compererat modica esse et vulgatis
leviora.
Amelot, en su traducción de la obra (en Tacite avec des notes politiques et
historiques) ve perfectamente esta relación entre el Coloma historiador y el
Coloma traductor de Tácito. Al leer la obra de Coloma (su traducción de
Tácito) y su historia, el francés se expresa así en las Reflexions politiques corres-
pondientes a dicho párrafo:
L’irrésolution des Princes, dit Antoine Perez, est la mére & la porte des
plusieurs grands inconveniens dans ses Relations […] Don Carlos Colo-
ma, habile homme d’Etat & de guerre, rend une très bonne raison de cette
maxime. Jamais, dit-il, on ne s’est bien trouvé de vaciller dans ces conseils
& quelque aparence qu’il y ait, que le tems pourra donner ouverture à de
meilleurs expédients, il vaut toujours mieux se roidir à surmonter les di-
ficultez qui se presentent, que d’atendre qu’elles cesent; parce que l»on ne
sait, ni ne peut pas savoir au juste, s’il n’en surviendra pas encore de plus
grandes. Livre 8 de son Histoire des Guerres de Flandre. (106)
Más adelante en su obra, Amelot refiere a Coloma, para diferir de su tra-
ducción, en págs. 160 y 456, y se hace eco de sus opiniones políticas de nuevo
en varias notas en págs. 200 y 364, entre otras.
De hecho, el estilo tacitista de escribir historia está en la base de la estruc-
tura general de la obra de Carlos Coloma. Mellor, al estudiar la combinación
de historiador/moralista en Tácito, indica que «Tacitus’s fondness for epi-
grams is evident in his earliest writings» y estas obras
Introducción 153

gave ample scope to Tacitus’s skill with those moral judgments that the
Romans called sententiae […]. Such a pithy judgments were collected into
books of maxims in the sixteenth and seventeenth centuries when Tacitus
was held in high regard as a moralist and political sage. […] It is through
political analysis and occasional witty tips that Tacitus blackens the repu-
tation of a Tiberius, Nero, or Vitellius; he does not resort to tradicional
invectiva which held a hallowed place in Roman political life. (132)
Algunos críticos han señalado que Tácito creó un nuevo estilo al combi-
nar el propósito político del género de la historia con el ético de la biografía,
o incluso se adelantó a la novela de autor omnisciente, que mezcla realismo
narrativo con el comentario moral del narrador. Tácito veía la política en tér-
minos morales y pensaba que el abuso de las instituciones era un síntoma de
declive. Si la vida de la República se basaba en fides y amicitia, «now flattery
and sycophancy towards those in power corrupted all relationships» (Mellor
52). Si la política era un estudio de moralidad, el ver el declive (deceso) de
ésta fue lo que le llevó a la escritura de historia, en particular al análisis de la
corrupción del poder y de la tiranía:
Tácito fue pues importante para los escritores españoles del Barroco 1)
por atenerse al plano natural de la experiencia, 2) desarrollar con inteli-
gencia una técnica de observación, 3) emplear con frecuencia el método
inductivo, y 4) la matización psicológica en materia política. Por eso Táci-
to estuvo también presente en Italia junto a Maquiavelo, cuyas obras se
imprimieron en Roma en 1515, con privilegio de León X; y fue divulgado
por Andrés Alciato en las ediciones de Milán (1517) y Basilea (1519),
publicando también Annotationes in Tacitum y Emblemata (1531), ambas
de gran repercusión en nuestros escritores. Mientras Trajano Boccalini,
Scipione Ammirato y Justo Lipsio estuvieron también influidos por Táci-
to. («El tacitismo», en rgonzalo.blogdiario.com/1228242960)
Puede decirse que Coloma cabe de lleno dentro de la corriente político-
filosófica conocida como el tacitismo72. Podemos avanzar más en esta cone-

72
 El tacitismo fue un fenómeno contrarreformista por el que maquiavelismo y razón de Esta-
do se enfrentan al pensamiento católico por su carácter subversivo y amoral, subrayándose
la referencia (hasta cierto punto ficticia) a Tácito. El término fue usado por vez primera
por Toffanin en 1921 (Machiavelli e il tacitismo). En la teoría contrarreformista del Estado,
los escritores españoles citan tan frecuentemente a Tácito, que originaron el movimiento
llamado tacitismo. En la gestación del estado absoluto del siglo XVII Maquiavelo delimitó
un estado autónomo y regido por leyes propias, ajenas a la ética, sometidas a lo que llamó
razón de Estado. Los tratadistas españoles, sin embargo, se decantaron por una preferencia
hacia Tácito, hasta tal punto que español y tacitista fueron sinónimos en la Europa transpi-
renaica. Tácito y Maquiavelo quedaban enfrentados: Maquiavelo representa el dogmatismo
154 Las Guerras de los Estados Bajos

xión Tácito/Coloma al indicar que para los pensadores reformistas que han
llegado a englobar la nómina de los clásicos tacitistas españoles (Cellorigo,
Baltasar Álamos de Barrientos, Mateo López Bravo, etc.) la política se con-
vierte en una scientia fundada en principios conformados a la razón, prag-
mática, realista, no simplemente teórica. Más aún, la política se divide en tres
elementos cruciales: el ejemplo (tomado de la historia), la visión de la misma
como ciencia, y la experiencia. La política en definitiva es una disciplina cuya
fuente es la historia. Con ello no se hace sino culminar lo que ya había sido
anticipado por la preceptiva histórica del siglo XVI, entre la que cabe desta-
car a Fadrique Furió Ceriol y a Sebastián Fox Morcillo entre los españoles.
Fadrique Furió Ceriol sugiere esta conexión entre política e historia al decir
sobre la institución del príncipe que es «un arte de buenos, ciertos y aprobados
avisos sacados de la experiencia luenga de grandes tiempos, forjados en el
entendimiento de los más ilustres hombres desta vida» (45). Más en con-
creto, el mismo autor afirma que «no es la historia para pasatiempo, sino para
ganar tiempo, con que sepa uno y entienda perfectamente en un día lo que
por experiencia o nunca alcanzaría. Es […] memorial de todos los negocios,
experiencia cierta y infallible de las humanas acciones, consejo prudente y fiel
en cualquier duda, maestra de la paz, general de la guerra, etc.» (34). Antonio
de Covarrubias, en la aprobación a los Aforismos de Álamos de Barrientos,
dice que la historia nos ha enseñar «junto con lo que pasó, lo que pasará en
semejantes casos por la mayor parte, si se guiare por los buenos medios» (I,
15). Álamos de Barrientos dice que «ciencia es la de gobierno y Estado, y su
escuela tiene, que es la experiencia particular» (I, 34).
El tacitismo tiene su punto de partida en el rechazo, desde presupuestos
cristianos, de Maquiavelo. Como bien estudia Martín Ruiz, Maquiavelo es un
personaje contradictorio, a la vez admirado y objeto del rechazo más generali-
zado. En España dicho rechazo se agrava por cuestiones religiosas en los siglos
XVI y XVII, y allí se llega a identificar maquiavelismo con inmoralidad y ateí-
smo. Gran conocedor de la realidad sociopolítica de su tiempo, su pensamiento
se hace imprescindible, pero su influencia no se puede asumir en una sociedad
fuertemente integradora desde el punto de vista moral. Tácito lo suple al no
peligrar con él las tradiciones y los planteamientos morales, aun manteniendo el

y la inflexibilidad estatal, Tácito utiliza el aforismo como un producto inductivo de la ex-


periencia histórica, que favorece la flexibilidad y la maleabilidad. Aunque unos escritores
se sirvieron de Tácito para introducir el maquiavelismo, otros combatieron a Tácito tanto
como a Maquiavelo, y unos terceros se sirvieron de Tácito para captar la realidad política. El
maquiavelismo se aprendió en Tácito; por eso el antimaquiavelismo hispano va unido a la
condena de Tácito, sin que puedan equipararse maquiavelismo y tacitismo, pues Tácito in-
quiere la realidad política con la razón natural, por lo que ocupa un lugar intermedio entre
Erasmo y Maquiavelo. Los antimaquiavelistas se sirvieron pues de Tácito sólo para rechazar
a Maquiavelo (ver «El tacitismo», en rgonzalo.blogdiario.com/1228242960).
Introducción 155

carácter naturalista. En el romano se busca la «buena razón de estado», frente a


la «mala razón de estado» de Maquiavelo, que implica separación e independen-
cia entre política y moral. Otros autores han visto incluso que tras la colocación
de los libros de Maquiavelo en el Índice, muchos pensadores del XVI usaron
a Tácito a modo de un Maquiavelo disfrazado. En cualquier caso, como bien
ve Mellor, en la Italia de hacia 1540 se produce una modificación por parte de
moralistas e historiadores que hace que el interés pase de la filosofía y la retórica,
con Livio y Cicerón, a la política y la historia. Tácito, en este esquema, ocupó
un puesto de primera relevancia, y los estudiosos se afanaron por reflexionar
sobre los temas tacitistas de la «nature of arbitrary rule and the character of ru-
lers» (Mellor 140). Maquiavelo aparece mencionado expresamente en Coloma
en una ocasión, dentro de su libro II, para oponerle al pensamiento cristiano y
a la política motivada por razones éticas:
En esta confusión se hallaban las cosas de Francia, cuando, después de haber
ganado el rey, en compañía del de Béarne, a Pontoise, se resolvieron en
poner sitio a París, fiados en tenerle tomados los pasos de las vituallas y en
ciertas inteligencias que se traían dentro con los que se llamaban realistas
y políticos; los primeros excusables, y aun dignos de alabanza, por el amor
natural de su rey y señor; y los segundos despreciadores de toda ley y de toda
religión, profesores de reglas de estado y discípulos de Machiavello y del
Bodino. Como si las reglas del buen gobierno y los preceptos con que la maña y
el cuidado deben asistir a la conservación del Estado no pudiesen praticarse sin
ofensa de la conciencia y lo que pueden hacer la prudencia y vigilancia fuese nec-
esario mendigarlo del engaño y la malicia; siendo así que para la conservación
de las cosas propias no es necesario engañar, sino procurar no ser engañado,
y esto no [56] contradice las reglas de la conciencia cristiana ni ha menester las
que ellos llaman políticas para conseguirlo (énfasis mío).
Elliott va más allá, pues considera que Tácito ofrecía a los pensadores
políticos españoles lecciones de gobierno aplicables no sólo a la Roma an-
tigua, sino a su propia época (1991, 47). Para Mellor, los historiadores ro-
manos consideraban la enseñanza moral como la función primordial de la
historia: «It was from the study of the past, from the virtues and vices of
their ancestors, that the Romans derived their conception of public mora-
lity (47); y debemos recordar que Tácito fue un gran admirador de Séneca.
Antón, al hablar de Justo Lipsio, dice que era su intención aprovecharse del
conocimiento de historia de Roma y de retórica y elocuencia de los autores
romanos tardíos (en especial Tácito y Séneca) para crear una nueva doctrina
civilis (48)73. Para Ysla Campbell, «ante la serie de dificultades que rodeaba a

73
 Debe consultarse el estupendo trabajo de Schwartz sobre Justo Lipsio, Quevedo y el neoes-
toicismo. «El individuo», dice la autora, «según Lipsio, debía aprender a actuar en el mundo
156 Las Guerras de los Estados Bajos

la monarquía española, el tacitismo, y de su mano el estoicismo cristianiza-


do, permitían elaborar medidas que posibilitaran conservar el reino mediante
dos elementos: la racionalización y la preservación de la virtud religiosa a la
concepción del Estado» (4)74. Experiencia y prudencia son los motores de la
política; Tácito puede servir de ayuda porque, según Álamos de Barrientos,
«en todos los siglos que van corriendo se veen otros hombres, pero no otras
costumbres, que éstas siempre son unas mismas, aunque se varíen los rostros
y apellidos de los hombres, y casi de una misma suerte proceden todos» (II,
763). En resumen, el «tacitismo se centra en el gobierno personal del prínci-
pe, cuyo alejamiento de las pasiones en aras de la virtud y la razón servía de
ejemplo al reino […]; también contempla al grupo de colaboradores: el papel
de los consejeros, embajadores, los favoritos y las relaciones con el resto de la
sociedad […]» (Campbell 5). Y se centra en un concepto de príncipe que, sin
despotismo, gobierna sometido a leyes, como recuerda Amelot: «La Roiauté,
dit Antoine Perez, est une charge & par conséquent les actions de celui qui
éxerce cete charge ne dépendent pas de sa volonté personelle, mais des régles
& des conditions que les peuples lui ont imposées & qu’il a lui même acep-
tes» (170 [III]).
Coloma se inserta así en una línea de pensamiento político español he-
redera de Tácito y que reflexiona sobre la razón de estado. En ella podemos
incluir a Francisco Sánchez, el Brocense, autor de un comentario de Alciato
en Commentarii in Andrea Alciati (Lyon, 1573), y su discípulo Diego Ló-
pez, en su Declaración magistral sobre los Emblemas de Andrés Alciato (Nájera,
1615). También los Aforismos sacados de la Historia de Publio Cornelio Tácito
por el Dr. Benedicto Arias Montano […] y las Centellas de varios conceptos con
los de amigo de don Joaquín Setanti (Barcelona: Aerumnas Lenit Quies, 1614),
el Alma o aforismos de Cornelio Tácito (Amberes: Jacobo Merusio, 1602), de
Fuertes y Biota, Eugenio de Narbona en su Doctrina política civil escrita en
aforismos (Madrid, 1621), los archiconocidos Ribadeneira, Quevedo y Gra-
cián, Luis de Mur (Tiberio ilustrado, Zaragoza: Dormer, 1645), Fernández de
Navarrete, Diego de Saavedra Fajardo. La primera manifestación clara del ta-
citismo político, según los críticos, en una obra impresa puede ser la Doctrina

político de modo racional, debía aprender a controlar sus emociones y estar dispuesto a
luchar. De modo semejante, el estado moderno debía ser regido, racionalmente, por un
monarca sabio, prudente y autocrático, dispuesto a someter a sus súbditos, imponiendo el
orden y la disciplina» (241).
74
 El tacitismo fue erasmista por racionalizar la vida y la sociedad con criterios socioempíricos
y aplicarlos a la política. Por eso Juan Luis Vives tuvo una alta valoración de Tácito, cuya
lectura recomendó por su utilidad para la vida civil. El neoestoicismo supuso cierto revival
de las tendencias erasmistas, y por tanto hay también cierta afinidad entre tacitismo y neoes-
toicismo. Justo Lipsio convirtió a Séneca en un modelo de política tacitista, y Juan Antonio
Martín Rizo también («El tacitismo», en rgonzalo.blogdiario.com/1228242960).
Introducción 157

política civil (1604) de Eugenio de Narbona, aunque antes Antonio Pérez,


secretario de Felipe II, fue tacitista, así como autores como Furió Ceriol,
Álamos de Barrientos y Antonio de Herrera. De mayor relevancia es Juan de
Salazar, que en su Política española (1619) describió una España providencial
que perduró hasta que tomaron primacía los motivos políticos, con el mo-
vimiento tacitista. Más autores tacitistas son Juan Alfonso de Lancina en sus
Comentarios políticos a los Anales de Cayo Cornelio Tácito (Madrid, 1687) y
Baltasar Álamos de Barrientos (1555-1640), autor de Tácito español ilustrado
en aforismos (Madrid, 1594), y coautor de Norte de Príncipes, virreyes, conseje-
ros y embajadores, con advertencias políticas muy importantes sobre lo particular
y público de una monarquía fundada para el gobierno de Estado y Guerra (1603)
y el Discurso político al rey Felipe III al comienzo de su reinado. Es tacitista
porque defiende la idea de que los príncipes se apoyan en los súbditos y no
en las instituciones, indica que la política es volitiva y defiende una política
ajena a la moral, aunque relacionada con ella, afirmando la necesidad de una
teoría política basada en la experiencia histórica. Mateo López Bravo se basó
en los Anales de Tácito para escribir su Del rey y de la razón de gobernar (Ma-
drid, 1616). Critica el sistema económico espanol y defiende la justicia como
virtud por excelencia, así como una amplia clase media, desprendida del lujo
y solidaria (ver Cid Vázquez, Tierno Galván, Maravall, Martínez, Beatriz,
Toffanin).
Álamos de Barrientos recuerda de modo concreto en su traducción con
escolios políticos de Tácito la particular conexión de Tácito/historia. En el
emblema 6 de su edición se ven tres políticos con cinco libros abiertos: la
Biblia, Tito Livio, Tácito, Tucídides y Polibio, con el lema Plura consilio quam
vi perficiuntur. Este «más con el consejo que con la fuerza se concluyen los
asuntos» podría servir de lema también a Carlos Coloma, incluso más apro-
piado en su caso en vista de su carrera militar.
Pasando del pragmatismo teórico especulativo al práctico, de él dio
muestra amplia Coloma a través de muchas de sus decisiones y consejos
en sus numerosos puestos de responsabilidad, en lo referente a cuestiones
de estrategia, administración y política en general. En general en lo que
respecta a defender las posturas del partido pro-guerra dentro de la política
española de relaciones con los Países Bajos. Sugiere Israel que durante los
años de armisticio en la Tregua de 1609-1621 en las guerras de Flandes, Co-
loma, junto a otros oficiales como Luis de Velasco y Juan de Villela, «openly
preferred war, advising that Spain should only seem to want a new truce for
the sake of appearances» (3). Así, por ejemplo, se lo sugiere a Felipe III en
Carta al rey fechada en Cambray a 8 de junio de 1620 (AGS, Est. 2308)75.

75
 Para un estupendo análisis de la política exterior española en el período 1620-1630, ver
Ródenas.
158 Las Guerras de los Estados Bajos

También nota nuestro autor que en el norte de África la presencia de Ho-


landa se había incrementado notablemente desde 1608, a través de inter-
mediarios judíos holandeses y marroquíes. «By 1621 the republic was the
main supplier of arms and manufactures to North Africa and the chief ally
of the Sultan of Morocco in his confrontation of Spain» (6), como Coloma
expresa al rey (Rodríguez Villa 385-86). Todo ello se sitúa en el contexto de
una posible renegociación de las cláusulas del Tratado de armisticio con Ho-
landa76. Coloma indicaba en un consejo por escrito que «if in twelve years
of peace the Dutch have undertaken and achieved all this, we can easily see
what they will do if we give them more time […]. If the truce is continued,
we shall condemn ourselves to suffer at once all the evils of peace and all the
dangers of war» (Parker & Adams 39). Igualmente en este contexto, tam-
bién estuvo involucrado nuestro autor en avisos al rey sobre la restauración
y fortalecimiento del papel comercial de Amberes (Estevan Estringana),
«intended to restore part of Europe’s north-south carrying trade to direct
Spanish control and reduce the role of Holland, thereby striping the Dutch
of the gains the had made since the closure of the Scheldt and particularly
since 1609 (7; carta de Coloma a Felipe III, 8 de junio de 1620, AGS Est.
2308)77. Ello no es extrañar, pues los historiadores de la economía han re-
saltado que con el trasvase de la importancia comercial del Mediterráneo al
Atlántico y la incorporación de Flandes al imperio habsburgo, Amberes se
aupó a un puesto de primacía (ayudado por ser el delta del Escalda, Mosa
y Rin la llamada «puerta de Europa»), gracias al conocimiento de técnicas
comerciales refinadas, los fuertes lazos con la diáspora poderosa de amigos
y parientes establecidos en regiones neurálgicas europeas, una industria de

76
 Ver ahora para lo referente a los tratados internacionales de España Gallego.
77
 Ver para este tema Braudel. Para un análisis magistral de la historia de las relaciones eco-
nómicas entre España (Castilla) y Flandes, ver Thomas & Stols. Para el período que toca a
Carlos Coloma, dichos autores defienden que, en un clima de beneficio mutuo, «los Países
Bajos meridionales fueron aún más integrados en el sistema mundial del Imperio español en
un intento de vencer al enemigo también económicamente. Cada vez más mercaderes y ar-
tesanos flamencos se abrían camino hacia la Península Ibérica» (61). Para tratados contem-
poráneos que, desde Inglaterra, hablan del papel comercial de España ver The maintenance
of free trade according to the three essentiall parts of traffique; namely, commodities, moneys
and exchange of moneys, by bills of exchanges for other countries, or, An answer to a treatise of
free trade, or the meanes to make trade flourish, lately published. By Gerard Malynes merchant,
London: Printed by I. L[egatt] for William Sheffard, and are to bee sold at his shop, at the
entring in of Popes head Allie out of Lumbard street, de Gerard Malynes; y del mismo
autor Consuetudo, vel lex mercatoria, or The ancient law-merchant Diuided into three parts:
according to the essentiall parts of trafficke. Necessarie for all statesmen, iudges, magistrates,
temporall and ciuile lawyers, mint-men, merchants, marriners, and all others negotiating in
all places of the world. By Gerard Malynes merchant, London: Printed by Adam Islip, Anno
Dom. 1622.
Introducción 159

lujo especializada y la paz de la Tregua de los Doce Años, más «la importan-
cia de Amberes como satélite de los puertos holandeses y zelandeses, y como
centro de abastecimiento y distribución para el «Hinterland»» (Baetens 87).
Indicando, igualmente, causas semejantes a las mencionadas por Coloma
(muchas de ellas con relación náutica):
El bloqueo virtual del Escalda hacia el mar, la piratería y el bloqueo de los
puertos de mar flamencos dificultaron la posición […] en cuanto a ex-
portación e importación. La diáspora dejó de funcionar después de 1640.
Solamente se mantuvo el comercio con España y sus colonias. El hori-
zonte se había hecho más pequeño. (87-88)
En cuanto a este último punto de la estrategia naval que permitiera la libre
circulación de mercancías (ver Gullmartin), es abundante la participación de
Coloma. Stradling señala que en 1620, con referencia al modus operandi del
Escuadrón Ostende, Coloma, «now minister and quartermaster general of
the army [de Flandes], exerted an influence in Brussels similar to that of Mal-
venda and Aróztegui in Madrid. In 1620, Coloma pointed out that the twen-
ty ships of the newly-envisaged Ostend squadron should support themselves
financially if allowed to operate «not together [i.e. in armada formation],
but hunting like corsairs [pyrateando como cossarios]» (31). Stradling tam-
bién señala que, durante el gobierno del conde-duque de Olivares, la mayor
parte de los expertos militares anteriores no estaban ya disponibles, por haber
fallecido; pero «one of the wisest heads, that of Don Carlos Coloma, who had
served his apprenticeship at sea in the Mediterranean at fourteen […], was
still available for consultation» (96)78.
Pero acabemos con unas reflexiones de Fox Morcillo, pertinentes al análi-
sis de la especial imbricación entre política e historia, vida e historia. Al hablar
de la utilidad de la lectura de historia, el autor indica:
Pues del modo como los hombres ven que a menudo se cometen vicios
por algún motivo y que se proponen leyes en su contra; del modo como
con esa experiencia aprenden a hacer algo con provecho y con ese ejem-

78
 Para un análisis de las primeras luchas navales holandesas contra España, consúltese (por
mor de conocer el interés en Inglaterra) The true and perfect declaration of the mighty army
by the sea made and prepared by the generall states of the vnited prouinces, purposely sent forth to
hinder the proceedings of the King of Spaine, vnder the conduct of Peter Vander Does generall of
the said army: together with all whatsoeuer hath bene done by the said army against the islands,
townes, castels, and shippes, belonging to the said King of Spaine. As also what the said army
hath gotten and wonne in the said viage; with the whole discourse of the aduentures of the said
army, both in their going forth, and retuning againe, from the 28. of May, 1599. vntill the 6. of
March, 1600. Collected by Ellert de Ionghe, captayne of the artillery in the said viage (Printed
at London: By [S. Stafford for] Iohn Wolfe, 1600), de Ellert de Jonghe.
160 Las Guerras de los Estados Bajos

plo se mueven a deducir una cierta razón de ser de todos ellos; del modo
como comprenden que también en la guerra hay algo que beneficia, algo
que perjudica y descubren la forma y el arte de la guerra; en fin, del modo
como los ejemplos muestran qué ha acontecido hecho con sabiduría o
sin ella, con cautela, imprudencia, temeridad, desidia, fortaleza, bondad
o maldad; de la misma manera se han hecho todas las artes, se han for-
mado todas las deliberaciones y decisiones, se han sacado por deducción
las maneras de ser y los experimentos y se han descubierto y perfeccionado
el modo de vida del hombre, su utilidad y su cuidado.
Ello se aviene perfectamente con el propósito central de la historia de
Coloma, que es la plasmación de la verdad histórica, tergiversada por los his-
toriadores extranjeros que, en su mayor parte, no han estado presentes en los
hechos que narran; todo ello aderezado de comentario moral y político al
respecto de una guerra que se origina, ante todo, como una rebeldía de súb-
ditos contra su señor natural y que ha adquirido asimismo tintes religiosos al
aunarse rebeldía, traición y herejía. De la mano, pues, de su participación en
estos asuntos de Flandes no sólo como militar sino también como burócrata
y político, no puede pedirse más a su ejemplo de vida, que demuestra una
perfecta adecuación entre historia, reflexión, experiencia y aplicación de la
razón de Estado.79

5. La obra de Carlos Coloma en su conjunto: bajo el signo de la Razón


de Estado.

Visto el perfil biográfico de nuestro autor y su peripecia en el puesto de


embajador de Inglaterra (analizado en el contexto de la política europea del
momento y del antiespañolismo inglés), pasemos a repasar someramente la
obra completa de Carlos Coloma, para incluirla en su conjunto dentro del
periplo bio-bibliográfico que de él hemos trazado. Hemos, pues, repasado su
biografía y, dentro de su función diplomática, hemos analizado el ambiente
antiespañol (desde las prensas inglesas) en que tuvo que desenvolverse Colo-
ma. Del mismo modo, dicho antiespañolismo fue el punto inicial que expli-
caba (con multitud de factores añadidos) la escritura histórica de Coloma,
que igualmente se englobaba en un todo coherente con su concepto de his-
toria moral, su vinculación al tacitismo hispano y su traducción de las obras
del historiador romano. Ahora habremos de concluir prestando atención a la

79
 Ver el comienzo del libro I de Bernardino de Mendoza para un repaso concienzudo de los
motivos de la rebelión. Para el pensamiento político de dicha revolución/rebelión, ver Gel-
deren y Hamilton, para dos perspectivas diversas.
Introducción 161

totalidad de la obra de Coloma, que debe verse como un todo unitario guia-
do por la representación de la verdad histórica, la reflexión moral y su labor
técnico-administrativa.
Hemos de notar, en primer término, que, a diferencia de Bernardino de
Mendoza, con quien le hemos comparado en más de una ocasión, su figura es
menos controvertida, ya sea en España, ya fuera de ella (en Francia o Inglate-
rra). Coloma representa ante todo al estadista y al burócrata, el hombre de es-
tado moldeado a la imagen de un Felipe II o de un sabio consejero de estado.
Los comentarios que de él hemos escuchado le presentan como una cabeza
organizadora y reflexiva, a la vez que mesurada, concienzudo y fiel servidor
de su nación. Ya sea en lo tocante a la organización militar y de defensas, ya
sea en la reflexión sobre la conveniencia de la guerra en un momento dado, ya
sea en su función de embajador y su tacto al respecto, ya sea como estratega
militar a la hora de emboscar, sitiar, asediar o dirigir sus tropas, Coloma aplica
a su vida y conducta la calma reflexiva de un ser moderado y equilibrado, sin
aspavientos. Bernardino, por el contrario, representaba el empuje de la ac-
ción, de defensa a ultranza de su ideal nacional y de fe80, no más convencido
que Coloma, pero de distinta índole, suficiente para hacerle persona non grata
ante los ingleses o centrar sobre él el odio de los protestantes franceses.
Uno de los autores más traducidos en los siglos XVI y XVII es Tácito,
quizá por ser uno de los más leídos entre 1613 y 1629. Jerónimo Carini tra-
dujo los Anales en 1544, al italiano, La Planche al francés (1555), R. Gre-
newy al inglés (1604). En el mundo de habla española, Emmanuel Sueyro
fue el primero en hacer lo propio con Tácito (Amberes, 1613)81, seguido de
Baltasar Álamos de Barrientos, que publicó el Tácito español ilustrado con
aforismos (Madrid, 1614), y un año más tarde Antonio de Herrera Tordesi-
llas hizo lo propio con los Anales. Carlos Coloma imprimió su traducción
en 1629 (dejó de traducir Agrícola, Germania y el Diálogo de los Oradores)

80
 Ya desde el «Prólogo al príncipe don Felipe, nuestro señor» Bernardino de Mendoza abraza
el ideal de la fe como motivo central de su escritura histórica: «Y en esta conformidad se
podían poner otros exemplos que no refiero a V. Alteza por no alargarme más de lo que
permite carta. La segunda causa que me ha movido es que, con la juventud y nobleza con
que V. Alteza se cría, y Dios le ha embiado al mundo para sembrar las armas y vanderas de
V. Alteza por tantas partes de él en aumento de la fe católica, se inflame con la lectura de
estas guerras viendo las vitorias que Dios ha dado a los soldados del Rey nuestro señor para
ga- [VIv] nar otras muchas a V. Alteza defendiendo la causa y honra de Dios, en que no
avrá duda siempre que V. Alteza y ellos trataren de esto con las veras y resolución que el Rey
nuestro señor lo ha hecho y la misma causa lo pide».
81
 Este autor, curiosamente, también escribió unos Anales de Flandes en 2 volúmenes (Ambe-
res, 1624). En español existe también una traducción parcial del primer libro de Historias
y el primero de Anales, de Antonio de Toledo, de 1590, aunque se conserva sólo en ms.
(Sanmartí 110).
162 Las Guerras de los Estados Bajos

y Juan Alfonso de Lancina dio a las prensas la última del siglo en 168782.
Su traducción de las obras de Tácito, ya sea con Las historias o los Anales
juntos o por separado, ha sido reeditada numerosísimas veces desde 1629, e
incluso lo sigue siendo en nuestros días. Sanmartí vierte así su juicio crítico
sobre la labor de Coloma:
Si de Sueyro y Álamos no puede decirse que copiaron uno del otro, toda
vez que tradujeron a Tácito casi simultáneamente y ofrecen matices dis-
tintos en la apreciación de pasajes muy importantes, no puede afirmarse
lo mismo de Coloma, que tuvo a la vista la traducción de Álamos, del que
copia fallos y aciertos. […] Sueyro y Álamos fueron mejores latinistas que
Coloma, aunque éste les aventaja en elegancia de estilo. (60)
Cuál sea la deuda de Coloma con respecto a Sueyro, nos lo puede indicar
la peripecia vital del último. Nacido en Amberes (de origen portugués), fue
capitán de las tropas belgas. Entre sus obras figuran asimismo una Descripción
de los Países Bajos (Amberes, 1622), los Anales de Flandes (1624) y el Sitio de
Breda rendida por las armas de Felipe II (1627). Su traducción es superior a la
de Álamos (y desde luego a la de Coloma). Álamos de Barrientos, a su vez,
tiene la vida más asendereada de los tres. Natural de Medina del Campo,
desde 1580 entró al servicio de Antonio Pérez. En 1590-1598, encarcelado
(por defender y ayudar a aquél), escribió su traducción comentada de Tácito,
«y parece que no era humanismo puro lo que le inspiraba, sino el resen-
timiento más enconado» (Sanmartí 73). Parece que (en los comentarios) bajo
los nombres de Tiberio y Sejano se escondían realmente las figuras de Felipe
II y Antonio Pérez. Más tarde se reconcilió con el rey y alcanzó puestos de
autoridad en los consejos de Guerra, Indias y Hacienda. Su obra, dice, la ha
realizado «para que pudiesen todos los ministros gozar de todos los frutos de
Tácito» (70). Coloma publicó su traducción en 1629 (Douay). Ya hemos in-
dicado el papel que el prologuista (Fr. Leandro de San Martín) pudiera haber
tenido en la misma. En el Prólogo se nos dice que la obra anduvo un tiempo
perdida y llegó a sus manos (era definidor de la Congregación de San Benito
en Inglaterra y profesor del rey de hebreo y de la Universidad de Douay),
publicándola en la imprenta de Marcos Wion en dicho año. Entre los juicios
que ha merecido, Sixto, en su edición de 1794, dice:

82
 Entre las traducciones parciales figuran los Anales (seis primeros libros) de Antonio de He-
rrera Tordesillas (1615), la de Juan Alfonso de Lancina, auditor general del ejército (que en
realidad sólo incluye el primer libro de los Anales), la de Cayetano Sixto y Joaquín Ezquerra,
que, aunque completa, incluye las Historias y Anales de Coloma, Agrícola y Germania de
Álamos de Barrientos (y es suya la del Diálogo de los Oradores), Mor de Fuentes y D. Cle-
mencín, que tradujeron Germania, Agrícola y varios fragmentos de Tácito. La de los Anales
e Historias de Coloma, por cierto, sigue reimprimiéndose de una u otra manera incluso en
fecha tan reciente como 1990.
Introducción 163

Sólo Coloma hizo suyo a Tácito, procurando expresar el sentido sin atarse
escrupulosamente a la letra y haciendo hablar a Tácito en castellano con
toda la gravedad y majestad del original, acomodada a la misma lengua cas-
tellana […]. Es verdad que no siempre sigue aquella concisión elíptica del
original […]. Freinsheim hizo una prueba parafrástica de Tácito en Estras-
burgo (1641), eligiendo tres traductores de los que le parecieron mejores,
uno inglés, otro francés y otro español. Del número de estos fue Álamos.
Creemos que si hubiera conocido a Coloma le hubiera preferido.

Sanmartí insiste en los errores repetidos de la traducción de Coloma,


aunque lo justifica en parte indicando que quizá no tuviera el tiempo de
poder revisar su trabajo, habiendo sido publicado sin su consentimiento por
Leandro de San Martín. Sobre el por qué del influjo tacitista en Coloma,
vendrá bien recordar la opinión de Sanmartí. Indica éste que ante la situación
de declive, degeneración y depravación de la vida política y social del siglo
XVII, las dos opciones elegidas por los críticos fueron la sátira mordaz y «el
remedio en el análisis, en la concentración sobre sí mismos, y materializan
su pensamiento en escritos preñados de ideas» (111). A este grupo, sin duda,
pertenece Coloma. Es más, la influencia de Tácito en la literatura española
del XVI y XVII se presenta en dos etapas:
Una de difusión de la obra del historiador latino y de lo que se quería fuera
su pensamiento en forma de aforismos (Álamos, Setanti) o de comentarios
(Lancina); otra en la que, asimilado su espíritu indirectamente, informa
a través de sus comentaristas la mayor parte de los tratados políticos que
aparecieron en esta época. (112)
La Relación del socorro de Brujas nos servirá para analizar otro género lit-
erario practicado por Coloma. Es, sin duda, parte del género histórico, pero
no tiene nada que ver con el de sus Comentarios. Si en éstos une narratio
histórica a comentario/aforismo político y reflexión moral, todo ello ader-
ezado de la búsqueda de un estilo literario pulido (aun dentro de los límites
de una historia técnica), ahora Coloma escribe algo que pertenece a la cat-
egoría de la relación histórica (a su vez basada en el concepto de relación como
informe oral que se ofrece a un superior por parte de su subordinado en la
milicia, como aparece usada en esta obra por Coloma en numerosas oca-
siones). Era costumbre generalizada que en las campañas bélicas, o hasta en
las expediciones de conquista y descubrimiento, se escribieran varias de estas
relaciones, que, a posteriori, podían servir para la redacción de una historia
oficial extensa o para su envío a las autoridades competenetes con el propósito
simple de informarles de lo acontecido. Aquí no interesa el estilo galano, ni
la floritura verbal, sino el relato desnudo de hechos, quizá aderezados con al-
gún comentario breve intercalado aquí y allá. En estas relaciones, como en los
164 Las Guerras de los Estados Bajos

memoriales, puede también verse una tendencia a la inclusión del narrador de


modo manifiesto, pues interesa (al dirigirse a instancia superior) hacer valer
los méritos del servicio. Ello es lo que hace Coloma. La presencia del «yo» y
las referencias a sí mismo y su involucramiento en la acción que narra son
mayores que en sus Comentarios. No puede, sin embargo, dejar de introducir
pequeños comentarios marginales, explicaciones, glosas, en que interpreta ad
partem los sucesos que narra. Así, «los tres señores del Consejo de Estado, de
quien, aunque sin merecello, soy compañero»; Amberes, «aquella no menos
importante que noble ciudad»; el cual por este tiempo, «para mejor disimular
sus intentos»; y yo, «que me doy este lugar por el que me toca como maestre
de campo general»; «no le salió [al de Orange] menos errada la cuenta en
esto que en todo lo demás»; «tan lleno de vergüenza y rabia como a su venida
lo estuvo de mal fundadas y vanas esperanzas»; o el modo como termina su
relación al comparar el socorro de Brujas con los tres de más fama, según su
opinión, París, Roán y Grol, siendo el de Brujas de mayor importancia por lo
que suponía como puesto estratégico y más incomprensible que no se defen-
diese por las fuerzas del de Orange:
…y lo que es peor que todo esto, las voluntades y discursos de las provin-
cias encaminadas a novedades y resueltas muchas dellas en comprar la paz
antes a costa de la obediencia y superioridad del rey que de sus haciendas,
de sus vidas y de sus honras, tal […], no hubiera apoderádose de Brujas el
Príncipe de Orange cuando acudieron a porfía mucha parte […] a sacar
las más aventajadas condiciones que les fuese posible para conservar sus
haciendas y religión, capa con que a su parecer cubrieran las faltas de lo
demás, como en ocasiones y pérdidas menos apretadas no han faltado
sujertos bien graves que lo aconsejasen.
Sus misivas, abundantes, que le mantienen en contacto con numerosos
superiores e inferiores, añaden aún un dato más a su perfil político-admin-
istrativo. En ellas se tocan diferentes registros, dentro siempre de un tono
oficial, que va del informe a la relación, al aviso o la simple información. Aquí
se nos presenta un Coloma atento a sus deberes de subordinado y con «buen
celo» (Discurso 3), ya dando cuenta de noticias de relevancia, ya prestando
su opinión sobre diversos asuntos estratégicos, económicos, administrativos,
etc., en suma siempre velando por el bienestar de la res publica hispana desde
sus diferentes puestos de poder.
Las dos siguientes obras que analizaremos son representativas de la prosa
especializada, técnica y «burocrática» que Coloma produce como fruto de sus
funciones de gobernador, estratega y consejero desde el momento que deja el
escenario bélico de Flandes. De valor más técnico, representativo de otra de
las facetas de «escritor histórico» de Coloma, es su Relación de Castillos de los
condados de Cerdaña…, que pertenece a lo que podría tildarse de informe téc-
Introducción 165

nico y estratégico. Pero ello no es nuevo en la obra de Coloma, pues ya en sus


Las guerras de los Estados Baxos había dado amplias muestras de sus preocu-
paciones técnico-estratégicas. Semejante a la Relación, aunque de miras más
elevadas, es su Discurso en que se representa cuánto conviene a la Monarchía
española la conservación del estado de Milán, y lo que necesita para su defensa y
mayor seguridad, con el que Coloma acomete otro género hasta cierto punto
diferente: el del consejo técnico entreverado de consideraciones (no numero-
sas) morales. Dirigido al rey, en él pasa revista a numerosos asuntos históricos
y estratégicos para concluir que «lo que vemos que sucede en los movimientos
físicos, sucede también en los morales y mucho más en los militares» (5).
Así, igual que en el movimiento físico todo cuerpo móvil se ha de mover
sobre otro inmóvil, la máquina de la monarquía hispana se debe basar en la
inmovilidad (paz, tranquilidad, etc.) del Estado de Milán. Pide que a Milán
se lleven gobernadores que más se hayan acreditado por su condición pacífica
y por ser buenos gobernadores que por ser soldados, a lo que sigue un breve
manual del buen gobernante. Pide al rey que no escatime gastos militares en
Milán, pues el mejor medio para conservar la paz es estar prevenido y apare-
jado para la guerra; y previene al rey que la parte de más valor de su ejército
son los Tercios españoles, a pesar de que se oigan rumores de que su valentía
haya decrecido. Sigue un detallado análisis sobre las tropas italianas y su valía,
así como un informe técnico sobre castillos, frontera, artillería y municiones
(todo, claro, entreverado de indicaciones económicas). Es, pues, un informe
especializado, fruto de su conocimiento técnico, experiencia militar, saber
estratégico y cacumen en materia de gobierno, que a la sequedad esperable en
este tipo de documentos ofrece el aditamento de máximas morales y referen-
cias de índole filosófica. Nada mejor para resumir su intención que escuchar
al mismo Coloma cuando resume el propósito de su obra:
…no quiera Dios que yo culpe a nadie significando las causas, pues fuera
de que sin duda lo havrán hecho las personas, a quien ha tocado, me basta
a mí librar la prueba de mi buen celo en declarar los effectos, y proponer,
aunque con corta capacidad, ingenuamente los remedios, discurriendo a más
desto sobre lo que he oydo y entendido de Italia. (3)
Finalmente, una obra que no salió de su pluma pero se dirige a él y como
testigo la corrobora, es la titulada The attestation of the most excellent, and most
illustrious lord, Don Carlos Coloma, embassadour extraordinary for Spayne. Of
the declaration made vnto him, by the lay Catholikes of England (Saint-Omer:
English College Press, 1931; ver Apéndices). En ella los católicos de Ingla-
terra, como indica el título, discuten el acierto de recibir entre ellos a un
obispo nombrado por el Papa. El argumento que esgrimen en contra no tiene
nada que ver con hostilidad contra la Santa Sede, sino fundamentalmente
con la dificultad (y hasta imposibilidad) del catolicismo para sobrevivir abier-
166 Las Guerras de los Estados Bajos

tamente en Inglaterra y recibir entre ellos a un obispo con lo que ello podría
conllevar de peligro para sus vidas y haciendas83. Así, como resumen de su
postura, dicen que
If it be sayd, that it is Capitall for a man to receaue a Catholique Priest
into his house, and that yet many receaue them with all the hazard, and
that therefore we might aswell receaue an Ordinary into our houses, ac-
knowledging his Authority. The answere will make it appeare, that the
obiection proueth nothing agaynst vs. For first it is certayne, that euen
for the reason of being so Capitall, and that there are so many lamentable
examples among vs, not only of friends who haue discouered and betraied
other friends for receauing Priests, eyther for interest, licentiousnesse of
lyfe, reuenge, frailty, or for some other passion; but of Seruants, who haue
betrayed their Maysters, Nephews, Vncles, Grandchildren & children
their Parents, Daughters their very Mothers, yea and euen Priests themse-
lues sometymes, who haue fallen and betrayed Catholikes.
La obrita sirve de indicativo de la actitud religioso-política de Coloma, del
mismo modo que en el caso de Bernardino de Mendoza (Cortijo & Gómez
Moreno) sus frecuentres protestas de catolicismo habían de ser consideradas
como signo sincero de su fe. En el caso del de Mendoza, aunque algunos críti-
cos veían en ello un espíritu de intransigencia, no era sino marca de la unión
de la defensa/servicio de su rey (Felipe II) con una fe que se ponía en en-
tredicho en varios puntos de Europa. Y para el caso de Inglaterra, Bernardino
tenía presente la situación de proscripción en que se hallaban los católicos, en
peligro real de perder la vida. Coloma defiende en su vida y obra un mismo
ideal de lucha en defensa de persona/nación/fe. Desde su historia quiere velar
por un concepto de nación (española) que defendió igualmente en la palestra
del campo de batalla con la espada, y desde su puesto de embajador aprove-
cha para defender a los católicos ingleses como parte de un mismo propósito
vital de salvaguarda de su fe/persona/nación, no fácilmente diferenciables.
Por ello, una vez más, al igual que en el caso de su traducción de Tácito
comentada y su historia de las guerras de los Países Bajos concluíamos que

83
 En otros lugares hemos ya insistido en el peligro real y persecución de los católicos en In-
glaterra. Mencionemos ahora, por lo macabro, una publicación de 1607: A true report of the
araignment, tryall, conuiction, and condemnation, of a popish priest, named Robert Drewrie
at the Sessions house in the old Baylie, on Friday and VVednesday, the 20. and 24. of Febru-
ary: the extraordinary great grace and mercie offered him, and his stubborne, traytorous, and
wilfull refusall. Also the tryall and death of Humphrey Lloyd, for maliciouslie murdering one
of the Guard. And lastly the execution of the said Robert Drewry, drawne in his priestly habit,
and as he was a Benedictine fryer, on Thursdaie following to Tiborne, where he was hanged and
quartered. London: Printed for Iefferie Chorlton, and are to be sold at his shop adioyning
to the great north doore of Paules, 1607.
Introducción 167

eran parte de un mismo proyecto (en géneros diferentes), haríamos mejor en


ver todas sus obras en conjunto desde un mismo prisma, para así entender el
perfil complejo y completo de su personalidad.
¿Qué podemos concluir de lo expuesto? La obra de don Carlos Coloma,
como en otro caso la de Bernardino de Mendoza, forma un todo coherente.
Servidor de la monarquía hispana desde puestos de responsabilidad, mili-
tares y político-administrativos, Coloma encaja perfectamente dentro de la
categoría de soldado-poeta. Pero es, eso sí, un soldado-poeta letrado, que,
en un peldaño superior, comparte preocupaciones e intereses con escritores
que reflexionan sobre política y materia de Estado. Claro está, él no lo
hace como un Quevedo, Gracián o Saavedra Fajardo, desde la simple lucu-
bración erudita, sino desde la práctica de la guerra y la política. De familia
debió venirle su afición a las letras (su padre fue poeta afamado) y de fa-
milia provino su desvelo por la res publica. Poetas, historiadores y Tácito (su
querido Tácito) debieron ser, imaginamos, sus lecturas obligadas. Encami-
nado a las armas, su conciencia de católico español tuvo ocasión de curtirse
en el ejercicio bélico y de enfrascarse en los desvelos propios del servicio a
su rey (Felipe II, III, IV) y a su patria, desde el orgullo de su pertenencia
al estamento nobiliar y desde el contacto frecuente con altos mandos que
le mostraron el modo de ejercer dicha lealtad. Dejado el ejercicio diario de
las armas en la palestra de Flandes, Coloma entra en un período igual de
ajetreado, aunque menos peligroso sin duda, y puede dar rienda suelta a
su prurito letrado. Y su interés es, antes que nada, la cosa pública, ya sea la
escritura de las guerras de Flandes (casi ofendido por el ataque a la verdad
que se vierte en numerosas historias extranjeras y hasta patrias), salpicada
de reflexiones morales imitadas de aforismos y traducciones de Tácito, ya
sea en su traducción de Tácito, entendida a modo de glosa moral sobre la
época que le toca vivir, ya sea en sus informes técnicos sobre el estado de las
defensas y pertrechos del Imperio, sobre los modos de hacer la guerra, sobre
las mejores maneras de enfrentarse al problema de Flandes, ya sea en las
numerosas misivas que le van poniendo en contacto con personajes, como
él, desvelados por el servicio político, ya sea, en fin, como católico que –en
el contexto de una nueva lucha más- defiende los intereses de religión y
nación en su embajada a Inglaterra y protege a sus correligionarios, sean de
la procedencia que sean.
En suma, una vida dedicada al servicio a la corona, a la cosa pública, al
rey, a una España que vive en un escenario bélico y político cambiante, y a
la reflexión sobre los acontecimientos que le toca vivir, ejemplo todo ello de
un grupo social de nobles de diversos rangos y burócratas especializados, en
cuyos hombros se sostuvo la corona para la gestión del Estado. En lo referente
a los sucesos de Flandes, motivo último de este estudio, es Coloma quien me-
jor resume su sentir, cuando en el Prólogo a su historia hace suyo –en senten-
168 Las Guerras de los Estados Bajos

cia tacitista- el sentir de Felipe II, quien con las guerras de Flandes no quiso
sino sustentar la fe católica, su debida obediencia y la quietud y tranquilidad
de aquellos sus vasallos.
Y en cuanto a escritor de historia, motivo último de estas líneas, es Co-
loma máximo representate del sentir de Fox Morcillo, cuando decía en su De
historiae institutione dialogus (§ 12):
Quis enim historiam, omnibus suis numeris absolutam atque perfectam,
scribat, nisi orator summus, prudentissimus homo atque longo rerum usu
in Republica diu versatus.

5.1 Los estudios sobre su vida y obra.

Añadamos a las notas anteriores unas breves líneas sobre los estudios exis-
tentes sobre la bio-bibliografía de Carlos Coloma y su historia desde el siglo
XVIII (vid. Bibliografía para los detalles oportunos). Amelot de la Houssaye
fue el primer autor que de modo específico citó de manera abundante la obra
de Coloma (los comentarios políticos a su traducción de Tácito). Coutinho
y Bernal fue el primero en establecer una genealogía general de la familia Co-
loma en 1777, aunque es Llorente Llanas (1874) quien primero se centra de
propósito en Carlos Coloma, en particular al estudiar su primera embajada
en Londres. Rico García & Montero le dedican unas 40 págs. en 1888 en el
catálogo de escritores alicantinos. Morel-Fatio dio a luz en 1911 una muy
breve carta de Coloma, sin aportar nada más nuevo, y en 1929 Gil y Gaya re-
sume algunos datos ya conocidos sobre Coloma (salvo algún pequeño añadi-
do). Olga Turner es quien se ha encargado (desde su Tesis Doctoral de 1950)
en numerosas publicaciones de trazar una exhaustiva biografía de Coloma,
analizar su obra histórica, situar el contexto de las dos embajadas del mismo
en Londres, estudiar sus diferentes puestos y nombramientos desde su salida
de la lucha de Flandes hasta su muerte y, en suma, realizar una impresionante
labor de archivo y documentación en lo relativo a cartas y documentos to-
cantes a la labor de Carlos Coloma en puestos de mando y administración.
Segura y Poveda (1999) ha incluido la figura de Coloma en el contexto de
la casa condal de Elda y Guill Ortega (2007) ha logrado aunar los estudios
anteriores en una magna labor de conjunto que presenta la figura y obra de
Coloma en el contexto de la política española y europea de la época, amén
de haber hecho algún descubrimiento que añadir a la bibliografía de Carlos
Coloma. Además de estos estudios, pueden mencionarse numerosos trabajos
(vid. Bibliografía) que analizan la figura de Coloma de modo tangencial o
parcial, ya sea para incluirle en un catálogo de historiadores de Flandes, ya
para hablar de la polémica despertada en lo referente a la representación de
Introducción 169

A Game of Chess[e], ya para su papel en los asuntos del posible matrimonio


del príncipe de Gales y la princesa María, o para su labor como traductor de
Tácito y comentarista político de la órbita tacitista. Quizá entre ellos quepa
destacar a Verdonk, quien se ha preocupado por estudiar el uso del flamenco,
francés y neerlandés en la obra de Coloma (y otros historiadores de las guer-
ras de Flandes), y Sánchez, que en www.tercios.org ha presentado su figura
en el contexto militar de los Tercios de Flandes. Y deberíamos mencionar
igualmente a Menéndez y Pelayo, que diera ese juicio taxativo (y acertado)
sobre la historia de Coloma, diciendo que sigue en el estilo de narrar a César
(Comentarios), mientra en sus análisis y comentarios morales imita a Tácito
(Anales, Historias):
En su obra original sobre la Guerra de los Países Bajos desde el año 1588
hasta el 1599 […] prefirió resueltamente la imitación o más bien la asimi-
lación del estilo de César en lo que toca a la narración de las campañas, si
bien en las sentencias y reflexiones políticas que suele intercalar muestra
bien lo empapado que estaba en la lectura del terrible historiador de los
Césares [Tácito]. El relato de Coloma es grave, viril y sobrio, un poco
desaliñado a veces […], pero tiene un nervio y una noble sencilez en que
se retrata a maravilla el carácter de aquel soldado e inteligente negociador.
Es una historia técnica y rigurosamente militar y en tal sentido quizá no
tiene rival en nuestra lengua, como no lo tienen los Comentarios de César
en la literatura universal. (470-71)

6. La lengua. Terminología militar.

En vista del interés que ha despertado la obra de Coloma para algunos


estudiosos en lo referente al uso del francés y neerlandés entre escritores
de habla española, abordaremos dicho tema de modo sumario. Dos cam-
pos léxicos merecen especial mención en la obra histórica de Coloma, el de
la terminología militar y el de los préstamos del francés y neerlandés, a su
vez imbricados. Pero ¿cómo se llegan a producir los encuentros lingüísticos?
Desde 1567 en adelante la presencia del ejército «español» va en aumento en
los territorios de los Países Bajos (ejército compuesto por hasta seis nacio-
nalidades: españoles, ingleses [e irlandeses], italianos, borgoñones, valones,
alemanes altos y bajos), llegando a contar entre 65.000 y 85.000 (entre 1570-
1650), según las épocas. Las reuniones de los altos mandos militares (según
Verdonk 1980, 24), casi todos de la aristocracia y entre quienes se incluían
jefes militares flamencos, solían hacerse en español, aunque con dosis altas
de bilingüismo y préstamos léxicos. Por lo que a la administración política
se refiere, aunque la mayor parte de los puestos pertenecían a flamencos (en
170 Las Guerras de los Estados Bajos

el Consejo Privado, de Finanzas, de Estado y Secreatariado de Estado84), el


hecho de que tuvieran que mantener frecuentes contactos con el gobernador
general y su corte española obligó a que los flamencos hubieran de aprender
el español para poder medrar (así como algunos elementos del clero). Tam-
bién aquí, como en el caso anterior, ha de suponerse una dosis elevada de
bilingüismo o plurilingüismo (Verdonk 2000, 194-5). Mas, como no podía
ser de otro modo, donde afloran las mayores oportunidades para el préstamo
y el contacto lingüístico es en lo referente al mundo de la milicia.
Recordemos las sabias palabras de Vidos:
Dado que en los Países Bajos, en los siglos XVI y XVII, bajo la soberanía
española, el castellano era de uso corriente junto al francés (valón) y al
holandés (flamenco), […] las palabras holandesas (flamencas) presentes
asimismo en el francés [unas 800] pudieron llegar al español procedentes
de éste y no directamente del holandés. Por lo tanto, el que una palabra
española conste en un documento de la época de las guerras de Flandes
o en una crónica de las mismas, no es suficiente para afirmar que haya
pasado al español directamente del holandés, por existir dicha palabra de
antiguo, o al mismo tiempo también en el francés. (236)
En general, como indica C.F. Adolfo van Dam,
la mayoría de los españoles del siglo XVII ignoraba el francés […]. El
inglés lo sabían mucho menos […]. En vista de esto no es de extrañar que
no se supiera el holandés. Ni siquiera el Gobierno español de Bruselas se
tomaba el trabajo de aprender el idioma flamenco. En los documentos ofi-
ciales de la época vemos los nombres geográficos mutilados y deformados
hasta tal punto que solamente a duras penas llegamos a descifrarlos.

84
 Recordemos la organización politico-administrativa de los Países Bajos, tal como la describe
Bernardino de Mendoza en su libro I: «Cuanto a lo que toca al govierno de los Países, Su
Magestad acostumbra nombrar un governador y lugarteniente general, el cual trata los ne-
gocios y materia de estado con un consejo compuesto de un número incierto de consejeros,
elegidos de entre los señores y governadores de algunas provincias de estos [2r] Países, con
algunas personas de letras y doctrina señalada. Demás de este consejo, ay el que se llama
Consejo privado, que está assimismo cerca de la persona del governador, donde se juntan
doze consejeros y un presidente, los cuales juzgan en general los negocios que tocan a la
justicia y policía, teniendo autoridad sobre los otros consejos particulares. Assimismo ay un
Consejo de Hazienda y una Cámara de Cuentas, donde se toman a todos los que tienen a
cargo la hazienda real. Finalmente, en algunas villas principales ay consejos soberanos, como
chancillerías o parlamentos, para los cuales se puede apelar de los consejos particulares de
las provincias, según se haze a Malinas; y una chancillería, como en el ducado de Brabante.
Los estados se juntan ordinariamente en Brusseles, donde se hallan los diputados de los tres
miembros: ecclesiásticos, nobleza y villas capitales».
Introducción 171

Lope de Vega, por ejemplo, sí incluyó un diálogo en El asalto de Mastri-


que por el príncipe de Parma con elementos neerlandeses, tal como lo estudia
Dam (la polémica al respecto de este parlamento no toca a estas páginas). Por
ejemplo, nitifiston aparece por niet te verstaan (‘no lo entiendo»). Lo intere-
sante es entender que «Lope aprendió unas pocas palabras de boca de algún
flamenco a quien encontró en la corte. Que fue flamenco y no holandés […]
lo manifiestan formas dialectales como ghi, jit […]. Lope se fijó mucho en la
pronunciación extranjera e hizo luego la transcripción con toda puntualidad,
aunque algo deformada» (285-86).
Gillet también se hace eco del uso del flamenco en nuestra literatura áurea,
indicando que el uso de Bernardino de Mendoza de swertruyters (‘caballería
alemana de herreruelos») remite a un origen flamenco (o bajo alemán); fla-
menco igualmente es Got berliena huber libden gudemdag en Eugenio de Sa-
lazar; así como nitesgut español de Vélez de Guevara (El Diablo Cojuelo). Por
lo tocante al diálogo ya mencionado del Asalto de Mastrique de Lope de Vega,
Gillet descarta la hipótesis de Dam y prefiere ver en él términos flamencos
(remite a Gossart, Les Espagnols en Flandre, Bruselas, 1914). «Prefiero», dice,
no decir neerlandés, que es término demasiado general; ni holandés, por
referirse éste propiamente al neerlandés de las Provincias Unidas, sino fla-
menco, es decir, el idioma de las provincias del Sur de los Países Bajos, que
hoy son parte de Bélgica, y donde el contacto del elemento español con
los naturales fue más íntimo y más prolongado que en las provincias del
Norte. (386-7)
Para Vidos (1972), «como consecuencia de las sucesivas campañas milita-
res en Flandes y Holanda, varias palabras holandesas se incorporaron al caste-
llano, principalmente en el campo náutico […]. Se sabe que durante la ocu-
pación española, además del bilingüismo francés (valón)-holandés(flamenco),
que perdura aún hoy en Bélgica, el castellano estaba de moda en los Países
Bajos» (235). Desde 1520 comenzaron a salir gramáticas y diccionarios espa-
ñoles y el influjo español se dejó sentir sobremanera en Lovaina y Amberes.
«En Flandes, durante el siglo XVII, el dominio cultural del francés encontró
en el castellano una viva competencia, llegando a ser éste, junto al francés,
la segunda lengua de la aristocracia flamenca» (235). Como ejemplo de la
dificultad de saber si el préstamo al español procede del holandés (flamenco),
si la voz no existe en francés, o si lo hace del francés (que la ha derivado del
holandés), usa dique, que en Coloma (según Corominas) procede del ho-
landés Dijk, aunque según Vidos (236) pudiera haberlo hecho del francés.
Como ejemplo de palabra derivada del holandés (flamenco) indica escapa-
rate (< schaprade). Otro ejemplo es finanzas, que debió proceder el francés
finances, pero procedente de los Países Bajos meridionales. Un ejemplo más
que ofrece Vidos es la voz caramesia («feria»), en la crónica de Alonso Váz-
172 Las Guerras de los Estados Bajos

quez (Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnese, 1624),
españolizazión del francés caremesse, a su vez derivada del holandés kermesse.
Y aun otro demuir y petitabiera, que ofrece como sinónimos, una derivada
del holandés (flamenco) dunbier, la otra del valón (francés) petite bière. Asi-
mismo, Verdonk, en su estudio de los préstamos franceses/neerlandeses en la
Historia de las guerras civiles que ha avido en los estados de Flandes de Antonio
Carnero (1625), contemporáneo de Coloma, encuentra los siguientes térmi-
nos: avenida, contrabatería (fr. contrebatterie), dros(s)art («oficial de justicia en
determinadas zonas de Flandes»; del neerlandés drossaert, derivado de drossar-
te y/o del francés drossard, drossart).
En cualquier caso, y como era de esperar, la especial relación que se mantie-
ne entre 1566-1650 entre tropas de varias procedencias geográficas en los terri-
torios de los Países Bajos, así como entre los miembros dirigentes de las mismas
y personajes de alto calado en los puestos administrativos de mayor relevancia,
hacen que se produzcan numerosos casos de préstamos de unas lenguas a otras.
A nosotros aquí nos interesa señalar los que recibe el español, en particular del
neerlandés y francés, las lenguas oficiales en los Países Bajos en esta época. Asi-
mismo, y como la materia fundamental sobre la que se discute en esta época es
la bélica, no es de extrañar que sea el léxico de la milicia el que más haya sufrido
dicha ingerencia de préstamos. En este sentido nos referiremos al trabajo que
pensamos representa mejor el estudio concienzudo de dichos préstamos, el de
Verdonk (1980). Allí el autor rastrea una serie de términos que, de procedencia
francesa, acaban llegando al español, ya sea del francés propiamente dicho, ya
sea del neerlandés (con origen francés). Entre dichos vocablos –y notemos que
todos ellos son usados también por Coloma- figuran a(t)acar y ataque (en el
sentido moderno militar del término, aunque quizá pueda provenir del italia-
no), avenida (como «vía de acceso» o «grupo grande de»), burgués (que, aun-
que en uso medieval, se reintroduce en el siglo XVI en el castellano), convoy y
convoyar («escolta», «acompañamiento»), entrepresa(r) («atacar», «emprender»,
en sentido militar), finanzas, recruta («recluta»), zapa (sapa) (que, sin embargo,
procede del italiano en último término, cuando se refiere al instrumento para
abrir zanjas, pues el fr. sape es el «trabajo de zapa», no el instrumento), víveres.
Por último, en un ensayo dedicado expresamente a Coloma y la obra a que aquí
editamos, Verdonk encuentra los siguientes términos tomados del francés y/o
neerlandés en nuestro escritor: atelage (fr. attelage, «conjunto de caballerías que
tiran de un carruaje»), avenida, burgués, dragón (del fr. dragon, «soldado que
alternativamente sirve a pie y a caballo»), drosarte, drosartía (del fr. drossartie,
«territorio jurisdiccional del drosarte»), entrepresa, flanquear, fraybutre, galería
(del fr. galerie, «camino subterráneo o en la superficie del terreno, pero prote-
gido por maderos, para facilitar a los sitiadores el ataque de una fortaleza, o a
los sitiados una posible salida»), parlamentear (del fr. parlamenter), tren (del fr.
train). A ellos debería añadirse el término anivedres, que ocurre dos veces, en los
Introducción 173

libros XI y XII, y que proviene del neerlandés haaneveren. Verdonk indica que
«a pesar de ser varias de ellas corrientes en la lengua española de hoy, eran todas
voces aún desconocidas en el español peninsular de la primera mitad del siglo
XVII» (153). Asimismo, aunque en ello no podemos entrar, deberían al menos
citarse la gran cantidad de topónimos de los Países Bajos que aparecen en la
obra de Coloma directamente tomados (adaptados) del francés y/o neerlandés,
más o menos deformados.
Puede, pues, concluirse que de la mayor parte de estos vocablos son agen-
tes eminentemente transmisores los soldados de Flandes, en particular los
militares que, tras muchos años de servicio (y del en su español de estos prés-
tamos), los llevan a la Península o los introducen en las obras que escriben.
Como concluye Verdonk,
muchos militares españoles, cuya lengua está «contaminada» por los mu-
chos «préstamos» del español que se hablaba allí [Flandes], regresan a
España y siguen utilizándolos no sólo oralmente, sino también en sus
escritos. En efecto, a varios oficiales y generales letrados les gusta publicar
crónicas y memorias sobre los acontecimientos bélicos y políticos que han
vivido en los Países Bajos. Estos escritos tienen gran éxito en la Península
Ibérica. Como prueba de ello se puede citar […] a Lope de Vega, que
escogió las guerras de Flandes como telón de fondo para varias comedias
suyas. […] Otros militares españoles publican en los mismos Países Bajos
sus escritos […]. Así, Carlos Coloma […]. La correspondencia entre Bru-
selas y Madrid constituye otra vía de penetración. (211-12)85

7. Criterios de edición.

Para la fijación de nuestro texto hemos seguido el de la edición de 1625


(ver Rhodes para notas sobre la primera edición), modernizándolo en cuanto
a puntuación y uso de mayúsculas. Si en la edición de Don Bernardino de
Mendoza quisimos reflejar el arcaísmo gráfico de la lengua, aquí hemos pre-
ferido modernizarla gráficamente, regularizando el uso de b/v, j/g, y/i, x/j,
u/v, z/c, w/v, etc., y optando por hacer de la «ç» una «c» o de la –ss- una –s-,

85
 Una idea de interés no sugerida en Verdonk pero recordada por Parker 2000, es la de consi-
derar a un grupo particular de soldados de Flandes conocidos como los neerlandeses españo-
les, soldados asentados en Flandes y cuyas raíces habían quedado allí establecidas mediante
matrimonios, en general con mujeres del país («constituían una sociedad separada, reforza-
da por los matrimonios dentro del grupo», 284). Es lógico suponer que entre este grupo se
desarrollara una especie de bilingüismo o de habla que tomara prestada de varios idiomas
numerosos vocablos.
174 Las Guerras de los Estados Bajos

etc., aunque manteniendo las vacilaciones de timbre vocálico o cualquier otro


aspecto de la lengua que reflejara valor fonético (así mejoralla y no mejorarla,
efeto y no efecto, etc.). Sí hemos procurado ser conservadores en la trascripción
de los nombres propios y topónimos en aras de favorecer la identificación por
parte del lector de los mismos con relación a otras fuentes contemporáneas,
aunque dando en muchas ocasiones en nota sus equivalencias en español de
hoy día (o en el idioma de que se trate).
*****
La edición base para nuestro texto es la de 1625, la primera –tras las del
22 y 24- que lleva licencia (concedida en agosto de 1623). Puede consultarse
un ejemplar de la misma en la «Biblioteca Saavedra Fajardo de Pensamiento
Político Hispánico», aunque la calidad de la imagen deja un tanto que de-
sear86. Esta edición de 1625 es también la que sirve de base a la del vol. 28 de
la Biblioteca de Autores Españoles, que contiene algunos añadidos de lecturas
de la de 1635, cuando el editor lo ha considerado oportuno. Esta edición, sin
embargo, carece de los argumentos que encabezan cada libro en el original y
no da cuenta de la foliación. Por lo demás es una edición esmerada y, como es
costumbre de la BAE, con muy pocas notas explicativas.

86
 http://saavedrafajardo.um.es.
ADDENDA
Pocas obras salen de las prensas en inglés durante la época que hemos
estudiado que tengan algo positivo que decir sobre España y/o los españoles.
Incluso las que lo hacen mencionan algún que otro elogio simplemente de
pasada. Sólo ésta que aquí editamos, del padre Robert Parsons, hace un con-
cienzudo análisis de lo absurdo de los tópicos ingleses antiespañoles, a la par
que de paso elogia lo español en su medida, sin caer en la lisonja rastrera y
demostrando en todo momento buen conocimiento de la materia tratada y
convencimiento de algo tan de sentido común como que en todos lugares hay
gentes buenas y malas. Porque al refutar los topoi antiespañoles sirve igual-
mente de catálogo de los mismos (enfrentando dos posiciones encontradas),
nos permitimos editarla aquí en conjunto.

*****
Robert Parsons, A temperate vvard-vvord, to the turbulent and seditious
VVach-word of Sir Francis Hastinges knight vvho indeuoreth to slaunder the
vvhole Catholique cause, & all professors therof, both at home and abrode. Re-
duced into eight seueral encounters, vvith a particuler speeche directed to the
Lordes of her Maiesties most honorable Councel. To vvhome the arbitriment of
the vvhole is remitted. By N.D. [Antwerp] : Imprinted vvith licence [by A.
Conincx], Anno M.D.XCIX. [1599]. Octavo discurso.
THE EIGHTH INCOVNTER, TOVCHING SPANIARDES, AS vvell
the vvhole nation, as their present King.
Having made the warde which you haue seen, in the former incounter,
both to Rome and her Bishoppes, agaynst the peeuish wranglinges, and spite-
full calumniations, of this wach-worde-geuer, there remayneth yet an other
bickering about the Spanish king and nation, which I haue reserued to this
last place, as the subiect wherein our cockish knight presumeth principally to
crowe and triumph without modestie, and to lauish out lies without number
or measure, imagining that all is both lawfull and gratefull which he sayth in
that kynde, and that no man will aduenture to check him therin, in respect
of the present warres and hostilitie that are betwixt our realme and them.
178 Las Guerras de los Estados Bajos

But he is deceaued, for that the wiser sorte of our nation, haue learned euen
by the lawes of moral ciuilitie, that a man must speake moderatly also of his
enemy, and the more religious sort do know by the principles of Christianitie,
that not only of our temporal aduersarie (which may be afterward our frend)
we must notly or fayne reproches, but neither of the Deuil himself, though
he be our spiritual & immortal enemy, and Gods also: so detestable are lying
lips and calumnious tongues in the sight both of God and man, where either
reason or religion beareth rule, as neither of them seemeth to do, with the
enraged and distracted spirit of Sir francis Hastinges.
VVhich poynt that we may better consider of, I shall first beginne with
that which he vttereth in diuers partes of his libel, agaynst the whole nation
of Spaniards in general, terming them by the names of proud, ambitions,
bloody, tyrannical, rauening Spaniards, a nation cursed by God, for that the
Pope that cursed man of sinne hath blessed them, &c. And in one place
he descrybeth them in these wordes: I must remember vnto you, that it is
recorded of the Spaniard, that in dissimulation he surpasseth all nations, till
he haue attayned to his purpose, and when he can once preuayle, he goeth
beyond them all in oppression and tyrannie: also that he disdayneth all other
nations, and that in pryde and carnal voluptuosnes, no nation cometh neer
him, and these be his qualities.
This our gentlemans censure, gathered out of recordes (as he sayth) but
I would gladly he had cited the author where he found this record, as he
ought to haue donne for discharging his fayth and honestie in so greeuous an
accusation as this is, and that toucheth so many, if he had regard or respect
therof. And hardly do I beleeue that he hath euer found, or shall fynd, any
writer of credit be he of what nation soeuer) that will shew himself so fond
and passionate, as to set downe by wryting so preiudicial a censure, and so
general a reproche as this is agaynst any nation: notwithstanding I know, that
the Spaniardes at this day, haue many emulators and aduersaries, partely for
hatred of Catholique religion (which is their greatest glorie) and partely by
reason of their large dominions, which is not strange, for so had the Romanes
also before them, and the Graecians, & Assyrians before them agayne, when
their Monarchies were potent, quia virtutis comes inuidia, as the common
prouerb sayth, enuy followeth vertue and valour: and in this sense our Eng-
lish prouerb is also most true, it is better to be enuied then pitied. And when
the Roman monarchie was fallen, and the french also, that was set vp by
Charls the great, our English nation had the greatest of any one of Christen-
dome, for some ages together, when we possessed our ample olde states and
dominions in france, during which tyme, he that will see the inuectiues made
agaynst our English manners, and agaynst our proud and tyrannical kynde
of proceeding (as then it was termed) let him but reade ouer the recordes of
the french chronicles, extant at this day: and yet no reason that these recordes
Addenda 179

should condemn or disgrace our whole nation now, nor then neither, when
they were written, being set downe by our aduersaries and emulators, and by
those that were either vnder vs, or feared vs, and consequently were nothing
equally affected vnto vs, as many are not at this day agaynst Spaniards.
Moreouer if some Spaniardes should be found in deed to haue some of
those vices or defectes which here by their calumniator Sir francis are named,
(as among other nations no man can deny, but the lyke are also to be found)
what reason or equitie is there (to omit conscience and christianitie, with
which this man seemeth to haue litle to do) what reason is there (I say) that
these defectes should be attributed vniuersally to the whole Spanish nation,
wherin there are to be found thowsandes that haue no part nor fault, as on
the other syde, if some English-men as they passe ouer other countries, by
sea and land at this daye should behaue themselues scandalously, by gluttonie
and drunkennes, (as diuers haue byn sayd to do) is it a lawfull consequence to
say or think, that all English are such at home, and that these are the qualities
of the English nation, as Sir Francis sayth here of the Spaniardes? or to take a
comparison from himself, if one English knight of a noble familie, haue byn
so madheaded, as to make a fantastical booke, stuffed with ignorances, lyes,
and calumniations, is it reason that foraine nations should iudge hereby, thar
all our knightes and nobilitie of England are so fond and frantik, and haue so
litle respect to their honours and credit as he? I trow no.
VVherfore as concerning the Spanish nation in general, no such preiu-
dice or slanderous rule can be geuen, as this malignant spirit setteth downe,
for that they are in this poynt as other nations be, where all sortes of people
may be found, some bad and many good: and if comparisons may be made
without offence (for that comparisons are odious in such affayres between na-
tions) no nation in Europe hath more cause to glorie, and geue God thankes
for his giftes, abundantly powred vpon them, both natural, moral, and Di-
uyne, temporal and spiritual, for tymes past and present, then the Spanish,
who haue a countrie both rich, ample, fertile, and potent, and praysed in
scripture it self, a people able and apt in respect both of wit and body to at-
tayne to any thing they take in hand, as in old tymes appeared by the most
excellent Emperours, Traian, Theodosius the great and some other of that
nation that surpassed all the rest, as also by their famous learned men, in an-
cient tymes Seneca, Lucan, Martial, and others, when they were yet heathens;
Osius, Damasus, Leander, Isidorus, Orotius and such lyke old renowmed
Christians, both for learning & sanctitie: by their most famous martyrs in
lyke manner, Saynt Laurence, Saynt Vincent, and many others: and in our
age, he that will consider after their valiant deliuering of themselues out of the
handes and captiuitie of the mores, that inuaded and oppressed their countrie
what Christian Zelous Princes, Kinges, Emperours, Captaynes, Knightes, &
famous soldiers they haue yeelded to the world, and do yeeld daylie, and
180 Las Guerras de los Estados Bajos

what store of singular learned writers do appeare from thence from tyme to
tyme, what countries they haue conquered by the sword, and how many mil-
lions of soules they haue gayned to Christ by preaching his word in diuers
and most remote partes of the world: all these thinges (I say) put together do
make ridiculous and contemptible this malignant description set downe by
Sir Francis, whose spetial hatred agaynst them is founded in that which of all
other commendations is their greatest, to wit, their constancie and zeale in
defence of the catholique religion, for which probablie God hath so greatly
exalted them alredy, aboue other nations of Europe, & will do more daylie, if
they continue that feruour in defending his cause, notwithstanding any other
humane infirmitie or defect in lyfe that as to men (of what nation soeuer)
may happen, which our merciful lord in regard & recompence of the other
rare vertues of zeale iustice constancie and feruor in his cause, will pardon
(no doubt) and geue grace of true amendement and rising agayne, whyle
the prating heretique that scornfully sitteth downe to score vp other mens
synnes, shall walk for his owne to his eternal habitation, prepared in hel, for
that his one malitious and obstinate sinne of heresie (if it may be called one)
prepondereth with Gods iustice more greeuously then all other infirmities
and sinnes put to gither which catholique men do or may commit of humane
frayltie.
And thus much of this poynt, may suffice, for if I should ad to this the
ancient loue and amitie of the Spanish nation towardes vs in tymes past,
the large leagues that England hath held with them heretofore, the great
wealth and gaynes we vsed to gather and reape by their trafique, the noble
and bountefull Queens of that linage maried into England, which aboue all
others taken from forayne countries haue byn most gratefull and beneficial
to our land and people; the exceeding charitie of the present king and of his
whole nation shewed to our English catholiques abrode, in this long tyme
of bitter banishment, & persecution for their faith; these thinges (I say) if I
should repeat or set out at large, would perhaps help nothing to the argument
we haue in hand but rather geue offence (tymes standing as they do) and
therfore I recount them not in particular, but leaue them to be considered
with pietie & gratitude by such as are indifferent in these dayes, and to be
recorded in the honorable monumentes of our posteritie.
And so hauing answered thus much about the iniurie offered to the Span-
ish nation (by Sir Francis) in general, I will passe to the approbrious speaches
vsed personally agaynst their present famous and noble king (once also ours)
with such indignitie of vnciuil and most reprochfull termes as is not suf-
ferable. And if any of the sayd kinges subiectes were to answere our knight
in this demand, he would cast him his gauntlet, and geue him the lye, and
chalenge him to the defence of so notorious calumniations, and therby proue
him either a lying or cowardly knight, or both.
Addenda 181

His ordinarie termes of the most excellent & most Catholique king Philip
are these, the ambytious king of Spayne, the vsurping tyrant, the proud popish
champion, trecherous, cursed, cruel, and the lyke, all which vyces the world
knoweth (nny herself being witnes) that his Catholique Maiestie is most free
of, and is indewed abundantly with the opposite vertues, wherof no nation
hath had better proof then England, by the experience we had of his sweet
nature & condition, both in princely behaueour & pious gouernment, dur-
ing the few yeares he liued amongst vs & ruled ouer vs, which tyme not-
withstanding of his being in England this malitious sycophant will needes
calumniate, & draw into suspition of great mysteries of iniquitie meant by
him (as he sayth) agaynst England & English people by meanes of that ioyfull
mariage & gouernment which there he had.
If you will geue me leaue (sayth he) to call to your remembrance the man-
ner and meaning of his coming into England, when he came not as an inu-
ader to conquer but as a frend to fasten a strong league of amitie by a mariage,
I doubt not but to discouer the trecherous crueltie of his hart. This is Sir
Francis promisse and you shall see after you haue gyuen him leaue, how wisely he
will performe the same, and how substantially, he will declare vnto vs the kinges
intention, or at least his own inuention.
But before I set downe his discouerie vnder his owne hand, I shall declare
a litle the state of thinges whyles the Spaniards were in Queen Maries dayes
in England, and how the king did actually beare himself, by testimonie of
all those that knew him, conuersed with him, or lyued vnder him. And then
shall Sir Francis tell his tale of that he imagineth or faigneth the king would
haue don in tyme, and before we both haue ended, I beleeue that in steed of
this discouerie promised of the trecherous crueltie of the kinges hart, we shall
discouer both trecherous cogging and shameles forgerie in the hart and hand
of this counterfayt knight. Thus then I begin the declaration.
The conditions of that most famous and royal mariage between the
two greatest Monarches of Christendome, king Philip and Queen Marie,
and the conuentions agreed vpon between both nations, and between the
princes themselues, Queen Marie, the Emperour Charles, (then resyding in
Flanders) and king Philip, and eche of their Councels and Parlaments, are
yet extant, and for the most part in print: wherby it may be seen that all
those poyntes that this sely fellow cometh in withall now after the market
ended, about the succession of our realme, the priuie Councel, of what na-
tion they should be, the condition of our nobilitie, the Parlament, the lawes
of the realme, the portes, castles and garrisons, the officers of the courte and
household, and other lyke circumstances were particulerly treated, agreed
vpon and prouyded for before hand, by all partes. Neither was there euer
any complaynt that the king or his nation brake any one of them whyle
they were among vs, but added rather diuers benefytes and courtesies of
182 Las Guerras de los Estados Bajos

their owne accord aboue that which they had promised and were bound
vnto.
As for the expences, and for the furniture of the mariage (so much I meane
as came from abrode) as also for the two Spanish and English nauies that ac-
companied the king when he came into England were at his cost and charges
vntill they arryued at Portesmouth, and the whole trayne from thence to
winchester, where he met with the Queen, and the mariage was celebrated, at
the charges of the same King of Spayne.
All the Spanish nobles and gentlemen that came with the king, came so
furnished with all necessaries and brought such store of money with them, as
within two or three monethes after their arryual, all England was full of Span-
ish coyne. The priuie councel of England was wholie and intirely as it was
before, neither was any Spaniard euer put into it, the officers of the Queens
household were altogether English, the king for his owne affayres, and his
other kingdomes, had a particuler Councel, which interrupted not ours, the
nobilitie of our land was exceedingly honoured by him, and many of them
had particuler great pensions also yearly from him, the captaynes and sol-
diers that he vsed of our nation as namely at the warre of Saynt Quintins, he
honoured highly, and made them equall in all poyntes of seruice and honor
with Spaniardes, and payd them himself without further charges to England
saue only geuing them their vpper cassockes with the crosse, according to
the custome. The marchantes commonly he made free to enioy and vse all
priuileges and preferments throughout all his kingdomes, countries and pr-
ouinces: and in England he had such care to yeeld our nation contentment,
as he gaue expresse order that if any English man and a Spaniard fell out, the
English should be fauored and the Spaniard punished, which he caused to
be executed with such rigor as it cost diuers Spaniardes their lyues, when the
English were much more in fault: and I haue heard it spoken by some of the
Councel at that tyme, that Queen Marie was so afflicted diuers tymes with
this partialitie of the kinges towardes the English agaynst his owne nation; as
it cost her many a bitter teare for verie compassion & shame.
And so much the more was she moued therewith for that she saw many
English, partly vpon this indulgence of the kinges, and partly for that being
secretly heretiques, they had auersion and hatred to the Spanish nation, to
abuse themselues intollerably in offering most inhumane and barbarous ini-
uries vnto them: No Spaniard could walke by night (nor scars by day alone)
but he should be eyther wounded, or thrust between two or three swashbuck-
lers, that attended particulerly to those exercyses, and so put in danger of his
lyf. Villanous wordes were ordinarie salutations to them in the streetes, as also
often tymes in churches, but no remedy was to be had, nor would any man
beare Witnes lightly in behalf of the Spaniard agaynst the English though
the iniurie were neuer so manifest. If any thing were to be bought in the
Addenda 183

market, the Spaniard must paie dooble for it, and for that most Spaniardes
drunk water, they must buy it also dearly in many places, if they would drink
it, and often could not haue it for mony, and diuers wells were sayd to be
poysoned of malice therby to destroy the Spaniardes. Many deuises were vsed
to draw Spaniardes into priuate houses, and familiaritie was offered them to
that end, and if any entred to talke with the wyf, daughter or seruant (as they
were thought propense in that kynde) then rushed forth the husband father
brother or master, that lay in wayte with other catchpoles of thesame conspir-
acie to apprehend them, and to threaten death or imprisonment except they
redeemed themselues with good store of money. And I haue heard from the
mouth of a greate noble man a Spaniard that was in England at that tyme and
now is a Vyceroy vnder the king that some English would send their wyues &
daughters of purpose into the fieldes where Spaniards walked, to allure them
to talke with them, and therby to intrap them and get money from them.
I omit to name more violent meanes of taking purses and playne roberies
and other lyke artes to get the Spaniards money from them by force, which
yet were many and some most barbarous and shamefull to our nation, and the
mention and memorie therof maketh vs blush when in other countries we are
told of them, as namely this that followeth which my self haue heard recounted
from a nobleman himself that is yet alyue, to wit, the old Count de Fuensalida
cheef steward at this day of the kinges houshold, who being in England with
the king made a great supper one night to diuers noble men of his nation, and
to some others, and being at the table mery and fearing nothing (as in a peace-
able and ciuil commonwealth, it seemed he had no cause) there came rushing
in, some twentie or thirtie maskared good fellowes with their swordes drawen,
and commanded that no man should stirre vnder payne of death, and so kept
them all at the table, and their seruantes shut vp into diuers houses of offices
where they were found, vntill the theeues had ransaked the whole house, and
packed vp the siluer plate that was in store, and so departed.
And these are the heroical actes and honorable histories which these no-
blemen and other strangers do recount of the ciuilitie and courtesie of our
countriemen towardes Spaniards in those dayes which being obiected vnto vs
in all forayne nations where we trauayle (the french also recounting as bad
or worse donne to them, to whome at that tyme we were open enemies) it
cannot but make modest Englishmen ashamed, and their eares to burne in
respect of the dishonour of our countrie, as also to consider what fyne frutes,
our new ghospel then freshly planted, and yet in the bud began to bring
forth: for that all this hatred and barbarous vsage towardes Spaniards and oth-
er Catholique forayners, rose principally vpon the difference of religion lately
begonne within our realme, and these lads as the first professed proselites
therof vpon heate and zeale committed these holy actions, as the first frutes of
so heauenly a seed. But since that tyme we haue had much larger experience
184 Las Guerras de los Estados Bajos

therof, and I presume that most mennes myndes in England are sufficiently
cleared in this case, and if not, let them behold the behaueour of Sir Francis
in this libel, who is an ancient branche of that plantation.
And so hauing seen the state of matters how they stood at that tyme, and
in particuler what king Philip had promised to do, and what he was bound to
do, and then what in deed he performed really whyle he was among vs (which
was more in deed then either he promised or had obligation to performe,
as hath byn shewed) let vs heare now what Sir Francis sayth he would haue
donne if he could, or if his abode had byn longer in England. The tale shall
go in his owne wordes for better declaring his spirit. Thus then he writeth.
This mariage was sought for and intended also in shew only to strengthen
the hand of the Queen of England, to bring in the Romish religion and
gouernment into this land, and to establish it with continuance, with pur-
pose and meaning to ad strength to all the corners of Christendome to con-
tinue Poperie where it was, and to bring it in, where it was not, that so the
Arche-prelate of Rome might hold the scepters and power of all princes and
potentates of Christendome in his hand, to dispose a his pleasure: but the
plottes and practises layd and pursued by the Spanish king, had made a wof-
ull proof to England of a further mark shot at (which was discouered in a
letter to some of our nobles, from a true harted English-man in Spayne) had
not God almightie in his rich mercy preuented their purposes, and defeated
them in their determinations, as it shall appeare hereafter, &c.
This is the preface and entrance which Sir Francis maketh to the discoue-
rie he promiseth of great hydden mysteries, about plottes and practises not
only layd, but also pursued by king Philip whyle he was in England, which
neuer came to light vntill this day, though at that tyme they were discouered
(as he sayth) in a letter to some of our nobles, from a true harted English-
man in Spayne. But for the credyt of so new and weightie, and incredible a
secret, it had byn good he had named the parties and particularities therof, as
wel who wrote as also who receyued that letter. For first the English-man in
Spayne though he were true harted to the faction of S. Francis syde (to wit, to
the Protestantes) yet might he perhaps not be so true handed or true tongued
at that tyme, or so truly informed of thinges, or of that authoritie, that this
his letter or report may beare credyt in so great a busines agaynst so great
men, it being taken vp perhaps at tauerns or porte townes and market places
by some merchantes seruant or factor, or other lyke wandring compaignon,
as well tipled with Spanish seck as with English heresie, who might wryt
these news from Spayne of K. Philip as Iohn Nicols the minister brought and
printed from Rome, and Italy, in our dayes, of the Pope and Cardinals.
And that this discouery (if any such were, and that the tale be not wholly
forged by Sir Francis himself ) could haue no better ground then that I haue
sayd, to wit, the reporte of some vulgar people, or the coniecture of some
Addenda 185

particuler discoursiue head, as is euident in it self, for that this being a most
secret designement and drift of the king himself, and of his priuie Councel,
who were all at that day remayning in England, and had this proiect within
their owne brestes only; how could it be discouered by an English-man from
Spaynerthink you.
Agayne the nobles in England to whome he sayth the letter was written,
might be such, as probably it may be iudged to haue byn written of purpose to
feed their humors, or to comfort them in those dayes, or that themselues did
procure it to be written and sent for their credit, or that themselues deuysed
it in England, to make therby the Spaniards more odious and their doinges
more suspected; and to draw by this meanes more English after themselues
to impugne the present state and gouernment: as when the lord Courtenay
Earle of Deuonshyre for missing the mariage of Queen Marie, beganne to
practise, and to think of leauing the land vpon discontentment, and when the
Carewes and other of that crew fled the realme for conspiracies, to the same
effect, such a letter was much to their purpose. But I shall not need to call in
reasons and circumstances for shewing the vanitie of this letter, for that the
manifest and shameles falshoodes which it relateth, will easely discouer the
forgerie, as also the forge it self, from which it proceedeth: I will follow then
the continuation of Sir Francis narration, in his own wordes.
Now to proceed (sayth he) to lay open the right mark that in deed this king
shot at, though when he made way to ioyne in mariage with Queen Marie, he
made semblance of great conscience to Catholique religion, and great care to
bring the whole land into the obedience therof, and seemed to glorie much
when it was brought to passe, as his letter to his holy father at Rome written
out of England doth make shew, wherin he expresseth what a worthie woorke
he had donne, when he had drawen the nobles & commons of the land to
submit themselues to his holinesse as their cheef (those are his wordes) yet litle
did the nobles and commons know what was intended towardes them by this
catholique childe of Rome, for vnder this colorable name of catholique reli-
gion, was hidden the ambitious humor of a most proud vsurping tyrant, whose
resolution was vpon mature deliberation and consultation with his machiuilian
counsellors to seek by al the possible kinde means he could, to win the principal
of our Nobles to affect him, and in their affection to possesse him of the crown,
and so to establish him in an absolute power ouer poor England, and to bring
this to passe, he decreed to spare neither cost nor kindenes, &c.
Hetherto is the asseueration of Sir Francis concerning king Philips inten-
tion to gain our crowne, but neuer a syllable more of proofe then you haue
heard before, to wit, his owne woord and bare assertion: which he taking to
be sufficient, passeth ouer presently to explicate & exaggerate the dangerous
effectes that would haue ensued vpon vs when the king should haue gotten
his pretence.
186 Las Guerras de los Estados Bajos

But I must pul him by the sleeue & request him to stay, & prooue a litle
better, that the king had this intention to get the kingdome as he sayth, for if
it were a mature deliberation and consulted also with his counsel in England
(as this discouerer sayth) then some act and monument belike is extant to
testifie the same, or at leastwise some witnes, or other firm argument fit to
proue it, or if not, how could the true harted English-man know it in Spayn,
and write it to the Nobles of England? Or with what face can our rash and
falstongued English knight professe to know it now, and to wryte it so confi-
dently? Shall so great, so greeuous, so haynous a slander, against so mightie,
so munificent, so bountiful a Monarch, passe out to the world, vpon a bare
assertion and malignant interpretation of one English hastie-hote-spurre, that
sheweth malice in euery syllable, and turneth euen the kings loue and fau-
ours to our nation, & his expences and benifits towards our people, vnto a
deceitful meaning? And vpon that, without other act of hostilitie on his parte
appearing, shall he be called ambitious and proud vsurping tyrant? VVho
seeth no that this fellow in steed of discouering the kings malice bewrayeth
his owne, and in place of prouing the king an vsurping tyrant, doth shew
himself a shameles sicophant.
But let vs see what effects he sayth, had like to haue ensued, vpon this
deuised designment of the king.
If once (sayth he) this king had obtayned the crown, then as in the letter
of discouerie is layd open) the council table must be filled with his Counce-
lors, the hauen townes must be possessed with gouernours of his appointing,
fortifications must be made by his direction, soldiars of his owne must be
placed in garrison at [1] places most fit to strength him self, then must the
common lawes of this land be [2] [3] altered, by which iustice is truly taught
to all sortes, his vnholy and bloody inquisition [4] would be not haue fayled
also to bring in, with all other his Spaynish [5] lawes and ordinances, sutable
to the same, their intolerable taxes we must haue [6] byn pestered withall, a
taste wherof I will here geue you, &c.
[7] These are the seuen deadly sinnes which Sir Francis inforceth out of his
Spanish letter as certayne to haue insued, if the king had gotten the crowne,
which yet whyles he had the crowne did not insue, as the world knoweth, for
that they were prouyded for before hand by the councel, nobilitie, and parle-
ment of England, and by all lykelihood would haue byn foreseen and prouid-
ed for also by the same prouidence of the realme, if euer motion or cogita-
tion had bin among them to passe the crowne to the king of Spayn, seing
Sir Francis confesseth that this matter was ment to be wrought not by force
but by sweet meanes and benifites, and by allurement of the nobilitie by his
Maiestie. Most fond therfore or forged is this letter from the true harted man
in Spain, who suggested feares already preuented: but much more ridiculous
is he in setting down certain monstrous bugges of taxes to be imposed vpon
Addenda 187

the English nation, which yet by all probability were neuer though vpon, nor
past by mannes imagination, though most childishly he avowcheth, that they
are payed also in Spain. For thus he writeth.
A taste wherof (of these intolerable taxes) I will giue you (sayth Sir Francis)
as that for every chimney and other place to make, fier in, as ouens, fornaces,
Smiths forges, and such others, a frinch crown was yearly paid to him. He
had also powling pence for all manner of corn, bread, beef, mutton, capons,
pigges, geese, hennes, ducks, chicken, butter, cheese, egges, aples, peares,
nuttes, beere, wine, and all other things whatsoeuer he feedth vpon: yea no
farmer, yeo-man, or husband-man durst eat a capon in his house if his frend
came to him, for if he did it must cost him six shillinges eight pence, though
the capon was not worth twelue pence; and so toties quoties: and these be the
benifits and blessings that this catholique king sought to bring in hether by
his absolute authoritie sought for.
If a man did not see these things written and printed with Sir Francis Hast-
inges name vnto them, he would neuer imagin a man of his name, howse,
and calling, would publish such childish toyes and manifest vntruthes to the
world. For who is there that hath trauailed Spain (as many English-men haue
donne in these our dayes) which knoweth it not to be an open shameles lye,
that for euery place to make fyer in, as ouen, fornace, and the like, a french
crown is to be payed? In the kingdoms of Castil and Andaluzia there is no
such paiments at all, in Aragon and Catalonia, there is some like tribute insti-
tuted by old kinges, before these states were vnited to the crowne of Castile:
but neither is it so much as this wise man setteth downe, nor do they pay for
euery place of making fyer, but one onely fyer is accounted to one howshold,
though the people haue twenty fyers within it.
Touching his powling pence vpon thinges that are solde, there is in the
foresayd kingdomes of Castile an old rent of the crowne, instituted by ancient
kinges called Alcaualla, conteyning a certayne tribute vpon thinges that are
solde and bought, but this tribute is not payd in all Spaine, and namely not
in Biscay, Nauar, Portugal, Aragon, Catalonia, nor in the kingdom of Valen-
cia: and much lesse in forayne kingdomes and states vnder the Spaniardes,
as Naples, Sicilia, Sardinia or Millan. Nor in Castillia it self is it exacted with
the rigor that this fellow forgeth, but euerie towne and cittie agreeth in great
for this tribute by the yeare, nor doth it descend to such minute thinges as he
recounteth vp, and much lesse to beere wherof there is litle vse in Spayne, &
the simple fellow would needes faine his account after the English manner,
but among other toyes the lye of six shillinges eight pence forfeyture for eat-
ing a capon toties quoties, is so notorious, as it may winne the whetstone: and
the verie phrase it self discouereth the forgerie, for that the Spaniardes haue
no coyne answering to our noble or six shillinges eight pence, consequently
it is not probable that they would appoynt such a penaltie as they can hardly
188 Las Guerras de los Estados Bajos

in whole money make vp, the account. But let vs see somewhat more of this
kynde of cosinage.
My author (sayth he) doth further vnfold this kinges trecherous purpose
towardes this land, by discouering vpon his owne knowledge and hearing,
his intention to be, by litle and litle to roote out the nobilitie, and to keep
the commons in beggerie, and not to suffer one to lyue here, that was borne
in twentie yeares before, but either to destroy them, or to make them slaues
among the Moores, the colour wherof was because they were borne out of the
Catholique churche of Rome. And to make vp the measure of all impietie,
and the faster to set his crowne vpon his head from remouing (if he had got-
ten it) he layd his plot to destroy our deare Soueraigne ladie Queen Elizabeth,
hauing decreed with himself, that neither she nor any of that cursed nation
(so he termed it and yet the Popes holines had absolued it) should gouern
England any more. But blessed be God who hath blessed vs with the lyfe and
raigne of our blessed Queen, who I trust shall liue to geue him such a deadly
blow as neither his cursed self nor any of his cursed nation (iustly so to be
called, because the Pope that cursed man of sinne hath blessed them (shall
euer see the day to rule in England.
And thus you see that vnder the colour of this mariage saluation of soules
seemed to be sought for, but in deed destruction both of our bodies and
soules was pursued, &c. for without regard of sex, age, or degree, all were des-
tined to slauerie and bondage at the least, howsoeuer they escaped with lyfe.
This is your sottish and impudent narration Sir Francis, for what can be
more sottish then to say that your wyse author before named, discouereth
vpon his owne knowledge and hearing, that the kinges intention was to roote
out the nobilitie, to oppresse the commonaltie, to slea or send to Barbarie for
slaues all that were born within twentie yeares before? If your author knew
this of his owne knowledge, how say you also by hearing? and if he heard it
of others, how could he know it of his owne knowledge? But whatsoeuer you
say, how could he in Spayne discouer so great a secret that lay in the kinges
brest in England? Besydes this, how incredible are the thinges in themselues
that he recounteth? namely that dreame or old wyues tale of making all slaues
within twenty yeares old? of which number and within which age he had
taken diuers already into his seuice in England and vsed singular curtesie
vnto them and one of his Grandes in Spayne, (to wit, the Count after Duke of
Feria) had maried an English ladie, that as I ghesse was within the compasse
of that age, or not much aboue it at that day, and should all these haue byn
sent think you to Barbarie together? Impudencie then it is in this fond knight
to alleage such improbable and palpable lyes out of an author without name,
and much more lack of shame is it to auouch them himself for truthes, and
to adde other fables that are yet more monstrous, as of the kinges destining to
slauerie & bondage not only those before mentioned that were borne within
Addenda 189

the space of twentie yeares, but of all other English also (as this man sayth)
without regard of sex, age, or degree, and that he vsed to call our nation
cursed, euen then when the Popes holines had absolued it, who will geue eare
or credit to such absurd inuentions?
And further, to fill vp (sayth he) the full measure of his impietie, he had layd
his plot to destroy and make away the lady Elizabeth now Queen, wheras all the
world notwithstanding knoweth the king to haue byn at that day her cheef-
est stay and defence, as before I haue shewed at large in the third incounter,
as also that verie litle plotting of the kinges behalf would haue serued at that
tyme to haue wrought his will, if he had wished her destruction, for the
manifold reasons that there I haue alleaged, he fynding her in disgrace and in
prison at VVoodstock when he came into England, and hardly pressed about
wyats insurrection, from the peril wherof and other lyke assaultes he espe-
tially deluiered her, and procured her return to the courte agayne: and con-
sequently I sayd there, and heer I repeat it agayne, that it is most barbarous
ingratitude in this vnciuil knight to pay the carefull protection of her person,
which his Maiestie yealded to her grace in those dayes of her distresse, with
these intolerable slanders, and outragious false criminations now, and that no
modest man can cease to wonder how so infamous a libel could be suffered
by supreme authoritie to passe to the print, espetially conteyning diuers other
personal, reprochefull, contempteous, and villanous calumniations agaynst
so great and potent a prince, as the king catholique of Spayne is.
And namely that where this good fellow hauing told a story how one
Fabritius the Roman Captayne refusing the poysoning of his enemie Pirrhus)
that was offered to him for money, by his physitian, he sent the sayd physitian
bound to Pirrhus himself, and then he addeth this illation.
But the king of Spain delt not so with the Queen our mistris when her
poysonable portugall phisitian Lopus would haue poysoned her, for from
such hopes he taketh hart, &c.
By which wordes he would haue men to imagin that his catholique Maies-
tie had either hired Lopus to do that fact (if any such matter was indeed
intended) or at least that he was priuie & consenting to it, for how otherwise
could he haue warned the Q. of the danger intended? and yet it is manifest
that no such matter was euer or could probably be knowen to the king of
Spain. Neither did euer Lopus giue any such signification or suspition, at his
death, or before, of the king of Spaines priuitie: nor was he a man to haue
correspondence in Spayn, being knowen to be a Iew in religion & fled from
those parts, and was enimy to the king in all respects as wel touching religion
as the afaires of Portugal, and onely England is the receptacle of such people
at this day: nor had his catholique Maiestie any Embassador or other agent
or correspondence in England, to plot such treaties: nor euer was it heard,
that he would hearken to such base wayes of reuenge vpon his enimyes. And
190 Las Guerras de los Estados Bajos

therefore all this put together doth make it more then Turkish impietie to
put in print such infamous stuffe agaynst the Maiestie of so high a prince by
name, without any proof at all, as though there were no God, no conscience,
no iudgement, to make account vnto: nor any respect in earth to be held to
such as are in lawful authoritie, which yet our dreaming knight himself alitle
before will needes proue out of S Peeter and S. Paul, to be due to such princes
as he liketh to assigne it, euen in spiritual and ecclesiastical matters belonging
to the soule, and consequently also to an other tribunal, so vnconstant and
mutable are these good fellowes, not only in their sayinges and doctrines, but
also in their actions, as led wholy by passion and interest, and referring all to
times, persons, and occasions, seruing their turnes and commodities.
And thus much haue I thought conuenient to be answered to the mali-
tious calumniations of this slanderous wach-word-giuer, against the noble and
renowned nation of Spanyardes, and their most Catholique, pious, wise, and
potent king, whose excellent vertues are greater then by my pen can be ex-
pressed, and his loue and fauors to our nation such and so many (especially in
this extreme affliction and banishment of catholiques) as no gratitude of ours
can equal, nor make due recompence, in the state we stand in, and therefore
must leaue it to our posteritie.
And albeit for the present there be warres and hostilitie between our na-
tion and our prince and theirs, and that especially in respect of religion, yet
our trust is, & our prayers are continually to our euerlasting God of peace
that he will once finish well that controuersie, to all our comfortes and ben-
efites.
And in the mean space I do presume so much of the good natures and
ciuilitie of most protestants in England, that they alow not of such bitter and
barbarous proceeding, as Sir Francis Hastinges hath vsed to his owne dis-
credit, and dishonor of our nation in these malignant calumniations against
so modest a prince. In which respect also, I haue bin somwhat the bolder to
giue him his check, with more freedom and feruor. I pray God it may do him
the good I wish, or at least keep others from being deceiued by him.
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Defence of the People afflicted and oppressed in the Lowe Countries, 1585, to-
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Galizia, (one of the Kingdomes in Spaine) and most valiantly and succesfully
performed by one English ship alone of 30. tonne, with no more than 35. men
in her. As also, with two other remarkeable accidents betweene the English
and Spaniards, to the glory of our nation. Londres: Printed for Mercurius
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A true Report of the Lamentable Death of William of Nassawe, Prince of Orange;
who was trayterouslie slayne with a Dagge, in his owne Courte, by Baltasar
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speawe, 1584. (1584).
Abbot, George. The reasons vvhich Doctour Hill hath brought, for the vphold-
ing of papistry, which is falselie termed the Catholike religion: vnmasked and
shewed to be very weake, and vpon examination most insufficient for that pur-
pose: by George Abbot... The first part. At Oxford: Printed by Ioseph Barnes,
& are to be sold in Paules Church-yarde at the signe of the Crowne by
Simon VVaterson, 1604.
Abstract of the proceedings of the French king. The defeating of the Duke of
Parma»s forces. The preparation of His Maiestie for the reducing of his towns
in Normandy. London: Printed for W. Wright, 1590.
Adams, Thomas. The souldiers honour Wherein by diuers inferences and grada-
tions it is euinced, that the profession is iust, necessarie, and honourable: to be
194 Las Guerras de los Estados Bajos

practised of some men, praised of all men. Together with a short admonition
concerning munition, to this honour»d citie. Preached to the worthy companie
of gentlemen, that exercise in the artillerie garden: and now on thier second
request, published to further vse. By Tho. Adams. London: Printed by Adam
Islip and Edward Blount, and are to be sold in Pauls Church-yard at the
signe of the blacke Beare, 1617.
– The blacke devil or the apostate Together with the wolfe worrying the lambes.
And the spiritual navigator, bound for the Holy Land. In three sermons. By
Thomas Adams. [London]: Printed by William Iaggard, 1615.
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mutiny in Paris. Together with A discourse of the overthrow of the Duke of
Savoyes army defeated by the Lord de Diguieres, in the plaine of Pont-Charra
[…] the eighteenth of September 1591. Printed at Tours by J. Mattayer […]
and truely translated into English by Edward Aggas. London: Printed by
J. Wolfe, 1591.
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drid: Balkan Editores, 1999.
Almansa y Mendoza, Andrés. The ioyfull returne, of the most illustrious prince,
Charles, Prince of great Brittaine, from the court of Spaine Together, with a
relation of his magnificent entertainment in Madrid, and on his way to St.
Anderas, by the King of Spaine. The royall and princely gifts interchangeably
giuen. Translated out of the Spanish copie. His wonderfull dangers on the seas,
after his parting from thence: miraculous deliuery, and most happy-safe land-
ing at Portsmouth on the 5. of October. London: Printed by Edward All-de
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Allen, William. VVhere-of the first conteyneth the discourse of a ciuill lavvyer,
hovv and in vvhat manner propinquity of blood is to be preferred. And the sec-
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ond the speech of a temporall lavvyer, about the particuler titles of all such as
do or may pretende vvithin Ingland or vvithout, to the next succession. VVhere
vnto is also added a new & perfect arbor or genealogie of the discents of all the
kinges and princes of Ingland, from the conquest vnto this day, whereby each
mans pretence is made more plaine. Directed to the right honorable the earle
of Essex of her Maiesties priuy councell, & of the noble order of the Garter.
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like examples to make peace with the Spaniards. With the Hollanders aun-
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Imprinted by [I. Windet for] Iohn Wolfe, and are to bee sold at his shoppe
within the Popes head Alley in Lombard street, 1598.
– [L.T.A.]. The masque of the League and the Spanyard discouered wherein, 1. The
League is painted forth in all her collours. 2. Is shown, that it is not lawfull for a
subiect to arme himselfe against his king, for what pretence so euer it be. 3. That
but few noblemen take part with the enemy: an aduertisement to them co[n]
cerning their dutie. To my Lord, the Cardinall of Burbon. Faythfully translated
out of the French coppie: printed at Toures by Iamet Mettayer, ordinarie printer
to the king. At London: Printed by I. Charlewoode, for Richard Smyth, and
are to be sold at his shoppe, at the west ende of Paules, 1592.
– A true reporte of the great ouerthrowe lately giuen vnto the Spaniards, in their
resolute assault of Bergen op Zoam, in the lowe countries. At London: Print-
ed by G. E[ld] and are to be sold by Iohn Hodgets at his shop in Pauls
church-yard, 1605.
– An Account of the several plots, conspiracies, and hellish attempts of the bloody-
minded papists against the princes and kingdoms of England, Scotland, and
Ireland from the reformation to this present year 1678 as also their cruel
practices in France against the Protestants in the massacre of Paris, &c. : with
a more particular account of their plots in relation to the late civil war and
their contrivances of the death of King Charles the First of blessed memory.
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– The arrainment of the whole society of Iesuits in France, holden in the honour-
able court of Parliament in Paris, the 12. and 13. of Iuly. 1594 wherein is
laied open to the world, that, howsoeuer this new sect pretendeth matter of
religion, yet their whole trauailes, endeuours, and bent, is but to set vp the
kingdome of Spaine, and to make him the onely monarch of all the west /
translated, out of the French copie imprinted at Paris by the Kings printer. At
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Articles of peace, entercourse, and commerce concluded in the names of the most
high and mighty kings, and princes Iames by the grace of God, King of great
Britaine, France, and Ireland, defender of the faith, &c. and Philip the third,
King of Spaine, &c. and Albertus and Isabella Clara Eugenia, Archdukes
of Austrice, Dukes of Burgundie, &c. In a treatie at London the 18. day of
August after the old stile in the yeere of our Lord God 1604. Translated out of
Latine into English. Imprinted at London: By Robert Barker, printer to the
Kings most excellent Maiestie, Anno 1605.
– Articles of peace, entercourse, and commerce concluded in the names of the most
high and mighty kings, Charles by the grace of God King of Great Britaine,
France and Ireland, defender of the faith, &c. and Philip the Fourth King
of Spaine, &c. : in a treaty at Madrit, the fift day of Nouember after the old
stile, in the yeere of Our Lord God M.DC.XXX. / translated out of Latine into
English. Imprinted at London: By Robert Barker... and by the assignes of
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Aske, James. Elizabetha triumphans. Conteyning the damned practizes, that the
divelish popes of Rome have used ever sinthence Her Highnesse first comming
to the Crowne, by moving her wicked and traiterous sujects to rebellion and
conspiracies […]. With a declaration of the manner how Her Excellency was
entertained by her souldyers into her campe royall at Tilberry in Essex, and
of the overthrow had against the Spanish fleete […] set forth […] by I. A.
London: Printed by Thomas Orwin, for Thomas Gubbin and Thomas
Newman, 1588.
Averell, W. A meruailous combat of contrarieties Malignantlie striuing in the
me[m]bers of mans bodie, allegoricallie representing vnto vs the enuied state of
our florishing common wealth: wherin dialogue-wise by the way, are touched
the extreame vices of this present time. VVith an earnest and vehement ex-
hortation to all true English harts, couragiously to be readie prepared against
the enemie. by W.A. [London: Printed by I. C[harlewood] for Thomas
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signe of the Popes heade, Ann. D. 1588.
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caueats and rules fit to be obserued by those princes and states of Christendome,
both Protestants and papists, which haue reason to distrust the designes of the
King of Spaine, as by the speech of the Duke of Hernia, vttered in the counsell of
Spaine, and hereto annexed, may appeare. Written in Italian by Traiano Boc-
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of the world particularly concerning England, Scotland and Ireland, how to
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kingdome to a commonwealth, thereby embroiling England in civil war to di-
vert the English from disturbing the Spaniard in bringing the Indian treasure
into Spain : also for reducing Holland by procuring war betwixt England,
Holland, and other sea-faring countries... / translated into English by Ed.
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cruel massacres and slaughters of above twenty millions of innocent people,
committed by the Spaniards in the islands of Hispaniola, Cuba, Jamaica, &c.:
as also in the continent of Mexico, Peru, & other places of the West-Indies, to
the total destruction of those countries / written in Spanish by Casaus, an eye-
witness of those things ; and made English by J.P. London: Printed by J.C.
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– Popery truly display»d in its bloody colours, or, A faithful narrative of the hor-
rid and unexampled massacres, butcheries, and all manner of cruelties, that
hell and malice could invent, committed by the popish Spanish party on the
inhabitants of West-India together with the devastations of several kingdoms
in America by fire and sword, for the space of forty and two years, from the
time of its first discovery by them / composed first in Spanish by Bartholomew
de las Casas, a bishop there, and an eyewitness of most of these barbarous
cruelties ; afterward translated by him into Latin, then by other hands, into
High-Dutch, Low-Dutch, French, and now taught to speak modern English.
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– An account of the first voyages and discoveries made by the Spaniards in Ameri-
ca containing the most exact relation hitherto publish»d, of their unparallel»d
cruelties on the Indians, in the destruction of above forty millions of people :
with the propositions offer»d to the King of Spain to prevent the further ruin
of the West-Indies / by Don Bartholomew de las Casas, Bishop of Chiapa, who
was an eye-witness of their cruelties ; illustrated with cuts ; to which is added,
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Carlos Coloma, embajador en Inglaterra. Milán, 3 y 10 agosto, 14 septiem-
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Carlos Coloma, embajador en Inglaterra. Milán, 9 y 30 noviembre 1622.
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Coloma, Carlos. The attestation of the most excellent, and most illustrious lord,
Don Carlos Coloma, embassadour extraordinary for Spayne. Of the declara-
tion made vnto him, by the lay Catholikes of England concerning the author-
ity challenged ouer them, by the Right Reuerend Lord Bishop of Chalcedon.
With The answere of a Catholike lay gentleman, to the iudgment of a deuine,
vpon the letter of the lay Catholikes, to the sayd Lord Bishop of Chalcedon.
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– Relación de los castillos de los condados de Cerdaña y de los de la parte de Am-
purdán, es a saber de la artillería bastimentos y municiones que tiene y lo que
les falta y abrían menester su total defensa. Archivo Histórico Municipal de
Elda, 944, legajo 2054/4 [Archivo Histórico Nacional].
– Relación del socorro de Bruxas ejecutado y escrito por don Carlos Coloma, Mae-
sse de Campo General de Flandes en tiempo de la señora Infanta doña Isabel.
Año de 1631. BNE, ms. 2363 [Ver Coloma, Varias relaciones].
– Verdadera relación de una carta Embiada por el señor don Carlos Coloma al
señor cardenal Albornoz, de veynte uno de Octubre de mil doscientos treynta
y cinco, y otra al Marqués de Villafranca General de las galeras de España, a
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of the fall of a common-wealth, against the friuolous and foolish coniectures
of this age Whereunto is added, a letter from England to her three daughters,
Cambridge, Oxford, Innes of Court, and to all the rest of her inhabitants:
perswading them to a constant vnitie of what religion soever they are, for the
defence of our dread soveraigne, and natiue cuntry: most requisite for this time
wherein wee now live. [Cambridge and London]: Printed by Iohn Legate,
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alogue of all Christs faithfull souldiers that the Diuell either by his grand
captaines the emperours, or by his most deerly beloued sonnes and heyres the
popes, haue most cruelly martyred for the truth. With all the poysoned doctrins
wherewith that great redde dragon hath made drunken the kings and inhabit-
ants of the earth; with the confutations of them together with all his trayter-
ous practises and designes, against all Christian princes to this day, especially
against our late Queen Elizabeth of famous memorie, and our most religious
Soueraigne Lord King Iames. Faithfully abstracted out of the Book of martyrs,
and diuers other books. By Thomas Mason preacher of Gods Word. London:
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and are to be sold at his shop in Popes-head Alley, ouer against the Tauer-
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exercised, very lively described. Translated out of Latine. London: Printed
[by H. Lownes] for Iohn Bellamie, and are to be sold at his shop neere the
royall Exchange, Anno Dom. 1625 [Inquisitionis Hispanicae Artes aliquot
detectae ac palam traductae, 1567].
– A full, ample and punctuall discouery of the barbarous, bloudy, and inhumane
practises of the Spanish Inquisition, against Protestants with the originall there-
of. Manifested in their proceedings against sundry particular persons, aswell
English as others, upon whom they have executed their diabolicall tyrannie. A
worke fit for these times, serving to withdraw the affections of all good Christians
from that religion, which cannot be maintayned without those props of Hell.
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in Devonshire, the third of Iune 1592: a wonder of the Lorde most admirable, to
note how many of Spanish saintes are enforced to come one pilgrimage for Eng-
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cittizen of London, captaine and oner of Our Ladies. Londres: A. I., 1592.
Haklyut, Richard. Principle Voyages, Traffiques and Discoveries of the English
Nation, Made by Sea or Over Land to the Most Remote and Farthest Distant
Quarters of the Earth at Any Time within the Compasse of These 1500 Years:
Divided into Three Several Parts According to the Positions of the Regions
Whereunto They Were Directed; the First Containing the Personall Travels
of the English unto Indæa, Syria, Arabia... the Second, Comprehending the
Worthy Discoveries of the English Towards the North and Northeast by Sea,
as of Lapland... the Third and Last, Including the English Valiant Attempts
in Searching Almost all the Corners of the Vaste and New World of America...
Whereunto is Added the Last Most Renowned English Navigation Round
About the Whole Globe of the Earth. Londres: Imprinted by George Bish-
op and Ralph Newberie, Deputies to Christopher Barker, printer to the
Queen’s Most Excellent Majestie, 1589.
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– A tongue-combat lately happening betvveene tvvo English souldiers in the tilt-
boat of Grauesend, the one going to serue the King of Spaine, the other to
serue the States Generall of the Vnited Provinces. Wherein the cause, course,
and continuance of those warres, is debated, and declared. Printed at London
[i.e. Holland]: s.i., 1623.
– A iournall, of the taking in of Venlo, Roermont, Strale, the memorable seige of
Mastricht, the towne & castle of Limburch vnder the able, and wise conduct
of his Excie: the Prince of Orange, anno 1632 VVith an exact card drawne
first by Charles Floyd (nowe ensigne) and since lessened and cutt by Henri-
cus and Willihelmus Hondius dwelling by the Gevangen Port in the Hagh.
Compiled together by Capt. Henry Hexham quartermaster to the regiment
of the Lord Generall Vere. As also a list of the officers, voluntiers, gentlemen,
and souldiers slayne, and hurt in this seige. With the articles of composition.
At Delph: Printed by Iohn Pietersz VValpote, for Nathaniell Butter [Lon-
don], and are to be sold at [sic] Henrij Hondius, his house in the Hagh,
anno 1633.
– The principles of the art militarie practised in the vvarres of the Vnited Neth-
erlands. Represented by figure, the vvord of command, and demonstration.
Composed by Henry Hexham quarter-master to the regiment of the Honour-
able Coronell Goring. [London: Printed by M.P. for M. Symmons, 1637].
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Memoires de Condé, ou Recueil pour servis à l»histoire de France, contenant ce
qui s’est passeé le plus mémorable dans le royaume, sous le regne de François
II & sous une partie de celui de Charles IX où l’on trouvera des prevues de
l»histoire de M. de Thou: augmentés d’une grande nombre de piéces curieuses,
qui n’ont jamais été imprimées, et enrichis de notes historique et critiques;
avec plusieurs portraits, et deux plans de la Bataille de Dreux. London: C.
du Bosc, 1743. 6 vols.
Memoires de tout ce qui s»est fait et passe en l’Armee du Roy de Navarre; composee
de Resitres, Lansquenets, Suisses, & François: depuis le 23 Juin, jusques au 13.
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English generals, captaines and souldiers, especially vnder Sir Iohn Norice
knight, there performed from the yeere 1577. vntill the yeere 1589. and af-
terwards in Portugale, France, Britaine and Ireland, vntill the yeere 1598.
Translated and collected by T.C. Esquire, and Ric. Ro. out of the reuerend
E.M. of Antwerp. his fifteene bookes Historicae Belgicae; and other collections
added: altogether manifesting all martiall actions meete for euery good subiect
to reade, for defence of prince and countrey. At London: Imprinted [by Felix
Kingston] for Matthew Lownes, and are to be sold at his shop vnder S.
Dunstons Church in the west, 1602.
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Miles gloriosus, the Spanish braggadocio, or, the humour of the Spaniard lately
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Neuestes und vollständigstes spanisch-deutsches und deutsch-spanisches
Handwörterbuch. Friedrich Booch-Árkossy. Leipzig: Teubner, 1881.
Neuues from Millaine and Spaine the copy of a letter written from Millaine to
Venice, by Signior Padre, concerning a strange prince, called Prince Mam-
mon, who is lately come into that state: a proclamation made in the name
of His Maiesty of Spaine, for the search, finding out and apprehending of all
such persons, as shall be suspected to be sent out of Millaine, by Prince Mam-
mon...: a letter written from S. Lucas, concerning the iustice and execution
in Millaine, done vpon two of the principall conspirators in the dispersing
of infectious oyntment and powders made by the diuell translated out of the
Spanish copy. London: Printed for Nat. Butter, and Nic. Bourne, 1630.
Nichols, Philip. Sir Francis Drake reuiued calling vpon this dull or effeminate age,
to folowe his noble steps for golde & siluer, by this memorable relation, of the rare
occurrances (neuer yet declared to the world) in a third voyage, made by him
into the West-Indies, in the yeares 72. & 73. when Nombre de Dios was by him
and 52. others only in his company, surprised. Faithfully taken out of the reporte
of M· Christofer Ceely, Ellis Hixon, and others, who were in the same voy-
age with him. By Philip Nichols, preacher. Reviewed also by Sr. Francis Drake
himselfe before his death, & much holpen and enlarged, by diuers notes, with
his owne hand here and there inserted. Set forth by Sr Francis Drake Baronet
(his nephew) now liuing. London: Printed by E[dward] A[llde] for Nicholas
Bourne dwelling at the south entrance of the Royall Exchange, 1626.
Norden, John. A christian familiar comfort and incouragement vnto all Eng-
lish subiects, not to dismaie at the Spanish threats Whereunto is added an
admonition to all English Papists, who openly or couertly couet a change.
With requisite praiers to almightie God for the preseruation of our queene and
countrie. By the most vnworthie I.N. Printed at London: [By T. Scarlet and
J. Orwin] for J. B[rome], 1596.
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Parsons, Robert. A temperate vvard-vvord, to the turbulent and seditious VVach-
word of Sir Francis Hastinges knight vvho indeuoreth to slaunder the vvhole
Catholique cause, & all professors therof, both at home and abrode. Reduced
into eight seueral encounters, vvith a particuler speeche directed to the Lordes
of her Maiesties most honorable Councel. To vvhome the arbitriment of the
vvhole is remitted. By N.D. [Antwerp]: Imprinted vvith licence [by A.
Conincx], Anno M.D.XCIX. [1599].
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is showed by good and evident reasons, infallible arguments, most true and
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down his pride, and to ruinate his puissance. London: William Ponsonby,
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– Pedacos de historia, o Relaçiones assy llamadas por sus auctores los Peregrinos.
Retrato al viuo del natural de la fortuna. La primera relaçion contiene el
discurso de las prisiones, y auenturas de Antonio Perez, aquel Secretario de
216 Las Guerras de los Estados Bajos

Estado del Rey Catholico Don Phelippe II. deste nombre, desde su primera
prision, hasta su salida de los reynos de España. Otra relaçion de lo sucçedido
en Caragoça de Aragon a 24. de Septiembre del año de 1591. por la libertad
de Antonio Perez, y de sus fueros, y iustiçia. Contienen de mas estas relaçiones,
la razon, y verdad del hecho, y del derecho del Rey, y reyno de Aragon, y de
aquella miserable confusion del poder, y de la iustiçia. De mas de esto, el
memorial, que Antonio Perez hizo del hecho de su causa, para presentar en
el iuyzio del Tribunal del Iustiçia (que llaman de Aragon) donde respondio
llamado a el de su rey, como parte. Impresso en Leon [i.e. London: By C.
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Pike, Richard. Three to one being, an English-Spanish combat, performed by a
westerne gentleman, of Tauystoke in Deuon shire with an English quarter-
staffe, against three Spanish rapiers and poniards, at Sherries in Spaine, the
fifteene day of Nouember, 1625. In the presence of dukes, condes, marquesses,
and other great dons of Spaine, being the counsell of warre. The author of this
booke, and actor in this encounter, Richard Peeeke [sic]. Londres: Printed [by
Augustine Mathewes] for I[ohn] T[rundle], 1626.
Portugués, Joseph Antonio. Colección general de ordenanzas militares. Madrid:
1764-1768. 11 vols.
Pricket, Robert. Vnto the most high and mightie prince, his soueraigne lord
King Iames. A poore subiect sendeth, a souldiors resolution; humbly to waite
vpon his Maiestie In this little booke the godly vertues of our mighty King
are specified, with disscription [sic] of our late Queene, (and still renowned)
Elizas gouernement: the Pope and papists are in their colours set forth, their
purposes laid open, and their hopes dissolued, the happie peace of England is
well described, and the long continuance thereof humbly prayed for. London:
Printed by Iohn Windet, for Walter Burre, dwelling in Paules Church-
yeard at the signe of the Crane, 1603.
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en la plaça de Madrid, lunes, que se contaron veynte y uno de agosto, por la
solemnidad de los casamientos de los Sereníssimos Señores Príncipe de Galês, y
la Señora Infanta Doña Maria de Austria. Valladolid: Gerónimo Morillo,
[s.a.].
Relación del gran recibimiento que la Magestad Católica del Rey nuestro Señor
don Felipe IIII hizo al Príncipe de Gales, en su Corte, y villa de Madrid,
domingo a diez y nueue días del mes de março, en este presente año de 1623.
Valladolid: Gerónimo Morillo, [s.a.].
Relación de la presa de la ciudad de Amiéns, metrópoli de la Picardía, hecha por
el sereníssimo cardenal archiduque Alberto de Austria a los diez de março
1597. Barcelona: Sebastián de Cormellas, 1596.
Relación de una felicíssima vitoria que ha tenido contra los franceses en Dorlán,
en Picardía, don Pedro Henríquez, conde de Fuentes, gobernador y capitán
general por el rey nuestro señor de los Estados de Flandes contra el duque de
Bullón y conde de Sampol y su exército. Barcelona: Sebastián de Cormellas,
1595.
Relación verdadera de los sucessos acaecidos que han tenido los de Calés y del
número de los muertos de ambas, etc. Barcelona: Sebastián de Cormellas,
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Relations politiques des Pays-Bas et de l»Angleterre sous le règne de Philippe II.
Bruselas: F. Hayez, 1882.
Reynolds, John. Votiuae Angliae: or, The desires and vvishes of England Con-
tained in a patheticall discourse, presented to the King on New-yeares Day
last. Wherein are vnfolded and represented, many strong reasons, and true and
solide motiues, to perswade his Majestie to drawe his royall sword, for the re-
storing of the Pallatynat, and Electorat, to his sonne in law Prince Fredericke,
to his onely daughter the Lady Elizabeth, and their princely issue. Against
the treacherous vsurpation, and formidable ambition and power of the Em-
perour, the King of Spaine, and the Duke of Bavaria, who unjustlie possesse
and detaine the same. Together with some aphorismes returned (with a large
interest) to the Pope in answer of his. Written by S.R.N.I. Printed at Vtrecht
[i.e. London: S.n.], MDCXXIIII. [1624].
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And a catalogue prefixed of the authors names which are cited in this booke.
Written for a premonition in these times both to the publike and particular.
218 Las Guerras de los Estados Bajos

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– An Experimentall discoverie of Spanish practises, or, The Counsell of a well-
wishing souldier, for the good of his prince and state wherein is manifested
from known experience, both the cruelty, and policy of the Spaniard, to effect
his own ends : chiefly swelling with multiplicity of glorious titles, as one of the
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amaze all, and so by degrees seeking covertly to tyrannize over all, when as
indeed and truth, the greatest part of his pretended greatnesse is but a windy
crack of an ambitious minde. London: s.i., 1623.
– The Second Part of Vox Populi on Gondomar appearing in the likeness of Mat-
chiavelli in a Spanish Parliament, wherein are discovered his treacherous and
subtile Practises To the ruine as well of England, as the Netherlands. Gori-
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– A Second part of Spanish practises, or, A Relation of more particular wick-
ed plots, and cruell, in humane, perfidious, and vnnaturall practises of the
Spaniards with, more excellent reasons of greater consequence, deliuered to
the Kings Maiesty to dissolue the two treaties both of the match and the Pal-
latinate, and enter into warre with the Spaniards : whereunto is adioyned a
worthy oration appropriated, vnto the most mighty and illustrious princes of
Christendome, wherein the right and lawfulnesse of the Nederlandish warre
against Phillip King of Spaine is approued and demonstrated. [London: N.
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hereafter give over all further treatie, and enter into warre with the Spaniard.
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sultation, newly holden in the Court of Spaine. Together, with his tormenting
of Count de Gondemar; and his strange affrightment, confession and publique
recantation: laying open many treacheries intended for the subuersion of Eng-
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S.R.N.I. (¿John Reynolds?) Vox Coeli, or, Nevves from heaven Of a consultation
there held by the high and mighty princes, King Hen.8. King Edw.6. Prince
Henry. Queene Mary, Queene Elizabeth, and Queene Anne; wherein Spaines
ambition and treacheries to most kingdomes and free estates in Europe, are
vnmasked and truly represented, but more particularly towards England, and
now more especially vnder the pretended match of Prince Charles, with the
220 Las Guerras de los Estados Bajos

Infanta Dona Maria. Whereunto is annexed two letters written by Queene


Mary from heauen, the one to Count Gondomar, the ambassadour of Spaine,
the other to all the Romane Catholiques of England. Written by S.R.N.I.
London: Elisium, 1624.
Stephens, John. Essayes and characters, ironicall, and instructiue. The second
impression. With a new satyre in defence of common law and lawyers: mixt
with reproofe against their common enemy. With many new characters, &
diuers other things added; & euery thing ammended. By Iohn Stephens the
yonger, of Lincolnes Inne, Gent. London: Printed by E: Allde for Phillip
Knight, and are to be solde at his shop in Chancery lane ouer against the
Rowles, 1615.
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and cruell mercies to the Church of God: preached in fiue sermons, on occa-
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Romish conception. To which is added, 5. The English gratulation. At Lon-
don: Imprinted by Felix Kyngston, for Iohn Bartlet, and are to be sould
[by Thomas Man] at the signe of the Talbot in Pater-noster Row, 1620.
Teixeira, José. Traicte paraenetique c’est à dire exhortatoire auquel se montre
par bonne & viues raisons, argumens infallibles, histoires tres-certaines, &
remarquables exemples, le droit chemin & vrais moyens de resister à l»effort
du Castillan, rompre la trace de ses desseins, abbaiser son orgueil, & ruiner sa
puissance: dedié aux roys, princes, potentats & republiques de l’Europe, parti-
culierement au roy tres- chrestien / par vn pelerin Espagnol, battu du temps,
& persecuté de la fortune; traduicte du langue Castillane en langue Françoise,
par I.D. Dralymont Seigneur de Yarleme. [S.l.]: Imprimé nouuellement [by
Eliot»s Court Press?], M. D. XCVIII [1598].
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ing how necessary and important it is, for the Protestant kings, princes, and
potentates of Europe, to make warre vpon the King of Spaines owne countrey:
also where, and by what meanes, his dominions may be inuaded and easily
ruinated; as the English heretofore going into Spaine, did constraine the kings
of Castile to demand peace in all humility, and what great losse it hath beene,
and still is to all Christendome, for default of putting the same in execution.
Wherein hee makes apparant by good and euident reasons, infallible argu-
ments, most true and certaine histories, and notable examples, the right way,
and true meanes to resist the violence of the Spanish King, to breake the course
of his designes, to beate downe his pride, and to ruinate his puissance. London:
Printed by B[ernard] A[lsop] and are to be sold by Thomas Archer at his
shop in Popes head Alley, ouer against the signe of the Horse-shooe, 1625.
The declaration of the Lord de La Noue, upon his taking armes for the just
defence of the townes of Sedan and Jametz... Truely translated (according to
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Verheiden, Jacob. Thomas Word trad. An oration or speech appropriated vnto
the most mightie and illustrious princes of Christendom Wherein the right
and lavvfulnesse of the Netherlandish warre, against Philip King of Spain is
224 Las Guerras de los Estados Bajos

approved and demonstrated. Composed by a Netherlandish gentleman, and


faithfully translated out of divers languages into Dutch, and now Englished by
Thomas Wood. According to the printed copie at Amsterdam, by Michael Col-
lyne stationer, dwelling upon the water at the corner of the old Bridge street,
anno 1608. [Amsterdam]: Printed [by the successors of Giles Thorp],
anno 1624.
Verstegan, Richard. Obseruations concerning the present affaires of Holland and
the Vnited Prouinces, made by an English gentleman there lately resident, &
since written by himselfe from Paris, to his friend in England. [Saint-Omer:
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Wadsworth, James. The English Spanish pilgrime. Or, A nevv discouerie of
Spanish popery, and Iesuiticall stratagems VVith the estate of the English pen-
tioners and fugitiues vnder the King of Spaines dominions, and else where at
this present. Also laying open the new order of the Iesuitrices and preaching
nunnes. Composed by Iames Wadsworth Gentleman, newly conuerted into his
true mothers bosome, the Church of England, with the motiues why he left
the Sea of Rome; a late pentioner to his Maiesty of Spaine, and nominated
his captaine in Flanders: sonne to Mr. Iames Wadsworth, Bachelor of Diuin-
ity, sometime of Emanuell Colledge in the Vniuersity of Cambridge, who was
peruerted in the yeere 1604. and late tutor to Donia Maria Infanta of Spaine.
Published by speciall license. Printed at London: By T[homas] C[otes] for
Michael Sparke, dwelling at the blue Bible in Greene-Arbor, 1629.
Wilson, Charles. Queen Elisabeth and the Revolt of the Netherlands. Berkeley:
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at Chesse”» The Modern Language Review 44 (1949): 476-482.
Yonger, William. A sermon preached at Great Yarmouth, vpon VVednesday, the
12. of September. 1599 by W. Yonger... ; the argument whereof was chosen to
minister instructions vnto the people, vpon occasion of those present troubles,
which then were feared by the Spaniards. Imprinted at London: By Simon
Stafford, and are to be sold by Thomas Man, 1600.
LAS GUERRAS DE LOS ESTADOS BAJOS

desde el año de 1588 hasta el de 1599

Recopiladas por

DON CARLOS COLOMA


Caballero del hábito de Santiago, comendador de Montiel y la Ossa1, del
Consejo Supremo de Guerra de Su Majestad, su gobernador y castellano de
Cambray y capitán general de Cambresí. Embajador extraordinario en la
Gran Bretaña, etc.2

A Don Diego de Ibarra, caballero del hábito de Santiago, comendador de


Villa Hermosa3 y de los Consejos de Estado y Guerra de Su Majestad, etc.

En Amberes,
en casa de Pedro y Juan Bellero,
1625

1
 Ossa de Montiel, en la actual provincia de Albacete, perteneciente al llamado Campo de
Montiel.
2
 Añadido en la edición de 1635: …de los Consejos de Estado y Guerra y maestro de campo
general de Su Majestad en estos estados de Flandes, y al presente maestro de campo general
en los estados de Milán y castellano del castillo de la dicha villa
3
 Se trata de Villahermosa, en el sureste de Ciudad Real, en el llamado Campo de Montiel,
cuya encomienda data de 1444.
Las Guerras de los Estados Bajos 229

[3] [EPÍSTOLA DEDICATORIA]

A Don Diego de Ibarra, caballero del hábito de Santiago, comendador de


Villa Hermosa y de los Consejos de Estado y Guerra de Su Majestad, etc.1
No sé si en dedicar a Usía estas memorias ha tenido tanta parte el deseo de
cumplir con las obligaciones, que reconozco, como el acreditar su verdad con
el testimonio más irrefragable, pues, siendo Usía tan gran profesor y amparo
della, ofreciéndole al mundo por testigo de vista de cuanto en ellas refiero,
eche de ver la que profesan, osando emprender su aprobación. Procurado
he pintar sin afectación nuestras victorias y nuestras pérdidas ingenuamente,
sin defraudar al enemigo de la gloria que mereció su valor, estilo poco usado
de otras naciones, y menos de la francesa, como si ellos mismos no llamasen
jornaleras a las armas y los efetos dellas no fuesen más sujetos a mudanzas
causadas de leves accidentes, que todas las demás cosas humanas. Y es esto
con tanto extremo, que, llegando sus historiadores a tratar de los dos años en
que se hizo la guerra de rey a rey, cuando nuestros buenos sucesos parece que
se alcanzaban unos a otros, o los deshacen con quimeras sofísticas o los pasan

1
 «Caballero del hábito de Santiago, Comendador de Villahermosa; fue Consejero de Alexan-
dro, y hoy lo es de la Guerra del Rey, nuestro señor, en la corte de España, después de haberle
servido muchos años de Veedor general del reino de Sicilia y de los ejércitos de los Estados
de Flandes y Francia. Fueron tan grandes y particulares los servicios y ahorros que hizo a la
Real hacienda y la solicitud y trabajos que por conservarla tuvo, que ningún Ministro se le
igualó. Este valeroso y prudente caballero sirvió a su rey con gran rectitud y limpieza. Hizo
por su orden a Flandes y a otras partes algunas embajadas particulares, y dellas sacó el fruto
que se deseaba. Tuvo a su cargo los negocios de la Liga de Francia. Fue vigilantísimo a las
inteligencias de los enemigos. Con su sagacidad rechazó a los franceses de la Unión algunos
movimientos, que si los pusieran en ejecución hicieran notable daño a los católicos. Puso
muchas veces al Bearnés en grandísima confusión, y le tuvo siempre cuidadoso y desvelado,
y tanto, que temió más sus inteligencias y negociaciones que la fuerza de las armas, por no
ser las que convenía. Mostróse siempre enemigo de soldados amotinados y los persiguió y
desterró, procurando se castigasen los autores dellos, y a los fieles, leales y animosso estimó y
favoreció con grandes veras. Esforzó mucho la costumbre y devoción de la Cofradía de Nues-
tra Señora que los soldados españoles tienen en sus tercios y presidios, y ayudó con algunas
sumas de dinero para celebrar sus fiestas con gran policía y curiosidad; y en los negocios que
tuvo a cargo jamás desaprovechó el tiempo, porque siempre le tenía ocupado. Peleó en las
ocasiones de la guerra como osado y valiente caballero, y antes de ejecutarlas aconsejaba a
Alexandro con grande entereza cuando a él y a los demás Ministros llamaba a su Consejo.
Sus pareceres fueron siempre de hombre sabio, no equívocos ni remisos, sino prontos, lisos,
verdaderos, excelentes y ejecutivos, a imitación de Francisco de Ibarra, su padre, que tam-
bién fue del Consejo de Guerra del Rey, nuestro señor, del cual heredó tantas y tan buenas
partes como he referido, siguiendo los mismos pasos D. Francisco de Ibarra y D. Carlos, su
hermano; hijos de D. Diego. El primero es hoy capitán de lanzas españolas en los Estados de
Flandes y del hábito de Santiago, y el segundo, que es D. Carlos, caballero de la orden de Al-
cántara y Capitán de su infantería española del Rey, nuestro señor, ambos mozos, gallardos,
briosos y de corazones invencibles» (Colección, 74: 366-67).
230 Las Guerras de los Estados Bajos

en malicioso silencio. Estos conocidos y peligrosos estorbos que procuran


poner nuestros enemigos y los que sin consentir este nombre nos hacen obras
tales, para que no llegue a la postridad entera y pura la fama del valor [4] de
nuestra nación, se remedian con el trabajo de pocos, entre los cuales, si fuere
el mío de algún fruto, le daré por muy bien empleado. Cuarenta y dos años ha
durado la guerra en Flandes y sólo ha escrito relaciones de diez don Bernar-
dino de Mendoza2, y, dado que merezca ser nombrado este trabajo mío junto
a tan calificado autor, a lo sumo quedará memoria fiel de solos veinte y dos
años, quedando los otros veinte a discreción de extranjeros; inconveniente
que deben prevenir esos supremos Consejos en que Usía tiene tanta parte,
procurándole breve remedio. Y digo breve porque lo es nuestra vida y lo que
importa que escriban estas cosas, o por lo menos las hagan escribir, los que
las vieron. Ésta es la causa por que me he limitado dentro del término de los
doce años en que serví en ellas, dejando desde el de 1577, en que fenece don
Bernardino, hasta el principio del de 88, en que comienzo yo, y desde el de
1600 hasta la conclusión de las treguas a cargo de los que lo hubieren visto y
manejado, que, si se buscan y favorecen, se hallarán sin duda. Las causas que
me han movido a sacar a luz estas relaciones digo en el prólogo, a que remito a
Usía; y entretanto que las ocasiones no me permiten mayores demostraciones
en que mostrar la voluntad que tengo de servirle, suplico a Usía admita ésta
para animarme a ellas.

Don Carlos Coloma

2
 Ver Cortijo Ocaña & Gómez Moreno eds. para una edición y estudio concienzudos de la
Década de Bernardino de Mendoza.
Las Guerras de los Estados Bajos 231

[5] PRÓLOGO

Cuando tan diferentes ocasiones me tenían no sólo descuidado, sino


desobligado y ajeno de escribir historias, una causa, si al parecer leve, en su
sustancia gravísima, me hizo exceder mis proprios límites y hurtar el oficio
a los que han emprendido el recopilar los sucesos de nuestros tiempos.
Ésta fue ver andar en poder de extranjeros y de algunos españoles eclesiás-
ticos1 Las guerras de Flandes, teatro nobilísimo donde se ha representado al
vivo en cuarenta y dos años cuanto la Antigüedad pudo ir consagrando en
millares dellos a la memoria de su decendencia. Y, aunque esta considera-
ción sola pudiera ser bastante incentivo a cualquier buen español, confieso
que para mí no lo ha sido mayor ver el poco cuidado que estos autores
eclesiásticos y algún seglar han tenido en escribir los sucesos de aquellas
guerras como realmente pasaron, y el agravio que sin pensarlo hacían a su
nación valiéndose de las relaciones de autores italianos y franceses2, por no
haber tenido los españoles que han militado en Flandes tanto cuidado de
escribir sus hazañas como de hacerlas, cosa que a los que no se hallaron en
ellas en alguna manera sirve de disculpa3. Pero, habiendo llegado este yerro
de cuenta no sólo a ofuscar nuestras victorias, pasando en silencio mucha
parte dellas, sino a hacernos cargo de culpas que no tuvimos, afirmando lo
mismo el historiador español y pudiéndole presentar nuestros émulos por

1
 Quizá se refiera al mismo autor mencionado en el libro VIII: «Pues hasta cierto religioso
zaragozano que se puso a escribir estas guerras dice que entró este socorro por descuido de
los españoles, sin haberse hallado en él uno tan sólo…» Por otra parte, recomendamos Darby
para una actualización sobre las causas de las guerras de Flandes.
2
 Además de las relaciones (historias) stricto sensu, considérense las relaciones breves y los pan-
fletos de vario tipo, como los ahora guardados en Indiana University: French anonymous poli-
tical pamphlets of the 16th century, París, etc., 1563-99, IU, Film 944.02 F889. Ver también,
entre muchos, las Mémoires anonymes sur les troubles des Pays-Bas, 1565-1580, avec notice
et annotations par J. B. Blaes, Brussels: Société de l’histoire de Belgique, 1859-66, 5 vols; y
las Memoires de tout ce qui s’est fait et passe en l’Armee du Roy de Navarre; composee de Resitres,
Lansquenets, Suisses, & François: depuis le 23 Juin, jusques au 13. Decembre 1587, Paris: s.i.,
1588; o el delicioso Miroir de la tyrannie espagnole perpetrée au Pays Bas, que tenían como
antecedentes a su vez obras como Le Tocsain contre les massacreurs et auteurs des confusions en
France. Par lequel la source & origine de tous les maux, qui de long temps travaillent la France,
est descouverte. Afin d’inciter & esmouvoir tous les Princes fidelles de s’employer pour le retrenche-
ment d’icell (Reims: De l»impr. de I. Martin, 1577). Véase el estudio, útil aunque anticuado,
de Vallina y, en general, el documentadísimo de Vázquez de Prada y, en particular, los de
Salavert.
3
 La referencia es al tópico de las armas vs. las letras, de honda raigambre humanística, y que
aquí Coloma refiere a quienes han preferido la virtus militar a la nobilitas de la pluma. En
cualquier caso, ver el católogo de poetas-soldados de la Introducción para tener una idea
cabal de la larga lista (parcial) de autores que sí dedicaron su esfuerzo –tras participar en el
conflicto bélico- a relatarlo.
232 Las Guerras de los Estados Bajos

testigo mayor de toda excepción, como no apasionado contra nosotros, me


ha parecido no menos justo que conveniente procurar deshacer tan dañosas
nieblas con la luz de la verdad, obligando por mi parte a que los que tienen
autoridad para ello la interpongan en hacer recopilar en un libro todos los
sucesos de guerras tan largas y crueles, que serán más afrenta que emulación
a las de Roma y Cartago, Lacedemonia y Atenas4. Y, pues la mayor parte de
la gente y todo el oro consumido en ellas ha salido de España5, razón será
que se hallen acá verdaderos registros destos sucesos, sin que nuestros de-
cendientes mendiguen su noticia de naciones extrañas, algunas de las cuales
es cierto que no aspiran a cosa más que a [6] deshacer la fama del valor es-
pañol, si bien en esto hay más y menos6. Porque los franceses engrandecen
con grandes exageraciones sus victorias y del todo disimulan las nuestras,
comprando a peso de su legalidad la falsa opinión que dejan en sus escritos
a sus decendientes, con quien en esto usan el mismo estilo que con ellos sus
antecesores. Los flamencos acriminan nuestras culpas, atribuyéndonos las
de los siniestros sucesos, sin disimular nuestras victorias, con tal que entre
en ellas a la parte la nación valona, digna deste premio por su conocido
esfuerzo. Los italianos siguen otro camino y cuentan nuestras cosas con la
tibieza de ajenas, dilatándose en las suyas con tanto cuidado, que a quien
las leyere sin él causará alguna duda el determinar la precedencia de ambas
naciones en el valor y diciplina militar7. Destos últimos es a mi juicio Pom-

4
 Para Coloma estos imperios clásicos son claros precedentes de la gloria (igualble a la suya) del
Imperio Español.
5
 La frase no deja de ser acertadísimo resumen de la historia político-militar de los siglos XVI
y XVII, en particular en lo tocante a la financiación de la lucha (y economía) en el escenario
europeo.
6
 La referencia a la rivalidad de naciones apunta claramente a la proliferación de panfletos y
escritos antiespañoles por las prensas europeas, de lo que, obviamente, Coloma era sabedor.
Ver la Introducción para un detallado estudio de esta propaganda antiespañola en las prensas
europeas (de preferencia la inglesa).
7
 Distinto a otros italianos es Famiano [E]Strada (1572-1649), jesuita, catedrático de re-
tórica del Colegio Romano, cuya obra De bello belgico decades duae defiende posturas
políticas muy cercanas a Francia. Abarca entre los años de 1555-1590 y recibió numerosas
críticas por su falta de método. Un volumen más sobre la década siguiente llegó a escri-
birse, aunque no a publicarse, parece que por presión de la corte española. La obra en-
contró amplia difusión, traducida el italiano (1636, 1648), francés (1648) y español, por
Melchor de Novas (1692). Su obra recibió en particular la crítica de Bentivoglio, quien
en 1623 escribió la Infamia Famiano para refutar los argumentos de Famiano [E]strada.
La traducción española se puede consultar en http://bvpb.mcu.es/es/catalogo_imagenes/
grupo.cmd?path=11000460. Ver de este autor su Las guerras de Flandes: desde la muerte del
emperador CarlosV hasta la conclusión de la Tregua de doze años, por el Cardenal Bentivoglio,
Amberes: Verdussen, 1687. Asimismo disponible en http://bvpb.mcu.es/es/catalogo_ima-
genes/grupo.cmd?path=11000459.
Las Guerras de los Estados Bajos 233

peyo Justiniano8, soldado de estimación mientras militó debajo de nuestras


banderas y aventajado coronista de sí mismo y de su nación, el cual escribió
no sin elegancia el sitio de Ostende desde que se encargó dél el marqués de
Espínola, y cierto que, cuando no hubiera otro ejemplo que el de Jerónimo
Franchi Conestagio9, se deben recatar nuestros decendientes de escritores
que, estando ausentes, escriben por informaciones de extranjeros apasio-
nados. Este autor, habiendo emprendido el escribir todas las guerras de
Flandes, habla de manera que no parece sino que el príncipe de Orange y
sus secuaces fueron los que defendieron la mejor causa y que, en querer el
rey sustentar la fe católica, su debida obediencia y la quietud y tranquilidad
de aquellos sus vasallos, emprendía y tomaba a pechos todo lo contrario. Fi-
nalmente, en el pintar la «crueldad» del duque de Alba, la «ignorancia» del
comendador mayor y los «juveniles impulsos» del señor don Juan (términos
todos suyos), no parece sino que ha copiado a los escritores más herejes
de Holanda10, que, dando siniestros sentidos a las acciones de tan grandes

8
 Se trata del genovés Pompeo Giustiniano, maestre de campo de la infantería italiana, autor
de Delle guerre di Flandra [Fiandra] libri VI, Anversa [Amberes]: Trognesius, 1609, con
reediciones de Venecia 1610, 1612, autor también de un Bellum Belgicum. General, pues,
de Tercios al servicio de España, que luchó de 1601 a 1609 bajo los generales Farnesio y
Spínola. Giustiniano se destacó en el sitio de Ostende, que duro tres años y costó a España
60.000 vidas. El entonces coronel perdió en la campaña de Amberes un brazo, por lo que re-
cibió entre sus hombres el apelativo de braccio di ferro por el ingenioso apósito que sustituyó
al miembro perdido. Posteriormente acabaría al servicio de Venecia. Se suele considerar un
importante trabajo sobre la cruenta guerra de Flandes, bastante objetivo para los estándares
de la época e incluso también para los actuales. Contiene 29 láminas, semejantes a las usadas
por Bernardino de Mendoza en su historia. A este autor, como quizá a la obra casi homóni-
ma de Campana (vid. infra), se puede referir el «Las guerras de Flandes» con que comienza
el Prólogo.
9
 Girolamo Franchi di Conestaggio, poeta, historiador y diplomático genovés, que llegó
a ser arzobispo de Capua, autor de la Dell’unione del regno di Portogallo alla corona di
Castiglia (Genoa, 1585), traducida después al español como Historia de la vnión del reyno
de Portvgal a la corona de Castilla (obra atribuida por muchos a Juan de Silva, conde de
Portalegre, y traducida por Juan de Silva, el autor de la Historia pontifical), Barcelona:
Sebastián Cormellas, 1610 (a su vez traducida al inglés, francés, latín, etc.). La obra a la
que se refiere Coloma es la Historia delle guerre della Germania Inferiore (Venecia: Pinelli,
1614, con muchas reediciones posteriores) (De Buck 2273). Precisamente contra él escri-
bió Juan Pablo Mártir Rizo su Historia de las guerras de Flandes, contra la de Jerónimo de
Franqui Conestaggio (Valencia, 1627).
10
 Pongamos como ejemplo, entre muchos, la Historie der Nederlandsche ende haerder naburen
oorlogen de Emmanuel van Meteren (Ámsterdam, 1602), o la traducción del holandés de la
estupenda Trve nevves from one of Sir Fraunces Veres companie. Concerning Delftes-Isle, and
sundry other townes in the Lowe Countries, yeelded to the Generall since May last. Of the great
armie, nowe comminge out of Germanie for the aide of the French King. With the bloody perse-
cution and marterdome which sundry cheefe persons of account did lately suffer in Spaine for the
profession of Christ Jesús (London: Imprinted for T. Nelson, 1591). De las más importantes
es también Nederlantsche Oorlogen de Pieter Bor, Ámsterdam, 1621-1626, 6 vols; y la gran
234 Las Guerras de los Estados Bajos

príncipes, no afectan otra cosa que hacernos odiosos a todas las naciones del
mundo para disculpar su rebelión a entrambas majestades; y es de notar ver
de la manera que trata de nuestras victorias, pasando en silencio las circuns-
tancias más importantes y muchas veces las mismas vitorias; y, cuando más
no puede y acaso se halla algún italiano en tal suceso, no duda de hacerle
autor dél, con el mismo desenfado [7] que si escribiera la guerra de Troya
o otras cosas de tan remota y dificultosa averiguación. En la rota que se
dio a monsieur de Ianlis cuando vino a socorrer a Mons, donde mandaba
don Fadrique de Toledo, hijo del duque de Alba (oponiéndose a cuantos
han escrito y a la misma verdad), quiere que mandase Chapín Vitelo, y no
toma en la boca a don Fadrique; y de justicia debiera hacer lo mismo en la
presa de Harlem, donde da por autor a don Fadrique de las crueldades que
allí (según exagera) se usaron y, con hacer allí –como sobre Mons- Chapín
el oficio de maestre de campo general, no le mienta en manera alguna. En
la batalla de Moquen quiere que gobernase nuestra caballería Juan Baptista
del Monte, porque fue la caballería mucha causa de aquella victoria, siendo
verdad que la gobernaba don Bernardino de Mendoza, como capitán espa-
ñol y más antiguo y de la primera clase de la nobleza de España, cúyas eran
las fuerzas y dinero de aquella guerra, consideraciones que, añadidas a ser el
que gobernaba todo el ejército Sancho de Ávila, pueden persuadir cualquier
mediano entendimiento a que es verdad lo que digo; y eslo sin duda que
no hace lo que piensa por su nación quien le anda mendigando honores
fabulosos, especialmente pudiendo en otras muchas ocasiones honrarla con
solos los verdaderos, como lo hago yo siempre que la verdad me da ocasión
y se verá en el discurso destas memorias, donde todas las virtudes militares
del duque de Parma no las refiriera con mayor estimación Guichiardino y
las demás acciones loables desta nación y de otras que siguieron nuestras
banderas, decoro que aun le guardo con los enemigos. Y, porque puede
justamente admirar que la pasión pudiese corromper el juicio y legalidad de
un historiador tan señalado, débese sin duda prohijar esta culpa a las sinies-
tras relaciones de que fue informado, acordándose de lo bien que cumplió
con la verdad y las demás circunstancias de la historia en la de la unión de
Portugal a Castilla, por haber sido testigo de la mayor parte y de lo demás
advertido desapasionadamente. Lo cual es -sin duda- que le faltó en ésta,
de donde se pudiera traer más ejemplos desta calidad, y de otro historiador
napolitano, que puso en compendio todas las guerras de Flandes, habiendo
pasado a aquellos estados después de las treguas, del cual diré solamente

diatriba contra España de Willem Baudart, Morghenwecker der vrye Nederlantsche provintien
ofte een cort verhael van de bloedighe vervolghingen ende wreethden door de Spaenjaerden ende
haere adherenten inde Nederlanden […] begaen (Danswick, 1640).
Las Guerras de los Estados Bajos 235

que, siguiendo en parte a [8] Campana11, que atribuye la vitoria de Dor-


lán al príncipe de Avellino y a la nobleza italiana, él se la atribuye a sólo
el príncipe; el cual, como aventurero que era, no tuvo otra cosa a su cargo
que acompañar al guión12 y la persona del conde de Fuentes, general del
ejército, como lo hicieron otros de no menor calidad y valor, cosa en que
unos y otros cumplieron con sus obligaciones. Para remediar, pues, estos
inconvinientes en la mejor forma que se puede, he resuelto emprender este
trabajo, pareciéndome que si en el tiempo que sucedió ayudé con mis pocas
fuerzas, peleando, a engrandecer la reputación de la nación española, no me
quedará en menos obligación si procuro restituírsela, escribiendo verdades
asentadas, con ánimo libre de afectos13, disculpa bastante a merecer blan-
da censura. En las demás faltas, que confesaré fácilmente, de las cuales, y
señaladamente de las de la memoria, a que van más sujetas estas relaciones
por escribirse tantos años depués, si alguno quedare defraudado, pues la
intención me salva, esperaré justísimamente perdón.

11
 Cesare Campana, autor de la difundida Della gverra di Fiandra, fatta per difesa di religione
da catholici re di Spagna Filippo Secondo, e Filippo Terzo di tal nome, per lo spatio di anni
trentacinque (Vicenza: apresso G. Greco, 1602). Campana también abordó las guerras de
Flandes en Imprese nella Fiandra del serenissimo Alessandro Farnese prencipe di Parma (Cre-
mona: apresso F. Pellizzarii, 1595) y el Assedio e racqvisto d’ Anversa, fatto dal serenissismo
Alessandro Farnese (Vicenza: C. Greco, 1595). De él se conserva su conocida Delle historie
del mondo descritte dal sig. Cesare Campana, gentil»huomo aquilano volume secondo, che con-
tiene libri sedici. Ne’ quali diffusamente si narrano le cose auuenute dall»anno 1580 fino al
1596. Et con vna nuoua aggiunta per fino all»anno 1600. Con vn discorso intorno allo scriuere
historie (Pavía: Pietro Bartoli, 1601); y La vita del catholico et inuittissimo don Filippo sec-
ondo d»Austria re delle Spagne, &c. con le guerre de suoi tempi. Descritte da Cesare Campana
gentil’huomo aquilano. E diuise in sette deche. Nelle quali si ha intiera cognitione de moti
d»arme in ogni parte del mondo auuenuti, dall’anno 1527 fino al 1598. Al che si è aggiunto
il successo delle cose fatte dapoi, sotto l’auspicio del re d. Filippo il terzo, fino a’ nostri tempi
(Vicenza: Giorgio Greco, 1605).
12
 El «estandarte del rey o de cualquier otro jefe de hueste» o el «alférez o paje del mismo (que
lo lleva)» (DRAE).
13
 Es prurito de Coloma, por encima de cualquier otra nota que le caracterice como historia-
dor, el de evitar el partidismo y la falta de objetividad. A este propósito entrelaza nume-
rosísimos comentarios a lo largo de su obra sobre pasajes en historias francesas, italianas y
castellanas en donde se falta flagrantemente a la verdad, ya por afán de tergiversación, ya por
elogiar a naciones cuando no les corresponde, ya por falta de acopio de materiales fidedig-
nos. Es quizá uno de los leit-motifs de su obra el de constituirse en historia verdadera.
Las Guerras de los Estados Bajos 237

[1] LIBRO PRIMERO


Año 15881
Comenzaré este trabajo desde el principio del año 15882, que fue en el
que llegué a los Estados de Flandes, porque no me conformo con los que
escriben historia de lo que no vieron, y menos con que se les permita sacar
a luz las militares a personas de tan diferentes profesiones, por los engaños
grandes que se reciben, las honras desmerecidas que se dan y las que por el
mismo camino se quitan, y porque los tales (excepto algunos de aventajadas
partes), como ignorantes de los términos de la milicia, escriben muchas cosas
de manera que dan que murmurar y aun que reír a los extranjeros, en vez
de agradecerles el haber podido valerse de sus relaciones, que es otro nuevo
inconviniente. Y así, por no incurrir yo en él, no saldré de los límites de los
Países Bajos3, sino en cuanto las armas católicas --ocupadas en Francia en
amparo de la Liga4 y después de la reconciliación del príncipe de Béarne, lla-

1
 Argumento: Dase cuenta del estado en que se hallaban las cosas de los Países Bajos al princi-
pio deste año y de las fuerzas de ambos partidos. Junta el duque de Parma un grueso ejército
para la empresa de Inglaterra y apúntanse las causas de aquella guerra. Entra la Armada cató-
lica en el Canal, derrótase y por qué causa. Pónese el duque sobre Bergas Obzoom, refiérense
los sucesos de aquel sitio y de los de Bona y Watendonck. Comienzan a empeorarse las cosas
de Frisa; refiérense los principios y causas de las guerras civiles en Francia y las muertes del
duque y cardenal de Guisa. A lo largo del libro aparecen numerosas anotaciones marginales
(al modo de las de los Comentarios de don Bernardino de Mendoza). Dichas anotaciones son
breves sumarios de los hechos narrados en cada página y no añaden nada nuevo al texto. En
aras de ahorrar espacio en una edición de por sí larga, se ha preferido no transcribirlas. Los
argumentos, por otra parte, que aparecen encabezando cada uno de los libros están ausentes
de la edición de la BAE. Para la situación histórica general narrada por Coloma, remitimos a
la bibliografía final, donde se encontrará un amplio espectro de obras que analizan el tema,
clásicas y contemporáneas. Citemos aquí sólo las de Gossart (1900, 1906), Kervyn, Elliott,
Echevarría, Fernández y Fernández y Thou, entre muchas otras. Nótese que los argumentos
encabezan el libro correspondiente, inmediatamente tras la indicación de «LIBRO PRIME-
RO» (o del que se trate). Por el contrario, la referencia a «Año 1588» sólo se indica en el
margen, como «1588» (y así sucesivamente para otros años).
2
 El levantamiento o rebeldía de los súbditos flamencos de Felipe II en 1566 dio lugar a una
dura represión del duque de Alba el mismo año. En 1568 Guillermo de Orange comandó
la sublevación generalizada. En 1579 se forma la Liga de Arrás (católica) y los rebeldes al rey
español forman la Liga de Utrecht en 1581, con lo que los Países Bajos quedaron divididos
en dos. La guerra, con la excepción de la Tregua de los Doce Años, duraría de 1566 a 1648,
saldándose con la Paz de Westfalia, donde se reconoció la independicia de las Provincias
Unidas. Los Países Bajos acabarían cediéndose en 1713 por la Paz de Utrecht.
3
 La indicación de que no saldrá de los límites de los acontecido en los Países Bajos y que sólo
relatará aquello de lo que ha sido testigo de vista (con alguna que otra excepción, siempre
indicadas en el texto) se harán muy frecuentes a lo largo de la obra.
4
 Para los comienzos y formación de La Liga, en relato contemporáneo, ver René de Lucinge,
seigneur des Alymes et de Montrozat, Lettres sur les débuts de la Ligue (1585), texte établi et
238 Las Guerras de los Estados Bajos

mado comúnmente por los franceses rey de Navarra, hasta que se juraron las
paces-- me obligaren a ello. Sujeto, si la pasión no me engaña, nada desigual
a los que en la Antigüedad pudieron consagrar la fama de sus escritores en la
memoria posterior. Bien que no lisonjeo tanto mi esperanza que prometa a
tan corto trabajo tanto premio; bastante [2] le terná el cuidado de no dejar
en manos del olvido o la pasión estas memorias, si dieren su lugar a la verdad
de las cosas y al valor y virtud de quien puso en ellas la mano o el consejo. Y
espero escribir con fiel verdad estos sucesos, por el cuidado que puse en car-
gar a la memoria menuda y precisamente las cosas de que fui testigo, y por la
seguridad con que en las de Frisa, donde me hallé5, puedo valerme de las Re-
laciones que dellas dejó el coronel Francisco Verdugo6, gobernador de aquella
provincia y de las armas que en ella militaron, capitán de los más señalados de
nuestro tiempo y de cuya integridad nadie puede dudar, siendo la noticia que
contienen estos escritos tan universalmente importante, por concurrir por
una parte en estas guerras la mayor de las fuerzas de tan gran monarca, y por
otra los de casi todos los demás príncipes, émulos o celosos de su grandeza, y
de cuyo suceso pendía o el castigo de semejantes rebeliones o el escarmiento
de menospreciar los príncipes los que parecen leves principios dellas; consi-
derable también mucho por la variedad de los accidentes, acontecidos por
la mayor parte contra la común opinión, y útil no menos por la calidad de
ejemplos que pueden deducirse de la inconstancia con que se gobiernan las

annoté par Alain Dufour (Geneva: Droz, 1964; Textes litteraires françois, 110). Para las ac-
ciones de Francia en el panorama de la política militar española, ver el curioso Ivstificación de
las acciones de España, manifestación de las violencias de Francia (Madrid, 1635).
5
 Francisco Verdugo (1537-1595). Desde su primera participación como militar en la batalla de
San Quintín, llegó a ser capitán de infantería valona en 1566, dentro del tercio de Mondragón,
coronel de un regimiento de infantería valona (1577), gobernador de Harlem y comandante de
la flota real (el mismo año), participante en el sitio de Amberes (1576), gobernador de Breda
(1577), gobernador de Thionville (1578), participante en el sitio de Maastrich (1579) y gober-
nador de Frisia (1581), nombrado por Alejandro Farnesio, durante 13 años, de donde, pese a
unas deslumbrantes primeras victorias, acabaría saliendo con más pena que gloria, acabando
sus días en la ciudad de Luxemburgo. La obra a que se refiere Coloma es el Commentario de la
guerra de Frisa en XIII años que fue governador y capitán general de aquel estado y exército por el rey
D. Phelippe II, nuestro señor (en edición moderna de Henri Lonchay, Bruselas: Kiessling, 1899
[y que puede consultarse en http://www.archive.org/details/commentariodelag00verduoft]).
Ver para una descripción de Frisa los Comentarios de Bernardino de Mendoza (Cortijo &
Gómez Moreno eds.), libro I. Sobre las relaciones a que refiere Carlos Coloma, manuscritas,
puede decirse que son abundantes para la época, muchas de ellas escritas por testigos de vista
y participantes en los sucesos bélicos que se narran. Remitimos al lector a las Relaciones de la
bibliografía, así como al catálogo de Sánchez Alonso. Como en otras ocasiones, remitimos a
tercios.org para más información, así como a http://ejercitodeflandes.blogspot.com, a la sec-
ción narraciones contemporáneas de hechos de armas.
6
 Recomendamos la consulta del Catálogo de regentes, gobernadores y capitanes generales de Flan-
des desde 1404 hasta 1685 (Madrid, Biblioteca Nacional, ms. 3298).
Las Guerras de los Estados Bajos 239

cosas humanas y de los riesgos que traen a las repúblicas las deliberaciones
consultadas con el furor y la pasión del pueblo y con la ambición de los que
de sus ruinas esperan y pretenden propia utilidad7.
Y, aunque es verdad que no puedo hacer relación de vista de ojos de todos
los sucesos que se referirán en estos doce libros, por haberse hecho la guerra
en muchas partes, lo es también que no pondré por verdad sino lo que en la
mesma sazón me constó hacerse recibido por tal en el ejército, y en la noticia
y crédito del general, verdadero crisol donde se apura el oro de las acciones
militares y piedra de toque del valor de todas las naciones. A quien pide per-
dón mi brevedad, si no se alargare en sus hazañas como ellas merecieron, que
la ley de la precisión, que profeso, no permitió más difusa narración; aunque
siempre procuraré no defraudar con toda igualdad el premio a la virtud, don-
de la topare, sin alterar esta balanza el odio ni el amor, afectos de que desvía
mucho mi condición8.
Los Estados de Flandes, cuya rebelión emprendo a escribir por [3] espa-
cio de doce años, eran gobernados al principio del año 1588 por Alejandro
Farnese, duque de Parma y Placencia, príncipe de singulares partes y de tanto
valor, que, habiendo casi desterrado del todo a los rebeldes de las provincias
que antiguamente se comprendían parte debajo del nombre de Galia Belgica y
parte de Germania Inferior9, aspiraba, como otro Germánico César10, a pasar a
la isla de los Bátavos, llamada hoy Holanda, y sojuzgar aquellas fieras naciones
por las armas11. Las cuales, gobernadas en lo civil por la Junta de los Estados y
en lo militar por el conde Mauricio de Nassau, hijo de Guillermo, príncipe de
Orange, iban cada día perdiendo tierra y reputación. Y créese que vieran bien
presto su ruina, si no se dividieran las fuerzas españolas a otras empresas12, yen-

7
 Será tema constante a lo largo de la obra que el desacato a Felipe II es obra eminentemente
de la pasión popular, a la que los señores –en su mayoría- no supieron poner el freno que de
su estado se esperaba.
8
 Todos estos topoi (brevedad, objetividad, etc.) forman parte del género de historia scribenda,
que en la segunda mitad del siglo XVI alcanzará en España un puesto de especial relevancia
con las figuras de Sebastián Fox Morcillo, Fadrique Furió Ceriol, etc. Ver para más refer-
encias Cortijo ed., Dialogus de historiae institutione (Fox Morcillo), a su vez herederos de
Sperone Speroni y Francesco Patrizzi.
9
 El comienzo es similar al de los Comentarios de Bernardino de Mendoza, con referencia al
famoso comienzo de César de «Galia divisa est in partes tres».
10
 15 a.C.-19 d.C. Famoso por sus victorias militares en Dacia, Panonia, y a lo largo de la
frontera del Rin, así como en la Galia.
11
 Ver la descripción de los diferentes Estados en el libro I de Bernardino de Mendoza en
Apéndice.
12
 De hecho la historiografía más competente ha recalcado que en el problema de Flandes
siempre pesó el hecho de que Felipe II (y sus sucesores) se viera involucrado en un sinfín de
conflictos con otras naciones, como los turcos, Francia, etc. Esto, claro está, era ya conocido
en la misma época. Es irónico, como se indica abajo, que sea antiprudente tomar esta me-
dida, cuando quien la tomó ha pasado a la historia como El rey prudente. Todo el párrafo se
240 Las Guerras de los Estados Bajos

do a buscar enemigos fuera de casa cuando se tenían más fuertes y pertinaces


dentro della. Consejo tan dañoso como lo ha mostrado la experiencia e indigno
de que le tome ningún príncipe prudente, por poderoso que sea, bien que le
disculpa el celo de la religión con que se emprendió, que sin duda peligrara en
aquel nobilísimo reino, a no haber asistido a su reparo las fuerzas y cuidado del
rey, a quien también en razón política incumbía desviar que, en tanta vecindad,
cayese en manos no católicas un reino tan rico y poderoso. Y por que mejor
se comprenda las esperanzas en las cosas propias, que menospreció el rey por
asistir a las ajenas, haré una breve descripción de las fuerzas católicas al principio
deste año, para que, comparadas con las enemigas, se vea esto con evidencia.
Poseía el rey a la sazón absolutamente los ducados de Luxembourg y Lim-
bourg, los condados de Namur, Henao y Artois, todo el ducado de Brabante,
excepto las villas de Bergas sobre el Zoom, Santa Gertrudemberg y Husden,
todo el condado de Flandes, menos la villa de Ostende, todo el ducado de
Güeldres, excepto la villa de Guatendonch y otras algunas, que, por estar deso-
tra parte del Vaal, siniestro brazo del Rin, falsamente las computamos entre las
de Holanda, como son Arnhem, Vianem, Brila, Burem y otras, hasta tocar con
los términos del país de Utrecht. Las fuerzas con que se guardaba todo esto se
designarán cuando se trate de los apercebimientos para la jornada de Inglaterra.
Poseíamos también casi toda la Frisia [4] Occidental, y en la Oriental la villa y
castillo de Linguen, con su territorio, y sobre el río Issel las plazas de Zutfen y
Déventer. Tenían los enemigos parte del país de Overisel, lo restante del ducado
de Güeldres, el país de Utrecht y los condados de Holanda y Zeelanda abso-
lutamente. La gente con que guardaban sus fronteras, junto con la que tenían
sobresaliente para poder acudir a socorros, que a sitios aún estaba por ver, podía
llegar toda a catorce mil infantes y dos mil caballos, ingleses, holandeses, valo-
nes y alemanes (y algún francés descarriado, porque banderas francesas no se
arbolaron en las islas jamás hasta después de las paces, no menos por las guerras
internas13 de aquel reino que por otras consideraciones por parte de Enrico
II, las más por conveniencia propia y algunas por el parentesco con España y
buena inteligencia de los ministros). Era maestro de campo general el conde
Pedro Ernesto de Mansfelt; general de la artillería, su hijo, el conde Carlos; de
la caballería, don Fernando Dávalos, marqués del Vasto; superintendente del
condado de Flandes, Valentín de Pardieu, señor de la Mota; gobernador de Ar-
tois, el príncipe de Simay; de Henao, el marqués de Rentí; de Namur, el conde
de Berlaymont; de Lila, Duay y Orf, el barón de Billí; de Luxembourg, el conde

refiere a Felipe II y hay una semivelada crítica de su política, que aparece en algunos pasajes
más en la obra. Ver Bernardino de Mendoza para juicios semejantes.
13
 Son las guerras de religión francesas entre católicos y protestantes, que, una vez resueltas
con el «París bien vale una misa» (Paris vaut bien une messe) supondrán un incremento de
la ayuda francesa a los rebeldes holandeses y una distracción para el ejército español por la
guerra contra Francia en territorio francés.
Las Guerras de los Estados Bajos 241

de Mansfelt; de Limbourg, el señor de Risbroucq; de Güeldres, el marqués de


Barambón14; de Frisa, el coronel Francisco Verdugo. Con esta breve relación,
pues, entraremos en los sucesos deste año, que del todo comenzaron a mudar
en peor el felice progreso que llevaban las cosas de los Países Bajos.
De muy gran daño fue para los estados rebeldes la pérdida de la Esclusa,
que le ganó el duque de Parma por composición, a los 15 de agosto del año
pasado, y no de menor disgusto para la reina de Inglaterra, tanto por la co-
modidad que se daba a las armas católicas con aquel puerto tan cercano a los
suyos, como por la que se le abrió al duque para poder conducir la armada de
barcas chatas que había mandado juntar en el país de Was, con intento de ser-
virse dellas para pasar el Canal de Inglaterra; las cuales se pasaron a la Esclusa
y a Dama y de allí a Brujas y a Nioporte, después de haber cortado cuatro
leguas de tierra en el país de Was y hecho una fosa navegable, obra de gran in-
genio y costa, ejecutada por los mismos artífices que [5] dos años antes habían
hecho la estacada y puente de barcas con que se ganó y sitió Amberes15.
Atendía entretanto el duque a juntar un florido ejército para tener un
cuerpo de treinta mil hombres que embarcar para Inglaterra y otro de diez
mil, por lo menos (sin las guarniciones), que dejar en guardia de los Estados,
que en este caso habían de quedar a cargo del conde Pedro Ernesto de Mans-
felt. Y por que entretanto no estuviesen éstos en ocio, peligroso escollo de la
virtud militar, envió a Carlos de Croy, príncipe de Simay, con mucha parte
dellos a la empresa de Bona, cuyo suceso se dirá adelante, tocando ahora los
motivos que tuvo el rey para formar aquella poderosa armada contra Inglate-
rra, y lo que no se pudiere excusar del suceso della, dejando su entera relación
a muchos que lo han tomado de propósito y lo vieron16.
La reina Isabel de Inglaterra, de religión protestante, después de haberse
usurpado en su reino el temerario título de cabeza de la iglesia anglicana17, celo-
sa de su nuevo Evangelio y émula de la grandeza del rey, no sólo fomentó las

14
 Véase del mismo sus Mémoires.
15
 Se refiere a la toma de Amberes por Alejandro Farnesio en agosto de 1585 y al famoso puente
–que se tardó unos ocho meses en construir- levantado para este propósito, una de las maravi-
llas de la época, comparado al de Julio César sobre el Rin: «Se colocaron 32 barcos, situados de
veinte en veinte pasos, unidos entre sí con cuatro juegos distintos de maromas y cadenas y con
vigas de entre nave y nave. Cada nave, a su vez, se parapetó con vallas para defenderse de los
tiros de arcabuz, y se comunicaba con las vecinas por vigas coon opunta de hierro mirando ha-
cia el exterior -a modo de picas- para protegerlas del ataque de las naves enemigas» (Giménez
Martín 156). Para el papel general de la armada española en Flandes, véase Stradling.
16
 Ver, entre otros, noticias referentes a esto en Fernández Duro y Mattingly. Para el papel de Isabel
I en las revueltas de Flandes, consúltese Wilson, Relations (1882) y el curioso Déclaration (1585).
17
 El título es heredero del que se arrogara Enrique VIII, su padre, de «Supreme Head (Go-
vernor en el caso de Isabel, para evitar resquemores) of the Anglican Church». El «nuevo
Evangelio» puede referirse quizá al Book of Common Payer, que en su reinado se modificó le-
vemente sobre la versión de 1552; o bien a alguna de las traducciones al inglés de la Biblia.
242 Las Guerras de los Estados Bajos

primeras sediciones de los flamencos por lo disimulado, pero quitándose la


máscara en tiempo del duque de Alba, con la detención de grandes sumas de
dineros que venían de España para la paga del ejército católico y con los malos
tratamientos que hizo, contra el derecho de las gentes, a Guerao de Espés, em-
bajador del rey18, continuó toda su vida el socorrer con gente y dineros a los
estados rebeldes; consejo, dado que pueda llamarse útil, de ruin ejemplo, a lo
menos en los príncipes19, que tanto deben desviar a sus vasallos de esperar am-
paro en semejantes rebeliones, que mañana pueden experimentarlas en los esta-
dos proprios y sentir lo que la Providencia Divina permite a la prudencia huma-
na desviada de sus leyes, que los mismos medios que elige a su grandeza sirven
inmediatamente a su ruina. No procedía en esto Isabel con tanta liberalidad
que no se asegurase primero con la plaza de Flesinguen, absoluta llave de las
islas, y con otras de menos nombre. Esto y los crueles y abominables editos
hechos contra los católicos de su reino en vituperio de la sede apostólica, y últi-
mamente la muerte lamentable, inhumana y de todo punto bárbara de María
Estuarda, [6] reina de Escocia, princesa dotada de singulares virtudes, a manos
de un verdugo, en el castillo de Fording, cuyo dichoso espíritu, según la común
piadosa opinión, goza entre los mártires gloriosos la corona que dejó en la tie-
rra20, movieron el ánimo piadoso del rey católico a desear volver21 por la causa
de Dios y oponerse a tanta insolencia con las armas. Amonestado a ello también
por la santidad del pontífice Gregorio XIII, que, como verdadero pastor de la
Iglesia, después de haber tentado diversos caminos llenos de amor y de blandu-
ra, deseaba cortar aquel brazo encancerado de Isabel para dar salud a todo el
cuerpo de aquel reino, ya en otros tiempos tan devoto y grato a la Santa Silla.
Movíale por otra parte al rey ver que, estando Francia neutral, ocupada en sus
discordias internas, Inglaterra domada, vendrían los rebeldes de Holanda a co-
nocer su yerro por fuerza o por amor. Ésta es la causa por que rehusó Su Majes-
tad el consejo que le daba el duque de Parma de que se echase todo el resto
contra las islas antes de intentar la empresa de Inglaterra. Anteponía ante todas
cosas el duque la incapacidad de los puertos del condado de Flandes para rece-

18
 La edición de 1635 añade, con suma razón: «Primero a don Guerao de Espés y después a
don Bernardino de Mendoza, embajadores del rey». Ver la edición de Cortijo & Gómez
Moreno de los Comentarios de don Bernardino de Mendoza para más detalles sobre este
particular. Para Guerao de Espés y su actuación en Inglaterra, ver Fernández Álvarez 1951.
19
 Amelot indica: «Lorsque le prince veut justifier quelque action qu»il sait que le people inter-
préte ou peut interpreter sinistrement, il ne peut pas le mieux autoriser que par l»example
de ser derniers prédecesseurs […]. Le prince veut que le people se laisse gouverner sans se
mêler de juger de ce qu»il n»entend pas» (13 [libro III]).
20
 La corona se refiere a la real que detentara como reina, así como a la del martirio sufrido por
cuestión religiosa, según el autor.
21
 Recuérdese que había sido ya rey consorte de Inglaterra, así que ahora se trataba de volver
no de ir por vez primera a Inglaterra.
Las Guerras de los Estados Bajos 243

bir bajeles de tanto porte como los que habían de venir de España, alegando
que en todo aquel mar sólo era capaz dellos el de Flesinguen, y que era no sola-
mente necesario pero forzoso, antes de meter una armada tan poderosa como se
aparejaba en unos mares tan bravos y sujetos a tantos peligros, ya por la aspere-
za del clima a cincuenta y dos grados de la equinoccial, ya por la abundancia de
bancos o bajíos peligrosísimos, tenerla aparejado puerto seguro y bastante para
poderse abrigar en él y volver segunda y tercera vez a la demanda, como lo hizo
César22; siendo así que en las empresas en que se interesa tanta parte de hacien-
da y reputación conviene no intentarlas por sólo un camino, como las leves,
que, si se yerran, fue poco lo que se perdió emprendiéndolas. Añadía que, no
habiendo otro puerto capaz de tan grandes navíos sino el de Flesinguen, ante
todas cosas se debía sitiar por mar y por tierra, y que de él se obligaba (guardán-
dole el socorro por mar la armada española) a ganar aquella plaza con menos
dificultad que la que se le había ofrecido en ganar a la Esclusa, con la cual a un
mismo tiempo y con sólo un gasto se aseguraba la jornada de Inglaterra y se
tomaban en la mano las riendas de [7] los Estados rebeldes. La facilidad desta
empresa por este camino y con tan grandes fuerzas, y el desearlas emplear en
esto el duque antes que en otra cosa, como es fácil el persuadirnos a lo que de-
seamos, le hizo desconfiar de todo punto de que se había de acometer Inglaterra
sin esta prevención. Ayudó también a inclinarse el duque a esto la venida de
ciertos embajadores ingleses, que llegaron a Ostende a 20 de febrero, con orden
de la reina de tratar paces, aunque los más prudentes lo atribuían a deseo de
entretener con estas esperanzas y evadir el golpe que le amenazaba. Parecióle al
duque, y con razón, que el verdadero tiempo de asentar paces aventajadas es
cuando el contrario las pide, y que en un consejo tan prudente como el de Es-
paña no dejaría de abrazarse aquella ocasión para procurar conseguir sin peligro
y sin gasto lo que por ventura estaba a muy gran riesgo tentándolo con las ar-
mas. Escribió el duque al rey la llegada y la demanda de los embajadores con la
recomendación y esperanzas que se suelen pintar las cosas que se desean. Y,
aunque poco después tuvo por respuesta que no era malo entretenerlos con

22
 Quizá hubiera leído en su querido Tácito lo siguiente: «De hecho, el deificado Julio César
fue el primer romano que penetró en Britania a la cabeza de un ejército: estableció rela-
ciones con los nativos tras derrotarles en la batalla y se hizo el dueño de la costa. César
descubrió Britania a Roma» (Agrícola 13, traducción nuestra). Es conocido que la primera
expedición de César a Britania fracasó; repuesto de pertrechos y en especial de tropas y
barcos, inició la exitosa segunda campaña (54 a.C.). En particular a los barcos militares se
les unieron barcos mercantes procedentes de todo el orbe, fundamentalmente de la Galia,
en busca de nuevas oportunidades comerciales. Lo más probable es que la cifra que aporta
César (800 barcos, De bello Gallico) incluya no sólo a los buques de guerra, sino también a
los buques mercantes. Coloma sabe a la perfección el motivo del fracaso de la expedición
de la Invencible, como se puede apreciar: la imposibilidad de asegurar un contacto entre la
armada expedicionaria y el ejército que el de Parma debía reclutar en los Países Bajos.
244 Las Guerras de los Estados Bajos

palabras generales, sin empeñarse a cosa que pudiese perjudicar ni a la reputa-


ción ni al provecho, y que resueltamente había de tentarse la jornada como es-
taba trazado, no por eso se acabó de persuadir del todo a ello, que fue del incon-
viniente que se verá. Si bien con su acostumbrada diligencia no dejaba cosa por
hacer en favor de la jornada. Cortó, como dicho es, casi todo el país de Was para
llevar ciento treinta barcones o barcas chatas hasta Gante, y de allí por la Lieve
a Dama, por el Navilio a Brujas, de Brujas a Audenbourg y de allí a Nioporte
por el Iperlee, obra de tanto ingenio como costa. Nombró por almirante de la
mar a Felipe de Lalaing, marqués de Rentí23, a quien encargó la fábrica y adobío
de cuarenta filipotes24 y otros navíos de hasta ducientas toneladas, que es el
porte que puede entrar y salir por aquella barra con aguas llenas. Hizo levantar
nuevas reclutas a los regimientos de alemanes de don Juan Manrique, Ferrante
Gonzaga y de los condes de Berlaymont y Arembergh hasta número de seis mil
infantes cada uno. Encomendó la leva de seis mil alemanes altos a Carlos de
Austria, marqués de Burgaut, hijo del archiduque Ferdinando de Ispruch. To-
cábanse cajas en todo el país para la leva de hasta diez mil [8] valones en los
regimientos del conde Octavio de Mansfelt, del marqués de Rentí, del conde de
Bossú, de los señores de Barbanson y Balanson, del señor de la Mota, y otro
regimiento peculiar del duque a cargo del señor de Werpe. Iba también otro
regimiento de mil quinientos borgoñones, de que era coronel Marcos de Rie,
marqués de Barambón, y otro de mil ducientos irlandeses de los que rindieron
a Déventer, de que era coronel Guillermo Estanley, inglés, y dos tercios de ita-
lianos, uno de don Gastón Espínola y otro de Camilo Capizuca, en que se
contaban al pie de25 tres mil infantes. Habíanle llegado al duque hacia la fin del
año de 88 veinte y dos banderas de españoles, las diez a cargo de don Antonio
de Zúñiga, capitán viejo de Flandes, y las demás, que eran levantadas en Cata-
luña, al de don Luis de Queralt, si bien aquéllas se reformaron en Givé, repar-
tiéndose la gente entre los tercios, y éstas quedaron en forma de tercio por justas
consideraciones, en orden a que se conservase aquella gente, sacada el vulgo
della de los bandos de Cataluña, con el amor de los capitanes y oficiales de su
nación, y mucha gente noble, con quien se habían familiarizado. Estas banderas
se alojaron en Warneton. El tercio viejo, que, por haber hecho el rey a Cristóbal
de Mondragón castellano de Amberes26, se dio a don Sancho Martínez de Lei-

23
 Ver Diegerick 1856.
24
 Filibote o filipote es un tipo de velero diseñado originalmente como buque de carga, ori-
ginándose en los Países Bajos en el siglo XVI. Fue luego muy utilizado en la navegación
transoceánica. La palabra procede del holandés fluyt. Puede verse una serie estupenda de
imágenes del filibote «Derfflinger» (de fines del s. XVII) en http://www.modelships.de/
Derfflinger_I/Derfflinger_I_eng.htm.
25
 Al pie de. «cerca de», «aproximadamente».
26
 Para Cristóbal de Mondragón y Otalora, señor de Roo (1514-1596), castellano de Gante
y Amberes, capitán general de Zelanda y Limburgo y Maestre de Campo de la infantería
Las Guerras de los Estados Bajos 245

va, alojaba en Fornos, Bergas, San Vinoch y Dixmuda; el de don Juan del
Águila, que también se proveyó en don Juan Manrique de Lara, hijo del duque
de Nájara, estaba alojado en Ipré; el de don Francisco de Bobadilla, gobernado
por Manuel de Vega Cabeza de Vaca, en Ballú. Todos estos cuatro tercios po-
dían hacer siete mil españoles y toda junta la infantería llegaría a número de
treinta mil hombres. Las compañías de caballos apercibidas eran veinte y dos;
dos de la guardia del duque, una de lanzas y otra de arcabuceros, de que era
capitán Pedro Francisco Nicelli; las de italianos del conde Nicolao Cessis, Pedro
Gaetano, Francisco Coradino, Apio Conti, Blas Capizuca y Franco Morosino;
las de españoles del marqués de la Favara, de Juan de Anaya de Solís, don Am-
brosio Landriano, don Alfonso Dávalos, hermano del marqués del Vasto, don
Octavio de Aragón, don Carlos de Luna, Antonio de Olivera, teniente general
de la caballería, y don Luis de Borja, hermano del duque de Gandía, en quien
poco [9] antes proveyó el duque la compañía que fue de don Sancho Martínez
de Leiva; todas las cuales, con las del marqués del Vasto, general de toda la ca-
ballería ligera, inclusas cinco compañías de arcabuceros a caballo, llegaban al
número de mil ochocientos caballos escogidos, antes más que menos. El señor
de la Mota hacía el oficio de maese de campo general en ausencia del conde de
Mansfelt, y su hijo el conde Carlos el de general de la artillería en propiedad,
como está dicho.
Con estos aparatos, pues, artillería, municiones y dinero a proporción es-
peraba el duque el aviso de que hubiese salido de Lisboa la armada católica.
Y para estar más a pique de embarcarse cuando fuese necesario, juntó todo el
ejército en campaña, en los contornos de Dixmuda, y desde Brujas, adonde
tenía la corte, acudió dos veces a visitarla, haciendo ambas disponer la gente
en batalla, hacer y deshacer los escuadrones y otros ejercicios militares, con
alegría y alborozo universal. Llegaron a la fama desta jornada muchos señores
de diferentes naciones: de España, don Rodrigo de Silva, duque de Pastrana; de
Francia, Felipe de Lorena, llamado el caballero de Aumala, hermano del duque
de Aumala; de Italia, don Juan de Médicis, hermano del duque de Florencia;
de Saboya, don Amadeo, hermano del duque; de Alemaña, Carlos de Austria,
marqués de Burgaut; y de todas partes muchos señores de título y caballeros
principalísimos. Uno de los cuales fue don Juan de Mendoza, hoy marqués de
la Inojosa y gobernador del estado de Milán, hijo del conde de Castro, que,
dejando una compañía de infantería que tenía en Nápoles, llegó por la posta a
Brujas; y poco después don Felipe de Leiva, hermano de don Alonso de Leiva;
Hércules Gonzaga; y otros muchos, tal, que no había memoria de haberse visto
tanta y tan lucida nobleza en los Estados Bajos desde que Carlos V renunció

española (1582-1588), además de consejero de guerra y presidente de dicho consejo en los


Países Bajos, ver la informadísima nota, como de costumbre, de Sánchez en http://www.
tercios.org/personajes/mondragon.html.
246 Las Guerras de los Estados Bajos

los reinos27. Había enviado algunos meses antes el duque de Parma al capitán
Morosino a Lisboa a solicitar (a lo que decían) la partida del duque de Medina
Sidonia, aunque a la verdad no fue sino a tener testigo de vista de que hubiese
acabado de arrancar aquella gran máquina, y asegurar al duque de que era im-
posible salirle a buscar el Canal arriba, si no se franqueaba el paso hasta Dun-
querque, peleando con la armada inglesa. Y las [10] razones eran bien claras,
pues, no teniendo más de treinta y ocho felipotes y habiendo de salir forzosa-
mente uno a uno por la barra de Dunquerque y por los bancos de aquella costa,
forzosamente también habían de ir cayendo en manos de la armada holandesa,
que guardaba la boca de aquel puerto con cincuenta navíos muy bien armados,
a cargo de Justino de Nasau, hijo bastardo del príncipe de Orange. Pues las
barcas chatas que estaban en Nioporte no sólo no podían ser de algún servicio,
pero por fuerza habían de ocasionar gran embarazo; y que así lo que hacía al
caso era desbaratar la armada enemiga y quedar el duque de Medina señor de la
mar, para que todo se pudiese hacer después sin peligro de consideración28. Este
montón grande de dificultades, lo mucho que se aventuraba en la menor dellas
que quedase por allanar, fuera de las razones que apunté arriba, fueron causa de
que, no acabándose de persuadir el duque de Parma a que se seguiría un camino
tan peligroso, no acabase tampoco de creer la relación de vista que trujo el dicho
capitán Morosino, afirmando que dejaba ya la armada a la vela. Así se yerra no
pocas veces en el juicio de las acciones ajenas, no creyendo el efeto de las que no
parecen útiles a quien las ha de hacer: hasta la prudencia puede ser dañosa en las
acciones infelices, en quien la virtud desdichada parece vicio y defecto29. Sea la
causa la que fuere, lo cierto, y lo que yo vi, es que iba por este tiempo muy lento
el adobío de la armada de Dunquerque, y que cuando fue menester embarcarse
en ella la infantería española, ni aun la capitana, en que había de embarcarse la
persona del general, estaba para poder navegar; culpa, a lo que se ha de creer, de
los ministros inferiores, aunque el no haberla después castigada abrió las bocas a
muchos, si bien cerrólas poco después el tiempo y la reputación del duque30.

27
 En 1556, en la persona de su hijo Felipe II.
28
 Se oponía al parecer de Felipe II (que a toda costa quería lograr el desembarco de sus tropas
en territorio de los Países Bajos) la idea de que la armada española derrotase a la inglesa o bien
intentase llegar, sin apoyo del ejército de Flandes, hasta la tierra inglesa, ya directamente, ya a
través de un desembarco en Irlanda (y hasta Escocia). Ninguna de las alternativas fue aceptada.
29
 Indiquemos que el modelo de relato histórico seguido de comentario moral del autor está
calcado de la obra de Bernardino de Mendoza, que Coloma conocía. y en ambas, claro, pesa
el influjo de varios autores latinos, entre ellos Tácito.
30
 El añadido de la edición de 1635 es de peso: «Pues no faltó quien allegase a discurrir lo bien
que le estaría al duque de Parma el casar al príncipe Ranucho, su hijo, con madama Arbela,
heredera forzosa del reino de Inglaterra, de que afirmaban algunos haberle dado la reina
Isabel no pequeñas esperanzas.» Indiquemos que, a pesar de lo cauto de la expresión de Co-
loma, queda suficientemente claro su acusación (y con él una gran parte de la historiografía
oficial española) de ineptitud o falta de preparación y diligencia con relación al de Parma,
Las Guerras de los Estados Bajos 247

Partió la armada católica del puerto de Lisboa a los 30 de mayo, y del de


La Coruña (adonde se detuvo muchos días, rehaciéndose de un recio tem-
poral que padeció) a los 22 de julio. Y con el suceso que otros han escrito,
y no es de mi argumento, dio fondo en la rada de Calés a los 7 de agosto,
después de haber enviado, antes de entrar en el Canal, a don Rodrigo Tello, y
poco después el capitán Pedro de León, a dar prisa al duque de Parma, que se
hallaba en Brujas. De donde partió tres días después, mandando encaminar
su corte y toda [11] la infantería española a Dunquerque, por ser lo más que
podía caber en los navíos que allí se aprestaban, y toda la caballería, artillería,
pertrechos y infantería de naciones a Nioporte, donde estaba trazada su em-
barcación, y a monsieur de la Mota por cabeza della. Antes de salir el duque
de Brujas, y en el camino que hizo hasta Dunquerque, le fueron llegando
varios mensajeros que el de Medina enviaba, avisándole por puntos cómo
se iba acercando y asegurándole con todos de que era forzoso salir a juntarse
con él para acertar la empresa y cumplir con la orden del rey. Pasó el duque
adelante con intento de aconsejarse en la ocasión y llegó a Dunquerque a los
8 de agosto; y en teniendo aviso que el de Medina se había ancorado a los
7 en la rada de Calés y que le tenía a menos de siete leguas, determinó de
embarcarse, pospuesta toda consideración y todo peligro. Al punto se dis-
tribuyeron las órdenes de la embarcación por los sargentos mayores de los
tercios, las cuales se ejecutaron luego, aunque con harta risa de los soldados,
pues tocó a muchos embarcarse en navíos donde no había puesto la mano el
calafate31 ni el maestro de hacha, sin munciones, sin bastimentos y sin velas.
Supo luego el duque esta falta y, disimulando por entonces con los autores
della, se resolvió en salir del puerto en viendo asomar la armada española, con
solos los navíos que pudiesen seguirle, resuelto en perderse o sacar lo restante
de su flota de la barra de Nioporte. Todo lo cual fuera posible ejecutarse, si
el duque de Medina pudiera poner su armada entre la inglesa y la costa de
Flandes, para lo cual eran necesarias tantas concurrencias (del tiempo, de las
mareas, de las corrientes y de los bancos), que casi no se hacía caso de la más
urgente, que era el poder de Inglaterra y Holanda, que con fuerzas bien gran-
des, con navíos frescos y proprios para aquellos mares, estaban resueltos en no
dejar perder ocasión alguna. En las cosas trazadas tan de lejos, por más que la
diligencia y el cuidado hayan prevenido los inconvinientes, raras veces en la
ejecución dejan de descrubrirse algunos que muestran la dificultad con que se
decreta en lo por venir; de que se sigue cuán forzoso sea permitir a la pruden-

a quien se ha acusado hasta de ser responsable del fracaso de la Invencible. Claro está que
la bibliografía contemporánea en inglés no quiere ni oír mencionar el tema, pues la victoria
queda en ellos atribuída al bonísimo, insuperable y estupendísimo hacer de los barcos y
oficiales de la reina. Ver a este respecto Fernández Segado.
31
 El calafate es la persona que se encarga de «calafatear las embarcaciones», o de «cerrar las
junturas de la madera con estopa y brea para que no entre el agua» (DRAE).
248 Las Guerras de los Estados Bajos

cia y autoridad de los ejecutores alterar, como lo pidieren, los accidentes en las
órdenes que reciben del príncipe, a quien es imposible consultar a tiempo32.
Añadióse a esto [12] también, y fue el principio de todo el desconcierto, un
harto pequeño accidente la mesma noche de los 7 de agosto. Pues, pegando
fuego los enemigos a algunos navíos viejos y dejándolos ir con la corriente y
con el viento la vuelta de la armada católica, de tal manera atemorizaron los
ánimos de todos, creyendo que era otra máquina fatal cual la que se vio en
el contradique de Amberes33, confirmándolas por tales algunos de los que se
hallaron en aquel fracaso, y entre ellos el capitán Serrano, a quien el duque
de Medina había enviado con instrumentos para desviarlos, que, zarpando las
áncoras la capitana real y otros galeones de los más diligentes, todos los demás
picaron las amarras y comenzaron a salir a la Mar del Norte, queriendo más
(según decían) pelear en campo abierto contra aquellas naciones septentrio-
nales, que con un elemento tan inexorable como el fuego. Fue tan grande el

32
 Insistimos en lo que tales palabras tienen de crítica velada a Felipe II, irónicamente llamado
El Prudente, cuando Coloma parece acusarle de escaso en el uso de dicha virtud.
33
 Se refiere a la estrategma de los rebeldes en el sitio de Amberes (1584-85): «En la noche del 4
de abril, iluminados con múltiples fuegos para sembrar el pánico, soltaron los rebeldes cuatro
barcos-mina en la parte más rápida de la corriente del Escalda. Acompañaban a éstos 13 naves
de menores dimesiones. Portaban los barcos gigantescos hogueras que infundían una gran pre-
ocupación en los hombres que fueron a proteger el puente. La tripulación abandonó los barcos
a dos mil pasos del puente. Al carecer de gobierno, unas naves encallaron en las orillas, otras se
fueron a pique por el excesivo peso y algunas se clavaron en las puntas de hierro que protegían
a los barcos españoles. De los cuatro barcos-mina uno hizo agua y se hundió, otros dos, debi-
do al fuerte viento, se desviaron y eencallaron en la ribera de Flandes y el último prosiguió y
quedó encajado en el puente. Viendo que no ocurría nada al transcurrir el tiempo, subieron a
él algunos soldados españoles burlándose de la deforme máquina de guerra. Cuando explotó el
terrible ingenio, se llevó consigo a todos y todo lo que se hallaba cerca. Al despejarse la increi-
ble humareda que se formó se pudieron apreciar mejor los estragos: pelotas de hierros lanzadas
a nueve mil pies de distancia, lápidas y piedras de molino empotradas cuatro pies en tierras a
más de mil pasos y más de 800 hombres destrozados. El mismo Alejandro Farnesio, que no
había subido al barco por la insitencia de un alférez español que conocía las artes de Giambelli,
salió despedido por la onda expansiva y se quedó tumbado, inconsciente, hasta que logró ser
reanimado. Aprovechando la oscuridad de la noche y la humareda, se hizo con rapidez un
apaño en el puente de forma que aparentara no haber sido realmente dañado. Engañados
por el remedio desistieron los de la armada rebelde del ataque a la construcción e intentaron
introducir sus naves por la campiña inundada. En contra de ello se levantó un dique con
castillos para su defensa. La protección del dique se encomendó al coronel Mondragón, que
logró rechazar el ataque simultáneo de los barcos procedentes de Amberes y los de la armada
zelandesa al mando de Justino de Nassau. Prefeccionó el italiano Giambelli sus máquinas de
guerra, consiguiendo que no torcieron el rumbo al añadirles una especie de velas bajo el casco.
Alejandro Farnesio, por su parte, se hallaba prevenido y había ideado un sistema de enganche
para los barcos que conformaban el puente, de forma que se soltaban al acercarse los barcos-
mina enemigos, dejándolos pasar. De esta manera, cuando las minas explotaban lo hacían lejos
del puente, causando, en teste caso con más razón que en la anterior, más risa que espanto a los
soldados españoles» (en http://www.geocities.com/losterciosespaoles/amberes.htm).
Las Guerras de los Estados Bajos 249

daño que causó esta arma falsa, que no se hizo caso de la pérdida de la galeaza
capitana34, en que iba don Hugo de Moncada, general de todas cuatro, que
pasó así. Al retirarse los galeones y naves de la armada con la confusión y
desorden que se deja considerar, picado el cable de la Rata, nave levantisca
en que iba don Alonso de Leiva35, quedó el áncora de manera, que, pasando
por encima la dicha galeaza, se hizo pedazos el timón; con que, viéndose don
Hugo imposibilitado de seguir la armada y que, a más andar, se le iba alejan-
do, sin acordarse de socorrerle, valiéndose de los remos, en que estos bajeles
son menos aptos para el mar Océano de lo que se creyó cuando los enviaron
a aquella jornada, tentó de arrimarse a Calés, pareciéndole que debajo de la
artillería de aquella plaza y de la fe del señor de Gordán36, su gobernador, esta-
ría seguro de cualquier acometimiento37; a quien envió a pedir con el capitán
Maldonado que, entre tanto que se reparaba un poco, le diese puerto seguro
y lo necesario por su dinero. Venido el día de los 8 del dicho, don Hugo, sin
aguardar la respuesta del francés por venírsele acercando buena parte de la
armada enemiga comenzó a ir entrando, con tan poco tino, a causa de la falta
del timón, que, a la que el sol salía, dio en un banco; accidente que al punto
quitó el uso de la artillería y dio comodidad a los ingleses de acometerle con
cantidad de barquillas, lanchas y otras suertes de bajeles [13] que pescan poca
agua; todas las cuales llegaron a arremeter cuando ya no quedaban veinte
hombres que pudiesen resistirlas, habiéndose los demás puesto en salvo, parte
a nado y parte en barcas francesas, que se habían llegado ya a la galeaza. Don
Hugo, tras una honrada resistencia, cayó atravesada la cabeza de un mosque-
tazo. Defendía la proa Juan Setanti, caballero catalán, muerto el cual, después
de haber peleado valerosamente, entrando por ella el enemigo, se apoderó de
todo el bajel. Llevóse presos a los capitanes don Rodrigo de Mendoza, Solór-

34
 La San Lorenzo.
35
 Quiere decir de la escuadra o armada de Levante, a la que pertenecía La Rata coronada, a cargo
de Martín de Bertendona. Además de la obra de Cesáreo Fernández Duro, puede verse una
lista detallada de los barcos que componían la escuadra, con número de cañones, tripulación,
medidas y carga en «Anglo-Dutch Wars: (http://anglodutchwarsblog.com/Articles/Docu-
ments/SpanishArmadaList.html). En general para la armada española del s. XVI ver Casado.
36
 Se trata de Girault de Mauleon, Seigneur de Gourdain or Gordán (Gurdine), gobernador
de Calais.
37
 Ver al respecto para varias noticias curiosas la Relación verdadera de los sucessos acaecidos que
han tenido los de Calés y del número de los muertos de ambas, etc., Barcelona, Sebastián de
Cormellas, 1596. Por parte inglesa se puede consultar el famoso libro de James Aske, Eliza-
betha triumphans. Conteyning the damned practizes, that the divelish popes of Rome have used
ever sinthence Her Highnesse first comming to the Crowne, by moving her wicked and traiterous
sujects to rebellion and conspiracies... With a declaration of the manner how Her Excellency was
entertained by her souldyers into her campe royall at Tilberry in Essex, and of the overthrow had
against the Spanish fleete... set forth... by I. A. ( At London: Printed by Thomas Orwin, for
Thomas Gubbin and Thomas Newman, 1588).
250 Las Guerras de los Estados Bajos

zano y Loaýsa, dejándose malheridos al capitán Luis Macián y don Francisco


Juan de Torres, ambos naturales de Valencia. Fue este daño irreparable, pero
ocasionóle mucho mayor el no poder volver jamás la armada católica a embo-
car el Canal, por causa de los vientos contrarios, y causarse de aquí, además de
la pérdida de la ocasión (que no se ha vuelto a cobrar aún), el peligro en que
se vio la armada de dar en los bancos tan frecuentes y tan justamente temidos
en aquella costa boreal (de que la libró Dios, obrando un conocido milagro,
mudando el viento cuando la sonda no daba más de seis brazas y media) y el
perderse después en las costas de Escocia y Irlanda la tercera parte della, con
tantas personas de cuenta como es notorio38.
Llegó otro día por la mañana a Dunquerque la nueva de que la armada
había desaferrado de Calés, y a la tarde don Antonio de Leiva, príncipe de
Ásculi, contando que, habiendo sido enviado por el duque a dar ciertas ór-
denes a la retaguardia en una fragata, acompañado de don Alonso de Luna
y Cárcamo, cargó el tiempo de manera, que, escapulando39 todos los navíos
de la armada, le había sido forzoso abrigarse con aquel puerto. Hospedóle el
duque de Pastrana, amigos desde que estuvieron ambos en la corte.
El día siguiente supo el duque de Parma que estaba surto fuera de la barra
de Nioporte el galeón San Felipe, el cual, después de haber peleado con casi
toda la armada enemiga, acribillado de cañonazos y casi perdido del todo, se
abrigó allí a más no poder. Venía en él el maese de campo don Francisco de
Toledo, hermano del conde de Orgaz; el cual, embarcando casi toda su gente
en dos pataches40 que el duque de Medina envió en su socorro y pudiéndose
embarcar él, [14] no quiso, por no desamparar lo restante de la gente que
quedaba en el galeón y aquel bajel, uno de los cuatro mayores y mejores de
la armada. Desembarcó don Francisco con la poca gente que le quedaba para
solicitar el socorro del galeón y procurar que se salvase siquiera la artillería y
municiones, aunque fuese perdiéndose el duque; pero por mucha prisa que
se dio él en solicitarlo y monsieur de la Mota en socorrerle, se la dio mayor
una escuadra de navíos holandeses en apoderarse dél y llevarle al puerto de
Flesinguen. Hallaron dentro cuarenta y ocho piezas de artillería de bronce y,
entre otras cosas de precio, una que costó la vida a trecientos herejes, pues,
cargando esta cantidad de hombres a la fama de un excelente vino de Ribada-

38
 De modo admirablemente abreviado resume Coloma los luctuosos sucesos del 8 de agosto
y posteriores. Más de tres meses (y aun más) tardarían los barcos en regresar a los puertos
de La Coruña, Ferrol, Santander, etc. tras de un periplo plagado de calamidades bordeando
las Islas Británicas.
39
 Escapular es «doblar o montar un bajío, cabo, punta costa u otro peligro» o, dicho de una ama-
rra (como se aplica aquí), «zafarse por deshacerse su nudo o la vuelta que la afirma» (DRAE).
40
 Patache es «embarcación que antiguamente era de guerra, y se destinaba en las escuadras
para llevar avisos, reconocer las costas y guardar las entradas de los puertos. Hoy sólo se usa
esta embarcación en la marina mercante» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 251

via que traía el galeón, mientras gozaban de aquella comodidad,a su parecer


sin peligro, acabó de vencer el peso del agua que entraba por los cañonazos
recibidos a toda la máquina y obras muerta41 del navío y, dando una vuelta en
redondo, se fue a pique, sin que se salvase ninguno de aquellos bebedores ni
en muy breve espacio se descubriese el penol42 del trinquete de gavia43.
Peor fortuna corrió el galeón San Mateo, en que iba el maese de campo
don Diego Pimentel, hermano del marqués de Tabara y hoy marqués de Gel-
ves y virrey de Aragón; porque, roto por mil partes y desaparejado de velas y
jarcia a fuerza de cañonazos, peleó seis horas con toda la armada de Holanda,
y, muertos los más y heridos casi todos, se dio a la fuerza y porfía de treinta
naves, vendiendo tan caras las vidas y sus libertades los españoles, que que-
dará eternamente por ejemplo de valor y generosa constancia. Don Diego
y algunas otras personas de cuenta fueron llevados en prisión a Medenblic,
adonde estuvieron hasta el año siguiente, que alcanzaron libertad, ayudados
por el duque de Parma y pagando gruesas sumas de dinero por su rescate. Tu-
vieron libertad don Juan de Velasco, hermano del conde de Siruela, el capitán
Alonso de Vargas, don Luis Manrique, don Juan de Cardona, hijo ilegítimo
de don Cristóbal de Cardona, almirante de Aragón, y otras algunas personas
de calidad. A la entrada del Canal se derrotó la almiranta de Juan Martínez de
Recaldi, en que venía el maese de campo Nicolás de Isla; y, acometida a la en-
trada de la Havre de Gracia por algunos navíos ingleses, [15] peleando varo-
nilmente con ellos, murió el dicho maese de campo por ocasión de un pedazo
de la entena que le cayó sobre la cabeza. Sabido este suceso por el duque de
Parma, con licencia y gusto del rey de Francia, envió después al capitán Luis
Macián por la gente escapada de la dicha almiranta, que se fue a fondo, y en
número de ducientos soldados que quedaban los trujo a los Estados debajo de
su bandera. He dicho el suceso destos bajeles para que se sepa como entre la
gente escapada dellos y rescatada de Holanda y Inglaterra, de la que se perdió
con el maese de campo don Antonio Luzón en Irlanda y con el general don
Pedro de Valdés en la primer refriega que se tuvo con la armada inglesa, inclu-
sa en ella también la que trajeron de Escocia los capitanes Esteban de Legorre-
ta y Patricio Antolínez de Burgos (a quien el rey Jacobo de Escocia, que hoy
lo es de la Gran Bretaña, trató como amigos y aliados), llegaron a Flandes más
de mil trecientos españoles, que después fueron de mucho servicio, dejadas
aparte las personas de don Diego Pimentel, don Alonso Luzón y don Rodrigo
Niño y Lasso, hoy conde de Añover, sumiller de corps del archiduque Alberto
y mayordomo mayor de sus altezas en Flandes.

41
 Es la parte del navío que está fuera del agua de forma permanente cuando el barco está a
plena carga.
42
 «Punta o extremo de las vergas» (DRAE).
43
 «Verga mayor que se cruza sobre el palo de proa» (DRAE).
252 Las Guerras de los Estados Bajos

Detúvose el duque de Parma algunos días en Dunquerque por ver si podía


socorrer en algo la armada española, pero, en sabiendo que tiraba la vuelta
del norte, haciendo juicio que le había de ser forzoso, como lo fue, doblar a
Escocia y Irlanda para volverse a España y que por aquel año estaba ya perdida
la ocasión, determinó no perder él la que le ofrecía aquel florido ejército con
que se hallaba, ni tres meses de tiempo que le quedaban para poder campear
antes de lo recio del invierno, y recompensar con algún buen suceso parte de
aquella pérdida, haciendo rostro a la Fortuna. Y así, fuera del campo que tenía
sobre Bona, cuyo suceso se dirá luego, formó luego otro de ocho mil infantes y
quinientos caballos, y, encargándolo al conde de Masnfelt, le ordenó que fuese
a sitiar la villa de Wachtendonck. El nervio deste ejército fueron seis mil alema-
nes del marqués de Burgaut, que, habiéndose de despedir, pareció conveniente
emplearlos de camino en aquella empresa. El duque, con los cuatro tercios de
infantería española y lo restante del ejército, marchó la vuelta de Amberes, des-
de donde envió al marqués de Rentí con el tercio de don Francisco, gobernado,
como dicho es, [16] por Manuel de Vega Cabeza de Vaca, y con el de italianos
de don Gastón, y un regimiento de alemanes y dos de valones, el suyo y el del
conde Octavio de Mansfelt, su hermano de madre, a ocupar de improviso de
isla de la Tola, con intento de asegurar por aquella parte el canal de Bergas, so-
bre el Zoom, a quien determinaba poner sitio. Fue mucha la diligencia del mar-
qués, pero con mayor fueron avisados los enemigos, daño harto mayor en gue-
rras civiles; tal, que, cuando se echó al agua la vanguardia formada de españoles,
italianos y valones, en que podría haber mil hombres escogidos, ya estaban los
enemigos defendiendo el paso de mampuesto, y tan bien atrincherados, que ni
con el valor de los soldados ni el ejemplo de los capitanes (dentro de los cuales
sacaron medio ahogado al conde Octavio) fueron bastantes a pasar el esguazo44,
donde quedaron al pie de cien soldados de todas naciones, entre ahogados y
muertos de heridas. Dañó mucho la poca fe o falta de experiencia de las guías,
tanto en la elección del vado cuanto en la relación del curso de la marea, que
tomaron el esguazo a tres horas de su creciente. Marchaba el duque con todo su
ejército, ignorante deste suceso, y, aunque lo supo en el alojamiento que hizo en
el fuerte de Wau, no por eso mudó de propósito, fiado en cierto trato comen-
zado por Pedro de Luque, natural de Córdoba, a quien poco después ahorcó el
enemigo en Bergas por espía45, y proseguido por el capitán Valfort, escocés de
nación, y otro inglés llamado Gráveston, que ofrecieron entregar el fuerte de
la Cabeza, que guarda la siniestra ribera del río Zoom, en la punta por donde
desemboca en la Scalda, con cuya presa se aseguraba la entrada del socorro y de

44
 Esguazar es «pasar un río o brazo de mar bajo, de parte a parte. Es voz tomada del italiano»
(Dicc. Aut.).
45
 Aunque a nivel de mayor altura de espionaje, consúltese al respecto de los espías y la diplo-
macia en Flandes Echevarría Bacigalupe.
Las Guerras de los Estados Bajos 253

todo punto se le quitaba este refugio al enemigo, que era lo mismo que tener ya
aquella importante plaza en las manos. Desde el fuerte de Wau sacó el duque
seis mil hombres la noche de los 27 de setiembre, y dos horas antes del día se
puso detrás de las dunas de Bergas, para en amaneciendo reconocer los puestos
y señalar los cuarteles para alojar todo el campo, como se hizo el día siguiente.
Pasóse toda la gente con que se hallaba el duque detrás de las dunas a la parte
del poniente, a tiro de esmeril46 de la villa, y toda la que llevó el de Rentí a la
parte de mediodía, más cercano al fuerte de la Cabeza y al canal de la Tola. Este
cuartel se fortificó por [17] todas partes, como lo pedía el estar apartado más de
media legua del cuerpo del ejército y tener ya el enemigo, entre ingleses y ho-
landeses, al pie de seis mil infantes y seiscientos caballos a la defensa de aquella
plaza, sin los que cada día iban entrando a toda su voluntad por el canal.
El secreto grande con que trataba el duque la entrega de aquel fuerte de la
Cabeza daba ocasión a que se murmurase de ver que con un ejército que lle-
gaba a veinte mil infantes se estuviese muchos días sin tentar cosa de conside-
ración. En tanto Tomás de Morgan, inglés, gobernador de la plaza, no dejaba
de entretenerle con ordinarias escaramuzas. En una dellas, a los 5 de octubre,
sacó cuatro mil infantes y toda su caballería y acometió algunos redutos que
cubrían el cuartel del marqués de Rentí. Pelearon los españoles, italianos y
valones que estaban en su defensa muy bien, con muerte de algunos de ambas
partes, donde salió con un brazo roto el capitán don Álvaro Suárez de Quiño-
nes, del tercio de don Francisco, a quien tocó aquel día la vanguardia de las
picas, y peleó con ellas con mucho valor. A los 12 de octubre volvió a salir el
inglés con mayores fuerzas al cuartel del duque, aunque, escarmentado de la
escaramuza pasada, en que perdió gente y reputación, no alargó sus escuadro-
nes de manera que se pudiese picar en ellos; y así no hubo otra cosa de notar
sino la prisión de un caballero principal inglés, que se empeñó demasiado
entre las tropas de caballos católicos: llamábase Antonio Sirley, el cual ha sido
empleado después acá en servicio del rey en cosas de importancia, si bien
entonces se rescató por gruesa suma de dineros.
Otra noche, a los 17 de octubre, tentó el duque el esguazo tentado ya
otras veces con felicidad, por donde con baja marea podía pasarse a la isla de
Tergoes, que comúnmente llamamos Darguz, fiado en algunos exploradores
mal informados; mas sea que errase el vado o que el suelo de aquellos cana-
les es tan inconstante y mudable como todos los demás bancos de arena de
todo aquel mar, lo cierto es que a menos de ducientos pasos de la orilla fue
menester nadar, y que el duque mandase a los maeses de campo don Sancho
de Leiva y Camilo Capizuca que retirasen la gente sin pasar adelante. Iba
entretanto el duque fomentando el trato del fuerte de la Cabeza y engolosi-
nando a los tratadores con dádivas; pero, dudando ellos de ser descubiertos o

46
 «Pieza de artillería antigua pequeña, algo mayor que el falconete» (DRAE).
254 Las Guerras de los Estados Bajos

temiendo no poder cumplir lo prometido, o (lo que se tuvo por más cierto)
yendo desde el principio con ánimos dañados, como debe temerse siempre
en los que faltan a su mayor obligación, lo que se sabe es que tuvo noticia del
caso el gobernador y, resolviéndose en hacer el trato doble, metió en el fuerte
quinientos hombres más que la guarnición ordinaria la noche de los 22 de
octubre, que era la que estaba señalada para hacer el efecto.
En siendo de noche, hizo salir el duque de su cuartel dos mil infantes de
todas naciones, para que, juntándose con otros mil del cuartel de Rentí, pro-
curasen pasar los canales en su bajamar. Estos canales se causaban del flujo del
Océano, entrando con tanta furia por ciertas cortaduras de diques, hechas para
guardar la villa por aquella parte meridional, que en su plenamar podían entrar
por ellos navíos de alto bordo. Encomendóse toda esta gente al maese de campo
don Sancho de Leiva, quedándose el duque con el de Rentí y el conde Carlos, el
de Pastrana, príncipe de Ásculi y otros muchos señores de su corte encima del
dique, con gruesas tropas de gente para segundar, si fuese necesario. Llevaban
la vanguardia tres capitanes de los tres tercios viejos de españoles: don Alonso
de Mendoza, del de don Juan Manrique; Gregorio Ortiz, del tercio viejo; y don
Juan Hurtado de Mendoza, del de don Francisco; y con el Gráveston atado por
guía comenzaron a marchar con una quietud tan grande, que con sólo el daño
de mojarse hasta la cintura llegó la gente al fuerte, sin ser vistos –al parecer- ni
sentidos de una centinela tan sola. Dio el traidor de Gráveston la contraseña y
al punto se alzó el rastillo47 y se caló el puente, dejando los que llevaban atada la
falsa espía en su libertad, como seguros de la victoria. Debían de haber entrado
ya la mayor parte de las compañías de arcabuceros, cuando, dejando caer el
rastillo los enemigos, prevenidos, y descargando una y muchas veces sus arca-
buces y mosquetes sobre los nuestros, comenzaron a hacer cruel matanza. Los
que se hallaron dentro del fuerte vendieron bien sus vidas y, al fin, con honrado
–si no dichoso- fin murieron matando. Y de entre ellos sólo don Alonso de
Mendoza, roto el brazo [19] derecho de un arcabuzazo, tuvo dicha de salvarse,
rodando por la muralla del fuerte abajo. Quedó preso el capitán Gregorio Ortiz
y muerto el capitán don Juan Hurtado de Mendoza; de los que quedaron fue-
ra, arrimados al castillo, murieron muchos, unos de heridas y otros ahogados
al retirarse en la primera cortadura, que era mayor. Prendieron los enemigos,
que cargaron en viendo que los nuestros se retiraban, al capitán don Luis de
Godoy, tan malherido, que murió dentro de seis días; a don Juan de Mendoza,
hoy marqués de la Inojosa y gobernador de Milán; don Íñigo de Guevara, hoy
conde de Oñate y embajador en Roma48; don Francisco de Palafox; don Tristán

47
 O rastrillo, «la compuerta formada como una reja o verja fuerte y espesa que se echa en las
puertas de las plazas de armas para defender a entrada y se levanta cuando se quiere dejar
libre, estando afianzada en unas cuerdas fuertes o cadenas a este efecto» (Dicc. Aut.).
48
 «Embajador de Alemaña» añade la edición de 1635.
Las Guerras de los Estados Bajos 255

de Leguizamo; don Alonso de Contreras; y algunas otras personas de cuenta.


A don Sancho de Leiva, herido de un mosquetazo, que le atravesó algo más
abajo de los riñones, le salvaron sus soldados con harto trabajo; a don Alonso
de Idiáquez, que, aunque capitán de una compañía de caballos que vacó por
la muerte de don Luis de Borja, quiso hallarse como infante en esta ocasión, le
salvó a nado sobre sus hombros el sargento Limón, que había sido soldado en
su compañía de infantería. Este fue el suceso del trato del fuerte de la Cabeza,
tan honrado para quien le intentó y tan provechoso, si tuviera al efeto que se
pensaba, cuan infame de parte de quien le hizo, pues, aun cuando el Gráves-
ton vino a dar cuenta a la reina Isabel del servicio que le había hecho trazando
aquel trato, si bien le mandó dar mil ducados de ayuda de costa, le dijo a la
despedida: «Andá norabuena a vuestra casa, donde me acordaré de vos para
emplearos siempre que haya menester un hombre que sepa hacer el personaje
de un traidor».
Perdió con esto el duque la experanza de expugnar a Bergas, acabando de
echar de ver, aunque tarde, que las largas en que le habían traído los que ma-
nejaban el trato habían sido más por dejar entrar el invierno y imposibilitar la
empresa por las armas, que no por encaminarla mejor, como ellos decían. La
verdad es que si el duque (aunque tuvo toda su vida por máxima que ningún
capitán debe sitiar plaza a quien no se le pueda quitar el socorro) tentara aquel
sitio a viva fuerza, luego, en llegando, tuviera sin duda próspero suceso, porque
Bergas, fuera de que no es fuerte por arte ni por naturaleza, tiene el terreno
maravilloso para abrir trincheras, la comodidad de los [20] bosques vecinos
grande para hacer faginas49 y tantas villas nuestras alrededor, a tres y a cuatro
leguas, como eran Breda, Herentales, Diste, Hostrate, Tornaute y otras; todo el
país de Campiña a las espaldas y Amberes a menos de siete leguas bastaban para
que no se pudiera padecer de vituallas; pero como se habían gastado tantos días
en aquellas vanas promesas, vino a hacerse del todo imposible a la postre lo que
por ventura fuera fácil al principio. Mas ¿cuándo dejó de ser dificultoso poner
duda en las esperanzas de lo que se desea? Fuera de la afición que se cobra a las
resoluciones hecha, que casi nunca aciertan a mudarse, y conocer los yerros (si
es que éste lo fue) después de hechos todos lo hacen: prevenirlos, en algunos ca-
sos, muchos, pero en todos, nadie. Detúvose el duque lo que bastó para dejar en
defensa dos fuertes que se hicieron, uno en Tornaute y otro en Calentout, para
estorbar las corredurías del enemigo; y al fin desalojó el campo a los 12 de no-
viembre, enviando los tercios de guarnición; el de don Juan Manrique a Mali-
nas, salvo las compañías de Bartolomé de Torralba y don Hernando Girón, que
alojaron en Arscote; el de don Francisco de Bobadilla, en Tilimont y Nivelá, y
el tercio viejo, en Diste y Herentales. Pocos días antes que se partiese el duque

49
 Fagina. Hacecillo pequeño de ramas delgadas o brozas, las cuales sirven, mezcladas con
tierra, para hazer aproches y también para cegar los fosos y otras cosas (Dicc. Aut.).
256 Las Guerras de los Estados Bajos

de Bergas, el veedor general, Juan Baustista de Tassis, hizo la reformación del


tercio que había traído de Cataluña don Luis de Queralt, salvo la compañía de
don Pedro Pacheco, que se agregó al tercio viejo, la de don Diego de la Guerra,
al de don Juan Manrique, y la de Gabriel Dorti, al de don Francisco; la gente de
las demás compañías se dividió por iguales partes en los tres tercios restantes, y
llegaba toda al número de mil y ducientos hombres, gente de servicio.
Estando todavía el duque sobre Bergas, supo como a los 28 de setiembre se
había rendido al príncipe de Simay la villa de Bona. Habíase metido en ella por
estratagema Martín Esquenck, de quien darán harta noticia las historias ante-
riores a ésta50; y con fuerzas no despreciables la sustentaba, a pesar del elector de
Colonia, cúya es, con notables daños de aquel nobilísimo arzobispado y de las
provincias de Limbourg y Güeldres, con quien confina. Esta insolencia, tan
perjudicial a los estados del rey y aun a su reputación, procuró refrenar el duque
de Parma y atajarle los pasos a su principio (como [21] se debe procurar en
males deste género, cuyo principal apoyo es la duración), haciendo marchar por
diciembre, el mesmo año de 87, un ejército a cargo de Carlos de Croy, príncipe
de Simay, hijo mayor del duque de Arscot, con orden de ponerle sitio. Consta-
ba el ejército católico de seis mil infantes, dos mil napolitanos que trujo el
maestro de campo Carlo Espineli, mil y quinientos loreneses a cargo del coronel
Samblemont, y dos mil y quinientos alemanes del regimiento de Equembergh,
seiscientos caballos ligeros gobernados por don Juan de Córdoba, debajo de su
compañía las de Hernando de Pradilla y don Juan Moreo, españoles; Jorge
Cresia y Nicolás Basta, albaneses; marqués Bentibollo y Francisco del Monte,
italianos; Antonio de Aguayo y Juan de Contreras Gamara, arcabuceros de a
caballo, y don Felipe de Robles, lanzas del país; y otros seiscientos hombres de
armas en las compañías del general, del duque de Arscot, su padre, y de los
condes de Rus y Égmont, de los marqueses de Habre y Barambón, gobernadas
por sus tenientes. Añadióse al principio a este campo la persona del coronel
Tassis, a quien mataron pocos días después de un mosquetazo, que fue gran
pérdida. Llegó también el coronel Francisco Verdugo, que sirvió en esta ocasión
con el valor y crédito que en otras y dejó escritas memorias de lo que sucedió a
este trozo del ejército, cuya principal fación fue el sitio de Bona, villa en digni-
dad y grandeza la segunda del arzobispado de Colonia, famosa por la hermosu-
ra de su sitio, colocada en la siniestra margen del Rin, y por no haber perdido
ni mudado el nombre desde el tiempo de Julio César, en cuyos Comentarios y
en las Historias de Tácito y otros se halla nombrada muchas veces, y nunca con

50
 Se trata de Martín Schenck, soldado de fortuna, que cambió de bando en varias ocasiones,
aunque aquí se refiere a la fortaleza que mandó construir en la isla de Betewe, crucial para
el paso del Rin, desde la que acosó constantemente al arzobispo de Colonia y desde la que
tomó por sorpresa Bonn. Ver Grattan al respecto.
Las Guerras de los Estados Bajos 257

vituperio51. Contiene más de media legua de circuito y dentro dél al pie de


cuatro mil vecinos. A esta villa, pues, puso sitio el ejército católico por mayo
deste año, repartiendo los cuarteles y levantando trincheras fuertes y redutos en
las partes convenientes, en orden a estorbar el socorro de vituallas, de que no se
hallaba Esquenck tan proveído como era menester para el sustento de tan gran
pueblo y de casi tres mil hombres que tenía en su defensa. La llegada del coronel
Verdugo fue a tiempo que el de Simay no había hecho más de comenzar a abrir
las trincheras, aunque [22] no le faltaba gente y artillería para haberse adelanta-
do más. Con su llegada juntó consejo para consultar lo que debía hacerse, ha-
biendo hecho hasta allí los enemigos algunas salidas, degollando gente y roto en
una dellas una compañía de hombres de armas, tomando prisionero a monsieur
de Conroy, que se portó valerosamente, cuya prisión duró hasta la toma de la
plaza. En el Consejo se confirió el estado de las cosas, la importancia de llevar
la empresa al cabo, y tratóse de elegir los medios convenientes a este fin. Al co-
ronel Verdugo tocó (como se debía a su autoridad y experiencia) discurrir en
primer lugar; y, habiendo dicho que plaza no acabada de ceñir y entrar en vein-
te y cuatro horas era difícil de ganar, si a los de dentro no les faltaba valor para
su defensa y a sus amigos de fuera voluntad y medios para su socorro, resolvió
que su parecer era acometer primero los fuertes que Esquenck había hecho de
la otra parte de la ribera, porque, ganados, podrían los navíos de armada pasar
el río arriba y, estorbando el socorro, tomar la tierra, y no de otra manera, como
después lo comprobó el suceso. Con que, viendo el Esquenck ir el sitio de veras,
dejando al barón Otón de Poluitz por gobernador, salió de la plaza y, levantan-
do gente en el Palatinato, embarcándola el río abajo, entró de noche en Bona.
Tomóse, pues, resolución de acometer los fuertes y ganáronse uno o dos que
estaban el río arriba. Sitióse el grande con gran peligro, batióse y ordenóse de
darle asalto. Y porque de la otra parte del río se descrubría todo él, mandó el
príncipe poner tres piezas para dar asistencia a los que arremetiesen, tirando a
quien se pusiese a la defensa, que todos estaban descubiertos. Encargóse al ter-
cio de Carlo Espineli la vanguardia, con orden de que no arremetise hasta que
se le mandase. Los alemanes lo hicieron sin esperarla y el capitán don Alejandro
de Limonti, con su ejemplo y la ordinaria emulación de las naciones en la gen-
te militar (de que resultan alguna vez buenos sucesos y las más ruines), se movió
también; y todos tan confusamente, que resultó luego lo que siempre en la
milicia procederá de la desorden, cuya principal fuerza es la disciplina y obe-
diencia. Dio esta comodidad ánimo para defenderse a los enemigos, a quien tal
vez ayuda más la desorden ajena que el valor proprio, y así lo hicieron, haciendo
retirar nuestra gente. Quejábase Carlo Espineli de don Ale[23]jandro, repren-

51
 El nombre de Bonn (en latín Bonna) procede probablemente de la tribu de los Eburoni,
miembros a su vez de una coalición tribal que fue derrotada por César en la última fase de la
Guerra de las Galias. Tácito menciona Bonna, por ejemplo, en el libro IV de sus Historias.
258 Las Guerras de los Estados Bajos

diendo lo que en razón de buena disciplina era delito, pero loable por la causa
que procedió, y que nadie pudiera ni debiera excusarlo, viéndose privar del
puesto que le tocaba, perplejidad que no pocas veces sucede, encontrarse las
razones del punto de la persona, puesto o nación propia con el rigor de la obe-
diencia de las órdenes con el rigor de la obediencia de las órdenes, en que tiene
dificultad grande saber tomar consejo y resolución, y ayuda harto en lo que se
elige el suceso y la opinión de la persona, como pudo en este caso la de don
Alejandro, por su valor y cordura conocida en otras ocasiones. Habiéndose
poco después acercado con sus trincheras los alemanes de Equembergh, que las
tenían hacia la ala del fuerte, estando cerca dellos, hablaron con los de dentro,
que eran de su nación, y los trajeron a nuestra parte; los cuales ocuparon luego
la misma ala que guardaban, por donde los del fuerte no podían entrar ni salir,
a cuya causa padecían mucho. El príncipe se pasó hacia el fuerte, dejando al
coronel Verdugo con su gente a los contornos de la villa. Los del fuerte trataron
con el príncipe y se rindieron, y él los dejó ir a Holanda el río abajo, sin dar
parte dello a Verdugo, con cuya orden el conde Federico de Bergas estaba en
Burick. Y, por no traer la suya, no dejó pasar a esta gente, de que se sintió el
príncipe, a quien ruines terceros tenían desabrido con el coronel; el cual, no
reparando en esto, sino en lo que convenía al servicio del rey y al buen acierto
de lo que se trataba, procuró la concordia por su parte cuanto pudo; tan nece-
saria entre los que gobiernan, que sin ella la cantidad y valor de sus soldados es
de todo punto inútil y aun tal vez dañosa, como los accidentes y corrupción de
humores en los cuerpos gallardos y robustos es de mayor peligro que en los
flacos y débiles. Después, con la buena maña del coronel Verdugo y la sana in-
tención del príncipe, estuvieron muy avenidos. Tomado el fuerte y pasados más
arriba los navíos de la armada, se apretó más la tierra con la zapa52; llegados al
foso, se halló muy hondo y en él algunas casas matas53. La intención del prínci-
pe era cegarle, que fuera obra larga pero segura, y más importando tanto la
conservación de la gente, sin la cual no se pueden tener soldados viejos, que son
el nervio de las fuerzas. Consideración que, aunque la debieran hacer todos los
que gobiernan ejércitos, resistiendo a la ambición de acreditarse a costa de [24]
la sangre de sus soldados, no veo que la hacen sino los más prudentes. No deja-
ban los enemigos de hacer continuas salidas, y algunas con daño nuestro, espe-
cialmente a la parte donde estaban los loreneses de Samblemont, con quien
tenían odio particular. En esta sazón supo el príncipe que el duque de Parma
enviaba al conde de Mansfelt a asistir aquella fación, queriendo por ventura
emplearle a él en otra cosa. El conde consideradamente dilató su venida por

52
 Zapa. «Instrumento de gastadores en la guerra para levantar tierra, y es una especie de pala
herrada, de la mitad abajo con un corte acerado. El mango remata en una muesca hueca
grande en que se mete la mano para hazer fuerza» (Dicc. Aut.).
53
 Casamata es «bóveda resistente para instalar en ella una o más piezas de artillería» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 259

respeto del príncipe y él se dio prisa a concluir con la plaza, hallando buena
ocasión en los intentos de los sitiados, que decían que por un soldado de fortu-
na como Esquenck, que con particulares fines había tomado esta empresa a
cargo, no querían llegar al extremo peligro del sitio, de que procedió no tener
orden en las municiones ni en los bastimentos, por tener tanto mayor ocasión
de rendirse. Tal es la fe que se guarda a los injustos poseedores de las cosas y tal
la poca seguridad con que pueden vivir los tiranos. Comenzaron a tratar más
vivamente después que supieron la venida del de Mansfelt, pareciéndoles que el
príncipe, por venir al cabo de su empresa, les haría mejores partidos. Tratóse y,
como negocio que ambas partes le deseaban, se efetuó, saliendo la gente con
armas y bagajes. Pidieron rehenes y dióseles a Federico de Aflito y Cola María
Caracholo, caballeros napolitanos, ambos capitanes del tercio de Carlo Espine-
li. Hubo sobre la seguridad de volver los navíos alguna dificultad y, como esta-
ban a cargo del coronel Verdugo, cuidaba él dello; mas, hallándose acaso entre
los enemigos un capitán llamado Gerit Heriunge, que fue el que obstinada-
mente defendió a Loquem, habiéndole conocido el coronel Verdugo en Har-
lem, donde, siendo gobernador en tiempos atrás, tuvo amistad con su padre,
fiándose de su verdad y buenas partes, de quien tenía experiencia, la hizo de su
palabra, asegurándose de la que le dio de volvérselos, como lo cumplió después
honradamente. Sabida por el duque de Parma la presa desta tierra, mandó reti-
rar al de Simay y al de Masnfelt sitiar a Watendonck con aquella gente. Partió
luego el conde a esperarla a Venlo, cuyos vecinos y el coronel Ventinck, su go-
bernador, fueron los que persuadían el sitio para librarse de la ruin vecindad que
les hacía aquella plaza. El coronel Verdugo partió a Burick con los navíos de la
armada y allí, [25] estando de camino para Groeninguen, supo la venida del
conde de Mansfelt a Venlo; y, habiéndose visto y tratado con él de los medios
que tenía para la expugnación de aquella plaza, le dijo las dificulatades que ha-
llaba en todo, del tiempo ya tan vecino al invierno, el sitio pantanoso de la tie-
rra, la necesidad y mala voluntad de la gente que venía de Bona y la ruin asis-
tencia que se le daba, con lo cual dudaba mucho del buen suceso; concluyendo
que quien facilitó al duque de Parma aquella empresa y otras que ordenó al
conde, de todo punto imposibles, o tenía poca experiencia o muy ruin inten-
ción. Aun los príncipes tan prudentes y soldados como el duque no se libran de
creer malos consejos, siendo fuerza no gobernarlo todo por sólo su parecer.
Puso el sitio a Watendonck el conde de Mansfelt con todo eso, siguiendo la
traza que le dio Verdugo, sin embargo de las dificultades referidas, con su buena
diligencia y valor ganó la tierra, como veremos, sin pasar adelante en los demás
que se le había mandado, que era lo que principalmente contradijo el coronel,
cuyo parecer no desacreditó este buen suceso, pues los soldados prudentes y
cuerdos le dan conforme al orden más ordinario de las cosas y reglas de buena
soldadesca, sin prevenir los accidentes que tal vez impensadamente truecan los
sucesos contra lo que debe esperarse, y sólo el vulgo y la gente ignorante aprue-
260 Las Guerras de los Estados Bajos

ba o desestima por ellos los consejos. Volvió desde allí el coronel Verdugo a
Frisa, donde halló con su ausencia empeorado mucho el estado de las cosas,
habiendo puesto en contribución el enemigo toda aquella provincia, dudosa en
la devoción y fe a su rey; a quien ayudaba el burgomaestro Bal, cohechado de
los anabatistas, de que está lleno aquel país, peligroso daño y harto difícil de
conocer y remediar, cuando aquellos a quien incumbe el cuidado del bien pú-
blico tratan de su ruina con particulares intereses. A estos disgustos y cuidados
se le añadió al coronel Verdugo el agravio de dar el duque al barón de Chasé la
drosartía54 de Linguen, con patente de gobernador de la villa, castillo y país,
todo contra la autoridad de su cargo. Representó esto al duque con quejas, al
parecer, justas, de que resultó recompensar al de Chasé en otras cosas, con que
ni premió a quien quiso ni satisfizo a quien agravió; raras veces la enmienda deja
las cosas en el estado que tuvieron [26] antes de errarse. Era ya al principio de
noviembre y no daban muestras de quererse rendir los enemigos que defendían
a Watendonck, plaza en el país de Güeldres, sobre el río Niers, en igual distancia
de tres leguas entre Rimbergue y Venló; fuerte de sitio, por estar situada sobre
unos pantanos muy grandes, tal, que sólo se le puede arrimar por un dique bien
estrecho. El rigor del tiempo y las incomodidades de la guerra habían disminui-
do mucho la infantería alemana, de que constaba casi todo el ejército del conde;
pero, al fin, temerosos los sitiados del rigor con que entraba el invierno, por los
grandes hielos con [431] que amenazaba la sazón tan adelante, por cuyo medio
se podía ir al asalto con comodidad, se resolvió el capitán Lanckteir, que gober-
naba el presidio, de entregar la villa, sacando solas las espadas en la cinta él y sus
soldados. En 20 de diciembre metió en ella el conde bastante guarnición y a
monsieur de Guilein por gobernador (que lo era también de Nimega), como
señor que era de aquella villa; y hecho esto, se volvió a Bruselas a dar cuenta al
duque de su jornada.
Murió en este mes de diciembre, en su castillo de Hulft, el conde Gui-
llermo Vandenbergh, el cual dejó, de su mujer Madalena de Nasau, herma-
na de Guillermo, príncipe de Orange, seis hijos varones y valerosos todos,
tan aficionados al servicio del rey (a que ayudó harto la educación que en
ellos hizo el coronel Verdugo), que de todos se hará larga memoria en estas
Relaciones, especialmente de los tres mayores: Herman, Federico y Enrique
de Bergas.
Acabadas estas expediciones, mandó el duque reformar y despedir los dos
regimientos de alemanes altos, del marqués de Burgaut y del Equembergh;
aunque casi al mismo tiempo, con la orden que tuvo del rey para favorecer y
dar calor a las cosas de la Liga, que con la buena maña del comendador Juan

 De Drost, alemán, que en Holanda era una autoridad, que, ejerciendo jurisdicción sobre su
54

bailía, administraba justicia en nombre del señor del territorio. Drostei, «drosartía» (Neuestes).
En neerlandés es drossaert, y en fr. drossard o drossart (ver Introducción para más análisis).
Las Guerras de los Estados Bajos 261

Moreo comenzaba a tomar pie en Francia, ordenó que del residuo dellos se
levantase otro regimiento debajo de la conduta del conde Jacobo de Colalto,
que en número fueron tres mil, y dos cornetas de reitres55, a cargo de Cristiano
de Brunzvicq, hijo natural de Enrique, duque de Brunzvicq, y que marchasen
la vuelta de Francia y en servicio de los coligados. Y, pues habemos llegado ya
a este punto, no será fuera de [27] propósito volver un poco atrás y dar bre-
vemente alguna luz de los motivos que los de la casa de Guisa tuvieron para
inquietar y perturbar el estado en el reino de Francia, pues en los once años
que nos quedan de historia han de ir las cosas de aquel reino tan mezcladas
con las de los Países Bajos como lo estuvieron las armas de las más nobles
partes de Europa en la prosecución de la variedad de sus intentos. Procuraré
seguir con llaneza el mío, que es tratar verdad y dejar, si puedo, alguna luz de
las cosas de mi nación, con quien los de las demás anduvieron tan escasos,
que me han obligado a tomar este trabajo para que no queden calificadas por
verdades muchas cosas que de ninguna manera lo son, ni las armas españolas
defraudadas de la parte de gloria que con tanta razón les toca, por descuido o
quizá por demasiado cuidado de sus envidiosos, con quien, en todo lo que no
fuere apartarme de la verdad voluntariamente, pienso seguir otro estilo, sin
género de pasión en su contra, conservando hasta en esto mi natural condi-
ción, que siempre fue tener por españoles y amar como a tales a todos los que
han militado y militaren debajo de las banderas de España56.
En ninguno de los reinos afligidos de la herejía ha causado esta bestia infer-
nal tantas inquietudes y tantos males como en el de Francia, porque en los
otros, el no hallar contraste con las armas parece que en su tanto ha servido de
minorativo a la sedición. Los reyes de Francia, y particularmente los tres últi-

55
 Son los Ritter/Reiter alemanes, caballeros aventureros que sirvieron en las guerras de Alemania
desde el siglo XIII al XVII, repartidos en cornetas o compañías. En este época forman una ca-
ballería pesada que hace su aparición en la escena bélica europea hacia 1540. Estaban armados
de un par de pistoletes, una daga y una espada, abandonando la lanza. Por su fiera reputación
se les conocía como caballeros negros o caballeros del Diablo. Ver Cortijo & Gómez Moreno
para una análisis de los mismos desde el comienzo de las campañas de Flandes.
56
 Emociona leer el párrafo precedente. Es claro que a Coloma, partícipe de las acciones que
cuenta, motiva a la escritura de historia no tanto el afán de narrar hechos bélicos de ilustre
fama, para que quede de ellos memoria, sino –como en el caso de Bernardino de Mendoza-
el haber leído la gran cantidad de escritos que se propagan por Europa hacia fines del siglo
XVI y comienzos del XVII y que –en esencia- vierten con asombrosa parcialidad una serie
de mentiras sobre los sucesos bélicos del momento, sus causas y orígenes, lo que en esencia
vendrá a constituir lo que ahora llamamos la leyenda negra española (Alvar, Arnoldsson, Gar-
cía Cárcel, Juderías, Malby, Molina, Salavert, Sánchez, entre muchos otros). Para desmentir
a quienes han visto en la constitución plurinacional de la España del momento un argu-
mento contra la falta de espíritu nacional, aquí Coloma da crédito a quienes han peleado
del lado de las banderas de Felipe II, mostrando a la vez unidad de motivos e intenciones en
la pluralidad de constituciones e, incluso, identidades nacionales.
262 Las Guerras de los Estados Bajos

mos de la casa de Valois (Francisco, Carlos y Enrique III), deseosos de conservar


el nombre de «cristianísimos», se opusieron vivamente a esta contagion; y para
justamente con ella remediar la dolencia del Estado no les quedó piedra por
mover ni traza por tentar, conociendo que nada tiene ceñidos los ánimos de los
súbditos como la uniformidad de la religión, ni hay cosa que abra de par en par
las puertas a la tiranía y ruina del bien público tanto como la desconformidad
en ella. Pero, oprimidos de los accidentes, tal vez adversos y tal prósperos, pro-
cedían desigualmente, unas veces cediendo y otras apretando, siempre ambas
cosas con exceso, siendo, si no imposible, a lo menos muy dificultoso hallar
medio entre dos extremos tan apartados como lo [28] son la verdad y la menti-
ra, la obediencia y la sedición, y muy dificultoso en un príncipe elegir personas
con quien aconsejarse en tales movimientos, por lo mal que se conocen y dis-
tinguen los interesados en ellos, pues hasta entre los más seguros puede la am-
bición y deseo de mejorarse en la mudanza y confusión que traen las guerras
civiles hacerlos justamente sospechosos. De todas las resoluciones fuertes y de
todos los remedios rigurosos fueron siempre no sólo autores, pero ejecutores los
de la casa de Guisa, como príncipes celosísimos de la honra de Dios y de la re-
ligión, por quien consiguieron tan honradas victorias y alcanzaron tanto nom-
bre sus pasados. Y tiénese por cierto que si el duque de Guisa, Francisco, no
muriera a manos de un asesino en el sitio de Orliéns, acabara de abatir en muy
breves días el orgullo a los hugonotes y estableciera en Francia una venturosa
paz. Heredó su celo y valor Enrique de Lorena, su hijo, príncipe de singulares
partes y de tan levantados pensamientos, que con la desdicha común de todos
los grandes personajes comenzó a ser temido del rey Enrique III, príncipe sos-
pechoso, mudable y desdichadamente desconfiado hasta de su propia madre,
Catalina de Médicis, y de su hermano el duque de Alansón. Ayudaron a fomen-
tar estas sospechas del de Guisa, y del cardenal y duque de Humena, sus herma-
nos, otros príncipes invidiosos de su valor y del aplauso universal con que eran
amados del pueblo; peligrosos siempre estos favores populares y las más veces
inútiles, especialmente en quien no los procura con ambición y malicia, que
incurre en lo dañoso que tienen y no se sirve de lo útil. Envidiaban y sentían la
buena suerte de esta casa en particular el duque de Espernon y su hermano, el
señor de la Valeta, íntimos privados o, a su modo de hablar, miñones57 del rey,
por designios particulares; y los príncipes de la sangre real, por parecerles que se
hacía menos caso dellos en el manejo de los negocios del que se debía a su cali-
dad y conocidas esperanzas, siendo así que siempre que los reyes, por flojedad o
aversión a los negocios, alargan alguna parte de su poder y le dejan caer en otras
manos, sucede esta emulación y desconformidad entre los nobles y de ella tur-
bación en las repúblicas y desestimación en la persona y consejos del príncipe.

57
 Favoritos o protegidos del rey o del príncipe en la corte real, confidentes o compañeros del
mismo, generalmente pertenecientes a la nobleza.
Las Guerras de los Estados Bajos 263

Hasta las pasiones nobles del ánimo, [29] como son el amor y la liberalidad,
han menester corregirse cuidadosamente. Estos señores, pues, y sobre todos la
reina madre, aunque en lo exterior hacían buena cara al duque de Guisa, no
dejaban perder ocasión en que pudiesen lacerarle con el rey y hacérsele odioso.
La rota que el de Guisa dio a los reitres en Alneau acabó de hacer caer la balanza
y dio grandes motivos a sus émulos de calumniarle; tal es la envidia y la desdi-
cha de la virtud en esta parte, que de las acciones estimables fabrica la ruina de
quien las hizo, tal, que en los lugares altos o se ha de padecer vituperio con la
flojedad y malos sucesos o invidia y peligro con la virtud y prosperidad. Y al rey
de Francia, en cuyo servicio y utilidad sucedió esto, por más que procurase
fingir alegría de aquel suceso, se le conocía no haber sido del todo conforme a
sus designios: tanto encubre en los príncipes la disimulación y tan dificultoso es
acertar a servirles a su gusto. Con esto se acabaron de persuadir muchos a que
aquel ejército no bajaba de Alemaña del todo contra su voluntad. Decían sus
émulos que la forma en que el duque había hecho la guerra y el dinero que
contra la costumbre francesa iba derramando mostraba bien el arcaduz58 por
donde le venía y aun los intentos de quien se le enviaba. Que no era malo el
pretexto de religión que había tomado para engrandecerse y aspirar a la corona
con el apoyo del rey de España, cuyos designios y vastas esperanzas se publica-
ban bien con las idas y venidas de un español, que en trueque dellas dejaba en
poder de los de Guisa y de sus fautores grandes sumas de dinero, joyas ricas y
mucho más ricas promesas59. Que menos derecho que en el duque de Guisa
concurrió en la persona de Hugo Capeto, y con todo eso dejarle el absoluto
dominio de las fuerzas del Estado bastó para ponerle en las manos el cetro, que
tantos años se había conservado en la estirpe de Carlos, con tanta seguridad,
que hasta hoy se conservaba en la suya. Que mirase el rey lo que hacía y las ví-
boras que criaba en su seno, si no quería aguardar a caer en la cuenta cuando ya
no le quedase remedio ni apenas reino a quien preservar del menor de los males
que se le aparejaban. Dudábase en Francia, y no sin aparente razón, que, em-
pleando el rey católico sus fuerzas y tesoros en las cosas de aquel reino, no podía
ser sin grandes esperanzas de recompensa, ya que, no [30] aspirando a todo él,
a lo menos a algunos pedazos o a mudar la forma dividiéndole. Otros discurrían
que el designio era adelantar para después de los días del rey de Francia, si fal-
tase sin dejar sucesión, como se pensaba, la pretensión por parte de la infanta
doña Isabel, su hija, confutando la ley sálica, o mostrando su poco fundamento,
introduciendo príncipe extranjero en aquella corona; y otros que sería natural y

58
 «Caño por donde se conduce el agua», aquí en sentido figurado. Quiere decir que estaba
financiado por Felipe II.
59
 Se trata de don Bernardino de Mendoza, embajador español en París, fomentador y defen-
sor de la Liga, tras sus aventuras en la primera década de las guerras de Flandes y después de
su desastrada embajada en Londres, de donde acabaría saliendo como persona non grata por
las acusaciones vertidas contra él de participación en un complot contra Isabel I.
264 Las Guerras de los Estados Bajos

de la casa de Lorena, que, puesto de su mano, reconocería siempre esta obliga-


ción en perjuicio del bien público. Esto es lo que hacía estar en generales celos
a todo el reino y a los demás príncipes de Europa. Pero quien conocía el celo de
la religión que tuvo siempre el rey y lo mucho que peligrara en Francia dejando
entrar en aquella corona al príncipe de Béarne, en la profesión que estaba en-
tonces, conocerá claramente cuán desnuda de tales intentos estaba en este ne-
gocio; bien que siempre tuvo la mira a poner príncipe de su mano casado con
su hija: pequeño interés sin duda a tan crecidos gastos, en tiempos que tenía
una de las principales partes de su estado en tanta alteración, y así tuvieron
siempre los de sanas entrañas por lo más cierto que el motivo principal fue la
conservación de la religión y –a vueltas dél- parte de esotros que se han dicho,
aunque los émulos del duque lo reducían todo a fines particulares suyos. Este
riesgo tienen las acciones sinceras, que, miradas a la luz de la malicia, no lo pa-
recen. No ignoraba el duque estos oficios; y, así, no vivía descuidado ni falto de
amigos; y, como el mayor número dellos consistía en el pueblo de París y el
vulgo en cualquier parte no es capaz de medio ni consiente freno, de tal mane-
ra se desbocó en su favor, que, imaginando que el hacer entrar el rey en la ciu-
dad tropas de caballos, por ocasión de haber llegado el duque de Guisa a ella,
aunque desarmado, era con intento de prenderle, furiosos y ciegos de rabia,
atropellando al proprio duque, que trató de detenerlos, y dañando (como sue-
len los imprudentes amigos) a quien deseaban hacer provecho, no pararon has-
ta obligar al rey a salir huyendo de su corte. Éste fue el día de los 12 de mayo
deste año, a quien comúnmente llaman el de las barricadas; día lamentable para
Francia y principio de los males y miserias que padeció aquel reino en el espacio
de diez años que duraron las guerras civiles. Porque, irritado el [31] rey contra
los de Guisa y atribuyendo el desorden de aquel día no solamente a la autoridad
del duque, pero a sus secretas inteligencias, no paró hasta que, debajo de seguro
y contra su fe y palabra real, les quitó las vidas a él y a su hermano el cardenal
en el palacio de Blois, a los 23 de diciembre, saciando, como otro Vitelio60, la
vista en sus miserables cuerpos aún palpitantes, acribillados de heridas, que

60
 Aulo Vitelio Germánico (15-69 d.C.) fue emperador romano desde el 2 de enero del 69 al
22 de diciembre de dicho año, durante el fatídico año de los cuatro emperadores. Accedió al
trono tras las muertes de sus precedesores, Galba y Otón, en el año 69. Ya emperador, las
legiones estacionadas en las provincias orientales proclamaron emperador a Vespasiano. Sur-
gió entre ambos un conflicto bélico, que concluyó con la aplastante derrota que sufrieron
sus fuerzas en la segunda batalla de Bedriacum. Al verse sin posibilidades de vencer, trató de
abdicar en favor de su rival al trono; no obstante, las tropas de Vespasiano le asesinaron el
22 de diciembre en Roma. Suetonio y Tácito afirman que, cuando las tropas de Vespasiano
entraron en la capital, Vitelio se escondió en el hogar de un portero; cuando sus enemigos lo
encontraron y, a pesar de sus súplicas, lo trasladaron al Foro, donde el pueblo y los soldados
de Vespasiano le asesinaron. Después se arrojó su cuerpo al Tíber y su cabeza se paseó por
las calles de la capital. Entre los historiadores que se han encargado de transmitirnos noticias
suyas destacan Suetonio, Dión Casio y, el querido de Coloma, Tácito.
Las Guerras de los Estados Bajos 265

mezcló la ira de un príncipe desconfiado con las que habían sido recibidas en su
servicio. Tal es el fin que tuvo Enrique de Lorena, varón de los más señalados de
su tiempo, a quien el lustre de sus virtudes granjeó en el pueblo infrutuoso fa-
vor, entre algunos nobles, perniciosa envidia, y con el rey, peligrosa desconfian-
za; y tales los bienes de la Fortuna, que carecer dellos es miseria y poseerlos,
peligro. Con esto y con serle forzoso al rey valerse de las armas del de Béarne y
de las fuerzas hugonotas, acabó de concitar contra sí los ánimos de casi todas las
ciudades principales, que al momento le negaron la obediencia con pretexto de
religión, dándola a los capitanes de la Santa Liga, de que quedó por cabeza
Carlos de Lorena, duque de Humena, hermano de los muertos, que a aquella
sazón se hallaba gobernando el ducado de Borgoña.
Hame parecido relatar, aunque sucintamente, estos sucesos para hacer la
zanja en que asentar las piedras del edificio de la historia que habemos de seguir;
pues, como tengo dicho, ha de constar la mayor parte della de las cosas de Fran-
cia, donde con el nuevo accidente de las muertes destos dos principalísimos
varones quedaban las cosas sumamente turbadas. El nuevo duque de Guisa,
Carlos, hasta entonces príncipe de Ianville, preso en el castillo de Tours; el car-
denal de Borbón, también preso en la villa de Chartres; el rey, huido; sus ciuda-
des, amotinadas; los príncipes confinantes, sin excluir a ninguno, cuidadosos y
diligentes en fomentar la sedición para pescar en agua turbia; el de Béarne y sus
fautores, favorecidos y llenos de esperanzas; y el rey, apercibiendo sus tesoros,
vasallos y aliados para acudir a la causa de la Iglesia, siempre que, como se te-
mía, cayese la sucesión del reino de Francia en príncipe segregado della. No sin
dar que discurrir a muchas naciones mal afectas a España y publicar que el celo
de la fe católica para con el reino de Francia era una [32] honesta capa con que
cubrir mil ambiciosos deseos de agregalle a los demás de la monarquía española
o, a más no poder, dividirle entre potentados, para después hacerse poco a poco
señor de todos, a la manera que suele dividirse en varios canales la corriente de
un gran río para pasarle con facilidad.

Fin del Primer libro


266 Las Guerras de los Estados Bajos

[33] LIBRO SEGUNDO


Año de 158961
El primer día deste año llegó a Bruselas la nueva de la muerte lamenta-
ble del duque y cardenal de Guisa, que, como suelen siempre los accidentes
impensados, hizo mudar del todo el designio que se tenía de proseguir, en
abriendo el tiempo, la guerra contra las islas de Holanda y Zelanda, des-
viando por entonces el mayor cuidado de aquello que tanto importaba y,
contra todas las razones políticas, menospreciando los proprios intereses por
los ajenos. Tanta fuerza tuvo con el rey el de la religión católica, si bien no
faltó quien juzgase que hubiera sido más acertado dejar aquella provincia y las
fuerzas della embarazadas en sus propias discordias y ayudar con parte de sus
armas y dineros a que se dividiese en potentados, como Italia, pareciendo que
inclinarían a esto todos los que tenían provincias o otras plazas a su devoción,
y algunas ciudades que aspirarían a hacerse repúblicas libres, con que, dividi-
das sus fuerzas desta manera, vendrían a hacerse menos sospechosas. Pero los
que conocían mejor la naturaleza de aquellos pueblos sabían cuánto habían
de contradecir esta negociación, pues, siendo en todo lo demás tan descon-
formes, habían mostrado siempre tan unidos [34] los ánimos en procurar la
conservación de todo el reino debajo del dominio de un príncipe; y así ni a la
prudencia del rey se le pudo representar posible esto, ni a su cristiandad jus-
tificado, fomentar semejantes trazas, en que forzosamente había de padecer
mucho el estado de la religión, a cuyo apoyo enderezaba principalmente sus
intentos. Pero los que según opinión más probable tuvo ya se dirán cuando
esta materia tenga su lugar.
Por este tiempo no deseaba el duque de Parma estar del todo ocioso, aun-
que la aspereza de los fríos lo pedía; antes, para tentar algo, aun en el corazón
del invierno, en Holanda, mandó hacer doce mil pares de ramplones62 con
que servirse de los hielos, que, resistiendo el peso de los soldados, privan
aquella fortísima provincia del embarazo de las aguas, que la hacen inexpug-
nable y dan lugar a pelear sobre ellos y arrimarse a las plazas. Tenía trazada

61
 Argumento: Mudanza en la forma de proseguir la guerra; designios del duque de Parma
para ofender a los rebeldes. Empréndese el sitio de Rimbergue; amotínase la guarnición de
Santa Gertruden y entrégase al duque. Tienta Mos de la Mota, en vano, a Ostende. Saquea
el enemigo a Tilimont y es roto. Sitia el conde Carlos a Husden; vase el duque a Aspa; gá-
nase el castillo de Heel. Tienta de amotinarse el tercio viejo y su reformación. Rompe el Es-
quenck un convoy. Emprende a Nimega y muere. Mete el enemigo socorro en Rimbergue.
Cuéntase la muerte de Enrique Tercero. Establecimiento de la Liga y los primeros progresos
de ambos partidos. Mos de la Mota va con un ejército a las fronteras de Artois.
62
 Ramplón. «Se aplica a la pieza de hierro que tiene las extremidades vueltas, como herradura
ramplona, y por extensión se dice también del zapato tosco, ancho y muy bañado de suela»
(Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 267

el duque la entrada de las islas pasando el Vaal por Nimega y el Rin, ganan-
do a la villa de Arnem, no sin secretas inteligencias con los de la ciudad de
Utrecht, la mayor parte dellos católicos y aficionados al dominio de su rey y
señor natural. Otros hacían la entrada más segura por Zuften, y deste parecer
era el coronel Verdugo, en quien concurrían las dos esenciales partes del con-
sejo -ciencia y experiencia; pero como se comenzaron a ir alimentando nuevas
esperanzas, fundadas en los sucesos de la Liga63, y es tan ordinario cobrar a las
que se conciben de nuevo la afición que basta para que todo lo demás se em-
prenda con tibieza, tuvo a un mismo tiempo el duque orden de no darse por
entendido en lo tocante a las discordias civiles del reino de Francia y de no
empeñarse en empresas dificultosas en Flandes, para que, hallándose desem-
barazado, cuando se ofreciese ocasión de ayudar a la causa católica en aquel
reino, pudiese acudir a ella con las fuerzas que Su Majestad le ordenase. Así
suelen los príncipes tener suspensos a sus ministros y celarles lo cierto de sus
designios, no sin daño muchas veces en el efeto dellos y las más en la hacien-
da. Con todo eso, movido el duque de la viva instancia que le hacía el elector
de Colonia, deseoso de cobrar su villa de Rimbergue (el cual vino a sólo esto
a Bruselas por el mes de hebrero), determinó de concedérselo y procurar qui-
tarse aquel mal vecino del país de Güeldres, complaciendo y [35] granjeando
al elector y empleando las fuerzas, que habían de estar ociosas hasta llegar
la sazón de entrar en Francia, pues raras veces los soldados ni los ejércitos
se empeoran con el trabajo. Ordenó para esto a Marcos de Rie, marqués de
Barambón, gobernador de aquel ducado, que con seis mil infantes de todas
naciones y número proporcionado de caballería y de los demás pertrechos
necesarios se pusiese sobre aquella plaza, como lo hizo; ganando primero al
fuerte de Blimbeque (fortificado antes y bastecido por Martin Esquenck) y
rompiendo algunas tropas suyas que tentaron defenderle el paso, con muerte
de cien enemigos. Rodeó tras esto el marqués a Rimbergue por todas partes,
aunque sin acercársele de manera que se le abriesen trincheras ni le plantase
batería, por el grueso presidio con que se hallaba y por no tener el marqués la
gente y pertrechos necesarios para emprender a viva fuerza una plaza de tanta
consideración. Fundóse con esto la esperanza de su conquista en el asedio, y
en orden a ello se procuró sitiar por todas partes, aunque, mientras vivió el
Esquenck, nunca dejó de entrarle socorro de municiones y bastimentos por
la parte del río, con que se alargó aquella empresa más de lo que al principio
se pensó (el suceso que tuvo se dirá adelante). Ofreciósele al duque por el mes
de marzo una ocasión, que lo pudiera ser de grandes efetos, si el tiempo no la
malograra después. La cual pasó así.
Ya desde el año antes andaba el presidio de Santa Gertrudenberg medio
amotinado por falta de pagas, el cual constaba de mil y quinientos infantes y

63
 Ver para un análisis detallado de los antecedentes de este período Jensen.
268 Las Guerras de los Estados Bajos

trecientos caballos, ingleses y flamencos casi todos, y los demás valones64. Y


como es el camino real para llegar a la sedición comenzar a perder respeto a
sus mayores, consistiendo toda la fuerza militar en la obediencia, llegó de lan-
ce en lance este presidio, multiplicándose, como suelen los yerros, a la última
desvergüenza, haciendo saber a los Estados que, si no les remataban cuentas
con pago dentro de un mes, entregarían aquella importantísima plaza a quien
los pagase. Estaban los Estados a la sazón muy cortos de dineros y el sacarlo
con exacciones y tallas trasordinarias, como suele ser el mayor enemigo de la
quietud de un estado, podía ser de mayor daño en otra parte que de provecho
en aquélla. Acudir [36] por ellos a los enemigos traía dilación; el negallos del
todo, evidente peligro; y el castigarlos con las armas, imposibilidad, por la
fortaleza de la plaza, cuyo sitio la hacía inexpugnable con cualquier socorro
que el duque le enviase, pues era cierto que no dejaría de aprovecharse de la
ocasión, sabiéndose ya que sus ministros, desde Breda, distante dos leguas de
Santa Gertruden, hacían vicios oficios con los amotinados, hinchiéndolos de
esperanzas y ganando con dádivas a los autores del motín. Cuyas voluntades
tentadas en vano por el conde Mauricio, se resolvió en poner sitio a aquella
plaza con las mayores fuerzas que pudo, atropellando el inconviniente grande
de mover las armas contra parte de los proprios soldados, a que siempre se
obedece de mala gana. Así el cuidado de mayores males hace menospreciar los
menores; y, por mucha diligencia que puso, apenas llegó a cinco mil hombres
la gente que pudo juntar. Estaba el duque en Bruselas cuando llegó el aviso de
lo que pasaba en Santa Gertruden; y para a un mismo tiempo acudir a la oca-
sión que le llamaba y deslumbrar al enemigo con la diversión, efectos ambos
de igual importancia, deseoso también de intentar cierto trato que monsieur
de la Mota traía contra el presidio de Ostende, juntó todas las fuerzas que
tenía en Brabante y Flandes y, haciendo dos campos de ellas, con el uno envió
a la Mota; es a saber, el tercio de don Juan Manrique, gobernado en ausencia
del maese de campo, que se había vuelto ya a España, por el capitán Simón
de Iturbide, dos regimientos de valones y cinco compañías de caballos; y con
el otro, en que había los otros dos tercios de don Sancho y don Francisco,
dos regimientos de alemanes y tres de valones, y diez compañías de caballos,
inclusas las de sus guardias, dio consigo en Breda. Habíase ido acercando
Mauricio con trincheras la vuelta de Santa Gertruden, tentando por el últi-
mo camino de desesperación el de tomar a los amotinados por la armas. Mas
como corría a las parejas su valor con su obstinación, fuera del estímulo del
peligro en que se hallaban, sazón en que el miedo tal vez excede los efectos del
valor y la esperanza también del premio que tenían al ojo defendiéndose, de

64
 Los amotinamientos por falta de pagas son un mal endémico, parece, a las campañas de
Flandes desde el inicio de las mismas en la década de los años 60. Para detalles sobre los
mismo en aquel momento, ver Bernardino de Mendoza (Cortijo & Gómez Moreno).
Las Guerras de los Estados Bajos 269

tal manera menearon las manos, que ninguno dellos las dejó de teñir muchas
veces en sangre holandesa con ordinarias salidas y una continua tempestad
de [37] arcabuzazos; tan cruel es el odio que sucede a la amistad. Ganaba
con todo esto tierra el conde Mauricio, batiéndoles con seis cañones desde el
dique de Sevenberg y con todos los que se podían manejar desde su armada
en aquel brazo de mar de Dordrecht, con daño alternativo; instigado no tanto
de la conveniencia de conseguir el castigo de aquella gente, cuanto del daño
que de dejarla sin él se le siguiera en la reputación, sin la cual no tienen vidas
los estados ni las armas ejecución y respeto. Ayudó mucho a entretener las
esperanzas del presidio el cuidado con que el capitán Eduardo Lanza Vecha,
gobernador de Breda, les iba avisando de la venida del duque; el cual, llegado
con su ejército a Breda, sabido como por no hallarse Mauricio con bastante
número de gente no había podido acabar de sitiar la plaza ni ocupar el dique
de Ramesdonck, que va a Languestrat, dio el negocio por hecho, por más que
supo también que el enemigo tenía ya la batería en estado que se podía ir al
asalto. Crecieron entretanto las aguas con ocasión del lleno de la luna y gran-
des lluvias que sobrevinieron; de manera que hubo de retirar su artillería el
conde Mauricio y poco después todo su campo, desconfiado de domar la fie-
reza de aquella gente y medroso de recibir algún golpe por el ejército del du-
que de Parma, que se venía acercando; el cual firmó en Breda las capitulacio-
nes con el presidio de Santa Gertruden, que fueron de la sustancia siguiente:
Que perdonaba a los vecinos de aquella villa todos los delitos que pudie-
ron haber cometido contra el rey desde el año de 1566.
Que se les restituirían todos sus bienes, muebles y raíces, en cualquier
parte de las provincias obedientes que probasen serlos.
Que no se les pudiese pedir cuenta de oficio que hubiesen administrado
del tiempo que estaban en la obediencia del rey.
Que se les concedían dos años de tiempos a los herejes para resolverse en
volver a la obediencia de la Iglesia, o vendidas o arrendadas sus haciendas,
retirarse dentro dellos adonde fuese su voluntad.
Que gozasen de allí delante de todos los privilegios que de atrás hubiesen
obtenido y gozado, con tal que no fuesen repugnantes a la autoridad del rey
y bien de la patria.
Que se les concedía licencia para poder ir y contratar con las [38] pro-
vincias y villas rebeldes, con tal que dentro de seis meses volviesen a residir a
tierras de la obediencia de Su Majestad, o por lo menos neutrales.
Que por término de dos años no pudiesen ser molestados en juicio o fuera
dél por deudas generales ni particulares.
Que se entendiese esto mismo con los soldados del presidio.
Que se obligaba el duque a procurar alcanzar perdón de los príncipes
confinantes aliados del rey, a los soldados del presidio que se supiese ser sus
vasallos, de todos los daños y atrevimientos cometidos contra ellos.
270 Las Guerras de los Estados Bajos

Que si todos los soldados o parte dellos quisiesen quedar en servicio del
rey, se les daría no sólo competentes estipendios, pero todas las haciendas que
probasen haber sido suyas, aunque estuviesen ocupadas.
Que a los que quisiesen militar debajo de las banderas católicas, se les
restituirían también sus haciendas como a los demás.
Que se les pagaría en buena moneda todo el remate de cuentas causadas
en servicio de los Estados; y para mostrar que la voluntad con que se les hacía
esta merced correspondía a la prontitud de su servicio, fuera de todo el remate
se les contarían cinco pagas más, conforme al sueldo con que militaban en
servicio de los rebeldes.
Que gozasen también del perdón, aunque no de las mercedes, los fugiti-
vos, si acaso se hallaban algunos dentro de la villa.
Éstas fueron las capitulaciones con que se efetuó aquella importante ne-
gociación, comprando a menos costa aquella plaza de lo que importa quince
días estar sobre ella. Mucho adelantan las cosas semejantes tratos, si bien
piden prudencia para saber entrar en ellos y conducirlos al efeto. Firmadas,
pues, estas condiciones, entró el duque en la villa con el contento que dan
semejantes sucesos, premio de los trabajos militares, con poca gente y dema-
siada confianza, pues se notó que puso a mayor riesgo su persona de lo que
fuera razón, encomendándose a la fe de aquellos hombres sin ella. Estaban
con todo eso las puertas guardadas por infantería italiana del tercio de Capi-
zuca, por una de las cuales, yendo a entrar el duque de Pastrana, acompañado
de hasta diez o doce entre camaradas y criados, se lo [39] quiso defender el ca-
pitán Goito y su gente, y, aunque de más lejos, a voces, Eduardo Lanza Vecha,
excusándose con la orden del general [sic]. Habíale hecho el duque merced
a Lanza Vecha del gobierno de aquella plaza, juntamente con la de Breda,
y mostrábase a esta causa tan puntual a la defensa. Rempujó con todo eso
el duque de Pastrana y a pesar de todos pasó adelante, seguido de solos tres
criados suyos, diciendo que aquellas órdenes no se solían dar sin una tácita
excepción para con las personas de su calidad. Caminó el duque un rato por
la calle, sin caer en los pocos que le seguían, y como vía que todavía insistía el
Lanza Vecha en detener a sus camaradas, por no mover alboroto disimuló por
un rato, hasta que vio al dicho Lanza Vecha en la plaza, acompañado de diez
o doce soldados suyos, y, yéndose para él con intento de reptarle la descortesía
de la palabra y obligarle a que cayese en el yerro que había hecho, pues no era
ni podía ser aquélla la voluntad del general, le salió a recebir Lanza Vecha con
la espada en la mano él y los que le acompañaban. Juntóse al duque y a sus
tres criados un caballo ligero español, llamado Francisco Román, que acaso
se halló allí; y de tal manera se desenvolvieron, valiéndose el de Pastrana en
esta ocasión mucho más de sus manos que de su autoridad, con ser toda la
que se puede prometer de un grande de España, que, si no acudieran muchas
personas neutrales y desinteresadas a remediarlo, sucediera por ventura algún
Las Guerras de los Estados Bajos 271

inconviniente de importancia. Pero atajóle con prudencia el duque de Parma,


prendiendo, aunque por breve tiempo, a Lanza Vecha, y pidiendo al duque
de Pastrana que se fuese a esperarle a Breda, como lo hizo, viniendo antes
de su partida el Lanza Vecha a pedirle perdón por orden del duque. El cual
se le dio, sabiendo la satisfación que había tomado por sus manos de aquel
hombre incivil y poco considerado, que tan mal supo distinguir la calidad de
las personas y usar con prudencia de las órdenes, moderando su rigor en algu-
nos casos, que no puede comprenderlos la generalidad con que se dan; pero
reducir los preceptos universales a los particulares sólo lo hace la prudencia,
sazonada con la larga experiencia de las cosas. Detúvose el duque de Parma en
Santa Gertruden, lo que bastó para pagar aquella gente y recebir al sueldo la
que se quiso [40] quedar en servicio del rey, que fueron cosa de cuatrocientos
infantes, que se agregaron al regimiento de ingleses e irlandeses del coronel
Estanley, y ciento y cincuenta caballos, de que se formó una compañía que
fue después de mucho servicio, y se dio a uno dellos, llamado Juan de Mastri-
que, paje que fue de don Alonso de Vargas. Y, dejando en defensa la batería,
seis compañías de italianos y la mitad de su regimiento, que, como dicho es,
gobernaba el señor de Werpe, a cargo todo y el gobierno de la plaza de Eduar-
do Lanza Vecha, volvió a Bruselas contento de haber acabado en tan breves
días una empresa de tanta importancia. Y cierto que si se atendiera a la guerra
de las islas sólo con las barcas y bajeles de remo que se podían fabricar en San-
ta Gertruden era muy posible inquietar a toda Holanda y Zelanda y hacerles
sentir en sus casas la guerra, sin concederles una hora de reposo. Mas como
fueron tantas las ocasiones que se malograron, apenas se hizo caso desta.
Monsieur de la Mota, que, como dijimos, había marchado con su cam-
po la vuelta de Ostende, llegó la noche de los 6 de abril (1589) debajo de
las murallas de aquella villa, adonde estuvo hasta cerca del día aguardando
el contraseño que le había de hacer la espía para arremeter con la menguan-
te a la baja villa. Mas como estas cosas penden de punto y hora, siendo
necesario para que se consigan suceder todas como se trazaron, y para no
acertarlas basta errarse sola una, no acudiendo la dicha espía, creciendo
la marea y saliendo el alba, fue fuerza retirarse sin tentar nada. Al pasar
de Audenburg, alistando las armas, con voz de que el enemigo seguía la
retaguardia y poniendo la gente en escuadrón, vino un mosquetazo de una
manga de mosquetería desmandado y estropeó de una mano a don Carlos
de Coloma, hermano del conde de Elda, soldado de la compañía de don
Ramón Cerdán. Este solo desmán hubo en esta jornada, la cual, a la opi-
nión de todos, fue más por divertir al enemigo de sobre Santa Gertruden,
que no porque el trato o inteligencia de Ostende estuviese tan bien fundado
comos e creyó al principio.
Volvió diez días más presto el tercio de don Juan Manrique a Malinas,
su alojamiento, que los otros dos que habían ido con el duque de Parma al
272 Las Guerras de los Estados Bajos

suyo, y en uno dellos, informado el gobernador de Bergas de que el bagaje


del tercio de don Francisco había quedado en Tilimont con sola la guardia
de una compañía del mismo tercio, de [42] que era capitán don Cristóbal
Mascón, caballero valenciano, envió quinientos hombres con su teniente a
que procurasen entrar en la villa y saquearla. Es Tilimont65, con no tener
ochocientas casas, de mucho mayor circuito de murallas que Bruselas, y a esta
causa no había otra guardia que la media compañía en el cuerpo de guardia
que se hacía en la Casa de la Villa y la otra media en guardar el pedazo de
muralla que podía, hacia las avenidas66 del enemigo; el cual, avisado también
desto, tomando un largo rodeo vino a escalar la muralla por la parte de hacia
Lovaina; y, acudiendo a la plaza sin resistencia ni contraste alguno, acometió
al cuerpo de guarda tan de improviso, que, antes que la media compañía aca-
base de tomar las armas, estuvo degollada la mayor parte. Defendiéronse los
restantes y el capitán con gran valor, hasta que, cayendo también, vendieron
honradamente sus vidas. Saqueó con todo eso el enemigo el lugar y, cargado
de despojos, comenzaron a marchar la vuelta de Bergas, con la caballería de
vanguardia, la presa tras ella, llevada por todos los carros de los capitanes del
tercio que halló allí y al pie de cuatrocientos infantes de retaguardia. Ha-
biendo pasado ya los enemigos el río Deele por Roselaer y encaminándose a
Remenant para pasar el Demer sobre Malinas, avisado del suceso el capitán
Bartolomé de Torralva casi a las puertas de Ariscote, adonde volvía a alojarse
con su compañía y la de don Fernando Girón, gobernada en su ausencia por
su alférez Juan de Almaraz, determinó verse con ellos, fiando en la presteza el
buen suceso y en la flojedad con que pelean soldados cargados de despojos,
a quien el deseo de conservarlos hace cobardes, al mismo paso que valientes
poco antes la codicia de adquirirlos; así una causa misma produce efetos de
valor y miedo tal vez en unos mismos ánimos. Había ya pasado la caballería
enemiga el río Demer, cuando, asomando por la orilla de un bosque ciento
y treinta españoles, que podían tener las dos compañías, amedrentándose la
infantería enemiga y salvándose los que pudieron a nado; los demás, hasta
número de ducientos treinta, quedaron entre muertos y presos y todo el des-
pojo en poder de los españoles, que se restituyó después a sus dueños, aunque
no sin pleito.
Entrado mayo, envió el duque de Parma al conde Carlos de [42] Mansfelt
con seis regimientos de naciones y quince compañías de caballos, gobernadas
por el comisario general Jorge Basta, a sitiar a lo largo a la villa de Husden; el

65
 Primera instancia de excursus geográfico sobre de situ civitatis, tal como pedían las artes de
historia conscribenda. Para más cartas desde Tilimont en las guerras de Flandes relativas a su
defensa, ver Colección de documentos inéditos, vol. 42, 32, 84, 90-91, 93, 96, 97, 132.
66
 Para el vocablo avenidas ver Verdonk 1980, 61 et ss. (de origen francés tomado en Flan-
des).
Las Guerras de los Estados Bajos 273

cual, ante todas cosas, ganó el fuerte de Herpe y, pocos días después, levantó
otro en el villaje de Hemert, con los cuales, y con otros fuertes y redutos de
menos importancia, sitió aquella plaza; de manera que ya por fin de julio
comenzó a padecer necesidad de vituallas, tal, que, si con barcas pequeñas
desde Gorcom no la proveyera para muchos días el conde de Holack, forzo-
samente hubiera de rendirse. Tratábase este asedio con alguna flojedad, tanto
por las gruesas contribuciones de que gozaban las cabezas de aquel ejército,
con notable daño de todo el país de Campiña, como por cierto trato que el
conde Carlos fomentaba en la villa de Bomel, que, como empresa de mayor
importancia, le hizo divertir de la que traía entre manos: castigo ordinario
de ambiciosos, por no saber ceñir ni moderar sus deseos, asistir flojamente a
todos y no lograr ninguno. No dejó de hacer el señor de Famá, gobernador
de Husden, todo lo posible por defenderse y ofender; y entre otras salidas,
hizo una con cien caballos y ducientos infantes en un casar algo desviado del
cuerpo del ejército, y apeó las compañías de caballos del Morosino y don
Ambrosio Landriano, llevándoles la mayor parte de los caballos y algunos
prisioneros. Comenzábase a sentir indispuesto el duque de Parma de cierta
especie de hidropesía, causada de beber agua por huir de la gota, que ya de
atrás le había comenzado a tocar; y, para procurar atajar el mal a su princi-
pio, acordó de ir a tomar el agua de Aspa, en el país de Lieja, remedio –a lo
que decían- eficacísimo y tan conforme al apetito, que, siendo el efecto de la
hidropesía una ardentísima sed, para que haga la fuente el suyo es necesario
beber por libras y a todas horas, y es cosa maravillosa lo poco que esta agua se
detiene en el estómago y las curas milagrosas que hace.
Partió el duque la vuelta de Aspa a mediado junio, dejando despachado
para España al presidente Richardote con cartas de creencia y orden de des-
culparse con el rey y sus ministros de las calumnias que contra su reputación
se habían dicho en lo tocante a la jornada de Inglaterra. Llevó también Ri-
chardote instrucción [43] del duque para pedir licencia de retirarse a su casa,
ordenándole que no jugase desta pieza sino en caso que no se le admitiesen
las disculpas o con certidumbre de que gustaba el rey de enviarle sucesor;
pero en España tenía el duque tan buenos amigos y estaban las cosas tan bien
dispuestas, que no tuvo jamás ocasión Richardote de hacer el envite. Y así,
volvió (aunque el año siguiente) muy bien despachado y encargado de los
más secretos consejos del rey en lo tocante a materias de Francia.
Era ya entrado agosto y no se trataba de sacar en campaña la infantería
española, efeto de la enfermedad del duque; el cual, aunque con su gran vi-
veza y valor procuraba no rendirse a la enfermedad de suerte que le divirtiese
el cuidado público, como los accidentes del dolor entibian los afectos de la
ambición, que son los que en nosotros tienen más poder de hacer tolerable
el trabajo, no pudo dejar de causar una bien dañosa y no poco murmurada
dilación. Añadíase a esto la falta de dineros y a todo se opuso al fin el cuidado
274 Las Guerras de los Estados Bajos

del duque, buscando prestados en Amberes los que bastaban para dar dos pa-
gas. Salió la gente española de los alojamientos a los 9 de agosto, en número
de cerca de seis mil infantes, y tomó por el camino de Ostrate la derrota de
la isla de Bomel. Juntóse en Languestrat con los tercios del conde Carlos, a
cuyo cargo había de estar el ejército de Brabante mientras estuviese ausente el
duque; y, pasando la Mosa por el villaje de Bochoven, se puso con los tercios
sobre el castillo y fuerte de Heel, en que había quinientos hombres con el
capitán Sindemburg, su gobernador. El tercio de don Juan Manrique, gober-
nado por el capitán Diego de Ávila Calderón, se alojó junto al dique, entre
el castillo y la villa de Bomel, y el de don Francisco de Bobadilla, gobernado
por Manuel de Vega Cabeza de Vaca, entre el tercio de don Sancho y la Mosa.
Servían en los dos primeros, con la asistencia que pudieran dos particulares
soldados, el duque de Pastrana y el príncipe de Ásculi, enseñando a los gran-
des señores que aspiran a los mayores cargos militares cuánto conviene subir
a ellos por este camino y no querer empezar a ser generales y soldados en un
mismo día, no sólo aventurando lo que [4] quieren que se les encargue, sino
su honra y reputación propia. Abriéronse trincheras por la parte del tercio
que gobernaba Diego Dávila y, plantada la batería y ciego el foso, se les avisó
si querían rendirse antes de dar la primera carga, y, como persistiesen en su
obstinación, jugaron diez cañones desde el alba del día de los 8 de setiembre
hasta las cuatro de la tarde. Hecha ya batería bastante para dar el asalto, te-
miendo el capitán y presidio su ruina, comenzaron a parlamentar. Admitiólos
el conde a discreción y, saliendo el proprio día sin armas ni banderas, en
estando entre los escuadrones se tocó un arma tan viva, que en un instante
fueron degollados cuatrocientos y más dellos, salvándose apenas el capitán y
veinte o treinta soldados de los más honrados, a quien dio luego libertad al
conde, culpando su pertinacia y la cólera de los soldados, que ambas a dos
cosas fueron causa de aquella desorden. En los delitos de la multitud siempre
fue forzoso disimular, o por no teñir el castigo con mucha sangre o, por dejar
sin él las culpas averiguadas, por no verterla. Tuvieron sobre el caso otro día
palabras harto descompuestas el conde Carlos y don Sancho de Leiva, echan-
do cada cual la culpa al otro; pero, aunque se apaciguó luego por la autoridad
y prudencia del duque de Pastrana y príncipe de Ásculi, no quedaron los
ánimos tan conformes como fuera razón para seguir el curso de la victoria
y aprovecharse de la flaqueza del enemigo, que a lo sumo, con cinco o seis
mil infantes, estaba de la otra parte del Vaal, procurando defender el paso a
los españoles cuando lo tentasen, como se creía. Mas ¿cuándo de la discordia
entre los que gobiernan dejaron de resultar tales o peores efetos? El proprio
día que entró el ejército en la isla tuvo aviso el conde Carlos de que se había
descubierto el trato de la villa de Bomel, con castigo de dos de los tratadores;
y así, después de ganado Heel, quiso reconocer la dicha villa, como lo hizo,
y después el fuerte de Voorden, que en la punta occidental y última de la isla
Las Guerras de los Estados Bajos 275

de Betua habían fabricado dos años antes los rebeldes frontero del villaje de
Voorden, con intento de conservar por su medio la entera posesión della. Y,
retirándose a los cuarteles, se reconoció un puesto donde se podía levantar
otro fuerte en otra estrechura de tierra que hace la isla, entre la Mosa y el Vaal,
bastante para hacer inútil el fuerte de Voorden. No se estaba [45] entonces de
aquel espacio, pero lo que en aquella sazón se advirtió se vino a ejecutar nueve
años después, como se dirá en su lugar. Tenía el conde Carlos orden secreta
del duque de procurar entretener aquella gente lo restante del verano en leves
empresas y alojarla después en tierras del enemigo para tenerla en acción y por
quitar tan gran carga a los países obedientes. Ayudaban a esto los ministros
de estado naturales del país, deseosos de conservarle entero y de tener a los
españoles en ejercicio y lejos. Y a esta causa, levantando el conde el campo del
casar de Rosem, junto a Heel, pasó a la otra punta occidental de la isla, pega-
do al castillo de Lobrestein, con intento de tentar el paso del Vaal, a pesar del
enemigo, cosa que se pudiera hacer sin ningún peligro por Nimega. Pero no
tenía orden de alargarse tanto, faltábanle barcas y, entretanto que se adereza-
ban tres pontones, que a fuerza de brazos se pasaron de la Mosa, un accidente
que sobrevino divirtió esta empresa y dio ocasión a grandes novedades.
El amor que los soldados del tercio viejo tenían a don Sancho de Leiva, su
maese de campo, fue causa de que, teniendo opinión de que el conde Carlos
era su enemigo, le comenzasen a aborrecer sobremanera. Y, como la mayor
parte dellos se acordaban del riesgo a que tuvieron las vidas y las banderas en
aquella propia isla, tres años antes, debajo de la propia mano del conde Car-
los, como se veían en aquel país tan pantanoso, sin puente en la Mosa, con las
primeras aguas del invierno en casa y con los enemigos vigilantes, poderosos
por la mar, y escarmentados de la falta que hicieron la vez pasada, comenza-
ron a llamar a aquellas empresas «bomboladas» y a desear estar en parte donde
no fuese necesario, para salir de tantos peligros, impetrar nuevos milagros de
Dios, que no acostumbra hacerlos por los que voluntariamente se meten en
ellos. Éstas eran las conversaciones de los más honrados; pero, llegando este
lenguaje a oídos del vulgo de los soldados, como los tales de ordinario no
miran más adelante que a su provecho, comenzaron a pensar en sus alcances
y a desear pedirlos a voces. Estaba ya casi olvidado del todo el uso de los mo-
tines por haber sido el último de que se tenía memoria el de Aloste67, el año
de 76, de que todavía se acordaban muchos soldados del tercio viejo. Y así,
imprudentemente, comenzaron a irse [46] juntando muchas tropas fuera de

67
 Ver el último libro de la relación de Bernardino de Mendoza, donde se cuenta al por menor
dicho amotinamiento de las tropas españolas (Cortijo & Gómez Moreno). Para los moti-
nes en Flandes, ver los clásicos estudios de Lucas de Torre. Sobre el castigo a los soldados,
Amelot indica: «La décimation est le plus eficace reméde qu’il y ait contre la lâcheté, la
désobéissance & l’infidelité des soldats» (48 [libro III]).
276 Las Guerras de los Estados Bajos

las banderas la noche de los 13 de otubre; y a cosa de dos horas después de


anochecido, volvieron todos tocando arma la vuelta dellas, con tanta confu-
sión y desconcierto, que se echó bien de ver que no era cosa premeditada ni
sabida sino de pocos. Opusiéronseles el maese de campo, el sargento mayor
Diego de Escobar, los capitanes y oficiales y una gran tropa de gente prin-
cipal, y sobre todos el príncipe de Ásculi; pero como por momentos se iban
pasando muchos arcabuceros y mosqueteros al bando de los sediciosos, estaba
el negocio a pique de suceder un gran inconviniente; y sucediera, si, después
de llegados el conde Carlos y el duque de Pastrana a las banderas del tercio
de don Juan Manrique, no calaran todos los dellas las picas en socorro de los
leales del tercio viejo y los socorrieran a tiempo que comenzaban ya a caer
algunos de ambas partes. Vino con la luz del día la vergüenza a los rostros de
todos y, barajándose los ruines con los buenos, apenas había quien dejase de
preciarse de haber deshecho el motín. Admitióseles la disculpa a todos por
entonces, salvo a seis, que, colgados de los árboles, sirvieron de espectáculo a
todo el ejército, que pasó el día siguiente por delante dellos la vuelta de Ro-
sem, donde se volvió a pasar la Mosa.
Habían crecido las aguas de manera, con el invierno anticipado de aquel
clima, que, anegando casi del todo los fuertes de Herpe y Hemert, hubo de
mandar el conde desalojar las naciones de sobre Heusden, dejando para guar-
dia de la Mosa, en Hemert, al capitán Antonio Grobendoneq con trecientos
valones, y levantando otro fuerte dos leguas el río arriba de la parte de Bra-
bante, frontero del castillo de Heel, a quien llamó de Crevecour. Quedaron
en él cien valones y en Heel ducientos a cargo del capitán Mosquetier.
Duró el componer aquello algunos días, y, habiendo tenido el duque de
Parma en ellos aviso de la sedición tentada por el tercio viejo, envió orden
desde Aspa, donde todavía se hallaba, que al punto marchase la vuelta del
condado de Flandes, adonde monsieur de la Mota le daría orden de los que
había de hacer. Hiciéronse varios juicios sobre la ida deste tercio, el cual,
aunque generalmente se publicó que iba para entrar en Francia en socorro de
la Liga, no dejó [47] envidiosos sino a los imprudentes; y con razón, porque,
salido de Brabante y entrado en Flandes, después de pasada la Lisa por Har-
lebek y llegado al burgaje de Tilt, halló allí a Juan Bautista de Tassis, veedor
general, y a los contadores del sueldo, que con orden expresa de no admitir
réplica reformaron aquel tercio, padre de todos los demás y seminario de los
mayores soldados que ha visto en nuestro tiempo Europa68. Quedaron en pie

68
 Los Tercios Viejos, formados con las tropas estacionadas en Italia, fueron los de Sicilia,
Nápoles (ambos de 1536) y Lombardía (1534) (más los posteriores de Cerdeña y Galeras).
Los demás creados a posteriori se conocen como Tercios Nuevos. Sus victorias más sonadas
fueron las del Milanesado, Mühlberg, San Quintín y Gravelinas. Ver al respecto Albi de
la Cuesta. Para el funcionamiento de los tercios en general, ver los clásicos e insuperables
trabajos de Parker.
Las Guerras de los Estados Bajos 277

algunas banderas, que luego se distribuyeron por varios presidios, y a todos


los soldados de las demás se permitió que asentasen sus plazas en las compa-
ñías, tercios y presidios que les diese gusto. Discurrióse variamente sobre esta
resolución: decían los más que, habiéndolo pecado el vulgo de los soldados, lo
venían a pagar el maestro de campo y los capitanes solos; otros, que cortaban
la yerba más baja, decían que no era posible, sino que quería el duque reme-
diar a su principio aquella ruin consecuencia para los demás tercios, siendo
los escarmientos tanto más eficaces cuanto los castigos fueren ejecutados en
personas de mayor cuenta, castigando también las cabezas, para obligarlos
a vivir de allí adelante con mayor recato y observar hasta las más mínimas
señales de alborotos, que siempre las dan los que tratan de amotinarse, como
los edificios, que anuncian su propia ruina.
Alojó el conde Carlos su campo entre Bolduque y Grabe, adonde se en-
tretuvo algunos días; y uno dellos, yendo desde Bolduque a su cuartel con
sola una compañía de arcabuceros a caballo, le acometieron cien freybutres69
(son éstos ladrones de caminos) que habían pasado la Mosa. Peleó con ellos la
dicha compañía y alguna gente suelta que le acompañaba y degolló cincuenta
enemigos, quedando los demás en prisión o ahogados en el río.
Había días que el coronel Verdugo pedía socorro de gente y de dinero
para continuar la guerra en Frisa, de donde era gobernador. Envióle el du-
que al coronel Paton, inglés, el que entregó la villa de Güeldres al rey con su
regimiento de valones, en que podía haber seiscientos, y a Juan de Contre-
ras Gamarra, con su compañía de ochenta arcabuceros de a caballo. Lleva-
ban siete mil ducados con que ir entreteniendo las guarniciones de aquella
provincia y [48] cantidad de vestidos para los soldados. Avisado desto Mar-
tín Esquenck en el fuerte que hoy tiene su nombre, juntó el mayor golpe
de gente que pudo y con diligencia y secreto extraordinario acometió a esta
escolta al paso de la Lipa. Es éste un río que en verano se vadea, y, bajando
del país de Wuestfalia, desagua en el Rin por Wesel. Halló el Esquenck
pasada la mayor parte de la caballería y al punto la rompió, no sin honrada
resistencia de Contreras, que al fin, malherido, quedó en prisión. Procuró
con esto ponerse en cobro el coronel inglés, medroso de que le hiciesen pa-
gar con el pellejo los treinta mil ducados que tomó por entregar la villa de
Güeldres al duque de Parma, y otros odios privados entre Esquenck y él. Y
hízolo, dejando su gente a la discreción del enemigo, que mató y prendió a
los que quiso, tomando el dinero y las demás cosas que se llevaban a Frisa;
con este sobresalto viven los que faltaron a la primera obligación de que se
encargaron, y con esta poca seguridad es fuerza servirse dellos. Poco tiempo

69
 El término procede del holandés «vrijbuiter», con el significado de «pirata, persona dedicada
al pillaje». De hecho en la mayor parte de idiomas el término ha pasado (ignominiosamen-
te) como «filibustero». Ver Van Loo.
278 Las Guerras de los Estados Bajos

pudo alabarse deste suceso Martin Esquenck, porque, ensoberbecido con él


y con otros que tuvo después que se pasó al bando rebelde, olvidando que
tienen límite los favores de la Fortuna y que las cosas grandes piden más
que dicha para efetuarlas, acordó de emprender a Nimega, ciudad católi-
ca de las más principales de los Estados, situada sobre la siniestra margen
del río Vaal, con quien él tenía particular ojeriza, que se alababa de haber
nacido en ella para su ruina. Recogida, pues, cantidad de infantería en el
fuerte de su nombre, que ocupa el pedazo de tierra a quien Cornelio Tácito
llama la punta de la isla de los bátavos70, distante tres leguas el río arriba de
Nimega, se embarcó con ella en treinta navíos, pensando hacer golpe dos
horas por lo menos antes del día; mas por ocasión de vientos contrarios,
si bien iban los navíos ayudados de la corriente, no pudieron llegar a vista
de la ciudad antes que comenzase a reír el alba. Envió el Esquenck una
barca de remos con cincuenta soldados escogidos, para que en son de ami-
gos pudiesen desembarcar en la playa, entre la ciudad y el río, y, ganando
puesto, defender el breve espacio que tardaría en llegarles el socorro. Pero
descubierta por la guardia, que, medrosos ya del caso, se hacía en un to-
rreón redondo de la marina, comenzaron a tratallos como [49] enemigos, si
bien, desembarcados sin contraste, con picos y algunas vigas que hallaron
en la playa, abrieron en breve espacio un portillo en cierta parte muy débil
de la muralla, y de hecho se apoderaron de una casa y se hicieron fuertes
en ella, defendiéndose valerosamente hasta que llegaron los compañeros,
que los animaban con palabras y con obras. Acudieron los nimegueses con
valor a tan peligroso accidente y con algunas piecezuelas de campaña que
hallaron a mano comenzaron a batir la casa de que se había apoderado el
enemigo, y, arremetiendo vivamente a ella, arrancaron a los herejes y, con
muerte de muchos, los echaron fuera. Peleábase entretanto en la puerta
que va a Clèves, llamada de Mayeporte, donde, roto el rastillo71 y la misma
puerta, comenzaban ya a entrar muchos enemigos, aunque por su daño,
porque, cargando los ciudadanos valerosamente, los rechazaron también,
matando y prendiendo a los más arriscados. Martín Esquenck, valeroso y
cuerdo capitán, tentó por el espacio de tres horas otras muchas veces la en-
trada, y siempre infelicemente; y a la última, era ya tanta la gente que había
cargado a la muralla y tal la prisa que se daba en descargar sus arcabuces y
mosquetes sobre los herejes, que al fin volvieron del todo las espaldas, con
tanta confusión y asombro, que se ahorgaron más de trecientos en el río,
sin más de otros tantos que quedaron muertos y heridos. Tomaron los de
Nimega mucha parte de los navíos, desamparados de defensores; y para go-
zar de la victoria cumplida hallaron entre otros cuerpos muertos ahogados

70
 Insula Batavorum (Ann. II, 6, 4).
71
 «Verja levadiza que defiende la entrada de las plazas de armas» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 279

el de Martín Esquenck; el cual, entregado al furor del pueblo, padeció los


improperios que se pueden pensar, dejándole después por muchos días en
un palo por espectáculo de su temeridad.
Quedó con la muerte deste hombre militar, que comenzaba ya a ser tre-
mendo a todo el país, muy contento y satisfecho el de Güeldres; y créese de
su condición y modo de proceder que, si viviera, no fuera causa de menos
inquietudes a los de las islas que a los proprios católicos: altivo, insolente,
despreciador de toda obediencia y de toda ley, cuyos soldados le lloraron por
esto harto más que por las virtudes que no tenía, condición propia suya.
De muy grande importancia era para los estados rebeldes la conserva[50]
ción de la villa de Rimbergue, tanto por tener aquella plaza tan importante
en el país de Güeldres, como por conservar aquel paso del Rin, a pesar de las
fuerzas católicas. Había ya seis meses que el marqués de Barambón la tenía
sitiada, sin que en todos ellos se hubiese conseguido otro efeto que incomodar
de vituallas a los cercados. Y en este tiempo, habiendo tomado a su cargo el
conde Adolfo Nuenaro el socorrella, animado a ellos tanto más después de la
muerte de Esquenck, que había quedado heredero absoluto de sus fuerzas y
perniciosas inteligencias, juntó en Arnem hasta tres mil infantes y golpe de ca-
ballos, con intento de tentar Fortuna; mas, pegándose accidentalemente fuego
a cantidad de pólvora que tenía en su casa, quedó abrasado con otros muchos,
y el socorro por hacer; que al fin le hubieron de tomar a su cargo los estados
rebeldes. Tratóse, pues, en el Consejo de Holanda de socorrerla a viva fuerza; y
no menos por hallarse con pocas que por estar tan poderoso el conde Carlos en
Brabante, se resolvieron en aventurar solamente tres mil y quinientos infantes y
trecientos caballos, los cuales, pasando el Vaal por el fuerte de Esquenck, a cargo
del donde de Obresteyn y del coronel Francisco Veer, inglés, y, encaminándose
por junto a Clèves al fuerte que tenían en frente de Res, comenzaron a marchar
en buena orden la vuelta de Rimbergue, dejando el Rin siempre a la mano
izquierda. Había sido avisado desta junta el marqués y, escribiendo al conde
Carlos que le viniese a socorrer, por excusar la emulación, se ofreció en la carta
a servir debajo de su mano con una pica. Resolvióse el conde en socorrerle y,
avisado del movimiento del enemigo, envió desde junto a Grave seis compañías
de españoles muy a la ligera, a cargo del capitán Bartolomé de Torralba, y él
comenzó a marchar con el campo. Díjose que temió de trabajar en cosa cuyo
buen suceso se había de atribuir a otro; lo cierto es que si marchara con más
diligencia se estorbara el socorro y no sucediera lo que sucedió. Y se verán se-
mejantes inconvenientes siempre que los que gobernaren ejércitos no tuvieren
por su principal fin el servicio de su señor. Alegróse mucho el marqués con la
llegada de Torralba, tres días después de la cual tuvo aviso de que el enemigo
se venía acercando y que su vanguardia había ya pasado de Burique. Creyó el
marqués que no dejara el río [51] por no desabrigarse; y, sacando de sus fuertes
y redutos toda la gente que pudo, que en suma fueron mil italianos del tercio
280 Las Guerras de los Estados Bajos

de Carlo Espineli, gobernados por don Alejandro de Limonti, su regimiento de


ochocientos borgoñones y las seis compañías de españoles, en que podía haber
cuatrocientos, y cosa de ochocientos caballos, gobernados por Apio Conti, de-
terminó de salirle al encuentro fuera de tiro de cañón de la villa. Habíase halla-
do un puesto bien fuerte donde aguardar al enemigo, cuando trujeron aviso los
corredores de que los herejes tomaban el camino de Alpe, y al punto mandó el
marqués tocar a marchar la vuelta dellos, con quien se topó la caballería católica
de manos a boca por entre aquellos bosques. Fue Apio Conti a cerrar con la
infantería inglesa y, hallándose atajado de un zanjón grande de agua, de los que
hay a cada paso en aquel país, y al enemigo tirando sus arcabuces y mosquetes
de mampuesto, volvieron él y toda su caballería por un camino hondo, por
donde venía ya embocado el tercio de Carlo Espineli, que, abriéndole, atropelló
la mayor parte dél. Valióse el coronel Veer de la ocasión y cargó con tanto valor,
que, sin embargo de la honrada resistencia que hicieron los napolitanos, degolló
más de trecientos, y entre ellos la gente más lucida del tercio. Torralba, y tras
él los borgoñones, cerraron con la vanguardia holandesa, que había ya salido
del bosque y entrado en el llano, la cual, seguida de su caballería, que iba en
vanguardia, rompió también a este escuadrón, aunque con mucha y honrada
resistencia. Tomaron la carga los católicos la vuelta del cuartel fortificado del
marqués, distante más de media legua, adonde había ya llegado la vanguardia
del conde Carlos, que, oyendo la arma tan viva, apresuró el paso, y en particular
algunas compañías de caballos; y el oír las trompetas y cajas desta gente detuvo
la furia del enemigo, el cual, sin otra pérdida que de cincuenta hombres, entró
en Rimbergue con todo el socorro. Hizo el marqués de Barambón todo lo que
pudiera el más experto capitán y valeroso soldado; tal, que estuvo muchas veces
entre los enemigos peleando y animando a los suyos con su ejemplo, y a la pos-
tre quedara en prisión, si no fuera socorrido de Fernán González de Sepúlveda
y otras dos picas españolas72, que, como [52] él lo confesaba después, le dieron
aquel día la libertad o la vida. Murieron de los españoles los capitanes don Die-
go de la Guerra y Cosme Pujalte, valenciano, natural de Alcira; don Diego En-
ríquez, hijo natural de don Bernardino de Toledo, hermano del conde de Alba,
alférez y gobenador de la compañía de don Pedro Manrique, murió dentro de
ocho días de las heridas que sacó en esta ocasión; don Juan Coloma, caballe-
ro aragonés, natural de Borja, murió abrazado con una bandera del enemigo,
después de haberla quitado con la vida al alférez que la llevaba73; finalmente,
faltaron este día ciento y treinta y dos españoles, la gente más lucida de las seis

72
 Como indica la edición de 1635, son las de Alejandro de Cartellà, barón de Folgóns, de
Gerona, y Bernardino de Flores, zamorano.
73
 Quizá en uno de los tributos más elocuentes al valor de los compañeros (recordado a poste-
riori por el autor o sugerido a él por algún lector), la edición de 1635 añade: «Y murieron
Solivera, Marco Antonio Cacosta de Lentorn, Jerónimo Guinarte, don Andrés Gallart y
Onofre Tomás».
Las Guerras de los Estados Bajos 281

compañías. Murieron de los napolitanos el marqués de Cirro, Juan Antonio


Carrafa y Alonso Palagano, capitanes; siete alféreces, don Antonio Espínola,
natural de Palermo, hijo del maestro Portolano, y otra mucha gente noble;
Juan Tomás Espina, napolitano también, capitán, quedó muy malherido de un
picazo que le pasó desde abajo del ojo izquierdo al colodrillo, y otro caballero
valenciano, llamado Jerónimo Corella, fue hallado después entre los muertos
con veinte y dos heridas, y ambos curaron dellas74.
Viéronse y consoláronse aquella noche juntos el marqués y el conde, dan-
do el primero la mano en el gobierno con modestia verdadera y no admitén-
dole el segundo con humildad cortesana. Con todo eso se encargó de castigar
la temeridad del enemigo a su salida de Rimbergue, y, discurriendo que no
saldría por el camino de Burique, por ser el más sospechoso, como el más
fácil, determinó de aguardarle por el que va a Watendonck, por si acaso –me-
droso del peligro que se le aparejaba- se resolviese en retirarse a Orsoy y pasar
el Rin por allí, valiéndose del país neutral, como lo era aquélla y las demás
villas del duque de Clèves. Creyóse que fue advertido desto el enemigo, daño
casi irreparable en guerras civiles y uno de los mayores que en ellas se padece;
porque el otro día, después de metido el socorro, se salió por la puerta de
Burique y se puso en salvo sin que se le tocase un arma.
Siguióle el conde cuando ya no era posible alcanzarle y, sabiendo que se
había retirado del todo, se puso sobre el fuerte de Res, y en seis días de sitio
se le rindió, saliendo dél cuatrocientos hombres, a quien se dio [53] escolta
hasta el fuerte de Esquenck. La pérdida deste fuerte y el haber sido el socorro
que entró en Rimbergue más de ostentación que de provecho, dio ocasión
a que algunos meses después se resolviese monsieur de Dort, gobernador de
aquella plaza, en rendirla con honestas condiciones. Pero esto fue por marzo
del año siguiente.
Era ya entrado el mes de diciembre cuando se enviaron los tercios españo-
les a los alojamientos: el de don Francisco se alojó en Diste, Liau y Herentales
y el de don Juan Manrique en los Burgos de Cortray y en Menín, para desde
allí comenzar a dar calor a las cosas de Francia, cuyos sucesos contaremos
luego todos juntos para mayor claridad.
Salió el duque de Parma de Aspa a mediado otubre algo mejorado de su
hidropesía y, después de haber estado algunos días en Bruselas, se fue a Binz
para recrearse allí con la caza y apartarse de los negocios, que comenzaban

74
 1635: «Señaláronse en esta ocasión de valientes soldados Federico de Flito, del hábito de
Santiago, capitán Napolitano, y su sargento; y de los españoles los tres que socorrieron y
libraron al marqués de Barambón, Cristóbal Maldonado, don Gaspar de Lupián, Pedro de
Rajadell, Jusepe Ponce de Monclar, Baltasar Guinarte, hermano de Jerónimo, Bartolomé
Pla, Francisco Castellón de las Puellas, y otro Francisco Castellón de Tarragona, el alférez
Pablo Bas, el alférez Casales, el alférez Juan López de Teruel, el alférez Hernando Díaz, Pe-
dro de Orcau: a quienes señaló el duque de Parma ventajas particulares».
282 Las Guerras de los Estados Bajos

ya a cansarle demasiado. Allí se despidió dél la víspera de Navidad el duque


de Pastrana, de vuelta para España, adonde le llevaba la necesidad de acudir
a los negocios de su hacienda, después de la muerte de la princesa de Éboli,
su madre75, de quien heredó grandes estados. Llegado el duque de Pastrana
a Milán, tuvo aviso de la merced que Su Majestad le había hecho del cargo
de capitán general de la caballería ligera de los Estados de Flandes, por ha-
ber acertado el marques del Vasto la del Estado de Milán, y entre los que
le acompañaban hubo votos que se volviese desde allí a servir aquel oficio
tan impotante y honrado; con todo eso, se resolvió en seguir su viaje, para
poder volver después volver con más comodidad, como lo hizo, aunque lo
difirió dos años.
Muertos los príncipes de Guisa, como se dijo, presos el cardenal de Borbón
y el nuevo duque Carlos, quedando sólo el duque de Humena por cabeza del
bando de la Santa Liga, comenzó a triunfar el rey de Francia y ganar muchas
tierras sin dificultad. Pero, aumentando el de Humena su campo con todas
las fuerzas de la Liga, por quien se declaró luego el duque de Lorena, y sin
los príncipes de su linaje, que en Francia son los duques de Mercurio y de
Aumale y el Beuf, sus amigos, y obligados los duques de Yoyossa y Nemúrs,
los mariscales de la Chatre, Rone, Bassompiere y Sampol, con catorce [54]
mil infantes franceses, tres mil alemanes del conde de Colalto y cantidad de
loreneses, y al pie de tres mil caballos, sitiaron al rey en la ciudad de Tours,
capital del país de Turreyna, y en una gruesa escaramuza le mataron más de dos
mil soldados y le atemorizaron de manera, que con mensajeros a gran priesa
envió por el príncipe de Béarne, que venía ya con toda diligencia en su socorro
con tres mil gascones y mil caballos. Llegado a Tours, le recibió el francés con
tantas demostraciones de alegría, como si toda la vida hubiesen sido estrechos
amigos, jurándose perpetua amistad y alianza (a tanto obliga la necesidad pre-
sente o tanto puede en los príncipes la disimulación) y ordenaron las cosas de
manera, que el duque de Humena, después de abrasados los burgos de aquella
ciudad, se resolvió en pasar la Sena para aguardar los socorros que le venían de
Flandes y de Alemaña, y un regimiento de esguízaros76 católicos que había de
subir por el ducado de Borgoña, hecho levantar por el duque de Nemúrs77. El
cual, desde la ciudad de León, donde era gobernador, y el duque de Saboya,
su primo, principal pretendiente de los despojos de Francia, después de en-
golosinado con el marquesado de Saluzo, no dejaban perder ocasión en que
pudiesen encaminar el aumento de la Liga, y a vueltas dél el suyo. En viéndose

75
 Su madre murió, bajo encierro domiciliario, en 1592.
76
 Piqueros suizos.
77
 Ver sobre estos hechos el Discours ample et veritable, de la defaicte obtenuâ aux Faux-bourgs
de Tours, sur les trouppes de Henry de Valois. Par Monseigneur le Duc de Mayenne, París: N.
Nivelle et R. Thierry, 1589.
Las Guerras de los Estados Bajos 283

el rey de Francia desembarazado, por adquirir reputación comenzó a adquirir


muchas villas; y, dando a saco la primera, no fue menester hacer grandes di-
ligencias para aumentar el ejército, que en breves días se acrecentó de mucha
infantería. Seguían el partido del rey todos los príncipes de su sangre, el con-
destable Montmorency, el duque de Nevérs y los mariscales de Bullón, Birón,
Matiñón, la Nue, Aumont y Res. Había [18] entretanto el duque de Aumala
juntado un buen ejército en Picardía, su gobierno, asistido de monsieur de
Baliñí, tirano de Cambray, que por entonces tenía el partido de la Liga, y con
él se puso sobre la ciudad de Sanlis (llamo ciudades a todas las que en Francia
son cabezas de obispado, aunque los naturales no las llaman más que villas78)
y en breves días la redujeron a término que trataban ya de rendirse. Cuando
pareció el socorro que traían el duque de Longueville y los señores de la Nue79
y Gibrí, y tras alguna resistencia, rompieron el campo colegado80, con pérdida
de mucha gente y de toda la artillería; que [55] fue un daño notable en aquella
sazón, y tal, que comenzó a causar gran temor en los de París, que al punto
enviaron a llamar en su socorro al duque de Humena, el cual hacía honrados
progresos en la alta Normandía. Por otra parte, el duque de Lorena, asistido de
las fuerzas colegadas de campaña, a cargo del marichal de Sampol, teniente en
aquel gobierno por el duque de Guisa, preso, y Camilo Capizua con su tercio
de italianos, enviado por el duque de Parma, y en su compañía ducientos caba-
llos ligeros y trecientos hombres de armas de las bandas de Flandes, rompieron
un socorro de infantería alemana que el conde Palatino enviaba en servicio del
francés. El duque de Joyosa, también del bando de la Liga, llamado por los de
la ciudad de Tolosa, se encargó de su defensa y de toda la Gascuña y Lengua-
doca contra los herejes. El duque de Mercurio hacía la guerra en Bretaña, de
donde era gobernador por la Liga, como el de Monpensier por el francés81; de
suerte que toda la Francia ardía en guerra, sin que una sola legua della pudiese
alabarse de estar en paz. Hasta que el duque de Saboya, desoso de pescar en
agua turbia, se hacía sentir contra los de Ginebra, asistido por los ejércitos y
dinero del rey, que deseaba ver a su yerno señor de aquella importante ciudad,
cabezada entonces de la secta de Calvino.

78
 La distinction puede ser insustancial, pues no refiere más que la diferencia, en francés, entre
cité y ville, que no corresponde, terminológicamente, con la del español ciudad y villa (en
la época).
79
 Consúltese sobre François de la Noue (1531-1591), la Correspondance de François de La
Noue, surnommé Bras-de-fer, accompagnée de notes historiques et précédée de la vie de ce grand
capitaine, par Ph. Kervyn de Volkaersbeke, Gand: Duquesne, 1854; también la The declara-
tion of the Lord de La Noue, upon his taking armes for the just defence of the townes of Sedan
and Jametz... Truely translated (according to the French copie printed at Verdun) by A. M.,
London: Imprinted by John Woolfe, 1589.
80
 «Coligado», «aliado», de la «coalición».
81
 Sobre la repercusion de las guerras en Bretaña, ver «Holt, entre otros autores»
284 Las Guerras de los Estados Bajos

En esta confusión se hallaban las cosas de Francia, cuando, después de


haber ganado el rey, en compañía del de Béarne, a Pontoise, se resolvieron
en poner sitio a París, fiados en tenerle tomados los pasos de las vituallas y
en ciertas inteligencias que se traían dentro con los que se llamaban realistas
y políticos; los primeros excusables, y aun dignos de alabanza, por el amor
natural de su rey y señor; y los segundos despreciadores de toda ley y de toda
religión, profesores de reglas de estado y discípulos de Machiavello y del Bo-
dino82. Como si las reglas del buen gobierno y los preceptos con que la maña
y el cuidado deben asistir a la conservación del Estado no pudiesen praticarse
sin ofensa de la conciencia y lo que pueden hacer la prudencia y vigilancia
fuese necesario mendigarlo del engaño y la malicia; siendo así que para la
conservación de las cosas propias no es necesario engañar, sino procurar no
ser engañado, y esto no [56] contradice las reglas de la conciencia cristiana ni
ha menester las que ellos llaman políticas para conseguirlo. Alojóse el rey de
Francia en el puente de San Claudio, dos leguas pequeñas de París, poniendo
todo su campo en diversos puestos acomodados para conseguir su intento.
Pero cortó sus pasos y esperanzas, cuando mayores se las pudo prometer, la
Providencia Divina, atajando los daños que pudo ocasionar en la religión,
si no su duda della (que esto no lo creo), a lo menos la nueva amistad con
los herejes, cuya contagion es tan peligrosa y tan prohibido en los príncipes
católicos valerse de quien no lo es.
Hallándose dentro de París un fraile dominico, de hasta veinte y seis
años de edad, de humildes padres, natural de Sens, en el ducado de Borgo-
ña, persona de pocas letras y que en la humildad de su vida había mostrado
corto y retirado talento, su nombre Jacobo Clemente, solía éste entre los

82
 Machiavelli (1469-1527), en su obra El Príncipe (1513) llegó a la conclusión de que se
necesitaba un príncipe unificador y reorganizador de la nación italiana, que no fuera tirano.
No se puede calcular la bondad humana, por lo que debe presuponerse que los hombres
son malos, y el político debe ser bueno, pero saber emplear el mal si es necesario. La tarea
política no tiene necesidad de decidir su moralidad desde el exterior, se justifica por sí mis-
ma, por su exigencia intrínseca de conducir a los hombres a una forma ordenada y libre de
convivencia, y el dominio de la acción política se extiende a todo lo que ofrece garantía de
éxito, estabilidad y orden de la comunidad política. Jean Bodin (1520-1596) fue un jurista
y filósofo político francés, miembro del Parlamento de París y profesor de derecho en Tou-
louse. Es conocido en especial por su teoría de la soberanía política. Su obra más famosa es
Los seis libros de la República (1576), además del Método para la fácil comprensión de la Histo-
ria. Fue uno de los grandes defensores del concepto de estado-nación, así como de la teoría
de circulación monetaria y la inflación. Coloma le cita por su controvertida definición de
la soberanía: «La puissance absolue et perpetuelle d’une Republique» (República, libro I),
que, según él, contradice la teoría del poder absoluto del monarca hispano. «Les penseurs à
l’origine de cette école de pensée sont: Thucydide, qui a décrit avec neutralité l’Histoire de
la Guerre du Péloponnèse; Thomas Hobbes, pour sa vision de l’état de nature utilisée pour
décrire les relations interétatique ; et Machiavel, pour avoir expliqué au Prince l’importance
de séparer la politique de la morale et de la religión» (Védrine 89).
Las Guerras de los Estados Bajos 285

religiosos de su convento contar que había tenido ciertas revelaciones en


que se le aseguraba poder matar al rey sin escrúpulo y a esta causa era te-
nido por hombre falto de juicio, y más cuando afirmaba que había de ser
él el ejecutor desta muerte. Harto puede maravillar que este poco recato
no hubiese hecho advertir al rey más fundadamente, pues sólo se le dijo
que se guardase, según refieren algunos, de un fraile dominico, sin señalar
cuál, con que, prendiéndole y averiguándolo, hubiera librádose de aquella
desventura. Pero si esta muerte, sea para castigo o beneficio de su reino, la
tenía decretada la Providencia Divina, mal pudiera desbaratarla ninguna
prudente prevención humana. Y no es estilo poco guardado de Dios en tales
casos engañar todos los consejos de los hombres y hacer ejecutar los suyos
por los medios más flacos para convencer la duda de quién fue el autor.
No dejó el rey, aunque el aviso fue de la calidad referida, de guardarse con
algún recato, de que no se sirvió cuando debiera. Salió de París fray Jacobo
el postrero de julio, después de haber celebrado la misa y encargado a sus
frailes que le encomendasen a Dios porque iba a Orliéns y temía no verlos
más. Harto descubiertamente parece que habló en esto y induce a mucha
maravilla no haberlo entendido y detenídole los frailes, siendo cierto que lo
advirtieran, aunque queramos imaginarlos poco parciales [57] del rey, pues
no debe presumirse llegarían a desear su muerte; y dado que pudiese ser, no
pudo contentarles el medio ni tenerle por útil a su religión. Parece que iba
la justicia divina multiplicando pruebas de ser suyo el decreto. Llegado a
San Claudio, pidió le dejasen hablar al procurador del rey, con quien afirmó
tener negocio de importancia; hablóle y, mostrando un pasaporte y cartas de
algunas personas de cuenta presos en París, de cuya parte dijo que tenía que
referir al rey a boca cosas de gran consideración, le dio cuenta dello aquella
misma noche; y el día siguiente, martes, a primero de agosto, a las conce de
la mañana, aún no acabado de vestir el rey, le mandó llamar. Cuando entró,
estaba solo con él monsieur de Bellagarde; preguntando el rey si traía cosas
secretas que decirle, respondió que sí, y, haciendo caedizo un papel, cuando
se bajó para levantarle, sacó de la manga izquierda un cuchillo que había
días tenía amolado y, según algunos afirman, emponzoñado para aquella
miserable hazaña, y, antes de enderezarse, se le metió por el vientre al rey.
Volvió Bellagarde a sus voces, que se había desviado algo, y entre él y dos o
tres ayudas de cámara que acudieron -movidos de la debida indignación- a
tan lamentable suceso, hicieron pedazos al fraile, que espiró de la segunda
puñalada, gritando el rey que no le acabasen. Echáronle luego por las venta-
nas y, después de hecho cuartos con otros tantos caballos fue quemado con
fiereza digna de su maldad, si pudiera haberse ejecutado en cosa sensible;
porque en caso semejante no sólo la ejecución halla proporcionadas penas
al delito, mas ni aun la cólera y el deseo de venganza acierta a pensar las que
286 Las Guerras de los Estados Bajos

se le deben. Porque, si vemos que las leyes de Esparta83 y otras no señalaron


pena al parricidio, por hallarse aquellos antiguos legisladores incapaces de
dársela condigna a tan atroz delito, ¿qué será cuando la vida que se quita no
es al proprio padre, sino al que lo es de tantos; no a un hombre ordinario,
sino al ungido de Dios y al escogido entre todos para el gobierno de los de-
más? Lícito dicen algunos que es matar al tirano84; peligrosa doctrina, por
lo menos, por el motivo que puede dar a semejantes males; porque ¿quién
sabrá que es tirano el que mata? ¿Quién hace tan sabio a un hombre solo
que, sin conocimiento de causa, sin admitir defensa, haga el cargo, juzgue
y ejecute, especialmente en la [58] persona real, y a un mismo tiempo sirva
de fiscal, relator, juez y verdugo de quien nació para dueño y cabeza de la
justicia, sin sumisión a otro juez que a Dios, dejando el perjudicial ejemplo
que en el mismo reino tomó adelante Francisco Ravallac85, monstruo del
siglo presente y ambos memorables en los por venir? Tal fue la maldad de
fray Jacobo Clemente86. Y puesto que, mirada a todas luces, es tan exe-

83
 Se refiere a las leyes y constitución de Esparta, atribuídas a Licurgo.
84
 El tiranicidio como teoría política refiere a la licitud de matar al monarca. Quizá el ejemplo
más ilustre en suelo hispano sea el de Juan de Mariana, que desarrolló su teoría en De rege
regisque institutione (1598). La casuística jesuita desarrolló una teoría similar, luego critizada
por Blaise Pascal en sus cartas Provinciales. Aun antes de ellos, Juan de Salísbury había le-
gitimado el tiranicido en su Policraticus de ca. 1159. Debe recordarse que gran parte de la
política religiosa de Isabel I en Inglaterra se debe precisamente al miedo por parte de la reina
a que los católicos (ingleses y extranjeros) pudieran considerar la Bula de excomunición de
la misma como carta blanche para asesinarla.Ver al respecto Calendar.
85
 François Ravaillac (1578-1610), natural de Touvre (Angulema) fue factotum en Angulema
y considerado un extremista católico, que asesinó a Enrique IV de Francia. Pidió la admi-
sión en la orden de los Feuillants, aunque fue rechazado por su tendencia a las visiones. Tam-
bién solicitó admisión en los jesuitas en 1606, sin éxito. En 1609 tuvo una serie de visiones
en que se le instruía que convenciera a Enrique IV de que convirtiera a los hugonotes al
catolicismo. Entre 1609 y 1610 hizo tres viajes a París para comunicarle estas visiones al rey,
alojándose con Charlotte du Tillet, querida del duque d’Epernon. Sin conseguir hablar con
el rey, interpretó su decisión de invadir los Países Bajos como el inicio de una guerra contra
el Papa, por lo que decidió matarle. El 14 de mayo de 1610 le apuñaló en la calle. Ravaillac,
durante el subsiguiente juicio contra él, negó que nadie más estuviera involucrado. El 27 de
mayo, tras una última sesión de torturas, murió descoyuntado por cuatro caballos (y pre-
vias otras numerosas penalidades), muerte reservada a los regicidas. Su familia fue exiliada
y se les prohibió para siempre el uso del nombre «Ravaillac». En 1611 se acusó al duque
d’Epernon de ser el instigador de la muerte del rey. Para el tema del regicidio (tiranicidio),
ver Mousnier.
86
 Jacques Clément (1567-1589) nació en Serbonnes (Borgoña), y se hizo fraile dominico. Es
representado por los protestantes como un fanático religioso que planeó la muerte de Enri-
que III. Su plan podría haber sido fomentado por algunos miembros de la Liga, en especial
Catalina de Guisa, duquesa de Montpensier. Habiendo obtenido cartas para el rey, salió de
París el 31 de julio de 1589 y llegó a Saint-Cloud, cuartel general del rey, el 1 de agosto de
dicho año. Admitido ante el rey, le presentó las cartas y le comunicó que deseaba informarle
de algo confidencial. Los acompañantes del rey los dejaron solos y al ir a susurrarle algo al
Las Guerras de los Estados Bajos 287

crable, procedió, a lo que parece, en ella con simpleza o locura, creyendo


firmemente que acertaba; y, aunque se tiene este suceso por efeto de la
Providencia Divina, librando la cristiandad de los males que amenazaban,
el enojo y ceguera de aquel rey no disculpa la atrocidad del pecado que se
cometió en su muerte y el delicto, que lo fue, sin duda, el mayor que pue-
den cometer los mortales, permitiéndole Dios por sus justos juicios, como
con las armas infieles castiga tal vez las provincias y reyes más católicos.
Curaron al momento al rey de su herida, no con entera desconfianza de su
salud, hasta de los más modestos; que los lisonjeros para dentro de seis días
se la aseguraban: bajío de los más peligrosos que tiene toda la navegación
de la vida de un príncipe, pues al remate della, siendo tanto más largas y
dificultosas las cuentas que ha de ajustar y tanto más el espacio que piden,
nadie osa manifestarle a tiempo el peligro; aun hasta aquel último trance
no pueden librarse del veneno de la lisonja, a que viven sujetos siempre,
sin duda el más perjudicial de todos, pues, entre otras ruines calidades con
que excede a los demás, es sólo, entre todos los engaños, el que no se ataja
descubriéndole, que en quien le conoce, y aun en los que se previenen para
resistirle, hace efeto, tanto se ajusta con nuestro natural. Pasó el rey aquella
noche con algún sosiego, pero, hinchándosele la herida y el vientre, al otro
día comenzaron a desconfiar los cirujanos de su salud, y, en conformándose
hacia la noche el pasmo, le hicieron advertir que se moría. Los de la Liga, en
odio suyo, afirman que fue sin confesión; pero lo cierto es que se confesó,
como consta de una escritura hecha el cuarto día de agosto de aquel año,
confirmada por el cardenal Gondi, obispo de París, con once testigos, los
más principales que allí se hallaron, y entre ellos el que le confesó, el cual,
pidiéndole que le absolviese de cierto monitorio87 que había pronunciado el
Pontífice por la muerte del [59] cardenal Guisa y prisión del de Borbón, re-

oído le asestó una puñalada. Fue muerto inmediatamente por los asistentes del rey, al tener
noticia de lo sucedido. Enrique III no murió de inmediato, sino a la mañana siguiente. El
cuerpo de Clément fue luego cuarteado por caballos y quemado. El Papa Sixto V (y con él
la Liga y el mundo católico europeo) pensó en canonizarlo, claro está que sin considerarle
asesino, sino regicida legitimado. Podrá verse que la opinión de Coloma (como la de los
círculos monárquicos de toda Europa en la época) está acérrimamente opuesta al regicidio
(y hasta al tiranicidio) (ver Lavisse, vol. VI). Por su actuación con respecto a Enrique III,
el papa fue objeto de la obra François Hotman, sieur de Villiers Saint Paul, Protestation et
defense pour le roy de Navarre Henry III, premier prince de France, & Henry, prince de Condé,
aussi prince du mesme sang, contre l’iniuste & tyrannique bulle de Sixte V. publiée à Romme, au
mois de septembre 1585, au mespris de la maison de france. Traduicte du latin intitulé Brutum
fulmen Sixti V (Roma: s.i., 1587).
87
 «Monición, amonestación o advertencia que el Papa, los obispos y prelados diri-
gían a los fieles en general para la averiguación de ciertos hechos que en la misma
se expresaban, o para señalarles normas de conducta, principalmente en relación
con circunstancias de actualidad» (DRAE).
288 Las Guerras de los Estados Bajos

husó de hacerlo hasta que, ofreciéndose a obedecer en cuanto pudiese a los


mandatos de Su Santidad, recibió devotamente la absolución. Pero el haber
dejado nombrado por sucesor en la corona al de Béarne, sin acordarse del
cardenal de Borbón, que debía precederle, ni haber hablado en su libertad,
causa alguna duda en la calidad de su arrepentimiento, o por lo menos en la
total entereza del juicio, que pudo ocasionarlo (como queda dicho) el haber
tratado más de lo justo en declararle su cercana muerte.
Tal fue la que tuvo Enrique III, rey de Francia y antes de Polonia, ha-
biendo gozado poco más de trece años el reino, si gozarle pude llamarse con
los trabajos, guerras, desobediencias y cuidados que le tuvo, causado de las
disensiones que en él introdujo la herejía y no remedió su flojedad y descui-
do natural con que aborrecía el trabajo y los negocios, dejándolos en manos
de sus privados, a quien era demasiadamente rendido, y por la facilidad de
su condición, sujeto a miedos y sospechas. Tenía, a vueltas destos defectos,
algunas virtudes no poco estimables: era de agudo y presto entendimiento
y elocuencia muy eficaz, principalmente en el negocio que deseaba efetuar;
disimulaba el enojo sagazmente y los deservicios, aunque los olvidaba tarde.
Acabó con él la antigua esclarecida sucesión de la casa de Valois, después de
haber poseído la corona ducientos setenta años, y entre sus mismos autores
hay quien diga que, por haber procedido el rey Felipe el Hermoso con de-
masía contra el Papa Bonifacio, y después con la clerecía y los templarios, se
extinguió su sucesión. Y a la verdad no causa poca admiración haber visto
perecer aquel gran linaje, apoyado poco antes con cuatro hijos varones de
Enrique II: tal es la firmeza que se puede adquirir en las cosas desta vida, a
quien Dios con supremos fines gobierna, sin que pueda rastrearlos ni preve-
nirlos el juicio de los hombres, cuya prudencia debe, acordándose de las cosas
pasadas, tratar de las presentes lo más advertidamente que se pudiere, y jugar
algunos pocos lances no más en las futuras, pues siendo tan dudosas como
se ve es error cargar todo el cuidado en ellas, que por mirar siempre adelante
tropezará el que lo hiciere en la piedra que tuviere a sus pies88.
[60] Causó este suceso en el ejército francés la confusión que se puede
pensar, alterando, como acontece siempre, este gran accidente los ánimos
y esperanzas de todos: tan flaco es el fundamento que tienen los discursos
humanos, pues pudo impedir cuanto trazaba un rey y había de ejecutar sus
fuerzas el atrevimiento o la locura de un hombre tan humilde. Comenzó
toda la gente de guerra, después de dada la obediencia al príncipe de Béarne,
a dividirse de manera que no fue posible pasar por entonces adelante el sitio
de París, tanto por la falta de la mayor parte de la nobleza, que se retiró a sus

88
 Las reflexiones de Coloma no cuadran, claro está, con panfletos del tenor siguiente: René
Ambillou, Discours de la guerre civile et mort très-regrette de Henry III. roy de France & de
Pologne (Tours: J. Mettayer, 1590).
Las Guerras de los Estados Bajos 289

casas, como por no acudir los realistas de París a los negocios del de Béarne
con la prontitud que solían al servicio de su rey y señor natural; a quien los
pueblos, aunque se hallen justamente quejosos de algunas faltas suyas, aman
con cierta especie de reverencia diferente que a los demás hombres. Causa fue
también desto la opinión en que estaba de no católico, a cuya causa, y por
tocarle antes la corona al cardenal de Borbón, como se ha dicho, vinieron
todos de buena gana en la elección que el bando de la Liga hizo del cardenal,
jurándole y dándole, aunque ausente y preso, la obediencia como a su rey y
señor, y al duque de Humena como a su lugarteniente general. No reparaba
esto totalmente el estado de las cosas presentes, por la edad del cardenal y la
imposibilidad de dejar sucesión, y en cierta manera calificaba el derecho del
de Béarne; pero escogióse por medio breve, para dar tiempo a consultar más
maduramente y resolver con mayores apoyos lo que conviniese para adelante,
pareciendo que al partido de la Liga daría autoridad esta sombra siquiera de
rey, que tanta Fuerza tiene con los pueblos, a quien siempre fue sospechosa la
junta de los nobles sin él. Enviaron los príncipes de la sangre real aliados con
el bearnés un embajador al Papa, justificando su causa, y lo mismo hicieron
los del bando de la Liga, de que resultó enviar Su Santidad por su legado a
latere al cardenal Gayetano a París, favoreciendo en esto y en otras muchas
demostraciones a los colegados. Los cuales, reforzados de gente, llevaron su
ejército a Normandía, y el de Béarne, después de haber tentado en vano a la
ciudad de Roán, viéndose con menores fuerzas que los colegados, se retiró a
Diepa, cediendo a la fortuna por entonces, como con gran valor y prudencia
[61] lo hizo este príncipe muchas veces, dando lugar con eso a lograr sus or-
dinarias mudanzas. Allí se defendió del ejército de la Liga, que luego fue en
su busca con la fortaleza de aquella plaza y del castillo de Arqués, hasta que,
viniendo en su socorro con gruesas tropas el duque de Longueville y el maris-
cal de Aumont, desalojó el de Humena y, pasando la Soma, entró en Picardía
para dar calor a los católicos de la villa de la Fera, de la cual se apoderó por
industria del senescal de Montalimar, matando éste por sus manos y (a lo que
se dijo) en son de amistad al marqués de Menele, que la tenía por la Liga y
trataba de entregarla al de Béarne. El cual tomó en este medio a Heu y de allí
pasó otra vez a Diepa para aguardar el socorro de cuatro mil ingleses que le
enviaba la reina Isabel. Aumentó con ellos su ejército, de suerte que se atrevió
a volver a poner sitio a París, deseoso también de retirar de Picardía al duque
de Humena, cuyas fuerzas, juntas con las del rey (que a cargo de monsieur
de la Mota estaban ya apercibidas en las fronteras de Artois), le comenzaba
a parecer demasiadas. Y, llegado de repente, saqueó los burgos de San Ger-
mán, de Santiago y de San Marcelo. Entró pocos días después en París con
gruesas tropas el duque de Nemúrs, y luego el de Humena, que fue de gran
momento para muchas cosas, y en particular para tener a raya a los políticos,
que comenzaban ya a tumultuar. Viendo, pues, el bearnés la poca posibilidad
290 Las Guerras de los Estados Bajos

que tenía por entonces de proseguir el sitio de París, levantó el campo y con-
secutivamente tomó con poca o ninguna resistencia a las villas de Estampes,
Gionvila, Vendôme, Mans y Alansón, sin que el duque de Humena juzgase
a propósito el pasar la Sena en su socorro ni desamparar a París, adonde cada
día se iban descubriendo más ruines humores. Éstas son las cosas más nota-
bles que pasaron este año en Francia, de que he procurado desembarazarme
con brevedad, sin dejar de tocarlas como de paso; lo primero por no estar aún
interesadas las armas del rey, aunque sí el dinero y los amigos; y lo segundo
por hacer más inteligible la narración de los años venideros, en que forzosa-
mente habré de alargarme más, por acompañar a las banderas y estandartes
españoles, cuyo suceso es nuestro principal asunto.
En sabiendo el duque de Parma en Aspa, adonde estaba, la [62] muerte
del rey de Francia, mandó luego a monsieur de la Mota que con su regimiento
de valones y los del marqués de Rentí, monsieur de Guerpe, conde de Bossú
y los regimientos de alemanes de Ferrante Gonzaga y don Juan Manrique, las
compañías de caballos de don Alonso Idiáquez, don Juan de Córdoba, don
Pedro Moreo y las de arcabuceros de a caballo de los capitanes de la Escole y la
Biche, con las ordenanzas del duque de Arscot, príncipe de Simay y conde de
Égmont, que por todos podían hacer número de cinco mil hombres, se aloja-
se entre Hedín y Bappames, a la raya de Francia, y que allí aguardase la orden
de lo que había de hacer. Fue casi en esta ocasión cuando se mandó dividir
el tercio viejo del campo del conde Carlos, y a esta causa creyeron algunos
que le mandaban encaminar allá; pero hízose dél lo que dijimos en su lugar,
y del campo de monsieur de la Mota lo que veremos en el discurso del año
siguiente. El cual desde fin de otubre déste estuvo alojado en Pas, en Artois,
sin desmandarse un hombre a entrar en Francia debajo de ningún pretexto.
Y esto por el buen cuidado de la Mota, y principalmente por comenzarse ya
a emplear en esta gente, como destinada a la guerra de Francia, el dinero que
con particular cuidado se enviaba para aquel efeto; y hízole tan malo como
veremos presto esta diferencia, pues cuando estas tropas gozaban poco menos
que de sus pagas cada mes, la demás gente padecía mil descomodidades, que,
exageradas por el vulgo de los soldados, no podían dejar, según su natural
condición, de producir ruines intentos y peores efetos.

Fin del Segundo libro


Las Guerras de los Estados Bajos 291

[63] LIBRO TERCERO


Año de 159089
Andaban al principio deste año 1590 muy vivas las inteligencias con Fran-
cia y las trazas del comendador Juan Moreo comenzaban a hacer grandes
efetos. Y así, para empezar a dar orden a esto, volvió el duque de Parma a
Bruselas a los 6 de hebrero, muy mejorado, al parecer, de sus achaques y con
grandes deseos de tentar la fortuna con el rey de Navarra, siempre que se le
mandase entrar en Francia; aunque no dejaba de representar al rey en todas
las ocasiones que, para no más de sustentar lo ganado en los Países Bajos y
hacer de veras la guerra en Francia, eran necesarias muchas más fuerzas y
mayores provisiones de dinero de las que se tenían. El hablar el duque en sus
cartas en esta materia con la libertad que debe un buen criado a su señor y
usar el mismo lenguaje en Bruselas sus ministros, dio ocasión a que Moreo
(que, por verificar sus promesas y conseguir sus esperanzas en Francia, no
reparaba en el peligro a que se ponían los estados de Flandes) escribiese a la
corte desconfiado de la voluntad del duque en lo tocante al socorro de la Liga,
con término poco decente y menos recatado de lo que fuera justo. Estas cartas
llegaron a manos del príncipe de Béarne y poco después, por conveniencias
de estado, a las del duque de Parma, que lo sintió como era razón, y a su tiem-
po lo mostró, como se dirá. Entristeció poco después los ánimos de todos la
pérdida de la villa de Breda, una de las más principales de Brabante y de las
más fuertes, que pasó desta manera90.
Había, como se ha dicho, hecho merced el duque de Parma a Eduardo
Lanza Vecha del gobierno de Santa Gertrudembergue, con retención del de
Breda; consejo peligroso y lleno de mil inconvinientes siempre, y merced no
sólo dañosa a quien la hace, sino también a quien la recibe, pues empeñar su
honra en el cuidado ajeno parece que no puede apetecerlo la ambición más
ciega. Fuelo la de Lanza Vecha en más que abrazar los dos gobiernos, pues,
pudiendo dejar en su lugar de Breda algún soldado de su nación experimen-

89
 Argumento: Toman los rebeldes a Breda por estratagema. Castiga el duque de Parma el poco
valor de aquel presidio. Toma el conde Carlos a Sevenbergue. Tienta Mauricio en vano a
Nimega. Amotínase el tercio de don Juan Manrique y págase. Forma el duque otro tercio
de españoles. Sucesos de Francia; sitio de París y su socorro por el duque de Parma, el cual
sitia y toma a Legní y después a Corbell, ambas por asalto. Entra el duque en París; vuélvese
a los Países Bajos y en Pontarsí es acometido por el príncipe de Béarne, con pérdida de repu-
tacióny gente francesa. Progresos del coronel Verdugo en Frisa, de donde sale mal contento
el tercio de Manuel de Vega Cabeza de Vaca.
90
 El eco de las derrotas en la Inglaterra de Isabel I se puede apreciar en panfletos como el si-
guiente: An Abstract of the proceedings of the French king. The defeating of the Duke of Parma’s
forces. The preparation of His Maiestie for the reducing of his towns in Normandy. (London:
Printed for W. Wright, 1590).
292 Las Guerras de los Estados Bajos

tado y valeroso a quien encargar su honra, mientras atendía a la fortificación


de Santa Gertruden, en que estaba ocupado, dejó un hijo suyo, llamado Pablo
Antonio, mozo de diez y ocho años, el cual desde el castillo adonde habitaba
atendía más a los ejercicios capaces de su edad que a los que fueran menester
para asegurar una plaza de tanta importancia; fiado también en la experiencia
y solicitud del sargento mayor Francisco María Graso, como si el tener de
quien tomar consejo, y el no pedirle, sucediese raras veces. A este sargento
mayor había su padre encomendado, entre otras cosas, muy en particular que
no dejase entrar barcas de carga de las que con licencia del conde Mauricio
solían bajar de Holanda y subir de Breda por el río Merque, el cual, atravesan-
do parte de la villa y por medio del castillo desagua en aquellos brazos de mar
más abajo del fuerte de Noordam, junto a Sevembergue. Había en el castillo
soldados italianos de guarnición y en las villas las compañías de don Francisco
Ventimilla, que gobernaba la gente, César Guerra, Domínico Ripeta, Jeróni-
mo Gracián y Jacomo Janfilachi, aunque este último se halló ausente. Había
también la compañía de lanzas del marqués del Vasto, gobernada por el Tarla-
tino, su teniente, soldado de cuenta entre su nación. Supo el conde Mauricio
el poco cuidado que, sin embargo de la orden dada por Lanza Vecha, había
en reconocer las barcas que entraban en la villa por el castillo, y, mandando
apercebir una con un [65] sobrado falso, donde metió setenta hombres esco-
gidos de todo su ejército, la hizo cargar de tuba, que es la leña ordinaria de
aquel país; y, encomendando la empresa al capitán Carlos de Herrouguières,
natural de Cambray, apercibiendo dos mil hombres a cargo del conde Holach
con que segundar a la primera nueva del buen suceso, él con tres mil más se
dispuso a echar el resto, cuando lo necesitase la resistencia, que no hubo. Par-
tió la barca del aldea de Terlever, en la isla de Clundert, tres leguas de Breda,
el Merque arriba, la noche de los 25 de febrero, y tras varias dificultades de
hielos, vientos contrarios y bajas mareas, que los detuvo en el camino cerca
de nueve días, llegó finalmente junto al primer rastillo cosa de hora y media
antes de anochecer; y, sin ser reconocida por el sargento mayor (que, por ha-
llarse jugando y perdiendo, envió dos cabos de escuadra en su lugar), acabó
de entrar del todo dentro del castillo. Cuéntase por gran maravilla que ya a
esta sazón estaba el pontón tan maltratado de los hielos y golpes, que había
dado en tierra con las bajas mareas, que llegaba casi a la cintura el agua a los
soldados; y que uno de ellos, apretado de la tos, pidió con gran insistencia que
le matasen, por no dañar a sus compañeros. Un ciego que reconociera el bajel
descubriera el engaño; y fueron tales los exploradores, que en lugar de hacerlo
se fueron a beber a una taberna con el patrón de la barca, y se estuvieron
hasta cerca de las ocho de la noche. Debían ser poco más de las once, a los 3
de marzo, cuando salió el capitán con sus soldados y de tal manera menearon
las manos, que en un instante se apoderaron del primer cuerpo de guardia, y
tras él, con poca resistencia, de la puerta que sale a la villa; y en ambas partes
Las Guerras de los Estados Bajos 293

mataron al pie de treinta hombres. En medio del castillo está la torre del ho-
menaje, rodeada de fosos con agua y puente levadizo; donde, viendo el pleito
mal parado, se hizo fuerte el capitán Pablo Antonio Lanza Vecha con algunos
soldados. Comenzáronse a juntar los burgueses91 en su cuerpo de guardia de
la villa al estruendo y vocería que oyeron del castillo, acudiendo también los
italianos al suyo; y en lugar de ir luego a cortar el puente que sale del castillo
a la villa o de hacerse fuertes en la puerta de Amberes para aguardar el socorro
(que no les podía faltar en breve), se resolvieron en salvarse y desamparar la
plaza; y al punto lo hicieron, sin [66] embargo de la instancia que contra esta
vergonzosa resolución les hizo el conde Vicencio Capra, alférez de don Fran-
cisco Ventimilla. Pero ellos, turbados ya, insistieron en su primer propósito
con tanto temor, que por no aguardar a que trajesen las llaves de la puerta,
la hicieron pedazos. La compañía de caballos fue la primera a desamparar
la tierra, sin olvidar su bagaje, y tras ellas con la misma prevención salieron
los demás, sin dar oídos a los burgueses de la villa, que se ofrecieron todos
con gran valor a la defensa de la patria y de la reputación del rey su señor;
pero nada desto bastó a detener aquellos ánimos, que, habiendo comenzado a
faltar a las obligaciones de la honra, sólo trataban de salvar confusamente las
vidas. Llegaron a la puerta del burgaraute de Amberes, cuando con gruesas
tropas de infantería y caballos salía por ella el coronel Cristóbal de Mon-
dragón, avisado del suceso del castillo de Breda, deseosos todos de emplear
sus vidas en la defensa de aquella importantísima plaza. Llegó poco después
de la salida de la gente el conde Holach con la primera tropa del socorro, y,
en viéndole asomar los de Lauza Vecha, se rindieron, dejando las armas y el
bagaje en poder del enemigo. Tentaron de defenderse por un rato los bur-
gueses, pero, en sabiendo que se acercaba el conde Mauricio con lo restante
de su ejército, se resolvieron en capitular, rescatando el saco con treinta mil
ducados, que desembolsaron luego, obligándose a recibir la guarnición que el
conde Mauricio quisiese meterles. El cual, alegre lo que se puede pensar deste
suceso, hizo gobernador de aquella plaza al capitán Carlos de Herroguiéres,
que la ganó; y, dejándole dos mil hombres de guarnición, volvió a Holanda
contento y vitorioso.
Sintió el duque de Parma este suceso por muchas razones: la primera, por
la importancia de la plaza, llave del país de Campiña, el más poblado y, aun-
que estéril en sí, de lo más provechoso del ducado de Brabante, a quien desde
ella se podía poner casi todo en contribución, y por otras consideraciones en
orden al servicio del rey y al buen suceso de aquella guerra. Pero lo que por
ventura le afligió más vivamente el ánimo fue el deslucimiento que se le se-
guía a la nación italiana, que, dado que esta mancha (pues la culpa no puede

91
 Ver Verdonk 1980, 68 et ss. para una discusión sobre el origen francés (en Flandes) de la
voz burgués.
294 Las Guerras de los Estados Bajos

ser de quien no la comete) no la abrazaba toda, el sentimiento della es [67]


sin duda que era universal, especialmente habiéndola el duque comenzado a
favorecer, contra la opinión de su padre, con algún exceso. No hubo, mientras
el duque vivió, tercios de italianos en Flandes: decía este príncipe prudente
y lleno de experiencia que, aunque el provecho que su hijo anteponía -y con
razón de la emulación que forzosamente había de nacer entre los españoles e
italianos- era muy grande y podía ser de mucho fruto eso y su valor, era sin
comparación mayor el daño que se seguiría, si, aficionándose su hijo (como se
aficionaría sin duda) a su propia nación, llegasen los españoles a tener celos de
los italianos y a persuadirse que los amaba más y los estimaba en tanto como
a ellos. Y en esta conformidad le escribía muy de ordinario que, si quería
alcanzar prósperos sucesos, conservase el crédito que con los españoles tenía,
honrándolos, haciéndoles merced y arrojándolos a los peligros, de donde era
cierto que saldrían con la reputación que siempre. Añadido, pues, este sen-
timiento a la ley de la guerra, presos los capitanes de Breda (salvo el Rapeta,
que probó haber procedido bien) y el teniente del marqués del Vasto, con la
presteza que la ira -acompañada de la razón y de la autoridad- ejecuta les fue-
ron cortadas las cabezas en las vallas del palacio de Bruselas. A don Francisco
Ventimilla salvó, aunque más culpado que todos, su mucha nobleza y pocos
años. Sobrevivió este caballero menos de uno a su desventura, ahogándose en
el puente de Palermo con otros muchos que acabaron allí desgraciadamente
sus vidas. Su compañía dio el duque al conde Vicencio Capra, alférez que
era della, en pago del buen ánimo que mostró y de los protestos que hizo,
procurando que se opusiesen todos al enemigo y darles a entender que no
podía ofrecérseles en toda la vida mejor ocasión de perderlas que en defensa
de su honra.
Éste fue el suceso desta infelice pérdida y ella después ocasión de otras
muchas, como se verá. Dejó también el gobierno de Santa Gertruden Lanza
Vecha, que se volvió harto afligido a la ciudad de Alejandría de la Palla, su
patria, donde vivió pocos meses, dejando bastante ejemplo y escarmiento de
la brevedad con que malogra en la guerra la reputación adquirida en muchos
años una sola hora de descuido o desdicha, que así se habrían de llamar los
defectos de [68] quien suele acertar. Mandó el duque entrar en aquella plaza
el tercio de borgoñones del marqués de Barambón, en que podía haber mil
y trecientos, encomendando el gobierno a monsieur de Waterdick, teniente
coronel del marqués y soldado de valor y experiencia. Al viejo Lanza Vecha
culparon todos más de ambicioso que de falto de valor, y siempre será teni-
do con razón por tal y por temerario, no sólo quien se atreviese a obligar su
honra en dos partes (siendo menester todo un hombre para acudir al cumpli-
miento de sus obligaciones en una), pero quien se consolare de estar cuatro
meses, cuanto más años, ausente de la plaza que se le tiene encomendada, sin
orden expresa de quien se la puede dar, aunque los generales (y aun los reyes)
Las Guerras de los Estados Bajos 295

no reparen en ello. Que a quien el gusano de su honra no le persuade a que


esté atado a las murallas que se obligó a guardar, no se lo persuadirá el miedo
de la pena, si es hombre de honra, como lo han de ser los que se escogen para
tales confianzas.
Estaba todavía en su rigor el invierno y el duque de Parma, sin reparar
en él, antes pareciéndole que en el tiempo dedicado al descanso se logra y
luce mejor el trabajo, envió al conde Carlos de Mansfelt con el tercio de don
Francisco de Bobadilla, alojado en Brabante y con seis infantes de naciones,
a procurar cerrar con fuertes a Breda y quitarle con ellos la comodidad de
correr el país de Brabante. Hizo el conde algunos de la parte de la campiña
en lugares competentes92 y, queriéndola incomodar por la mar, ganó la villa
de Sevembergue con poca dificultad. Intentó también de ganar el fuerte de
Nordam, pero hubo de dejar la empresa, forzado de las grandes lluvias y furias
de las crecientes de la mar, que casi le imposibilitaron el retirar la artillería.
Sin embargo desta dificultad, volvió el conde a continuar el sitio de Breda,
cuyo presidio, por ser muy grueso, hacía ordinarias salidas; en una de las
cuales acometió el cuartel de la caballería por una avenida que guardaban
cincuenta infantes valones, los cuales le entretuvieron hasta que pudo ponerse
a caballo el comisario general Jorge Basta y su gente, con que al punto cargó
al enemigo con resolución. El cual, retirándose a la villa y hallando ocupado
el paso por el capitán Cornelio Gasparino con trecientos infantes italianos,
que valerosamente le acometieron por [69] el costado, faltos de ánimo y de
consejo los capitanes holandeses, se escaparon a uña de caballo, dejando al pie
de cuatrocientos herejes entre muertos y presos.
Mientras el conde Carlos procuraba apretar a Breda, deseoso el conde
Mauricio de apartarle de allí, tentó la diversión con arrimarse a Nimega, cuya
importancia considerada por el duque mandó al conde Carlos que su ejército
y gran diligencia marchase en su socorro. Pasó el conde al país de Güeldres
con siete mil infantes y dos mil caballos, donde supo que, habiendo tentado
a Nimega los enemigos por entrepresa93, plantando dos petartes94 (ingenio
que se comenzaba a usar entonces) en la puerta de Hersel, siendo sentidos
por el presidio y ciudadanos y prevenido el daño, se habían retirado desotra
parte del Vaal, [64] y poco después, reforzados de gente y de pertrechos, ten-
taban el sitio a viva fuerza, plantando su artillería y abriendo trincheras con
tanta prisa, que comenzaban ya a temer los nimegueses, aunque animados de
monsieur de Guilleín, su gobernador, y de alguna gente de Bolduque, Grave

92
 En la edición de 1635 se especifica más: «Y uno en el villaje de Terheldren, hacia Holanda,
que con trecientos valones se encomendó al capitán Antonio Grobendonck».
93
 En el sentido de interpresa, «empresa» («acometimiento», «propósito» < entreprendre, fr.). La
voz es una hápax en Coloma (y Calderón), y como tal (y préstamo del francés, en Flandes)
la estudia Verdonk 1980, 89 et ss.
94
 Del francés, en el sentido de «petardo», tubo relleno de pólvora.
296 Las Guerras de los Estados Bajos

y Ventó, que habían enviado de socorro los gobernadores de aquellas plazas.


La noche que el conde Carlos llegó a Moquen desalojó Mauricio y volvió a
pasar el Vaal, desconfiado de buen suceso; desde Moquen envió el conde Car-
los grueso socorro de gente y vituallas a Nimega y a los 9 de junio entró con
alegría universal de los sitiados, gente católica y aficionada al servicio del rey.
Pasado el enemigo a la isla de Betua, comenzó a levantar un fuerte en el
dique frontero de la ciudad con intento de inquietar desde allí con la artille-
ría, aunque el río en medio, de anchura de tiro de mosquete, la cual asestada
ante todas cosas en odio de la religión, a la torre de la iglesia mayor, que era
muy hermosa y de artificiosa estructura, en breves días la derribaron casi toda.
Apercebíase el conde para pasar el río con intento de echar de allí al enemigo,
y para esto hizo bajar algunos pontones y envió a pedir al duque la gente y
pertrechos necesarios. El cual, resuelto a socorrer a París, le envió a mandar
que volviese a Brabante con aquel ejército, dejando las cosas de Güeldres en
el menos mal estado que fuese posible. Tan poco temeroso de recebir daño
en sus cosas, desviaba dellas el rey sus armas [70] por asistir a las ajenas; oca-
sionó esto después la pérdida de aquella importante ciudad, como se dirá a
su tiempo.
Desconfiado Mauricio de ganar por entonces a Nimega, dejó buena guar-
nición en el fuerte y en él una plataforma con doce cañones, que de noche y
de día fulminaban sobre aquella pobre ciudad y todo un año entero, con in-
creíble daño de los edificios, aunque con más increíble dicha de las personas,
pues es cosa cierta que en todo aquel tiempo no murieron de cañonazos sino
sólo una vieja y dos muchachos. En pasando el conde Carlos la Mosa, pasó
Mauricio el Vaal, haciendo muestra de ir en su seguimiento; pero, después
de tomado y arruinado el fuerte de de Dodedael, entró en la isla de Bomel y
tomó el castillo de Heel, tan mal defendido del capitán Mosquetier, que se
rindió antes de ver la artillería. Lo mismo hizo el que tenía a su cargo el fuerte
de Crevecour, y con poca más resistencia los que estaban de guarnición en
los fuertes de Hemert y Herpe, de uno de los cuales salió también rendido
el capitán Antonio Grobendonck, que fue la primera y última desgracia que
tuvo este capitán, harto valeroso y nombrado después; al cual la poca suerte
de aquel suceso le sirvió de estímulo para despertar su valor, que le mostró
siempre en muchas ocasiones, y hoy en día le muestra gobernando la ciudad
de Bolduque con particular vigilancia y lealtad. Heme querido desembarazar
de las cosas de Flandes de una vez, para entrar en las de Francia, que ha ya
gran rato que me llaman, como las que en este tiempo llevaban principalmen-
te a sí los ánimos de todos.
Alojaba, como se ha dicho, el tercio de don Juan Manrique en los burgos
de Cortray y villa de Menín, traído allí por el duque para comenzar a dar
calor a las cosas de Francia, y en particular al ejército que a cargo de monsieur
de la Mota estaba en Pas, en Artois. Debíansele a este tercio, como a todos los
Las Guerras de los Estados Bajos 297

demás, muchas pagas, y, cuando por ocasión de su entrada en el alojamiento


esperaban algunas con que entretenerse, llegaron los contadores del sueldo a
sacar las cuentas de sus alcances, tan deslumbrados, que hasta con las palabras
(que suelen darse buenas de balde) no dudaron de irritar aquellos ánimos in-
cultos y fieros. Rompió finalmente la rabia y la cudicia el hilo a la vergüenza
la noche de los 15 de enero deste [71] año y, como se suele<n> en semejan-
tes insolencias, comenzaron a haberlas con Diego Dávila Calderón, que los
gobernaba, y principalmente con el sargento mayor Diego Ortiz, con quien
estaban mal por el rigor con que les castigaba sus desórdenes, y con los capi-
tanes y oficiales con tanta furia, que milagrosamente escaparon de sus manos,
quien arrojándose por la muralla y quien escondiéndose por los más viles
rincones. Y, en viendose sin banderas y sin vergüenza, cerraron tan de impro-
viso con la guardia flamenca que asistía a la puerta de la villa, que con muerte
de algunos se apoderaron della, adonde se alojaron a discreción. Hicieron su
electo y consejeros, y, enviando trecientos hombres a Menín, hallaron que
habían echado ya las banderas y los capitanes, y en particular a Juan de Paz,
que los gobernaba, y que venían marchando para juntarse con los demás en
Cortray, desamparando a Menín, por tener unidas sus fuerzas. Comenzó esta
gente a poner en contribución todo el condado de Flandes, usando en esto y
en el gobierno político más disciplina de la que se pudiera esperar de gente
amotinada. Mandó el duque alojar las banderas con el gobernador Diego Dá-
vila, capitanes y oficiales en Nuestra Dama de Hal, y, pareciéndole que cosa
de treinta alféreces y sargentos reformados que se habían salido y escapado del
motín podían ser de más servicio entre los sediciones que en el alojamiento,
con una orden general en que los nombraba a todos mandó que se volviesen a
Cortray, fiando de su celo e industria que encaminarían los ánimos de aquella
gente desordenada ya que no a una total redución y obediencia a sus superio-
res, a lo menos a una modestia en las demandas capaz de podérselas conceder
sin vergüenza. Y cierto que consiguió su efeto el duque con esta diligencia,
aunque a muchos dellos no les ha servido de disculpa la orden del general,
pues veo que hasta hoy les obsta en sus pretensiones haberse hallado en esta
alteración, si bien los que recibieron sus remates con razón malograron esta
disculpa, pues ni se les ordenó, ni pudo, tal particularidad, y, cuando tuvieran
tal orden, fuera bien excusarse de obedecerla, siendo sólo en este caso lícita la
inobediencia. Pero la necesidad de aplicar el hierro y el fuego a esta contagion
y la conveniencia de desarraigar de una vez este género de gente escandalosa
y [72] bestial del número de los fieles, ha hecho general el rigor, dejando de
eceptuar estos pocos o inocentes o menos culpados, no siendo ésta la primera
vez que los desdichados, como los delincuentes, sirvieron a la ira y al escar-
miento. Envió el duque a concertar esta gente por le mes de abril al príncipe
de Ásculi, el cual, cercenándoles con su prudencia y autoridad muchas de-
mandas impertinentes, les concedió la paga entera de su remate y que desde
298 Las Guerras de los Estados Bajos

aquel día en adelante se entendiese ser el escudo de la paga del soldado de a


diez reales con nombre de un felipe, moneda que en aquel país vale cincuenta
placas, quitando para siempre una cierta computación de moneda, entendida
apenas por los contadores95 más pláticos y dañosa no solamente a los solda-
dos, pero también al rey; y así se admitió este capítulo con tanto aplauso de
todos, que hasta hoy se ha observado, causando siempre nueva admiración el
ver que de una sentina96 tan abominable como es un motín pudiese salir un
acuerdo tan santo y tan justificado. Prometióles el príncipe de Ásculi, de parte
del duque, aunque no hubo capítulo por escrito, que les mudaría el sargento
mayor, consejo poco acertado, que causó después bien ruines efetos, como se
irán apuntando a su tiempo y como sucederá siempre que el súbdito supiere
que puede tener algún género de mano contra quien le gobierna.
Había hecho el duque merced, dos años antes, a don Antonio de Zúñiga de
la compañía de caballos de Juan Anaya de Solís, y el día que salió este tercio de
Cortray, que fue a los 24 de mayo, le hizo maese de campo dél y su compañía
se dio a don Fadrique del Águila; la plaza de sargento mayor se dio al capitán
Bartolomé de Torralba y su compañía de arcabuceros al capitán Alonso Ruiz
Fajardo, uno de los reformados del tercio viejo; al gobernador Diego Dávila
Calderón se le dio la compañía de caballos que vacó algunos meses después por
muerte de don Pedro Moreo; otras algunas compañías del tercio, cuyos capita-
nes se habían ido a España, se proveyeron parte en capitanes de los reformados,
como fueron Juan Ramírez, Andrés de Castro, Andrés de Miranda, don Diego
de Medina Carranza, y parte de alféreces (dellos fueron Antonio de Espinosa,
Hernando de Isla, Gilberto Pérez Machón, Francisco Vega de Mendoza, [73]
don Juan de Tassis, don Pedro Sarmiento y otros). Finalmente el tercio salió de
Cortray a los últimos de mayo, muy lucido y muy entero, que contenía al pie de
dos mil infantes, y comenzó a marchar la vuelta de Artois, adonde se aparejaba
la masa del ejército para socorrer a París.
Deseó el duque con una misma acción levantar un tercio de las cenizas del
viejo y hacer merced a don Alonso de Idiáquez, no menos por sus méritos y
partes personales que por contemplación de don Juan, su padre, ministro de los
principales del rey97 y persona llena de integridad, virtud y nobleza dignas de
su fortuna; y así, juntando las compañías del dicho tercio, que había dividido
antes por los presidios, como se dijo tratando de su reformación, y algunas

95
 En el sentido de «persona nombrada para liquidar una cuenta» (DRAE), o «contable».
96
 Se entiende como lugar lleno de inmundicia y mal olor o «cavidad inferior de la nave, que
está sobre la quilla y en la que se reúnen las aguas que, de diferentes procedencias, se filtran
por los costados y cubierta del buque, de donde son expulsadas después por las bombas»
(DRAE).
97
 Don Juan de Idiáquez y Olazábal, 1540-1614. Para su figura como embajador y consejero
de Felipe II, ver Pérez Mínguez. Para un perfil biográfico de padre e hijo, ver Alzugaray et
al. 106-7.
Las Guerras de los Estados Bajos 299

de las que dos años antes había traído don Antonio de Zúñiga, que también
habían estado alojados hasta entonces, añadiendo a todas estas las de Esteban
de Legorreta, Patricio Antolínez y Luis Macián, de las de la armada, formó un
tercio de veinte y una banderas, de que hizo maestro de campo a don Alonso,
dándole por sargento mayor a Simón de Itúrbide, que pasó con su compañía
de arcabuceros del tercio de don Antonio al suyo. Llegó a tener este tercio al pie
de dos mil hombres, a quien se mandó seguir la misma derrota que el de don
Antonio, y juntos entraron en Francia con los demás, como veremos luego. El
tercio de don Francisco de Bobadilla, gobernado (como se ha dicho) por Ma-
nuel de Vega, mandó el duque ir a Frisa, y al conde Carlos de Mansfelt pasar
la Mosa con algunos regimientos de naciones. Quedábanle encomendadas al
conde las armas en los Países Bajos, mientras los gobernaba su padre en ausen-
cia del duque; el cual dejó orden que procurase no traer a Brabante el tercio de
don Francisco, ni le alojase en tierras cercadas, medroso de que había de querer
seguir el ejemplo de los demás, que se temía con tanta mayor causa, cuanto eran
más los soldados que voluntariamente se habían ido a él del tercio viejo, en odio
de los del de don Juan por ocasión de la resistencia que les hicieron la noche de
la isla de Bomel, y presto veremos del inconviniente que fue no obedecer el de
Mansfelt a esta prevención tan antevista por el duque.
Pendía la suma de las cosas de la cristiandad del suceso de las de [74]
Francia, donde tenían puestos los ojos todos los reyes y potentados, y muchos
dellos sus fuerzas. Súpose en principio deste año en Francia que venía en
calidad de legado a latere el cardenal Gaetano, a quien hizo saber el príncipe
de Béarne por indirectas que, si venía derecho a él, le trataría como era justo,
y, si no, como a enemigo; pero desengañóse presto viendo que con gruesa
escolta que se le dio de gente de la Liga entró en París, adonde consoló con su
presencia los ánimos de todos los católicos, y en particular a don Bernardino
de Mendoza98, embajador del rey, a cuyo servicio atendía todo lo que se pue-

98
 Ver mi introducción en Cortijo & Gómez Moreno, donde me explayo por extenso en la
descripción de la embajada de don Bernardino en París y en su actuación durante los sucesos
bélicos de la Liga. La historiografía contemporánea y posterior le juzga, además de fiel y leal
servidor de los intereses de Felipe II y España, como responsable de ejecutar la política es-
pañola de relación con la Liga, del desembolso de dinero a los Guisa, así como de organizar
una compleja red de espionaje político (desde París) que llegaba a Roma, Venecia, Francia,
Holanda e Inglaterra. En cualquier caso fue el centro en torno al cual giraban las maniobras
de la política hispana con relación a Francia y Holanda hasta su salida de París, casi ciego,
tras de haber ayudado a la población más necesitada en las penurias del asedio y carestía de
víveres. Aunque la historiografía inglesa ha solido ver en él un ejemplo de la intransigencia e
intolerancia españolas, un juicio menos partidista debe verle como modelo prototípico del
súbdito fiel a su monarca, cuya conducta estuvo motivada por fuertes convicciones persona-
les. En cualquier caso no hizo nada que difiera de la conducta de los validos y ministros de
Isabel I, o de los Orange, Nassau y monarcas franceses. Sobre los sucesos del asedio de París,
ver el clásico trabajo de Suárez Inclán, así como Jensen y las interpretaciones de Kamen.
300 Las Guerras de los Estados Bajos

de encarecer y cuanto pudiera prometerse de una persona de tanta calidad y


experiencia. La intención del Papa era99 encaminar las cosas a que, dejadas las
armas, viniesen todos a reconocer por rey al cardenal de Borbón, y que, si el
de Navarra se resolvía en abjurar los errores de Calvino, que profesaba, fuese
también tenido y jurado por príncipe heredero de aquella corona, y no de
otra manera. Justificada demanda y poco perjudicial al de Béarne, aguardar a
suceder a un viejo incapaz de sucesión por la edad y por el estado, si la afición
a su religión entonces, o la comodidad de los socorros que ella le traía, no
mostrara presto la imposibilidad de concederse, especialmente no siendo me-
nos dificultosa la paciencia en el deseo de reinar, que fácil cosa es desbaratar
el tiempo y sus ordinarios accidentes las esperanzas más bien asentadas. Y así,
ensordeciéndose las leyes y la justificación de los derechos al ruido de las ar-
mas, hubo de hacer el legado oficio de soldado, como veremos en el discurso
del sitio de París, que ya se nos acerca.
Rindióse a los 6 de enero deste año al duque de Humena la villa de Pon-
toisa, desde donde pasó a ponerse sobre Meulan, y, avisado dello el de Béarne,
que se hallaba sobre Onflú, en la baja Normandía, marchó en su socorro con
tres mil hombres a la ligera, conociendo cuántos buenos sucesos ocasiona en
la guerra la diligencia, dejando en su lugar al duque de Monpensier. El cual,
rindiéndosele pocos días después Onflú, pudo marchar en su seguimiento.
Supo el duque de Humena la rendición de Onflú a tiempo que, desconfiado
de poder ganar a Meulan, se había retirado a un puesto muy fuerte, al primer
aviso de la venida del enemigo. El cual, socorrido [75] de gente y vituallas
Meulan, hallándose con pocas fuerzas, volvió en busca del de Monpensier,
que sabía venir marchando en la suya. Siguióle el duque de Humena hasta
Eureus y, hallándole bien fortificado, volvió sobre Meulan con intento de dar-
le un asalto por la batería que había dejado hecha. Pero salióle mal y perdió
alguna gente, con lo cual, y con la nueva que tuvo de que el de Béarne venía
ya a buscarle con todo su campo, pasó la Sena, sobre cuya diestra margen se
acuarteló, y el día siguiente el rey de Navarra en la siniestra, sin poder haber
entre ellos más que algunos cañonazos, con poco daño y menos reputación de
ambas partes. Desalojó primero el príncipe y, subiendo el río arriba, se puso
a batir a Poysí, la cual, con un fuerte que estaba en defensa del puente por
donde se pasa la Sena, tomó por asalto, sin que lo pudiese impedir el duque,
aunque impidió el paso y le obligó a desalojar a fuerza de cañonazos, después
de haber dejado bien guarnecida a Poysí.
Dos días después de la retirada del príncipe de Béarne supo el duque de
Humena que monsieur de Alegre había ganado por inteligencia el castillo de
Roán, a los 22 de hebrero, y, pareciéndole justo dejar toda otra cosa y acudir a
ésta tan importante, marchó con su campo a grandes jornadas. Pero supo en

99
 Para las relaciones de la Santa Sede con los problemas de Flandes, ver Meester.
Las Guerras de los Estados Bajos 301

el camino que le habían vuelto a recuperar, con gran valor de los roaneses, de-
gollando a los hugonotes, y a su capitán con ellos, y ahorcando el otro día los
que se tomaron vivos. Dejó con esto el camino de Roán y, rehusando el vol-
verse a ver con el enemigo hasta tener consigo las tropas que esperaba del País
Bajo, a cargo del conde de Égmont, marchó dos jornadas en busca suya.
Mientras sucedían estas cosas en Francia, el duque de Parma, que por
órdenes apretadas del rey atendía a socorrer las cosas de la Liga, después de
haber enviado al comendador Juan Moreo con gruesas sumas de dineros y
algunas reclutas de alemanes a París, que se agregaron al regimiento del conde
de Colalto, envió también al conde de Égmont con tres compañías de hom-
bres de armas (la suya, la del príncipe de Simaý y la del duque de Arscot), tres
compañías de lanzas españolas (la de don Juan de Córdoba, que las goberna-
ba, al de don Alonso de Idiáquez, gobernada por el teniente Ramada, [76] y
la de don Pedro Moreo), dos compañías de arcabuceros a caballo de la Escola
y la Bicha, a orden también de don Juan de Córdoba, y las dos cornetas de
reitres que llevaba a su cargo Cristiano de Brunzvicq (toda esta gente podía
llegar al número de novecientos caballos). Fue gran yerro no arrojar siquiera
también dos o tres regimientos de valones de los que tenía monsieur de la
Mota en la frontera, como se verá en el discurso de la batalla de Ibrí. Deseó
pasar la Sena el príncipe de Béarne y verse en el campo de la Liga antes que se
juntase con él el de Égmont; pero, desconfiado de alcanzarle y sabiendo que
el mariscal de Birón estaba todavía hecho fuerte con su gente en un torreón
de la villa de Dreux, determinó de ir a acabar aquella empresa antes que se lo
pudiese defender el enemigo100. Y, llegado a la improvista, ganó y quemó los
burgos, arrimándosele con trincheras y plantando una batería de ocho piezas.
El duque de Humena, unido ya con el de Égmont, sabiendo el peligro en que
estaba aquella plaza, determinó socorrerla o dar la batalla al de Navarra. Con
esta resolución pasó la Sena por Manta, villa colegada. El mariscal de Au-
mont, que estaba alojado junto al riachuelo Deure, fue el primero que, sabida
la derrota del ejército de la Liga, dio aviso al de Béarne della, advirtiéndole
que venía el duque con determinación de darle la batalla. Envió el príncipe
de Béarne varios mensajeros a toda diligencia a los presidios y provincias
cirunvecinas para que al punto viniesen para él todas las tropas de caballos y
nobleza que fuese posible. Y, conociéndose inferior sin este socorro, tomó un
puesto fuerte junto a Neoncourt, donde se detuvo todo el día de los 22 de
marzo. Reconocido este puesto por el mariscal de la Chartra, volvió a avisar
al duque de Humena, que al punto se resolvió de acometer al enemigo en

100
 Pueden leerse las cartas y correspondencia de Birón en The letters and documents of Ar-
mand de Gontaut, baron de Biron, marshal of France (1524-1592), Collected by the late
Sidney Hellman Ehrman, M.A.  With an introduction by James Westfall Thompson, 2
vols. (Berkeley: University of California Press, 1936).
302 Las Guerras de los Estados Bajos

él, inferiendo de aquí temor o pocas fuerzas, concepto de que de ordinario


suelen proceder ruines efetos. Y en lugar de servirse desta ocasión y del primer
terror del enemigo, a quien los corredores de su campo le habían pintado las
fuerzas de la Liga (como acontece casi siempre) mayores de lo que eran, pa-
sando el riachuelo Deure por el puente de Ibrí antes de mediodía y pudiendo
acometer aquella tarde al enemigo, que no trataba sino de fortificarse en su
alojamiento y aguardar los socorros que le [77] venían, se alojó en dos casares
distantes de Ibrí menos de media legua para refrescar aquella noche su gente
y dar el día siguiente la batalla. Llegáronle aquella noche al de Béarne más
de tres mil infantes y ochocientos caballos, con los cuales deliberó no sólo de
aguardar al duque en campaña rasa, pero de irle a buscar en su alojamiento;
y, sacando a este efeto sus escuadrones antes del día, ocupó casi toda la plaza
que había sobre una colina cercana al villaje de San Andrea, desde la cual era
fuerza ver venir al ejército católico y lance forzoso el ofenderle desde allí con
la artillería, que fue otro yerro del duque de Humena. Porque, si después de
refrescada su gente cuatro o seis horas, madrugara a ocupar este puesto, no
hay duda en que ocasionara en el ejército enemigo el daño que él ocasionó en
el suyo; pero el juicio que hizo de las fuerzas contrarias y la esperanza de que
no podrían ser aumentadas tan brevemente fue causa de que tuviese menos
bien pensado lo que había de hacer en tal caso. Dividió el príncipe de Béarne
la caballería de su vanguardia en siete tropas: la primera, que formaba el cuer-
no101 siniestro de hasta trecientos caballos, guiaba el marichal de Aumont,
con dos regimientos de infantería francesa; a las espaldas seguían con poco
intervalo otros trecientos caballos, gobernados por el duque de Monpensier,
asegurados de dos regimientos, uno de esguízaros y otro de alemanes; de-
lante del duque de Monpensier estaba con otra tropa de trecientos caballos
el barón de Birón, y a su mano izquierda dos tropas de corazas, cada una de
cuatrocientas, la una gobernada por el gran prior y la otra por monsieur de
Gibrí; entre Gibrí y el prior estaban plantadas seis piezas gruesas de artillería;
guiaba el rey de Navarra la batalla, formada de ochocientos caballos en seis
escuadrones, cubierto por ambas partes de buen golpe de infantería inglesa
y esguízara, en que podía haber cuatro mil. El cuerno derecho se encargó al
viejo marichal de Birón, con tres tropas de cada ciento y cincuenta caballos,
dos cornetas de reitres y cuatro regimientos de infantería francesa.
Sacó con el día el duque de Humena su gente del alejamiento y, aunque fue
avisado del socorro que le había llegado al enemigo y de que tenía ya ocupada
la plaza de armas, no dejó de marchar la vuelta dél y a tiro de cañón ordenó su
gente desta manera: el cuerno [78] derecho entregó al marichal de la Chartra,
con tres regimientos de franceses y uno de alemanes, los cuales asistían a las
tres compañías de lanzas españolas y las cornetas de reitres de Brunzvicq y a

101
 En el sentido clásico de Cornu para referirse a un ala de la caballería.
Las Guerras de los Estados Bajos 303

cuatrocientos corazas en cuatro tropas; la batalla, con un grueso escuadrón


de tres mil esguízaros, dos regimientos de franceses y la corneta blanca de la
Liga, en que había seiscientos caballos, todos gente noble, tomó el duque de
Humena para sí, asistido del duque de Nemúrs, su hermano de madre, y en
frente de la infantería marchaban seis cañones y tres culebrinas102; el cuerno
izquierdo se encargo al marichal de Rona, con seis regimientos de franceses y
loreneses, dos mil alemanes, sietecientas corazas francesas y las compañías de
hombres de armas del conde de Égmont. Saludáronse un rato los dos ejércitos
con la artillería con mucho daño y por hallar mejor entrada el cuerno derecho
católico para la plaza de armas enemiga fue el primera a menear las manos.
Cerraron las compañías españolas con la tropa del gran prior y, derribando
algunos con sus lanzas, llegaron hasta la artillería enemiga, dando los reitres
de Brunzvicq sus cargas y los arcabuceros a caballo valones con mucho valor,
asistidos del marichal de la Chatra y corazas francesas, con tanto terror de
los enemigos, que casi comenzaron a cantar vitoria los católicos por aquella
parte. Pero, cargando a tiempo el barón de Birón valerosamente, sostuvo el
ímpetu de aquel choque, quedando malherido de una lanzada en el rostro y
de otras dos heridas. Habíanse juntado las cornetas blancas de los generales
y peleaban con singular valor, cuando, también llegado a chocar el cuerno
izquierdo del señor de Roma con el derecho del viejo marichal de Biro, cerró
valerosamente el conde de Égmont y, al tiempo que iba a dar la vuelta para
tornar a la carga, cayó herido de un mosquetado por la hijada, que al punto
le quitó la vida. Hizo en toda esta batalla muy ruin prueba la infantería ca-
tólica, y en particular la francesa, volviendo al mejor tiempo las espaldas; los
esguízaros pelearon un rato, hasta que vieron doblar a la corneta blanca del
duque de Humena, combatida por los escuadrones del prícipe de Béarne y
duque de Monpensier; y, haciendo señas de rendirse, se pasaron de golpe al
bando enemigo, con que acabó de declararse por él la vitoria. Fue la salud de
los que [79] huían el acordarse el bearnés en esta ocasión de cierta bufa que le
hicieron los alemanes católicos junto a Diepa, dando muestras de rendírsele
y cargando después con gran daño de sus ingleses, pues con la dilación que
hubo en asegurarse deste peligro salió el duque y toda su caballería del que se
le siguiera, si los enemigos le cargaran como pudieran. Es cosa de notar que
en una batalla tan grande, donde por lo menos había treinta mil hombres de
ambas partes, no murieron cuatrocientos, y déstos murió casi la mitad del
campo vitorioso. Fuera del conde de Égmont y de algunos otros caballeros
franceses de nombre, murió también el de Brunzvicq, ambos a dos muy mo-
zos y de grandes esperanzas. Retiróse el duque de Humena a Manta, adonde

102
 «Pieza de artillería, larga y de poco calibre» (DRAE). La artillería fue ganando en impor-
tancia en el transcurso de la segunda mitad del siglo XVI, con sacres, cañones, culebrinas,
falconetes, pedreros, etc.
304 Las Guerras de los Estados Bajos

apenas dejaron entrar su persona sola. El duque de Nemúrs y los señores de


Roma, Tabanes y Basompière se salvaron hacia Chartres, y con el duque de
Humena el residuo de las tres compañías de lanzas españolas, que nunca se
apartaron un punto dél, y en particular los capitanes don Juan de Córdoba y
don Pedro Moreo, que aquel día se portaron valerosamente.
Quedaron quebrantadas y casi deshechas del todo las cosas de la Liga
con este suceso y sintieran a letra vista103 el efeto de su temor, si el enemigo
siguiera la vitoria y se presentara delante de París, de cuyos sucesos pendía
todo lo restante. Juzgó a la verdad por demasiado grande empresa aquélla,
consideradas las fuerzas que le quedaron después de habérsele ido, como se le
fue, casi toda la nobleza, cuya costumbre en Francia es acudir a la esperanza
de batalla con singular valor y prontitud y, en alcanzándola, desear volverse a
sus casas a rehacerse. Con todo eso determinó de irse apoderando de los ríos y
pasos forzosos de las vituallas, siguiendo el mismo consejo que dos años antes
tomó, aunque infelicemente, Enrique III, y de aguardar los socorros de gente
que le enviaba la reina de Inglaterra y los de las islas para aquella empresa,
como para la cima y corona de las demás.
Llegó el duque de Humena con poca gente a San Dionís, que estaba por
la Liga, y otro día le fueron a visitar el legado y embajador de España, el arzo-
bispo de León y otros prelados; y, después de haberse consolado unos a otros
de aquel infortunio, consultaron los [80] mejores expedientes para la defensa
de París, a quien proveyeron lo más que se pudo de vituallas. Pero todo era
poco donde había pasadas de trecientas mil almas. Despachóse el comenda-
dor Moreo al duque de Parma y avisóse a todos los príncipes colegados, y
principalmente al Papa, pidiéndoles no dejasen de acudir a la causa común.
Había hecho en estas expediciones y en todas el duque de Humena cuanto
pudiera esperarse de un príncipe sobre cuyos hombros cargaba el peso del
Estado, y principalmente de la fe, en el reino de Francia; mas como el pueblo
se deja llevar de ordinario por los sucesos y más que ninguna otra cosa pende
dellos la fama y la estimación de las acciones militares, comenzó a culpar su
modo de hacer la guerra, llamándole remiso, descuidado y poco capaz de lo
que traía entre manos. Pero él, firme y menospreciando aquella fama (siendo
lo más que puede hacerse por el bien público), no dejaba de atender a lo que
convenía al bien de los que le calumniaban, mostrando tanto en esto su gran-
deza de ánimo como su valor en las ocasiones donde era menester aventurar
su persona. Pareció en el consejo que se tuvo en San Dionís que no convenía
encerrarse el duque de Humena en París, sino estar libre para encaminar el
socorro; y, así, se encomendó el gobierno de aquella ciudad a Felipe de Sa-
boya, duque de Nemúrs, el cual, el legado, el embajador de España y los del
gobierno de la ciudad, aficionados al bando de la Liga, hicieron tanto, que

103
 «Ante los ojos», «a la vista».
Las Guerras de los Estados Bajos 305

en breve comenzó a echarse de ver su diligencia en fortificaciones, división y


repartimiento de los ciudadanos a la defensa de los puestos más peligrosos,
junta de bastimentos y municiones para irlos repartiendo con cuenta y razón,
y en todo lo demás que pareció necesario para la guardia de la cabeza del reino
y para la defensa contra un enemigo tan vigilante y poderoso.
Ganó el príncipe de Béarne con poca dificultad a Manta y poco después
a Carbell, villa puesta en el ángulo que hace el río Esona al desembocar en la
Sena, desde la cual, con razonable guarnición que allí puso, quitó a París todos
los bastimentos que le pudieran venir por agua, del país de la Beusa, del ducado
de Borgoña y del de Gastiones y Nivernoes. Ocupó con la misma facilidad a
Lañí, tierra puesta [81] en la siniestra ribera del río Marna, donde hay un puen-
te para pasar de la provincia que llaman Isla de Francia al país de Bría, fértil de
vinos y tránsito de los trigos que suelen bajar a París del país de Champaña, a
que desde allí se cerró al punto el paso. Guarnecidas aventajadamente estas dos
plazas, puso el príncipe sitio a la ciudad de Sens, la cual se la defendió tan bien
monsieur de Chavalón, que le obligó levantarse con poca reputación, y, calando
otra vez París, tomó a Pontcharentón y ganó casi todos los burgos de la ciudad.
Haciendo después su alojamiento a menos de tiro de cañón della, se puso a si-
tiarla de propósito, pareciéndole que, teniendo (como tenía) tomados los pasos
a los bastimentos que solían entrar para la provisión de aquella vasta ciudad, sin
disputa la mayor de Europa, era tan imposible sustentarse dos meses, como que
en ellos pudiese venir el socorro que se esperaba de los Países Bajos; para donde,
dejando su ejército en Picardía junto a Suasón, se partió el duque de Humena,
viéndose en la villa de Condé, en Henau, con el duque de Parma, que salió a lo
mismo hasta allí y le hospedó y regaló con toda grandeza y amor. Discurrióse
largamente sobre el modo de socorrer a París y resolviéronse en que convenía
que el duque de Parma entrase en Francia personalmente y que en demanda de
una causa tan justa y tan conviniente a todas las razones de estado se aventurase
el resto con tanta mayor prontitud cuanto en ello se procuraba más el aumento
de la fe católica y se cumplía la voluntad del rey.
Tuvo aviso allí el duque de Parma cómo, después de haber sabido en París
la muerte del cardenal de Borbón, o por mejor decir de Carlos X, rey de Fran-
cia (que acabó sus días en la prisión de Fontana), de común consentimiento y
con gran solenidad de habían juramentado el legado apostólico, los grandes,
perlados, embajadores y todo el magistrado de la ciudad de defenderla hasta
la muerte y de no reconocer en ella a otra persona que a un rey católico.
Alegráronse mucho aquellos dos príncipes desta nueva y, después de haber
resuelto entre ellos el modo de hacer la guerra, se volvió el duque de Humena
a su campo y atendió el de Parma a apercibir el suyo con toda la diligencia
posible, aunque no pudo ser tanta que no se dilatase más de lo que fuera
menester para que en solos tres [82] meses de sitio no padecieran los de París
todas las miserias y desventuras juntas que se escriben en semejantes casos de
306 Las Guerras de los Estados Bajos

otras ciudades. Mucha causa desto fue la piedad, por ventura excesiva, de las
cabezas que gobernaban en París, siendo así que todas las virtudes praticadas
inmoderadamente hacen de ordinario contrarios efetos del que se pretende.
En vez de echar del lugar las bocas inútiles, recogieron más de treinta mil
villanos de las aldeas circunvecinas, que los realistas hicieron encerrar dentro
para aumentar el hambre. Ayudó mucho a remediar este trabajo y a hacer-
le soportable la mucha caridad del legado Gaetano, que hizo batir moneda
de toda su vajilla para sólo subvenir a los más necesitados; y del embajador
don Bernardino de Mendoza se supo que destribuía cada día cien escudos de
sólo pan entre la gente más miserable, cosa que le hizo odioso a muchos de
los poderosos, atribuyendo aquella liberalidad a deseo de fomentar la guerra
hasta que su rey se hiciese rey de Francia104. Que no es cosa nueva calumniar
las mejores acciones, atribuyéndoles viciosas causas, cuando falta ocasión de
poderlo hacer por sus efetos.
Tenía sitiada también días había el príncipe de Béarne a San Dionís, villa
nobilísima por el enterramiento de más de treinta reyes de Francia, no poco
fuerte por su sitio pantanoso, la cual, afligida de el hambre, se le rindió a los 9
de julio, que fue gran pérdida en aquella ocasión por la comodidad que daba
para desde ella meter el socorro en París, de donde dista dos leguas, y por ser
al fin lugar adonde suelen coronarse los reyes franceses, suceso que comenzó
a dar mal agüero a los profesores de tales novedades, pareciéndoles que iba
Dios apercibiendo el lugar en donde había de ser coronado Enrique. Pero lo
más cierto sería que por ventura, por los ruegos de aquel santo apóstol de la
Galia, apercebía aquella su iglesia para que en ella abjurase el mismo Enrique
los errores de Calvino y comenzase a reducirse el gremio de la Iglesia Católica,
como lo hizo con singular beneficio de la cristiandad.
Algunos días después de rendido San Dionís emprendió su recuperación
el caballero de Aumale y, llegando dos horas antes del día desde la villa de
Pontoisa, con dos mil infantes y trecientos caballos, [83] apercibido de petar-
dos, escalas y otros pertrechos, roto el primer rastrillo de una puerta y volado
el puente levadizo, comenzó a entrar la gente católica con furia de vencedores.
Mas no cayendo en hacer escuadrón en la plaza y asegurar la puerta, que debe
ser el principal cuidado en empresas deste género, cargando la guarnición de
franceses e ingleses, que estaba dentro, hallando a los católicos desmandados,
los volvieron a echar fuera con muerte de más de ducientos, y entre ellos el
proprio caballero de Aumale, que cayó atravesado de un arcabuzazo mientras
con la espada en la mano volvía segunda vez a cargar a los enemigos. Fue su
muerte sentida por todos los católicos, y en particular del duque de Aumale,
su hermano, al igual que el infeliz suceso de aquella empresa, por ser persona
de singular valor y conocidas esperanzas.

 El suceso llegaría a hacerse antológico. Ver Cortijo & Gómez Moreno, Introducción.
104
Las Guerras de los Estados Bajos 307

Había el duque de Humena solicitado en este medio vivamente el socorro


y, en tanto que acababa de llegar el de Parma, no dejaba de atender también
cuidadosamente a juntar el mayor golpe de gente que le era posible; hallábase
en Miaux, ciudad en la provincia de Bría, con razonables fuerzas hacia la fin
de julio, habiéndosele juntado el duque de Aumale, su primo, con las tropas
de Picardía; monsieur de Sampol, con las de Champaña; monsieur de Rona,
con las de la Isla de Francia; monsieur de la Chartra, con las del país de Or-
liéns; el conde de Saliní, hermano del duque de Mercurio, que hacía la guerra
en Bretaña, con la infantería y caballería lorenesa; monsieur de Villárs, nom-
brado ya por almirante de Francia, con toda la gente de a pie y de a caballo
que había podido juntar en la alta y baja Normandía; y las tropas del ducado
de Borgoña, gobierno peculiar del duque de Humena, a cargo del vizconde de
Tabanes. Toda esta gente podía hacer el número de ocho mil infantes france-
ses, dos mil alemanes, levantados nuevamente por el conde de Colalto, y dos
mil y quinientos caballos, todos corazas y arcabuceros a caballo, salvo las tres
compañías de lanzas españolas que dijimos arriba. Pocos días después llegaron
los dos tercios de españoles de don Antonio de Zúñiga y don Alonso de Idiá-
quez, en que había cerca de cuatro mil; de italianos, el de Camilo Capizuca y
el de napolitanos, que se dio a Pedro gaetano, hijo del duque de Salmoneta,
como su compañía de lanzas a [84] su hermano Rugero Gaetano; y por no
estar del todo ocioso el de Humena, ganó en tres días a la Fertesusuer, plaza
pequeña, aunque no flaca, y cómoda para pasar sobre la villa de Corbell,
como después se hizo. Degollóse la guarnición y entre los presos fueron ha-
llados y ahorcados tres de los archeros del rey Enrique III que se supo haber
ayudado a perpretar las muertes del duque y cardenal de Guisa. Raras veces a
delitos execrables deja de llegarles, aunque se difiera, el castigo.
Llegó finalmente el duque de Parma a la ciudad de Miaux, a los 22 de
agosto, con dos mil y quinientos caballos, la flor de la caballería de Flandes,
es a saber: mil y quinientos caballos ligeros, gobernados por Jorge Basta, co-
misario general, y mil hombres de armas, cuyo general era el marqués de
Rentí, que lo era también de la infantería valona. A los 27 llegó monsieur
de la Mota, general de la artillería y maestro de campo general en Francia,
con los tres regimientos de alemanes de don Juan Manrique y los condes de
Arembergue y Berlaimont, y de valones los del conde de Bosú; monsieur
de Balanzón, marqués de Rentí, y el del duque de Parma, gobernado por
monsieur de Werpe. La infantería pagada por el rey podía llegar a número
de catorce mil hombres, y la caballería, inclusas las compañías que estaban
ya en Francia, pasaban de tres mil caballos, gente toda curtida en la guerra y
digna de una empresa tan importante. Luego que llegó el duque a Miaux, fue,
según acostumbraba, a la iglesia catedral de aquella ciudad y en presencia de
todos juró a Dios nuestro señor que su entrada en aquel reino no era (como se
esforzaban a darlo a entender los herejes) para apoderarse de todo ni de parte
308 Las Guerras de los Estados Bajos

dél en nombre del rey su señor, sino por socorrer a la causa católica y librar a
los amigos y confederados de Su Majestad de la violencia y opresión herética,
y que en prosecución de este intento no rehusaría el aventurar aquel ejército
ni su propia vida, siendo tal la voluntad de quien se lo podía mandar, como
verdadero celador de la honra de Dios y amparo de la cristiandad. Tratóse
después del modo de socorrer a París y aprobose el consejo de abrirle el paso a
las vituallas, tomando los lugares y puestos que lo impedían, y desde luego se
comenzó a poner en orden todo lo necesario, tanto para [85] esta expedición
como para el alimento de los sitiados, cuyas miserias no se ignoraban.
Murió en Miaux a los 30 de agosto el comendador Juan Moreo, hombre
de ingenio pronto y artificioso, que de moderados principios de un pobre ca-
ballero de Malta llegó a ser primer móvil de las furiosas guerras que abrasaron
tantos años a Francia, excesivo gastador de la hacienda del rey y atrevidísimo
comprador de voluntades. Éste ganó la del duque de Guisa de manera que le
hizo español de corazón y le confirmó en el aborrecimiento contra los herejes
y sus fautores, sin excepción de persona, tan a la descubierta, que le costó la
vida. A él se dijo que le costó la suya lo que escribió al rey contra el duque de
Parma; murió casi al improviso, después de cierto banquete que ocasionó esta
fama y en el que le trazó no menos infamia que acrecentamiento.
En sabiendo Enrique, príncipe de Béarne, la llegada del duque de Parma
a Miaux, comenzó a dudar del buen suceso de aquella empresa, habiéndose
persuadido siempre a que no se resolviera en desamparar los Países Bajos,
dejándolos casi desiertos y sin defensa, y que, cuando, contra toda razón de
estado, quisiere arriscarse a entrar en reino ajeno, adonde forzosamente a lar-
go andar había de tener hasta las piedras por enemigas, no sería tan presto que
no hubiese él apoderádose antes de París. Pero engañóse y conoció, aunque
tarde, la flaqueza de los discursos humanos, y que hasta los bien fundados y
conforme a razón (como lo fueron éstos) pueden admitir engaño: raras veces
en lo por venir puede hacer la prudencia más que prevenirse, resuelta en irse
aconsejando con los sucesos. Puso la mira en remediar sus cosas, tentando
ciertos acuerdos con los de París, intentados algunos meses antes en vano,
pero halló que acordaba tarde, habiendo ya llegado las cosas a términos que
era forzoso levantar el sitio o pelear. Así suelen salir inútiles algunos remedios
reservados demasiadamente para la postre; mas ¿cuándo fue fácil conocer la
calidad de las esperanzas y desengañarse a tiempo?
Resolvieron, pues, los duques de sitiar la villa de Lañí para comenzar a
abrir el paso a las vituallas de París por lo más cercano (está Lañí en la siniestra
ribera del río Marna, en el país de Bría, tres leguas [86] más abajo de Miaux
y siete antes de París); y a este efeto pasó la mitad del ejército de Condet en
la Bría, donde estaba alojado todo, y ocupó los puestos por las espaldas de la
dicha villa, y por cabeza dél monsieur de la Mota; el duque, con casi toda la
caballería y buen golpe de infantería, se alojó en frente de Lañí, solamente el
Las Guerras de los Estados Bajos 309

río en medio, y, haciendo dos puentes de barcas105, uno más arriba y otro más
abajo de la villa, quedó ceñida del todo, y por los puentes se daban la mano
los dos ejércitos y se socorrían con facilidad y presteza. Fortificó el duque su
plaza de armas, a tiro de cañón de la villa, con capacidad para encerrar dentro
de las trincheras y reductos todo el ejército, por si acaso se resolvía Enrique en
buscarle en su alojamiento. El cual, tras largas consultas sobre si debía perse-
verar en el sitio de París o ir a buscar al enemigo con todas sus fuerzas, resolvió
lo postrero, considerando que la empresa de París pedía más tiempo y fuerzas;
y, no habiendo de conseguirla, era reputación y necesidad oponerse al duque,
sin que pudiera parecer mal levantar el sitio para mayor efeto. Hízolo a la una
después de media noche, a los 29 de agosto; y, recogiendo toda la gente que
pudo en el llano de Bondí, una legua de la ciudad, se halló en siendo de día
con cinco mil caballos, la mayor parte gente noble, y cerca de diez y ocho
mil infantes esguízaros, franceses, alemanes, ingleses y holandeses. Entre los
principales condutores de ejército se hallaron con él los marichales de Birón
y Aumont, el duque de Bullón, el señor de Chatillón, el de la Núa, Gibrí,
Laberdín, Glisí, general de la artillería, Montiñí y otros. De príncipes de la
sangre, el príncipe de Conti y el conde de Suasón, su hermano, el duque de
Monpensier y el de Longabila, el conde de Sampol, el duque de Nevérs, de
casa Gonzaga, aunque casado con princesa de la de Clèves, y otros muchos
príncipes y señores de cuenta. De tan floridos ejércitos, guiados por los más
diestros y experimentados capitanes de Europa, se esperaba generalmente un
famoso encuentro digno de tales cabezas, y parecía que el príncipe de Béar-
ne tenía fundada en esto toda su esperanza, enviando (como envió muchas
veces) a ofrecer la batalla al duque de Parma. El cual, juzgando que quien
aventura poco puede arriscarlo en muchas ocasiones, y el [87] que mucho,
debe aguardar el echar el resto (por lo menos a cuando se ofrezca alguna tan
aventajada que disculpe el ruin suceso, puesto que no le vemos acompañar
menos veces a las temerarias que a las prudentes resoluciones), respondió a un
trompeta del de Béarne, que, habiendo venido a ciertos rescates, se adelantó
a tratar con el duque esta materia de parte de su rey, que le dijese de la suya
que no acostumbraba a dar batallas a gusto de sus enemigos, sino al suyo. Y
con cierto prisionero, persona grave, que –apuntándole lo mismo- le dio la
libertad, le envió a decir estas palabras: «Decid al príncipe de Béarne que yo
he venido a Francia con este ejército que veis sólo para librarla, si puedo, de
la opresión herética que padece; en cuya ejecución, siguiendo la voluntad del

105
 La construcción de puentes sobre barcas fue extremadamente abundante en las campañas
de Flandes. Así, en el relato de don Bernardino de Mendoza (Cortijo & Gómez Moreno
eds.) aparecen un puente sobre pipas (177v), un puente de barcas (199v), otro puente de
barcas (217r), un puente sobre barriles (217v), un puente de barcas (233v), otro puente
de barcas (270r), etc.
310 Las Guerras de los Estados Bajos

rey mi señor, pondré el cuidado y solicitud posible y buscaré el camino más


corto para llegar a este fin; y que, si hallo que lo es el darle la batalla, se la daré
sin falta ninguna».
Viendo, pues, Enrique no salirle a su gusto la traza de sacar de Lañí al du-
que y llevarle tras sí a algún puesto desaventajado, se alojó con su campo en la
abadía de Cheles, monasterio real de monjas seis leguas de París y menos de una
de Lañí, alojamento fuerte y acomodado para inquietar de allí al campo cole-
gado, atajándole los bastimentos que le venían de las provincias amigas y para
ir socorriendo a los sitiados de gente y municiones cuando lo hubiesen menes-
ter. Turbáronse presto estos prudentes consejos con la impaciencia francesa, no
pudiendo sufrir la gente noble tanta dilación, la cual suele salir de su casa con
provisión –cuando mucho- para quince días y, en acabándoseles antes de dar la
batalla (con cuya esperanza vienen de muy lejos y a extraordinaria diligencia),
se vuelven, sin que baste a deternerlos cualquiera autoridad, por grande que
sea. Añadióse a ésta su natural condición, la falta de forrajes que había en aquel
alojamiento y poca comodidad de acudir los villanos del país con provisiones
por las ordinarias corredurías de ambos ejércitos; y así, importunaban cada mo-
mento a su príncipe que diese la batalla o que tomase otro expediente. Levantó
al fin su campo de Cheles al primero de setiembre y ordenó sus escuadrones a
menos de media legua del ejército católico desta manera.
[88] Dispuso el cuerpo de la batalla en un valle cuyas espaldas cerraban un
bosque harto espeso; levantábanse apaciblemente dos montañuelas por ambos
lados y por frente –hacia el mediodía- se extendía una llanura de muy hermosas
praderías, que llegaban hasta las trincheras del campo católico. Dividíase la caba-
llería enemiga en muchas tropas y cada una tenía su guarnición -por frente- de
mosquetería. Tomó Enrique su puesto en la batalla, rodeado de toda su nobleza:
sobre la eminencia de la parte derecha se plantaron seis piezas de artillería y por
vanguardia cinco mil infantes ingleses, holandeses y franceses; en la batalla estaba
colocados los esguízaros y en la otra eminencia de la mano izquierda, que hacía
oficio de retaguardia, los alemanes y algunos regimientos de franceses y otras seis
piezas de artillería. Algo separados destos tres trozos estaban seis escuadroncillos
volantes, que ellos llaman enfants perdus. Toda esta gente tan en orden, tan sin
bagaje ni embarazos, hacía una hermosa muestra y al fin no pasó della, porque,
resuelto el duque de Parma en hacer la guerra a su modo (pareciéndole que la
importancia della, como lo más precioso de todas las acciones, consistía en con-
seguir el fin (sin escuchar a los franceses de nuestra parte, que le aseguraban la
Vitoria o persuadidos de su proprio valor o deseosos de dar más breve, aunque
más aventurado, fin a la guerra), determinó estarse quedo y continuar la batería
de Lañí, que estaba ya comenzada, pareciéndole que no ganaba poca reputación
en tomar aquella plaza a la vista del enemigo; quitado el estorbo de la cual, se
podía llevar a París por el río abajo sin dificultad gran cantidad de bastimentos,
que para este efeto estaban juntos en Miaux, con que comenzar a consolar aquel
Las Guerras de los Estados Bajos 311

pueblo tan afligido y hambriento, consiguiendo el principal intento que le había


sacado de los Países Bajos por entonces. Estuvo en esta ordenanza el rey de Nava-
rra desde antes de mediodía hasta la tarde y, viendo que el ejército católico estaba
quedo, retiró su gente a Cheles, adonde estuvo ocho días, trabando ordinarias
escaramuzas con los colegados, aunque sin ventaja notable de alguna de las partes.
Ordenó el duque al capitán Maximiliano de Herroguier que a media noche con
su compañía de valones ocupase una torre que atalayaba el campo del enemigo
y que fuese avisando de sus acciones, [89] como lo hizo del socorro que el de
Béarne enviaba a los cercados. Batióse entretanto Lañí con nueve cañones desde
la diestra parte del río con harto efeto, por ser la distancia poca, aunque el río de
la Marna en medio y las murallas a lo antiguo, comenzadas a terraplenar de tiera y
fagina106. Había dentro ocho banderas de infantería francesa a cargo de monsieur
de la Fin, en que podía haber ochocientos hombres, gente suelta y escogida entre
los demás. En tanto que se apercebía la batería, se habían ido arrimando con
trincheras, por ambas partes de la villa, la vuelta del río los dos tercios españoles
con alguna infantería valona y alemana y parte del tercio de Camilo Capizuca, y
hacia las cuatro de la tarde, viendo ya el duque la batería aparentemente buena
para dar el asalto, después de mandada reconocer por cuatro alféreces reformados,
dos españoles y dos italianos, dio él señal de arremeter, sin haber querido escuchar
ciertos tratos que movían los sitiados, indignos de la autoridad de aquel ejército.
Defendiéronse cerca de dos horas valerosamente los franceses, pero al fin dellas
cedieron a la constancia de la infantería católica, que con no pequeña pérdida
entraron en la villa, pasando a cuchillo todos sus defensores, y entre ellos a otros
cuatrocientos franceses, que al paso que iba subiendo la gente vencedora por la
batería iban entrando ellos con deseo de defenderla por cierta parte mal guarne-
cida de hacia Cresí, plaza hugonota en el país de Bría, y cantidad de infantería
en rocines, a quien llaman dragones107, que se atrevieron a pasar a nado la Marna,
animados por el proprio príncipe de Béarne, los cuales fueron todos muertos o
presos, digno su valor de más dichosa suerte, si ya no lo es en un soldado rematar
honradamente su vida a ojos de su príncipe. Murió sobre la batería peleando
valerosamente el capitán Gilberto Pérez Machón, aragonés, uno de los alféreces a
quien se dio compañía en el tercio de don Antonio de Zúñiga, y otros dos capi-

106
 Fagina. «Hacecillo pequeño de ramas delgadas o brozas, las cuales sirven, mezcladas con
tierra, para hazer aproches y también para cegar los fosos y otras cosas» (Dicc. Aut.). Aquí
se usan para hacer un declive inclinado o «terraplén».
107
 Los dragones eran soldados que, desde mediados del siglo XVI hasta principios del XIX,
combatían como caballería (generalmente al ataque) y también como infantería (gene-
ralmente a la defensiva), teniendo como antecedente al dímaco macedonio. En 1554 el
mariscal de Francia, Carlos I de Cossé-Brissac, creó un cuerpo de arcabuceros que comba-
tían a pie y se desplazaban a caballo para servir en el ejército del Piamonte. En esta época
se comienza a usar el nombre de dragón, que algunos piensan se refiere al nombre de un
estandarte, mientras otros creen que se refiere a un tipo de mosquete.
312 Las Guerras de los Estados Bajos

tanes italianos y alguna gente particular; quedó preso el gobernador y la plaza el


día siguiente desmantelada.
Sintió vivamente el de Béarne la pérdida de aquella plaza, sin habérsele
podido aplicar remedio que lo fuese, y en su tanto más ver el modo de gue-
rrear que seguía su enemigo, prudente, vigilante y nada arriscado; tal, que no
tenía que esperar el venir a las manos sin [90] una conocida ventaja de parte
del campo de la Liga, con que casi se le amotinó todo el suyo, principalmente
la nobleza, que tomaba con impaciencia la seguridad con que el duque de
Parma tenía a sus ojos tan lucidos sucesos, que, aunque eran procedidos más
del cuidado del duque que de negligencia del de Béarne o poco valor de su
ejército, siempre (y especialmente en las acciones militares) deslucen mucho
los ruines sucesos. Y como el vulgo juzga por ellos de ordinario el valor de
quien los padece, así los generosos y prudentes ánimos suelen estimar el que
se muestra en sufrirlos, pues no es la menor parte de la fortaleza saber ceder
a la adversidad, virtud que (entre otras) resplandeció mucho en este príncipe.
El cual, viendo la seguridad con que sabía el duque encaminar su negocio
sin peligro y que no había que esperar ya batalla por entonces, apretado de
la viva instancia con que le pedía licencia la mayor parte de su nobleza para
volver a sus casas, se la hubo de conceder. Que hasta los reyes suelen hacer
de la necesidad virtud y disimular muchas cosas, cuando no pueden castigar-
las sin peligro, pues no conserva menos el príncipe su autoridad dejando de
mandar lo que ve que no se ha de obedecer, que siendo obedecido en lo que
manda; y es sin duda mejor consejo dejar de emendar algunas cosas, que,
intentándolo, mostrar que no se puede. Con todo, antes de enviar a refrescar
su gente, quiso tentar una cosa con que, disimulando su retirada, aventurase
a hacer un grande efeto, que fue acometer de noche a París, considerando que
en las empresas militares suele ser prudente consejo tentar algunas cosas de las
que por su demasiada seguridad llegan a un cierto descuido peligroso y a una
confianza fundada solo en reputación.
Partióse, pues, con gran silencio la noche de los 9 de setiembre de la aba-
día de Cheles y, tomando la vanguardia con la infantería gascona y con la
caballería, mandó que lo restante del ejército le siguiese, sin descubrir su desi-
nio sino a pocos y a los de más confianza; excelente prevención para lograr
cualquier facción, especialmente las empresas que pende la mayor parte de su
acierto del descuido del enemigo, y ése del secreto proprio. Pasada, pues, la
Sena sobre un puente de barcas108, no lejos de Pontcharentón, que estaba ya
por la Liga, fue a ponerse en el burgo de San Jacques, a la parte de lo [91] que
llaman Université, favorecido de una niebla muy espesa.

108
 La primera década de las campañas de Flandes son testigo del uso frecuente de los puentes
de barcas, necesarios en una región de abundantes ríos y canales. Ver los Comentarios de
don Bernardino de Mendoza y la nota 105.
Las Guerras de los Estados Bajos 313

Esta demasiado animosa resolución engañó a un mismo tiempo al duque


y a los de París, porque el duque no quiso creer a las espías francesas, a quien
muchas veces había conocido por de poca verdad, en lo tocante a la partida
del de Béarne; y los de París, advertidos también de que quería darles una
escalada la noche siguiente, no hicieron prevención alguna, pareciéndoles im-
posible que pudiese despegarse tan fácilmente del ejército católico y mucho
más el intentar una empresa tan desesperada en una ciudad tan populosa y
casi resturada del todo de el hambre pasada. Porque, en levantando el sitio el
de Béarne, comenzaron a entrar bastimentos en París de los países de Beosa,
Normandía, Orliéns, Bría y Borgoña, con tanta abundancia (por sólo el inte-
rés y ganancia de los conductores), que hubo día que entraron por una puerta
sola dos mil carros de trigo; mas como el principal intento del de Béarne era
apartarse del ejército católico con reputación, conociendo el inconviniente y
casi la imposibilidad, quiso tentar el suceso como prudente capitán y apro-
vechar el poco tiempo que le quedaba por entonces de poder tener consigo
toda su nobleza.
Fue sentido el enemigo por los de París al llegar que hizo al burgo de San
Jacques, y, tocando arma las centinelas, acudieron los primeros a la muralla
los padres jesuitas, guiados por el padre Francisco Suárez, español109, cuyo
colegio estaba cercano al dicho burgo; mas, no continuándose el rumor y
quietándose las postas, comenzaban ya a retirarse, cuando volvió a gritar la
centinela y, acudiendo de nuevo los dichos padres y algunos vecinos bien
armados, hallaron que comenzaban a subir los enemigos por dos escalas, que
al momento las hicieron pedazos con gruesas piedras. A este rumor y al que
hicieron con los arcabuces y cajas los cuerpos de guardia más cercanos, acu-
dió mucha gente deseosa de defender su libertad, y entre ellos el duque de
Nemúrs, el cual, mandando coronar toda la muralla de mosquetería y arrojar
grinaldes110 de alquitrán encendidas al foso, comenzaron a ojear a los realistas
con muerte de los más atrevidos.
No habiéndole salido bien este intento al príncipe de Béarne y quedán-
dole poca o ninguna esperanza de otro por entonces, [92] receloso de que
el campo colegado, hallándose ya suelto y sin embarazo, podía seguirle las
pisadas con notable peligro suyo (como lo pudiera haber hecho desde el prin-
cipio, si el duque de Parma diera crédito a las espías), se resolvió en despedir
la mayor parte de la nobleza que le seguía y toda la demás gente sin sueldo,
a quien había traído el cebo del saco de París o el deseo de hallarse en una

109
 1548-1617, jesuíta, Doctor Eximius et Pius, considerado el mayor teólogo y filósofo exis-
tente mientras vivió. Entre sus obras destacan las de metafísica y teología (Disputationes
metaphysicae) y sus trabajos sobre derecho internacional y relación Estado/Iglesia. Pablo V
le invitó a refutar los errores de Jacobo I, monarca inglés y escocés.
110
 «Proyectil de guerra, a modo de granada» (DRAE).
314 Las Guerras de los Estados Bajos

batalla, pues por entonces parecía que estaban ya cerrados ambos caminos.
Y así, retiniendo consigo a los señores de Chastillón, Birón y Tramulla con
su gente y cuatro mil esguízaros, todos los demás se volvieron a sus casas y la
gente pagada se alojó en las villas de su devoción, las más cercanas al campo
católico que fue posible, y él puso su corte en Sanlís, ciudad fuerte entre París
y Compiegne, alojando el mayor golpe de caballería con que pudo quedarse
a sus espaldas en villajes, para tenerla pronta por si se ofrecía ocasión de hacer
alguna buena suerte con el campo católico.
Levantó el duque de Parma su campo de junto a Lañí a 22 de setiembre y
a los 24 llegó sobre la villa de Corbell, plaza fuerte y bien guardada, y, yendo
a reconocer su disposición el marqués de Rentí, quedó herido de un arcabuza-
zo, aunque levemente, y poco después de otro en un muslo el veedor general
Juan Baptista de Tassis, y en una pierna el conde Octavio de Mansfelt. Está
Corbell, como dicho es, en el ángulo que hace el río Esona para desaguar en
la Sena; y así, el un río le cubre por poniente, donde confina con el país de
Chatres, y el otro por levante, hacia la Bría; y para asigurarla del todo se había
sacado un foso de río a río por la parte del mediodía.
Es Corbell111 casi de forma triangular y está aislada en la manera dicha.
Fuera fortísima plaza, si no la sojuzgaran dos montañuelas, de suerte que
desde ellas se pueden batir en ruina todas las casas, aunque la que está por
mediodía no es tan dañosa (por estar más lejos) como la que se levanta por
el oriente en la diestra del río Sena. Al pie de esta eminencia hay un burgo
de cantidad de casas y desde él se pasa a la villa por un puente, en cuya ex-
tremidad, de la parte del burgo, hay un castillo no muy fuerte, de que se
apoderó brevemente el duque, después de alojado en el burgo, que también se
ganó con facilidad. Resolvióse en consejo de batir la villa por junto al ángulo
que mira al [93] oriente, habiendo experimentado muchas veces el duque de
Parma que los lugares asegurados con la profundidad de los ríos o con su an-
chura suelen fortificarse menos que los otros y así fácilmente ceden a la furia
de los cañones y, cayendo con facilidad las murallas, se da seguro tránsito al
asalto, pasando en barcas o en puentes, que suelen echarse a este propósito.
Dificultaba este pensamiento una torre, que podía ser través a la batería; mas,
minada por los oficiales de monsieur de la Mota, la desampararon los defen-
sores antes que la mina pudiese hacer efeto. Comenzáronse tras esto a batir
las defensas con cinco cañones puestos en la diestra orilla de la Sena y con

111
 Corbeil (Corbeil-Essones en la actualidad) había sido tomada por los hugonotes en 1562,
durante la primera guerra civil (o guerras de religion entre hugonotes y católicos). En 1590
Alejandro Farnese llegó con el ejército en ayuda de la población católica. La ciudad había
entrado en la órbita de la historia española cuando en 1258 se firmó el llamado Tratado
de Corbeil entre la Corona de Francia y la de Aragón. Esta descripción de Corbell entre
dentro del preceptivo de situ civitatum.
Las Guerras de los Estados Bajos 315

tres culebrinas112 plantadas en el padastro113 sobre el burgo, con los cuales se


inquietaban continuadamente por las calles y casas los de la villa. Con todo
eso, hallándose dentro muchos y buenos soldados, se comenzaron a reparar
lo mejor que pudieron.
El mismo día que se comenzó a batir Corbell llegó al campo el legado
Gaetano, de vuelta para Italia a la promoción del nuevo pontífice. Salióle a
recebir el duque de Humena y luego el de Parma, honrándole tanto por sus
grandes partes, calidad y valor como por su dignidad y oficio. Partióse de allí
a dos días acompañado del conde de Saliñí y de monsieur de Sampol, que
gobernaba el país de Champaña por el preso duque de Guisa, en donde tuvo
aviso el legado de la creación de Urbano VII, si bien no mucho después le
tuvo también de su arrebatada muerte, a cuya causa aceleró más el paso, por
hallarse en la creación del nuevo pontífice, como sucedió114.
Dilatóse algunos días la batería de Corbell, introduciéndose ciertos tratos
de rendir la plaza, con los cuales salió un capitán llamado monsieur de Cor-
bisón, que no tuvieron efeto. Visto esto, determinó el duque pasar con parte
del ejército el río Sena y comenzaron a abrir trincheras, arrimándose a la orilla
del dicho río los españoles del tercio de don Antonio de Zúñiga, el cual se en-
cargó dellas. Algunos días después pasó casi lo restante del ejército y se alojó
de la otra parte de la Sena, que servía de seguro foso a la villa. Por esta parte se
comenzaron también a abrir trincheras, que se encomendaron a don Alonso
de Idiáquez, con su tercio. Por aquí tuvo necesidad el duque de echar dos
puentes para proceder al asalto, siendo impo[94]sible divertir la corriente del
río, y a esta causa mandó cubrir dos grandes pontones de gruesas tablas, con
su espalda a prueba de mosquete, con intento de acomodarlos en el puesto
conviniente. Y, porque era muy posible que los enemigos, teniendo antevisto
este daño, se hubiesen prevenido de estacadas o de otros impedimentos a flor
de agua, pareció a propósito reconocer el río y asegurarse de aquella dificul-

112
 «Pieza de artillería, larga y de poco calibre» (DRAE).
113
 O «padrastro». Se entiende un punto dominante en la cercanía de un castillo desde el que
se le podía combatir con ventaja. Aunque para el emplazamiento de un castillo se intentaba
escoger un punto preponderante sobre su entorno, muchas veces otros factores predomi-
naban para la selección de ese lugar, como por ejemplo, la facilidad de comunicaciones, el
fácil acceso al agua, etc. En estos casos una cota de terreno superior a la del castillo suponía
convertirse en un padrastro porque desde ella se podía hostigar con ventaja al castillo, sobre
todo cuando las armas evolucionaron con el avance de la artillería. Para la terminología
sobre castillos y defensas, consúltese http://www.naturayeducacion.com/castillos/glosario/
glosario.asp?letra=p&tipo.
114
 La edición de 1635 añade el nombre del nuevo Papa, el «cardenal Esfondato, que tomó
el nombre de Gregorio XIV», que sucedió a Urbano VII. Sobre los hechos de San Pol ver
La Deffaite des trouppes huguenottes et politiques, en Champagne; par le Sieur de Sainct-Paul.
Ensemble la prise de Bisseul; & la honteuse retraite du Baron de Thermes (París: D. Millot,
1589).
316 Las Guerras de los Estados Bajos

tad. Encomendóse esta fación a un alférez italiano y al sargento Nieto, de la


compañía del capitán Luis Masián, los cuales bajaron de noche nadando el
río abajo hasta el puesto donde había de asentarse el puente y, en llegando allí
y siendo sentido del enemigo, al punto se coronó la muralla de lampiones115
y otras luminarias y se guarneció de mosquetería, de la cual hirieron luego de
cuatro mosquetazos al sargento Nieto, que, sin poder más valerse de pies ni
de manos, la propia corriente le arrimó a unos matorrales, adonde –saliendo
algunos enemigos- le prendieron. Fue más dichoso el italiano, porque sin
herida alguna pudo volver y hacer la relación que se pretendía y, aunque la
hizo verdadera en esto, o por ganar toda la honra solo o quizá por entenderlo
así, refirió que el español, no habiendo podido sufrir la frialdad del agua, se
resolvió en quedarse y rendirse al enemigo. Fatal desdicha de la nación espa-
ñola, el cargarle todas las demás culpas que no tiene, como en este caso y en
otros hace cierto autor italiano, menos bien informado de lo que debe estarlo
un historiador que emprende a escribir cosas modernas. Ésta es realmente la
verdad deste caso, y que el dicho sargento Nieto quedó en prisión, tal mal
herido, que –ganada la villa- le hallaron sus camaradas en un hospital y espiró
dos días después en sus brazos.
Había en Corbell dos gobernadores, uno de la villa y otro del presidio; éste
se llamaba monsieur de Rigó, hombre valeroso y resuelto, compañero que fue
de Sebastián, famoso ingeniero que defendió a Mastrique116; y, conociéndole
por tal el duque de Parma, viendo que había de ser forzoso llegar a las manos,
determinó batir la villa por dos partes para dividir la defensa. Mandó que por
la parte de la Sena se fuese arrimando con trincheras a la batería el tercio de
don Antonio de Zúñiga, para que pudiese dar el asalto por las ruinas que ha-
cían en la muralla cercana al río cinco cañones que batían desde la otra parte
dél; la otra batería, con nueve piezas en dos camaradas117, se hizo por la [95]
parte de Esona, y las trincheras –hasta el puente que dijimos por donde se
había de arremeter- se encomendaron a don Alonso de Idiáquez con su tercio.
Ambas baterías hicieron su efeto y, después de reconocidas por los alféreces
Francisco Mirón, natural de Valencia, y Alonso de Mercado, andaluz, sucedió
que (saliendo a la deshilada118 cierta infantería valona de las trincheras para
cerrar desordenadamente con la batería y enviándolos a detener don Alonso
con un sargento, medroso de que le tomasen la vanguardia, que era suya), en

115
 «Faroles de alumbrar» (DRAE).
116
 Se trata de Sebastiaan Tapijn (Sebastien Tafin) que comandó la construcción de las defensas
de Maastricht cuando su toma por las tropas de Alejandro Farnesio (1579) mediante la
estrategia de la circunvalación.
117
 «Camarada» es «conjunto de piezas de artillería» o «fortificación para poner a cubierto
piezas de artillería» (DRAE).
118
 A la deshilada. «Frase adverbial con que se significa el modo de marchar sin orden, con
alguna aparente disimulación, como quien lleva fin distinto del que parece» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 317

tanto que llegaba la orden de arremeter, cargó su mosquete un soldado valón


y, disparando contra el sargento, le rompió un brazo de un mosquetazo. Per-
severaron los valones en querer pasar adelante; y así, por no dejar salir con la
suya a aquellos soldados que con desobediencia lo intentaban, arremetió don
Alonso con tanta resolución, que, aunque no sin resistencia, entró con sus
españoles la villa, matando a cuantos se le ponían delante; siguióse la vitoria
hasta la plaza y después hasta la cabeza del puente, que el enemigo tenía for-
tificado y guardado con ducientos mosqueteros, que servían de hacer través
a la batería por donde había de arremeter don Antonio; los cuales, viéndose
ganadas las espaldas, desampararon el puesto. Venía ya cerrando con la bate-
ría don Antonio, cuyo tercio padeciera notable daño por ocasión deste través,
que jamás se pudo quitar con la artillería, si no sucediera el primer desorden,
que hizo (como dijimos) anticipar el asalto al tercio de don Alonso. Con todo
eso, halló no poca resistencia don Antonio de Zúñiga119, pero al fin ambos
a dos tercios se apoderaron en breve de la villa, con prisión del gobernador
della, muerte de la gente de guerra y de más de mil soldados franceses que
pasó a cuchillo el primer furor de los españoles. Súpose que monsieur de Rigó
tenía tomada la palabra a sus soldados de que no se rindieran sin aguardar
tres asaltos. Juzgan en Francia haberse defendido mal o bien una plaza por el
número de los que resisten y a esta causa previno esta diligencia; por ventura
no creyó había de ser ejecutado el primero con tanto valor.
Ganada Corbell y avituallada París para muchos meses por aquellos ríos,
mientras se reparaban las baterías y se restauraba un poco la gente de los
trabajos pasados, el duque de Parma, con mil y [96] quinientos caballos,
acompañado del de Humena y sus cortes, pasando la Sena por el Pontcha-
rentón entró en París con color de visitar a las princesas del bando colegado
que se habían hallado sitiadas en aquella ciudad, cuyo valor, mucho más que
varonil, fue gran parte para defenderla, acompañado de sus singular caridad
y grandeza, por cuyo medio se sustentó infinito número de pobres, que sin
ellas murieran de hambre. Éstas eran Ana de Este, mujer ya del duque Fran-
cisco de Guisa, y después de Jacobo de Saboya, duque de Nemúrs; la duquesa
de Humena con algunos de sus hijos; Catalina, condesa de Heu, viuda del
duque Enrico de Guisa, y su cuñada, también Catalina, hija de la dicha Ana
de Este y viuda del duque Francisco de Monpensier. Fue el duque de Parma
recibido con gran triunfo en París, por más que procuró entrar disimulado;

119
 Se añade en la edición de 1635: «Aunque detenidos los soldados por los capitanes Simón
Antúnez y don Diego de Medina Carranza, y, no pudiéndoles detener, fue forzoso arre-
meter con ellos don Diego de Medina, que fue de los primeros, y a su lado el sargento
Pedrasa y Alejandro de Cartellà, barón de Folgóns, y luego Simón Antúnez, Jusepe Ponce
de Monclar, don Gaspar de Lupián, el alférez Juan López de Teruel, con las demás picas,
hallando a monsieur de Rigo defendiendo con los suyos la batería, que en ella murieron
peleando como valientes soldados».
318 Las Guerras de los Estados Bajos

y, habiendo estado allí dos días, volvió al ejército junto a Corbell, con el cual,
pasando la Marna por Meaux, tomó la derrota del País Bajo a pequeñas jor-
nadas, habiendo enviado antes a monsieur de la Chartra con cuatro mil hom-
bres a traer cuatro mil carros de vituallas desde Orliéns a París, que se hizo
con felicidad. Quedaron de guarnición en París, fuera de los alemanes viejos
del conde de Colalto, el tercio de napolitanos de Pedro Gaetano, gobernado
por don Alejandro de Limonti, las dos compañías españolas de los capitanes
Esteban de Legorreta y Diego de Rojas y algunas de valones, que toda junta
esta infantería podía hacer el número de tres mil infantes. Volvióse el duque
de Nemúrs a su gobierno de León y el de París quedó encomendado al conde
de Belín, caballero gascón, muy confidente del duque de Humena y persona
de traza para conservar los ánimos del pueblo en su constancia, puesto que los
realistas la llamaban obstinación.
En Corbell quedaron trecientos franceses, fuera de ducientos alemanes del
regimiento nuevo del conde de Colalto, y no muchos días después, estando el
duque de Parma en Suasón, de vuelta para los Países Bajos, tuvo aviso de que,
saliendo de Melon el señor de Chastillón con tres mil infantes juntados de
los países vecinos, se había apoderado de Corbell por inteligencia, suceso que
le entristeció, más por haberla él ganado y deseado en vano meter guarnición
[97] española, que porque, después de socorrida París tan aventajadamente de
vituallas, fuese aquella plaza de importancia alguna.
Partió el duque de Parma de Meaux, la vuelta del País Bajo, a los 23 de no-
viembre. Avisado dello el príncipe de Béarne, con dos mil y quinientos caballos
(muchos de los cuales tenía juntos alrededor de Sanlís para este efeto) y otros
que le llegaron de los presidios y provincias sus devotas, se puso en campaña
con deseo de hacer alguna suerte en la retaguardia católica, o por lo menos ga-
nar reputación con decir que echaba de su tierra a los españoles, fiado tanto más
en la gente noble que le seguía cuanto por la división que se había hecho de las
fuerzas católicas, enviando muchas a sus presidios y alojamientos, había venido
a quedar el campo más débil de lo que por ventura fuera razón.
Alojó el duque su campo la noche de los 25 de noviembre en Fema y, al
desalojar el día siguiente (después de haber pasado la vanguardia -y aun la
batalla- el río que pasa por Pontarsí), se presentó el rey de Navarra a la reta-
guardia con doce tropas de caballos; llevábala don Antonio de Zúñiga con su
tercio y dos regimientos de valones, el cual, acabando de pasar el río, formó su
escuadrón en una ladera y al momento arrojó algunas mangas de mosquetería
que defendiesen el paso a la caballería enemiga, que con su acostumbrada
presteza venía cargando, y con la misma pasaron el vado algunas tropas de
caballos, con quien comenzó a escaramuzar la infantería de la retaguardia.
Acudió al arma el duque con toda la caballería del País Bajo, y la mayor parte
de la francesa con el duque de Humena; y viendo el de Béarne lo poco que
podía ganar con caballería sola, comenzó a retirar sus tropas la vuelta de Lon-
Las Guerras de los Estados Bajos 319

gueval, dejando a los vados al pie de trecientos dragones, que, apeados de sus
rocines, defendían el paso a la caballería católica, más para dar lugar a que se
retirase la suya que para conseguir otro intento. Viose que anduvo mezclado
entre ellos el proprio rey, hasta que, comenzados a degollar los dragones o
argolets120, como los llaman algunos, que al fin se degollaron todos, hubo de
tomar la carga como los demás. No le pareció al duque desabrigarse mucho
de su infantería y así pudo retirarse el príncipe de Béarne sin más daño que
[98] la dicha pérdida, no sin alguna reputación.
Alojó aquella noche el duque en campaña y al desalojar del día siguiente
se tocó un arma tan viva, que se creyó tener ya otra vez al enemigo en la
retaguardia; tocábale la vanguardia de las lanzas aquel día a don Fadrique
del Águila y, queriendo favorecer el duque a Apio Conti, capitán de lanzas
italianas (otros dicen que mal informado del comisario general, Jorge Basta,
que gobernaba la caballería), encomendó la vanguardia al Conti. Sintióse don
Fadrique, no sin causa, y era de condición tal altiva, que se atrevió a resentirse
él más libremente de lo que se permite entre un capitán y su general. Díjole
que no estaba acostumbrado de sufrir agravios de nadie; puso mano a la espa-
da el duque y don Fadrique se le quitó de delante, como era justo. Proveyóse
al punto su compañía en don Alonso de Lerma, natural de Burgos, soldado
muy viejo, de mucha experiencia, valor y solicitud; elección que no pareció
haber sido hecha con cólera, sino muy sobre pensado.
Esta arma falsa fue la postrera que tuvo el ejército católico hasta el día de
los 30 de noviembre, que, reforzado de nuevas tropas Enrique, quiso tentar
otra vez la Fortuna, procurando picar en la retarguardia, corrido de que el
duque volviese vencedor y sin daño alguno; pero, hallándola más fuerte de
caballería y infantería de lo que pensaba, se hubo de retirar también, desespe-
rado de buen efeto, sacando el barón de Birón una herida en un brazo, mien-
tras le daba una buena carga nuestra arcabucería de a caballo, y en particular
las compañías de los señores de Maldeguen y Moude. Llegó aquella noche el
duque a Guisa; después por Landresí entró en el país de Henau, hasta don-
de llevó consigo las compañías de caballos italianos, que llamaban las otras
naciones las favorecidas, que eran las dos de su guardia, la de Mario Farnese,
conde Nicoló Cesiss, Apio Conti y Blas Capizuca; y de allí se fueron a sus
alojamientos en Brabante, Limburg y Lieja. Toda la demás gente de a pie y a
caballo quedó alojada en Francia, alrededor de Rens, en Champaña, a cargo
del duque de Humena; monsieur de Rona por maestro de campo general, la
caballería con su comisario general Jorge Basta y la artillería a cargo de te-
nientes; el tercio de don Antonio de Zúñiga se alojó en [99] Bellí y el de don
Alonso de Idiáquez en Brena; el de Capizuca y los regimientos de alemanes

120
 Argolet se define como «light horseman; a body of them were called argoletiers» (A Dictio-
nary of Archaic).
320 Las Guerras de los Estados Bajos

y valones en los burgos y villetas, adonde se designó pasar el invierno, aguar-


dando ocasión de hacer algún buen efeto. Todas las tropas francesas se fueron
o a sus casas o a sus presidios, y el duque de Humena a Suasón, gobierno an-
tiguo suyo, y plaza muy su devota y tenida por de las más fuertes de Francia.
Llegó finalmente el duque a Bruselas a los 4 de deciembre, contento por la
felicidad de su jornada, aunque con harto poca salud; para que no fue ningún
alivio el nuevo desmán que sucedió pocos días antes de su llegada, amotinán-
dose el tercio de Manuel de Vega, que pasó de la manera que contaremos en
el libro siguiene, para donde lo guardo, por haberme alargado en contar las
cosas sucedidas en este año más de lo que pensaba, sin dejar por eso las de
Frisa, que pasaron así.
En tanto que estuvo el duque en Francia ordenó fuese a Frisa el tercio de
don Francisco de Bobadilla, gobernado por Manuel de Vega Cabeza de Vaca;
diósele entonces un tercio de paga y después en todo el tiempo que asistió en
aquella provincia, que fue diez meses, no recibió más, de que resultó lo que
adelante se dirá; y así, le fue fuerza al coronel Vergugo alojar parte de las com-
pañías en villas donde pudiesen sustentarse, y las demás en el país de Gronin-
guen, asistidas por él y la villa. Desta manera estuvieron aquellas fuerzas (que
ayudadas de mejores medios fueran útiles) ociosas todo un invierno, sin haber
sucedido otra cosa que haber querido alterarse algunas compañías deste tercio,
alojadas en Emelscámps; pero el capitán Prado, que las gobernaba, y el capitán
Juancho Duarte, saliendo al ruido, prendieron y dieron garrote a algunos, con
que apaciguaron los demás. Su intención era juntarse todos e ir adonde estaba
la compañía de lanzas del coronel Verdugo y, apeándola de sus caballos, hacer
otra y volverse a Brabante a pedir sus remates. El conde Guillermo, temiendo
ser acometido el verano con esta infantería española y la ordinaria de aquella
provincia, procuró socorro y le vino de infantería y caballería, y así salió en
campaña. Hízolo también Verdugo y, para darle ocasión de buscarle y desabri-
garse del villaje de Colmer (donde se había fortificado), acometió [100] un
fuerte suyo, que llamaban Emeltil, batióle con dos piezas que sacó de Gronin-
guen y, ganado, pasó al fuerte de Lopeslague, hecho por el mismo Verdugo el
año antes, con designio de acometer el de Nieciil, del enemigo, que estaba alo-
jado allí cerca en Colmer, procurando sacarle a la campaña, puesto que acome-
terle con su alojamiento era imposible, por el sitio fuerte y bien reparado; y, así,
se alojó con su gente el coronel Verdugo junto al fuerte que había hecho entre
el dique y un brazo de mar que venía a él, sobre el cual comenzó a hacer un
dique para que las vituallas y lo demás necesario pudiese venir de Groninguen
con más facilidad. Ayudaron los de la villa a esto, como interesados, con made-
ra y gente, porque con él ganaban una buena cantidad de tierra, y, haciendo un
dique desde el fuerte hasta el otro de Groninguen, excusaban entretener una
legua de diques, de que les procedía gran provecho y al ejército gran comodi-
dad; trabajóse de manera que, contra la opinión de muchos (que juzgaban la
Las Guerras de los Estados Bajos 321

obra imposible), se cerró en poco tiempo todo el brazo de mar y se puso en


perfición el camino hasta el otro dique. Estando, pues, alojados en esta forma,
de entrambos campos se hacían emboscadas a menudo, escaramuzando, y en
particular con los del fuerte, a quien había el enemigo proveído bien de gente y
todo lo necesario a su defensa; pero nunca pudo el coronel Verdugo sacarlos a
pelear de sus alojamientos. Sobrevino en esto una gran tormenta en la mar con
aguas vivas y viento nordeste, de que coligió Verdugo sería imposible mantener-
se más en aquel puesto; díjolo al ayudante Durán, que lo era del tercio de Ma-
nuel de Vega, y habiéndole advertido que la gente estaba bien acomodada y que
se aventuraba reputación en retirarse, no habiendo hacia el enemigo puesto se-
guro que ocupar, condecendió con él, dejando por entonces de mudarlos; pero
después, creciendo la mar con la tormenta, se vio que el primero hubiera sido
mejor consejo, pues hubo peligro y trabajo en salvar la gente, perdiendo parte
del bagaje y algunos soldados, que tardaron en retirarse; y, aunque es verdad que
pudiera y debiera el coronel Verdugo (como más plático en el país) seguir su
parecer y resolución, o el no tener la otra malos fundamentos o el deseo de no
desagradar aquella gente (no propia de su gobierno sino venida allí tan mal
asistida), le [101] debía de hacer mandar con menos resolución de la que debie-
ra. Que uno de los peores efetos de traer mal pagada la milicia es el recato con
que procede quien la manda de la seguridad con que puede hacerlo, y la duda
con que vive de que su obediencia sea tan puntual como conviene. Pasado el
dique nuevamente hecho (que por estar imperfeto el agua le sobrepujaba), se
alojó el coronel Verdugo en la abadía de Grotwert y de allí sacó su gente a lo
seco y comenzó a alojarla. A los españoles envió a los presidios, porque los ene-
migos habían a entender a los de la villa de Groninguen que el duque de Parma
había mandado alojar en ella este tercio; y así, no permitían entrar a nadie den-
tro sin dejar las armas a la puerta. Con tales artificios ponía en sospecha a aque-
lla villa y, como el no recoger en ella guarnición era deseo que igualmente
comprendía a los buenos y a los malos y resolución universal de todos, tanto
más bien acogida y creída era esta desconfianza; de que resultó pedir Verdugo
algunas veces licencia al duque para dejar aquel cargo, en que se hallaba mal
asistido. Que no es la menor desdicha de la profesión militar, juzgándose en ella
más que en ninguna otra por los sucesos, pender la honra de quien tiene algo a
su cargo de la diligencia o remisión con que quieren asistirle, sin tomarle en
descuento de las pérdidas ninguna consideración de lo que en esto hubiere ha-
bido, teniendo necesidad las más justificadas de disculpas, y siempre las del que
pierde son tenidas por sospechosas, aun de los más bien intencionados, que de
ordinario son los menos. Sucedió en este tiempo que un hermano y un primo
de Cristóbal Lechuga, sargento mayor de aquel tercio, sin que él lo supiese,
porque no corría bien con su maestro de campo, se resolvieron en volarle con
una mina que hicieron debajo de su barraca, la cual hizo el efeto tan contrario,
que voló al primo, y el hermano, que pudo retirarse, se escondió y salvó, no
322 Las Guerras de los Estados Bajos

faltando muchos que le ayudasen, por lo mal que querían al maestre de campo;
tanto, que, cuando este tercio se amotinó, le hubo de proveer Su Majestad en
otra parte a instancia dellos mismos. Cosa de ruin consecuencia y disciplina;
pero la conveniencia de concluir con aquella alteración y lo mal que se pueden
gobernar la fuerza y la pasión cuando se juntan, hizo ceder a la necesidad por
entonces, eligiendo el [102] que parecía menor inconviniente; que, si bien es
regla de prudencia hacerlo así, puesto que ha de ser a más no poder, hay tanta
dificultad en conocer esta imposibilidad, como peligro en dejarse llevar de algu-
nos afectos que la muestran antes de tiempo. Probó el sargento mayor su ino-
cencia y salió libre dello, y, llegando a padecer este tercio demasiadamente (por
no haber ya medios para sustentalle), se comenzó a solicitar de parte del maese
de campo y capitanes con el conde de Mansfelt, que gobernaba en ausencia del
duque de Parma, su vuelta a Brabante. Concediólo el de Mansfelt, ordenando
antes al coronel Verdugo fuese con él a ganar un castillo que los enemigos ha-
bían tomado en el país de Rinchenclusen, jurisdición del arzobispado de Colo-
nia, y que de allí fuese a verse con él a Bruselas. Fue Verdugo donde se le man-
daba y, sabiéndolo los del castillo, se concertaron con los del elector, con lo cual,
llegando allí y no hallando a nadie de parte del elector que diese asistencia ni
vituallas, pasó el Rin y fue a Bruselas, y allí advirtió al conde de Mansfelt en
consejo del estado en que dejaba su provincia, las inteligencias que en ella tenía
el enemigo, la poca seguridad de algunos que tenían a mano en el gobierno y la
sustancia de las fuerzas militares con que se defendía. Advirtió principalmente
el estado de la villa de Groninguen, en que había muchos de conocida infideli-
dad y, entre ellos, algunos del magistrado, ofreciéndose a probarlo con algunos
de los fieles y bien intencionados de la villa; oficio que, con haberlo hecho mu-
chas veces, no sólo no le lució, antes bien destos mismos avisos tuvieron muchas
veces noticia los acusados; culpa, sin duda, de la infidelidad de algunos minis-
tros inferiores, por cuya mano es fuerza pasen los negocios más graves, y riesgo
de que es imposible librarse totalmente los superiores más recatados, especial-
mente en las guerras que emprenden vasallos contra su señor. Llegó en esto de
Francia el duque de Parma, con quien hizo el mismo oficio, advirtiéndole espe-
cialmente de que por las villas de Déventer y Zuften podía hacer grandes pro-
gresos, entrando por el país de Utrecht en Holanda, que sería sin duda la cosa
que más sintiesen los enemigos, el verse meter la guerra en sus propias entrañas;
camino el más breve para darle honrado [103] y provechoso fin, pudiéndose
esperar que aquellos pueblos, escarmentados de los daños que en el tiempo
pasado habían sufrido con la guerra, se reducirían a algún buen partido antes
que pasar otra vez por ellos. Y, ya que no pudiesen hacerse tan presto estos efe-
tos, proveyese a lo menos aquellas dos plazas de manera que no se perdiesen
cuando menos lo pensase, pues era de creer que, habiendo tomado los holande-
ses tan a pechos el manejo de la guerra, no se olvidarían de acometer aquellas
dos villas, tan importantes como poco fuertes; consejo que le calificaron bien
Las Guerras de los Estados Bajos 323

presto el tiempo y nuestro descuido por mejor de lo que nadie pensó y que debe
guardarse en la memoria de los que alcanzaren el fin de las treguas, para enca-
minar las cosas por el camino más corto y más seguro. Avisóle también de que
el enemigo se apercibía para acometer dichas plazas y de todo lo que convenía
hacer para resistirle, supuesto que no bastaban todas las fuerzas que por enton-
ces se tenían en Frisa. Ofreció dar el duque en todo la asistencia conveniente y
por buen principio le mandó volver de allí a pocos días sin gente y sin dinero,
habiendo tenido el duque otros avisos conformes a cuanto Verdugo le había
significado. El cual, protestando el daño que haría su vuelta sin el socorro que
con él esperaba aquella soldadesca y los leales (a quien la desconfianza de tener-
le haría por ventura mudar de opinión), obedeció al fin, volviéndose harto
descontento a Zuften; a cuyo gobernador y al conde de Herman, que lo era de
Déventer, envió después el duque algún dinero para avituallar aquellas plazas.
Informóse Verdugo en Zuften del gobernador qué provisión tenía de pólvora;
respondióle que buena, por haber hallado en la casa que era del coronel Tassis
alguna cantidad; ordenóle que con diligencia se proveyese de fagina y cesto-
nes121 y trabajase desde la puerta que llaman del Pescado hasta la del río, que era
por donde le podían hacer más daño, y, sin que él la pidiese, metió dentro una
compañía de infantería más. Dada esta orden, pasó a Déventer y, habiendo
proveído allí algunas cosas, fue a Groninguen, que era la villa de que más duda-
ba. Causó general desconsuelo y desmayo en aquellas plazas su vuelta sin cosa
alguna de las que convenía tener prevenidas para su defensa, como destituídos
de la [104] última esperanza, de que resultó lo que adelante se dirá, causando
cada día mayor admiración el ver que, por acudir el rey a los negocios ajenos,
dejasen él y sus ministros en abandono los proprios, consolándose de perder la
llave y paso seguro de las islas, y con él la esperanza de castigar sus continuados
y perniciosos atrevimientos.

Fin del libro Tercero

 «Cilindro lleno de tierra para defenderse de los tiros» (DRAE). Para muchos de los términos
121

militares, referimos a González Ollé, donde se hace catálogo y estudio de los mismos, por
arcaicos o por poco documentados o de etimología incierta en los diccionarios al uso. Ver
también el crucial Vidos, donde se lee: «Dado que en los Países Bajos, en los siglos XVI y
XVII, bajo la soberanía española, el castellano era de uso corriente junto al francés (valón)
y al holandés (flamenco), […] las palabras holandesas (flamencas) presentes asimismo en
el francés [unas 800] pudieron llegar al español procedentes de éste y no directamente del
holandés. Por lo tanto, el que una palabra española conste en un documento de la época
de las guerras de Flandes o en una crónica de las mismas, no es suficiente para afirmar que
haya pasado al español directamente del holandés, por existir dicha palabra de antiguo, o
al mismo tiempo también en el francés» (236).
324 Las Guerras de los Estados Bajos

[105] LIBRO CUARTO


Año de 1591122
Había ordenado, como queda dicho, el duque de Parma al conde de
Mansfelt que por ningún caso alojase la gente que le dejaba para la defensa
de los Países Bajos en villas cercadas, y en particular el tercio de Manuel de
Vega. Pero, deseoso el conde de aliviarle y recrearle de los trabajos que había
padecido en Frisa, pareciéndole que le obligaba (con mostrar aquella con-
fianza) a tener mayor cuidado de no desmentir sus esperanzas, en llegando a
Brabante le alojó en las tres villas de Diste, Liao y Herentales, adonde estaban
con más comodidad de la que permitían aquellos tiempos. Tuvo este tercio
algún respeto a las canas de quien allí le puso y al amor que el conde tenía a
la nación española; pero, en sabiendo que el duque de Parma, de vuelta de
Francia, había entrado ya en los Estados y que no corrían por cuenta del con-
de los sucesos dellos, habiéndose antes concertado con varios avisos todos los
tres alojamientos, algo más adelante de la media noche (que fue la de 27 de
noviembre) tomaron las armas contra sus oficiales, y en [106] particular con-
tra el maese de campo, tan desenfrenadamente, que con peligro de las vidas
de todos y heridas y golpes de muchos los echaron fuera a ellos y las banderas,
tras las cuales se salieron por medio de las picas y mosquetes de los altera-
dos al pie de ciento y cincuenta soldados particulares y alféreces reformados,
comprando con su sangre la honra de no hallarse en aquella odiosa sedición.
Ejemplo que le dio adelante para en semejantes desventuras. Estaba alojado
en Joudoigne, lugar pequeño en el valón Brabante, la compañía de Antonio
de Mosquera, una de las del tercio; la cual, o no avisada con tiempo o medro-
sa de algún accidente, por hallarse sola y sin asistencia, estuvo firme sin tentar
novedad. Quitóse luego la ocasión de arrepentirse con la entrada que hizo allí
el maestro de campo, capitanes y oficiales del tercio, con las banderas dél. Me-
tieron luego los alterados todo el país de Campiña y de Lieja en contribución,
y para mejor poderlos apremiar a pagalla hicieron una compañía de lanzas,
tomando para esto los caballos de los capitanes y oficiales, tanto de silla como
de carro, y ocho caballos que Hernando Patiño tenía comprados en Liao
para la compañía de don Sancho de Leiva, de quien era soldado en Frisa. Al

122
 Argumento: Amotínase el tercio de Manuel de Vega y págase. Toma el príncipe de Béarne a
Chartres. Toma el duque de Humena a San Lamberto y a Chateotirí por asalto. Va a París y
encomienda su ejército al príncipe de Ásculi. Gana el príncipe de Chateo du Mont a Mon-
cornet y después a Verbí. Llega a París el nuncio Landriano. Efetos de su llegada. Editos del
rey y de algunas villas contra el pontífice y nuncio. Gana el rey a Noyón por asalto. Pónese
sobre Ruán. Gana Mauricio a Zuften y a Déventer. Toma a Vuede y restáurala Verdugo.
Entra el duque de Parma en la isla de Bura y retírase después a Aspa. Gana Mauricio a
Hulst. Quémale Mondragón algunos bajeles. Vuelve el duque a Bruselas. Apresúrase para ir
a Francia. Dásele la Fera para su refugio. Apodérase Mauricio de Nimega por estratagema.
Las Guerras de los Estados Bajos 325

cual Hernando Patiño forzaron a que se encargase de la dicha compañía, en


que llegó a haber ochenta lanzas muy en orden y cien a caballo. Y él lo hizo,
protestando primero que se encargaba della con condición que había de salir
en servicio del rey siempre que se le ordenare, con las seguridades necesarias,
y que no había de ser pagado cuando y como los alterados, pues él no lo era
ni lo pensaba ser. Mostró Patiño presto que no se había encargado de aquella
gente para estar ocioso, pues, rehusando los liejeses de acudir con la contribu-
ción ordinaria y armándose el país para defendella, salió con sus caballos de
Liao y, volviendo con priesa bastante para cobrar los corridos, halló tomado
el puente de Lisemeao con dos mil villanos liejeses, mosqueteros y picas to-
dos, con quien cerraron Patiño y sus lanzas tan valerosamente, que ganaron
el puente y rompieron a los de Lieja, con muerte de más de cuatrocientos; y
mataran más, si no sobreviniera una gran lluvia y tras ella la noche. Quedaron
con esto más cuerdos los liejeses y pagaron de allí adelante las contribuciones
[107] sin réplica; murió sólo un soldado de Patiño, y heridos tres.
Casi en los mismos días en que se amotinó el tercio de Manuel de Vega,
echaron la guarnición católica los burgueses de la villa de Venló, una de las
más importantes del país de Güeldres, situada en la ribera diestra de la Mosa.
Estaba allí de guarnición el tercio de don Gastón Espínola, de italianos, y el de
alemanes del coronel Ventinck; éstos se gobernaron tan mal durante la ausencia
del duque y fueron tan aborrecibles en aquella gente sencilla las borracheras de
los unos y desórdenes de los otros, que, concertados primero con los alemanes,
ofreciéndoles de quedar con ellos a solas, echaron a los italianos y después a
los alemanes mismos, como menos poderosos. Temió al principio el conde de
Mansfelt que no habían tomado los de Venló aquella resolución sin inteligencia
con los Estados; pero, enviando ellos a disculparse con cuatro burgueses de los
más honrados de la villa, alcanzó perdón no menos la aparente justificación que
la imposibilidad que había por entonces de castigallos. Cansados, también, por
este tiempo los de Nimega de la continua batería del fuerte, alcanzaron algún
reposo con permitir franco paso por el Vaal a los bajeles holandeses, que por
la extraordinaria sequedad de aquel verano no podían bajar cargados por el
brazo diestro, que conserva el nombre del Rin; resolución que ocasionó des-
pués su pérdida, como se dirá, domesticándoles algunos herejes más de lo que
fuera justo, como sucede en todo género de treguas; por donde sin muy grande
necesidad no deben hacerse con rebeldes, siendo nuestro natural tanto más
inclinado a conformarse con lo malo, que es más cierto aficionarse los súbditos
leales a su modo de vida licenciosa y libre, que reducir los fieles con el ejemplo
de la virtud en esótros; como sucedió en este caso, que al fin fueron ganando
muchas voluntades con sus falsas lisonjas, como acostumbran. Murió al princi-
pio deste año de enfermedad Manuel de Lalaing123, marqués de Rentí, en Mons

 Ver Blaes ed. para las memorias sobre dicho personaje, y Diegerick para su correspondencia.
123
326 Las Guerras de los Estados Bajos

de Henao, cabaleza de su gobierno, caballero de gran calidad y de singular


valor, famoso por no haber dejado jamás el servicio del rey, sino fue el tiempo
que, llamándose monsieur de Montiñí, se hizo cabeza de los malcontentos,
enemigos declarados de los herejes y un cierto género de neutrales, que con el
tiempo y con la conformidad de la religión, [108] que suele ser el vínculo más
estrecho de las amistades, vino a unirse con la causa del rey, trayendo consigo él
y el marqués de Rubay, su pariente, los países de Henao y Artois, que, aunque
sin nota de infidelidad, andaban algo perplejos, y muchas plazas importantes.
Sucedióle al marqués en el gobierno de Henao Carlos de Croy, príncipe de Si-
may, que tenía el del condado de Artois, como se dijo arriba; y a él, el marqués
de Barambón, cuyo gobierno del ducado de Güeldres se dio hacia la fin del año
al conde Hernan de Bergas, coronel de alemanes.
A los 26 de enero llegó a Bruselas, enviado por el rey, don Diego de Ibarra,
veedor general124 del reino de Sicilia, caballero de grandes partes. Trujo orden
al duque de Parma que le llamase a todos los consejos de Estado, Hacienda y
Guerra, y que hiciese acompañar a él y a Juan Bautista de Tassis a París, adon-
de, habiendo salido ya de allí don Bernardino de Mendoza, ciego del todo
y necesitado de descanso125, deseaba Su Majestad tener estos dos personajes
para que en aquella ciudad, cabeza de Francia, asistiesen, atendiendo al bien
universal de la causa católica y a las cosas que en particular se ofreciesen de
su servicio. Pasaron ambos a dos por el mes de mayo a Rens, en Champaña,
en cuyos contornos, como se ha dicho, alojaba el ejército católico, y poco
después a París, donde fueron muy bien recibidos y acariciados por los que
gobernaban la ciudad. Y, porque (hallándonos ya en Francia) no hay para
qué volver a los Países Bajos sin desembarazarnos de los sucesos del ejército
colegado en Champaña, Picardía y Isla de Francia, escribiré lo que supe de las
mejores relaciones126 y guardaré para la postre los sucesos de Flandes, de que
soy testigo de vista de donde no salió el duque de Parma hasta la fin deste año,
y así podrá ir la relación más inteligible y consecutiva.
Quedó el príncipe de Béarne, con el socorro que dio el ejército católico
a París, no sólo afligido y casi desconfiado de mejorar el estado de sus cosas,
pero imposibilitado de hacer grandes progresos; y así, con varios embajadores
y mensajeros solicitaba a la reina de Inglaterra y los protestantes de Alemaña

124
 Como cargo de «inspector» o «supervisor».
125
 Para los últimos años de la vida de don Bernardino, en Madrid, ver el último capítulo de la
Introducción en Cortijo & Gómez Moreno.
126
 Estas relaciones pueden referirse a numerosas obras. Señalemos algunas de ellas: Pedro Cor-
nejo, Compendio de la Liga francesa con las cosas acontencidas desde 1585 hasta 1590 (Bru-
selas, 1591); Antonio de Herrera, Historia de los sucesos de Francia desde 1585 hasta 1594
(Madrid, 1598); Antoine Arnauld, Anti-Espagnol: autrement les Philippiques d’un Démos-
thenes françois touchant les menées et ruses de Philippe, roi d’Espagne, pour envahir la couronne
de France (s.l., 1590), etc.
Las Guerras de los Estados Bajos 327

por socorro. Fue más pronta la reina, como quien participaba de mayor in-
terés: medida la más cierta con que los príncipes en las necesidades pueden
tantear las [109] esperanzas de ser ayudados de los más amigos, pues sólo lo
son unos de otros cuanto les conviene. Envióle al príncipe, casi en principio
deste año, tres mil ingleses, con que reforzó el campo y entró en esperanzas
de hacer algunos efetos de importancia; atendía entretanto a visitar las plazas
de su devoción, sin apartarse de Picardía ni de la Isla de Francia tanto que
diese ocasión al duque de Humena para tentar alguna cosa de gran impotan-
cia, contentándose con tener sus capitanes por gobernadores en las demás
provincias, las cuales era cierto que habían de seguir la fortuna conforme la
prosperidad o adversidad de los sucesos. En Borgoña tenía al barón de Birón
contra el vizconde de Tavanes, en el Leonés y Delfinado a monsieur de la
Diguiera127, contra los duques de Saboya y de Nemúrs, en Proenza, al duque
de Pernón, contra el mismo duque de Saboya, el Lenguadoca, al condestable
Memoransí, contra el duque de la Joyosa, en Guierna al marichal de Matiñón
contra el señor de N., que tenía, entre otras plazas, a Blaya, a la entrada que
hace a la mar el río Garona; en Bretaña, al duque de Monpensier, contra el de
Mercurio, adonde últimamente envió a monsieur de la Núa, soldado (aunque
hereje) de los más experimentados de Francia, con la nueva que tuvo de la lle-
gada a aquella provincia de don Juan del Águila con tres mil infantes españo-
les, los cuales se habían apoderado del puerto de Blavet y le iban fortificando
para asigurarse por la mar, de suerte que no había palmo de tierra en Francia
que no tuviese dos posesores, uno en nombre del rey y otro de la Liga, roban-
do, matando y abrasando todos con tanta crueldad y aborrecimiento, como
si aquella ira se ejecutara en la nación más enemiga. Tan ciego es el furor y
tanto el que produce la herejía, especialmente la que con nombre de razón
política128 antepone el proprio interés a toda justa y razonable consideración,

127
 Célebre se haría más tarde, y celebrado, en E. Aggas, A most excellent exploit perfourmed
by Monsieur de Diguieres... upon the Popes armie... With the taking of Sainct-Esprite, and
the mutiny in Paris. Together with A discourse of the overthrow of the Duke of Savoyes army
defeated by the Lord de Diguieres, in the plaine of Pont-Charra... the eighteenth of September
1591 Printed at Tours by J. Mattayer […] and truely translated into English by Edward
Aggas (London: Printed by J. Wolfe, 1591).
128
 Razón política o razón de estado es un término acuñado por Maquiavelo (1513) para refe-
rirse a las medidas de excepción ejercidas por un gobernante para conservar o aumentar
la salud y fuerza de un estado, presuponiendo que dicho estado tiene un valor superior a
otros derechos individuales o colectivos. El tema hará correr ríos de tinta entre los teóricos
políticos de los siglos XVI y XVII. Frente a sus defensores, los detractores solían mencionar
el carácter potencialmente tirano de las medidas tomadas en su nombre. Con este título,
por ejemplo, se conoce el libro de Diego Pérez de Mesa, Política o razón de Estado (L.
Pereña & C. Baciero eds., Madrid: CSIC, 1980). Ver, entre los muchos título los posibles,
Fernández Santamaría y Peña Echeverría (con documentos de la época). Para la teoría
política calvinista, ver el clásico trabajo de Mercier. Para la relación teoría política e historia,
328 Las Guerras de los Estados Bajos

teniendo por honesta toda utilidad, por detestables que sean los medios con
que se adquiere, de que resulta inmediatamente destruirse la fe pública y pri-
vada, y dello todas las disensiones que experimentó este miserable, entonces,
y antes nobilísimo y poderoso reino.
Púsose el príncipe de Béarne, a mediado hebrero, sobre la villa de Chartres
con el mayor golpe de gente que pudo juntar, la cual se [110] defendió más de
dos meses valerosamente, hasta que (desconfiada de socorro por estar el cam-
po de la Liga ocupado en los países de Champaña y Picardía) se rindió con
honestas condiciones a los 24 de abril. Invernaba el ejército católico, como se
ha dicho, entre Suasón y Rens, en Champaña, y (sacando la gente de los alo-
jamientos el duque de Humena por el mes de febrero) tomó a San Lamberto,
plaza de alguna consideración129. Hizo otra salida de más importancia al prin-
cipio de abril, poniéndose sobre Chateotirí, villa situada sobre el río Marna,
siete leguas más arriba de Mizux y plaza importantísima para conservar el do-
minio de los países de champaña y Bría, con quien confina. Juntó el duque de
Humena para este sitio todas sus fuerzas, puesto que por entonces no pasaban
de ocho mil infantes y poco más de mil y quinientos caballos. Había tentado
el duque muchas veces a meter socorro en Chartres y siempre en vano, por la
vigilancia de los realistas; y así, no hallándose con fuerzas bastantes a darles la
batalla y resuelto en no pasar la Sena sino con poder muy aventajado, tentó la
diversión con el sitio de Chateotirí; y prudentemente, pues es sin duda que,
cuando se tienta este camino, no ha de ser, si se puede, no aventurado a ganar
menos que lo que se deja perder, y Chateotirí, considerando el puesto donde
por entonces se hacía la guerra, no era de menos, sino de más importancia
que Chartres. Batióse Chateotirí con nueve cañones y tocóle el abrir las trin-
cheras al tercio de don Antonio de Zúñiga, por entre el castillo y el río, de la
parte del norte. Alojóse el de don Antonio de Idiáquez arrimado al río, hacia
la parte de Miaux, y comenzó también a venirse arrimando con trincheras y
algunas piezas que tiraban a las defensas; gobernaba este tercio (por ausencia

ver Kossmann. Para un sugerente análisis del lenguaje político de la revolución holandesa, ver
Schepper. Dentro de la leyenda negra española, suele tildarse en la Inglaterra protestante
de «maquivélico» a numerosas figuras del mundo político español del momento, como
Bernardino de Mendoza o el conde Gondomar, ambos embajadores en Inglaterra. Léase
por ejemplo el tratadito de Thomas Scott, The Second Part of Vox Populi on Gondomar
appearing in the likeness of Matchiavelli in a Spanish Parliament, wherein are discovered his
treacherous and subtile Practises To the ruine as well of England, as the Netherlands (aparente-
mente traducido del español, Goricom: Ashuerus Janss, 1624).
129
 Añade 1635: «Y luego pueso sitio a la villa de Nela y a la misma noche se le plantó la
artillería, valiéndose de una hoya que había junto al foso por trincheras, en la cual cabían
cuatro compañías bien cubiertas del tercio de don Antonio de Zúñiga, y en amaneciendo
empezó a hacerse la batería; la cual hecha, se rindió, saliendo el gobernador con quinientos
soldados que había de guarnición, con banderas, armas y bagaje, dejando en ella el duque
de Humena un buen presidio».
Las Guerras de los Estados Bajos 329

del maese de campo y muerte de Simón de Itúrbide, sargento mayor, que


murió de enfermedad en Brena) el capitán Gonzalo de Luna, en quien se
proveyó su oficio. Resolvióse finalmente el asalto por la parte de don Antonio
y, olvidados ya los franceses de Lañí y Corbell, o confiados en la retirada del
castillo, se resolvieron en aguardalle. Arremetieron los capitanes don Álvaro
Osorio, don Pedro Sarmiento, Antonio González, Fadrique Villaseca, Juan
Bravo de Lagunas, Simón Antúnez y otros, y con tanto valor cargaron sobre el
enemigo, que con heridas de muchos españoles, aunque no con muerte [111]
de alguna persona de cuenta, entraron en la villa. Había quedado la batería
un poco difícil, y en particular la bajada, detrás de la cual hacían los franceses
muy bien su deber130. Afírmase que el primero que se arrojó en medio dellos,
siguiendo luego los demás, fue un alférez reformado de la compañía del maese
de campo, llamado Sancho de Tuesta, aunque herido de un mosquetazo en el
brazo izquierdo, que no le he querido pasar en silencio por pagarle con esto
que puedo lo bien que sirvió después siendo soldado mío y haber finalmente
acabado la vida en la batalla de las dunas de Ostende, en compañía de otros
muchos de su tercio, peleando con gran valor131. Murieron más de quinientos
franceses en la batería y por las calles la vuelta del castillo, adonde se recogie-
ron al pie de cuatrocientos, que le comenzaron a defender con el mismo valor
que habían defendido la villa, aunque con mejor seso. Porque, desconfiados
de socorro, después de haber aguardado más de quinientos cañonazos, se rin-
dieron, sacando armas y bagajes. Fue esta presa de mucha importancia y muy
provechosa para restaurar la pérdida de reputación causada por la rendición
de Chartres, que se supo luego.
Detúvose el duque de Humena en Chateotirí algunos días, refrescando
su gente y en particular la española, que lo había trabajado más, y después
de haber tomado algunos lugares de poco nombre en la país de Bría, envió la
gente a sus alojamientos y pasó a París, dejando el ejército a cargo de Anto-
nio de Leiva, príncipe de Ásculi, a quien envió por aquellos días el duque de
Parma por cabo de la gente que pagaba el rey. Con la cual saliendo a mediado
mayo en campaña, tomó (no sin resistencia) a Chateo Dumón y a Moncornet
y, puesto después sitio sobre Verví (y llegado de nuevo al campo el duque de
Humena), se batió por tan mala parte, que, procediendo al asalto, no se pudo

130
 Añádese en 1635 que los primeros en arrojarse fueron Alejandro de Cartelà, barón de
Folgons, y un alférez reformado.
131
 «Tras éstos los capitanes Simón Antúnez, Fadrique de Villaseca y su sargento Juan de En-
contra; el alférez Morales, Mauricio de Vallseca, Jusepe Ponce de Monclar, el alférez Vi-
llanueva, el sargento Palomo y Castaño, Cristóbal Maldonado, Francisco Castellón, otro
Francisco Castellón, el alférez Pablo Blas; quedando en la batería muertos el alférez Villa-
nueva, el sargento Palomo y Castaño, y heridos Simón Antúnez (de un mosquetazo, pasa-
dos los muslos), el alférez Pablo Blas (de un arcabuzazo, pasada la cabeza desde bajo del ojo
al colodrillo) y Cristóbal Maldonado y Francisco Castellón (de Tarragona)» (1635).
330 Las Guerras de los Estados Bajos

hacer más que quedar los españoles alojados en la muralla, con muerte de
más de ochenta y algunos capitanes de naciones. Salió deste asalto malherido
por el ojo (que le salió al colodrillo) el capitán Villaseca, natural de Perpiñán,
aunque curó después. Rindióse finalmente la villa a los doce días de sitio y
salieron los defensores con sus armas y bagajes. Tentó tras esto el duque de
Humena una empresa de importancia y que pudiera sucedelle bien si no lo
malograra la [111] ignorancia o la infidelidad de las guías y haber querido el
duque dar la vanguardia a gente menos plática de aquel género de fación de
lo que convenía. Supo, pues, el duque que en la ciudad de Compieña no se
estaba con el recato necesario y, partiendo dos horas antes de anochecer de los
cuarteles, caminó con tres mil infantes de todas naciones y seiscientos caballos
sueltos toda la noche; y donde hubiera de llegar una hora por lo menos antes
del día a dar la escalada, por ocasión de cierto rodeo que tomaron las guías (a
lo que se dijo no sin malicia), no se llegó sino al reír del alba. Pretendió don
Antonio de Zúñiga que le diesen parte de las escalas a sus españoles, pero,
teniendo el duque el negocio por hecho y deseando dar aquella honra a la no-
bleza de Francia, que, dejando sus caballos, habían tomado picas y alabardas,
mientras, como poco pláticos, hacían más ruido que efeto, fueron sentidos
por las centinelas y, acudiendo en su socorro no sólo los realistas, pero los afi-
cionados al bando de la Liga (que no eran pocos, aunque en aquella ocasión
no les importaba menos que a los demás el defender sus murallas, pues en
semejantes accidentes suelen llevarse por un rasero amigos y enemigos), de
tal manera pelearon, que, viniendo al suelo los más atrevidos colegados, vino
también la luz del día, que acabó de imposibilitar la empresa.
Había llegado por este tiempo a París monseñor Landriano, nuncio de
Gregorio XIV, cuyos monitorios, publicados por todas las ciudades y villas
católicas, comenzaban a hacer bonísimos efetos, los cuales conminaban nue-
vas censuras a los fautores del príncipe de Béarne si no se apartaban de su
servicio, declarando por legísima, buena y católica la Liga de los príncipes de
aquel reino, por cuyo medio se conservaba también la autoridad pontifical y
la verdad de la Iglesia Romana. Sintió mucho el príncipe de Béarne esta decla-
ración y en cierta junta que tuvo en Manta, presente el cardenal Lenoncurt,
se hizo un edicto, en el cual se ofrecía al rey a hacer toda cortesía al nuncio de
Su Santidad, si iba a él y si a sus enemigos mandaba a [sic] sus súbditos que
no le obedeciesen ni conociesen por más que por persona privada. Pasaron
más adelante los de Chalóns, en Champaña, rompiendo públicamente la bula
apostólica y [113] amenazando con grandes castigos a quien la obedeciese. Y
en otras ciudades se excedió hasta hacer esta ceremonia el proprio verdugo,
con pregones infamatorios no sólo contra el nuncio, pero contra la persona
del Papa. Con esto y con otros nuevos edictos en favor de los hugonotes que
hizo en Turs el de Béarne, animado con otro nuevo socorro de ingleses que
supo haber llegado a Diepa, se puso sobre la ciudad de Noyón, una de las
Las Guerras de los Estados Bajos 331

principales del país que llaman Isla de Francia. Tentó el duque de Humena
muchas veces y por muchas vías el socorro desta plaza tan importante cuanto
digna de funesta memoria por haber sido patria de Juan Calvino, el peor y el
más abominable heresiarca132 de cuantos han procurado contrastar la fe cató-
lica; pero no le pudo dar el que fuera necesario para defenderse largo tiempo.
Defendióse con todo eso el presidio de franceses, que estaba dentro más de
dos meses con tanta constancia, que, después de grandes salidas y muerte
de mucha nobleza realista, tuvieron valor para aguardar tres asaltos, aunque
finalmente hubieron de ceder al cuarto, con muerte y prisión de toda la gente
de guerra colegada, dejando el más seguro y honrado ejemplo de cómo se
debe defender una plaza; que, aunque muchos salen dellas (enteras la honra y
la vida), esótro es lo más asegurado. Deseó el duque de Humena socorrer esta
plaza a viva fuerza; pero, siendo por entonces mucho mayores las del enemigo
(hallándose en sitio fuerte) y su plaza de armas muy fortificada, no se tuvo
por sano consejo el acometerle desaventajadamente, ni aventurar la suma de
las cosas por una plaza que al fin había de ser presa y despojos del vencedor.
Había llegado el ejército colegado a dos leguas de Noyón, resuelto en aguar-
dar allí algún buen lance para ofender al enemigo, cuando, sabido el suceso,
se retiró a Suasón y de allí a unos villajes junto a Rens, en Champaña. Ganada
Noyón, despidiéndosele al de Béarne, conforme a la costumbre de Francia,
casi toda su nobleza, quedó imposibilitado de tentar otra cosa de importan-
cia. Y así, resuelto en esperar el socorro que le bajaba de Alemaña, cuya fama
era por entonces de catorce mil infantes y veinte cornetas de reitres, en que
se juzgaba vendría al pie de seis mil caballos, pasó a Mets de Lorena, dejando
casi toda su gente repartida en guarniciones y quitando con esto la ocasión al
duque [114] de Humena de tentar ni la recuperación de Noyón ni la presa
de otras plazas con que recompensar aquella pérdida, la cual, aunque sentida
con extremo por los colegados, no tardó mucho en tener su descuento, como
de ordinario le tienen las cosas de acá abajo.
Estaba, como se dijo atrás, el duque de Guisa, mancebo de edad de diez
y ocho años, preso en el castillo de Turs en Turena, a cargo de monsieur de
Ruberay, hombre severo y que no ignoraba los grandes daños que podía oca-
sionar a la causa de su señor la libertad de aquel príncipe, a quien tenía con
tan estrechas guardias de vista, que hasta sus acciones más secretas las había
de ver un capitán y cinco archeros, que a este efeto, mudándose alternativa-
mente con otros de su género, asistían siempre en su aposento, velándole de
día y de noche con particular cuidado. Fuera destas guardias de vista, que por
todas eran veinte archeros y cuatro capitanes, había en el castillo otro buen

132
 Entre los nombres de heresiarcas protestantes del siglo XVI (Lutero, Calvino, Melanchton,
Zwingli, etc.), el nombre de Calvino, sus Institutos y su teocracia de Ginebra constituyen
para los católicos españoles de la época el summum de la perdición y herejía.
332 Las Guerras de los Estados Bajos

número de gente de guerra para guardia de alguna violencia, que de ordinario


proveían las centinelas, rondas y contrarrondas necesarias. Parecíale al alcaide
estar tan asegurado de la persona del duque, guardado con tanta vigilancia,
que no le quedaba qué temer; pero enseñóle la experiencia, aunque a su costa,
que por mucho que sea el cuidado de las guardias, es mayor y más natural el
que un preso tiene de procurar su libertad. Úsase mucho en Francia servirse
de lacayuelos, por medios de los cuales se visita todo, se anda todo y se sabe
todo; ellos son las verdaderas espías, y tan diestros en este oficio, que se ha
visto lacayuelo de doce años (con sólo haber entrado una vez por una puerta
de ciudad o villa) designarla después y delinearla con sus traveses, rastrillos y
otras defensas como pudiera el más diestro ingeniero. Iba y venía uno destos
con recaudos a Orliéns del duque para el marichal de la Chatra y del marichal
para el duque, por medio de los cuales se concertó que ejecutase el duque
su intento el día de los 15 de agosto y que el marichal tendría al barón de la
Chatra, su hijo, en cierto lugar vecino con gente de a caballo para asistirle,
caso que Dios fuese servido de ayudalle, dejándole escalar el castillo. Venido
el día señalado, después de haber encomendado el duque aquel negocio a
Dios y pedídole buen suceso, si había de ser de su servicio, saliendo de su
aposento, para entretener las guardias y tener ocasión de apartarse [115] al-
gún tanto dellas, inventó un juego de subir la escalera saltando con un pie,
y al soldado que mejor lo hacía le daba algún premio por su ligereza. Quizo
finalmente mostrar también la suya y, llegando al último descanso, se arrojó
con la mayor diligencia que pudo en su aposento, cerrando tras sí la puerta,
que era de golpe, y tan fuerte como lo suelen ser las de las cárceles. Estuvieron
un rato suspensos los soldados, pensando que todo aquello era del juego; pero
sospechando los capitanes lo que era, en lugar de acudir por la puerta del
castillo a ocupar la parte por donde podía escalalle, acudieron a romper la del
aposento, en que trabajaron en vano casi un cuarto de hora. No fue perezoso
en tanto el duque en echar una cuerda que tenía aparejada por una ventana
ni en descolgarse por ella, aunque con notable peligro de su vida; porque,
acudiendo los soldados a sus puestos y viendo suspendido aún en el aire al
duque, por ser la ventana muy alta, tiraron hacia él una ruciada tan buena de
arcabuzazos, que le obligaron a soltar la cuerda más de veinte palmos antes
de llegar al suelo. Ofendióse en un abrazo y en una espalda, y con todo esto
pasó adelante como un gamo y con la misma ligereza atravesó un burgo de
la ciudad lleno de gente y a mediodía, que fue caso milagroso no detenerle,
como lo pudiera hacer un niño, no llevando el duque arma ninguna. Fue otro
nuevo milagro no alcanzalle dos escoceses que salieron a caballo por la puerta
del castillo, pues pudo detenerlos un viejo con asir de la rienda del uno y obli-
gar al otro a que le diese una cuchillada, acto que alborotó la gente y acabó de
dar la libertad al fugitivo, el cual, deparándole Dios un rocín de un villano y
subiendo en él a la fuerza de promesas y buenas razones, tomando por la ala
Las Guerras de los Estados Bajos 333

de un bosque fue a un puesto donde ciertos confidentes suyos le tenían apare-


jado un caballo tan cual convenía para conseguir su intento. Tenía trazado de
pasar el río Cher (que, bajando del Borbonés, se arroja en la Luera algo más
debajo de Turs) por un vado conocido por él y puesto donde había de hallar
al barón de la Chatra; mas, turbado de tantos accidentes, hubo de pasar el
dicho río a nado en su caballo. Pasado el río, descubrió seis caballos del barón
y después al barón con otros sesenta, que le recibieron con la alegría que se
deja considerar. Vínole a recibir el marichal hasta Burges, en Berrí, y, [116]
pasando a Orliéns y de allí a París, acompañado ya de seiscientos caballos, dio
con su vista a aquella ciudad tan su devota la mayor alegría que había recibido
en muchos años. Pasó finalmente hacia la fin de setiembre al campo, donde
fue recebido por su tío, el duque de Humena, y por todos los capitanes cole-
gados, con tanto regocijo y con tan seguras esperanzas de buen suceso como
si hubiera resucitado su padre. Tuvieron particular contento desta nueva no
sólo el duque de Parma y el rey, cuando la supo, sino el pontífice Gregorio
XIV, en prueba del cual hizo dar generales gracias a Dios por aquella libertad
tan impensada y a tan buen tiempo con un Te Deum133.
Había atendido Gregorio desde el principio de su creación con particular
cuidado al remedio de las cosas de Francia. Pero, advertido del proceder del
príncipe de Béarne y de la poca esperanza que se podía tener de su redución,
determinó ayudar la causa católica no sólo con palabras pero también con
obras, por no faltar en esto al oficio de buen padre, que donde no llega con
los consejos y con las persuasiones procura llegar con la fuerza y con el rigor.
Con este intento, pues, levantó el pontífice por el mes de mayo un lucido
ejército y, haciéndole marchar la vuelta de Francia, pasó los Alpes por la Val
de Osta al principio de agosto, y en el ducado de Saboya se le juntaron cuatro
mil esguízaros de los cantones católicos, pagados por Su Santidad. Era general
deste ejército Hércules Esfrondato, duque de Montemarchano, sobrino del
Papa; general de la caballería Pedro Gaetano, duque de Salmoneta y Apio
Conti maese de campo general. Llegaba la caballería al número de mil ca-
ballos en diez compañías, la más lucida gente que muchos años antes había
salido de Italia. Los capitanes eran estos nueve, sin el general: Ascanio de la
Cornia, Otavio de Cesis, Antonio Palavesino, Pedro Francisco Visconti, Luis
Arcimboldo, Leonardo Avolio, Marco Rasponi, Otavio Piñatelo y Fabricio
Dentichi. Traía el duque otras dos compañías de caballos de su guardia, una
de lanzas, de que era teniente el caballero Melzi, y otra de arcabuceros, del ca-
pitán Rigoleti. La infantería podía llegar a mil y quinientos hombres en nueve
compañías, de que era maestro de campo Rodolfo Ballón. Pasada, pues, esta

133
 Himno de alabanza de antiguo origen cristiano primitivo (atribuído generalmente a san
Ambrosio) que en la liturgia católica representa el ejemplo máximo de acción de gracias a
Dios (Te, Deum, laudamus, / te, Dominum, confitemur…).
334 Las Guerras de los Estados Bajos

gente al país de Bresa, sucedió en León de Saoní un desmán que comenzó a


dar [117] mala sombra a aquel ejército; y fue desavenirse el de Montemarcha-
no y el duque de Salmoneta, general de la caballería, como se ha dicho, y su
lugarteniente, y volverse el de Salmoneta a Italia, por cuya ausencia comenzó
a irse deshaciendo aquel ejército, hecho por la mayor parte en Roma, donde,
como natural della, era muy conocido y estimado el de Salmoneta. Llegó
finalmente Montemachano a juntarse con el campo de la Liga casi a la fin del
mes de otubre, la caballería cansada, la infantería deslucida, aunque los cuatro
mil esguízaros, que eran el nervio, enteros y sanos, como gente que se hace
pagar, y no menos por esto que por su natural disciplina no se desmanda. Mas
lo que acabó de debilitar aquel ejército fue la nueva que en él se tuvo de la
muerte del pontífice, con que se abatieron los ánimos de todos, comenzando
a desear volverse a Italia y muchos a ponerlo por obra. Sucedió a Gregorio
Clemente VIII en la silla de san Pedro134 y en el celo de la causa católica, y por
conservar lo que quedaba entero de aquel ejército confirmó el oficio al duque
de Montemarchano, y a los demás ministros y oficiales dél mandóles escribir
con tanto amor y benevolencia, que de nuevo se resolvieron los que quedaban
en asistir hasta ver el fin de aquellas guerras más que civiles.
Era grande la fama del ejército alemán que le bajaba al príncipe de Béarne,
y no menor la que corría del esfuerzo que hacían en su socorro la reina de
Inglaterra y los Estados rebeldes. Y a este mismo paso iba proveyendo el rey
nuestro señor de gente y dineros, puesto que ambas cosas, como es costum-
bre, quedaban muy atrás de sus esperanzas. Vinieron casi siguiendo las pisa-
das del ejército del Papa diez compañías de españoles del tercio de Nápoles y
diez y siete de las que habían militado en Saboya en la guerra de Ginebra135;
de las primeras era maese de campo, nombrado por el conde de Miranda, vi-
rrey de Nápoles, don Luis de Velasco, y de las segundas gobernador el capitán
Alonso Corcuera, y todas juntas venían a orden de don Rodrigo de Toledo136,
gobernador de Alejandría, que no las dejó hasta entregallas al duque de Hu-
mena, en número de poco más de cuatro mil infantes españoles, gente lucida
y bien disciplinada.

134
 Añadido de importancia en la edición de 1635: «Sucedió a Gregorio por breves días el car-
denal Faquineto, que se llamó Inocencio y fue el octavo deste nombre, y tras él Clemente
VIII, llamado antes el cardenal Albrobandino».
135
 Se refiere a los embites de los duques de Saboya contra Calvino y Farel en la república teo-
crática que habían creado en Ginebra, durante los años 40 y 50 del siglo XVI.
136
 Se trata de Alejandría de la Palla, en Italia. En el descanso segundo de la relación tercera de
la Vida del escudero Marcos de Obregón se lee: «Cogíle las llaves, y los bellacones, que vieron
el caso, acudieron luego; abríles las puertas, quedándose el pobre hombre sin sentido, y,
sin que nadie nos viese, salimos de la cárcel y del pueblo, y a la mañana, habiendo pasado
arboledas, sierras y barrancos dificultosos, me hallé en Alejandría de la Palla entre soldados
españoles, que metían la guarda a don Rodrigo de Toledo, gobernador della».
Las Guerras de los Estados Bajos 335

Entraba ya muy apriesa el invierno y no se sabía aún lo que [118] determi-


naba emprender el ejército realista, hallándose, a más de las fuerzas francesas,
con las que al fin llegaron de Alemania, que se vinieron a reducir a tres mil
reitres y menos de seis mil tudescos, con seis mil ingleses y cuatro mil holan-
deses, que acabó de enviar la reina, aquéllos a cargo del coronel Francisco Veer
y éstos al del conde Felipe de Nasao, toda gente escogida. Pero duró poco esta
duda, sabiéndose que se encaminaba toda la máquina la vuelta de Roán, ciu-
dad en aquella ocasión la segunda del reino y en todas muy de las primeras.
Tuvo muy de atrás antevisto este peligro el duque de Humena, y, fuera de
la gente francesa que para su defensa tenía el señor de Villárs, almirante de
Francia, una de las cabezas más principales de la Liga, le envió trecientos valo-
nes y cuatrocientos alemanes para que guardasen el fuerte de Santa Catalina,
situado encima de la ciudad y una de las mayores defensas della.
Puso su campo sobre Roán el príncipe de Béarne el principio de noviem-
bre, con las fuerzas extranjeras que acabamos de decir y más de otros seis
mil infantes franceses, dos mil esguízaros de los cantones herejes y al pie de
cuatro mil caballos, la mayor parte nobleza voluntaria. Y fortificando primero
sus cuarteles, comenzó a irse arrimando con trincheras a la ciudad con sus
franceses y alemanes, y por otra parte los ingleses y holandeses hacia el fuerte
de Santa Catalina, a cargo del marichal de Birón. Fue avisado al punto de
todo el duque de Humena, y tanto para dar calor a los sitiados como para
aguardar al duque de Parma, que se decía venir ya marchando con grandes
fuerzas para emprender el socorro de Roán con la misma prontitud que había
emprendido el año antes el de París, dejó los alojamientos de junto a Rens,
en Champaña, y puso sus cuarteles en Picardía, entre la Fera, Guisa y Perona,
plazas fuertes del bando colegado. Con esto nos habemos desembarazado
de los sucesos deste año en Francia, a lo menos de la parte tocante a nuestro
destajo; y así, volveremos al hilo que dejamos comenzado en la narración de
los Países Bajos.
Afligíase vivamente al duque de Parma la falta grande de dineros con que
se hallaba y las muchas partes donde era necesario acudir con él; siendo fuer-
za, no igualando los medios a la necesidad, no [119] poder abrazarlo todo y
haber de dejar necesariamente alguna parte descubierta; consideración que
debría ocurrir a los censores de las acciones de los que gobiernan, que, mi-
rando de ordinario singularmente cada negocio de por sí y ajustando con
aquel solo los medios, hallan que siempre se pudiera haber hecho más. Y a la
verdad hay gran diferencia entre el discurrir sobre lo que se debría hacer o lo
que es posible hacerse. Procedió en esto el duque con el cuidado que en todo
lo demás y entre otras diligencias que hizo para ser socorrido fue enviar a don
Alonso de Idiáquez a representar esta necesidad a España, como persona tan
bien informada de todo y tan acepta a los ministros de la Junta (nombre que
se dio a un Consejo de cinco gravísimos personajes de la corte, adonde se
336 Las Guerras de los Estados Bajos

trataban todas las más graves materias de estado por menudo para relatallas
en junto al rey, a cuyo vigor de entendimiento y experiencia envejecida con
tantos negocios no impedía en manera alguna el mal de la gota, aunque le co-
menzaba ya a combatir con exceso)137. Sintióse algunos meses después el fruto
desta diligencia, llegando, además de la provisión ordinaria para cuatro meses
(a razón de trecientos mil ducados cada mes), un golpe de cuatrocientos mil
para pagar el tercio de Manuel de Vega, que estaba amotinado, y acudir en
alguna manera a los rezagos debidos a los hombres de negocios en Amberes,
que eran muy grandes y acompañados de gruesos intereses. Estaba el duque
en lo vivo de su necesidad, cuando llegó a Bruselas (enviado del de Humena)
el conde de Brisac. Vino este caballero a representar la necesidad de aquel
ejército y a pedir dineros con que pagar la gente francesa y con que levantar
nuevas tropas, para ir igualando todo lo posible a las fuerzas realistas, que se
esperaban formidables; tal, que se temía perder del todo, con el dominio de
la campaña, la reputación del bando, en que tan interesada estaba la Majes-
tad católica. No eran encarecimientos, sino verdades, las razones de Brisac;
y así, haciendo el duque vivos esfuerzos por envialle contento, lo hizo al fin,
aunque con menos dinero que esperanzas, remate que suelen tener los más
de los negocios deste género. Llegó poco después monsieur de Vitrí, capitán
de valor no despreciable y aficionadísimo por entonces al bando de la Liga,
y, ofreciendo levantar dos compañías de cada ciento cincuenta caballos, una
de [120] corazas y otra de arcabuceros, tuvo maña con que sacar en medio de
aquella esterecheza dineros con que hacer la leva, dándosele por distrito para
levantar las fronteras de Lorena y excediendo él antes que faltando al número
de gente prometida, que después fue de no poco servicio.
Resolvióse el duque, a petición del conde de Brisac, en enviar tres regi-
mientos de alemanes al ejército de Francia, por socorrerle y animarle, alen-
tando las esperanzas de su llegada; de los cuales, marchando el del conde de
Barlaimont por el condado de Henao, quiso amotinarse por falta de pagas,
pero (socorrido con que lo que se pudo y castigadas ante todas cosas las cabe-
zas de la sedición, remedio, aunque eficaz, de poca dura), pasó su camino en
número de dos mil hombres. Los otros dos regimientos (de Venting y Suar-
zemburg), que, por no cargar al país, marchaban desotra parte de la Mosa,
irritando a los villanos con sus desórdenes y rapiñas y levantándose contra
ellos la gente del obispado de Lieja, en el Condroy, degollaron más de cuatro-
cientos, obligando a los demás a escapar apenas las banderas de aquella furia.
Pareció más culpado en aquellos excesos Suarzemburg, y así estuvo muchos
días preso en el castillo de Namur. Al Venting quitaron el regimiento y, refor-
mando los dos en uno, que apenas llegaron a mil y quinientos hombres, se
dio al conde Ludovico Vía, milanés, que hasta entonces había sido teniente

137
 Para una discusión pormenorizada, véase el monumenral Fernández Álvarez 1998.
Las Guerras de los Estados Bajos 337

coronel de don Jua Manrique, y con ellos pasó, como el de Berlaimont, al


campo colegado.
Súpose en este medio que el conde Mauricio hacía grandes aparejos por
mar y por tierra, asistido de las fuerzas de la reina de Inglaterra y de los pro-
testantes de Alemaña. Los cuales, no menos por ayudar al príncipe de Béarne
(introduciendo en los Países Bajos una gallarda diversión, que, sin duda, era
eficaz manera de socorro) que por asistir y fomentar, como siempre, a los
rebeldes de Holanda, hacían sus últimos esfuerzos, y con casi seguras espe-
ranzas de mejorar las cosas de sus amigos y acabar de asegurar las suyas, no
les quedaba diligencia por hacer ni voluntad por tentar. Comenzó el duque a
temer del país de Güeldres y a recibir varias y apretadas cartas de Verdugo, en
que mostraba al ojo el evidente peligro de Groninguen y [121] de toda Frisa;
si bien con ocasión de tomar los enemigos el castillo de Westerló, situado
en el país de Campiña, por descuido de la gente que tenía en él su señor, el
barón Pétersen (a quien en ausencia del duque le había restituido el conde
de Mansfelt, sacando una compañía de infantería valona, que estaba de guar-
nición), parece que ofrecía más causas de temor el ducado de Brabante, y en
particular la villa de Santa Gertrudenbergue. Procuró el duque acudir a todo,
aunque por la falta de gente y dinero no acabó de asegurarse de nada, dejando
abierta la puerta a los enemigos, que no perdían ocasión para poder tentar lo
que les viniese más a cuento, como lo fueron haciendo tan a su salvo, que no
parecía sino que se dejaban los estados proprios al arbitrio de la Fortuna por
conservar los ajenos, tanta era la fuerza que hacía en el ánimo católico del rey
el deseo de conservar la fe en Francia. Cuyos historiadores (apasionados sin
duda en este juicio) no acaban de darle otros motivos políticos, que, aunque
pudo haber algunos de los que se han señalado, tiénese por verdad infalible
que el principal fue esótro, pues ningún otro interés pudiera parecer tan útil
que fuese justo comprarle tan caro; e ignorar este riesgo no sólo no puede pre-
sumirse de un rey tan prudente y curtido en negocios, pero del más moderno
estudiante de sus reglas. Parece cierto que los que lo niegan es por confesarse
de mala gana deudores de a quien lo fue toda la cristiandad en esta parte, pues
a ninguno de prudente juicio he visto dejar de entender que la oposición de
la Liga y las armas del rey fueron causa de la reconciliación del de Béarne con
la Iglesia. Cuya acción, si política entonces, que aun es justo dudarlo, se trocó
después en conocimiento cierto de la verdad, como lo manifestó en muchas
obras llenas de piedad. Hizo el duque con todo eso las diligencias posibles
por que no le cogiese el enemigo tan desapercibido que pudiese atreverse a
sitiar alguna plaza a vista suya, cosa de que se había guardado hasta entonces.
Y por que no le fuese necesario haber de traer alguna gente de Francia, lo que
forzosamente había de redundar en gran peligro y desrreputación de aquel
ejército, buscando dineros prestados de Amberes, envió a levantar nuevos
regimientos de alemanes y valones, encabalgó la caballería y mandó apercibir
338 Las Guerras de los Estados Bajos

doce cañones con el tren [122] necesario para llevarlos en campaña. Pero esto
se hacía tan lentamente, que el enemigo, como bien proveído de espías, no
le daba mucho cuidado, pareciéndole que no hacía poco el duque de Parma
en sustentar la guerra defensiva en los Países Bajos, teniendo ocupado lo más
y lo mejor de sus fuerzas en Francia, de donde hacia la fin de mayo llegaron
los marciales de la Chatra y de Samplo a representar los daños que podían
seguirse a la reputación de la causa católica, si (como ya se había dejado per-
der Chartres) no se le iba a la mano al príncipe de Béarne con un esfuerzo
extraordinario. Volvieron estos señores cargados de promesas y al parecer con-
tentos con algunos dones y reconocimientos particulares, que era todo lo que
se podía hacer en aquella ocasión.
El conde Mauricio, en tanto, juntando un ejército de diez mil infantes
y al pie de dos mil caballos, con todos los aparejos necesarios para expugnar
tierras, daba mucho que pensar al duque de Parma, hallándose tan poco aper-
cebido y con tantas partes donde acudir, cuando se tuvo aviso de que a los
22 de marzo habían ganado los enemigos por estratagema el fuerte fabricado
años antes por el coronel Verdugo, frontero de la villa de Zuften, de la otra
parte del río Isel. Deseó Mauricio tener ocupado aquel puesto tan importante
antes de mover su campo de Brabante ni ponerse a aquella empresa. Y así,
en sabiendo el buen suceso, embarcándolo todo en pocas horas y valiéndose
de la comodidad de aquellos ríos y brazos de mar (con lo cual han podido
los rebeldes en el discurso de aquellas porfiadas guerras malograr mil buenos
sucesos nuestros y dar prosperísimos fines a muchos suyos), llegó a poner
sitio a Zuften a los 24 del dicho, camino que, para hacerle nuestro ejército
cuando estuviera a punto, fuera menester marchar por tierra diez días y pasar
dos ríos tan caudalosos como lo son la Mosa y el Rin. Hallábase gobernan-
do a Zuften el Loukeman, teniente coronel de don Juan de Robles, barón
de Billí, cuyo regimiento militaba en la provincia de Frisa, y en la villa tres
compañías dél. Las cuales hicieron tan mal su deber y acudieron tan poco a
su defensa, que en solos tres días de trabajo se alojaron los herejes en el foso,
le cegaron y plantaron catorce piezas de batir. No hubo menester más Louke-
man para rendirse [123] y entregar la plaza sin aguardar la batería, que fue un
acto indigno de un soldado de su opinión, y tal, que dio evidentes sospechas
de inteligencias con los rebeldes, con tanta mayor certidumbe cuanto no se
podía atribuir a falta de ánimo. Túvole desterrado de Bruselas este accidente
todo lo que vivió el duque de Parma. Aunque, gobernando después el conde
de Mansfelt, le vimos indicado y absuelto, creyeron muchos que en honra de
la nación alemana, originaria del conde, aunque es lo más cierto por hallarse
sin culpa. Ganaron esta villa los herejes con sólo la pérdida del conde Filipe de
Herbestein, capitán señalado entre ellos, a quien quitó la vida un mosquetazo
desmandado. Estando Mauricio sobre Zuften, le llegó, enviado de los de Ze-
landa, el conde de Solm con tres mil infantes zelandeses, con que –reforzado
Las Guerras de los Estados Bajos 339

su ejército- resolvió la empresa de Déventer, de cuyo gobernador, el conde


Herman de Bergas, aunque primo hermano suyo, tenía más defensa de la que
había hallado en Loukeman, y con mucha razón, por haber preferido siempre
este caballero la fidelidad a las demás obligaciones. Y así, por no perder una
hora de tiempo, siendo preciosas todas las que desocupa la negligencia del
enemigo, la misma noche que se rindió Zuften envió toda su caballería por
tierra a tomar los puestos para el sitio de Déventer, distante de Zuften una
legua alemana. Subió el día siguiente el río arriba con todo su campo y artille-
ría, y, haciendo dos puentes de barcas en el Isel, ciñó la villa por todas partes,
plantando en diversas baterías veinte y cuatro cañones de batir, los cuales
comenzaron a hacer su efeto a los 9 de junio, habiéndose gastado nueve días
en alojarse, fortificar el campo y abrir trincheras. Plantóse la principal batería
de catorce cañones en la cortina diestra de un baluarte de tierra y fagina, cuyo
ángulo miraba al Isel, y, después de batido seis horas continuas, cayó tan gran
ruina, que se comenzó a tratar de dar el asalto.
Anduvo el conde Herman todos aquellos días con el valor que podía pro-
meterse de su persona y en tres o cuatro salidas que hizo mató mucha gente del
enemigo, y créese que si no quedara aquel día herido de una piedra, a quien
despedazó un cañonazo, que -fuera de sacarle un ojo- le tuvo algunos días caso
sentido y con [124] alguna lesión en el celebro, que no sólo defendiera aquel
asalto, sino otros muchos. Pero, en viéndole herido sus soldados, sin aguardar
el asalto, que se dilató para otro día, comenzaron a parlamentar, ayudando los
mismos que, después de rendida Zuften, se habían retirado allí como gente que
había comenzado ya a quitarse el velo de la vergüenza. Entregóse finalmente la
plaza a los 12 de junio con muy honradas condiciones, queriendo Mauricio dar
aquella honra al conde Herman, su primo hermano; el cual con toda su gente,
que podía llegar al número de ochocientos hombres, se retiró a Grol, dejando
en poder del enemigo aquellas dos plazas importantísimas para tener con el
paso del Isel el pie en el país de la Velua y en toda Holanda, que fue una pérdida
tal, que hasta hoy se llora, y el primer ruin efeto de la guerra de Francia.
Hecho esto y proveídas aquellas dos villas de gruesos presidios, entró el
conde Mauricio en Frisa con intento de sitiar a Estenuique. Pero, avisado
de que el coronel Verdugo se había atrincherado allí cerca con cuatro mil
hombres, pasó al país de Groninguen y, ganada la villa de Vuede, el fuerte
de Delfziel, el de Upslague y otros de menos nombre, comenzó a apretar a
Groninguen y minarla a lo largo con inteligencias, que por entonces le salie-
ron vanas. Acudió Verdugo al socorro de la cabeza de su gobierno y, entrando
en ella, desvaneció las trazas de Mauricio. Cobró de paso a Vuede y aseguró
lo restante de la provincia más con su autoridad que con sus fuerzas, por ser
entonces harto débiles.
La primera nueva que el duque tuvo, bastante a darle cuidado, fue el
haberse embarcado el enemigo con gran prisa, sin saberse a la parte que se
340 Las Guerras de los Estados Bajos

encaminaba; y así, haciéndola dar a los reclutas que bajaban de Alemaña para
los dos regimientos de los condes de Arembergue y Berlaimont, mandó que
se encaminasen a la abadía de Tor, junto a Ruremonda. Y es de advertir que,
aunque se nombran aquí estos dos regimientos enteros y también en el ejér-
cito de Francia, no es por yerro ni falta de memoria, sino por ser estas ban-
deras levantadas de nuevo para recluta de la parte principal, que estaba en el
campo colegado, si bien las personas de los coroneles fueron con el duque de
Parma esta jornada. También marcharon los regimientos [125] de valones del
conde Otavio de Mansfelt y del conde de Bossú, y otro de liejeses, levantado
por monsieur de la Capela; el de italianos, de don Gastón Espínola; y el de
irlandeses, del coronel Estanley. Deseó el duque llevar consigo siquiera mil
españoles de los amotinados, con que sin duda formara un razonable ejército;
pero, enviando a persuadírselo a Pedro de Castro, criado suyo, y a ofrecerles
todas las seguridades que supiesen desear, ofendidos (según decían) de que
para una cosa tal no enviase dos de los más principales de su corte, y teme-
rosos de los villanos y burgueses de las villas donde estaban (si el nervio de
sus fuerzas se alejara tanto) y más estando divididos en tres alojamientos; y lo
que es más cierto, faltándoles (como a gente desordenada y sin cabezas) aquel
punto y reputación que debiera moverlos, rehusaron absolutamente el acudir
a una cosa tan importante, ofreciéndose a quedar en guardia y defensa de
aquellos países. Los cuales, a la verdad, ausente el duque con todas sus fuerzas,
quedaban desamparados de todo humano socorro. Hubo el duque de admi-
tirles la disculpa, aunque no sin enojo y pena grande, que –al fin- le hubo de
disimular. Sacó con todo eso de Ioudoigne la bandera de Antonio Mosquera,
en la cual, fuera de todos los oficiales y gente de cabo del tercio, había más de
ducientos soldados, gente de honra y, aunque poca, deseosa de hacer efetos
de mucha. Siguieron también el maestro de campo Manuel de Vega y los
capitanes, alféreces y sargentos, que, arrimados a ellos los entretenidos cerca
de la persona, pasaban de ciento, así que todos los españoles podían llegar a
trecientos y treinta.
Partió el duque de Bruselas a los 10 de junio con el primer aviso de que
estaba sitiada Zuften, resuelto en socorrella, y a este efeto se escribió a Ver-
dugo que procurase juntarse con su alteza, aunque no fue sino con tres mil
hombres a la ligera, en que, si bien se ofrecían dificultades, no eran del todo
invencibles. Pasado Tilimont, se juntó a la caballería en número de mil y
quinientos caballos, gente lucida y bien en orden. Las compañías eran las
dos de la guardia, las de Mario Farnese, Apio Conti, Blas Capizuca, los con-
des Nicoló Cesis y Galván de Languisola, de los cuales los primeros cuatro
capitanes estaban ausentes. Llegaron también las compañías de don Antonio
[126] Landriano, Alonso de Mondragón, don Alfonso Dávalos, don Felipe
de Robles, Hierónimo Garrafa, Hernando de Pradilla, la del marqués del Vas-
to, gobernada por el conde Decio de Manfredi, y otras de valones. Faltaban
Las Guerras de los Estados Bajos 341

los tres principales oficiales de la caballería, no habiendo aún llegado el duque


de Pastrana, general que era della, y estando ocupado en Saboya Antonio de
Olivera, teniente general, y el comisario general Jorge Basta en Francia. Y
así, queriendo el duque honrar a su capitán de las guardias, Pedro Francisco
Niceli, le encargó el gobierno de toda la caballería, no sin disgusto de don
Ambrosio, que la había gobernado todo el año antes y era capitán más anti-
guo. Con que, dejando el gobierno de su compañía a Hernando de Salazar,
su teniente, siguió la corte.
Pasó el duque la Mosa por Mastrique y, llegando a Ruremonda, halló allí
toda su infantería, en número de seis mil infantes, y la nueva en cómo se
había rendido Zuften, de que se ofendió mucho, pareciéndole no sólo bajeza
de ánimo, sino perfidia la del Loukeman en haber dejado perder un fuerte
de tanta importancia y haberse rendido en una villa tenida por fuerte, sin
aguardar siquiera la batería. Marchó el día siguiente con su campo en batalla,
resuelto en socorrer a Déventer, de cuyo presidio (y en particular del conde
Herman) esperaba mucho más valor y constancia. Pero, advertido antes de
llegar a Güeldres de lo sucedido, acabó de perder del todo la esperanza de
buen suceso, culpando el consejo de quien para sustentar dos guerras tan
apartadas y contra enemigos tan poderosos y vigilantes no acudía con extraor-
dinarios socorros.
Estando el duque en Güeldres, villa, aunque pequeña, la cabeza de aquel
ducado, llegó allí impensadamente su hijo primogénito, Ranucho Farnesio,
príncipe de Parma y Plasencia, mozo de hasta veinte y dos años, de amable
aspecto y nobilísimas costumbres. El cual, deseoso de aprender a ser soldado
en tan buena escuela y en la disciplina de tan gran maestro, partiendo de Italia
sin sabiduría de su padre, corrió la posta hasta Bruselas, y de allí mil peligros,
por venir casi solo y deseoso de alcanzar al ejército antes que pasase el Rin.
Mostró su padre al principio sentimiento de aquel viaje tan impensado, si
bien el amor paternal y las muchas causas con que pudo el príncipe justificar
[127] aquella resolución se le hicieron mitigar después, como era justo.
Pasó el duque de la villa de Güeldres a la abadía de Mariambón, monas-
terio de frailes bernardos en el país de Clèves, aunque desierto entonces por
causa de la guerra, adonde se puso para ver el designio de Mauricio y acudir,
si era necesario, al socorro de Frisa. Durante la detención del duque en la di-
cha abadía vinieron monsieur de Guilein, gobernador de Nimega, y muchos
de los más principales de aquella ciudad, a representarle la facilidad con que
podía tomarse el fuerte fabricado por los enemigos en la isla llamada Betua (y
vulgarmente de Bura), frontero de la dicha ciudad, cuyos ciudadanos ofrecían
muchas comodidades para el ejército y nueve pontones en que pasar el Rin,
de los que tomaron a Martín Esquenck, guardados y aderezados muy de atrás
para aquel efeto. Deseaba el duque hacer algo que en parte recompensase
la pérdida de Zuften y Déventer, y con presteza, no menos por conocerse
342 Las Guerras de los Estados Bajos

inferior de fuerzas al enemigo que por la necesidad que había de acudir a


las cosas de Francia. Y así, viendo la facilidad con que se le pintaba aquella
empresa y conociendo que dependía della la conservación de aquella ciudad
tan importante y tan católica, condescendió con el deseo de los nimegueses,
los cuales, haciendo subir el Vaal arriba los nueve pontones a los 14 de julio,
pasó el duque su ejército a los 15, con tan buena orden, que –con pasar tam-
bién la artillería, caballería y bagaje- apenas se gastó en ello espacio de veinte
y cuatro horas. Pasó de vanguardia la bandera de Antonio de Mosquera con
toda la gente española en número de más de trecientos; tras ellos el tercio de
don Gastón Espínola y el de Estanley, luego los alemanes y de retaguardia
los valones. Tomó el príncipe Ranucho una pica con la infantería española
y, llegados los dos ayudantes del tercio a hacer la primera hilera, como los
que se oponían a ella eran caballeros y capitanes, hubo tanta dificultad, que
importunadamente se detuvieron en esto más de una hora, y se detuvieran
más, si, cansado Ranucho, no amenazara de irse con los italianos. Pudo esta
amenaza más que habían podido el maestro de campo y los ayudantes Luzón
y Diego Marín, y al punto se hicieron de suyo las hileras. Traía monsieur de
la Mota a su cargo dos oficios de los más incompatibles [128] de un ejército,
el de maestro de campo general y general de la artillería; y así, las sobradas
preocupaciones del postrero, con ocasión del paso de un río tan caudaloso,
le hicieron olvidar de la principal obligación del primero, que es ocupar ante
todas cosas los puestos de la plaza que se va a sitiar, para que no le entre so-
corro. Dejóse descubierto del todo el dique por donde se viene de Til, cuyo
gobernador, avisado del intento del duque, posponiendo el peligro proprio al
de aquella plaza tan importante, envió trecientos holandeses, que, entrando
en el fuerte con felicidad, fueron parte para divertir el buen suceso que con
tanta razón se esperaba.
Ocupáronse a la mañana los puestos, y en una salida que hizo el enemigo
con esta ocasión quedó herido de un mosquetazo en una pierna el capitán
Antonio de Mosquera. Gobernó en su ausencia la compañía su alférez Diego
de Ulloa, soldado tan honrado, que se alababa el príncipe de Parma de haber-
lo sido suyo, el cual en todas las ocasiones tomaba una pica y se ponía en la
primera hilera como cualquier soldado. Y como todos los españoles servían
con picas, mandó el duque que se les agregasen las picas irlandesas del coronel
Estanley, que eran por la mayor parte caballeros y soldados muy aventajados
de aquella nación, y que por guarnición y mangas138 se pusiese la mosquetería
y arcabucería irlandesa, la cual, preciándose de proceder de España, se aúna y
acompaña de bonísima gana con españoles mejor que otra cualquier nación.
Con esto vino a hacer un buen cuerpo aquella infantería en número de mil y
quinientos, con quien pudo también tomar puesto el maese de campo Ma-

 «Partida o destacamento de gente de guerra» (DRAE).


138
Las Guerras de los Estados Bajos 343

nuel de Vega, acompañado del dicho coronel Estanley, para abrir trincheras,
como por su parte lo hacían los italianos a cargo de don Gastón Espínola, y
los valones, al del conde Otavio de Mansfelt.
Seis días tardó monsieur de la Mota en poner en orden la batería de diez
cañones, los cuales comenzaron a jugar a los 22 de julio, aunque con poquísi-
mo efeto, por ser la materia del fuerte tierra y fagina y sepultarse las balas sin
hacer escarpa139 de consideración. Y así, por esto como por haber comenzado
a batir sin cegar el foso ni acabar el puente que se hacía para ir al asalto, no
se hizo otro efeto que acabar de persuadir al enemigo a que pensaba el duque
ganarlos con sólo el [129] miedo. Pero como eran valerosos y pertinaces y en
número de casi seiscientos, en lugar de amedrentarse cobraron ánimo. Tratóse
(visto lo poco que se podía esperar de la batería) de ocupar puesto en la mu-
ralla y ganar el fuerte por la zapa140, esperando poder echar la noche siguiente
un puente fabricado sobre toneles, que se estaba acabando. Así, eligiendo el
duque tres soldados nadadores, mandó que con sendas zapas o azadones pa-
sesen el foso, de hondura de una pica, y procurasen hacer la plaza en aquella
parte de la muralla que había comenzado a ablandar la artillería, que de acá
se tendría cuidado de socorrerlos. Obedecieron los nadadores, que fueron
el alférez Diego de Luna, un irlandés y un italiano. Habíanse metido ya tan
adentro en la muralla que no podían ser ofendidos ni vistos por los enemigos,
los cuales, viendo el peligro que se les aparejaba, saliendo hasta veinte con
sendas medias picas, y tras ellos algunos arcabuceros, valiéndose de lo que la
artillería había movido y haciendo una senda por la misma muralla, pudieron
coger por las espaldas y desapercebidos a los trabajadores, sin que bastase a
detenerlos el granizo de mosquetazos que llovía sobre ellos de las trincheras,
tal, que se derribó nueve o diez atravesados al foso. Tuvieron Luna y sus dos
compañeros valor para defender por entonces sus vidas y después romper por
medio de los enemigos y echarse al agua. De los tres sólo el irlandés volvió
sano: el italiano, atravesado el pescuezo de un alabardazo, de que murió lue-
go; y Luna con seis heridas, que al fin le quitaron la vida.
A este suceso siguieron de allí a tres días otros dos, que acabaron de impo-
sibilitar aquella empresa. El uno fue la muerte del conde Otavio de Mansfelt,
mancebo no sólo valeroso, sino temerario; acabóle al improviso un mosque-
tazo que pasó antes la trinchera, aconsejándole sus amigos que se cubriese
con ella, que por ventura no lo había hecho otra vez, hallando más peligro
en el recato que en la temeridad, por ser sólo de la suerte, o por mejor decir,

139
 La escarpa es «plano inclinado que forma la muralla del cuerpo principal de una plaza,
desde el cordón hasta el foso y contraescarpa» (DRAE).
140
 Zapa. «Instrumento de gastadores en la guerra para levantar tierra, y es una especie de pala
herrada, de la mitad abajo con un corte acerado. El mango remata en una muesca hueca
grande en que se mete la mano para hazer fuerza» (Dicc. Aut.).
344 Las Guerras de los Estados Bajos

de la voluntad divina librarse o no de los peligros de la guerra, que perdo-


nan muchas veces a los valientes que andan en medio dellos y alcanzan al
cobarde, que con mayor recato y arte los huye. Y así, tiene tanta parte de
inconsideración la cobardía en la guerra, como falta de [130] ánimo. Sucedió
en la coronelía su teniente Claudio de la Barlota, soldado de valor, industria
y resolución, pero nada desto sin artificio; aunque, tomado en junto, no se le
puede negar que por el espacio de diez años que vivió después no fuese tenido
por el Aquiles de la nación valona. El otro suceso fue la rota de la caballería
católica, que pasó así.
Supo Mauricio que el duque de Parma había pasado el Vaal a tiempo que
andaba ya a las vueltas con los de Groninguen y casi la tenía sitiada a lo largo
con los fuertes ganados y puestos ocupados, si bien hacía poco caso de aque-
llos aspavientos el coronel Verdugo, por hallarse ya con razonable número de
gente y menos mal proveído que otras veces de comida y municiones. Y así,
dejando los enemigos aquellas esperanzas para otro tiempo (que no se les di-
lató muchó), bajando por el Isel hasta el Rin y por el Rin abajo hasta Arnem,
tuvieron lengua del estado en que estaban los del fuerte y de cuán necesario
les comenzaba a ser su socorro. Con todo eso, no se aventuró Mauricio tanto,
que osase alargarse de las murallas de Arnem más que lo que podía guardar
la artillería de la villa. Dista Arnem de Nimega tres leguas, todas de bosque y
praderías, las cuales, conforme al uso de casi todos los Países Bajos, se dividen
con zanjones de agua. Deseó el duque tener lengua del enemigo y, para poder
tomarla con seguridad, mandó a Pedro Francisco Niceli, gobernador de la ca-
ballería, que con quinientos caballos se adelantase todo lo que fuese posible,
sin conocido peligro de emboscada, y que desde allí arrojase algunas tropas
para el dicho efeto. Hízolo así el Niceli el día de los 24 de julio, y, deseoso de
volver con vitoria, cebado con cincuenta caballos enemigos que tomaron la
carga, sin mirar al peligro que se ponía ni acordarse de la orden de su general,
que expresamente le mandó que no se empeñase, pasó sin consideración algu-
na nueve puentes, de más de veinte que era necesario pasar para ir del fuerte
a la villa de Arnem. Había salido el enemigo con el mismo intento con toda
su caballería y cosa de mil infantes, por ser aquel país muy acomodado para
infantería, y, oyendo el arma que venían tocando sus corredores, sospechando
lo que era, abrió sus tropas para recogellas, guarneciendo los costados por
donde [131] había de pasar la caballería católica de buenas mangas de mos-
quetería. La cual jugó de suerte en llegando a tiro, que la obligaron a volver
las espaldas con muerte de muchos, y en particular del capitán Hernando de
Pradilla, que traía la vanguardia de las lanzas. Tuvo el general de la caballería
enemiga el recato que le faltó al Niceli y, teniendo la rienda antes de tiempo,
temeroso de emboscada, cuando aún faltaban cuatro puentes que pasar, no
les dio menos que la vida a los que iban ya rotos y sin esperanza de remedio.
Quedaron, entre muertos y presos, en este fracaso cosa de cien soldados de
Las Guerras de los Estados Bajos 345

todas las compañías y apeados casi otros tantos. Prendieron los enemigos
al gobernador Pedro Francisco, a don Alonso Dávalos y a tres tenientes de
las demás compañías; Hierónimo Garrafa, marqués de Montenegro, quedó
herido en el rostro y se perdió su estandarte y el de la compañía de lanzas de
la guardia.
Con la nueva desta vitoria se resolvió Mauricio en acercarse al campo
católico, como lo hizo el día siguiente, y, sabido por el duque, tuvo toda su
gente en escuadrón, resuelto en pelear siempre que el enemigo se atreviese a
socorrer el fuerte. Estaba ya acabado el puente sobre toneles y, deseando el
duque hacer el último esfuerzo, mandó que se echase en el foso la noche de
los 24. Encomendóse esta facción a los capitanes Gaspar Zapena y don Alon-
so de Luna, pero revocóse la orden cuando, después de una hora anochecido,
estaba ya todo a punto para hacer el efeto. La causa desto fue la llegada aque-
lla tarde de don Alonso de Idiáquez y con él unas cartas muy apretadas del rey,
en que mandaba al duque que, dejado por entonces todo designio o intento
de ofender a los rebeldes, pasase en persona en socorro de la causa católica de
Francia. Mostró el duque exterior sentimiento de haber de dejar en tan ruin
estado las cosas de los Países Bajos, y particularmente aquella empresa, tras
cuyo ruin suceso era imposible sustentarse cuatro meses enteros la ciudad de
Nimega, por ventura la más importante del país en aquella ocasión. Pero a la
verdad no pudiera llegar en ninguna más a propósito la orden del rey para dar
algún color a la retirada, que había forzosamente de hacerse, conforme a toda
ley de guerra, hallándose con un enemigo tan poderoso a las espaldas y sin
puente en el Rin ni piedra [132] que no fuese enemiga; tal, que ya no se hacía
caso de otra cosa que de la imposibilidad, ni de otro remedio que el del cielo
y de las manos. Y viose bien lo primero, pues les quitó visiblemente Dios del
entendimiento a los enemigos el no apoderarse de las barcas, que estaban más
de media legua del campo y con guardia de sólo un regimiento de alemanes,
sin que fuese posible tenerlas más cerca, por ocasión de la artillería del fuerte;
como realmente lo pudieron hacer, y cuando no con las armas a lo menos
con el hambre consumieran en quince días todo aquel ejército a vista de sus
amigos, sin poder ser socorrido dellos. Cosa que, considerada por el duque,
le hizo caer en la temeridad que había hecho en pasar el Rin sin puente con
un ejército tan pequeño y sin sus españoles, que hasta allí le habían sacado de
mayores peligros y dado infinitas vitorias. Resuelta, pues, la retirada, se hizo
desta manera.
Venido el día de los 25 de julio, después de retirada la artillería a la plaza
de armas aquella noche, enviándola con el bagaje la vuelta de las armas, puso
el duque todo su escuadrón con algunas piezas de campaña, como presentan-
do la batalla al enemigo, que con casi doblado número de gente se lo estaba
mirando a menos de media legua, sin desmandar un hombre. Estúvose el
duque desta manera desde el amanecer hasta las dos de la tarde, y durante
346 Las Guerras de los Estados Bajos

este tiempo, entre la retaguardia del ejército y el río se fabricaba una media
luna, con sus traveses y foso, capaz de coger dos mil infantes. Pasó entre-
tanto la primera y segunda barcada y en ellas la artillería, que, plantada en
la siniestra margen del Vaal, alta y acomodada para ello, podía barrer toda
la campaña por encima de las picas católicas. Hecho esto, comenzó a pasar
la caballería, y, como los pontones eran grandes y acomodados para aquello
y el ejército pequeño y con poco bagaje (por haberse dejado la mayor parte
en Nimega), vino a acabarse el día cuando el príncipe Ranucho (a quien se
entregó la retaguardia con la poca infantería española) acababa de pasar la
postrer barcada, sin que en todo este tiempo tuviese el enemigo atrevimiento
de dejar los bosques. Tal era la reputación de aquel ejército, gobernado por tal
capitán; el cual, después de haber estado cinco días en Nimega, procurando,
aunque en vano, meter guarnición bastante a [133] defenderse del peligro
que se les aparejaba (tanta era la desconfianza de aquellos tiempos, aun entre
los más leales, pues, siéndolo esta ciudad, elegía antes el riesgo de perderse
que la incomodidad de recebir guarnición), llegando entretanto de Frisa con
trecientos caballos el coronel Verdugo, le dejó con dos mil infantes entre Gra-
ve y Venló, con orden de acudir con ellos a la defensa de la ciudad o villa que
lo necesitase. Hecho esto y dejadas solas dos compañías de alemanes en Ni-
mega a cargo del gobernador, monsieur de Guilein, después de haber hecho
un largo parlamento a los de aquella ciudad, encargándoles la fidelidad para
con su rey y señor, marchó con todo su campo hasta Ramunda; y, llegado a
Mastrique, tomó con quinientos caballos la vuelta de Aspa, deseoso de gastar
lo que quedaba del verano en atender a su salud, que los inmensos trabajos
corporales y de espíritu se la tenían acabada y habíala menester para obedecer
al rey, que, como queda dicho, le daba prisa que entrase en Francia. Antes de
partir del ejército proveyó la compañía de lanzas españolas de Pradilla en Luis
del Villar, uno de los capitanes reformados del tercio viejo de los más antiguos
y persona, por sus servicios, benemérita.
Con las letras de cambio que trujo don Alonso de Idiáquez se comenza-
ron a hacer grandes levas de gente valona y alemana para poderse oponer a
las fuerzas que juntaba el príncipe de Béarne y para dejar en defensa de los
Países Bajos, a cargo otra vez del conde Pedro Ernesto de Mansfelt. Tomó a
su cargo levantar cinco cornetas de reitres el coronel Eslegre, soldado viejo; y
otro barón, vasallo del duque de Baviera, otras cinco, que por todos habían
de ser dos mil caballos. También se envió dinero a Francia a los gobernadores
de provincias para que se levantasen nueve tropas de corazas y a las cabezas
del ejército para alegrar un poco a los soldados, obligados hasta allí a vivir
de rapiñas, por falta de otro medio humano de sustentarse. Peligrosa conse-
cuencia, no sólo por la ruin diciplina que ocasiona, sino porque, a vueltas de
acordarse de los alcances grandes que causan tales faltas de pagamento, los
mismo vicios de aquella vida licenciosa crían unos ánimos incapaces de sufrir
Las Guerras de los Estados Bajos 347

después la necesidad y trabajos de la campaña. Y así, no sólo crece el daño y


[134] la razón de los motines, sino la disposición y deseo de apetecerlos, y
en los superiores el miedo de gobernarlos con severidad, que no es el menor
destos inconvinientes. Envió el duque de Parma desde Aspa a don Sancho de
Leiva con orden de juntarse en Bruselas con los contadores del ejército y en-
trar en Diste a hacer el remate y pagamento del tercio de Manuel de Vega, en
que se tardó más de dos meses, a causa no sólo de haber en él gente de grandes
remates (y venidos allí del tercio viejo y varios presidios), sino también por
no haber querido aquella gente incivil abrir los oídos a ningún buen acuerdo,
si (ante todas cosas) no les daba el duque la palabra de mudarles el maese de
campo. Estaban mal con Manuel de Vega por su condición, más rígida de lo
que permitían aquellos tiempos tan estragados; y fuera desto, no gustaban
de tener por superior a quien los conociese ni a quien pudiese castigarles las
culpas pasadas con ocasión de las presentes. Fueron y vinieron muchos men-
sajeros al duque con esta demanda, que al fin se la hubo de conceder, cayendo
tarde en la cuenta y condenando por yerro lo que se hizo en Cortra y cuando
se les concedió la mudanza del sargento mayor a los de aquel tercio. Tan da-
ñosa suele ser una permisión injusta en los casos que necesariamente han de
volver a suceder, donde la consecuencia y el ejemplo ata las manos y obliga
a continuar los yerros y después a hacerlos totalmente irremediables. Y uno
de los mayores es permitir este género de condición, con la cual se estraga to-
talmente la obediencia de los súbditos y la autoridad de los superiores, polos
sobre que estriba toda la perfición militar. Pero la necesidad siempre obliga a
curar con remedios poco menos dañosos que los proprios males. Hízole el rey
merced a Manuel de Vega del gobierno de Puerto de Hércules, en la Toscana,
aunque no le acetó por no apartarse de la guerra. El tercio se proveyó después
en Alonso de Mendoza, capitán de lanzas, y las compañías que estaban sin
capitanes desta manera: la del comendador Rutinier a don Francisco Juan de
Torres; la de Gabriel de Orti a don Francisco de Palafox; la del capitán Diego
de Castro al alférez Alonso de Ribera; la de Melchor Martínez de Prado a su
alférez Hernando de Prado; la de Acasio de Hiera a don Juan de Vivanco; la
de don Diego de Acuña al alférez Diego de Ulloa; la de [135] Gaspar Zapena,
a quien se dio el cargo de teniente de maese de campo general, a don Juan
de Salazar; la de Hernán Tello Puertocarrero, que quedó por sargento mayor
del tercio, a Hierónimo de Herrera, alférez que había sido de don Francisco
de Bobadilla; la de Pedro de Angulo al sargento mayor Diego Ortiz; la de
Marcos de Mosquera a don Antonio Osorio. Y estando vacas otras dos en los
tercios que militaban en Francia, proveyó la una en don Francisco de Cadilla
Gaitán y la otra en don Luis Bravo de Acuña, caballero de mucha calidad y es-
peranzas. Antes de concluir el pagamento deste tercio, cuyo motín había sido
ocasión de tantos daños (como se ha dicho), valiéndose Mauricio de la co-
modidad de los ríos y brazos de mar, metiendo en ochenta leños casi toda su
348 Las Guerras de los Estados Bajos

infantería, en cuatro días de navegación, desde junto a Nimega, llegó a poner


su campo sobre la villa de Hulst, en el país de Was, espacio de más de cuarenta
leguas. Era gobernador della el capitán Escribani, italiano, hechura de Cos-
me Massi, secretario del duque; el cual, por haber ido a Aspa con su alteza y
dejado la plaza en poder de cierto capitán de valones, teniente suyo, llamado
Castillo, hubo tan mal acuerdo en ella, que, sin aguardar batería, entregaron
la villa con infame ejemplo, que lo debría ser, con otros deste género, del cui-
dado que conviene tengan los gobernadores de faltar lo menos que puedan
de sus plazas, pues, aunque sea lícita la ausencia y ajeno el descuido, siempre
es desdicha, que parece culpa, perder lo que se tiene a cargo. Al primer aviso
de que el enemigo bajaba a Celanda, juntó el coronel Mondragón, castellano
de Amberes, la gente que pudo, temeroso de alguna plaza vecina; y, animados
los del Diste de las persuasiones de don Sancho de Leiva no menos que de te-
nerle a él en su poder, enviaron al campo ochocientos infantes y cien caballos.
Llegó a tener Mondragón en el villaje de Burcht, una legua de Amberes, cinco
mil infantes y ochocientos caballos, con los cuales se resolvió en ir a buscar
al enemigo, que sabía ya estar sobre Hulst. Pero, avisado de la entrega de la
villa, apresuró el paso por hacer algún daño en su armada, si acaso la cogía en
bajamar. Mauricio, que se hallaba en país enemigo y conseguido su intento
con tanta facilidad, dejando gruesa guarnición en Hulst, se volvió a embarcar
y se [136] hizo a la vela a los 28 de setiembre; pero, avisado Mondragón de la
retirada del enemigo, arrojó la caballería de Diste, gobernada por Hernando
Patiño, seguida de su infantería, los cuales, hallando en seco hasta treinta
bajeles, les pegaron fuego, con muerte y prisión de algunos marineros y presa
de parte de los despojos de Hulst, haciendo aquella soldadesca muestra de su
celo en medio de su desobediencia, granjeando méritos entre las culpas, para
que pareciesen accidentales y natural el valor y deseo de servir. Viose Mon-
dragón imposibilitado de poder cobrar la plaza por haber salido su artillería y
tener orden del duque de no empeñarse en cosa que pudiese diferir en punto
la ida de Francia. Y así, por estorbar las corredurías en el país de Was, que,
aunque pequeño, es uno de los más fértiles y ricos de los Estados, fundó el
fuerte que, por ser en cierta iglesia del santo deste nombre, se llamó San Juan
Estién. Dejó el duque a los tres de octubre el agua de Aspa con ocasión destas
nuevas; y, llegando a Bruselas a los 7, comenzó a ir apercibiendo la ida de
Francia con particular cuidado, por tener cada día nuevos avisos de las fuer-
zas que le bajaban al rey de Navarra de Alemaña, de Inglaterra y de las islas.
Supo por estos días el duque la muerte de don Carlos de Luna, capitán de una
compañía de lanzas españolas que estaba de guarnición en Nioporte, y poco
después proveyó su compañía en don Carlos Coloma, el cual, con voluntad
de su alteza, deseando acompañarle en aquella jornada, trocó con don Juan
de Córdoba, y así pudo quedar el dicho don Juan en Nioporte a reposar algún
tanto de los trabajos pasados en aquella guerra, donde había servido con tanto
Las Guerras de los Estados Bajos 349

valor y asistencia, y don Carlos comenzar a servir, puesto que había algunos
años que lo continuaba en la infantería, con ventaja de soldado141.
Acabó de apresurar la partida del duque a Francia la nueva de haber pues-
to el príncipe de Béarne sitio a Roán, a quien determinó socorrer; y, deseando
poseer en Francia alguna villa fuerte donde hacer pie y tenerla como lugar
de refugio para en cualquier accidente, tuvo medios (por intercesión de don
Diego de Ibarra y Juan Bautista de Tassis) de alcanzar de los príncipes de la
Liga la villa de la Fera, en Picardía, situado en donde se juntan los ríos Oysa
y Serra, los [137] cuales, formando como un lago en torno della, la fortifican
maravillosamente. Quedóle el gobierno al senechal de Montalimar, que la
tenía; pero metiéronse cinco compañías, dos de alemanes y tres de valones,
con capitanes de confianza, a quien se avisó de cómo aquella villa estaba des-
de entonces no por la Liga, sino por el rey, y al proprio senechal se le tomó
pleito homenaje en esta conformidad. Asigurado el duque de una plaza tan
importante, envió a ella catorce piezas de batir, gran cantidad de pólvora y
otras municiones de guerra; un puente de barcas capaz de poder pasar sobre
cualquier río de los de Francia y otras mil menudencias necesarias para ex-
pugnación y defensa de ciudades. Y hecho esto, partió de Bruselas a 28 de no-
viembre con intento de arrimarse todo lo posible a la frontera de Francia y al
fin hizo alto en Valencienas, desde donde, entrado ya deciembre, volvió otra
vez a la ligera a Bruselas a verse con ciertos embajadores enviados por el empe-
rador a introducir algunos tratos de paz con los estados rebeldes, el principal
de los cuales era don Juan, barón de Fernestein. Fue el duque a estas vistas
más por que no quedase cosa por tentar que confiado de ningún buen efeto,
pareciéndole imposible que en tiempo que los Estados estaban tan vitoriosos
y esperaban prosperísimos sucesos durante su ausencia se doblasen a querer
la paz, y más acabando de ganar a Nimega, que fue el suceso más importante
que tuvieron ni pudieron tener en muchos años. Y era de creer que o querrían
seguir la buena fortuna que corrían, no dejando pasar tan buena ocasión de
mejorar sus cosas, procedida de ocupar el rey sus fuerzas en las ajenas, o pedir
tan aventajados partidos, que apenas fuese lícito oírlos, siendo así que ningu-
nas paces se deben intentar en tiempos que no se está con muchos medios de

141
 «Con ventaja de cuarenta escudos» matiza la edición de 1635. Como capitán sería res-
ponsable del mando y administración de su compañía, recibiendo órdenes del maestre de
campo del tercio (Guill 51-52). El capitán, nombrado por el consejo de guerra o capitán
general, era responsable del mando y administración de su compañía y estaba bajo las órde-
nes de maestre de campo del Tercio correspondiente. También se encargaba de la disciplina
de sus soldados, así como la elección de sus sargentos y cabos de escuadra. A su cargo estaba
el cofre de la compañía, con sus fondos, pudiendo realizar tareas de prestamista con ellos.
«Generalmente se suplían estos [puestos] con ascensos de gente con experiencia, alféreces
o sargentos […]. Se decía que debían de tener treinta años más o menos, solteros y no
traviesos, ni enamorados, ni jugadores, ni tahúres» (Guill 52).
350 Las Guerras de los Estados Bajos

poder aventajadamente hacer la guerra. La pérdida de Nimega pasó así.


Había muchos días que el conde Mauricio conservaba grandes inteligen-
cias en aquella ciudad, adonde se había arrimado con su ejército desde que
ganó a Hulst, en el país de Was, no sin esperanza de ganar también por in-
teligencia a Grave. Presentóse finalmente con su campo a vista de Nimega a
los 14 de octubre, y a los 15 –formando un puente sobre cantidad de barcas,
que a este efeto se bajaron del [138] fuerte de Esquenck- pudo pasar el río
con facilidad y cercar la ciudad por todas partes. El presidio de la cual era tan
débil, que apenas podía monsieur de Guilein guarnecer con él las puertas.
Iban entretanto los fautores de Mauricio negociando y ganando voluntades
hasta con dádivas:
«¿Qué esperanzas podéis tener (decían) del duque de Parma ni de su ejér-
cito, si delante de nuestros ojos no pudo ganar este fuerte -que ha tanto
que nos aflige- y allá –seis leguas de su corte- dejó perder delante de los
suyos una villa tan importante y fuerte como Hulst? ¿Verná ahora por
ventura de tanto más lejos, o a desinios que allá le llevan y a las órdenes
apretadas del rey podrá ni querrá faltar por el riesgo de una sola ciudad?
Si el peligro fuera solamente dudoso, pudiera y debiera menospreciarle la
fidelidad; mas, queriendo parecer constantes, ser para miseria total de la
patria vanamente obstinados ¿quién habrá que lo alabe? Todas las virtudes
tienen sus límites, que, excedidos, pierden el nombre y dignidad de tales
y se convierten en los vicios contrarios: la que hasta aquí puede haber sido
constancia loable y útil, será pertinacia dañosa y llena de vituperio. El
recibir a Verdugo podrá dilatar, pero no estorbar, nuestra ruina; donde,
si no le admitimos, es cierto que podremos hacer partidos aventajados,
sustentar la religión, evitar el peligro y, al fin, vivir y morir como libres».
Instaba, entretanto, Verdugo por ser admitido, deseoso de salvar aquella
ciudad, cuya protección se le había encomendado; pero venciendo las razones
aparentes de los herejes disimulados (como suelen siempre las que persuaden
lo peor llegadas o oírse [sic]), entregaron la ciudad a Mauricio a los 22 del
dicho, donde al punto fueron profanados los templos, quemadas las imágenes
y hechos los cuarteles para dos mil infantes y trecientos caballos. No más que
esto tardaron aquellos miserables ciudadanos en pagar su yerro y conocer,
aunque inútilmente, la suavidad del dominio que perdieron, habiendo rehu-
sado de admitir para su defensa menos gente que la que ahora sustentaban
para su opresión. Diose el gobierno de la ciudad al conde Felipe de Nassao,
aunque se hallaba por entonces (como se ha dicho) en socorro del príncipe de
Béarne. Verdugo, viendo la perfidia de los nimegueses, determinó a los menos
guardar las plazas de la Mosa, ya que no había tenido dicha de poder defender
aquella tan [139] importante y única en el Vaal. Éstos eran los provechos que
el rey sacaba de la guerra de Francia, y todo lo daba por bien empleado a true-
Las Guerras de los Estados Bajos 351

que de encaminar en aquel reino tan vecino un rey católico, como permitió
Dios que lo viese antes de su muerte, sin que ninguno que quiera decir verdad
pueda negar que lo encaminó por medio de sus armas.
Detúvose el duque de Parma en Bruselas lo que bastó para acabar de dar
a entender al mundo que conocía los ánimos y trazas de los rebeldes. Y a me-
diado deciembre volvió a Valencienas, donde llegó el día siguiente el duque
de Guisa, acompañado de ducientos caballos, que venía a verse con él y a
darle prisa para el socorro de Roán. Recibióle y hospedóle el duque de Parma
con todo género de cortesía y demonstraciones de amistad, cosa debida a la
memoria de su padre y abuelo y a las esperanzas que podían concebirse de
aquel generoso príncipe, asistido de los consejos de los marichales de Francia,
la Chatra y Sampol, que le acompañaban. El primero autor de su libertad y
antiquísimo amigo y obligado de su casa, y el segundo su lugarteniente en el
gobierno de la provincia de Champaña, ambos grandes soldados y antiguos
conductores de ejércitos. Volvióse el duque de Guisa a su casa hacia la fin del
año cargado de esperanzas; el de Parma pasó las fiestas de Navidad en Landre-
sí, con menos salud de la que había menester para la jornada que emprendía
en el corazón del invierno, desde donde fue el príncipe Ranucho por orden
de su padre, acompañado de toda la nobleza que le seguía, a la villa de Guisa
a visitar a aquella duquesa y a su hija, que hoy es princesa de Conti. Fueron
recibidos y hospedados todos con mucha grandeza y no faltaron saraos, ban-
quetes y otros pasatiempos de los que se usan en Francia, y en particular en
casas tan grandes, etc.

Fin del libro Cuarto


352 Las Guerras de los Estados Bajos

[140] LIBRO QUINTO


Año de 1592142
Pagado el tercio de don Alonso de Mendoza, como queda dicho, se ordenó
que pasase el Rin; pero tomóse después otra resolución, por no desamparar a
Brabante en tiempo que no se sabía aún la parte donde había de dar el enemigo,
que fue de gran daño para Frisa, todo procedido de no igualar las fuerzas a los
desinios de Francia y la defensa de los Estados, que se pretendía a un mismo
tiempo, sazón en que no se trataba de lo más conviniente, sino de lo menos
dañoso. Acudió a su provincia el coronel Verdugo, en rindiéndose Nimega, des-
pués de haber dado por orden del conde de Mansfelt suficiente guarnición en
Grave a cargo de Evangelista de las Cuevas, gobernador de aquella plaza, y la su-
perintendencia de las cosas de guerra en poder del conde Carlos. Y porque nos
llaman las de Francia, dejaremos por agora los Países Bajos hasta su tiempo.
Estaban vueltos los ánimos de todos al sitio de la ciudad de Roán y al
suceso que tendría el socorro que se les aparejaba. Tenía el príncipe [141] de
Béarne las mayores fuerzas con que se había visto hasta entonces: ingleses, ho-
landeses, esguízaros, alemanes y franceses, naciones todas de las más belicosas
de Europa, cantidad grande de nobleza y el cerco de Roán tan bien entendi-
do, que comúnmente se juzgaba no había de ser como en París y que no lo ha-
bía de romper tan barato el ejército católico. El cual, junto todo entre Guisa,
Perona y la Fera, aguardaba al duque con deseo de emplearse en una empresa
tan noble y de tanta importancia. Tres días antes de que partiese el duque de
Landresí llego allí aventurero el marqués del Vasto, capitán general de la caba-
llería de Milán con veinte gentileshombres bien armados y a caballo; el cual,
arrepentido de haber dejado la caballería de Flandes por la de Lombardía, tor-
naba a buscar las ocasiones, obligado de su natural valor tanto como del que
heredó de sus pasados. Seguían al duque de Parma en esta ocasión, fuera del
príncipe, su hijo, y del marqués del Vasto, otros muchos caballeros italianos,
como fueron Marco Pío de Saboya, príncipe de Sásolo, Federico Espínola, el
conde Vincencio Guerrieri y otros; de españoles seguían al duque el príncipe
de Ásculi, los maestros de campo don Diego Pimentel, don Alonso Luzón
y don Sancho de Leiva y don Rodrigo Niño y Laso, que le habían seguido

142
 Argumento: Vuelve a entrar segunda vez el duque de Parma en Francia. Hieren al príncipe
de Béarne. Saquean los católicos a Humala. Ganan a Neufchatel. Hieren al duque de Par-
ma, el cual gana a Caudebeck y envía a Roán al de Humena. Cobra Henrique a Caudebeck.
Vuelve el duque de Parma a Aspa y queda monsieur de Rona gobernando aquel ejército.
Gana a Eperne. Apodérase el de Humena de Pontaudemer. Vuelve a cobrar el enemigo a
Eperne. Rinde el de Humena a Crepí. Gana Mauricio a Estenuich. Toma Mondragón los
castillos de Vesterló y Turnhaut. Gana Mauricio a Oetmarsum y a Coevorden. Sale el de
Parma tercera vez para Francia y hace alto en Arrás. Llega el conde de Fuentes a Bruselas.
Muere el de Parma y queda el gobierno del País Bajo encomendado al conde de Mansfelt.
Las Guerras de los Estados Bajos 353

también el año antes en el socorro de París, y don Diego de Ibarra, que, de-
jando los demás negocios, quiso hallarse en aquella ocasión como soldado, no
menos para aconsejar que para ejecutar los consejos con su persona. Habíase
disminuído mucho de gente el tercio de don Luis de Velasco, no pudiendo
los soldados (hechos a la vivienda del reino de Nápoles y a los regalos, que
tanto relajan los ánimos militares) sufrir los trabajos corporales de la guerra
ni el rigor de aquel clima, desayudando también algunos capitanes, que, por
ser casados en aquel reino, quisieron más dejar las compañías que mirar por
ellas. Don Luis, con su persuasión, con su cuidado y con su ejemplo hacía
todo lo posible por detenellos; pero finalmente, de todos los capitanes, vi-
nieron en pocos meses a quedar solos don García Dávila, Luis de Molina y
Juan de Urreta. Proveyó el duque las compañías de los otros en Martín López
de Aybar, ayudante del tercio de don Alonso de Idiáquez; Pedro de Aybar,
Antonio Caballero de Ibarra, Baltasar López del [142] Árbol, don Luis Porto-
carrero y otros soldados beneméritos; y agregándole las compañías del tercio
de Ginebra, que trujo el capitán Corcuera, vino a tener don Luis un tercio de
diez y ocho compañías, en que había cerca de dos mil hombres; los otros dos,
de don Antonio de Zúñiga y don Alonso de Idiáquez, pasaban de tres mil
entre los dos; los esguízaros podían ser otros tres mil; pero la infantería y ca-
ballería italiana del Papa había llegado ya a suma miseria (no llegaban los in-
fantes a seiscientos ni los caballos a trecientos, y ésos cansados y consumidos).
Con todo eso, no perdía el guión143 pontifical el duque de Montemarchano,
sobre que se ofrecieron grandes dificultades, que al fin las allanó el duque de
Parma, ordenando que el guión de Su Santidad fuese con la persona de su
general en la vanguardia de los esguízaros, y ellos siempre en el cuerpo de la
batalla. Había en el ejército los regimientos de alemanes viejos de los condes
de Arembergue, Barlaimont y Vía, y el del conde de Fustemberg, levantado
de nuevo; los de los valones de la Barlota, monsieur de Balansón; y el peculiar
del duque, gobernado por monsieur de Werpe, aunque ya tenía hecha la mer-
ced del gobierno de Mastrique, y entre estas dos naciones ocho mil hombres y
más; el tercio de Capizuca podía tener mil y quinientos italianos. Fuera désta
había gran cantidad de infantería francesa y lorenesa, y toda junta pasaba de
veinte mil hombres. La gente de a caballo, inclusos los reitres y las compañías
de hombres de armas, de que era general el príncipe de Simay, pasaban de
tres mil, y la caballería francesa llegaba a dos mil y quinientos, ejército de los
más floridos que vieron aquellos tiempos. Era maese de campo general de los
franceses monsieur de la Roán, la artillería llevaba su general, monsieur de la
Mota, y daba órdenes a la gente del rey como maese de campo general della;
la caballería gobernaba el comisario general Jorge Basta.

143
 El «estandarte del rey o de cualquier otro jefe de hueste» o el «alférez o paje del mismo (que
lo lleva)» (DRAE).
354 Las Guerras de los Estados Bajos

Partió el duque a los 19 de enero de Landresí y, después de haberse dete-


nido algunos días en Guisa y en la Fera, llegó finalmente al campo el penúl-
timo del dicho mes, que, hallándose alojado alrededor de Nela, se alojó en la
villa. Comenzóse a discurrir en su consejo sobre el modo más conveniente de
socorrer a Roán con varios [143] pareceres. Algunos -y entre ellos el conde
Carlos de Mansfelt, que, habiendo acompañado hasta allí al duque, se había
de volver a los Países Bajos a asistir por lugarteniente de su padre en las cosas
de la guerra- eran de parecer que debía arrimarse el ejército a la Havra de
Gracia, villa colegada, donde se arroja a la mar el río Sena y, subiendo después
con el río a la mano derecha, ganar a Caudebeck y meter por agua en Roán
la gente y vituallas necesarias. Hubo muchos deste voto, y aun el duque no
se mostró del todo contrario a él por valerse de la comodidad del río y por
comenzar a acreditarse con sitios de tierras, como en el modo de pelear en
que se hallaba más ejercitado y el que le había dado más reputación hasta en
los sucesos del socorro de París, ejemplo reciente. Otros, y en particular el
príncipe de Ásculi, don Diego de Ibarra y los maestros de campo españoles,
eran de parecer que no militaban en el socorro de Roán las mismas causas que
en el de París y, hallándose con un ejército tan poderoso, tenían por mengua
de reputación cualquier otro camino que el que con mayor brevedad llevase
a aquellas banderas y estandartes la vuelta del enemigo. A París decían que
bastaba socorrella con vituallas, pues no necesitaba de otra cosa, y que así fue
prudencia encaminarle el remedio abriéndole ríos y asegurando todo siniestro
accidente, con no llegar voluntariamente a las manos; pero en Roán, empren-
dida por el de Béarne a viva fuerza y alojada ya su gente en el foso no sólo
de Santa Catalina, pero de la misma ciudad, no bastaba meter bastimentos
y municiones, antes bien era necesario desaojar al enemigo y, si lo rehusaba,
darle la batalla, añadiendo que la voluntad del rey era que se socorriese Roán
y, aunque se aventurase todo, se decidiese aquella causa de una vez, cuando
estaban las fuerzas enteras, la gente deseosa y los ánimos de los confederados
bien afectos. No faltó quien introdujo alguna diversión: el duque de Humala,
gobernador de Picardía, la deseara por San Quintín por ampliar su gobierno,
y al de Guisa no le pesara que le quitaran del suyo el padrastro de Chalóns,
ciudad fortísima y de grande importancia en el país de Champaña, utilidades
particulares en que no era sazón de gastar tiempo. Y así, pesadas las cosas por
el general y conocidos los [144] fines con que era aconsejado, virtud que ad-
quiere la experiencia y sin ella no puede el ingenio más aventajado, escogió el
ir por el camino más breve a Roán con intento de socorrella o dar la batalla.
Aguardábanse muy en breve del País Bajo algunas reclutas de naciones que
venían marchando y cantidad de bastimentos; y así, para recogerlo todo, hizo
alto el ejército algunos días junto a Pondarmí; desde aquí, con trecientos ca-
ballos de escolta (a cargo de don Carlos Coloma), pasó a Flandes don Alonso
de Mendoza en busca de su tercio, que marchaba ya la vuelta de Frisa. A su
Las Guerras de los Estados Bajos 355

vuelta encontró esta caballería con una compañía de arcabuceros a caballo del
enemigo que venía a tomar lengua y, apeándola, quedaron algunos muertos
y la mayor parte en prisión. Súpose dellos que determinaba el de Béarne salir
a verse con el campo colegado, que a este fin había convocado ya toda su
nobleza y hecho otras demostraciones de desear la batalla.
Tuvo aviso el duque de Parma, estando alojado en Blangí, a los 18 de
hebrero, de que, sabida por el príncipe de Béarne la resolución de los co-
legados, la había tomado de salirles al encuentro con cuatro mil caballos,
deseoso de dar una mano a la caballería católica, si la podía coger desabrigada
de la infantería. Marchó de allí adelante el duque siempre en batalla y a la
mañana, a los 16 del dicho, volvieron los corredores con aviso de que habían
descubierto grandes tropas de caballos de esotra parte de Humala. Volvió el
duque a enviar nuevos corredores y tras ellos a monsieur de Vitrí con sus co-
razas y a Juan de Contreras Gamarra y el señor de Moude con sus compañías
de arcabuceros de a caballo, con orden de no pasar el riachuelo que divide
la villa y de ir enviando avisos por momentos, mientras él se iba mejorando
con todo el ejército, por no dar ocasión (con desmembralle) a que el enemigo
ejecutase su intento. Pusieron, pues, los señores de la Mota y Rona, maestros
de campo generales, uno de la gente del rey y otro de la francesa, el ejército
en esta ordenanza.
La vanguardia se dio a la infantería española, que –agregado a ella el tercio
de Camilo Capizuca- hacía el número de seis mil infantes. La batalla ocupa-
ron los esguízaros y, a causa de consistir sus fuerzas [145] en muchedumbre
de picas y carecer de armas de fuego, se guarneció su escuadrón de la infante-
ría del Papa y de arcabucería y mosquetería valona y alemana. La retaguardia
se formaba de dos batallones, uno de alemanes y valones y otro de franceses
y alemanes, gente toda lucida y deseosa de pelear. Había en aquellos llanos
de Humala, donde se puso la gente en batalla, dos bosques, uno a la mano
derecha y otro a la izquierda, distantes entre sí una legua francesa, por cuyo
beneficio mandó el duque que los tres batallones hiciesen frente, y ordenó
las alas de la caballería en esta forma. La vanguardia (y por el consiguiente el
cuerno derecho) tocó aquel día a la caballería española y a los capitanes don
Carlos Coloma y Diego Dávila Calderón, a quien en ordenanza estrecha se-
guían las demás compañías de dos en dos. A esta tropa de vanguardia envió el
duque al príncipe, su hijo; agregóse también a ella el marqués del Vasto con
sus gentileshombres, en número de veinte, muy bien armados y él extrema-
damente lucido, con armas cuajadas de estrellas de oro, casaca y paramentos
bordados sobre terciopelo azul. El cuerno siniestro llevaban las compañías lla-
madas favoritas a cargo del donde Nicoló Cesis; por frente marchaban nueve
cañones de batir; en guardia dellos seis tropas de corazas francesas, dispuestas
a acudir a lo que se les mandase, conforme la ocasión lo pidiese. La retaguar-
dia tocó aquel día a la caballería del Papa; por ambos lados, fuera de las alas
356 Las Guerras de los Estados Bajos

de la caballería, marchaban los carros del bagaje de tres en tres, con que se
acabó de ocupar toda la distancia de bosque a bosque. Fue toda diligencia
perdida, porque el príncipe de Béarne no era creíble que había de chocar con
tan gallardo ejército, acompañado de sola caballería, aunque en número y
en bondad la mejor que había juntado hasta entonces; el cual brevemente se
halló demasiadamente empeñado con su vanguardia, en que había seiscientos
caballos y trecientos dragones, que (como se ha dicho) son mosqueteros en
rocines, aparejados a apearse en la ocasión y defender prontamente un paso,
haciendo oficio de infantes; y, como desde un collado desta parte de Humala
vio la ordenanza del ejército católico y las tropas de caballos que se venían me-
jorando la vuelta dél, conoció que era perdido si la caballería católica cargaba
de veras. Y fuera así, si el duque no la [146] detuviera con más recato del que
conviniera por ventura en aquella ocasión; inevitable desdicha aquella en que
incurre acertando o por lo menos teniendo razones para creer que se acierte.
Movióle la relación de un capitán francés, que fue preso, el cual asiguraba,
contra todos los avisos ya recibidos hasta entonces, que estaba toda la infante-
ría realista abrigada en un bosque distante un cuarto de legua de Humala. Y a
la verdad parecía imposible que un tan gran soldado como Enrique se aventu-
rase con sola caballería a sostener el choque de aquel ejército, como lo parecía
viéndose siempre calar tropas de caballos en la villa y salir della a la campaña
la vuelta del ejército católico. Mas duró poco esta duda, pues cargando Vitrí,
Mondé y Contreras y algunas otras tropas de corazas francesas, fuera de sesen-
ta lanzas españolas que se deshilaron con el teniente Luis Olivera, comenzó
a ordenar el de Béarne su retirada, dejando, como en Pontarsí, sus dragones
a pie, que por un rato detuvieron la furia de los católicos. Peleó aquí el de
Béarne por su persona por salvar su vida; esto le valió al principio, mientras
se degollaron los dragones, y después a él y al barón de Birón de otro en un
brazo. Tuvo aviso el duque de Parma de que se retiraba el enemigo y con todo
eso no se resolvió en dar licencia de arremeter su caballería, tanto pudo la
aprehensión de aquel aviso primero, o la prudencia de querer cautelarlo todo,
que tal vez malogra mil buenos sucesos, como –al revés- suelen las resolucio-
nes aventuradas granjear muchos buenos: saber tomar el punto del acierto
entre estos dos extremos mejor puede desearse que pretenderse. Murieron de
la parte del príncipe, fuera de los dragones, cosa de cien hombres de a caballo,
y entre ellos algunos nobles, y quedaron casi otros tantos en prisión. Entróse
luego la villa y fue saqueada, aunque se procuró estorbar. Éste fue el suceso
del rencuentro de Humala, en el cual, si se mostrara el duque de Parma tan
determinado como otras veces, acabara de aquella vez la guerra; pero teníale
Dios ordenado otro fin más suave, como veremos a su tiempo. No le pareció
al príncipe de Béarne prudente consejo aventurarse otra vez como la pasada,
pues conservaba con su ejército no menos que las esperanzas del reinar; [147]
por esto, como por curarse de su herida, que todavía (aunque encarnó poco)
Las Guerras de los Estados Bajos 357

le fatigaba, retiró sus tropas al campo, adonde publicó que había dado una
mano al enemigo y que venía a esperalle en su plaza de armas, como en efeto
comenzó a fortificalla y a convocar toda la gente de a pie y de a caballo que
podía venir de las provincias y plazas comarcanas; y para inquietar el campo
y dificultar el curso de las vituallas que le venían de Amiéns, Abevila, Beaboys
y otras ciudades amigas, dejó a monsieur de Bibrí, general de la caballería,
con cuatrocientas corazas en Neufchatel, plaza suya no del todo flaca, espe-
cialmente el castillo, pareciéndole que o no se dentendría el duque a ganalla
o que, deteniéndose, compraba por lo menos cuatro o seis días de dilación,
por beneficio de los cuales era muy posible ganar el fuerte de Santa Catalina,
a quien había ya hecho dar algunos asaltos en vano el marichal de Birón. Pero
engañóse, porque, llegado el duque a Neufchatel con todo su campo a los 22
de hebrero y plantada al día siguiente la artillería por el tercio de don Luis de
Velasco, a menos de cien cañonazos tirados comenzaron a parlamentar los de
dentro y fueron admitidos a composición. Ayudó mucho a esto con Gibrí el
marichal de la Chatra, su padrastro, mostrándole el peligro evidente si espe-
raba el asalto. Salio aquella misma tarde con todas sus corazas monsieur de
Gibrí y entró el duque de Parma en la villa con la infantería española, adonde
se alojó, a pesar del gobernador de la plaza, que con infantería en número
de trecientos hombres, se había entrado en el castillo y trataba de defendelle
con pertinacia. Mandó el duque plantarle por la mañana la artillería y antes
de comenzar a batir tuvo el gobernador atrevimiento de hacer salida, en que
–perdiendo algunos hombres y, juntamente, el ánimo- recurrió a los ruegos
y obtuvo gracia de la vida; aunque se supo después que los franceses que le
acompañaban, como es costumbre, hasta dejarle en salvo, se la quitaron, por-
que osó alabarse de haber sido uno de los que mataron en Bles a los príncipes
de Guisa. Estuvo el duque dos días en Neufchatel y partió a los 25, dejando
allí por gobernador al capitán Gonzalo Franco de Ayala, del tercio de don
Luis, con su compañía y otras dos de valones.
Marchó el ejército católico tres días después de salido de Neufchatel,
siempre en batalla, con un tiempo rigurosísimo de hielos [148] y nieves; y,
hallándose a 28 del dicho en la plaza de armas, con intento de continuar el
camino hasta Roán, para llegar a la cual faltaban apenas seis leguas, llegó un
aviso del almirante Villárs en esta sustancia. Que, hallándose muy apretados
los sitiados del fuerte de Santa Catalina, habían (con su orden) trazado una
salida, parte con infantería francesa y valona y parte con las picas que tenía a
su cargo don Antonio de la Mota Villegas, y, dando de improviso en las trin-
cheras, habían degollado al pie de ochocientos enemigos de todas naciones,
especialmente ingleses; que habían los católicos sido señores de las trincheras
más de cuatro horas y, como tales, allanado más de cuatrocientas brazas de-
llas, enclavado cinco piezas de artillería, echado a rodar el monte abajo tres y
retirado otras tres con ganancia de banderas y pérdida de sólo diez soldados;
358 Las Guerras de los Estados Bajos

que estaba el de Béarne afligidísimo por esto y por su herida y que sin duda
se reiraba a Pontalarche; por lo que suplicaba a su alteza que no se pusiese
en trabajo de socorrelle, pues Dios lo había hecho ya por aquel camino; que
solamente le enviase trecientos valones y con ellos el mayor golpe de dinero
que fuese posible y alguna pólvora. Parecióle al duque que era imposible que
por ocasión de una salida levantase el príncipe un sitio tan porfiado y en que
tanto le iba; y, juntando el Consejo, se discurrió variamente sobre el caso.
Los que al principio habían sido de opinión de meter el socorro a viva fuerza,
decían que no se debía fiar tanto en el aviso de Villárs, hombre arrojado y
deseoso de ganar toda aquella honra solo, que bastase a hacer mudar una de-
terminación tan bien acordada, y que no sólo era conviniente certificarse del
suceso y acabar de saber si el enemigo había levantado el sitio antes de volver
las espaldas, pero convenientísimo el seguirle, pues desde allí se le podía con
facilidad cortar el paso de Pontalarche y darle la batalla mientras duraba la
aprehensión y terror de aquella pérdida; que la reputación del ejército católico
era tanta, que nada la podía menoscabar, sino el dejar de ver a Roán, o la cara
a quien tan poco antes les había mostrado las espaldas. Puédase escribir al rey,
decían ellos, que socorrió a Roán este ejército, pues con tanta costa y cuidado
le ha hecho aparejar para ello.
Decían otros, en contrario, y su cabeza el duque de Humena, que no era
cordura aventurar por ver a Roán lo que [149] se aventuraba por socorrella.
Que había hallado otras veces tan verdaderos los avisos de Villárs, que no ponía
duda en que el enemigo había desalojado y que, pues él se contentaba con tan
poco, que se le enviase luego y aquel ejército se recogiese a parte donde, acabado
de dejar pasar el rigor del invierno, pudiese guardarse sano y entero para em-
prender otras cosas más importantes, a la primavera, que el ver a Roán después
de socorrida y al enemigo retirado a Pontalarche, refugio siguro y sin que se le
pudiese quitar con fuerzas ni diligencias humanas. Arrimóse el duque de Parma
a este parecer, que le hubiera de costar tan caro como veremos presto, enviando
cuatrocientos valones y ciento y cincuenta franceses a cargo de monsieur de Bar
y del capitán Maximiliano de Herroguier, porque ni el sitio se levantó, aunque
en todo lo demás escribió verdad Villárs, ni la gente y dinero enviado (que en-
tró con facilidad) bastaron para que en muy breves días dejase de verse aquella
ciudad no sólo en la misma apretura que antes, pero en tanto mayor, que breve-
mente llegó a mayor aprieto y estuvo muy a pique de ver su ruina. Dobló aquel
mismo día el ejército católico la vuelta de Pontarmí, con intento de pasar por
allí la Soma y entrar en el país de Avebila, como lo hizo, que fue otro nuevo ye-
rro, pues se dio ocasión en aquello a que con la vecindad del condado de Artois
se desmandase mucha gente valona y se volviesen a sus casas más de trecientos
hombres de armas de las bandas de Flandes.
El día que el duque de Parma alojó en Pontarmí se mostraron hacia la
tarde catorce tropas de caballos del enemigo, conducidos por monsieur de
Las Guerras de los Estados Bajos 359

Gibrí, aunque, escarmentado de las otras veces, no hicieron más que arri-
marse demasiado a unos setos que tenía ocupados don Antonio de Zuñiga,
a quien tocó aquel día la retaguardia con su tercio, y volver más que de paso
en viéndose saludar con la mosquetería. Pasó el duque el río por el puente y,
después de haber estado dos días en Avebila, ciudad de las más principales y
fuertes de Picardía, llevó el ejército a los contornos de Rue, villa calvinista,
fortísima de sitio por estar entre unos pantanos que hacen allí la creciente de
la mar y el curso del río Soma. Alojóse el duque en la abadía de Formentier,
distante una legua de Rue. Y porque no pareciese que se estaba allí sin hacer
algo, mandó que se abriesen trincheras a la [150] dicha villa por una calzada
de las que en Flandes llaman diques. Diose esta empresa a los franceses, con
promesa de, si se alojaban, como prometían, en un rebellín144, que se prosi-
guiría la empresa con toda la infantería; mas como no se cumplió lo primero,
no se puso en plática lo segundo.
Apenas comenzó a entrar con el mes de abril la primavera, cuando vol-
vió a importunar por socorro el almirante Villárs, no menos arrepentido él
de haberle divertido, que los duques y todas las cabezas del ejército católico
de no habérselo dado. El cual se hallaba enflaquecido de más de cuatro mil
infantes y seiscientos caballos, por haberse vuelto muchos a sus casas y por
enfermedades causadas del rigor del invierno, que aquel año fue excesivo.
Entre los que llegaron a lo último de su vida fue uno el marqués del Vasto, a
quien llevaron desahuciado a Hedín, después de haber pasado notable peligro
de quedar abrasado en un incendio repentino que padeció en Formentier su
casa pajiza, de la cual, con ser el medio del día, pudo sólo salvar su perso-
na y criados, pereciendo la mayor parte de sus caballos y toda su recámara.
Llegáronle al duque a 6 de abril algunas reclutas de valones del País Bajo y
respuesta del conde de Mansfelt, en que le negaba cuatrocientos españoles del
tercio de don Alonso de Mendoza, que había enviado a pedir, excusándose
con que pensaba enviarlos a Frisa por escudo de todo lo demás, como a la
verdad convenía. Y era tanta la confianza que el duque tenía en esta nación,
que por ir algún tanto acrecentado della, envió a mandar al capitán Esteban
de Legorreta que de los españoles que tenía a su cargo en París le enviase du-
cientos hombres, ordenándole que procurase enviárselos al camino que había
de hacer desde Avebila a Roán, como lo hizo.145
Supo el príncipe de Béarne estas diligencias tan a su principio, que cau-
só grandes sospechas contra algunos franceses de los que entraban en nues-

144
 Rebellín: «Término de fortificación. Es una obra separada y desprendida de la fortificación,
con su ángulo flanqueado y dos caras, pero sin traveses, cuyo lugar es siempre delante de
las cortinas, porque su fin es cubrir la cortina y los flancos de los baluartes y defiende las
medias lunas» (Dicc. Aut.).
145
 Los comandó Juan de Carvajal, según «la impresión repetida de Amberes» (BAE, 55).
360 Las Guerras de los Estados Bajos

tro consejo, daño de imposible remedio, pues fuera de mayor inconviniente


mostrar declarada desconfianza. Valiéndose, pues, desta ocasión, hizo saber
al almirante la flaqueza de las ramas a que se abrazaba el duque de Parma,
y que era temeridad esperar socorro de quien, habiéndole podido dar con
tantas ventajas, lo había [151] rehusado. Y estuvo bien a pique de hacer esta
negociación mayor efeto que habían hecho hasta entonces las armas y los
cañones; y al fin se resolvió el almirante en respondelle que estaba presto y
aparejado para entregar aquella ciudad y su persona a un rey católico digno
de heredar el ceptro de San Luis. Causó esta respuesta gran alteración entre la
nobleza del ejército realista, pues, siendo la mayor della católica y viendo que
tras haberles prometido el príncipe el reducirse a la fe dentro de seis meses,
después de haber dejado pasar más de dos años sin tratar dello, rehusaba el
acabar la guerra con un remedio tan fácil como necesario para la salud de su
alma y quietud del reino. Después de haber hecho en nombre de todos una
larga oración el marichal de Birón, el Viejo, y no alcanzando dél otra respues-
ta sino que no estaba puesto en mudar opinión hasta que Dios se lo inspirase
y que no era resolución aquélla para tomarla compelido por medios humanos
ni entre el ruido de las armas, determinaron desamparalle mucha parte dellos,
como realmente lo hicieron, retirándose a sus casas más de mil y quinientos
caballos, toda gente noble. Tan ciego en su error vivía entonces este príncipe,
o tan recatado de no hacerse sospechoso a los de su religión, que osó perder
tan grandes fuerzas y menospreciar tales esperanzas. Parecíale sin duda que
seguir la fortuna y alianza comenzada se debía hacer, aunque se topasen di-
ficultades, antes que experimentar, dejando este arrimo cierto, ofrecimientos
que podían salirle dudosos, a tiempo que no pudiese volver a cobrar lo que
dejaba, siendo difícilísimo el saber elegir el punto conviniente para mudar
partido. Más adelante la Fortuna, o causa más alta, se lo encaminó con todas
las seguridades que pudo desear, si bien haberlo dilatado con tanto riesgo
de lo más importante sólo puede parecer tolerable a los que con nombre de
políticos quieren que la religión sirva al Estado.
Recibió el duque de Parma aviso del almirante Villárs a los 12 de abril,
en que le amenazaba de rendir la ciudad, si no era socorrido para los 20. Pa-
reció sobrada prisa y brava desconfianza, cotejada con la confianza de antes,
extremos que pudieran ocasionar mil inconvinientes. Quedábanle todavía al
duque algunos que allanar, y no fue el menor la renitencia146 de los esguíza-
ros del Papa, fomentados [152] por el obispo Mateuchi, comisario general
de Su Santidad y de corazón navarrista147, el cual, tomando por achaque el
ir a buscar dineros a Amberes, desamparó el ejército en la ocasión que más
debría asistir en él para reprimir las sediciones y demandas importunas de

 «Resistencia que se pone a hacer algo o consentirlo» (DRAE).


146

 1635: «bearnés».
147
Las Guerras de los Estados Bajos 361

aquella gente. Rehusaban los esguízaros el pasar adelante sin su remate, y, al


fin, tras largas altercaciones, se contentaron de marchar, recibidas dos pagas,
que se las hubo de prestar el duque, dilatando el pagamento de una, librada
a la gente de Su Majestad, para que (y para otras dos pagas en paño) se había
tomado muestra, con lo cual, llevados unos de la posesión del dinero y otros
de la esperanza de más honrados deseos, se dispusieron todos a la partida para
cuando se les ordenase.
En el modo de conducir el ejército hubo varias opiniones, y al fin se re-
solvió en el Consejo que se llevase por el camino más corto. Y así, sin volver
a pasar por Pontarmí, que todavía era algún rodeo y el paso de la puente
ocasión de embarazo y detención, se pasó la Soma a los 16 del dicho, por el
vado que hace aquel río, con ensancharse más que en otra parte entre Crotoy
y San Valerí, llamado Blanchetaque. Aguardóse a la baja marea y con todo
eso hubo de nadar mucha parte de la infantería de la retaguardia, aunque sin
peligro por la mansedumbre con que corren casi todos los ríos de Francia, y
en especial aquél. Caminóse tres días a toda la diligencia que se permitía a un
ejército que llegaba a catorce mil infantes y a cuatro mil caballos, sin otros
seiscientos que trujo al cuarto día monsieur de Sampol. El cual vino acompa-
ñando desde Rens, en Champaña, al legado apostólico, que no quiso dejarse
de hallar en aquella jornada. Animó su presencia mucho a todo el ejército y
ya no se deseaba sino venir a justa batalla, lo que no era creído por los más
prudentes, por hallarse el príncipe de Béarne con tanta parte de su nobleza
menos, aunque sin ella igual a la caballería católica, y por no ser verisímil que
quisiese perder lo ganado en tantos meses de sitio, ni encomendar la suma de
las cosas en manos de la Fortuna. Persuadíanse con todo esto a que aguarda-
rían en sus puestos y que, fortificados, como se sabía que lo estaban, no era
fácil, sino bien dificultoso, echarle dellos.
Marchóse el quinto día en batalla con la misma orden que en el [153]
primer socorro, y el día siguiente ni más ni menos, que fue el de los 19 del
mes, sin que hasta entonces (ni por vía de aviso ni por cantidad de caballos,
que de ordinario se enviaban a tomar lengua) se pudiese saber el designio
y el progreso del enemigo, que daba mucho que pensar, causando aquella
suspensión nuevas sospechas de que los realistas se apercibían a la batalla.
Confirmóse más este pensamiento el día de los 20, pues, llegando el ejército
a unas tendidas campañas, tres leguas de Roán, se comenzaron a descubrir
algunas tropas de caballos, a quien los nuestros cargaron luego, tocando una
arma muy viva en el campo, que al punto se puso en batalla. Era ya tarde y no
se acababa de verificar la ocasión de aquel alboroto; y así, se hizo allí mismo
el alojamiento, en que reposó la gente hasta el hacer del día, que de nuevo se
puso en orden de batalla. Volvieron a media noche los corredores con aviso
de que habían cargado los enemigos hasta cerca de Pontdelarche; pero el que
llegó de Roán (una hora el sol salido) acabó de declarar la duda, afirmando
362 Las Guerras de los Estados Bajos

cincuenta caballos del almirante que por sus ojos habían visto desalojar el
día antes al de Béarne con todo su campo y tirar la vuelta de Pontdelarche,
adonde estaba alojado desta banda, aunque cubierto de la artillería de aquel
castillo, que es de los más fuertes y bien artillados de Francia. Afirmaban
más, que hasta del río se habían retirado a Caudebeck los bajeles de armada
y una galeota con que guardaban la entrada de los bastimentos por la Sena.
Disculpábase Villárs de no haber avisado antes con las muchas diligencias que
el enemigo había hecho para impedirle el comercio con el campo colegado,
hinchiendo de emboscadas los lugares capaces dellas, todo en orden a no dar
lengua de su retirada. Los franceses, y en particular los que han escrito las
historias de Enrique IV148, con la pasión natural y la estimulación grande que
hacían dél -como sin duda podían, si en alguna manera moderaran el exceso
de sus afectos- llaman a esta resolución, que a la verdad no admite ninguna
causa de jactancia, acto de singular prudencia, y dan sus razones harto apa-
rentes, por no confesar que rehusó la batalla, como si no hubiese casos en que
es acto de mayor valor (a trueque de encaminar el bien común) forzar un rey
o general de ejército su ardiente y natural deseo de llegar a las manos, y por
este camino [154] vencerse a sí mismo. Cuanto a lo primero, es cierto que en
los siete días que marchó el duque, advirtiendo que lo supo el francés desde
el primero, volvió a su campo toda la nobleza que le había dejado, con que
excedía el número de nuestra caballería con conocida ventaja y su infantería
no hay duda en que se igualaba con la católica, y sin embargo se encerró
en Pontdelarche. Y el duque de Parma, contra su propia opinión y la de los
consejeros españoles, que era de irle a buscar a su alojamiento y por lo menos
obligarle a pasar el río a cañonazos, con pérdida de reputación, después de
haber alegrado aquel día y el siguiente a los roaneses con su presencia y con
la de su ejército, pasó la vuelta del país de Caux, en la alta Normandía, con
intento de acabar de limpiar toda aquella ribera hasta la Havra de Gracia, sólo
con ganar la villa de Caudebeck, situada sobre la diestra margen della, tres
leguas de Roán y cuatro de la Havra de Gracia.
Llegó el campo a vista de Caudebeck a los 24 del dicho y lo primero que se
hizo fue desalojar la armada enemiga, que en número de treinta bajeles guar-
daba el río. Hízose con facilidad, ganando los nuestros la nave almiranta, la
galeota y otros bajeles menores. Atendía a esto monsieur de la Mota, general
de artillería. Y, queriendo entretanto el duque de Parma reconocer el puesto
de plantalla, acompañado del príncipe –su hijo- y de otros muchos, se ade-

148
 Entre ellos podemos mencionar a Jacques Auguste de Thou, también llamado Thuanus,
autor de la Historia sui temporis (1604), y al humanista hugonote Agrippa D’Aubigné,
autor de la Histoire universelle (1616-1618). Para una bibliografía al respecto, consúltese
Henry IV, king of France. Recueil des lettres missives... [1562-1610], publié par M. Berger
de Xivery, París, 1843-76, 9 vols. (Collection des documents inédits sur l’histoire de France,
vol. 49).
Las Guerras de los Estados Bajos 363

lantó, cubierto algún tanto con un ribazo149, con solos Propercio, su ingenie-
ro150, y los capitanes Peñuela y Diego Escobar, entretenidos y soldados viejos.
Tiraron los enemigos hacia ellos algunos arcabuzazos, uno de los cuales hirió
al duque en el brazo derecho, en igual distancia del codo y la muñeca; vino el
golpe algo cansado y así se detuvo la bala entre las dos canillas151. Fue esta des-
gracia causa de los inconvinientes que veremos y la primera que tuvo el duque
deste género, no habiéndole sacado hasta entonces una gota de sangre los ene-
migos, con haberse metido entre ellos infinitas veces, no menos como soldado
que como capitán. No se dejó por esto de trabajar por ganar a Caudebeck y,
abriéndole la noche siguiente las trincheras y plantada la batería, amedrenta-
do el presidio a los primeros cañonazos, comenzó a parlamentar. Salió otro
día después con armas y bagaje y entraron de guarnición tres compañías de
valones y la de españoles del tercio [155] de don Luis de Velasco, del capitán
Antonio Caballero de Ibarra, a quien se encomendó el gobierno de aquella
plaza, donde se halló cantidad de trigo y otras provisiones que se tenían para
sustento del campo realista, de que se llevó mucha parte a Roán, aunque hizo
después harta falta, como veremos presto. Apenas le habían hecho al duque
de Parma la tercera cura en Caudebeck, donde entró con deseo de mirar por
su salud, cuando se tuvo aviso de que el príncipe de Béarne venía marchando
a gran diligencia con toda su nobleza y gran golpe de infantería, que había
sacado de las ciudades y presidios comarcanos, además de la extranjera, que
–como batalla que ya no podía excusarse- venían todos a pie y a caballo, con
la prontitud y confianza que acostumbraban. Causó esta nueva notable me-
lancolía en el duque, por verse imposibilitado de poder acudir como hasta allí
con su persona, y lamentábase vivamente de que le faltase salud cuando más
la había menester. Juntó el Consejo y, proponiendo el estado de las cosas, los
más fueron de parecer que, pues era imposible volver a Picardía sin venir a
las manos con el enemigo desaventajadamente, se escogiese un puesto en que
aguardalle, tal que, a más de ser fuerte, se tuviesen las espaldas siguras y los
bastimentos a la mano. Propúsose por el mejor el casar de Lilibón, del conde
de Brisac, y a este efeto se comenzaban ya a dar las órdenes en la plaza de
armas, cuando por instancia que hizo el dicho conde (ayudado de otros inte-
resados), se mudó de parecer, poniendo las banderas de Ivetoy, y, fortificando
allí de buenas trincheras un puesto, capaz de poder aguardar en él la furia con
que venía el enemigo, con siete mil caballos y más de quince mil infantes.
Conocióse presto el yerro y el daño que causa en semejantes accidentes el

149
 «Porción de tierra con elevación y declive» (DRAE).
150
 Se trata de Propercio Barroso, famoso hasta para ser incluido en El asalto de Mastrique (por
el príncipe de Parma) de Lope de Vega (acto II): «[Martín de Ribera] El conde era ya venido
/ por seguirle a la ligera, / aunque Propercio Barroso / no entiendo que habrá llegado. /
[Duque de Parma] Es ingeniero extremado / y astuto en cualquier negocio».
151
 «Cada uno de los huesos largos de la pierna o del brazo, y especialmente la tibia» (DRAE).
364 Las Guerras de los Estados Bajos

anteponer al bien público los intereses particulares, porque Lilibón, por estar
más cerca de la Havra de Gracia, era puesto más acomodado para recibir los
socorros y bastimentos que podían venir al ejército por mar.
Había sido necesario para sacar la bala del brazo al duque abrírsele por
tres partes, con que de todo punto se hallaba imposibilitado de gobernar el
ejército ni ponerse a caballo; y así, ordenó que toda la gente del rey obedeciese
al príncipe su hijo como a su persona propia, no sin emulación grande del du-
que de Humena, que [156] quisera aquella honra para sí, como lugarteniente
de la corona de Francia, pero disumulólo con su prudencia y envejecido sufri-
miento. Comenzóse a fortificar maravillosamente la plaza de armas, parecien-
do que, pues el enemigo nos venía a buscar, tenía obligación de buscarnos en
ella y más viniendo con fuerzas tan aventajadas; pero no lo hizo así, antes (en
teniendo aviso de que se habían acampado los colegados en parte donde con
facilidad se les podían quitar los bastimentos) dio su negocio por acabado y
determinó ayudarse también de los yerros de su enemigo, consejo alabado de
todos y seguido de solos los sabios y prudentes capitanes.
El proprio día que el enemigo llegó a nuestra vista se alojó a menos de legua
francesa, sin que por nuestra parte se le impidiese. La plaza de armas católica era
en muy buen sitio, pero por haber a su lado otra algo mayor, que si el enemigo
la ocupaba podía ofendernos con ventaja, se hizo en ella un fuerte, en que se pu-
sieron tres medios cañones, con que se aseguraban entrambas. Los dos primeros
días hubo algunas escaramuzas, a que no se permitió salir nuestra gente; sólo
las hubo entre los franceses, a quien es imposible quitar el salir a escaramuzar;
y el tercer día por la mañana intentaron arrimarse al campo católico, echando
alguna infantería hacia la plaza de armas que guardaba el fuerte a ganar ciertos
setos, impidiéndoselo con valor nuestro escuadrón volante, y echándolos de
allí con algún daño. Pocas horas después desto se echó de ver que el enemigo
desalojaba para mejorar de puesto, y dando el costado a menos de media legua
a la frente del campo católico pudiera recibir un mal golpe, si no se gastara en
consejos y consultas con el duque, que todavía estaba en Caudebeck, cerca de
una legua del ejército, el tiempo que se debiera gastar en la ejecución. Peligrosa
y casi imposible manera de gobernar, pero forzosa en la resolución que tomó de
entregar el ejército a su hijo, cuya experiencia, si sus pocos años la dejaran igua-
lar con su valor, es cierto que aquella ocasión no se malograra. Envió el duque a
toda diligencia al capitán Escobar, mandando que se acometiese la retaguardia
enemiga, si era así que estaban (como decían) con poca orden y mezclada con el
bagaje, haciéndose él traer después en una literilla. Pero ya en las idas y venidas
se había puesto [157] todo en razón, sin más que leves escaramuzas y prisión en
una dellas del barón de la Chatra, por socorrer al duque de Guisa, empeñado
demasiado entre las tropas enemigas.
Alojóse el príncipe de Béarne aquel mismo día con su campo a poco más
de media legua de los colegados, en un puesto harto fuerte rodeado de bos-
Las Guerras de los Estados Bajos 365

ques y fosos, como a cada paso los hay en aquel país. Y poco antes de ano-
checer se trabó una escaramuza con nuestra infantería francesa, tal, que faltó
poco que por su ocasión no se llegase a dar la batalla. Húbose de sacar golpe
de infantería y guarnecer los setos para ojear al enemigo, que con su primer,
furia acostumbrada se venía arrimando demasiado. La primera caballería que
llegó al arma que se tocó en el campo fue la tropa que tenía a su cargo don
Carlos Coloma, su compañía y las dos de don Alonso de Mendoza y Cas-
tellano Olivera, gobernadas por sus tenientes. Llegaron luego las de Aníbal
Bentivolio y otra también de lanzas con un teniente, que -por alojar ya el
duque en el campo- le estaban de guardia; con las cuales acudió en persona
el príncipe Ranucho. Pretendían don Carlos y el Bentivolio la vanguardia
para cerrar con el enemigo, el uno por haber llegado primero a la ocasión y el
otro por ser de guardia; y, estando irresoluto el príncipe152, llegó el comisario
general Jorge Basta y declaró a favor de Bentivolio, el cual cerró con un escua-
droncillo de infantería inglesa, y, sin poder penetrar por sus picas, al tomar la
vuelta le hirieron de un arcabuzazo en un talón y mataron a su alférez, aunque
no se perdió el estandarte. Quiso cerrar don Carlos y tras él Diego de Ávila
Calderón con su compañía y la de don Otavio de Aragón, gobernada por
su teniente Gabriel Rodríguez, y otras tropas que habían ido llegando. Pero
detúvolas el príncipe con la espada en la mano, pareciéndoles a él, a monsieur
de la Mota, Jorge Basta y don Diego de Ibarra, que habían llegado al arma,
que era temeridad acometer con caballería sola a infantería que, aunque en
campaña rasa, estaba franqueada de mampuesto153, de mucha y muy buena
mosquetería.
Comenzaba ya a escurecer cuando el enemigo retiró sus tropas, con pérdi-
da de alguna gente de consideración. De los nuestros faltaron algunos y otros
salieron heridos; uno dellos fue el conde Horacio Escoto, gentilhombre de la
cámara del príncipe, que salió con un [158] brazo roto; al príncipe y a dos ca-
pitanes les mataron los caballos. De la infantería enemiga quedaron muertos
al pie de ciento, y fuera mayor la pérdida si no sobreviniera la noche, porque
nuestra infantería peleaba de lugar aventajado.
Con ocasión desta retirada se reconoció menos de tiro de arcabuz más
adelante otro puesto harto fuerte, con su seto y foso, la vuelta del enemigo; y
por la comodidad que daba para tenerle ocupado se ocupó aquella noche con
intento de prevenir al enemigo y consultar después si convenía sustentalle.
Diose parte al duque aquella noche de todo y, aunque no fue de opinión que
se empeñase gente en aquel puesto, tuvo más votos el parecer de los que acon-

152
 Amelot dice que «l’irrésolution est la mere & la porte de plusieurs grands inconveniens»
(106 [libro III]). Para Coloma la irresolución es uno de los mayores males del gobierno, en
especial en la guerra.
153
 En el sentido de «parapeto».
366 Las Guerras de los Estados Bajos

sejaban que se sustentase. Metiéronse en él hasta seiscientos hombres –espa-


ñoles, valones y franceses- y, por más que aquella noche se procuró fortificar
cuanto se pudo, no se hizo más que ahondar el foso por la frente, no curando
de las espaldas por tener tan cercano el socorro. Llegado el día siguiente, sacó
en amaneciendo el rey de Navarra un escuadrón de tres mil infantes ingleses
y holandeses y, haciéndoles espaldas con toda su infantería y caballería, les
mandó que acometiesen el seto o trincherón154. El conde Filipe de Nasao y
el coronel Veer, conductores destas dos naciones, cerraron con él por la parte
que le guardaban los capitanes don Álvaro de Osorio, don Luis de Bravo de
Acuña, don Diego de Medina, Espinosa y Antonio González, todos del tercio
de don Antonio de Zúñiga; los cuales hicieron valerosa resistencia con muerte
de muchos enemigos, que temerariamente intentaron a pasar el foso; mas,
viendo las cabezas dellos el daño, partieron la gente en dos partes y, ganando
las puntas del trincherón por sus extremos, aunque distantes entre sí más de
mil pasos (guardados por La Barlota, coronel valón, y Tramblecourt, francés),
comenzaron a acometer a los españoles por las espaldas, sin que a todo esto se
moviese nadie en su socorro, ni en particular Camilo Capizuca, a cuyo cargo
estaba el escuadrón volante, a lo que dijeron por no tener orden. Quedaron
aquí hechos pedazos cosa de ducientos españoles, gente granada toda, y mu-
chos dellos oficiales reformados, y heridos –entre otros- los alféreces Antonio
Pinto de Fonseca, Alonso Vázquez, Juan González y otros; de los capitanes
murió [159] sólo Espinosa y de las naciones, pocos, por no tener lejos la reti-
rada, quedando la opinión del duque aprobada con el suceso y su prudencia
acreditada con haberse mostrado de mejor vista desde más lejos.
Con este buen suceso tuvo el enemigo confianza de dar la batalla aquel
día, y así se arrimó de manera, que fue menester sacar todo el ejército de aque-
lla plaza de armas, salvo los esguízaros, que quedaron en escuadrón en ella,
y parte de la artillería para abrigar la que estaba alojada en aquella frente y
plantar cuatro piezas sobre la mano izquierda, con que se les comenzó a hacer
mucho daño, sin recibille de la artillería hugonota, por no tener el sitio en
tan buena disposición. Este día más que otros hizo falta la persona del duque,
que, aunque se vistió, no pudo vello ni estar allí; y el tiempo que se perdía en
avisarle del estado de las cosas, junto con la irresolución con que entre tanto
se mandaba, pudiera ocasionar algún daño notable, pues siempre se creyó que
aquel día se había de llegar a rompimiento; y, aunque en cantidad y calidad
de la infantería se tenía el ejército católico por superior, sabía el príncipe de
Béarne que faltaba mucha della, con que parecía imposible dejarse de llegar
aquel día a las manos. En la caballería se conoció luego gran falta, especial en
los hombres de armas, disculpándose el príncipe de Simay, que los gobernaba,
con que se habían ido aquella noche al País Bajo pasados de trecientos (nota-

154
 Trincherón. «La trinchera grande o fuerte» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 367

ble infamia) y el comisario general Jorge Basta con que habían salido más de
quinientos caballos ligeros a buscar de comer y forraje para sus caballos, de
que se padecía notable falta.
No le pareció al de Béarne acometer los puestos fortificados de nuestra in-
fantería, ni a los que gobernaban nuestro ejército, salir dellos tan desaventaja-
damente, advirtiendo que, siendo el enemigo el que acometía, estaba obligado
a hacerlo no menos que los católicos a conservar el puesto y la plaza de armas.
Y así, persistiendo entrambos campos en estarse quedos, se continuó por más
de ocho horas una perpetua lluvia de cañonazos, haciendo y recibiendo aún
mayor daño con los arcabuces y mosquetes, tanta era la vecindad en que se
estaba todo aquel tiempo. Venía ya asomando la noche, cuando el de Béarne
comenzó a retirar sus escuadrones la [160] vuelta de los cuarteles con menos
buena orden de lo que podía prometerse de sus cabezas. Ofrecióse aquí otra
buena ocasión de ofendelle, que también se malogró, como las demás, por
la ausencia del duque. Venida la noche, dejó el enemigo el trincherón, como
cosa que no lo podía sustentar sin gran peligro, en que anduvo más prudente
y recatado que nosotros.
Otros dos días estuvo el campo colegado sin hacer mudanza en el puesto
de Juetoy, continuándose siempre las escaramuzas y ausentándose cada día
gente por la excesiva hambre y sed que se padecía. Estábase a menos de legua
del río y valía un escudo un azumbre155 de agua y cuatro reales un pan muy
pequeño. El saber esto el enemigo -por la misma vía que sabía otras cosas- dio
ocasión a que, dando ya la guerra por acabada, escribiese a Inglaterra, a Ho-
landa, a Alemaña, Florencia y Venecia, que tenía el ejército católico en estado
que no se le podía escapar sin alas o pasando por debajo del yugo, como los
romanos en las Horcas Caudinas156. Entendíalo él así y, por no poner en duda
lo que a su parecer estaba seguro, se dejó de inquietar al campo católico con
escaramuzas. El cual, no pudiendo sufrir más la necesidad, medroso el duque
de que se le acabaría de ir toda la gente, desalojo de Juetoy la noche de los 18
de mayo y, sin ver al enemigo, se arrimó a Caudebeck y al río Sena poco más
de un cuarto de legua, ocupando un sitio fortísimo y eminente, rodeado de
bosques, de los que –como dicho es- hay a cada paso en aquel país. Ceñía a
todo este alojamiento un vallado natural harto hondo y ancho, el cual, par-
tiendo de sobre la mano izquierda del alojamiento y dejando en la frente una
pequeña plaza de armas, la cubría toda y el costado diestro hasta topar con
un arroyo pantanoso que, caminando después hasta el río, daba al parecer

155
 «Medida de capacidad para líquidos que equivale a unos dos litros» (DRAE).
156
 La batalla de las Horcas Caudinas tuvo lugar en el 321 a.C. entre los ejércitos romano y
samnita (parte de la Segunda Guerra Samnita). Cayo Poncio venció a los romanos, obligán-
doles a la rendición en condiciones humillantes; en el 316 a.C. se tomaron la venganza los
romanos capturando Lucera y rescatando las armas, estandartes y rehenes perdidos con
anterioridad.
368 Las Guerras de los Estados Bajos

bastante seguridad a todo el campo. Alojóse toda la caballería católica en este


vallado, por hallarse muy disminuída, con el comisario general a la muerte
(de un tabardillo157) y los caballos consumidos del continuo trabajo y falta de
forrajes, y de unas importunas lluvias que había quince días que duraban. No
le dio cuidado alguno al de Béarne esta mudanza de alojamiento que hizo el
campo colegado, pesuadido a que la necesidad se le había de traer a las manos,
como fuera sin duda, si Dios (por medio [161] de la prudencia del duque) no
lo remediara, como veremos.
Alojada la caballería ligera en el vallado que queda designado, con los
reitres y hombres de armas a las espaldas, las últimas compañías (que acerta-
ron a ser las de lanzas españolas, con la de arcabuceros a caballo de Juan de
Contreras) venían a quedar algo apartadas de las demás y descubiertas por
su costado. Y aunque Diego Dávila Calderón, don Alonso de Lerma y don
Carlos Coloma, que eran solos los capitanes que se hallaban con todas estas
compañías, instaron con monsieur de la Mota que enviase alguna infantería
con que cubrir aquel alojamiento, tan empeñado como de ordinario se hace,
no se consiguió, tanto a causa de la confusión grande con que se gobernaba
aquel ejército por ocasión de la herida del duque, como por parecer que no
podía defenderse aquel cuartel, y a esta causa haber ordenado que estuviese
siempre cargado el bagaje y que a cualquier arma que se tocase se encaminase
luego a la plaza de armas y las compañías ocupasen los puestos que tenían se-
ñalados en ella. Hacía el tiempo que habemos dicho, que no cesaba de llover,
con que se habían puesto los caminos de manera, que era imposible llevar los
carros a juntarse con lo restante del bagaje, por haber de subir una cuesta en
aquella sazón inaccesible. Supo todo esto el enemigo por medio de sus espías
y determinó de dar una mano a estas compañías separadas y conocidamente
expuestas a este peligro.
La mañana de los 18 de mayo enviaron los capitanes españoles a Francis-
co Espada, teniente de don Carlos, con treinta soldados escogidos a tomar
lengua y a las diez del día volvió con catorce franceses presos, y avisó de que
venían marchando grandes tropas de caballos. Cuanto el país de Caux se va
acercando más al río Sena, tanto se va doblando más la tierra y formando ma-
yores montañuelas, dejando entre unas y otras valles capaces de poder venir
escondida por ellas gran golpe de gente, como sucedió en esta ocasión.
Debía de ser al punto de mediodía, cuando, mostrándose al enemigo con
todo su campo a la frente del nuestro, arrojó al barón de Birón con mil y
quinientas corazas la vuelta de nuestro cuartel de la caballería, y, sin ser visto

157
 Aquí vale como especie de «tifus», aunque en otras se toma como «insolación». «Enfer-
medad peligrosa que consiste en una fiebre maligna que arroja al exterior unas manchas
pequeñas como picaduras de pulga y a veces granillos de diferentes colores como morados,
cetrinos» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 369

ni oído por el ejército católico, que a gran priesa se ponía en batalla, desem-
bocó por la principal avenida que [162] entraba en el cuartel de la española
y, apiñando todos los franceses en un camino hondo, comenzó Birón a echar
la gente que pudo por entre unos setos a cortar el paso al bagaje, que con las
alas que suelen poner el peligro y el miedo a gran prisa procuraba ganar la
subida de la plaza de armas. Hacían el mismo camino los estandartes, acom-
pañados de pocos caballos, por estar los más a buscar la vida, cuando –herido
de un arcabuzazo- Lorenzo Martín, alférez de la compañía que había sido de
don Alonso de Mendoza, dejó la vida y el estandarte en manos del enemigo.
Tocábase arma por todas partes y por la frente, como dicho es, se habían
ido arrimando los escuadrones franceses hasta llegar a tiro de cañón; y a esta
causa, donde se pensaba aventurar todo el resto no se hacía caso del peligro
en que estaba la caballería española, ni se atendía a ofender a Birón, que tan
temerariamente se había metido en parte donde con facilidad se le podía
pedir estrecha cuenta a la retirada. Pero acabada de conocer por las cabezas
la estratagema del enemigo y cayendo en que todo aquel aparato había sido
para ejecutar a su salvo la empresa que llevaba Birón contra el cuartel de la ca-
ballería, llegando a proveer de remedio, se hizo con tanta confusión, que tres
veces salió de la plaza de armas y otras tantas volvió a ella Camilo Capizuca
con su escuadrón volante; y es cierto que, si calara una dellas con resolución,
no se retirara un francés con la vida. Desvalijaron los enemigos cosa de vein-
te carros de la caballería y lo que ellos dejaron por la prisa se lo llevaron los
valones y italianos, que bajaron ya cuando no era menester. Esta pérdida y
la de otro estandarte de hombres de armas del conde de Rus y la muerte de
diez soldados de la compañía de don Carlos, última ella y él a retirarse, fue
todo el daño que recibió aquel día la caballería española, tan encarecido por
los historiadores franceses158. Murió peleando en la defensa de un portillo de
un seto el capitán Mosquetier, lavando con su sangre la mancha de lo mal
que defendió el castillo y fuerte de Heel, en la isla de Bomel. De los franceses
murieron, a lo que se supo después, más de ochenta, ofendidos primero de
algunos arcabuceros a caballo, juntados por el teniente Jerónimo de Gurea,
que desde un alto rodeado de setos tiraban a bulto a todas las tropas francesas
metidas en un camino hondo, y [163] después por algunos soldados que iban
a pie en la caballería, que en oyendo el arma se subieron a la torre de una igle-
sia derribada y desde allí procuraron descargar a menudo sus escopetas. Hizo
Birón de su retarguardia vanguardia, viendo que le era lance forzoso salir por
donde entró; y, topándose en el camino con cien infantes del tercio de don

158
 Recuérdese lo que ha dicho en el libro IV (supra): «…que no parecía sino que se dejaban los
estados proprios al arbitrio de la Fortuna por conservar los ajenos, tanta era la fuerza que
hacía en el ánimo católico del rey el deseo de conservar la fe en Francia. Cuyos historiadores
(apasionados sin duda en este juicio) no acaban de darle otros motivos políticos».
370 Las Guerras de los Estados Bajos

Alonso de Idiáquez, que habían bajado con orden de entretener al enemigo


mientras acababa de calar el escuadrón volante y de no salir de la espesura de
un bosque, apartado algún tanto de los demás el capitán Hernando Venero,
deseoso de señalarse159, le derribaron atravesado tres arcabuceros a caballo
enemigos. Acabó finalmente de retirarse Birón, sin que acabase jamás de aba-
jar el escuadrón volante, mordiéndose los dél las manos de ver perder ante sus
ojos una ocasión tan aventajada, y dándole a grandes murmuraciones, como
sucede a los que, ignorando las causas, no juzgan de la prudencia con que se
encaminan sino por los efetos dellas.
Había algunos días que se procuraba un puente sobre el río Sena en de-
recho de Caudebeck para tener paso a la Baja Normandía y servirse de aquel
país como fertilísimo y entero. Y por su gran anchura y subir allí la creciente
del Océano con tanto ímpetu y tal presteza que admira, se tuvo por imposible
salir con ello. Atendióse por esto a fabricar unos pontones y juntar cantidad
de barcas grandes sueltas con que poder pasar de una vez golpe de gente, y
para seguridad del paso del río se hizo de la otra parte dél un fuerte, el cual,
con cuatro cañones que se le metieron, se encargó al coronel la Barlota.
Otros tres días más fue todo lo que pudo detenerse en aquel puesto el
ejército católico, durante los cuales el duque de Parma, desde Caudebeck,
adonde estaba, a lo que se vio después por engañar al enemigo, dándole a
entender que se estaba allí de asiento, mandó levantar cuatro fuertes en frente
de la plaza de armas, para segurarla más, y uno capaz de ochocientos hombres
sobre la mano izquierda de Caudebeck, con que acabar de asegurar el paso del
río, en el cual se metieron tres medios cañones. Era grande la necesidad que
se padecía de vituallas, tal, que faltaba de ordinario más de la tercera parte de
los [164] soldados, los cuales, pasando el río, iban a buscar de comer a la Baja
Normandía. Para remedio desto y para que no faltase el pan de munición, no
habiendo un real tan sólo con que comprar trigo, mandó el duque a don Die-
go de Ibarra que buscase entre sus amigos cantidad de cadenas de oro y plata
labrada, como lo hizo, añadiendo él también la suya, todo lo cual, enviado
a Roán, sirvió después para proveer el hospital de los soldados del ejército y
para otros gastos menudos no menos importantes en su tanto.
Con estas dificultades parecía lance forzoso el haberse de retirar, añadido
el hallarse el campo de la Liga tan disminuído cuanto el enemigo pujante y
lleno de confianza, pasando en esta ocasión de diez y seis mil infantes y sie-
te mil caballos. Y a la verdad el intento del duque no era detenerse allí con
pertinacia, supuesto que había algunos que le daban nombre de constancia y
necesidad, sino pasar el río y burlar al enemigo, resolución que sólo el fiarle

159
 Muchos ejemplos de valor como éste señala Coloma. Amelot dice que «quand les soldats
ont une extrême envie de combarte, le genéral ne doit pas laisser morfondre cette ardeur»
(112 [libro III]).
Las Guerras de los Estados Bajos 371

de pocos bastó a darle felices sucesos. Y cierto que se puede tener el haberlo
ejecutado a su salvo por la mayor hazaña que en toda su vida hizo este famoso
capitán, consideradas las dificultades que se revencieron y las demás circuns-
tancias que se pueden considerar en esta retirada.
Asegurando el paso del río con los fuertes ya dichos y engañado el enemigo
con los que se iban haciendo en la frente de la plaza de armas, tomando pare-
cer el duque de las personas de quien se podía fiar tan gran resolución, puesto
que esperanza de ejecutarla consistía en sólo el secreto (y ése -entre muchos,
aunque sean todos fieles- es temeridad esperarle), hubo varias opiniones so-
bre la parte adónde había de encaminarse el ejército después de pasado el
río, procurando esforzar antes desto don Diego de Ibarra que no convenía
a la reputación de la causa apartar el rostro al enemigo, cuyos soldados –era
cierto- habían de cansarse de aguardar, como acostumbra la nación francesa,
de naturaleza impaciente y regalada, que sufre dificultosamente largo tiempo
el trabajo de la guerra, en llegando a ser demasiado grande y continuo. En lo
cual les hacen otras naciones conocida ventaja, y así podía esperarse mejor sa-
lida de la que entonces se figuraba, alegando, entre otras modernas y antiguas
experiencias, el ejemplo del Garellano160, en donde sufrir los trabajos y espe-
rar había [165] sido causa de una gloriosa victoria. Pero, viéndose casi solo en
esta opinión, declaró la suya (con el presupuesto de que era forzoso pasar el
río primero) al presidente Richardote y Cosme Masi, secretario del duque, en
esta sustancia: que le parecía acertado -supuesto que había de pasar el río- el
arrimarse a la mar, frontero de la Havra de Gracia, y escoger un puesto, el
más acomodado y fuerte que se pudiese, gozando, mientras el enemigo no lo
estorbase, de la fertilidad de aquel país, lleno de bastimentos, de la vencindad
de la misma Havra de Gracia y de la comodidad de aquel famoso puerto,
desde donde, acudiendo luego bajeles de Dunquerque (como acudirían al
primer aviso), podría escribirse a Su Majestad dándole cuenta del estado de
las cosas y obligándole (con tener el ejército tan empeñado) a que mirase por
él con cuidado trasordinario161. Decía que el socorro por mar no podía faltar,
no sólo de España, pero del ducado de Bretaña, enviándole a pedir al duque
de Mercurio, a don Juan del Águila, don Mendo de Ledesma y don Diego
Brochero, el cual, con las galeras y bajeles de alto bordo que allí tenía podía
en muy breves días acudir con la mayor parte de las fuerzas católicas y buen
golpe de españoles; que era este socorro muy cierto y a propósito, porque,
además de la gente, las galeras y bajeles ayudarían a limpiar el río, asegurando

160
 Se refiere a la famosa batalla del Garellano (1503), entre franceses y españoles, luchada a
orilla del Garellano y en la Gaeta, parte de la llamada Segunda Guerra de Italia. Dio lugar
a la capitulación de Gaeta y la firma del Tratado de Lyón. Gonzalo Fernández de Córdoba
realizó en ella una de las maniobras envolventes más recordadas de la historia militar.
161
 Para la correspondencia de Felipe II relativa a los Países Bajos, consúltense Gachard y Co-
rrespondance (1940).
372 Las Guerras de los Estados Bajos

las vituallas y metiéndolas en Roán con tanta abundancia, que no se pudiese


perder por necesidad cuando el enemigo se resolviese en sitiarla otra vez. Que
de los estados de Flandes, por mar, embarcándose en Dunquerque, podía
venir dinero y municiones de guerra, y en tal ocasión y necesidad, estando
empeñadas en Francia las fuerzas de Holanda, no sería temeridad el sacar al-
guna gente al conde de Mansfelt. Que con esto se conservaba la reputación de
aquel ejército, en que consistían todos los buenos efetos que se esperaba de la
junta de los Estados. Que el tomar otra retirada más larga, fuera del conocido
peligro que traía consigo, era confesarnos por tan inferiores en ánimo como
lo éramos en número de gente y desacreditar del todo las fuerzas de Su Ma-
jestad, que forzosamente había de enajenar las voluntades, ya de suyo poco
afectas, de aquella gente. No faltó quien propusiese el arrimarse a Orliéns, en
que venían los deste voto por la [166] vencindad de Bretaña, con quien se
podían mancomunar las fuerzas, por la fertilidad de aquel distrito y del país
de Beausa y ser todo aquello el corazón de Francia y la gente aficionadísima a
la causa católica. Tampoco faltaron contradicciones a estos pareceres, no del
todo insubsistentes, a que, añadido el gusto con que el duque de Parma oía
tratar en acercarse al País Bajo y lo que convenía no alejarse tanto de París, se
resolvió que se encaminase allá el ejército; y a este fin, visto que no había más
que nueve o diez pontones en que pasar, se tomó por expediente enviar toda
la caballería ligera, reitres y hombres de armas, con el bagaje de todo el ejérci-
to, a pasar la Sena por Roán, por un puente antiguo y roto que se acomodó lo
mejor que se pudo, para que, quedando la infantería suelta y desembarazada,
pudiese hacerse lo que se había de hacer sin confusión. La caballería francesa
católica, que toda se había venido a reducir a pocos más de mil caballos, había
pasado dos días antes el río con voz de irse a refrescar, tal, que no se quedó el
duque con más que con la compañía de arcabuceros a caballo de Contreras
y las de su guardia y toda la infantería, que podía llegar a nueve mil infantes,
gente escogida y valerosa de todas naciones.
Estaba la caballería ligera sin cabeza por la enfermedad de Jorge Basta, que
se había hecho llevar a Roán; y así, por no agraviar el duque a ninguna de las
tres naciones de que constaba, nombró tres cabos que la gobernasen a días,
cosa no vista hasta entonces ni platicada después. Por los italianos se nombró
Apio Conti, por los españoles, Diego Dávila Calderón, y por los albaneses,
Jorge Crecia. Tocóle al primero el llevar el bagaje a Roán, que partió de la
plaza de armas después de anochecido; y, sin tocarse un arma ni perderse un
carro, se halló a las puertas de Roán a dos horas de día, con pasar todas las
tropas y tanta jarcia y bagaje de un ejército a menos de dos leguas francesas
de los cuarteles enemigos, notable descuido en tan experimentados capitanes
como militaban en el campo francés.
Esta propia noche, que fue la de los 22 de mayo, comenzó a pasar el ejército,
en la cual (y en todo el día siguiente y parte de los 24) acabó de pasar todo, sin
Las Guerras de los Estados Bajos 373

que el enemigo, aunque pudiera muy bien, [167] tratase de impedillo. Porque,
si bien el barón de Birón, monsieur de Gibrí y el duque de Longavila llegaron
con golpe de caballería el primer día al fuerte, deseando reconocelle, fueron
rechazados valerosamente por don Alonso Idiáquez y su tercio, asistido de la
poca caballería que había; y finalmente, volviendo el francés el día siguiente
con todo su campo, resuelto en acometer la retaguardia católica, le avisaron
sus corredores que iba ya pasando la última barcada; y, deseándola inquietar
el de Béarne con su artillería, plantó algunas piezas, con que hizo menos daño
del que recibió del fuerte de ll Barlota. Pasó en esta última barcada el príncipe
Ranucho, después de haber hecho todo lo que se pudiera esperar del duque, su
padre, acompañado de don Luis Bravo, Domingo de Villaverde y don Juan de
Velasco, con sus tres compañías de infantería española, los postreros pontones,
en que venían las tres piezas de artillería del fuerte, contra quien echó el enemi-
go el río arriba algunos bajeles en vano. En Caudebeck quedó alguna infantería,
más por estorbar que el francés no se la llevase de vuelo que por pensar que se
podía defender. Acabóse de pasar el río a las cuatro de a tarde, sin pérdida de un
hombre tan sólo; y a esta hora, viéndose imposibilitado el de Béarne de poder
hacer algún buen efeto, volvió a sus cuarteles, desengañado de apaciguar por
aquella vez las centellas de la guerra, pensamiento que le tuvo creído muchos
días y escrito a sus amigos, como se ha dicho. Y aunque tan gran efeto es de
creer que no le perdió por sólo el descuido desta confianza, es sin duda que –si
la acompañara de mayores diligencias- pudiera valerse de la enfermedad del
duque y de los daños que ocasionó este gran accidente en nuestro ejército, co-
yuntura preciosa para él y que debiera lograrla con mayor resolución y presteza,
como es necesario en todas las acidentales y que pasan presto.
La primera noche que se juntó el ejército después de pasada la Sena, lla-
mando el duque a las cabezas dél, se trató de la forma en que convenía dejar
a Roán para que el enemigo no se apoderase della con fuerza o con inteli-
gencia, que por ambos caminos se podía temer la pérdida de aquella ciudad,
quedando el de Béarne tan orgulloso y bien reputado. Y pareció a los más que
quedase en ella el duque [168] de Humena, en que vino él de buena gana, por
hallarse con poca salud. Hubo quien fue de otro parecer, representando en
secreto al duque de Parma que convenía tener al de Humena cerca de sí, qui-
tándole con este color la ocasión de reconciliarse con el enemigo con partidos
tan aventajados como podía sacar sin duda, entregándole a Roán y a todas
las plazas católicas de Normandía, que estaban a su devoción. Sin embargo,
deseando el duque acudir con remedio al dolor más apretante, sin rendirse a
esotras consideraciones más remotas, que las más veces son más embarazo que
consejo (y fiando del duque), a vueltas de tan grandes cosas, aquélla (en que
haría mucho al caso su autoridad) se resolvió en que se quedase, conviniendo
todos en que no era bien volver a fiar una ciudad como aquella del almi-
rante Villárs, de quien cada día se iban concibiendo más ruines sospechas.
374 Las Guerras de los Estados Bajos

Y tratando de la gente que convenía dejar al duque en Roán, no menos por


la autoridad de su persona que por la siguridad de la plaza, se resolvió que
quedasen todas sus tropas francesas, que podían llegar a quinientos caballos,
y los esguízaros del Papa, los cuales, aunque al principio rehusaron el ence-
rrarse (cosa que lo hacen pocas veces, a lo menos sirviendo de nuestra parte,
que no denota mejor afeto para con nosotros), a la postre entraron con tan
mal pie, que, llegando del País Bajo el obispo Mateuchi, comisario general de
Su Santidad, con dañoso y por ventura malicioso consejo, los despidió, sin
que aprovechasen ruegos y protestos del duque de Humena, disculpándose
con que tenía orden de su amo para ello, sin atender al estado de las cosas,
tanto con la piedad que suele y debe tener el Sumo Pastor para con las causas
católicas, como con lo que le estaba bien al príncipe de Béarne, a quien en su
corazón amaba y de todas maneras favorecía más de lo justo.
Hasta aquí fue digna de suma alabanza esta retirada, por haberse hecho a
la barba de un enemigo tan poderoso, en el paso de un río tan grande y a país
enemigo, cual lo era la Baja Normandía, sin que desde Caudebeck hasta París
por aquella parte hubiese un palmo de tierra por la Liga. Mas desdoróla un
poco la prisa que se llevó el día siguiente, caminándose en él catorce leguas
hasta el casar quemado, a que los enemigos dieron nombre de huída y los
amigos de necesidad, [169] como suele suceder, deseando mejorar cada cual
sus acciones, que, sin contravenir a la verdad en las que pueden interpretarse
indiferentemente, más es lícito que reprobable. Puesto que en la convinien-
cia désta y en el primor con que se ejecutó no puede haber duda, como ni
tampoco en el descuido de habérsela dejado fenecer al duque tan a su salvo.
Alojóse el ejército por fuerza en el dicho casar, que era un burgo cercado y
razonablemente en defensa; y sobre el ganar la iglesia fortificada hubo algu-
nas muertes y heridas de consideración, y al fin se degollaron en ella más de
ciento y cincuenta franceses de los que emprendieron su defensa con teme-
ridad. De los muertos fue uno don Francisco Cerbellón y de los heridos los
capitanes Zambrana y don Juan de Carvajal, el alférez don Leandro Lloriz
y otros. Salió al camino el tercero día la caballería y bagaje y, junto ya todo
el ejército, se comenzó a marchar con más orden y menos prisa, pidiéndolo
así la facilidad con que el enemigo podía pasar por Pontalarche y aguardar
en el camino. Pero detúvose el deseo de cobrar a Caudebeck, como lo hizo,
aunque con resistencia de cuatro días del capitán Antonio Caballero, el cual
salió finalmente con sus armas y bagaje y fue llevado en barcas a Roán. En
que se muestra cuán acertado fue el presidiar aquella plaza, aunque fuese para
perderla. Malogró también esta ocasión el príncipe de Béarne en no calar
luego a Pontalarche, pero daba por disculpa que no era sano consejo acometer
a un ejército desesperado y obligado a pelear, no sólo por su honra, sino por
su propia vida. Y la verdad es que comprara bien cara la victoria, si la tuviera,
por el mucho ánimo y resolución que se notó, aún más que otras veces, en
Las Guerras de los Estados Bajos 375

todos los soldados, en cuya prueba contó un curioso al pasar el río que pasa
por Aneta, hermosa casa de placer de los duques de Aumala, más de ocho
mil infantes, con faltar los esguízaros y más de tres mil caballos, que –como
el país por donde se pasaba era entero y lleno de bastimentos- acudió toda la
gente que andaba esparcida matando el hambre, sin que ya cuando se llegó a
la puente de San Claudio (que fue al sexto día) se echase de ver ni en hombres
ni en caballos señal alguna de la necesidad pasada.
Detúvose el duque de Parma en París tres días y el ejército en sus contor-
nos, hasta que –haciendo un puente junto a Charentón, en la [170] parte
donde se juntan los dos ríos, Marna y Sena- se entró en el país de Bría y al
fin se hizo alto en Chateotirí, en donde se tuvo aviso de una señalada victoria
ganada por el duque de Mercurio, cabeza de la liga de Bretaña, asistido de la
infantería española, que tenía a su cargo don Juan del Águila en nombre de
la serenísima infante doña Isabel, como legítima heredera de aquel ducado,
cuyos sucesos escribirán otros162. Pues, como propuse al principio, no pasa
mi destajo163 de las cosas en que me hallé y de las que sucedieron en Flandes
y en Francia a los ejércitos cuyas cabezas fueron los gobernadores de aquellos
estados o sus lugartenientes, debajo de cuya mano serví.
Sabido en Chateotirí por el duque cómo el comisario Matheuchí había
despedido en tan ruin coyuntura los esguízaros, tuvo dello sentimiento que
era razón y, deseando guarnecer de otra gente la ciudad de Roán, sacando del
ejército hasta ochocientos infantes valones y alemanes y ciento y cincuenta
españoles en las dos compañías de Simón Antúnez y Gregorio López de Za-
bala, la envió por el río abajo la vía de París, a cargo de monsieur de Vitrí,
con harta repugnancia de los ministros españoles, que no les parecía bien
se introdujese el encomendar el gobierno de gente española a franceses. Sin
embargo, mandó el duque ejecutar su orden y que la gente marchase, como
lo hizo, llegando, no sin algún peligro, a salvamento a Roán.
Otro aviso tuvo el duque por estos días, de Lorena, en que le avisaban de
una victoria que aquel duque había tenido de los realistas, en que rompió
diez estandartes de caballos escogidos de las plazas hugonotas de Champaña
y cómo había tomados los castillos de Coisí, Montigní, Monteler y la Fauxe,
de que se alegró todo el ejército oyendo buenas nuevas de todas partes. Y el
duque, tanto por esto como por que le iba apretando su hidropesía, tuvo

162
 Juan del Águila, maestre de campo (1545-1602), llegó a Francia en 1590 (Nantes, Breta-
ña). Allí estableció su base de operaciones en el Puerto de Blavet; en noviembre de 1591
tomó el Castillo de Blain y el 21 de mayo de 1592 (suceso aquí referido) derrotó a un
ejército anglofrancés en Craón; persiguiendo al contingente inglés, lo desbarató del todo
en Ambrières. El 6 de noviembre tomó Brest. Las victorias del norte de Francia de 1592-96
permitieron que, al desplazarse parte de las tropes francesas allí, se aliviara la situación de
Juan del Águila. Ver Martínez Laínez, Monzón y Vázquez.
163
 En el sentido de «trabajo», «tarea».
376 Las Guerras de los Estados Bajos

alguna más ocasión para declarar su voluntad acerca de su partida para Aspa.
Con todo eso la difirió algunos días, deseoso de cobrar fuerzas con que po-
der seguir su camino y de saber entretanto con certidumbre los intentos del
francés, discurriendo algunos que con la rota recibida en Bretaña sería posible
arrimarse allí. Mas, sabiendo que se estaba quedo entre Neuchatel y Roán,
por que otro aviso no le impidiese [171] su jornada, partió a los 14 de junio
por Rens y Masiers, llevando consigo al príncipe, su hijo, al de Ásculi, que de
Bruselas pasó a España, al marqués del Vasto, que, en viéndose sano, atravesó
de Hedín a Roán con notable peligro de su persona (acompañado de don Ro-
drigo Lasso y don Francisco Juan de Torres, que también habían llegado al ex-
tremo de sus vidas) y, finalmente, de toda su corte y sus compañías favoritas.
Desearan los ministros del rey en primer lugar que el duque no se fuera, pero,
habiendo de ser forzosa su ida para cobrar salud, holgaron de que aquel ejér-
cito quedara a cargo de monsieur de la Mota; mas, no arrostrando él a ello,
dejó el duque de mandárselo con resolución que pudiera, dejando el gobierno
absoluto de todo, durante la ausencia del duque de Humena, al marichal de
Rona. De la caballería se hicieron dos tropas, con título de española e italiana:
la primera se encargó a don Carlos Coloma, con nueve compañías, las seis
de lanzas españolas, en que no había otro capitán sino él; la de Contreras, de
arcabuceros, que alcanzó licencia para España, y dos de valones de los señores
de Maldeguen y Moude; la segunda tropa quedó a cargo del marqués Alejan-
dro de Malaspina, con trece estandartes de italianos, valones y albaneses, sin
otro capitán que él, y cinco de arcabuceros a caballo. Quedaron en el ejército
don Diego de Ibarra y Juan Bautista de Tassis con orden de calificar con su
parecer todas las resoluciones, de tener muy particularmente la mano sobre la
hacienda del rey y solicitar la junta de los Estados Generales, que con tanto
deseo se esperaba. El duque de Guisa se quedó en París; los demás príncipes y
gobernadores se fueron a sus puestos y de la caballería francesa no quedó más
que la tropa del señor de Rentigní, gobernador de Miaux, y otras dos compa-
ñías de corazas, fuera de las que tenían en Chateotirí y la Fertemilón los seño-
res Dupeche, hermanos y gobernadores destas dos plazas. La falta de dinero
le hizo también al de Béarne deshacerse de parte de su gente, despidiendo los
alemanes del príncipe de Analt, la mitad de los esguízaros y todos los reitres,
con que vinieron a quedar casi iguales las fuerzas de ambos partidos.
Deseó monsieur de Roma hacer con el ejército de la Liga alguna [172]
empresa de importancia antes que el enemigo se desembarazase de Norman-
día; y así, con seis mil infantes, mil y quinientos caballos y nueve piezas de
batir (cuatro de las cuales se trajeron de Rens, en Champaña), se puso al
principio de julio sobre la villa de Eperne, una de las más fuertes y mayores
del país de Bría. Al apoderarse el tercio de don Antonio de los Burgos, que se
hizo por fuerza y con muerte de cien franceses de los que habían salido a que-
mallos, mataron al capitán Cristóbal Hernández y en el último día del sitio,
Las Guerras de los Estados Bajos 377

que fue el octavo, al capitán Andrés de Castro, del mismo tercio. Rindióse al
fin el gobernador monsieur de San Luc en viendo abierta la batería, sin espe-
rar el asalto, y fue acompañado con armas y bagaje y aun con dos piezas de
artillería que sacó hasta Províns, villa realista. Quedó de guarnición el coronel
La Barlota con su regimiento y tres compañías del tercio del conde de Bossú,
número en todo de ochocientos hombres, no atreviéndose Rona a señalar
gobernador permanente en ausencia del duque de Humena. El cual no esta-
ba ocioso en aquella sazón, porque, mientras el de Béarne se apercebía para
divertir los efetos del campo católico, en llegándole la gente que se ha dicho
salió de Roán y se apoderó de la villa de Pontaudemer, en la Baja Normandía,
no sin tácito consentimiento del señor de Aqueville, gobernador realista. En-
comendó el duque el presidio de aquella plaza a los españoles y a trecientos
entre alemanes y valones, dando el gobierno della al capitán Simón Antúnez,
portugués de nación y soldado de valor y experiencia. Pensó el duque hacer lo
mismo de la villa de Quilibuf y, defendiéndosela valerosamente al gobernador
della, hubo de levantar el sitio sin fruto.
Sabido por el príncipe de Béarne que se había puesto sitio sobre Eperne,
juntando hasta siete mil infantes y dos mil caballos, comenzó a marchar en su
socorro, resuelto en dar la batalla o librar la plaza, a seis leguas de la cual supo
como San Luc la había rendido sin esperar el asalto. Y sabido también como,
después de ganada, se había vuelto a recoger nuestro campo a Chateotirí, pasó
adelante con deseo de valerse del beneficio de nuestra batería; y, llegando a su
vista, yendo el marichal viejo de Birón a reconocer los puestos, le llevaron la
cabeza de un cañonazo, con particular sentimiento y vivas lágrimas [173] de
Enrique, que le amaba como padre. Con este triste suceso, fingiendo el fran-
cés que no se atrevía a sitiar a Eperne, pasó la vuelta de Chalón, desde donde
dio muestra de querer sitiar la villa de Vitrí. Y no fue sino deseo de que con
sobrada confianza se disminuyese la guarnición de Eperne, como sucedió,
porque, deseando Rona en mala sazón reforzar el ejército, sacó de Eperne a la
Barlota, dejando solos cien soldados de su regimiento, los trecientos del con-
de de Bossú y algunos franceses. El cual Barlota, valiéndose de una licencia
que tenía del duque de Parma, se fue al País Bajo, como otros muchos que
dejaron aquel ejército en ruin ocasión. Avisado desto el príncipe de Béarne,
dobló otra vez con la diligencia que pudo la vuelta de Eperne; y Rona, cayen-
do en el yerro que había hecho, le remedió con otro, como de ordinario suce-
de; porque, enviando al teniente coronel de la Barlota con trecientos soldados
de su regimiento, cogidos en unas viñas a menos de tiro de cañón de la villa,
degolló casi a todos el nuevo marichal de Birón, entrando en ellas apenas
cuarenta; que fue terrible desmán, puesto que se defendieron valerosamente y
mataron alguna gente particular del enemigo. Tras este buen suceso acabó el
de Béarne de poner sitio, fortificándose en él por todas partes y en particular
las avenidas por donde se les podía meter socorro a los sitiados.
378 Las Guerras de los Estados Bajos

Instaban monsieur de Rona y los ministros españoles con el duque de


Humena que viniese en socorro de Eperne y aguardábanse también las fuerzas
de Picardía con el duque de Aumale, y las de Champaña con monsieur de
Sampol; pero, como habían de venir de varias partes y todos tenían sus desig-
nios particulares, antes que se resolviesen en querer acudir a la causa común,
se perdió la ocasión, rindiéndose finalmente los sitiados al cabo de veinte y
dos días de sitio, después de haber mostrado su valor y enseñado con la ex-
periencia que no se perdiera aquella plaza si se hallara con el primer presidio
que se le puso.
Fortificó el príncipe de Béarne la batería de Eperne y, dejando buena guar-
nición, pasó a San Dionís, desde donde con secretas inteligencias solicitaba
sus parciales en París y procuraba ir desvaneciendo las máquinas que sus ene-
migos levantaban, fundados en la eleción [174] de rey, tanto más peligrosa
para él cuanto estaba recebida más generalmente la opinión de que no lo po-
día ser quien no reconociese a la Iglesia católica. Solicitaban la eleción, fuera
del rey y del Papa, todas las ciudades católicas del reino y el duque de Lorena,
uno de los principales defensores de la Liga, y a este fin se comenzaron los
Estados y Cortes Generales164, primero en Suasón y después en París. Adonde
vino de Roán por este tiempo el duque de Humena a hacer convocación, que
fue recibida con general aplauso de las ciudades y villas colegadas, esperando
todos por su medio la quietud y reposo de aquel reino, tan combatido de peli-
grosos accidentes. Y porque los sucesos déste, que fueron por ventura los más
notables de nuestro siglo, podrán ir con el favor de Dios juntos en el discurso
del año siguiente, los guardaré para entonces.
Deseaba el de Humena hacer alguna empresa de consideración antes que
se pasase el verano con aquel ejército, a la verdad pequeño en número de
gente, pero lleno de gallarda soldadesca; y así, encaminándose a él a mediado
de agosto, avisado de que el bearnés, deseoso de apretar otra vez a París por
hambre, había ocupado un puesto dos leguas más debajo de la desmantalada

 Se llamó Estados Generales a una alta institución representativa del Reino, que consistía en
164

una asamblea convocada por el Rey y a la que acudían representantes de cada estamento.
Fueron una institución del poder en Francia que representaba a los tres estados, nobleza,
clero y el resto del pueblo. Fueron creados en 1302 por Felipe IV de Francia, el Hermoso,
disueltos por Luis XIII en 1614, y convocados de nuevo en 1789, habiéndose reunido un
total de 21 veces en 487 años. Eran una asamblea excepcional; su reunión solía significar
la respuesta a una crisis política o financiera que obligaba a conocer la opinión de los súb-
ditos para confirmar una decisión real, particularmente en materia fiscal. Los componían
los diputados (elegidos con un mandato de sus electores redactado en forma de cuadernos
de quejas, en francés llamados cahiers de doleances) de los tres estamentos y se reunían por
«brazos», es decir, que cada estamento debatía entre sí y emitía un voto. Dichos estamentos
se reunían por separado y contaban cada uno con un número igual de representantes. El
sistema de voto utilizado era estamental, contando un voto para cada una de las cámaras.
La función de estas asambleas era aprobar las leyes y los impuestos.
Las Guerras de los Estados Bajos 379

Lañí, llamado Gorney sur Marne, y que comenzaba a fortificalle, se resolvió


en procurárselo estorbar; si bien, entreteniéndose algunos días en el país de
Valois, quiso dejar ganada antes la ciudad de Crepí para alojamiento de parte
del ejército aquel invierno. Púsose sobre ella a tres de agosto y al tercer día del
sitio, que tocó al maestre de campo don Luis de Velasco, mataron al capitán
Antonio Caballero de Ibarra, que, después de rendida Caudebeck, había vuel-
to a su tercio. Rindióse Crepí después de abierta la batería y salieron casi seis-
cientos franceses, gente de quien se podía esperar mayor defensa. Quedaron
italianos y valones de guarnición, el bagaje del tercio de Capizuca y caballería
italiana, a quien desde luego se señaló por alojamiento. Traía el duque cierto
trato sobre Compiena y esta esperanza, aunque le salió vana, le entretuvo por
los contornos de Suasón más de lo que fuera menester para no llegar tarde a
estorbar el edificio del fuerte de Gorney, aunque no faltó quien lo echase a
peor parte, que en las guerras civiles todo se sospecha y aun todo se intenta.
Llegó finalmente el duque a los burgos de [175] Miaux a los 10 de otubre y,
dejando en ellos todo el bagaje, pasando el río por el puente de la ciudad y
cuatro piezas de artillería, dio una vista al villaje de Gorney. Adelantóse el du-
que con toda la caballería y mandó a don Carlos Coloma que con cincuenta
soldados de sus tropas diese golpe en él y procurase tomar lengua, entretanto
que por el vado junto a la abadía de Cheles, adonde alojaba el príncipe de
Béarne, se procuraba entretener su caballería con una gallarda escaramuza
que se trabó. Señalóse mucho en ella don Luis de Velasco, el cual, aunque
maestro de campo, quiso aquel día pelear a caballo. Dio don Carlos hasta
dentro del villaje y, rompiendo el primer cuerpo de guardia de esguízaros, se
tomaron seis prisioneros, y entre ellos un alférez francés, que avisó del estado
en que estaba la obra del fuerte, de las fuerzas con que se hallaba el enemigo
y de la resolución con que estaba de defendelle. Desconfiado el duque de
divertir aquel edificio, retiró el campo, y, llegado a Miaux, se repartió por sus
alojamientos casi a la fin de otubre; la infantería y caballería española se alojó
en los burgos de Miaux y monsieur de Rona, con la corte, nueve cañones y
el tren de artillería, dentro de la ciudad; Camilo Capizuca, con su tercio de
italianos, dos regimientos de valones y la caballeria italiana, en Crepí; los
alemanes y otros dos regimientos de valones, en algunos burgos entre Miaux
y Chateotirí. Hecho esto, sabido por el duque de Humena que el de Béarne
había pasado todo su campo al país de Bría, pasó a París, llevando en su com-
pañía don Diego de Ibarra y Juan Bautista de Tassis, para continuar la convo-
cación de los Estados Generales, que con mucha prisa se iban juntando.
Como estaba la gente en guarniciones y el bagaje seguro, hacía la ca-
ballería ligera grandes salidas, y en particular la española, gobernada por
don Carlos Coloma (como más cercana al campo enemigo), le daba todos
los días golpe de importancia. En uno degolló dos compañías de infantería
francesa, desmandadas demasiado en el casar de Rantillí, y en otro hizo pre-
380 Las Guerras de los Estados Bajos

sa de sesenta caballos limoneros, y en lo restante de aquel mes, sin muchos


que se mataron, se tomaron en prisión al pie de trecientos franceses de a pie
y de a caballo.
Por otra parte, la caballería italiana corría todo el país que llaman [176]
Isla de Francia y inquietaba las guarniciones realistas de aquellas villas y ciu-
dades, con daño en todas partes, universal de amigos y enemigos, por el poco
cuidado con que de ordinario se informan desto los soldados y por la indi-
ferencia del sujeto, pues muchas veces por yerro sucedió castigar al amigo y
dejar libre al enemigo, infelicidad no la menor de las que suceden en discor-
dias civiles.
Túvose aviso a mediado noviembre de que el enemigo volvía a pasar la
Marna, dejando acabado el fuerte de Gorney y en él por gobernador, con
buena guarnición, al señor de la Núa, el Mozo; y por enviar a París relación
verdadera del camino que llevaba, envió don Carlos la compañía de Con-
treras, gobernada por su teniente Francisco Navajas, a tomar lengua. El cual
partiendo a media noche, volvió al amanecer con presa de treinta corazas, que
refirieron cómo el campo se iba a refrescar en guarniciones y el rey a Sanlís,
adonde le aguardaba madama Gabriela, con quien había poco que tenía es-
trecha amistad y después la hizo duquesa de Beaufort, y la hiciera su mujer si
viviera, con ser él y ella casados. Púsose otro día don Carlos a caballo con su
caballería y, tomando en prisión otros veinte franceses desmandados, confir-
maron el mismo aviso, con el cual comenzó el duque de Humena a maquinar
ciertas empresas sobre las villas de San Dionís y Manta, que todas se malogra-
ron, aunque la última se pensó ejecutar por enero el año siguiente.
Estaba la caballería católica muy mal parada, tanto, que de las tres partes
de los soldados había las dos a pie, y, deseando el duque de Parma resucitar
esta parte tan importante del ejército, envió comprar cantidad de caballos a
Alemaña; y, llegando hacia la fin deste año a Miaux al pie de mil quinientos,
se repartieron por todas las compañías, que fue una manera de encabalgallas
muy socorrida y a poca costa, tomando a su cargo los tenientes que fueron
por ellos a la frontera, el traer armas, lanzas y las demás cosas necesarias, con
que se puso la caballería muy lucida y bien en orden.
También llegó por este tiempo a Bruselas una provisión trasordinaria de
dinero, que llegaba a un millón y ducientos mil escudos, parte en moneda
de oro y parte en barras de plata, de que al momento se comenzaron a batir
felipes tallares, moneda que vale diez reales, [177] en las secas165 de Namur,
Bruselas, Amberes, Arras, Tornay y Valencienas para emplear en las nuevas
levas de alemanes y valones que se hacían y poner en orden veinte cañones
de batir por lo menos. Pero eran tantas las cosas a que había que acudir en
Francia, tales y tan excesivos los sueldos y otros géneros de gastos, que no

165
 Se trata de una ceca.
Las Guerras de los Estados Bajos 381

bastara el cuatro tanto166 a cumplir medianamente con todo. Hízose con todo
eso lo que se pudo para tener junto a la primavera un buen ejército con que
corroborar la elección de rey y tener segura la junta de los Estados, que las
leyes –sin la asistencia de las armas que las defienden- son como cuerpo sin
alma y como la materia sin la forma167.
Apenas volvió las espaldas el duque de Parma del país de Henao para entrar
en Francia, al principio deste año (como queda dicho), cuando, despedidos
por los holandeses los embajadores imperiales, comenzaron a fundar seguras
esperanzas de prósperos sucesos en la división de las fuerzas católicas. Y a la
verdad, ¿cuándo podían mejor esperarlos que cuando vían el mayor nervio
dellas ausentes y ocupadas en parte que podían muy bien dudar de su vuelta,
a lo menos tan en breve? Tratóse en su consejo por el mes de marzo lo que era
bien emprender en aquella ocasión, y pareció a los más que era mejor añadir
una provincia más a las unidas que no ir salpicando en Brabante, Güeldres o
Flandes; y así se resolvieron en que se acabase de una vez con Frisa, país fuerte
por naturaleza y capaz de poder sustentar en él de ordinario seis mil infantes
y mil caballos con que ayudar a ganar lo restante de los Estados, que ya les
parecían pequeños durante la guerra de Francia, como realmente lo fueran
si no se acabara o no se proveyera de más fuerzas. Tuvieron secreta esta reso-
lución, parte con que se asegura el efeto de los buenos consejos, hasta saber
que el duque de Parma había partido segunda vez al socorro de Roán; y, en
sabiéndolo, añadiendo al consejo la segunda parte esencial, que es ejecutarle
en sazón, juntó el conde Mauricio todas sus fuerzas y con ellas gran golpe de
gastadores y cuarenta piezas de batir y se puso a los 28 de mayo sobre la villa
de Estenuick, plaza la más fuerte y la más importante de toda Frisa. Tuvo
aviso desta resolución el coronel Verdugo desde que se tomó y, hallándose
con muy pocas fuerzas, importunaba al conde de Mansfelt [178] por socorro
de gente y dineros; el cual, medroso de las partes vitales cercanas al corazón,
hubo de desamparar los extremos, sabiendo bien la facilidad con que el ene-
migo, viendo descubierto a Brabante, podía señalar a Frisa y herir a Amberes
o a Brujas. El conde Herman de Bergas, siendo avisado de lo mismo, ordenó
al capitán Andrés de Pedrosa que con su compañía se metiese en Estenuick.
Era gobernador de aquella plaza Antonio Cokel, llamado comúnmente «La
Coquelá», teniente del regimiento de valones de monsieur de la Mota, solda-
do de conocido valor; y –fuera del que constaba doce banderas- tenía otras
cuatro de borgoñones altos, toda gente escogida, que pasaba de mil hombres,

166
 Tanto. «Pospuesto a un numeral, sirve para formar múltiplos, ora con valor sustantivo, ora
como adjetivo. Dos tanto, en lugar de dos veces tanto» (DRAE).
167
 La comparación, claro, procede de la filosofía aristotélica, quizá tomada por Coloma de la
neotomística de la época. Recordemos que Coloma, durante la Tregua de los Doce Años,
será defensor de un aumento de la presencia militar española en los Países Bajos, así como del
concepto de la guerra preventiva en Italia en las décadas de los años 20 y 30 del siglo XVII.
382 Las Guerras de los Estados Bajos

contados cosa de trecientos de los que se rindieron los años pasados a Santa
Gertrudenbergue. De una las dichas compañías de valones era capitán el con-
de Ludovico, hermano de los condes de Bergas, mozo de diez y ocho años,
y servíala en persona (sin embargo de su poca edad) con la misma prontitud
que ellos en sus cargos, con ser primo hermano del conde Mauricio, y todos
los alemanes de nación. Fue éste uno de los lugares más bien defendidos que
por ventura hubo en todo el discurso destas guerras. Hicieron los sitiados
gallardas salidas y en una dellas degollaron trecientos herejes, con pérdida de
sólo seis; y en otra que hizo el capitán Andrés de Pedrosa, a cuyo cargo estaba
una de las tres baterías que hicieron los enemigos, llegó hasta él la artillería
dellos y la tuvo ganada en media hora, dejando al capitán con más de cien
soldados que estaban a su guardia muertos, trayendo algunos presos a la villa.
Si bien la pérdida que se hizo poco después del conde Ludovico no dejó de
ser de consideración y de gran sentimiento a sus hermanos y al coronel Ver-
dugo, que los crió a todos y les dio la buena leche de la fe, que les faltó a sus
padres y tíos. Cuarenta y cuatro días se defendió La Coquelá con gran lustre
suyo y de la nación valona, resistiendo tres asaltos y matando al enemigo mil
y trecientos soldados, y entre ellos mucha gente particular. Fueron tantos los
heridos, que apenas había en su campo cinco mil sanos, con haber puesto el
sitio con más de diez mil; y lo que es de consideración, con tirarse a la villa
pasados de treinta mil cañonazos, tantas salidas y tantos asaltos, no pasaron
de ciento y cincuenta los muertos y poco mayor el número de heridos. Deseó
el [179] conde de Mansfelt socorrer esta plaza, y a este efeto comenzó a juntar
cantidad de gente, que al fin paró todo en menos de cinco mil hombres de a
pie y de a caballo; tal era la penuria de dinero y tantos los intereses que lleva-
ban en Amberes los hombres de negocios, que apenas lucían las provisiones
que venían de España, desorden que ocasionó poco después un decreto tan
santo cuanto merecido por ellos.
Vuelto el de Parma a las aguas de Aspa, con más necesidad dellas que nun-
ca (por hallarse ya casi con la hidropesía confirmada), deseó también socorrer
a Estenuick, juzgándola por la llave de Frisa, aunque está situada en la pro-
vincia que llaman de Overysel (o Transiselana); y todo lo que pudo alcanzar
su diligencia fue aumentar el campo de otros dos mil valones y de toda la
caballería que volvió de Francia, que, junto con la que tenía en la campiña el
coronel Mondragón, a cargo de don Ambrosio Landriano, nombrado ya por
teniente general del duque de Pastrana, llegaba al número de mil y quinien-
tos caballos. A esta gente se añadió el tercio de don Alonso de Mendoza, que
hasta entonces no se había resuelto el de Mansfelt en enviarle a Frisa. Con
que vino a hacerse un razonable ejército, capaz de poder hacer algo de bueno,
si llegara a poderse juntar con las reliquias que le quedaban a Verdugo; mas,
como para hacerse este esfuerzo se hubo de gastar mucho tiempo, el proprio
día que llegaba Mondragón a querer pasar la Mosa se supo la rendición de
Las Guerras de los Estados Bajos 383

Estenuick, a los 4 de julio, después de haber hecho La Coquelá y sus soldados


todo lo último de valor y fieldad, y aguardando (sobre más de treinta mil
cañonazos) a que por tres partes se hubiese el enemigo alojado en la muralla.
Salió la gente con honestas condiciones respeto al término tan peligroso en
que se hallaba, pues fue la peor obligarse a no servir en Frisa por espacio de
seis meses, que se observó religiosamente, pasando La Coquelá a Brabante
con los suyos y ocupando los puestos que se le señalaron en orden a la segu-
ridad de aquella provincia.
En viendo al enemigo desembarazado, se volvió a los ordinarios temores
de la facilidad con que podía en dos días naturales emprender algo en Braban-
te o Flandes por agua, si -después de haber caminado hacia Frisa ocho o diez
jornadas el ejército católico- había menester [180] otras tantas para socorrer
lo de casa, desventaja la mayor que han tenido nuestras armas en estas guerras
y causa de haber logrado con inferiores fuerzas los enemigos mil buenos suce-
sos. Y así, teniendo orden Mondragón de no pasar la Mosa (por no estar
ocioso), tomó en breves días los castillos de Vesterló y Turnhaut. Y mientras
se trazaba otra diversión de más importancia por mensajeros de Verdugo, que
no cesaba de pedir gente y dineros, se supo que, después de haber ganado a
Oetmersum, en el país de Oberysel, se había puesto Mauricio sobre el fuerte
de Coeborden y que con seis mil villanos del país, que con gran prontitud le
servían de gastadores, se iba fortificando de manera, que a tardar el socorro,
sería después imposible dársele. Es Coeborden168 un fuerte de cinco caballeros
reales, situado en donde se acaba el país de Oberysel y comienza el de Drent,
paso forzoso y seguro para entrar por el país de Tuent y condado de Bethem,
en el territorio de Groninguen; y, como a puesto de tanta importancia, se
procuró antes guarnecer de fuertes murallas y rodealle de agua por todas par-
tes, a causa de la comodidad que ofrecían para ello el Vecht y el Dinckel, ríos
que con sus aguas empantanan todas aquellas llanuras hurtadas a la mar169, y

168
 Coeborden, en el noreste de Holanda. La fortificacón de Coeborden (puede verse una
imagen en http://en.wikipedia.org/wiki/File:Coevorden.jpg, donde se aprecian los cinco
caballeros reales incluídos dentro un fuerte exterior) era del del tipo estrella (como en Gro-
ninguen), compuesta de bastiones triangulares diseñados para protegerse unos a otros más
un foso, con reducción en la altura de los muros y aumento de su grosor. Tuvieron su ori-
gen en Italia a fines del s. XV y en el XVI, como respuesta a la invasión francesa. En el siglo
XVI fueron mejorados por los ingenieros Baldassare Peruzzi y Scamozzi. Para máquinas de
guerra en general, ver A. Tarducci, Delle Machine, ordinanze et quartieri antichi et moderni
(Venecia, 1601) y el interesantísimo libro de Vicente de los Ríos, Discurso sobre los ilustres
autores e inventores de artillería que han florecido en España desde los Reyes Católicos hasta el
presente (Madrid, 1767). Ver también Belli.
169
 Como en el caso de Bernardino de Mendoza (y muchos más historiadores de los sucesos de
Flandes), Coloma insiste en varias ocasiones en el carácter pantanoso de la región, la dificultad
de las comunicaciones para el ejército, y los trabajos de los habitantes en su lucha contra el
mar.
384 Las Guerras de los Estados Bajos

ponerle grueso presidio. Previno este suceso el coronel Verdugo; y –a vueltas


de avisar el intento del enemigo en esta empresa- advirtió, luego que se perdió
Estenuick, cuán buena sazón era de intentar algo, por haber quedado el ene-
migo tan deshecho, que en mes y medio no podía rehacerse para salir en
campaña, habiendo perdido más de dos mil hombres. El suceso comprobó
este parecer, porque tardó casi este tiempo en salir y, si en él se le enviara a
Verdugo el socorro que pedía, se hubiera excusado sin duda lo que sucedió
adelante; pero la cantidad de intentos que se traían entre manos hizo apartar
el cuidado déste, que debiera tener el primer lugar. Al cabo las continuas
instancias de Verdugo hicieron resolver el socorro; mas entretanto, logrando
mejor el tiempo y la ocasión (grandes dos prendas del buen suceso), rehecho
ya el ejército, marchaba el enemigo hacia Coeborden. Verdugo, habiendo
proveído aquella plaza de municiones y gente, dejó en ella al conde Federico,
que no la pudo poner en mejores manos, y se fue a Grol a aguardar el socorro,
con el aviso que tuvo de que marchaba. [181] Llegó el conde Mauricio a
Coeborden y, puesto el sitio y encaminado el acometimiento por la parte del
burgo, dejando el ejército a cargo del conde Guillermo, su primo, pasó con
parte dél y artillería a ponerse sobre Oetmersum, tan impensadamente (gran
circunstancia para este género de facciones), que Alonso Mendo, teniente de
Verdugo, que estaba dentro con su compañía de lanzas españolas con orden
de no dejarse encerrar, hubo de pasar por medio de los enemigos, como lo
hizo valerosamente, y se metió en Oldenzeel, dejando en Oetmersum otra de
infantería. Comenzó el conde Mauricio sus trincheras y, plantando la batería,
mataron de dentro a monsieur de Fama, general della, y después de haberla
batido se le rindió la plaza con las condiciones de Estenuick. En tanto que
esto pasaba, su primo se acercaba al burgo de Coeborden, en que no había
más fortificación que una trinchera simple. Defendióla el conde algunos días
hasta la vuelta de Mauricio. Estuvieron una vez los enemigos dentro del bur-
go y fueron rechazados; mas, visto por el conde Federico que al cabo no podía
defenderle y que era perder inútilmente la gente que había menester para lo
principal, habiéndole quemado, se retiró al fuerte, hacia donde el enemigo
caminó con sus trincheras; y, conociendo el poco efeto que haría en él la arti-
llería, puso toda su esperanza en la zapa, sangrando primero el foso, que,
aunque era grande, bien que no muy hondo, lo hizo brevemente con un arti-
ficio de bombas. Levantó también dos plataformas que abrazaban los dos
baluartes de donde batían las defensas. Verdugo, en tanto, aunque confiado
en el socorro que se le prometía, dado que había dentro aún más gente de la
que se acostumbra poner en semejantes fuertes, por asegurarle cuanto más
pudiese, metió parte de las compañías de caballos, suya y de don Sancho de
Leiva, a pie, pareciéndole que estos pocos españoles servían de alguna ayuda
al conde. Levantó en este medio el enemigo algunos fuertes, sobre que hizo el
conde una salida, y batió desde el suyo el que estaba más cerca de la tierra;
Las Guerras de los Estados Bajos 385

que, aunque no le tenían aún en defensa los que le guardaban, lo hicieron con
tanto valor, que, sin embargo de que, por estar casi descubiertos, recibían
gran daño, jamás desampararon el puesto. Mandólos el conde acometer con
buen golpe de gente, de que se [182] defendieron hasta quedar muy pocos
vivos; llególes socorro de sus cuarteles, y los nuestros –por no ser cogidos por
las espaldas- hubieron de retirarse. Murieron –entre la gente particular- dos
alféreces del regimiento de Verdugo, Juan López (español) y monsieur de
Ruiló (valón). Sea lícito, aunque parezca menudencia, pagarles nombrándo-
les el valor con que perdieron las vidas, pues no es el menor motivo con que
se aventuraran, y lo mismo hiciera con los enemigos, si supiera sus nombres,
que el valor y las partes loables en nada se aborrecen170. Hechas las platafor-
mas, comenzaron a cegar el foso, que lo hacen con mucha maña y presteza.
En esta sazón llegó el socorro a Grol a cargo de monsieur de la Capela. Cons-
taba de su regimiento de liejeses, el tercio de italianos de don Gastón Espíno-
la y el de irlandeses del coronel Estanley, que todos juntos (parece increíble,
pero es cierto) no pasaban de ochocientos soldados, y algunas compañías de
soldados a cargo de don Alfonso Dávalos, hermano del marqués del Vasto,
que todas juntas es cosa averiguada que no llegaban al número de cien solda-
dos. Llególe esta gente a Verdugo sin un real, y así se resolvió (por no tenerla
con tan conocido peligro en casares abiertos, donde por lo menos tuviera al-
gún refresco) a meterla en Grol. Y, deseando alargar cuanto pudiese el sitio de
Coeborden, envió un capitán del tercio de la Capela con algunos valones dél
a procurar entrar dentro, y él lo hizo, aunque con gran peligro. Avisó el coro-
nel la Capela al duque de Parma y al conde de Mansfelt la calidad del socorro
que había traído; estas cartas se perdieron en el camino y, llegadas a manos de
Mauricio, se las envió a su primo con un trompeta, para que viese cómo le
socorrían. Importó poco esta diligencia en la resolución y valor del conde
Federico, y así respondió que, aunque no le viniese otro socorro, esperaba en
Dios defender la plaza. Platicando un día Verdugo con algunos capitanes
italianos que deseaba meter alguno dellos en Coeborden, se ofreció honrada-
mente Juan Jerónimo de Oria, caballero ginovés de mucho valor, prometien-
do entrar o perderse. Cumpliólo honradamente, rompiendo por la guardia
que tenía el enemigo en aquella parte. Llegó en esta sazón el socorro a cargo
de don Alonso de Mendoza, con su tercio de infantería española y una buena
cantidad de caballería; con esto y con [183] lo que Verdugo tenía pudiera
socorrerse el fuerte, si hubiera podido llegar don Alonso algunos días antes y
traer dinero, que de todo punto llegó sin él, bien que de Colonia se esperaba

170
 Sobre las menudencias históricas conviene recorder el parecer de Amelot: «Souvent d’une
occasion legére naissent des choses de la dernière importance. Ainsi un Historien ne doit
pas négliger les petites choses, lorsqu»elles peuvent server à mieux aprofondir les grandes»
(172 [III]).
386 Las Guerras de los Estados Bajos

alguna suma. Llegó esta gente cuando el enemigo había cegado el foso y por
una cortina171 de un baluarte se había alojado dentro, arrancado con tornos172
los árboles de que estaba vestida; minóle, sin que se le pudiese estorbar por el
poco efeto de los traveses, a causa de ser demasiado cortas las cortinas, y las
plataformas impedían valerse dellos, que tiraban continuamente cruzando la
batería. Acertó a ser el baluarte más fuerte de los cinco y el conde le cortó,
desamparando la mayor parte dél, comenzando a hacer la retirada hacia una
plataforma, hasta lo que había cortado del baluarte, que también hacía través
con ella. Éste era el estado deste sitio entonces; y, entendiendo Verdugo por
sus espías que tenía el campo del enemigo, dio prisa a don Alonso de Mendo-
za, que no estaba lejos; y, luego que lo supo, tomó la vanguardia con su gente
para informarse de más cerca cómo podría trazarse el socorro. Sabido esto por
don Alonso, le siguió con mucha diligencia, aunque llovía mucho; juntáronse
en Ulsen, lugar del condado de Benthem, y otro día marcharon juntos a
Doetechum, también del mismo condado, una legua de Coeborden. Está este
fuerte en un sitio fortísimo, ceñido de todas partes de pantanos y turbales (es
tierra movediza y floja, que, cortada, sirve de carbón y leña) y están la mayor
parte del año inaccesibles; sólo hay un paso arenisco y firme, pero siempre
cubierto de agua. Dura antes de llegar al fuerte algo menos de legua, paso
hecho a mano para las barcas de una provincia a otra, que esto significa coe-
borden en aquella lengua173. De los pantanos salen tres o cuatro arroyos que se
juntan en el fuerte, y de ello se forma un río que por unos grandes prados
entra en Vecht. Antes que llegase Verdugo a Doetechum, se había juntado al
campo de Mauricio con un regimiento nuevo y alguna otra gente el conde de
Holach, y, queriendo estar apartado dél, se alojó entre Doetechum y sus cuar-
teles, más cerca dél que de Verdugo, y allí se había fortificado; mas, teniendo
noticia del socorro, dejó aquel puesto y tomó otro, que también le desampa-
ró, alojándose en uno más fuerte y más pegado a Mauricio, el cual había he-
cho fuertes en algunos pasos, [184] y principalmente en el del agua. Hizo
señal Verdugo de su venida, con tres piezas de campaña que traía, al conde
Federico y envió a tomar lengua con alguna caballería por el cuartel del conde
de Holach y por los pantanos a dos capitanes, uno español y otro italiano; su
designio era, puesto que se podía caminar por ellos, que la infantería llegase
por aquella parte lo más cerca del fuerte que se pudiese sin ser sentida, y con
la caballería tocarle arma muy viva, estando la infantería hecha alto para arre-
meter, en oyendo el arma, a las trincheras, que, ganándolas, como podía es-

171
 Cortina. «La parte de la muralla que en la fortificación se construye entre baluarte y ba-
luarte» (Dicc. Aut.).
172
 «Se llama cualquier máquina con rueda que se mueve sobre el eje y sirve, según sus diversas
formas, para varios usos» (Dicc. Aut.).
173
 Coe-Vorden significa «vado para las vacas». ¿Podría haber equivocado el autor «vaca» y «barca»?
Las Guerras de los Estados Bajos 387

perarse, sería lo mismo de las plataformas y del burgo, pareciéndole a Verdu-


go que, en tocando el arma en el cuartel del conde de Holach, Mauricio le
socorrería, como después lo hizo, y entonces nuestra infantería hubiera hecho
el efeto sin mucha dificultad, por estar el cuartel del de Holach media legua
lejos de las trincheras. Pero los dos capitanes que fueron a reconocer el paso
para guiar la infantería se volvieron sin reconocerle, echando la culpa el italia-
no al español y diciendo que no había querido pasar más adelante, y que él no
se juzgaba ser obligado a ser más valiente ni prudente que el otro; culpa harto
grave y en aquella sazón de irreparable y gravísimo daño, pues parece que
probablemente se podía esperar un importante suceso, si se prosiguiera lo
intentado, porque mucha parte del ejército del enemigo estaba fuera a traer
vituallas, de que padecían falta. No se padecía menos falta dellas en nuestro
campo, que, aunque las traían, faltaba a nuestros soldados dinero para com-
prarlas, y eso tenía fuera de los cuarteles una gran parte dellos, desamparando
sus banderas, salvo los del tercio de don Alonso, en quien la honra contrasta-
ba a la necesidad; de tal calidad se vuelven los ejércitos mal asistidos, donde
es imposible atajar estas permisiones, que, fuera de los daños presentes que
ocasionan, no es el menor lo que relajan la disciplina y el respeto de los supe-
riores, sin la cual cómo podrá un hombre ser temido de tantos. A no estar el
enemigo ocupado en sus fuertes y trincheras, pudiera hacer alguna buena
suerte en el ejército católico. Visto por Verdugo lo que los dos capitanes ha-
bían hecho (o no habían hecho), se resolvió en acometer el cuartel del de
Holach con mil soldados escogidos de todas naciones de vanguardia, tras és-
tos toda la demás infantería y la [185] caballería de retaguardia, con intención
de que los mil soldados acometiesen los primeros y, ganadas las trincheras, la
demás infantería se pusiese en escuadrón dentro del cuartel, y que toda la
caballería, emboscada en un bosque que había junto al cuartel del de Holach,
esperase la gente que del de Mauricio viniese al socorro, habiéndose ordenado
que no se tocase arma hasta que se pelease mano a mano y dádoles una guía
para mostrarles por dónde entraban y salían los carros de aquella fortifica-
ción, sin que hubiese puerta ni trinchera en aquel paso. Llegaron los soldados
al cuartel en que había estado poco antes el de Holach, y, creyendo que se
huía, diéronse prisa a caminar; no hay yerros más desgraciados que los que se
hacen fundados en consideraciones acertadas. Tal fue éste, pues con la prisa
que daba el valor y deseo de verse con los enemigos y con la confusión del
arma que se tocó antes de tiempo, y contra lo que había prevenido Verdugo,
se escapó la guía, sin la cual quedaron ciegos y faltos de otra cosa que confu-
sión; en cuya prueba, no sabiendo dar con las surtidas174 por donde entraran
en los cuarteles del enemigo sin dificultad, viéndose casi arrimados a las trin-
cheras y fortificaciones, las acometieron con no poca confusión y desorden,

174
 «Salida oculta que hacen los sitiados contra los sitiadores» (DRAE).
388 Las Guerras de los Estados Bajos

que se acrecentó con la llegada de todas las fuerzas enemigas, que acudieron
como a cosa en que les iba tanto. Mataron luego al capitán don Juan de Vi-
vanco, que iba de vanguardia, y otro capitán alemán del regimiento del conde
de Berlaymont, que –habiendo entrado dentro con algunos soldados- no si-
guiéndole los demás le mataron con los que entraron con él. Había ya llegado
Mauricio en persona con lo último de sus fuerzas y con él la luz del día. Ver-
dugo, entretanto, temiendo lo que sucedió, había hecho mejorar la caballería
para abrigar la infantería, si sucediese mal, como es justo prevenirlo en facio-
nes que se intentan de noche. A su calor comenzó a hacerse la retirada, reci-
biendo mucho daño de la artillería; costó trabajo el retirar la gente y al pasar
del río guarneció con alguna infantería las trincheras del de Holach, por si el
enemigo cargaba; volvióse con esto al cuartel, siempre con cuidado de no ser
ofendido en la retaguardia, y perdiéronse cosa de cien hombres de todas na-
ciones. Otro día, viendo cuánto convenía que no concibiese el enemigo opi-
nión de que era temido, que tanto [186] suele importar, se presentó con toda
la gente junto a Coeborden, en frente de su cuartel, llamándole con la mayor
parte de las trompetas a la batalla; pero ni la dio ni trabó ninguna escaramuza,
como lo deseaba Verdugo, por ver si le podía sacar de su puesto y pelear con
él. Con esto se volvió a sus cuarteles, habiendo animado a los del fuerte con
su vista. Reconoció después el paso de Tscheerenberg, pensando pasar por allí
a la Drent y tentar el camino de Groninguen; hallóse imposible, con llevar los
caballos a mano, y hubo de costar la vida al teniente Mendo, que iba de van-
guardia y se empantanó, de suerte que costó dificultad grande el sacarle. Jun-
tóse en esta sazón el conde Herman con Verdugo, con la gente que había sa-
cado de aquel país; mas fue a tiempo que, habiendo llegado el conde Federico
a total imposibilidad de defenderse, minada la mayor parte del baluarte que
había cortado, y asegurado de no ser socorrido, hubo de rendirse con honra-
das condiciones que le concedieron, hallándose también apretadísimo de vi-
tuallas. Este fin tuvo aquel sitio, defendido con mucho valor y constancia por
el conde Federico y los soldados que se hallaron dentro, y socorrido tan a mal
tiempo como se ha visto, aunque sin haber faltado ninguna diligencia en
Verdugo, sino en los que tardaron tanto en darle los medios necesarios a tan
importante efeto; y, si este socorro viniera cuando el primero, puédese tener
por cierto que se lograra, por ser el tiempo en que vino la Capela seco, en que
hubieran sido fáciles muchos efetos que, cuando vino don Alonso (a causa de
las grandes aguas del otoño), fueron imposibles. Y, aunque es verdad que re-
parte Dios las vitorias y las quita según sus supremos juicios, es cierto que,
poniendo los medios necesarios y al tiempo que conviene, pueden esperarse;
y sin ellos, no sin milagro. Rendida, pues, Coeborden, después de haber cam-
peado cerca de un mes ambos ejércitos sin suceso considerable, primero los
alemanes de Arembergue y Berlaymont sin orden y después –con ella- los
tercios de don Alonso de Mendoza y don Gastón Espínola, marcharon la
Las Guerras de los Estados Bajos 389

vuelta de Brabante, dejando a Verdugo casi solo y al enemigo con gran oca-
sión de acabar de apoderarse de aquella provincia. Con todo eso deshizo tam-
bién él su campo, dividiéndole por guarniciones y retirándose a Holanda, que
no causó poco [187] regocijo en los ánimos de los que temían peores acciden-
tes, puesto que no se dilataron mucho.
Apenas se vio el duque de Parma libre deste cuidado y algún tanto alentada
Frisa, cuando se le ofreció otro que comenzó a dársele mayor, viendo las apre-
tadas órdenes que le llegaban de entrar tercera vez en Francia, el ruin aparejo
de gente y dineros con que se hallaba y el extremo a que le había reducido la
salud la hidropesía y sus ordinarios cuidados, tanto más sensibles en él cuanto
sabía estar más recibida en la corte la opinión de que rehusaba el entrar en
Francia por designios particulares. Llególe finalmente nueva, estando todavía
en Aspa, de cómo estaba nombrado para hacer la jornada de Francia, caso
que le faltase a él la salud o totalmente el gusto de hacerla, don Juan Pacheco,
marqués de Cerralbo, soldado viejo de Flandes y persona que, dejadas aparte
su experiencia y conocida nobleza, venía acreditado de nuevo con la defensa
de La Coruña, una de las más honradas acciones175 de nuestros tiempos, en
donde fue capitán general. Súpose también cómo poco después, estando en
Colibre para pasar el golfo en prosecución de su viaje, había acabado de pasar
el de la vida y que en su lugar venía a lo mismo, y con órdenes muy secretas,
don Pedro Henríquez de Acevedo, conde de Fuentes.
La relación de las partes del primero, llenas de afabilidad y blandura, tenían
resuelto al duque de Parma en esperarle en Bruselas, conferir las órdenes del
rey y encaminar las cosas por el camino que pareciese más conviniente; pero,
avisado de la condición del segundo, que muchos la pintaban más áspera de
lo que después pareció, tuvo por acertado el no verse con él voluntariamente
y por lance forzoso para su reputación entrar en Francia, aunque le costase la
vida, que, sacrificándola tan de ordinario por una parte de reputación, justo
era aventurarla por toda, si bien en los que más de cerca tenían experiencia de
sus virtudes no corría este riesgo; antes, persuadidos de su prudencia, juzga-
ban efeto della emplearse de mala gana en aquella empresa, menos necesaria
al rey que la defensa y restauración de sus proprios estados. Pero en las accio-
nes que indiferentemente pueden ser atribuídas a buena o mala parte, raras
veces el mayor número de [188] los votos deja de inclinarse a lo peor, como
más conforme a nuestro ruin natural.
Partió, pues, de Bruselas el penúltimo de octubre, haciendo caminar ha-
cia la frontera los regimientos nuevos de alemanes de Curcio y Peruestein,
las reclutas de valones y sus compañías de caballos favoritas. Y, aunque esto
se hacía con menos prisa de lo que el duque quisiera, por haberse acabado

175
 Se trata del cerco de La Coruña por parte del pirata Drake, de 1589, en que Pacheco estuvo
a cargo de la organización militar de las tropas.
390 Las Guerras de los Estados Bajos

de consumir del todo las provisiones venidas de España, todavía, partiendo


algunos días antes que él el veedor general Juan Bautista de Tassis, que había
venido de París con negocios gravísimos, y llegado a Suasón, publicando las
muchas fuerzas con que entraba el duque, acreditó el bando de la Liga y dio
mucho que pensar al príncipe de Béarne por hallarse casi sin fuerzas extranje-
ras y sin dineros ni tiempos para juntallas.
A los 14 de noviembre supo el duque en la ciudad de Arrás, donde se ha-
llaba, la entrada del conde de Fuentes en Bruselas a los 11, de quien recibió
cartas muy cumplidas y aviso de que, en reposando algún día del trabajo del
camino, iría a verse con su alteza y a comunicarle las órdenes que traía del rey.
Respondióle el duque alegrándose mucho de su llegada y pidiéndole que no
se pusiese en camino hasta estar muy descansado, pues por mucha prisa que
se diese, no le hallaría ya sino de Francia. Parecióle al conde, como era verdad,
que el duque iba con poca gana de verle; y así, apercibiéndose siempre para la
partida, no pensaba en cosa menos que en ir a verle.
El duque, entretanto, engañado igualmente de sus familiares y del común
deseo de vivir, no echaba de ver que se iba acabando, y con nuevo engaño ha-
cia todos los ejercicios que acostumbraba en salud, madrugando antes del día,
pasando la mayor parte dél en el campo a caza y acudiendo a sus audiencias
y despachos ordinarios. Pero como al fin era mortal aquel cuerpo incansable,
queriendo hacer lo mismo el día de los 2 de deciembre, le tomó un desmayo
tal, que bastó a darle a entender que se moría; y con todo eso, sin quererse
acostar, firmó aquella propia tarde muchos despachos y pidió particularmente
algunos que antes había rehusado de firmar. Metióse en la cama a su hora
acostumbrada, que siempre era temprano, y casi [189] a la media noche co-
nocieron los médicos y sus criados que se iba acabando, y él también, más
en sus semblantes de ellos que en su proprio desfallecimiento. Y, pidiendo
la extremaunción, preparado ya con los demás sacramentos del día antes, la
recibió, y las amonestaciones del obispo de Arrás y del abad de San Vas, en
cuya casa estaba, con la resignación y franqueza de ánimo con que vivió toda
su vida. Podían ser las ocho de la mañana cuando en un paroxismo176 que le
comenzó como el día antes, abrazado a un crucifijo y con vivas demostra-
ciones de contrición, dio el alma a Dios, siendo de edad de cuarenta y ocho
años, algunos meses más. Príncipe lleno de valor y fidelidad, benigno, cortés,
liberal, afable y lleno de otras mil virtudes dignas de más largos años de vida;
de los cuales, si se puede decir que lo son los bien empleados, no hay poner
duda en que vivió más que otros muchos con doblada edad. Cerca de quince
años gobernó los Países Bajos con suma prudencia y valor, yendo siempre en
crecimiento su fortuna hasta la presa de Amberes; puédense contar por estado

176
 Es un «accidente peligroso o casi mortal, en que el paciente pierde el sentido y la acción por
largo tiempo» o «exacerbación de una enfermedad» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 391

dellos todos los años que vivió después, y finalmente parece que entraba ya
en la declinación cuando salió desta vida, que en ellas las cosas grandes y las
pequeñas pasan por estas tres puertas inevitables. Vivió con gran salud hasta
que le comenzó la hidropesía, y conservóla entre infinitos trabajos corporales
con sólo sobriedad y ejercicio. En el rigor del invierno oía misa con hachas
por falta de luz y, en oyéndola, había de salir al campo a pie o a caballo, si
ya por ser el tiempo lluvioso no se bajaba al juego de la pelota, que la jugaba
con agilidad. En tiempo de paz iba de buena gana a los festines y danzaba en
todos, y bien. Ni en ellos ni en su casa, ni aun en el ejército, como no fuese
a caballo, le vio nadie sino descubierto, atribuyéndolo muchos a costumbre,
después que lo comenzó a usar con el señor don Juan, su tío, por respeto, y
otros a deseo de igualar por aquel camino a los grandes y a los pequeños y
excusar diferencias de personas, que nunca cría buenos humores. Dejó a su
hijo más tesoro de reputación que de dinero, pues, contra la opinión común,
que las más veces es ofensiva al que gobierna, hubieron de aguardar los cria-
dos a que se vendiese parte de la recámara para poder salir de Flandes [190]
con sus huesos. Mandólos enterrar en Parma, en el monasterio de los padres
capuchinos, junto al umbral de la puerta de la iglesia, para que, pisándole to-
dos, se le pasasen en cuenta los ratos de elevación que por ventura tuvo, acor-
dándose de haber pisado él las cervices de tantas fieras naciones. Dotóle Dios
de un aspecto feroz, y por otro camino amable y venerable. Fue de mediana
estatura, pelo antes negro que castaño, nariz aguileña, ojos alegres, templado
de carnes y airoso en gran manera, especialmente a caballo. Fue curioso en el
vestir, tanto, que llegó a ser por su camino prodigalidad. Del comer solía decir
que comía por sustentar la vida; sucedíale levantarse tres o cuatro veces de
la mesa a negocios tan leves, que podían aguardar muchas horas sin peligro.
Heme alargado en contar tan medudamente las cosas deste príncipe, inferior
a ninguno de los que más celebra la fama entre los naturales de su patria,
Roma, por haberlo notado todo muchas veces y hallarme obligado a ello en
ley de agradecido y de soldado, poniendo, como pongo, en el primer lugar de
mis buenas dichas el haberlo sido de tan gran capitán y comenzado a tener
acrecentamiento y honores militares por su mano.
Sabida por el conde de Fuentes la muerte del duque de Parma, abrió en
presencia del Consejo de Estado del país, y del secretario Esteban de Ibarra,
enviado de la corte por ministro absoluto de la hacienda, ciertas órdenes se-
cretas que traían para aquel caso. Y en ellas se vio como mandaba el rey que se
encargase del gobierno universal de los Países Bajos el conde Pedro Ernesto de
Mansfelt177 hasta que se proveyese aquello en propiedad. El cual, prestado el

177
 Pedro Ernesto de Mansfeld, conde de Mansfeld (1517-1604), fue un noble, político y
militar sajón, que estuvo al servicio del emperador Carlos V y de Felipe II. Fue gobernador
de los Países Bajos españoles de 1592 a 1594. Llegó a los Países Bajos siendo joven en el
392 Las Guerras de los Estados Bajos

juramento, como es costumbre, atendió muy de veras a prevenir las obsequias


del difunto, que se hicieron casi a los últimos del año, con tanta grandeza
como ternura en los corazones de todos, sin que en esto excediesen los italia-
nos a los españoles, por más que lo sienta de otra manera algún historiador
de su nación, que, como lo vio de lejos, no se engañó en esto menos que en
otras cosas.

Fin del libro Quinto

séquito del emperador Carlos V. Participó en la expedición contra Túnez en 1535 y fue
nombrado gobernador de Luxemburgo en 1545.Durante la Guerra de los Ochenta Años
contra los rebeldes holandeses, tomó parte en el combate a las órdenes de Juan de Austria
y Alejandro Farnesio. Cuando Alejandro Farnesio invadió Francia en 1590, fue nombrado
gobernador interino de los Países Bajos. A la muerte de Farnesio en 1592 fue nombrado go-
bernador efectivo de los Países Bajos españoles (no sin gran oposición de quienes pensaban
que su edad era excesiva) hasta 1594 en que Ernesto de Austria asumió el cargo.
Las Guerras de los Estados Bajos 393

[191] LIBRO VI
Año de 1593178
Desde la muerte del cardenal de Borbón, que acabó sus días a fin de mayo
de 1590, con título de Carlos X, rey de Francia, como se apuntó en su lugar,
deseosos los bien intencionados de poner fin a las discordias civiles en Fran-
cia, en que tanto interesaba todo el reino, tan acosado dellas hasta entonces,
y viendo que Enrique, príncipe de Béarne, llamado por los franceses rey de
Navarra, perseveraba en los errores de Calvino, a quien sin esta mancha toca-
ba de derecho la sucesión de la corona, trataron de pasar a elección de nuevo
rey, buscándole entre los príncipes de la sangre real, y a falta dellos entre los
más beneméritos y poderosos, para corroborar y defender la elección con las
armas, de que necesitaban hasta las más justificadas elecciones y envejecidos
derechos. Y no es poco de admirar que, pudiendo el príncipe de Béarne (ha-
ciéndose católico, como después se hizo) deshacer el pretexto con que no le
admitían, perseverase en lo contrario con tanto riesgo de su principal desig-
nio, pues se creía que en él era más razón de estado que engaño el error que
profesaba. Los desta opinión dan por causa de su pertinacia la duda en que
estaba de que con sola esta diligencia no sería por ventura admitido, temien-
do de los católicos, [192] que con no menos ambición, decían, deseaban la
duración de la Liga y lograr entre las revueltas públicas sus intentos privados,
que el declararse por ellos podría parar en no ganarlos y en perder la fación
contraria, con que él se apoyaba entonces, incurriendo en la dificultad grande
que tiene saber mudar partido en buena sazón. Pero lo que se pudo tener por
más cierto es que, a vueltas destas razones, le detenía el vivir verdaderamente
engañado con su religión, culpa del haberse criado en ella, que no con menor
fuerza se apoderan del alma las opiniones asentadas desde los primeros años.
Después trocó la misericordia divina esto con muy gran bien de toda la cris-
tiandad, pero como entonces se mostraba tan desviado desta mudanza y tan
pertinaz en lo contrario, púdose tratar justamente de buscar príncipe libre
deste gran defecto, sin deshonor de los que (a no tenerle) fueran sus vasallos
sin contradición alguna; mas, así por esto como por no haberle hasta entonces
jurado ni conocido por señor natural, parecía a los favorecedores de la Liga
que justamente pudieron oponérsele. Consultóse, finalmente, este pensa-

178
 Argumento: Sucesos de la Junta que se hizo en París para la elección de nuevo rey de Fran-
cia. Varios discursos de los realistas. Diversos puntos alegados por los de la Liga. Entra en
Francia el conde Carlos de Mansfelt con ejército. Nuevas sospechas del duque de Humena
y motivos suyos. Gana el conde Carlos a Noyón. Declárase por católico el príncipe de Bé-
arne. Toma el conde Carlos a Hembicourt y a San Valerí. Sucesos del motín de San Pol y de
el [sic] del ejército del conde Carlos. Apodéranse de Pont los alterados. Toma el de Béarne a
Roy. Estado de las cosas de los País [sic] Bajos y progresos del coronel Verdugo en Frisa.
394 Las Guerras de los Estados Bajos

miento con el Papa y con el rey y, además de aprobarle entrambos como el


camino más breve y más justo, ofrecieron su asistencia y acudir con gruesos
socorros para que la elección se pudiese hacer con libertad y sin sospecha de
opresión. Para lo primero envió el Papa por legado a latere al cardenal de Pa-
cencia, y para lo segundo (despedidos, como se ha dicho, los esguízaros y
hecho dejación del cargo de capitán general al duque de Montemarchano)
nombró Su Santidad por general a Apio Conti, y mandó que entrase otra vez
en Francia por el mes de marzo deste año con cuatro mil infantes valones y
alemanes y ochocientas corazas, de que ya el dicho Apio era general desde que
se deshizo el primer ejército eclesiástico. Envió por su parte el rey orden al
duque de Parma que asistiese a la elección con todas las fuerzas que pudiese
sacar de los Países Bajos y las que en Francia tuviese el bando colegado, dejan-
do guarnecidas las demás provincias de su devoción. Y para encaminar esto
mandó hacer nuevas provisiones de dinero y ordenó a don Lorenzo Suárez de
Figueroa y Córdoba, duque de Feria, que si bien había ya salido de España
con este designio y se hallaba en Roma dando la obediencia a Clemente VIII,
que [193] con la diligencia posible fuese a París y asistiese a la elección. Era el
duque señor de igual calidad a los que con mayor pudieran encargarse de tan
gran negociación, sujeto sin duda de aventajadas partes y de ingenio y talento
proporcionado a tan grave negocio, como lo comprobó brevemente la expe-
riencia. Señaló Su Majestad al duque para que le asistiesen y con destreza le
ayudasen a la dirección deste negocio a don Diego de Ibarra y Juan Bautista
de Tassis, y para la parte de las leyes, que era la que sólo les faltaba a los demás,
fue don Íñigo de Mendoza, hermano del marqués de Mondéjar, insigne juris-
perito, el cual llevaba a su cargo fundar en derecho en los Estados Generales
dos cabos bien difíciles de persuadir. El primero derribar los fundamentos de
la Ley Sálica179, admitida con uniforme afición en Francia por largos años; y
el segundo, a que era fuerza hacer lugar con el primero, esforzar el derecho de
la infanta doña Isabel en la sucesión de la corona y del ducado de Bretaña,
agregado a ella por hembra y en quien cesaba el obstáculo de la dicha ley.
Llevó el duque instrucciones públicas y secretas que atendían a estos dos
principales puntos; y para el primero se daba por fundamento ser la más pro-
pincua en sangre al último rey, satisfaciendo a la Ley Sálica, tanto con que los
mismos franceses confiesan que fue imaginado su principio, como con que las
consecuencias que se alegaban de otros casos, por la diversidad déste, eran de
ningún fundamento; y así, no tenía fuerza la de la costumbre. El segundo
cabo era que, desengañado desta pretensión, procurase que la elección se hi-

 Aunque con el nombre de Ley Sálica (leyes sálicas) se conoce un grupo de leyes que derivan
179

de Clodoveo (siglo VI) y afectan a herencia, crímenes, robo, etc., más en concreto la Ley
Sálica es aquella que impide a las mujeres reinar en Francia y surgió en 1316 a la muerte de
Luis X, promovida y promulgada por Felipe de Poitiers (regente).
Las Guerras de los Estados Bajos 395

ciese de príncipe católico, y en primer lugar proponía las personas de los ar-
chiduques Ernesto y Maximiliano, sus sobrinos, ofreciendo casar a la señora
infanta con el que saliese eleto, el cual había de ayudar al otro hermano para
la pretensión del reino de Polonia. Y parecíale a Su Majestad que, juntando el
derecho electivo con el de la sucesión (que recaía en la señora infanta), que-
daba más fundado el reino, y quería que las provisiones del gobierno, en caso
que tuviese efeto, se despachasen en nombre de los dos. El tercer cabo era
que, insistiendo los franceses en que la elección había de ser de príncipe na-
tural, ayudase al de Guisa, a quien la salida de la prisión había adquirido
nombre, no menos que el ser hijo y nieto de quien tanto había hecho por la
[194] causa católica. Advertía Su Majestad al duque de Feria de que adhería
a este deseo el Papa y que era justo que adheriese el de Humena, por deudo
que tenía con Guisa y por el lugar que le había de quedar con su elección, y
encargábale que procurase con esto mismo cumplir con la casa de Lorena,
persuadiendo al duque (si insistía en querer para sí el reino) que, por ser Gui-
sa rama de su casa y su sangre misma, debía ayudar a introducirle en él, como
al príncipe della más aceto a todos, estando tan fresca la memoria de su padre;
y que impedir esto serviría sólo de hacer lugar (con dividirse) a la pretensión
del de Béarne. Y para este caso quería que desde luego quedase con las mismas
condiciones que si saliera eleto uno de los archiduques, concluído con Guisa
el casamiento de la señora infanta, vínculo destinado para unión de las dos
coronas. En cuarto lugar ordenaba el rey que, si la elección se encaminase a
uno de los hijos de Lorena, procurase la exclusión del marqués de Pont, por-
que en su persona, como heredero de aquella casa, no se juntasen ambos es-
tados. Y por salvar este inconviniente, tenía por mejor que se eligiese el carde-
nal de Lorena, su hermano. El quinto cabo y la última pieza que había de
jugarse era que, si en los Estados Generales tuviese el duque de Humena tan-
ta mano, que, pudiendo elegir rey de la suya, no quisiese ceder a Guisa ni a
otro, se conformase el de Feria con este acuerdo, quedando concertado con el
dicho su hijo el casamiento de la señora infanta y el de Humena con el segun-
do lugar en el reino y la superintendencia de las armas para allanarle a su hijo;
y que, si aún en él no quisiese ceder, sino pretender para sí la corona, se ad-
mitiese también en último trance, sólo no quedasen disueltos los Estados y
sin conclusión, ofreciendo en este caso el duque de Feria que suplicaría a Su
Majestad diese la señora infanta al hijo del de Humena; que Su Majestad
eligiese por sucesor del reino a su padre, y lo mismo mandó que se observase
en caso que el de Lorena quisiese para sí la corona. Ordenó también Su Ma-
jestad al duque desengañase a las personas que el duque de Saboya, por medio
del arzobispo de León, había persuadido de que la voluntad del rey era que le
eligiesen a él, porque, supuesto que la serenísima infanta doña Isabel era su
hija mayor, no era justo [195] privarla de su derecho. He dicho esto para que
se vea cuán temprano comenzaron a descubrirse en este príncipe los ambicio-
396 Las Guerras de los Estados Bajos

sos espíritus que después ha proseguido. La última advertencia era que, pre-
valeciendo el príncipe de Béarne, por medio de la conversión (en que enton-
ces se comenzaba a hablar) procurase conservar la Liga, alimentando la guerra
con favorecer al duque de Humena, al duque de Guisa y los demás católicos
que la siguiesen, en especial al duque de Aumale, por la mano que tenía en
Picardía. Algunos de los medios con que estos fines habían de procurarse
conseguir disponía Su Majestad y los no previstos remitía a la prudencia del
agente desta obra, dándole facultad para ofrecer grandes premios a los que
ayudasen a ella. Y para que respetivamente se haga juicio de los demás, referi-
ré sólo que para en caso de elección del archiduque Ernesto, ofrecía al duque
de Humena cuatrocientos mil ducados, parte luego y los demás en breves
plazos, y el ducado de Borgoña perpetuo, o en feudo o en gobierno, a su línea
masculina; y que, recayendo en hembra, al cobrar el estado se le hubiese de
dar un millón de oro. Éstos fueron los motivos principales del rey y, aunque
se trataban con el recato debido a tales materias, con la dificultad (si ya no
imposibilidad) que tiene el secreto que pasa por muchas manos, no dejaba de
andar en boca de muchos, si ya no la entera noticia dellos, de mucha parte a
lo menos. Y así, como acontece de ordinario, se discurría variamente, juzgan-
do cada cual según su capacidad y sus afetos180. Los apasionados del príncipe
de Béarne anteponían a cualquiera otra razón su derecho, como no compara-
ble a ningún otro, no viniendo en que la religión pudiese turbárseles, pues no
obstaba, decían, a tantos príncipes herejes como reinaban actualmente en
Inglaterra, Escocia, Dinamarca181 y los demás que, sin nombre de reyes, lo
eran en la sustancia. Añadían a esto la importancia grande de no caer en ma-
nos de príncipe extranjero y la esperanza que se podía tener de su conversión,
procurando probar que los príncipes soberanos carecen de juez en la tierra y
que no lo puede ser suyo el pueblo ni los nobles, pues nadie puede conocer
causa de quien por la ley divina y humana le es superior.
[196] Esto alegaban aun los católicos paciales suyos, y los herejes lo es-
forzaban con razones deducidas de sus errores, teniendo por tal la verdad
católica, y, pasando a esotros puntos, abominaban la proposición de los ar-
chiduques, refiriendo todas las miserias y desautoridad de admitir gobierno
extranjero tan en oprobio de la patria, de los antiguos príncipes della y tan en
daño de los naturales, exagerando ser el más riguroso azote de un reino. Del
duque de Guisa decían cuán inicua cosa parecía anteponerle a todos los prín-

180
 Amelot avisa que «un historien ne peut jamais être trop scrupuleux quand il est question
de raconteur des actions que les princes on faites en secret». Al mismo tiempo, «il y a de
particularitez curieuses qu’un historien ne doit pas omettre, quoiqu’elles soient difficiles à
croire […] mais pour moi je ne veux parler de chose qui ne soit vraie & que je n’aie vûe»
(32-33 [libro III]).
181
 Se refiere, respectivamente, a Isabel I (1533-1603), Jacobo Estuardo (1567-1625) y Cris-
tian IV de Dinamarca-Noruega (1588-1648).
Las Guerras de los Estados Bajos 397

cipes de la casa de Borbón, y por el consiguiente de la sangre real, los cuales


con ningún género de justicia ni equidad podían quedar vasallos de quien
no tenía gota de sangre de aquella corona. En los hijos del duque de Lorena,
contados por poco menos que extranjeros, hallaban casi la misma objeción
que en los archiduques; y en la persona de su hijo del de Humena añadían
la emulación de los demás nobles, que, hechos a ser iguales suyos, llevarían
dificultosamente tan desproporcionada desigualdad; como se ha dicho del de
Guisa, de quien juzgaban también sufriría dificultosamente, cuando tuviese
edad y medios para sentirse, el agravio de anteponer un segundo (y como
dicen en su lengua cadet de su casa), cosa que aparentemente no parece podía
dejar de ocasionar perpetuas guerras civiles, que, siendo eso lo que se preten-
día atajar, parecía que por este mismo camino antes se atendía a perpetuarlo.
Remataban condenando el último punto, de mantener la Liga en caso que
el príncipe de Béarne abjurase la herejía, llamándola acción contraria a lo
mismo que se publicaba del intento del rey en estas guerras, pues, dando a en-
tender que entraba en ellas por estorbar un príncipe hereje en Francia, hecho
ya católico, depusiese las armas, habiendo conseguido el fin con que se había
tomado. Contra esto alegaban los de la Liga en primer lugar las leyes y conci-
lios que hacen incapaces del reino a los herejes, principalmente a aquellos que
en provincias católicas introducen nuevamente la apostasla con tan universal
y lastimoso daño de las armas, a cuyo reparo conviene atender sobre las demás
razones del mundo, siendo aún mucho más justo para con príncipe que entra
de nuevo, cuya reputación se justificaba en este caso con dos excelentísimas
razones: la una, el ser condicional la [197] inobediencia, estando prontos
a admitirle, dejando su error; y la otra, concurrir en esto la autoridad del
pontífice y el rigor de las censuras, y que no se debía oponer tampoco la Ley
Sálica, tanto por su ignorado origen y fundamento, cuanto por cesar en este
caso todas las demás razones, como de inferior calidad, y por la misma causa
no deberse reparar en la objeción de ser extranjeros los archiduques, como
circunstancia levísima, respeto al sosiego que se establecía en lo eclesiástico y
político del reino, poniendo príncipe en el de tantos apoyos para sustentarle
y con quien podrían cesar todas esotras razones de emulación inevitables en
los naturales; y que así como en los reinos de España, no de inferior calidad,
habían entrado príncipes no naturales y gobernado tan en beneficio público,
podía esperarse lo mismo en Francia, pasando por algunas dificultades a los
principios, que es lo áspero deste caso, pues después los decendientes es sin
duda que son contados por naturales; y que en caso que esta razón les hiciese
demasiada fuerza, en el de Guisa cesaba, pues era francés, tan benemérito de
aquella corona y tan amado del pueblo, heredero de las virtudes y méritos de
aquella gran familia, que, aunque no era tenida por de la sangre real, tomando
el origen de más atrás, era sin duda que decendía della; cuyas razones milita-
rían también en su hijo del de Humena, si, por estar en manos de su padre
398 Las Guerras de los Estados Bajos

las armas, debiese, para mayor sosiego y bien público, ser preferido a Guisa;
como también en los hijos del duque de Lorena, cabeza desta casa, y el inten-
to de proseguir la Liga en caso que el de Béarne abjurase su error, venían ya a
justificarse con los fundamentos que suelen las guerras ordinarias entre católi-
cos, cuando se continúan por reputación o por conveniencias de estado, que,
siendo necesarias a la conservación de los proprios, corrientemente se tienen
por no injustas, especialmente con la diferencia que hay entre continuarlas
o darles principio; y en este caso parece que necesariamente convenía al rey
no dejar entrar pacíficamente a la posesión de tan gran reino un enemigo tan
poderoso, tan indignado y tan vecino a provincias suyas, actualmente rebel-
des y confederadas con él. Esto era lo que por entrambas partes se discurría,
por ventura no acertando con ninguno de los motivos y designios de que se
originaban estas acciones, [198] siendo así que en lo de los príncipes pruden-
tes sucede lo que en los grandes ríos, que se ve fácilmente por dónde corren y
dificultosamente de dónde nacen. Lo que yo tengo por muy creíble del celo y
piedad del rey es que tuvo, si no toda, gran parte en esto el deseo de conservar
en Francia la religión católica y por muy aseguradamente cierto que se debe
a sus armas y las de la Liga este gran efeto, pues fueron las que mostraron al
príncipe de Béarne que sin hacerse católico no tenía que esperarla, y las que
le obligaron a ello entonces.
En tanto que esto se platicaba en Francia, después de la muerte del duque
de Parma en los Estados Bajos, introducido el conde de Mansfelt en el go-
bierno dellos, Esteban de Ibarra en el de la Hacienda y el conde de Fuentes
en el manejo y superintendencia de todo, y acetadas las letras de un millón y
doscientos mil ducados por los hombres de negocios en Amberes, parece que
casi a la opinión común de todos comenzaron a tomar las cosas mejor forma,
que cualquier mudanza es gustosa a su principio. Y a la verdad las continuas
enfermedades del duque y el poco gusto con que le tenían los ruines oficios de
sus émulos y, sobre todo, la vivacidad de su espíritu, que le impedía el valerse
de otros hombros que de los suyos para el porte de tan gran peso, habían co-
menzado a hacer a los negocios fáciles dificultosos y a los difíciles imposibles.
El haber pasado todas las cosas universales por manos de su secretario Cosme
Massi y lo mucho que se había encarecido en España su riqueza, causaron
en el conde de Fuentes más obligación que deseo de visitalle. Hízose con el
término debido a la memoria de su amo y resultó quedar a un mismo tiempo
libre y agradecido de haberle dado ocasión para satisfacer al mundo de su lim-
pieza, que sin esta diligencia lo entendieran así los menos. Efeto indubitado
de la envidia y digno castigo suyo, degollarse con sus propias armas, como le
sucede casi siempre que se toma con la verdad, bien que, si tarda en ser des-
cubierta, no llega después a tiempo la recompensa. Creyóse al principio que
se encargara el conde de Fuentes del ejército de Francia, pero súpose en él, a
mediado hebrero, como venía marchando con seis mil infantes y mil caballos
Las Guerras de los Estados Bajos 399

el conde Carlos de Mansfelt para juntarse con el ejército, que [199] en aquella
sazón se hallaba alojado en la Fereentretenú, cerca de Suasón. Venían con él
oficiales mayores para todo el campo, es a saber, don Alonso de Idiáquez por
gobernador de toda la caballería ligera; el capitán La Vicha por comisario
general, soldado de nombre en la caballería valona; Jorge Basta (que hasta
entonces desde Roán, donde quedó enfermo, como se dijo atrás, había estado
en Bruselas, y no gobernando la caballería de Francia, como refiere César
Campana182 y los historiadores españoles de su secuela183) venía por lugar-
teniente de maese de campo general, oficio nuevo en aquel ejército, aunque
usado ya algo de antes en el de Flandes. Venía también don Francisco de Pa-
dilla Gaytán, a quien el duque de Parma, poco antes que muriese, había dado
la compañía de lanzas con que sirvió don Alonso de Mendoza, que era una de
las que, con la demás caballería española, había quedado a cargo de don Car-
los Coloma. Constaba el ejército que traía el conde de cuatro mil alemanes
altos en dos regimientos nuevos, el uno del barón don Juan de Pernesteyn,
y el otro del coronel Curcio; los demás eran valones hasta el número dicho,
reclutas de los regimientos cuyas banderas estaban ya en Francia, los cuales
valones, hasta juntarse con ellas, venían a cargo del coronel La Barlota.
A 4 de hebrero llegó el duque de Feria al campo del conde Carlos, que
todavía estaba en el país de Champaña, entreteniéndose en tomar algunos
castillejos de poca importancia, mientras le llegaban cantidad de dineros y
municiones del País Bajo. Tomó el duque escolta competente hasta Suasón y
de allí (en compañía de Juan Bautista de Tassis, que había días que le aguar-
daba con escolta de mil y quinientos infantes españoles y valones y de cua-
trocientos caballos gobernados en particular por don Carlos Coloma y toda
la escolta junta por don Luis de Velasco) pasó a París, donde fue recebido
con general aplauso del pueblo y de casi toda la nobleza y perlados del reino,
cuya total felicidad se esperaba universalmente por medio de aquella junta.
Hospedó el duque don Diego de Ibarra, hasta que puso y concertó su casa, y
a cuantos con él venían, y, valiéndose el duque en primer lugar de su consejo
y de la envejecida experiencia de Juan Bautista de Tassis, comenzó a hacerse

182
 Cesare Campana, autor de la difundida Della gverra di Fiandra, fatta per difesa di religione
da catholici re di Spagna Filippo Secondo, e Filippo Terzo di tal nome, per lo spatio di anni
trentacinque (Vicenza: apresso G. Greco, 1602). Campana tambien abordó las guerras de
Flandes en Imprese nella Fiandra del serenissimo Alessandro Farnese prencipe di Parma (Cre-
mona: apresso F. Pellizzarii, 1595) y el Assedio e racqvisto d» Anversa, fatto dal serenissismo
Alessandro Farnese (Vicenza: C. Greco, 1595).
183
 Allí debería meterse a Antonio de Herrera, entre otros, y quizá al afamado Pedro Cornejo
(Sumario de las guerras civiles y causas de la rebellión de Flandes, 1577; Origen de la civil di-
sensión en Flandes, 1579; Compendio y breve relación de la Liga, 1591), así como Francisco
Lanario y Aragón (Las guerras de Flandes, desde 1559 hasta 1609, Madrid: Luis Sánchez,
1623).
400 Las Guerras de los Estados Bajos

[200] capaz de aquellas materias y a tender las redes para encaminar a un


mismo tiempo la quietud del reino y la voluntad del rey; en orden a lo cual,
con don Luis de Velasco y después con varios mensajeros, representaron al
conde Carlos y al duque de Humena (que en medio se habían juntado ya en
los contornos de Suasón con el campo del rey, trayendo en su compañía el
duque ochocientas corazas y tres mil infantes franceses) que sin embarazarse
en cosa ni divertirse a otras empresas se acercasen todo lo posible a París por
dar calor a la eleción, en que se iba ya comenzando a tratar de veras; y advir-
tióseles también de que si les parecía conviniente emplear entretanto aquel
ejército tan florido, siendo como eran señores de la campaña, por hallarse
el enemigo muy inferior en fuerzas, con sitiar a San Dionís se conseguían a
un mismo tiempo tres efetos muy importantes: uno, el acercarse dos leguas
pequeñas de París; otro, entretener la gente lejos de las fronteras; y la tercera,
ganar el lugar con que se había de acabar de calificar la elección, siendo donde
se conservaba la corona de san Luis y costumbre proscrita de centenares de
años el coronarse allí los nuevos reyes. Comenzaba ya a descaecer la voluntad
del duque de Humena y vencer la ambición a las demás pasiones, como la
más fuerte; y, habiendo deseado el reino para sí, tenía por ventura más el ver
la corona en la cabeza de su sobrino el duque de Guisa que en la del príncipe
de Béarne: tanto más poderosa es la envidia que el odio, y desto se quejaba
públicamente, diciendo que no era justo que, habiendo él sostenido sobre
sus espaldas el peso de toda aquella máquina y apoyado con su industria y
solicitud las cosas hasta ponerlas en el estado presente, se llevase otro el fruto
de sus trabajos, dejándole hombre privado adonde había sido señor, y sujeto a
mendigar dél el gobierno de una provincia en premio de haberlas gobernado
a todas y defendídolas del enemigo común a costa de su sangre. Si el ser, de-
cía, mi sobrino mozo y por casar le ha de dar el reino, ¿qué he ganado yo? Y la
conveniencia de hacer reina de Francia a la infanta, ¿basta para anteponerme
un joven inexperto y de dudosas esperanzas? Ahí está mi hijo, mayor en edad,
ya de diez y siete años, y por su persona no indigno de tan gran fortuna; denle
el reino a él, cuando rehúsen de honrar mis canas con esta [201] mortaja; que
yo me consolaré de servirle de ayo a él y a la serenísima infanta de capitán
general de sus ejércitos. Andaba este lenguaje entre pocos y –no entendíendo-
le, o no queriéndole entender, el conde Carlos, hombre totalmente militar y
deseoso de entrar haciendo algo- se dejó persuadir a lo que menos convenía
y a lo que más deseaba el duque de Humena, que era oponerse del todo a los
consejos de los ministros que asistían en la asamblea de París.
Acampóse, pues, el ejército colegado, que pasaba de trece mil infantes y
dos mil y quinientos caballos, sobre la ciudad de Noyón, a los 15 de marzo,
después de haber tentado a los 14 el tomarla por entrepresa con gente que a
este efeto se adelantó con petardos. Tuvo aviso dél el enemigo del intento del
conde Carlos, por el mismo camino que llegaron otros del mismo género en
Las Guerras de los Estados Bajos 401

peores y más dañosas ocasiones que aquélla, en el discurso de las guerras de


Francia, y, prevenido, no tuvo efeto. Es Noyón184ciudad grande en la provin-
cia de Picardía, principal, como cabeza de obispado, y fuerte desde el tiempo
de Julio César, que la llama en sus Comentarios Nobioduno185; dista cuatro le-
guas de la Fera, tres de Compieña y poco más de Han. Por la parte que mira a
la Fera y a Han la fortifican unos pantanos que se hacen de un riachuelo que,
bajando del país de Vermandois, entra en el Oise, junto al villaje de Trassí, y
por la que mira a Compieña tiene un foso de agua de competente anchura,
sangrado del dicho riachuelo. De aquella parte, arrimados al bosque de Baine,
y particularmente en el villaje de Babús, se alojaron las tropas del Papa, el
tercio de Capizuca y los dos regimientos de Pernesteyn y Curcio; y désta toda
la demás infantería española y de naciones. Alojáronse el duque de Humena
y el conde Carlos en la abadía de Maurenán y la caballería ligera en el villaje
de Flesí, y todos a tiro de cañón de la ciudad; en la cual, fuera de cuatro mil
ciudadanos, gente escogida (aunque de varias opiniones, como de ordinario
lo es el vulgo), se hallaban de guarnición al pie de mil y quinientos soldados
franceses, sin dos compañías de esguízaros berneses. Plantáronseles dos bate-
rías, de una de las cuales (y de sus trincheras), es a saber, de la que miraba al
ángulo superior de la ciudad, que le formaba un baluarte a lo moderno, harto
fuerte y bien revestido, se encargó el maese [202] de campo don Antonio de
Zúñiga con su tercio, dos regimientos de valones y el de alemanes del conde
Vía. De la otra, casi en lo llano, cerca de las praderías que se encaminaban
hacia un rebellín186 de tierra y fagina, con su foso de agua, se encargó don Luis
de Velasco con sus españoles y los de don Alonso de Idiáquez, gobernados
por el sargento mayor Gonzalo de Luna y el regimiento de La Barlota. En la
batería alta se alojaron seis cañones y en la baja siete, sin otras piezas menores
que tiraban a las defensas. En medio de las dos baterías, para que se diesen
la mano y juntamente defender el socorro, se plantó un fuerte, que, aunque
expuesto demasiado a la artillería enemiga, fue de gran efeto para divertir las

184
 Noyón fue sede episcopal importante en la Edad Media y Renacimiento. En su catedral fue
coronado Carlomagno en 768, así como Hugo Capeto en 987. En el siglo XII su obispo
fue elevado a la categoría de duché-paire (par de Francia). Su catedral románica se construyó
en 1131. En 1516 se firmó en esta ciudad el Tratado de Noyón entre Francisco I de Francia
y Carlos V, por el que Francia abandonaba sus pretensiones sobre el reino de Nápoles y
recibía en compensación el ducado de Milán. Las tropas de los Habsburgo saquearon la
ciudad en 1552 y fue vendida a Francia en 1559 (por el Tratado de Cateau-Cambrésis).
Cayó a fines del siglo XVI bajo control de los Habsburgo, aunque fue más tarde recuperada
por Enrique IV de Francia.
185
 VII, 12, 2; VII, 14, 1.
186
 Rebellín: «Término de fortificación. Es una obra separada y desprendida de la fortificación,
con su ángulo flanqueado y dos caras, pero sin traveses, cuyo lugar es siempre delante de
las cortinas, porque su fin es cubrir la cortina y los flancos de los baluartes y defiende las
medias lunas» (Dicc. Aut.).
402 Las Guerras de los Estados Bajos

salidas, que en todo el sitio no se hizo alguna de consideración. Por la parte


que estaba alojada la gente del Papa y Camilo Capizuca se abrían también
trincheras, más por deslumbrar al enemigo que por pensar hacer efeto por
allí; y como a esta causa se hallase demasiado trabajado, el noveno día del sitio
el regimiento de alemanes del barón de Chateobréyn, caballero principal lore-
nés, por cargarle todas las faenas su general Apio Conti (a lo que se entendió
por odio y emulación particular), llegando sobre esto los dos a malas palabras
y tras ellas a las espadas, quedó muerto Apio Conti de una estocada por los
pechos. Pudo el matador tomar un caballo y ponerse en salvo, que fue notable
acaecimiento. Contaré otro que lo parecerá más, y no lo dijera a no ser testigo
de vista y a no tener otros muchos hartos dignos de fe. El día antecedente al
de la muerte de Apio Conti, volviendo don Alonso de Idiáquez con toda la
caballería ligera de acompañar cierto convoy187 de bastimentos que traía de la
Fera y preguntando a un soldado de a caballo italiano lo que había de nuevo
en el campo, como es costumbre, respondió: «No hay otra cosa, sino que
debe de haber dos horas que monsieur de Chateobryen mató de una estoca-
da a su general Apio Conti». Sintiéronlo, como era razón, don Alonso y los
capitanes, y, llegando en busca del conde Carlos al fuerte, adonde estaba casi
siempre, el primer hombre con quien encontraron fue con Apio Conti bueno
y sano; hiciéronse cruces todos y contáronle lo que había dicho el soldado
y él lo tomó en risa. Y luego el día siguiente, a la misma hora que señaló el
soldado, sucedió su muerte; [203] que no parece sino que le avisaba Dios por
medio de su buen ángel, para que, volviendo sobre sí (siendo, como era, más
suelto y menos cuidadoso de su conciencia de lo que se permitía entre solda-
dos), tuviese su Divina Majestad ocasión de divertir el castigo.
Iba a este tiempo muy adelantado el sitio y ambos maeses de campo de es-
pañoles habían ya comenzado a desembocar el foso y trataban de cegalle para
hacer la batería, particularmente don Luis de Velasco, que por hallar mejor
terreno (aunque lo comenzó más tarde) estaba ya casi arrimado al rebellín.
Pareció infrutuosa la batería por la parte de don Antonio, por la fortaleza del
baluarte, altura del foso y la imposibilidad de quitarle el uso de la casamata; y
así, las piezas que estaban en aquel puesto servían de descortinar la batería de
don Luis, que jugó dos días sin el efeto que se pensaba. Minóse la punta del
rebellín y, al volar la mina con poco daño del enemigo, mató algunos soldados
españoles y valones; hicieron con todo eso ella y la batería suficiente escarpa
para darle el asalto, como se le dio con singular valor don Luis a los 28, y se
alojó en él con sus españoles, seguido del coronel La Barlota, que quedó he-
rido en un brazo. Murieron cosa de treinta hombres del tercio de don Luis, y
diez o doce soldados y alféreces particulares, y entre ellos Sebastián de Castro

187
 Ver Verdoink 1980, 81 et ss. para un análisis de la procedencia francesa (en Flandes) de
este término.
Las Guerras de los Estados Bajos 403

y Hernando de Pasamar, hidalgos muy honrados y queridos de toda su nación


por sus honradas partes. Defendieron galardamente los enemigos el rebellín,
pero, en viéndole perdido, considerando que, alojada en él la artillería, podía
hacer notable daño, temiendo el rigor de un asalto con los recientes ejemplos,
trataron de rendir la plaza el último día de marzo, después de haberse defen-
dido diez y seis días, sin que en todos ellos les pudiesen meter un soldado tan
sólo de socorro los realistas ni su cabeza el de Béarne, por más que lo intentó
algunas veces desde Compieña. Salieron los rendidos el segundo día de abril
y en su lugar dejó el de Humena casi toda su infantería francesa, sin admitir
un soldado de otra nación, con que comenzó a dar alguna sospecha de su vo-
luntad, irritados ya los ánimos de ver que, habiendo removido del gobierno a
Miaux, plaza por ventura la más importante de la fación, [204] a monsieur de
Rentíñí, caballero principal y aficionadísimo a la voz de la Liga, le había dado
al señor de Vitrí, hechura suya y persona que se sabía tener secretos tratos y
conferencias con el príncipe de Béarne y sus ministros.
Ganada Noyón, cuando toda conveniencia de estado y guerra aconsejaban
el pasar adelante y reducir a más aprieto al príncipe de Béarne, que casi sin
fuerzas de consideración estaba sobre la defensiva, marchando el ejército co-
legado la vuelta de Han con el conde Carlos y pasando el duque de Humena
a París para asistir en la junta de los Estados Generales, se acabó de echar de
ver el juego a los que más procuraban encubrillo, comenzando los ministros
del rey a desconfiar de buen suceso. Sin embargo, después de haber hecho el
duque de Feria una elegante oración latina en presencia de los diputados, he-
cha y recitada por él con particular elegancia y energía, respondiendo a ella en
otra el cardenal de Sens, llenas entrambas de ofertas y agradecimientos (cuyos
trasuntos -por andar ya impresos- no acrecientan el volumen deste libro)188,
se abrieron los Estados Generales, a que acudían todos los que llaman pares
y diputados del reino mañana y tarde. El saber esto el duque de Humena,
acabado de ganar a Noyón, le hizo dar la vuelta para París, donde le llevaba
más su particular provecho que el universal de la Liga; y así, descubriendo
ya, no con rebozo, sino claramente, su designio, comenzó a introducir con
los ministros del rey su pretensión, publicándoles lo que ellos ya sabian con
universal sentimiento. Tomáronse varios medios para quitarle de aquella opi-
nión, por estar muy adelante, después de refutadas las demás pláticas, la de
elegir al de Guisa, el cual, con una modestia excesiva dio en cotejar a su tío
y en temer ser rey (como si no decendiera de reyes); llevábanlo tan mal sus
amigos, que hubo quien le incitó a deshacerse del tío, ofreciéndole la asisten-
cia y consejos necesarios, y aun la mano cuando la suya rehusase el mancharla
de su propia sangre. «¿Será posible (le dijo uno) que, pudiendo ser rey de

188
 Ver al respecto José M. Iñurritegui Rodríguez, donde se analiza el discurso, su bibliografía,
y las razones y causas del mismo.
404 Las Guerras de los Estados Bajos

Francia con sólo quitar la vida a quien por este camino la quita al Estado, con
quien os corren tantas obligaciones, os hagáis indigno de tan gran felicidad y
condenéis por mentirosos a tantos y tan nobles juicios como se han hecho de
vuestro valor? Si la ley (aunque [205] dada por un gentil, han sabido seguir
tantos malos cristianos, de que, si es lícito violar las leyes en algún caso, lo es
solamente por reinar) os favorece sin escrúpulo y se os ablanda y facilita con
el concurso y voto universal de todo el reino, ¿por qué no os armáis contra
quien os lo impide, y más constándoos, como os consta, que quiere esta hon-
ra para sí, publicándoos a vos por indigno della? Advertid que puede llegar la
ambición de vuestro tío a no creer los ofrecimientos que poco cautamente le
habéis hecho de no aspirar al reino y hacer con vos lo que con tanta más jus-
ticia debiérades vos hacer con él. Mirad, señor, que no os dejó vuestro padre
en herencia sólo el ducado de Guisa, de sus esperanzas os hizo heredero, que
por ventura estaba anteviendo las que ahora vemos que se os ríen, cuando se
oponía a los enemigos del reino y le defendía, como cosa que, habiendo sido
de los sucesores de Carlos Magno, de quien vuestra casa deciende por línea de
varón, podía llamarse suya». Éstas y otras cosas le decían sus amigos, y –con
todo eso, haciendo el mayor acto de modestia que se puede pintar- rehusó
el comprar el reino tan caro como con la muerte de su tío. Y lo cierto es que
temió el no tener fuerzas suficientes para sostener tan gran peso y contrastar
a tantos enemigos. Sobrada prudencia de un mozo de veinte años, pues a mi
parecer fue mayor que lo llegara a ser la temeridad. Buena causa desto fue
el volverse el ejército colegado hacia la frontera de Artois y el considerar la
Chatra, San Pol, el arzobispo de León y otros fautores del duque de Guisa el
poco caso que debe hacerse del favor popular, pues, en teniendo lo que desea,
vuelva a desear lo que tuvo, constante sólo en no admitir constancia y en
pagar siempre con ingratitud a sus bienhechores.
En este estado estaba la Junta o Asamblea de París, cuando el príncipe
de Béarne, que por momentos en San Dionís, donde estaba, iba teniendo
avisos de lo que pasaba en ella, viendo que si salía nombrado otro rey había
de perder (con la opinión del nombre) por lo menos todas las voluntades de
los católicos, determinó reducirse a la fe católica189 y darse a conocer por hijo
[206] obedientísimo de la Iglesia. Esta declaración hicieron en la asamblea
los diputados de Enrique a los 5 de junio, asegurando que desde luego en-
viaría a pedir la absolución del Papa y a convocar varios perlados y personas
doctas por quien poder ser catequizado y instruído en la fe. Respondióseles
que se alegraban mucho y que, en constándoles de haber obtenido la dicha
absolución de Su Santidad, harían, según Dios y sus consciencias, lo que les
pareciese más justo. Hizo en bonísima ocasión esta acción el de Béarne; en ra-

 Hecho célebremente recordado en la frase «París bien vale una misa», símbolo por anto-
189

masia de doblez política.


Las Guerras de los Estados Bajos 405

zón política hablo, que por todas las demás siempre tardó, y siempre con igual
necesidad de no dilatarlo, porque nunca menos pudo con las armas mejorar
sus cosas, a causa de las pocas fuerzas con que se hallaba. En la negociación
ya no era tiempo de esperar, habiendo llegado las cosas tan a los últimos tér-
minos; y desabrimiento y pérdida de los herejes nunca pudo menos temerla
menos, porque sin duda pudieran creer de la prisa con que lo hacía y la sazón
en que lo ejecutaba ser resolución fingida para sólo aquella ocasión; y por lo
menos el proceder en ella tan impensadamente ocasionaría la suspensión que
bastase a no podérsele oponer tan aprisa que no tuviese tiempo él entretanto
de perficionar su negocio; con cuya autoridad y la ayuda de la mayor parte de
los católicos allanaría después lo demás.
Era más larga la detención que se figuraba en el camino que habían de
hacer los embajadores del príncipe de Béarne desde San Dionís a Roma de
lo que convenía para el estado de sus cosas, pues no había apariencia de que
los Estados se disolviesen, y en ellos se podía temer siempre alguna extraña
resolución. Y así, ante todas cosas, se resolvió en hacerse absolver por algunos
obispos, los cuales le desengañaron de que aquel acto tocaba al Papa por mil
razones, con que se dejó por entonces de pretendello, contentándose con ha-
cerse catequizar y instruir en la fe. Propúsose a fin de junio una tregua de tres
meses, con voz de poder atender a la cosecha de los granos, y a la verdad no
era sino para domesticarse los realistas con los de la Liga y irlos disponiendo
a su opinión, de suerte que por lo menos dilatasen el hacer alguna salida con-
traria a la pretensión del de Béarne hasta tener absolución del Papa. Disputóse
[207] mucho sobre este punto en la asamblea y el cardenal legado, rehusando
el asistir más en ella y abominando todo género de trato con los que seguían
a Enrico de Borbón (y en particular el de la tregua), viendo por otra parte
derribadas por tierra las esperanzas de eleción con sola la voz de que trataba de
reducirse, dio a entender que le convenía retirarse a lugar seguro. Lo mismo
instaban los ministros al rey, viendo mal logradas sus esperanzas y teniendo
por cosa de cumplimiento y regla de estado la conversión de Enrique, hecha
a más no poder y forzado no menos del temor de sus inteligencias que del
de sus armas, con todo, con particular sentimiento de todos, se hubieron de
concluir las treguas por los tres meses siguientes, desde 24 de agosto, día de
San Bartolomé, hasta 24 de noviembre. Antes de lo cual, para mejor ganar
este portillo tan importante y tener el príncipe de Béarne mayor ocasión de
encaminalle, trató con el arzobispo de Bruges en Berí y con algunos obispos
que estaban con él a San Dionís que le absolviesen; y ellos, sin embargo de
una escritura que hizo publicar el legado en París, en que declaraba con vivas
razones no tocar ni poder tocar aquel oficio en el caso ocurrente a otra perso-
na alguna que al romano pontífice, le llevaron a los 25 de julio, día de Santia-
go apóstol, a la iglesia, y en ella, después de catequizado por el arzobispo, oyó
misa con general concurso, aplauso y aclamaciones y por todo aquel clero fue
406 Las Guerras de los Estados Bajos

acetado por miembro de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana. Alteráronse


con esta resolución tan inesperada los ministros del Papa y del rey, y al punto
avisaron dellos a sus señores, procurando (lo que se tardaba en tener respuesta
dellos) que se fuese continuando la asamblea. Fue grande la comoción popu-
lar por esta nueva, y tal, que, si próvidamente y a instancia del duque de feria
y los que le asistían, no hicieran cerrar las puertas de París, se despoblara del
todo por ir a ver con los ojos un suceso tan impensado y el que sólo podía,
al parecer, abonar la peligrosa fortuna que corría aquel reino. Con todo eso
llegaron a San Dionís millares de personas, que, testificándolo después por
vista de ojos, [208] acabaron de alegrar a toda aquella ciudad (salvo a los que
fundaban sus esperanzas en las revueltas y su acrecentamiento en el estruendo
de las armas). Causó esta gran mudanza notable beneficio a los designios
del de Béarne, mejorando sus esperanzas excesivamente; confirmó la fe de
los que le seguían, apoyada a tanto más honestos fundamentos; granjeó una
gran parte de los neutrales; puso en mucha duda al mayor número de la Liga,
en cuidado grande a los más resueltos en no desampararla y en no menor
desconfianza de la fe dellos a los ministros y soldados del rey. Con lo cual de
allí adelante comenzó a ser poco sustancial la ayuda que al ejército católico
daba la fación colegada y no será fuera de propósito decir aquí lo que se supo
de buen original en este tiempo, tocante a la calidad de la conversión del de
Béarne, pues se afirma que, entre los capítulos de la instrucción que llevó a
Roma el cardenal de Pernón, fue uno, que, si acaso quería obligarle el Papa a
apartarse de la amistad y alianza que tenía con el turco, se volviese a Francia
sin tratar más de la absolución.
Retirado el conde Carlos la vuelta de Han y comenzando a faltar las pagas
y los soldados a vivir de rapiña190, comenzó también a irse menoscabando la
obediencia y el respeto, especialmente en la caballería, que por faltar de su
gobierno don Alonso de Idiáquez, que se retiró al País Bajo y con él los capi-
tanes que la gobernaron el año antes, desdeñándose de obedecer a La Vicha,
capitán valón, comisario general della no nombrado por el rey, sabiéndose
que lo estaba ya en España el capitán Juan de Contreras Gamarra y que venía
a ejercer su oficio [sic]. Andaba casi toda aquella parte tan principal del ejér-
cito en conocida confusión y ruina. Con todo eso, pasó, hacia la fin de mayo,
el conde la vuelta de la Baja Picardía con intento de tomar a San Valerí, villa
marítima, arrimada a la ribera siniestra del río Soma, casi adonde desagua
en el Océano Británico. En el camino supo el conde los muchos daños que
recebía el país y bailiaje de Hedín de cosa de ochenta infantes y treinta caba-
llos que estaban de guarnición por el enemigo en el castillo de Himbercourt.

190
 Mal endémico de la guerra en el siglo XVI (y XVII) provocado por la falta de pagas, que
obliga a los soldados a robar para poder sobrevivir. Ver Bernardino de Mendoza (libro XV,
cap. 6) para su comentario sobre los motines y la rapiña como males de la guerra.
Las Guerras de los Estados Bajos 407

Arrimándosele con seis cañones, le tomó el tercer día, matando ellos antes
de un arcabuzazo a don Juan de Tassis, capitán del tercio de don Antonio
de Zúñiga y caballero de honradas esperanzas. Pasó adelante el conde y con
poca más resistencia se apoderó de San Valerí, puesto en donde, como tan
gran soldado, tenía echado el ojo para conservar allí un puerto capacísimo
de cualquiera gruesa armada, caso de que el rey gustase de emprender otra
vez la jornada de Inglaterra; pero, como no se estaba entonces desta espacio y
por otra [209] parte le afligía notablemente la falta de dineros, determinó de
alegrar a los soldados haciendo una entrada en el país y condado de Boloña.
Es este país una nesga191 o entrada que hace Francia, metiéndose por entre el
Artois y condado de Flandes y la mar espacio de veinte y cuatro leguas, en el
cual están situadas las dos famosas y pleiteadas192 ciudades de Boloña y Calés;
a la lengua del agua y más mediterráneas Montreull, Guinés, Monthulín y
Ardrés. Es este país de los más fértiles de Francia, y aun por ventura del mun-
do, y como tal salió el ejército dél harto y cargado de presa y bastimentos para
algunos días; pasados los cuales, se volvió a la misma necesidad que antes y a
mayor desconfianza de dineros, gastándose de ordinario con prodigalidad lo
que se adquiere desordenadamente. Fue ocasión desto también el ejército que
se iba juntando en Brabante a instancia del conde de Fuentes para oponerse
a las fuerzas con que comenzaba a campear aquel año el conde Mauricio,
cuyos ñublados193 reventaron sobre Santa Gertrudenbergue y después sobre
Groninguen, con el suceso que veremos en desembarazándonos del motín
de San Pol, el primero de la segunda tropa de motines y a esta causa el más
pernicioso de todos.
Pasaba adelante la sobrada licencia y poco respeto de la caballería ligera,
y como faltaba el remedio eficaz no menos con disciplina que con dinero,
domesticados en las salidas y pecoreas194 con la hez de la infantería española,
estando alojado el campo en Anera y sus cortornos, trataron entre sí de pedir
de una vez el fin de tantos trabajos y las pagas debidas de tantos meses; y
como no les faltaba tiempo ni ocasión para tratallo y conferillo entre sí (que
es el primer escalón para llegar a la total desobediencia), trataron el negocio
con tanto secreto (cosa admirable en tal género de gente, esto y lo demás
que después se ve en la policía y orden de su gobierno), que ni al conde
Carlos ni a las demás cabezas del ejército dieron una mínima sospecha de su

191
 Una nesga es «pieza de cualquier cosa, cortada o hecha en forma triangular y unida con
otras» (DRAE).
192
 Pleiteadas en el sentido de las numerosas guerras y batallas ocurridas entre franceses, ingle-
ses y ejércitos de los Países Bajos, entre otros, por su dominio.
193
 Ñublado o nublado es «suceso que produce riesgo inminente de adversidad o daño»; «cosa
que causa turbación en el ánimo» (DRAE).
194
 «Hurto o pillaje que salían a hacer algunos soldados, desbandados del cuartel o campa-
mento» (DRAE).
408 Las Guerras de los Estados Bajos

atrevimiento; sólo don Francisco Padilla, que gobernaba la [210] caballería


española, advertido por algunos bienintencionados, avisó al conde, y todos
comenzaron a procurallo estorbar cuando ya no había remedio (como sucede
en los males que se advierten tarde). La noche de los 9 de mayo, saliendo de
sus cuarteles toda la caballería española a la deshilada sin que se lo pudie-
sen estorbar don Francisco ni los tenientes, oficiales y gente particular della,
aunque lo procuraron con notorio peligro de sus personas, se juntaron en
número de trecientos y cincuenta caballos con cosa de quinientos infantes de
todos los tres tercios de españoles, los cuales, sin atreverse a mover sedición en
sus cuarteles, salieron también a la deshilada con voz de ir a buscar de comer.
Caminaron toda la noche juntos y otro día, a las tres de la mañana, adelan-
tándose cien caballos con otros tantos infantes en grupa, después de haber
caminado más de diez leguas, acometieron tan de improviso las puertas de la
villa de San Pol, en el Artois, que las ganaron y defendieron hasta que llegó
toda la gente, al cual se alojo y aseguró de la villa y de sus contornos, que son
muy poblados, a quien impuso gruesas retribuciones con que sustentarse, que
es uno de los principales motivos de las alteraciones, harto más que cobrar sus
remates, habiéndose ya visto en ellos soldados de cortísimos alcances llevados
de sólo este interés. Siguiólos el conde a gran diligencia con intención de
pasallos a cuchillo, pero, sabido que estaban en seguro, se detuvo a la raya de
Artois, sin pasar el riachuelo Autí por no sacar el pie de Francia, conforme a
las instrucciones de su padre, que, aunque esta vez las excediera y, sitiando los
amotinados, batiera la villa y la tomara, degollándolos a todos, por ventura
excusara los daños que ocasionaron después semejantes alteraciones; pero de-
jólo por no aumentar el mal, temiendo que se hiciera mayor si llegaran a verse
las caras. Este temor (y el de no romper las órdenes, que es peligroso arbitrar
en ellas) le hizo al conde alejarse de San Pol, como lugar apestado, y no parar
hasta poner el ejército entre San Quintín y la Fera, en el villaje de Ripemont,
desde donde avisó del suceso a su padre, no acabando de engrandecer la fide-
lidad de los tercios de españoles que habían quedado en obediencia, y de cosa
de ochenta caballos que de las seis compañías de lanzas y una de arcabuceros
a caballo, españoles, habían perseverado con los estandartes; advirtiéndole
de que, para animarlos y premiar algún tanto su buen proceder, convenía
enviarles siquiera media docena de pagas, inclusas las dos que estaban libra-
das ya para el ejército. Parecióle al conde Fuentes que bastaba aventajallos en
dos pagas más y esta [211] ventaja sola causó presto el daño que veremos, en
desembarazándonos de las cosas que en este medio sucedieron en el País Bajo,
donde ha rato ya que nos apartamos.
Tuvieron por el principio de hebrero su consejo los estados rebeldes sobre
lo que se debía emprender y en él hubo varios pareceres. Algunos querían
acabar con Frisa y otros pasar la guerra al condado de Flandes y sitiar de la
Inclusa; otros emprender a Bolduque, otros a Grave; y, tomados los votos de
Las Guerras de los Estados Bajos 409

todos, escogió finalmente el conde Mauricio el ponerse sobre Santa Gertru-


denberg, plaza importantísima para todos y mucho más para él, por ser su
patrimonio, como usurpador de los bienes que su padre poseyó en Holanda y
valer sólo la pesca del salmón que se hace cada año en el Merué, brazo de mar
que forma entre Santa Gertruden y Dordrecht los ríos Mosa y Vaal, más de
veinte y cuatro mil ducados. El saber el conde de Mansfelt la variedad de opi-
niones de los herejes mucho antes que su resolución le hizo dividir sus fuerzas
(dañándole lo que suele ser tan provechoso). Envió por marzo a Frisa el tercio
de don Gastón de Espínola y regimiento de Entanley, de manera que, cuan-
do a 30 del mismo supo que Mauricio había ocupado los puestos de Santa
Gertrudenberg, no se halló con las que fueran menester para defendérselo, ni
menos para meterle de repente algún socorro de gente y municiones con que
alargar el sitio. Comenzó con todo eso a hacer grandes diligencias para juntar
ejército competente con que desalojar al enemigo o dalle la batalla. Envióse a
dar priesa al conde de Soltz, que bajaba con un regimiento de tres mil alema-
nes altos, aunque a la postre llegaron apenas dos mil. Dio la conduta de dos
regimientos loreneses y lucemburgueses a don Felipe de Robles, hermano del
barón de Billý, y a Domingo de Idiáquez, teniente del castillo que había sido
de Amberes; y de otro de valones al margrave de Amberes [sic]. Hizo aprestar
ocho compañías de hombres de armas, encomendándolas a Felipe de Croy,
conde de Solre, y encargó la leva de ochocientas corazas lorenesas al barón
de Ruticutí, y de otras trecientas levantadas en el arzobispado de Colonia y
país de Munster al caballero de Bada, hermano del marqués de Bada (aunque
éstas tardaron mucho en llegar y sirvieron poco). Mandó [212] encabalgar
las compañías de caballos ligeros que asistían en el país a cargo del teniente
general don Ambrosio de Landriano, y eran las siguientes: las de españoles
del dicho don Ambrosio, Alonso de Mondragón, Luis del Villar y otras dos,
también de españoles, que se proveyeron por este tiempo en dos caballeros
muy principales de los que vinieron acompañando al conde de Fuentes, es a
saber; la de Diego de Ávila Calderón, que, sacándola del campo de Francia
poco antes del motín, se dio al maese de campo don Diego Pimentel, y la
servía su teniente Hernando de San Miguel, dando al dicho Diego de Ávila
el gobierno de Grave, y la que -yéndose a Italia- había dejado don Alonso
Dávalos, a don Sancho de Luna y Rojas, hijo de don Antonio de Luna, conde
de Fuentidueña y capitán de los continos195. La del marqués de Montenegro,
italianos, y la de don Felipe de Robles, de gente del país, en el cual levanta-
ron otras tres compañías de lanzas los señores de Echenao, de Recurt y de

195
 El término refiere a alguien «allegado a un señor que le favorecía y mantenía. A él le debía
fidelidad y obediencia», de donde se extiende a «cada uno de los que componían el cuerpo
de los 100 continos, que antiguamente servía en la casa del rey para la guardia de su persona
y custodia del palacio» (DRAE).
410 Las Guerras de los Estados Bajos

Everbergue, y el señor de Grovendonch acudió con la suya, en que había


doscientos caballos escogidos. De arcabuceros de a caballo se apercibieron las
compañías de Francisco de Almansa, que hacía oficio de comisario general;
Felipe de Soria, monsieur de Vanderstrat, Claudio y René de Chalón, sobri-
nos del conde de Mansfelt, y la del señor de Betancourt. Había el tercio de
españoles de don Alonso de Mendoza, regimientos viejos de valones, los de
monsieur de la Mota, conde de Fresí y príncipe de Simay; y de alemanes, el
del conde de Soltz y los de los condes de Arembergue y Berlaymont, aunque
harto menoscabados por haber venido de Francia a rehacerse en lugar de los
de Curcio y Pernesteyn (que, como se ha dicho, llegaron de refresco a aquel
ejército para el sitio de Noyón). A toda esta gente distribuía las órdenes Gas-
par Zapena, como teniente que era de maese de campo general.
Apenas se había comenzado a juntar este ejército en papel, cuando se supo
cómo, deseoso el conde Mauricio de sitiar la villa de más cerca, había abierto
trincheras al fuerte de Estenloo, puesto en una angostura que hacen los di-
ques, por donde forzosamente se había de pasar para llegar a la villa; y que,
aguardando la batería, no se habían atrevido a esperar el asalto doscientos,
entre borgoñones y valones, que [213] estaban en su defensa. Entristecióse
mucho el conde de Mansfelt deste suceso y resultó dél el partirse para Am-
beres y tras el de Fuentes y Esteban de Ibarra, a tomar la mayor suma posible
de dineros de los hombres de negocios para apresurar las levas que se iban
haciendo. Ganado este fuerte, empleando Mauricio tres mil gastadores, casi
dos meses en plantar fuertes, hacer cortaduras y levantar trincheras, todo para
dificultar el socorro, se puso en breves días de manera que pudo ponerse a la
expugnación sin otro cuidado; hizo fabricar dos puentes en el canal, una de
barcas y otra en la parte más angosta, sobre entenas196 de naves, para darse la
mano unos cuarteles con otros y poder acudir sin impedimento a cualquier
parte que el socorro cargase; y para total seguridad empantanó todo el país
y de fuerte a fuerte hizo abrir trincheras con palizadas197 y traveses tan bien
entendidos, que no parecían ni aun eran menos fuertes que las propias mura-
llas de la villa, las cuales se comenzaron a batir con más de docientas piezas,
contadas las de una flota de gruesos bajeles que desde el Merué batían sin
cesar a las defensas, mientras se apercebían por los diques principales dos
baterías de cada quince cañones. De la una se encargó el conde de Holach y
de la otra, el de Solm. Había dentro de la villa cosa de setecientos borgoñones
de guarnición y trecientos valones y gobernaba en su ausencia el señor de

196
 O antena. «Vara o palo encorvado y muy largo al cual está asegurada la vela latina en las
embarcaciones de esta clase» (DRAE); «verga o pértiga de madera pendiente de una gar-
rucha o mutón que cruza en ángulos rectos al mástil de una nave y en quien prende la vela»
(Dicc. Aut.)
197
 «Defensa hecha de estacas y terraplenada para impedir la salida de los ríos o dirigir su
corriente» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 411

Guaterdich (por entonces en España), monsieur de Messieres, capitán más


antiguo y caballero de valor y experiencia; el cual, hasta que le mataron de un
cañonazo, no dejó de hacer todo lo que estaba obligado, tanto en dificultar el
arrimarse al enemigo con muerte de muchos herejes, como en fortificarse y
dar por momentos aviso al conde de Mansfelt del peligro en que se hallaba y
de la dificultad con que podía ser socorrido. Sucedióle al Messieres monsieur
de Gesán, capitán borgoñón el más antiguo y persona de muchas partes,
como lo mostró hasta la fin del sitio.
La diligencia que el conde de Fuentes hizo desde Amberes para apresurar
las levas que bajaban de Alemaña y Lorena bastó a tener junto a Tournaut,
donde se hacía la masa del ejército, al principio de mayo al pie de ocho mil
infantes y dos mil y quinientos caballos; a mediado el cual llegó a Tournaut
el de Mansfelt con su [214] corte, y Mos de la Mota, general de la artillería,
acompañado, entre otros, de don Antonio de Toledo, hoy marqués de Mira-
bel, hermano del marqués de las Navas, y de don Juan de Baracamonte, her-
mano del conde de Peñaranda; don Diego Pimentel, don Alonso de Idiáquez,
Agustín de Herrera, castellano de Gante; don Alonso de Luna, gobernador de
Liera; el maese de campo Manuel de Vega, don Carlos Coloma y don Alonso
de Lerma, cuyas compañías de caballos estaban en Francia198; todos los cuales
servían con picas entre la infantería cuando se ofrecía ocasión y –cuando
no- acompañaban la persona del general. El cual, partiendo de Tournaut a los
27 del mes, llegó en tres alojamientos casi a tiro de cañón de las trincheras
y fuertes del enemigo y alojó el campo alrededor del villaje de Steelouen; y
aquella misma noche se comenzó a discurrir en el modo de meter el socorro,
en que hubo varios pareceres, todos llenos de dificultades199; y al fin prevale-
ció el acometer la punta del dique, guardada de un trincherón200 y franqueada
de dos fuertes por entrambas partes; lo uno y lo otro cubierto y rodeado de
muy buenos fosos con agua, a más de lo empantanado, que por espacio de
un cuarto de legua era forzoso ir el agua a la cinta201. Ganóse a este fin el día
de los 2 de junio otro trincherón, a cien pasos del trincherón principal, que

198
 Era Coloma soldado particular hasta su regreso a Francia a hacerse cargo de su Tercio. Se
trataba de soldados (auténtica categoría militar diferente) «que por diversas razones se les
consideraba por encima de sus compañeros, aunque no necesariamente tuvieran un grado
superior» (Guill 63).
199
 Amelot indica que «la diversité des humeurs & des interest de ceux qui composent une
assemblée ouvre la porte à toutes les passions, parmi lesquelles il est impossible de discerner
la verité d’avec le mensonge, qui a toujours la prevention pur avocet» (22 [libro III]).
200
 trincherón. «La trinchera grande o fuerte» (Dicc. Aut.).
201
 Bernardino de Mendoza describe varios sucesos similares. Por ejemplo, en el libro XI, cap.
15 se lee: «Y a don Diego de Gauna cerrasse por otro dique con el capitán Isla, lo cual
avía de ser el agua a la cinta y lodo a la pantorrilla, estando en la aldea trecientos soldados
fortificados y cortados los diques».
412 Las Guerras de los Estados Bajos

desampararon al fin los enemigos y a la noche le volvieron a ganar; pareció


volverle a embestir el día siguiente tras una gallarda escaramuza, en que hubo
heridos, muertos y presos de ambas partes, y –entre otros- quedó pasado de
un arcabuzazo Francisco de la Fuente, alférez de don Ambrosio Landriano,
aunque curó de la herida y hoy es gobernador de Tortona y comisario general
de la caballería en Lombardía. Acometióse el trincherón o reduto y, aunque lo
desampararon con tiempo los enemigos, quedaron muertos cosa de cincuen-
ta, que corrieron menos, y presos treinta. La brevedad y poca resistencia con
que los enemigos desampararon aquel puesto (aunque al parecer le habían
fortificado toda la noche) dio sospecha de algún engaño a los capitanes don
Juan de Salazar, don Francisco Juan de Torres y don Francisco de Palafox, que
iban de vanguardia con las picas; y, haciendo detener de la otra parte a los
arcabuceros que volvían de seguir el alcance, mientras dos cabos de escuadra
[215] reconocían el puesto voló una mina que los enemigos habían dejado
hecha, con tanta furia, que apenas dejó rastro de haber habido allí reduto
ni fortificación alguna; de los cabos de escuadra quedó abrasado el uno y el
otro enterrado, aunque sin peligro. Fue suerte entrar de golpe toda la gente,
que sin duda pereciera la mayor parte o toda. En esta escaramuza tuvieron
las cabezas del ejército tiempo y comodidad de reconocer la imposibilidad
de penetrar por aquel puesto, y con cierta relación de un villano se enviaron
a reconocer otros dos la noche siguiente; el cual refería que por lo empanta-
nado se podría entrar en los diques maestres y salvar los fuertes principales
sin peligro notable. Partieron a prima noche, por la parte izquiera don Diego
Pimentel y por la derecha don Alonso de Idiáquez, con cien hombres esco-
gidos cada uno, entre los cuales iban todos los aventureros y gente noble, y
al amanecer se hallaron los unos y los otros empantanados y tan cerca de los
fuertes y estacadas del enemigo, que fue milagro retirarse, especialmente la
gente que llevó don Alonso, que caminó siempre el agua a los pechos, salvo
las cortaduras y zanjas, que en número de catorce fue menester pasarlas a
nado a ida y vuelta.
Vista, pues, la imposibilidad de meter el socorro por aquella parte, se resolvió
el conde de intentallo por el dique que va a Langestrat, que era lo que guardaba
el conde Holach; y a este fin, tomando un largo rodeo de casi tres leguas, alojó
el campo junto al villaje de Vasbech y el día antes, saliendo el enemigo de Breda
con ochocientos caballos, dio de golpe en la retaguardia del cuartel y llegó a la
plaza de armas casi hasta la artillería. Estaba de guardia la compañía de lanzas
de don Diego Pimentel, con su teniente Hernando de San Miguel, el cual y su
compañía menearon tan bien las manos, guiados por el proprio don Diego,
que en aquella ocasión, en oyendo el arma, quiso ponerse delante della, que
con muerte y prisión de algunos enemigos entretuvieron la escaramuza hasta
que acudió toda la caballería católica, que, cargando al enemigo, le siguió hasta
Breda, dejando treinta prisioneros y algunos muertos. Al levantarse el campo
Las Guerras de los Estados Bajos 413

hubo una escaramuza entre la infantería y en ella quedó muerto de un mosque-


tazo el capitán Diego de Ledesma, del [216] tercio de don Alonso de Mendoza,
cuya compañía de arcabuceros se dio a su alférez, Cristóbal de Palacios. Alojado
el campo en Vasbech, se hallaron las mismas dificultades, y mayores, por ser
las aguas más altas y los diques más estrechos; con todo eso, viendo el conde lo
bien que se defendían los sitiados, no se quiso apartar dellos por no acelerarles la
pérdida y por entretener a lo menos el enemigo allí, dificultándole todo lo posi-
ble la empresa y dando tiempo al tiempo; con todo eso, deseoso de intentar un
fuerte real, fabricado en la punta del dique, y comenzándole ya a faltar muni-
ciones, determinó de enviar por ellas a Amberes, por alguna artillería más y por
algún dinero para socorrer la gente. Llevó esta escolta a su cargo el marqués de
Barambón, con la compañía de hombres de armas del conde de Barlaymont, al
de caballos ligeros de Luis del Villar y las de arcabuceros de a caballo de Vandes-
trate y de Felipe de Soria; iban también don Alonso de Idiáquez con los capita-
nes aventureros que tenían sus compañías en Francia con intento de volverse a
ellas, aunque no lo hicieron entonces por volver a ver en lo que paraba el sitio
y socorro de Santa Gertruden. Tuvo el enemigo nueva deste convoy y, saliendo
de Breda con cuatrocientos caballos los dos hermanos Baques y el capitán Clut,
se emboscaron a tiro de mosquete del camino que había de hacer la escolta. No
llegaba la gente de armas a doscientos caballos, pero, hechas dellas tres tropas y
dos de toda la gente suelta y aventurera, hacía toda junta tanta muestra, que no
se atrevió el enemigo a acometella, resolviéndose en hacello dentro del villaje de
Tornaut, en estando la caballería apeada.
Apenas se habían quitado los frenos a los caballos y los soldados aflojádose
las armas para recrearse algún tanto del excesivo calor, cuando, entrando el
enemigo por la calle larga que va a Breda, se comenzó a tocar un arma tan viva,
que apenas los que estaban en la plaza tuvieron lugar de retirarse a la baja corte
del castillo. Es Tornaut una aldea de más de tres mil vecinos y a esta causa estaba
la gente tan derramada, que, vista ocupada la plaza por los herejes y cortado el
paso del castillo, sólo pudieron tomar por remedio encerrarse en las casas y des-
de las ventanas descargar sus armas de fuego sobre los enemigos que cruzaban
las calles, con muerte de algunos. [217] Doce arcabuceros de Felipe de Soria,
que se subieron a las casas del Ayuntamiento, cerrando tras sí las puertas, hicie-
ron salir de la plaza a cien corazas que hacían escuadrón en ella contra el castillo,
desde donde, viendo los capitanes y el marqués de Barambón que el enemigo
comenzaba a dejar la plaza, salieron a embestir a los herejes, tomando la van-
guardia don Alonso de Idiáquez con sus camaradas del ejército de Francia, y tras
él Luis del Villar con treinta lanzas de su compañía. De tal manera cargaron al
enemigo (con quien, haciendo rostro en la calle que va a Herentales, cerró pri-
mero don Alonso y después Luis del Villar), que, obligándoles a volver del todo
las espaldas, degollaron sesenta y prendieron treinta y cuatro; cargáronles buen
rato los nuestros con mucho valor y luego, como vitoriosos, siguieron el cami-
414 Las Guerras de los Estados Bajos

no de Herentales en muy buena orden, sin pérdida de consideración. Llegó la


escolta de Amberes y en doce días que se detuvo en apercebir las municiones
y juntar el dinero, viéndose los sitiados de Santa Gertruden sin esperanza de
socorro, con el foso sangrado, un rebellín perdido, que le ganó el enemigo con
pérdida de más de cuatrocientos holandeses, y sujetos a pelear pica a pica en la
propia muralla, se resolvieron en rendirse con honestas condiciones (después de
haber hecho todo cuanto podían desear para salvar su reputación), obligados a
ello por hallarse sin municiones y perdiendo de los postreros arcabuzazos a su
gobernador monsieur de Gesán. Salieron finalmente a los 25 de junio a juntarse
con el campo católico, adonde llegó el proprio día el convoy de Amberes con
otros mil quinientos valones, reclutas de los regimientos viejos y las compañías
nuevas de Everbergue, Egeao, Recourt y Betancourt (que hasta entonces no
habían acabado de ponerse a caballo), cuatro cañones y cantidad de dinero.
Marchó el día siguiente el conde y en dos alojamientos llegó a ponerse
sobre el fuerte de Crevecourt, el cual, estando el enemigo apoderado de la isla
de Bomel202, por ella y por el río le socorrió la noche siguiente sin peligro; tal,
que el día de los 28 sacó el enemigo sus escuadrones del dicho fuerte, en can-
tidad de tres mil hombres, y con su artillería –del fuerte y del otro lado de la
Mosa- comenzó a inquietar nuestro campo y a incitarle a la escaramuza, que
[218] se trabó bien caliente, con muerte y heridas de ambas partes. Murieron
en ella el capitán Francisco de Castro, del tercio de don Alonso, y otros dos
capitanes valones del regimiento de monsieur de Fresí. Visto por el conde lo
poco que podía aprovechar en aquel sitio, adonde venía ya cargando el ene-
migo con todas sus fuerzas, levantó el campo, deseoso de llevarle a Brabante
y sacarle del refugio de los ríos; y, avituallando a Bolduque (sin poderle meter
guarnición, aunque lo procuró), pasó a alojarse a los contornos de Grave,
adonde, después de guarnecida aquella plaza, sabido que Mauricio encerraba
su campo en guarniciones, envió él alguna parte del suyo a Frisa. Es a saber,
el regimiento de don Felipe de Robles, parte del del conde de Soltz, cuatro
de loreneses y otras cuatro de alemanes de las que habían salido de diversas
guarniciones; y, dejando las demás en la campiña a cargo del marqués de Ba-
rambón, pasó a Bruselas a tratar de las cosas del gobierno y volver a mirar por
las de Francia, movido del aviso que tuvo en España de la eleción que el rey
había hecho para el gobierno de los Países Bajos del archiduque Ernesto, que
en aquella sazón se hallaba gobernando los estados del archiduque Carlos, su
tío, y defendiéndolos del turco valerosamente.
Llegado el conde a Bruselas y sabido cómo el conde de Solms, gobernador
de Hulst por los Estados, con tres mil hombres que se enviaron a este efeto de
las islas, había ganado algunos fuertes y redutos de importancia, con los cua-

202
 Es la isla de «Bommel». Para el llamado «Milagro de Bommel», ver http://www.geocities.
com/Pentagon/8745/infanteria/empel.htm.
Las Guerras de los Estados Bajos 415

les se le defendía la entrada en el país de Vas y se tenían a raya las corredurías


de los rebeldes, envió al coronel Mondragón con la mitad del tercio de don
Alonso, el cual con la resta quedó en Herentales, y con doscientos españoles
del castillo de Amberes, el regimiento de valones de monsieur de Fresín y
seis banderas de alemanes del conde de Soltz para cobrar los dichos fuertes
y tratar de levantar otros en partes competentes para evitar las salidas que
trataban de hacer en el país los enemigos, deseosos de cobrar contribuciónes
con que entretener aquella guarnición. Llegado a Esteque el coronel, se le
juntaron más de trecientos aventureros de las compañías de Francia y docien-
tas corazas del barón de Ruticutí, a cargo de su teniente coronel, el capitán
Gauchier; y, mientras aguardaba la artillería para batir los fuertes, que hacían
[219] muestra de defenderse, don Alonso de Idiáquez, que gobernaba los
dichos aventureros (toda gente de cabo y calidad), se resolvió (sin consultallo
con nadie) de acometer a un fuerte cercano de San Juan Estién, que todavía
estaba por nosotros, cuya guarnición, de cinco banderas, viendo la resolución
con que cerraban los nuestros, y en particular las corazas, que, metiendo pie
a tierra, siguieron a don Alonso pensando que era la vanguardia de todo el
ejército, que, pegando fuego a sus casas pajizas, las desampararon y el fuerte, y
por el dique adelante comenzaron a retirarse a la villa [sic]. Metió don Alonso
gente en el fuerte que procurase apagar el incendio y, siguiendo al enemigo,
se alcanzaron hasta ochenta, que quedaron hechos pedazos. Murió en esta
refriega el alférez Juan Osorio Gavilanes, que acababa de dejar la bandera de
don Alonso de Mendoza, tres corazas y dos soldados del castillo de Ambe-
res. Sintió mucho Mondragón esta arremetida por el peligro a que puso don
Alonso su persona y las de más de cien caballeros y capitanes que le seguían,
y entre ellos don Antonio de Toledo y don Juan de Bracamonte, sobrinos del
conde de Fuentes, el maese de campo don Sancho de Leiva, don Diego de
Acuña, Juan de Guzmán, don Álvaro Osorio, don Carlos Coloma, don Alon-
so de Lerma y otros muchos; y, reprendiéndolos a todos juntos, les dijo lo
mal que parecían semejantes salidas y cuán dignos eran de castigo los que las
aconsejaban, aunque fuesen ocasión de grandes vitorias, dejando de hacerlo
(a lo que se puede creer) no tanto por poner los ojos en la causa y en el fin
de aquella acción (que sin duda eran loables), cuanto por comprender tantas
personas de gran cuenta, siendo mejor tal vez disimular algunas desórdenes,
que, empezándolas a castigar, no proseguirlo, como aquí parece que fuera
fuerza y prudencia grande perdonar cuando no se puede castigar o cuando no
conviene, que todo es uno. Rindiéronse al otro día en asomando los cañones
los demás fuertes y redutos perdidos, que todos se guarnecieron y comenza-
ron a fortificar, viniendo para ello poco después don Alonso de Mendoza con
todo su tercio, tres regimientos de naciones y quinientos caballos. Los cuales,
trabajando en ello todo aquel invierno, fortificaron la frente del país de ma-
nera que el enemigo no pudo [220] salir con su intención. Encomendáronse
416 Las Guerras de los Estados Bajos

estas fortificaciones al comisario general La Vicha, por emplealle y hacerle


futuro gobernador de Hulst cuando se ganase y por quitalle de Francia, de
adonde tenía ahuyentados a casi todos los capitanes de caballos, si bien, antes
de venir, acabó de amotinarse toda la caballería ligera. Y pasó así.
Era ya mediado octubre y las treguas con Francia se guardaban religiosa-
mente, cuando, llegadas las pagas al ejército del conde Carlos, que se hallaba
entre San Quintín y la Fera, ofendida la caballería italiana y valona y el tercio
de Capizuca de que, dándoles a ellos solas dos pagas, se diesen cuatro a los ter-
cios españoles y a los leales de la caballería, comenzaron a dar muestra de tu-
multo la noche de los 19 del dicho, con tan poco respeto y menos freno, que
acabó de confirmar las sospechas que se tenían del poco cuidado y vigilancia
de los oficiales. Fue avisado el conde a prima noche de que, puesta a caballo
toda la caballería italiana y valona, iba la vuelta del cuartel de Camilo Capi-
zuca, cuya infantería la esperaba ya con el bagaje cargado, habiendo echado
de sí las banderas y oficiales y gente particular; y, hallándose con el dinero
para dar las pagas y con solos trecientos infantes españoles de guardia y la
compañía de corazas de Daniel, determinó de estarse quedo y aguardar el día,
con resolución de defender su cuartel hasta perder la vida; que tal vez pasó la
palabra de que los alterados venían resueltos en robar el dinero. Lo proprio les
sucedió a los tres tercios de españoles que se hallaban juntos en un burgaje,
los cuales, poniéndose en arma, se estuvieron quedos, no con poco temor
de los maestros de campo de que con aquella ocasión no se desmandasen
algunos soldados a participar de la libertad y del provecho, en que tiene tanta
fuerza el ejemplo. Podían ser las once de la noche cuando desde el cuartel de
los españoles se oían las cajas y trompetas amotinadas, que iban marchando
la vuelta del país de Henao. Avisóse dello al conde, a quien enviaron a decir
los maeses de campo que toda aquella infantería estaba en devoción y que, si
le parecía ponerse en campaña, sería posible divertir el intento de los amoti-
nados, quitándoles siquiera el refugio del País Bajo, adonde se encaminaban.
Holgóse el conde de saber [221] que la alteración no era general y resolvió
el juntarse con las cabezas del ejército al hacer del día, para consultar lo que
podría hacerse. Caminaron entretanto los alterados y, cuando el día siguiente
se resolvió el conde en seguirlos, supo que habían tentado al amanecer las
puertas de la villa de Avenas y que, hallándolas bien guardadas, pocas horas
después se habían metido con poca resistencia en Pont, lugar cercado, harto
rico y grande sobre el río Sambra, en igual distancia entre Landresí y Ma-
beugue. Entraron al principio nuevecientos infantes y cuatrocientos caballos
italianos y algunos valones; mas en menos de diez días se contaban dentro
al pie de dos mil infantes y mil caballos, todos los cuales se sustentaban de
gruesas contribuciones que sacaban de todo el país de Henao y del que consta
entre los dos ríos Sambra y Mosa, que pertenece al obispado de Lieja. Vinie-
ron voluntariamente muchos soldados aventajados y entretenidos italianos,
Las Guerras de los Estados Bajos 417

hasta de Frisa y de los presidios, con gruesos remates, que dificultaron más el
remedio de tan gran dolencia. En todo tuvieron culpa los deste motín, pero
principalmente en recebir esta suerte de gente, haciéndola participante de sus
provechos, no habiéndolo sido de sus trabajos ni a lo que ellos decían de sus
agravios, y juntarse con la nación valona, gente del país, no acostumbrada
entonces a pedir remate de cuentas ni el rey a dársele, que fue de perniciosísi-
mo ejemplo para adelante. Llegó el conde Carlos en seguimiento desta gente
hasta Landresí, pero, advertido de que durante la tregua se había apoderado
el enemigo de la villa de Roy (si bien se dio luego orden por el príncipe de
Béarne se restituyese a la Liga, aunque a la postre no se hizo), volvió a entrar
en Picardía y se alojó no lejos de San Quintín en el burgaje de Farvaque.
Llegaron aquí cartas de su padre (y del conde de Fuentes) en que le mandaba
ejecutase lo que algunos meses antes tenía tratado con el duque de Aumale,
gobernador de Picardía. Deseaba el duque, príncipe irreconciliable con el de
Béarne, interesar a los gobernadores de su provincia en el servicio del rey; y
así, a instancia suya presentaron todos pleito homenaje en manos y poder del
conde Carlos de Mansfelt a los 4 de noviembre, obligándose a tener las villas
y ciudades de que eran gobernadores a devoción del rey católico y como vasa-
llos de Su Majestad, [222] en cuyo nombre se prometió entretenimiento para
las guarniciones y todo el favor y ayuda necesaria. El primero que le juró fue
el gobernador de Lan; tras él el de Perona y consecutivamente los de Noyón,
Han y la Fera; y, pareciendo conveniente meter en esta última guarnición
española, se encargó el gobierno della y de las demás gente de guerra, junto
con la buena correspondencia con el senescal de Montalimar, gobernador de
la plaza, a don Álvaro Osorio.
Las nuevas tan franqueadas de la corrupción y poca disciplina de la mi-
licia española e italiana, que por momentos llegaban a los oídos del rey, y el
deseo de asistir extraordinariamente a su sobrino el archiduque Ernesto, le
obligaron a hacer nuevas provisiones de gente y dineros, pareciendo justo
y necesario para poder conseguir los buenos efetos que se esperaban de su
gobierno entregarle la gente en obediencia y no amotinada, como en San Pol
y en Pont se hallaba tanta parte della, para cuyos pagamentos se comenzaron
a hacer gallardas provisiones de dinero. Y, habiéndose ya acabado las cosas de
Aragón, mandó Su Majestad que pasase a Flandes don Agustín Mesía con
su tercio de infantería española, en que podía haber dos mil y quinientos
hombres, residuo de toda la gente que se apercibió el año antes para entrar en
Francia con don Alonso de Vargas y de las más lucidas que pasaron a aquellos
estados desde que se comenzó la guerra. Partió don Agustín de Barcelona
a mediado setiembre y, desembarcando en Vaya, tomando el camino de la
Valdosta, se le juntaron seis compañías de caballos, dos de lanzas italianas de
los condes Lita y Francisco Beljoyoso, cuatro de albaneses de los capitanes
Francisco Correa, Lázaro Manes, Nicoló Rens y Andrea Alambrese, y la de
418 Las Guerras de los Estados Bajos

arcabuceros a caballo de Tarquinio Capizuca. Tomó el camino don Agustín


a principio de setiembre y en él supo cómo se quedaban levantando tres mil
esguízaros en los cantones católicos, que, por parecerle a Esteban de Ibarra
gente de más servicio que alemanes, de tres regimientos que habían de levan-
tarse de tudescos, vinieron los esguízaros en lugar de los dos y de Alemania
bajó solamente el del coronel Eslegre. Pero engañóse, porque ni los esguízaros
llegaron hasta que todo lo de Francia se acabó de [223] perder, ni, llegados,
fueron del provecho que se pensaba, rehusando, como rehusaron ante todas
cosas, el entrar en Francia contra rey declarado, cosa que, añadida a las demás
incomodidades y gastos que trae consigo esta milicia embarazosa203, obligó
a despedirlos con poco más de un año de servicio, cuando y como veremos.
Raras veces volver a usar lo que se reprobó en tiempos pasados deja de tener
los inconvenientes que movieron a reprobarlo entonces, y éstos no se echan
de ver entre las razones que hace apetecerlo de nuevo, en las que las más veces
se advierten las conveniencias y no los daños. Siguió a don Agustín el mar-
qués de Trevico con un tercio de napolitanos algo menoscabado por algunos
encuentros que tuvo en Saboya, donde militó cerca de un año, tal, que apenas
llegaba toda su infantería a mil y doscientos hombres. Venía con él una com-
pañía de lanzas que levantó en el reino a su costa Coló María Characolo, la de
albaneses de Demetrio Capuzumadi y la de arcabuceros a caballo del conde
Decio Manfredi. Llegó toda esta gente al país de Luzembourg al principio
del año siguiente, a donde se dividió desta manera: la mitad del tercio de don
Agustín, es a saber, su persona y catorce compañías, se alojaron en Aumale,
en Picardía; las otras diez compañías restantes, a cargo del capitán y sargento
mayor don Pedro Ponce, se enviaron de guarnición a la ciudad de Beabois, en
el país llamado Isla de Francia, pueblo tan aficionado al bando de la Liga, que,
viendo que se iban encaminando mal las cosas por medio de la tregua, pidió
voluntariamente aquel presidio, al cual, aunque alojado en los burgos, trató
con mucho amor y buena correspondencia. El tercio del marqués de Trevico
se puso en Berbí y en otras villetas del país de Champaña, a quien desde luego
se adjudicó la gente napolitana que estaba en París para agregarla al suyo.
Llegó por este tiempo orden de España que se cercenase el número de las
compañías y que de cinco tercios que había de infantería española se hiciesen
tres, es a saber: el nuevo que acababa de llegar a Francia, de don Agustín Me-
sía; el de don Luis de Velasco, a quien se había de agregar el de don Alonso de
Idiáquez, proveído ya el cargo de general de la caballería del estado de Milán

203
 La palabra gastos aparece en más de 15 ocasiones en la historia de Coloma, generalmente
relacionada con párrafos en que se lamenta del alto coste del mantenimiento de la política
imperial y el alto coste del ejército flamenco y del ejército en general. Podría consultarse
a este respecto el detallado y curioso Budget d’un corps d’armée de 19000 hommes et d’une
batterie de 20 canons, au service de la M. Catholique, editado por Morel-Fatio (Apéndice III
del Diario de Camillo Borghese). También puede verse el documentado Barado y Font.
Las Guerras de los Estados Bajos 419

(por muerte del [224] marqués del Vasto, como se hizo) y el de don Antonio
de Zúñiga, en quien se había de incorporar el de don Alonso de Mendoza. Esto
postrero no tuvo efeto, pareciendo al conde de Fuentes que convenía tener dos
tercios de españoles que oponer a las fuerzas de los rebeldes y otros dos para
enviar a Francia; y, aunque hizo viva instancia don Antonio, no fue posible
alcanzallo; añadido a la opinión del conde el favor que hacía a don Alonso,
hombre de valor y consejo, gran ganador de las voluntades de sus superiores. El
cual hacia la fin del año (después de fortificado el país de Vas, que quedó, como
se ha dicho, a cargo del capitán La Vicha, y tras él el villaje de Ardenbourg para
seguridad del Saso y de la Inclusa), pasó al campo de Francia, resolviendo los
condes que este tercio y el de don Agustín, que venía ya marchando, militasen
en Francia y los de don Antonio y don Luis en los Países Bajos, deseando meter
en ambas partes gente nueva y poco plática de lo que convenía que no lo fuesen.
Fue grande la reformación que se hizo de las compañías de los tercios: en el de
don Antonio quedaron solas siete, la del maese de campo, las de arcabuceros
de Juan de Sornaza y Hernando de Isla y las de picas de Antonio Pinto de Fon-
seca, don Luis Bravo de Acuña, Juan Bravo de Lagunas y Hernando Zapata,
y entre los demás tercios a proporción. Compañías de caballos se reformaron
todas las lanzas nuevas del país, que se levantaron para el socorro de la Santa
Gertrudenberg, y otras cuatro de las viejas y algunas de italianos, y de españoles
la de don Alonso de Lerma. Con esto, comoquiera que la gran mudanza de las
cosas de Francia no sucedió hasta principio del año siguiente, nos desembaraza-
remos ahora déste, dándole fin con los sucesos de Frisa, prosiguiéndolos hasta
la total pérdida de la mejor de aquella provincia, aunque sea entrándonos algo
en los del año siguiente, por no dejar imperfeta la narración de aquellas cosas.
Y inclíname a esto también el deseo de acabar con materia tan lastimosa, vien-
do perder lo que tanto importaba y tanto daño ha hecho por lo que parecía o
excusable o menos forzoso.
Había el conde de Mansfelt (deseando socorrer a Verdugo y aquella parte
de su gobierno que quedaba en ser) enviádole los italianos del tercio de don
Gastón, los valones agregados al tercio [225] de Estanley y algunas compañías
de monsieur de la Mota y un comisario con algún dinero. Juntaba el conde
Guillermo gente con intento de acercarse a Groninguen para alterar aquella
plaza, como se coligió del pesar que recibió sabiendo que estaba dentro el
coronel Verdugo, haciendo demostración dello al recibir la nueva poco cauta-
mente delante de una espía. Recelando esto Verdugo, no dejó salir ningún
soldado del burgo. El conde Guillermo se embarcó con su gente y fue a dar
en el Dolart, en dos esclusas que están en la señoría de Vede, llamadas de
Denigwolde y Belíngwolde. Llegó en aquella sazón el conde Federico con la
gente que vino de Brabante y el enemigo -en medio de las dos esclusas- en
una hora se fortificó de manera, que era imposible acometerle, por ser la tierra
pantanosa y los diques muy estrechos; dio cuenta a Verdugo de su llegada y lo
420 Las Guerras de los Estados Bajos

que había hallado, a que le respondió que alojase la gente en Huveneschotem


y procurase estorbar la fortificación, lo que fue imposible, por la calidad del
sitio. Al conde Federico mandó el de Mansfelt ir a levantar cierta caballería
que se le había ordenado, y, proveído también el conde Herman en el gobier-
no de Güeldres, quedó aquella gente a cargo del caballero Cárcamo, que go-
bernaba el tercio de don Gastón, cuya desconformidad con los capitanes de
su nación y los de Estanley fue de harto daño, y en sazón que no podía Ver-
dugo sacar esta gente de la villa, por los ruines intentos que conocía en sus
vecinos, de quien cada día temía una descubierta conspiración. Persuadían su
quedada en ella los católicos, medrosos de lo mismo, teniendo harta parte en
ello el magistrado, cuya remisión en castigar era tal, que más parecían cóm-
plices que jueces; excusábanse quejándose de que los socorros que enviaban
no eran bastantes para guerra ofensiva y que la defensiva no los ayudaba más
que acabarlos de consumir, como si la fidelidad hubiese de medirse con la
comodidad solamente. Tomó por expediente Verdugo (viendo cuán preciosa
es cualquiera parte de tiempo que se gana en semejantes males) aconsejarles
que recurriesen a la corte de Bruselas, como fuente de donde había de proce-
der su remedio, ofreciendo hacer nuevos oficios en su favor; de que resultó
enviar al burgomaestre204 y al síndico205. Formaba el de Mansfelt ejército en-
tonces para socorrer a Santa Gertrudenberg y, como [226] se perdió, tomó
resolución de enviar una buena parte dél a Verdugo, a cargo del conde Fede-
rico. Pero el tiempo estaba ya muy adelante para Frisa, tarde para verano y
temprano para invierno, y menos para aprovecharse de los hielos dél, por ser
pasado ya agosto. Constaba este socorro de la gente que salió de Estenuick, el
regimiento de don Felipe de Robles, parte del de monsieur de Fresín y otras
compañías sueltas de guarniciones, cuyos soldados, sabiendo que se encami-
naban a Frisa, se huyeron, principalmente los valones, de suerte que apenas
quedó la mitad dellos. La caballería era la compañía del conde, seis cornetas
de corazas de Lorena y la de Botberghe; de los loreneses se volvieron muchos.
Cambió esta gente hasta pasar el Rin a cargo del conde Herman y de allí
adelante al de su hermano Federico; trujo cuatro piezas de artillería bien pro-
veída, aunque falta de dinero para el pagamento della. El enemigo, con noti-
cia deste socorro, se resolvió también en enviarle su gente (que lo podía hacer
con mayor comodidad) y levantar un fuerte para impedir nuestro socorro a
Groninguen, en la Bretangue [sic], paso que dura dos leguas, hecho antigua-

204
 Del alemán Bürgermeister, «alcalde», es el «primer magistrado municipal de algunas ciuda-
des de Alemania, los Países Bajos, Suiza, etc.» (DRAE).
205
 Cargo político-administrativo (magistratura) de la gobernación ciudadana; en general es la
persona elegida por una comunidad para representar sus intereses. «El corregidor de alguna
villa o ciudad de los países de la Alta o la Baja Alemania. Hállase esta voz muy frecuente-
mente en las Historias de Flandes, aunque propriamente no es castellana» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 421

mente por los villanos de turba y fagina, como lo significa su nombre206. La


mitad es jurisdición de Veden y la otra de Munster, y, aunque con trabajo y
costa, le entretienen ambos países para su comercio. Había en medio dél un
sitio más ancho y arenisco, donde se hizo el enemigo un fuerte y una corta-
dura en el camino, con que sin mucha dificultad no se le podía echar dél, a
causa de no poderse llegar al fuerte sino por el dique. No pudo Cárcamo lle-
gar a tiempo para impedirlo, ni tenía medios para ello, ni Verdugo, por estar
ocupado en Groninguen. Algo antes desto había escrito Verdugo al conde
Federico que acometiese el castillo de Saesfelt y la villeta de Oetmersum, que
los enemigos ocupaban, por no dejar cosa atrás que pudiese estorbar, como lo
hacían aquellas dos plazas, ambas a una legua no más de Oldenzeel y paso
forzoso de la gente católica para Brabante. Saesfelt se rindió luego y Oetmer-
sum aguardó batería (por haber dentro dos compañías de buena gente). He-
cha, pues, se rindieron con las condiciones de Estenuick, quedando los oficia-
les presos para rescate de algunos capitanes de monsieur de la Mota que se
perdieron en el socorro de Santa Gertrudenberguen. Encaminóse luego el
conde por [227] el paso de Scherenbech, junto a Coevorde, no pudiendo por
la Bretangue (ocupada, como se ha dicho, por el enemigo). Dejó la artillería
que traía de Brabante en Oldenzeel y encaminóse la vuelta de Groninguen a
juntarse con Verdugo, que se hallaba allí con razonable número de gente, y
con toda junta, por no perder tiempo, se resolvió en sitiar las plazas que apre-
taban a Groninguen; encaminóse él a Zuartezil, enviando al capitán Andrés
de Pedrosa, teniente coronel suyo, con cuatro compañías de su regimiento y
algunas de italianos y dos piezas de campaña a sitiar al fuerte Sloter. Al cual,
reconociendo el foso para plantar la batería, le dieron un mosquetazo en la
cabeza, de que estuvo a la muerte, quedando aquello a cargo del capitán Cor-
nelio Gasparino. Suartezil se puso en defensa y así fue menester batirla; y,
viendo que por ser de tierra se hacía poco efeto, hizo reconocer el foso. Ade-
lantóse luego el alférez Peña con una fagina y una capa207 y, poniéndola al
borde dél, comenzó a cubrirse; siguiéronle muchos haciendo lo mismo, y,
visto por los de dentro, dieron muestras de rendirse a tiempo que el conde,
con la gente de las trincheras, comenzó a darles un asalto, arremetiendo por
el puente y bajando el que era levadizo. La subida era áspera y por la dureza
de la tierra se había hecho poca escarpa en la muralla, defendiéndola los de
dentro con valor, aunque eran pocos, hasta que, viendo muerto su goberna-
dor, que era quien más esforzaba su resistencia, habiéndose peleado mano a

206
 No hemos tenido éxito a la hora de comprobar dicha etimología, aunque sospechamos que
es correcta, habida cuenta del acierto de Coloma al establecer etimologías o traducciones
en otras ocasiones.
207
 «Especie de revestimiento que se hace con tierra y tepes sobre el talud del parapeto en las
obras de campaña, para disimularlas y dar consistencia a las tierras de que están formadas»
(DRAE).
422 Las Guerras de los Estados Bajos

mano buen rato, se entró en la plaza, sin dejar hombre a vida, dignos de de-
fender más justa causa los que tan bien supieron perderla. Concluído esto,
volvió Verdugo con diligencia contra Sloter, que difirió el rendirse hasta su
llegada. Y para asegurarse de Groninguen, de donde menudeaban avisos cada
día afirmando que los mal intencionados trataban de tomar repentinamente
las armas contra él y los católicos de la villa, había sacado de Vinschoten al
caballero Cárcamo y alojádole a los contornos para tenerle a mano. Salió en
aquella sazón en campaña con artillería el conde Guillermo, que estaba en el
fuerte nuevo que se hacía en la Bretangue, y sitió y batió el castillo de Veden,
que se le rindió sin esperar batería; tomó también el villaje de Vinschotem,
fortificando la iglesia, para donde se encaminó [228] Verdugo con la artillería
que había sacado de Groninguen, juzgando que el apartarse de aquella villa
no tenia riesgo, teniendo él buenas fuerzas en campaña. El conde Guillermo
de Nasao, dejando buena guarnición en aquellas plazas, se volvió a Frisa a
juntarse con el socorro que le traía el conde Felipe, su hermano; y Verdugo
prosiguió su camino hacia Veden, habiéndose rendido la gente que estaba en
la iglesia de Vinschoten. Llegó a ponerse sobre Veden, donde el enemigo ha-
bía metido dos tenientes con cantidad de soldados escogidos de todas las
compañías y bien proveídos de bastimentos y municiones de guerra y resuel-
tos a defenderse. Al proponerles Verdugo que se rindiesen, respondieron que
la defenderían hasta morir, y así lo cumplieron. En tanto que llegaba la arti-
llería se entendió en abrir con brevedad las trincheras, no sin recebir algún
daño, especialmente los italianos, que, con mayor diligencia que las demás
naciones habían desembocado al foso con las suyas. Llegada la artillería y
comenzada a batir la plaza, persistían los de dentro en no rendirse, tirando su
mosquetería sin cesar día ni noche. La batería se continuó y, habiéndose qui-
tado dos torreones que hacían través a la cortina, los de dentro comenzaron a
mostrar alguna flaqueza, con lo cual nuestra gente, y particularmente la ita-
liana, que estaba más cerca y deseosa de vengar la pérdida de sus compañeros,
se arrojaron sin orden al foso y comenzaron el asalto (cosa que las más veces
sucede mal, como pudiera en esta ocasión, si los de dentro se defendieran
mejor). La plaza se entró, degollando cuantos se toparon, y Verdugo discreta-
mente, acordándose de la imprudencia que es tomar leyes de los sucesos, re-
prendió aquella desorden; que, aunque loable por el que tuvo, era de mala
consecuencia y ruin disciplina, daño que no le recompensa del riesgo que
suelen tener semejantes resoluciones, debiendo los soldados creer que lo que
deja de mandar quien los gobierna, aunque parezca conveniente, no lo es.
Estaba el tiempo ya tan adelante y comenzaban las aguas a cargar, de suerte
que fue fuerza tratar la gente de aquel puesto, pues, si le dilatara, fuera impo-
sible retirar el bagaje. Hallábase Verdugo encerrado, sin más salidas que el
paso de la Bretangue o el de Coevorden. Deseó al principio acometer el fuer-
te [229] de la Bretangue, pero dejólo por la dificultad de abrir trincheras en
Las Guerras de los Estados Bajos 423

aquel sitio pantanoso, con el invierno en casa. Imaginó también en hacer dos
fuertes, uno a la entrada y otro a la salida de aquel paso; mas, siendo forzoso
asistir a ello con todo el ejército, lo era también el sujetarse a las mismas des-
comodidades que si sitiara el fuerte; y así, habiéndole de ser forzoso abrir
paso, escogió el intentarlo por Coevorden, pues, no le teniendo nuestra gente,
consumíase a Groninguen en vez de proveerla; y, hallándose el enemigo con
ejército tan fuerte como el nuestro, podía embarazar el sacar fruto y sustancia
del país, que era con lo que entonces se mantenía aquella soldadesca, añadién-
dose a esto la facilidad con que podían reforzarla desde Holanda y la poca
esperanza que había deso de nuestra parte, no teniendo por donde recebirla.
Resuelto, pues, en esto Verdugo, quiso antes (hallándose dos leguas de los
cuarteles del enemigo) ver si podía venir con él a las manos, deseoso más de
probar la fortuna que fundado en buena razón de guerra, pues se había de
pasar por pantanos y turbales peligrosos en sazón de tantas aguas y pegado a
un fuerte del enemigo, que, a tener artillería (como no la tenía), fuera impo-
sible sin gran daño. Resuelto, pues, en esto, marchó con dos piezas de campa-
ña y algunos carros de vituallas y, haciendo un gran rodeo, fue en busca del
enemigo, que estaba una legua de Groninguen, el cual fue avisado del camino
que hacía y de la intención que llevaba, no habiéndolo él comunicado (me-
droso y experimentado de tales daños) sino con sólo el síndico y burgomaes-
tre, de quien fiaba. Pasados estos pantanos y turbales, donde la artillería y
carros se empantanaron y sacaron con dificultad y trabajo grande, siendo en
parte que desde el fuerte alcanzaban con la mosquetería, aunque con poco
daño, fue necesario dejar reposar la gente, que venía fatigada. Los condes
Guillermo y Felipe, sabiendo que se marchaba la vuelta dellos, comenzaron a
fortificarse bien en sus cuarteles, que aún no lo habían hecho. El día siguien-
te, al amanecer, se marchó la vuelta dellos, impidiendo los muchos fosos con
que está cortada la campaña el poder marchar en buena orden. Llegados más
cerca, se hicieron los escuadrones de infantería y caballería y, trabando una
escaramuza, plantó Verdugo sus dos piecezuelas en una eminencia y fue en
persona a [230] reconocer su sitio y ver si se podían acometer sus trincheras,
haciendo reforzar la escaramuza con infantería y caballería, pensando sacarles
dellas cebándoles y pelear fuera con mucha seguridad; pero, aunque escara-
muzaban, era siempre al abrigo de sus fortificaciones, en donde tenían cubier-
ta su gente, sin que con las piezas de Verdugo se pudiesen hacer más daño que
matar algunos de los que cruzaban de una parte a otra. Desearon algunos que
se hubiera traído artillería más gruesa, pareciéndoles que con ella y con la
eminencia del puesto se hubiera deshecho al enemigo, cuyas trincheras, como
hechas deprisa, pudieron hacer poca resistencia, mas fuera imposible respecto
a la dificultad del camino y peligrosos atolladeros. Reconocidos, pues, por
Verdugo los fosos que atravesaban la campaña y que era imposible marchar en
escuadrón y asaltar al enemigo como quisiera, se resolvió a retirarse al aloja-
424 Las Guerras de los Estados Bajos

miento de la noche, antes habiendo hecho mucho daño al enemigo, sin rece-
birle. Al conde Federico mataron su caballo y dieron un arcabuzazo en un
brazal208, que no hizo más que abollársele y herirle levemente. Otro día por la
mañana se encaminó el campo a Groninguen por el pantano junto al fuerte
del enemigo, que por haber llovido aquella noche fue imposible volver por
donde vino. Llevó Verdugo la mayor cantidad de vituallas que pudo y prosi-
guió hacia Coevorden con diligencia, temiendo con la dilación mayores difi-
cultades; y, deseando ocupar el casar de Dalem y una casa de un caballero más
cercana al fuerte antes que les pusiese fuego el enemigo, envió a ello buen
golpe de gente, la cual, como llegó de improviso, después de haber hecho a lo
que iba, vio a la mayor parte de la guarnición del fuerte, que convoyaban
cantidad de carros de bastimentos, todos los cuales quedaron en poder de los
católicos, retirándose los enemigos sin pelear, medrosos del fuerte, que habían
dejado casi solo. Perdióse aquí muy buena ocasión en no cortar esta gente o
acometerla y pelear con ella; que con eso y la poca que había quedado en el
fuerte, se pudiera acometer a escala vista209, que había en el foso parte por
donde se podía hacer y algunas por donde no eran menester escalas para su-
bir, pero en las órdenes no se pueden prevenir todos los accidentes, ni los
ejecutores se atreven a alterarlas como conviniera, o por la incertidumbre del
suceso o por no [231] ser todas veces tan soldados que lo sepan hacer. Alojó-
se la gente en Dalem y envióse parte a la casa de aquel caballero. En esta sa-
zón, entrando riguroso y con muchas aguas el invierno, comenzó la gente a
padecer y a desmandarse, volviéndose sin licencia la mayor parte de los regi-
mientos de monsieur de Fresín y don Felipe de Robles. Procuró Verdugo dar
prisa a hacer el paso y algunos fuertes en los caminos, con que se acabó de
poner en perfición bastante para poder pasar artillería y lo demás necesario; y,
viendo no ser posible comunicarse con Groninguen sin tener aquel paso guar-
dado con gente y que el enemigo, saliendo fuera o entrando dentro, podía
romperle y hacerle inútil todo lo trabajado, quitando el paso de la otra parte,
faltando también dónde alojar la gente aquel invierno, se resolvió (siendo
fuerza tenerla en campaña) a emprender a Coevorden por asedio, pareciéndo-
le que a un mismo tiempo hacía dos efetos importantes: estrechar de vitualla-
suerte y aguardar el paso. Los valones que habían quedado se acabaron de ir
con licencia o sin ella; a los alemanes altos alojó en las cuatro villetas; y con la
demás gente se acuarteló junto al fuerte, engañado también del drosarte210 de
Coevorden, que afirmaba no tener de comer los dél más que hasta algunos

208
 Es pieza de la armadura que cubre el brazo.
209
 «Haciendo la escalada de día y a vista de los enemigos» (DRAE).
210
 Drosarte (drossart o drosart) es magistrado con cargo político-administrativo de una ciudad,
y suele aparecer en los textos asociado al de síndico y burgomaestre. Hay multiples referen-
cias a dicho puesto en los Comentarios de Francisco Verdugo.
Las Guerras de los Estados Bajos 425

días de enero. Estos avisos enviaba Verdugo a los condes de Mansfelt y Fuen-
tes, y después al archiduque Ernesto, refiriendo las fuerzas con que el enemigo
saldría a la primavera en campaña, añadiendo a las que tenía nuevas levas de
infantería y caballería, con asistencia del Palatino, para cuya oposición conve-
nía prevenir a tiempo las nuestras. Envióle el archiduque el regimiento del
príncipe de Simay, que fue de poca ayuda a causa del poco respeto que tenían
los soldados a un sargento mayor que le gobernaba. Costó trabajo al conde
Herman hacerles pasar el Rin, que lo rehusaban por cierta paga que se les
había ofrecido, para cuyo cumplimiento fue fuerza valerse de la mayor parte
del dinero que se tenía para todos, sin que por esto dejasen de robar el país y
de irse muchos dellos al enemigo. Pocos días después se mandó al duque
Francisco de Saja levantar un regimiento; hízolo, la mitad en su tierra dél y la
otra en el país de Linguen, su teniente coronel Teselingh; el cual, teniendo la
gente junta al plazo que le ofreció, tardándose en tomarle la [232] muestra,
quiso valerse para entretenerla del país de Munster, donde, estando con poco
recato, fue acometido y preso del enemigo. La gente, con su falta, se deshizo
y volvió, y –tornando con la otra parte del regimiento- los amedrentaron de
manera que se volvieron todos. De la que se pudo recoger se formaron tres
compañías, que fue en lo que vino a parar esta leva por no haberla tomado
muestra a tiempo.
Envió en esta sazón el archiduque a Verdugo, por las instancias que hacía
para ser socorrido, al comisario general Juan de Contreras Gamarra, con algunas
compañías de caballos, que por no traer dineros fue fuerza alojarlas en algunas
villetas de aquella provincia, donde, por ser la gente pobrísima, fue mucho lo
que padeció, ayudando a ello la desorden de algunos soldados, irremediable en
gente no pagada. Hacíalas también el tercio de don Gastón por la misma causa,
parando en total desobediencia, con que estaba siempre fuera de sus cuarteles.
Avisó quien le gobernaba a Verdugo de la resolución que los soldados tenían de
volverse, pidiéndole que, en consideración de su honra y de la de su nación, les
diese licencia para excusar la infamia de hacerlo sin ella; y, habiéndolo rehusado
al principio, hubo de hacerlo, pareciéndole que corrían el riesgo de alterarse si
se iban sin oficiales, y que, llevándolos, podía el archiduque, con darles algún
dinero, tenerlos en obediencia. Fuéronse también con este tercio la compañía
de Cornelio Gasparino y las que había de valones del de Estanley a tiempo que
el enemigo iba juntando su gente para salir en campaña. Resolvió por esto el
archiduque de enviar otro socorro a Frisa a cargo del conde Herman de hasta
mil y seiscientos hombres, docientos españoles con los capitanes Juan de Sor-
noza y Juan Álvarez de Sotomayor, y los demás alemanes, irlandeses y valones;
con los cuales, juntando Verdugo lo demás que pudo sacar de las guarniciones,
apenas se hallaba con tres mil y quinientos infantes y con caballería harto infe-
rior al enemigo, el cual, teniendo junto su ejército, caminó la vuelta de la gente
católica y se acuarteló en Omme, villeta abierta donde luego se fortificó y metió
426 Las Guerras de los Estados Bajos

dentro de la fortificación toda su gente. Habíanse mejorado los pasos con algu-
nos días que habían precedido de sequedad, de suerte que los más inaccesibles
estaban ya harto llanos; y, siendo fuerza Verdugo unir [233] sus fuerzas, que
desta suerte eran algunas y divididas nada, hubo de dejarlos libres; y junta ya su
gente, deseando venir con él a las manos, envió al conde Herman a tocarle, y
con llegar muy cerca de sus trincheras jamás quisieron desabrigarse dellas. Era
la intención de Verdugo sacarlos a la campaña y que el conde se viniese poco a
poco retirando y escaramuzando con poca gente de retaguardia y que, pegando
fuego a una casa en señal de que marchaba el enemigo, pudiese salir él con
todo lo demás; pero esta diligencia, hecha dos veces, no aprovechó. La tercera
sirvió de algo, porque, yendo el comisario general Contreras a reconocer si se
movía, topó con una compañía y la deshizo. Los villanos prisioneros y espías
conformaron en tener el enemigo la gente que se ha dicho y, por estar tan cerca
de Verdugo, no le venían ya vituallas, que las villetas o villajes de la comarca –o
por no tenerlas o por la conformidad de religión y amistad con el enemigo- no
acudían con ellas; y, aunque las hubiera, no se podían traer, porque –si la escolta
era poca- corrían peligro y –si mucha- poder el enemigo en su ausencia acome-
ter al campo católico con el riesgo que se deja considerar. Para consultar esta
dificultad y la resolución que debía escogerse juntó Verdugo a consejo las cabe-
zas del ejército y les propuso el estado en que se hallaba, con la poca comodidad
de vituallas y forraje, siendo lo más que había podido juntar apenas suficiente
para dos días, habiendo librado lo que vino de Groninguen a la infantería, para
que no desamparase con la necesidad los cuarteles. Y fue fuerza meter también
alguna provisión en Oldenceel, Oetmarsun y Eensquede, puesto que la más
bien proveída lo quedaba sólo por ocho días. «Éste es el estado de las fuerzas
enemigas y nuestras –decía- y en el caso presente no se podrá escoger resolución
que carezca de inconvenientes, que en esperar o no al enemigo los hay harto
graves; la primera hiciera yo de mejor gana, como más segura para la fama,
puesto que quien gobierna no la conserva mejor perdiéndose mal a propósito;
pero entre los ignorantes, que son los más, siempre tuvo este camino mayor se-
guridad y aceptación. El enemigo es cierto que con sólo caminar hacia nosotros
con sus trincheras, considerada la desproporción de la gente, sin aventurarse
asegura nuestro [234] peligro, puesto que acometerle en sus fortificaciones con
inferiores fuerzas cualquier mediana experiencia lo disuade, siendo menester
tantas menos para defenderse los acometidos; mas, si -no obstante esto- pare-
ciere acertado, no quedará por mí». Los más aconsejaron la retirada y la conser-
vación de aquella gente, de que pendía la de cuanto allí se poseía. Los condes de
Bergas fueron de parecer que se guardase el paso; respondióseles mostrando ser
de ningún fruto, siendo fuerza juntarse todos, con que se le dejaba al enemigo
libre para socorrer a Coeverden, ni menos guardarle le estorbaba que no fuese
a Groninguen cuando le diese gusto, teniéndole por otra parte más seguro y
acomodado. Y, poniéndose donde decían, no sólo podía hacer esto el enemigo,
Las Guerras de los Estados Bajos 427

pero cortar por entrambas partes las vituallas, cuya falta serviría de achaque a
los soldados para desamparar sus banderas y al cabo había de ser fuerza retirarse
a vista del enemigo, tan superior de gente, fación del peligro y dificultad que
ningún simple soldado puede ignorar en un ejército. Comenzaban muchos a
murmurar de Verdugo, diciendo que obstinadamente trazaba su pérdida, pláti-
ca en soldados mal pagados perniciosísima; y otros, quizá menos valientes, que
–en viendo resuelta la retirada- braveaban, no habían encarecido menos los da-
ños de no hacerla, artificio con que muchos en la guerra mejoran injustamente
su opinión. Tomada, pues, esta resolución, se envió a Groninguen la gente de
aquella guarnición y alguna más, quedándose Verdugo con la que, arrimado a
alguna plaza, bastase para defenderse. Hubo quien rehusó meterse dentro por
falta que había de dinero, y quiso hacerlo Verdugo, dejando lo demás a cargo
de otro, sin reparar, por la conservación de aquella plaza, en la obligación que
le corría de quedar con la gente, de quien tampoco había quien se quisiese
encargar; tales eran las fuerzas con que se defendía aquella provincia, que aun
mandarlas se rehusaba. Hubo de quedarse, al fin, Verdugo con ellas, como cosa
más conveniente que embarcase en Groninguen, excusándose también la gente
venida de Brabante, fuera de los españoles, de no encerrarse en ninguna plaza:
los irlandeses por no tener cuartel con el enemigo y los alemanes por otros
respetos. Reprimía Verdugo lo mejor que podía estas desórdenes y desobedien-
cias y fue causa la asistencia de su persona de [235] diferir las que adelante se
siguieron. Marchó, pues, con la gente, quemando primero sus fortificaciones,
haciendo alto en Denichum, donde estuvo más de mes y medio sin dinero, de
que se siguió desmandarse y ausentarse parte de la soldadesca. Trató de enviar
más gente a Groninguen y, queriendo emplear alguna persona de quien se fiaba,
la halló tan fría, que no lo hizo; prudentemente sin duda, pues para las faciones
aventuradas siempre se ha de echar mano de los que se ofrecen a ellas. Hízolo
así el conde Federico y no vino en ello Verdugo, pareciéndole que le fuera impo-
sible por su gordura marchar a pie, como era fuerza, tanto tiempo; y, enviando
un oficial de su regimiento, entró en la villa y escribió lo que había hallado a
Verdugo, y los de Groninguen que sin dinero no les enviase gente, y con él era
imposible, por no tenerle, ni medios para prestársele ninguno de aquel país.
Erró el enemigo en no seguir a Verdugo y, estando ya en su alojamiento,
incitado de los mal intencionados de Groninguen, que le ofrecían segura la
empresa, marchó la vuelta de aquella plaza. Visto lo cual, y lo poco que apro-
vechaba pedir socorro por cartas, determinó Verdugo enviar persona expresa a
representar la necesidad en que se hallaba. Encargólo al capitán Juan Álvarez de
Sotomayor, que, aunque sintió apartarse de su compañía en tal ocasión, hubo
de hacerlo; pero por culpa de las guías dio en una emboscada del enemigo y
quedó en prisión, con lo cual fue fuerza poner los ojos en quien de nuevo hicie-
se el viaje. Ofrecióse el comisario general Juan de Contreras y para su seguridad
llevó la mayor parte de la caballería; en el camino encontró y deshizo algunas
428 Las Guerras de los Estados Bajos

tropas del enemigo y llegó a Bruselas, donde su diligencia o no fue mucha o


se logró mal, pues ni él ni los diputados de Groninguen, que pedían socorro,
pudieron acaudalarle a tiempo. Y no sólo no volvió Contreras, pero tampoco la
caballería que le había acompañado, tal era la deshecha fatal con que se enca-
minaba la ruina de aquellos pueblos. Dudábase aun en esta sazón si el enemigo
sitiaría a Groninguen o acometería a Verdugo, el cual para cualquiera de las dos
cosas había escogido aquel puesto de Denichum, fuerte no lejos de las villas que
podía emprender, que no sería tan aceleradamente que no hubiese lugar de arri-
marse [236] a ellas con la gente que tenía. Prosiguió al fin el conde Mauricio su
camino hacia Groninguen, y, por que no le saliesen tan vanas como otras veces
las promesas de los que le llamaban, fue bien prevenido de lo necesario, con que
se facilitan las esperanzas más dificultosas. Llegado, pues, atrincheró su campo
de manera, que la entrada y salida comenzo presto a ser difícil y algunos solda-
dos, entrando y saliendo, se perdieron; con quien, para atemorizar los demás,
usó de rigor, y, aunque tan prevenido de artillería y municiones, su principal
intento fue tomarla por la zapa211, y con ella caminó derecho a un rebellín aún
no acabado de hacer, y por eso tenía imperfeto el foso, menos ancho y hondo
de lo que había de quedar. Batió la puerta que salía a este rebellín, no menos
para quitar a los nuestros la entrada y salida en él que por atemorizar a los bur-
gueses con el temor de verse derribar sus casas. También batió una torre que
hacía esquina a una parte de la villa junto a un río que baja del país de Drent y
fue siguiendo sus trincheras y el batir las defensas con gran furia. Solicitaba en
este tiempo Verdugo que socorriese esta villa, no sin esperanza de alcanzarlo,
después que supo lo que había encomendado el archiduque al conde de Fuen-
tes, de cuya diligencia y valor confiaba mucho; pero estorbaron esto los motines
que estaban todavía en pie, y el de Siquem, recién ejecutado, peste que quitó
la vida a los progresos más importantes de aquellas guerras, alcanzando su mal
ejemplo hasta a los soldados en devoción, cuyas desórdenes fueron creciendo
de suerte en el campo de Verdugo, que mucha cantidad dellos (y en particular
los alemanes del conde de Soltz) tomaron las armas con intención de tornarse a
Brabante. Y lo hubieran hecho, si Verdugo con su autoridad y el conde Federico
de Bergas con la espada, metiéndose en medio dellos y atemorizándolos con
la mano y con la voz, no hubieran atajado este daño a su principio. Con todo
esto, como su voluntad era mala, deflemaban [sic]212 con insolencias y robos.
Castigó Verdugo severamente los que se hicieron a las iglesias, como cosa que
en los ejércitos que la defienden será siempre no menos vergonzoso que poco
seguro el disimulallo. Los demás que se hicieron en el país fueron de no menor

211
 Zapa. «Instrumento de gastadores en la guerra para levantar tierra, y es una especie de pala
herrada, de la mitad abajo con un corte acerado. El mango remata en una muesca hueca
grande en que se mete la mano para hazer fuerza» (Dicc. Aut.).
212
 Ignoro el significado de este vocablo, a parte de su significado peyorativo claro.
Las Guerras de los Estados Bajos 429

daño para el estado de las cosas que para los que perdían sus haciendas, pues los
mismos soldados [237] que cubrían su codicia con capa de necesidad, en vién-
dose con algún dinero se volvían en tropas a Brabante, añadiendo por disculpa
que los desterraban de Frisa los malos tratamientos de Verdugo, siendo esto
tan contrario a la verdad, que muchas veces los socorrió de su proprio dinero
y del que podía hallar entre sus amigos. Llegó por este tiempo alguna cantidad
dél, aunque tan poco, que apenas sirvió de más que de aumentar la necesidad
y dar de nuevo ocasión a que se huyesen los soldados, que se valieron della para
conseguir el deseo que univesalmente tenían de ausentarse de aquella milicia
tan mal asistida. Prosegía entretanto su sitio el enemigo y, llegando con las trin-
cheras al foso del rebellín y cegándole, se alojó por la zapa y minas dentro dél.
Hacían los católicos en este tiempo algunas salidas, en que mataban muchos
enemigos y ganaban algunas banderas.
Los mal intencionados de la villa, que eran los más, tomaron las armas
para echar a los buenos y leales della y entregarla al enemigo, como se lo
habían ofrecido; pero sucedióles mal, porque no sólo resistieron los católicos,
pero –cayendo en la cuenta y abriendo los ojos la necesidad y el peligro- die-
ron entrada a los soldados del rey, que todavía estaban en el burgo, aunque no
sin peligro y dificultad. Pedía toda buena razón no fiarse más de los desleales
y limpiar dellos la villa, con que sin duda se defenderían algún tiempo más;
pero, como eran todos parientes de una misma patria, viéndose por otra parte
superiores en fuerzas y que no era posible hacerse aquella separación sin de-
rramamiento de sangre, dejaron de ejecutar lo que tanto les importaba. Mau-
ricio, como sintió la revuelta de la villa, temiendo alguna estratagema, mandó
que no saliese nadie de las trincheras, que, si acometiese, se lleva sin duda el
rebellín. Íbasele dificultando mucho al enemigo la empresa, pero, animado
con un aviso que le enviaron sus fautores de que, no obstante lo sucedido,
perseverase en ella, que sería la villa suya muy en breve con tal que estorbase el
paso a quinientos mosqueteros que enviaba Verdugo de socorro; hízolo, con
que de todo punto cortó el camino a diligencias humanas. Añadióse a estos
trabajos la poca fe del que tenía en la villa a su cargo las municiones de guerra,
jactándose que había pólvora para tirar dos años y animando a los soldados
a que la tirasen sin tasa, tal, que a este tiempo [238] se comenzó a sentir la
falta della, que se reducía toda a menos de treinta quintales. Avisó dello el
teniente coronel a Verdugo con un soldado de los que entraban y salían, con
cuya prisión vino a saber el enemigo esta falta, cosa que le acabó de inclinar
el ánimo a perseverar, y en orden a ello hizo dar prisa a la mina del rebellín,
que, sentida por los nuestros, la cortaron con un foso. Voló con todo esto, con
muerte de algunos soldados católicos, y, arremetiendo tras esto, aunque con
poca resolución, el enemigo, fue rechazado por los que guardaban la cortadu-
ra; con todo, con la falta de pólvora y continuo trabajo se iba disminuyendo
mucho nuestra gente de número y de ánimo, ayudando a ellos las mujeres de
430 Las Guerras de los Estados Bajos

los mal afectos y haciendo con sus lisonjas y viles persuasiones más daño en
los ánimos ya descaecidos de aquellos burgueses que si fueran tres doblados
hombres. Y porque aun en cualquiera parte de los Estados Bajos tienen gran
mano las mujeres hasta en las cosas más graves, es sin duda que en Gronin-
guen la tienen y la han tenido siempre mayor.
Los de la villa, resueltos de tratar con el enemigo, enviaron diputados, en-
tre los cuales fueron algunos eclesiásticos (córrese la pluma de escribirlo, pero
pídelo la verdad), deseando unos y otros ganar las gracias con él, facilitando
la rendición, como al fin lo hicieron, con tan ruines capitulaciones, que fue
una dellas obligar con juramento a toda la soldadesca católica a que no sir-
viese al rey en Frisa por espacio de tres meses, la cual con sus armas y bagaje
por el camino de Oldenzeel pasó el Rin. Mauricio se estuvo quedo algunos
días en su campo, proveyendo lo que era necesario en la guerra; y Verdugo
en el primer alojamiento que tomó, añadiéndosele a sus trabajos el partirse
sin orden la vuelta de Brabante el regimiento del conde de Soltz, sin embargo
de haber sido aquella gente más bien pagada y entretenida que las demás,
dejándole casi solo cuando más desembarazado estaba el enemigo para aco-
metelle. Siguieron el ejemplo de los alemanes las demás naciones y la resta de
la caballería que había traído el comisario general Contreras, sin quedar con
Verdugo más que los capitanes y oficiales; el cual, considerando que, si aque-
lla gente iba sin ellos, podría suceder algún daño en el camino o que –llegados
a Brabante- se amotinarían, los dejó ir también. [239] Partida esta soldadesca,
queriendo Verdugo alojar en Oldenzeel a los españoles que habían quedado,
se alteró la mitad dellos y siguieron a los demás, sin podérselo estorbar; a
los que quedaron alojó en la villa, en pago de su perseverancia, usando con
ellos –como era justo- otras muchas demostraciones de gratitud. No ignoraba
nada desto el enemigo y, apercibiéndose para ir en busca de los pocos cató-
licos que habían quedado, como el tiempo estaba tan adelante, cargaban las
aguas, de manera que se resolvió en dejar aquella empresa y tentar a Rinberg,
encaminándose por agua. Había crecido excesivamente el Rin con las lluvias
y así hubo de mudar también de intento, marchando otra vez por tierra con
designio de acometer a la villa de Grol, a cuya vista le llegaron embajadores
del príncipe de Béarne pidiéndole socorro y, resolviéndose en darle, hubo de
enviar la demás gente que le quedaba a sus guarniciones. Verdugo recogió en
las suyas las pocas fuerzas que le quedaron, valiéndose de un poco dinero que
se le envió de Bruselas para tener la gente en su devoción y de su prudencia
para estorbar que la corriente de las vitorias del enemigo no arrebatase las
pocas villas que le quedaban en su provincia.

Fin del libro Sexto


Las Guerras de los Estados Bajos 431

[240] LIBRO SÉTIMO


Año de 1594213
El primer día deste año partió de Bruselas don Diego Pimentel, enviado
del conde de Fuentes, su tío, a dar el parabién al archiduque Ernesto de su
venida al gobierno de los Países Bajos y a venirle acompañando hasta ellos
(como lo hizo), adelantándose desde Lucembourg para volver después con
los condes y la demás nobleza del país hasta Namur, y allí llegó su alteza a
26 de enero, acompañado del elector de Colonia, de mucha nobleza alemana
y una casa real que traía consigo. Habíanse adelantado el barón Molart y
Santilario, franceses, capitanes, el primero de guardia de lanzas y el segundo
de arcabuceros, para levantar dos compañías de caballos de gente del país,
como lo hicieron. Salieron las dos compañías con los condes harto lucidas y
de cien caballos cada una. Salió también la de Grovendonch, alojada en Dis-
te, y la de don Sancho de Luna, en Mastrique, y las de las guardias del conde
de Mansfelt, que todas juntas podían hacer quinientos caballos. Llegó final-
mente el archiduque a Bruselas a 30 del [241] dicho, adonde fue recebido con
mayores demostraciones de alegría universal y con mayor magnificencia que
ninguno de sus antecesores en aquel cargo. Eran grandes las esperanzas que se
tenían de aquel príncipe, benigno y adornado de infinitas virtudes morales,
pero no bastaba esto para remedio de una llaga tan encancerada como la que
padecían aquellos Estados, y en particular los rebeldes. Los cuales, mientras le
esperaban terrible, rodeado de grandes fuerzas y bastecido de dinero, blandea-
ron un poco, haciendo que en Alemaña sus factores diesen algunas muestras
de desear reconciliación y fin a sus propias miserias; pero, comoquiera que el
último remedio para reducir a vasallos rebeldes y pertinaces sea el de la fuerza,
en viéndole de paz y usar en vez del rigor persuasión, brevemente mostraron
que no ponen las armas en la mano a los vasallos las justas quejas ni el deseo
de su remedio, sino la corrupción de las costumbres, las esperanzas de vida
licenciosa y la ambición de fabricar sus intereses, privados de las ruinas de la
república, ayudando también a esto saber cuánto se rija el juicio de los hom-
bres por los sucesos, con lo cual, si los tiene buenos, la infamia de la rebelión

213
 Argumento: Llega el archiduque Ernesto a Bruselas por gobernador de los Países Bajos.
Estado de la Liga en Francia. Pásase Mons. de Vitrí al bando del de Béarne entregándole
a Miaux. Hace lo mismo el almirante Vilars y entrégale a Pontaudemer. Declárase por él
Mons. de Balañí [sic], tirano de Cambray, y cuéntase cómo tiranizó aquel estado. Reciben
en París a Enrique. Deshácese la Junta y salen de París los della con la guarnición. Gana
el conde Carlos a la Capela. Sitia el de Béarne a Lan y gánala. Pretende el conde Carlos
socorrerla y no tiene efeto. Declárase Amiéns por el de Béarne. Páganse los motines de
Pont y San Pol. Sucesos del motín de Siquem. Reconcíliase el duque de Guisa con Enrique,
después de haber muerto al marichal de San Pol, entregándole a Rens. Motín de la Capela
y estado de los Países Bajos.
432 Las Guerras de los Estados Bajos

fácilmente suele llamaerse celo del bien público y la obstinación con que se
continúa valerosa constancia214. Llevados, pues, destas causas o de otras de las
que suelen anteponer los herejes cuando dan falso nombre de justo a todo lo
que les es provechoso, comenzaron a arrepentirse de la humildad, trocándola
en fiereza, el medio en esperanza y el arrepentimiento en obstinación. Ésta
fue la causa del ruin efeto que hizo una carta llena de paternales y saludables
consejos y amonestaciones que su alteza escribió desde Bruselas a los Estados
rebeldes. Cuyas cabezas, deseosas de mejorar el estado de sus cosas por medio
de la guerra, que entonces le estaban actualmente haciendo con prósperos
sucesos en Frisa, echaron por alto todos los sanos consejos y honestas propo-
siciones, respondiendo al archiduque con tan poco respeto y con tan atrevidas
y insolentes palabras215, que mostraron bien en ellas tener sabido los pocos
apercebimientos que había para platicar el segundo remedio de la fuerza, con
lo cual no había por qué esperar honestas condiciones de paz, que sólo se
conceden al que puede ofender. Volviéronse con esto todos los pensamientos
a la guerra y principalmente a la de [242] [242] Francia, que instaba más de lo
que había menester el de Béarne para establecer sus cosas y ganar amistades,
volviéndose en aquel reino a las armas con mayor rigor y enemistad que antes
y sacando el tiempo después demasiado verdadera aquella máxima de que no
es cordura dar a gustar los frutos de la paz a una provincia donde se desea
sustentar la guerra.
Fue el primero príncipe de Béarne a sacar su gente en campaña el tercer
día del año en que vamos, y, después de haber tentado en vano con escalada
a Chateotirí, se puso sobre Fertemilón, castillo –aunque a lo antiguo harto
fuerte- rodeado de buenos fosos de agua y gobernado por monsieur de Pe-
che, caballero de valor, que como tal comenzó a defendelle honradamente
con cuatrocientos franceses y buen aparejo de municiones y artillería. Fue
de los primeros negocios militares que se trataron en el consejo del archidu-
que si convenía o no dar socorro a esta plaza, y pareció generalmente con-
venir en todo caso a la reputación del archiduque, que tanto suele importar
en los principios de cualquier gobierno, siendo las primeras acciones las que
nunca se olvidan y las que con mayor atención se desmenuzan, cuya venida
también había sonado mucho y dado que pensar a todos los vecinos. Aña-
dían, fuera desto, por circunstancia considerable, hacer soltar al de Béarne la
primera presa que intentaba después de su reconciliación para detener algo

214
 Amelot aconseja en muchas ocasiones que los príncipes no cedan a las revueltas de sus súb-
ditos. También indica que «un gouverneur qui soufre que deux du pais soient insultez par
les étrangers, soit qu’il ne puisse ou qu’il ne veuille pas y remédier, doit tenir pour certain
qu’à la première occasion le peuple se révoltera contre lui» (102 [libro III]).
215
 Amelot recuerda que los príncipes pueden tener más condescendencia con las palabras
insolentes que no con los escritos, pues éstos son fruto de la reflexión y aquéllas no (165
[III]).
Las Guerras de los Estados Bajos 433

los ánimos a quien esta acción había movido. Resuelto este socorro, escribió
al conde Carlos que le hiciese en todo caso, sirviéndose para él de la gente
que tenía a su cargo con la prudencia y recato que dél se esperaba. Pensó el
conde Carlos al principio, según las nuevas que se tenían de lo que se venía
acercando el tercio de don Agustín Mesía, poderle llevar consigo; pero, des-
engañado de que todavía se hallaba a la entrada del país de Lucembourg,
perdió las esperanzas de poderse servir dél para aquella ocasión. Entendió
también que saldría la caballería amotinada de Pont a hallarse en tan hon-
rada fación, pero, rehusando ellos pertinazmente, como ya antes lo habían
rehusado los de San Pol, no pudiendo llevar caballería bastante a oponerse
a la del enemigo, se resolvió en ir con solas dos compañías de arcabuceros
a caballo para el servicio ordinario del ejército, que fueron las de Daniel de
[243] Gauré y René de Chalón; toda la demás caballería, que constaba de
diez y siete estandartes, en que podía haber docientos y cincuenta soldados
de a caballo, la mayor parte oficiales (residuo de ambos motines), quedaron
arrimados a Landresí, a cargo de monsieur de Achicourt, hermado del con-
de de Ostrat. Don Carlos Coloma, que hasta allí la había tenido al suyo,
don Francisco de Padilla, Jerónimo Rutinier, capitanes, y la mayor parte
de los oficiales siguieron al ejército, sirviendo como infantes. Vinieron de
Bruselas a hallarse en esta jornada Camilo Carachiolo, príncipe de Avelino,
recién venido de Nápoles a los Estados; don Alonso de Idiáquez, aunque
nombrado ya (como está dicho) por general de la caballería de Milán; don
Antonio de Toledo y don Juan de Bracamonte, sobrinos del conde de Fuen-
tes; Juan de Guzmán, hermano de Tello de Guzmán, conde de Villaverde;
don Diego de Acuña; y finalmente toda la gente moza y deseosa de honra
que entonces se hallaba en la corte del archiduque. Sacó el ejército el conde,
que constaba del tercio de don Alonso de Mendoza, gobernado por Hernán
Tello Puertocarrero, sargento mayor, en que podía haber mil españoles; los
regimientos de alemanes de Curcio y don Juan de Pernestéyn; y los de va-
lones de La Barlota y conde de Bosú, que todos cuatro podían hacer cinco
mil infantes. Pareció este ejército por ventura mejor que otros, por ir suelto
y sin bagaje, ni más embarazo que tres medios cañones y algunas piecezue-
las de campaña. Al pasar por Guisa salieron aquel duque y sus dos tíos, el
de Humena y Aumale, con mil corazas francesas, gente escogida, y alguna
infantería. Faltáronle al conde Carlos también los esguízaros, que, aunque
había días que venían marchando, no pudo aguardarlos más sin conocido
peligro de la plaza. Llegó el campo a Lan en dos alojamientos y en otros
dos a Suasón, todo país amigo; y allí se supo que monsieur de Peche había
hecho una honrada salida y degollado gente en las trincheras y que había
aguardado ya dos asaltos. Túvose también aviso de las fuerzas del enemigo
y certidumbre de que no eran tan superiores en caballería a las nuestras que
no quedasen más inferiores en la bondad de la infantería; y que monsieur
434 Las Guerras de los Estados Bajos

de Gibrí, que servía de marichal del campo (que es lo mismo que maese de
campo general216), no tenía [244] hechas fortificaciones de consideración
para dificultar el socorro. Todo lo cual animó a las cabezas del ejército a
resolverse en aventurar la batalla. Dista Suasón de Fertemilón tres leguas
francesas, y el primer día que marchó el ejército se puso a una legua del ene-
migo, con un tiempo tan crudo de hielos y nieves, que se quedaron helados
aquella noche algunos soldados en las centinelas.
Consultaron el príncipe de Béarne y sus consejeros lo que era bien hacer,
y algunos, entre ellos el marichal de Birón, fueron de parecer que saliesen al
encuentro al ejército español y que no se cumplía con menos, considerando
que era aquélla la primera empresa que el de Béarne hacía después de su
absolución. Otros, que miraban la esencia de las cosas y no a las vanas consi-
deraciones (puesto que no pueden serlo las que miran a la reputación), decían
que era temeridad grande arriesgar el reino, ya poco menos que suyo, por un
castillo que había de seguir la fortuna de todo lo demás, teniendo los pruden-
tes por norte de las acciones no las circunstancias de los medios, sino el fin
de quien reciben su última perfición. Habíale el rigor del tiempo quitado al
francés gran parte de su nobleza, mucha della esparcida por aquellas villas de
su devoción, desconfiados todos de llegar a las manos; y así por esto como por
otras consideraciones superiores, se arrimó (contra su costumbre) a lo más se-
guro, estimándose por no menor discreción saber en la adversidad escoger lo
menos dañoso que en la prosperidad lo más útil y por lo más acendrado desta
regla de prudencia no embarazarse con el desabrimiento de aventurar algo de
la reputación propia a trueque de encaminar el bien universal. Levantó, pues,
el sitio, al parecer con poca reputación, y, caminando con su campo aquel
día tres leguas, pasó el nuestro adelante y, al salir del cuartel, supo cómo el
enemigo había desalojado. Socorrióse la plaza de gente, bastimentos y muni-
ciones de guerra y, fortificada la batería lo mejor que supo, se retiró el campo
a Suasón, con pensamiento de cobrar la villa de Roy, tomada, como se dijo,
durante las treguas y no restituída hasta entonces. Pero sucedieron presto tan-
tas mudanzas en cosas mayores que no se hizo caso de aquélla. Comenzaban
ya a declinar las cosas de la Liga en Francia, vacilando la mayor parte en el
fervor con que la empezaron, sea naturaleza de aquella nación en particular,
poco firme en sus propósitos o defeto universal de todos los mortales, cuya in-
clinación a las novedades muestra cuán poco seguros son los designios en que
han de concurrir y perseverar muchos, bien que disculpan esta mudanza con
la conversión del de Béarne; pero parece pudiera embarazarles la memoria de
tantos beneficios recebidos de un rey que por la conservación de la religión
en aquella provincia perdió parte de las suyas. Mas estos beneficios habían ya
pasado y las esperanzas que se prometían en este partido estaban presentes y

216
 El título, en fr., sería marichal-de-champ.
Las Guerras de los Estados Bajos 435

nuestro ruin natural (tan aborrecedor de las obligaciones cuanto inclinado al


interés) no es mucho que le apetezca cuando puede llamarle fidelidad; si bien,
dado que lo fuese (y por esa parte acción loable), a nadie se lo parecerá haber
empeñado la palabra y la fe para no guardarla, razón que movió a perseverar
con no menor estimación que premio a algunas personas señaladas toda la
vida en servicio del rey, juzgando que dejaron su patria en tiempo que en ella
no le había, a lo menos católico.
Entre los que desampararon la Liga fue el primero monsieur de Vitrí, go-
bernador de Miaux, dando entrada en aquella ciudad al proprio príncipe de
Béarne y a su gente en 14 de hebrero, en cuyo reconocimiento le concedió el
gobierno perpetuo, le tomó a sueldo sus compañías de caballos y le hizo otras
mercedes en premio de la solicitud y de haber entregado, junto con la ciudad,
nueve cañones de batir, con sus aparejos necesarios, que se tenían allí de res-
peto para prosecución de aquella guerra. No tardó mucho en hacer lo mismo
monsieur de Villárs, almirante de Francia, entregando toda la Alta Normandía
y la ciudad de Roán, sin acordarse del peligro a que había puesto el rey todas
sus fuerzas por socorrelle ni el haber embolsado durante las guerras pasados de
doscientos mil ducados. Díjose que estaba de buen ánimo y que perseverara, si
cierta dama con quien tenía estrecha amistad no le persuadiera con el reciente
ejemplo de otros (que esto y más pueden mujeres en los pechos de quien se les
rinde). Confirmósele el oficio de almirante, el gobierno de Normandía y el de
la Havra de Gracia a un hermano suyo, con quien se tuvo más dificultad, como
hombre libre de pasión y de mejor ley. Rehusó al principio de salir de Pontau-
demer el gobernador Simón Antúnez, pero, llegándole orden de los ministros
del rey, que estaban en París, que tuvieron ya aquella plaza por infructuosa y sin
esperanza de poder ser socorrida, salió con su compañía, la de Gregorio López
de Zabala y cosa de trecientos valones, y, dándole el almirante paso por Roán,
llegó al campo hacia la fin de marzo. El tercer desmán, y el que acabó de meter
en cuidado al rey y a sus ministros, fue la declaración que públicamente hizo
monsieur de Baliñí, tirano de Cambray, de tener aquella ciudad principalísima
y a todo aquel principado a devoción del príncipe de Béarne, habiendo tenido
hasta entonces, desde que se estableció el bando de la Liga, doce mil ducados
cada mes del rey, pagados día a día, para el sustento de la guarnición y suyo. Es
ésta la primera vez que se ha ofrecido tratar desta ciudad y deste hombre, y por-
que nos ha de dar cerca de dos años en que entender, será bien enterar al letor de
las cosas que conviene tenga advertidas, para mejor inteligencia de la historia.
Cambray, ciudad imperial, como rendida con las fuerzas de España y Flan-
des, fue unida por la feliz memoria del emperador Carlos V con lo demás de
los Países Bajos y asegurada de una ciudadela con cuatro baluartes reales, que
se hizo para tener a freno los ciudadanos que se mostrasen sediciosos y amigos
de Francia. Y, dejando el gobierno espiritual y temporal al arzobispo, se entre-
gó el poder y el uso de las armas a un gobernador que asistía en el castillo, con
436 Las Guerras de los Estados Bajos

guarnición y pertrechos bastantes para reprimir las secretas inteligencias de


los ciudadanos y las empresas del francés, que de ordinario maquinaba con-
tra ella, como contra la llave de los países de Artois y Henao. Era arzobispo
de Cambray el año de 1580 Luis de Berlaimont217 y gobernador Bauduino
de Gauré, señor de Inchí. Después de haberse encastillado en la ciudadela,
ganando la gracia de la guarnición valona, despojando al señor de Liques,
que tenía aquel gobierno por el rey, el primero, escandalizado de la traición,
se retiró a Mons de Henao, por estar ocupada por el enemigo la ciudad de
Tornay, de donde también era obispo. Y el segundo, poco afeto a las cosas del
rey, acabó de dar oídos a las persuasiones y lisonjas del duque de Alansón, que
con gran liberalidad de palabras le fue [247] ofreciendo excesivos intereses,
deseoso de poner el pie en aquella ciudad tan importante y de introducirse
en el país, de que se figuraban ya posesores él y la reina, su madre. Pasó tan
adelante la negociación, que a pocas tretas quedó entrampado del todo el
incauto Inchí y la ciudad por Alansón, el cual, visitando aquella su conquista
personalmente y metiendo en la ciudad ochocientos hombres de guarnición
a título de defenderse de los malcontentos, se fue dejando el poder en manos
de sus franceses y sólo en el de Inchí el vano nombre de gobernador. Quedó
por cabo desta infantería Claudio de Monluc, señor de Baliñí, hijo bastardo
del obispo de Valencia, en el Delfinado, y persona de pensamientos harto de-
siguales a su fortuna y aun a su persona, acreditado con haber metido un
grueso socorro de franceses cuando el duque de Parma tenía sitiado a Cam-
bray. Éste, pues, comenzó a familiarizarse con el gobernador y él a no hacer
cosa sin el parecer de Baliñí. Estuvieron poco tiempo en paz (que nunca es
larga entre ambiciosos) y a la postre, saliendo Inchí a cierta arma que se tocó
en Chateo Cambresí, adelantándose más de lo que debiera, murió de un arca-
buzazo que le dio un villano. Hízose un solemnísimo entierro, no sin fingidas
demostraciones de tristeza de los que por su muerte pensaban mejorar el esta-
do de sus cosas y en la iglesia de Nuestra Señora, que es la catedral, un túmulo
de pórfido218 capaz de encerrar en sí los huesos de un gran monarca.
Tenía ya Baliñí a su devoción todos los capitanes y soldados, que, por
ser él y ellos gascones, conformes en los designios y costumbres, se aunaron
presto; y, tomando a su cargo el gobierno de Cambray y de todo el Cam-
bresí, de tal manera se fue apoyando y proveyendo de amigos, que, cuando
monsieur de Alansón lo advirtió, se halló con las víboras en el seno y sin el
absoluto dominio de Cambray, que, aunque en público estaba por él, no era
así en lo secreto más que mientras no se tratase de remover a Baliñí. Acabóse

217
 Puesto en que lo había colocado su padre, Charles de Berlaymont, sin siquiera haber con-
cluído sus estudios.
218
 «Roca compacta y dura, formada por una sustancia amorfa, ordinariamente de color oscuro
y con cristales de feldespato y cuarzo» (DRAE). Es de color purpurino.
Las Guerras de los Estados Bajos 437

de establecer este tirano con la muerte del de Alansón y, perdido del todo el
miedo a las fuerzas de Francia, temiendo a las del príncipe de Parma, que
comenzaban a mostrarse formidables, en perdiendo a Chateo Cambresí y
a Buchayn, trató con él de conservarse neutral por medio de ciertos gajes
secretos que se le daban a título de sustentar la [248] guarnición de la ciuda-
dela. Pasó más adelante el comendador Juan Moreo cuando se introdujo la
Liga y, ganando a este hombre (y a su mujer, que le gobernaba) con gruesos
presentes, le hizo uno de los más confidentes della, y más desde que vio la
puntualidad con que se le iban pagando doce mil ducados cada mes, cuando
faltaban para otras muchas cosas de mayor importancia. Sirvió a la Liga con
su persona y con algunos caballos que sacaba de Cambray, aunque con tanto
recato, que hasta las fuerzas de su dominio tenía repartidas en su ausencia, las
de la ciudad en algún confidente y deudo suyo más cercano y las del castillo
en su mujer, varonil por extremo y deseosa de mandar y de acumular dine-
ros, cosa que hicieron marido y mujer por espacio de quince años con tan
poca modestia, que se tenía por cierto valer los despojos de la ciudad y del
país que en el discurso deste tiempo se apropiaron pasados de quinientos mil
ducados. Fortificaron la ciudadela, y aun la ciudad, dejándola, a su parecer,
inexpugnable, deseosos de perpetuarse en ella; y en orden a esto, no le quedó
al tirano por hacer ningunas diligencias de buen macavelista219, procurando
arrimarse siempre al más poderoso, conociendo el peligro a que se ponen los
neutrales de ofender a entrambos partidos. Túvole en alguna duda el haber
dado su fe a la Liga y lo que rehusaba el príncipe de Béarne el reconciliarse
con la Iglesia, que al fin era católico de profesión él, aunque de su mujer se
tuvo diferente opinión, y conveníale, siéndolo de las diez partes las nueve de
la ciudad y en general todo el país. Pero, en sabiendo que Enrique había sido
admitido en San Dionís, asegurándose deste escrúpulo (como si una acción
pudiera ser buena con sólo tener algo de loable), resolvió en sí de pasar a su
bando y sólo le hizo dilatarlo la voz de que con el archiduque Ernesto había
de bajar toda Alemaña y hacerse la guerra de otra manera que hasta allí; pero,
resuelto todo esto en humo, viendo, por otra parte, buen golpe del ejército
amotinado en Pont y en San Pol y que en Bruselas todo era fiestas, entradas
y regocijos, movido, finalmente, de su ambición y las continuas persuasiones
de su mujer, que muchas veces fue y vino a Francia con la negociación, se
declaró al fin por el francés, dejando la neutralidad, tomándole de nuevo por
protector perpetuo y consintiendo que en [249] medio de la plaza se quemase
la figura de una mujer que representaba la Liga. Y viendo a Cambray en nom-
bre del príncipe de Béarne el duque de Retz, marichal de Francia, por agosto
de 1594, para admitir la protección y confirmar y corroborar la elección que
los tres estados de aquella ciudad y país, eclesiásticos, nobles y plebeyos, ha-

219
 «Maquiavelista».
438 Las Guerras de los Estados Bajos

bían hecho en persona de Baliñí y su mujer, no sólo de la ciudad y país, pero


también de los castillos y lugares que tenía usurpados en Artois y Henao,
entregándoles voluntariamente a ellos y a sus legítimos herederos, por no
incurrir (como dice el auto original de la donación) en el vicio de ingratitud
a los innumerables beneficios y buenas obras recibidas de ambos, vergonzosa
cuanto mentirosa lisonja, tan poderoso es el miedo y tanto como esto errará
siempre quien se erigiere por él y no trajere delante de los ojos cuánto menos
importa la vida que el honor; establecido, pues, con tales fundamentos este
tirano, gozó el fruto dellos todo el tiempo que las armas católicas no pudie-
ron desembarazarse de cosas que apretaban más en Francia, donde, viendo el
legado del Papa, el duque de Feria, don Diego de Ibarra y Juan Bautista de
Tassis, concluida la tregua de los tres meses, que comenzaron a correr desde
el día de San Bartolomé del año pasado, conocieron el peligro grande que
corrían las cosas de la Liga y lo poco que podía esperarse ya cosa buena de
París, cuyos ciudadanos era cierto que en llegando a gozar los frutos de la paz
no habían de volver voluntariamente a la guerra y por fuerza era tan difícil
salir con ello como peligroso el intentallo, escribiéronlo a España, a Roma y
a Bruselas, comenzándose a descargar de lo que podía suceder, sin dejar por
eso de atender con todas veras al remedio del estado de las cosas. Negociaron
dineros para la infantería extranjera, que entre españoles, italianos, alemanes
y valones podía llegar a mil y seiscientos hombres; entresacaron de los ciuda-
danos muchos a gusto del gobernador monsieur de Belín y del preboste de los
mercaderes, echándolos fuera de la ciudad, remedio que no hizo el efeto que
se pensaba, haciendo más daño después ausentes con sus cartas que pudieran
presentes con sus personas. Los esclavines220, burgomaestres y otros nombres
y géneros de magistrados y los coroneles y capitanes de la milicia escogieron
entre las personas [250] más afectas al bando de la Liga y a la causa católica
y hasta los curas de las parroquias (entre los cuales el que más se señaló fue
el de Santiago, no menos con sus sermones que con sus armas, cuando era
menester) se procuraron poner de los más celosos y obligados a la facción.
La primera cosa con que se comenzó a perturbar esta mudanza fue con la
de gobernador, removiendo el duque de Humena por levísimas sospechas al
conde de Belín y dando este oficio al de Brisac, pudiendo ir más seguramente
advirtiendo las acciones del de Belín y prevenir sus designios con algunos
medios secretos hasta asegurarse del todo, antes que experimentar nueva fe
en cosa de tan gran confianza y en que era menester persona tal, que supiese
resistir cuanto puede prometer un rey por la cosa que más le importa, como le

220
 La palabra es de sobra conocida en la documentación española de la época. Véase por
ejemplo la «Enquête sur les fonctions de Corneille Plavoet»: «A todos quantos la presente
carta vieren o leer oyeren. Nos, los burgomaestres, esclavines y consejo de la ciudad de
Amberes…» (Bulletin 34).
Las Guerras de los Estados Bajos 439

sucedió con Brisac, que, más atento a la ambición que a la obligación en que
se había puesto y deseoso de obligar al nuevo rey con algún señalado servicio,
comenzó luego a cartearse con él y a darle el negocio por hecho. El de Belín,
viéndose afrentado sin causa y obligado a retirarse al príncipe de Béarne por
no malograr sus esperanzas, quedando odioso a entrambos partidos (error en
la opinión de todos tenido por gravísimo), procuró darle a entender lo mucho
que podía con los de París y que sin su medio era menos que nada cuanto po-
día hacer el conde de Brisac, contra quien escribía a los ministros católicos las
inteligencias que trataba con el enemigo, que, aunque eran verdades, parecían
calumnias. El de Béarne, que no deseaba otra cosa que poner el pie en París,
valiéndose de ambas negociaciones, que, aunque por varios caminos, iban
encaminadas a un mismo fin, y de otras que de muy atrás iba fomentando,
vino finalmente a salir con su intento desta manera.
Establecido el acuerdo entre el príncipe de Béarne y los de París, que fue
de perdonarles todo cuanto hasta en aquel punto habían hecho en odio y
ofensa suya, conceder franca salida, no sólo al cardenal legado, duque de Feria
y los demás ministros del rey, pero a toda la gente de guerra, con sus armas y
bagajes, a los 22 de marzo al hacer del día se presentó a la puerta Nueva con
mil caballos y cosa de tres mil infantes de todas naciones, y con asistencia de
los ciudadanos, que armados y en gran número acudieron a ella, la ganaron,
con [251] muerte de ocho soldados alemanes y valones, que valerosamente se
atrevieron a defendella, y dos o tres de los realistas. Estaba ya puesto en arma
el presidio católico en casa del duque de Feria y, aunque en pequeño número,
con ánimo y valor de defender aquellas paredes hasta perder las vidas y en
particular lo ofrecieron así Esteban de Legorreta y don Alejandro de Limonti,
cabos de la infantería española y napolitana, a don Diego de Ibarra, que se
había encargado de la gente de guerra; pero, sabido por el legado y el duque
y los demás ministros católicos que el enemigo se paseaba ya vitorioso por
París y que generalmente aclamaba el pueblo por rey a Enrique, recogieron la
rienda a los soldados y juntos y en buena orden, tomadas las bocas de las ca-
lles, aguardaban a ver en qué paraba aquel movimiento y en el lenguaje que se
les hablaba, resueltos todos en morir antes que mostrar flaqueza, como quien
de todo punto ignoraba lo tratado con el pueblo de París y el francés acerca
de su total seguridad y cuidadosos de las insolencias que en tales ocasiones
suelen cometer los vencedores. Desengañólos presto el príncipe de Béarne,
enviándoles a decir que podían partirse cuando les diese gusto al País Bajo y
ofrecerles pasaportes, comisarios y las demás seguridades que supiesen desear;
acción no menos decente que ajustada a su condición y a la conveniencia de
no turbar un suceso tan importante, procurando quitar las vidas a aquellos
pocos soldados, que es de creer habían de venderlas caras y pudiera conmover
eso la facción de los ciudadanos sus aficionados a defenderles y añublarse el
más dichoso día que le había amanecido jamás. A esta proposición respondió
440 Las Guerras de los Estados Bajos

el duque de Feria con parecer de los ministros católicos, agradeciéndole el


ofrecimiento y mostrando deseo de complacelle en el gusto que mostraba
tener de que su salida fuese aquella misma tarde; dijo más al que hizo la
embajada, que él y todos los demás ministros y soldados del rey y su señor
habían venido a Francia, y en particular a París, llamados por los proprios
franceses, que entonces le llamaban a él con deseo de defenderse hasta tener
rey católico, y que, alcanzado esto, volvían todos muy contentos por haber
ayudado a conseguir un fin tan deseado por el rey su señor y por toda la cris-
tiandad. En que parece se le mostró la [252] mucha parte que habían tenido
las armas del rey en hacerle abjurar la herejía, que, si no puede afirmarse (pues
los pensamientos sólo son notorios a Dios), es sin duda que, según reglas de
prudencia humana, parece harto probable, sin que esto contradiga a la seguri-
dad con que después fue verdadero hijo de la Iglesia, pues no es incompatible
entrar en el conocimiento de una verdad dudoso y perseverar con la luz della
confirmado.
No dio Enrique muestras en esta ocasión de desear ver al duque ni a los
demás; y así él y ellos se resolvieron en irse sin verle; sólo el legado pidió algu-
nos días de tiempo para encaminarse a Italia, y se le concedieron. Ordenada,
pues, la partida aquel proprio día por la tarde se hizo, formando de toda la
gente tres trozos en figura de vanguardia, batalla y retaguardia, con tan bue-
na orden que, aunque era la gente poca, por ir tan lucida y tan bien puesta,
representaba un número mucho mayor. Salieron de retaguardia de todos el
duque de Feria y a sus lados don Íñigo de Mendoza y don Diego de Ibarra,
ellos y cosa de ochenta entre criados y allegados, con muy buenas armas. Gus-
tó Enrique de verlos pasar desde las ventanas de una casa pegada a la puerta
de San Dionís y, cuando a la postre pasó el duque con los que le llevaban en
medio, saludándoles ellos, lo hizo él también con su natural cortesía. Notaron
los franceses que no le abatieron las banderas al rey y creyeron que había sido
causa dello el ir ofendidos de haberse mandado de su parte a la infantería
que apagasen todos las cuerdas, acción que pareció bien a los menos. Iban
todas las naciones representando en los rostros y en los trajes más gloria de
haber poseído a la ciudad cabeza de Francia que vergüenza de salir della por
fuerzas tan desiguales. Alojaron aquella noche a dos leguas de la ciudad, sin
que sucediese otro desmán en todo aquel día que quedarse algunas acémilas
de la recámara del duque en poder de los gascones, que, por haber ya tras-
puesto la gente y retirádose el rey, se atrevieron a saqueallas. No le pareció al
duque pérdida de consideración; y así, pasando adelante sin hacer caso della,
llegaron en siete jornadas al país de Artois y el duque (pasando don Diego
de Ibarra a Bruselas, adonde llegó a los 7 de abril) se quedó en la Fera, rehu-
sando el acabar de salir de Francia sin orden del rey. La gente se reincorporó
en los tercios y [253] regimientos de donde habían salido, salvo los napolita-
nos, que se agregaron, como se ha dicho, al tercio del marqués de Trebico, y
Las Guerras de los Estados Bajos 441

trescientos hombres de todas naciones, que reforzaron el presidio de la Fera.


Sintióse mucho en Bruselas la pérdida de París por la reputación que con ella
ganaba el enemigo, y, echando de ver aun antes desto el archiduque y los de
su consejo la borrasca que se aparejaba, habiéndolas de haber de allí adelante
con un rey de Francia, que, sobre ser tan gran soldado y tan valido de amigos,
tenía desde Cambray las riendas de todos los Países Bajos, tal, que con poco
trabajo podía mancomunar sus fuerzas con las de los estados rebeldes, se re-
solvieron en enviar a España a don Diego Pimentel, para que, representando
el estado de las cosas, procurase el remedio conveniente y en particular, a más
de las provincias ordinarias, que empezaban a faltar, sietecientos mil ducados
y más que eran menester para pagar los dos motines de San Pol y Pont. Hizo
don Diego su viaje y, como en España se conoció el peligro, se fueron orde-
nando las prevenciones, y para divertir las del francés se levantó un ejército
en Italia a cargo del condestable de Castilla, cuyos sucesos contarán los que
los vieron, que yo me contento con escribir los que vi. Basta que confesemos
ingenuamente que el tener ocupado allí al rey de Francia fue causa de que se
pudiesen hacer en Picardía los buenos efetos que se hicieron. A su tiempo se
irá echando de ver esto con más particularidad.
Retirado el conde Carlos a Suasón, dejando al duque de Humena resuelto
en mirar desde allí lo que resultaba de la entrada del de Béarne en París, volvió
a cobrar su bagaje a Landresí con deseo de pasar lo restante del invierno debajo
de cubierto. Encargóse de toda la caballería don Carlos Coloma, y, después de
haberla alojado algunos días entre Sambra y Mosa, llegó orden del archiduque
para que la italiana y valona pasase a alojar a Verta, en la Campiña, a cargo del
capitán Francisco Coradino, y las de españoles, y con ellas la de albaneses de
Jorge Cresia, llevó el mismo don Carlos a la villa de Liao, en Brabante. La in-
fantería se alojó en Chateo Cambresí y en algunos villajes fortificados de aquel
país, por comenzarse a quitar aquella comodidad a Baliñí, que iba muy aprisa
juntando fuerzas [254] con que defender (en cuanto le fuese posible) su campa-
ña y correr las ajenas, como lo comenzó a hacer presto. Reposó el ejército algu-
nos días en este alojamiento, en el discurso de los cuales tuvo tiempo el conde
Carlos de mandar reconocer la Capela, plaza harto fuerte y bien presidiada, en
el país que llaman Tierase, parte de Picardía; y, considerándole algunos defetos
y en particular que ganando un rebellín se le podía con facilidad sangrar el foso,
se puso sobre ella a los 25 de abril, acuartelándose judiciosamente y procurando
fortificar las avenidas de Francia, de donde le podían venir gruesos socorros.
Tuvieron esto a su cargo don Álvaro Osorio, gobernador de la gente de guerra
de la Fera, y Horacio Marquese, caballero napolitano, que eran lugartenientes
de maestro de campo general, por haber partido ya Jorge Basta a la guerra de
Hungría. Elevó consigo el conde toda la infantería que se halló en el socorro de
Fertemilón, añadida la que salió de París, el tercio de don Agustín Mesía y la
misma caballería francesa con que acudieron los duques de Humena, Aumale
442 Las Guerras de los Estados Bajos

y Guisa y los marichales de San Pol y Rona. Vinieron de Bruselas muchos ca-
balleros aventureros y del país algunas reclutas para los regimientos de valones.
De la caballería sólo fueron algunas compañías de arcabuceros de a caballo para
batir las entradas. Tocóle el gobierno de las trincheras al maestro de campo don
Agustín y, comenzándolas a abrir, en seis noches se hallaron él y el marqués de
Trebico con sus napolitanos alojados debajo de la punta del rebellín ya dicho, la
cual se batió con ocho piezas; y, acometido el rebellín a los 5 de mayo, le gana-
ron los españoles y napolitanos, con muerte de la mayor parte de los defensores
y pocos de los nuestros. Hallóse ser verdad el aviso de que se podía sangrar el
foso por allí; y, poniéndolo la siguiente noche en ejecución, quedó la plaza
muy débil. Apercibióse luego la batería de doce cañones por Mateo Serrano y
Cristóbal Lechuga, tenientes de la artillería, sin otros seis que se plantaron a las
defensas, que eran los dos traveses de las casasmatas colaterales221, y la mañana
de los 8 de mayo se comenzó a batir con tanta furia, que hacia las cuatro de
la tarde pareció que había bastante ruina para dar el asalto; y mientras que se
ordenaba generalmente, se resolvieron los del Consejo en poner algún miedo
[255] al enemigo, mejorando alguna gente con zapa y pala para alojarla en la
batería. El querer salir a esto el príncipe de Avelino y todos los aventureros y
tras ellos las vanguardias de todas las naciones, que sufrieron mal verse quitar
el puesto que les tocaba, fue causa de urna desorden, porque, arremetiendo
confusamente, se hubieron de retirar con más de doscientos entre muertos y
heridos, todos gente particular. Impidió el buen suceso también hallar el suelo
del foso con un lodo tan pegajoso, que muchos para ayudar a salir a sus compa-
ñeros quedaron muertos como ellos o malheridos. Murieron algunos capitanes
de todas naciones y entre ellos el capitán Jaime Ballebrera, entretenido en el
tercio de don Agustín; salió malherido Alonso de Ribera, del de don Alonso de
Mendoza; y de aventureros murió don García de Chaves, hijo de Garcilópez
de Chaves, natural de Ciudad Rodrigo; y heridos salieron don Luis de Ávila y
Monroy, Gaspar de Valdés, Juan de Guzmán y otros, particularmente italianos,
que arremetieron con el príncipe de Avelino. Fue también grande el daño que
recibieron los enemigos de la arcabucería y mosquetería de las trincheras; y,
conociendo el peligro que corrían, si el asalto se volvía a dar de veras, parlamen-
tearon el día siguiente, y salieron a la tarde al pie de ochocientos franceses con
sus armas y bagajes. Proveyó el conde el gobierno de aquella plaza, a instancia
de don Agustín, en el gobernador Simón Antúnez, dejándole de guarnición
casi toda la gente que había traído consigo de Pontaudemer y una compañía de
arcabuceros de a caballo del país.
Sintió mucho el duque de Bullón la pérdida de la Capela, especialmente
porque, hallándose con el ejército francés en Picardía, había ofrecido socorre-
lla, y, en viéndola perdida, si bien se hallaba con número de gente bastante

221
 En el sentido de «laterales».
Las Guerras de los Estados Bajos 443

para ir a buscar el ejército católico y muy superior en caballería, no curando


dello por entonces, se fue a tomar los puestos sobre la ciudad de Lan, en La-
nois; adonde viniendo el príncipe de Béarne con nuevas fuerzas, la acabaron
de sitiar del todo y comenzaron a apretarla de veras, no sin daño notable, por
haber de guarnición (sin los ciudadanos) genete belicosa y aficionada mucho
al bando de la Liga, y en particular el duque de Humena, cuyo hijo segundo
tenía consigo al pie de mil franceses y quinientos napolitanos. Habíase reti-
rado el conde Carlos a Landresí, como [256] inferior de fuerzas al enemigo,
adonde fue el duque de Humena a mediado de junio, deseando persuadir
al conde a socorrer a Lan; y, hallando las cosas menos bien dispuestas de lo
que fuera menester, pasó a Bruselas a pedir al archiduque mandase facilitar
el socorro, y al fin lo obtuvo. Mandó su alteza al conde que con el ejército
que tenía marchase hasta la Fera y que desde allí procurase meter socorro de
gente y municiones en Lan, mientras se le enviaban fuerzas bastantes con que
desalojar al enemigo o darle la batalla, como se apercibían en la campiña, con
voz de socorrer a Groninguen. Habían acabado de llegar pocos días antes los
esguízaros, en número de tres mil, la mayor parte dellos de los que habían
militado los años antes a sueldo del Papa; pero no fue éste socorro al ejército
de Francia, rehusando abiertamente ellos el mover las armas contra el prínci-
pe de Béarne, y, por otra parte, deseando el conde de Fuentes emplearlos en
lo de Groninguen, adonde había de ir en persona con fuerzas, que a poderse
haber apercebido dos meses antes, fuera posible haberse hecho entrambos
efetos, pero malogrólos la dilación, perniciosísimo accidente en los designios
de la guerra, en que es más que en ningún otro género de negocios precioso
el tiempo. Opúsose también la ruin opinión en que estaba ya la guerra de
Francia y el deseo que tenía la soldadesca de militar debajo de la mano del
conde de Fuentes, que fue causa de que llamase a sí al ejército que se levanta-
ba en su nombre, mucha gente de la que de otra manera fuera con el conde
Carlos. No le faltaron con todo eso por aventureros los sobrinos del conde de
Fuentes, don Alonso de Idiáquez y todos los capitanes que pudieron alcanzar
licencia para dejar sus puestos, el príncipe de Avelino y mucha nobleza italia-
na; pero, como nunca pasó el ejército de siete mil infantes y las compañías de
arcabuceros ya nombradas de a caballo, a más de las mil corazas francesas que
se hallaron en el socorro de Fertemilón y presa de la Capela, parecía, y aun
era temeridad, emprender un efeto de tanta importancia con fuerzas tan des-
proporcionadas a las del enemigo. Animó mucho al conde a ir con tan poca
gente, y en particular sin caballería, el poderse arrimar casi hasta media legua
de los cuarteles del enemigo por el bosque llamado de Crepí y el entender que
el francés tenía por mayores de lo que [257] eran las fuerzas católicas, que, no
siendo fácil averiguar tan aprisa lo contrario, podría, como suele acontecer,
producir la reputación los mismos efetos que pudiera la verdad; y así, des-
pués de haber aguardado algunos días en vano el socorro de gente que jamás
444 Las Guerras de los Estados Bajos

partió, con parecer del duque de Feria, que todavía estaba en la Fera, y de los
maestros de campo don Agustín Mesía y don Alonso de Mendoza, marqués
de Trebico, don Juan de Pernesteyn y otros coroneles de todas naciones, mo-
vió el campo de junto a la Fera a los 27 de junio; y, después de haber pasado
las dos leguas de campaña rasa que hay entre la Fera y el bosque, se presentó
a vista del enemigo, atravesando el bosque en esta ordenanza: marchaban de
vanguardia los tercios de don Agustín y don Alonso de Mendoza, que podían
hacer número de tres mil españoles, con ocho medios cañones, los cuales, con
gallarda resolución, a paso lento y en escuadrón formado, no pararon hasta
ocupar lo alto de una montaña, sitio harto fuerte y acomodado para inquietar
las tropas del enemigo con la artillería. Siguió luego la infantería alemana en
otro escuadrón y tras ella el marqués de Trebico con sus napolitanos y toda
la infantería valona. Alojóse toda esta gente en forma bien entendida por
industria de los ya dichos lugartenientes y consejo del marichal de Rona, que
en aquella ocasión empezó a hacer oficio de maese de campo general tan bien
entre la gente del rey como lo había hecho muchos años entre la francesa; y
antes de alojarse, habiendo ocupado el enemigo una montañuela a tiro de
cañón de la nuestra y plantando en ella su artillería, comenzó a jugar la una
y la otra con daño de ambas partes y en particular de la caballería del francés,
que en gruesos escuadrones se adelantó con designio de trabar escaramuza y
reconocer con esta ocasión las fuerzas del campo católico; forzóla a retirar la
artillería y, cargando las corazas francesas y arcabuceros de a caballo nuestros a
su retaguardia, le hicieron algún daño, sin recibirlo. Conocían el conde Carlos
y las demás cabezas del ejército la dificultad que se ofrecía en socorrer los sitia-
dos, por estar la ciudad de Lan en lugar alto y tener el enemigo cercada toda
aquella eminencia con trincheras y sus cuarteles tan bien dispuestos, que con
facilidad podían socorrerse unos a otros. Su infantería pasaba de trece [258]
mil hombres y su caballería llegaba a cuatro mil, la mayor parte nobleza, y
della muchos que acababan de tomar la banda blanca222 y deseaban acreditar-
se con el nuevo señor; pero, confiados en el socorro que se esperaba del País
Bajo, teniendo ocupado aquel puesto tan importante, con el bosque y la Fera
a las espaldas, determinaron de aguardalle, animando a los amigos y esperan-

222
 Como «caballeros noveles». Sobre las bandas, bien está que copiemos lo que indica el
Dicc. Aut.: «Adorno de que comúnmente usan los oficiales militares, de diferentes especies,
hechuras y colores, y que sirve también de divisa para conocer de qué nación es el que la
trae: como carmesí, el español, blanca, el francés, naranjada, el holandés, etc. Unos la traen
cruzada desde el hombro a la cintura y otros ceñida a la misma cintura». El color carmesí
para España quizá incluso provenga de la Caballería de Banda, orden militar de caballería
fundada por Alfonso XI hacia 1330 cuya divisa consistía en una banda roja o faja carmesí
de cuatro dedos de ancho que los caballeros traían sobre la espalda derecha y desde el hom-
bro pasaba, cruzando el pecho, al lado izquierdo (Dicc. Aut.). Sobre vestimenta del ejército,
véase Clonard, conde de.
Las Guerras de los Estados Bajos 445

do alguna buena ocasión de las que suele ofrecer el tiempo a los que saben
aprovecharse dellas y dél. Valióse nuestra poca caballería entretanto de una
que le dio la del enemigo, metiéndose demasiado por nuestro bosque el tercer
día de julio, cargándola tan vivamente, que, dejando hasta treinta muertos,
se dejaron también más de otros tantos presos, y entre ellos un marichal de
campo, persona de consideración. Todo esto era menos que nada respeto a la
suma de las cosas, entre las cuales la que más sentía el conde era la falta que
comenzaba a padecer de vituallas, daño irremediable por el número grande de
caballería que tenía el enemigo, con la cual corría libremente las campañas y
hasta los muros de la Fera rompía las escoltas y prendía los vivanderos223 que
venían al campo. Fuese cada día haciendo mayor este trabajo y, de dos sucesos
que sobrevinieron, el uno acabó de encarecer las cosas, de suerte que valía un
pan como el puño cuatro reales y un azumbre de vino un doblón de oro224, y
el otro faltó poco que no causase ruina total de aquel ejército.
Habíanse recogido en la Fera cantidad de bastimentos con mucho tra-
bajo, por ser aquella villa pequeña y estar rodeada de plazas enemigas. Y
avisado dello el conde Carlos, determinó enviar por ellos con buena escolta
a Jerónimo Dentichi, sargento mayor del tercio del marqués de Trebico, y
a Pedro de Aybar, uno de los capitanes que tenían sus compañías en la Fera
y por entonces se hallaba en el ejército, los cuales, acometidos por dos em-
boscadas a la salida del bosque, se hubieron de volver al campo con pérdida
de algunos carros, aunque Aybar pasó a la Fera por hallarse bien a caballo
y el Dentichi estuvo algunos días en prisión, culpado (aunque a lo que se
creyó con poca razón) de que pudo hacer más de lo que hizo. El segundo
accidente fue mucho más pesado, porque, reforzando al cuarto día siguien-
te mucho más la escolta, tal, que llegaba a mil y doscientos [259] infantes,
cuatrocientos dellos españoles y los demás italianos, alemanes, valones, y
encomendada a Horacio Marquese, uno de los tenientes de maese de cam-
po general; avisado dello el enemigo, envió gruesas tropas de caballería que
se emboscasen en las alas del bosque y al mismo bosque tres mil infantes
escogidos, los cuales, atrincherando el camino, que de suyo era estrecho y
embarazado de espesura y maleza, ocupados tres puestos los más peligrosos,
esperaron de mampuesto la llegada de la gente católica, marchando con
cosa de cuatrocientos carros cargados de bastimentos. Entró la vanguardia
en el bosque sin contraste alguno, guiada por los capitanes Alonso Martínez
de Prado, del tercio de don Alonso, y don Pedro de Miranda, del de don

223
 Vivandero. «El que en los ejércitos cuida de llevar las provisiones y víveres o el que los
vende» (Dicc. Aut.).
224
 El doblón es «moneda antigua de oro, con diferente valor según las épocas. El vulgo llamó
así, desde el tiempo de los Reyes Católicos, al excelente mayor, que tenía el peso de dos
castellanos o doblas» (DRAE).
446 Las Guerras de los Estados Bajos

Agustín, tras ella el carruaje y de retaguardia las demás naciones. Hecho


esto, la caballería enemiga (que, como se ha dicho, estaba escondida en las
alas del bosque) tocó arma a nuestra retaguardia y juntamente quitó toda la
esperanza de retirada hacia la Fera. Salieron a esta seña a un mismo tiempo
todas las emboscadas del enemigo y, dando en la gente católica, comenza-
ron a matar con poca o ninguna resistencia. Era el camino por la mayor
parte hondo y con el concurso de los carros y el lodo (que en aquel país
es ordinario) se había venido a hacer inacesible. A esto se añadía el haber
cortado aquella noche el enemigo muchos árboles y atravesádolos por el
camino para entrampar y detener la gente; la cual, metida en aquella estre-
chura, herida de mampuesto y por todas partes, apenas podía hacer más que
mostrarse digna de mejor muerte, con aguardarla sin muestras de flaqueza.
Los españoles y algunos napolitanos que iban de vanguardia pelearon hasta
dejar las vidas, y en particular los capitanes. Horacio Marquese, por hallarse
a caballo, y después de visto todo en perdición de pararle225 Dios una senda
no guardada, caminando solo perdido por el bosque muchas horas, llegó a
media noche a los cuarteles. Tomó el enemigo menos de sesenta prisione-
ros y escapáronse escondidos en la espesura del bosque cosa de trecientos;
todos los demás murieron miserablemente y sin poderse defender. De los
bastimentos y municiones de guerra llevaron los franceses lo que pudieron y
el pan y más de quinientos caballos de carro, y lo demás [260] destruyeron
por que no se provechasen dello los españoles, rompiendo las botas de vino
y cerveza226 y volando la pólvora que no pudieron llevar. Las centinelas del
campo, que la noche antes se tenían a la entrada del bosque, oyeron los gol-
pes de las sigures227 con que se cortaban los árboles, y, avisado desto el con-
de, temeroso de lo que fue, envió a ordenar a Horacio con varios mensajeros
que no partiese aquel día de la Fera, no atreviéndose a desmembrar más el
ejército enviando en su socorro, que era ponello todo en manifiesto peligro.
Mas, prevenidos por la caballería enemiga, que, como se ha dicho, guardaba
las salidas del bosque, quedaron todos en prisión; solos dos caballos ligeros,
que tomaron por la campaña tras un largo rodeo de cuatro leguas, llegaron
con el aviso cuando ya se meneaban las manos. Acabó esta desgracia de qui-
tar la esperanza de todo buen suceso a las cabezas del ejército católico, los
cuales, resueltos y puestos en necesidad de retirarse, comenzaron a discurrir
en el modo, juzgando todos los caminos por peligrosos y el estar más allí
por conocida temeridad.

225
 «Prepararle, disponerle».
226
 Son las botas de cerveza típicas de los Países Bajos (y el norte de Europa), a diferencia de la
España de la época. De hecho la oposición vino/cerveza funciona como motivo cómico en
una de las obras sobre las guerras de Flandes de Lope de Vega: Pobreza no es vileza.
227
 Sigur o segur es «hacha grande para cortar» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 447

Ofrecíanse para la retirada dos caminos, el uno por el bosque y el otro por
el llano, dejando el bosque sobre la mano izquierda y pasando por el villaje y
abadía de San Lamberto. El primero podía tener prevenido y guardado el ene-
migo y hacer el mismo daño a cinco mil hombres (que tantos habían quedado,
y no más, en el campo católico) con diez mil que habían hecho tres mil a los mil
y docientos del convoy, y era sin duda que, conociendo el francés la hambre que
padecía el campo español, teniendo por cierta su retirada, había de echar el
resto por acabarle de deshacer y escoger para ello el puesto que conocía ya por
experiencia provechoso. Dificultaba también el seguir este consejo la gran abun-
dancia de bagaje y artillería, todo lo cual, encaminado en un camino estrecho,
sin modo de defenderlo por los costados, no era más que hacer un presente
dello al enemigo. El camino por la abadía y villaje de San Lamberto, salvando
el bosque, fuera de ser otro tanto más largo, traía las mismas dificultades, por-
que o se había de ir pegado al bosque o apartado dél; si se iba junto al bosque
ocupado por el enemigo (como era cierto que le había de ocupar en desalojando
el campo español), [261] podía desde él ofenderle por el costado, causando
notable y peligrosa confusión; si se marchaba apartado del bosque, era evidente
la dificultad y el peligro de cubrir tanto bagaje y artillería con tan poca gente,
especialmente con tan inferior caballería; fuera de que, por el gran rodeo, era
imposible llegar en una jornada a la Fera. Ventiláronse estas dificultades en
consejo y, tomando la mano don Agustín Mesía, procuró esforzar la razón de ir
por el bosque, y a los que replicaron que siguiendo aquel camino era ofrecerse
a todos los peligros juntos, primero a los ya dichos y después al haber de ir por
campaña rasa desde la salida del bosque hasta la Fera con toda la caballería ene-
miga a las espaldas, respondió que el peligro del bosque era dudoso y los del
rodeo ciertos y que en las cosas difíciles son en las que tiene mucha mano el
valor y la prudencia, que la mayor parte de aquellos inconvenientes se prevenía
enviando el bagaje y artillería con otros embarazos, en anocheciendo, con la
infantería de naciones, y que, siguiendo luego la española y napolitana, la buena
orden y su natural valor allanarían las demás dificultades. Tuvo más votos este
parecer y, así, se ejecutó desta manera: en cerrando la noche de los 17 de julio,
echando adelante la arcabucería de a caballo que reconociese el camino, tomó
la vanguardia el coronel La Barlota con su regimiento y la mitad de la infantería
alemana, parte de la cual, con instrumentos acomodados, iban procurando alla-
nar los pasos. Seguía a la vanguardia todo el carruaje, tras él quinientos alema-
nes con el coronel Curcio y luego consecutivamente toda la artillería, cuya reta-
guardia llevaba el proprio conde Carlos, con el coronel don Juan de Pernesteyn
y el maese de campo don Alonso de Mendoza, enfermo. La caballería francesa,
con buenas guías que se buscaron, dividida en dos alas, iba por caminos no
platicados por dentro del bosque, cubriendo la infantería y carruaje lo mejor
que podía. La retaguardia de todo tomó la infantería española y napolitana, en
número de tres mil hombres escasos, es a saber, dos mil setecientos españoles y
448 Las Guerras de los Estados Bajos

cosa de trecientos napolitanos, tan sin embarazos, que sólo quedó una haca228
para el duque de Humena, aunque, mientras se tuvo al enemigo cerca, tomó
una pica, como los demás príncipes y señores, diciendo que querría en aquella
ocasión ser soldado de don Agustín. [262] Era día claro cuando a un mismo
tiempo salía la vanguardia del bosque y entraba la retagurdia por él, haciendo
don Agustín aquel acto de valor más, retirándose a la vista del enemigo, que-
dándole a él todo el tiempo que pudo desear para acometer aquella parte del
ejército sin abrigo de caballería alguna. Tuvo el francés aviso de que desalojaba
el campo español hacia la media noche y, no habiendo hecho prevención alguna
para acometerle en el bosque, tomando toda la caballería que pudo, comenzó a
marchar con intento de acometer por lo menos la retaguardia en los llanos de la
Fera. Entretanto el conde Carlos, viendo lo que importaba poner en salvo aque-
lla artillería y tanto embarazado como se llevaba, llegando con la luz del día a la
punta del bosque, comenzó a marchar en buena orden y llegó a la Fera sin dejar
un carro; y, haciendo refrescar la gente un poco, la sacó en escuadrón a cuarto
de legua de la villa para aguardar a los amigos y socorrellos con darles algún
calor si fuese menester. Podían ser las diez del día cuando la retaguardia acabó
de pasar el bosque, menos dichosa que la vanguardia y batalla, pues aquéllos,
pasándole de noche, excusaron el ver los cuerpos muertos de sus amigos y pa-
rientes, pero ella, y en particular los españoles, de cuya nación eran los más que
allí perecieron el día antes, sintieron de nuevo aquella pérdida y en aquel breve
espacio que consistían algunos altos en el marchar y ocasionaban algunos ruines
pasos del camino, enterraron los más que pudieron, y en particular (y no sin
generales lágrimas) a los de los capitanes Alonso Martínez de Pardo y don Pedro
de Miranda, en cuyas heridas, dadas todas en el rostro y en los pechos, se echa-
ba de ver el valor y constancia con que habían esperado la muerte. Acompañó-
los en ella don Fernando Gallo, camarada de don Pedro e hijo del coronel Fer-
nán López Gallo, caballero natural de Burgos y soldado bien conocido en las
primeras guerras de Flandes229. Apenas, acabando de salir de la espesura, habían
puesto la gente en escuadrón Hernán Tello de Puertocarrero y don Pedro Ponce
de León, sargentos mayores, cuando una gran polvareda que se descubrió sobre
la mano derecha acabó de declarar la venida del francés. Había el príncipe de
Béarne refrescado su caballería en el villaje de San Lamberto, por ser el camino
largo y desear tener su gente alentada, [263] que, como plático, sabía bien que
no había de comprar la vitoria tan barata como la pintaron sus lisonjeros, espe-
cialmente monsieur de Vitrí, que, por soldar la quiebra de haber servido tantos
años a la Liga, ofrecía poner él solo con sus corazas en rota toda la infantería
española, cuya salud consistió en esta detención; porque, si llegara la caballería

228
 «Caballo cuya alzada no llega a metro y medio» (DRAE).
229
 Ver los libros XI, XII y XVI de Bernardino de Mendoza al respecto para la participación de
los Gallo en dichas guerras.
Las Guerras de los Estados Bajos 449

antes que toda la retaguardia acabara de salir del bosque, era evidente el peligro,
cuando no por las armas a lo menos por la presteza con que podía hacer calar al
bosque mucha parte de su infantería y coger a la nuestra en medio; pero, como
las cosas de la guerra son punto y hora, no permitió Dios que el francés se su-
piese aprovechar desta ocasión mejor que nosotros nos habíamos aprovechado
de otras, errando por querer, con refrescar su gente, guiarlo demasiado acerta-
damente; pero el exceso hasta en las prevenciones es dañoso, teniendo todas las
virtudes límites, que, excedidos, dejan de serlo. Hízose el escuadrón cuadro de
gente, por consentirlo el terreno, capaz de poder ser acometido por todas partes
y dejáronse hasta docientos mosqueteros sobresalientes, baluarte fortísimo con-
tra caballería cuando tiene un buen escuadrón de picas a las espaldas. Debíase
de haber marchado una pequeña legua francesa a paso lento y descansado,
cuando, extendiendo el francés sus tropas, que constaban de cuatro mil caba-
llos, la flor de la nobleza de Francia, no menos de la que antes solía servir al
bando colegado que de la realista, hizo alto cosa de un medio cuarto de hora,
que en el escuadrón (que también se detuvo el mismo espacio) se juzgó ser al-
guna consulta y al cabo se vieron apartar unas tropas de otras y apercebirse to-
das para arremeter. Hizo alto el escuadrón que comenzaba a marchar y, cogien-
do la mosquetería un ribazo230, dio tan buena carga a Vitrí, que con sus
docientas corazas se atrevía a procurar cumplir su palabra, que con muerte de
algunos soldados y caballos le obligó a volver las espaldas más que de paso.
Dicen que le dijo el de Béarne, viéndole volver: «¿Qué es esto, Vitrí, no decías
que eran pocos todos estos españoles para ti solo? ¿Cómo así te vuelves a los
primeros arcabuzazos?» Ésta fue la mayor arremetida que se hizo, que las demás
todas fueron amenazas vanas y caracoles231 sin provecho. El escuadrón marcha-
ba trecientos pasos y luego hacía alto como desafiando a sus contrarios, caladas
las picas232, hasta el duque de Humena, que, como dicho es, dejó también la
haca [264] desde que se descubrió el enemigo; el cual, costeando el escuadrón
y mirándole, sin osar jamás volver a ponerse a tiro de mosquete, le fue acompa-
ñando hasta que le pareció que se acercaba ya demasiado a la Fera, alabando la
orden y resolucióm española, y justísimamente en tan loable facción, pues en
campaña rasa pudo marchar la infantería con tal orden, que mayor número de
caballería no osase acometerla. Volvióse aquella noche a alojar a San Lamberto
y otro día al campo, adonde halló dos novedades, una alegre y otra triste. La
primera fue que, habiendo dejado el conde Carlos emboscados aquella misma
noche de su partida cosa de trecientos hombres de todas naciones con orden de
entrar en la ciudad, cuando menos se podía temer aquella resolución, quedaron
en poder de los franceses cosa de cincuenta de los demás, faltos todos de ánimo

230
 «Porción de tierra con elevación y declive» (DRAE).
231
 En el sentido de «amenaza vana» y «jactancia».
232
 «Inclinar la pica hacia adelante con disposición de herir» (DRAE).
450 Las Guerras de los Estados Bajos

y de consejo, metiéndose por aquellos bosques; llegaron a la Fera la noche si-


guiente menos de treinta, dejando la resta muertos y desvalijados a manos de
villanos; solos veinte y tres, entre españoles y italianos, entraron en Lan, que
fueron los que tuvieron valor para vencer la primera dificultad, y desde allí
dentro publicaron a voces haber entrado muchos más, para atemorizar al ene-
migo. El otro suceso desgraciado fue la muerte de monsieur de Gibrí, caballero
de mucho valor y el brazo izquierdo del francés, dejando la honra del diestro
para el marichal de Birón. Tenía Gibrí a su cargo las trincheras y hecha merced
del gobierno de aquella plaza, en ganándose, si bien antes de verlo le acabó la
vida un mosquetazo por la frente, con general sentimiento hasta de sus enemi-
gos (tanto aficiona la virtud). Defendióse la ciudad otros catorce días más, al
cabo de los cuales, viendo la poca esperanza que le quedaba de socorro, se rindió
con honradas condiciones, retirándose aquella milicia al campo católico, alaba-
da mucho del enemigo de haber defendido valerosamente aquella plaza. La
pérdida de la ciudad de Lan fue causa de que otras muchas se resolviesen en
mudar partido; el ejemplo siempre fue tan poderoso en el vulgo, cuanto su
condición inclinada a novedades. Caminaba el duque de Aumale la vuelta de
Amiéns, cabeza de su gobierno de Picardía, en cuya ausencia monsieur de Sa-
saval, su teniente, había tenido grandes tratos con el duque de Longavila, gober-
nador de la misma provincia por el [265] francés; que en las revueltas civiles
poca cuenta suele tenerse con la fe ni con las obligaciones, que los más la miden
a sus intereses particulares, y con la cantidad de ejemplos viene a perderse el
miedo de la nota que suelen causar semejantes tratos. Habíase dilatado la ejecu-
ción desto hasta ver el suceso de aquel sitio y su socorro; tuvo el duque alguna
sospecha de la perfidia de su teniente y, por oponérsele a tiempo, llegado a la
Fera, pasó a toda diligencia a Amiéns, con deseo de desventar la mina. Salióle a
recebir Sasaval, tan bien acompañado de amigos, que hubo de disimular el
duque y aguardar mejor ocasión. Sasaval, resuelto de no esperar otra y animado
por los ciudadanos, que armados y en gran número tenían ocupada la plaza
principal y gritaban a grandes voces «¡Viva el rey!», avisó al duque que si quería
conservar la vida o la libertad se partiese luego. Pensó el duque remediar algo
con su autoridad y con el amor que el pueblo le tenía, pero, viéndole sordo y sin
freno, determinó ir a lo sano y procurarlo conservar, entregándolo en manos de
personas más fieles que Sasaval. No pudo salir tan aprisa que no dejase en ma-
nos de aquella alborotada plebe toda su recámara y caballos. Pensó retirarse a
Abevila, ciudad noble y populosa sobre el río Soma, algunas leguas más abajo,
y en el camino supo cómo aquella misma noche habían aclamado al rey. Deter-
minó de irse a Perona, una de las villas que habían prestado pleito homenaje el
año antes y en su nombre monsieur de Esturmela, su gobernador, y topó por el
camino algunos burgueses aficionados al bando de la Liga, que se retiraban con
sus haciendas a la villa de Han, de quien supo la falta de fe del gobernador y
cómo había capitulado con el duque de Longavila. Redujéronse las esperanzas
Las Guerras de los Estados Bajos 451

del duque a la fe del de Han, a quien halló firme y con buena guarnición de
alemanes y napolitanos dentro que había enviado el día antes el duque de Hu-
mena desde la Fera, harto mayor causa de su firmeza (considerando lo que
después sucedió) que su propia virtud. Monsieur de Gomerón (así se llamaba el
gobernador) entregó todas las fuerzas de la villa en poder del duque, salvo el
castillo, plaza fuerte –aunque a lo antiguo233- y famosa por la batería que le hizo
Felipe II, de gloriosa memoria, poco antes de la vitoria y presa de San Quin-
tín234.
[266] El conde Carlos, después de restaurado un poco el ejército, sabida la
rendición de Lan, dejando buena guarnición en la Fera y la mayor cantidad de
bastimentos que pudo, por el camino de Guisa llegó a Landresí, desde donde,
con licencia del archiduque, pasó a Bruselas y de allí, algunos meses después,
a Praga, a instancia del emperador Rodolfo II, que deseaba servirse de su

233
 Las nuevas formas de defensa abaluartada del siglo XVI fueron revolucionarias, porque
hicieron ineficaces los métodos de guerra que se venían empleando hasta la fecha. Si bien el
empleo de las armas de fuego por los Tercios españoles había dado a las batallas un carácter
ofensivo importante, el empleo de ciudades fortificadas daba a las campañas un carácter
defensivo que se imponía sobre las operaciones ofensivas móviles del atacante. Las nuevas
defensas invalidaron totalmente el método convencional de sitio de una ciudad, basado en
asaltar la plaza por la brecha u orificio producida en la muralla del castillo por el fuego de
los cañones o mediante una mina subterránea. El nuevo sistema abaluartado mantenía ale-
jada a la artillería sitiadora, y sus disparos no reducían a cascotes los ladrillos de las defensas,
obligando al atacante a un costoso esfuerzo para conquistar la plaza. El nuevo sistema se
basaba en los siguientes elementos: Emplazamiento de las «plazas fuertes» en sitios llanos,
para facilitar el abastecimiento de agua, alimentos y forrajes, y evitar ofrecer al enemigo
la posibilidad de batir la plaza desde puntos altos. Las plazas de construirían en formas
geométricas, prefiriéndose la pentagonal sobre otras, si bien el terreno sería quien finalmen-
te dictase sus criterios. Disminución de la altura de las murallas, para ofrecer menos perfil al
fuego de la artillería. Empleo de argamasa de arena y cal reforzada con hiladas de ladrillos,
por ser materiales más baratos y más resistentes que la piedra a los impactos de las balas de
cañón. Aumento de la profundidad y anchura del foso, para dificultar el asalto de las tropas
enemigas. Disminución de la longitud de las cortinas de la muralla, para facilitar el cruce
de los fuegos de la defensa. Colocación de un baluarte o rebellín (dos caras en ángulo hacia
la campaña) en el centro de las cortinas, para facilitar la defensa. Colocación de baluartes
en los vértices del recinto de la plaza fuerte, para crucar los fuegos de la defensa entre sí y
con las cortinas. Construcción de unos espaldones en el exterior de los muros y fuera del
foso denominado «glasis», mucho más bajos que las cortinas pero que permitan el paso tras
ellos a salvo de la mosquetería enemiga. El espacio entre el «glasis» y el foso se denomina
«camino cubierto», y facilitaba la protección de las tropas propias después de una «salida»
contra el enemigo. Por último, el glasis obligaba al enemigo a emplazar su artillería a mayor
distancia, entorpeciendo sus efectos (ver el estupendo sitio del Arma de Ingenieros, http://
www.ingenierosdelrey.com/01_02_abaluartado.htm#06). Para la historia del arte bélico en
la época, es todavía insuperable Oman.
234
 Refiere a la famosa batalla (entre Enrique II de Valois y Felipe II) que se saldó con victoria
española y acontenció en 1557. El Escorial es monumento que la conmemora.
452 Las Guerras de los Estados Bajos

persona en la guerra contra el turco Amurates235, que andaba en aquella sazón


muy encendida. El ejército, de que poco después se encargó don Agustín Me-
sía, le alojó monsieur de Rona a lo largo y a dos o tres leguas de Cambray para
impedir las corredurías que la caballería de Baliñí hacía en los países de Artois
y Henao y las salidas con gente de guerra que de ordinario emprendían en
daño de las plazas vecinas. En una de las cuales, antes que llegase el ejército,
se atrevió a tentar con petardos el castillo de Bucheyn, de donde era gober-
nador Pablo de Carandolet, señor de Moude, soldado viejo y de valor, y, roto
el puente levadizo y la puerta, entraron hasta la plaza apellidando «¡Vitoria!»
y disparando dos piezas en la muralla, que era la seña que había tomado con
Baliñí para avisarle de que la villa era ganada; pero, reducido el gobernador
a la iglesia con cien soldados valones de la guarnición y algunos burgueses y
recebido el socorro de trecientos alemanes que había alojados en el burgo, de
tal manera cargó sobre ellos, que, hallándolos con poca orden y menos valor,
los rechazó de la villa, degollando y prendiendo más de trecientos. Baliñí, al
ruido de las piezas corriendo por las calles de Cambray, como loco de alegría,
no dudó de hacer cantar a los canónigos el Te Deum laudamus, más temprano
en la ocasión que en el tiempo, por ser ya cerca del día; el cual, y los heridos y
destrozados que iban llegando, le desengañaron tan presto que no pudo hacer
las demás alegrías que aparejaba. Este atentado y otros que se podían temer
de la inquietud y vivacidad de Baliñí obligaron al archiduque a procurarlo
remediar de veras, y más después que se supo como, habiendo estando en
Cambray el príncipe de Béarne con ochocientos caballos, había confirmado
el título de príncipe de aquel estado a Baliñí, como ya antes lo había hecho
con poderes suyos el marichal duque de Retz, héchole marichal de Francia y
otras mercedes infinitas, aunque siempre inferiores a sus esperanzas y [267]
mucho más a su ambición. Alojóse don Agustín en el burgaje de Hapre con
su tercio y la mitad de la infantería de naciones. El tercio de don Alonso de
Mendoza, gobernado por Hernán Tello (a quien se encomendó la defensa de
aquel alojamiento), se alojó en Avena la Seca con la otra mitad de la infantería
de naciones y el regimiento de La Barlota, todo con tan poca caballería, que
apenas quedaba el señorío de la campaña en poder de la gente española, pero
remedióse presto, como veremos, yendo monsieur de Rona a Bruselas a soli-

235
 Se trata de Murad o Amurates III (1546-1595), sultán desde 1574 hasta su muerte. Firmó
tratados de cooperación militar (alianzas) tanto con Inglaterra como con Holanda. Se
sospechó incluso la participación de hugonotes franceses en un intento por granjearse su
amistad (y hasta de los moriscos españoles). La administración del imperio durante el sul-
tanato quedó en manos del poderoso Sokollu Mehmed Pasha, con el que el Imperio Oto-
mano se amplió, llegando a tener 19.902.000 km cuadrados de extensión. Rodolfo II de
Habsburgo, archiduque de Austria, rey de Hungría y de Bohemia y emperador Sacro Im-
perio Romano Germánico (1552-1612), conocido sobre todo por su afición a la alquimia,
astrología y astronomía, así como por carácter melancólico.
Las Guerras de los Estados Bajos 453

citarlo y pagándose los motines de Pont y San Pol, como se hizo hacia la fin
de agosto, dejando en pie otro más pernicioso en Siquem, que dio que pensar
por muchos días y causó mil peligrosas consecuencias, con daño irreparable,
y pasó así.
Había (como he dicho) dejado venir de Frisa el coronel Verdugo al tercio
de don Gastón Espínola, haciendo de la necesidad virtud y dándoles por bien
de paz la licencia que con tanta resolución se tomaban ellos, sin olvidarse
de escribir al archiduque, al conde de Fuentes y a Esteban de Ibarra el mal
intento que llevaban y lo que se podía temer de su ruin disciplina y poca
obediencia, como gente que había años que no vía a su maestro de campo y
era gobernada por un sargento mayor, aunque buen soldado, más indulgente
de lo que había menester aquella soldadesca, que, sobre todas estas calidades,
tenía al ojo el dinero que se aparejaba para pagar a los de su nación del tercio
de Capizuca, amotinados en Pont. Eran notorias estas cosas y como tales se
les procuraba remedio, buscando dineros a costa de gruesos intereses, para
que a un mismo tiempo hubiese con que pagar a los alterados y entretener
a los obedientes; pero, como de ordinario se acude primero al remedio del
dolor que aprieta más, dejando el contentar a estos italianos para cuando se
juntasen con lo demás del ejército, que se apercibía en la campiña con voz
de socorrer a Groninguen, para todo el cual se tenían designadas dos pagas,
se empezó a tratar desto con muchas veras y dejar aquello como cosa de me-
nos importancia, dando poco cuidado todo lo que podían hacer menos de
cuatrocientos hombres, de que en aquella ocasión constaba el tercio de don
Gastón; el cual, alojado en Arscot con menos comodidad de la que se tenía
[268] prometida en remuneración de los trabajos padecidos en Frisa, tomó
las armas contra sus oficiales a principio de julio y, echándolos fuera no sin
dificultad, se redujeron todos a la villa de Siquem, adonde habían ya hecho lo
mismo los soldados de otras dos compañías del dicho tercio, alojados ya allí.
Es Siquem236 no mayor ni más bien parada que Arscot, pero algo más fuerte
y capaz de poderse fortificar mejor. Viose luego que no sólo habían confiado
en sus fuerzas ni sido tan temerarios como al principio se imaginaba, pues en
menos de quince días se les juntaron de los regimientos de naciones alojados
en Brabante al pie de mil infantes más y cerca de ochocientos caballos de las
compañías, que (a cargo de don Ambrosio Landriano) se iban apercibiendo
para el socorro de Groninguen. Fue cosa notable y no vista hasta entonces la
desvergüenza con que se fueron a meter en el motín hasta alféreces y tenientes
reformados y la diligencia con que solicitaron a sus conocidos, personas de

236
 Siquem figura prominentemente (su toma, sedios, etc.) en los Sucesos de Flandes del ca-
pitán don Alonso Vázquez, que llena un vacío de 11 años con respecto a la de Coloma.
Ver Colección de documentos, 1879: 75, 98, 100, 170, 546, 573, etc., y particularmente la
Advertencia preliminar.
454 Las Guerras de los Estados Bajos

grandes pagas, a que hiciesen lo mismo, como lo hicieron, todo a fin de hacer
la llaga más incurable y de entretenerse más tiempo en aquella vida licenciosa
y disoluta, que es el principal motivo de semejantes alteraciones, como se ve
en los muchos que se entran en ellas con cortísimos remates; pero, como el
color con que los empiezan es el de sus alcances, siempre que no se atajare
esta ocasión que toman, no se podrá prevenir este daño, sin duda el mayor
de cuantos pueden suceder a un ejército. Consiguió esta gente su intento de
manera, que, cuando al fin se vino a pagallos de allí a catorce meses, importó
más aquel pagamento solo que los dos de Pont y San Pol; porque, como entre
aquella caballería estaban la mayor parte de las compañías favoritas del duque
de Parma y en ellas eran entretenidos casi todos de quince hasta treinta escu-
dos al mes, y por lo menos plazas dobles, no se hablaba ya sino de millones
para contentallos. Pusieron luego todo el país en contribución y después de
hartos de recebir gentes de todas naciones, tal, que se afirma haberse hablado
en aquella alteración once leguas, cerraron las puertas, primero a instancia del
conde Juan Jacobo Beljoyoso y después a la del príncipe de Avellino, no tanto
por servir al rey en algo, a quien tenían tan ofendido, como por no caber
más gente en Siquem y [269] poderse sustentar apenas los mil y quinientos
infantes y ochocientos caballos del motín con todos los despojos del ducado
de Brabante, a cuyos pobladores en las aldeas y lugares llanos miserablemente
saqueaban y oprimían; antes bien, no bastándoles ya para ello todo el país de
Campiña y cuanto en figura de arco ciñe el río Mosa desde Namur a Boldu-
que, deseosos de no perder un rincón de tierra llamado el Valón Brabante,
distrito de las villas de Joudoñe, Jemblours y Nivelá y hasta Nuestra Dama de
Hal, pasaron a ida y vuelta seiscientos caballos suyos por delante de las puer-
tas de Bruselas, dejando asentado aquello por de su contribución, como todo
lo demás. Sintió el archiduque el primer atrevimiento, como era razón, y en
su tanto más el segundo, de que se atreviesen a pasar tan cerca de su corte, y
propuso en sí, con acuerdo de los de su consejo, el castigarlos entrambos con
el rigor debido, instigado más a ello por la nueva que consecutivamente vino
de la rendición de Groninguen, con que, desesperados ya de los de Frisa, co-
menzaron a poner la mira en lo de Cambray, deseando quitar aquella higa237
tan afrentosa y tan llena de peligro y juntamente guarnecer las fronteras de
Francia, en donde se esperaba una guerra muy rigurosa de rey a rey; y a este
efeto, acabando de juntar el dinero para pagar los dos motines, partió hacia
la fin de julio con el de Pont, el príncipe de Avellino y con el de San Pol don
Sancho de Leiva, y pocos días después el capitán Francisco Coradino con los
estandartes de las compañías italianas y valonas, y don Carlos Coloma con las
de españoles, que eran la suya, las de don Francisco de Padilla, don Otavio de
Aragón y castellano Olivera, de lanzas, y la de arcabuceros, que había sido de

237
 En el sentido de «burla» o «desprecio».
Las Guerras de los Estados Bajos 455

Juan de Contreras Gamarra y se dio al comendador Jerónimo Rutiner, vol-


viendo Contreras de España poco después con el oficio de comisario general
de la caballería ligera, y para un hijo suyo de quince años, la compañía del
castellano Olivera, a quien se hizo merced del gobierno de Alejandría. Dié-
ronse también dos patentes para levantar en San Pol otras dos compañías de
arcabuceros a caballo a los tenientes Pedro Gallego y Hernando de Zalazar.
Pagada la gente y puesta, como es costumbre, en libertad de irse a servir a las
compañías que quisiesen, fueron menos de docientos infantes los [270] que
volvieron a los tercios; todos los demás se pasaron a la caballería, en muy bue-
nos caballos que acudieron de Alemaña para aquel efeto. Sacó don Carlos en
las siete compañías quinientos caballos efectivos muy lucidos, con los cuales
pasó a Hapre, en el país de Cambresí, donde estaba don Agustín, que le alojó
en Sosoy con las cuatro, y a don Francisco de Padilla en San Hubert con las
tres, todas arrimadas al riachuelo Sele, que desagua en la Escala entre Bucheyn
y Valencienas. Sazonáronse entretanto los trigos de aquellas espaciosísimas
campañas, con cuya comodidad se comenzó a entretener aquella soldadesca
maravillosamente desta manera: salía tres veces en la semana don Agustín con
dos mil infantes y toda la caballería y, poniéndose lo más cerca de Cambray
que era posible en escuadrón, iban a sus espaldas los forrajeadores segando
y batiendo los granos; y, cargando después los carros y bagajes, se volvían al
cuartel con que comer y aun que vender a los villanos del país, que venían al
buen barato. No era esto sin ordinarias escaramuzas, particularmente entre la
caballería, que la tenía Baliñí muy buena, aunque por entonces no pasaba de
docientos caballos, si bien, cuando le daba gusto, enviaba por las guarniciones
de Chatelet, Perona y San Quintín, distante la primera tres leguas y las demás
seis y siete, y destas plazas le solían venir trecientos y cuatrocientos caballos.
Comenzó a haber competencias entre la caballería española y la francesa
y, deseando don Agustín Mesía acreditar su nación en ciertas demandas y
respuestas que tuvo con Baliñí, le envió a decir con un trompeta que para que
se decidiese aquella causa de una vez deseaba que sus docientos caballos se
viesen con otros tantos españoles y que, cuando menos se catase, los tendría
a sus puertas, y no en mayor número, de que le daba palabra de caballero.
Acetó el envite Baliñí y, a lo que después se supo, aguardaba la ocasión para
cumplir puntualmente su palabra, ordenando a monsieur de Siny, su teniente
y gobernador de su caballería, que la tuviese pronta y ejercitada para la hora
que se mostrasen los españoles a sus puertas.
A los 14 de setiembre ordenó don Agustín Mesía a don Carlos Coloma
que escogiese de sus tropas docientos caballos y que, poniéndose en embos-
cada en el casar de Nava, procurase cortar todo el ganado que de mediodía
abajo solían sacar los enemigos a pacer y que en su defensa pelease con la
caballería de Baliñí y procurase mostrarle que no se había engañado en el
concepto que había hecho de su persona y gente. Marchó don Carlos Coloma
456 Las Guerras de los Estados Bajos

dos horas antes del día y, poniéndose en el lugar señalado con sus docientos
caballos escogidos, en avisando la centinela desde la torre de Nava que ha-
bían salido por las puertas cinco o seis manadas de carneros y gran cantidad
de vacas, puso la gente desta manera: dio la vanguardia a Pedro Gallego con
los de su compañía y la mitad de los de Rutiner, que se hallaba ausente, que
podían hacer número de cincuenta arcabuceros; seguían don Carlos Coloma
y don Francisco de Padilla con sesenta lanzas; tras ellos iban los tenientes
Francisco Navajas y Gabriel Rodríguez y el alférez Juan de Chaves, que lo
era de don Otavio de Aragón, con cosa de cuarenta corazas; de retaguardia
marchaba el capitán Salazar con sus arcabuceros y la resta de Rutiner, que
podían hacer otros cincuenta. Empeñóse Pedro Gallego de manera que cargó
hasta la propia puerta que llaman Nuestra Dama, en cuyas barreras murieron
algunos enemigos de acabuzazos y, esparciendo sus soldados, empezó a ir
retirando [271] todo el ganado sin resistencia alguna; marchaban las demás
tropas en escuadroncillos cerrados haciendo caracoles y parándose de rato en
rato, como desafiando al enemigo, sin hacer caso primero de la artillería del
baluarte llamado Roberto y después de la del castillo, que continuamente ti-
raba a las tropas. Tocábase a este tiempo vivamente arma en la ciudad y poco
a poco se iba juntando la caballería francesa en la puerta del Santo Sepulcro,
sin dejar el abrigo de sus murallas. Sucedió que aquella mañana habían salido
de Perona las guarniciones de aquella villa y de San Quintín con deseo de
hacer alguna suerte en el campo español y, oyendo los cañonazos, apresuraron
el paso, hasta que, rodeando por fuera de la ciudad, toparon a la caballería de
Baliñí y, animados todos con tan buen socorro, haciendo de la gente cuatro
tropas pequeñas y una grande y marchando en ala, se mostraron sobre una
colina junto al villaje de Nerný, con resolución de calar sobre los españoles
luego que conociesen que no había emboscada en Nava, de donde habían
salido; y haciéndolo, [272] se dejaron caer a lo llano, resueltos en chocar.
En trasponiendo los nuestros la colina, envió don Carlos la presa con vein-
te caballos para quedar sin aquel embarazo y no perder reputación, caso que
los enemigos obligasen a dejalla, y, marchando en la misma forma y con el
mismo espacio hasta allí, viendo calar al enemigo, se resolvieron los capitanes
en hacer alto y embestille en llegando a carrera de caballo, no obstante la di-
ferencia grande del número. El ver los enemigos a los nuestros parados causó
el efeto que se pudiera desear, porque, persuadidos a que era imposible se hi-
ciese aquel acto de temeridad sin muy buenas espaldas, creyeron firmemente
que en el casar de Esturmel, hacia donde los nuestros se iban encaminando,
había emboscada; y así, detuvieron un poco las riendas, deseando reconocelle.
Conociendo don Carlos, don Francisco y los tenientes el pensamiento del
enemigo y valiéndose de su recato, después de haber dado su carga Pedro
Gallego, cerraron con sus lanzas embistiendo el gran escuadrón; adelantóse
de todos don Francisco de Padilla y rompió su lanza, como buen caballero
Las Guerras de los Estados Bajos 457

que es, y por éste y otros muy señalados servicios hoy castellano de Milán; ce-
rraron tras él los demás, con que, abriendo el escuadrón grande del enemigo,
comenzó a tomar la carga, desbaratado y roto. Salazar, que traía la retaguar-
dia, en lugar de embestir con las tropas menores, fue siguiendo a victoria tras
nuestras lanzas y corazas como a cosa hecha, pero conoció presto su inadver-
tencia, viéndose ganar las espaldas por las dichas tropas. El oír arcabuzazos en
la retaguardia fue causa de que don Carlos y don Francisco de Padilla dejasen
de seguir más el alcance y volviesen a procurar no quedar encerrados; abrióse
el enemigo y dejó pasar a nuestra gente, que al punto se juntó toda y hizo alto
en un otero, y el enemigo, sin pasar adelante, en otro; el cual fue el primero
en dejar el puesto, retirándose a la ciudad como roto, con su gobernador, que
los conducía, muerto y más de cuarenta de los más granados, y entre ellos
monsieur de Tun, caballero principal del Cambresí; el cual, embestido por
una lanza, quedó pasado de parte a parte con ir armado a prueba de pistola,
y lo que causó mayor maravilla fue que el encuentro le cogió por las espaldas
y le salió a los pechos, tal es la furia de un caballo y de una lanza, si ceba238.
De los nuestros murieron tres y el teniente Navajas salió tan malherido, que
[273] murió algunos días después. Quedó en prisión el teniente Francisco de
Guevara, que lo era de don Francisco de Padilla; su caballo, por ser algo des-
bocado, le llevó hasta las puertas de la ciudad. Él contó después el sentimien-
to que había causado la muerte del gobernador de la caballería de monsieur
de Tun y de las demás personas de cuenta y la que desde entonces comenza-
ron a hacer de la caballería española, en que presumen los franceses llevar la
palma sin disputa. Retiróse a los cuarteles toda la presa, salvo los carneros, los
cuales, a cierta seña que el pastor les hizo desde una montañuela, acudieran
todos como si tuvieran uso de razón. Contaba después el teniente Guevara
que, cuando Baliñí supo que no había emboscada, se desesperaba y llamaba
cobardes a sus soldados por haber dejado ir aquellos pocos caballos españo-
les vitoriosos contra tantos; si bien protestó siempre que la caballería de las
guarniciones se había mezclado sin su sabiduría, procurando esforzar que, si
don Agustín Mesía había cumplido su palabra, no se podía decir que hubiese
rompido [sic] él la suya. Hacia la fin de setiembre llegó el capitán Coradín con
ochocientos caballos italianos y valones del motín de Pont y alejáronse en la
misma riberilla que va a Bucheyn, en los vilajes de Hensí y San Pitón, y poco
después llegaron al campo los esguízaros y tomaron su alojamiento en Harlú
y el Bac a Fresí; dejáronse persuadir con que aquella guerra no era contra el
rey de Francia, sino contra el tirano de Cambray. Desta manera quedó sitiada
Cambray a lo largo por toda la frente de los países de Henao y Artois, con
un ejército de mil y quinientos caballos y cerca de ocho mil infantes, que
todos comieron hasta fin de noviembre a costa de Baliñí y de aquella pobre

238
 «Penetrar, prender, agarrar o asirse una cosa en otra» (DRAE).
458 Las Guerras de los Estados Bajos

ciudad, cuyos ciudadanos vían cada día a sus ojos quemar las granjas y talar
los frutos, y en particular los trigos, que se afirmaba haber sacado de aquellas
campañas pasadas de trescientas mil hanegas; y por que no se aprovechase de
lo que con igual fertilidad pensaba coger de aquella parte de su término que
mira a Francia, tomó a su cargo la caballería el quemárselo, sin dejarles cosa
sana ni entera. Éste fue el primer fruto que sacó Baliñí de su declaración y con
todo eso fue el menos malo, respeto a los que cogió después (como veremos
presto), para los cuales fue bonísima disposición [274] el dejar tan escocidos
a aquellos ciudadanos y tan faltos de bastimentos.
Hallábanse a mediado noviembre en la ciudad de Rens, en Champaña, los
duques de Humena y Guisa, y, deseando el de Guisa (a lo que se sospechó,
con parecer de su tío, el de Humena) reconciliarse con el príncipe de Béarne
y sacar las mayores ventajas que pudiese, se resolvió en hacerlo antes de la
absolución del Papa, por hacer el servicio más acepto, persuadido a ello de su
madre, que había días trataba su reconciliación. Obstábale para ponerlo en
ejecución las inteligencias del marichal de San Pol, que, a lo que se dijo, se
había ya anticipado a hacer los mismos oficios con el francés, como teniente
que era suyo en el gobierno y a cuya autoridad estaba absolutamente sujeta la
guarnición de la ciudad de Rens, no menos por su valor y liberalidad que por
haberla gobernado cerca de diez años sin superior y con general satisfación. Y
para quitarse este obstáculo y poder hacer, sin peligro de sedición, un presente
al nuevo rey de aquella nobilísima ciudad (en cuya iglesia catedral se suelen
ungir los reyes de Francia con el olio bajado, a lo que dicen, del cielo, que
se conserva allí milagrosamente sin diminución en un vaso llamado la Santa
Ampolla)239, determinó matalle, haciendo el negocio casual con la primera
leve ocasión. Ofreciósele presto una sobre querer el duque de Guisa asegurar
la ciudad metiendo en ella algunas tropas de gente a su devoción y rehusarlo
San Pol, el cual, viniendo a la iglesia mayor, donde le dijeron que el duque
oía misa, a procurarlo remediar, viéndose atropellar de palabras en el claustro,
cosa inusitada para él, que siempre habia sido tenido y tratado por el duque
como padre, acabó de conocer el intento cuando ya no tuvo lugar de remedia-
lle; y por no morir afrentado volvió por su honra, diciendo que no era traidor,
como el duque decía, y que se quedase aquel nombre para los que le habían
aconsejado que le tratase así. Estaba ya el duque con su espada en la mano y,
antes que el marichal pudiese desenvainar la suya (diligencia que la guardaba
para la postre, como quien trataba con su superior), le atravesó el duque por
los pechos; acudieron luego sus archeros y acabáronle de matar, aunque con

239
 Ver al respecto de la Sainte Ampoule el tratado de Hubertus Morus. La tradición cuenta
que bajó del cielo transportada por una paloma cuando Clovis fue bautizado en Reims en
496, coneniendo los oleos con que ungirle como rey. Llegó incluso a haber en la Francia
medieval una orden de caballería con el nombre de la Santa Ampolla.
Las Guerras de los Estados Bajos 459

tanto peligro del duque de Guisa, que un alabardero esguízaro de San Pol le
dio un [275] alabardazo por un costado, defendiendo a su amo, tal, que a no
hallarle armado de coraza debajo de la casaca le atravesara sin duda. Tal fin
tuvo este caballero a manos de quien mayores obligaciones le tenía y no pocas
de rehusar tal modo de encaminar su designio, pues no faltarán otros más
decentes, pero la ambición siempre pone los ojos (si es que los tiene) en el fin,
sin excluir ningún género de medios a propósito para conseguirle, bastante
desengañado para hacer poco fundamento en los favores de los poderosos,
que de ordinario los miden a su provecho más que a otra ninguna honesta
consideración. Mostró tan poco sentimiento deste caso el de Humena, que
dio ocasión a que se sospechase lo que dije al principio, el cual, deteniéndose
poco en Rens, pasó al ducado de Borgoña, gobierno peculiar suyo, que era
sólo lo que le quedaba en pie en todo el reino. Y, metiéndose en el castillo de
Dijón, plaza de las más fuertes dél, aguardaba la salida de las cosas, resuelto
en vender aquello lo más caro que le fuese posible, y en ver en lo que paraban
los ñublados que comenzaban a levantarse hacia Lombardía, de donde se
publicaba que había de bajar el condestable de Castilla con un gran ejército.
Entretanto, persuadido el pueblo de Rens por el de Guisa de que en la muerte
de San Pol no había hecho más que castigar a un traidor que se le levantaba
a mayores, desvaneciéndose fácilmente aquella afición popular (como sucede
por la natural inconstancia del vulgo) sin dificultad fue inducido a mudar
fación, como lo hizo, dando entrada a Enrique en aquella ciudad y él al duque
el gobierno de la Provenza, en recompensa de aquel que había de quedar al
duque de Nevérs. Este remate tuvieron las grandes esperanzas en que se vio
este príncipe, cudiciado de un monarca para yerno, ayudado de sus tesoros y
ejércitos y la mayor parte de las villas y pueblos de Francia para conseguillo,
cuya fortuna se la descompuso su tío cuando más cerca estuvo de lograrla, no
pequeño ejemplo de la inconstancia de las felicidades desta vida y lo poco que
puede en ellas ninguno de los medios más eficaces y de cuán recatadamente se
debe fiar de los más seguros.
Estuvo el ejército alrededor de Cambray hasta la fin de noviembre, que
comenzó a padecer de vituallas, y lo restante del año arrimado a Duay, inver-
nando con tan poca comodidad, que se iba [276] deshaciendo muy aprisa, en
particular los esguízaros, que, como les faltaban las pagas, se pasaban a Francia
en grandes tropas y amenazaban el volverse a sus casas. Llegó por este tiempo
al campo Juan de Contreras Gamarra, que, como comisario general nombra-
do por el rey, empezó a gobernar toda la caballería. En la cual no hubo otra
mudanza de consideración sino el quitar su alteza la compañía al comendador
Rutiner por cierta desobediencia que tuvo contra el dicho Contreras, dándola
al teniente Francisco de Guevara, que lo era de don Francisco de Padilla, y cor-
tar la cabeza a Nicoló Piata, capitán reformado de caballería albanesa, porque
iba haciendo gente secretamente para irse con ella en servicio de Francia. Poco
460 Las Guerras de los Estados Bajos

antes de levantar el campo de los contornos de Cambray se supo cómo se había


amotinado la guarnición de la Capela, que constaba de tres compañías de espa-
ñoles y dos de valones. Fue la primera vez que estas dos naciones se acomodaron
entre sí para una acción tan infame. Echaron al gobernador Simón Antúnez y
a los demás capitanes y oficiales, y, aunque el archiduque, en sabiéndolo, envió
a toda diligencia al teniente de maese de campo general, Gaspar Zapena, a pro-
curarlos concertar y a tratar con ellos que no recibiesen más gente, ya cuando
llegó habían recebido al pie de trecientos caballos españoles, no sólo de los que
habían quedado por amotinar en la alteración de San Pol, pero algunos (y no
pocos) de los rematados en ella, que fue exceso vituperable. Llegado Zapena,
ofrecieron cerrar la puerta a recebir más; y, como sobraban sus contribuciones
de Francia, se entretuvo su pagamento muchos meses, no estando entretanto
ociosa aquella caballería, que corría hasta Rens, en Champaña, y algunas veces
hasta París; y, aunque indignos de agradecimiento, no dejaban por su parte de
hacer algún servicio. Volvióse en esto Zapena a Bruselas, hasta que se comenzó
a tratar de su pagamento como y cuando veremos.
Al desalojar don Agustín del país de Cambray, le pareció sitiar el castillo
de Huesí para poder dejar en él alguna guarnición con que tener un poco
a raya la caballería de Baliñí; y, arrimándose a él con tres medios cañones,
empezó a batille al amanecer y a mediodía se acometió la baja corte, que la
dejaron los enemigos, retirándose a [277] lo interior del castillo. Eran cin-
cuenta hombres y defendíanse con conocida pertinacia, puesto que no puede
llamarse valor el que excede los límites de la razón, aunque sea uno mismo el
origen240. Advirtióles don Agustín que si aguardaban a que batiese el castillo
los había de ahorcar a todos; respondieron una desvergüenza y, volviendo los
medios cañones a un torreón, se rindieron a boca de noche, a cosa de treinta
cañonazos tirados. Enojado desto don Agustín y de la pérdida del capitán
Fadrique de Villaseca, natural de Perpiñán, que murió de un mosquetazo,
rindiéndose los enemigos a merced, la que les hizo fue colgarlos a todos de la
muralla, como se lo había ofrecido. En el castillo quedaron cincuenta infan-
tes valones y parte de la compañía de caballos del duque de Pastrana, con su
alférez Francisco de la Fuente, el cual pocos días después dio una buena mano
con ella a la caballería de Baliñí junto al villaje de la Clusa. Esto es todo lo que
sucedió este año digno de memoria en Francia y sus confines. Volvamos a los
sucesos de los Países Bajos, que ha rato ya que nos apartamos dellos.
Iban concitando su castigo los amotinados de Siquem cada día con mayo-
res insolencias y atrevimientos, los cuales, viendo pagados los demás motines,
a Groninguen rendido y al campo que se había juntado en Brabante desocu-

240
 La afirmaciónes antológica y corresponde su origen (en la historia) al discurso de Pericles
en las Guerras del Peloponeso de Tucídides, donde aquél desaconseja una acción bélica por
ser más temeridad que valentía.
Las Guerras de los Estados Bajos 461

pado, comenzaron a temer su ruina, movidos a creerlo con certidumbre por


las cartas en que les escribían se les aparejaba algunos amigos que tenían en
Bruselas. Para cuyo remedio tomaron por tal otra maldad nueva (que nunca
se hace una sola) y fue tratar con el conde Mauricio, pidiéndole salvoconduc-
to para, en caso que se viesen perseguidos por los españoles, poderse arrimar
a Breda o a otra tierra de las rebeldes, de que al principio les dio esperanzas
seguras y después se las cumplió por entero, como veremos, nuevo género de
infamia no praticada jamás hasta entonces. El saberse esto en el consejo del
archiduque acabó de hacer caer la balanza a los intentos que todavía estaban
en duda de deshacer el motín. Y deseando hacerlo sin sangre, acordaron el
quitarles el paso a los bastimentos, ordenando a don Luis de Velasco, que aca-
baba de volver de España, que con su tercio y el de don Antonio de Zúñiga,
ausente todavía en la corte, en que podía haber mil y quinientos [278] infan-
tes, y lo demás, hasta número de tres mil, de los regimientos de valones y bor-
goñones, con alguna caballería de la que servía en el país y dos compañías del
ejércio de Francia, la de don Francisco de Padilla, de lanzas, y Hernando de
Salazar, de arcabuceros, se arrimase cuanto pudiese a Siquem, alojándose en
Arscot, y que procurase dificultar los bastimentos a aquella gente con fuertes,
redutos y todo lo demás que pareciese necesario para conseguir este efeto.
Ésta fue la orden pública que don Luis llevó, pero la secreta le apretaba
más, mandándole que en todo caso deshiciese y degollase aquellos desobe-
dientes o por lo menos los desalojase de Siquem, echándolos de la otra parte
de la ribera, y, hecho aquello, procurase guardarla que no pudiesen pasar a
inquietar la mayor y más noble parte de Brabante, quitándoles con esto la co-
modidad de sustentarse de contribuciones, dando por menor inconveniente
que la desesperación les obligase a irse al enemigo que haber de gastar con
ellos un millón de escudos, para que, pagados, se fuesen a un mismo tiempo
triunfando de los despojos de Flandes y de España. Y más, no siendo creíble
que los Estados quisiesen servirse de gente tan insolente y de tan grandes suel-
dos, acostumbrando pagar a sus soldados con manteca241 y cerveza, y, contra
toda buena astrología, a dividirles los meses en cuarenta días, que, aunque era
justo pagarles su sudor y trabajos como se había hecho con los demás, no lo
era el disimularles el atrevimiento de haber puesto en contribución todo el
país hasta las puertas de Bruselas, de quien habían recebido harto más que
importaban sus remates. Con lo cual, entre otras razones, se justificaba su cas-
tigo, habiendo hecho también muchas demandas del todo injustas y nuevas,
que, habiendo enviado en ciertos capítulos remitidos al príncipe de Avellino,
tres de los cuales eran: que a todos los que se hallasen entre los alterados no
alcanzar cosa ninguna a Su Majestad, se les diese seis pagas en remuneración
de su insolencia; el segundo, que de todas las municiones y bastimentos que

241
 «Mantequilla».
462 Las Guerras de los Estados Bajos

se hallasen en Siquem, después de pagados (habiéndolos robado ellos del país


del rey), fuese Su Majestad obligado a darles el justo valor; el tercero, que se
pagasen enteramente todos los oficiales y soldados que se hallasen fuera del
motín, y otras cosas no menos exorbitantes; siéndolo éstas tanto y de tan
[279] pernicioso ejemplo, que apenas se lee en ningún género de sedición
proposiciones llenas de tan bárbara insolencia, no habiendo gente tan enemi-
ga de la razón que no procure, aunque falsamente, dar algún honesto motivo
a lo que propone.
Apenas se había lojado don Luis de Velasco en Arscot, cuando ya tu-
vieron aviso los amotinados de su intento y comenzaron a gran prisa a
fortificarse; y, avisados en particular de que don Luis traía orden de ocupar
los pasos del río, empezaron ellos a fortificar uno debajo de su artillería
y a levantar un fuerte de tierra y fagina; fuéseles arrimando siempre más
don Luis y quitándoles la comodidad de salir, como se le había ordenado,
si bien era imposible encerrarlos en la villa hasta quitalles el fuerte, en que
ordinariamente de día y de noche trabajaban seiscientos hombres y más,
contados trecientos villanos del país, a quien hacían servir de gastadores.
Y para mayor seguridad del fuerte grande fabricaron otro reduto, distante
menos de cien pasos, y en guardia de los dos tenían seiscientos infantes y
cuatrocientos caballos. Deseó don Luis acometer al gran fuerte y, antes de
llegar a las manos, con gente amiga (aunque por entonces alterada y ciega
de pasión) les envió a amonestar que se retirasen a la villa, que la intención
del archiduque no era destruillos ni negalles su justo valor, sino recogellos
donde pudiesen aguardar sy pagamento sin la total destrucción del país y de
la suma de las cosas. Respondieron con grande arrogancia que no estaban
en desamparar los puestos ni en hacer cosa que se les pidiese con las armas
en la mano, y que por su propia defensa no dudarían de empleallas hasta la
muerte, como otras muchas veces las habían empleado en servicio de quien
en aquella ocasión los pagaba en tan ruin moneda y con tanta ingratitud.
Con esta respuesta, desconfiado don Luis de alcanzar cosa dellos por aquel
camino, determinando batir al otro día el fuerte grande, quiso desembarzar-
se del pequeño y, mandando arremeter, se comenzó a menear las manos con
gran diferencia; porque los nuestros, fuera de que al principio se afirma que
descargaron los arcabuces la mayor parte sin balas, iban todos descubiertos
donde los amotinados tiraban de mampuesto y en lugar seguro. Conoció
don Luis el daño a tiempo que venía cerrando con nuestra vanguardia un
escuadrón de quinientos infantes [280] de todas naciones y la mayor parte
de su caballería. Llevaba la vanguardia de la infantería española el capitán
don Pedro Puertocarrero, y, conociendo igual peligro en retirarse que en
arremeter, escogió el partido más honrado, aunque no el más seguro para
él, porque a pocos pasos cayó muerto de un mosquetazo por la cabeza. Fue
la carga de los amotinados tan terrible, que en menos de media hora mu-
Las Guerras de los Estados Bajos 463

rieron de los nuestros más de docientos, la mayor parte españoles y gente


particular, muchos dellos casi sin poder tener las armas en las manos, de
puro frío, por ser a 13 de deciembre y hacer un tiempo cruelísimo de hielos.
Retirándose los alterados a sus puestos con pérdida de cincuenta hombres
y viendo de allí a dos días que los españoles se les acercaban con trincheras,
desampararon a los 16 del mes sus puestos, retirándose a la villa con tanto
desorden, que, cargándolos don Luis con resolución, degolló buen golpe
dellos y a los que se prendieron hizo ahorcar de aquellos árboles. Mandó
desmantelar el fuerte y, mejorando la artillería y pertrechos necesarios para
batir la villa, comenzaron los de dentro a conocer el peligro en que estaban
y a desear salir dél. Había vuelto de Breda, donde se hallaba el conde Mau-
ricio, el gobernador de la caballería amotinada, Juan Bautista Roza, persona
–antes desto- de opinión y que había sido teniente de una compañía de
caballos; trayendo grata respuesta, acordaron aquella noche de retirarse a
país enemigo, aunque para ellos seguro, y al fin lo hicieron venturosamente,
salvándose todos por beneficio de hielo, que les facilitó el paso por aque-
llos lugares pantanosos y sin aquel remedio inaccesibles. Estuvieron algún
tiempo en Langestrat, sustentados de ciertas contribuciones bien cortas que
Mauricio les disimuló que pudiesen tomar en la campiña y entrado a com-
prar bastimentos en Breda y Bergas y otras partes con la libertad que les
había granjeado su poca fe o (a la opinión de otros) su desesperación, la
cual (sin embargo de haberse publicado lo contrario) nunca llegó a ofrecer
su servicio a los Estados, ni aun el conde Mauricio se atrevió a proponérselo
a la descubierta, por ventura movido de las razones que apuntamos arriba o
de otras que aún se ignoran. En retirándose, como se ha dicho, a Langues-
trate, pasó a Tornaute don Luis de Velasco con todo el campo para estorbar
las corredurías [281] en el país, adonde estuvo hasta que, concertados por
medio del conde Juan Jacobo Bejoyoso, que con permisión de Mauricio fue
y vino muchas veces del archiduque a los amotinados y dellos al archidu-
que, se les concedió al principio del año siguiente la villa de Tilimón, donde
pudiesen estar seguros y recogidos, allanándose ellos primero y cediendo a
las demandas despropositadas que antes temerariamente propusieron y se-
ñalándoles contribuciones bastantes, aunque limitadas, de todo el país para
su sustento, con promesa de pagarles enteramente sus alcances, para cuya
seguridad, a más de la palabra del archiduque, pidieron solamente el tener
en rehenes alguna persona de calidad y puesto en la guerra de la nación
española; y fueles concedido don Francisco de Padilla, a quien tuvieron
más de un año en tanto recogimiento, que nadie podía hablar con él sin
licencia del eleto y consejo, y gran necesidad. Y para salir a misa los días
de fiesta le hacían acompañar de ocho arcabuceros, cuyo cabo, con ir siem-
pre a su lado, ni le hablaba ni consentía que le hablase nadie. Esta forma
de gobierno, fundada toda en hacerse temer con rigor inviolable (si bien,
464 Las Guerras de los Estados Bajos

como violenta, no puede durar mucho), por poco tiempo es eficacísima, y


tal, que la obediencia y buena orden en ningún género de milicia se ve más
rígidamente observada.
Padecía gran falta de vituallas por deciembre el ejército de Francia, alojado
alrededor de Duay, y, deseando el archiduque y su consejo entretenerle a costa
del enemigo, venido a Bruselas don Agustín Mesía, se encargó dél el marqués
de Barambón, gobernador de Artois, con orden de metelle en Francia y de
sustentalle de la sustancia del enemigo; honrado expediente y provechoso,
aunque ocasionó el deshacerse la mayor parte de aquel ejército a causa del
continuo trabajo y excesivo frío, que le hizo aquel invierno cruelísimo. Aquí
rehusaron del todo la entrada de Francia de los esguízaros y para que no
pudiesen tener excusa los enviaron a Brabante, con intento de enviar en su
lugar a la frontera infantería alemana y ellos sirvieron todo el año siguiente
con Mondragón, y a fin de noviembre fueron pagados y despedidos. Es esta
nación de mucho más gasto que provecho, porque no va a los asaltos ni a las
escoltas, no abre trincheras, ni toma la zapa ni la pala para más que fortificar
su [282] alojamiento, que ha de estar siempre unido y pronto a dar la batalla,
como si esta acción no fuese la menos usada que hoy hay en nuestra manera
de guerrear. Finalmente, ellos no son buenos sino para ostentar un ejército
grandioso y para volverse a sus casas cargados de dinero, dejando sin él a
quien los tomó a sueldo; y en nuestra milicia dañarán siempre de muchas
maneras, tanto por lo que acabo de decir como por el inconveniente de dejar
la Alemaña, con quien nos conformamos más los españoles, cuya amistad,
conservada por largos años, no podrá dejar de padecer diminución, si ve que
la dejamos por otra no más barata ni más abundante ni más pronta y, sobre
todo, ni más valerosa.
Hacia la fin del año, por aviso que se tuvo de que el duque de Bullón
había entrado en el país de Luxemborg con grandes tropas242, partió el co-
misario general de la caballería con ochocientos caballos la vuelta de allá y al
pasar la Mosa por Charlemont se halló tan helada, que pasó sobre el hielo
toda la caballería y bagaje sin dificultad alguna. Es el río de trecientos pasos
de ancho y muy hondable, maravilla que la cuento porque la vi. Tuvo aviso
Bullón deste socorro y volvió a Sedán, plaza suya, sin haber hecho más que
saquear algunos villajes y aldeas de poca consideración. A la vuelta el mismo
río, que le pasó tanta gente y bagaje en menos de media hora, por estar ya
deshelado hubo menester la caballería gastar cuatro días en pasalle en barcas.

242
 Ver en general para B Bouillon, Henri de La Tour d’Auvergne, vicomte de Turenne, duc
de, 1555-1623, las Mémoires du vicomte de Turenne, depuis duc de Bouillon, 1565-1586,
suivis de trente-trois lettres du roi de Navarre (Henry IV) et d’autres documents inédits publiées
pour la sociéte de l’histoire de France par le comte Baguenault de Puchesse  (París: Librairie
Renouard, H. Laurens, successeur, 1901).
Las Guerras de los Estados Bajos 465

Este año empezaron los holandeses su espantosa navegación por el norte al


Catay o China, y la continuaron, aunque en vano, los dos siguientes de 95
y 96243 con admirables trabajos y ejemplo de lo que puede la codicia y deseo
de riquezas, buscadas con tan notorio peligro de la misma vida, para cuyo
servicio se desean.

Fin del libro Séptimo

243
 Ver al respecto el clásico trabajo de Charles Boxer. Se refiere a los viajes de Willem Barentsz,
navegante y explorador holandés que buscó el afamado Paso del Noreste y de cuyos viajes
hay relación de uno de los carpinteros de a bordo, Gerritt de Veer: Waerachtige Beschryvinge
van de drie seylagien ter werelt noyt soo vreemt ghehoort… (en traducción inglesa de William
Philip, A true description of three voyages by the North-East towards Cathay and China, under-
taken by the Dutch in the years 1594, 1595 and 1596), Amsterdam, 1598. Quizá también
tuviera en mente a Cornelis de Houtman (1540-1599) y su hermano Frederik (1571-
1627) que entre 1595-1597 hicieron el primer viaje holandés por las Indias Orientales,
seguido de un viaje en 1598-1599 a la Cochinchina.
466 Las Guerras de los Estados Bajos

[283] LIBRO OCTAVO


Año de 595244
Este gran bajel de la monarquía española245 en las regiones septentrionales,
tras tan largos años de borrasca, comenzó al principio del año en que vamos
amenazando naufragio y le acabó, como veremos, con una dichosa bonanza.
La suerte y la felicidad tiene límites determinados, nada persevera en un es-
tado, todo lo trueca y altera el tiempo y, alternando el bien y el mal entre los
mortales, consuela a los infelices la esperanza y hace recatados a los dichosos
el miedo. Las amenazas de la tormenta procedieron de un edicto del príncipe
de Béarne declarando la guerra contra España246, no ya defensiva, como hasta
entonces, por cobrar su reino, sino ofensiva para vengarse, inquietando los
ajenos con tan buenas espaldas, que podía muy bien dejarse persuadir de sus
esperanzas; pero rematáronse por entonces, como veremos y como suelen
por la mayor parte. Hallábase Enrique en París a la entrada del año y lison-
jeado de su propia grandeza no menos que de sus privados, en que, como es
costumbre, se comenzaron a señalar más los [284] que hasta allí le habían
servido menos, deseando dar a entender al mundo que no tenía menos valor
ni menos fuerzas para inquietar al rey en sus estados que él había tenido para
dificultarle el dominio de los suyos, publicó este edicto a los 17 de enero. En
él declaraba la guerra contra España, dando, entre otros motivos, por uno de
los mayores la que aquel verano se había hecho a su confederado el príncipe
de Cambray. Parecióle al archiduque Ernesto responder con otro, en que,
después de haber contado largamente los beneficios hechos por el rey su señor
a la corona de Francia en sus guerras civiles y la constancia y fidelidad con que
había guardado la paz con los últimos reyes franceses, tanto, que pudo parecer
bajeza de ánimo a quien no supiera los castigos que se les dieron a los trans-

244
 Argumento: Edicto del príncipe de Béarne, en que declara la guerra contra España. Edicto
del archiduque Ernesto en respuesta del de Francia. Apodérase de Huy el holandés y sa-
quéala. Gánala el ejército católico. Muerte del archiduque Ernesto. Queda goberna[n]do
los Países Bajos el conde de Fuentes. Entra en Francia el marqués de Barambón con el
ejército. Toma a Ausí Chateo, a Ancra y retírase al país de Artois. Encárgase del ejército
Mos de Roma y toma los castillos de Beaurevoir y Bohaín, y pónese a los contornos de
Cambray. Nuevo ejército encomendado a Verdugo y sus progresos en Luxemburg. Sucesos
de Han. Gana el conde a Chatelet, a Clerí y a Dorlán por asalto. Cuéntase una batalla que
allí tuvo. Discurso del sitio y toma de Cambray. Progresos de Mondragón en Frisa. Pérdida
y restauración de Liera.
245
 La imagen no puede ser más apropiada, pues en tierras tan rodeadas de agua se compa-
ra la Monarquía hispánica a un bajel acosado por las tormentas. La metáfora es de gran
raigambre cristiana y medieval, en general para referirse al alma humana. Ver al respecto
Cortijo 2007.
246
 Ver al respecto Buisseret, Holt, Knecht y Sutherland.
Las Guerras de los Estados Bajos 467

gresores en las Terceras247, en Flandes y en otras partes, concluía protestando


que el intento de Su Majestad no era romper la paz capitulada y jurada con
los reyes legítimos de Francia, sino ayudar a sustentar, en prosecución della,
la fe católica, defendiéndola de las armas y máquinas heréticas, y en particular
de la invasión del príncipe de Béarne, que se llamaba rey de Francia, contra
quien no había necesidad de publicar nueva guerra, habiendo tantos años que
lo estaba. Mas que, cuando bien tras la absolución de Su Santidad llegase a
tener el ceptro francés en la mano, no podía dejar Su Majestad de defenderse
y ofender con el valor y reputación que lo habían hecho él y sus antecesores.
Estaban entretanto los ejércitos de ambos partidos menos poderosos de lo
que fuera menester para acompañar las amenazas con las armas; y así, el de
Béarne, deseando interesar de veras a sus amigos y en particular a los rebeldes
de Holanda, en quien confiaba más, resuelto en enviar al duque de Bullón
con cuatro mil hombres al país de Luxembourg para hacer allí la guerra y di-
vertir las fuerzas católicas, alcanzó finalmente dellos, por medio del señor de
Busenval (su embajador), que ofreciesen también gente suya, como lo hicie-
ron hacia la fin del año pasado, enviando al conde Felipe de Nasao por cabo
de tres mil infantes y al caballero Francisco Veer, que lo era de cinco estandar-
tes de caballos. Iba esta negociación más bien fundada de lo que se creyó al
principio, persuadiéndose los unos y los [285] otros a que era posible darse la
mano y mancomunar sus fuerzas de manera que pudiesen cortar el paso a los
socorros que por vía de Italia y Borgoña quisiesen entrar en los Países Bajos;
mas engañáronse, como veremos presto, dándonos bastante ejemplo de que
el que se resolviere a emprender una diversión de tanta importancia, como lo
fuera aquélla, ha menester mayores apoyos, inteligencia y fuerzas que las que
supieron y pudieron juntar los herejes de aquella vez. Los cuales casi a este
mismo tiempo tuvieron en la Campiña un mal encuentro con la caballería
católica, gobernada por el capitán Francisco de Almansa, que en Brabante
hacía oficio de comisario general, el cual, encontrando junto a la Abadía de
los Apóstoles las guarniciones de Breda, Bergas y Husden, las apeó casi todas,
matando y prendiendo más de docientos enemigos.
Los Estados rebeldes, vistas ya las armas francesas y las suyas en el ducado
de Luxembourg, con el mismo pensamiento y deseo que los demás, trataron
de procurar un puesto sobre la Mosa para poder dar y recebir socorros con
comodidad y sin peligro; y a este efeto pusieron la mira en la villa y castillo
de Huy, acomentiéndola a 7 de febrero por estratagema y a la improvista.
Es Huy248, aunque no muy gande, una de las villas del obispado de Lieja, de
donde dista cinco leguas y otras tantas de Namur; está situada sobre la ribera

247
 Islas del archipiélago de las Azores.
248
 Ciudad situada en la región valona (Valonia), provincia de Lieja (valón Hu; francés Huy,
alemán Hoei), a orillas del Meuse.
468 Las Guerras de los Estados Bajos

de la Mosa, en la parte donde desagua en ella el riachuelo Huy, de quien


toma el nombre, que baja del país de Condroy; divídela por medio el río y
comunícanse ambas partes con un puente harto hermoso de piedra. En la
parte diestra del río, sobre una montaña bien alta, hay un castillo fuerte de
sitio y ayudado con casa de recreación de los obispos de Lieja, señores espi-
rituales y temporales de aquel nobilísimo obispado, poseído en esta ocasión
por Ernesto de Baviera, elector de Colonia. Partió de Breda Carlos de Ha-
rrouguières, gobernador de aquella villa, el día de los 6 de febrero y con mil y
quinientos infantes y seiscientos caballos; y, emboscándose no lejos de la villa
de Huy, en el villaje de Diepenbecque, envió solamente treinta de los mejores
soldados, que por ser tierra neutral fueron dejados entrar sin dificultad; y,
teniendo inteligencia con un burgués, cuya casa estaba en la [286] falda del
monte, por donde se podía subir al castillo, en siendo de noche, tomándole
por guía, comenzaron a subir por la cuesta arriba hasta que llegaron, no sin
gran dificultad y peligro, a las murallas del castillo, sabiendo bien que dentro
dél se hallaba muy flaco presidio, por tener amistad con todos; y animados
desto y de ser la hora ocasionada para dormir, aun entre gente más sobria y en
tiempo de más modestia que de ordinario suelen ser los días de Carnestolien-
das, con ayuda de algunas escalas que llevaban subieron a la primer muralla
sin ser sentidos y, encondiéndose todos dentro de un torreón, aguardaron
cautamente a que con el día se abriesen las puertas del palacio episcopal,
que sirve de retirada, pareciéndoles que, mientras quedase aquello en pie,
recogido allí el presidio, por poco que fuese, podía mal lograrles su trabajo y
esperanzas. Sucedióles bien, porque, abiertas las puertas y calado el puente,
cargaron tan de improviso sobre los descuidados católicos, que sin resistencia
alguna se apoderaron de veinte y dos liejeses que había alojados en el palacio
episcopal y finalmente de todo el castillo. Hecho tras esto el contraseño que
tenían concertado con el gobernador de Breda y visto por él, acudió con toda
su gente a las puertas de la villa, cuyos habitantes, atemorizados ya con el caso
tan desastrado del castillo, faltos de consejo y de ánimo, persuadiéndose a
que eran en gran número los que se habían apoderado dél, dieron entrada a
los herejes con sólo la palabra de evitar el saco, puesto que lo cumplieron tan
bien como veremos.
Hallóle esta nueva al archiduque Ernesto con el principio de la dolencia
que le acabó; causóle muy gran sentimiento y, juntado consejo sobre el caso,
fueron de parecer el conde de Fuentes y los demás que, mientras se forma-
ba ejército con que remediar lo sucedido (para que se ordenó luego que se
apercibiesen los preparativos necesarios), se encaminase la vuelta de allá el
mayor golpe de caballería que fuese posible y se alojase en parte donde pu-
diese quitar el comercio entre los que quedasen de guarnición en Huy con las
demás villas del partido rebelde. Encomendáronse estas tropas a don Juan de
Córdoba, el cual con su compañía, la de don Sancho de Luna, don Ambrosio
Las Guerras de los Estados Bajos 469

Landriano, don Diego Pimentel, Alonso de [287] Mondragón, don Francisco


de Padilla, don Otavio de Aragón (que se había dado al duque de Pastrana y
estaba muy grande y muy lucida), las de la guardia de su alteza y las de cora-
zas y arcabuceros de Grobendonck y Hernando de Salazar, que todas juntas
pasaban de mil caballos, se alojó a dos y a tres leguas de Huy, en los villajes
de Hulen, Grotesin, Borchuvorn y Zeefen, en la ribera del río Ieckel, el cual,
pasando por la villa de Tongre, desemboca en la Mosa junto a Mastrique. Fue
dicha el juntarse esta caballería tan presto, que lo estuvo antes que saliese de
Huy la caballería enemiga, la cual –y la infantería-, en entrando en aquel po-
bre lugar, se alojaron a discreción y sin hacer caso de fe y promesa dada a los
burgomaestres saquearon no sólo las casas particulares, sino las iglesias y los
monasterios de ambos sexos. Faltábales ya el forraje a los caballos y, quedán-
dose el gobernador de Breda con cosa de ciento de guarnición y toda su in-
fantería, trató de enviar toda la demás a sus presidios, a tiempo que, por estar
tomados los pasos con la caballería católica, no lo pudo hacer a su salvo. Tuvo
aviso don Juan de Córdoba de que el enemigo se retiraba y, sacando su gente
a la plaza de armas, supo que había pasado ya el Ieckel y que se encaminaba
la vuelta de Tongre. Don Sancho de Luna, que con su compañía, la de don
Francisco de Padilla y la de arcabuceros de Hernando de Salazar venía mar-
chando a la plaza de armas, dio de manos a boca con el enemigo y, cerrando
con él, comenzó a rompelle, con muerte y prisión de muchos; la resistencia
fue poca, poniendo los enemigos sus esperanzas y las de la salvación de la pre-
sa en la huída; y así estas compañías y la de Grobendonck, como más pláticos
en el país, fueron las que quedaron con más prisioneros y con más presa, que
no fue de poca consideración, por ir cargados los holandeses de todo cuanto
hallaron de precio y de valor en Huy y lo que en aquellos pocos días habían
robado de allá de la Mosa, saqueando, entre otras cosas, la conduta de sedas
y tela de oro que suele venir de Italia a Amberes249, y el valor désta pasaba de
sesenta mil ducados. Murieron dellos al pie de ochenta y quedaron en prisión
ciento y setenta; de los demás llegaron a Breda menos de treinta con el que los
gobernaba, que, como forzosamente habían de pasar por el país de Lieja, con
quien habían [288] rompido la guerra por causa de la presa de Huy, casi todos

249
 Conviene recordar que en el siglo XVI Amberes substituye a Brujas como centro de in-
tercambios en el comercio interregional europeo, así como en el XVII Ámsterdam lo hará
con Amberes (junto, en parte, Londres), con el decaimiento más generalizado de Génova
y Venecia. La seda, en principio procedente del Oriente y comerciada por los portugueses,
solía tener como destino Amberes, pues los portugueses habían elegido a ésta como puerto
distribuidor en Europa de los productos orientales. En cualquier caso, seda y tela de oro
(procedentes del antaño centro comercial europeo por excelencia [Italia]), productos de
enorme costo y valor, acaban llegando a Amberes. La situación de inseguridad por que pasa
Amberes, precisamente por sucesos como el aquí narrado, hará que Ámsterdam le tome el
relevo, como puesto más seguro, ya en los últimos años del siglo XVI.
470 Las Guerras de los Estados Bajos

murieron a manos de villanos. En sabiendo el archiduque la presa de Huy,


envió a Juan Bautista de Tassis y al señor de Baliñí al elector a condolerse de
aquel suceso y ofrecerse al castigo de aquella insolencia con todas sus fuerzas.
Habíase quejado el elector a los Estados por medio del señor de Waru, no sin
esperanza de alcanzar satisfación de aquel daño, pero acabóle de desengañar
su respuesta, en que no sólo aprobaron lo hecho, pero tuvieron atrevimiento
de equiparallo al tener los españoles ocupada la villa de Rimbergue, que es
también del elector, no considerando que la habían ganado a viva fuerza dellos
mismos, que la tenían tiranizada, y no en son de amistad, y con tan conocido
fraude como ellos a Huy. Y así, agradeciendo, como era razón, el ofrecimiento
de su alteza, respondió haciéndose él de buen golpe de gente y de las muni-
ciones y bastimentos necesarios para el ejército; el cual se comenzó a juntar a
orden de monsieur de la Mota, saliendo de Namur el tercio de don Antonio
con su persona, que acababa de llegar de España, y de Nivelá el de don Luis,
adonde estaba invernando, y haciendo venir de diferentes partes los regimien-
tos de valones y alemanes que se pudieron juntar. Mientras se hacía la masa
deste campo en el país de Namur, enfermó gravemente el archiduque y a los
11 de febrero comenzaron los médicos a desconfiar de remedios humanos, si
bien volvió en sí de un parosismo que le duró dos horas. Había cuatro meses
que le afligía una calentura lenta, especie de tísica250, y a la postre se le declaró
continua y pestilente, y, conociendo él su peligro, después de haber acudido
a las cosas de su alma, como príncipe cristianísimo y lleno de bondad, llamó
al duque de Feria (que con licencia del rey había dejado del todo las cosas de
Francia), al conde de Fuentes, don Diego y Esteban de Ibarra, algunos de los
demás ministros de estado del país, y, después de haberles encargado las cosas
tocantes al servicio del rey, declaró que la voluntad de Su Majestad era que
después de su muerte gobernase los Estados y ejércitos católicos el conde de
Fuentes hasta otra orden. Notáronse algunas palabras de que se puede inferir
su singular piedad y el cuidado que había traído con su alma, y en particular
certificó su confesor, a lo que dijo, con licencia [289] suya para más honra y
gloria de Dios y buen ejemplo de príncipes cristianos, que hasta aquel punto
había con su favor y gracia conservado castidad y que siempre había confiado
conservalla hasta que fuese necesario casarse. Acabó a los 20 del mes, a cosa
de dos horas después de media noche, dejando deseo de sí a todos los buenos
y en particular a los que deseaban la paz. No lo sintieron tanto los soldados,
y más los deseosos de honra, que fundan todas sus esperanzas en tener a su
general por testigo de sus acciones, y Ernesto daba pocas muestras de desear
ni aun de poder salir en campaña; había llegado a una gordura demasiado
impedida para sufrir los trabajos y descomodidades de la guerra. Lo cierto

 «Tisis». «Enfermedad en que hay consunción gradual y lenta, fiebre héctica y ulcera-
250

ción en algún órgano» (DRAE).


Las Guerras de los Estados Bajos 471

es que todas las resoluciones que en su tiempo se tomaron tocantes a esta


materia fueron ordenadas por los ministros que le asistían, aunque califica-
das con su autoridad. El hacer lo mismo en lo político mostró bien que no
bastaba haber gobernado la Estiria con satisfación para emprender sin grande
ayuda el gobierno de unas provincias tan desencuadernadas y combatidas
de tantos enemigos. Él las llenó al principio de esperanzas tan grandes, que
nunca pudo llegar a verlas cumplidas, siendo sus virtudes más morales que
políticas y militares, que sin duda eran las más necesarias entonces. Murió de
edad de algunos menos de cuarenta y dos años y fue depositado su cuerpo en
la iglesia parroquial de Santiago de Cobergas, contigua al palacio de Bruselas,
hasta que despusiesen de su entierro y testamento el emperador, su hermano,
y los demás a quien dejó por albaceas. Sintieron mucho algunos del país el
nombramiento del conde de Fuentes que hizo el archiduque, y en particular
el conde de Arscot; el cual, movido de ambición (a lo que algunos maliciosos
dijeron), no le quedó piedra por mover para que el Consejo de Estado le re-
probase y se consultase al rey; pero al fin pudiendo menos sus diligencias que
la razón, salió de Bruselas malcontento y poco después de los Estados, y no
paró hasta Venecia, adonde murió de allí algunos meses.
En viéndose el conde de Fuentes con el gobierno universal de los Estados,
comenzó a ordenar las cosas con su natural resolución, tomando antes con-
sejo de las personas de más experiencia y bondad. [290] Aunque al principio
dio muestras de desear hacer él por su persona la empresa de Huy, mudó de
parecer por estar ya encargada a monsieur de la Mota y por atender entretanto
a otras cosas no de menos importancia, la más principal de las cuales era bus-
car dineros con que ejecutar las empresas que tenía imaginadas; y sucedióle
bien, porque lo mucho que el archiduque había exagerado con sus cartas en
España la indignidad de tener tan cerca de su persona tan gran número de
soldados amotinados, causó el acabar de llegar en aquella sazón letras de un
millón y cuatrocientos mil escudos, con que, difiriéndose muchos meses el
pagamento de los alterados, hubo con que acudir a otras cosas que pedían
particular asistencia. Una dellas era el ejército de Francia, que muy menos-
cabado y pobre estaba en la frontera del país de Artois, a quien –enviándose
una paga- se mandó al marqués de Barambón que le metiese en Francia y
procurase entretenelle a costa del enemigo, como lo hizo con los sucesos que
contaremos en desembarazándonos de la recuperación de Huy, que pasó así.
Salió monsieur de la Mota de los contornos de Florú, en el país de Na-
mur, a los 5 de marzo con los dos tercios de españoles de don Antonio y don
Luis, dos regimientos de alemanes, tres de valones y buen golpe de artillería,
y, llegando a los 7 a vista de Huy, ocupó los burgos, con muerte de algunos
enemigos que se atrevieron a defendellos. Batióse el otro día la villa y hacia
la tarde, mientras el coronel La Barlota acometía con escalas a querer entrar
por la parte de Lieja, cerró al infantería española por la batería, siguiendo a
472 Las Guerras de los Estados Bajos

sus maestros de campo, y con menor resistencia de la que se temía entraron


dentro, con muerte de los que se tardaron más en recogerse al castillo, cuya
retirada les ayudó a ser cobardes. Entraron también los valones con sus escalas
y unos y otros se alojaron en la villa, sin usar acto alguno de hostilidad. Este
día llegó monsieur de Grosbeque, criado del elector, con dos mil liejeses y
algunos caballos, a los cuales mandó la Mota que ocupasen un puesto a las
espaldas del castillo para comenzarle a apretar desde luego. Habíanse recogido
en él cosa de setecientos holandeses con municiones y bastimentos para mu-
chos días, que los demás parte se habían partido a sus casas cargados de presa
y parte habían sido muertos [291] en el asalto de la villa, y con el aviso que
les llegó de Mauricio el día antes del sitio en que les ofrecía socorrillos esta-
ban resueltos en defenderse hasta morir. Era grande la dificultad que ofrecía
la subida del monte, pero todo lo facilitó el valor de los soldados y diligencia
de sus cabezas, con que al fin se pudieron plantar diez y seis cañones en parte
que, por ir la batería algo de abajo para arriba, hacía maravilloso efeto. Pre-
parábanse ya los españoles para el asalto el día de los 20 del dicho, domingo
de Ramos, cuando se resolvió Harrouguières en parlamentar y salió a los 21,
sacando él solamente un caballo y sus soldados, armas y banderas. Retiróse a
los 23 la gente católica, dejando en el castillo, con ciento y cincuenta soldados
españoles, al capitán Juan de Somoza, del tercio de don Antonio, hasta que,
reparadas las baterías, pudiese volver con seguridad la guarnición del elector,
como lo hizo de allí a dos meses.
Llegó por estos días de España don Rodrigo de Silva, duque de Pastrana,
príncipe de Melito, general de la caballería ligera251, después de haber estado
en Pavía casi seis meses curándose de una larga enfermedad, de que no ve-
nía bien sano, y al fin acabó al principio del año siguiente, como y cuando
veremos. Comenzó con todo eso a ejercer su oficio con gran puntualidad,
dejando emulaciones aparte, y resolviéndose en servir debajo de la mano del
conde de Fuentes, como era justo y como lo necesitaba el estado de las cosas.
Trujo consigo a Ruy Gómez de Silva, marqués de Argecilla, su hijo mayor, de
edad de doce años, para emplealle desde luego en servicio del rey y crialle en
tan buena escuela.
Al principio de febrero sacó el marqués de Barambón el ejército de los
contornos de Arrás y por la vía de Pas, en Artois, le metió en Francia. Consta-
ba de dos tercios españoles, de don Agustín Mesía y don Alonso de Mendoza,
gobernados entonces por los sargentos mayores don Pedro Ponce de León
y Hernán Tello Puertocarrero; los regimientos de alemanes de Curcio y el
conde Vía; y los de valones de Barbansón, Balansón y conde de Bosú, gente

 Para una pequeña descripción de las diferencias entre caballería pesada y ligera en los Ter-
251

cios, con una imagen de un jinete de caballería ligera, ver http://es.geocities.com/capitan-


contreras/caballeriali.htm.
Las Guerras de los Estados Bajos 473

vieja toda, aunque en número poca, que no pasaba de seis mil infantes. La
caballería llegaba a mil y docientos caballos, gobernados por el comisario
general, debajo de las compañías siguientes: de lanzas españolas, [292] las de
don Carlos Coloma, don Juan de Gamarra, hijo del dicho comisario general,
que, aunque de poca edad, comenzaba ya a servilla; la de Alonso de Mondra-
gón y las de arcabuceros de Pedro Gallego y Francisco de Guevara. De italia-
nos: lanzas, la de Carlos María Visconte, Rugero Gaetano, conde Galván de
Longuisola, Francisco Coradino, condes Juan Jacobo y Francisco Beljoyoso y
marqués Alejandro Malaspina, y la de arcabuceros de Ruger Tacón y Tarqui-
no Capizuca; albaneses: la de Jorge Crescia y Andrea Alambrese; monsieur de
Achicurt, de lanzas del país, y dos compañías de corazas francesas que servían
a sueldo del rey, del vizconde de Touche y monsieur de Ambrí. Lo primero
que hizo el marqués fue dar vista a la villa de Dorlán, en Picardía, y recono-
cella por todas partes252. Trabóse una muy gran escaramuza, procurándolo
defender los franceses, en que hubo muertos y heridos de ambas partes. He-
cho aquello, pasó la vuelta de Aussichateo, que se tomó con poca resistencia.
Estando allí (que se detuvo el campo algunos días por hallarse gran abundan-
cia de vituallas), se supo la muerte del duque de Longavila, gobernador de
Picardía por el francés; el cual, sabiendo en Amiéns, donde se hallaba, que
el campo español había dado vista a Dorlán, poniéndose a caballo con los
que le pudieron seguir, llegó a las puertas de aquella villa una hora antes de
amanecer; hablaron a los centinelas los que iban con él y, cuando más asegu-
raban que era su gobernador o solicitaban que le abriesen, concibiendo ellos
tanto mayores sospechas de algún engaño, no hacían sino tirar y vocear que
se apartasen; íbalo hacer el duque, resuelto en aguardar hasta el día, cuando
le alcanzó un arcabuzazo por las sienes que le acabó al punto la vida. Estaban
entretanto muy contentos los de la villa pensando que habían hecho golpe,
cuando, desengañados con el día del suceso, comenzaron a llorar amargamen-
te aquella desgracia y a lamentar justamente los mal logrados años de aquel
príncipe, que no pasaban de veinte y cinco. Proveyó el francés el gobierno de
Picardía en el conde de San Pol, su hermano, durante la menor edad de un
hijo que dejaba de cuatro años.
Eran grandes los daños que por toda Picardía iba haciendo la gente espa-
ñola por no hallar en ella contraste de consideración y [293] comida; y, pisada
ya toda aquella parte septentrional que mira a Inglaterra, volvió el marqués
costeando la ribera de Soma y al fin hizo alto en Ancra, adonde, después de
ganado el castillo, que aguardó a ver la artillería, se alojó el ejército con gran
comodidad, por haber hallado en él cantidad grande de trigo y en sus contor-
nos todo lo demás necesario a la vida humana con gran abundancia. Desde
Ancra fue don Carlos Coloma con trecientos caballos a Bapama por mon-

252
 Para la toma de Dourlands, ver Fuentes.
474 Las Guerras de los Estados Bajos

sieur de Rona, que venía de Bruselas por orden del conde de Fuentes a visitar
las plazas de la Fera y Han, proveerlas de bastimentos y ver si con lo que tenía
tratado el duque de Aumale y otras inteligencias era posible meter guarnición
española en el castillo de Han. Mejoróse todo el campo junto a la abadía de
Vermand y desde allí pasó Rona con mil y quinientos infantes y quinientos
caballos, a cargo del mismo don Carlos, a la dicha villa de Han, adonde estaba
de guarnición, con ciento y cincuenta españoles del tercio de don Agustín, el
capitán Hernando de Olmedo y Chico de Sangro con cuatrocientos napoli-
tanos del marqués de Trevico, sin otras cinco banderas de alemanes y valones.
Viéronse Rona y el duque de Aumale y, conferidas entre sí sus inteligencias,
resolvieron que se procurase sacar de allí al gobernador monsieur de Gome-
rón con achaque de llamarle el conde de Fuentes para darle veinte y cuatro
mil ducados que se le habían prometido por entregar el castillo, valiéndose de
una carta de creencia que Rona traía para lo que se podía ofrecer. Consintió
en la ida Gomerón, ofreciendo de nuevo que a su vuelta entregaría el castillo a
quien el conde mandase y dejando entretanto a su medio hermano monsieur
de Orvile con trecientos franceses de su devoción y órdenes secretas, cuales
se verán a su tiempo. Habíanle pocos días antes cortado la cabeza en estatua
al duque de Aumale en la plaza de Grève de París253, con público decreto de
aquel parlamento, y confiscado los bienes como a rebelde. Causó este rigor,
por ventura anticipado, tanto enojo en el ánimo generoso de aquel príncipe,
que se resolvió a ser español en todo y por todo, y como tal, en llegando a
la vanguardia de la infantería española que marchaba la vuelta de la Fera, se
quitó públicamente una banda negra, insignia que, bordada de lágrimas de
plata, solían traer los príncipes de Guisa [294] desde que tomaron las armas,
y se puso otra roja, como criado y vasallo de la casa de Borgoña, la cual trae
hoy en día, veinte y siete años después, no menos en el corazón que en los
pechos254, justificándolo con las razones que le sacaron de Francia en tiempo
que no había en ella rey católico y con las obligaciones en que se hallaba a
la acogida que se le había hecho en este otro partido, siendo lo necesario en
tales acciones justificar su principio, pues, empezadas, ni es posible ni decente
dejar de proseguirlas. Pasó Rona con aquella gente a la Fera, llevando de ca-
mino mil y quinientos carros de trigo, parte comprado por aquellos castillos
neutrales y parte recogido de las granjas del enemigo, con que se alegraron
lo que se puede pensar don Álvaro Osorio y el Seneschal, y no menos en su

253
 «Le duc d’Aumale qui décida de persister en la cause jusqu’à son dernier soupir, et s’obs-
tinant à demeurer hors de l’obéissance du Roy. Le parlement de Paris le condamna pour
crime de lèse-majesté et, le 30 mars 1595, son effigie, vêtue à l’espagnole, avec l’écharpe
et les jartières rouges fut depuis la conciergerie du Palais trais née en la place de grève où,
par l’exécuteur de justice, elle fut mise en quatre quartiers» (Les sources de l’Histoire de
France 179).
254
 Ver infra libro X para una discussion sobre las bandas rojas de los ejércitos españoles.
Las Guerras de los Estados Bajos 475

tanto con la compañía de ochenta arcabuceros de a caballo del capitán Pedro


Gallego, que se los dejó de guarnición, por cuyo medio se fue proveyendo
de más bastimentos y tuvo con que hacer rostro a las guarniciones enemigas
circunvecinas y correr hasta los burgos de París, como lo hacían cada día con
gran reputación y provecho. Tenía también la compañía de lanzas albanesas
del capitán Demetrio Capuzumadi y cosa de setenta voluntarios franceses en
muy buenos caballos, que servían sin sueldo por sola la ganancia. Pasó tras
esto todo el ejército después de vuelto a juntar a los contornos de Chatelet y el
duque de Aumale, y con él monsieur de Gomerón, dos hermanos suyos y una
hermana, a Bruselas, adonde Gomerón recibió el dinero prometido; y volvió
a estipular la obligación de entregar el castillo al conde a toda su voluntad.
Vuelto también el marqués de Barambón a su gobierno de Artois, quedó todo
el campo a orden de monsieur de Rona, el cual, deseando incomodar cuanto
fuese posible a Cambray, y en particular a Chatelet, por donde se había de
comenzar de hacer la guerra aquel verano, tomó los castillos de Beaurevoir y
Bohayn, éste con cuatro días de sitio, en los cuales, acercándose demasiado el
conde Galván de Languisola, capitán de caballos, le pasaron el pescuezo de un
arcabuzazo. Era Bohayn plaza harto fuerte y rodeada de agua. Acabado esto
y dejada guarnición y las compañías de Daniel y Chalón para correr la tierra,
pasó Rona a los contornos de Cambray, adonde, después de haber tomado
algunos castillejos, se alojó junto a los [295] ríos, y en particular al de Arlú,
por cubrir por aquella parte el país de Henao de las corredurías del enemigo y
por valerse, a falta de forrajes para los caballos, de la yerba que suele salir por
abril y mayo en las riberas de los ríos y lugares bajos.
Grande deseo tenía el conde Fuentes de echar, ante todas cosas, a Baliñí
de Cambray, pareciéndole que, hecho aquello y cobrada reputación con una
empresa tan importante, se haría todo lo demás que tenía pensado para aquel
verano con facilidad, reprobando por entonces el parecer de muchos, que
aconsejaban el comenzar por cosas más fáciles para irse acreditando y toman-
do aliento capaz de poder emprender lo más dificultoso. Decía que aquella
razón militaba en ejércitos nuevos y cuando se ha de tratar con enemigos
no conocidos, cosas que cesaban del todo en aquella ocasión, pues no había
duda que eran los soldados que pensaba emplear los mismos que con tanta
reputación habían militado en Francia y conducido al fin empresas de tanta
estima como se ha visto. Añadíase por consideración particular, y por ventura
la más esencial, ser aquella plaza sola la que, entre todas las que se podían em-
prender en la guerra de Francia, podía, a largo andar, quedar por premio de lo
trabajado y gastado en ella, como después ha sucedido, y tan importante a la
conservación de los Países Bajos cuanto necesaria para ser firmísimo baluarte
contra Francia por aquella parte. Importaba también no dilatarlo por el peli-
gro que había de no salir con ello, si, desembarazado el francés de la guerra de
Borgoña, que andaba entonces muy viva, acudía a juntar sus fuerzas con las
476 Las Guerras de los Estados Bajos

que ya tenían aparejadas en Champaña, Picardía y Normandía el duque de


Nevérs, el conde de San Pol y el almirante Villárs, valiéndose también de las
que los Estados rebeldes tenían, como se ha dicho, en el ducado de Luxem-
bourg, en socorro del duque de Bullón. Ofrecían para esto grandes comodi-
dades los países de Tornesí, Artois, Lilá y Henao, gente, dinero, municiones y
todo género de bastimentos a bajísimos precios, y los gobernadores de aque-
llas provincias instaban con gran cuidado y solicitud, con que finalmente se
resolvió el conde de tentar la empresa de Cambray en echando al enemigo de
Luxembourg y quitado el estorbo de Chatelet, plaza que, por estar no menos
de cuatro leguas francesas [296] de Cambray255, parecía, y era lance forzoso,
ocuparla antes. Con esta resolución salió el conde de Fuentes de Bruselas a los
10 de junio, dando ante todas cosas dos pagas en general a toda la gente de
guerra y dejando hecho asiento en Amberes para que cada treinta días se diese
una paga, y a don Diego de Ibarra con orden de mandarlo ejecutar, como lo
hizo, con tanta puntualidad, que se pueden atribuir a su cuidado y prudente
solicitud gran parte de los buenos sucesos deste año.
Antes desto mandó el conde formar un razonable ejército a cargo del co-
ronel Francisco Verdugo, que por entonces se hallaba en Luxembourg, que
constaba del regimiento de alemanes de don Juan de Pernesteyn, cuyos sol-
dados, habiéndose querido amotinar poco antes en Bruselas, con el castigo
riguroso de los promotores y algún dinero, tomaron aquella derrota a cargo
del teniente coronel en número de mil y quinientos tudescos. El regimiento
nuevo del conde Ludovico Via, que acababa de bajar de Alemaña; el del pro-
prio coronel Verdugo, y los de Estanley y La Barlota, que podían hacer todos
juntos seis mil infantes. La caballería, a cargo del teniente general don Am-
brosio Landriano, que constaba de su compañía; las de don Juan de Cardona
y don Francisco de Padilla, de lanzas españolas, y las de Hernando de Salazar
y Felipe de Soria, de arcabuceros; de naciones, las que habían sido de la guar-
dia del archiduque Ernesto y la del conde Enrique de Bergas, y de italianos y
albaneses, las del conde Alfonso de Montecuculo y Nicoló Basta. Juntáronse a
estas tropas las dos compañías de hombres de armas de los condes de Mansfelt
y Berlaymont, que toda junta pasaba de mil caballos.
Habíase apoderado al principio deste año el duque de Bullón de las villas
de Ivois y la Ferté y del castillo de Chanvasí, en el ducado de Luxembourg,
asistido de las armas y persuasiones de los estados rebeldes, deseosos unos y
otros de conseguir los intentos que dijimos arriba; y, dando muestras de de-
sear hacer lo mismo de Momedí el conde Felipe, adelantándose con algunas
tropas de caballos, fue roto por la caballería católica, sin que de toda su gente
(que eran al pie de trecientos caballos) se salvasen sino él y cinco soldados por

255
 Un grado de la tierra tiene 15 leguas alemanas, 17.5 españolas, 20 francesas y 60 millas
italianas.
Las Guerras de los Estados Bajos 477

[297] beneficio de la ligereza de los suyos. Quedaron en prisión, entre otros,


los coroneles Nicolás Chemelsing y Jorge Contler, personas de opinión entre
los enemigos, que pocos días después se libraron en trueque de otros prisio-
neros nuestros que se perdieron en cierta escaramuza que tuvo la caballería
francesa en los burgos de Vertún con la nuestra. Con el campo que acabamos
de designar y buen golpe de artillería a cargo del capitán Lamberto, uno de
los tenientes de monsieur de la Mota, partió el coronel Verdugo de la villa
de Marcha, en Famina, a los 18 de abril y, arrimándose hacia el enemigo,
le obligó a reducirse a las villas cercadas, quitándole ante todas cosas el uso
de la campaña; con que, viéndose el conde Felipe tomadas las espaldas a la
retirada de las islas y advirtiendo que el tener gente en las tierras ganadas era
consumirles los bastimentos sin fruto, se resolvió, con acuerdo del duque de
Bullón, en volverse a Holanda con la poca caballería que le quedaba, toman-
do su derrota por tierra hacia mediado mayo, y el coronel Veer para ir por mar
con la infantería la vuelta de Diepa, llegando al fin unos y otros a sus casas tan
menoscabados de gente como de reputación.
Retirado el holandés, puso el coronel Verdugo sitio a la Ferté a 20 de mayo
y, hecha la batería, tratándose de dar el asalto a los 28, entró aquella misma
noche en la villa del duque de Bullón con mil infantes y docientos caballos,
con que se resolvió Verdugo en seguir otro camino, yéndose arrimando por
la zapa. A los 30 del mes hizo el enemigo una gran salida y ganó las trinche-
ras con muerte de muchos soldados valones y alemanes que las defendían.
Acudieron los coroneles Estanley y La Barlota con la resta de sus regimientos
y, trabándose en el llano a tiro de cañón de la villa una gallarda escaramuza,
acudiendo al mejor tiempo don Ambrosio con caballería, ahuyentada la del
enemigo, entró a la parte en la vitoria, siguiendo infantes y caballos a los
franceses hasta las puertas de la villa, quedando muertos en el alcance más de
trecientos. Señalóse mucho el teniente Francisco de la Fuente, cerrando de
vanguardia con la compañía de don Ambrosio. Mostró aquel día Verdugo su
larga experiencia militar, recibiendo la primera furia francesa con tolerancia y
cargando después con valor y cordura. Con todo eso determinó por entonces
hacerse a lo largo y aguardar mejor ocasión para echar de allí al enemigo, el
cual, [298] habiendo perdido el día de los 30 mucha gente particular, pare-
ciéndole haber ganado harta reputación en la salida y hacer levantar el sitio,
desamparó la villa y todo el ducado de Luxembourg, sacando también la
guarnición de las villas de Ivois y Mamedí, cuando, cobrada Verdugo La Fer-
té, vio que se iba encaminando la vuelta dellas. El cual, sabiendo la retirada
de Bullón, le siguió hasta meterle en Francia y poner a saco buena parte del
país de Champaña, y fuera mayor el daño si no le atajara los pasos el conde de
Fuentes, ordenándole que se apercibiese para ir al condado de Borgoña a en-
cargarse del ejército que había tenido allí a su cargo el condestable de Castilla
y que le enviase entretanto con diligencia el suyo, como lo hizo, despachando
478 Las Guerras de los Estados Bajos

luego la caballería con don Ambrosio, que halló ya al conde sobre Chatelet
y la infantería en rehaciéndose un poco de los trabajos padecidos en aquella
expedición. Y al fin llegó al campo cuando y como veremos.
Llegado el coronel Verdugo a Luxembourg, le dio una enfermedad de
tercianas dobles, que, durándole algunos días y convirtiéndosele en calentura
continua, dejó los trabajos desta vida a 22 de setiembre deste año, siendo de
edad de cincuenta y nueve y hallándose todavía harto robusto respeto a sus
trabajos, continuados en cuarenta años de guerra tan porfiada.
Fue el coronel Verdugo natural de la villa de Talavera de la Reina, hijo de
padres nobles, aunque tan pobre, que en llegando a diez y nueve años, con
las primeras cajas que se tocaron en su patria, que fueron las del capitán don
Bernardino de Ayala, natural de la dicha villa, asentó su plaza; y siguiendo
su bandera, se halló en la presa de San Quintín, donde empezó a mostrar
sus aceros de suerte que mereció ocho escudos de ventaja, en tiempo que se
daban bien limitados. Con estos buenos principios fue caminando adelante,
hasta que madama de Parma, cuando comenzaron las revueltas de los Esta-
dos, le mandó levantar una compañía de valones en el regimiento del coronel
Mondragón, con lo cual fue descubriendo su valor tan aprisa, que muy presto
obligó a encomendarle todo lo más importante que se ofreció en aquellas oca-
siones. Llegado el duque de Alba, le halló ya en tanta opinión, que le nombró
por sargento mayor de [299] todo el ejército, cargo que hasta allí no se había
visto en otro; y tras otros sucesos le mandó que se encargase del gobierno
de la villa de Harlem, habiéndole nombrado antes por coronel de infantería
valona, y cuando la pérdida del conde Bosú le encomendó la armada con
título de almirante. En las ocasiones que se ofrecieron después de llegado el
comendador mayor se señaló con tantas ventajas, que le obligó a que escri-
biese al rey la carta que hoy tienen sus herederos, en la cual dice que es de los
más aventajados capitanes que ha tenido la nación española. Y después de la
muerte del dicho comendador mayor se halló con su regimiento, cuando los
amotinados de Alost ganaron a Amberes, y tomó por prisioneros al conde de
Agamont y a un caballero francés que a él sólo se quiso rendir. Desde allí le
mandaron ir al castillo de Breda, en los tiempos más calamitosos que hubo
en aquellas provincias, hasta la llegada del señor don Juan, que al momento le
envió a llamar y le mandó ir a la villa de Tiumbila para que con su regimiento
asegurase aquellas fronteras, hasta que poco antes de la rota de Jubelours le
sacó, sirviéndose dél en aquella jornada para que hiciese oficio de maestro de
campo general, y, aunque tenía la mayor parte de su regimiento en Tiumbila,
con la otra le mandó que se encargase del castillo de Namur. Y, habiendo
nombrado el rey por sucesor al príncipe de Parma, le escribió una carta, en
que se echa bien de ver el gran conceto que hacía de su persona. Asentadas
las paces con condición que saliesen los extranjeros y que los que no fuesen
naturales de los Estados no pudiesen tener cargo ni gobierno en ellos, dio su
Las Guerras de los Estados Bajos 479

regimiento al conde Octavio de Mansfelt, su cuñado; y, queriéndole ceder


también el gobierno de Tiumbila, Su Majestad ni el de Parma ni los mismos
Estados no lo consintieron, con que de allí a poco fue necesario mandarle le-
vantar nuevo regimiento y golpe de caballería para pasar a Frisa en socorro de
la ciudad de Groninguen, adonde quedó por gobernador por muerte del con-
de de Renenberg y alcanzó las señalas vitorias que no han podido ofuscar los
émulos de nuestra nación. Heme querido alargar más de lo que acostumbro
en escribir la vida deste capitán excelente, lastimado del descuido que tantos
autores modernos han tenido en publicar sus cosas, ocupando [300] mucho
tiempo y papel en relatar la de otros, algunos dellos de todo punto inferiores
en valor y fortuna. Tuvo este insigne caballero elocuencia natural grandísima
y todas las partes que para ser gran soldado y gran gobernador convenían y
solía decir de ordinario que había procurado siempre ser Francisco para los
buenos y Verdugo para los malos.
Partió, como se ha dicho, el conde de Fuentes de Bruselas a los 10 de ju-
nio, dejando para la defensa del País Bajo y para acudir adonde lo pidiese la
necesidad los dos tercios de don Antonio y don Luis, los dos mil esguízaros
que rehusaron, como dijimos, de entrar en Francia y los valones de monsieur
de Grisón y irlandeses de Estanley, que habían de juntarse con aquel ejército,
acabado lo de Luxembourg. Toda esta infantería y las compañías de caballos
que se dirán a su tiempo, con algunas piezas de artillería de campaña, quedó a
cargo del coronel Cristóbal de Mondragón y él con orden de aconsejarse con
el tiempo y procurar no dejar hacer fuerte al enemigo. Acrecentó el ejército de
Francia el conde por entonces con sólo el regimiento de monsieur de la Mota
y cosa de otros mil valones de reclutas de los demás regimientos; caballería,
fuera de la que tenía a su cargo en Luxembourg don Ambrosio Landriano,
que la mayor parte della estaba destinada para el ejército, llevó consigo por de
su guardia la de don Sancho de Luna, lanzas, y la de Francisco de Almansa,
arcabuceros; la del duque de Pastrana siguió pocos días después con su ge-
neral, cuyas ordinarias enfermedades por más que se esforzaba no le dejaron
acompañar al conde, aunque él lo deseó harto, pero al fin partió tras él pocos
días después. En Mons de Henao se juntaron con el conde ocho compañías
de hombres de armas de las bandas de Flandes: la del conde de Bosú, que los
gobernaba; la de monsieur de la Mota y las del duque de Arscot, príncipe
de Simay, marqueses de Havré y Barambón y la de los condes de Agamón y
Rus, cada una de las cuales pasaba de cien caballos. Iban con el conde mon-
sieur de la Mota, general de la artillería; el duque de Aumale, el príncipe de
Avelino, Esteban de Ibarra, Juan Bautista de Tassis, el marqués de Barambón,
el príncipe de Simay, el conde de Solre y otros muchos señores de todas na-
ciones. Era maestro de campo general monsieur de [301] Rona y su teniente
Gaspar Zapena; llegó a juntarse el conde con el ejército a los 12 del dicho y,
resuelta ante todas cosas la empresa de Chatelet, después de haber dado vista a
480 Las Guerras de los Estados Bajos

Cambray y reconocídola por todas partes, no sin gallardas escaramuzas, pasó


finalmente a ponerse sobre Chatelet la tarde de los 18 de junio, en la cual,
abrigada la artillería con un seto o ribazo256, comenzó a batir la muralla del
burgo con intento de alojar en él parte del ejército. Hízose en cuatro horas
de batería, con trece cañones, bastante portillo257 para ir al asalto, y, dando la
vanguardia de aquella empresa a don Agustín, a quien tocó, arremetieron al-
gunas compañías de su tercio, con los capitanes don Gonzalo Mesía, Antonio
Sarmiento de Losada, don Pedro de Guevara, Vasco de Carvajal y la compa-
ñía del maestro de campo, gobernada por su alférez don Francisco de Corral.
Defendían el asalto casi todos los de la guarnición del castillo, que eran poco
menos de mil, pero, vista la resolución con que eran acometidos y temiendo
no se les entrasen a las vueltas en el castillo, desampararon el burgo antes de
haber podido tener tiempo de quemalle. Alojóse don Agustín con su tercio
y cosa de quinientos borgoñones del regimiento del marqués de Barambón
y aquella misma noche se fortificó de manera, que quitó absolutamente la
salida a los enemigos, los cuales toda aquella noche y la mañana siguiente con
fuegos arrojadizos procuraron quemar el burgo, con tan buen suceso, que
fue menester todo el cuidado de don Agustín y trabajo de sus soldados para
que no les obligase a desamparalle. Apagóse al fin, con muerte y heridas de
muchos, que forzosamente habían de descubrirse para ello, a quien dañaban
desde la muralla con mosquetes y naranjeras258. Tratábase de comenzar a abrir
trincheras a los 23 del dicho, cuando un nuevo –aunque temido- accidente
lo dilató algún día.
Habíanse comenzado a concebir algunas sospechas de monsieur de Or-
vile, a cuyo cargo estaba el castillo de Han, desde antes que el conde saliese
de Bruselas y, deseando granjearse y tenerle en oficio, despachó para allá a
monsieur de Arloés, teniente de Gomerón, y a Hernando de Frías, natural de
Burgos, hombre inteligente y harto ladino entre franceses; llevaron cartas del
conde muy favorecidas y [302] llenas de ofrecimientos para Orvile y orden
de negociar con él sin mostrar desconfianza; sólo se le permitió al Frías que
advirtiese en buena ocasión a madama de Gomerón, madrastra del dicho
Orvile, el peligro que corrían las vidas de los hijos que tenía en Bruselas si
no se cumplía lo prometido, pues era cierto que no se había de creer sino
que nacía aquella perfidia de quien era cabeza de todos. Era menester poco
para persuadir a esta señora259, inclinada ya de suyo al bando católico, que

256
 «Porción de tierra con elevación y declive» (DRAE).
257
 En el sentido de «abertura en una muralla» (DRAE).
258
 Es un «arma de fuego más corta y de mayor calibre que la escopeta» (DRAE), y aquí «que
el mosquete».
259
 Sobre personajes femeninos como el que aquí se representa se modelan las heroínas espa-
ñolas y flamencas de las comedias «de Flandes» de Lope de Vega. Ver Cortijo, en prensa,
Introducción.
Las Guerras de los Estados Bajos 481

era la voz con que se hacían aún todas las cosas y que no ignoraba el yerro
que había hecho su hijo, encomendar aquella plaza de tanta importancia a
su medio hermano, hombre ambicioso y que había días que se carteaba con
los enemigos. Y así, se tiene por cierto que hizo todos los buenos oficios que
pudo para que Orvile recibiese en el castillo al capitán Olmedo con sus es-
pañoles, pero no aprovechó, que el trato estaba ya muy adelante y el ánimo
de antelado acabado de ganar a fuerza de dádivas, aunque harto inferiores a
las promesas. Entretanto Orvile, fingiendo tener nuevas de que el enemigo
quería acometer aquel castillo y que para ello juntaba monsieur de Humières,
teniente general del conde de San Pol y duque de Bullón, gran número de
gente, en que no mentía, comenzó a fortificarse y a plantar su artillería en las
partes convenientes, especialmente contra la villa, cosa que comenzó a dar las
últimas sospechas de traición a Olmedo y a Chico de Sangro, los cuales, y los
demás capitanes de naciones, juntos a consejo, determinaron enviar a avisar
al conde Fuentes con Hernando de Frías (que sabían haber ya desalojado
de junto a Cambray y venir marchando la vuelta de Chatelet) del peligro
en que se hallaba aquella plaza. Excusóse Frías con que no era razón dejar a
sus compañeros en tan conocido peligro y al fin fue a monsieur de Arloés y
halló al conde cuando se daba el asalto al burgo de Chatelet. Entretanto el
enemigo, que no dormía, con tres mil infantes y quinientos caballos la propia
noche de los 20 llegó al castillo por la puerta del Socorro y entró dentro dél,
sin que los cuerpos de guardia, ordenados a propósito de estorbar la entrada,
que ya se temía, fuesen poderosos para más que para matar y herir algunos
franceses de los que iban entrando. Olmedo, Sangro y los demás capitanes,
viendo el pleito malparado, quisieron, [303] aunque tarde, ocupar un rebellín
harto fuerte, que, si lo hicieran, pudieran aguardar desde él muchos días el
socorro y desvanecer las trazas del enemigo; el cual, avisado por Orvile de
aquel peligro, puso tan buena defensa, que, cuando arremetieron los nues-
tros, no hicieron más que perder gente, y entre ella un capitán napolitano.
Eran de parecer los capitanes de retirarse antes del día a la puerta de Noyón y
fortificarse en ella y en los dos pedazos de muralla colaterales; hubiera sido la
salvación de aquella plaza, pero Hernando de Frías, que sabía el fuego que ha-
bía de encender en el ánimo del conde la nueva de aquel aprieto y que había
de volar en su socorro, fue de opinión que no se dejase la villa en abandono,
entregando voluntariamente a la codicia de los franceses los despojos de aque-
llos ciudadanos en quien habían experimentado tanta fidelidad; ayudó a esto
el ver a más de cuatrocientos dellos armados y con tan buen ánimo como el
mejor soldado, y más que todo la reputación que forzosamente se había de
perder volviendo el rostro al enemigo antes de vérsele y saber por quién y por
qué número de gente eran acometidos. Y al fin, como el fortificar la cara del
castillo tenía de lo generoso, vinieron en ello los capitanes y lo que quedó de
la noche comenzaron a abrir trincheras con la prisa que el caso pedía. Cuanto
482 Las Guerras de los Estados Bajos

más se va entrando en la villa a la plaza del castillo, tanto más se ensancha la


plaza; y así, por tener menos trecho que guardar, abrieron trincheras por la
frente de las últimas casas, valiéndose dellas también como de traveses por no
estar todas a nivel, sino unas más afuera que otras; y, aunque trabajaron mu-
chos y mucho todo lo restante de la noche, se vio al amanecer que se habían
levantado poco los reparos y cuán sujetos estaban a la artillería del castillo,
que en asomando el día comenzó a jugar, con gran daño de la gente española.
Monsieur de Humières, a quien Bullón y San Pol habían dado la empresa
como traza suya, sacando poco a poco a la estrada cubierta mil franceses y
toda la nobleza de Picardía, que pasaban de cuatrocientos gentileshombres
con armas de infantes y armados a prueba, antes de arremeter envió un recado
a los capitanes ofreciéndoles grandes partidos si dejaban la tierra en paz, los
cuales enviaron la respuesta con las bocas de cuatro medios cañones que te-
nían [304] para su defensa, preparándose para recebir el asalto, que no tardó
mucho Humières en dársele con tanta furia, que entraron muchos franceses
dentro de los reparos, aunque por su daño, pues quedaron muertos los más.
El pelear sobre las propias trincheras hizo (con gran provecho de los nuestros)
cesar, por más de dos horas que duró el asalto, el uso de la artillería; y como
en ellas hubo tiempo para conocer el valor de los que las defendían, hubieron
de volver al fin las espaldas los franceses, retirándose del castillo con pérdida
de docientos hombres y más. Entre ellos quedó atravesado de los últimos
arcabuzazos monsieur de Humières, capitán de los más señalados de aquel
tiempo entre su nación.
El duque de Bullón y el conde de San Pol, viendo el daño recebido y que si
llegaba la noche era posible llegar el conde de Fuentes y necesario en tal caso
el perderse todos, trataron de la empresa con nuevo y mayor cuidado y de
acometer aquella gente desesperada con más recato y comodidad. La mayor
parte de las casas que los nuestros tenían fortificadas eran pajizas y, asestándo-
les hacia la tarde las piezas con fuegos artificiales, prendió en ellas de manera,
que, ayudado de un viento que en Francia llaman orage (y es lo mismo que
«embate»)260, que crece con la caída del sol, en brevísimo espacio consumió
la mayor parte dellas. En viendo encendida la primera, arremetieron otra vez
los franceses con tanta furia por tres partes, animados por Bullón y San Pol,
que, aunque murieron muchos en la refriega, forzaron al fin los reparos y co-
menzaron a matar. Quisieron últimamente rehacerse los nuestros en la plaza
y rechazaron otra vez a los franceses, pero sirvió de poco, porque, no teniendo
dónde hacer pie y acudiendo con la voz de la vitoria todos los que antes se
detenían, y seiscientos esguízaros que hasta entonces no habían querido arre-

260
 Un vent d’orage es el que se levanta con la canícula. El embate es «viento fresco y suave que
reina en el verano a la orilla del mar» y «viento periódico del Mediterráneo después de la
canícula» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 483

meter y estaban en la entrada cubierta del castillo, fueron acabados de romper


los españoles y italianos y la gente de las naciones, de tal suerte que los que no
tuvieron tiempo de echarse por la muralla quedaron pasados a cuchillos. La
villa fue miserablemente saqueada y hecha ceniza más de la mitad. Quedaron
en prisión Olmedo, Chico de Sangro y malherido Hernando de Frías y los
capitanes Alejandro Brancacio y Marcelo de Júdici, y finalmente todas las
cabezas. Frías [305] murió aquella noche de las heridas; afírmase que peleó
valerosamente, aunque nunca había hecho profesión de soldado. Murieron
ochenta españoles y de los demás hasta número de trecientos y cincuenta,
que no tomaron a prisión sino capitanes o alféreces, de los cuales, por haberlo
capitulado así con monsieur de Humières, se dieron a monsieur de Orvile los
que él quiso escoger, salvo el capitán Olmedo, que fue llevado a San Quintín
por cuenta del conde de San Pol. Quería Orvile a los dichos prisioneros para
dar en trueque de sus hermanos, aunque le sucedió al revés, como veremos.
En sabiendo el conde de Fuentes el peligro en que estaban las cosas de
Han, dejó a don Agustín Mesía en el burgo de Chatelet con dos mil infantes,
doce piezas de artillería y orden de no intentar cosa hasta su vuelta, y él, con
seis mil infantes, cuatro medios cañones y toda la caballería, comenzó a mar-
char a cosa de las tres de la tarde, con resolución de entrar en la villa y tomar
puesto a las espaldas del castillo para traer a la razón a Orvile, de quien asegu-
raba monsieur de Arloes que entregaría la plaza en viéndose apretado. Dista
Chatelet de Han seis leguas francesas, de las cuales podía tener caminadas el
ejército las cuatro a cosa de media noche, cuando por un soldado alemán que
hallaron los corredores desvalijado y en camisa se supo, aunque confusamen-
te, el suceso; acabáronle de certificar otros dos napolitanos y un español, que
acudieron a los relinchos de los caballos no en mejor traje, con que, haciendo
el conde un poco alto, cuando se aconsejaba con las cabezas del ejército,
volvieron todos las caras la vuelta de Chatelet, con general sentimiento de
aquella pérdida, cuando tenía ya tan cercano el remedio. Culpóse a Olmedo
más que a Chico de Sangro (aunque ninguno gobernaba absolutamente), por
ser capitán más viejo y soldado de experiencia, de que a la menor sospecha
de la fe de Orvile no hubiese hecho un reduto apartado del castillo en alguna
puerta, y la de Nela dicen que era muy a propósito, con el burgo de San Suplí
a las espaldas, y más pudiendo herir al francés por sus proprios filos y darle a
entender que la causa de aquella novedad era la misma que le obligaba a él a
fortificarse contra la villa. Pero esto tienen los ruines sucesos, que de todas las
resoluciones son tenidas siempre por mejores las que se dejaron de ejecutar,
[306] y, si es que en esto tuvieron aquellos capitanes algún descuido, el poco
que mostraron en pelear valerosamente pudiera recompensarle, a no estar
obligados más que a morir los que guardan una plaza, siendo sin duda que lo
están, y a procurar valerse (no sé si diga más) de todos los medios necesarios a
la conservación y defensa della que a la de su propia reputación.
484 Las Guerras de los Estados Bajos

En llegando el conde a los cuarteles de Chatelet, mandó comenzar a abrir


trincheras la vuelta de la cortina diestra del baluarte que mira a Cambrary,
con las cuales se desembocó el foso el quinto día de trabajo. Es Chatelet una
plaza de cuatro caballeros reales261 harto capaces y bien entendidos, contra-
minados ellos y las cortinas por de dentro con unas bóvedas tan grandes, que
pueden alojarse en ellas trecientos caballos y más. La parte más eminente es
por el burgo, lo demás del terreno son por la mayor parte praderías, causadas
de la humedad que ofrece con sus aguas el río Esquelda, el cual, tomando su
origen de una pequeña fuente, media legua más arriba de Chatelet, después
de haber bañado los muros de Cambray, Bouchayn, Valencienas, Condé, Tor-
nay, Audinarda, Gante, Terramunda, Rupelmonde y Amberes, hecho ya otro
mar, desemboca en el Océano por el Honte, uno de los brazos que forman la
isla de Suytbeverlant, de las más nobles de Zelanda. Por la parte de las pra-
derías tiene el foso agua; todo lo demás es seco y bonísimo terreno. Batióse
al sétimo día la casamata y través de la batería principal con seis cañones y
la batería con diez. Dos días antes llegó al campo el duque de Pastrana con
su compañía y las de don Francisco de Padilla y Luis del Villar, de lanzas, y
Hernando de Salazar, de arcabuceros, a los cuales envió delante don Ambro-
sio Landriano para que, alcanzando al duque, le acompañasen, si bien había
enviado el conde trecientos caballos con el capitán Coradín para aseguralle el
paso. La noche antes que se comenzase a batir Chatelet, advertido el duque
de Nevérs en San Quintín, donde estaba con tres mil infantes y mil caballos,
de que en Chatelet padecían falta de pólvora, envió cien dragones con otros
tantos sacos della en grupa y orden de que se perdiesen o entrasen. Hicieron
lo primero, topando de manos a boca la emboscada en donde estaba el duque
en persona aguardando el socorro; prendiéronse y matáronse [307] buena
parte, salvando a muchos la escuridad de la noche y a treinta presos la mañana
siguiente la nobleza del duque, que los envió al de Nevérs con un recaudo
cortesísimo. Batióse desde el alba del día, que fue a 26 de junio, y a las cuatro
de la tarde estaba ya quitado el través y la batería en razonable estado para
arremeter. No quiso el conde que se hiciese con banderas, sino que se tomase
puesto en la muralla, deseando no comprar la anticipación de algunos días en
tomar la plaza con la pérdida de la soldadesca que había de servir para tantos
más importantes efectos, siendo el conservarla no la menor obligación de los
generales. Para esto arremetieron los capitanes Antonio Sarmiento de Losada,
Hernán Gómez de Contreras y don Juan de Silva, del tercio de don Agustín;

261
 Caballero es «término de fortificación. Es una obra que se levanta sobre el terraplén de
la plaza, alta diez o doce pies, larga de ochenta a noventa y ancha de treinta de cuarenta,
sobre la cual se forma el parapeto hacia los lados de la campaña y su subida por el lado
de la ciudad, donde no se le pone parapeto para que en caso de ganarle el enemigo quede
enteramente descubierto» (Dicc. Aut.). El nombre le proviene de quedar alto como un
caballero en caballo.
Las Guerras de los Estados Bajos 485

Diego de Ulloa y Alonso de Ribera, del de don Alonso, los cuales, conside-
rándolo como soldados y no como cabezas de aquella acción, llevados del
deseo de acabar con aquello de una vez, incurriendo en una culpa loable, pa-
saron más delante de lo que se les ordenó; y por hallar la batería atrincherada
y cortado el baluarte, hubieron de retirarse al primer puesto, con pérdida de
veinte y cinco o treinta de los más honrados. Tuvieron poco tiempo de gozar
deste suceso los enemigos, porque, mandando don Agustín, con parecer del
conde, preparar otros dos mil hombres para dar el asalto de veras, temerosos
de que con el beneficio de la noche no se fortificasen de suerte que fuese
necesaria otra batería, viendo los enemigos el aparato y ñublado que venía
sobre ellos, determinaron rendirse. Y, dándose aquella noche seguros rehenes,
por ser ya tarde se difirió su salida hasta la mañana, que acertó a ser lunes.
Hiciéronle con las honradas condiciones que pudieron desear; salieron con
el gobernador monsieur de Liramont cosa de ochocientos infantes y setenta
caballos y entraron tres compañías de españoles la que había de servir para
el gobernador y las de los capitanes Luis Bernardo de Ávila y Alonso de Bui-
trago y en el burgo quedaron otras dos banderas de alemanes del regimiento
de Curcio, tres estandartes de caballos a cargo de Andrea Alambrese, albanés,
y por gobernador de la plaza Luis del Villar, capitán de lanzas, soldado muy
viejo y de gran experiencia. Su compañía se dio a don Juan de Bracamonte,
hermano del conde de Peñaranda, [308] aunque, por estar muy pequeña, se
envió a rehacer a Nioporte con su teniente Francisco de Luján, y en su lugar
se mandó venir otra compañía de flamencos de cien celadas que había levan-
tado monsieur de Vilecourt.
Ganado Chatelet, después de haberse detenido allí el ejército hasta los 7
de julio rehaciendo la batería, pasó a los contornos de Cambray, irresoluto
hasta entonces el conde en si pondría sitio en aquella ciudad o aguardaría a
tener mayores fuerzas. Esperaban para fin de julio toda la gente que había
tenido Verdugo en el país de Luxembourg o mucha parte della; y, deseando
no estar entretanto ocioso, comenzó a destruir y talar todas las campañas de
Cambray, segando los panes en berza262 y acabando de abrasar lo poco que
había dejado en pie de guerra de los dos años pasados, tanto para hacerles por
entonces el daño que se podía y atemorizarlos como para darles a entender
que no se tenía pensamiento de tomarla sino por hambre, descuidándolos
por aquel camino de su defensa. Tenía también el conde el ojo en lo de Han
y esperaba a los Gomerones, por quien había enviado a Bruselas, animado
con ordinarias cartas de su madre, y particularmente con el capitán Alejandro
Brancacio, uno de los presos, que con licencia de Orvile pasó al campo a
tratar los rescates de todos, que de su parte le aseguró de que nunca había ha-
bido mejor ocasión, ni el negocio había estado jamás tan bien dispuesto para

262
 Por extensión de un sembrado en berza, «tierno o en hierba» (DRAE).
486 Las Guerras de los Estados Bajos

buen suceso como entonces que Orvile había comenzado a desavenirse con
el conde de San Pol por negocios de interés, que son los que suelen romper
las amistades más bien fundadas, cuanto y más las adqueridas por medios tan
ruines, y que ella se sentía con fuerzas y comodidad de darle entrada en el
castillo a pesar de la guarnición. Parecieron a los más recatados estas prome-
sas de madama de Gomerón un ansioso deseo de alargar la vida de sus hijos,
y con todo eso fueron de parecer los del Consejo que se tentase, llevando a
Gomerón y a sus hermanos para mover el ánimo de la madre y del hermano.
En sabiéndose que había llegado a la villa de Canoe, partió para traerlos don
Carlos Coloma con trecientos caballos y, hallándolos acabando de comer,
les notificó con el rostro más alegre que pudo cómo habían de ir al campo,
animándolos con mil esperanzas de buen suceso. [309] Notóse que no habló
más palabra Gomerón y que, yéndose a poner una cereza en la boca, se estuvo
absorto gran rato, y al fin no la comió, que a los que habían ya concebido sos-
pechas de que participaba en el trato de su hermano se les acabó de confirmar.
Lleváronlos aquella tarde al campo en un coche, echadas todas las compuertas
para que no pudiesen ver ni ser vistos; iban con Gomerón los hermanos suyos
de diez y seis y diez y ocho años y una hermana de veinte en hábito de monja,
que había ido con ellos, a lo que se creyó, para serlo en cierto monasterio de
Artois, donde tenía una parienta.
Partió el siguiente día el conde la vuelta de Han con el ejército en orden de
guerra y acrecentado con las compañías de caballos que don Ambrosio trujo
de Luxembourg, la suya, la del conde de Montecúculo, las dos que habían
sido de la guardia del archiduque Ernesto y las de arcabuceros de los capitanes
Juan Cesate, Sebastián Gaudart y Simón de Latre, después de haber enviado
las demás que sirvieron en aquella guerra a la campiña, donde se hacía la
masa del ejército que marchó poco después en socorro de Grol, cuyos sucesos
contaremos a su tiempo. Llegó el campo en dos alojamientos a la vista de Han
a los 12 de julio al apuntar del día y, en llegando a tiro de cañón, comenzó
a tirar el castillo algunas piezas, las cuales no hicieron daño, que pareció a
los confiados artificio. Túvose por cierto que si Orvile tuviera su libertad
(comoquiera que es siempre el que más obliga el postrer agravio, movido del
que a su parecer había recebido de los ministros franceses) entregara la plaza
al conde; pero Bullón y San Pol, viéndose una vez señores del castillo, no lo
dejaron de manera que pudiese Orvile hacer con ellos lo que había hecho
con los españoles. Y así, aunque por espacio de más de cuatro horas hubo
muchas demandas y respuestas, no se litigaba ya por los de dentro por sobre
dar o dejar de dar la plaza, sino por salvar la vida de los Gomerones, si bien su
madre hizo lo que pudo con monsieur de Saseval, teniente ya de Picardía, que
se hallaba dentro y él lo que era obligado como buen vasallo de su rey. Orvile,
falto de consejo y por que no pudiese decirse que había dejado de quitar la
vida en su presencia a sus hermanos, no menos que por no ver las lágrimas de
Las Guerras de los Estados Bajos 487

la madre, se salió por la puerta del Socorro la vuelta de Chaoní y faltó poco
que no [310] diese en las manos de don Álvaro Osorio y del capitán Pedro
Gallego, que venían de la Fera al campo; que al fin tomaron, de cuatro corazas
que llevaba consigo, las dos y a él le dieron la carga más de dos leguas.
Hizo el postrer acto desta tragedia madama de Gomerón, saliendo ella y
dos hijas suyas niñas en busca del conde y pidiendo, arrojada a sus pies, la
vida de sus hijos con las palabras y efetos que enseña el dolor, cuya elocuencia
suele exceder la más artificiosa, acompañada también de todas aquellas lágri-
mas que pudo sacar una pena tan justa en el tierno corazón de una madre,
a quien no sólo lastimaba el efeto sino la causa y el modo de su infelicidad,
mirada a todas luces cabalmente desconsolada. Y, aunque debió de enterne-
cerle harto al conde esta lástima, atento al rigor de la justicia, o por ventura
más al escarmiento (deseoso de desarraigar con este ejemplo tales géneros de
dobleces, que tanto cuestan), hubo de ensordecerse a tan piadosos ruegos,
respondiéndole entonces pocas palabras, aunque graves y resueltas; tal, que
volvió al parecer algo consolada con la que le dio de restituílle los demás hijos
buenos y sanos, como lo hizo. El cadáver de monsieur de Gomerón, que era
el mayor, a quien cortó un verdugo alemán la cabeza, sirvió de espectáculo
a todo el campo y a muchos de materia para alabar y vituperar el ánimo del
conde, que, aunque parece imposible en una misma acción, no lo es, sino tan
usada cuanto las opiniones humanas son varias y llenas de ambigüidad. Lo
cierto es que, si Gomerón no mereció la muerte por haberse perdido la plaza
cuando no estaba a su cargo, la mereció por haberla vendido.
Marchó el ejército aquel proprio día cuatro leguas, no acabando de re-
solver aún el conde en lo que había de hacer, aunque determinado de hacer
algo lo que quedaba del mes de julio. A la mañana siguiente se presentó
delante del castillo de Clerý, situado sobre el río Soma, una legua de Pero-
na, el cual, a persuasión de monsieur de Ruisó, caballero francés, proveedor
general del ejército, se rindió sin aguardar batería; metióse en él la com-
pañía de corazas de Ambrí, capitán francés, y cincuenta soldados valones.
El apoderarse el conde deste castillo y con él del paso de la Soma, dio que
sospechar al duque de Nevérs [311] de que se trataba de sitiar alguna de las
plazas situadas sobre aquel río. Hallábase en San Quintín con cerca de mil
caballos y cuatro mil infantes y orden del príncipe de Béarne de encargarse
de la defensa de Picardía durante su ausencia en Borgoña, fiado de su larga
experiencia y deseando quitar emulaciones entre los demás gobernadores
de provincias, que todos se concordaban en obedecerle como príncipe de
tanta calidad y el más viejo de Francia. Aquí en este alojamiento le sobrevi-
no al duque de Pastrana un accidente tan recio, que le tuvieron todos por
muerto; mejoró un poco y desde Bray, adonde estuvo el campo tres días, le
llevó don Carlos Coloma con escolta de cuatrocientos caballos a la ciudad
de Arrás, en el país de Artois.
488 Las Guerras de los Estados Bajos

Está Bray en igual distancia de tres leguas entre Perona y Corbie, plazas
enemigas en la ribera de la Soma, con que, dando al conde que sospechar a
entrambas, hizo dividir las fuerzas enemigas y estar suspenso al de Nevérs.
Pero la verdad era, que no deseaba otra cosa para coger a Dorlán desaperce-
bida, que era donde pensaba dar, por la mucha dificultad que ofrecía el em-
prender cualquiera de las plazas desta ribera, en razón de haber de ser fuerza
pasar la mitad del campo de la otra parte con fuerzas incapaces de hacerlo sin
peligro, y lo que era más de considerar, sin barcas para hacer puentes. Alcanzó
esta treta el duque de Nevérs y, medroso de perder a Dorlán, el mismo día
que desalojó el conde de Bray hizo que pasasen de Amiéns mil infantes y qui-
nientos caballos, casi todos gente noble, que llegaron con facilidad a Dorlán,
alegrando al conde de Dinán, su gobernador, y asegurando a su parecer la
plaza. Llegó el campo en dos alojamientos al riachuelo Autí y, pasándose por
junto a Pas, en Artois, alojó la noche de los 15 de julio en Tievre, adonde,
vuelta a cobrar la caballería que había acompañado al duque de Pastrana, sal-
vo su compañía, que quedó alojada en los burgos de Arrás, pasó toda a ocupar
los puestos de Dorlán, como es costumbre, mientras llegaba todo el ejército.
Es Dorlán263 villa de pocos más de mil vecinos, la más empeñada y metida
hacia el país de Artois que tenga el francés en Picardía, y a esta causa está for-
tificada de muy buenos rebellines y baluartes; aunque las murallas en sí son
flacas, tiene un castillo en la parte superior hacia Francia de cuatro caballeros
[312] a lo moderno, aunque no mayores que los de Chatelet. La villa está en
un llano y por beneficio del río Autí tiene todos los fosos con agua, salvo los
del castillo, que por su eminencia no la consienten. Estaba en el castillo un
hermano segundo del conde de Dinant, llamado el señor de Ronsoy, ambos
de poca edad y hijos de un padre muy valeroso, y ellos por sus personas no
indignos de merecer el mismo nombre. Mostráronlo bien en la defensa desta
plaza, como se verá.
Había dentro seiscientos caballos y más, con quien, en llegando nuestra ca-
ballería, se trabó una escaramuza tan viva, que hubo muchos heridos y muer-
tos de ambas partes, aunque a la postre se hubieron de encerrar los enemigos
dentro de sus murallas. Fueron llegando a cosa de mediodía los escuadrones,
uno de los cuales, que llevaba de vanguardia monsieur de Rona para ocupar
un puesto conviniente con que asegurar el alojamiento, fue recebido por otro
de mil franceses debajo de su artillería y pelearon más de dos horas sin venta-
ja, aunque a la postre se ganó el puesto y se comenzó a fortificar y a levantar
en él un fuerte capaz de poder asegurar la plaza de armas. Señaláronse mucho

263
 A este propósito convendría recordar la Relación de una felicíssima vitoria que ha tenido
contra los franceses en Dorlán, en Picardía, don Pedro Henríquez, conde de Fuentes, gobernador
y capitán general por el rey nuestro señor de los Estados de Flandes contra el duque de Bullón y
conde de Sampol y su exército, Barcelona, Sebastián de Cormellas, 1595.
Las Guerras de los Estados Bajos 489

don Agustín y su tercio, y dél los capitanes de arcabuceros, de los cuales don
Gonzalo Mesía salió con una pierna rota de un mosquetazo. Ocupados los
puestos y reconocida por todas partes la villa, se comenzó a echar de ver la
dificultad que había en cerrarla del todo con tan poca gente, que no pasaba de
seis mil infantes; y, llamando el conde al anochecer a los del consejo, después
de largas disputas, se vino a resolver la altercación en dos votos encontrados:
del primero eran autores casi todos y del segundo sólo monsieur de la Mota.
Decían los primeros que, no tieniendo gente bastante para arrimarse a la villa
por dos partes, consistía la esperanza de buen suceso en la presteza, y que así,
habiéndose de hacer todo el esfuerzo por una parte, debía emprenderse el
castillo por acabar con aquello de una vez. Confesaba todos estos motivos la
Mota y probaba que por ellos mismos era más conveniente acometer primero
la villa, como la parte más flaca; la cual ganada en cuatro días, como él lo ase-
guraba, y dejando en ella bastante defensa, hecho un cuerpo todo el ejército,
podía [313] acometerse el castillo por la parte de Francia sin peligro de que le
entrase socorro por la villa. Replicaban los otros que no era plaza aquélla que
se podía ganar en cuatro días, teniendo dentro más de dos y mil quinientos
infantes y tanta nobleza, y pudiendo defender la batería desde muchas partes,
y aun desde el castillo como la más eminente, lo que no podían hacer en el
castillo por la estrechura de la plaza, cuya defensa, con cuanta más gente se in-
tentase, tanto más facilitaba la entrada su proprio embarazo y muchedumbre,
y que, cuanto al socorro que le podía entrar, habiendo de venir por lo menos
de siete leguas (que tantas hay desde Dorlán a Amiéns y era la ciudad más
cercana), se podían buscar otros remedios sin tomar uno tan peligroso y largo
como hacer aquella empresa de dos veces, pudiendo hacerla de una. Ponderó
finalmente el conde las razones de todos y al fin se resolvió en seguir el parecer
de monsieur de la Mota, no menos por su larga experiencia que por haber
de ser él mismo el que había de ejecutalle con la prisa o espacio que quisiese
poner a su artillería, que como la pasión y deseo de acreditar con el suceso su
parecer en todos tiene tan gran lugar, que viene a ser negocio proprio y como
tal se procura conseguir, y, así, es prudencia encargar la ejecución a quien da el
consejo cuando tienen partes para podérsele fiar. Atendiendo, pues, a esto la
Mota, con extraordinaria diligencia yendo aquella misma noche a reconocer
el puesto donde había de plantar la artillería, le alcanzó un mozquetazo por
encima del ojo derecho que le salió al colodrillo264, de que cayó luego muerto.
Afírmase que en su vida con haber hecho aquello infinitas veces le habían
visto pedir armas fuertes sino aquella noche, que en el reduto que se levantó
aquella tarde para comenzar a abrir trincheras pidió sus armas al capitán don
Jerónimo de Silva y, con todo eso, le dieron por entre la falda del morrión y

 «Parte posterior de la cabeza» (DRAE)..


264
490 Las Guerras de los Estados Bajos

la rodela265. Fue Valentín de Pardieu266, señor de la Mota, de linaje modesto,


nacido en el país de Artois; profesó la guerra de su juventud y en la de San
Quintín era ya capitán de infantería valona; siguió la artillería con monsieur
de la Cresoniera, general della en tiempo del duque de Alba y, gobernándola
él, batió a Harlem y Alquemar y hizo muchos servicios en Holanda. Hízole el
duque coronel de valones y en tiempo del comendador mayor alcanzó [314]
el gobierno de Gravelingas. En las últimas revueltas de los Estados batió por
ello el castillo de Gante y, aunque no de los primeros, vino al fin a servir al
señor don Juan, llevando consigo a la devoción del rey la importante plaza
de Gravelingas, en cuyo agradecimiento le confirmó todos sus cargos y tuvo
siempre cerca de su persona. Perseveró después con más fidelidad que fortu-
na, hallándose en todas las cosas que se ofrecieron en su tiempo y señalándose
siempre en ellas. No fue dichoso en las que emprendió siendo cabeza, aunque
es cierto que las encaminó con prudencia y las ejecutó con valor. Alcanzóle
esta mala suerte hasta en salir herido de todas las facciones; en el asalto del
fuerte de la Enclusa dejó el brazo derecho, en cuya recompensa le dio el rey
la encomienda de Estepa y el duque de Parma, de quien fue muy estimado,
la superintendencia de todo el condado de Flandes. Adquirió en efeto toda la
estimación que pudo desear y tales premios, que se gratificaron con ellos dos
señores de gran calidad y tres soldados de mucha cuenta desta manera: el re-
gimiento se dio a monsieur de La Coquelá, su teniente coronel; la compañía
de hombres de armas al conde de Sora; el gobierno de Gravelingas a monsieur
de Garnoval, su sobrino, que había servídole de teniente en aquella plaza
muchos años; la superintendencia de Flandes a Juan de Ribas, gobernador de
la Enclusa; y la artillería a monsieur de Balansón, conde Varas, hermano del
marqués de Barambón.
Sintió mucho el conde y todo el ejército la pérdida de monsieur de la
Mota, pero, faltando su apoyo a la opinión de acometer la villa, se resol-
vió con facilidad el acometer el castillo y fue el remedio total de aquella
empresa, que por el otro camino iba a muy gran peligro de no acertarse.
Retiróse en siendo de día la gente de las praderías, donde estaba, junto al
río, y acuartelóse en un vallado distante tiro de esmeril267 del castillo, en
parte harto acomodada por haber agua y algunas casas. Entre el vallado y el
castillo había una eminencia o loma cubierta de la artillería, que se destinó

265
 El morrión es la armadura de la parte superior de la cabeza o casco, generalmente rematado
en plumas o adornos. La rodela es el escudo que se embrazaba con el brazo izquierdo y
cubría el pecho.
266
 Para hacerse idea adecuada del perfil histórico de este personaje, ver el clásico estudio I.L.A.
Diegerick, ed., Correspondance de Valentin De Pardieu seigneur de la Motte, Gouverneur de
Gravelines, Commandeur de l’Ordre de Saint-Jacques etc. ( 1574 - 1594), Bruges, Imprimerie
de Vandecasteele-Werbrouck, 1857.
267
 «Pieza de artillería pequeña algo mayor que el falconete» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 491

para plaza de armas, en la cual se hizo un fuerte para aseguralla. Otros dos
se hicieron a las espaldas de los cuarteles, por cubrillos del enemigo, y otra
más capaz que todos en la parte septentrional de la villa para guardar el río
y el paso para el país de Artois, en guardia de los cuales se ocuparon mil y
quinientos hombres, [315] que casi era la cuarta parte del ejército. La van-
guardia de las trincheras tocó al tercio de don Alonso, y así se encargó dellas
Hernán Tello Puertocarrero, sargento mayor, por la poca salud del maese
de campo, las cuales se comenzaron a abrir la misma noche, que fue la de
17, encaminadas al ángulo diestro del baluarte llamado Amiéns. Iban de
subsidio con los españoles de ambos tercios los borgoñones y valones, que
lo hicieron maravillosamente, tal, que con dos noches de trabajo se llegó a
la estrada cubierta y la tercera se echó al enemigo della, ganándole un rebe-
llinejo que tenía para su defensa, y fue así.
Resuelto Hernán Tello en hacerse señor del foso, le pareció, con consejo
del conde Pachoto, que servía de ingeniero mayor, del ayudante Diego de Du-
rango y de los capitanes, que era fuerza ocupar el rebellinejo, distante más de
cincuenta pasos de la cabeza de las trincheras, y resolvióse que se hiciese al
apuntar del día; y así, con este intento se trabajó toda la noche en arrimarse a él
cuanto fuese posible y en apercebir gran cantidad de palas y zapas, fagina y todo
lo necesario para tomar pie y fortificarle en ganándole; reforzóse de gente las
trincheras y dado por señal de arremeter un cañonazo, que se tiró media hora
antes del día, arremetieron de vanguardia los capitanes Antonio Sarmiento de
Losada, Francisco Vega de Mendoza, don Juan de Londoño, alférez el maestro
de campo don Alonso y parte de la compañía de Buitrago, que, dejando su
bagaje en Chatelet, había salido con orden del conde para aquella ocasión. La
mayor dificultad estuvo en bajar al foso y subir al rebellinejo a causa de los lodos
y deslizaderos causados de una continua lluvia, la cual, dañosa en esto, fue de
provecho para imposibilitar las armas de fuego que de ordinario jugaban de
la muralla. Resistieron, con todo eso, valerosamente ciento y veinte franceses
que había en aquel puesto, hasta que, viendo dentro a los nuestros, se retiraron
algunos a su casamata, dejando muertos cosa de sesenta y perdidas las armas
de todos. Fortificáronse los españoles y naciones en el puesto (aunque no sin
muerte y heridas de muchos, y entre ellos de don Gabriel de Sotomayor, capi-
tán de borgoñones), lo cual bastó para conservarle y con él el dominio de toda
la estrada cubierta.
[316] Eran ya los 23 y, aunque se habían hecho grandes diligencias para
echar al enemigo del foso, no había sido hasta entonces posible, haciéndose
ellos fuertes en ciertas casasmatas bajas en forma de galerías o, como desde
entonces las comenzaron a llamar, de caponeras268, adonde no podían ser vis-

268
 Caponera se entiende militarmente como una «obra de fortificación que primitivamente
consistió en una estacada con aspilleras y troneras para defender el foso» y una «galería o
492 Las Guerras de los Estados Bajos

tos de la artillería de nuestro campo, dado que estaban ya plantadas tres piezas
sobre el arcén del foso. Y la noche del 22 se supo de un prisionero cómo por
la puerta de Lucheu habían entrado en veces pasados de ochocientos hombres
de socorro y que, hallándose ya los sitiados con tres mil infantes y más de qui-
nientos caballos, había escrito el gobenador a Bullón y San Pol, que estaban
en Amiéns, que le metiesen mil infantes escogidos más y que les ofrecía de
salir a dar la batalla al campo español. Había ya antes desto el conde enviado
a pedir gente de socorro al condado de Flandes y, sabido aquello y los grandes
aparatos que se hacían en Amiéns para socorrer la plaza, envió a dar prisa a
esta leva, que no tardó en venir ni dejó de ser a su tiempo de servicio. En este
estado estaba el sitio de Dorlán, cuando la noche de los 23 se tuvo aviso por
una espía que residía en Piquiñí de cómo había entrado en Amiéns monsieur
de Vilárs, almirante de Francia, con cuatrocientos caballos escogidos entre la
nobleza de Normandía y que el conde de San Pol y el duque de Bullón habían
escrito al de Nevérs (que todavía estaba en San Quintín apercibiéndose de
veras para socorrer la plaza) que la socorrerían ellos o perderían las vidas; y
en prueba desto volvieron al amanecer los corredores del campo, afirmando
que habían descubierto grandes tropas que venían marchando de la vuelta de
Amiéns. No tardó mucho en llegar otro aviso de cómo llegaba ya el enemigo
al villaje de Horrevile y a las diez del día se comenzaron a descubrir distinta-
mente once tropas de caballos, que, al juicio de los pláticos, pasaban de mil y
quinientos. Pensóse al principio que no era aquello más que una ostentación
de sus fuerzas y deseo de reconocer las del campo español y el creerlo así todos
pudo causar una notable confusión, que al fin se sirvió Dios della misma para
darnos vitoria, porque, si los enemigos no la conocieran en nosotros, nunca
pasaran tan adelante, como ellos proprios lo decían después. Estaba el ene-
migo a menos [317] de legua francesa y descurríase en lo que se podía hacer
en lugar de ponerse de manera que se pudiese acudir a todo lo que él hiciese.
Temióse que daría en los cuarteles y, estando ya cargado el bagaje, se mandó
subir todo a la plaza de armas, lo cual, visto por los franceses (persuadidos
ya de antes de nuestras pocas fuerzas, que siempre es imprudencia creer que
tiene pocas el enemigo), pensó absolutamente que nos retirábamos, y dícese
que entre ellos se comenzó a discurrir si nos seguirían o si les bastaba haber
socorrido la plaza. Si ellos y nosotros creyéramos el medio destos dos extre-
mos, ninguno quedara engañado. Con todo eso, viendo el conde que el ene-
migo se encaminaba con resolución a nuestra plaza de armas, ordenó que se
doblase la guardia de las trincheras, que al calor del gran fuerte que aseguraba

casamata colocada en sitios diversos para el flanqueo de un foso o de varios del cuerpo de
plaza» (DRAE). La caponera doble es la «comunicación desde la plaza a las obras exteriores,
trazada al través del foso seco y defendida por ambos lados con parapetos, generalmente
provistos de troneras o de aspilleras» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 493

la dicha plaza de armas se formase un escuadrón de infantería, que a lo sumo


podía ser de dos mil hombres, con cuatro medios cañones, fuera de un escua-
droncillo volante, todo de españoles, que se sacó con intento de emplealle en
donde fuese necesario. Del gran escuadrón se encargó don Agustín Mesía, del
volante los capitanes Alonso de Ribera, Francisco Vega de Mendoza, Contre-
ras, Rosado y don Pedro de Guevara. Al teniente de maese de campo general
Gaspar Zapena se ordenó que asistiese en la plaza de armas con mil alemanes
para acudir con todos ellos o con parte adonde se le ordenase.
Venía en esto marchando el enemigo en esta ordenanza: la vanguardia con
sus normandos y cien corazas de Picardía traía el almirante Vilárs, repartida
en dos tropas de a doscientos caballos y una de ciento; la batalla, en que podía
haber trecientos caballos picardos, todos en una tropa, traía a su cargo mon-
sieur de Saseval; lo restante, hasta el número de seiscientas corazas repartidas
en cinco tropas, traían el duque de Bullón y el conde de San Pol. Sin estos
tres cuerpos, había algunas tropas de arcabuceros de a caballo y dragones so-
bresalientes que iban delante de cada trozo para trabar la escaramuza. Sobre
su mano derecha marchaban mil y docientos infantes escogidos de los regi-
mientos de Champaña y Picardía y víanse venir marchando con ellos veinte
carros cargados de municiones de guerra. Su intento era meter la infantería y
municiones en la villa y retirarse [318] dando una mano a nuestra caballería.
Viendo el conde ya a los enemigos tan cerca, que andaban escaramuzando
sus corredores con la compañía de Francisco de Almansa, que les dio algunas
cargas valerosamente, mandó salir a los hombres de armas sobre la mano de-
recha y a la caballería ligera por la izquierda y comenzó a marchar él en medio
la vuelta del enemigo, acompañado él y el guión de la compañía de don San-
cho de Luna y de toda la gente particular de su corte, algunos de los cuales
eran el duque de Aumale, monsieur de Rona, los príncipes de Simay y Avelli-
no, el marqués de Barambón, don Alonso de Mendoza, Esteban de Ibarra,
don Juan de Bracamonte, Juan de Guzmán, Bartolomé de Torralba, sargento
mayor de don Antonio de Zúñiga y cosa de veinte y cinco o treinta capitanes
reformados. Los hombres de armas, con el conde de Bosú, que los gobernaba,
hicieron luego ala y se estuvieron firmes, conforme la orden que se les dio. No
tuvo tanto tiempo la caballería ligera, porque, en llegando al puesto las dos
primeras tropas, que era las compañías de Alonso de Mondragón y don Am-
brosio Landriano en una y las del conde Alonso de Montecúculo y Francisco
Beljoyoso en otra, fueron acometidos por la tropa grande del almirante y sin
romper cuatro lanzas les hicieron volver las espaldas. La tropa de Saseval,
entretanto, apartándose sobre su mano derecha, parece que daba muestra de
quererse dejar caer la vuelta de la villa. Llevaba la tercera tropa de lanzas don
Carlos Coloma con su compañía y las de don Juan Gamarra y don Francisco
de Padilla, que todos podían hacer el número de ciento y cincuenta lanzas; y,
pareciendo que aquella tropa procuraba evitar el choque y embestirle después
494 Las Guerras de los Estados Bajos

por el costado, sin darle lugar para ello ni aguardar orden, que en casos seme-
jantes suelen dar las más fuertes leyes la necesidad, cercaron él y don Juan de
Gamarra (que, aunque muy mozo, probó harto bien aquel día) con tanta re-
solución y sus soldados con tanto valor, que al punto se vieron por tierra más
de cien franceses muertos y apeados y los demás volvieron las espaldas a rien-
da suelta. De los nuestros murieron cinco de las pistolas enemigas; al alférez
don Carlos Juan de Terraza, natural de Mallorca, [319] después de haber
atravesado el estandarte por el cuerpo a un enemigo y roto la lanza, le mata-
ron el caballo, que le cayó encima. El conde, entretanto, vista la ruin prueba
de las primeras tropas de lanzas y el buen suceso de la de don Carlos, mandó
cerrar a don Sancho de Luna y que embistiese por el costado a la tropa del
almirante, que se había metido en seguimiento de las dichas primeras tropas;
y, yéndolo a hacer don Sancho y rompiendo él y algunos de los primeros sus
lanzas valerosamente, le acometió por el costado la última tropa de las cien
corazas del almirante, en que venía su persona; murieron algunos de ambas
partes y don Sancho salió herido de un pistoletazo en el lado izquierdo. Ade-
lantábase con lo restante de la caballería ligera don Ambrosio Landriano
cuando comenzó a ordenar el almirante la retirada, medroso de nuestra infan-
tería, que vía venirse acercando, sin que a todo esto Bullón ni San Pol hiciesen
más que dar calor a su vanguardia y batalla. Esto fue la causa por que el conde
no dejó cerrar a los hombres de armas, que en número de más de seiscientos
caballos estaban firmes. En comenzando el enemigo a retirarse, parece que
brotaba caballos nuestros el campo269, tal, que en tropas separadas comenzaba
a apretar demasiadamente el almirante y a la gente escapada, aunque poca, de
la tropa de Saseval, que al momento hicieron un cuerpo; y como el almirante
era soldado, conoció su perdición si no hacía un esfuerzo trasordinario; y,
para poderle hacer con más comodidad, envió a pedir ciento y cincuenta co-
razas más a Bullón y San Pol, que al punto se las enviaron con el conde de
Belín; con este socorro mandó el almirante volver las caras, si bien se le ha-
bían disparado ya ocho o diez cañonazos, aunque con poco efeto; y de tal
manera cerró con nuestra caballería desmandada, que, sin aguardar al cho-
que, volvió las espaldas a más que de paso. Alonso de Ribera y los demás ca-
pitanes que llevaban el escuadroncillo volante se hallaron en una colina sobre
nuestra mano izquierda, por debajo de la cual iban pasando las tropas france-
sas cargando a las nuestras, y, haciendo disparar a la mosquetería, hizo en ellas
mucho daño. Esto y el venir otra vez cargando el conde con los hombres de
armas por la mano derecha y don Carlos con la caballería española por la iz-
quierda, que, habiendo cargado un poco [320] a los que se escapaban de la

269
 Son pocas las ocasiones en que, en medio de su prosa escueta y técnica de asunto militar,
Coloma se permite algún vuelo de la pluma, como en este caso. Más abajo, por ejemplo, se
usa la expresión «Debía de querer reír el alba».
Las Guerras de los Estados Bajos 495

tropa de Saseval, volvió resueltamente a cerrar con la del almirante, seguido


de don Ambrosio Landriano, el comisario general Contreras y los demás ca-
pitanes y tenientes españoles y las compañías de italianos y otras naciones,
animados todos con haber visto a nuestra infantería en tan buen puesto, ce-
rraron de golpe y acabaron de romper al almirante, con que fue todo desor-
den, matar y prender enemigos. La detención que causó esto dio la vida a
Bullón y San Pol, los cuales, valiéndose de la segunda arremetida del almiran-
te para mejorar ellos su retirada, tomaron la vía de Amiéns, y en breve, aun-
que cargados más de una legua con la resta de su retaguardia, se perdieron de
vista. Escapáronse con ellos cosa de quinientos caballos, todos los demás que-
daron muertos y presos. El almirante, vistoso y galán y en un hermoso caba-
llo, cayó en manos de los tenientes Pedro de Sosa y Hernando Patiño, solda-
dos de don Carlos Coloma; llegaron luego el capitán Hernando de Salazar y
el teniente del vizconde de Toja, hijo de monsieur de Rona y, pretendiendo
parte, comenzaron a desavenirse, sin querer escuchar el almirante, que en fino
español les decía que se sosegasen, que para todos habría, sintiendo gusto
particular de haber caído en manos de españoles. Llegó a esto el comisario
general Contreras, y dicen algunos que, de envidia de ver tan buena presa en
otras manos, mandó a un paje suyo que le matase y partiese la diferencia; el
mozo no fue perezoso, porque, poniéndole la escopeta en la sien, le atravesó
la cabeza y cayó muerto. Daba por disculpa Contreras que no era justo entre-
tenerse con prisioneros no estando el enemigo aún acabado de deshacer
(como era la verdad), aunque fuese aquel de tanta calidad y nombre, dando
hartos ejemplos de haberse trocado la suerte de las vitorias por ponerse los
soldados intempestivamente a gozarlas. El almirante, pues, así como fue el
primero a dejar el bando español y con él el apoyo de la religión en Francia,
así permitió Dios que fuese también el primero a recebir el castigo de mano
de españoles, si bien su género de muerte la aprobaron los menos. La infan-
tería enemiga entretanto iba procurando ganar la falda de un bosque, cuando,
acometida por nuestra caballería, quedó degollada toda tras bien poca resis-
tencia, durante la cual hirieron de [321] un arcabuzazo por la boca a don Luis
Puertocarrero, de que curó después. Los carros de municiones se trajeron
enteros al conde y las recámaras de los príncipes fueron saqueadas en un mo-
mento. Murieron en esta batalla, fuera de toda la infantería, que no se toma-
ron cincuenta a prisión, pasados de setecientos franceses de su caballería, la
mayor parte gente noble, y quedaron presos ciento y treinta y cuatro. De
gente particular, a más del almirante, murieron monsieur de Saseval, teniente
general de Picardía, el que entregó las plazas de Amiéns y Abevila al francés;
el señor de Sisenay, marichal de campo; los señores de Gamache, Perdrière y
Crausié, los gobernadores de Roy, Troya, Turs, Diepa y Pontaudemer; los se-
ñores de Verlí, Nenberg y Cañonville, capitanes de caballos, y más de otros
cien caballeros de nombre. De prisioneros, el de más estima fue el conde de
496 Las Guerras de los Estados Bajos

Belín (ya gobernador de París y en esta ocasión de Han), que, malherido, se


rindio a don Carlos Coloma; los señores de Lonchá, Bave y Aubigní, el barón
de la Trese y hasta cincuenta gentileshombres de calidad, que todos pagaron
gruesos rescates. Fue esta vitoria lunes, 24 de julio, víspera de Santiago, glo-
riosísimo caudillo y patrón de las armas españolas; a su intercesión dél y al
valor dellas se debe el buen suceso deste día, y no –como dice Campana- a la
nobleza italiana ni al príncipe de Avellino, pues ni él ni ella se apearon, como
refiere, ni tuvieron para qué, si bien es sin duda que, siguiendo y acompañan-
do al conde de Fuentes como a su capitán general, que es todo lo que hicie-
ron, cumplieron con lo que estaban obligados y aventuraron sus vidas con la
prontitud que lo habían hecho otras muchas veces. Tentaron los sitiados
mientras duraba la batalla (que fue más de tres horas) el hacer salida y fueron
rechazados con pérdida de los más atrevidos. Acertaron a llegar aquella propia
tarde ochocientos infantes valones, que venían del condado de Flandes a car-
go de monsieur de Peransí, los cuales, vistos por los sitiados, pensando que era
su socorro, salieron a recebirlos cosa de quinientos por la puerta de Arrás y,
desengañados en el toque de las cajas, volvieron a Dorlán, aunque no sin
pérdida. Las compañías de Francisco Coradín, Rugero Gaytán y Carlos Vis-
conde no se hallaron en la batalla por estar algunas [322] dellas fuera en ser-
vicio del ejército y otras ocupadas guardando algunos puestos que no pudie-
ron dejar, las cuales si se hallaran, es cierto que no mereciera silencio su valor,
como tampoco lo merece lo que hizo el capitán Roberto Fantasín, teniente
del conde Francisco Beljoyoso, que gobernaba su compañía en ausencia del
capitán, que, viendo la ruin prueba que había hecho su tropa y la que llevaba
la vanguardia, tomando doce lanzas, y la suya trece, cerró con un escuadron-
cillo de cosa de treinta franceses, todos gente principal, y, abriéndolos, pasó
por ellos dos o tres veces con muerte de los más, si bien en la última arreme-
tida quedó él muy malherido debajo de su caballo y murió pocos días después
de las heridas.
Éste fue el suceso de la batalla de Dorlán, escrita por tantos y tan varia-
mente y de que apenas hacen mención los escritores franceses, conforme a
su costumbre, como si no fuesen las armas jornaleras270, como ellos dicen,
y sujetas más que ninguna otra acción de los mortales a infinita cantidad de
accidentes, por donde la infelicidad de los malos sucesos (como cosa no del
todo en nuestra mano) debe sufrirse constantemente, puesto que el repartidor
de todos los bienes, que es Dios, a ninguna nación en particular ha vinculado
las vitorias271. Ésta por lo menos fue de las más señaladas de nuestros tiempos
y principio de otras que siguieron lo restante del año y el siguiente. Entre los

270
 El sentido es que «la fortuna de la guerra es incierta».
271
 Cfr. con lo que dice Amelot: «Dieu envoie ses fleaux tantôt dan un pais tantôt dan un autre:
(362 [IV]).
Las Guerras de los Estados Bajos 497

muertos fueron conocidos el almirante y Saseval y, mandados poner por el


conde decentemente, los envió al duque de Nevérs, que se supo haber llega-
do a Amiéns aquel proprio día, para que los hiciese enterrar con las honras
debidas a la calidad de sus personas. Agadeciólo mucho el duque y, deseando
mostrar que le quedaba ánimo para tentar otra vez el socorro, salió en persona
con las reliquias de su caballería y con cerca de dos mil infantes, la mayor par-
te sacados de los presidios de Picardía, y se presentó a dos leguas de nuestro
campo. Hubo quien aconsejaba que se fuese a buscallos, aunque al fin pareció
más prudente consejo obligarle a llegarse más, si quería socorrer la plaza, y
mayor reputación el ganársela delante de sus ojos. Esta asonada fue a los 28
y, sin hacer otras diligencia ni estar noche en campaña, medroso de alguna
encamisada, se retiró el de Nevérs a sus cuarteles, que los tenía arrimados a
las murallas de Amiéns.
[323] No desmayaron por esto los sitiados, antes parece que se animaron
más a defenderse valerosamente, como desesperados de socorro. El conde
de Fuentes, después de haber hecho dar las debidas gracias a Dios y avisado
desta vitoria al duque de Feria, don Diego de Ibarra, y finalmente a todo el
Consejo de Estado, que residía en Bruselas, deseoso de acabar con aquella
empresa y quedar desembarazado para la de Cambray, adonde le llamaban
los países de Henao y Artois, y sobre todo su buena fortuna, determinó de
hacer una gallarda batería de veinte y cuatro cañones; y, porque no se halla-
ba con más que diez y seis, envió a don Carlos Coloma con mil infantes y
cuatrocientos caballos a Arrás por otros seis cañones y dos culebrinas272, que
llegaron al campo a los 28 con el capitán Lamberto, uno de los tenientes de
la artillería, a quien ya los capitanes Cristóbal Lechuga y Mateo Serrano se
encargó el batir el castillo, como lo comenzaron a hacer al alba del día lunes
31 de julio, sin que en todo este tiempo se hubiese podido acabar de echar
del todo al enemigo del foso, aunque se procuró con grande daño suyo, que
perdió en defensa de aquello mucha gente. Faltó de la española también algu-
na y heridos hubo muchos, y en particular el capitán Alonso de Ribera, don
Fernando de Deza, don Diego de Villalobos y otros. Sin embargo, pareció
pequeño inconveniente dejar de limpiar del todo el foso, pues era cierto que,
no pudiendo estorbar el asalto desde ciertos traveses, a quien llamaban –como
dicho es- caponeras, hechas a prueba de mosquete, con sus troneras, y capaces
de veinte y cinco o treinta hombres, habían de acudir a defender la batería o
quedar cortados siempre que se tomase puesto en ella. En la principal jugaban
diez y seis cañones, cuatro en la que procuraba quitar el través de la casamata
y en una eminencia natural (que parece la puso Dios allí para aquello) dos
cañones y dos culebrinas, las cuales, y en particular la una, alojada allí con un
medio cañón desde el principio del sitio (a quien los enemigos llamaban la

272
 «Pieza de artillería, larga y de poco calibre» (DRAE).
498 Las Guerras de los Estados Bajos

Rabiosa por no haberse disparado tiro sin daño notable suyo), descortinaban
la batería por costado y no dejaban parar cestón ni pesona a la defensa por
aquella parte. Comenzóse a batir con una niebla tan espesa, que, ayudada
por más de dos horas del humo de la pólvora, parecía que se podía cortar, y
fue de mucho [324] provecho, porque sin poder ser vistos los que manejaban
las piezas, por estar con sola la distancia del foso en medio, veían ellos muy
bien el pie de la muralla; y fue tal la prisa del batir, ayudando también a ello
el tiempo fresco y el rocío de la niebla, que, cuando el sol la acabó de desha-
cer, estaba ya sentida casi toda la muralla y amenazando ruina. Continuóse
el batir hasta las tres, después de mediodía, con tan gran efeto, que casi a un
mismo tiempo cayeron más de veinte brazas de murallas con su terrapleno y
la mayor parte del través de la casamata colateral.
Los enemigos, que todo aquel sitio habían mostrado mucho valor, cui-
dado y diligencia, y en particular monsieur de Haracourt, soldado de larga
experiencia, cuyo parecer seguían en todo y por todo el conde de Dinán,
gobernador, y monsieur de Ronsoy, su hermano, alcaide del castillo, no ha-
bían estado entretanto ociosos; antes, haciendo cortar y dejar fuera todo lo
batido, se atrincheraron por de dentro y se fortificaron cuanto se lo permitió
la cortedad del tiempo y la estrechura de la plaza, aparejándose todos al asalto,
y en particular más de cuatrocientos caballeros, que, blandiendo las picas y
hechos un monte de hierro, le esperaban con gran resolución. No tuvieron
menos cuidado de sus almas, pues se afirma que pasaron de dos mil los que se
comulgaron aquella mañana.
Avisado el conde del buen efeto que había hecho la artillería, vino a las
trincheras acompañado de todas las personas particulares que le seguían; y
para evitar el desorden de la Capela, mandó a todos que no se moviesen de
junto a su persona ni pensasen quitar las primeras hileras a sus soldados, que
aquél era su día, en esperanza del cual trabajaban todo el año y sufrían con
gusto tanta manera de trabajos corporales. La resolución con que mandaba
el conde y el ejemplo reciente de Chatelet, adonde tuvo para cortar la cabeza
don Alonso de Lerma, porque arremetió contra su orden a la batería, detuvo
y refrenó la voluntad con que todos se ofrecían al peligro, y en particular el
príncipe de Avellino, que, como mozo y deseoso de honra, cuando llegó el
conde estaba ya a las trincheras armado él y doce gentileshombres de su na-
ción que le seguían y puesto a punto de pelear.
[325] Discurrió el conde con los del consejo si se daría asalto general y
con banderas y resolvióse que no, sino que los capitanes a quien tocaba la
vanguardia tomasen puesto en la muralla y le fortificasen, desde el cual o se
obligaría al enemigo a que se rindiese o se tomaría la ocasión de más cerca
y cuando el enemigo estuviese más descuidado. Mientras se trataba desto y
la gente estaba amontonada en las tricheras aguardando la orden, llegó un
cañonazo de la villa y mató a nueve o diez soldados, y entre ellos al capitán
Las Guerras de los Estados Bajos 499

Vasco de Carvajal, que tenía la vanguardia, y al capitán Francisco de Salcedo,


ambos del tercio de don Agustín; quedaron heridos los capitanes Saavedra y
Buitrago, del de don Alonso, y más otras doce personas.
Arremetieron ellos el capitán Alonso de Soria, entretenido,de vanguardia
(con los capitanes Isidro Pardo y Antonio Sarmiento de Losada, que lo eran
de arcabuceros, y don Juan de Londoño, alférez de don Alonso de Mendoza, y
con, pues, que asistía por orden del conde en las trincheras y se mezcló sin ella)
trecientos españoles de los dos tercios y docientos entre valones y borgoñones;
seguíanles de socorro don Juan y don Jerónimo de Silva, Jerónimo Cimbrón
y la compañía de Alonso de Ribera, gobernada por su alférez Juan de Ribera,
por estar él herido en un brazo, con cuatrocientos españoles y trecientos entre
valones y borgoñones; y esta segunda tropa tenía orden de no salir a la bate-
ría hasta que los primeros hubiesen tomado pie, los cuales, hecha la oración,
arremetieron con tanto valor, que al momento se vieron pelear pica a pica con
los franceses, en quien hicieron mucho daño las bombas y picas de fuego que
llevaban algunos de la vanguardia y las cuatro piezas de la [326] montañuela. A
cosa de un cuarto de hora de resistencia cayeron muertos de mosquetazos don
Juan de Londoño y Isidro Pardo, y tras ellos atravesado con otro de un ojo al
colodrillo Antonio Sarmiento, aunque vivió después. Alonso de Soria, herido
en un brazo, procuraba conservar lo ganado en la batería cuando arremetió la
segunda tropa, la cual peleó por más de una hora con singular valor de ambas
partes. Había hecho aparejar el conde otra tercera tropa con lo último de las
fuerzas y, viendo que el tomar puesto se había convertido en asalto, animado
del gran efeto que hacía la artillería de la montañuela, que cada balazo llevaba
tres y cuatro franceses, dio la señal de arremeter de veras. Peleaban los enemi-
gos en lugar estrecho y sin través que ofendiese a los nuestros por costado; y
así, aunque hicieron lo último de valor, hubieron finalmente de ceder al de los
españoles y la demás gente de naciones, que se señaló mucho este día. Murió
peleando valerosamente el conde de Dinán, por cuya falta (y herida de muerte
de su hermano el señor de Ronsoy y, viéndose comenzar a herir por las espal-
das, ganada una cestonada273 los nuestros, por la cual comenzaron a correr la
muralla apellidando «¡Victoria!» y «¡Santiago!») cesó del todo la resistencia y se
comenzó a matar con la crueldad acostumbrada en semejantes casos y no con
el exceso que los franceses pintan, pues no se pasó a matar mujeres ni niños
ni tal consintieron los capitanes ni la nobleza española, en quien es cierto que
no reina menos modestia que valor. Pero, habiendo muchos, no podían morir
pocos, y más haciéndose el saco general y abriéndose las puertas a la caballería
y a las naciones. Que hubo desórdenes nadie lo niega ni que en tales accidentes
es posible que falten. De los mayores que sucedieron fue un incendio, sin que
se pudiese averiguar el autor, que abrasó en un momento lo más y mejor de la

273
 «Fortificación hecha con cestones» (DRAE).
500 Las Guerras de los Estados Bajos

villa, y la abrasara toda, si el conde no acudiera en persona a remediallo, como


se hizo con el último remedio de derribar las casas cercanas al fuego quitándole
la materia.
El saco fue de poca consideración, por ser aquella tierra fronteriza y más
presidio de soldados que habitación de gente rica. Tomáronse hasta veinte y
cuatro piezas de artillería, entre grandes y pequeñas, y pocas municiones, por
estar ya consumidas. Murieron cerca de dos mil y quinientos franceses, sin
contar los burgueses de la villa, que pasaron de seiscientos. Los muertos de
consideración fueron el conde de Dinán y su hermano el señor de Ronsoy, los
señores de Angervila, Fescáns y Povillí; cinco capitanes de caballos y treinta
y dos de infantería, con sus oficiales. Quedaron en prisión monsieur de Ara-
court y un hermano suyo; el señor de Griboval, gobernador de Pondermí; el
de Vileroy, maestro de campo; los señores de Sansouín, de Conroy, de Tre-
farte y de Bracamont; los de Ambreval, Tanquer, Fremoyer y San Marco, los
de Rinseval, Simoneur, Gramvel, Belaval, Quelis y [327] Valecourt, y otros
muchos de menos nombre. Vese en esto la honrada resistencia que hicieron
en aquella plaza y el valor de quien la ganó, tan bien defendida. A los seño-
res de Aracourt, Griboval y Rinseval envió el conde de Fuentes al castillo de
Amberes por su cuenta y pagaron entre los tres cuarenta mil ducados por su
libertad; los demás fueron de quien los tomó, y estímase que los días de 24 y
31 de julio se tomaron prisioneros de más de docientos mil ducados de resca-
te, y si el almirante viviera pudiera darlos él sólo.
Proveyó el conde el gobierno de aquella plaza en el sargento mayor Her-
nán Tello Puertocarrero, a cuyo cargo habían estado las trincheras en aquel
sitio. Dejóle ochocientos hombres de todas naciones de guarnición y doce
mil ducados para levantar las baterías y para allanar aquella eminencia desde
donde había recebido el enemigo tanto daño, que se hizo no sin trabajo, cau-
sándole mucho mayor la mortandad de tantos cuerpos, porque, si bien por
cuatro días continuos no hicieron otra cosa más de cien carros que llevarlos a
una sima muy honda que había algo apartada del castillo, adonde se cubrie-
ron con dos picas de alto de tierra, fue tal la putrefacción y corrupción del
aire, que causó una peste, de que acabaron de morir los pocos burgueses que
quedaban, y es cosa digna de admiración que no dañaba a los soldados. Diose
Hernán Tello no sólo a reparar las murallas, sino también a reedificar las cosas
consumidas del fuego, que sin este remedio no se pudiera alojar el presidio, y
en particular la caballería, que en número de siete compañías se le metió de
guarnición pocos meses después.
Quince días se detuvo el conde en Lucheu, burgaje una legua de Dorlán,
que fue lo que tardó en ponerse en defensa la batería y repararse algún tanto
la gente, que lo había bien menester, durante los cuales no cesaron de venir al
conde embajadas de las provincias de Artois, Henao, Lilá y Tornesís, en que
con gran instancia le pedían hiciese la empresa de Cambray, tan deseada por
Las Guerras de los Estados Bajos 501

ellos cuanto conveniente al servicio del rey, para la cual ofrecían grandes ayudas.
Henao ofreció docientos mil florines, que son escudos de a diez reales ochenta
mil, cinco mil infantes y gran cantidad de municiones. Artois ofreció cien mil
florines y dos mil infantes. Lila, con su chatelanía, [328] ciento y cincuenta mil
florines. Luis de Barlaimont, obispo de Tornay y arzobispo de Cambray, cua-
renta mil florines y el cuidado de solicitar todo lo demás; y entre todos se com-
pusieron en levantar y pagar cuatro mil gastadores. Deseó el conde poder traer
de Brabante un tercio de los dos de españoles y el regimiento de Estanley, pero,
avisado de que el enemigo hacía punta a Frisa y que se encaminaba la vuelta de
Grol, hubo de enviar a mandar a Mondragón que fuese en su seguimiento con
todo el ejército que tenía a su cargo, cuyo suceso contaremos después junto.
Tentóse también el ánimo de los amotinados de Tilimont y la Capela, los cua-
les, deseosos de lavar la mancha de las desórdenes pasadas con algún servicio,
ofrecieron los primeros seiscientos caballos (aunque tardaron en llegar) y los
segundos docientos y cincuenta, y éstos gobernados por tres de los de su conse-
jo. Los de Tilimont trujo el conde Juan Jacobo Beljoyoso, uno de los rehenes,
quedando todavía en su guarnición don Francisco de Padilla. Trabajó mucho
en solicitar esta resolución de los amotinados Carlos Felipe de Croy, marques de
Havré, que asistía ya en Bruselas con los demás del Consejo de Estado.
El conde, con la esperanza del socorro de las provincias y la nueva que tuvo
de que se ponían en orden los amotinados por venirle a socorrer, animado tam-
bién con un regimiento de valones nuevo que levantó el conde de Buscuoy, re-
cién venido de España, en que había más de mil y quinientos, con el regimiento
de alemanes que traía el conde Vía y valones de La Barlota, que, acabado del
todo lo de Luxembourg y rehechos ellos, venían marchando, y se sabía que
habían entrado en el país de Namur, levantó el campo de Lucheu y en cuatro
alojamientos se puso a vista de Cambray con menos de siete mil infantes y mil
y quinientos caballos. Baliñí, sabido la poca gente con que el conde se acercaba,
dicen que lo escribió a su rey, mostrando tanta confianza de sus fuerzas, que le
suplicó, según afirman los franceses, que no volviese las espaldas a las cosas de
Borgoña y le dejase a él la honra de defenderle aquella ciudad. Por ventura se lo
levantaron para disculpar lo que tardó el rey en venir y la reputación que perdió,
dejando perder una ciudad tan importante sin atreverse a socorrella, habiendo
llegado con grandes [329] fuerzas tan cerca, como lo tocaremos a su tiempo.
Es Cambray274 una de las mayores y más nobles ciudades de los Estados
Bajos, fuerte de sitio y fortificada con el arte desta manera. Por levante tiene

274
 Cambrai (Cambray, Kamerijk [hol.]), sede la archidiócesis de su mismo nombre, de enor-
me extensión (casi todo Brabante) y poder durante la época medieval, perdió parte de su
pujanza económica tras el declive de Brujas y por su posición intermedia entre Francia y
Flandes fue terreno muy disputado en el siglo XVI. En 1543 fue conquistada por Carlos V,
que pronto añadió defensas apropiadas a la misma. Para su toma en 1595, ver Dubrulle.
502 Las Guerras de los Estados Bajos

a la ciudadela, de cuatro baluartes, con foso seco, por ser lugar eminente,
aunque harto profundo, pero bien guardado de traveses275 y medias lunas,
desde el cual, siguiendo hacia el norte, lo primero que se ofrece es un medio
baluarte real llamado Roberto, que, franqueada toda su cortina276 por uno
de los del castillo, tiene el un orejón fortísimo y sus casamatas277 baja y alta
con que defiende hasta la puerta llamada por los del país Du Mal y por los
españoles de Nuestra Dama, como comúnmente se llamó en todo el sitio y se
llama hoy en día, que es por la que se va a Valencienas, en guardia de la cual,
hasta la puerta de Seles, que corre todo línea recta, hay un rebellín de tierra y
fagina, llamado la Núa. Sigue luego el castillo y puerta de Seles, obra antigua,
que por serlo tanto, queriendo Baliñí fortificar aquello a lo moderno, hizo
algunos años antes tres puntas de baluartes en forma de estrella, de tierra y
fagina, todas las cuales gozan ya del beneficio de agua. Desde esta puerta hasta
la de Cantimpré corre una cortina que mira al poniente, a toda la cual (for-
tificada también con una muralla muy capaz y bien terraplenada) acaba de
asegurar la corriente de la Eschelde y el ser aquel suelo no sólo pantanoso sino
casi inaccesible. Desde Cantimpré sigue otra cortina hasta la puerta del Santo
Sepulcro, con foso de agua muy hondo, murallas muy bien terraplenadas y
un rebellín muy bueno. Desde esta puerta vuelve la muralla en figura de arco
hasta la que llaman Nueva, pasada la cual y un baluarte muy grande, llamado
San Jorge, se acaba el agua y comienza otra vez el foso seco, profundísimo y
bien defendido de traveses, como se ha dicho. Desde esta puerta Nueva se
vuelve a topar con el castillo. Ocupará todo este círculo que habemos dicho
el espacio de una legua francesa o tres cuartos de una española, dentro del
cual había cosa de cinco mil casas, y en esta ocasión se hallaban más de siete
mil ciudadanos muy bien armados, franceses de corazón los más y de hábito
todos, y algunos dellos herejes. De presidio tenía Baliñí en la ciudad al pie
de dos mil infantes entre franceses y valones, quinientos esguízaros y algunos
más de trecientos caballos, [330] y en la ciudadela cosa de quinientos france-
ses escogidos, gente toda fronteriza y ejercitada.

275
 Través. «En fortificación, lo mismo que flanco» (Dicc. Aut.).
276
 Cortina. «La parte de muralla que en la fortificación se construye entre baluarte y baluarte»
(Dicc. Aut.). El baluarte es «obra de fortificación que sobresale en el encuentro de dos corti-
nas o lienzos de muralla y se compone de dos caras que forman ángulo saliente, dos flancos
que las unen al muro y una gola de entrada» (DRAE). El orejón es el «cuerpo que sale fuera
del flanco de un baluarte cuyo frente se ha prolongado» (DRAE).
277
 Casamata. «Término de fortificación. Es una bóveda o subterráneo a prueba de bomba que
ordinariamente se construye debajo de los baluartes o bastiones, y, si éstos son de orejón
o plazas bajas, entran por ellos los soldados que las han de ocupar y flanquean el foso con
el fuego continuo que hacen a cubierto, imposibilitando el desembocar en él al enemigo.
Sirven también de almacenes para tener seguros de las bombas los víveres y municiones, y
en el tiempo de sitio de hospitales para los heridos y enfermos» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 503

Llegó a Cambray el conde a los 14 de agosto y alojóse en la Folía, menos


de media legua de la ciudad y, reducido a consejo con las cabezas del ejérci-
to, declaró la resolución con que venía de acometer aquella plaza. Pintó las
fuerzas y ayudas que aguardaba y pidió solamente consejo sobre la forma de
sitialla, y, para resolvello mejor, dejando la mitad de la caballería de la parte
de Cantimpré, pasó con la otra mitad a la del castillo; y, después de haber
reconocido toda aquella parte oriental de la ciudad, volvió contento de ver la
bondad del terreno, a que no desayudó el saber que la caballería, que a cargo
de don Carlos Coloma había quedado de guardia en la otra parte, habiendo
hecho una gran salida los enemigos contra ella, había peleado con felicidad y
muerto y tomado en prisión algunos.
A los 15 del dicho, día de la Asunción de Nuestra Señora, dos horas después
de anochecido, tuvo el conde aviso de Luis del Villar, gobernador de Chatelet,
de cómo sabía por cosa cierta que aquella misma noche había de entrar en
Cambray el príncipe de Retelois, Carlos Gonzaga, hijo mayor del duque de
Nevérs, el cual, para asegurar a Baliñí de que pensaba a socorrelle quiso empe-
ñar la persona de su proprio hijo. Estaba alojado don Ambrosio Landriano con
toda la caballería en el villaje de Marcuoin, una legua distante de la ciudad, por
no estar aún tomados los cuarteles ni comenzado a poner el sitio, y debían de
ser las diez de la noche cuando le llegó una orden del conde haciendo saber que
tenía aviso de que aquella noche había de intentar a entrar en Cambray el prín-
cipe de Retelois, enviado de su padre el duque de Nevérs, para animar a Baliñí;
añadía que no le decían si salía de San Quintín o Perona y por eso le ordenaba
pusiese a don Carlos Coloma en la parte que se juntan los dos caminos, con
orden de acometer al enemigo en la retaguardia, diciendo que en las puertas
Nueva y de San Sepulcro había infantería para recebirle. Era ya media noche
cuando don Carlos acabó de salir del cuartel, con una escuridad excesiva; llevó
su compañía, la de don Francisco de Padilla y la de monsieur de Vilecourt, de
lanzas, y las de arcabuceros de los capitanes Francisco de Guevara, Sebastián
Goudart y Hernando de Salazar, [331] tan disminuídas, por estar mucha gente
fuera, que apenas llegaban al número de docientos caballos. Perdieron el tino
las guías con la obscuridad y, dando muchas vueltas, vinieron al fin a poner las
tropas en el lugar señalado cosa de media hora antes que comenzase a reír el
alba278. Apenas había reconocido el puesto don Carlos, dejando algunos trom-
petas en diferentes lugares para engañar al enemigo, acomodado sus centinelas
y enviado corredores a batir los dos caminos, cuando los que habían ido a
reconocer el de Perona volvieron tocando arma, seguidos por los corredores
franceses. Acertaron a venir por el camino que guardaba la compañía de Salazar,
la cual, dándoles una carga, derribó algunos. Tocaban las trompetas por todas
partes y todo era confusión, sin verse unos a otros más que cuanto duraba el

278
 «Amanecer».
504 Las Guerras de los Estados Bajos

resplandor de los arcabuzazos. Con todo eso, cerró don Carlos y, cortando con
su vanguardia las tropas enemigas, comenzó a seguir a las que se iban encami-
nando a la ciudad, que debían de ser cosa de trecientos caballos, hiriendo y
matando y prendiendo dellos sin resistencia alguna, a causa de persuadirse el
enemigo a que estaba allí toda nuestra caballería. Los docientos caballos res-
tantes, que en todo eran quinientos, volvieron la rienda la vuelta de Perona.
Siguieron los nuestros al enemigo hasta la puerta del Santo Sepulcro, adonde,
pensando hallar nuestra infantería de emboscada, no hallaron sino la muralla
guarnecida de mosquetería, que mató tres soldados españoles y algunos caba-
llos. Habíanse retirado algunos enemigos, dejando sus caballos a las casas del
burgo de San Jorge, desde donde hicieron algún daño. El príncipe de Retelois
desde el principio de la refriega, apartado con veinte y cinco caballos escogidos,
evitó el encuentro con la obscuridad y, dejando todos sus caballos, se metieron
en el foso por una surtida secreta que sabía un soldado que le guiaba. Venido
el día y reconocidos los prisioneros, se hallaron ochenta y siete; los muertos
metieron en carros los de la ciudad y afírmase que fueron más de sesenta. Los
caballos que se tomaron fueron pocos menos de trecientos y toda la recámara
del príncipe y de los caballeros y señores que le seguían. A la mañana Baliñí,
para hacer saber cómo estaba dentro el de Retelois y que no era muerto, como
se publicaba, envió un trompeta con color de rescatar el médico del príncipe,
preso entre [332] los demás, y una haca de monsieur de Busí, ayo del de Re-
telois, estropeado de una pierna, tal, que no podía andar sino en ella. Ambas
cosas envió el conde y súpose después que el llamar al médico no había sido sin
causa, por haberse ofendido el príncipe una pierna de una caída, y de aquello
y de la alteración en tan tierna edad, que no pasaba de quince años, habérsele
encendido una gran calentura.
Holgóse mucho el conde con este suceso y más cuando supo con certi-
dumbre que no habían sido ciento los que habían podido entrar en la villa; y
discurríase que la entrada de aquel príncipe había por ventura de ser ocasión
de otro suceso como el de Dorlán o de pensarlo muchas veces antes de aguar-
dar un asalto; mas por otra parte sintió, como era razón, que no se hubiese
ejecutado su orden, enviando infantería a las puertas, como lo había preveni-
do y mandao a monsieur de Rona, con quien se dolió de aquel descuido, que
realmente lo fue, aunque no faltó quien lo atribuyese a otra causa. Lo cierto es
que, si la infantería se enviara, no se escapara el príncipe ni uno tan sólo de su
tropa. Éste fue el suceso de la entrada deste socorro, sin añadir ni quitar cosa,
por más que César Campana diga que se le escaparon de las manos «a Carlo
Columbo por voler usar tropa cautela»; y lo mismo, aunque español, Antonio
de Herrera279, que es harta lástima. De lo que dice un autor moderno francés,

 Antonio de Herrera y Tordesillas (1559-1625). Cursó estudios en España e Italia, y allí


279

llegó a ser secretario de Vespasiano Gonzaga, luego virrey de Navarra. Éste le recomendó
Las Guerras de los Estados Bajos 505

que entraron de día a pesar de toda la caballería española y con muertes de


muchos della, no hago caso por ser notoriamente falso y no haber pasado sino
como he dicho puntualmente. No es nuevo hablar tan a ciegas la envidia ni
poco descuento desto saber cuánto mejor es sufrirla que tenella.
El día siguiente se comenzaron a ordenar los cuarteles y en doce días se
acabó de poner el sitio desta manera: en las ruinas del villaje de Nierní se hizo
un fuerte de cuatro baluartes, ocupando una colina algo levantada, a tiro de
cañón del castillo, que cubría hasta la puerta del Santo Sepulcro, del cual se en-
cargó el príncipe de Simay con ochocientos valones de los que pagaba el país
de Henao, su compañía de hombres de armas y la de arcabuceros a caballo del
capitán Bastián y Ruger Tacón. Corrían desde este fuerte, distancia de otro
tiro de cañón, dos trincheras en figura de arco, la interior para defensa de las
salidas y la [333] exterior para evitar el socorro hasta el cuartel del conde, que
le puso en el villaje de Acoudubré, cerca del río y a menos de tiro de cañón de
la ciudad y en la distancia deste arco se contenían siete fuertezuelos o redutos,
que de noche se guardaban cada uno con una compañía, también de la infan-
tería valona del país. Lado por lado del cuartel del conde, sobre el proprio río,
se alojó toda la caballería ligera, por frente de la cual se hizo un puente que se
guardaba con un fuerte, en donde entraban de guardia dos compañías, una
de alemanes y otra de valones. Sobre la mano izquierda del cuartel del conde
se alojó la infantería en un cuerpo entre las dos trincheras. Pasado el fuerte
que guardaba el río, se continuaban los redutos hasta una iglesia derribada,
llamada San Olé, alrededor de la cual se hizo un fuerte, donde se alojaron
cuatrocientos infantes alemanes y la caballería amotinada de la Capela, a car-
go todo de Juan de Bonières, barón de Ausí. Volvíanse a continuar los redutos
hasta el villaje o abadía de Premí, donde se hizo otro fuerte más capaz, que se
encargó al conde Via con quinientos alemanes de su regimiento. Desde este
fuerte, que estaba también sobre el río por la parte que entra en la ciudad,
volvían a continuarse las trincheras y redutos hasta el que tenía a su cargo el
príncie de Simay; los cuales, por estar en la parte más peligrosa, se guardaban
de noche y de día con infantería española, a cargo de los capitanes Alonso de
Ribera, Patricio Antolines, de Burgos, y Jaime Vique, capitán de valones.

a Felipe II, que le otorgó el puesto de historiógrafo de Indias (el primero) e historiador de
Castilla. Entre sus obras figuran Historia de lo sucedido en Escocia e Inglaterra en quarenta
y quatro años que vivió la reyna María Estuarda (Madrid, 1589), Cinco libros de la historia
de Portugal, y conquista de las islas de los Açores, 1582-1583 (Madrid, 1591), Historia de lo
sucedido en Francia, 1585-1594 (Madrid, 1598), Historia general del mundo del tiempo del
rey Felipe II, desde 1559 haste su muerte (Madrid, 1601-1612, 3 vols.), Historia general de
los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del Mar Océano (Madrid, 1601-1615,
4 vols.), Tratado, relación y discurso histórico de los movimientos de Aragón (Madrid, 1612)
y Comentarios de los hechos de los españoles, franceses y venecianos en Italia, etc., 1281-1559
(Madrid, 1624). Ignoro quién sea el autor francés que se menciona más abajo.
506 Las Guerras de los Estados Bajos

Hallábanse ya en el ejército a pie de doce mil infantes y tres mil caballos


por haber ido cumpliendo sus promesas las provincias, dignas en esta acción
de mucha alabanza. Llegados también los alemanes y valones que se espe-
raban y la caballería amotinada de Tilimont, a cargo del conde Juan Jacobo
Beljoyoso, en número de setecientos caballos, que se alojó en el villaje de
Tun, una pequeña legua de la ciudad; y así, sin perder una hora de tiempo,
mandó el conde que comenzasen a abrir trincheras, la vuelta del orejón del
baluarte Roberto, las cuales –y toda la máquina de aquel sitio- se encomendó
a don Agustín Mesía, que con singular valor y diligencia comenzó a trabajar y
a ganar tierra a pesar de los enemigos, procurando ellos con ordinarias salidas
dificultar la obra. Entre otros capitanes y entretenidos que [334] asistían con
don Agustín, era uno el capitán y sargento mayor Bartolomé de Torralba, que,
aunque lo era del tercio de don Antonio, había venido a hallarse en aquellas
ocasiones; éste, haciendo trabajar en las trincheras y sacando la cabeza, aun-
que de noche, se la llevaron de un cañonazo, que fue pérdida considerable,
por ser Torralba soldado de mucha opinión y que dondequiera que se hallaba
se hacía mucho caso de su parecer. Caminábase muy apriesa con las trincheras
y en breves días, comenzando desde las horcas que llaman de la Briquería se
llegó con ellas al arcén del foso y con muerte de algunos soldados acabó don
Agustín de echar dél al enemigo. Lo mismo hizo la infantería valona a cargo
del coronel La Barlota con otro ramal de trinchera que se le encomendó,
aunque subordinado a don Agustín, el cual caminaba hacía el rebellín de la
Nua con deseo de que se batiese por allí o por la puerta de Nuestra Dama,
que entonces estaba terraplenada. Y así, a su persuasión y deseando divertir
al enemigo y obligalle a fortificarse por muchas partes, se hizo esplanada para
seis cañones y se plantaron allí, con orden de que batiesen la dicha puerta.
Desde las horcas batían cuatro cañones en ruina las casas y plataformas de
la ciudadela. En otras baterías que se ordenaron en la parte de don Agustín
se plantaron catorce cañones y, por respeto de que en aquella parte estaba el
contrafoso de altura de más de dos picas, se comenzaron a labrar cuatro sur-
tidas y se acabaron las tres, por una de las cuales acometieron una noche los
españoles el foso y dos cofres o caponeras desde donde hacían los enemigos
mucho daño. Ganáronlas con muerte de muchos dellos y por ser de madera
las pegaron fuego. Al retirarse estropearon de una pierna al capitán Este-
ban de Legorreta y hirieron al capitán Antonio de Barca, del tercio de don
Agustín, que fueron de los que en aquella facción se señalaron. Fuera destas
veinte piezas designadas se plantaron otras nueve contra el orejón del baluarte
Roberto y más de otras treinta para tirar a las defensas y a descortinar280, para
todas las cuales había abundancia de pólvora y municiones, que con gran
voluntad ofrecían las provincias como para una empresa en que tanto les iba,

280
 «Destruir la cortina de una muralla, batiéndola a cañonazos o de otro modo» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 507

que fue una de las felicidades que tuvo en ella el conde, siendo lo grande para
quien ha de hacer una cosa que quien ha de ayudar a ella tenga interés en que
se consiga. Proveyeron también los cuatro mil [335] gastadores ofrecidos,
pero las obras de peligro todas las hacían los soldados, dejándoles a ellos las
fortificaciones, fuertes, redutos y trincheras apartadas; sin embargo, morían
muchos por un granizo perpetuo de cañonazos que arrojaban de la ciudad,
adonde tampoco faltaban municiones y los demás aparejos necesarios, ni los
de dentro en acudir a todo aquello que pudiese mirar a su defensa, con or-
dinarias salidas de día y de noche, en especial la caballería, que casi siempre
escaramuzaba con la nuestra con sucesos indiferentes. En este estado estaban
las cosas y las baterías prestas para jugar dentro de tres días, cuando sucedió
un desmán que hubiera de imposibilitar la empresa, si Dios no tuviera orde-
nado ya el fin de la tiranía de Baliñí.
El rey de Francia (que así llamaremos de aquí adelante a Enrique de
Borbón, por estar ya en este tiempo absuelto del Papa), deseando socorrer a
Cambray, se resolvió a mediado de setiembre en dejar la ciudad de León y
las cosas de la Provenza, a que pensaba dar cobro en mejor sazón, y partirse
con su ejército la vuelta de Picardía, adonde ya el duque de Nevérs y el con-
de de San Pol tenían juntos al pie de cinco mil infantes y mil y trecientos
caballos; y pareciéndole que con los embarazos del campo, que pensaba
llevar en número de diez mil infantes y más de otros dos mil y quinientos
caballos, no podía llegar a San Quintín (donde determinó hacer plaza de
armas) con la prisa que los sitiados de Cambray habían menester, sabiendo
lo que aprietan un sitio los españoles y que había ya veinte días que conti-
nuaban aquél, determinó antes de salir de León enviar delante, con toda la
prisa posible, a monsieur de Vich, gobernador de San Dionís y uno de los
más experimentados soldados de Francia, con orden de que procurase en-
trar en Cambray con alguna gente o con su persona sola, por cuyo medio se
aseguraba de que se alargaría el sitio lo que bastase para poder llegar él des-
pués con las fuerzas necesarias y tratar de socorrer una plaza tan importante.
Llegó monsieur de Vich a San Quintín a los 8 de setiembre y, partiéndose
a los 10, cosa de una hora antes de anochecer con quinientos dragones,
caminó toda la noche y, torciendo el camino sobre la mano izquierda, tocó
arma a nuestros corredores de a caballo, que cada noche batían [336] aque-
llas estradas; los cuales, volviendo a don Ambrosio Landriano, a quien tocó
aquella noche el guardar el socorro con sietecientos caballos y trecientos in-
fantes valones, le advirtieron de cómo el enemigo venía marchando y, según
lo que vieron cargar sobre la mano izquierda, juzgaban que se encaminaba
a querer entrar por la puerta de Seles. Tenía don Ambrosio todas sus fuerzas
preparadas contra la puerta de Cantimpré y, oyendo el aviso, determinó
alargarse de la muralla de la ciudad lo que bastase para poder acudir a la
parte que el enemigo se encaminase, que era la orden que le había dado el
508 Las Guerras de los Estados Bajos

maese de campo general; sin embargo de que, por estar terraplenada la di-
cha puerta de Seles y mandarse los enemigos por un postigo muy pequeño,
un puentecillo incapaz de dos hombres por hilera, parecía y era imposible
que se resolviese a querer entrar por allí golpe de gente, que fue un yerro
grandísimo temerlo. Debía de querer reír el alba cuando, tocando arma
cosa de treinta caballos por la puerta de Seles, acabaron de persuadir a don
Ambrosio a que entraba por allí el socorro; y así, viendo que Carlos María
Visconde, con su compañía de lanzas, quería embestir con ciertos bultos
que parecían hacia Cantimpré, le detuvo con palabras rigurosas, diciendo
que no cerrase sin orden ni le quitase con su valor anticipado la vitoria que
ya tenía en las manos. No dormía Vich entretanto y, pareciéndole –como
fue- que nuestras tropas estaban ya bastantemente persuadidas a que pen-
saba entrar por Seles, cargó de golpe por Cantimpré, por donde entró sin
perder un hombre, dejando burlado a don Ambrosio y a su sobrada cautela.
El conde de Fuentes, al primer aviso de que el enemigo venía, pareciéndole
que la parte de Seles y Cantimpré estaba harto segura con tanta gente, or-
denó a monsieur de Rona que con las compañías de su guardia, a cargo de
don Sancho de Luna, y otras tres de españoles que tenía don Carlos Coloma
en guardia de las trincheras y cuatro compañías de hombres de armas con
el conde de Bosú, tomando por entre la ciudad y el fuerte de Simay, pro-
curase guardar el espacio que había desde el dicho fuerte hasta el de Alonso
de Ribera y las puertas Nueva y de San Sepulcro. Era ya cerca del día y no
se oía ruido ni cosa que pareciese novedad, con que ya se iba persuadiendo
a que el enemigo se debía de haber vuelto, desconfiado de buen suceso;
y a la [337] que comenzó a reír el alba se oyeron solos tres arcabuzazos,
que fueron todos los que se tiraron. De allí a poco, día ya claro, llegaron a
las tropas Juan Lanza y Pedro de Herrera de los amotinados de la Capela,
los cuales contaron el caso, dejando a todos con el debido sentimiento; y,
volviéndose Rona y los que con él iban al cuartel, vieron que los valones se
retiraban al suyo con la presa de todos los rocines que se habían dejado los
dragones y sin un solo prisionero de quien tomar lengua. Éste es puntual-
mente el suceso deste socorro, sentido entonces como era razón y ocasión
después de mucho mayor gloria al conde de Fuentes, y le he querido contar
tan a lo largo por algunas consideraciones en orden a la reputación de la
nación española, pues hasta cierto religioso zaragozano que se puso a escri-
bir estas guerras dice que entró este socorro por descuido de los españoles,
sin haberse hallado en él uno tan sólo, salvo una compañía de arcabuceros
de a caballo, a cuyo capitán la quitó el conde luego sólo porque no había
cerrado sin orden, como lo había querido hacer Carlos Visconde, y la dio al
teniente Gabriel Rodríguez.
Entrado Vich en Cambray, comenzaron a tomar otra forma las cosas,
echándose bien de ver lo que importa en una ciudad sitiada el valor y expe-
Las Guerras de los Estados Bajos 509

riencia de un hombre sólo. Trazó, cuanto a lo primero, una media luna desde
el baluarte Roberto hasta la mitad de toda aquella cortina, asegurándole que
había de ser por allí la batería de veras el ver la poca artillería plantada contra
la puerta de Nuestra Dama; levantó una plataforma entre la dicha puerta y
el castillo o roquela281 de Seles, y, aunque con mucha brevedad comenzaron
a tirar desde ella algunas piezas contra nuestras trincheras, no se hizo, como
se vio después, para aquello sólo, sino para cubrir de nuestra artillería doce
cañones que hizo plantar en contrabatería de las catorce piezas y de las nueve
designadas que habían de batir el orejón y casamata del baluarte Roberto y el
pedazo de cortina por donde se pensaba dar el asalto.
Estaban las cosas en orden y teníala dada ya el conde el día de los 22 de
setiembre para comenzar la batería, cuando, madrugando más la artillería
enemiga comenzó a hacer notable daño en la nuestra; día y medio tiró siem-
pre sin parar y al cabo deste tiempo [338] se hallaron nueve cañones nuestros
desencabalgados y más de cien hombres entre soldados y artilleros muertos y
heridos. No se hizo menor daño en este tiempo con la mosquetería y fuegos
artificiales en todo el ámbito de las trincheras. Voló una mina que se había
hecho por el foso para contra las nueve piezas plantadas contra el orejón del
baluarte Roberto y, aunque por estar mal atacada hizo daño en los enemigos,
con todo eso, hundiéndose el terreno debajo de las dichas piezas, quedaron
del todo sepultadas tres y las demás por entonces inútiles. Con estas dificul-
tades que se iban ofreciendo, al parecer de muchos invencibles, hubo algunos
del consejo que aconsejaban se mudase la batería y por el consiguiente toda la
forma del sitio, que fuera lo mismo que comenzalle de nuevo, alegando que
se había emprendido por la parte más fuerte y que fuera mejor plantar las
baterías por entre la puerta del Santo Sepulcro y el baluarte San Jorge; pero al
fin el conde estuvo firme en no hacer mudanza, confesando el primer yerro,
pero, conociendo por mayor querer, malogrando lo trabajado, mudar de in-
tento con riesgo de reputación y de desanimar los soldados, siendo cierto que
el vacilar en los consejos, aunque sea con probabilidad de mejorarlos, jamás
ocasionó buenos efetos y ser mejor poner todo aquel estudio y diligencia en
vencer las dificultades que sobrevienen que en dejarlas por lo que no se sabe
cuántas terná. Alentó mucho esta resolución la confianza con que prometió
don Agustín volver a reparar con brevedad la batería, en orden a lo cual man-
dó que de ordinario tirasen todas las piezas a las defensas y que se retirase la
artillería de batir hasta que se hiciesen nuevas explanadas, como finalmente se
hizo con trabajo de más de doce días, fabricando ante todas cosas una espalda
capaz de poder curbir por el costado derecho no sólo los quince cañones, sino
también los nueve. Costó esto mucha gente, tal, que comenzaba ya a sentirse

 La palabra se forma sobre Rochelle (fr.), en referencia a la famosa plaza fuerte de La Rochelle
281

en el Golfo de Vizcaya.
510 Las Guerras de los Estados Bajos

falta della, por no ser sobrada la que había y tener muchas partes adonde
acudir.
No faltaba durante este tiempo quien murmurase de la empresa, llamán-
dola imposible, temeraria y carnicería de soldados, que este peligro tienen las
resoluciones gallardas, especialmente emprendidas contra el parecer de los
más, en descuento de que solas ellas, aunque [339] no se consigan, no deslu-
cen la fama; pero en tanto que se dilataba el efeto, como el poner las dudas es
dado a casi todos y el resolverlas a solos los entendidos, murmuraban, dicien-
do que no faltaba ya sino que acabase de llegar el rey de Francia y de entrar
el invierno para hacer levantar aquel sitio vergonzosamente. «No se atrevió el
duque de Parma, decían, a emprenderlo, no teniendo a Francia por declarada
enemiga, y ¿parecerle ha al conde de Fuentes que puede contrastar con tantas
dificultades y ganar por fuera una ciudad tan grande y tan bien defendida?
El tentar hasta aquí el ánimo de sus naturales parece que tiene disculpa, pero
¿qué se puede esperar ya de quien ha querido más llevar el yugo abomina-
ble de un tirano que remediar con sólo quitarle la vida, o por lo menos la
obediencia, su propia ruina, que, vencido o vencedor, Baliñí se les apareja?
Han dejado por el espacio de dos años quemar delante de sus ojos sus aldeas,
sus granjas y sus quintas por ser franceses, sin que les quede otra esperanza
para remedio de tantos males que la recompensa de haberlos padecido por
el rey de Francia, y ¿querrán acabarlo de perder todo haciéndose españoles y
confesando que lo son por fuerza? Si no, pregunten de uno en uno a cuantos
estamos aquí a quién se deberá la redución desta ciudad cuando demos que la
entreguen hoy o a su resolución o a nuestras fuerzas?» No eran pocos ni des-
validos los que tenían estas pláticas y, deseando el conde saber con resolución
el parecer de cada uno, juntando el consejo, propuso con elocuencia militar
el caso, deseando que los proprios que introducían las dificultades antepu-
siesen también los remedios, ahora fuesen a costa de dineros o de trabajo,
y aun de sangre. Discurrióse con varios pareceres, como costumbre, sin que
en todos ellos hubiese uno tan sólo que propusiese levantar el sitio; sólo se
diferenciaban en el modo de conducir al deseado fin una empresa tan ardua
y de tanta importancia; y, porque el coronel Barlota facilitaba más el asalto
por su parte, deseoso de adquirir honra a la infantería valona, que a su orden
(aunque todos debajo de la de don Agustín) tenía en el puesto de las trin-
cheras por donde habemos designado, se le dieron otras cuatro piezas más,
con que le quedó una batería formada de diez cañones. Mandóse hacer otra
surtida casi en frente del orejón del [340] baluarte Roberto y encargóse a don
Alonso de Lerma. Envióse por más gente a las guarniciones y por cantidad
de burgueses para ocupar los fuertes y redutos que embarazaban a más de dos
mil valones, soldados pagados y bonísimos para expugnaciones de tierras, si
tienen cabezas de valor. Encomendóse el guardar el socorro de noche, que
era lo que más cuidado daba al maestro de campo don Gastón Espínola, con
Las Guerras de los Estados Bajos 511

mil infantes. Señaláronse puestos también para cuatrocientos caballos, que se


mudaban cada noche, juzgando por más a propósito la infantería para acudir
con facilidad a la parte por donde hiciese puerta el enemigo y para poder estar
más pegados a la muralla sin ser vistos ni oídos. Plantáronse siete cañones en
cierta eminencia llamada la Neuvile, frontero de la puerta de Seles, para batir
en ruina las casas y plataforma nueva por las espaldas y descortinar todo aquel
pedazo de muralla desde la dicha puerta de Seles hasta el rebellín la Nua. Pero
lo que sobre todas estas diligencias hizo más efeto fue la del conde, no sólo en
acudir a todas las partes, animando con su persona y con su ejemplo a todos,
sino también conservando entre los burgueses de la ciudad las mismas inteli-
gencias que le habían hecho comenzar aquella empresa. Y el tenerlas secretas
a todos causó después el buen efeto que se verá.
Habiéndose ya acabado de poner en orden las baterías y casi en perfición
todas las surtidas, le llegó al conde una nueva que alegró mucho a él y a todo
el ejército, en cuya prueba la noche de los 26 de setiembre se hicieron tres sal-
vas generales en señal de regocijo, con ochenta y siete piezas de artillería, entre
grandes y pequeñas, que todas se encaminaron a la ciudad, y con más de seis
mil arcabuceros y mosqueteros que ocuparon las trincheras, fuertes y redutos,
cosa que atemorizó mucho a los sitiados, en especial a los ciudadanos, como
gente menos ejercitada en el peligro y más interesada en el daño. Y porque
me parece que entra bien aquí el relatar los sucesos del campo que llevó a su
cargo Mondragón en socorro de Grol, dejando por un rato descansar a los de
Cambray, contaré brevemente lo que dello supe, valiéndome de las relaciones
que se admitieron por verdaderas en el campo del conde, que es, como tengo
dicho, el estilo que sigo en las cosas donde no me hallé.
[341] El conde Mauricio, viéndonos ocupados en las fronteras de Francia,
después de haber dado una vista a Bolduque llevó su ejército, que constaba de
diez mil infantes y cerca de dos mil caballos de allá del Rin, y a los 4 de julio se
atrincheró sobre Grol, una de las villas más principales y fuertes del condado
y señoría de Zuften, aunque pequeña, por constar solamente de cinco baluar-
tes. Era gobernador el conde Juan de Estírum, alemán, y hallábase con cerca
de seiscientos hombres de su nación, del regimiento del conde Herman de
Bergas, que, sin embargo de verse batido con diez y siete piezas, se la comenzó
a defender con mucho valor. Avisado Mondragón del designio del enemigo,
pasó la Mosa por Venló con cinco mil infantes, en que se comprendían los es-
guízaros, los dos tercios de don Antonio y don Luis y el regimiento de Estan-
ley y cosa de mil y trecientos caballos, gobernados por don Juan de Córdoba.
Juntósele en el camino el conde Federico de Bergas con su regimiento y todos
pasaron el Rin por Keysersvert, resueltos en socorrer a Grol o dar la batalla
al enemigo, el cual, avisado de la resolución con que se le venía acercando el
campo católico, medroso de llegar con él a las manos, levantó el sitio a los
15 de julio, no parando hasta abrigarse con las villas de Déventer y Zuften, y
512 Las Guerras de los Estados Bajos

con tanta priesa que de la artillería en fuera que envió delante a Zuften, dejó
pegado fuego a todos los pertrechos de guerra y sus vivanderos en poder de la
gente católica con los bastimentos que habían juntado allí para muchos días.
Mondragón, avituallado Grol, siguió al enemigo hasta que le vio seguro y
para quitarle la esperanza de emprender otra cosa puso su campo dando las
espaldas a Rimbergue, para por medio de aquella villa y del Rin asegurar las
vituallas y estar a la mira de lo que el conde Mauricio pudiese intentar. Mau-
ricio, que había ofrecido al francés entretener aquel ejército católico de allá
del Rin, imposibilitándole de poder socorrer al conde de Fuentes, levantando
el suyo se vino a poner dos leguas de Mondragón, más arriba de Wesel, en el
villaje de Blislique, dejando entre los dos campos el río Lipa, vadeable enton-
ces por la sequedad del verano.
Muchos días se estuvieron a la mira estos dos ejércitos sin intentar [342]
cosa de consideración, fuera de algunas leves escaramuzas entre los corredo-
res y gente desmandada, y finalmente a los primeros de setiembre hubo una
digna de escribilla con todas sus circunstancias, y pasó así. Avisado Mauricio
de que el campo católico comenzaba a padecer de forrajes y que le era forzoso
enviar por ellos a dos y a tres leguas de los cuarteles, pensó dar una mano a la
escolta, para cuyo efeto mandó al conde Felipe de Nassao, su primo, general
de la caballería rebelde, que con ochocientos caballos lo intentase. Pasó la
Lipa el conde Felipe al alba del día de los 2 de setiembre y, emboscándose
en lugar cómodo, envió cincuenta caballos a tocar arma por otra parte, con
intento de dividir la escolta que había salido con los forrajeros, en número de
trecientos infantes y ciento y cincuenta caballos y dar él después de golpe so-
bre la caballería y gente desmandada. Fue avisado Mondragón de que el ene-
migo pasaba la Lipa con sola caballería y, saliendo a la plaza de armas, mandó
reforzar la escolta con otros trecientos infantes españoles; y a don Juan de
Córdoba, que con el mayor número de caballos que pudiese saliese en busca
del enemigo, ordenándole que no se volviese sin verle la cara. Halló don Juan
el arma muy viva que tocaban los forrajeros y a muchos que volvían huyendo
dando por rota la escolta y, persuadido él también a ello, echó de vanguardia
al conde Enrique de Bergas con su compañía de corazas y la de arcabuceros
del capitán Butbergue, siguiendo él con las demás compañías al trote. Es
todo aquel país muy poblado de bosques y entre unos y otros hay praderías y
llanuras acomodadas para venir a las manos gente de a caballo. Entrando en
una déstas el conde Enrique, descubrió la vanguardia enemiga que salía del
otro bosque frontero, tal, que ni unos ni otros pudieron conocer las fuerzas de
sus contrarios; dieron su carga los arcabuceros católicos y, tomando la vuelta,
como acostumbran, sobre la mano derecha, cerró el conde Enrique con los
corredores y tras ellos con la dicha vanguardia, que comenzó a pelear valerosa-
mente. Habíase adelantado demasiado de las otras tropas el conde y, cargán-
dole los holandeses, le traían a maltraer, cuando acudió don Juan de Córdoba
Las Guerras de los Estados Bajos 513

con su compañía y las de los capitanes Jerónimo Garrafa, Colamaría Cara-


cholo, Paulo Emilio Martinengo, la compañía [343] de lanzas de Bolduque,
de que era capitán el conde Adolfo de Bergas, y la de don Sancho de Leiva;
las cuales, sin embargo de la mucha resistencia que hallaron en los enemigos,
los acabaron de romper con muerte y prisión de los más, fuera de los que se
ahogaron, no atinando con la priesa el paso de la Lipa. Quedaron en prisión
el conde Felipe, tan malherido que murió pocos días después; Ernesto, conde
de Solms, que murió también de las heridas. Halláronse entre los muertos el
marichal Ferdinando Kinzki y dos capitanes ingleses, uno dellos hermano del
coronel Veer, y otros tres capitanes holandeses. Quedó en prisión el conde
Ernesto de Nasao, que después se rescató pagando grueso rescate. Tomáronse
tres estandartes y al pie de catrocientos caballos de servicio. De los nuestros
murieron diez y nueve y pocos más heridos. Colamaría salió estropeado de
entrambos brazos y Garrafa y Martinengo heridos, aunque levemente. No
hizo movimiento por este suceso ninguno de los dos ejércitos, aunque al cabo
de un mes, faltándole del todo los forrajes a Mondragón, levantó el suyo y,
subiendo dos leguas el río arriba, se alojó junto a Keysesvert. Porfiaron en
estarse a la mira hasta los 29 de octubre, que, levantándose Mauricio, se retiró
a Holanda, haciendo poco después lo mismo Mondragón, dejando antes avi-
tualladas y bien guarnecidas las plazas que todavía se conservaban de allá del
Rin y entre las de acá a la villa de Rimbergue, por donde, finalmente, pasado
el ejército, se encaminó a sus guarniciones, habiendo con esta importante y
poco costosa vitoria este valeroso y afortunado capitán cerrado el número de
las muchas que tuvo con singular muestra de valor y felicidad.
No estaba entretanto ocioso el conde de Fuentes; antes bien, sin olvidarse
de conmover los ánimos, ya inclinados, de la ciudad por las vías que suelen
facilitar el dinero y la persuasión iba previniendo las demás cosas con singular
prudencia y valor; y, deseando llegar a las inmediatas, dio las órdenes para el
día de la batería, que había jugar al reír del alba lunes a los 12 de octubre.
Mandaba que a aquella hora se hallasen en las trincheras asistiendo al maese
de campo don Agustín Mesía, don Alonso de Mendoza con dos mil infantes
de ambos tercios y de naciones, y Gaspar Zapena, teniente de maestro [344]
de campo general; que monsieur de Rona, con otros cuatro mil infantes ale-
manes en escuadrón, y el conde de Via con la resta de su regimiento y los
alterados de la Capela, fuera del fuerte de Premí, para acudir donde fuese
necesario; que desde este fuerte hasta la puerta de San Sepulcro estuviese el
príncipe de Avellino con dos mil infantes de todas naciones, contados los
españoles de Alonso de Ribera y Patricio Antolínez, con don Juan Chacón
y Juan Pelegrín, entretenidos, asistido de toda la caballería alterada de Tili-
mont, a la cual se mandaba batir las estradas la vuelta de Perona y San Quin-
tín; y a don Ambrosio Landriano, que con toda la resta de la caballería ligera
hicese escuadrón a las espaldas del fuerte de San Olé; y el príncipe de Simay
514 Las Guerras de los Estados Bajos

formase un cuerpo de ejército de toda la resta de las naciones entre su fuerte


y las tropas encomendadas al de Avellino, guarneciéndose con dos alas de los
hombres de armas del país; que, hecha y reconocida la batería, arremetiesen
de vanguardia cinco capitanes, dos españoles, un valón, un borgoñón y un
alemán con veinte picas y otros tantos mosqueteros cada uno hasta el número
de doscientos, y otros veinte y cuatro soldados destas naciones sin más armas
ofensivas que bombas y picas de fuego artificiales, en orden a limpiar la bate-
ría; que a éstos siguiesen otros cuatrocientos hombres de las mismas naciones,
con prevención de no atravesar el foso hasta ver los primeros en la muralla,
llevando consigo los instrumentos necesarios para fortificarse; que, hallando
esta gente ocasión de pasar adelante, arremetiesen con su acostumbrado valor
y los siguiese don Agustín con el resto de la gente que tenía en las trincheras;
a las cuales había de enviar en tal caso monsieur de Rona otros mil hombres
de los que tenía don Alonso de Mendoza para guardarlas y tirar continua-
mente a las defensas; que, hecha la batería de las diez piezas de La Barlota,
se le ordenaría lo que habría de hacer conforme al efeto della, y que, si fuese
necesario acometer por allí con la zapa, se le socorrería con mil y quinientos
valones de todos regimientos; y en caso que se ganase la ciudad, se ordenaba
a [345] don Agustín que en la parte más a propósito formase escuadrón sin
dejar desmandar los soldados hasta asegurar con cuerpos de guardia todos
los puestos peligrosos, y en particular las avenidas del castillo. En este caso
se mandaba expresamente a todos los entretenidos no ocuparse en otra cosa
que en estorbar desórdenes, especialmente en las iglesias, poniendo pena de la
vida a quien saquease nada dellas, ofreciendo que después todo lo ganado se
repartiría con buena orden. Preveníase que no se recibiesen órdenes de nadie
que las llevase de parte del conde a boca, si no era de algunos entretenidos
que para esto se señalaron. Con estas prevenciones (que he querido ponerlas
más extensamente de lo que por ventura se acostumbra por la dotrina militar
que dellas puede sacarse) al alba del día comenzó a jugar la artillería con tanta
presteza, que no parecía se tiraba por camaradas, sino una batería continuada;
consistía toda la esperanza del buen suceso en romper el orejón del baluarte
Roberto para descubrir las casasmatas, sin lo cual era temeridad el ir al asalto
ni tomar puesto en la muralla, estando –como estaban- guarnecidas la baja
con cuatro cuartos de cañón y la alta con otros tantos sacres282, y ambas de
muy buena mosquetería, todo lo cual había de hacer su efeto por costado y
a menos de ochenta pasos de distancia. Eran ya las dos después de mediodía
y el orejón no daba muestras de dejarse penetrar; la batería principal de las
quince piezas faltaba poco para venir al suelo, con más de treinta brazas de
muralla; los cañones de La Barlota habían descubierto la puerta de Nuestra

282
 Sacre. «Un arma de fuego que es el cuarto de culebrina y tira la bala de cuatro a seis libras»
(Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 515

Dama y comenzaban ya a hacer más efeto de lo que se pensaba, tal, que se


resolvía el conde en que se arremetiese por ambas partes, cuando un accidente
que sobrevino acabó de allanar todas las dificultades y abrió la puerta a un
felicísimo suceso, y pasó así.
No era menor el efeto que habían ido haciendo en los ánimos de los ciu-
dadanos de Cambray las persuasiones y trazas del conde que el valor de sus
armas, no levantadas en veinte y seis meses de sobre sus cabezas, mas lo que
al fin le hizo mayor que ambas cosas fue el aborrecimiento concebido por
mucha parte dellos contra Baliñí, que, como el último agravio suele ser el más
sensible en pechos vulgares, no pudieron tomar en paciencia que, cansado de
gastar moneda de [346] plata y oro, fingiese habérsele acabado y pusiese en
plática el introducir las de cobre, usurpando la autoridad de hacerlas valer dos
y cuatro reales cada una, con promesa de pagarlas en oro y plata levantando
el sitio. Eran estas monedas cuadradas, con las armas del rey de Francia a una
parte y a la otra las de la ciudad y las suyas. Con ella se trataba y se compraba
lo necesario, se conservaba el comercio de unos con otros y se pagaba a los
soldados, los cuales, impacientes de la repugnancia que hallaban en los que
les vendían la comida y vestido, los pagaban a la postre en peor moneda, car-
gándoles de amenazas para cuando los españoles hubiesen levantado el sitio.
Fuéronse acabando de alterar con esto los ánimos de todos, de manera que,
ayudados por los que desde el principio del sitio lo habían tomado a su cargo,
que los más principales eran el preboste Bornomencurt, el señor de Leouvre,
Ligneres y el capitán Dolé, vino en breves días después a crecer demasiada-
mente el número de los conjurados, de entre los cuales no cesaban los más
atrevidos de representar a los temerosos la desdicha de Dorlán, las rotas, las
presas de tierras, muerte y deshonra de tantos millares de franceses, sólo por
defenderse con obstinación contra un ejército tan valeroso. «¿Cómo (decían
ellos) sufriremos que Baliñí haga servir a nuestros cuerpos de puente para
conservar su tiranía y que a costa de nuestras haciendas, de nuestras vidas y
de nuestras honras alargue quince días más su conocida ruina, que con tanta
razón y justicia se le acerca? Al principio nos pintaba estas campañas llenas de
franceses y a su rey formidable pisando las cabezas de los españoles, y al fin ve-
mos que todo este gran preñado de los montes no ha parido otra cosa que un
muchacho con treinta archeros de su padre y un medio hombre con cuatro-
cientos dragones, que lo son harto más en consumir los bastimentos, que ya
se nos acaban, y en espantar a nuestras mujeres y hijos, que no en mostrarse
los primeros a los peligros, antes nos dejan francamente este cuidado a noso-
tros, por cuyo bien publican ellos que hacen la guerra. Acomodémonos con
el tiempo y, pues ha querido nuestra fortuna hacernos miembros del cuerpo
destos valerosos estados, recincorporémonos con ellos y conozcamos nuestras
fuerzas, antes que, queriéndolas conservar inútilmente, sirvan a nuestra pro-
pia ruina. ¿Por ventura la sujeción a un [347] tirano tiene más de libertad que
516 Las Guerras de los Estados Bajos

la que se goza debajo de la justicia y fuerzas de un rey poderoso? Parece que


por medio de tantos peligros y rigores ha encaminado piadosamente Dios el
reparo y sosiego de la patria, sacándola de una vez del continuo riesgo en que
están las ciudades que con pequeñas fuerzas procuran conservar una vana
especie de libertad, solo buena para vivir en perpetuo miedo. Y si, como es
justo, debe ser el primer cuidado el de la religión, ¿cómo igualará el amparo
que podrá hacer a ella un hombre particular de tan cortas fuerzas al de un
monarca coluna de la Iglesia católica?»
No se hallaban estas cosas por los rincones, sino en medio de una gran
plaza y en la frente de un escuadrón de tres mil ciudadanos que estaba for-
mado en ella para defensa de la batería. Favoreció este pensamiento la resolu-
ción de trecientos caballos, casi todos vasallos del rey, que al punto, arrojadas
las bandas blancas, poniéndoselas muchos dellos rojas283, se juntaron con los
ciudadanos y tras poca resistencia hizo lo mismo otro escuadrón de cuatro-
cientos esguízaros que había en la plaza llamada de la Lea, gente veal y a esta
causa la más interesada en materia de las monedas. Y pareciéndoles a los tra-
tadores muy peligroso el llamar y mostrar flaqueza por las baterías, acudieron
a la puerta de San Sepulcro y con señas y voces comenzaron a dar a entender
su resolución al príncipe de Avellino, que al momento avisó al conde, en-
viándole con los capitanes don Juan Chacón y Juan Pelegrín dos ciudadanos
llamados el capitan Soré y Filipe Carlier, que salieron de la tierra. Entretanto
que llegaba esta nueva, advertido Baliñí y monsieur de Vique del suceso, ate-
morizados de tan gran novedad, acudieron en son de paz a la plaza, adonde
vieron por sus ojos todo aquel golpe de ciudadanos armados y en escuadrón,
llenos de bandas rojas, con que, medrosos de peor accidente, se arrimaron al
baluarte Roberto para tener desde allí segura la retirada del castillo y dar calor
a los soldados que defendían la batería. Madama de Baliñí, mujer valerosa,
hizo la misma diligencia con los ciudadanos, ofreciéndose con grandes sacos
de moneda que traían tras ella sus criados y allegados a trocar todo el dinero
de cobre, pero no fue escuchada, que el negocio estaba ya resuelto de veras.
Cuéntase desta mujer varonil284 lo que apenas [348] es creíble: ella visitaba
todos los puestos de día y de noche y animaba a los soldados; ella hacía car-
gar las piezas y las apuntaba y disparaba como el mejor artillero; finalmente,
ella fue mujer tan animosa y de tanto valor, que propuso morir princesa de
Cambray, y salió con ello.
Habíase suspendido por un rato el tirar con la nueva de que los enemigos
se rindían, durante el cual, abierta por los ciudadanos la puerta de Cantimpré,

 La banda blanca es francesa, la roja española.


283

 La figura se presenta por Coloma como prototipo de la domina bellatrix, topos de la litera-
284

tura desde la clásica hasta la renacentista. Para dicha figura en los textos contemporáneos a
Coloma, ver el estudio clásico de Bravo Villasante.
Las Guerras de los Estados Bajos 517

habían entrado el secretario Esteban de Ibarra y monsieur de Moriansarte,


comisarios diputados, para tratar la forma de los conciertos, y actualmente es-
taban en la casa de la ciudad, cuando, rompiéndose la tregua por parte de los
franceses, que, tirando algunos arcabuzazos a las trincheras, mataron en las de
los valones a monsieur Dombré, gobernador de Nuestra Dama de Hal, volvió
el conde a mandar batir con mayor furia que antes y no con poco cuidado
al principio de los tratadores, que vían haberse metido poco cautamente en
poder de sus enemigos, cosa que aprovechó mucho para mejorar los concier-
tos; pues, medrosos los ciudadanos que los trataban del mayor peligro, con-
cedieron cuanto quiso Esteban de Ibarra, el cual, conociendo el miedo ajeno
y desechando el suyo, tuvo firme en los puntos substanciales, concluyéndolos
como convenía para la quietud y seguridad de aquella ciudad importantísi-
ma. A cuatro o cinco camaradas285 tiradas mandó cesar el conde otra vez la
batería, avisado de que le aguardaban con la puerta abierta, y, llegado a ella,
halló que en breves palabras se habían concluido las capitulaciones.
Entró con esto don Agustín Mesía con cosa de mil españoles de su tercio,
con que al momento se ocuparon los puestos de consideración, instigados
entretanto por los ciudadanos a que acometiesen por las espaldas a los fran-
ceses, que todavía estaban en guardia de las baterías; lo que no permitió don
Agustín por evitar alguna desorden y sobre todo el saco de la ciudad, que
por aquel camino fuera imposible estorballe; antes bien, advertido de que los
franceses se retiraban al castillo, sin curarse de seguillos, ocupó los puestos de
la batería con tanta presteza, que no cayeron los soldados de las trincheras en
que la ciudad estaba del todo por nosotros hasta que las vieron guardadas por
sus proprios compañeros, que fue su total salvación y [349] causa de mucho
mayor gloria al conde y al mismo don Agustín que si la hubieran ganado por
asalto, con peligro de destruir una ciudad tan noble y tan hermosa. Entraron
después con orden por la batería otros quinientos españoles y todos juntos,
con otros mil y quinientos valones que entraron antes de la noche, después de
haber asegurado las baterías, ocuparon los puestos contra el castillo, adonde al
momento se retiraron todos los soldados franceses y sus cabezas. Los cuales,
viéndose encerrados con pocos bastimentos y el castillo no tan fortificado
por la parte de la ciudad como fuera menester para defenderse de un ejército
como aquél, no se trataron más como enemigos; antes bien, a la primera
recuesta que se les hizo enviaron dos capitanes y con ellos un recaudo muy
cumplido al conde, diciéndole que, pues él hacía tanto caudal de su honra,
tuviese por bien de permitir que ellos cumpliesen con las suyas, dando parte
al duque de Nevérs, que estaba en San Quintín, y por ventura a su rey, si
había llegado, del estado en que estaban, y pidiéndole una forma de licencia

285
 Militarmente se entiende como «conjunto de piezas de artillería» o «fortificación para po-
ner a cubierto piezas de artillería» (DRAE).
518 Las Guerras de los Estados Bajos

para salir, que no podía ya excusarse. Pedían también término de seis días
para que dentro dellos pudiesen darle socorro, si se hallaban con comodidad
de poderlo hacer. Respondió el conde que, como le aseguraban de que su rey
había de emprender el socorrellos, les concedería no solamente seis días, sino
muchos más; sin embargo, para que viesen que no andaba escaso en negocio
de que estaba tan seguro mediante el favor de Dios, les concedió el tiempo
que pedían. Era muy grande la fama de las riquezas de Baliñí, por cuyo cebo
no faltó quien deseara otra respuesta más resoluta y que las cosas se redujeran
a la fuerza, mas, considerándolo el conde con su prudencia, tomó el partido
más seguro, deseando por otra parte estar desembarazado por si el rey de
Francia quería verse con él, como decían que lo venía publicando, y que se
hallaba ya con grueso ejército en Chalón, en Champaña; deseaba a la verdad
el conde acabar con aquella empresa y parecíale menor la dilación de seis días
que quince, y por ventura más, que había de gastar en ganar la ciudadela, a
más de los accidentes que podrían traer consigo el tiempo y la pertinacia, o
sea constancia, de aquella gente militar y desesperada.
[350] La tarde misma de los 2 de otubre salieron cuatrocientos esguíza-
ros, que se rindieron en la ciudad, a quien acompañó don Carlos Coloma
con quinientos caballos hasta dejallos a vista de Perona. Capitulada, pues, la
dilación de seis días, el príncipe de Retelois y los señores de Baliñí y Vich avi-
saron al duque de Nevérs, y el conde entretanto tuvo su ejército en escuadrón
frontero del fuerte de Simay, a las avenidas de Francia, que, sin cuatro mil
infantes que guardaban la ciudad, llegaba al número de diez mil y cerca de
tres mil caballos, deseoso de que el enemigo se resolviese a socorrer el castillo,
si bien, considerando el estado de las cosas, no era creíble. Pasados los seis
días y llegada a los franceses la orden de salir, se trató de las capitulaciones y
se concluyeron las más importantes en esta substancia.
Que la entrega del castillo y ciudadela de Cambray, con toda la artillería,
municiones, bastimentos, hiciese otro día lunes, a 9 de octubre, dando un día
más a los franceses para acomodar sus cosas y mirar por la salud de madama
de Baliñí, que se iba muriendo.
Que saliesen todos los franceses de a pie y de a caballo en tropas y escua-
drones, con todas sus armas y banderas, y mandaría el conde restituílles todos
los caballos que se les habian tomado en la ciudad, aunque fuese menester
pagallos a quien los tenía.
Prometió el conde que dentro de seis días sacaría la guarnición del castillo
de Clerí, con tal que viniesen franceses a desmantelallo a su costa.
Otros algunos capítulos se establecieron, tanto a favor de los ciudadanos
como de los franceses, que los dejo por ser de menos importancia.
No se movieron en todos estos días de la plaza de armas los escuadrones,
sin embargo de la familiaridad y conferencia ordinaria que había en la ciudad
entre españoles y franceses; en prueba de lo cual envió muchas veces el conde
Las Guerras de los Estados Bajos 519

a visitar a madama de Baliñí los mejores médicos del ejército286 y grandes


regalos de conservas, que se tiene por cierto no probó, ni otra cosa que fuese
sustento desde que se rindió la ciudad, tal era la fiereza de ánimo de aquella
mujer gentil. [351] Perseverando, pues, en su pertinacia, acabó sus días pocas
horas antes que le fuese necesario dejar de ser princesa, por ventura consolada
con esta última burla de la Fortuna, con que remató las grandes esperanzas
en que la había puesto, costumbre harto ordinario suya, especialmente en
las que se apoyan a malos fundamentos. Salieron finalmente los franceses
el día estatuido de los 9 de octubre, con particular observación de ser en
lunes, como todas las demás vitorias del conde, a las dos horas después del
mediodía, en número de mil y cuatrocientos infantes y doscientos y cuarenta
caballos. Y hase de advertir que quedaron en la ciudad todos los soldados va-
sallos del rey gozando del perdón general que se les concedió, que eran cerca
de otros tantos; Juan Baliñí y un hijo suyo de once años, el de Retelois, Vich
y los demás cargados de galas, y no a cien pasos dellos el cuerpo de la mise-
rable princesa de Cambray en un carro cubierto con un paño de terciopelo
negro, que para quien conocía los sujetos era un espectáculo digno de [245]
particular ponderación. Aguardábalos el conde en la puerta Nueva, harto bien
acompañado con toda su corte y guardias, y, después de haberlos saludado
con gran cortesía, especialmente al príncipe, y dado el pésame a Baliñí de la
muerte de su mujer, mandó que le acompañase hasta Perona el comisario ge-
neral con mucha parte de la caballería ligera. Gustó el príncipe de Avellino de
mostrar en aquella ocasión su liberalidad y cortesía, y con licencia del conde
acompañó también a los rendidos, regalándolos aquella noche, que fue nece-
sario hacer alto en campaña, con tanta grandeza y abundancia, no solamente
a los principales, sino también a todos los soldados, que no hiciera más si se
hallara en Amberes, Milán o Nápoles. A la verdad el campo que se tuvo sobre
Cambray fue el más proveído y abundante (no sólo de lo necesario, pero de
toda suerte de regalos) que jamás se vio en aquellas guerras, en las cuales pare-
ce que, cansada la suerte de perseguir aquellas provincias con ruines sucesos,
multiplicó en este dichoso año tantos buenos con el contento en ellos; que,
tras las importunas aguas y tempestades del invierno, suele mostrarse alegre y
apacible la primavera. Halló Baliñí al rey de Francia en San Quintín, adonde
había ya cuatro días que había llegado con la mayor parte de su caballería y no
poco deseo de [352] procurarle socorrer, para que se le iban ofreciendo más
dificultades de lo que al principio imaginó. Recibióle con aspereza, aunque

286
 Recordemos que el ejército español en Flandes se caracterizó, pese a sus deficiencias, por la
atención médica prestada a los soldados, en particular en el afamado hospital de Malinas
(Mechelen). Ver un estudio concienzudo de las prácticas médicas en campaña durante
esta época (y posteriores) en Espino López. Solía, sin embargo, haber un solo cirujano por
tercio, mal pagado por lo general, a cargo del cuidado de la tropa y de las prostitutas de la
misma.
520 Las Guerras de los Estados Bajos

poco después, con la facilidad ordinaria de aquella nación, le volvió a su gra-


cia por medio del nuevo casamiento que hizo con una hermana de madama
Gabriela, duquesa de Beaufort y dama del rey.
La propia tarde que salieron los rendidos llegaron dos avisos, uno de Cha-
telet y otro de la Capela, ambos conformes, en que avisaban al conde de
cierta entrepresa que tenía el duque de Bullón sobre la villa de Avenás y que
sin duda había de ejecutarla aquella noche, o a lo más largo la siguiente.
Parece que cuidaba su buena estrella de que no lo hiciese la prosperidad des-
cuidado, peligro común de los dichosos. Entendiéndolo así, con la presteza
que convenía ordenó que don Carlos Coloma con cuatrocientos caballos y
los amotinados de la capela y el coronel La Barlota con mil infantes valones
fuesen a meterse dentro de aquella plaza, si les pareciese convenir, o que por
lo menos, usando particular diligencia, procurasen oponerse a los intentos del
enemigo; hiciéronlo de tan buena gana, que, partiendo la caballería a puesta
del sol, llegó a las murallas de Avenás a dos horas el sol salido, con haber doce
leguas, la mayor parte de bosque casi inacesible. No tuvo menos diligencia a
proporción la infantería, pues llegó seis horas después. Mas quien la tuvo ma-
yor fue la espía que avisó a Bullón de la gente que salía del campo en su busca,
con que, sin embargo de los aparatos de escalas y otros instrumentos deste
género que había juntado y hallarse con tres mil infantes y quinientos caba-
llos escogidos, no se atrevió a pasar la ribera, que, saliendo de los estaños de
Torlón y pasando una legua sobre Avenás, entra en la Sambra dos más debajo
de Landresí. Dejó don Carlos a los amotinados en la Capela, encargados de
cubrir el país y mirar en particular por la villa de Avenás y en ella La Barlota
dos compañías de su regimiento, con que en tres alojamientos se volvieron las
tropas restantes al camo.
A los 16 se juntaron los canónigos y nobles y magistrado de Cambray y
después de largas conferencias entre ellos, que duraron todo el día, vinieron
el siguiente 12 de los más calificados al conde de Fuentes y le representaron
cómo aquella ciudad y su distrito [353] habían padecido notables infortunios
y lastimosas calamidades, después que por algunos sediciosos y ruines vasallos
de Su Majestad habían sido admitidos franceses al dominio de aquel estado,
para cuyo remedio, apartándose unánimes y conformes de cualquier dere-
cho que pudiesen tener para vivir en libertad, conociendo que forzosamente
había de convertírseles en vil servidumbre, consideradas sus pocas fuerzas, y
teniendo consideración y reconocimiento a las que el rey había empleado con
tan excesivos gastos para sacarlos del incomportable yugo de la tiranía en que
tantos años estuvieron, suplicaban muy humildemente a Su Majestad, y al
conde en su nombre, como su lugarteniente, fuese servido de admitirlos por
sus más humildes vasallos, reservando para sí y sus sucesores la institución y
destrucción de los magistrados y generalmente la soberanía, señorío y auto-
ridad temporal de aquel estado, sin otro cargo ni obligación que de conser-
Las Guerras de los Estados Bajos 521

varlos en los mismos derechos, inmunidades y franquezas que antiguamente


habían gozado debajo de los obispos y arzobispos cuando eran príncipes de
Cambray; lo cual les otorgó el conde con ciertos capítulos tocantes a la quie-
tud y buen gobierno del estado, y de todo se fulminó escritura y se hizo auto
a los 22 de octubre del dicho año.
Al cuarto día que el conde comenzaba a gozar del fruto de la vitoria,
estando actualmente continuando el dar a Dios las debidas gracias por ella,
tuvo en menos de seis horas dos nuevas: la una la más triste y la otra la más
alegre que se podían tener en aquella ocasión. Avisábanle con la primera de
que Herroguier, gobernador de Breda, había entrado en Liera, degollado la
guarnición y apoderádose de aquella villa tan importante; y con la segunda
de que, rehaciéndose don Alonso de Luna y Cárcamo, gobernador de aquella
plaza, y fortificándose en la puerta que va a Amberes, había rechazado al ene-
migo, cobrado la villa y degolládole, que pasó en esta forma.
El gobernador de Breda, Carlos de Herroguier, natural de Cambray, el que
menos de diez meses antes había emprendido y ganado la villa de Huy, determi-
nó hacer lo mismo de la de Liera, gobernada por el capitán don Alonso de Luna
y Cárcamo, con sola la guarnición de su compañía y la de don Juan Chacón, de
infantería española, [354] y dos de valones. Es Liera287 villa harto fuerte de sitio
por estar toda rodeada de buenos fosos de agua, situada en igual distancia de
dos leguas entre Malinas y Amberes, tres de Herentales y cuatro de Lovaina, cu-
yas vecindades, así como alguna manera parece que la aseguraban de entrepresa,
así también daban ocasión al enemigo de desearla emprender para meterse en
el corazón de las fuerzas católicas y desde allí inquietarlas a todas. Juntó, pues,
para este efeto cerca de mil infantes de todas las guarniciones de Brabante y
solos cien caballos de la de Breda, poca gente a la verdad en otras ocasiones y
en aquélla mucha, respeto a lo que estaban apartadas y divididas las fuerzas del
rey. Y, marchando con gran secreto la noche de los 13 de octubre, llegó cosa de
una hora antes del día a las murallas de Liera y al puesto reconocido y tanteado
muchos días antes, es a saber, un rebellín comenzado y no acabado con que
se cubría la puerta de Malinas, al cual arrimadas las escalas, sin ser vistos por
la obscuridad de la noche, atravesando antes el foso el agua a la cintura288, se
apoderaron dél, degollando un cuerpo de guardia de doce soldados con que le
hallaron. Tocóse con esto una arma muy viva y, antes que don Alonso, que saltó
luego, y el cuerpo de guardia de la plaza, en que podía haber cincuenta hom-
bres, tuviesen tiempo de acudir a la muralla, ignorantes de la parte por donde

287
 Lier (francés Lierre) pertenece a la provincia de Amberes y comprende Lier y la ciudad de
Koningshooikt. Coloma silencia que aquí, en 1496, se produjeron las nupcias entre Felipe
el Hermoso y Juana de Castilla. Para un mapa que muestra las fortificaciones antiguas, ver
http://en.wikipedia.org/wiki/File:Lier,_Belgium_;_Ferraris_Map.jpg.
288
 Se notará que son muchas (5) las veces que Coloma describe escenas de asedios, escaramu-
zas, ataques o retiradas en que los soldados se ven obligados a tener «el agua a la cintura».
522 Las Guerras de los Estados Bajos

eran acometidos, le tuvo el enemigo para volver a arrimar las escalas, subir a ella
y abrir de par en par la puerta, por donde al punto entraron de rondón todos
los infantes y caballos. Visto por don Alonso entrada la villa, determinado de
morir en su defensa, hizo con la brevedad que el caso pedía atrincherar la boca
de la calle que entra en la plaza con toneles, colchones, vigas, puertas y cuanto
les vino a las manos. Todo lo que los enemigos tardaron en ganar esta trinchera
y en caer en que cruzando por otras calles podían coger a los defensores por las
espaldas, tuvo don Alonso tiempo para hacer ocupar por sesenta soldados de los
que habían ido acudiendo a la plaza la puerta que va a Amberes y comenzarla
a fortificar. Aprovechó mucho la codicia de los holandeses, porque, mientras se
ocupaban en saquear las casas y hacer otras desórdenes de las que en semejantes
casos se acostumbran, contra el principal cuidado que se ha de tener, entrando
finalmente el gobernador de Breda en la plaza, [355] antes que tuviese tiempo
de juntar a los demás y hacer escuadrón, rompió don Alonso por ellos con cosa
de cuarenta soldados que le seguían y con pérdida de sólo tres llegó a la puerta
que se fortificaba, dando ánimo a los suyos y cobrándole él de nuevo viendo su
buena diligencia. No fue perezoso don Alonso en acabar de fortificarse lo mejor
que pudo ni en enviar a pedir socorro a las ciudades de Amberes y Malinas, tal,
que una hora el sol salido se supo en ambas partes el peligro en que se hallaba
aquella villa. Y ésta fue la primera nueva que llegó a Cambray.
El gobernador de Breda, entretanto, recogidos hasta seiscientos hombres
(que juntarlos a todos fue imposible por estar mucha parte dellos borrachos y
gozando de la vitoria antes de tenella, que es bien peligrosa confianza), dio un
asalto a la puerta y, viendo que en lugar de hacer daño le recibía, determinó
írsele arrimando rompiendo casas y plantarles tres sacres289 que se hallaron en
la muralla para batir con ellos las defensas débiles de don Alonso, que sólo eran
toneles vacíos y algunas vigas y tablas que sacaron del cuerpo de guardia. Ti-
ráronse cosa de veinte tiros, valiéndose de piedras en lugar de balas, con muerte
de cuatro de los nuestros. Volvióse con esto a dar otro asalto en vano, tras el cual
salieran de buena gana los pocos soldados que quedaban, si no los detuviera
don Alonso con asegurarles la vitoria si se estaban quedos. Fue gran suerte y
particular advertencia la de don Alonso en mandar al principio de todo a su
sargento Diego Mateo que llevase a la puerta un falconete290 y dos barriles de
pólvora que estaban de respeto en el cuerpo de guardia y cantidad de balas, con
que se hacían gallardos tiros en los enemigos desmandados, los cuales, en lo res-
tante de la noche y en las horas del día que les duró estar en Liera no dejaron de
cometer desorden ni maldad alguna. La mujer de don Alonso, señora principal

289
 «Arma de fuego, que es el cuarto de culebrina y tira la bala de cuatro a seis libras» (Dicc.
Aut.).
290
 Falconete. «Término de artillería. Especie de culebrina que arroja bala de dos libras y media
y se llama también octavo de culebrina» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 523

y muy virtuosa, recogida con sus hijuelos a un monasterio de monjas, el más


pobre y humilde de la villa y vestida ella más pobremente que todas, tuvo maña
y valor para divertir de allí a los enemigos con buenas palabras, aconsejándoles
que las dejasen a ellas, que eran pobres, y que fuesen a casa del gobernador de la
villa y gente principal della, que las hallarían llenas de riqueza. Contentáronse
[356] con saquear la sacristía y vestirse los vestidos sacerdotales con general
escarnio y mofa. Viose que andaban después más de veinte herejes brindándose
con los sagrados cálices y en una iglesia se supo que habían pisado el inefable
sacramento del altar y hecho otras insolencias sacrílegas y detestables, que las
pagaron presto, como veremos.
Luego que en Amberes se supo el peligro en que estaba Liera, sacando el
capitán Gaspar de Mondragón, teniente del coronel, cosa de ciento y cin-
cuenta españoles por la puerta del Socorro y mandándoles que marchasen
poco a poco la vuelta de Liera, fue a la casa de la ciudad291, adonde halló ya
juntos a los burgomaestres y esclavines, que acababan de resolver de socorrer
a Liera o morir en la demanda, y, como buenos vasallos del rey y no menos
temerosos de aquella espina si no se sacaba luego, en menos de una hora
juntaron hasta dos mil ciudadanos, gente lucida y muy bien armada; y en-
cargándola a Antonio de Berchem, Diego Daza y Giles de Mera, capitanes y
hombres de valor, les mandaron seguir a Gaspar de Mondragón y obedecerle
en todo. No usaron menos diligencia los de Malinas, y así, a poco más del
medio camino andado, los encontraron Mondragón y los de Amberes en
número de quinientos hombres, gobernados por Juan Vander Lanen, señor
de Escrí, con gran lustre de aquellas dos nobilísimas ciudades, que tan con-
formemente acudían a la causa de su rey y defensa de sus vecinos, con valor
más de soldados que de ciudadanos inclinados al reposo y artes de la paz.
Apenas se acabaron de juntar todos, cuando por el estruendo de las piezas que
iban oyendo juzgaron que todavía se defendían los católicos, cosa que causó
en ellos tanto ánimo, que, alargando el paso, llegaron a la puerta llamada
de Amberes antes de mediodía y, entrados por ella, tomando la vanguardia
don Alonso y Mondragón [246] con su gente, acometieron unos y otros con
tanto valor a los herejes, que con muy poca resistencia los hicieron volver las
espaldas. Fue tanta la prisa y tal el miedo que les causó el no temido socorro,
que, sin acordarse de que habían dejado la puerta por donde entraron cerrada
solamente con el cerrojo, creyendo que lo estaba con llave, saltaron mucha
parte dellos al foso, pensando pasarle a nado, de los cuales [359] se ahogaron
los más. En la villa se hallaron muertos seiscientos y cuarenta y menos de
sesenta presos y súpose después que no habían vuelto a Breda ochenta con su
gobernador. Halláronse entre los muertos cinco capitanes herejes, sin otros
doce tenientes y oficiales de compañías. Fue de notar que, llegado a la tarde

291
 Se refiere al «Ayuntamiento», aquí usando la traducción literal de hôtel de ville en francés.
524 Las Guerras de los Estados Bajos

el aviso de la vitoria a Amberes, se oyeron los cañonazos y salvas que se ha-


cían en los fuertes de Liló y otros que los enemigos tienen en guardia del río,
mas duróles poco el regocijo, advirtiéndoles de la poca causa que tenían de
alegrarse más de ciento y cincuenta piezas que se dispararon tres veces en el
castillo de Amberes y en todo el circuito de aquella fortísima ciudad en señal
de contento, acrecentándosele a don Alonso el suyo con ver a su mujer e hijos
sanos y salvos. Y dando todos juntos las debidas gracias a Dios en la iglesia
mayor, reparando el día siguiente con igual prontitud el rebellín por donde
había entrado el enemigo, se volvieron los de Amberes y Malinas a sus ciuda-
des, adonde entraron con el triunfo, reputación y alegría que se deja consi-
derar y quedando don Alonso con que era justo de una acción tan honrada.
Al primer aviso que tuvo el conde de que el enemigo había entrado en Liera,
despachó con toda diligencia al príncipe de Avellino, mandándole que con
la caballería de Tilimont y cuatro mil infantes de naciones procurase socorrer
a don Alonso, si todavía se defendía, lo que no era creíble, y que, hallándose
perdido, sitiase la villa y ocupase los puestos para que no pudiese entrar más
gente lo que tardase en llegar él con el resto del ejército. Supo el príncipe de
Avellino la nueva entre Valencienas y Mons y, haciendo allí alto, tuvo el si-
guiente día orden de volverse, dejando pasar adelante al conde Beljoyoso con
los de Tilimont, que no pararon hasta su alojamiento.
No se puede creer la alegría que le causó al conde aquel suceso, con que
acabó de perficionar todos los demás de aquel año, y, deteniéndose en Cam-
bray lo que fue menester para dejar asentado el absoluto dominio de la ciudad
y alojada la guarnición con don Agustín, que quedaba por gobernador hasta
saber la voluntad de Su Majestad, por las ciudades de Duay, Arrás, Lilá y Tro-
nay pasó a Bruselas, recebido en todas con particulares muestras de regocijo,
honrado y festejado sobremanera y cargado de honras y despojos militares.
[358] Ofreciéronle las ciudades nombradas y Valencienas y Mons grandes
presentes y no acetó ninguno, salvo una guarnición de espada y daga de oro,
labradas de relieve en ellas todas las vitorias y felices sucesos de aquel año,
obra de un excelente artífice de Amberes y dádiva digna de ser conservada
muchos siglos por honrada y nobilísima memoria.
Quedó alojado en Cambray todo el tercio de don Agustín y el de don Alon-
so repartido entre Dorlán y Chatelet. Despidióse toda la gente levantada a costa
del país y alojáronse los regimientos de naciones en burgajes, arrimados todo
lo posible a las fronteras de Francia. El comisario general con mucha parte de
la caballería ligera entró en Chateo Cambresí y don Carlos Coloma en Dorlán
con seis compañías de caballos. Los hombres de armas se fueron a sus casas,
conforme a su costumbre, con orden de ponerse a caballo en asomando la pri-
mavera. Volvió también el ejército de Frisa hacia la fin de noviembre, del cual,
antes de pasar la Mosa, se pagaron y despidieron los esguízaros. El tercio de don
Antonio se alojó en el país de Limbourg y el de don Luis en la villa de Nivelá.
Las Guerras de los Estados Bajos 525

A mediado noviembre se tuvo aviso de la elección que el rey había hecho de


la persona del serenísimo cardenal Alberto, archiduque de Austria, su sobrino,
arzobispo de Toledo, para el gobierno de los Estados de Flandes, y el conde de
Fuentes cartas de Su Majestad en que se lo advertía y representaba la particular
satisfacción que tenía de los servicios que le había hecho aquel año, y el deseo
con que estaba de remunerallos. Mandábasele que, en entregando el gobierno
al archiduque y enterándole de las cosas que con tanta satisfacción había mane-
jado, se partiese para España, adonde se tendría la cuenta que era razón con sus
servicios. Poco después se fue sabiendo que el cardenal había pasado el golfo,
que había llegado a Milán y que pensaba tener las fiestas de Navidad en Turín,
como lo hizo. Escribió desde allí su alteza al conde, mandándole que le enviase
mil caballos ligeros hasta la raya, entre Luxembourg y Lorena, porque, aunque
pensaba llevar consigo toda la infantería española que había militado aquel año
en el condado de Borgoña, no tenía tan buenas nuevas del estado en que se ha-
llaba aquella caballería, y deseaba asegurar no [359] sólo su persona, que era lo
principal, y aquellas banderas, sino también millón y medio en barras de plata
que se traían para pagar la gente de guerra, en especial los motines, arbitrio que
se dio al rey para ahorrar los intereses de los cambios y ganar también en el en-
cuño de la moneda, siendo así que con el peso de un real de a ocho se batía en
los Estados un felipe tallar292, que vale en todos ellos diez reales.
Deseaba el duque de Pastrana sumamente la llegada del archiduque y verse
cuanto antes con su alteza, y, así, quiso él llevar aquellas tropas, sin embargo
de hallarse muy acabado de sus achaques, para lo cual mandó apercibir diez
compañías: la suya, la de don Ambrosio Landriano, don Diego Pimentel, don
Carlos Coloma y Carlos María Visconti, lanzas italianas, la de Grobendonck
y conde Adolfo, del país, y las de arcabuceros a caballo de don Alonso Men-
do y de Betancourt, todas las cuales se pusieron a punto y se encabalgaron,
de suerte que, una con otra, ninguna bajaba de cien caballos, inclusa la de
Grobendonck, que consistía en ciento y veinte corazas y ochenta arcabuceros.
Alojóse esta gente en el condado de Namur, aguardando para marchar a que
el archiduque avisase que había partido de Turín.

Fin del libro Octavo

292
 Es un felipe talar. El nombre proviene del thaler alemán (moneda grande de plata que
circuló en Europa Central a finales del siglo XV). El thaler (creada como substituto del
florín de oro) fue una moneda originaria del Tirol en 1484, aunque la primera stricto sensu
nombrada como tal procedió de Joaquim Thaler en Bohemia (1518). Fue tan popular su
empleo durante el siglo XVI, que estas monedas grandes de plata se acuñaron en otros
países de modo similar, con varias denominaciones derivadas de dicho nombre.
526 Las Guerras de los Estados Bajos

[360] LIBRO NOVENO


Año de 1596293
Los amigos de hacer discursos tuvieron bastante ocasión al principio deste
año con la nueva de la ida del archiduque Alberto a los Estados de Flandes.
Decían unos que, siendo necesario enviar gobenador de la sangre real, no se
podía echar mano de otro que de un príncipe de tantas esperanzas, probado
ya no sólo en materias de gobierno, sino también de guerra, benigno y dotado
de otras muchas virtudes dignas de su fortuna. Advertían otros que el no ha-
berle dejado ordenar de misa, estando ya a pique de entrar en la dignidad sa-
cerdotal, en sabiéndose la muerte de su hermano el archiduque Ernesto, daba
sospecha que le querían para más que para arzobispo de Toledo. Por mucho
que se adelgazó esta materia, ninguno acabó de dar en la cuenta ni penetró
los intentos del rey, cuya envejecida prudencia miraba las cosas de más lejos,
disponiéndoselas suavemente y encaminándolas al fin que veremos en su lu-
gar. Diose libertad y licencia para que pudiese ir acompañando al archiduque
y a gozar de los estados paternos, situados en tierras de la obediencia del rey,
a Felipe Guillermo de Nasao, príncipe de Orange, entretenido largos años
en España en una decente, aunque [361] segura prisión, por obligarle con la
libertad, cuando menos la esperaba, y lisonjear con aquello a las provincias re-
beldes y dar gusto a las sujetas. Esperábase también alguna grande resolución
del conde Mauricio por medio del príncipe, su hermano, aunque no tardó
mucho en verificarse. ¡Cuán flacos medios son contra una ambición resuelta
todos los que se encaminan, especialmente con persuasiones, a reducirla! Y
así, con las que el príncipe hizo a su hermano, no se consiguió ningún efeto
mejor que acabar de conocer que sólo el hierro y el fuego podía dar esperanza
de salud en una enfermedad tan larga y envejecida, siendo esotros medios
suaves más a propósito para conservar los reducidos que para reducir los obs-
tinados, especialmente en los gobiernos en que tiene tanta parte el pueblo,
cuya ruin inclinación no obedeció jamás a la vergüenza, sino al miedo, ni le
abstuvo de lo mal hecho la deformidad, sino la pena. Entró el rey de Francia
en San Quintín, como dijimos, dos días antes que entrasen en aquella ciudad
los rendidos de Cambray, a quien se afirma que hizo mal rostro, y en parti-
cular a Baliñí, con quien monsieur de Vich se disculpaba, diciendo –y con

293
 Argumento: Venida del archiduque Alberto al gobierno de los Países Bajos. Suceso del sitio
y toma de Calés por el archiduque. Gana Mos de Rona los castillos de Guines y Hames.
Y su alteza a Ardres. Sitia y toma el rey de Francia la Fera. Tómase el castillo de Caumont.
Pónese el archiduque sobre Hulst; refiérense los sucesos de aquel sitio y toma de la villa y
fuertes vecinos suyos. Páganse los amotinados de Tilimont y la Capela. Suceso entre el mar-
qués de Barambón y el marichal de Birón. Otros dos entre la caballería católica y rebelde.
Provisión de los castillos de Amberes y Cambray. Reformación del tercio de don Agustín
Mesía y provisión de otros dos.
Las Guerras de los Estados Bajos 527

verdad– que se hubiera perdido aquella plaza veinte días antes, si no entrara
él en ella. Habló Baliñí tan confiado de volverse a introducir en Cambray
por medio de sus amigos y de ciertas inteligencias que dejaba entabladas,
que se apaciguó el rey por entonces y poco después le confirmó el cargo de
mariscal de Francia, casándole con una hermana de la duquesa de Beaufort,
su amiga, como se ha dicho, tal era el artificio y traza de aquel hombre. Y en
efeto, no dejó de cumplir su palabra en alguna manera, mas, apercibiéndose
para ejecutar su intento, fue avisado don Agustín y desbarató su designio,
castigando con pena de muerte a los culpados. Hallábase el rey de Francia
al fin del año pasado en Picardía con un ejército de diez mil infantes y buen
golpe de caballería, deseando no estar ocioso y hacer alguna empresa que en
su tanto pudiese equipararse a la pérdida de Cambray; puso su campo sobre
la Fera, villa de las más fuertes de Francia por estar situada casi toda en una
laguna, a cuya causa, desconfiando de ganarla por fuerza, determinó ponerle
sitio a lo largo, con fuertes, redutos y trincheras, todo para quitarle el socorro
de vituallas.
Hallábase el seneschal, gobernador de la plaza, y don Álvaro Osorio, de la
gente de guerra, con cosa de mil infantes y docientos caballos de guarnición
y con vituallas para tres meses a lo largo, aunque el uno y el otro hacían todo
lo posible para avituallarse para más tiempo; y desde luego aligeraron las bo-
cas inútiles, comenzando desde el primer día a tasarse el pan desde el mayor
al menor, cosa que ocasionó grandes provechos y que debe hacer cualquier
prudente gobernador de una plaza en semejantes casos.
Supo el conde de Fuentes casi a un mismo tiempo el intento del francés
y con puntualidad el número de bastimentos que había en la Fera y el de la
gente que se había de sustentar con ellos; y, cuidadoso de aquella plaza, man-
dó a Jorge Basta (que acababa de llegar de la guerra de Hungría con licencia
limitada del emperador) que, arrimándose a la frontera de Francia con toda
la caballería de los presidios, que pasaba de ochocientos caballos, aguardase
alguna buena ocasión de meter socorros de bastimentos, en que, a más deste
provecho, se seguía otro de mayor importancia, que era tener cuidadoso al
enemigo, obligándole antes a mirar por sí que a divertirse a otras empresas,
especialmente a ir a encontrar al archiduque, como se temía, y más con la
comodidad que le daba el tener a Metz de Lorena donde recogerse y todo
aquel país, tan aparejado para emboscadas y tan su devoto. Jorge Basta, desde
Chatelet, donde estaba, inquietaba todos los días al enemigo, tocándole con-
tinuamente arma por diferentes partes; y, cuando vio buena ocasión, ejecutó
el principal intento con la felicidad que veremos.
A los 4 de enero murió en el castillo de Amberes el coronel Cristóbal de
Mondragón, a los noventa y dos años de su edad, de los cuales asistió más de
los cincuenta en los Estados de Flandes, conservando todos ellos una nobilí-
sima opinión de valeroso soldado y diestro capitán; por maravilla se hizo cosa
528 Las Guerras de los Estados Bajos

en aquellas guerras donde él no se hallase, ejecutando o mandando; y con ser


hombre de condición seco, poco atractivo y sobradamente libre, tuvo particu-
lar estrella en ser bienquisto, no sólo de sus superiores, sino de sus inferiores y
(lo que es más de maravillar) de sus iguales. Al principio de su fortuna le dio
gran reputación la infantería valona y ella no la perdió con la diciplina [363]
de tan buen maestro. Fue natural de Medina del Campo, aunque de origen
vizcaíno294; en tantos años de guerra no le sacaron jamás gota de sangre, an-
tes llegó su buena suerte en esto a volarse una vez el castillo de Davilères, de
donde era gobernador, en el ducado de Luxembourg, y quedar él y su mujer
sanos y salvos en el hueco de una ventana, de donde fue menester gran trabajo
y tiempo para sacarlos, sin quedar ofendido del fuego ni de las ruinas. Dejó
una hija y della algunos nietos con razonable hacienda y generalmente deseo
de sí a todos los capitanes y soldados, que le tenían por padre y le respetaban
como a tal. El castillo estuvo algunos meses por proveer y por fin se dio a don
Agustín Mesía, y lo de Cambray a don Alonso de Mendoza. Pero esto fue
hacia el fin del año en que vamos.
A los 13 de enero entró el archiduque en Borgoña, acompañado de seis-
cientos caballos del duque de Saboya, hasta la raya de sus estados, adonde le
salió a recebir don Alonso de Idiáquez con toda la gente que había estado a
su orden en aquel condado desde que salió de prisión; y, entregándola a las
cabezas que el archiduque había hecho ya de la infantería que trujo de España
y dejando a su alteza en Grey, pasó al estado de Milán a ejercer el oficio de
general de la caballería ligera. Gobernaban esta gente los maeses de campo
Manuel de Vega y Juan de Tejeda, los cuales, hechas dos tropas de toda ella,
marchaban por las tapas o alojamientos ordenados y bastecidos ya por el go-
bernador Antonio Dávila, a quien se encargó, llevando la vanguardia Tejeda y
retaguardia Manuel de Vega, una jornada distantes el uno del otro. Marchaba
el archiduque en medio de su corte, cuatro compañías escogidas de infantería
española, cada una de cien arcabuceros, y la mayor parte de la caballería ligera
a cargo de don Octavio de Aragón. Vino, haciendo oficio de maese de campo
general, Claudio de Rie, barón de Balansón y conde de Varás, general que
era en propiedad de la artillería en Flandes. El hacer el viaje en tiempo tan
riguroso y demasiado arrimado a Alemania por apartarse de Francia le alargó
más de los que hubiera menester aquella gente; y así, con salir de Borgoña
pasado de seis mil infantes, la mayor parte españoles y los demás napolitanos
y urbineses, [364] los primeros gobernados por el marqués de Trevico y los

294
 El aguerrido (y fanfarrón a veces) soldado vizcaíno se hará prototípico en la literatura de la
época. Por ejemplo, Marcela, enamorada de Chavarría, soldado de los tercios de Flandes,
dice en la primera jornada de Los españoles en Flandes de Lope de Vega: «Quedo, y con me-
nos mohína, / que, si ansí me has de tratar, / quien sufra puedes buscar / tu cólera vizcaína»
(Cortijo Ocaña ed.).
Las Guerras de los Estados Bajos 529

segundos por don Alfonso Dávalos, entraron en el país de Luxembourg pocos


más de cuatro mil, adonde llegados a mediado enero los duques de Pastrana y
Feria, don Diego y Esteban de Ibarra y las compañías de caballos designadas,
se recibieron cartas del archiduque, escritas en Nansí de Lorena, en que daba
prisa a la caballería y mostraba desear que se adelantasen de todos don Diego
y Esteban de Ibarra y fuesen a encontralle lo más adelante que fuese posible.
Quería su alteza comenzar a ser informado de las cosas de los Países Bajos por
sujetos tan enterados dellos, y así, dejando a los duques en Luxembourg, y al
de Pastrana en el extremo de su vida, llevando toda la caballería hasta Sirich
sobre la Mosela, cuyas corrientes dividen los estados del rey del ducado de
Lorena, tomando solamente a don Carlos Coloma con su compañía de lanzas
y la de arcabuceros de Alonso Mendo, pasaron tres jornadas adelante. A la
segunda, avisado don Diego de que en cierto villaje cerca de Metz se habían
retirado veinte y cinco caballos de aquella guarnición, los cuales había días
que venían inquietando el ejército del archiduque, saliendo a los desmanda-
dos en la retaguardia, envió a deshacerlos a don Carlos Coloma con treinta
lanzas y la mitad de la compañía de Mendo, y anduvieron tan bien las guías,
que tras cinco horas de camino, todo de bosques, por ser aquello lo fino de
las selvas de Ardeña, pusieron a nuestra gente en el casar a la que amanecía.
Estaban los fraibutres295 (así llaman los ladrones de camino) muy descuidados
de aquel acontecimiento, tal, que sin poder acudir a sus armas y caballos pu-
sieron su esperanza en el beneficio de los bosques vecinos, aunque por daño
de los más, que quedaron degollados casi todos. Tomáronseles las armas y
caballos y a cinco que quedaron en prisión, pidiéndolos el magistrado de la
villa de Moranges, en Lorena, se supo después que los había enrodado como
a públicos salteadores, y esto por haber paces juradas entre aquella provincia
y la ciudad de Metz. Este día se encontraron don Diego y Esteban de Ibarra
con el archiduque, a quien informaron del estado de las cosas de Flandes, y
al cabo de otras dos jornadas, junto a la abadía de Basonvile, salió al camino
don Ambrosio Landriano con las compañías de caballos restantes, que acaba-
ron de [365] alegrar y asegurar a aquel ejército, afligido de tan largo camino
y de tantas aguas, nieves y hielos. Pasóse la Mosela por el proprio Sirich y
finalmente se llegó a Luxembourg a los 30 de enero, adonde habían llegado
ya el duque de Ariscote, el marqués de Havre, los condes de Sorá y Bosú, los
presidentes y secretarios de estado y otros muchos señores y gente noble del
país, a visitar a su alteza y dársele a conocer. Hospedóle el conde de Mansfelt,
gobernador de aquella provincia, con todo género de regalo y grandeza. A la
misma hora y punto que el archiduque entraba por Luxembourg acabó de dar

295
 Remite al holandés vrijbuyters (piratas o bucaneros), que designa a «piratas, bucaneros o
simplemente asaltadores de caminos y ladrones»; los primeros tendrán más tarde un papel
activo en la piratería caribeña.
530 Las Guerras de los Estados Bajos

el alma a Dios el duque de Pastrana, de la propia dolencia que le afligió cerca


de dos años continuos, pocos meses después de haber entrado en los treinta y
siete años de su edad. Fue muy sentida su muerte por los soldados, de quien
era muy bienquisto, no menos por su valor que por la afabilidad de su con-
dición y agradable aspecto, cosas que ayudan mucho a ser amado. Dejó por
testamentarios al duque de Feria y a don Francisco Juan de Torres y heredero
universal a Ruy Gómez de Silva, su hijo mayor, a quien, en partiéndose de
Luxembourg el archiduque, llevó consigo a España al duque de Feria, sin em-
bargo de haber dejado su padre dispuesto lo contrario, que en este caso, y casi
los más deste género, pueden desengañarse los hombres de cuánto se altera
(o porque conviene así o por otros accidentes) la voluntad de los testadores,
para que, previniendo con demasiada prudencia las cosas futuras, no quieran
vivir después de muertos. Holgara el duque, como quien conocía muy bien
los grandes peligros con que en la corte de España se cría la juventud, que se
acabara de criar en Flandes, adonde le tenía ya escogido por maestro al gran
Justo Lipsio296, fénix de nuestros tiempos en la Germania Inferior y memo-
rable en los futuros. Depositóse el cuerpo del duque en el monasterio de San
Francisco de Luxembourg, en la misma sepultura donde estaba enterrado el
conde Carlos de Mansfelt, muerto de enfermedad seis meses antes, teniendo
sitiada a la ciudad de Estrigonia, en Hungría, después de haber roto valerosa-
mente en una batalla el ejército del turco Mahometo.
Entre Namur y Marcha salió al camino a recebir y acompañar al archidu-
que Ernesto, elector de Colonia y duque de Baviera, y poco después el conde
de Fuentes con sus dos compañías de la guardia [366] y los cien archeros,
todos muy lucidos y bien a caballo; acompañábanle el duque de Aumale,
monsieur de Rona, los condes de Ligne, Aramberg y Barlaimont, y finalmen-
te toda la corte española y italiana. En los días que su alteza se detuvo en Na-
mur mandó a don Diego de Ibarra, su mayordomo, para quien trujo el cargo
de veedor general, que reformase toda la gente que había traído consigo, en
esta forma: el tercio de urbineses, de que era maestro de campo don Alfonso
Dávalos, y las tres compañías de milaneses (en todas las cuales juntas podía
haber cosa de ochocientos italianos) se agregaron al tercio del marqués de

296
 Justo Lipsio (Joest Lips, Justus Lipsius, 1547 Overijse [Brabante] – 1606 Lovaina) es un
filólogo y humanista que vivió en los Países Bajos españoles. Fue uno de los eruditos más
famosos del siglo XVI, del que se ha podido decir que con Scalígero y Casaubón formó
un triunvirato literario. Se formó en los jesuitas de Colonia y en 1579 comenzó a enseñar
historia en la recién creada Universidad de Leiden. Al final de su vida fue profesor de Latín
en la Universidad de Lovaina. Fue el autor de una serie de obras que pretendían recuperar
la antigua corriente filosófica conocida como estoicismo en una forma que fuera compa-
tible con el cristianismo, tomando como modelo de partida la obra del filósofo Séneca
(neoestoicismo). La más importante de dichas obras fue De Constantia. Para su papel como
comentarista histórico, recordemos el trabajo de Serrano y Sanz.
Las Guerras de los Estados Bajos 531

Trevico, con los cuales, y con los napolitanos que tenía repartidos en la Fera y
otros presidios de Picardía, vino después a tener un tercio de más de dos mil
y quinientos hombres. De cincuenta y seis banderas de españoles quedaron
en pie solamente doce, que se agregaron a los cuatro tercios, repartiéndose en
ellos por iguales partes toda la gente de las compañías reformadas y de doce
estandartes de caballos solas tres compañías de lanzas, una de españoles, de
don Gómez de Buitrón, y dos de italianos, de Carlos de Sangro y caballero
Ludivico Melzi, y la de arcabuceros a caballo de don Fernando de Guevara. Y,
con incluirse en ella toda la caballería de ambas naciones, llegada allí de la que
vino de Borgoña, ninguna llegó a cien caballos, inconveniente que se seguirá
siempre que se pasare gente a Flandes en el corazón del invierno.
Entró finalmente el archiduque en Bruselas a los 11 de hebrero, acompa-
ñado hasta allí del elector y de infinita nobleza. Fue muy grande el regocijo
que mostró, en nombre de los Estados obedientes y suyo, aquella nobilísima
villa y declaróse en varias inscripciones, versos y estatuas, en adorno de mu-
chos arcos triunfales y galerías que se hicieron en honra de aquella entrada,
lucida con el recebimiento de la nobleza natural y extranjera que se hallaba
en los Estados y con la que venía sirviendo y acompañando al archiduque. En
llegando dio a don Rodrigo Laso, gentilhombre de su cámara, dos compañías
de caballos para su guardia; una de lanzas y otra de arcabuceros. El cargo
de su caballerizo mayor al conde de Sorá y a los de Aramberg, Eghemont y
Ligne, llaves de su cámara. Publicó también en aquella misma sazón algunas
mercedes que traía del rey para algunos de los muchos que habían servido
hasta allí a Su [367] Majestad con satisfación. Mejoraron de encomienda a
don Agustín Mesía y diéronlas de nuevo a don Diego de Ibarra, don Antonio
de Zúñiga y don Luis de Velasco; y juntamente se publicaron tres hábitos
de Santiago a Manuel de Vega, Juan Jerónimo Doria y don Carlos Coloma.
Diéronse a muchos rentas de por vida sobre Nápoles, Sicilia y Milán, y en
particular una de seiscientos escudos a don Alonso de Mendoza y otra de
otros tantos a don Carlos Coloma, y, aunque en esta repartición fueron más
los que quedaron quejosos que satisfechos, como es costumbre, todavía sirvió
de estímulo a la virtud, en los acrecentados la recompensa y en los olvidados
la emulación.
Vuelto el elector a Lieja y acabadas las fiestas y cumplimientos, se comen-
zó a discurrir sobre el estado de las cosas antes que se partiese para España el
conde de Fuentes. Y, después de haber tenido sobre ellos varios consejos, se
tomó resolución de socorrer a la Fera, echando de ver lo que convenía que
su alteza entrase con buen pie en aquellos Estados y no dejando perder ante
sus ojos una plaza de tanta consecuencia, en que tanto podía interesarse su
reputación. Húbose con esto de dilatar el pagamento de los motines de Tili-
mont y la Capela algunos meses, empleando en levas de gente y en las demás
prevenciones necesarias para formar un ejército gallardo el dinero que venía
532 Las Guerras de los Estados Bajos

destinado para darles satisfacción. Con esto se partió el conde de Fuentes


para España, llevando consigo a don Diego Pimentel, su sobrino, al capitán
Francisco de Almansa y otros capitanes y entretenidos a quien deseaba hacer
bien. En partiéndose el conde, proveyó su alteza la compañía de lanzas de don
Diego Pimentel en don Diego de Acuña, y a Juan de Guzmán se dio patente
para levantar otra de los amotinados de la Capela.
Era ya entrado marzo cuando se supo por cartas de la Fera cómo se iban
acabando los bastimentos y, pareciéndole al archiduque y a su consejo que
se perdería aquella plaza antes de tener a punto el ejército para socorrella si
no se procuraba alargar el plazo, envió a mandar a Jorge Basta que hiciese el
último esfuerzo por llevar cierta cantidad de trigo que para aquel efeto estaba
en Chatelet. Jorge Basta, que en todo el tiempo que estuvo en aquella frontera
[368] con las tropas que dijimos había procurado informarse de los puestos
que tenía guardados el enemigo, escogiendo uno, el más acomodado, valién-
dose de cierto lacayuelo francés que entraba y salía en la villa y de la cifra que
tenía con el seneschal y don Álvaro Osorio, les avisó que para la noche de los
12 de marzo le aguardasen con el mayor número de barquillos que pudiesen
en una parte de la laguna que se les designó, apartada menos de media legua
del villaje de Traversí, uno de los cuarteles fortificados del enemigo. Y partién-
dose con el secreto posible de junto a Landresí, cargó en grupa de ochocientos
caballos, llegado a Chatelet, otros tantos sacos de trigo; y, sin detenerse un
punto, por prevenir a los avisados que se pudiesen tener dél, llegó al puesto
sin contraste alguno y hallando cantidad de barquillas, que en menos de dos
horas llevaron el trigo a la villa, en despachando la postrer barcada, dio la
vuelta por el camino de la Capela y, ofreciéndosele al capitán Gabriel Rodrí-
guez, que llevaba la vanguardia con su compañía de arcabuceros, un cuerpo
de guardia de cien infantes franceses que guardaban un puesto, degolló la
mitad dellos; pasóse adelante y a cosa de dos leguas andadas dejando el ca-
mino de la Capela y pasando el río de Guisa por Roumerí llegaron a Chateo
Cambresí a los 13 sin perder un hombre, que fue una acción muy honrada y
venturosa y causa de todos los buenos sucesos de aquel año.
Respiró algún tanto su alteza con este aviso, pareciéndole que se había
alargado el plazo por lo menos dos meses, durante los cuales podría traer el
tiempo muchos accidentes capaces de poner remedio a las cosas, que entonces
parecía estar sin él; y como príncipe prudente y deseoso de acertar, en vez de
darle aquel socorro ocasión de descuido, se la dio de mayor cuidado, juntan-
do cada día su consejo y dando prisa a la gente que había de bajar de varias
partes para tener el ejército a punto, antes que acabasen los sitiados de gastar
los bastimentos; porque darles otra vez socorros era imposible, habiendo el
rey de Francia, después de metido el trigo, acomodado el sitio y fortificado los
lugares peligrosos, de manera que de todo punto se tenía perdida la esperanza
dello.
Las Guerras de los Estados Bajos 533

Entretanto que el ejército se apercebía, no cesaba de discurrirse [369] so-


bre la forma en que se había de socorrer la Fera. Algunos de los consejeros
eran de parecer que las grandes fuerzas que se habían de juntar se emplea-
sen en cosa de provecho y que mientras los rebeldes de Holanda estaban
sin ayuda de Francia y con poca de Inglaterra (cuya reina se sabía por cierto
que aspiraba a grandes empresas por la mar)297, se emprendiese Hulst, Breda,
Ostende o Bergas, plazas de gran momento para la suma de las cosas de aque-
llos Estados y que se dejasen las de Francia en poder de sus discordias civiles.
Otros, y en particular los españoles, eran de parecer que convenía a la repu-
tación del rey y del archiduque entrar socorriendo una plaza desde la cual,
como lo había mostrado la experiencia, sin pasar río, monte ni otro algún
estorbo se podía inquietar al proprio rey de Francia en París y hacerle sentir
en su casa la guerra que él, con más temeridad que buena fortuna, trataba de
encender en las ajenas. Para rechazar la primera opinión hubo poca dificultad,
no habiendo su alteza traído cosa tan encargada como el no volver el rostro
a las cosas de Francia; con tanta mayor asistencia cuanto se tenía por más
cierto que habían de efectuarse las paces, sobre que comenzaba ya el Papa a ir
echando las primera líneas, para las cuales convenía tanto más vivamente que
nunca la guerra, siendo ella el verdadero medio de efectuar las aventajadas.
Para poner, pues, en práctica esta opinión (en que todos convenían siempre
que pareciese posible) se discurría con varios modelos y plantas en la mano y
cuanto más se miraba en ello, tanto mayores dificultades se iban descubrien-
do. Primeramente de entrar en reino extraño, en donde no había ya cosa más
olvidada que el partido de la Liga; porque, si bien el duque de Humena en
Borgoña y el de Mercurio en Bretaña sustentaban su voz, se echaba bien de
ver que lo hacían más por mejorar el estado de sus cosas y venderse caros,
que no porque les quedase esperanza de resucitar la facción, en especial el
de Humena, que no tardó mucho en seguir el camino que los demás; fuera
desto, había de ser fuerza para socorrer la Fera dejar muchas villas enemigas a
las espaldas, desde las cuales se podía inquietar el campo español y exponerle

297
 La expansión marítima inglesa data de la época de Isabel I y tiene como escenario crucial el
dominio del Atlántico y el acceso a América (el Caribe en especial, y la costa noratlántica de
América). La derrota de la Invencible en 1588 supuso un aliento considerable a este deseo
y propició el aumento de la ayuda (militar, terrestre y marítima) a los rebeldes holandeses.
Para el desarrollo de la piratería inglesa, ver el interesante libro de D. Alcedo Piratería y
agresiones de los ingleses (Madrid, 1883). Isabel I, sin embargo, se justificaba (oficialmente)
con cortinas de humo como By the Queene. A proclamation to represse all piracies and depre-
dations vpon the sea (Imprinted at London: By Robert Barker, printer to the Queenes most
excellent Maiestie, 1601 [i.e. 1602]). Jacobo I también legisló que dichos piratas (ingleses)
quedaban fuera de su amparo en vista del tratado de paz con España: By the King whereas
the Kings Maiestie hath alwayes bene ready to imbrace and cherish such a perfect amitie be-
tweene him and the king of Spaine... (Imprinted at London: By Robert Barker, Printer to the
Kings most Excellent Maiestie, Anno Dom. 1605).
534 Las Guerras de los Estados Bajos

al inconveniente de Lau, como eran Perona, Han, San Quintín, Guisa y otras.
Mirábase el designio de los alojamientos del francés tan bien fortificados,
[370] que quitaba la esperanza de poderlos penetrar sin peligrosa dilación
y conocido trabajo y hasta la misma fortaleza de la plaza, y el estar rodeada
por todas partes de agua causaba nueva imposibilidad de meter el socorro;
porque últimamente, haciendo los franceses ciertas calzadas entre el villaje de
Jarnier y la villa, y deteniendo con ellas el curso del río Oise, empantanaron
todos los campos de alrededor para tener menos partes que guardar, y ésas
más apartadas del artillería de la villa. Con que el capitán Pedro Gallego, que
la tenía a su cargo, les hacía mucho daño, pensando también por este medio
anegar la tierra, quitar el uso de los molinos y la vivienda de las casas, y fue
milagro no seguirse mayor daño; porque, si viniera de noche la inundación,
como vino de día, se perdieran todos los bastimentos, que, al fin, andando los
sitiados siempre con el agua a la rodilla, los pudieron retirar a lugares altos,
para cuyo remedio hizo don Álvaro una salida con quinientos hombres, y, a
pesar del enemigo, a quien mató más de cien franceses, abrió una cortadura
por donde desaguó mucha parte del agua; reparándose luego dentro con toda
brevedad, de suerte que, aunque después la volvió a cerrar el enemigo, no
subió el agua con tres pies tanto como antes. Sin embargo, pues, destos in-
convenientes que se representaban y del peligro a que se ponía aquel ejército,
sin dejar otro a las espaldas (cosa que debe hacer cualquier prudente capitán
que se resuelve a entrar en reino extraño), la última resolución fue socorrer
a la Fera, no reparando en los daños representados por la opinión contraria,
aunque fundadamente, sino (viendo cuán imposible es hallar consejo que
carezca dellos) conocer que los había menores en el peligro del socorro que
en la pérdida de no intentarle, siendo oficio de la prudencia no pretender
resoluciones totalmente libres de inconvenientes, que eso es imposible, sino
escoger la que tuviere menos. Para poder de una vez hacer este socorro y de-
jar proveída esta plaza por mucho tiempo, se mandó llevar gran cantidad de
bastimentos a las ciudades y villas de la frontera, hacia donde se comenzó a ir
encaminando todo el ejército, que constaba de diez y seis mil infantes y más
de dos mil caballos ligeros; es a saber, cuatro tercios de españoles, en que po-
día haber cinco mil, inclusos trecientos arcabuceros que se sacaron de los cas-
tillos; [371] el tercio del marqués de Trevico de mil y quinientos italianos; mil
borgoñones altos del marqués de Barambón; mil irlandeses de Estanley; seis
mil valones de La Barlota, Grisón, Busquoy, Fresín y la Coquelá, inclusas tres
banderas fuera de regimiento, levantadas en el país de Artois; la resta hasta el
dicho número contenían los regimientos de alemanes del conde Vía y coronel
Tessilinghen. Era todo infantería vieja y gobernada por cabezas de mucho
valor y experiencia. La caballería constaba de las lanzas españolas de don Am-
brosio Landriano, de Juan de Cardona, don Carlos Coloma, don Francisco
de Padilla, don Sancho de Luna, don Juan de Bracamonte, don Gómez de
Las Guerras de los Estados Bajos 535

Buitrón, don Diego de Acuña y don Juan de Gamarra. Y de arcabuceros la de


Alonso Mendo, Martín de Eguíluz, don Fernando de Guevara, Hernando de
Salazar y Gabriel Rodríguez. Italianos, lanzas, Francisco Coradino, Ludovico
Arigoni, los condes Juan Jacobo Beljoyoso y conde Alfonso de Montecuculi,
el marqués de Montenegro, Carlos María Visconti, Aníbal Macedonio, Juan
Jerónimo Doria, Paulo Emilio Martinengo, Ludovico Melzi y Carlos de San-
gro. Albaneses, Jorge Crescia; y arcabuceros a caballo, monsieur de San Hila-
rio, Ruger, Tacón, conde Decio Manfredi. Lanzas del país, Achicourt y barón
de Ausí, arcabuceros; y corazas, Daniel Xalón, Bastián Goudart, Simón de
Latre y Juan Cesate. Los hombres de armas, en número de mil y quinientos,
eran las mismas compañías que anduvieron en campaña el año pasado, salvo
que en esta ocasión los gobernó el duque de Arscot. Por maestro de campo
general iba monsieur de Rona, por su teniente Gaspar Zapena y por general
de la artillería el conde de Varas. Partió el archiduque de Bruselas a los 29
de marzo, dudoso todavía entre sí y comenzando a imaginar en la diversión,
desde que a solas con los más confidentes le dijo monsieur de Rona tales o
semejantes palabras:
«Si el amor con que he servido hasta aquí a Su Majestad no me obligara
ante todas las cosas a disimular injurias, trajera a la memoria de vuestra
alteza las que en diferentes ocasiones se me han hecho en este ejército,
cavilando mis acciones y teniéndome por tan francés de corazón como
cuando con la misma lealtad que sirvo ahora al rey [372] de España servía
al de Francia; y, aunque estoy por creer que no habrá faltado quien haya
madrugado a tomar este asunto con vuestra alteza por desacrediatarme
y acreditarse a mi costa, no quiero dejar de decir agora mi parecer con
la libertad que acostumbro y con la buena intención y llaneza que debo,
remitiendo en lo demás el desengaño al tiempo. En socorrer a la Fera
hallo las mismas dificultades que tantas veces se han representado y por la
mayor de todas la necesidad de haberlo de hacer otras muchas veces con
el mismo, y aun por ventura mayor, peligro. Confieso que hasta aquí ha
sido aquella plaza importantísima y como tal la escogió el duque de Parma
por seguro refugio en las guerras civiles, acabadas las cuales, como lo están,
y no pudiendo ya ser la Fera causa del fin honrado destas disensiones,
servirá solamente de necesaria ocasión dellas y de ocupar los generosos
deseos de vuestra alteza para no poderse extender a mayores empresas que
a socorrer una plaza, que ni socorrida mejora del todo el estado de las co-
sas ni dejada de socorrer podemos decir que las destruye. El rey de Francia
persevera en el sitio con obstinación por quitarse a sí aquella espina y a
sus vasallos la inquietud de las corredurías que de ordinario hacía su guar-
nición. Si, teniendo vuestra alteza el mismo intento, hallásemos una plaza
que sitiar, de que se pudiese seguir a estos Estados los mismos provechos y
536 Las Guerras de los Estados Bajos

juntamente fuese puerto de mar y tuviese otras comodidades equivalentes


a la pérdida de la Fera, yo sería de parecer que se emprendiese, encargando
ante todas cosas el secreto, sin el cual hasta las más fáciles se hacen, no sólo
dificultosas, sino imposibles. Este felicísimo ejército, como vuestra alteza
sabe mejor, tiene a raya Francia, Inglaterra y las islas; busquemos, señor,
algo en que interesallos y escocellos a todos y a mal librar socorreremos a
la Fera, obligando al enemigo a levantar el sitio por acudir a lo que más le
importa. Ahí, señor, está Calés, que nos llama, guardada por un mozo in-
experto y defendida sólo de su envejecida reputación y de los soldados de
monsieur de Gordán, neutrales en todas guerras y a esta causa no experi-
mentados en ninguna. Si se le ocupan los puestos de repente, se le quita
el socorro de mar y tierra, quitado el cual, verá vuestra alteza qué se puede
temer desta gente, acometida por el valor y fortuna deste ejercicio, y sír-
vase de considerar [373] también lo que sentirá el francés la pérdida de la
mejor pluma de sus alas, Inglaterra el peligroso vecino y Holanda el ver en
otras manos que en las suyas el absoluto dominio del canal. Esta empresa
es fácil y provechosa, honrada y sin peligro; vuestra alteza encamine con
su prudencia lo demás».
Era grande la opinión en que se tenía el parecer de Rona y oíale de buena
gana el archiduque, inclinado ya, como dijimos, a la diversión, con la cual
o se tomaba Calés, si no la socorría el rey de Francia, o, si lo hacía, había de
levantar el sitio de la Fera; y conseguíase el primer intento con menos riesgo
de aquel ejército, de cuya conservación pendía la de los Estados Bajos. Te-
nía esta diversión también la calidad más necesaria, que era hacerla en plaza
más importante que aquella de que se pretendía apartar al enemigo. Llegado,
pues, a Valencienas a los 3 de abril, se dieron las órdenes siguientes: mandóse
a monsieur de Rona que con los tercios de don Luis y don Alonso, el regi-
miento de La Barlota y los valones de compañías sueltas levantadas en el país
de Artois y cinco compañías de caballos a cargo del comisario general, toma-
sen el camino de San Omer y, cargando desde allí hacia la mano izquierda,
entrase en el país de Calés por la esclusilla que parte los términos de Flandes y
el condado de Oye y Bredenarde y se asegurase ante todas cosas de la inclusa
y puente llamada de Niulet, paso forzoso del país de Calés al de Boloña; y,
dejada allí parte de su gente con instrumentos para fortificarse, pasase con la
resta adelante y ocupase la torre y puesto del Risbán; y, para plantar en él en
defensa de la entrada del puerto y ganar estos puestos, se le dio orden que
sacase de Gravelingas cuatro medios cañones.
Ordenóse, por otra parte, a don Ambrosio Landriano que con toda la
caballería ligera marchase a buenas jornadas hasta ocupar los puestos sobre la
villa de Montrull, plaza francesa situada sobre el río Cauche, el cual, naciendo
en el país de Artois, bañando las ruinas de la vieja Hendín y fortificando la
Las Guerras de los Estados Bajos 537

nueva, toca después su siniestra margen a la dicha villa de Montrull y desagua


en el mar por Estaples. Envióse esta caballería por tres causas: primeramente
por desmentir las espías del enemigo; la segunda por oponerse al socorro que
[374] podía enviarse a Calés por tierra, por si acaso penetraba el francés el de-
signio del archiduque; y la tercera por tener aquello que acometer cuando no
sucediese el ocupar los puestos, como era necesario para sitiar a Calés, que en
tal caso estaba resuelto el emprender a Montrull. Ordenóse a Jorge Basta que
con cuatrocientos caballos y dos regimientos de valones se pusiese en Chateo
Cambresí, adonde se tenían apercibidas cantidad de vituallas, y procurase
estar alerta para no perder ocasión, si con sacar el francés parte de su gente se
la daba para meterlas en la Fera. Ordenóse también a don Agustín que con su
tercio y tres mil infantes de naciones tirase la vuelta de la frontera de Francia
hasta tener aviso de la parte donde había hecho asiento el archiduque, todo
por deslumbrar al enemigo, tocándole arma por muchas partes. Su alteza, con
lo restante del ejército, hombres de armas y compañías de guardias, marchó
a grandes jornadas298 la vuelta de San Omer; marchó también monsieur de
Rona con la gente dicha y, hallando apenas resistencia en la esclusilla, entró
en el país lunes santo, a los 8 de abril. Tocóse arma en Calés y, pensando que
era gente de Gravelingas, que, como otras veces, entraba a correr la tierra, no
se hizo otra diligencia que tirar algunas piezas de aviso para que los labradores
de las aldeas retirasen el ganado y asegurasen sus personas. No se detuvo un
punto Rona y, pasando al puente y enclusa de Niulet, en viendo cuarenta
franceses (que le guardaban la artillería), rindieron el puesto sin más resis-
tencia, con ser bien fuerte y rodeado todo de agua. Quedó en él don Alonso
de Mendoza con su tercio fortificándole y, pasando adelante Rona, don Luis
y los demás se presentaron al Risbán dos horas antes de anochecer; trataron
de ponerse en defensa cien franceses que le aguardaban y, después de haber
batido cosa de una hora un torreón a lo antiguo, arremetiendo finalmente
don Luis, entró por fuerza y tras él La Barlota, sin otra pérdida que la de don
Bernardino de Argaez, alférez reformado, y otros tres soldados. Degolláronse
todos los enemigos a vista de la ciudad, sin que su gobernador, monsieur de
Vidusán, los pudiese socorrer, por ser la marea alta e imposible el hacerlo
por tierra. Ocupados estos puestos con tanta presteza y felicidad, se avisó al
archiduque del suceso, el cual, apresurando el paso desde San Omer, donde
le tomó la [375] nueva, pasando el río Aa por junto a Gravelingas entró en el
país de Calés y alojó todo su campo alrededor de la ciudad.
Tres días estuvo toda la caballería ligera cerca de Montrull con los puestos
tomados y aguardando lo restante del ejército, que se creía venir marchando,
al cabo de los cuales, llegada orden a don Ambrosio para que doblase la vuelta

298
 Se traduce la expresión típica latina (de gran uso en Livio y otros historiadores) magnis
itineribus confectis («a marchas forzadas»).
538 Las Guerras de los Estados Bajos

de San Omer y de allí a Calés, lo hizo, dejando a Montrull tan bien proveída
de gente, que se supo haber dejado casi sola la ciudad de Boloña la infante-
ría de aquella guarnición por acudir a lo que parecía más peligroso, que fue
otro nuevo provecho, pues sin esta diversión pudieran desde Boloña, distante
solas ocho leguas de costa de mar de Calés, meter de noche en barcas golpe
de gente y dificultar aquella empresa por muchos días, que en los sucesos
prósperos vienen a ser de provecho hasta las resoluciones casuales. Calés, una
de las más principales y fuertes villas de Francia, aunque no grande, rica de
trato y comercio con casi todas las provincias de Europa, está situada en el
Canal de Inglaterra, frontero de la villa de Dobra, de quien dista nueve le-
guas. Comprendíase en el espacio de tierra que Julio César pone a los pueblos
morinos y al puerto Hircio299. Es su territorio un ramo de la Baja Picardía,
que, corriendo por entre el límite septentrional del condado de Artois y parte
del de Flandes y el mar Británico, espacio de seis leguas de latitud y veinte y
cuatro de longitud (que tantas hay desde Estaples a Gravelingas), encierra en
sí el país de Boloña Marítima (así la llaman los franceses, a diferencia de la
de Italia), el país de Ardrés y los condados de Hame, Guines y Oye, adonde
parte términos con Gravelingas. Poseyeron este pedazo o nesga de tierra los
ingleses, con todas sus plazas marítimas y mediterráneas, espacio de docien-
tos años, a pesar de la monarquía francesa, y, aunque por discurso de tiempo
fueron perdiendo todo lo demás, conservando a Calés por baluarte fortísimo
de las costas inglesas y por oprobio y afrenta del nombre francés, con quien
tuvieron crueles y porfiadas guerras, hasta que, aguardando ocasión acomo-
dada Enrique II, rey de Francia, y arrojando con increíble celeridad al duque
Francisco de Guisa y un poderoso ejército apoderado del Risbán, que es la lla-
ve del puerto, y hallando [376] a los ingleses con más confianza que fuerzas,
se la sacó de las manos en muy breves días, acometiendo por el castillo. Dio el
gobierno desta plaza Carlos IX, hijo de Enrique, al señor de Gordán, soldado
de valor y antigua experiencia, el cual, hallándose encastillado en ella al prin-
cipio de las guerras civiles dio en conservarse neutral, aunque con nombre
y ejército católico. Deseó Enrique III sacarle de allí y no pudo, ni estaba en
tiempo de hacerlo por fuerza; y así, para más obligalle, le confirmó otra vez
en el gobierno con gracia de poderlo dejar a un sucesor a sola su elección.
Habían comenzado los ingleses, en la parte occidental de la villa, un castillo
de cuatro grandes baluartes, el cual, acabado y fortificado más que mediana-
mente por monsieur de Gordán, servía de freno a lo restante de la villa y por
su camino a todo el reino, y créese que en aquellas largas distribuciones del
comendador Moreo le alcanzó buena parte. Murió el año de 1593 y en su tes-
tamento nombró por sucesor en su gobierno, tenido por el mejor de Francia,

299
 En sus Comentarios a la Guerra de las Galias. Coloma se equivoca, pues se trata del portus
Itius (hoy Boulogne), desde donde partió la segunda expedición de César a Inglaterra.
Las Guerras de los Estados Bajos 539

a su yerno y sobrino el señor de Vidusán. Éste, en viéndose señor absoluto,


rompió la guerra con los condados de Flandes y Artois sin acordarse de los
documentos provechosos de su suegro y tío, el cual con grandes veras le per-
suadió siempre a conservarse neutral y proceder a gusto de todos, cosa que le
había ayudado a él mucho para vivir con quietud y sin peligro; y, faltándole a
Vidusán también prudencia para medir sus fuerzas, juzgándose seguro por la
parte del puerto, comenzó a levantar dos baluartes, comenzados años antes la
vuelta de tierra; que, si gastara la cuarta parte en fortificar al Risban con sólo
asegurar la entrada a los socorros, hiciera a Calés inexpugnable. Consta esta
famosa villa de cosa de dos mil vecinos, en cuya parte septentrional tiene un
burgo de menos de docientos con murallas a lo antiguo, donde bate la marea
su creciente; el puerto, como todos los demás de aquella costa, no consiente
bajeles de mucho porte y esos tales quedan en seco todo lo que dura el reflujo
del océano y en bajamar se puede entrar en ellos a pie enjuto; sólo en el canal
(cuyas aguas, bajando de los estanques y tierras pantanosas de Guines, Hame
y Ardrés, desembocan en el mar) pueden quedar nadando (aunque en hilera,
por la estrechura del dicho canal) algunos navíos pequeños y, por mucho que
lo sean, han menester [377] aguas llenas o poco menos para salir o entrar por
la barra. En la parte oriental de la villa hay un baluarte que llaman de Las
Dunas, cuyo orejón diestro cubre la puerta que va a Gravelingas con todas
sus defensas altas y bajas hacia la parte de la campaña; correspóndese este
baluarte con otro, el cual de la misma manera cubre y defiende la puerta que
llaman de Guines, ambos bien grandes, bien formados y en defensa, aunque
no acabados de vestir de ladrillo. Sigue la puerta llamada de Boloña y tras una
larga cortina el primer baluarte del castillo que mira al jaloque300. Viene luego
el segundo y en medio de los dos está la puerta del Socorro; mira este segundo
baluarte al leveche301, el tercero al maestral302 y guarda parte del puerto y las
dunas por donde se va a Risbán; el cuarto baluarte señorea absolutamente el
puerto y la villa y mira derechamente al gregal303. El foso que hay entre este
baluarte y el que mira al jaloque (el cual corre por frente de la villa), por ser
el terreno algo eminente, no consiente agua si no es la plenamar; todo lo
demás del castillo está de suerte rodeado della, que hasta en la menguante es
imposible arrimarse sino por algunos diques muy estrechos. Desde el cuarto
baluarte, que mira al gregal, corre una cortina a lo antiguo, aunque bien te-
rraplenada y con torreones redondos hasta el de las dunas, y entre esta cortina

300
 «Viento sudeste» (DRAE), del cat. xaloc.
301
 El lebeche es el viento sudoeste en el Mediterráneo.
302
 Viento maestral es el «que sopla por la proa o de la parte adonde debe dirigirse el buque por
alguno de los rumbos próximos, de modo que no pueda caminarse directamente al rumbo
o en la derrota que conviene» (DRAE).
303
 El gregal es el «viento que viene de entre levante y tramontana, según la división que de la
rosa náutica se usa en el Mediterráneo» (DRAE).
540 Las Guerras de los Estados Bajos

y el puerto está el burgo, fortificado también a lo antiguo. Entre el castillo y


la villa hay una gran plaza y desde el baluarte que mira al gregal hasta la barra
o entrada del puerto, que es todo lo largo dél, hay cosa de tiro de esmeril. El
señor absoluto del puerto es el Risbán, por ser necesario arrimarse a él para
entrar por la barra.
En este puesto del Risbán se fortificó don Luis de Velasco con su tercio
y el de La Barlota, atendiendo con particular cuidado, hasta que llegó el ar-
chiduque y todo el ejército a estorbar el socorro, que al momento intentaron
meter cosa de veinte navíos de armada holandeses de los que ordinariamente
asistían en guardia de los puertos de Dunquerque y Nieuport, y a uno que
temerariamente quiso entrar con las aguas llenas le echaron a fondo con la
artillería. Monsieur de Rona, entretanto, viendo asegurados los puestos del
Risbán y puente de Niulet, tomando de ambos cuarteles hasta mil infantes y
otros trecientos valones de Gravelingas, con las compañías de caballos que ha-
bía [378] traído consigo ocupó el puesto de las dunas y, fortificándose en él lo
mejor que pudo, envió, en siendo de noche, trecientos mosqueteros a guardar
la entrada del puerto, los cuales hicieron tan bien su deber, que ahuyentaron
cantidad de barquillas que venían a entrar cargadas de gente. Tres días estu-
vieron las cosas desta manera, hasta que, llegando primero el archiduque con
el cuerpo del ejército y cuatro días después don Agustín Mesía con la gente
que tenía a su cargo, se pusieron en mejor forma, alojándose desta suerte.
A don Luis de Velasco se le añadió a la gente que tenía en el Risbán el
regimiento de alemanes del conde Via; entre el Risbán y el fuerte y puente de
Niulet, en ciertas praderías pantanosas y casi implaticables, se hizo un fuerte,
que se encomendó al marqués de Trevico y a sus italianos, sin otro cuidado
que de guardar el socorro que podía entrar de Francia. Entre este puente
de Niulet y el castillo, a menos de tiro de cañón, se alojaron los tercios de
don Antonio y don Agustín. Seguía el cuartel del archiduque en el villaje de
San Pedro, guardado con el regimiento de Teselinguen; las compañías de las
guardias y cuatro compañías de infantería española, que todas las noches se
enviaban de los tercios de don Antonio y don Agustín, los regimientos del
conde de Fresín, Grisón y La Coquelá, se alojaron entre el cuartel de la corte y
las dunas y en ellas el tercio de don Antonio de Mendoza, a cuyo cargo habían
de estar las trincheras, con el regimiento de Estanley y las compañías sueltas
del país de Artois, y todos los hombres de armas y caballería ligera se alojaron
a las espaldas de la infantería en los villajes de Coulone, Marc y Hasquerque,
desde donde acudían a las guardias ordinarias de todos los cuarteles y puestos
ocupados.
Alojado el ejército, comenzó don Alonso de Mendoza a irse encaminando
con trincheras la vuelta del baluarte de las Dunas, mientras se plantaba la
artillería, toda la cual se acomodó en dos baterías, la una de diez y seis caño-
nes, desde el puesto de don Luis, y la otra de seis, desde la falda de las dunas
Las Guerras de los Estados Bajos 541

hacia el mar, y ambas a dos habían de batir un torreón y pedazo de muralla


del burgo, resuelto el archiduque en acometer la villa por allí, por ser lo más
flaco della y por tener todas las ofensas por la parte más ocasionada para me-
terle [379] el socorro, visto que, guardados los puestos y lugares forzosos,
como lo estaban, parecía imposible poder entrar un hombre en la villa. Mien-
tras se abrían las trincheras salían dellas cada noche quinientos mosqueteros
en guardia de la boca del puerto con orden de ojear las barcas que intentasen
entrar y salir, los cuales, metidos en el agua hasta la cintura, y muchas veces
más, hacían su deber, no obstante la artillería que de ordinario llovía sobre
ellos de villa y castillo, que los descubrían por la luz de las cuerdas; y, en sien-
do de día, tomaba lo mismo a su cargo la artillería del Risbán y seis piezas
plantadas en las Dunas para sólo este efeto; y hiciéronle tan bueno, que cuan-
to duró el sitio, con estar surtos en la rada304 más de cien navíos de las tres
naciones enemigas y venir (como se supo después) el conde Mauricio en per-
sona desde Flesinguen, donde se hallaba, no entró una barca tan sola dentro
del puerto. Que causó gran desconcierto a lo sitiados y mayor en el rey de
Francia, que, en sabiendo dónde había dado el ejército español, acudió a Bo-
loña con mil caballos, dejando el sitio de la Fera a cargo del duque de Hume-
na, que acababa de reconciliarse con él, renunciando el gobierno que tenía del
ducado de Borgoña en el mariscal de Birón y dándole el rey en recompensa
por su vida la ciudad de Suasón, el gobierno de la Isla de Francia y el primer
lugar entre los de su consejo; con todo eso, era tanta la reputacion de Calés,
que le parecía al rey de Francia que habría tiempo para rendir a la Fera y venir
después con todas sus fuerzas a hacer levantar el sitio. Abiertas las trincheras
y desembocadas al foso del baluarte que mira a las dunas, se comenzó a batir
el lugar destinado desde el alba del día, martes 15 de abril, segundo de Pascua,
y a las dos de la tarde estaban ya por el suelo más de veinte brazas de muralla;
y fuérase luego al asalto, a no ser necesario aguardar la baja marea, que justa-
mente venía a ser a boca de noche, puesto que todo el tiempo que se aguardó
a que bajase no dejó de continuarse la batería por que el enemigo no la forti-
ficase. El cual, entretanto, viendo lo mal que se podía defender el burgo por
no tener través de consideración, fortificaba muy aprisa la muralla que hay
entre él y la villa y procuraba limpiar el foso, no del todo seco, aunque con
gran confusión y conocidas muestras de poca experiencia. Con todo eso,
[380] hizo aquella tarde muy buenos tiros su artillería, uno de los cuales entró
en las trincheras, no lejos de donde estaba su alteza, y mató seis hombres,
todos personas de cuenta. Uno dellos fue un caballero principal del país, ma-
yordomo del príncipe de Orange, y otro el capitán don Andrés Sirvent, natu-
ral de Valencia, otro capitán italiano y dos alféreces reformados españoles, que

304
 «Bahía, ensenada, donde las naves pueden estar ancladas al abrigo de algunos
vientos» (DRAE).
542 Las Guerras de los Estados Bajos

fue notable destrozo para sólo un tiro. Otro se llevó toda una hilera de gente
de la que se iba juntando para dar el asalto y en ella el capitán Pedro de los
Ríos, que lo había sido de infantería alemana. Apercebida la gente para el
asalto, que fueron los españoles de don Alonso y gente escogida de las nacio-
nes que le acompañaban, envió a suplicar don Luis de Velasco a su alteza que
se sirviese de detalle arremeter, pues podía hacerlo en la baja marea; mas,
como lo que deba más cuidado era la defensa de la barra, sólo se le concedió
que pudiese enviar algunas compañías de su tercio, y lo mismo al coronel La
Barlota (como lo hicieron al comenzarse el asalto), ordenándoles que entre-
tanto asistiesen ellos con particular desvelo a impedir la entrada a los navíos
que se venían acercando. Era ya puesto el sol cuando se acabó del todo de
retirar el agua, dando lugar a que se pudiese ir al asalto, al cual arremetieron
los españoles del puesto de don Alonso, seguidos de la gente del de don Luis,
y, tras no mucha resistencia, entraron en el burgo con poco daño de ambas
partes, por tener los enemigos la retirada cerca y ponerse con tiempo en salvo;
dejaron, con todo eso, puesto fuego a las casas, por medio de cuya luz de la
muralla de la villa herían y mataban a los nuestros, especialmente a los que
procuraban apagar el fuego y atrincherarse. Alojóse toda la gente en el burgo
aquella noche y con ella monsieur de Rona y don Alonso de Mendoza. Veni-
do el día, Cristóbal Lechuga y Mateo Serrano y el capitán Lamberto, tinientes
de la artillería, comenzaron a hacer explanadas para seis cañones que habían
de batir la muralla de la villa y la noche siguiente se plantaron, con tanto te-
rror de los franceses, que a los primeros cañonazos se retiraron y, en siendo de
día, comenzaron a parlamentar, saliendo para ello un capitán en nombre del
gobernador y del magistrado. Pidió seis días de tiempo y, no concediéndoles
una hora, amedrentados ya y temerosos del saco, capitularon que se pudiesen
[381] retirar todos los que quisiesen al castillo con sus haciendas, pero sin
tocas a los bastimentos y municiones de guerra, que esto había de quedar al
vencedor. Para poder hacerlo sin peligro se les concedió cuatro horas de tiem-
po, en las cuales dejaron la villa desierta del todo, que al momento la ocupa-
ron los españoles, acudiendo a ella el archiduque, acompañado de toda su
corte, en sabiendo que parlamenteaba también el castillo, con quien se con-
cluyó brevemente, dándoles espacio de seis días, dentro de los cuales, si no
eran socorridos, hubiesen de retirarse a Boloña por mar o por tierra. Dejóse a
elección del gobernador si suspendiéndose, como se suspendían, las armas
durante el plazo, cesaría también todo género de fortificación, tanto de los
españoles como de los franceses, y escogió que entrambas partes pudiesen
hacerlo sin obstáculo, fiándose en la fortaleza de la plaza y en que, dado caso
que les entrase socorro (puesto que no los franceses le esperaban ni los espa-
ñoles le temían), tendrían más comodidad de defenderse. A más de que pare-
cía acción más varonil el hacer algo que estarse mano sobre mano y más te-
niendo dentro más de dos mil hombres a quien hacer trabajar, a los cuales
Las Guerras de los Estados Bajos 543

empleó al momento, haciendo una gallarda media luna frontero de las espla-
nadas que los españoles hacían para plantar su batería y levantando dos plata-
formas en los remates della, desde las cuales con dos contrabaterías, cada una
de diez cañones, pensaba desmenuzar todas las ofensas del archiduque y des-
pués batir en ruina las casas de la villa y hacer desalojar por fuerza a los espa-
ñoles; los cuales y los valones trabajaban con la misma diligencia que si supie-
ran que había de ganarse aquella plaza por fuerza. Y el conde Pachoto, que
hacía oficio de ingeniero mayor, hizo abrir las trincheras tan espaciosas y bien
sacadas como jamás se vieron, y, usando el mismo cuidado el conde de Varas
y sus tenientes, plantaron doce piezas sobre el proprio arcén del foso contra la
cortina diestra del baluarte de la mar, que es el que dijimos que miraba al
gregal, y cuatro contra la casamata que le hacía través, todo tan bien entendi-
do y tan cubierto de cestonadas y otras defensas, que parecía bien haberse
hecho sin contradición alguna. El ver trabajar a los de dentro y a los de fuera
de día y de noche y toda la plaza delante del castillo llena de gente (que a
nadie lo [382] impedían los franceses, como no se arrimasen al foso) y coro-
nadas las murallas de enemigos, representaba más haberse de hacer algún es-
pectáculo fingido de los que se escribe solían hacer los romanos en mar o en
tierra305, que no preparación para un ferocísimo asalto, cual el que se vio muy
presto. El rey de Francia, que, juntados al pie de cuatro mil infantes, sin tocar
a la gente que tenía sobre la Fera y mil y docientos caballos, estaba alerta en
Boloña, avisado de las condiciones con que se había rendido la villa de Calés
y el tiempo que habían tomado los del castillo para aguardar el socorro, vién-
dose sin posibilidad de dársele por fuerza, incitado por otra parte de los de
Inglaterra y Holanda (a quien escocía grandemente aquella pérdida), se resol-
vió en aventurar trecientos hombres y la persona del señor de Campañola,
gobernador de Boloña y soldado de gran opinión entre ellos, dejando lo de-
más al beneficio del tiempo y al efeto que entre tanto haría el hambre en los
sitiados de la Fera; y, escogiendo entre toda su soldadesca la gente más valero-
sa y de mayor confianza, después de haberlos exhortado a morir antes que
volver un paso atrás, los embarcó en la playa de Boloña, con orden de dejarse
hacer pedazos antes que venir a la entrega del castillo. Campañola, navegando
costa a costa, desembarcó dos horas antes del día cosa de media legua del
cuartel de don Luis y, hallando las aguas bajas, atravesó con su gente aquel
pedazo de tierra pantanosa que hay entre el Risbán y el baluarte que mira al
maestral y sin perder un hombre entró en el castillo, habiendo pasado muchas
veces el agua a la garganta y otras a nado los canales y cortaduras. Súpose
después que atravesó casi pegado al castillo de Trevico, de cuya gente no fue
visto ni oído. Tomó el archiduque muy mal este suceso y no dejó de resentir-

305
 La referencia es a los juegos circenses, dentro de los cuales se incluían las naumaquias o
combates navales, que también podían hacerse sobre el agua en algún puerto.
544 Las Guerras de los Estados Bajos

se con demostración. Entrado Campañola, mandó de parte de su rey a mon-


sieur de Vidusán que tratase de defenderse o de morir, pintando a los sitiados
por muy cercano el socorro y anteponiéndoles el premio de la vitoria, por
tanto mayor cuanto se vían más imposibilitados de remedio. La entrada desta
gente fue la noche del quinto de los seis del plazo, que se contaban 23 de
abril, y al amanecer de los 24, que fue miércoles, no se sabía con certidumbre
la calidad y cantidad del socorro, ni aun se acababa de creer que hubiese en-
trado. Llegó presto el desengaño, [383] respondiendo el gobernador a los que
fueron de parte del archiduque a solicitar la entrega que, conforme a lo capi-
tulado, estaba en su mano el defenderse sin incurrir en falta de fe, visto que
había sido socorrido con cantidad de gente; y así, hecha la seña para que to-
dos se cubriesen, comenzaron unos y otros a tratarse como enemigos, con que
se pasó aquel día, apercibiéndose todos para el siguiente, al alba del cual co-
menzó a batir nuestra artillería con tanta furia, que en las horas que hay hasta
las dos después de mediodía se derribó todo el lienzo del baluarte y casi toda
la casamata que le defendía. No hicieron menos buen efeto algunas piezas
plantadas en diferentes puestos para limpiar las defensas, porque, sin poderse
valer el enemigo de las contrabaterías que tenía trazadas, le apearon casi toda
su artillería, matándole a muchos de los que procuraban manejalla.
Habíase acercado don Luis con casi todo su tercio y el regimiento de La Bar-
lota hasta el fuerte de Trevico y, pareciéndole a su alteza pequeño inconveniente
el desmembrar la guarnición del Risbán, pudiéndose ya recebir poco daño por
la parte de la mar, teniendo los españoles ocupado el burgo y la villa, condescen-
dió con ruegos de don Luis, dándole licencia para ir al asalto; la misma merced
hizo a La Barlota, encargándole la infantería valona, que peleó muy bien aquel
día. Cerró don Luis con los españoles de don Alonso y los suyos con tanto valor,
que se vieron muchos pelear pica a pica con los enemigos sobre la muralla; mas,
cargando el gobernador francés con la última desesperación, arrancó a los nues-
tros y por un rato conservó el dominio de la batería. Ocasión desto fue volar
una mina y con ella algunos soldados españoles y valones, de cuyo fuego quedó
casi abrasado, aunque curó después, el capitán Diego de Durango, que lleva-
ba la vanguardia con la gente del tercio de don Alonso; fueron de los volados
dos alféreces reformados, camaradas del gobernador Juan de Ribas, llamados
Valdaura y Blas de Salcedo, y en el foso, entre más de veinte de todas naciones
que se ahogaron, se halló también al conde Pachoto, muerto de un mosquetazo
mientras, como buen caballero, arremetía con los demás; y don Luis de Velasco,
echándole a rodar por la batería, estuvo medio ahogado. El cual, siguiéndole
La Barlota y los capitanes de ambas naciones, viendo volada la mina [384] y al
ojo una vitoria tan señalada, volvieron a cerrar tan resueltamente, que al fin ga-
naron lo alto de la batería a pesar del último esfuerzo del enemigo, que no dejó
de hacer todo lo posible por defender la plaza. El primero que cayó muerto de
muchas heridas fue el gobernador Vidusán y tras él su sargento mayor; no dije-
Las Guerras de los Estados Bajos 545

ron que lo hizo tan bien Campaña, el cual, con cosa de ciento de los que trujo se
retiró al principio de la segunda arremetida a un torreón fuerte junto al baluarte
que mira al maestral, adonde después se rindió a merced de su alteza. De los
nuestros, fuera de Diego de Durango, hubo otros cuatro capitanes heridos y
dos muertos, Juan Álvarez de Sotomayor, del tercio de don Luis, y Hernando de
Isla, del de don Antonio, que fue sin orden al asalto, como aventurero; murió
también Juan González, cuartel-maestre306 general del ejército y excelente en
este oficio. Media hora o poco más duró el matar y afírmase que llegaron los
muertos del enemigo a dos mil, los seiscientos soldados y los demás burgueses y
gente de las aldeas recogida allí por su daño. El saco fue grande, aunque menor
de lo que se pensaba, por haberse salido del puerto (en viendo ocupado el fuerte
de Niulet) tres navíos con la mujer e hijos del gobernador y llevádose lo mejor
de las alhajas y haciendas de los más prevenidos. Con todo eso, se estimó el saco
de la villa y castillo en trecientos mil ducados, inclusos los rescates. Hallóse en el
castillo mucha y muy buena artillería, municiones de guerra infinitas, gran can-
tidad de sal y unos almagacenes307 capaces de docientas mil hanegas308 de trigo
y en ellos pasadas de cien mil y entre el castillo y la villa más de diez mil botas
de vino. Mucha gente durante el asalto se arrojó por la muralla y dio en manos
de la caballería, que en escuadrones asistía en la campaña, tal, que de muerto o
preso no se escapó ninguno de cuantos se encerraron dentro del castillo. Hacia
la tarde entró en él el archiduque; mandó dar libertad a más de mil mujeres que
estaban recogidas en la iglesia, enviándolas con escolta a Boloña. El cuidado
de las cabezas y estar su alteza tan cerca y viéndolo todo, ocasionó en este saco
mucha más modestia de la que se pudiera esperar, con que, fuera de la primera
furia a sangre caliente, no se hizo cosa que oliese a crueldad o exceso, digan lo
que dijeren los historiadores franceses309; que yo, porque lo vi, lo digo, y dijera

306
 El cuartel maestre (o cuartel mastre general) era el «oficial general que se encargaba de
prevenir y arreglar los mapas, planos y noticias instructivas de las circunstancias,
calidad y situaciones del país en que se había de hacer la guerra, y de formar el
plan de batalla y el de la marcha y campamentos del ejército» (DRAE).
307
 También aparece como magacín, vale decir, almagacén y almacén. «Es voz tomada del fran-
cés magasin o del toscano magazzino y usada de algunos autores castellanos sin necesidad y
sólo por habérseles pegado ésta y otras voces forasteras por el mucho tiempo que estuvieron
fuera de España» (Dicc. Aut.).
308
 Fanega, «medida de capacidad para áridos, que contiene 12 celemines, o 55,5 litros, aun-
que es variable a lo largo de España» (DRAE).
309
 Algunos incluso publicaron lindezas de este tenor, en este caso traducida en inglés: Antoine
Arnauld, The Coppie of the anti-Spaniard, made at Paris by a Frenchman, a Catholique.
Wherein is directly proved how the Spanish king is the onely cause of all the troubles in France.
Translated out of French into English (London: Printed by John Wolfe, 1590); del mismo
autor es la siguiente obra, que no hizo sino aumentar el miedo a una conspiración jesuita
para derrocar a Isabel I: The arrainment of the whole society of Iesuits in France, holden in the
honourable court of Parliament in Paris, the 12. and 13. of Iuly. 1594 wherein is laied open to
546 Las Guerras de los Estados Bajos

lo contrario ingenuamente, si lo viera, [385] puesto que a todas las naciones


son comunes y posibles los yerros y este género de desorden en la guerra en
semejantes casos es siempre más digno de castigo que de vituperio.
El archiduque antes de la noche, haciendo salir libremente del castillo a
los clérigos y religiosos con orden de irse a sus iglesias y monasterios, yendo
acompañado de toda su corte a la iglesia mayor, que es colegial y muy bien
dotada, sujeta al arzobispado de Boloña, mandó cantar el Te Deum laudamus,
en hacimiento de gracias, con el regocijo que se puede pensar de ver acabada
en diez y seis días una empresa tenida hasta allí por temeraria de amigos y
enemigos; y a todos los burgueses que quedaron vivos, pasada la primera
furia, mandó su alteza restituir sus casas y hacienda, sin otra obligación que
prestar fidelidad al rey; de los cuales, y de muchos que fueron acudiendo de
los países circunvecinos, se pobló en breves días aquella villa, cuyo gobierno
se dio a Juan de Ribas, gobernador de la Enclusa, y el suyo poco después a
Mateo Serrano, uno de los tenientes de la artillería.
Mauricio, desconfiado de socorrer a Calés y deseando divertir algún tanto
las fuerzas españolas, arrojó ochocientos caballos, que corrieron a todo Braban-
te, y, aunque Nicoló Basta con trecientos y algunas compañías de infantería que
salieron de Liera, a cargo del capitán Mercadillo, procuraron impedir sus corre-
durías, no pudieron hacer más que meterse en Geblúrs con intento de inquietar
al enemigo, tocándole armas de noche en sus alojamientos, como lo hicieron,
prendiendo a muchos de los desbandados. Procuró el marqués de Auré, que,
como el más antiguo del Consejo de Estado, gobernaba en Bruselas las cosas
de la guerra, interesar en la defensa del país a los amotinados de Tilimont, los
cuales salieron en número de quinientos caballos y, juntándose con Nicoló Bas-
ta, pasaron en busca del enemigo, que se sabía estar la vuelta de Florú; el cual,
medroso de la junta de gente que sabía haberse hecho, se comenzó a retirar, car-
gado de presa, la vuelta de Breda. Siguiéronle por la vista los amotinados y Ni-
coló Basta y, alcanzándole antes de pasar el río de Malinas, junto a Remenant,
ofreció la estrechura de cierto paso forzoso una bonísima ocasión de rompellos,
si los amotinados quisieran aprovecharse della; los cuales, deseosos de [386]
pagar a Mauricio la buena obra de haberlos recogido cuando lo que Siquem
(como lo confesaron después), sin escuchar los ruegos de Nicoló Basta, que con
gran instancia les rogaba que no dejasen perder aquella ocasión, dejaron pasar
el enemigo sin ofendelle, con notable sentimiento de los buenos. Y, si Nicoló
se hallara con algo mayores fuerzas o hubiera podido llegar Mercadillo con sus
infantes, es cierto que los acometiera él solo sin ayuda de los amotinados. Sintió

the world, that, howsoeuer this new sect pretendeth matter of religion, yet their whole trauailes,
endeuours, and bent, is but to set vp the kingdome of Spaine, and to make him the onely mon-
arch of all the west / translated, out of the French copie imprinted at Paris by the Kings printer.
At London: Printed by Charles Yetsweirt Esq., 1594.
Las Guerras de los Estados Bajos 547

mucho el archiduque este suceso cuando le supo, pero no se estaba en tiempo


de castigalle, ni pareció conveniente el irritar con alguna demostración aquellos
ánimos incultos; antes, echando por otro camino, les agradeció con una carta
muy cumplida el haber salido a defender el país, con el sentimiento que se
puede pensar de haber de agradecer lo que quisiera castigar. Tal es la fuerza de la
necesidad y de contemporizar con ella hasta los más indenpendientes, si es que
hay quien de todo punto lo sea.
El rey de Francia, viendo perdido Calés, temeroso de que la nueva de
aquella vitoria no causase alguna peligrosa novedad en el sitio de la Fera,
aunque mucho más –a lo que sospecharon algunos- por no verse sitiado en
Boloña, donde se tuvo por cierto daría el ejército español, en que no podía
dejar de padece notable mengua, dejando aquella ciudad proveída de todo lo
necesario y con mil y quinientos franceses más que la guarnición ordinaria
y en Ardrés y Montrull toda la resta de su infantería, y al conde de Belín,
lugarteniente en Picardía del conde de San Pol, por superintendente de todas
aquellas plazas, pasó con su caballería al campo que tenía sobre la Fera. Halló
en él menos apariencia de rendirse los sitiados de lo que hubiera menester
para acudir al remedio de los daños que le amenazaban, antes le desconsoló
de nuevo el oír las salvas de artillería que se hacían en la villa por la nueva de la
presa de Calés, que avisó della Jorge Basta por medio de un villano que entra-
ba y salía en ella sin ser conocido. Y sucedió que, yendo la mañana siguiente
un trompeta de Pedro Gallego a rescatar un soldado de su compañía, llevado
delante del rey, le preguntó la causa de aquel regocijo en tiempo que estaba a
pique de dejar la plaza o morir de hambre; respondió que no lo sabía y que
lo preguntaría a su gobernador y volvería con la respuesta su Su Majestad le
[387] daba licencia; diósela y, topando en la puerta de la villa con don Álvaro
Osorio, dándole el recaudo del rey, le volvió a enviar con estas palabras: «Dile
al rey que la salva ha sido en honra de la vuelta de Su Majestad y vitoria que
ha alcanzado del archiduque, obligándole a levantarse del sitio de Calés».
Mientras se detuvo su alteza en Calés a tratar de su población, de fortificar
el Risbán y reparar las baterías del castillo y burgo, envió a monsieur de Rona
a ganar los castillos de Guines y Hames, los cuales se rindieron en viendo el
artillería. En el primero se metió la compañía de lanzas de don Sancho de
Luna y dos banderas de infantería española, todo a cargo de don Sancho; y en
el segundo dos compañías de valones. Fue notable la flaqueza que mostraron
docientos franceses que guardaban a Guines, castillo fortísimo de sitio por
estar rodeado de un grande estanque de agua y tener las murallas muy bien
fortificadas; pero a todas las plazas dependientes de Calés desmayó mucho la
pérdida de su cabeza. Tuviéronse tras esto largas consultas sobre lo que podría
hacer aquel ejército, visto que el seneschal y don Álvaro escribían de la Fera
que tenían qué comer aún para mes y medio. Proponían unos a Boloña y
respondíaseles que, aunque era verdad que se le podría quitar el socorro con
548 Las Guerras de los Estados Bajos

más facilidad que a Calés y el tomar a la torre del Orde, que guarda el puerto,
no amenazaba mucho mayor dificultad que la que se tuvo en ganar el Risbán,
todavía el no poderse hacer ya aquella empresa de sobresalto y saberse que,
a más de la gente que el rey había dejado, se esperaban allí por horas mil
ingleses que enviaba de socorro la reina Isabel, parece que prometía mayor
dilación que los días que ofrecían de entretenerse los de la Fera; acabados
los cuales y no dando la disposición de Boloña la comodidad de sitiarse sin
peligro, como Calés, en donde estuvo el ejército cerrado como con llave, era
evidente el riesgo que se corría; y cierto que, ofendidos y celosos Inglaterra y
Holanda, habían de echar el resto por asistir al rey de Francia en cosa donde
no estaban ellos menos interesados que él. Poníase en segundo lugar sitiar a
Montrull, por cuyo medio se podía dejar cortado a todo el país de Boloña y,
poniéndole en contribución, sustentar en aquella plaza quinientos caballos
con que inquietar a toda Picardía; y pareció [388] demasiado lejos, visto que
no convenía apartarse tanto de Calés, que, cuando se le pusiese sitio con fuer-
zas marítimas, como se creía, fuese imposible socorrella antes que el enemigo
tuviese tiempo de ocupar y fortificar los puestos. Y hablábase en esto entre
los enemigos con tanta confianza, que en Inglaterra y en Holanda se hicieron
larguísimas apuestas de que no estaría Calés en poder de españoles tres meses
enteros. En tercer lugar se antepuso el acometer a la villa de Ardrés, plaza
harto fuerte y no hasta entonces ganada en ningunas guerras; y tampoco faltó
quien introdujese dificultades. Decían éstos que, aunque a un ejército tan
grande y tan acreditado no había cosa imposible mediante el favor de Dios,
todavía, considerando lo poco que podían ya sustentarse los de la Fera, pare-
cía temeridad el aventurar una batalla o por lo menos la mengua que causaría
el no poder acabar aquella empresa; siendo sin duda que, desembarazado el
rey de Francia, hallándose, como se hallaba, con ejército igual –y aun supe-
rior- al nuestro, no dejaría perder a Ardrés ante sus ojos sin disculpa, con
tan conocida pérdida de reputación. Añadían los pláticos del país que podía
venir el francés a socorrer a Ardrés siempre por país amigo y llegar a menos
de tiro de cañón de nuestros cuarteles, cubierto con bosques y ayudado de
puestos aventajados y alto, siendo todo aquel valle donde está situado Ardrés
hecho de la naturaleza en forma de retrato310 y la villa en sí colocada en parte

310
 Coloma se refiere a la imagen prototípica de los grabados y pinturas de ciudades de la
época, generalmente enfocadas desde un punto alto o eminente. Así por ejemplo las con-
tenidas en el Civitates orbis terrarum, que muestra más de 500 ciudades de Europa, África,
Asia y América, a vista de pájaro, y es una colección en seis tomos de grabados realizados
en su mayoría por Franz Hogenberg y editados por Georg Braun entre 1572 y 1617. En la
obra se muestran más de 500 vistas o mapas de las ciudades más importantes del mundo
conocido a finales del siglo XVI y principios del XVII, a partir de dibujos de la mano de
más de un centenar de artistas de entre los cuales destacan Georg y Jacob Hoefnagel, Jacob
van Deventer, Heinrich Rantzau y Sebastian Münster.
Las Guerras de los Estados Bajos 549

eminente. Y, como la mayor dificultad desta empresa consistía en este punto,


mandó su alteza a don Agustín Mesía que con cuatro mil infantes y seiscien-
tos caballos reconociese la villa y se trujese distinta y clara relación de todo,
resuelto en ejecutar lo que después pareciese más conveniente. Salió de Calés
don Agustín a los 4 de mayo con la infantería dicha, acompañado de don
Carlos Coloma con seiscientos caballos, a quien se juntó en el camino don
Sancho de Luna con su compañía de lanzas, que estaba en Guines, y, llegado
a Ardrés, reconoció los puestos, aunque no sin contraste, por haber grueso
presidio en la villa, con el cual se tuvo una gallarda escaramuza en que hubo
muertos y heridos de ambas partes, especialmente de la nuestra, por ocasión
de su artillería. Sin embargo, reconoció don Agustín lo que quiso y, vuelto el
archiduque con su relación, se acabó de [389] resolver la empresa, pareciendo
a propósito no dar más tiempo al enemigo, que hasta entonces estaba dudoso
de lo que había de hacer nuestro ejército. Marchó su alteza a los 6, después
de haber dejado despachado partido para España, en un navío de guerra,
al secretario Esteban de Ibarra; y, alojando aquella noche en Guines, puso
monsieur de Rona el sitio el siguiente día, como diremos luego, reconocida
otra vez la plaza y con particular atención el burgo que hacia el poniente
fortificaban días había los enemigos con muy buenos baluartes, que estaban
ya en defensa, aunque no acabados de vestir de ladrillo. A menos de tiro de
cañón del dicho burgo y arrimado a unos grandes pantanos que ocupan la
mayor parte de la tierra que hay entre Ardrés y Calés se alojó el tercio de don
Antonio con el del marqués de Trevico y el regimiento del conde Via. Más
adelante, junto al villaje de Frelinguen, se alojó buena parte de la infantería
de naciones a orden del conde de Barlaimont, con obligación de asistir al
cuartel de don Antonio y de ayudar a guardar el socorro, por ser aquélla la
parte más ocasionada. En el villaje llamado la Cresonière se acuartelaron los
tres tercios restantes de españoles, el regimiento de La Barlota y el de alema-
nes de Teselinguen. Con este cuartel se daba la mano el de su alteza, que le
tomó en el castillo y villaje de Nieles, con guardia competente de infantería y
caballería. Más adelante con la resta de la infantería valona se alojaron los co-
roneles Grisón y La Coquelá, cuyos cuarteles tocaban con el costrado diestro
a los pantanos designados, por beneficio de los cuales venía de suyo a quedar
sitiada la villa por casi la tercera parte. Toda la caballería se puso a las espaldas
del cuartel de la corte, en el villaje de Montoyre.
Antes de acomodar los cuarteles, que se mudaron dos veces, en cierta es-
caramuza quedó herido de un pistoletazo en el brazo izquierdo don Luis de
Velasco. Encomendáronse las trincheras a don Agustín con su tercio y gente
de los otros de su cuartel y comenzáronse a abrir la noche de los 8 de mayo
con gran descomodidad por la claridad de la luna y cortedad de las noches.
En una dellas mataron al capitán Rosado y poco después al capitán Hernán
Gómez de Contreras y a don Francisco del Corral, alférez del maese de campo
550 Las Guerras de los Estados Bajos

[390] don Agustín; quedó también herido en un brazo La Barlota, que ayu-
daba mucho a don Agustín, y otras personas de cuenta. Abríanse las trinche-
ras la vuelta de una cortina, defendida de dos rebellines, especialmente de uno
que quedaba sobre la mano derecha, que era el de más importancia, hacia la
cual se venían también encaminando los coroneles Grisón y La Coquelá, con
intento de divertir al enemigo y acometerle por allí cuando se diese el asalto
por la batería principal. El día que don Agustín fue a reconocer a Ardrés,
como dijimos, le estaba mirando y contando toda su gente desde los bosques
cercanos el conde de Belín, y, en habiéndose retirado los españoles la vuelta
de Guines, entró él en Ardrés con el regimiento de franceses de monsieur de
Montluc, soldado (aunque mozo) de conocido valor. Con este socorro llegó a
haber en aquella villa pasados de dos mil hombres de pelea, sin los burgueses;
y a esta causa eran muchas las salidas que se hacían, por ser de la parte de
don Agustín el foso casi seco; pero de todas fueron los enemigos rebotados
con pérdida, dado que no dejó de haberla también por nuestra parte. Súpose
al quinto día del sitio por un enemigo que se vino a rendir cómo por la de
los pantanos entraba y salía gente sin dificultad, para cuyo remedio pareció
conveniente apoderarse del burgo, con que se acudía a muchas cosas juntas.
Quitábase cuanto a lo primero los socorros y los avisos; quedaba desembara-
zada la gente del cuartel de don Antonio, el cual, desamparado, siendo, como
era, el más empeñado de todos, se le quitaba al enemigo la ocasión de acome-
telle y de hacerse señor por aquella parte de la plaza de armas, pudiendo ser
ofendido desde el burgo, si se acercaba con artillería, como de lugar eminente
y acomodado; fuera deso, quien fuese señor del burgo lo era del dominio de
la batería, y así, cuanto era peligroso el dar el asalto sin él, era seguro el arre-
meter, teniéndole, con artillería para descortinalla. Era imposible acometer
al burgo por la parte de don Antonio a causa de los pantanos, fuera de que,
emprendiendo el sitio por allí, era necesario hacer la empresa de dos veces,
pues, batido y ganado el burgo, se había de batir también la villa, y las cosas
parecía no daban lugar a tanta dilación. Ésta fue la causa por que se tentó otro
camino casi a la desesperada, comenzando ya muchos a dudar de buen suceso
y a tener por [391] acabado lo de la Fera, que no se dilató mucho. Había casi
arrimado al foso de la villa un camino para entrar en el burgo, usado sólo de
los enemigos cuando querían hacer salida; ése, reconocido algunas veces con
curiosidad por el maese de campo Juan de Tejeda, y últimamente de más cer-
ca la noche de los 14 de mayo, mientras por la parte de los valones se tocó un
arma muy viva a los enemigos, que llamó allá todas sus fuerzas, dio ocasión a
que pidiese al archiduque aquella empresa, y a su alteza a concedérsela. No sé
qué tiene el encargar las cosas de la guerra a quien las aconseja y las traza, que
raras veces se yerran. Fueron, pues, entrando en las trincheras de don Agustín
desde prima noche, que fue la de los 15 de mayo, los soldados que habían
de seguir a Tejeda, en número de seiscientos españoles de todos los tercios y
Las Guerras de los Estados Bajos 551

cuatrocientos valones, cosa que, sentida por el enemigo, causó el efeto que
se pudiera desear, persuadiéndose que se quería tentar algo por alguno de los
rebellines, con que acudió allí todo el golpe de la gente. Ayudó el comenzar ya
a salir tarde la luna y hacer el tiempo lluvioso, con que, guiado Tejeda por un
valón que había servido al enemigo y sabía bien los pasos, se halló con toda
su gente dentro del burgo al punto de la media noche, aunque, sentidos al fin
por el enemigo y vistas las cuerdas encendidas que iban pasando, comenzó a
llover sobre ellos un granizo de arcabuzazos y a salir gente en defensa del pues-
to. Peleóse más de una hora con gran coraje por ambas partes, pero a la postre
cedieron los franceses, muriendo más de docientos; de los nuestros cosa de
veinte y pocos más heridos, entre los cuales sacó una pierna rota Simón Antú-
nez, a quien dio por acompañado el archiduque al maestro de campo Tejeda.
El cual, y los capitanes y demás gente, que hasta número de tres mil hombres
se enviaron para sustentar el puesto, gastaron lo restante de la noche en for-
tificarse contra la villa y cubrirse de la artillería enemiga, como lo hicieron.
Ganado el burgo, se dio la empresa por acabada, y más cuando avisó Tejeda
que, ganando una esclusilla en su puesto, se podía sangrar toda el agua del
foso, como se ordenó que lo hiciese, y lo hizo. Súpose también que una pieza
de las que tiraban a las defensas había muerto al señor de Montluc, cuyo valor
tenía en oficio a los demás; y, pareciendo que había [392] comodidad para
plantar artillería en el burgo (el cual quedó hasta que se rindió la villa a cargo
del maese de campo Tejeda), se trajeron seis cañones de Calés y se plantaron
junto con otros tres que había ya del campo. Eran ya los 22 de mayo cuando
acabó de ponerse en orden la batería principal, que constaba de trece piezas
en dos camaradas, sin otras diez que en varios puestos tiraban a las defensas.
Ya a este tiempo la artillería del burgo había desencabalgado la mayor parte
de las piezas con que el enemigo batía las trincheras, daño irremediable y que
le amenzaba mayor el día del asalto; y así, en amaneciendo el de los 23 echó
fuera el conde de Belín un capitán, que, enviado por don Agustín al archi-
duque, ofreció el entregar la plaza, concediéndosele tiempo competente para
avisar al rey y aguardar su socorro o su resolución. Y no pareciendo conve-
niente el concedérselo, se comenzaban ya a querer batir, cuando volvió a salir
el mismo capitán, diciendo de parte del conde que saldría, concediéndosele
todas las honestas condiciones que se acostumbran, y finalmente lo hizo el
proprio día de los 23 de mayo, que acertó a ser el de la Ascensión, con mara-
villa universal de ver que no hubiese tenido constancia para aguardar siquiera
seis horas de batería311, al cabo de las cuales, y con toda la muralla por el
suelo, es cierto que alcanzaran los mismo partidos. Salieron a las cuatro de la
tarde el proprio día, con el conde de Belín y el gobernador de la plaza, mil y
seiscientos franceses, gente vieja y lucida; y, acompañados de don Ambrosio,

311
 Se refiere a la «acción de combatir una plaza o muro» (DRAE).
552 Las Guerras de los Estados Bajos

con la caballería ligera pasaron a Boloña, adonde el dicho Belín fue recebido
con disgusto del rey, tal, que se creyó que le costara la vida. Contentóse al fin
con privarle de los militares y de su gracia, si ya no fue mayor castigo; pero el
tiempo, que lo cura todo (o la necesidad de disimular en aquellos principios
de su reinado), le volvió a ella, encargándole poco después la educación de su
sobrino, y sucesor entonces, el príncipe de Condé312. Proveyó el archiduque
el gobierno de Ardrés en el capitán Domingo de Villaverde y en pago de sus
servicios y de haber asistido con mucho cuidado y valor en todo aquel sitio
a don Agustín; y, dejándole seiscientos infantes de todas naciones y cuatro
compañías de caballos a cargo del capitán Arigoni, levantó el campo a los 25,
tomando la vuelta de San Omer con los [393] designios que veremos luego
en concluyendo con el sitio de la Fera. Quedóle al gobernador Juan de Ribas
la superintendencia de todas aquellas plazas y en la de Calés al pie de dos mil
infantes de guarnición, inclusos cuatrocientos españoles que se metieron en el
castillo, sin tres compañías de caballos que quedaron a cargo de don Sancho
de Luna.
Cuando andaba más vivo el sitio de Ardrés, acabaron de consumir los de
la Fera los pocos bastimentos que les quedaban, sin haber perdonado a los
caballos y a los perros ni a otro cualquier género de cosa que pudiese entrete-
ner la vida. Sin embargo, haciendo de la necesidad virtud, se mostraban más
confiados que antes y parecía que estimaban al enemigo en menos. El cual,
con ocasión de cierto trompeta, envió a decir al seneschal y a don Álvaro que,
pues habían hecho ya lo último de su obligación y posibilidad, no quisiesen
perderse con pertinacia ni obligarle a usar con ellos menos cortesía de la que
merecía su conocido valor. Respondieron que, a imitación de los de Cambray
y otros, no podían dejar de aguardar orden de quien se la podía dar para salir
de allí, aunque entretanto le obligase la necesidad a morir, supuesto que en
este caso sería con las armas en la mano. Concedióles el rey de Francia esta
demanda y, partiendo el capitán Pedro Gallego para el campo, halló al ar-
chiduque en Ardrés, el proprio día que se ganó el burgo; y, representando la
necesidad en que se hallaban, alcanzó licencia para entregar la plaza al francés
con las más honradas condiciones que fuese posible.
Las cuales finalmente se concluyeron a los 16 de mayo y la salida fue a los
22, además de las otras cosas que se suelen conceder a valerosos soldados, el
poder llevar consigo un cañón de batir con todo el atelaje313 necesario para

312
 Ver al respecto las Memoires de Condé, ou Recueil pour servis à l’histoire de France, contenant
ce qui s’est passeé le plus mémorable dans le royaume, sous le regne de François II & sous une
partie de celui de Charles IX où l’on trouvera des prevues de l’histoire de M. de Thou: augmentés
d’une grande nombre de piéces curieuses, qui n’ont jamais été imprimées, et enrichis de notes
historique et critiques; avec plusieurs portraits, et deux plans de la Bataille de Dreux, London:
C. du Bosc, 1743. 6 vols.
313
 En el sentido de «conjunto de útiles necesario para su manejo» (del fr. attelage).
Las Guerras de los Estados Bajos 553

él; y lleváronle hasta Cambray, acompañados de mucha parte de la caballería


francesa hasta junto a Chatelet. Deseó el rey de Francia grandemente apo-
derarse de la Fera y, así, fue tan largo en conceder honrados partidos a los
españoles, a quien tenía la hambre de suerte, que, si aguardara ocho días, se
hubieran de rendir a discreción; o por ventura llevado de la gentileza de su
condición y aficionado al valor de aquellos constantes defensores quiso hon-
rarlos, puesto que no daba en esto cosa que le hiciese falta; pero calumnián-
dolo [394] algunos de menos buenas partes que él, se disculpaba diciendo
que deseaba desembarazarse de aquello para irse a ver con el archiduque y a
cobrar a Calés. Pero echóse de ver que lo fingía, pues en lugar de arrimarse
con su ejército al país de Boloña, metió la mayor parte dél en guarniciones,
dejando arrimado a Amiéns al mariscal de Birón con seis mil infantes y mil
y docientos caballos, y pasándose él a París con los duques de Humena y
Nevérs y príncipes de la sangre que le acompañaban, cosa que obligó al ar-
chiduque a no contentarse con lo hecho aquel verano y a emprender lo que
veremos presto. Y por haber de ser cosa en que no era necesaria mucha ca-
ballería, envió a las fronteras de Francia una gran parte. En Dorlán entró el
conde de Montecúculo con cinco compañías; en Rentí el conde Juan Jacobo
con tres; en Hodín don Carlos Coloma con la suya; la del barón de Ussí, de
lanzas; corazas, Daniel de Cabré; y arcabuceros Bastián Goudart. Obedecía
toda esta caballería de la frontera a don Carlos como a capitán español y más
antiguo, habiéndose retirado a Bruselas el capitán Coradino, muy enfermo.
Y ordenósele que procurase tener de ordinario lengua del enemigo y opo-
nerse a lo que intentase en daño de aquellos países. Reforzáronse también
de infantería los presidios de la frontera; en Hedín entró el señor de Grisón
con su regimiento y en Rentí, Dorlán y Bapama compañías de los demás
valones, cosa que puso freno al campo francés, que al principio amenazaba
sitiar alguna plaza. Y durante esta duda se les dieron algunas manos a los que
se desmandaban, no de poca consideración. La caballería de Rentí, guiada
por el conde Juan Jacobo, degolló a cien enemigos que se travieron a entrar
a correr el país. El Coradín y Daniel antes desto le dieron sendas manos de
consideración, degollando más de doscientos entre franceses y alemanes. Don
Carlos, después, avisado de que trecientos entre esguízaros y franceses tenían
sitiada la abadía de Dampmartín, deshizo esta gente, con muerte de muchos y
prisión de setenta. También Montecúculo desde Dorlán hacía buenas suertes
y en todas partes se meneaban las manos con felicidad. Murió por estos días
monsieur de Gomicourt, gobernador de Hedín, y por evitar la competencia
sobre el gobierno entre don Carlos y el coronel Grisón acudió a aquella villa el
marqués de Barambón, [395] gobernador de la provincia de Artois, y estuvo
hasta que el archiduque proveyó el gobierno en el coronel Antonio Coquel,
llamado comúnmente La Coquelá, soldado de gran experiencia y opinión en-
tre la infantería valona, cuyo regimiento se dio pocos meses después al señor
554 Las Guerras de los Estados Bajos

de Achicurt, hermano del conde de Hoocstrat. En viéndose Barambón en


Hedín, deseó quitarle al enemigo el castillo de Caumont, de quien se había
apoderado un capitán francés de la guarnición de Corbie; y juntando dos mil
infantes de las guarniciones, con la persona de Hernán Tello, gobernador de
Dorlán, y toda la caballería de las fronteras, le puso sitio con cuatro medios
cañones; y, avisado dello el mariscal de Brión, que no estaba lejos, vino en su
socorro, que obligó al marqués a levantarse sin tomalle; pero ganóse después
por un accidente, y fue que, yendo el conde de Montecúculo a Hedín, lla-
mado de don Carlos, para ejecutar cierta empresa en un cuartel del enemigo,
topó causalmente con el capitán que tenía el dicho castillo de Caumont, el
cual preso y presentado por el conde delante de su mujer y soldados con una
soga a la garganta y amenazando de dejarle en un árbol si no entragaba la
plaza, lo hicieron al momento. Acudió al aviso Barambón con la caballería de
Hedín y, dejando en aquel castillo conveniente presidio, volvió contento de
haber acabado con tan poco trabajo una empresa que no había dejado de dar
algún cuidado a la frontera de Artois.
Estando el archiduque en San Omer, viéndole los del condado de Flandes
a su parecer desembarazado, comenzaron a anteponerle la empresa de Os-
tende y a pintársela por tan fácil, que se resolvió en arrimarse allá para darle
una vista desde Nioporte, o por lo menos hacerle reconocer con particular
diligencia por personas expertas. Y, aunque estaba todavía dudoso en lo que
había de hacer lo restante del verano, pasó a Flandes y, enviando parte de la
infantería con don Alonso de Mendoza al país de Vaes y a dar prisa a las levas
de tres mil alemanes que bajaba el conde de Soltz y otros tantos valones que
levantaba el conde de Busquoy en Artois, él con los tres tercios de españoles
paso a Dunquerque, Niporte, Dixmude, Brujas y Gante, deseoso también de
visitar aquellas riberas [396] no menos que de tener en cuidado al enemigo y
suspenso en lo que había de hacer hasta dar el golpe en donde mejor le estu-
viese, resuelto en dejar por entonces descansar a Francia, contentándose con
los repelones que con tanta felicidad y valor le había dado aquella primavera.
Ofrecíanse en su consejo cuatro empresas, cada una por su camino dificul-
tosa, en particular las tres, por no podérseles quitar el socorro: éstas eran
Hulst, Ostende y Santa Gertrudenberg; la cuarta, que era Breda, dado que
se podía sitiar por todas partes, no era de tanta consecuencia como las demás
por no poderse conseguir con ella la total quietud del ducado de Brabante,
sino, cuando mucho, el alivio de un pedazo dél. Discurríase harto (excluída
primero Breda) a cuál de las otras se debía acometer y resolvióse que a Hulst,
por quitar aquella higa de la corte de Bruselas, de donde dista solas nueve
leguas, y por librar del todo al país de Vaes, que, aunque pequeño, es de los
mejores y más fértiles de los Estados, para que se ofrecían muchas dificultades
en orden a la fortaleza del sitio de aquella plaza, rodeada toda de agua, y a
no podérsele quitar el uso del canal, por donde de ordinario le podía entrar
Las Guerras de los Estados Bajos 555

socorro, aunque con barcas pequeñas. Con todo eso, acabado de persuadir el
archiduque por quien él se sabe (supuesto que con tener buen suceso aquella
empresa ninguno de su consejo se atrevió a darse por autor della), mandó que
monsieur de Rona, con buen golpe de infantería y toda la caballería, pasase el
río Schelde por junto a Amberes y tomase la vuelta de Tornaut en la Campi-
ña, todo a fin de engañar al enemigo, dándole a entender que se pensaba sitiar
a Breda y divertir de Hulst las fuerzas que, en número de cinco mil infantes,
tenía a su cargo el conde de Solm, gobernador de aquella plaza, como suce-
dió, mandando Mauricio que dellos la mitad pasasen a guarnecer las plazas
de Brabante. Consistía toda la esperanza de buen suceso en apoderarse de
cierta isla que, hecha parte naturalmente y parte a mano, tenían muy bien
fortificada los holandeses con fuertes y redutos, como por donde solamente
podían ser acometidos, por ser la más eminente y apta a plantar artillería y
abrir trincheras. Y por que mejor se entienda la forma deste famoso sitio, que
fue de los más reñidos de aquellas guerras, haré una breve descripción, como
acostumbro, de lo que se me acordare del asiento desta plaza.
[397] Hulst, cabeza del país de Vaes, límite oriental del condado de Flan-
des, por donde confina con el ducado de Brabante (el cual en espacio redon-
do de diez y ocho leguas de circuito se encierra entre los ríos Moure, Durme
y Schelde y el brazo de mar llamado, que forma la isla de Zuit-Beverlant, una
de las más famosas de Zelanda), es una villa de pocos más de mil vecinos, rica
por la fertilidad de su terriotorio, por estar a cuatro leguas de Amberes, seis de
Gante y nueve de Bruselas. Cuando en tiempo del duque de Parma se perdió,
como lo relatamos en su lugar, no era fuerte por naturaleza ni por arte, mas,
en ocupándola los rebeldes, comenzaron a fortificalla según su costumbre,
deseando inquietar desde ella y desde Axel (plaza que ya tenían, distante al
poniente de Hulst dos leguas pequeñas) no sólo el país de Vaes, sino también
una buena parte del condado de Flandes, sacando gruesas contribuciones314.
Paréceme necesario, para claridad de lo que se ha de tratar, decir lo que hi-
cieron en orden a esto. Entre los villajes de San Lorenzo y Hulstloo nace
un riachuelo, el cual, arrimado a la villa, solía caminar otra legua más hasta
desaguar en el Honte; éste, ayudado del arte, servía de canal navegable hasta
Hulst y con todo eso, para mayor seguridad y fortaleza de la plaza, abrieron
otro hacia Zelanda, a quien llamaron el Canal Nuevo, levantándole por ambas
partes sus diques con que recebir el flujo del Océano y evitar las inundaciones,
resueltos en aislar la villa hasta lo impidiese su proprio peligro. Hecho este
canal, abrieron otro desde la villa a la Schelde para comunicarse con Bergas,

314
 Para una serie detallada de Holanda, Bélgica y la Germania Inferior, ver el Theatrum orbis
terrarifum o Atlas novum (1635, 1645) y el Novum ac magnum theatrum urbium belgicæ
liberæ ac foederatæ (1649), de Willem Janszoon y su hijo Joan Blaeu, con una imagen, entre
otras, de las fortificaciones de Hulst. Ver http://commons.wikimedia.org/wiki/Blaeu.
556 Las Guerras de los Estados Bajos

Breda, Heusden y las demás villas de Brabante de su devoción, fortificándole


también con sus diques por ambas partes; y, resueltos, después desto, en abrir
los principales, que llaman diques maestres, y hacer entrar en el país las cre-
cientes de la mar para aislar la villa y un pedazo de tierra hacia levante, que es
el que dijimos, con tener en sí alguna eminencia, incapaz de poderla cubrir
el agua, lo primero para asegurar la plaza, levantaron alrededor della algunos
baluartes y rebellines315, tan bien fundados de fagina y tepes316, que salvaron
este inconveniente, a los cuales hicieron sus traveses y estradas cubiertas317,
todo con muy buenos fosos de agua, palizadas y otras defensas. Hecho esto,
cortaron los dos diques maestres y, dejando entrar el flujo de la mar, empan-
tanaron [398] todo el país, con daño inestimable de campos y praderías y
casas, sin reparar en ello, a trueque de establecerse en un puesto tan oportu-
no. Hízose todo aquello en breves días, como mar, y, aunque en el reflujo se
retiraba toda el agua, quedaba un lodo tan pegajoso, que era casi imposible
apealle. Arrasaron todo el dique diestro del canal hacia Brabante, dejando del
siniestro no más de lo que podían defender con su artillería del canal hacia
Zelanda; arrasaron el siniestro de la misma forma, en el cual, para defensa del
canal y la entrada de los socorros que les pudiesen venir de Zelanda, levanta-
ron un fuerte real, donde metieron cantidad de artillería y suficiente presidio;
llamáronle Mauris Escans, que es lo proprio que Fuerte de Mauricio. Hecho,
pues, Hulst desta manera casi inexpugnable, saliendo muchas veces los here-
jes por lo empantanado con barcas, corrían el país y, después de puesto en
contribución, las cobraban sin dificultad, hasta que primero el archiduque
Ernesto y después el conde de Fuentes, encomendando, como se apuntó en
su lugar, aquel país al comisario general La Vicha, hicieron por toda la frente
del de Vaes algunos fuertes en lugares acomodados, especialmente en el dique
maestre de la Schelde dos, que, como a los mejores, les dieron sus nombres,
el uno de Austria y el otro de Fuentes.
Sintió con esto gran alivio el país y, acudiendo de buena gana, como tan
interesados, al sustento de la gente de guerra, hizo con ella La Vicha muy
buenos efetos, quitando presas a los enemigos que se atrevían a entrar en él y
muchas veces la libertad y la vida. Conoció el enemigo el daño que le podía
ocasionar la vecindad destos fuertes, echando de ver que desde ellos con ba-
jamar se podía con poco trabajo entrar en la isla, lugar, como dijimos, algo

315
 Rebellín: «Término de fortificación. Es una obra separada y desprendida de la fortificación,
con su ángulo flanqueado y dos caras, pero sin traveses, cuyo lugar es siempre delante de
las cortinas, porque su fin es cubrir la cortina y los flancos de los baluartes y defiende las
medias lunas» (Dicc. Aut.).
316
 Tepe. «Pedazo de tierra cubierto de césped y muy trabado con las raíces de esta
hierba, que, cortado generalmente en forma prismática, sirve para hacer paredes
y malecones» (DRAE).
 La estrada (en)cubierta es militarmente un «camino o vía cubierta».
317
Las Guerras de los Estados Bajos 557

eminente, por cuyo beneficio no era muy dificultoso el arrimarse a la villa con
trincheras. Y para remediallo levantó otros dos fuertes frontero de los nues-
tros, el uno en la punta del dique llamado de Brabante y el otro, no sin gran
dificultad, en lo empantanado, distantes menos de tiro de cañón. Al primero
llamaron de Morval y al segundo de Rapé, y en medio de los dos hicieron un
reduto, a quien llamaron Clein Rapé. Levantaron otro fuerte grande en guar-
dia del canal que [399] desembocaba de la Eschelde, con nombre de Nasao,
más por asegurar el paso, entrada y salida de la ribera, que no porque les pu-
diese ser de otro servicio, por estar lejos de los otros fuertes y más de la villa.
Éste era el estado en que estaba Hulst cuando el archiduque se acabó de
resolver en ponerle sitio, y, avisado por La Vicha, gobernador de los fuertes, de
que con la diversión que hizo monsieur de Rona con tanta parte del ejército
a la campiña habían salido de Hulst pasados de dos mil hombres, determinó
valerse de la ocasión con la celeridad que conviene para lograrla, procurando
ocupar los puestos convenientes en la isla, sin embargo de las grandes defen-
sas y otras muchas comodidades que los enemigos tenían para estorbarlo. Y,
deseando complacer a La Vicha, que pedía la empresa de ocupar la isla, como
a persona tan bien enterada en aquellos puestos y que tanto lo había trabaja-
do, no se señaló cabeza española, antes se le encargó a él mismo y al coronel
La Barlota la entrada en ella, ordenándoles que tuviesen buena corresponden-
cia entre sí y con el coronel Teselinguen, que llevaba sus alemanes. Pareció
que bastaba enviar en todo hasta dos mil infantes por no hacer gran ruido y
fuera de los valones de La Barlota y alemanes de Teselinguen iban doscientos
italianos y trecientos españoles del castillo de Gante. Arrimado con esta gente
La Barlota al fuerte de Fuentes la noche de los 8 de julio, halló que, usando de
extraordinaria diligencia La Vicha, había hecho llevar con la marea baja por lo
empantanado algunas barcas a fuerza de brazos, hasta ponerlas en el canal que
guardaba los dos fuertes y el reduto del enemigo designados arriba, distancia
de cerca de media legua del fuerte de Fuentes. Sabido esto por La Barlota,
sin detenerse un punto, tomó la vanguardia con sus valones y los españoles y
italianos, seguido de Teselinguen y sus alemanes, y, a pesar de los lodos pega-
josos y aguas encharcadas (que muchas veces les llegaba a la cintura), cargados
con sus armas y cada soldado con bastimentos para dos días, llegaron adonde
estaban las barcas guardadas por los valones de La Vicha. Pasó La Barlota con
docientos hombres de todas naciones en la primer barcada por junto al redu-
to llamado de Clein Rapé y al saltar en tierra de la otra parte fueron sentidos
por las centinelas dél, [400] que al punto tocaron arma; tal, que luego comen-
zó a llover un espeso granizo de cañonazos de entrambos fuertes sobre los que
ya habían pasado y continuamente iban pasando, aunque por ser de noche y
herir a la ventura no hicieron daño de consideración. Los soldados del redu-
to, en número de setenta, habiendo salido al principio creyendo que la gente
que pasaba era poca, en viéndose acometidos por la nuestra con resolución,
558 Las Guerras de los Estados Bajos

amedrentados tanto cuanto antes habían mostrádose animosos, dejando el


reduto, se retiraron al fuerte de Rapé, que les cabía más cerca sobre su mano
derecha. Ocupó luego La Barlota el reduto, fortificándole y guarneciéndole
lo mejor que se pudo, que fue un razonable pie para no perder la posesión de
la isla. Hecho esto y metidos en él los bastimentos y otros embarazos, acabada
de pasar la otra gente, quedando La Vicha en el fuerte de Fuentes para enviar
fagina y otros instrumentos necesarios para fortificarle, La Barlota, después de
haber refrescado un rato su gente, la sacó el dique adelante la vuelta del fuerte
de Morval con intento de fortificarse junto a él hasta que llegase el socorro,
que no podía tardar, como lo hizo, dejando desta parte trecientos hombres.
Y para asegurarse de alguna gruesa salida, llevó cuatrocientos al dique, entre
el fuerte y la villa, los cuales se fortificaron en forma de reduto, cortando por
todas partes el dique para que no pudiese llegar el enemigo a ellos sino desor-
denado ni darse la mano con los del fuerte.
El coronel Teselinguen, que con sus alemanes se habían puesto en escua-
drón en cierto recodo del dique, cubierto del artillería del fuerte, deseando
cubrirse también de la de la villa para que al amanecer no le batiesen por el
costado, trabajó lo restante de la noche en levantar un trincherón sobre su
mano derecha, que, por la cortedad del tiempo, no se pudo acabar de poner
en perfición. Venido el día, sabido por el conde de Solm que los católicos ha-
bían tomado pie en la isla y que estaban divididos en tres puestos, determinó
él acometer el uno y, sacando mil y docientos hombres, embistió a los alema-
nes de Teselinguen, el cual, peleando valerosamente, murió de un arcabuzazo,
con que comenzaban ya a desmayar sus soldados, cuando fueron socorridos
por La Barlota y la gente de su primer fortificación. Peleóse un rato muy bien,
hasta que los herejes volvieron las espaldas, [401] dejando muertos al pie de
ciento de los suyos; de los nuestros murieron casi otros tantos, pero al fin que-
dó el puesto por los católicos y en lo restante del día se acabó de fortificar.
El archiduque, que estaba en el villaje de San Nicolás, avisado de la fa-
cilidad con que se había entrado en la isla, envió a mandar a monsieur de
Rona que, volviendo a pasar la Eschelde, entrase también en ella con toda la
infantería que había llevado consigo y que, para cuartelarse cómodamente,
procurase quitar todos los impedimentos que se le ofreciesen, que su alteza
–por su parte- mandaría lo mismo a la gente que tenía consigo en el país de
Vaes, como al punto lo hizo, ordenando a don Alonso de Mendoza que, con
su tercio, el de alemanes del conde Via y valones de Fresí y Liqués, se arri-
masen a la villa por la parte de lo empantanado de Axel y que se pusiese de
manera sobre la margen siniestra del canal nuevo, que procurase impedir el
socorro, para lo cual se le dieron cuatro cañones. Hízolo don Alonso, aun-
que, por estar aquella parte arrasado el dique y a esta causa sin comodidad de
cubrirse, no sólo contra la artillería pero contra la mosquetería de la villa, se
trabajó mucho antes de asegurar las trincheras y el uso de nuestras piezas, que
Las Guerras de los Estados Bajos 559

hubieron de quedar medio enterradas, y al cabo casi no fueron de servicio,


pues es cierto que cuanto duró este sitio entraron y salieron barcas, aunque
pequeñas, del enemigo por el canal, sin mucha pérdida.
Con la orden de su alteza que tuvo monsieur de Rona, volviendo a pasar
la Eschelde por junto de Nordam, llegó con toda su gente al fuerte de Fuentes
la noche de los 9 de julio y al momento pasó el canal con las barcas que había
hecho aparejar La Vicha, pasando hasta cincuenta por lo empantanado. Y,
acudiendo luego a los más esencial, que era procurar quitar la entrada al soco-
rro, dejando a La Barlota que con su regimiento y la demás gente que había
traído consigo hiciese rostro al fuerte de Morval, retirando la gente del dique,
entre el dicho fuerte y la villa (que fue gran yerro) pasó a ocupar la parte
diestra del Canal Viejo, creyendo que se podía cerrar el paso cómodamente,
y que, sin embargo de lo empantanado, era posible caminar con trincheras
hasta ponerse sobre el Canal Nuevo. Mas el haberse de atrincherar en medio
de la villa y del fuerte llamado Mauricio, levantado, como se ha [402] dicho,
para conservar el dominio del canal, causó que no se pudiese hacer desde
allí el efeto que se pensaba. En este puesto se fortificaron los regimientos
de Grisón y La Coquelá, a quien algunos días después se juntó el conde de
Busquoy con uno nuevo que había levantado, de cerca de dos mil valones, y
el tercio de don Agustín Mesía. Habíase ido don Agustín desde San Omer a
su gobierno de Cambray, pareciéndole a su altea necesario en aquella ocasión
el tener una persona tal en defensa de aquellas fronteras, y, por haberse dado
a don Pedro Ponce, su sargento mayor, una compañía de caballos, se dio su
oficio a don Jerónimo de Monroy, que en esta ocasión gobernaba el tercio.
Poco después hacia San Paulo Polder se alojaron los dos tercios de don An-
tonio y don Luis en cierta parte eminente, aunque demasiadamente sujeta
al artillería; lo demás restante de la isla, hasta lo empantanado, ocupaban el
tercio del marqués de Trevico, el regimiento del conde de Soltz (que pocos
días antes se había juntado con lo demás del ejército, en número de tres mil
alemanes) y los valones de Bosú y Barbanzón, con que quedó sitiada toda
la tierra, salvo por la parte del canal, por donde de ordinario –como se ha
dicho- entraban y salían barquillas con gente y las demás cosas necesarias,
especialmente de noche. Por cada uno destos puestos se venía caminando
con trincheras. El primero hacia un baluarte de tierra y fagina que dominaba
el canal, más con intento de divertir que de acometer por allí la villa. Don
Antonio y don Luis, y por otra parte el marqués de Trevico, comenzaron a
arrimarse a tres rebellines rodeados de agua, y ellos en sí harto fuertes, defen-
didos –fuera desto- de una gran plataforma dentro de la villa, desde la cual y
de varias partes fulminaba de ordinario una gran lluvia de cañonazos, de que
murió mucha gente particular. Al capitán Juan de Paz le llevaron una pierna y
murió de la herida; al capitán Chico de Sangro le llevó la cabeza otra bala; y a
otros tres o cuatro capitanes de todas las naciones; todo esto antes de acabarse
560 Las Guerras de los Estados Bajos

de arrimar con las trincheras al foso de los rebellines. Como estaban los dos
fuertes grandes de Morval y Rapé por el enemigo, sin embargo de que entraba
y salía nuestra gente en la isla, pasando el canal por junto al reduto de Clein
Rapé, por el peligro grande con que esto se hacía, llegaban menos bastimentos
al campo de lo que fuera menester. A más [403] desto, parecía –y aun era
notable mengua- que el enemigo fuese señor de todo el dique hasta el fuerte
de Morval, a quien los soldados llamaban de la Estrella, en donde, abriendo
por lo largo del dique, se había fortificado con redutos y se daba la mano muy
a su salvo con la villa. Para cuyo remedio, cayendo monsieur de Rona en el
yerro que había hecho en retirar la gente que halló alojada ya entre el fuerte y
la villa, determinó emprender otra vez el ganar el dique, sin cuyo dominio era
imposible tomar el fuerte. Había pasado ya el conde de Varas seis cañones al
puesto de La Barlota, con los cuales (esperándose por momentos más) se co-
menzó a inquietar el fuerte y a desencabalgalle algunas piezas, y para acabarle
de sitiar de veras se tomó resolución de acometer el dique. Encomendóse esta
facción, la noche de los 18 de julio, al maestro de campo don Luis de Velasco,
el cual, enviando con la baja marea (que acertó a ser a cosa de media noche) al
coronel La Barlota con sus valones, asistido del capitán Antonio Sarmiento y
su compañía de arcabuceros, a acometer la estrada encubierta del fuerte de la
Estrella, tanto por ocupar un puesto tan importante como por divertir al ene-
migo tocándole arma por varias partes, arrojó él la vuelta del dique quinientos
españoles, con los capitanes Baltasar López del Árbol, don Jerónimo de Mie-
ses, Alonso de Mercado, don Pedro Sarmiento Guadalajara, Petrico Antolínez
de Burgos, Alonso de Ribera y Cristóbal de Palacios, los cuales, pasando con
la bajamar por lo empantanado con el silencio posible y aguardando la seña
establecida, que era el toque de una sordina, arremetieron cerca del día por
todas partes valerosamente y, aunque con gran resistencia, peleando pica a
pica con los enemigos, degollando dellos más de trecientos, ganaron los unos
el dique hasta un reduto que con no menos diligencia que peligro (por ser
ya día claro y batir a los nuestros la artillería del fuerte por las espaldas y por
frente de la villa) comenzaron a fortificar, y los otros la estrada cubierta del
fuerte de la Estrella, puestos importantísimos ambos a dos para la conquista
de la villa. Murió en las dos partes alguna gente particular y en el dique los
capitanes Patricio Antolínez y Cristóbal de Palacios. De la estrada cubierta
salieron malheridos La Barlota y el capitán Antonio Sarmiento; tanto cuesta
en la guerra deshacer un yerro. [404] Ganado, pues, el dique, los capitanes
que quedaron vivos, con sus compañías, comenzaron a fortificarse contra la
villa, tal, que en pocas horas se hallaron haber hecho tres cortaduras en él y
un razonable trincherón, con que se le quitó al conde de Solm la esperanza de
echar ya de allá los españoles, sin embargo de haberles batido toda la mañana
con cinco cañones y no poco daño. En aquella noche y en el día siguiente se
plantaron hasta doce piezas contra el fuerte, cuya guarnición, viéndose rodea-
Las Guerras de los Estados Bajos 561

da por todas partes y que –puesto que intentó el conde de Solm socorrelle con
barquillas en la plena mar- no había podido arrimárseles ninguna, visto ya
hecha la batería y temiendo el asalto, parlamentearon a los 20, concediéndo-
les el sacar sus banderas, armas, bagaje, con tal que no volviesen a entrar en la
villa, sino que se retirasen a la armada holandesa, como lo hicieron, saliendo
al pie de ochocientos hombres, casi toda mosquetería.
Con la presa del fuerte y posesión del dique, asegurándose el paso del país
de Vaes, se abrió el camino a las vituallas y en breve se restauró la gente de
el hambre pasada, que fue excesiva. Vino el archiduque desde San Nicolás,
donde tenía su corte, a visitar los puestos, y, juntando después su consejo,
resolvió que en todo caso se acometiesen los rebellines, batiéndolos primero
y procurando cegarles los fosos. Había ya en la isla veinte y siete cañones y
medios cañones, de los cuales se alojó la mayor parte contra los dichos dos
rebellines y los restantes tiraban de ordinario a las defensas. Mientras se iba
procurando desembocar el foso con las trincheras y se hacían las explanadas
para plantar las baterías, hizo algunas salidas el enemigo; la primera fue con-
tra el puesto de Trevico, del cual fueron señores un rato, dejando malheridos
a los capitanes Marcelo del Júdici, Alejandro Brancasio y sargento mayor
Jerónimo Dentichi, hasta que, socorridas las trincheras por lo restante de su
tercio, se hubieron de retirar y no sin daño. La segunda fue de noche, a los
29 de julio, a las trincheras que tenía a su cargo don Luis de Velasco, donde,
después de haber arrojado gran cantidad de artificios de fuego, arremetieron
con tanta resolución, que fue bien menester el valor del maese de campo y su
gente para rechazallos; murió alguna gente particular de los nuestros y entre
ellos el capitán Juan de Bruza, camarada de don Luis y soldado de valor; [405]
este día mataron también de un mosquetazo al teniente coronel de La Bar-
lota. Habían ya llegado las trincheras de los tres puestos por donde se abrían
a desembocar en el foso de los rebellines y a los 2 de agosto, deseando mon-
sieur de Rona reconocerlos para dar las órdenes de los asaltos sin confusión,
habiéndolo consultado con don Antonio de Zúñiga y don Luis de Velasco y
con el general de la artillería y otros, y dado las órdenes, queriendo sentarse a
comer en una barraquilla318 que tenía don Luis a la entrada de las trincheras,
como quien las tenía a su cargo, llegó una bala de un cañón que le arrebató la
cabeza de los hombros, salpicando con los sesos a los nombrados, y en parti-
cular a un hijo suyo que le seguía, de edad de diez y seis años. Fue muy senti-
da la muerte deste capitán, de los más señalados de su tiempo entre la nación
francesa, por ser muy amado de todos, especialmente de los españoles; pero
quien sobre todos mostró vivo sentimiento fue el archiduque, por quien era
tenido en gran reputación, primero con la información que tuvo de sus raras
partes de fidelidad y valor y después en lo que experimentó en las empresas

318
 En el sentido de «caseta, albergue o tienda construida toscamente».
562 Las Guerras de los Estados Bajos

de Calés y Ardrés, cosas trazadas por él, en cuya última prueba mandó llevar
su cuerpo a Bruselas, ordenando que se le hiciesen allí en la iglesia colegial
de Santa Gúdula, donde le enterraron, solenísimas obsequias y un sepulcro
suntuoso. Mostró su alteza la misma piedad para con su mujer y hijo, seña-
lándoles gruesos entretenimientos con que sustentarse en Flandes.
Fue Cristián deS aviñy señor de Rona, de noble linaje, natural de la provin-
cia de Champaña319, tan cercano al ducado de Lorena, que fue tenido común-
mente por vasallo de aquel duque. Esto, y la particular afición que heredó de
sus padres a la sangre de Lorena, le hizo seguir la fortuna de los príncipes de
Guisa. Pasó a Flandes en su juventud en servicio del duque de Alansón y en el
tentativo que los franceses hicieron contra Amberes fue uno de los señalados
para apoderarse de la puerta del Burgaraute y de los que mejor hicieron su
deber. Hallóse con el duque Enrique de Guisa cuando rompió a los raitres en
Elneao, en calidad de mariscal de campo, y a su lamentable muerte en Bles fue
uno de los que primero llevaron la nueva al duque de Humena y de los que
más le incitaron a tomar las armas; acabóle de pescar, como a otros muchos,
el comendador Moreo [406] con sus anzuelos de oro, puesto que fueron en él
mejor empleados que en los demás, por la incorrupta fidelidad con que sirvió
al rey; tan conocida, que fue partícipe de casi todos los consejos y ejecutor de la
mayor parte de los efetos de aquellas guerras, sin que la envidia de los iguales ni
la ignorancia y malicia del vulgo de los soldados (que tan poco perdona) osase
ni aun calumniarla de veras, bien al revés de lo que suele acontecer a los que
militan contra su propia nación. Era pródigo no sólo de su hacienda sino de la
de sus amigos; y así dejó muchas deudas, a que mandó acudir el archiduque de
su propia hacienda con gran liberalidad. Fue gran trabajador, aunque casi impe-

319
 Se trata del lorenés Chrétien de Savigny, seigneur (vicomte) de Rosnes (Rône), casado
en 1572 (Chalons-sur-Marne) con Antoinette d’Anglure, de la que tuvo a Charles-Sala-
din d»Anglure de Savigny y Antoine-Saladin d»Anglure du Bellay. Ver el elogio que suele
hacérsele en crónicas contemporáneas: «La guerre ne fut pas si favorable à Henri IV aux
confins de Picardie, qu»en Bourgogne, & en la Franche-Comté: car le vaillant Comte de
Mansfeld relança les deux Generaux François, le Duc de Bouillon à Sedan, & le Comte de
Nassau en Hollande. L’Archiduc Ernest Fils de l’Empereur Maximilien II mort en Mars
de l’an 1595 avoit paru dans la Belgique comme un astre dont la prompte eclipse desole
autant que l’apparition radieuse avoit consolé. Cette Principauté auroit eu sujet de craindre
si le gouvernement de la Belgique ne fut pas echu au Comte de Fuente l’un des plus braves
Espagnols qui aient brillé parmi les Belges. Dez que cet entreprennant Gouverneur fut au
timon, il signala son avenement par retablir la dicipline militaire dans la fleur où elle avoit
paru sous Alexandre Duc de Parme & de Plaisance. Il fut extremement servi dans ce reta-
blissement par ses Lieutenans Generaux qui alloient du pair avec les premiers Capitaines
du monde, ces restaurateurs etoient le Prince d’Avellin, Valentin de Pardieu Seigneur de la
Motte, Jean Jaque Comte de Bellejoieuse, Cretien de Savigni Seigneur de Rone Lorain de
Nation, & la Berlot dont l’anagramme de guerrier ( Bellator ) exprime si heureusement le
caractere martial» (L’Histoire de l’Archiduc 79).
Las Guerras de los Estados Bajos 563

dido de gordo, y a esta causa entraba siempre en los mayores peligros sin armas
y con notable confianza. Mandaba con tal agrado y con tanta resolución, que
todos tomaban sus órdenes con gusto particular, y con haber de tratar con tan-
tas naciones diferentes, cada cual le tenía por de la suya y él a todas igual amor
en lo público, aunque en lo secreto y en las ocasiones que convenía para el buen
expediente de las acciones militares ya sabía diferenciallas y dar los puestos más
importantes a las que le había mostrado la experiencia que eran más valerosas.
Su oficio se encargó por entonces al conde de Varas, general que era en propie-
dad de la artillería, caballero de conocida calidad y largos servicios. Y el archi-
duque, para avivar las cosas de aquel sitio con la presencia del general, que tanto
importa, se resolvió en pasar al ejército, alojándose en el fuerte de Fuentes y
toda su corte en barracas y tiendas alrededor dél, y, haciéndose traer las órdenes
que monsieur de Rona había dado tocantes al acometer a los rebellines, mandó
que se ejecutasen al pie de la letra el día siguiente. A los 3 de agosto, hallándose
ya don Luis y Trevico con las trincheras desembocadas al foso de sus rebellines,
después de batidos y hecho razonable escarpa, acabado de cegar el foso con fagi-
na y zarzos320, se dio a un mismo tiempo asalto a todos dos. Don Luis, que tenía
a su cargo el acometer el rebellín de mano derecha, hizo arremeter por la cortina
siniestra dél a los capitanes Mercado, Baltasar López y don Jerónimo de Mieses,
y, viendo la resistencia que hacía el enemigo, sin embargo del valor con que era
acometido por los capitanes y soldados, mandó arremeter por la cortina diestra
casi junto a la punta [407] al capitán don Pedro Sarmiento con su compañía
de arcabuceros, el cual, ayudado de don Pedro de Castelví y don Pedro de Arce
y Leiva, sus camaradas, y de otros muchos soldados particulares della, subió
arriba no sin trabajo; y visto por los enemigos (que defendían valerosamente
el asalto por la otra parte) que comenzaban a ser acometidos por las espaldas,
empezaron también ellos a desmayar, sin embargo de la gran asistencia que le
daban los suyos desde las murallas de la villa. Murieron a la entrada algunos
y, acabado de ganar el rebellín sin pérdida de consideración, se comenzó al
momento a fortificar, levantando un trincherón para defenderse de la villa. No
tuvo tan buena suerte Trevico, pues con hacer sus italianos todo lo posible no
pudieron salir con más que alojarse al pie de la muralla de su rebellín; y, después
de haber estado alojado tres días en el puesto aguardando orden y ocasión para
volver a acometer el rebellín, mandó su alteza que se tentase otra vez el asalto,
y tanto por valerse de la emulación de las naciones como porque los italianos
se hallaban algo cansados y con infinitos heridos, ordenó que arremetiesen de
vanguardia con ellos docientos españoles del tercio de don Agustín. Tocóles a
los capitanes don Luis Manrique y Hernando Carrillo. Con esto, asaltando de
nuevo al rebellín después de haber hecho volar una mina que facilitó la subida
algún tanto, pelearon unos y otros tan valerosamente, que ganaron del todo

320
 «Tejido de varas, cañas, mimbres o juncos, que forma una superficie plana» (DRAE).
564 Las Guerras de los Estados Bajos

el puesto y echaron dél al enemigo, a quien, siguiendo don Luis Manrique y


queriendo, con ardor juvenil, arrimarse hasta el proprio rastrillo de la puerta
por donde se entraba a la villa y trepar por él, le alcanzó un mosquetazo, de que
cayó muerto dentro de la propia villa. Ésta es la causa por que no se halló su
cuerpo ni antes ni después de ganada. Don Hernando Carrillo murió también
cuatro días después de las heridas que sacó en esta ocasión. Ganados los rebelli-
nes y quitados los traveses de ambos lados, determinó su alteza que se plantasen
diez cañones en medio de los dos con que se batiese por frente de la muralla
de la villa, ordenando a don Luis de Velasco que se encargase de cegar por allí
el foso. En los puestos del tercio de don Agustín y de Trevico se plantaron siete
cañones en cada batería para decortinar la muralla, con orden de ir cegando o
sangrando el foso cada uno por su parte; otras [408] nueve piezas se plantaron
en diferentes puestos para batir las defensas y todas juntas eran treinta y tres.
El conde de Solm con cerca de tres mil infantes con que se hallaba hacía
perpetuamente tirar a las trincheras y arrojar granadas de fuego, algunas con
tal artificio, que reventaban tres y cuatro veces, con daño de los circunstan-
tes, para cuyo remedio tenía don Luis soldados escogidos que, en viéndolas
caer, con notable peligro y no menor provecho las cubrían de tierra con palas
que para aquel efeto tenían en las manos. Habíansele roto al enemigo los
molinos de viento con nuestra artillería y, enviando a los 10 del dicho por el
canal abajo la vuelta de su armada tres barcas grandes cargadas de trigo, con
intento de hacerlo moler, dieron en seco, quedando el trigo en poder de los
nuestros y las barcas quemadas. A los 13 volaron los enemigos una mina que
habían hecho en una casamata suya, sobre los que tenían ocupado el rebellín
de Trevico. Voló dellos hasta diez y fue este daño causa de un gran provecho,
porque con la tierra que levantó la fuerza del fuego se abrió un hoyo capaz de
poderse alojar en él cien soldados, como lo hicieron luego, pegándose al pie
de la muralla. Este mismo día hizo el enemigo otra salida a la parte de don
Alonso de Mendoza con ochocientos hombres, atravesando el canal desde el
fuerte de Nasao en barquillas y pontones, deseoso de dar una mano a la gente
que guardaba las trincheras, que, aunque con las dificultades que dijimos, se
iban abriendo con intento de arrimarse al proprio canal y estorbar el socorro.
Fue el acometimiento a cosa de mediodía, con que, hallando a los nuestros
menos advertidos de lo que fuera razón, quedaron degollados más de setenta,
casi todos españoles. Entre ellos murió peleando valerosamente un nieto del
maese de campo Julián Romero, de su mismo nombre, mozo de honradas
esperanzas. El atrevimiento y valor del enemigo, fiado en que tenía aquella
gente algo lejos el socorro por causa de la artillería de la villa y del fuerte,
fue tal, que no sólo enclavó de cuatro cañones que había los dos, pero volvió
los otros dos hacia nuestra gente, que con la persona de don Alonso y los
demás coroneles venían calando, y los disparó dos veces. Hecho esto y no le
pareciendo aguardar más, volviéndose a embarcar sin desorden, se retiraron
Las Guerras de los Estados Bajos 565

[409] con poca pérdida. El día siguiente, reforzada la guardia de las trincheras
con el escarmiento pasado, que, aunque es costosa manera de aprender, es la
que mejor enseña, yendo a entrar por el canal dos bajeles cargados de harina,
municiones de guerra y artificios de fuego, fueron tomados por los españoles,
con muerte de algunos soldados del enemigo y prisión de un capitán irlandés,
el cual, por haber servido al rey y pasádose al enemigo, fue ahorcado por los
de su nación, con orden de su alteza.
A los 14 en la noche intentó La Vicha el ocupar cierto puesto más abajo
del fuerte de Nasao, con designio de hacer un reduto que, dándose la mano
con las trincheras de los valones y llegando a la lengua del agua, bastase a
estorbar del todo el socorro, como lo había prometido diversas veces, para lo
cual se le dio la gente que pidió, a cargo del teniente de maese de campo gene-
ral Gaspar Zapena y del conde de Busquoy, pero, reconocido mejor el puesto
y hallándose demasiado sujeto a la artillería, considerando que la cortedad de
las noches no daba lugar de hacer grandes defensas, se dejó la empresa, cono-
ciendo que hace proponer muchas o imposibles o temerarias el deseo de llevar
adelante el proprio parecer, y así como para la ejecución es a propósito quien
le dio, es para su continuación sospechoso su voto, que las más veces reparará
menos en desear continuar un hierro que en confesar que se engañó. Procu-
raban en este medio con gran cuidado y asistencia las cabezas de las trincheras
ir vaciando el agua del foso y a este efeto inventó don Luis cierto artificio de
bombas con que sacaba. Al principio parecía que hacían gran efeto, pero a
la postre se echó de ver que la propia agua que se sacaba, aunque daban con
ella en unos zanjones de aquellas praderías, se volvía toda al foso, como a
lugar más bajo. Hubo quien aconsejó que se hiciesen puentes, pero, sondado
bien el foso y visto que tenía de fondo poco más de un estado por causa de
la sequedad del verano, se tomó resolución que se procurase cegar con tierra,
fagina, zarzos, sacas de lana y otros pertrechos deste género, como se hizo
,con muerte de los capitanes Diego Ruiz y Julián González, junto con [410]
muchos soldados particulares, y esto a causa de no haberse podido acabar
de quitar jamás un través bajo de cierto torreón que ofendía por el costado
derecho, desde el cual mataron a muchos soldados y hirieron al capitán don
Manuel Carrillo, hermano del marqués de Caracena, de un mosquetazo que
le hizo pedazos la mano derecha. Don Pedro de Borja, capitán entretenido
que asistía a don Antonio de Zúñiga, se señaló en esta ocasión. Comenzó a
jugar la artillería en amaneciendo el día de los 16 de agosto con menos efeto
del que se pensaba, por ser la materia de la muralla tierra y fagina y enterrarse
las balas en lo blando; con todo eso iban cayendo cantidad de faginas con
su tierra, puesto que nada llegaba al foso para hacer escarpa, por detenerse
las ruinas con una estacada de altura de un hombre que tenía alrededor de
toda su contraescarpa, las cuales se batieron un rato con cadenas, con que,
comenzándose a descabezar algunas, parte de las ruinas, faltándoles aquel
566 Las Guerras de los Estados Bajos

apoyo, llegaron al foso. Mostrábase el enemigo tan animado, que, conforme


a las muestras exteriores, parece que deseaba que se llegase al asalto, para cuya
defensa tenía levantada por de dentro una media luna con sus traveses; y todo
lo que tardó la batería en pasando la camarada, arrojaron (no sin conocido
peligro y muerte de muchos, que se los llevaba nuestra artillería) cantidad de
troncos de árboles y a los mismos árboles enteros con ramas y hojas, y enci-
ma dellos lodo, tierra y céspedes, con tanta perseverancia, que a las tres de
la tarde no parecía que se hubiese hecho batería de consideración. Juntó su
alteza el consejo y, proponiendo las dificultades (y la mayor de todas, que era
el saberse que estaba minada toda la batería), se resolvió que no se tentase el
asalto, sino que la noche siguiente se procurasen alojar los nuestros al pie de
la muralla y de allí ir contraminando y ganando tierra con la zapa y la pala,
para lo cual era necesario acabar de cegar el foso, como se hizo casi del todo
la noche siguiente, con pérdida de mucha gente particular y gran reputación
de don Luis de Velasco, que lo emprendió y salió con ello.
Constaba con certidumbre la facilidad con que las barcas enemigas entra-
ban y salían en Hulst, sin que desde su puesto se lo hubiese podido estorbar
jamás del todo don Alonso de Mendoza; y así, en saliendo el sol el día de los
17, con un largo rodeo de tres leguas por salvar lo empantanado, pasó allá su
alteza a ver por sus ojos si era posible aplicar algún remedio a tan conocido y
dañoso inconveniente, [411] y, cuando por vista de ojos se iban descubriendo
mayores dificultades, vino nueva de la otra banda de cómo el enemigo había
dado muestras de querer parlamentear, que causó singular regocijo. Volvió a
la tarde su alteza al cuartel y, dando y tomando sobre los conciertos, se vi-
nieron a concluir en esta substancia: que se concediese al conde de Solm y su
gente todo lo que puede y debe concederse a cualquier valeroso defensor de
una plaza armas, banderas, bagaje y todos los demás requisitos deste género;
que dejasen la villa y los fuertes de Mauricio y Rapé en poder de su alteza, sin
tratarse del de Nasao, sobre quien no tenía mando el conde de Solm; con otras
capitulaciones de menos importancia, tocantes sólo al gobierno civil de la villa
y beneficio de los naturales. Diéronse rehenes de ambas partes en fe del entero
cumplimiento de lo capitulado; en la villa entró el conde de Solre, caballerizo
mayor de su alteza, y della salió el conde Ernesto Casimiro de Nasao, primo de
Mauricio y harto mozo. Salió el presidio a 20 de agosto en número de dos mil
y seiscientos infantes, la mejor gente que tenía el enemigo. Creyóse que fue esto
mismo causa de que se le diese orden secreta al conde de rendirse, temiendo el
perder con aquella soldadesca la comodidad de defender otras plazas de mayor
importancia. El gobierno de la villa y país de Hulst se dio a La Vicha, que le
tenía bien merecido por lo que sirvió y trabajó en aquella empresa; quedóle
razonable guarnición y la tierra bastantemente en defensa, aunque casi todas
las casas deshechas del artillería. El proprio día y la propia hora que se retiró el
enemigo en navíos que se le enviaron de Zelanda, pegando fuego al fuerte de
Las Guerras de los Estados Bajos 567

Nasao quien le gobernaba y retirando la artillería en bajeles que para esto le en-
viaron, le desampararon del todo y, enviando el archiduque allá con diligencia,
se apagó el fuego y por entonces se guarneció de infantería valona. Ganada con
tanta felicidad una plaza tan bien defendida, después de haber dado su alteza las
debidas gracias a Dios, pasó a Amberes, adonde fue recebido con todas las de-
mostraciones de regocijo que se pueden pensar y con no menores por su parte.
Visitó las iglesias y monasterios de aquella nobilísima ciudad y últimamente el
castillo, y, después de haber estado en Amberes diez días, pasó a Bruselas, donde
pocos meses después despachó para Alemaña a don Francisco [412] de Men-
doza, almirante de Aragón, con embajadas al emperador y al rey de Polonia, a
lo que veremos después.
Rendido Hulst, se acabaron de pagar los motines de Tilimont y La Capela,
asistiendo en el primero el capitán Juan Jerónimo Doria y en el segundo el te-
niente de maestro de campo general Gaspar Zapena. Hízose el pagamento en
la forma acostumbrada, dando facultad a los soldados para irse a servir debajo
de las banderas o estandartes que quisiesen. De los italianos se fueron más
de la mitad a sus casas, cargados de dineros, y de los que quedaron se rehizo
la caballería de aquella nación, y particularmente levantaron dos compañías
de arcabuceros a caballo los capitanes Mauro y Brisiguela. Infantes quedaron
poquísimos y éstos se agregaron al tercio de Trevico, el cual hacia el invierno
obtuvo licencia y su tercio poco después, Don Alfonso Dávalos, que al prin-
cipio del año pasó a Italia con orden de levantar tres mil infantes de su nación
[sic]. En La Capela rehicieron sus compañías de lanzas Juan de Guzmán y
don Gómez de Buytrón y levantó otra de arcabuceros el capitán Francisco
de la Fuente. La infantería del presidio se fue adonde quiso y, dándole otra
guarnición a Simón Antúnez, pasó a su gobierno.
Hallóse al principio del sitio de Hulst el ejército muy falto de caballería
por haber enviado a defender las corredurías que el enemigo hacía en Braban-
te algunas compañías a cargo de Nicoló Basta y a esta causa se hizo venir de
la frontera a don Carlos Coloma con su compañía, para cuyo cumplimiento
se ordenó al marqués de Barambón que juntase su compañía de hombres de
armas y la del conde de Solre, como lo hizo, con las cuales, a mediado agosto
y con la caballería de Dorlán y Rentí, saliendo en campaña, se alojó en Pas,
en Artois. Al primer aviso que tuvo de que el mariscal de Birón, con tres mil
infantes y ochocientos caballos, trataba de entrar a correr el país, mudó de
alojamiento a los 3 de setiembre, sabiendo que el marischal se encaminaba la
vuelta321 de San Pol con intento de saqueallo, como lugar flaco que es. Y, avi-
sado el día siguiente de que el dicho mariscal dejaba su infantería de allá del
Autí, trataba de pasar el río con sola caballería, determinó irle a buscar. Supo
Birón el intento del marqués y, hallándose con mayor número de caballos, de-

321
 Es el «soldado o tropa de caballería armada de corazas» (Dicc. Aut.).
568 Las Guerras de los Estados Bajos

jando la [413] mayor parte dellos emboscados en lugar competente, pasó en


persona a reconocer su enemigo y a procurar meterle en la emboscada, como
sucedió. Porque, encontrado por la vanguardia del marqués, que la traía el
conde de Montecúculo, y embestido por él con resolución, volvió Birón las
espaldas, seguido por los caballos italianos con menos recato del que fuera
menester; pico también el marqués con sus hombres de armas y el conde Juan
Jacobo que llevaba otra tropa de cien caballos, y al encumbrar una montañue-
la vieron venir deshecha la vanguardia y a Birón con toda su gente (después
de haberse rehecho con la que tenía de emboscada), matando y hiriendo en
la gente de Montecúculo. El conde Juan Jacobo, por no verse atropellar por
sus proprios amigos, tomó sobre mano derecha y, cerrando con la tropa en
que venía Birón por el costado, abrió un buen portillo, por cuyo encuentro,
y matándole el caballo un soldado coraza de la compañía del capitán Daniel
de Gaure, cayó el marichal en tierra con gran peligro de la persona, y es cierto
que, si hubiera el marqués proveído de otra tropa para segundar, se acabara
con él de aquella vez. Mostraban a esta sazón los hombres de armas muy
poco deseo de llegar a las manos, por más que el marqués lo procuraba con su
persuasión y con su ejemplo, el cual con algunos pocos de los más honrados
y los oficiales de las dos compañías, volviendo las espaldas los demás, cerró
valerosamente con un escuadrón enemigo que no había peleado aún, por
el cual fue luego preso y muertos los más que de los que le acompañaban.
El conde Juan Jacobo, herido de dos pistoletazos, después de haber peleado
valerosamente se escapó. El regocijo de la prisión del marqués y el gran peli-
gro de que se vía haber escapado Birón fue causa de que no se prosiguiese el
alcance; y así fueron pocos los muertos. Entre los presos quedó Montecúculo
casi al principio de la refriega; el marqués fue llevado a Roán, donde estaba
el rey de Francia, y al cabo de algunos meses, pagando grueso rescate, obtuvo
libertad. Este suceso, así como movió al mariscal a procurar verse con el rey
y hacer ostentación de su vitoria, hombre, aunque valeroso, altivo y no poco
encarecedor de sus hazañas, movió asimismo al archiduque a cuidar con par-
ticulares veras del país de Artois, hacia donde, en llegando a Bruselas, mandó
encaminar toda la infantería [414] española y mucha parte de la caballería,
todo a cargo del duque de Ariscot. Y porque en aquellos mismos días no dudó
el conde Mauricio de correr la campaña de Brabante, llegando con sus tropas
casi a las murallas de Malinas, Lovaina yTilimont, mandó su alteza encami-
nar allá al conde de Varas con parte de la infantería valona, un regimiento de
alemanes y el tercio que todavía estaba por el marqués de Trevico, gobernado
por Jerónimo Dentichi, su sargento mayor, y algunas compañías de caballos
a cargo de Nicoló Basta, lo cual fue causa de que el enemigo se retirase por
entonces, aunque no tardó mucho en hacer la salida que veremos.
El rey de Francia, movido del buen suceso de Birón y deseando emplealle
y juntamente complacer a los estados rebeldes con picar vivamente por las
Las Guerras de los Estados Bajos 569

fronteras, reforzó el campo de algunos regimientos de franceses y mil y qui-


nientos ingleses que llegaron por aquellos días a Diepa, ordenando al mari-
chal que procurase acreditarse de nuevo y meter la guerra en casa ajena, como
lo hizo, aunque con menos buen efeto del que se había arrojado a ofrecer.
Campeóse cerca de dos meses con ligeras corredurías y escaramuzas, en una
de las cuales murió de un arcabuzazo el capitán Gabriel Rodríguez; mandó
proveer luego su alteza esta compañía de arcabuceros a caballos en el teniente
Miguel Téllez, que lo era de las lanzas de la guardia.
Era grande el hambre que padecían ambos ejércitos y particularmente la
falta de forrajes para los caballos; esto y el comenzarse a hacer sentir la peste
entre los franceses, y sobre todo ver el poco efeto que se hacía por el cuidado
de las cabezas y valor de los soldados del campo español, fue causa de que
el marichal se resolviese en retirarse al país de Boloña, de donde (dejándole
casi toda la caballería) se hubo de retirar también antes de la fin del año,
repartiendo su gente por guarniciones. Lo proprio hizo el campo español,
alojándose en Cambray el tercio de don Agustín, el de don Alonso en Mabuja
y Bavé, el de don Antonio en Ipré y el de don Luis en Nivelá. La caballería se
dividió también por las fronteras de Francia, salvo la compañía de don Carlos
Coloma, que entró de guarnición en Mastrique junto con la de Colamaría
Corachiolo y la de don Francisco de Padilla, que entró en Verta, en la cam-
piña. Don Juan de Bracamonte, [415] alojado en Nioporte con su compañía
de lanzas, tuvo por estos días una muy buena suerte con la guarnición de
Ostende, porque, habiendo salido della docientos infantes a correr el país de
Fornanbac, como acostumbraban, aguardándolos don Juan a su vuelta en las
Dunas con cuarenta lanzas de su compañía y cien infantes, los rompió, de-
gollando más de ciento y cincuenta, quitándoles la presa. El caballero Melci,
desde el Carpe, donde estaba con su compañía de lanzas, rompió también el
enemigo dos veces y la última le quitó una presa de mucho valor que había
saqueado en el país de Colonia.
El conde de Busquoy por estos días, que estaba alojado con su regimiento
en Burburg y Montecasel, alcanzada licencia de su alteza, emprendió por
escalada el castillo y villeta de Montulín, de donde fue rechazado con pérdida
de algunos soldados, y él salió herido de un arcabuzazo en el rostro; salieron
cortas las escalas y por otra parte el petardo que se plantó al primer rastrillo ni
hizo el efeto que se pensaba. Con estas pequeñas empresas se acabó el año de
96, hacia la fin del cual llegó orden del rey para que se entregase el cargo de
castellano de Amberes a don Agustín de Mesía y el de gobernador de Cam-
bray a don Alonso de Mendoza. El tercio del primero se reformó, repartiendo
por iguales partes las compañías entre todos tres; al de don Antonio tocaron
las de don Luis de Ávila y Monroy, Melchior de Esparza, Luis Bernardo de
Ávila, Jerónimo Cimbrón, Francisco Vega de Mendoza, Hernando de Olaso,
Antonio de Varcha y Alonso de Tauste. El tercio de don Alonso se proveyó en
570 Las Guerras de los Estados Bajos

Luis del Villar, gobernador que era de Chatelet, y este gobierno en Antonio
de Ávila; don Antonio de Zúñiga alcanzó por estos días licencia para España,
adonde se le hizo merced del cargo de maese de campo general de Portugal;
su tercio, en sabiéndose su provisión, que fue pocos meses después, le dio su
alteza a don Carlos Coloma; y la compañía de lanzas de don Carlos, que era
de las mejores del ejército, a don García Bravo de Acuña. También se proveyó
el regimiento de alemanes de Teselinguen en monsieur de Barbanzón y el
que dejó de valones se reformó entre los demás. Y, como entrado el rigor del
invierno se suele respirar algún tanto del trabajo de las armas322 y no desdice
mucho dellas el ejercicio y regocijo de las fiestas, por la [416] mayor inven-
tadas a su imitación, con la ocasión también de los nuevos cortesanos recién
venidos con su alteza, todo fue tratar desto. Aunque tardó poco en trocarse
el regocijo en tristeza, como de ordinario sucede en esta vida, puesto que no
faltaron después sucesos venturosos, que, como acá bajo está todo sujeto a
mudanzas, es fuerza que haya de todo. Y no sé si por castigo o beneficio de
los hombres, que, siendo su condición tan inclinada a menospreciar lo que
posee, aun a los dichosos pienso que ofendiera la perseverancia de los bienes y
en los infelices ya se ve cuánto fuera intolerable la desconfianza de obtenerlos.
Y así, con piadosa orden del cielo, se truecan y alteran perpetuamente todas
las felicidades desta vida para que la posteridad se tiemple con el miedo y la
adversidad con la esperanza.

Fin del libro Nono

322
 Recordemos algo que pudiera parecer obvio: desde la Antigüedad las campañas bélicas so-
lían iniciarse en la primavera y pararse en el invierno, cuando las tropas quedaban recluidas
en los campamentos.
Las Guerras de los Estados Bajos 571

[417] LIBRO DÉCIMO


Año de 1597323
Tornaute, casar abierto, tres leguas de Breda y dos de Herentales, por el
puesto tan cercano al enemigo y por tener más de dos mil casas en que alojar
gente de guerra, ha padecido muy de ordinario este trabajo; y tanto mayor
cuanto por no estar fortificado no se puede sin gran peligro tener en él poca
gente, siéndole de ninguna ayuda un castillo que tiene, o por mejor decir,
casa de placer, cercada de agua. Este inconveniente pareció al archiduque y
a su consejo que se salvaba alojando allí, como dijimos poco ha, cuatro mil
infantes y trecientos caballos, todo a cargo del conde de Varas, general de la
artillería, que constaba del tercio del marqués de Trevico, gobernado por Jeró-
nimo Dentichi, su sargento mayor, del regimiento de alemanes del conde de
Solt y valones de La Barba y señor de Achicourt, junto con las compañías de
caballos de Nicoló Basta, que las gobernaba todas Alonso de Mondragón, que
se hallaba ausente, y Juan de Guzmán, que estaba allí. Dos cosas movieron a
su alteza a ordenar que invernase allí ese golpe de gente: la una tenerla junta
para lo que se pudiese ofrecer, sin cargar a las villas adonde pudieran entrar
de guarnición; la otra impedir a las del enemigo el cobrar las contribuciones
del país de Campiña. Afligía esto segundo grandemente al conde Mauricio
[418] por hallarse imposibilitado de entretener a sus presidios de Brabante
sin este socorro, y dello tenía ordinarias quejas, no menos por parte dellos
que por la de los Estados generales de las islas, hallándose faltos de dineros a
causa de los excesivos gastos que traen consigo la rebelión y la pertinacia. Esto
y el deseo de quitarse delante los ojos la vergüenza de la pérdida de Hulst,
movieron a Mauricio a procurar recompensarlo, maquinando contra aquella
gente y procurando darle una mano que escociese. Y para ello, sirviéndose de
la comodidad de los ríos y brazos de mar, hizo traer con gran presteza toda
la gente que sin peligro notable podía sacarse de sus plazas, y, dándoles día
señalado, que fue el de los 30 de enero, juntó en Santa Gertruden hasta seis
mil infantes y ochocientos caballos, con las cabezas de mayor nombre de su
bando, como era el conde de Holach, el de Solm, el coronel Francisco Veer,
Roberto Sancdero, gobernadores y coroneles de experiencia. Partió otro día
Mauricio para Breda y, aunque enviando la gente a la deshilada y tomando

323
 Argumento: Rompe el enemigo al conde de Varas en Tornaut. Pártese el almirante de
Aragón para Alemaña y Polonia con embajada del archiduque. Dase en España un decreto
contra los hombres de negocios. Descríbese Amiéns y cuéntase su entrepresa y después su
sitio y socorro, hasta su pérdida, todo con particularidad. Toma el almirante a Monthulín.
Da una vista el rey de Francia a la ciudad de Arrás; retírase a París. Va el archiduque a
reconocer a Ostende a instancia de los de Flandes y, diferida aquella empresa, se retira a
Bruselas, dejando alojado su ejército.
572 Las Guerras de los Estados Bajos

los pasos a todos los avisos que podían tener los católicos, procuró poderlos
coger de sobresalto, no pudo estorbar que el conde de Varas fuese advertido
de la gran junta de gente que se hacía y del peligro que se le aparejaba. El cual,
juntando a las cabezas, que todas se reducían a Nicoló Basta y Juan de Guz-
mán, Jerónimo Dentichi y los demás tenientes coroneles de los regimientos
de naciones, declaró los avisos que tenía y cómo el enemigo venía marchando
con resolución de pelear. Tres partidos se propusieron, si no honrados todos,
a lo menos seguros: el primero salir en busca del enemigo y dalle la batalla
sin mostrar flaqueza; el segundo fortificarse lo mejor que fuese posible al-
rededor del castillo y enviar por socorro; el tercero retirarse con tiempo y
con orden hasta debajo de las murallas de Herendales. Las dificultades que
traía consigo cada una destas opiniones hicieron que no se pusiese alguna
dellas en ejecución, escogiendo la más dañosa, que era no hacer nada; antes,
contentándose aquella noche con enviar a tomar lengua a una escuadra de la
compañía de Grobendonck, que casualmente se hallaba allí, la pasaron con
más reposo de lo que pedía la estrecheza del tiempo, resuelto al [419] fin el
conde en retirarse y en hacerlo a la barba del enemigo. Envióse con todo eso
el bagaje de media noche abajo la vuelta de Herentales y al hacer del día tomó
la vanguardia la infantería valona, la batalla los alemanes y la retaguardia los
italianos, cuyo sargento mayor formó el escuadrón, resuelto él y los suyos en
morir en defensa de sus banderas. No había comenzado a retirarse nuestra
gente cuando lo supo Mauricio y, poniéndose en camino con toda su caba-
llería y trecientos mosqueteros en grupa, dejando orden a su infantería que le
siguiese a gran diligencia, envió con el coronel Francisco Veer dos compañías
de corazas y una de arcabuceros a caballo con los mosqueteros para que le
entretuviesen la retaguardia católica escaramuzando. A la primera vista que
dio de sí el enemigo mandó el conde de Varas hacer alto y volver las caras a
sus tres escuadrones, los cuales, con el gran bosque a la mano izquierda y la
caballería en el cuerno derecho, esperaron valerosamente hasta que asomó la
infantería enemiga. No hizo aquí su acostumbrada prueba la valona nuestra,
antes, siendo la primera en descubrir los escuadrones contrarios a causa de
ocupar un puesto algo más alto que las otras, lo fue también en desordenarse,
pareciéndole que atravesando el bosque podía ganar la ribera del Aada antes
que la caballería enemiga y ponerse con seguridad en Herentales. Mas no se
les dio este lugar, porque, rotas nuestras tres compañías de caballos, sin que
les valiese a Nicoló Basta y Juan de Guzmán el cerrar tan determinadamente
con toda la caballería enemiga, que casi la hicieron volver las espaldas, carga-
ron al fin los enemigos sobre ella y atropellaron tan bien a los valones, que al
momento, arrojadas las armas, se rindieron al enemigo. Lo mismo, tras bien
poca resistencia, hicieron los alemanes; los italianos se defendieron mejor, y
el conde de Varas, aunque dudoso en todo lo demás, resuelto en morir vale-
rosamente en defensa de su honra y obligaciones, se puso en la primera hilera
Las Guerras de los Estados Bajos 573

de los capitanes; mas, en muriendo el conde, que cayó de un mosquetazo,


cediendo ellos con lo demás a la adversidad, acudieron a valerse del bosque.
Faltaron de los nuestros cerca de mil hombres y de los enemigos menos de
ciento, y ésos de las primeras cargas que dieron las mangas de la mosquetería
italiana y de la carga de caballería. Perdiéronse treinta y siete banderas y el
estandarte del capitán Alonso de Mondragón, y del bagaje la parte que [420]
había sido más perezosa en no acabar de salir del camino estrecho que va a
Herentales. Murió también el teniente coronel de La Barlota y el Dentichi
quedó en prisión, de la cual se salvó poco después por beneficio de un villano,
su conocido. Sabida esta rota por el archiduque, mandó hacer junta de gente
para echar al enemigo de la Campiña, y para ello salió don Luis de Velasco de
Nivelá con su tercio y don Ambrosio Landriano con la caballería, que inver-
naba en Bolduque, Grave, Ramunda, el Carpe, Verta, Mastrique y las demás
villas del valón Brabante, en número de más de mil caballos; pero, contentán-
dose Mauricio con lo hecho y retirándose a Holanda, se retiró también toda
esta gente a sus puestos hacia la fin de enero.
Al principio deste año partió el almirante de Aragón por orden del archi-
duque con embajadas secretas al emperador y al rey de Polonia; la sustancia
dellas fue, a lo que se entendió entonces, para darles cuenta del casamiento
que el rey nuestro señor había concertado entre el archiduque y la infanta
doña Isabel; y en particular había de tratar con Su Majestad Cesárea lo que
tantas veces se le había pedido, en orden a dificultar a los rebeldes de las is-
las las continuas levas de gente que hacían en Alemaña, amenazando con el
bando imperial a todos los que ayudasen a ellas; y para obligar al emperador
a una acción tan justa, a más de la embajada ya dicha al rey de Polonia, se
ordenó al almirante que procurase con él, tanto en nombre del rey como del
archiduque, su total declaración en materia de la guerra contra el turco324. Lo
que resultó desta empresa fue no concluirse cosa alguna de lo que se pretendía
y quedar el emperador con particular sentimiento de que se diese al archi-
duque, su hermano, lo que él había deseado tanto, con la añadidura de los
estados de Flandes, en demanda de lo cual había mostrado más irresolución
que conocimiento de la estimación en que debía ser tenida una princesa tan
grande y no menos rica de dotes del ánimo que de bienes de fortuna. Pero la
envidia, a verdad, hallaba aquí harta materia en que alimentarse, pasión que
no perdona a hermanos ni parientes ni amigos y que acostumbra a hacer más
violentas impresiones en los sujetos más altos.
[421] Pasóse tras esto buena parte del invierno con varias ocupaciones.
Los rebeldes, apercibiéndose para ayudar al francés con alguna gente y con

324
 Se trata de Segismundo III Vasa, de la dinastía Vasa, rey de Suecia y Polonia (rey de 1587-
1632). El turco es Murad o Amurates III (1546-1595), sultán desde 1574 hasta su muerte,
así como su visir Sokollu Mehmed Pasha.
574 Las Guerras de los Estados Bajos

una gallarda y apretada diversión, el archiduque solicitando nuevas levas de


Alemania y del país para suplir la falta pasada y dando voces por dinero sin
esperanza de poderlos sacar, como otras veces, de los hombres de negocios, a
causa de un decreto que vino por estos días de España, en que por lo debido
hasta entonces se les consignaban rentas y situaciones que, aunque eran sobre
lo más bien parado de la real hacienda en Italia y España, no les venía tan a
pelo como el ir recibiendo intereses de intereses, con daño inestimable de Su
Majestad y provecho suyo dellos. Pero ni este decreto fue de la verdad que
se pensó (como sucede casi siempre en todo género de arbitrios de hacien-
da, más sutiles que provechosos), ni ejecutado tampoco en buena sazón. No
estaban por este tiempo ociosas las guarniciones de nuestras fronteras, antes,
haciendo cada día nuevas entradas en Francia, inquietaban al enemigo y las
más veces volvían cargados de presa y reputación. Pero de nada se hizo caso
respeto a la felicidad del suceso de Amiéns, en el cual, por ser el más notable
que sucedió en aquellas guerras, me alargaré más de lo que acostumbro.
Amiéns325, cabeza de Picardía y la más principal ciudad de las que llaman
de la ribera de Soma, dista treinta y cuatro leguas de París, catorce de Arrás,
diez de Bapama, siete de Pas, en Artois, y otras tantas de Dorlán. Goza de
uno de los más fértiles territorios de toda Francia y de los ciudadanos más va-
lerosos; tanto, que, persuadiéndoles su rey a que admitiesen guarnición y con
capa de mirar por su defensa, asegurarse dellos como de gente que se había
mostrado en otro tiempo demasiadamente aficionada al bando de la Liga, no
sólo rehusaron, pero ofrecieron cuatro mil hombres armados y sustentados a
su costa todo lo que durase el sitio de Dorlán, y otras muchas comodidades
para la expugnación de aquella plaza. Y en virtud deste ofrecimiento y de
la calidad de su sitio, determinó el dicho rey hacer a aquella ciudad asiento
de la guerra y comenzarla, en abriendo el tiempo, con el sitio de Dorlán.
Gobernaba a Dorlán desde que se ganó, como se dijo en su lugar, Hernán
Tello Puertocarrero, y, deseando señalarse con [422] algún honrado servicio
mientras duraba su cuidadosa ociosidad, puso la mira ante todas cosas en lo
que debe hacer cualquier gobernador de plaza fronteriza, que es procurarse
informar de la calidad, fortaleza y defensas de las que tiene por vecinas. Y
mientras todavía estaba en este pensamiento, un cierto Dumolín, ciudadano
de Abevila, que vivía en Dorlán desterrado de su patria, hablando secreta-
mente con Hernán Tello, le persuadió a que la sobrada confianza con que
vivía la ciudad de Amiéns la tenía más sujeta a cualquier linaje de asechanzas

325
 Ver a este respecto la Relación de la presa de la ciudad de Amiéns, metrópoli de la Picardía,
hecha por el sereníssimo cardenal archiduque Alberto de Austria a los diez de março 1597,
Barcelona, Sebastián de Cormellas, 1596. Y también el Discours touchant la prise admirable
de la grande & puissante ville d»Amiens capitale de Picardie, saisie par les espagnloz, le xi. jour
de Mars l’an 1597 (Arras: Chez G. de la Riviere et G. Nauduyn, 1597).
Las Guerras de los Estados Bajos 575

que a otra alguna de Picardía. Porque, dado que pasaba de diez mil vecinos y
de solas las compañías ordinarias de los ciudadanos, había ocho mil hombres
alistados, y más. Era tan poca la gente que en reconociendo las campañas
quedaba en los cuerpos de guardia, que con facilidad veinte hombres resuel-
tos podían apoderarse de una puerta y conservarla hasta que llegase la gente,
que no muy lejos podía estar de emboscada. Pagóle Hernán Tello con buenas
palabras, dudoso de su fidelidad, y, deseando para en cualquier suceso tener
reconocidas las entradas de aquella ciudad, las guardias y la defensa de las
puertas por su medio y probar su verdad convidándola con la relación que ya
tenía de todo, le envió solo primero, y después, habiéndole traído verdadera
relación con su sargento Francisco del Arco, soldado valeroso, noble y harto
prático en la lengua francesa, natural de la ciudad de Borja, en Aragón (y no
de otra parte, como han dicho algunos historiadores)326, decendiente de la
noble sangre de ese apellido, antiguos hijosdalgo, y cuarto hijo en la casa de
su padre, Antonio del Arco, habiendo ya otro hermano suyo, que se llamaba
Jerónimo del Arco, animoso soldado, muerto en el contradique de Amberes
peleando valerosamente, y a este Francisco del Arco hecho capitán después de
ganada Amiéns, y, habiendo en muchas faciones de guerra dado muestras de
singular valor, hasta que con ella murió en la batalla de las dunas de Ostende,
a 2 de julio año de 1600.
Fueron y volvieron dos veces entrambos juntos y, acompañándolos tercera
vez con el capitán La Croix, borgoñón y buen soldado, reconocieron todo
lo que convenía, tanto para acometer la ciudad como también para llegar
a ella sin tocar en lugar poblado. Oídos y examinados por Hernán Tello los
exploradores juntos y cada uno de por sí, envió luego a Francisco del Arco
al archiduque con sola una carta de creencia. Visto por su alteza la tierra que
había andada ya en aquel negocio y pareciéndole que se aventuraría poco en
intentar la empresa, aunque no se saliese con ella, aprobó la determinación
de Hernán Tello, dándole la misma autoridad que a su propia persona para
ordenar y mandar a todos los que habían de acudir de diferentes partes para
aquel efeto.
La noche de los 10 de marzo, desde media hasta una hora [423] después
de anochecido, llegaron al puesto señalado, que era el casar de Horrevile, una
legua más arriba de Dorlán, sobre la ribera del río Autí, todas las tropas seña-
ladas para la entrepresa, que fueron cinco compañías del tercio de don Alonso
de Mendoza; la suya gobernada por Juan de Hinestrosa, su alférez; y las de

326
 Recordemos que el suceso de la toma de Amiéns y la persona de Francisco del Arco figuran
en la comedia de Francisco Bances Candamo Por su rey y por su dama. Sus personajes son
Hernán Tello Portocarrero, el conde San Pol, Carlos Dumelino (francés), Francisco del
Arco, Renolt (francés), madama de San Pol, madama Serafina, Flora, Nise, Ernesto Pleysí
(barba), Carrasco, Ricarte y Ortiz, además de Soldados y Acompañamiento. Se abre la
jornada en Dorlan y Amiéns.
576 Las Guerras de los Estados Bajos

Alonso de Ribera, Diego de Durango, Íñigo de Otaola y don Diego de Villa-


lobos; tres del tercio de don Agustín; las de don Fernando de Deza, Alonso
de Tauste y Baltasar de Zúñiga, gobernada por su alférez; del tercio que toda-
vía estaba por Antonio de Zúñiga, las de Alonso González, de Guadalajara,
gobernada por Alonso Osorio, su alférez, y Miguel de Olague. Podrían ser
todos los españoles quinientos y cincuenta. De Calés vinieron seiscientos en-
tre valones y alemanes. Eduardo Bastok, teniente de coronel del regimiento
de Estanley, trujo cuatrocientos irlandeses; monsieur de Heeme, hermano
del conde de Isenguién, seis compañías que había levantado en el condado
de Flandes para rehacer los regimientos que se perdieron en Tornaute. Toda
esta infantería, y la que pudo Hernán Tello entresacar (sin publicidad) de
su guarnición, llegaron a dos mil y docientos hombres. Las compañías de
caballos fueron la de Jerónimo Carafa, marqués de Montenegro, que las go-
bernaba todas; la de don Gómez de Buitrón, don Juan de Contreras, Carlos
de Sangro, Andrea Alambrese y barón de Aussí, de lanzas; corazas, Daniel de
Gaure, Simón de Latre, el barón de Vergí, borgoñón; y de arcabuceros de a
caballo, las de Miguel Téllez, Bastián Gaudart, Ruger Tacón y Pedro Gallego,
a cuyo cargo había venido la gente de Calés. Todas esta trece compañías, por
estar deshechas de la campaña pasada y no haber tenido tiempo de rehacerse,
no pasaban de quinientos caballos.
Podían ser las nueve de la noche, cuando, después de haber cerrado Her-
nán Tello las puertas de la villa de Dorlán y salido del castillo por la del Soco-
rro con las guías y los disfrazados, para el efeto que se dirá, se halló con toda
su gente de la otra parte del riachuelo Autí. Marchóse hasta medianoche con
muy buena orden y gran silencio y, pareciéndole a Hernán Tello que ya era
tiempo de manifestar a los capitanes el intento que llevaba, haciendo un poco
alto [424] para alentar la gente y apartándose de con ellos, les declaró punto
por punto la forma en que, mediante el favor de Dios, pensaba ejecutar aque-
lla empresa: díjoles lo bien que lo tenía hecho reconocer todo y las partes don-
de pensaba poner las emboscadas para que, ganado la puerta los que habían
de ir delante de hábito de villanos, pudiesen acudir al socorro con presteza.
Mostróles un carro lleno de hazas327 de trigo que se llevaba y advirtióles de
que debajo de las hazas más altas iban bien cubiertos gruesos tablones, para
que, atravesado debajo de los rastrillos de las puertas, no lo pudiesen pasar
las puntas dellos, aunque (como eran de creer) se las arrojasen encima, y con-
cluyó con decirles que, aunque la empresa parecía y aun a la verdad era muy
ardua y dificultosa, lo había de facilitar todo el valor de tan experimentados
capitanes y valientes soldados, siendo así que, trazadas con prudencia y ejecu-
tadas con resolución, pocas vienen a ser las cosas de todo punto imposibles,

327
 «Montón o rimero» (DRAE), así como «porción de tierra labrantía o de sembradura»
(DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 577

aunque muchas comúnmente lo parezcan. Resultaron de aquí varios parece-


res y opiniones, como de ordinario los hay en todo, no por parte de rehusar el
emplear sus personas en semejantes empresas, que para aquello venían, y para
allegar a cosas semejantes trabajaban toda la vida y sufrían alegremente los
trabajos de la guerra328, sino teniendo por cosa de burla el pensar que con tan
poca gente se había de poder ganar una ciudad tan grande, tan importante y
cabeza de aquella provincia, donde asistía el conde de San Pol, gobernador de
toda ella y príncipe de la sangre real. Hallaban dificultad, y no sin causa, hasta
en el sustentalla, después de ganada, no sólo en entrar en una ciudad como
aquélla con un carro y tres sacos de nueces y manzanas, añagaza que mostraba
más los buenos deseos de quien lo había trazado que no apariencia alguna de
buen suceso. Finalmente, concluían con que a la verdad parecía más empresa
del tiempo antiguo, en que se usaban ballestones de palo, que no de las que la
malicia humana había sabido inventar en tantos centenares de años; con todo
eso, se redujo la mayor dificultad al tiempo que quedaba desde allí al día. Y
porque de las guías y personas pláticas en el país fueron más los que dijeron
que era imposible llegar antes de amanecer a los puestos señalados, Hernán
Tello, con harto sentimiento suyo, mandó volver [425] las caras y que los
soldados comenzasen a retirarse, los cuales, aunque ignorantes hasta entonces
de la parte adonde los llevaban, sintiendo mucho que se pudiesen disculpar
las cabezas con culparles a ellos de poco diligentes, comenzaron a decir que
los llevasen adonde quisiesen, aunque fuese menester correr sin parar desde
allí al día. Oyó este honrado ofrecimiento y, conocido el celo y valor con que
se hacía Hernán Tello y sabiendo cuán gran prenda de salir con una empresa
suele ser tomarla los soldados con aquel ardor y punto de honra329, peleando
más ella muchas veces que las manos, pareciéndole también que se aventura-
ba menos en tentar la Fortuna, tan favorable de ordinario a las resoluciones
bizarras330, que en volverse antes de hacer de su parte todo lo posible y que no
sería sin fruto la llegada al puesto, aunque fuesen descubiertos, pues en este
caso podían volverse saqueando el país, animado también por los capitanes,
y en particular por don Fernando de Deza, que con particular afeto y resolu-
ción le apuntó las razones que acabamos de decir y otras, determinó volver a
continuar el camino, dejando el suceso de la empresa en las manos de Dios,

328
 La frase los trabajos de la guerra es proverbial en la literatura de la época. Recordemos por
ejemplo el capítulo XIV del libro III del Reloj de príncipes de Antonio de Guevara, titulado
muy apropiadamente para el sentir de Coloma: «Do comiença una carta de Marco Aure-
lio Emperador a Cornelio, su amigo, en la qual trata de los trabajos de la guerra y de la
vanidad del triunpho. Es letra para los príncipes amigos de guerra y que se dan poco por
la paz» (145).
329
 Punto de honra es pundonor, «estado en que la gente cree que consiste la honra, el
honor o el crédito de alguien.» (DRAE).
330
 En el sentido de «valiente».
578 Las Guerras de los Estados Bajos

que da las vitorias a quien le place. Ayudó mucho el ser tiempo de hielos y
el poder marchar los soldados sin embarazos y por calentarse sin mucho tra-
bajo. Porque de otra manera, estando ya el sol en el equinoccio y no siendo
mayores las noches que los días, caminara mal tanta gente junta siete leguas
de noche por tierra de enemigos, donde se había de marchar forzosamente en
orden y sin perder el hilo. Con todo eso, fue tal la priesa que se dio la gente,
que, a la que tocaba el reloj principal de la ciudad las cuatro de la mañana,
llegó toda a la abadía de San Josef, que está a menos de tiro de cañón della.
Rodeó ante todas cosas la abadía la gente de caballo, hasta que, llegando la in-
fantería, la ocupó y aseguró con milagroso silencio. Hecho esto, se retiró más
atrás la caballería, adonde, poniendo postas a lo largo, procuró emboscarse
y esconderse lo mejor que pudo. Haberse ejecutado hasta aquí tantas cosas,
cada una dellas tan difíciles y sujetas a infinitos accidentes con que podían ser
desbaratadas, daba grandes prendas de buen suceso y acrecentaba estas espe-
ranzas en los soldados y capitanes una casi firme confianza, que cuanto suele
ser dañosa en los consejos, es en la ejecución utilísima.
[426] Sacáronse de toda la infantería trecientos soldados, los docientos
españoles y los demás valones y irlandeses, con los cuales se adelantaron los
capitanes don Fernando de Deza y Íñigo de Otaola y otros de naciones hasta
una pequeña ermita llamada La Madalena, distantes quinientos pasos de la
puerta que mira a Dorlán, a quien llamaban y llamaremos sirempre de Mon-
trecurt. En abriendo el día, comenzaron las cajas de la ciudad a tocar el albo-
rada y de allí a una hora, que serían ya las siete, abrieron, entre otras, esta
puerta, de la cual salieron algunos arcabuceros a descubrir, aunque con tan
poco cuidado, que se volvieron dejándolo todo por llano y por seguro, y sin
llegar a la ermita de La Magdalena, donde estaba la emboscada. A semajantes
descuidos, aunque ajenos, sujeta su reputación quien se encarga de una plaza,
en cuyo cuidado apenas puede haber hora de tregua. Metida, pues, con esta
seguridad la guardia ordinaria de las puertas y viendo los capitanes de La
Magdalena que comenzaban a entrar y salir villanos y gente del campo, hicie-
ron marchar a los disfrazados conforme a la orden que tenían de Hernán Te-
llo, que era ésta: Bautista Doñano, milanés, teniente del capitán Daniel, que
había sido capitán de borgoñones, el sargento Francisco del Arco y otro sol-
dado valón iban delante a la deshilada con sacos de nueces, manzanas y le-
gumbres; los cuales se mezclaron luego con los demás villanos de la comarca,
que iban entrando en la ciudad con cosas para vender. Seguía el carro y delan-
te dél el capitán Lacroy, borgoñón, y un sargento valón; tiraban el carro tres
caballos y guiábanle otros dos soldados borgoñones de la guarnición de Dor-
lán, y detrás dél iban seis soldados valones de la misma guarnición, todos
oficiales reformados y gente de gran confianza. Sólo los tres primeros llevaban
armas, que eran una pistola cada uno, y ésas escondidas, pareciéndoles que
iban más disimulados de aquella manera y que, entrados una vez dentro, no
Las Guerras de los Estados Bajos 579

les podían faltar las que los enemigos tenían arrimadas en el cuerpo de guar-
dia. Había de dar la seña de arremeter el sargento Francisco del Arco, dispa-
rando la pistola en viendo que el carro estaba ya en medio de los dos rastrillos,
los cuales, por estar entre sí en menor distancia que a lo largo del carro, se
presuponía que habían de caer entrambos sobre él, [427] como sucedió. En-
trados, pues, los soldados del disfraz, mostrando no conocerse unos a otros,
llegándose a calentar al fuego del cuerpo de guardia, hacían con gran propie-
dad todos los ademanes que suelen los villanos de aquella tierra, como quien
había tantos años que los tenían en plática. Es la gente de las aldeas de Picar-
día pobrísima y andan vestidos de sayal blanco o de lienzo, y esto tan roto,
que muchas veces muestran por diversas partes las carnes; con lo cual, y con
haber buscado artificiosamente los vestidos más viles, tiznándose las caras y
manos, no había quien hiciese caso dellos para darles del pie. Todo lo demás
habían menester fingir, si no era el frío, que, como los cogía tan en delgada,
los hacía tiritar tan de veras, que de pura lástima los hicieron los franceses
llegar al fuego; que no les fue después de poco servicio para poder menear las
armas. Las pláticas que trabaron entre sí eran tan conformes a lo que repre-
sentaban, que casi se engañaban a sí mismos, y, estando en medio dellas, llegó
una vieja poco menos que decrépita, natural de alguna de aquellas comarca-
nas, que con rostro alterado dijo a los soldados que mirasen cómo estaban y
que hiciesen buena guardia, porque aquella noche habían pasado la ribera del
Autí tropas de españoles. Riéronse los franceses, teniéndolo por burla, y a uno
que quiso moverse para ir avisar dello al conde de San Pol detuvo el caporal
de la guardia, diciéndole que si hubiera algo de nuevo ya lo supiera el conde
y estuviera la ciudad en arma. Así en las malas suertes va la Fortuna cerrando
la puerta a todos los remedios. Francisco del Arco, que hasta entonces se ha-
bía estado calentando como los demás, volviendo el rostro para ver si llegaba
el carro tan deseado, vio que comenzaba a entrar por la puerta de la ciudad,
después de haber pasado las del rebellín que la cubre y que el borgoñón que
guiaba el caballo delantero, apeándose dél, había cortado los tirantes. Estando
embebecido Francisco del Arco y aguardando a que el carro acabase de llegar
al puesto que ya de antes tenían imaginado, llegó a él un sargento de la guar-
dia y con voz ya alterada le preguntó de dónde era; él, que no había sido pe-
rezoso en sacar la pistola, disparándosela en los pechos, le respondió: «De
aquí soy». Dada esta señal, se apoderaron en un instante, él de la partesana331
del sargento y los [428] disfrazados de las armas del cuerpo de guardia, y,
manejándolas todos valerosamente, se dieron tan buena maña, que, antes que

331
 De la voz italiana partigiana, «arma ofensiva, a modo de alabarda, con el hierro muy gran-
de, ancho, cortante por ambos lados, adornado en la base con dos aletas puntiagudas o
en forma de media luna, y encajado en un asta de madera fuerte y regatón de hierro. Fue
durante algún tiempo insignia de los cabos de escuadra de infantería» (DRAE).
580 Las Guerras de los Estados Bajos

los de la emboscada de La Magdalena llegasen, habían muerto a veinte y dos


franceses, que eran los que entonces se hallaban a la guardia del rebellín. A los
tiros y voces de unos y otros tocó arma la centinela que de ordinario está sobre
la puerta (con orden de cortar una cuerda de que pende el rastrillo siempre
que le parezca que hay necesidad de cerrarlas), y, haciendo aquí bien su oficio,
cortó la del rastrillo de afuera, el cual, por ser todo de una pieza, quedó sobre
el carro, sin legar al suelo. Los nuestros, en sintiendo la seña del primer pisto-
letazo, a más correr entraron por el rebellín, que ya estaba por nosotros, y
entre los disfrazados y algunos soldados buenos corredores se hallaban ya del
todo dentro de la ciudad cerca de cien arcabuceros, los cuales acudieron luego
a ocupar los puestos de las murallas y de las torres. Uno dellos, entrando con
discreta prevención en la garita del rastrillo interior, que era de puntas, y cada
una de por sí, que son los mejores, hallando a la centinela francesa que corta-
ba las cuerdas, les dio algunas heridas, hasta que le obligó a volver a levantar
las estacas del rastrillo, a tiempo que, habiendo acabado de caer todas y atra-
vesado el carro hasta el suelo, por ser muy pesadas y de agudísimas puntas
habían cortado el hilo y cerrado el paso a los que iban entrando; tal, que es-
taban ya en el rebellín apiñados más de quinientos hombres de los nuestros,
que, en viendo el buen suceso, habían acudido de todas las emboscadas, tanto
infantes como caballos, conforme a la orden que tenían del gobernador, cosa
que ocasionó en todos ellos la tristeza que se puede considerar, y más viendo
por entre las estacas del rastrillo que iban ya cargando los enemigos y comen-
zaban a tirar muchos arcabuzazos. Pero cayóse en que, no habiendo acabado
de llegar al suelo una de las puntas del rastrillo, dejaba lugar bastante para ir
entrando por allí los delanteros, aunque con grande dificultad y de uno en
uno. En esto nuestro soldado, que no dormía, y otros algunos que le ayuda-
ban, acabaron de levantar la estaca, con que pudo entrar casi de tropel toda la
gente de a pie y de a caballo que se hallaban en el rebellín, y en particular los
capitanes Daniel y Simón de Latre con sus compañías de corazas, metiendo
los caballos del diestro y haciendo tropas des[429]pués, poniéndose a caballo
con las pistolas en las manos. La gente de a pie, tendiéndose por la muralla,
se hicieron tan señores de mucha parte della, que, volviendo algunas piezas de
artillería a la ciudad, trataban de dispararlas hacia las casas, que al gobernador
y a los del gran escuadrón que venían a entrar a paso tirado puso en gran
confusión, creyendo que era imposible haber hecho tanto los primeros y que
los que andaban en la muralla eran enemigos. Mas, entendida la verdad, arro-
jando las naciones sus mochilas, se aparejaron al saco y a la presa. Al punto
que el gobernador entraba por la puerta en escuadrón daba el reloj las nueve,
tiempo en que la mayor parte de los ciudadanos estaba en la iglesia, por ser
Cuaresma y haber sermones en casi todas ellas. En uno de los cuales dicen
que, exagerando el predicador el castigo que merecían los pecados de aquella
ciudad, dijo que ya le parecía que entraban los españoles a destruíllos, como
Las Guerras de los Estados Bajos 581

habían hecho a otras ciudades de Francia, que, si fue profecía, no tardó mu-
cho en cumplirse.
Antes que el gobernador Hernán Tello acabase de entrar con su gente,
hubo alguna defensa por parte de los ciudadanos, los cuales hacían rostro
detrás de las esquinas, atravesando las cadenas que hay por las más dellas en
las ciudades de Francia para impedir el paso a la caballería. Sacaban cuanto
se les venía a las manos para atrincherar las bocas de las calles, pero a todo
prevenía la furia de los soldados vitoriosos, haciéndoles pagar con las vidas
aquella temeraria, aunque honrada, resolución. Mas, en entrando el gran es-
cuadrón con la caballería en buena orden, que al punto se encaminó a la plaza
principal para desde allí ganar y fortificar las puertas y acabarse de asegurar
de la vitoria (cuidado importantísimo en tal género de facciones, que tal vez
el esparcirse toda la gente, atenta sola al saco, suele animar a los ciudadanos
a restaurar lo perdido y salir con ello, de que no faltan ejemplos), no pensa-
ron los franceses en otra cosa que en salvar sus haciendas y a más no poder
las vidas, saliéndose los más ricos y poderosos por las puertas de Noyón y de
Beaobués, dejando su patria, sus casas, sus mujeres y hijos a discreción del
vencedor. No tuvo mejor fortuna que ésta el conde de San Pol, porque, [430]
incrédulo al principio del alboroto, todo lo que dilató el salvarse le vino a
faltar de tiempo para hacerlo sin conocido peligro, que al fin hubo de salirse a
pie por una de aquellas puertas de la parte de Francia, con tanto recelo de que
le siguiesen, que dicen ofreció quinientos ducados a la centinela francesa, que
todavía estaba sobre la puerta, porque, salido él y sus caballos, que le venían
siguiendo, dejase caer el rastrillo, como lo hizo, con provecho del conde y
daño de otros muchos que a esta causa quedaron en prisión.
Todo este día pasó en saquear la ciudad, y era tanto lo que se hallaba en
que hartar la codicia, que para cada soldado había tres y cuatro casas que reco-
nocer y que gozar; en lo demás anduvo la gente tan modesta, que no se tuvo
noticia de cosa grave que castigar. Murieron de los enemigos poco más de
ciento y de los nuestros solos tres. Hernán Tello, los capitanes, todas las picas
y gente granada, no menos de la caballería que de la infantería, hicieron es-
cuadrón en la plaza del mercado, formándole el alférez Andrés Ortiz, sargento
mayor del tercio de don Alonso, soldado muy prático y que con su prudencia
y solicitud llegó a tener después gran autoridad con todas las naciones lo que
duró el sitio, que contaremos presto.
Tomadas, pues, y guarnecidas las puertas de la ciudad y asegurado todo, vi-
sitó Hernán Tello a la condesa de San Pol, consolándola y dejándole libertad de
irse en busca de su marido o de quedarse en su casa, lo uno y lo otro sin peligro
de perder hacienda ni otra alguna cosa; ella, muy agradecida y cortés, como lo
son todas las francesas, escogió el irse y se fue tres días después. Halláronse en la
muralla y en las casas de munición hasta ochenta piezas de artillería muy bien
encabalgadas, cañones, medios cañones y culebrinas; y de allí a algunos días en
582 Las Guerras de los Estados Bajos

cierta mina de una casamata hasta nuevecientos quintales de pólvora, que fue
después, para alargar el sitio, del servicio que se deja considerar.
Repartidos el día siguiente los cuarteles a todas las naciones, señalados
los cuerpos de guardia y puestas las cosas en razón, que se hizo con gusto y
satisfación universal, determinó Hernán Tello desarmar los ciudadanos y para
ello mandó echar un bando muy riguroso, en que se amenazaba con pena de
la vida a cualquiera que se atreviese a esconder o disimular cualquier género
de armas; y fue tal el número dellas y tan grandes los rimeros de arcabuces,
mosquetes, picas y otras armas ofensivas y defensivas que se trajeron a la plaza
(digo esto con el mismo encarecimiento que usa don Diego de Villalobos en
sus Comentarios, a quien en mucha parte desde suceso sigo de buena gana,
como a testigo de vista)332, que, si el día de la entrada no hiciera otra cosa cada
vecino sino irse a la puerta por donde se entró y echarlas allí, en tres días no
fueran bastantes los españoles ni las otras naciones a quitarlas para entrar.
Estábase de día y de noche con las armas en la mano en muchos y diversos
cuerpos de guardia, rondando, en particular la caballería, con el cuidado y re-
cato que se puede considerar, a causa de tener dentro de la misma ciudad más
de diez mil enemigos, no siendo los nuestros de tres mil y quinientos arriba,
puesto que a la fama de la riqueza del saco acudieron luego de todas naciones
y de diferentes presidios otros muchos soldados, sin embargo del conocido
peligro con que se entraba y salía, por el cuidado con que la caballería francesa
de Picardía corría todas aquellas campañas. En cuyas manos cayeron algunos
soldados, más codiciosos de dinero que de honra, mientras, desamparando
sus banderas y estandartes, procuraban ponerse en cobro con lo ganado; y,
aunque era la causa toda una, tenían al fin mayor disculpa los que entraban
que los que salían. Tomó al octavo día Hernán Tello muestra a toda la gente
con que se hallaba y causóle gran contento ver que llegaba a tres mil y qui-
nientos hombres, sietecientos dellos españoles. Y, pareciéndole conveniente
negar la salida a los que ya se hallaban dentro, lo hizo, vedándolo con pena
de muerte, y valiéndose de la persuasión y cebo de prometer, de parte de su
alteza, a los que habían acudido de otras compañías que se les harían buenos
sus sueldos corridos y el tiempo que servían en las que de nuevo escogiesen
para agregarse a ellas, como lo hicieron todos con gran prontitud.
Otro día después del felice suceso de Amiéns, despachó Hernán Tello al
sargento Francisco del Arco para dar cuenta al archiduque de tan señalada
vitoria y de los que necesitaba de mayores [432] fuerzas para defender una

332
 Se trata de los Comentarios de las cosas sucedidas en los Países Baxos de Flandes desde el año
de 1594 hasta el de 1598, del capitán de caballos (y soldado escritor) Diego de Villalobos y
Benavides. Al parecer al caer prisionero de los holandeses perdió el manuscrito de su obra,
que hubo de volver a redactor a instancia de sus amigos. Ver la estupenda ponencia de
González Castrillo al respecto.
Las Guerras de los Estados Bajos 583

ciudad tan grande, pues no había duda en que el rey de Francia había de acu-
dir con todo el poder del reino a procurar cobrar aquella ciudad tan principal
y que para echar al enemigo de casa habían de ayudar de veras, no sólo los
vasallos, sino también los amigos públicos y secretos, unos por temor y otros
por envidia de la ajena felicidad. Recibió el archiduque al mensajero con sin-
gular regocijo y en principio de recompensa de lo que había trabajado le hizo
merced de mandar que se le formase una compañía de infantería española en
Amiéns, entresacando la gente de las demás compañías y agregándole con ella
el tercio de don Alonso. Mandósele volver luego con aviso de que marchaba
ya el conde de Busquoy con tres mil valones y Juan de Guzmán con cinco
compañías de caballos; esto para principcio de refresco, mientras se juntaban
las fuerzas necesarias para divertir los acometimientos que el francés intenta-
se. Mandóse al capitán Cristóbal Lechuga, uno de los tenientes de la artillería,
que fuese a encargarse de la que se había ganado en Amiéns, y, porque Her-
nán Tello pedía con gran instancia un ingeniero para fortificarse, se le envió
también al caballero Pachoto, hermano del conde Pachoto, el que murió en
el asalto del castillo de Calés.
No se descuidó el archiduque de avisar al rey con correo a diligencia y
con bajel de Dunquerque del suceso de Amiéns, pidiéndole, ante todas co-
sas, premios para los ejecutores; y, representando los grandes efetos que se
podían hacer si se conservaba aquella ciudad para la corona de España, no
olvidándose de anteponer las antiguas pretensiones, heredadas con la casa de
Borgoña, de las plazas situadas sobre la ribera del río Soma, la más principal
de las cuales era Amiéns, y que hasta para hacer las paces con ventaja convenía
tener aquel torcedor. Concluía pidiendo gente española y dineros con que
pagar las levas de naciones que se quedaban haciendo. Pero el rey estaba ya
al fin de sus días y tan cargado de enfermedades dolorosas, que, aunque para
alegrarle le dieron cuenta los de la Junta de la presa de Amiéns, dejaron las
demás peticiones para otra ocasión; perniciosa y antigua costumbre para con
los príncipes, hablarles más a medida de su gusto que de su provecho. Sólo
a Hernán Tello se le dio la [433] encomienda de Carrizosa de la orden de
Santiago; trecientos ducados de renta de por vida a Francisco del Arco y otros
seiscientos que repartir entre los capitanes que más se hubiesen señalado; en
lo de enviar dineros hubo toda la tibieza que fue menester para mal lograr un
suceso tan venturoso, como lo iremos viendo.
Hallóle al rey de Francia esta nueva en París, desde donde, con solas sus
guardias ordinarias, pasó volando a Corbié; y tanta fue la diligencia de que se
usó y la que el mariscal de Birón puso en juntar gente, que a los 22 del mesmo
mes de marzo tenía ya alojados entre Amiéns y Dorlán tres mil esguízaros,
mil ingleses y cerca de mil caballos franceses. Con esta gente y con la que se
le iba juntando cada día, no reposaban un punto él ni sus capitanes; antes,
habiendo ofrecido a las ciudades por donde vino pasando desde París que, lle-
584 Las Guerras de los Estados Bajos

gando a ver a Amiéns, la había de ganar a escala vista, andaba todas las noches
tocando arma a los nuestros, unas veces cargado de escalas, otras de petartes333
y todas como convidando a los ciudadanos a que, renovando la memoria de
su antiguo valor, sacudiesen el yugo de aquella gente y les hiciesen pagar el
hospedaje con las vidas. Mas de todas estas amenazas cuidaban menos los
españoles que de prevenir con el cuidado necesario todo lo que dentro y fuera
les podía asegurar de los enemigos.
Una noche Birón, avisado de que en la mina del rebellín que cubre la
puerta de Montecurt había la cantidad de pólvora que dijimos haberse ha-
llado dentro de la ciudad, que hasta entonces no sabían los nuestros della,
imaginó en volalla metiendo una salchicha por cierta tronera334 baja que salía
al foso, llena de gran cantidad de pólvora alquitranada. Fue suerte que, aun-
que la salchicha hizo su efeto, no pudo alcanzar a la pólvora por estar mucho
más adentro de lo que habían pintado, que, si alcanzara, hubiera volado todo
el rebellín y la puerta, con el daño que se deja considerar. Fue tal la presteza
con que acudieron los nuestros a la muralla, creyendo que era la puerta la
que había volado, que, disparando muchas veces al foso sus armas de fuego y
haciendo lo mismo la artillería, hubieron de retirarse los enemigos, y no sin
pérdida.
[434] Viendo el rey la vigilancia con que estaban los nuestros en Amiéns,
determinó tentar algo de lo que probablemente se pudiese creer vivía con
menos recato y, picado del golpe recebido con la pérdida de un ciudad no-
bilísima y cabeza de provincia, imaginó que soldaría esta quiebra tomando
por entrepresa otra ciudad de los Estados, cabeza también de provincia y en
nada inferior a la que había perdido. Escogió para esto la ciudad de Arrás,
cabeza del condado de Artois, y la noche de los 30 de mayo hizo marchar al
marichal de Birón todo el día, que acertó a ser muy lluvioso y cubierto; tal,
que al anochecer se halló una legua de Pas, en Artois, y, pasando el río de
Autí por entre Pas y Dorlán, llegó con cuatro mil infantes y mil quinientos
caballos a aquella parte de la ciudad que llaman propiamente la Citté, que
es la más cercana a Francia, con intento de tocar arma con la caballería a la
otra parte más baja que mira al Artois, llamada la Villa Vieja, y plantar entre-
tanto los petartes a la puerta de la Citté, como lo hizo, en oyendo las voces
y arcabuzazos que andaban de la otra parte, adonde cargó toda la gente de
la ciudad, que es mucha y muy valerosa, salvo la de la propia Citté, por ser
barrio separado y dividido con murallas y foso de lo restante de la ciudad. De
dos petartes que se plantaron, sólo uno hizo efecto y se llevó un rastrillo y un
pedazo del puente levadizo, por el cual comenzaron a ir entrando algunos y

333
 Del fr. petard, tubo que se rellena de pólvora.
334
 «Abertura en el costado de un buque, en el parapeto de una muralla o en el espaldón de una
batería, para disparar con seguridad y acierto los cañones» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 585

arrimarse a la segunda puerta. Era poca la guardia ordinaria que asistía a ella,
pero, acudiendo con valor, comenzaron a arcabucear a los que iban entrando
desde los traveses interiores, haciendo el mismo oficio los exteriores desde la
casamata con cañonazos y mosquetazos, aunque sin efeto, por haber hallado
los enemigos con qué cubrirse. Duraba mucho la porfía del enemigo y con
las exhortaciones del marichal Birón iban entrando siempre más franceses,
hasta que, acudiendo valerosamente el conde de Busquoy, que casualmente se
hallaba en Arrás, y trayendo consigo al capitán Cristóbal Lechuga y treinta o
cuarenta soldados españoles y valones que se hallaban acaso también allí, ani-
mados unos y otros, arcabucearon a los que habían entrado, sin que escapase
ninguno. Parecióle temeridad a Birón el porfiar más y acabó de desanimar a
los suyos verle a él herido, aunque levemente, en una mano; [435] con que,
y con pérdida de más de cien franceses, se retiraron a sus cuarteles, que los
tenían menos de una legua de Amiéns. Sucedió en estos mismos días una
harto buena suerte a la compañía de don Sancho de Luna, habiéndose él ya
partido para España, y fue que, saliendo de Calés su alférez Pedro Martín con
ochenta soldados, entre lanzas y arcabuceros, a correr, como otras veces solía,
la campaña y país de Boloña, el gobernador della, señor de Campañola, el
que, como dijimos en su lugar, metió el socorro en Calés, tenido por uno de
los mejores soldados de Francia, avisado por sus espías, le aguardó a su vuelta
con golpe de infantería y cuarenta caballos en un puesto inexcusable y tan
fuerte, que por ambos costados le cubrían dos pantanos inaccesibles. Viéndo-
se Pedro Martín en la emboscada y animados él y los suyos de la necesidad,
rompieron por medio de los franceses con singular valor y, dejando muerto al
gobernador Campañola y a otros seis mil gentilhombres, pasaron al fin con
pérdida de solos tres soldados, que murieron de la primera carga. La pérdida
del gobernador Campañola sintió mucho el rey de Francia, por ser uno de los
soldados de quien más confiaba.
Estaba entretanto desterrada del todo la ociosidad de Amiéns, tal, que has-
ta los mozos de servicio de los soldados, que los de edad competente pasaban
de mil, repartidos por compañías, con sus oficiales, cajas y banderas, hacían
no solamente oficio de gastadores y ayudaban a sus amos en las fortificacio-
nes, pero también se ejercitaban en tirar al enemigo con particular destreza y
alborozo y perseveraron en ello todo lo que duró el sitio. Entrados Lechuga y
Pachoto en Amiéns una noche con solos seis caballos, comenzó el primero a
ir alojando su artillería, poniéndola en los lugares competentes, y el segundo
a trazar fortificaciones, comenzando por la parte que mira a Beaobués, que,
siendo la más acomodada para arrimarse por la de Francia, era también la más
flaca, aunque, por ser también la más llana y baja, tenía un razonable foso de
agua, sacado con una zanja del río Soma. Pensaron todos que los acometerían
por allí y causó este engaño un grande inconveniente, porque, si el tiempo
que se gastó en fortificar un rebellín y en hacerle a toda aquella parte estradas
586 Las Guerras de los Estados Bajos

cubiertas y lo que se trabajó en cortar a lo largo el foso desde la [436] puerta


de Montrecurt hasta cerca del río para buscar una mina por donde decían se
podía entrar en la ciudad desde muy lejos, hablilla que se dice de todas las
villas y ciudades fuertes, casi siempre sin fundamento, se gastara en echar un
brazo de la ribera por donde después se echó, cuando ya no fue de provecho,
por ventura tuviera el francés mayor dificultad de la que tuvo en pasar con
la zapa el foso y alojarse en la muralla. Porque es de saber que el río Soma,
bajando de San Quintín, Perona y Corbié, en topando con Amiéns, por la
parte de levante se divide en dos ramos, los cuales, volviéndose a juntar antes
de salir de las murallas, dejan hecha en medio de la ciudad una isla larga y
angosta, que es lo mejor y más poblado della. El ramo superior, que se arri-
ma a la frente del país de Artois, por hallar alto el terreno del foso, aunque
le presta alguna agua, es tan poca, que no pasa de dos pies de hondura y en
donde más fuera menester, que es en el foso del rebellín de Monstrecurt, no
llega de ninguna manera, y aquí es donde se buscó la mina, en que se gastaron
muchos días de trabajo en vano.
Parecióle a Hernán Tello dividir todo el ámbito de la muralla por nacio-
nes, lo que no fue aprobado de todos los de su consejo, que raras veces los jui-
cios de los hombres convienen en un parecer. Decían unos que era demasiada
confianza encomendar a una sola nación una puerta y tan grande espacio
de muralla, y otros que, siendo así que la falta de fe desbarata toda humana
prevención, era el mejor remedio para confirmarla en todos mostrar inge-
nuamente que no se esperaba dellos sino la lealtad, que es con lo que se suele
hacer dudar a los mal inclinados, asegurarse a los dudosos y quedar de nuevo
obligados y resueltos los fieles; fuera del efeto que había de hacer la emulación
de la honra335 y el no poder, en los casos adversos, echar los de una nación la
culpa a los de la otra. Y así, arrimándose el gobernador a este consejo como al
más sano en aquella ocasión, repartió desta manera sus fuerzas: a los españo-
les encomendó el rebellín llamado de Beaobués, la puerta de Abevila y todo
aquel espacio de muralla hasta la puerta de Montrecurt, la cual, y su rebellín,
con otro espacio de muralla, toda ella por frente del país de Artois, tuvo a su
cargo el teniente coronel Eduardo Bastock, irlandés, con los de [437] su na-
ción y los valones de regimientos; monsieur de Heme con sus seis compañías
levantadas en el condado de Flandes se dio de allí adelante hasta topar con el
río. La puerta de Noyón y todo aquel espacio de muralla de la parte de Fran-
cia hasta volver a topar con los españoles guardó el capitán Pedro Gallego con
la gente de naciones que había traído a su cargo de Calés. Y por poder acudir
a lo de fuera sin el cuidado que forzosamente habían de causar los ladrones

335
 Fue política generalizada para la efectividad de los tercios fomentar la rivalidad entre las na-
ciones de los mismos, para, por el prurito de honra, intentar conseguir una mayor rapidez
y eficacia en las acciones bélicas.
Las Guerras de los Estados Bajos 587

de casas, hizo salir de la ciudad a más de seis mil ciudadanos, dejándoles sacar
todo el oro y plata y cosas de precio con tal que lo registrasen, y, dándoles
barcas, con fianzas de volverlas, para llevar su hacienda desde Abevila por la
ribera abajo, quedaron menos de dos mil casas pobladas de franceses, y ésos
oficiales mecánicos y gente pobre.
Puestas en orden las cosas de dentro de la ciudad, se resolvió el gobernador
en arrasar los burgos o arrabales de la parte de Francia, que desta otra no los
había a causa del mal vecino del país de Artois. Y hízose pegándoles fuego,
que fue una miserable vista ver arder más de mil y quinientas casas, muchas
dellas palacios de recración y quintas adornadas de hermosos jardines. Sacóse
desto el provecho de arrasar la campaña (diligencia la primera que deben
hacer los que aguardan sitio) y poder meter en la ciudad para quemar y otros
servicios las vigas y maderames escapados de la violencia del fuego.
Entratanto, el marichal de Birón tentó el entrar en Dorlán por escalada,
pero salióle mal, porque, acudiendo el sargento mayor Fernando de Vallejo
con la gente de la guarnición a la puerta de Arrás, por donde, como a la par-
te más segura, había cargado el enemigo, se hubo de retirar sin tentar cosa
alguna, ofendido al amanecer de la artillería a caballo, con más daño que
reputación.
En este medio el rey de Francia, deseando meternos más inquietudes en
casa y cortar el hilo a los socorros que iban entrando en Amiéns con alguna
diversión, hizo que el marichal de Baliñí (el cual, desde que perdió la ciudad
de Cambray y se casó con una hermana de madama Gabriela, dama del rey,
vivía en su castillo de Boán, en frontera de Henao y de Cambresí, dando con
la viveza de su espíritu y secretas inteligencias mil ocasiones de sospecha)
ocupase con [438] cuatro mil infantes un puesto sobre la Mosa, como lo
hizo, fortificando el villaje de Rebín, desde donde la guarnición de trecientos
infantes y cincuenta caballos que allí dejó comenzó a hacer grandísimo daño
en el país, y le hiciera mayor si no proveyera su alteza de remedio, enviando a
los postreros de marzo al maestro de campo don Luis de Velasco con su tercio,
que invernaba en Nivelá, los regimientos de Achicourt y La Barlota y cuatro
compañías de caballos. Don Luis, abriendo trincheras al fuerte, batiéndole a
los 3 de abril con cuatro cañones, madó dar el asalto y entró por fuerza con
muerte y prisión de todo el presidio, con que, dejando finalmente limpio
aquello y desmantelado el fuerte, se volvió a su guarnición.
Habíanse arrimado a Dorlán el conde de Busquoy con cuatro mil infantes
valones y Juan de Guzmán con trecientos caballos con designio de entrar
en Amiéns. Y, estando cada día aguardando ocasión acomodada, avisado el
archiduque de que había el enemigo sacado una trinchera de la una parte del
río hasta la otra, todo por la parte que mira al país de Artois, y que -sin esta
fortificación- tenía ya levantados tres razonables fuertes en todo el ámbito de
la trinchera, sin otros dos fuertes reales que estaba haciendo, uno en el villaje
588 Las Guerras de los Estados Bajos

de Lampré, distante media legua de la ciudad por la parte que sale della el
río Soma, y otro en el de Caumont, otra media legua más arriba, ambos para
cubrir dos puentes sobre barcas por donde comunicarse con las tropas que
tenía de la parte de Francia; pareciéndole a su alteza que ya no podía pasar sin
mucho peligro tan grande golpe de gente y que era mejor servirse désta para
el socorro que se quedaba trazando, envió a mandar al conde que se volviese
a refrescar al país de Artois y que Juan de Guzmán con su gente procurase
entrar en Amiéns.
Tuvo Hernán Tello aviso de que había de entrar esta caballería y, no pen-
sando que sería tan presto, no previno lo que fuera necesario para recebilla,
que fue de inconveniente no pequeño, porque, marchando Juan de Guzmán
la noche de los 14 de abril, seguro de que no había peligro sino hasta llegar a
las puertas de la ciudad, la experiencia mostró que se engañaba, y pasó así.
[439] Puso Juan de Guzmán en tropas separadas las cinco compañías que
llevaba, la suya de lanzas españolas, las de Juan Jerónimo Doria y Carlos de
Sangro, lanzas italianas, y las de arcabuceros a caballos de Francisco de la
Fuente y Martín de Eguíluz; y, después de haber marchado hasta una legua
de la ciudad, fue sentido de las emboscadas del enemigo y cargado hasta que
llegó a las mismas puertas, a la parte del rebellín de Montrecurt, a cosa de una
hora antes del día. Los nuestros, viéndose en salvo, tocando las trompetas, se
apearon muchos delante de las barreras y rastrillos. Comenzaba ya a hacerse
de día, cuando, avisado Hernán Tello, guarnecidas las murallas y ordenada la
gente para abrir las puertas, vio que, madrugando más el marichal de Birón,
arcabuceaba gallardamente a nuestro socorro, haciendo los franceses saltar al
foso a muchos soldados y a muchos más caballos, que quedaban como por
trinchera entre ellos y los nuestros. Hicieron Juan de Guzmán y los capitanes
todo lo posible para defender a su gente, pero sin provecho, hasta que, abierta
la puerta del rebellín, comenzaron a entrar con gran confusión y apretura.
Con toda ella pudo salir el capitán don Fernando de Deza con su compañía
y otra de irlandeses del capitán Tomás, que por un rato ahuyentaron al ene-
migo desmandado, muriendo muchos dellos al retirarse por la mosquetería
de la muralla, que hizo muy bien su deber. Mas, cargando resueltamente un
escuadrón de esguízaros y franceses, volvieron a rechazar a los nuestros hasta
las barreras, adonde se peleó un buen rato pica a pica, no atreviéndose a jugar
la artillería del través, por no ofender a los amigos, tanto se habían mezclado
unos con otros. Jugó al fin cuando les pareció a los artilleros, que se iban se-
parando con mucho daño de los esguízaros, aunque mayor de los españoles,
por alcanzarle un dado de una piecezuela al capitan don Fernando de Deza,
de cuya herida murió de allí a dos días, a manos se puede decir de sus proprios
amigos, que hasta dellas suelen también servirse los sucesos desdichados. Ha-
bía ya salido gente bastante para defender la estrada cubierta, mas, no con-
tentos los soldados con eso, salieron a la campaña y, peleando valerosamente,
Las Guerras de los Estados Bajos 589

obligaron al enemigo a retirarse del todo. Murió también el capitán Tomás,


irlandés, y el capitán Alonso de [440] Ribera sacó un mosquetazo en una
pierna. Tratóse de alojar la gente que había entrado a cosa de las nueve, que
hasta entonces duró la escaramuza, y hallóse mucho menos que su fama, y
casi ninguna respeto al ruido que había hecho. Fue desdicha revocarse la re-
solución del socorro que había de meter el de Busquoy, pues el suceso desotro
mostró que, aunque con alguna dificultad, pudiera haber entrado.
Con ocasión de haber pasado este socorro por sobre las trincheras y entre
dos fuertes, comenzaron los franceses de allí a seis días a trabajar en ellas, que
no hay mejor maestro, aunque costoso, que el escarmiento. Y Hernán Tello, de-
seoso de darles por allí también una buena mano, lo hizo, arrojando al marqués
de Montenegro con cuatrocientos caballos; el cual, poniendo de vanguardia al
capitán Francisco de la Fuente con sus arcabuceros, degolló más de docientos
franceses entre soldados y gastadores; y, aunque cargaron muchas tropas de ca-
ballos enemigos y mangas de infantería, se retiraron sin perder un sólo hombe,
asistidos del capitán Diego de Durango, que salió a favorecer la retirada; por
cuya mosquetería y por la artillería que hacía jugar a Lechuga en las murallas
murieron más de otros ciento, y entre ellos algunas personas de cuenta.
Comenzábase hacer sentir la peste en la ciudad de Amiéns, que entró con
algunos prisioneros del campo, donde morían muchos de contagion; para
cuyo remedio y cura de otras enfermedades, en especial de heridos, que había
muchos, hizo Hernán Tello un hospital, encargándole al doctor Lucas López
de Villareal336, sacerdote enviado por su alteza de los primeros para este efeto,
con muy buenos créditos. Aumentóse mucho con los despojos del convento
de frailes augustinos, que se les aplicaron por lo que diré luego. Fue este hos-
pital de muy gran servicio, pudiéndose decir con verdad que en el discurso
del sitio restauró más de mil vidas; habiendo sido heridos muchos de todas
naciones, que entraron en él tres y cuatro veces, volviendo otras tantas a pe-
lear con el nuevo ánimo que les causaba saber que tenían la guarida y seguro
el regalo y la caridad.
Procuró el rey de Francia desde el primer día ganar las voluntades de algu-
nos ciudadanos, deseando por este camino fomentar algún rato con que soldar
la quiebra. Los que con mayor fervor [441] conservaron inteligencias con él
fueron los frailes augustinos por vía del obispo de Amiéns, que entonces estaba
dentro; y la traza, tras largas conferencias, tratadas por vía de espías, que jamás
faltan, fue ésta. Caía el monasterio de San Agustín pegado a la puerta de No-
yón, districto del cuartel de Pedro Gallego, junto al de los españoles y en igual
distancia de ciertos puentes, por debajo de los cuales entra en la ciudad el río; y
a tres tiros de mosquete, en el casar de Rivières, estaba el cuartel de los ingleses

336
 Notemos que con el mismo nombre se atestigua un poeta de academia, relacionado con
Pedro Fernández de Navarrete.
590 Las Guerras de los Estados Bajos

antes del casar de Caumont, donde alojaba la caballería francesa. Trazóse que
una noche señalada procurasen irse juntando en el monasterio hasta treinta
conjurados y que a cierta hora un boticario medianero del trato pegase fuego a
su propia casa, que era junto a la plaza, para que a un mismo tiempo sirviese de
contraseño y llamase al remedio del fuego a toda la soldadesca. Habían de salir
a esta sazón los conjurados del convento y procurar ganar el cuerpo de guardia
que los valones tenían sobre las puentes y tres piezas de artillería, fortificándose
con sacas de lana y otras cosas deste género, hasta que, llegando los ingleses y
franceses, pudiesen darles la mano y entregalles la ciudad. Entraron en hábito
de villanos, que traían provisiones los más y con varios artificios otros. Camina-
ba el negocio con grande secreto y no pequeñas esperanzas de salir con él, hasta
que uno de los del proprio trato, llamado Hugo Leseao (a lo que se cree), no
tanto por amor que nos tuviese como por el peligro común que corren en una
ciudad saqueada los leales y los traidores, manifestó el negocio al gobernador,
que lo remedió, buscando en el monasterio los culpados, adonde se prendieron,
casi los más dellos capitanes y gente de cabo. Prendiéronse también muchos
ciudadanos, de los cuales mandó el gobernador ahorcar el siguiente nueve por
traidores, por cuanto habían jurado fidelidad a España. Los del campo se troca-
ron por otros tantos prisioneros nuestros; a los frailes se mandó salir de la ciu-
dad y no mucho después al obispo, aunque con el término y estilo conducente
a su dignidad.
Habíase entretanto disputado mucho en el campo francés sobre la parte
por donde se habían de ir arrimando con trincheras; algunos eran de parecer
que era mejor acometer por la más flaca, [442] que era la de Francia, pues
para impedir la entrada a leves socorros bastaba tener de la parte del Artois
gruesas emboscadas; y que para en caso de socorro real, pues le habían de ver
venir tanto antes, podían escoger una plaza de armas donde esperalle, caso
que les estuviese bien pelear, y, conviniéndoles más no aventurar la suma de
las cosas, guardarse enteros para otra ocasión, si mengua ni afrenta alguna.
Y añadían que en vano se había trabajado tanto, si, estando ellos guardando
la frente del enemigo, pasaban los españoles de la ribera, como lo podían
hacer con facilidad trayendo puentes, y socorrerían a los suyos por la parte
de Francia con gente y municiones. Otros, y entre ellos el marichal de Birón,
perpetuo defensor de los consejos más arriscados, decían que ya no era la
parte de Francia la más flaca, pues había tantos días que la fortificaban; que
no bastaban emboscadas para impedir leves socorros, si no era trabajando
infructuosamente la mitad del ejército, obligándole a estar en arma casi siem-
pre, y en particular a la caballería, pues con la falta de forrajes tan notoria no
sería más que desjarretalla toda de una vez; que, no teniendo los españoles
paso proprio en el río, no podían pasalle sin ser sentidos ni sin perderse; y,
finalmente, que el quedar el rey con Amiéns había de ser el establecimiento
de su corona y la restauración de su propia vida, y el levantarse de sobre ella
Las Guerras de los Estados Bajos 591

por ninguna consideración la ruina total de ambas cosas. Mandó el rey que se
siguiese el consejo del marichal de Birón, encargándoles la ejecución dél. Y al
fin el sitio se plantó así.
En el villaje y fuerte de Lampré se puso Birón con seis regimientos de
franceses. En el segundo fuerte, que se hizo en la ermita de la Magdalena, se
alojó el rey y su corte, con el regimiento de su guardia y las demás guardias de
su persona. A su mano derecha, entre el cuartel del rey y el de Birón, se alojó
el coronel Galatis con sus tres mil esguízaros, y consecutivamente tres regi-
mientos de franceses con otro de esguízaros del coronel Baltasar. A la mano
izquierda del cuartel del rey seguían otros seis regimientos de franceses y mil
ingleses, cerrando el arco otros dos mil ingleses, que, casi pegados al casar de
Rivières, tocaban con su costado izquierdo al río. La caballería, como se ha
dicho, alojaba mucha parte en el casar [443] de Caumont, a cargo del señor
de Montiñí, su general, con dos regimientos de franceses, que servían tam-
bién de guardar el puente y los dos fuertes plantados para aseguralle. Cubríase
toda esta frente de cuarteles de la parte de la ciudad con muy buenas trin-
cheras, redutos y traveses, y a las espaldas, por causa del socorro, se abrieron
mucho mayores y más hondas, y los fuertes, que fueron nueve, mucho más
capaces y con buena artillería, gobernada por el señor de San Luc; estos fuer-
tes y trincheras de las espaldas tenían su guardia ordinaria, para cuyo efecto
estaban alojados en los fuertes tres regimientos de infantería francesa. Puso
la mira el rey en asegurarse de la gente española, de cuyo valor tenía hecho
gran concepto, arrimándose con grandes defensas y sin dar ocasión a salidas,
y sobre todo en ponerse de manera que ningún ejército enemigo fuese pode-
roso a desalojalle; teniendo hecha resolución, para remedio de lo primero, de
no tentar la ciudad con temerarios asaltos, sino ir ganando la tierra palmo a
palmo con la zapa y la pala, y en orden a lo segundo, de perderse antes que
levantarse de allí sin ganarla. Siendo gran parte para salir con cosas grandes,
tomarlas con cierta manera de resolución inmudable, que, aunque toque algo
en obstinación, hay vicios que sirven en las virtudes, como en las medicinas
las calidades contrarias para que penetren.
Pasáronse cuarenta días en hacer estas fortificaciones con más de cuatro
mil villanos que trabajaban en ellas, no descuidándose los sitiados de hacer lo
mismo en las partes donde iremos señalando, haciendo en este medio mucho
daño a nuestra artillería en los trabajadores y no menos en los enemigos, en
trabándose escaramuza, que era cada día. Lázaro, soldado español, caballo
ligero, salió y volvió a entrar muchas veces, llevando avisos a su alteza del
estado de las cosas y trayéndolos de que se iba apercibiendo el socorro, y que
vendría sin duda el archiduque en persona con un poderoso ejército. Padecía
el de los franceses mucho de forrajes, tal, que cosa de dos mil y quinientos
caballos con que se hallaba entonces, añadido a este trabajo el de las continuas
guardas, emboscadas y reconocimientos, andaban ya sin poderse mover y tan
592 Las Guerras de los Estados Bajos

amedrentados de los nuestros, que apenas con doblado número se atrevían a


hacerles rostro.
[444] En la ciudad no se padecía falta de otra cosa que de carne, con que
comenzaban ya a matarse caballos en las carnicerías, y esto a precios excesi-
vos. La peste, aunque era igual dentro y fuera, morían por falta de regalos,
sin comparación más de los enemigos, ayudando mucho a los de la ciudad
la diligencia que Hernán Tello puso en echar della a la gente pobre, crueldad
piadosísima en semejantes casos; salieron una vez trecientos, otra seiscientos
y otra menos, con que parece que comenzó a remediarse algún tanto aquel
trabajo. Las fortificaciones que se hicieron en la ciudad fueron éstas: entre
la puerta que llamaban Cerrada, porque siempre lo estuvo, y el rebellín de
Montrecurt, cuyo foso era seco, se hicieron unos entablados sobe aquellas
zanjas que dijimos se abrieron para buscar la mina y, cubriéndolas muy bien
de tierra, servían de poder salir sin ser vistos y de ir minando la estrada
cubierta, por si el enemigo llegaba a apoderarse della. Hízose también una
casamata de la parte del campo, a la cual se iba por estas zanjas, tan cubierta
y disimulada, que, si no era quien sabía el secreto, no le tenía por tal. Otras
dos casamatas se hicieron debajo de los arcos del puente levadizo de la misma
puerta de Montrecurt, con sus pontezuelas de entrambas partes, con que el
parecer quedó harto fuerte el foso. Y, porque las estradas cubiertas por aque-
lla parte no tenían defensa de consideración, se coronaron todas de grandes
estacas, dejándolas sobre tierra un estado, por entre las cuales tiraban los
soldados cubiertos y estorbaban que el enemigo no pudiese entrar repentina-
mente en ellas. Para que tuviesen través estas estacadas se hizo un fortezuelo
a la punta de unas peñas, junto a la puerta Cerrada, que miraba también al
rebellín de junto al río; este fortezuelo se llamó el Diamantillo, cuyo lado
derecho franqueaba las trincheras de los franceses y el izquierdo dominaba
mucho unos campos muy bajos, o prados, bañados por las crecientes de la
Soma. Debajo deste fuerte había unas grandes cuevas y soterraños antiguos,
cuya entrada de la otra parte del foso del fuerte se guardó siempre con mu-
cho cuidado por que los franceses no viniesen a desembocar por allí, y los
soldados a quien tocaba esta guardia estaban prevenidos de humos y gran-
des fuertes y de otras muchas defensas para estorbarles el alojarse en aquel
puesto. El enemigo, deseoso de topar [445] esta desembocadura, de que
ya tenía noticia, y los nuestros, por estorbárselo, hicieron reñidísimo aquel
puesto. Sintieron los españoles un día que venían trabajando los franceses y
que faltaba ya muy poco para desembocar, aunque venían muy hondos; dio
esto ocasión al caballero Pachoto337, que servía de ingeniero, para plantarles

337
 Francesco Paccioti, que servía de ingeniero mayor. Más noticias de él se pueden encontrar
en los Comentarios de las cosas sucedidas en los Países Baxos de Flandes de Diego de Villalobos
y Benavides. Ver también www.tercios.org bajo Hernando Pacheco para más noticias.
Las Guerras de los Estados Bajos 593

un petardo, enterrándole muy bien hacia donde se sentía el enemigo, y,


dándole fuego, rompió la peña, que ya estaba muy descarnada, y, matando a
los trabajores franceses, quedaron los nuestros señores de la mina, la cual se
fortificó muy bien y se defendió valerosamente muchos días, usando, entre
otras defensas, la del fuego de paja mojada y humo de azufre, arrojándole
continuamente sin cesar de día y de noche con fuelles de herreros al enemi-
go. Llamóse este puesto por el continuo trabajo y fuego, y, por estar muchos
estados debajo de tierra, el Fuego Eterno; en donde era forzoso mudar las
guardias diez y doce veces al día y otras tantas a la noche, y más después que,
habiéndole ganado una vez el enemigo, con muerte de siete soldados de los
que estaban a la defensa, fue necesario cobralle a costa de más de treinta fran-
ceses y guardarle después con mayor cuidado. En medio de la estacada, para
guardarla de ambas partes, se hizo un fuerte, que, por ser pequeño, se llamó
el Redutillo; abriósele un razonable foso, una cosa y otra sin guardar otra re-
gla ni arte que la que ofrecía el sitio del terreno; hiciéronse todas estas obras
con poco daño, salvo de la artillería, que comenzaba ya a tirar, aunque de
lejos, a las defensas y adonde vían trabajar, por no esar menos ocupados en
lo mismo los enemigos. Hubo opiniones que era yerro plantar estas estacas,
porque, llegado el enemigo al arcén del foso, podía servirse dellas contra los
nuestros y estorbarles las salidas; con todo eso, se plantaron, y la experiencia,
que es el verdadero juez, mostró que fueron de mucho servicio, hasta que
al último se perdió la estrada cubierta. Terraplenáronse todas las puertas de
la ciudad, dejándoles postigos y puentes encubiertos por donde pasar a los
rebellines; sólo se reservaron dos, que fueron la de Montrecurt, que salía al
campo francés, y la de Beaobués, que caía a la parte de Francia, por la cual
los villanos del país, llevados de la fuerza del interés, a quien no detienen los
peligros, venían [446] cada mañana cargados de bastimentos; y para engolo-
sinallos mandó el gobernador que se tasasen a excesivos precios.
Por esta misma puerta salían los caballos franceses que estaban en nuestro
servicio en una compañía de cincuenta, con título de caballos voluntarios,
como gente que no ganaba sueldo; los cuales, divididos por varias partes de
Francia, corrían hasta París, Roán y otras ciudades, distantes muchas leguas,
con tanta seguridad hasta hacer sus presas, por ponerse en saliendo de Amiéns
sus bandas blancas, con que hacían gallardos tiros. Por esta puerta salió una
vez Juan de Guzmán con trecientos caballos y trujo una muy buena presa de
vacas y carneros a tiempo que fue de mucho servicio, no menos para que no
enfermasen los sanos que para ayudar a la salud de los enfermos; mas duró
poco esta licencia, porque, viendo el enemigo el daño que recebía el país,
cercó también la ciudad con algunos fuertes y alojamientos por la parte de
Francia, y en particular hizo fortificar muy bien la abadía de San Firmín y
poner en ella quinientos franceses y ochenta caballos, con que de allí adelante
no se pudo salir sin conocido peligro.
594 Las Guerras de los Estados Bajos

A los 24 de junio, día de San Juan, comenzó el enemigo a batir en ruina


la ciudad con una camarada de doce piezas, y con tan poco daño, que no
mataron persona alguna, aunque todo el día, y otros muchos después, batían
las casas y partes eminentes a toda furia. Sirvió este ruido de acabar de limpiar
la ciudad de comedores inútiles, que al fin les acabó de persuadir el miedo
a dejar su patria y a olvidar el cariño de sus propias casas. Quedó la ciudad
con casi sólo los soldados, y ellos tan sin cuidado de ruin suceso, que no se
cansaban de correr sortijas, hacer máscaras, banquetes y saraos, galanteando a
muchas damas que con pasaportes entraban en la ciudad con achaque de traer
regalo a sus huéspedes y salían cargadas de las joyas y el oro que habían dejado
en fe de los escondrijos y secretos notorios a solas ellas338. Y llegaba la cortesía
española a dejarlas salir sin reconocellas, aunque no sin requebrallas339. Son
las señoras francesas grandemente atractivas y en la forma de dejarse servir tie-
nen sus reglas de estado, con que acomodan siempre a su provecho no sólo las
pasiones ajenas, sino las suyas propias, domando a la fiera bestia del apetito
[447] con sólo el freno de su propia comodidad.
Llegó a Bruselas al principio de junio fray Buenaventura de Calatagirona,
general de la orden de San Francisco, enviado por el Papa a tratar las paces
entre las coronas de España y Francia. Y como era persona de gran bondad y
singular destreza en negocios, supo en breves días persuadir al archiduque a
que diese de buena gana oídos al trato; y, en habiendo ganado este portillo,
pasó a Francia, donde al principio halló gran dificultad, no porque faltasen
en aquel rey deseos de quietud, sino porque quería que, antes de comenzar a
tratar de conciertos, se le entregase la ciudad de Amiéns, ofreciendo que, en
restituyéndosela, oiría de muy buena gana cualquier honroso trato de paz.
Desengañóle el fraile con resolución y llegó a quererse partir, sin que el rey
mostrase deseo de detenelle, hasta que los señores de Belièbre, Vilaroy, el
uno consejero y el otro secretario de estado, le detuvieron con esperanzas de
envialle satisfecho. Retiróse, después de algunas conferencias con palabras
generales, a Piquiñí, villa pequeña, distante dos leguas de Amiéns, la ribera
abajo, y desde allí fomentaba sus comisiones con cartas y encomendaba muy
de veras a Dios la buena salida de aquel negocio, ayudado en entrambas cosas
de su secretario y compañero fray Francisco de Sosa, que después le sucedió
en el generalato y hoy es dignísimo obispo de Osma, los pasos y trabajos de
los cuales tuvieron el fin que adelante veremos.

338
 Amelot indica que «il n’y a rien de plus contraire à l’aplication nécessaire aux affaires pu-
bliques que l’attachement que ceux qui en ont l’administration peuvent avoir pour les
femmes» (84 [librio III]).
339
 El prototipo del soldado de tercios galante permea la literatura áurea, especialmente la
teatral. Como muestra pueden verse las tres comedias de Lope de Vega sobre el tema, Los
españoles en Flandes, Pobreza no es vileza y Don Juan de Austria en Mastrique.
Las Guerras de los Estados Bajos 595

No se trataba de otra cosa en Bruselas que del socorro de Amiéns y afli-


gíale mucho al archiduque ver la mala sazón en que se había hecho el decreto
contra los hombres de negocios y la imposibilidad de sacar dineros, porque
había días que se estaban levantando dos regimientos de alemanes a cargo
de los coroneles Eslegren y conde Ludovico de Via, sin otras reclutas de los
demás regimientos, y no había cómo hacerlos bajar a sus plazas de armas.
Los valones, como gente más a mano y más barata, se rehicieron algún tanto.
Faltaba también para rehacer la caballería y para enviar por los cuatro mil
italianos que tenía ya levantados en el estado de Milán don Alonso Dávalos.
Añadióse a este cuidado el que causaban los avisos que traían de Amiéns Láza-
ro y el teniente Jaime, que fueron los que [448] más veces entraron y salieron
venturosamente, afirmando que el enemigo se acercaba demasiado, que la
comida iba faltando y las municiones no crecían y se gastaban mucho. El no
poderse vencer todas estas dificultades sino tarde ocasionó los inconvenien-
tes que adelante veremos, el mayor de los cuales fue poderle llegar al rey de
Francia cinco mil entre ingleses y holandeses y tanta nobleza de a caballo de
todo el reino, que lo que al principio fuera muy fácil vino el tiempo a hacerlo
muy dificultoso, por no decir imposible. Con esto, y con dejar al archiduque
vigilantísimo y deseoso de ganar tiempo, nos volveremos a los sitiados y no
lo dejaremos hasta que empiece a marchar el socorro, dejando algunas cosas
de importancia que entretanto sucedieron en el País Bajo para el discurso del
año siguiente, por no alargar demasiado la narración déste.
Pendía del suceso de Amiéns el establecimiento en el reino o la total inquie-
tud y destrucción del rey de Francia, no porque una ciudad sola fuese bastante
para causar tan varios efetos en un rey heredero forzoso de aquella corona, sino
porque todavía quedaba una reciente memoria de las cosas pasadas y un amor
al bando de la Liga, fuera de la común inclinación de los pueblos, que de ordi-
nario se aficionan a los poderosos. Y sea por esta consideración o por otras, el
duque de Humena, el condestable y de los príncipes de la sangre el conde de
Suasón, no vinieron al campo hasta que comenzó el sitio a ir de veras. La voz
común era que sentían ver que se hubiese encomendado el manejo de todo al
marichal de Birón, tan inferior suyo en calidad. Con todo eso los recibió el rey
con su natural benignidad, no siendo tampoco tiempo de mostrar otra cosa, y
comenzó a valerse de sus consejos como de personas tan graves y de tanta expe-
riencia. Y concurriendo todos con los que sustentaban la opinión de que debía
continuarse el sitio por aquella parte, animado más el rey, mandó traer de toda
Picardía más de ocho mil gastadores, resuelto en cargar sobre los pobres villanos
todo el peligro y conservar su soldadesca, consejo que debe seguirle cualquier
prudente capitán siempre que puede, pues, fuera del amor que granjea de los
soldados quien trata de reservarlos de los peligros inútiles para los honrosos, es
sin duda que de su conservación resulta [449] tener los príncipes soldadesca
vieja y experimentada, que es el principal nervio de los ejércitos.
596 Las Guerras de los Estados Bajos

Estos gastadores comenzaban ‘abrir trincheras caminando por delante del


rebellín y puerta de Montrecurt, los cuales en habiendo apenas caminado
cien pasos se aseguraban con traveses y redutos, con que era poco el daño que
se le hacía al enemigo desde las murallas y estrada cubierta, y en las ordinarias
salidas de día y de noche que se hacían para inquietar y descubrir no morían
sino los pobres gastadores. Fue esto en tanto extremo, que afirmaban después
los proprios franceses que habían muerto en todo aquel sitio pasados de siete
mil villanos. Las trincheras eran tan capaces, que por cualquier parte o ramal
dellas entraban carros cargados de fagina y todas las noches que se abrían tra-
bajaban los gastadores sin otra guardia que la de los pies y una centinela dellos
mismos que avisaba en viendo salir al enemigo; con que se ponían todos en
cobro y, en viéndole retirado, volvían al trabajo, aunque muchas veces se ha-
llaban burlados, con que morían infinitos dellos y, sin embargo, caminaba la
obra sin que los sitiados lo pudiesen estorbar.
Hernán Tello, viendo alojada una buena camarada de artillería en la er-
mita de la Magdalena, donde se hizo un fuerte, y que se levantaba otro en un
molino de viento, distante no más de docientos pasos de las murallas, hizo
salir una noche a desbaratar la obra, como sucedió, matando desta vez más de
cien villanos que trabajaban y una escuadra de soldados franceses que estaban
junto a ellos, no para guardallos, sino para que no se huyesen. No eran todas
las noches más que una perpetua y continuada salva y para un arcabuzazo
que se tirase de las trincheras se tiraban diez de las murallas, y no siempre al
ruido sólo; porque, como es tan gran maestra la necesidad, comenzando al-
gunos soldados españoles a hacerse inventores de artificios de fuego, hicieron
bonísimos efetos. Labraron una cierta forma de granadas de fuego para des-
cubrir la campaña y ver los que trabajaban, las cuales arrojaban poniéndolas
en un trabuco o moterete340 y, templando la pólvora conforme a la distancia
adonde deseaban encaminallas (cosa que la tenían tanteada y reconocida de
día), daban con ellas por muy largo espacio mayor luz que [450] dieran doce
hachas encendidas. Tiraban de cuando en cuando otras con tal artificio, que
por media hora tenían dentro de sí materia que expeler, con daño de los cir-
cunstantes, y a dos o tres veces que lo hicieron, escarmentaron los enemigos,
lo que bastó para dejar arder a las unas y a las otras, creyendo que eran todas
de aquella manera.
Obligaba entretanto la falta que se padecía en la ciudad de forrajes para los
caballos a irlos a buscar por la parte de Francia con conocido peligro, aunque
salían de escolta con los mozos dos compañías de caballos y se adelantaban
docientos infantes hasta un humilladero distante media legua de la ciudad.
Duró esta comodidad hasta que, advertido el rey de la forma en que se hacía
esta salida, ordenó una emboscada de ochocientos caballos, que, entrando de

340
 Desconocemos de qué idioma proviene este vocablo.
Las Guerras de los Estados Bajos 597

noche en la abadía de San Firmín y en los bosques vecinos, hubieron de guar-


dar la ocasión dos días, al cabo de los cuales, saliendo como se acostumbraba
el convoy, cargaron las emboscadas tan a tiempo, que degollaron treinta sol-
dados españoles de la compañía de don Diego de Villalobos con el sargento
del capitán Zúñiga, y don Diego hubo de valerse honradamente de las manos
para ganar la puerta con treinta picas, formando un escuadroncillo cerrado,
y al fin se perdiera, si no fuera socorrido por Íñigo de Otaola, que con tre-
cientos infantes salió a favorecer la retirada. Nuestra caballería se retiró con
tiempo y los que más padecieron fueron los mozos, de los cuales, con rabia
bestial y no acostumbrada entre soldados de honra, mataron los franceses más
de ciento, todos ellos niños que no llegaban a quince años. Murieron algunos
franceses en la escaramuza, que duró dos horas, en particular de la artillería y
mosquetería de las murallas, que jugó muy bien.
Otro día, sentidos los soldados de la mala guerra de los franceses y de la rabia
con que habían desflemado su ira contra aquellos pobres muchachos, con ser
los más de su propia nación, pidieron al gobernador que ordenase una salida en
que poderse vengar en cuantos topasen, aunque fuese gente de servicio, puesto
que no lo habían acostumbrado hasta entonces. Parecióle a Hernán Tello que
era bueno dar una mala comida al rey, y así ordenó que se hiciese al punto de
mediodía, tiempo en que de ordinario se está con más descuido. [451] Salieron
con la infantería los capitanes Diego de Durango y Francisco del Arco y con
la caballería Juan de Guzmán y Martín de Eguíluz, con orden que se alargasen
estas dos compañías hasta el cuartel de los ingleses y de matar a cuantos topa-
sen. Habían quedado delante de las murallas otras tres compañías de caballos,
que fueron las del marqués de Montenegro y don Juan de Gamarra, de lanzas,
y la de arcabuceros de Francisco de la Fuente, que todas estas cinco compañías
podían hacer trecientos caballos. Dada, pues, la señal de arremeter, que fue
disparando dos cañonazos de una plataforma conocida, salió la caballería por
la mano derecha la vuelta del cuartel de los ingleses y la infantería por frente
hacia el molino de viento y la Magdalena, todos en una tan buena orden y con
tanta resolución, que, entrando la caballería en el cuartel antes que pudiesen los
ingleses ponerse en orden, degolló más de docientos dellos. La infantería que
arremetió al molino, aunque halló gallarda resistencia, entró al fin el reduto y,
degollados los franceses que le guardaban, cortó el paso a otras tres compañías
de la misma nación y una de esguízaros, que, desamparadas las trincheras, pro-
curaban retirarse la vuelta de sus cuarteles. Ayudó a esto el salirles al encuen-
tro con algunos soldados de su compañía de lanzas el capitán don Gómez de
Buitrón, tal que, cogiéndolos en medio, los degollaron casi todos. Corrió la
infantería muchos ramales de trincheras a su salvo, hasta que, acudiendo los
escuadrones enemigos, comenzó a retirarse en muy buena orden, volviendo por
momentos las caras y escaramuzando tan mezclado con ellos, que tanto por esto
como por el gran polvo que se levantó a causa del calor y sequedad del tiempo,
598 Las Guerras de los Estados Bajos

no podía nuestra artillería hacer efeto en manera alguna. Venía delante de sus
tropas el marichal de Birón en una haca y desarmado y hasta el mismo rey se
movió de su cuartel con toda su corte y la gente de sus guardias.
Volvíase ya la caballería vitoriosa, cuando, saliéndoles al paso docientas
corazas, cortaron al capitán Juan de Guzmán y a diez soldados de su com-
pañía que se retiraban los últimos de todos y con muerte de algunos dellos
prendieron al capitán por falta del caballo, que cayó con él. Pasó la voz a la
vanguardia que el capitán iba [452] en prisión y, volviendo furiosamente su
alférez a socorrelle, sin detenerse a los ruegos del teniente Pedro Martín, que
se temía ya de lo que sucedió, cerró con los enemigos con tan poco fruto,
que, muriendo él, fue causa de la muerte de su capitán, porque, siguiendo al
alférez toda la tropa y temiendo los franceses que les quitarían al capitán, le
mataron de un pistoletazo, pérdida que aguó todo el buen suceso de aquel
día, porque Juan de Guzmán era un mozo de gran calidad y de valerosísimos
principios, y sobre todo amable en gran manera. Y ayudó a doblar la lástima
el modo y la causa de la muerte, pues le había librado Dios de tantos peligros
y enemigos en aquel sitio para que su mismo alférez le hiciese perder la vida,
llevado valerosamente, aunque con poca prudencia, del deseo de librarle.
Duró la escaramuza hasta que, cargando a cosa de las cuatro de la tarde
el proprio rey con la mayor parte de su campo, se acabaron de encerrar los
nuestros bañados de sangre enemiga. No hizo menos buen efeto Lechuga
con su artillería, que jugó maravillosamente toda la tarde, de cuyos golpes y
de las manos de los soldados faltaron este día en el campo más de seiscien-
tos enemigos. De los nuestros murieron hasta treinta, y personas de calidad
solos Juan de Guzmán y su alférez. Púdose saber eston con puntualidad por
haberse concertado tregua de dos horas para retirar los muertos de una parte
y de otra.
Conoció presto el rey de Francia el daño que recebía de nuestras piezas y,
ordenando una batería de diez cañones, que sólo se ocupasen en tirar a las de-
fensas y traveses de las murallas, hizo en tres días tal efeto con ellas, que allanó
los parapetos, quitó los traveses altos y obligó a que retirasen los nuestros su
artillería, escondiéndola donde no pudiese recebir daño, para cuyo remedio,
siendo –como era- el terrapleno de la muralla ancho de más de cuatro picas,
le hendieron los sitiados por lo largo y allí se alojaron sin peligro; mas, por
mucho que la artillería del enemigo hizo, no pudo por entonces quitar los
traveses ni descubrir el gran rebellín, desde el cual recibía continuos daños,
especialmente con naranjeras, mosquetes de posta y de horquilla341. Y deseoso
el rey de remediar aquel trabajo, mandó hacer una plataforma, a quien abra-
zaba un fuerte harto capaz, y desde él batir con doce piezas todo lo que podía
descubrirse del rebellín; mas ni [453] eso tampoco le aprovechó, aunque a la

341
 La diferencia radica en el uso de la horquilla para apoyar el mosquete al disparar.
Las Guerras de los Estados Bajos 599

verdad no porfió mucho, ocupándose después en remediar la entrada del agua


del río en los fosos, que le causó más cuidado, como veremos.
Comenzaba ya a sentir apretura la ciudad y los que miraban las cosas con
providencia a desear la venida del socorro, de que daban bonísimas nuevas
los que entraban y salían, que algunos lo hicieron venturosamente muchas
veces subiendo el río arriba, pasándole a nado y caminando las noches de-
pués de haber estado emboscados todo el día; y los que déstos quedaban
en prisión, como los hallasen vestidos a la española o con bandas rojas342,
no eran castigados ni tenidos por espías, sino por soldados de valor y como
tales se rescataban por su paga ordinaria o se trocaban por otros; mas los que
fingidamente pasaban en hábito francés inrremisiblemente lo pagaban con
la vida. Habían los franceses llegado ya con sus trincheras muy cerca de los
fosos y, así, no les concedían los españoles mucho sosiego, inquietándolos con
ordinarias salidas, tanto, que en ninguna hora ni tiempo estaban seguros; y
la que más era de cincuenta hombres, los cuales hacían tan presto su hecho,
que muchas veces cuando se tocaba la arma tenían ya muertos muchos de
los trabajadores en las primeras trincheras. Con que vinieron a cobrar tanto
miedo a los sitiados, que, en oyendo «¡Cierra, cierra!», las desamparaban y se
retiraban a las segundas; y si el que salía era golpe de gente, no paraba hasta
los redutos, que los tenían muy bien fortificados. Murieron en estos acometi-
mientos muchos hombres particulares, y en uno dellos mataron a don Álvaro
de Santa Cruz, alférez del capitán Tauste, hijo de don Jerónimo de Santa
Cruz, caballero principal de Murcia. Éste fue el postrer muerto por quien se
dobló, pareciéndole a Hernán Tello que era bien no dar más aquel gusto al
enemigo, y la confianza que dello le podría resultar. Y no con recato de que
esto pudiese entibiar el valor de sus soldados, que antes estaba en estado que,
viendo tardar tanto el socorro y que los franceses, sin reparar en heridas ni
en muertes, cada día se iban acercando, comenzaron a murmurar, diciendo
que hasta entonces, aunque se habían hecho honradas salidas, ninguna había
dejado del todo amedrentado al enemigo y que era bien dalle a entender que
había españoles en la ciudad y otras naciones llenas de valor. Llegó a oídos del
[454] gobernador el ardor de su gente y determinó valerse dél, que las más ve-
ces acertará quien lo hiciere con la prudencia, que se ordenó desta manera.

342
 La indumentaria del soldado de tercios contaba con varias prendas y aparejos que conte-
nían bandas rojas o color rojo. Así, las cajas de guerra (tambores) estaban pintadas de azul
con dos bandas rojas en los extremos; la parlota de la cabeza (amarilla) se remataba con un
plumero rojo; los jubones y gregüescos eran amarillos y rojos y las calzas solían contener el
color rojo; los oficiales y jefes usaban una borgoñona rematada con plumas rojas y blancas.
Los soldados llevaban unas bandas rojas descoloridas y algunos en el jubón o coleto la cruz
roja de San Andrés (o cruz de Borgoña). Estas señales servían para que se distinguieran en el
combate. Las bandas rojas, asimismo, era identificativas de la casa de Borgoña, y las negras
de la de Guisa. Ver Clonard, conde de.
600 Las Guerras de los Estados Bajos

El día siguiente, que fue el de los 24 de julio, se dio orden al sargento


mayor Andrés Ortiz para que avisase la compañía y soldados que habían
de salir para el punto de mediodía; y una hora antes estuvieron apercibidos
en el foso del rebellín de Montrecurt hasta ochocientos hombres de todas
naciones. Y, aunque por estar las trincheras tan cerca no podía ser de algún
efeto la caballería, se apercibieron en el mismo foso treinta corazas con
el teniente del capitán Simón de Latré. Por mucho que se encomendó el
secreto, se tuvo por cierto que los enemigos fueron avisados por el contra-
seño de una campana, con quien se entendían; daño gravísimo, pero casi
irremediable. No les valió, con todo, para dejar de recebirle grande, puesto
que fuera mayor si no tuvieran tan reforzadas las trincheras. Por la parte
de la estrada cubierta del rebellín grande se ordenó al capitán don Diego
de Villalobos que arremetiese con su compañía y la del capitán Alonso de
Ribera, gobernada por su alférez don Diego Enríquez, a causa de estar él
todavía enfermo de su pierna. La misma orden se dio al capitán Durango
con su compañía, picas irlandesas y mosquetería valona, que toda esta tropa
podía llegar a cuatrocientos y cincuenta hombres. Por junto a la puerta que
llamaban Cerrada salió el capitán Francisco del Arco, a quien los franceses
llamaban el capitán de las nueces, con su compañía, soldados españoles de
otras y gente de naciones escogida, que todos juntos no pasaban de do-
cientos y cincuenta hombres; y diósele orden de que diese en las trincheras
por aquella parte, y unos y otros caminasen la vuelta de un reduto donde
había cuatro piezas de artillería, que era donde se pretendía que se juntasen
todos, y entralle si hallaban oportunidad; los treinta caballos se pusieron a
la mano derecha del rebellín grande, donde a cualquier tiempo podían salir
a la campaña, retirarse y bajar al foso. Dadas las órdenes y disparada la pieza
del señal, salieron todos con bravo denuedo. Los franceses, y en particular
el regimiento de Picardía, que era el de más opinión de todo el campo, co-
menzaron a mostrarse en sus trincheras, terciando y blandiendo las picas los
coseletes y [455] dando muy gentiles cargas los de armas de fuego, de que
cayeron algunos de los nuestros. Esperaron los franceses en sus trincheras,
resueltos en defendellas hasta morir, como lo hicieron más de trecientos de
aquella arremetida, porque, pasando los capitanes Durango y don Diego y
los demás de las naciones, cortando las trinchera, al vuelta del reduto a que
se encaminaban, se dieron sus soldados tan buena maña, que no dejaron
francés vivo de aquel regimiento en todos aquellos ramales. Fue mayor el
número de los muertos que el capitán Francisco del Arco hizo por su parte,
porque los enemigos que de las trincheras se pudieron escapar, caminando
hacia su mano derecha, topaban con él, que no menos venía matando, hasta
que a un mismo tiempo llegaron al reduto, donde había docientos esguí-
zaros, que defenderieron valerosamente la entrada. Con todo eso, entraron
algunos soldados nuestros, que murieron procurando enclavar la artillería
Las Guerras de los Estados Bajos 601

enemiga. Mas, viendo los capitanes que el enemigo cargaba de veras y que
ofrecía dificultad el entrar el reduto, juntándose toda la gente y naciones,
comenzaron a retirarse con gentil orden. En este medio salieron los treinta
caballos y, cortando a toda la gente suelta que se había atrevido a salir de
las trincheras, degollaron más de setenta, sin que por causa de las trincheras
pudierse pasar a socorrellos su caballería. Venía el marichal de Birón con
dos escuadrones cargando valerosamente, mas, como los nuestros ganaron
cuando les estuvo bien la retirada, no hicieron otro provecho que ponerse
por blanco de nuestra artillería, que hizo mucho daño en ellos. Duró la es-
caramuza más de cuatro horas, hasta que se acabó de quietar todo, y, como
se supo después, murieron este día al pie de ochocientos enemigos y menos
de setenta de los nuestros; que con todo eso fue pérdida de consideración,
visto que faltaba cada día más gente y la esperanza de que había de entrar
alguna y los muchos puestos que había de guardar y defender. Esto obligó a
Hernán Tello a hacer apear a la caballería y servir como infantes, haciéndolo
con mucho gusto ellos y sus capitanes y peleando valerosamente en todas
las ocasiones.
Cada día se aumentaba en el campo francés la fama de la venida del
socorro y a esta proporción el deseo de acabar con aquello, estando ya tan
cerca de los arces del foso entre la puerta Cerrada y [456] el rebellín grande,
que apenas les quedaban por andar cincuenta pasos. Era aquélla la parte
de la ciudad menos defendida de traveses. Comenzóse a los 2 de agosto a
trabajar por el enemigo hacia el redutillo que dijimos hacía de través a la
estrada cubierta y guardaba que no se le pudiese plantar artillería al dia-
mantillo de la punta343, obras que, como se apuntó arriba, habían hecho los
sitiados para aquel efeto. Viendo, pues, los franceses el estorbo grande que
les hacía el redutillo, se le arrimaron una tarde por una punta con muerte de
algunos, cubriéndose con cestones y con mantas, y, comenzando a cavar por
fuera del foso del rebellín, labraron una mina que caía debajo de la punta
dél, que, aunque se sintió que venían trabajando, la cortedad del terreno
fue causa de que no se les pudiese impedir. Dos días les duró esta obra y al
tercero, después de atacada su mina, poniéndose todo el campo en arma,
se le pegó fuego, y fue el daño tal, aunque la gente se había ya retirado por
haber conocido el peligro y la imposibilidad de remedialle, que voló todo
el reduto, dejándole hecho un montón de tierra movediza, sin forma ni
capacidad. Con todo eso, en volando la mina, cargaron los nuestros con
gran valor, especialmente Eduardo Bastoch, cabo de los irlandeses, y algu-
nos españoles, y por todo aquel día defendieron aquel terreno, que solía ser
reduto, con muerte de muchos enemigos. Los cuales, retirados al fin, pare-

343
 Debe entenderse que «la figura angular que se da a las piedras de algunas fábricas» se llama
«punta de diamante» (Dicc. Aut.).
602 Las Guerras de los Estados Bajos

ciendo a Hernán Tello que no se podía más defender aquel puesto, mandó
que se retirasen también los nuestros, aunque no sin tocarles aquella noche
muchas armas, y una tan viva, que mataron muchos de los que se asoma-
ban a sus trincheras. Ocuparon los franceses la noche siguiente el puesto y,
cavando en él con facilidad, se fortificaron sobre el arce344 del foso, desde
donde comenzaron a estorbar a los nuestros el andar descubiertamente por
él, y en otras cuatro noches pusieron grandes cestonadas y levantaron el
suelo de manera que ofendían mucho a los sitiados cuando cruzaban por
las estradas cubiertas. No recebían menor daño ellos desde el diamantillo,
hasta que al cabo de otras cuatro noches plantaron cuatro piezas arrimadas
al arce del foso, con que batían continuamente las estacadas y no dejaban
parar un hombre a la defensa de la contraescarpa. Desalojaron, al fin, las
guardias y ni aun las postas pudieron sustentarse allí, a lo menos [457] de
día. Hechos con estos señores del arce del foso y deseando alojarse en él,
trataron de irse arrimando al diamantillo, que, defendiéndose valerosamen-
te, les dio más que hacer de lo que pensaban, porque, como se dijo, estaba
sobre unos peñascos, y debajo dél, por quitar la comodidad al enemigo, se
conservaban las cuevas con su fuego eterno, donde se peleaba con humo de
azufre y paja mojada. Arrimados los franceses al diamantillo, viendo lo que
les había de costar el ganalle, acordaron cortalle de nuestro socorro, como
lo hicieron, batiendo los entablados o galería, por donde entraban y salían
los sitiados; y a la noche, cogiendo a los que guardaban las cuevas por las es-
paldas, desalojaron a los nuestros, que al fin se hicieron camino con muerte
de mucha gente particular francesa. Viendo Hernán Tello que no podía ya
ser socorrido el diamantillo, mandó retirar la gente (con que los franceses le
ocuparon el día siguiente) y guarnecer muy bien esta parte de muralla que
le miraba por frente, desde donde hicieron gran daño las armas de fuego,
dado que le recibieron los nuestros mayor a los 3 de agosto por una pieza
del molino de viento, que mató a don Gómez de Buytrón, capitán de caba-
llos, caballero de mucho valor y esperanzas, mientras él (a quien tocó aquel
día la guardia de aquel puesto), con su compañía de lanzas (que entonces,
como dijimos poco ha, servía como si fuera de infantería) procuraba aco-
modar una piecezuela para ofender a los que se iban fortificando en el dia-
mantillo. En viéndose los franceses señores del foso, trataron de alojarse al
pie de la muralla, que era sin través de consideración y de sólo tierra y fagina
y están tan batida de cañonazos, que se podía subir sin otra batería. Y para
asegurarse más, plantaron seis piezas en parte donde pudieron batir ciertas

344
 La expresión también aparece usada en la relación de Alonso Vázquez, ya comentada: «…
que siendo, como he apuntado, el arce del foso tan alto, no podían los soldados subir a él,
aunque se daban las manos unos a otros y se ayudaban lo mejor que podían…»(Colección
de documentos 1880, 56).
Las Guerras de los Estados Bajos 603

casamatas bajas, a quien los soldados llamaban la Caponera y el Gallinero,


hechas de tablas, con sus troneras, de donde los españoles podían ofender
a los que trabajasen por cubrirse al pie de la muralla. Pero no les duró más
esta comodidad que hasta que la artillería enemiga los desalojó de allí, con
muerte y heridas de algunos.
Hernán Tello, en tanto, valiéndose de aquel zanjón o contrafoso disimu-
lado y cubierto de tablazón y tierra, que dijimos haberse hecho al principio,
aunque para otro efeto, hizo labrar una mina con [458] designio de volar seis
piezas que estaban alojadas casi en la estrada cubierta para batir con ellas el
rebellín. Y, aunque era peñasco por donde se caminaba, se hizo la obra con
tanta diligencia, que en pocos días estuvo casi debajo de la artillería. Sintieron
los enemigos que les venían minando y, cayendo los minadores en que cami-
naba también la contramina que labraban hacia ellos, y avisado Hernán Tello,
mandó el Pachoto que, atacada muy bien, se le pagase fuego. Voló al fin a los
14 de agosto, con muerte de más de docientos enemigos, y entre ellos mucha
gente particular, y con tanta dicha del rey, que no había media hora que había
salido de allí él y el marichal de Birón. Pareció por dignos respetos guardar
esta mina después de volada, y, así, se alojó en aquella concavidad un sargento
español con algunos soldados, que, aunque la hallaron todavía caliente, no
repararon en ello; mas, mientras el sargento iba repartiendo los soldados por
sus puestos, comenzó aquel calor y vaho a hacer su efeto; tal, que, cuando
volvió, halló tres soldados muertos y otros tres o cuatro ya sin sentido, don-
de es de considerar que quisieron más morir que salir sin orden del puesto
donde los había dejado su oficial: tanto más se estima entre la gente de valor
la honra que la vida. Comenzaban los franceses a bajar cubiertos de cestones
y barricadas, cuando se les hizo una salida por los irlandeses y valones en que
recibieron mucho daño. Traían garfios y otros instrumentos para arrojar los
cestones y barriles al foso, con que los dejaron descubiertos a la arcabucería,
que perpetuamente tiraba de la muralla. Otra casamata se conservaba para
ofender por las espaldas a los que se arrimasen a la muralla, hecha debajo de
la artillería del rey y tan disimulada, que los enemigos mismos, que andaban
ya por el foso, nunca dieron con ella ni ella les hizo daño, guardándose para el
día del asalto, que hubiera sido del provecho que se deja considerar; pero, avi-
sado el rey por algún fugitivo, buscándola primero con una mina sin poderla
hallar, se resolvió en cegarla arrojándole mucha tierra encima, como al fin lo
hizo. Con esto se alojó el enemigo en el foso, donde él para descubrir y ganar
las minas y los nuestros para defendérselo y defendellas, no se ejercitaba ya
otras armas sino pistoletes y puñales (tan pegados andaban unos con otros),
mas, a puro perder [459] soldados, iba el francés revendiendo inconvenientes
y allanando dificultades, hasta que al fin se vino a hacer señor del foso.
Habían comenzado ya a picar por muchas partes los enemigos los ci-
mientos del gran rebellín, todo por de dentro hueco y lleno de bóvedas,
604 Las Guerras de los Estados Bajos

que son bonísimas para estorbar las minas; y con petartes, hornillos y otros
instrumentos procuraban ganar alguna. Había debajo del mismo puente
que entraba al rebellín grande, en los mismos arcos dél, labradas de cal y
canto dos casamatas y parecía caso imposible poderlas descubrir la artille-
ría, mas, como es ingeniosa la necesidad, los franceses alojaron dos piezas
en tan buen puesto, que a pocos tiros las hicieron pedazos, y, en viniendo
la noche, se apoderaron dellas, con que comenzaron a tener pie debajo del
rebellín y tan buena maña se dieron en quitar la piedra y fagina que los
nuestros habían puesto, que al fin fue menester valerse de encender en ella
un gran fuego de leña, brea y resina y todo género de cosas para alimentalla,
que, procurando los enemigos quitallo y los nuestros añadille materia, hubo
grandes combates, en uno de los cuales quedo medio abrasado el capitan
Íñigo de Otaola. También se peleaba en otras partes debajo de tierra con
sahumerios de insufrible olor y, en descuidándose, andaban unos y otros a
pistoletazos y puñaladas.
Batía entretanto la artillería enemiga las casamatas y otras defensas de la
ciudad y una camarada de ocho piezas lo más bajo del rebellín grande de
Montrecurt, hasta que, descubiertas las bóvedas, se iban los ingleses y fran-
ceses metiendo en ellas por la zapa, con muerte de muchos. Y para repararse
dentro del foso, tanto de las salidas de los nuestros, que las hacían por mo-
mentos, como de las piedras y fuegos que les arrojaban, se aseguraron con
cestonadas y trincherones y se cubrieron por encima con zarcos345 y sobre
ellos mucha tierra, con que no sólo se reparaban de la perpetua lluvia de
piedras que a plomo se les arrojaban encima, pero ellas mismas las defendían
después del fuego, con que le pareció a Hernán Tello aplicar otro elemento,
procurando arrojarles por el foso del río Soma, y ejecutóse así.
A la entrada que hace en la ciudad el río hay, como se dijo arriba, dos
puentes, o por mejor decir dos ojos, por donde entra en ella [460] dividido
en dos brazos, y, aunque desde el principio le aconsejaron al gobernador
que procurase cerralle el paso, haciendo enclusas en ellos, con que era sin
duda que tomaría su curso el río por el foso, y, mostrando él desearlo, había
mandado fabricar estas esclusas de recias vigas y tablones reforzados, nunca
le había parecido el mal tan peligroso que quisiese privarse del provecho y
honra de las salidas, y en particular de la que pensaba hacer, echando el res-
to, en viendo a nuestro socorro pelear con el enemigo, de que jamás dudó.
Mas, en viendo a los franceses arrimados a las murallas, no le pareció tiempo
de aguardar más, y, así, a los 31 de agosto, hechas cerrar las esclusas del río,
comenzó el agua, como suele, a volver atrás a inundar todos aquellos cam-
pos, en especial el cuartel de los ingleses y el de la caballería, que los cubrió
en altura de doce palmos, con pérdida de mucha parte del bagaje. Venció,

345
 No hemos podido documentar este vocablo.
Las Guerras de los Estados Bajos 605

con todo eso, al segundo día el peso del agua a la fuerza de la enclusa más
cercana al enemigo, hasta que, echándole a las espaldas cantidad grande
de piedras, comenzó el río a correr con la mayor parte por el foso abajo,
embocando con grandísima furia por entre la ciudad y el rebellín grande
de Montrecurt, y desalojando absolutamente al enemigo de las minas, bó-
vedas y trincherones que tenía ocupados, causando a un mismo tiempo el
contento en los nuestros y tristeza en los franceses que se puede considerar.
Afligido el rey por este suceso y lleno de perplejidad, fue avisado de la es-
trechura por donde colaba el agua, entre el rebellín y la puerta, y cayó en
que se le podía poner impedimento, arrojándole en aquel espacio la ruina
de las puertas y sus torres, para remedio de lo cual, mandando plantarle una
batería de once cañones, de tal manera jugaron por espacio de cinco horas,
que al cabo dellas se echó de ver notablemente el provecho y tras pocas más
acabó la ruina de impedir en aquella estrechura del todo el paso al agua.
Continuóse otros tres días la batería y, haciendo siempre mayor efeto, acabó
de enjugar del todo los fosos, dejándolos como antes, aunque casi llenos de
la materia que arrojaron de sí las torres, que ambas, con mucha parte de la
muralla, vinieron al suelo con todos sus puentes, grandes y pequeños. El
agua, haciendo otra vez fuerza sobre las enclusas, parte por la inclinación
de seguir su curso natural, parte por ver los sitiados [461] que no era ya de
provecho, comenzó a correr como solía.
Pudieron con esto los enemigos volver a cavar los cimientos de las mura-
llas y ocupar los puestos que antes tenían en el foso; y de tal suerte se fueron
metiendo por junto a un cubo viejo entre la puerta Cerrada y el rebellín de
Montrecurt, que en seis días de trabajo, aunque con muchas muertes, se alo-
jaron sobre las murallas y en los mismos terraplenos, que cada día los iban
estrechando con la zapa y la pala, con intento de acabar de echar a los nues-
tros della. Había a esta parte, donde los franceses tenían pie en la muralla, una
plataforma grandísima, que en esta ocasión fue de gran estorbo a los sitiados
para fortificar sus retiradas, y, aunque se trabajó mucho por descarnalla, no
fue más que afán perdido. Hacíase, sin ésta, otra obra aún de más trabajo, que
era contraminar las minas que traía el enemigo; hallando algunas, se comenzó
a pelear mano a mano, con los ordinarios fuegos y todo género de armas cor-
tas, muchos estados debajo de tierra.
Había sobre la puerta Cerrada un torreón, en el cual, por descubrirse muy
bien todo lo que los franceses hacían, se tenía una posta perpetua en cierto
hueco della con orden de no tirar, por la facilidad con que podían derriballa
los enemigos. Un día cierto soldado, gran puntero, que estaba de centinela,
vio a un personaje a quien todos mostraban grande respeto, que estaba reco-
nociendo, a su parecer sin peligro, y, disparando el arcabuz, le derribó muer-
to. Acertó éste a ser el señor de San Luc, general de la artillería de Francia
y por cuyo consejo se había encaminado todo aquel sitio. Sin embargo, fue
606 Las Guerras de los Estados Bajos

muy bien reñido el soldado y fuera castigado si no se disculpara con decir que
le pareció el francés persona por cuya muerte podían librarse del sitio. Derri-
bóse en venganza el torreón, aunque no faltó donde alojar la centinela de allí
adelante, a quien se dio la misma orden, y mucho más apretada.
Como el enemigo se vio del todo señor del foso y quitados los impedi-
mentos de los traveses y el agua, que por muchos días les aguó casi toda la
esperanza de cobrar la ciudad, comenzaron muy a su salvo a minar la punta
del rebellín, deseando tomar pie en él, por parecerles que, aunque le tenían
tomado ya en tres partes en la muralla, era muy peligroso tentar el asalto por
ella, pudiéndole defender toda [462] la gente en escuadrón; fuera de que se
persuadieron a que desde el principio estaba hecha la media luna346 que se
hizo después, donde, tomando el rebellín, habiendo cortado con la artillería
el paso al socorro, era sin duda perdida la ciudad; y engañáronse mucho en
esto, porque, si arremetieran por donde lo rehusaron tanto, a lo menos cuan-
do dieron el asalto al rebellín, infaliblemente entraran la ciudad, porque ya
no había soldados aun para cubrir la muralla, que la peste y los demás males
de la guerra habían consumido más de la mitad, fuera de más de seiscientos
heridos que por este tiempo había en el hospital y en sus casas.
Visto por Hernán Tello la facilidad con que los franceses podían entrarse
en la tierra si lo intentaban, determinó hacer una media luna, que, partien-
do de la plataforma grande en figura de medio círculo, venía a rematarse
al cabo de la puerta Cerrada, toda ella con muy buenos fosos y traveses. Y
para impedir, entretanto que se hacía, todo acometimiento repentino, hizo
poner sobre la muralla unos rastrillos con puntas de hierro por corona della,
aunque, por que no los pudiese coger la artillería enemiga, no se pusieron
derechos, sino echados, las puntas para afuera, que salió mucho mejor. Aca-
bada la media luna, que se perficionó en menos de tres días, tal era el gusto
con que se trabajaba para dificultar el asalto, visto que podia darse ya sin más
batería, que echaron los nuestros sobre lo batido cantidad grande de árboles
enteros, con sus ramas y hojas hacia fuera, defensa fácil y provechosísima
para en tales casos. Mas era tal la continua batería que desde el alba hasta las
oraciones hacían cuarenta y cinco piezas plantadas en diferentes camaradas,
que todo lo desmenuzaban sin remedio. Vista por el gobernador y por todos
la conocida apretura en que se hallaban, después de junto el consejo, se re-
solvió que se enviase al archiduque al alférez Mesa, avisándole del estado en
que se hallaban las cosas y que entretanto que su alteza se acercaba se hiciese
una retirada, ocupando con la fortificación casi la media parte de la ciudad,
tomando al río por frente, cosa que fuera dar en qué entender al enemigo otro
tanto tiempo. Encomendóse esta obra al capitán Pedro Gallego y pusiérase

346
 Media luna. «Un género de fortificación que regularmente se construye delante de las capi-
tales de los baluartes sin cubrir enteramente sus caras» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 607

sin duda en perfición si no sobreviniera la muerte del gobernador Hernán


Tello, que sucedió así.
[463] Fue tal cruel la batería que el francés hizo a las torres de la ciudad,
por donde se entraba al rebellín de Montrecurt, que no sólo estorbó con las
ruinas el agua que dijimos, pero quitó la entrada al rebellín, porque el puente
levadizo estaba hecho pedazos, y otros de ruedas que se habían hecho eran
tan angostos, que no podía ir por ellos más de un hombre; fuera de que, des-
pués de haber roto también muchas veces estos pontezuelos, una tarde co-
menzaron a batir tan fuertemente, que antes de la noche con las ruinas dellas
se acabó de imposibilitar la entrada del todo, salvo por un puentecillo largo
y muy angosto, por donde entraban con gran peligro y trabajo las guardias,
y solamente de noche, porque de día era imposible, por ser los enemigos se-
ñores del foso y poderles tomar fácilmente de puntería con sus armas de fue-
go. Había dentro del rebellín un puesto donde los nuestros defendían a los
enemigos las bóvedas, que estaba en aquella sazón a cargo del capitán Pedro
Gallego. Una mañana, a los 4 de setiembre, estando el gobernador Hernán
Tello en el rebellín y queriendo comer un bocado que le traía un criado suyo,
voló el enemigo un hornillo en las bóvedas y, tocándose arma, tomando su
rodela y morrión fuerte, que siempre le traía un paje cerca dél, bajó a ver lo
que era, y, viendo no había hecho efeto alguno, volvió a subir con intento de
visitar otros puestos, como lo hacía por momentos todos los días; y al pasar
por el puentecillo largo y angosto, aunque estaba cubierto con dos telas, a
la forma y para el efeto que suelen ponerse las pavesadas347 en las naves, le
cogió un arcabuzazo tirado acaso –por debajo del brazo derecho- de que que-
dó luego muerto sin hablar palabra, pérdida la mayor que pudiera hacerse
en aquella ocasión. Retiróse el cuerpo y enterróse en la iglesia mayor con la
solenidad que permitía el tiempo y el sentimiento universal, que se aumentó
cuando, después de abierto su testamento por el doctor Lucas López y el
capitán Francisco del Arco, sus albaceas, no se halló que testase de más que
de cuatro mil ducados, mucha parte de los cuales tenía ya desde que era go-
bernador de Dorlán: tanta fue la modestia con que se gobernó en un suceso
tan venturoso y en el saco de una ciudad tan rica. Pero quien tuvo mayor
sentimiento fueron los pocos ciudadanos que quedaban, de quien se había
mostrado siempre padre y perpetuo [464] defensor en las importunas de-
mandas y voluntarios pleitos de sus huéspedes. Era Hernán Tello natural de
la ciudad de Toro, hijo de Jerónimo Puertocarrero, uno de los hidalgos más
calificados de aquella ciudad, y él por su persona digno de estima. Llególe la
muerte a los cuarenta años de su edad y en tiempo que podía justísimamente

347
 «Faja de paño azul o encarnado con franjas blancas, que sirve para adornar las bordas y las
cofas de los buques en días de gran solemnidad, y para cubrir los asientos de popa de las
falúas o botes. Las hay de lona para el uso común y diario» (DRAE).
608 Las Guerras de los Estados Bajos

esperar muy grandes acrecentamientos en la milicia. Fue hombre de muy pe-


queña estatura, barbirrubio, seco y enjuto, bien hablado, cortés y harto vir-
tuoso para soldado. Tuvo dicha, si así puede decirse, en haber muerto antes
de perder una ciudad que había ganado con industria, valor y felicidad por
ventura sin ejemplo, y defendídola con tolerancia y resolución poco menos
rara. No hicieron los soldados ningún género de mudanza en el semblante
por su muerte, puesto que la sintieron mucho, antes todas las naciones a una
decían que no había para qué disimulalla, que se le diese luego sucesor, que
el menor de todos ellos bastaba para defender la ciudad. Y, aunque los fran-
ceses estaban sobre la muralla procurando mejorarse, que era un ordinario y
continuo asalto, los capitanes que se hallaron algo desocupados se juntaron
para la elección en casa del muerto. Y, llamando al doctor Lucas López, se
le preguntó lo que sabía tocante a aquel punto de la voluntad de Hernán
Tello, cuyo cuerpo estaba todavía en el proprio aposento, y que, pues le
servía de secretario en el cifrar y descifrar las cartas del archiduque, declarase
también lo que sabía de la voluntad de su alteza en aquella parte. No debía
de haberse pensado en aquello, y así, no teniendo qué decir el doctor Lucas
López, se eligió sin largos contrastes por gobernador de la ciudad y gente de
guerra, durante la voluntad y beneplácito de su alteza, a Jerónimo Carrafa,
marqués de Montenegro, gobernador de la caballería, como a persona de ca-
lidad y experiencia, y teniendo consideración a que en vida de Hernán Tello
había representado siempre la segunda persona, tanto en la presa como en
la defensa de aquella ciudad. Aprobada, pues, la elección por los capitanes
ausentes, comenzó también el marqués a gobernar con la misma autoridad
y guardándole todos el mismo respeto y obediencia que habían guardado a
Hernán Tello; cuatro días antes de cuya muerte, es a saber, a los 30 de agosto
amanecieron una mañana en las trincheras de los franceses [465] muchas
banderolas de caballos ligeros y tras algunas pláticas que se tuvieron desde
ellas con los enemigos concluyeron con decir que su rey se había encontrado
con la caballería del campo español y que la había deshecho, de manera que
no tenían más que confiar en el socorro. Sabíase ya que el archiduque venía
marchando y, aunque dio pena el ver las banderolas, nadie imaginó más sino
que debían de ser algunos corredores del campo. Respondióseles que nunca
ellos habían puesto la esperanza en la venida del socorro, sino, después de
Dios, en sus propias manos y que acabasen ya de venirles a menear de cerca
con ellos, que era sobrada flema para franceses y mengua suya grande el tener
aún por dar el primer asalto. Éste no se difirió mucho, como veremos, y la
causa de la pérdida de las banderolas se dirá en el discurso de la jornada que
hizo el archiduque con el socorro.
Al primer aviso que el rey de Francia tuvo de que estaba junto en los
contornos de Duay el campo español parece que, suspendiendo algún tanto
el apretar la tierra, contentándose con conservar y fortificar los puestos que
Las Guerras de los Estados Bajos 609

tenía en la muralla y con ir siempre minando el gran rebellín, volvió todo su


ánimo a defender la entrada del socorro, fortificándose cada día más en su
alojamiento y acomodando el puente de Lamprés, de manera que a cualquier
ruin suceso todo el mundo no le pudiese estorbar la retirada. Conocido este
intento por Hernán Tello poco antes de su muerte y continuado por el mar-
qués de Montenegro y los capitanes, despacharon otra vez al teniente Jaime
para que, entre otros advertimientos, dijese al archiduque de la importancia
que era para meter el socorro con felicidad el arrimarse por la parte de Cau-
mont y no por la de Lampré (la causa por que no se tomó este consejo la
apuntaré en su lugar). Llevaba también orden Jaime de suplicar a su alteza se
llegase todo lo posible, cuando bien no conviniese para otras consideraciones
mayores aventurar la batalla, pues con sólo el calor de aquel ejército y con
algún socorro de gente y municiones que colase por la una o la otra parte del
río se sustentarían. Pasó Jaime con felicidad, aunque sólo en esto la tuvo su
jornada, porque, como veremos, se hizo todo diferentemente.
Como por la dilación y espacio que forzosamente había de traer [466]
tan gran ejército se fue resfriando en el campo francés la nueva de la venida
del socorro, volvió el rey otra vez el ánimo a la expugnación del rebellín de
Montrecurt, y un día, después de haberle batido con treinta y cuatro piezas
desde el alba del día hasta las cuatro de la tarde y hecho volar a esta misma
hora dos minas, mandó, tras aquel furioso estruendo, arremeter por dos par-
tes a los ingleses y franceses. Estaban las baterías tales, que podían subir por
ellas carros cargados, y con todo eso el capitán Francisco del Arco, a quien
tocó aquel día la guardia del rebellín, junto con Juan de Inestrosa, alférez del
maestro de campo don Alonso de Mendoza y el sargento don Luis de Bena-
vides, con menos de cien soldados españoles, irlandeses y valones, rechazaron
siete veces al enemigo, con muerte de más de trecientos hombres. De los
nuestros (como para pelear era menester descubrirse) murieron veinte y siete,
sin cerca de otros tantos heridos, tal que apenas había cincuenta hombres que
pudiesen pelear. La puente que de nuevo se había hecho, fuera de que por la
batería de aquel día estaba de todo punto imposibilitada de poderles meter
por ella socorro, habían jugado los franceses tanto con tres cañones contra la
entrada de la puerta, que del todo la tenían ciega y cubierta de tierra y piedras,
y algunos soldados que, con todo eso, pudieron penetrar murieron de la furia
y priesa de los cañonazos y mosquetazos que perpetuamente llovían hacia
aquella parte desde el foso. Con todo eso, ya cerca de las oraciones pudieron
pasar como topos por entre las ruinas hasta sesenta con el alférez Alonso Gar-
cía de Liébana, que lo era de la compañía de infantería que había dejado don
Diego de Villalobos, a quien su alteza había hecho merced de la que vacó de
lanzas por muerte de don Gómez de Buitrón, don Lorenzo de Villavicencio y
otras personas particulares; y, en llegado esta gente, llevados de una generosa
envidia y emulación de los que habían defendido toda aquella tarde tan vale-
610 Las Guerras de los Estados Bajos

rosamente el rebellín, no contentándose con echar a los franceses de la batería


salían muchos pasos tras ellos. Uno déstos fue don Diego de Benavides, hijo
del señor de Javalquinto, mozo de menos de veinte años, el cual, habiendo
rechazado a los franceses, se arrojó tras ellos, peleando hasta que murió, y tras
él otros algunos que le quisieron socorrer. Era ya anochecido y, viendo los
franceses los [467] muchos soldados que les herían y mataban y el poco fruto
que sacaban en la empresa del rebellín, les pareció lance forzoso el retirarse
dél, como lo hicieron, dejando a los sitiados tan ufanos, aunque lastimados
con los muchos muertos y heridos, que, mientras los que después llegaron
de refresco trataban de fortificarse y repararse con todo género de pertrechos
defensivos, trajeron a la muralla los capitanes que estaban fuera del rebellín
todos los violones, trompetas, menestrales y otros instrumentos músicos que
había en la ciudad y les hicieron tocar mucho rato como en menosprecio del
enemigo, que los escuchaba, y en las pausas levantaban los soldados grandes
gritos y vocería, burlándose de los franceses y llamándoles con grandes bal-
dones al asalto, los cuales no quedaban tan inferiores en las palabras como
aquel día lo habían quedado en las obras, antes los amenazaban de degollarlos
a todos dentro de pocos días.
Con la llegada del almirante de Aragón a Bruselas, de vuelta de su jornada
de Alemaña y Polonia, que fue a los primeros de julio, puesto que hasta allí
no se había perdido punto en aparejar todas las cosas necesarias para socorrer
a los de Amiéns, comenzó a caminar todo con más calor por las nuevas que
trujo de que venían marchando los regimientos de alemanes y que don Alfon-
so Dávalos, con sus cuatro mil italianos, quedaba ya en el ducado de Luxem-
bourg. Había de ser el almirante uno de los principales ministros deste soco-
rro, como a quien había hecho merced el rey aquellos días del cargo de
general de la caballería ligera de los Estados, y así comenzó cuidadosamente a
encabalgalla y ponella en orden. El cargo de la artillería, que vacó por muerte
del conde de Varas, le proveyó el archiduque en el conde de Bosú y el que
tenía de cabo de las bandas de Flandes en el conde de Sorá, su caballerizo
mayor. Con toda esta diligencia y con la que puso su alteza en buscar dineros,
sin embargo del impedimento del decreto, no fue posible dar las órdenes para
salir la gente de sus alojamientos hasta los 9 de agosto, ni su persona pudo
salir de Bruselas hasta los 22 del mismo. Hízose la plaza de armas en Arlú,
aldea entre Duay y Cambray, y el primero que acudió fue Luis del Vilar con
el tercio que había sido de don Alonso de Mendoza; acudieron luego conse-
cutivamente don Carlos [468] Coloma y don Luis de Velasco con los suyos,
tal, que para el día que el archiduque llegó a Duay estaba ya junto en aquellos
contornos todo el ejército, que era harto lucido, pues, fuera de los tres regi-
mientos nuevos de Eslegre, conde Vía y conde de Soltz, había también el del
señor de Barbansón, que todos juntos pasaban de seis mil alemanes. Los ita-
lianos de don Alfonso pasaban de tres mil y los valones, iralandeses y borgo-
Las Guerras de los Estados Bajos 611

ñones de siete mil y los españoles faltaban poco para cuatro mil. La caballería
ligera llegaba a dos mil caballos y los hombres de armas o bandas de Flandes
a mil y quinientos. Llegó el archiduque a Duay a los 25 de agosto, donde se
platicó con varias opiniones el modo de socorrer a los sitiados, pareciéndoles
a muchos que había todavía tiempo de tentar alguna diversión, sitiando a San
Quintín o a Perona; otros querían que se fuese al socorro con resolución de
pelear y para facilitalle engrandecían el número y valor de nuestro ejército y
las muchas partes en que forzosamente había de tener ocupado el francés el
suyo para guardarse a un mismo tiempo de dos enemigos. No faltó tampoco
quien introdujese el medio destos extremos, como de ordinario sucede a los
perplejos, linaje de consejeros inútiles, si ya más propiamente no los llama-
mos perniciosísimos. Aconsejaban éstos que se hiciesen todas las demostra-
ciones necesarias para persuadir al francés a que se iba con resolución de pe-
lear, que con esto era sin duda que no aguardaría, como si fuese posible saber
las resoluciones ajenas ni acción de prudencia el librar en ellas el provecho
proprio; fuera de otro daño (muy ordinario y anejo a este género de consejos),
que no haciendo el enemigo lo que se imaginó que haría, como sucede las
más veces, es menester variar en la misma ocasión aceleradamente, y ya se ve
cuán grave error es reservar para entonces lo que pide tan diferente espacio.
Acordaban éstos los ejemplos de París y Roán y aun otros más recientes, un
género de argumento, aunque harto usado, poco concluyente, pues siendo
tan varias, de ordinario, las circunstancias de los casos, raras veces se ajustan
de manera que pueda servir en el presente lo que se hizo en el que alegan,
puesto que, sabiéndola moderar y templar con prudencia, no se puede negar
que no sea de gran provecho la memoria de los sucesos pasados. El no tomar-
se por entonces reso[469]lución alguna mostró evidentemente que los más se
habían conformado con el postrer consejo y el archiduque también, no por-
que le faltase todo el valor heredado y natural que puede tener un príncipe,
como antes y después se vio en tantas ocasiones, sino porque deseaba hacer el
efeto sin aventurar los estados que tanta obligación tenía de guardar, fuera de
que el perder la batalla y el socorrer a Amiéns era fuerza que le dilatasen, aun-
que por varios caminos, el de su casamiento, procurado por él con tantas ve-
ras y deseado con tanta razón. A más desto, tenía ya en tan buen punto el
general de San Francisco el tratado de las paces348, que parecía, y aun era te-
meridad, echar el resto por cosa que, sucediendo ellas, había de restituirse
como todo lo demás. El rey nuestro señor era cierto que deseaba morir en paz
y que su hijo reinase y su hija se casase sin guerra, y, así, es común opinión
que sus secretas instrucciones se conformaban más con este parecer, en virtud
del cual, cuando después se trató de poner en ejecución la jornada y se oyó en

348
 Para las negociaciones y pactos del momento en el territorio flamenco, ver Paz, Recueil
(1893, 1904), entre otros.
612 Las Guerras de los Estados Bajos

Arrás, por relación del teniente Jaime, lo que convenía arrimarse por la parte
de Caumont el río arriba, alegando los sitiados, para estorbar este parecer, que
las fortificaciones del enemigo no llegaban allí, que se podía socorrer la ciu-
dad sin obligar al enemigo a la batalla, con sólo ganar el casar y puente de
Caumont, y que con barcas el río abajo o por tierra de la otra parte dél se
podía meter el socorro de gente y municiones que se quisiese, no se arrostró
a ello en manera alguna por no mostrar al enemigo poco deseo de llegar a las
manos y porque la impresión de que había de ser esto por fuerza le hiciese
pensar al rey de Francia lo mucho que aventuraba y caer en que podía serlo
sin Amiéns. Don Alonso de Mendoza y don Gastón de Espínola, que eran los
consejeros de quien el archiduque más se fiaba, fueron, según se dijo, autores
deste parecer, afirmando, como si lo vieran, que no aguardaría el rey en su
alojamiento y que lo mucho que había fortificado la puente y paso de Lampré
mostraba bien lo que había de hacer en viéndose con el ejército español enci-
ma. Con todo esto, pareció conveniente, antes de empeñar un ejército como
aquél, que las cabezas por quien se gobernaba viesen por sus ojos la disposi-
ción del campo enemigo y que fuesen juntos los autores de entrambos conse-
jos para disputar [470] sobre la obra y conferir las dificultades, deseando el
archiduque verlos volver de acuerdo. Nombráronse don Gastón y Juan de
Tejeda, con quien se ingirió también, por lo plático del país y en la lengua, el
coronel La Barlota. Pareció no llevar toda la caballería, ni tan poca que pudie-
sen temer a solos los corredores del campo contrario; y así fueron cuatrocien-
tos caballos con el comisario general Juan de Contreras Gamarra. Llegaron a
Dorlán a los 28 de agosto y, tomando allí otros cien caballos de los que tenía
en aquella guarnición el caballero Melsí, pasaron el día siguiente la vuelta del
campo enemigo. Tuvo el rey de Francia aviso de la venida desta gente por
medio de sus espías y, deseoso de estorballes su intento, repartió toda su caba-
llería por las partes y avenidas por donde podían llegarse a reconocer los nues-
tros, y a pocas horas andadas del día de los 29, los corredores de la tropa que
el rey había reservado para sí descubrieron desde muy lejos (a causa de ser
toda aquella tierra muy llana y con pocos bosques) a nuestra gente, la cual, en
lugar de quedarse la mayor parte en emboscadas para en cualquier suceso y de
irse arrimando en poco número por ver sin ser vista, se venían con tanto de-
senfado como si dejaran dos mil caballos a las espaldas. Viéndose, pues, los
reconocedores descubiertos y que se tocaba arma por muchas partes, resolvie-
ron el retirarse a Bapama, plaza del Artois, distante de Amiéns nueve leguas y
dellos más de seis. Hízose esta retirada con malísima orden, respeto al afirmar
los franceses que nunca pasaron de cien caballos los que los siguieron con el
rey en persona, hasta que, esparcidos y deshechos una vez, fue fácil cosa ir
prendiendo y matando los menos diligentes o los más atrevidos. Las cabezas,
aunque por diferentes derrotas, llegaron primero a Bapama y después al cam-
po, echando cada uno, como es costumbre en semejantes casos, la culpa a su
Las Guerras de los Estados Bajos 613

compañero, y todos en primer lugar al comisario general, pues, como hombre


tan plático en la caballería, debiera reservarse algunas tropas de emboscadas,
que, si lo hiciera, fuera muy posible hacer aquel día alguna buena suerte en la
persona del mismo rey, que la empeñó como pudiera cualquier teniente de
caballos. Don Juan de Bracamonte y Juan Tomás Espina, capitanes de lanzas,
insistieron mucho en que se hiciese rostro, aunque en vano, tal era el temor
que llevaban algunos de perderse [472] y la aprehensión de que venía tras
ellos toda la caballería del campo francés. De muertos faltaron solos siete;
perdiéronse más de cien caballos y cosa de cincuenta personas con el capitán
don Jerónimo de Monroy, al cual, habiendo hecho el archiduque merced de
la compañía de caballos que estaba vaca por muerte de Juan de Guzmán, iba
con esta gente por ver si se le ofrecía ocasión de meterse en la ciudad, como
lo procuró, y las banderolas, que dijimos se mostraron en las trincheras a los
30 de agosto, fueron deste fracaso.
Llegó el archiduque a Arrás a los 4 de setiembre y, partiendo a los 7 la
vuelta de Dorlán, hizo plaza de armas en Avena le Conte, donde el conde
Mansfelt, maestro de campo general, ayudado de don Gastón Espínola y
Gaspar Zapena, sus lugartenientes, puso toda la gente en batalla y ordenó los
trozos del ejército en esta forma: el primer batallón se encomendó al maestro
de campo don Luis de Velasco, el cual se componía de su tercio, de los re-
gimientos de alemanes de los condes de Soltz y Vía y de tres regimientos de
valones, que todos juntos pasaban de seis mil hombres; el segundo se dio al
maestro de campo Luis del Villar con casi igual número de gente en su tercio,
y de italianos de don Alfonso Dávalos, y regimiento de valones del conde de
Busquoy y alemanes de Eslegre. El tercer batallón se encomendó al maestro
de campo don Carlos Coloma, con mil trecientos españoles de su tercio, el
regimiento de alemanes del señor de Barbansón, el de valones de La Barlota,
el de borgoñones del conde de Varas el Mozo y el de irlandeses del coronel
Guillelme Estanley. Había en este trozo alrededor de otros seis mil infantes.
Formóse, a más desta gente, un escuadrón volante de dos mil hombres saca-
dos de todos los tercios y naciones y encomendóse a don Diego Pimentel. La
caballería ligera, en el número ya dicho, iba a cargo de su general el almirante
de Aragón, cuyo lugarteniente general era don Ambrosio Landriano y comi-
sario general Juan de Contreras Gamarra; los hombres de armas llevaba el
conde de Sorá, como se ha dicho. Nació este día diferencia sobre si en cada
batallón había de llevar siempre el mejor lugar (esto es, al cuerno derecho) la
infantería española o irse alternando en la forma que se alternaban los bata-
llones entre sí; y pareció al archiduque más puesto en razón el [472] ordenar,
como lo hizo, que los españoles llevasen siempre el puesto más honrado, no
menos por su conocido valor y disciplina que por evitar la confusión de haber
de deshacer cada día y volver a hacer la ordenanza de cada escuadrón. Y esto
quedó establecido así para lo venidero.
614 Las Guerras de los Estados Bajos

Detúvose el ejército cuatro días en Avena el Conte y abadía de Vervíns


antes de pasar el Autí, que no sirvió sino de gastar los bastimentos que se ha-
bían sacado de Arrás; y, pasándole al fin por una legua más debajo de Dorlán,
adonde, habiendo ya sabido la muerte de Hernán Tello, dejó el archiduque
por gobernador a don Juan de Córdoba, proveyendo su compañía de lanzas
en don Álvaro Osorio, al plantar los alojamientos se presentó la caballería
francesa en unas colinas a tiro de cañón, la cual, escaramuzando con la nues-
tra, dejó lengua, en lugar de llevarla. Y si entonces se le cargara de veras al rey,
que iba en persona, por ventura se soldara la quiebra del pasado reconoci-
miento. Tardó dos días en pasar todo el ejército el río, que, aunque pequeño,
como se hubieron de hacer puentes para todo el carruaje y artillería, no fue
poca diligencia.
La mañana de los 13 de setiembre comenzó a marchar el ejército la vuelta
de Amiéns en la ordenanza ya dicha; llevaban la vanguardia toda la caballería
ligera y hombres de armas; seguían el escuadrón volante; tras él le cupo el pri-
mer puesto al batallón de Luis del Villar, en cuya frente marchaba el archidu-
que con todas sus guardias de a caballo, el guión y toda la corte; el cuerpo de
la batalla del escuadrón en medio tocó a don Luis de Velasco con su batallón,
y la retaguardia a don Carlos Coloma con el suyo. Iba el ejército abrigado
por el costado derecho con el río Soma, el cual, tocando con sus aguas a San
Quintín, Perona, Corbie, Amiéns y Abevila, ciudades las nobles y fuertes de
Picardía, desagua en el Océano, bañando los muros de San Valerý. El costado
izquierdo abrigaban los carros en hilera de tres en tres. Llevaba en su frente
cada uno de los tres trozos cuatro medios cañones, para que, emparejando los
batallones al tiempo del pelear, hiciesen todos su efeto a un mismo tiempo.
Llevábase sobre carros un puente de barcas de veinte y cinco brazas de largo
con intento de echalla en el río, para procurar meter el socorro por la parte
[473] de Francia, como la menos guardada, cuando no sucediese el retirarse
el francés, como lo aseguraban los confiados.
No creyó el rey de Francia jamás que el archiduque pasara el Autí, pare-
ciéndole, considerado el estado de las cosas y en el que estaban ya los tratos
de paz, que había de contentarse con mostrar sus fuerzas de lejos, sin aven-
turarse a un partido tan desigual en reino extraño y dejando los estados sin
otra defensa que tres mil infantes y quinientos caballos, con que don Alfonso
de Luna, gobernador de Liera, se procuraba encaminar en socorro de los de
Rimbergue o por lo menos para animallos a que se entretuviesen (puesto
que pocos días después la rindió al conde Mauricio un capitán alemán que
la gobernaba, como veremos); y así, no tenía en su campo toda la gente que
pudiera, siendo costumbre de la nación francesa el cansarse de los trabajos y
faenas ordinarias con facilidad y volver con igual prontitud al menor rumor
de batalla. Pero, en viendo pasar la ribera al ejército español, cuidadoso de su
propia salud, hizo trasordinarias diligencias para juntar sus fuerzas, sacando
Las Guerras de los Estados Bajos 615

todas las guarniciones de las ciudades vecinas y recogiendo las tropas desman-
dadas por su comodidad.
Arrimóse el archiduque al río junto a Pequiñí, adonde había estado siem-
pre, y estuvo hasta otro día el general de San Francisco, tratador de las paces;
y, caminando en la ordenanza dicha el ejército poco más de media legua, se
presentó el rey con toda su caballería, saliéndole al encuentro la del archidu-
que. Hubo una gallarda escaramuza en que quedó en prisión, malherido,
Aníbal Macedonio, capitán de lanzas napolitanas. Entretanto, marchando el
campo español hasta San Salvador, que era el primer cuartel de franceses jun-
to a la Soma, se dio orden al conde de Busquoy para que con la mayor parte
de sus valones echase el puente en el río, y lo hizo, aunque con dificultad, por
ocasión de un buen golpe de franceses que desde una iglesia y torre fortificada
de la otra parte del río intentaron defendello. No era el designio del archidu-
que pasar el ejército, sino divertir por allí al enemigo con intento de empren-
der el paso de Lampré, distante, como se ha dicho, menos de media legua de
la ciudad; y así, dejando al conde en aquel puesto, pasó con el ejército adelan-
te. Mostróse todo el campo español al francés y a la ciudad sobre una [474]
montañuela, a menos de tiro de cañón de las trincheras enemigas, y, como
muestra gente se fue llegando casi hasta tiro de mosquete, comenzó el rey de
Francia a dudar de sus cosas y a conocer en su gente confusión y embarazo
grande; tal que, como se vio muy bien, mucha parte de su bagaje que estaba
en su plaza de armas comenzaba a marchar la vuelta de sus puentes con inten-
to de ponerse en salvo. Llegaba el ejército francés aquella tarde a diez y ocho
mil infantes de todas naciones, a saber: franceses, esguízaros, ingleses y dos
mil holandeses que le habían llegado pocos días antes. La caballería pasaba de
tres mil y quinientos caballos, mas, como la venida del archiduque fue im-
pensada y fuera de la común opinión, así el resoluto marchar en tan gallarda
muestra ocasionó en la gente del campo español extraordinario deseo de lle-
gar a las manos y en los franceses la confusión y desorden que suele causar un
accidente no antevisto. Pareció sin duda que, si como el archiduque por con-
sejo de los menos no mandara hacer alto al ejército y le dejara caminar otros
quinientos pasos más, ganara, según puede creerse, sin resistencia de conside-
ración, la mayor vitoria que se ha ganado de la nación francesa desde la pri-
sión del rey Francisco, porque ya comenzaban a palotear las picas349 de los
esguízaros y a poner ésta y las demás naciones los ojos en las retiradas y hasta
la corneta blanca, que es lo mismo que el guión del rey350, trajeron aviso de
que marchaba la vuelta del puente de Lampré los capitanes Juan de Somnoza
y don Pedro de Borja, entretenidos. Sin embargo, dejando el marichal de

349
 Refiere a la acción de chocarlas unas con otras produciendo ruido.
350
 El «estandarte del rey o de cualquier otro jefe de hueste» o el «alférez o paje del mismo (que
lo lleva)» (DRAE).
616 Las Guerras de los Estados Bajos

Birón bien guarnecidas sus trincheras, atendía valerosamente a hacer jugar la


artillería sobre nuestros escuadrones, con que comenzó a hacer algún daño. El
rey, acompañado del duque de Humena y de los príncipes de su corte, procu-
raba, aunque en vano, ir animando a su gente y se iba disponiendo a pelear
por la vida y por el reino, cuando comenzaron él y los suyos a cobrar el per-
dido aliento con sólo ver hacer alto a nuestros escuadrones, venciendo al fin
las persuasiones de los consejeros, más creídos por entonces a las nuevas que
por vista de ojos enviaba el general de la caballería de la confusión en que se
hallaba el campo francés con los capitanes entretenidos don Pedro Sarmiento,
Diego Ortiz, Pedro de Ibarra y otros. Quedaban nuestros batallones sujetos
demasiadamente a la artillería, porque, en [475] viendo hacer alto a nuestros
escuadrones, comenzaron los artilleros a hacer su oficio y las cabezas de las
tropas francesas a cobrar ánimo para separarse del bagaje, que hasta allí había
estado todo mezclado y confuso. Y así, el archiduque, acercándose ya la no-
che, mandó que, haciendo de la retaguardia vanguardia, se retirase el ejército
a lo bajo de la montañuela, con que quedó cubierto de la artillería enemiga,
igualándose los tres escuadrones y haciendo frente y arrimándose el escua-
drón volante al río para ejecutar la orden que tenía de acometer a media no-
che la puente y fuerte de Lampré, adonde, en siendo de noche, entró el duque
de Monspensier con buen golpe de ingleses y franceses. Tampoco tuvo efecto
esta resolución, aunque la procuraron esforzar los del consejo y en particular
don Diego Pimentel, a cuyo cargo, como se ha dicho, iba el escuadrón volan-
te, sea por la escuridad de la noche (que lo acertó a ser mucho), sea por la
relación que trajeron los reconocedores de las grandes fuerzas que allí habían
acudido o por la secreta causa o, lo que yo más creo, porque, errado el primer
consejo, era fuerza que lo fuesen todos los demás, si bien este segundo hubie-
ra sido remedio del primero, porque, ganado Lampré, puesto sin defensa
considerable para quien le acometiera con resolución, junto con el paso llano
para meter el socorro, se ganaban todas las barcas de bastimentos que para el
ejército francés se habían subido en muchos días de Abevila y San Valerý el
río arriba. Pasóse toda la noche con más quietud de la que se pudiera prome-
ter entre dos ejércitos tan poderosos y tan cercanos, y poco antes del día,
perdida ya la segunda ocasión de acometer a Lampré, comenzaron los conse-
jeros desta retirada y el conde Mansfelt y el maestro de campo Manuel de
Vega y otros a mostrar descubiertamente al archiduque la imposibilidad de
detenerse en aquel puesto, alegando la conocida y peligrosa falta de bastimen-
tos, el peligro y dilación que ofrecía el cabellos de traer de Arrás, distante de
allí catorce leguas, que no podían ayudarles ni ayudarse los sitiados con hacer
salida de consideración, siendo apenas bastantes para defender las baterías, y
que los corredores del campo habían descubierto, como era la verdad, grandes
tropas de a pie y de a caballo, que iban llegando de socorro al campo francés;
con que, conforme a la gente que se juzgaba podía venir de los [476] presidios
Las Guerras de los Estados Bajos 617

vecinos y de las ciudades comarcanas, era cierto que llegaría el ejército francés
al día siguiente a treinta mil hombres. Alegaban que era ya tan imposible sa-
car al enemigo fuera de sus trincheras, como peligroso el acometerle en ellas,
apercebido ya y vuelta a las venas la sangre que con tanta causa se retiró el día
antes al corazón. Añadían haberse hallado las cosas muy diferentes de lo que
antes se habían imaginado y que era acto de gran prudencia acomodarse a la
condición de los tiempos y de las ocasiones, que hasta aquella hora se había
hecho todo lo posible por desalojar al francés o sacalle a la batalla y que no era
ya bien aventurar más, con la persona de su alteza, un ejército de cuya salud
pendía la conservación de los Países Bajos por sólo el fruto de socorrer una
plaza que, después de socorrida con tanto riesgo, se había de restituir, con
todo lo demás a cúya era en las paces que ya se trataban. Resuelta, pues, la
retirada y aguardando como era justo para hacerla el día claro, haciendo otra
vez de la retaguardia vanguardia, se mejoraron los escuadrones cosa de mil
pasos sobre una colina, desde donde se despachó el bagaje al alojamiento,
distante de allí una legua francesa. En retirar el puente hubo alguna dificultad
y sobre ellos una gran escaramuza, con pérdida de ambas partes; y al fin, por
el valor del conde de Busquoy y de don Diego Pimentel, con el escuadrón
volante, se retiraron todas las barcas del puente al cuerpo del ejército, el cual
hizo alto en aquella eminencia cosa de dos horas, saludando con su artillería
a los franceses, que hacían otro tanto unos y otros sin daño respeto a la larga
distancia sin que se consiguiese el sacar a los franceses a la batalla por más que
mejoraron sus escuadrones un tiro de arcabuz de sus trincheras. Salió, con
todo eso, su caballería y escaramuzó con la muestra sin ventaja. Eran ya dos
horas después de mediodía, cuando, viendo el archiduque la resolución del
rey de Francia y que no estaba puesto en aventurar a perder lo que forzosa-
mente había de ganar estándose quedo, tomó la vuelta del alojamiento; y,
sabiendo en el camino que en ciertos villajes habían arcabuceado al general de
San Francisco con peligro grande de su vida, mandó a don Carlos Coloma, el
cual traía la retaguardia, como a quien le tocaba la vanguardia aquel día, que
los castigase con el más pronto y usado remedio en tales casos. Envió don
Carlos a las [477] dos compañías de arcabuceros de Antonio de Ribas y Ma-
teo de Otáñez que quemaron más de quinientas casas y en ellas muchos sol-
dados nuestros entre los culpados, que lo eran también por haber dejado sus
puestos para entrar a robar. Parecieron poco después los frailes sanos, con que
por ventura se debió acordar el archiduque de aquel emperador a quien le
hizo prometer su confesor que no mandaría ejecutar alguna sentencia resolu-
ta hasta haber tomado tiempo de pronunciar todo el alfabeto griego. Pero en
la guerra raras veces pueden los rigores justificarse con los términos de los
derechos ni dejar de participar de su ira infinitos inocentes, o por poderse
excusar o por otros fines públicos que siempre preceden a los particulares.
Alojóse aquella noche su alteza en la abadía de Bertincourt y otro día en Ru-
618 Las Guerras de los Estados Bajos

bempré; de allí se pasó el Autí por Orvile, donde llegaron el sargento mayor
Andrés Ortiz y el conde Frederico Pachoto a avisar a su alteza cómo habían
tomado tiempo de ocho días, dentro de los cuales, si les entraba socorro, te-
nían esperanza de defender la ciudad; mas que, con todo eso, suplicaban a su
alteza los sitiados se sirviese de enviar con ellos dos personas, para que, vistas
las baterías y considerando el estado de las cosas, viesen si todavía era posible
defender la ciudad, porque en tal caso lo harían hasta perder todos las vidas.
Renpondióseles que la mayor satisfacción que en aquello se podía tener era la
del singular valor con que habían peleado tantos meses y que, así, tomasen el
mejor acuerdo que pudiesen, porque le parecía a su alteza que no podría vol-
ver tan presto a socorrellos. Y esta protestación fue porque la noche que se
retiró el campo mandó dejar el archiduque una carta encomendada a un vi-
llano, que entró con ella, en que avisaba a los sitiados cómo se retiraba por la
falta con que se hallaba de bastimentos y que en proveyéndose dellos procu-
raría tornarlos a socorrer, ordenando que le avisasen del estado en que se ha-
llaban para enviarles conforme a esto la resolución.
Vueltos Ortiz y Pachoto con la respuesta del archiduque y cumplido el
plazo de los ocho días, salió la guarnición de Amiéns a los 25 de setiembre
en número de seiscientos soldados sanos y al pie de ochocientos heridos, cosa
que admiró al rey de Francia, y mucho más el ver después cuáles estaban las
baterías, y en particular la del rebellín, [478] pues sin ayuda alguna subió por
ella madama Bagriela, duquesa de Beaufort, dama del rey, y otras muchas se-
ñoras que habían acudido a ver a sus maridos, en sabiendo que la guarnición
parlamenteaba. La salida fue con muy mayor ostentación, banderas tendidas
y los demás requisitos deste género, y, llevándose a los ojos del rey hasta los
más viles despojos de aquella su nobilísima ciudad, tras seis meses y medio de
sitio, en medio, podemos decir, de su reino. Fue este sitio no inferior a alguno
de cuantos celebran las historias, expugnado y defendido con singular valor
y perseverancia y sin duda el más celebre de nuestros tiempos, puesto que los
que se han detenido más, teniendo la mar abierta para recebir socorros, no
pueden ser contados por deste género de parte de los defensores, cuya diferen-
cia, comodidades y medios para su defensa es incomparable. Entrando el rey
en Amiéns, puso la primera piedra en el edificio de un castillo y en la ciudad
la guarnición que le pareció por entonces que bastaba.
El archiduque desde Orrevile, encaminándose a la ciudad de Arrás, des-
pachó al almirante de Aragón con el tercio de don Luis de Velasco y la tercera
parte del ejército, artillería y los demás pertrechos necesarios para sitiar la villa
de Montulín, no menos por dejar de tentar algo lo que quedaba del verano que
por quitar aquel padrastro al país de Artois, y en particular a la ciudad de San
Omer, y acabar de sojuzgar el país y territorio de Calés. Ganóse esta plaza sin
mucha resistencia y entretanto se retiró el archiduque a Arrás, alojando en los
burgos lo restante del ejército y enviando buenas guarniciones a las villas de sus
Las Guerras de los Estados Bajos 619

fronteras, especialmente a Dorlán, adonde se tenía por cierto había de acudir el


rey de Francia con todas sus fuerzas en viéndose desocupado. El cual, por poder
decir que no había aguardado otra cosa que entrar en Amiéns para presentar
la batalla al archiduque, con todo su ejército en ordenanza y doce cañones se
arrimó un día tanto a la ciudad de Arrás, que, tirando algunos tiros, metió dos
o tres balas dentro della. Súpose otro día después que estaba alojado en los con-
tornos de Dorlán. Ganado Montulín y vuelto el almirante con la resta del cam-
po, se resolvió el archiduque en ir a desalojar al rey o meter grueso presidio en
Dorlán, y hubiera [479] hecho a no haberle dado a su alteza una esquinencia351
que le puso en gran peligro de su vida. Cesó poco después del todo este cuidado
con la nueva que se tuvo de que el rey de Francia había dejado aquellas fronteras
y retirádose a París, adonde le esperaban con gran triunfo y regocijo.
Estando el archiduque todavía indispuesto, llegaron a Arrás los diputados
del condado de Flandes a representar a su alteza los continuos trabajos que
padecían por tener el enemigo ocupada la villa de Ostende con dos mil infan-
tes y cuatro compañías de caballos, que todos se sustentaban a costa de aquel
país, siendo éste el menor daño respeto al conocido peligro que había de cru-
zar los caminos, quedando muchas veces en prisión los caminantes y sujetos
a pagar grandes sumas de dineros por su libertad, y los campos sin poderse
cultivar en manera alguna; ofrecían estos diputados grandes comodidades si
su alteza emprendía aquel sitio y en dinero docientos mil escudos. Comenza-
ron a facilitar esta empresa algunos por complacer a los flamencos y dar gusto
a su alteza, que mostraba desear mucho el quitarse aquella espina, que tan
enconado tenía el brazo derecho de todos los estados, como absolutamente lo
es el condado de Flandes. Y así, en teniendo entera salud, marchó el ejército
a pasar la Liza por Harlebeque y por Menín y Cortray, en donde, habiendo
hecho don Luis de Velasco dejación de su tercio de infantería española por
tener licencia para España, le proveyó su alteza en el teniente de maestro de
campo general Gaspar Zapena, y el oficio que él dejaba en el sargento mayor
Martín López de Aybar, natural de Segorbe, en el reino de Valencia, cuya
sargentía mayor del mismo tercio se dio al capitán Cristóbal de Aybar, la del
de don Carlos Coloma a don Pedro Sarmiento, que hoy es maestro de campo
del tercio de Nápoles, y la del de Luis del Villar al capitán Alonso de Ribera,
dando su alteza compañías a Antonio de Zaballos, que de alférez era sargento
mayor de don Carlos y después murió maestro de campo, y a Andrés Ortiz,
que también, de alférez, lo era del Luis Villar.
Llegado el archiduque a Brujas, en cuyos contornos se alojó todo el ejér-
cito, fue personalmente acompañado de todo su consejo y bastante número
de infantes y caballos a reconocer a Ostende, [480] tanto por la parte de
Nioport como por la de Blancemberg, y en ambas hubo gallardas escara-

351
 «Angina».
620 Las Guerras de los Estados Bajos

muzas con la gente del presidio. Sin embargo, se reconoció todo muy bien,
hasta sus mismos fosos; pero, no teniendo los de Flandes aparejadas las cosas
necesarias para el sitio con la prontitud que habían ofrecido, retirado su alteza
a Brujas, quiso saber de uno en uno los pareceres de los consejos y maestros
de campo, entre los cuales, como es costumbre, hubo variedad de opiniones.
Decían unos que la reputación sola de aquel ejército y la presencia de su alte-
za bastaba para atemorizar a los rebeldes; que los terraplenos de las murallas
eran todo arenosos por la falta que había allí de tierra y que, en batiéndo-
las, se vendría luego al suelo con más facilidad de lo que se pensaba; que el
tiempo del otoño (hallándose en la sazón más enjuta y que más bajas están
las aguas) era el más acomodado para arrimarse con trincheras; que el canal
era muy fácil de cegar barrenando navíos cargados de piedra sobre la barra;
y, finalmente, que no había peligro en haber de invernar allí, teniendo los de
Flandes aparejadas hasta barracas para los soldados y a punto los bastimentos
necesarios para sustentar un año y más todo el ejército. Discurrían otros lo
mucho que se había de pensar antes de poner un sitio sobre tierra a quien no
se podía quitar el socorro; que se cegase una vez la entrada del canal y que,
saliendo esto como se proponía, todo lo demás era fácil; mas que, sin hacerse
esto primero, era temeridad ponerse a una empresa con tres enemigos tan po-
derosos como contrarios, como lo eran el rey de Francia, los Estados rebeldes
y la reina de Inglaterra, cada uno de los cuales era cierto que había de tener
por causa propia la defensa de Ostende. Arrimóse el archiduque finalmente
a este parecer, guardando para otra ocasión el proseguir de veras el sitio y
remediando entretanto las ordinarias corredurías del enemigo con hacer tres
fuertes competentes, de que dará mejor razón el que emprendiere a escribir el
sitio y presa de Ostende, el cual cae ya fuera de mi destajo352.
Estando el archiduque en Brujas, tuvo nueva de que, habiendo salido don
Álvaro Osorio con su compañía de lanzas, que alojaba en Landresí, a una
arma que le tocó la guarnición de Guisa, habían deshecho en cierta embos-
cada a mucha parte de su gente y muerto a [481] él, cosa que causó general
sentimiento, por ser don Álvaro un caballero muy principal y de honradas
esperanzas. Su compañía se dio al capitán Pedro Gallego y la que él dejó de
arcabuceros, por estar medio deshecha después de los de Amiéns, se repartió
entre las demás. También se fue por este tiempo con licencia a España don
Francisco de Padilla y su compañía de lanzas se dio al capitán Hernando de
Salazar y la suya de arcabuceros se repartió, como la otra, entre las demás de
españoles. La de don Sancho de Luna, que había días se había ido a España
con licencia, se dio al sargento mayor don Pedro Ponce de León, y la del
capitán Alonso de Mondragón se agregó a la del general, que se hallaba algo
deshecha.

352
 En el sentido de «obra o empresa que alguien toma por su cuenta» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 621

Partió su alteza tras esto para Bruselas hacia la fin de noviembre, adonde
mandó hacer la reformación del tercio que había sido del marqués de Trevico,
incluyéndole en el de don Alfonso Dávalos, que se alojó en Diste y otras villas
de la campiña; el de Zapena en Malinas, el de don Carlos en Tornay y Sant
Amán y el de Luis del Vilar en Mabensa, Cambray, Condet y la abadía de
Marchenes. Hacia la fin del año murió de enfermedad el conde de Bosú, ge-
neral de la artillería y, no habiéndose partido aún don Luis de Velasco, le hizo
su alteza merced de aquel cargo, con satisfación universal de todo el ejército,
que tenían a don Luis por tan gran soldado como principal caballero y por
tan capaz para el manejo de una parte tan importante en un ejército como
para todo lo demás en que había sido empleado, fuera de que los premios
tan justificados alcanzan a todos los deseosos y dignos de valer, si no con la
utilidad, a lo menos con la esperanza, que satisface poco menos.

Fin del libro Décimo


622 Las Guerras de los Estados Bajos

[482] LIBRO UNDÉCIMO


Año de 1598353
Hase alargado de suerte la narración del año antecedente con ocasión del
sitio de Amiéns que, por no dejar la déste desproporcionada con las demás,
he guardado para ella los sucesos de las armas holandesas, que, aprovechándo-
se de nuestras ocupaciones, se ejercitaron en daño de las plazas que todavía
poseíamos de allá del Rin y de la villa de Rimbergue y otras, obligación pre-
cisa de quien escribe cosas universales, no extenderse menos en los adversos
que en los prósperos sucesos. Sin embargo, por darle alegre entrada diré antes
el regocijo que causó en Bruselas la nueva que llegó al principio deste año de
que estaba concluído el casamiento del archiduque con la serenísima infante
doña Isabel y que se hacía donación de los Países Bajos y condado de Borgoña
para ellos y sus descendientes, cosa que alegró a las provincias católicas y las
puso en esperanzas de alcanzar algún día los frutos de una larga y segura paz.
Con todo eso, aunque el contento era común y los parabienes universales, no
dejaban muchos de discurrir variamente, cada cual, como se acostumbra, se-
gún su caudal y sus afetos. Decían, y en particular los soldados, que habían de
empeorarse las cosas de la guerra si de España no se acudía, como hasta allí,
con las provisiones necesarias para ella, lo que era de temer que faltaría algún
tanto, hallándose exhausta de dinero y con obligación de nuevos [483] gastos
por el matrimonio concertado también entre el príncipe don Felipe y la sere-
nísima archiduquesa Margarita, hija del archiduque Carlos y de María, her-
mana del duque de Baviera. Desayudaba no poco la vejez del rey, tan comba-
tida de enfermedades, que no habían menester sus ministros menos tiempo
para resolver las cosas (supuesto que, con todos sus achaques y excesivos do-
lores de la gota, había de poner en ellas la última mano) que después de re-
sueltas en llegarles a la ejecución, y en ambas cosas inferían o que faltaría a las
fuerzas militares con que se conservaba la parte de los Estados que se poseía
la asistencia conveniente, o que, habiendo de darla, venía a quedar la corona
de España cargada de los mismos gastos y privada de una tan noble parte de
su imperio; y lo que menos bien sentían desta donación añadían ser extraña
manera de liberalidad la que no sólo daba lo que tanto vale, sino que se obli-
gaba a conservarlo tan costosamente. Los enemigos de nuestra grandeza, y en

353
 Argumento: Conclúyese el casamiento del archiduque con la serenísima infanta doña Isa-
bel. Condiciones con que se les entregan los Estados. Progresos de los rebeldes durante el
socorro de Amiéns. Conclúyense las paces de Verví y con qué condiciones. Varios motines
de la gente de guerra. Vase a casar el archiduque y queda gobernando el cardenal Andrea de
Austria. Encárgase el almirante de Aragón del ejército. Cuéntase sus progresos hasta que se
aloja en las tierras neutrales de allá del Rin.
Las Guerras de los Estados Bajos 623

particular los holandeses354, discurrían con mayor libertad sobre esta acción y
presumían ante todas cosas alcalzar los intentos más secretos del rey, burlán-
dose de que pudiese haber concebido esperanzas de traerlos por aquel camino
a la obediencia y de que los tuviese a ellos por tan fáciles a ser engañados que
le pareciese no habían de tener por sospechosa la añagaza de dar unas provin-
cias tan nobles y unos Estados tan ricos y poderosos a su hija y sobrino, cuyos
nietos, a bien librar, no habían de vivir, decían, menos celosos de la grandeza
de España que los demás reyes y potentados, a quien es sospechosa y formi-
dable355. Alegaban en prueba desto algunos ejemplos, presumiendo que en los
príncipes no puede haber virtudes sino las que ellos llaman políticas y que el
agradecimiento y memoria de los beneficios no les son comunes con los de-
más hombres; y así, juzgando que contradecía a esto la donación, desvelándo-
se en descubrirle algún motivo más íntimo, no concurrían por ningún caso en
que pudiese haberse consolado el rey de perder para siempre una parte casi la
menos de su monarquía, pero, como la sucesión en ningún matrimonio es
infalible, por ventura pesado este riesgo dudoso y futuro con otras utilidades
ciertas y presentes, hicieron resolver el ánimo del rey, a quien debía de incli-
nar no poco lo que amaba a su hija, que no todas veces los [484] príncipes
anteponen la conveniencia del estado a la ejecución de lo que vivamente de-
sean, pero ellos en aquella leve apariencia de seguridad querían que se hubie-
se fundado el resguardo de no enajenar del todo tan gran estado. Otros, de
menos malicioso, y al parecer más acertado discurso, hacían de más larga y
delgada vista la prudencia del rey, pareciéndoles que pudo poner los ojos en
que, no dejando más que un hijo varón, tras cuya vida (sujeta, como la de los
demás mortales, a los accidentes que nadie ignora) recaía en la infanta la mo-
narquía, era bien darle el marido que en tal caso escogiera y, no casándola
agora con otro príncipe, dejar sujeta la grandeza de su casa a tan posible de-
sastre; y, aunque fuse incurriendo en los inconvenientes apuntados, parecía
justo prevenir estotro tanto mayor, siendo así que hay acciones en que es ne-
cesario escoger (como los médicos en las enfermedades implicadas) los reme-
dios menos dañosos, pues del todo seguros no puede haberlos. Las provincias
obedientes (como no les tocaba poner los ojos más que en su particular bene-
ficio), recibiendo por la mayor parte sumo contento de haber de tener consi-
go a sus señores, esperaban también por su medio grandes medras en el bien
público y parecíales que, cesando en los rebeldes el odio contra el rey, que
mamaron en la leche del príncipe de Orange, y acordándose de haber oído
encarecer a sus padres o agüelos la felicidad de aquellos tiempos en que los
gobernaban príncipes de su nación, vendrían al fin a caer en la cuenta y apar-

354
 Es difícil decantarse por a quién tiene más inquina Carlos Coloma (y con él los españoles
de la época), si a los holandeses o a los franceses.
355
 En el sentido de «muy temible y que infunde asombro y miedo» (DRAE).
624 Las Guerras de los Estados Bajos

tarse de las demás pretensiones con tal que se les dejase la conciencia en liber-
tad, la cual, por medio de la comunicación con los fieles, decían, era muy
posible mejorarse. El tiempo después mostró que ni los daños ni los prove-
chos desta notable acción llegaron a las esperanzas y los medios de ambas
opiniones, siendo de ordinario diferentes los efetos que ofrece la práctica a los
que presupone el discurso en la teórica356. La falta de la sucesión en aquellos
príncipes, como atajó la total enajenación de aquellos Estados, cerró también
la puerta a todos los inconvinientes tan justamente temidos, que con el tiem-
po –a la verdad- no fueron pocos; y el veneno de la herejía, arraigada ya en lo
más vivo de las entrañas de aquellas provincias, especialmente en las que, por
haber permanecido tantos años en la corrupción, llegaban a estar del todo sin
[485] esperanza de remedio, no pudo, como se pensó, ser curado con sólo las
inumerables virtudes de aquellos príncipes; remedio, a la verdad, sólo bueno
para enfermedades más fáciles y para gente de más sencillas intenciones, y así
se lució en los súbditos obedientes, donde son infinitos los frutos que han
gozado de la prudencia y amor con que han sido regidos; efeto que sin duda
le antevió el rey y dél se prometió grandes mejoras en la satisfación de aque-
llos pueblos para en caso que hubiesen de volver a su dominio, pareciéndole
que entretanto nadie podía gobernar aquellos Estados mejor ni restituirlos a
la corona más mejorados; y si lo pensó así, a la verdad no se engañó, como lo
ha mostrado el efeto. Algunos, demasiadamente sutiles, condenaban el dar a
gustar los beneficios de tener consigo a su príncipe proprio a unas provincias
que después habían de ser regidos por gobernadores, pero los inconvenientes
tan apartados no deben oponerse a las conviniencias presentes, que, si a eso se
hubiese de atender, ¿qué consejo podría parecer del todo bueno? Lo cierto es
que generalmente todos aquellos Estados rebeledes recibieron singular con-
tento con esta nueva, los nobles principalmente, pareciédoles que habían de
ocupar grandes lugares y puestos con los nuevos príncipes y que al fin se había
de gobernar todo por su mano. En que no se engañara, si conocieran la con-
dición del archiduque y supieran cuán delante de los ojos trujo siempre lo que
convenía a la autoridad real mostrarse independiente y a cuán gran peligro se
pone de faltar a esta máxima tan importante el príncipe en quien se conoce
poca afición a los negocios, pues no es otra cosa el fiallos de un privado te-
niéndo él por otra parte capacidad para resolverlos de sí mismo. Y es digno de
particular ponderación el ver que haya querido Dios poner a la mayor gran-
deza tan gran pensión como privarla de amigos del alma, siendo el mayor
deleite de la vida humana y más conforme a la naturaleza. Mas la amistad de
tantos quilates raras veces se halla sino entre iguales y a los príncipes y reyes

356
 Amelot, haciéndose eco de Antonio Pérez (y en defensa de esta máxima tacitista) dice que
la ciencia de la corte es como la cirugía, «qui ne s’aprend point par la théorie, mais par la
pratique» (172-3 [III]).
Las Guerras de los Estados Bajos 625

no les conviene tenerlos entre sus vasallos. Y últimamente también aún hasta
la gente común y la hez de la plebe se regocijaba, como de ordinario sucede
cuando se esperan grandes novedades, sin reparar o advertir en si les han de
ser de daño o de provecho.
El rey, en tanto, sabiendo las mudanzas que había de haber en los [486]
Países Bajos y lo que convenía ayudar a la breve y honrada conclusión de las
paces con Francia, las cuales, como decía un antiguo, se han de tratar debajo
del escudo, determinó tener en Flandes un nervio357 de infantería española
con que asegurar todo lo demás; y así al principio deste año despachó al
maese de campo general don Sancho Martínez de Leiva con cuatro mil y
quinientos infantes en cuarenta compañías, sacados de la gente que traía en
la armada real del mar Océano don Martín de Padilla, adelantado mayor
de Castilla358. Partió esta armada del Ferrol a 17 de hebrero, en número de
cuarenta y dos bajeles entre urcas359 y filipotes360, a cargo las cosas de la mar
del general Martín de Bretendona361, vizcaíno, de los más famosos y atrevidos
marineros de nuestros tiempos, y llegó a dar fondo en Calés a 26 del mismo,
habiéndose detenido en el viaje solos nueve días, durante los cuales, por la
fuerza de los nortes, no pudiendo tenerse al viento, dieron en la costa seis ba-
jeles, sin que dellos se perdiese otra cosa que los buques. Llegados ya a la vista
de Calés, tomaron los holandeses una urca con docientos hombres, soldados
de las compañías de Francisco de Andrada y Alonso Sánchez, habiendo dado
fondo entre Boloña y Calés para aguardar la marea. Otra nave, derrotada
por habérsele roto el mástil mayor, no pudiendo seguir a las demás, arribó a
La Coruña con el capitán Diego de Hiera. Llegada esta gente a Brabante, se
repartió por los tercios, dando a cada uno cinco compañías, de quince que

357
 En el sentido figurado de «fuerza», «vigor».
358
 Recuérdese que Martín de Padilla estaba ocupado por estas fechas (tras el ataque inglés a
Cádiz de 1587 y derrota de la Invencible en 1588) en crear una nueva armada con la que
intentar el ataque a Inglaterra (desde los puertos de Lisboa y del norte de la Península). De
hecho el 23 de octubre de 1596 una armada de 96 barcos y 16.000 hombres salió de La
Coruña, tan sólo para sufrir una tempestad debastadora en Finisterre que acabó con 20 de
las naves y 16.000 hombres.
359
 urca o urca. «Embarcación o barco grande muy ancho de buque por en medio de él, y
tanto que Covarrubias en su Thesoro quiere que se haya dicho por semejanza a las ollas
ventricosas, o a las que comúnmente llaman orzas; y según otros, a un pez a que dan este
mismo nombre. Es vaso de carga, y sirve ordinariamente en varios parajes de Indias para el
transporte de granos y otros géneros» (Dicc. Aut.).
360
 El filibote es un tipo de velero diseñado originalmente como buque de carga en los Paí-
ses Bajos en el siglo XVI. Fue luego muy utilizado en la navegación transoceánica. La
palabra procede del holandés fluyt. Puede verse una serie estupenda de imágenes del fi-
libote «Derfflinger» (de fines del s. XVII) en http://www.modelships.de/Derfflinger_I/
Derfflinger_I_eng.htm.
361
 Encuentro una referencia que no he podido consultar: Boxer C.R., 1969, The Papers of
Don Martin de Bertandona (Indiana)[Bertandona Papers].
626 Las Guerras de los Estados Bajos

quedaron en pie, repartiendo después por iguales partes toda la gente de las
restantes, tal, que con este socorro se pudo cada tercio de número de dos mil
y trecientos hombres arriba.
Apenas se acabó de asegurar el conde Mauricio de que el archiduque enca-
minaba sus fuerzas y su persona la vuelta de Francia con intento de socorrer a
los sitiados de Amiéns, cuando, valiéndose –como otras veces- de nuestras
ausencias, se puso en campaña con setenta compañías de infantería, que po-
dían hacer el número de nueve mil infantes y veinte y dos estandartes de caba-
llos. Traía resuelta ya desde Holanda la empresa de Rimbergue, para la cual
partió del fuerte de Esquenck a los 7 de agosto del año pasado, acompañado
de los condes Guillermo, gobernador de Frisa, Holaco, Solms y Ernesto, Lu-
dovico y Enrique de Nasao, y llevando consigo cuarenta piezas de artillería y al
pie de trecientos bajeles, entre grandes y pequeños; aparejos a la [487] verdad
desproporcionados con las pocas fuerzas que en aquella sazón tenía el partido
católico en el ducado de Güeldres. A los 8 del dicho, pareciéndole a propósito
asegurarse de la villeta y castillo de Alpen, lo hizo con sólo mostralles a ciento
y cincuenta alemanes que la guardaban dos medios cañones. Acuartelóse el día
siguiente sobre Rimbergue desta manera: en las dos partes oriental y occiden-
tal de la villa, pegado al río, se alojaron los condes Guillermo de Nasao y coro-
nel Horacio Veer, en la una con tres mil infantes y cinco compañías de caba-
llos, y en la otra con otra tanta gente los condes Holach y Solms. Mauricio con
el conde Enrique, su hermano, con lo restante de su ejército, tomó puesto al
pie de la colina, con las espaldas al bosque, en igual distancia de los dos cuar-
teles sobredichos. Había dentro de la villa seis banderas de alemanes, goberna-
dos ella y ellos por el capitán Suáter, hombre de valor y que, como tal, sin
embargo de tener la gente medio amotinada, comenzó a defenderse valorosa-
mente. Lo primero que hizo el enemigo fue cerrarse con trincheras y redutos
para estorbar el socorro, que sabía se estaba apercibiendo, aunque lentamente,
a cargo de don Alonso de Luna y Cárcamo, gobernador de Liera, y que iba
acercándose a la Mosa en número de cuatro mil infantes y trescientos caballos,
poca gente para oponerse a las fuerzas rebeldes, juntada más para poner algún
freno al enemigo y poder meter de repente golpe de gente della en las plazas de
más importancia, que pudiese acometer en Brabante, como Mastrique, Grave
y Bolduque, y en Güeldres, Ruremunda y Benalo, todas sobre la Mosa, que no
para llegar a las manos. Y así se tuvo por cierto que las instrucciones de don
Alonso no se extendían a más que a esto, siendo fuerza muchas veces medirse
más con la posibilidad que con la conviniencia; y no es menor primor de la
prudencia saber no despreciar el poco caudal. Ocupó luego el enemigo la isla,
que rodeó también de trincheras, y a las doce las comenzó a abrir por la parte
oriental, que es el camino que viene de Orsoy, habiendo antes echado un
puente sobre barcas para comunicarse por la diestra parte del Rin y proveerse
de forrajes. Batióse la villa a los 15 con veinte y cuatro piezas; y a los 19, aloja-
Las Guerras de los Estados Bajos 627

dos ya los enemigos en la muralla, viendo la batería hecha y que se aparejaba


el asalto, se [488] rindieron los de dentro con honestas condiciones, haciéndo-
los acompañar Mauricio hasta la villa de Güeldres, donde estaba lo restante de
su regimiento, que era el viejo conde de Vía, cuyos oficiales les cerraron las
puertas, medrosos de que, mezclándose con los demas soldados, no los llevasen
consigo a la sedición, de que, como se ha dicho, habían dado ya bastantes
muestras. Mas aprovechó poco, porque, comunicándose con cartas y otras
inteligencias, abrieron finalmente las puertas a sus compañeros y juntos se
amotinaron del todo, echando de la villa al conde Enrique de Bergas y a los
demás oficiales y capitanes, como en semejantes desórdenes se acostumbra.
Remediada algún tanto la batería de Rimbergue y dejando por gobernador de
la plaza al capitán Scaap, partió Mauricio con su campo la vuelta de Moeurs,
cuyo gobernador, Andrés de Miranda, se hallaba dentro con trecientos valo-
nes, de quien, por ser la plaza fuerte, se pudiera esperar larga defensa a estar tan
bien proveída de municiones de guerra como fuera razón, especialmente de
pólvora. No ignoraba esta falta Mauricio, y, así, envió a decir al gobernador
que, sin embargo de la neutralidad de aquella plaza, la pensaba acometer; que
le era lícito defenderse, mas que no ofendiese con conocida pertinacia a los
pobres burgueses de aquella villa, que por fuerza habían de ser pasados a cuchi-
llo por la furia de los soldados si se llegaba a dar el asalto; y que advirtiese que
lo estaba él de muchas cosas que le faltaban para hacer larga resistencia. Res-
pondióle Miranda que, habiéndosele encomendado aquella fuerza por el rey,
no podía dejar de defenderla hasta el postrer suspiro en cumplimiento de sus
obligaciones y que presto echaría de ver en cuánto más estimaban él y sus sol-
dados la honra que la vida. Eran todas palabras al viento, faltándole, si no el
valor, los medios de emplealle y defenderse ofendiendo; y así, poniédole el sitio
Mauricio, se fue arrimando con trincheras sin que los sitiados dejasen de hacer
todo lo posible por defendérselo, y en una salida mataron al capitán Vadel,
escocés, degollando casi toda su compañía, que tenía la vanguardia dellas. Co-
menzóse a batir a los 3 de setiembre y, antes de tener medianamente comodi-
dad de ir al asalto, se rindió el gobernador con las condiciones de Rimbergue,
añadido el poder sacar consigo una pieza de [489] artillería, que se lo concedió
Mauricio en agradecimiento de la pólvora que le ahorró; y, dándole al día si-
guiente en rostro con su sobrada diligencia, le dijo al salir de la villa que advir-
tiese que se la dejaba sacar con tal que no le bastiese con ella ninguna plaza.
Respondióle Miranda que cuando entrase en aquélla vería la ocasión por que
se le había rendido y que, aunque se había hallado en tomar a los Estados
treinta y siete, esperaba en Dios que le daría vida para ayudar a ganar otras
tantas. Y a la verdad, como lo testificaron los mismos enemigos, no hallaron
dentro seis libras de pólvora, descuido grande, no sé si del gobernador de la
provincia o del de la plaza, pues, en viendo a lo menos puesto sitio a Rimber-
gue, había de prevenirse a esperarle él y vender cuanto tuviesen para comprar
628 Las Guerras de los Estados Bajos

pólvora, que, si bien tales finezas suelen traer poco beneficio a la hacienda de
quien las hace, difiriéndoseles la paga algunas veces más de lo justo, menos
daño parece perder la hacienda que aventurar la opinión. Fue poco después
procesado Miranda por este suceso y tras larga detención dado por libre. Cons-
tó el haber hecho grandes diligencias para ser proveído de lo necesario y el
castigar a uno porque no gasta su hacienda en lo que no es de su expresa obli-
gación no está en las leyes del código, aunque sí, a mi parecer, en las de buen
vasallo de su rey; y esto mismo me acuerdo haberle dicho al proprio goberna-
dor Miranda cuando se defendía jurídicamente, sin embargo de ser de una
patria y amigos. Con la aprehensión destas pérdidas desamparó la gente cató-
lica el fuerte de Modillana, sobre el Rin, plaza que había levantado a su costa
un cierto capitán italiano llamado Camilo Zaquino, natural de Modillana, en
el Parmesano, de consentimiento del duque de Parma, y hecho desde él -en
nueves años que se habitó- grandes presas y daños en tierras del enemigo, a
cuya causa le hizo Mauricio desmantelar hasta los fundamentos. Hecho esto,
pasó el enemigo adelante y, sin perder una hora de tiempo, atravesando el Rin,
puso su ejército sobre Grol a los 11 de setiembre. Advertido del intento del
enemigo el conde Hernán de Bergas, gobernador de aquella provincia, y de
que había pasado el Rin, envió seis banderas de su regimiento a Grol, que,
sobre cuatro que había a cargo del conde Juan de Limbourg, su teniente coro-
nel, hacían el número de ochocientos infantes [490] alemanes, gente resuelta
en hacer el deber y que, si no le afligiera la poca esperanza que se tenía de so-
corro, fuera muy posible dificultarle al enemigo aquella empresa más de lo que
pensaba. Es Grol362 plaza de cinco caballeros reales, con fosos de agua, aunque
el terreno que la ciñe capaz de írsele arrimando con facilidad. Plantóle Mauri-
cio en pocos días seis fuertes harto grandes, con que –y con redutos y trinche-
rones- la rodeó toda para acabarle de quitar la esperanza del socorro, no sin que
los sitiados hiciesen algunas salidas y no poco daño en ellas al enemigo. Tuvo
maña Mauricio de sangralle los fosos y divertir el agua que entraba en ellos,
que fue mal principio para su defensa; tras esto, por industria de Juan Bouvier,

362
 A pesar de ser ciudad pequeña, Grol tenía una importancia estratégica considerable. Era
un centro comercial de primera magnitud, bien fortificado, en un puesto clave en la ruta
hanseática hacia Alemania. Situada en terreno pantanoso y de difícil acceso, el control de la
región pasaba por el control de la ciudad. Mauricio de Nasau intentó capturarla en vano en
1595, aunque sí lo consiguió dos años después en 1597; Spínola la volvió a recapturar para
los españoles en 1606 y Mauricio la asedió ese mismo año. La ciudad proporcionó a los
españoles un lugar de acuartelamiento de tropas y protección desde el que lanzar ataques
a varios lugares vecinos. Los impuestos recaudados desde Grol fueron fuente de financia-
ción importante para el ejército español. Junto a las ciudades de Oldenzaal, Bredevoort y
Lingen, Grol fue la base desde la que atacar a los Estados por el este. Por ello los Estados
decidieron invertir en un ejército de tierra que intentara capturar Grol, en lugar de centrar
su atención en los combates navales, como querían Holanda y Zelanda. Para la defensa de
cinco caballeros, ver http://en.wikipedia.org/wiki/Siege_of_Groenlo_(1627).
Las Guerras de los Estados Bajos 629

gran inventor de artificios de fuego, arrojó tantas balas y granadas dentro de la


villa, que, prendiendo en diferentes lugares, abrasó buen número de las casas,
por la mayor parte pajizas. Esto fue a los 20 y, continuándolo hasta los 25,
quedó casi abrasada del todo. Cargaba todo este daño sobre los pobres habi-
tantes, por estar los soldados continuamente en la muralla, dejando en aban-
dono todo lo demás como de menos importancia; mas presto les llegó también
su trabajo, viendo que los holandeses, con siete galerías que venían echando al
través del foso, llegaban ya al pie de la muralla y que, habiéndose apercebido
cuatro baterías, jugaban desde ellas veinte y cuatro cañones y medios cañones,
con que comenzaron a temer su última ruina. No hacían nada desto los ene-
migos sin gran pérdida de gente, tanto por la diligencia con que los sitiados
descargaban sus armas de fuego, como en diversas salidas que los alemanes
hicieron con mucho valor. Mas, viendo que el enemigo, quitados los traveses,
minaba a gran furia la muralla, se resolvieron en parlamentear a los 27 del mes,
y a los 28 salieron con sus banderas, armas y bagajes en número de poco más
de cuatrocientos, que fueron acompañados del enemigo hasta dejallos de acá
del Rin. Hacía todos estos progresos sin que nadie se le opusiese, porque ni
don Alonso de Luna pasó jamás la Mosa, ni -aunque la pasara- podía el conde
Herman juntar fuerzas bastantes a las del enemigo, el cual, valiéndose de aque-
lla buena ocasión, se puso al 1º de octubre sobre Bredefort, una villeta con su
ciudadela en el condado de Zuften, tenida [491] hasta allí por inexpugnable
por estar en medio de unos pantanos, al parecer inaccesibles, con sólo el acce-
so de una calzada muy estrecha. Gobernaba el presidio de docientos hombres
el capitán Guardot, lorenés, con su compañía de liejeses y otra de alemanes del
señor de Arnolt; y, requeridos de rendirse, respondieron que no pensasen que
la habían de haber tan barata como a las demás plazas que acababan de ganar
y que estaban resueltos en morir o defender aquellas paredes, guardando la fe
que debían a su rey. Fiábanse en la dificultad de arrimárseles, que a la verdad
era grande, mas todo lo allanó la diligencia y cuidado de las cabezas del campo
rebelde y el valor de sus soldados, especialmente de los marineros, que toma-
ron a su cargo el hacer las explanadas de la artillería, llevarla por aquellos pasos
pantanosos y cubrilla de la arcabucería y mosquetería católica, que mató dellos
en veces más de trecientos y casi otro tanto número de soldados. Valióse Mau-
ricio también aquí del artificio de sus galerías, por cuyo medio, atravesando los
escoceses el pantano y después el foso, que era muy hondo, le echaron tres
puentes por otras tantas baterías, que jugaron a las ocho con tanto ímpetu, que
pudiera desmenuzar toda la villeta, a no ser la muralla de tierra sola, que es sin
duda la mejor fortificación contra los cañones. Cargó el mayor contraste con-
tra un rebellín de piedra, de que hacia la tarde, por haber hecho bastante escar-
pa, se apoderaron los escoceses. Cortaron lo perdido y fortificáronse aquella
noche los católicos lo mejor que pudieron; y, viéndose al fin a la mañana des-
confiados de poderse defender, trataron de rendirse, mas, entretanto que se
630 Las Guerras de los Estados Bajos

escribían las capitulaciones, arremetieron los marineros y tras ellos los solda-
dos, y, hallando a los nuestros casi sin defensa, se apoderaron de la villa y poco
después de la ciudadela, por composición363; ardió tras esto la villa, no se sabe
por qué causa, reduciéndose todo en ceniza. Costóle a Mauricio esta tierrezue-
la más que las tres villas juntas que acababa de ganar, y de rabia desto se cree
que la pegaron fuego los soldados, ayudada de la poca ganancia, por ser el lu-
gar pequeño y pobre. Púsose tras esto a los 18 sobre la villeta de Enschede,
adonde con ciento y treinta soldados alemanes estaba de guarnición el capitán
Vázquez; y, viéndose imposibilitado de defenderse por la flaqueza [492] del
lugar, le rindió el día siguiente con honestas condiciones. Hizo poca más resis-
tencia en Oldenceel, plaza flaca, aunque la principal del país de Tuent, en el
Overisel, la guarnición de cuatro banderas de alemanes, pues a pocos cañona-
zos tirados a las defensas se rindieron a los 23 de octubre. Lo mismo hicieron
a los 25 y 26 las villetas de Oetmarsum y Goor, con que de todo punto se
acabó de apoderar el enemigo de cuanto teníamos de allá del Rin, salvo la villa
de Linguen, que no tardó mucho en correr la misma fortuna que las demás,
como veremos.
Era gobernador de los que nos quedaba en la provincia de Frisa el conde
Federico de Bergas364, el cual desde Ninguen -en donde se hallaba- procuró
animar, ya que no le era posible socorrer a las villetas que tomó el enemigo,
distribuyendo en ellas las fuerzas, que a tenellas juntas consigo fuera muy
posible dificultalle aquella empresa hasta la entrada del invierno. Y a mi pa-
recer será siempre más sano consejo, cuando se está sin esperanza de socorro,
asegurar bien la plaza más fuerte de una provincia, aunque se desampare todo
lo demás, que no, por una falsa apariencia de guardarlo todo, no acabar de
asegurar nada. Desta máxima es harto proprio ejemplo el que tenemos entre
manos, pues, si el conde juntara en Linguen dos mil infantes y trecientos
caballos, como pudiera, no hay duda en que la defendiera, ayudado de su
conocido valor y de su soldadesca, curtida en la guerra y residuo de todas
las fuerzas del coronel Verdugo; pero no dejan de tener gran dificultad este
género de resoluciones y ocasionar perplejidad no fácil de vencer, pues acer-
tar perdiendo es primor que no todos le entienden ni le admiten. No pudo
esto hacerse después, porque, como todos los rendidos de las plazas ganadas
otorgaron el no poder servir al rey en tres meses, de allá del Rin y la Mosa
vino a hallarse el conde con cuatrocientos hombres escasos, débil presidio
para guardar y defender la villa de Linguen y su castillo, el cual consta de
cuatro caballeros reales, y la villa de otros cuatro, sin tres rebellines, que era
forzoso defendellos también. A los 26 de octubre, desalojado Mauricio de
junto a Oldenceel y pasando el río, tomó los puestos sobre Linguen, último

363
 En el sentido de «ajuste, acierto, concierto».
364
 Es el conde a quien Felipe II dio cuatro mil ducados de renta (Dichos y hechos).
Las Guerras de los Estados Bajos 631

feudo y aledaño de [493] los Países Bajos. Es Linguen feudo del ducado de
Güeldres, país de por sí con juridición alta y baja, que consiste, fuera de la
villa y su castillo, en algunos villajes. Entró en la corona real por confiscación
que hizo el emperador Carlos V, junto con el condado y señoría de Rede, al
conde Conrado de Teclenbourg el año 1546, por haber conspirado contra
Su Majestad junto con otros muchos príncipes de Alemaña en la Liga que
llaman de Escalmaut, y cuéntase dentro de los límites de la Frisa Oriental.
El conde Federico, sin embargo de la poca gente con que se hallaba, asistido
del teniente coronel Loucheman y de otras personas de valor, comenzó a
fortificarse y a procurar ofender al enemigo con su artillería, que la tenía muy
buena, y a inquietalle con salidas y armas continuas que le tocaba. Abrieron
los enemigos trincheras por tres partes y a los 4 de noviembre se había ya arri-
mado por la zapa al rebellín que cubre la puerta llamada de Mulen, en donde
descubrieron una mina que tenían hecha los nuestros, con que se alegraron
mucho. Duróles poco, porque mientras procuraban retirar la pólvora una
guirnalda de fuego alquitranado365, de muchas que se arrojaban de la mura-
lla, cayó a tan buen tiempo sobre los que habían tomado aquello a su cargo,
que, pegándose fuego a la pólvora, se volaron y abrasaron más de docientos
herejes. A los 5 se apoderó Mauricio de otro rebellín que guarda la puerta de
Leuque, por cuyo medio pudo sangrar gran parte del foso; sin embargo, la
fuerza principal se hacía contra el castillo, que se batió a los 12 con veinte
y cuatro cañones, y con su favor se arrojaron dos puentes sobre toneles, por
donde, pasando algunos minadores, comenzaron a zapar el pie de la muralla.
El conde Federico, viéndose apretado por tantas partes y que le faltaban ya
medios humanos para defenderse, determinó rendir la plaza el día siguiente
con las mismas condiciones con que se habían rendido todas las demás. Con
esto se acabó de perder todo cuanto el rey poseía de allá del Rin, con senti-
miento de sus fieles vasallos, que, acordándose de lo que aquellas provincias
habían costado de ganar y defender y de los provechos que podían causar para
la continuación de la guerra, juzgaban por de tanta menos importancia las
demás empresas que se habían intentado desde que se comenzó a fomentar
la Liga de [494] Francia, cuanto es inferior el provecho de conservar los esta-
dos ajenos al de mantener los proprios, sin que los que miraban las cosas sin
pasión y por todas sus inspecciones quisiesen pasar en cuenta el pretexto de
religión, pues, por no dejar caer en manos de herejes las villas de Francia, se
dejaban caer las de los Estados Bajos en tan miserable y vil servidumbre como
es la abominable seta de Calvino, cuyos profesores366, en apoderándose dellas,

365
 Solía usarse trozos de madera o de tela «alquitranados», impregnados con alquitrán, brea o
cualquier materia inflamable, para arrojar, encendidos, contra defensas o embarcaciones.
366
 En el sentido de «maestros» y de quienes «profesan» la (pseudo) religión, por diferenciarlos
de los sacerdotes católicos.
632 Las Guerras de los Estados Bajos

profanaban los templos, quemaban las imágenes y –en odio de todo lo demás
que podía mirar el culto de la sagrada religión que profesaron sus abuelos,
con la misma resignación que los nuestros- no se contentaban con menores
sacrilegios y abominaciones que los que en semejantes casos pudieran hacer
los más desapiadados turcos, irreconciliables enemigos del nombre cristiano.
Con esto puso fin Mauricio a las empresas de aquel año y se volvió a Holanda
cargado de despojos y honores militares que le adquirieron su valor, ayudado
de nuestro descuido. Antes de desalojar de Linguen tuvo nueva de que los Es-
tados se hacían gracia de aquella villa y su distrito para él y los suyos, con que
volvió mucho más contento y animado a mayores empresas, que el premio
es el verdadero estímulo de la virtud, hasta en los ánimos y corazones que la
profesan.
Estaban por este tiempo vueltos los ánimos de todos a la conclusión de
las paces con Francia, para cuyo buen efeto había enviado el Papa por su
legado a latere al cardenal de Florencia Alejandro de Médicis367, que después
murió Papa, con nombre de León XI. Éste, desde San Quintín, acompañado
del obispo de Mantua, nuncio ordinario de Francia, enviaba con diversas
demandas y respuestas al general de San Francisco, unas veces a París y otras
a Bruselas; y, como después se supo, lo que dio principal materia a todas ellas
fue la restitución de las plazas, porque en el de la precedencia no se ofreció
en esta ocasión dificultad alguna, por ser los diputados del archiduque y no
del rey inmediatamente. Ventilóse también sobre el lugar de la conferencia
y, después de haberse propuesto algunos en Picardía, Isla de Francia y otras
partes, pareció más a propósito para ello la villa de Verbí, que es una de las
fronterizas del país de Champaña, no lejos de Felipe Villa, donde concurrie-
ron los diputados de ambas partes. [495] Fueron los del archiduque Juan de
Richardot, presidente del Consejo de Estado en los Países Bajos, también
primer secretario de estado; y los del rey de Francia, Pomponio de Belibre,
señor de Griñón, del Consejo del Estado; Nicoló Brulart, señor de Sillerí, del
mismo consejo y presidente en la corte de Parlamento. El legado, el nuncio y
el general de San Francisco servían como de medianeros en las disputas que
se ofrecían. Era muy grande el secreto con que se trataban los artículos desta
paz, después de allanado el primer cabo de la restitución de las plazas, puesto
que no se hizo sin mucha dificultad, en que insistía vivamente la reina de In-
galaterra, deseando, ya que hubiese de hacerse (cosa en que jamás ella vino),
tener más lejos a los españoles de lo que estaban en Calés. Al principio de las

367
 1535-1605. Alessandro Octaviano de Médici. Su breve pontificado, de tan sólo veintisiete
días, y que le valió que los florentinos le apodasen Papa Lampo (Papa relámpago), se ca-
racterizó por su gran defensa de la independencia eclesiástica respecto a Francia y la lucha
contra el nepotismo. Su trabajo consistió en mantener buenas relaciones entre Enrique I y
Roma y restablecer la paz con el rey español Felipe III, estableciendo una red de espías para
la Santa Alianza, que se mantendría hasta el reinado de Napoleón.
Las Guerras de los Estados Bajos 633

idas y venidas del general de San Francisco las instruciones que llevaba no se
extendían a más que a ofrecer la restitución de Amiéns, perdida la cual, estuvo
el archiduque mucho tiempo firme en reservarse a Calés y Ardrés; y (como
dijo el mariscal de Birón en Bruselas a cierto ministro grave, cuando vino a la
ratificación de las paces), si esta firmeza durara otros quince días más, hoy en
día tuviéramos a Calés por lo menos; pero debió de querer Dios quitar toda
ocasión de disensiones y encaminar una paz firme y durable entre estas dos
coronas, como veremos que lo ha sido ésta. Allanado, pues, este inconvenien-
te, que siempre se tuvo por el mayor, todos los demás cabos se fueron conclu-
yendo sin dificultad notable, sólo lo que miraba el duque de Saboya la ofreció
algunos días tan grande, que muy poco antes de la total conclusión puso los
negocios a pique de rompimiento, por no traer el marqués de Lulí, su emba-
jador, orden de consentir en la restitución del marquesado de Saluzo, aunque
los maliciosos y enemigos de la grandeza española lo atribuían a invención,
diciendo que había sido fingida aquella resistencia, llevando ya desde el prin-
cipio resuelto los diputados de España el no apretar demasiado este punto, ni
asistir en él de manera que dejasen por este camino al duque, desembarazados
del todo del rey de Francia y libre de cuidados proprios, medrosos de que al
punto había de ingerirse en los ajenos, como hombre de pensamientos [496]
levantados y más aparejado a manejar la guerra que a sufrir al paz. Por otra
parte, el rey de Francia, viendo lo que le importaba de más y que seis plazas
de las mejores de Picardía y Blabet, llave de Bretaña, no eran de poner en peli-
gro, por lo que, a su parecer, podía cobrarse sin romper la guerra con España,
se contentó con que quedase al Papa el oír las razones que alegaban ambas
partes sobre la posesión del dicho marquesado y el declarar a favor del que
le pareciese que tenía más justicia, dentro del término de un año, con que,
finalmente, se concluyeron estas famosas y deseadas paces. Diré la sustancia
de los puntos más importantes dellas, por excusar el repartir por sus mismos
términos y palabras una cosa tan sabida y escrita por tantos.
Ratificáronse los capítulos de la Paz entre el rey don Felipe II, de glo-
riosa memoria, y Enrique, también Segundo, rey de Francia, hechos en
Chateo Cambresí el año de 1559368. Apretóse con estrechísimos vínculos

368
 La Paz de Cateau-Cambrésis fue el tratado de mayor importancia de la Europa del siglo
XVI, por la duración de sus acuerdos, que estarán vigentes durante un siglo, y porque dará
lugar a una nueva situación internacional. Supuso el inicio de la preponderancia española,
y por tanto un desplazamiento de los problemas europeos hacia occidente. El tratado de
paz fue firmado entre España (Felipe II), Francia (Enrique II de Francia) e Inglaterra (Isabel
I de Inglaterra). Las conversaciones se iniciaron en la abadía de Cercamp, pero después se
trasladarían al castillo de Cateau-Cambrésis. Cateau-Cambrésis, al que debe su nombre, es
una comuna francesa unos 20 km al sureste de Cambrai. El 2 de abril de 1559 los represen-
tantes de Francia e Inglaterra acordaron la entrega de Calais a los franceses por un periodo
de 8 años. Transcurrido dicho período debería ser devuelto y, en caso contrario, deberían
634 Las Guerras de los Estados Bajos

todo amor, alianza y buena correspondencia y olvido de las cosas pasadas


y fidelidad en las por venir, cosas harto mejor propuestas que ejecutadas,
pues antes de mucho veremos las fuerzas que, estando divididas entre Fran-
cia y Holanda, parece que se podían vadear sin peligro (como un gran río,
si se divirtiera su curso por varias corrientes), por estar unidas y opuestas
a los intentos del rey, en unas provincias tan fuertes de suyo como lo son
Holanda y Zelanda, dificultar el buen suceso de una guerra sola que antes
entrambas juntas. No se puede prevenir todo con la prudencia humana, en
cuyas reglas no es el mayor yerro que puede cometerse presuponer en un
rey tan grande fidelidad y cumplimiento de palabra inviolable, que no sólo
lo disculpan y encubren como defeto, pero fundan en ello tal vez la mayor
prueba y estimación de su prudencia, sin que haya faltado alguno que haya
querido que sea la ciencia de la disimulación y la del reinar toda una. Y
si las confederaciones con herejes en daño de católicos se miden con sólo
reglas políticas y ellas pueden hacerlas lícitas (lo que no afirmo), eran sin
duda grandes las obligaciones que el rey de Francia tenía a los holandeses;
y, así, necesitaban de un reconocimiento tan aventajado, que, a más de la
hacienda, se interesase también la reputación, fuera del gran provecho que
se le siguió al [497] rey de Francia en dejar al rey con los mismos gastos
que antes y tener el desaguadero para sacar de su reino la gente deseosa de
menear las armas, que dentro dél fuera imposible dejarle de inquietar de mil
maneras, por ser abundantísimo de gente y no tener conquistas apartadas
en que emplear la juventud ni otra saca della que el trato y mercancía que
ejercitan en las partes de Levante y Mediodía, empleo en que de ordinario
se ocupa la gente más quieta y deseosa de vivir.
Era condición, también, que podían volver a sus patrias todos los que
hubiesen seguido la parte contraria, en que, así bien como en la restitu-
ción de las plazas, fue muy mejorado el rey de Francia, dado que pueda
llamarse mejoría volver a los estados proprios aquellos que en sus mayo-
res adversidades y peligros los trataron como ajenos, a trueque de enca-

pagar 500.000 escudos de oro. Al día siguiente, Felipe II de España y Enrique II de Francia
acordaron: 1) San Quintín, Ham y Châtelet se devolvían a Francia, así como los obispados
de Metz, Tolón y Verdún. 2) Las distintas plazas ocupadas por los franceses en Flandes pa-
saban de nuevo a España. 3) España retiene el Franco Condado. 4) Francia renuncia para
siempre a sus ambiciones italianas y devuelve Saboya y Piamonte a la Casa de Saboya, Cór-
cega a Génova y el Monferrato a Mantua. 5) Francia y España decidieron trabajar acordes
y activamente contra la herejía protestante, lo que va a propiciar en un futuro próximo las
guerras de religión francesas. La paz se consolidó con los matrimonios de Manuel Filiberto,
duque de Saboya, con Margarita, duquesa de Berry, hermana de Enrique II; y de Felipe II
e Isabel de Valois, hija de Enrique II. La paz consolidó la hegemonía española. Los tratados
de Cateau-Cambrésis significarán un largo periodo de tranquilidad en la península italiana,
tras el asentamiento definitivo del poder español y los problemas civiles franceses.
Las Guerras de los Estados Bajos 635

minar su grandeza y acrecentamiento. Restituíanse las plazas de una parte


y otra; las que nosotros volvimos fueron: Calés, Ardrés, Montulín, Dor-
lán, Chatelete y la Capela, todas éstas en Picardía, y Blabet en Bretaña.
Ellos, aunque no sin dificultad, dejaron el año siguiente un risco forti-
ficado en el condado de Rosellón, llamado Opol. El deseo de llegar a la
conclusión de las paces hizo que no se reparase en tan gran desigualdad.
Pusiéronse en libertad los prisioneros de guerra de ambas partes, sin otra
obligación que pagar las costas, y también los que andaban al remo en las
galeras. Había echado en las que residen en Marsella el duque de Guisa,
dos años antes, a docientos españoles que llevaba a su cargo a Italia el ca-
pitán Marcelo Cerdán, resolución indigna de un príncipe hijo de sus pa-
dres, habiéndose fiado poco cautamente de la fe de los marselleses, donde
los franceses que andaban en las nuestras eran solamente gente a quien
se hizo gracia de las vidas, por haberse tomado en navíos de corsarios-
Reservóse al rey, a la serenísima infanta doña Isabel, su hija, y a sus suce-
sores, todos los derechos y pretensiones que pretendían tener en algunas
provincias de Francia, para seguirlo por vía amigable y tela de juicio, como
si los reinos o señoríos tan grandes estuviesen sujetos a las leyes del derecho
y no a las que dan las armas y el valor. Asentóse una forma de sobreseimien-
to con el duque de Saboya, a quien el no tomarse a pechos su comodidad
[498] ante todas cosas sirvió, a su parecer, y sirve hoy en día, de la queja
más relevante y bien fundada de cuantas tiene contra el rey su cuñado; y
esta sola (tanto somos más inclinados y fáciles a la venganza que al agrade-
cimiento), olvidado de las honras y de los beneficios recebidos, bastó para
ir en persona, no muchos meses después, a meterse harto indignamente por
las puertas del rey de Francia y a procurar ganarle la voluntad con submi-
siones y ofrecimientos, no menos peligrosos para él que perjudiciales a la
quietud de Italia y bien de la cristiandad. Nombráronse, finalmente, por la
una parte y por la otra los príncipes, repúblicas y potentados que quisiesen
ser comprendidos en la paz, que no fueron pocos, y firmóse a 2 de mayo
de 1598, con gusto tan universal, que se tuvo por cierto holgaron dellos
hasta los rebeldes de Holanda, y su cabeza el conde Mauricio, parecién-
doles que podía favorecerles más debajo de mano el rey de Francia, como
desembarazado de otras guerras y tan interesado en aquélla; y lo mismo la
reina de Inglaterra, a quien, mientras duró la Liga, fue forzado consumir en
ambas partes lo que de allí adelante era cierto que había de emplear en su
favor dellos; y hasta la facilidad con que podía ausentarse de sus banderas
y estandartes la gente española, tomando el camino derecho por Francia,
y lo que en España habían de descuidar y disminuir las provisiones de di-
nero, pareciéndoles a los ministros de la hacienda que faltaba el principal
desaguadero, les daba ocasión de regocijarse y de fundar nuevas esperanzas
de buenos sucesos.
636 Las Guerras de los Estados Bajos

Por llevar de hilo y consecutivo el trato destas famosas paces, he dejado


de tocar algunas cosas que sucedieron en los Países Bajos anteriores a ellas.
Lo primero es haberse amotinado a 2 de enero la guarnición española y
otras naciones que guardaban la villa de Calés, aunque con tal repugnancia
y resistencia de los buenos, que pudo el gobernador Juan de Ribas, asistido
de los capitanes Francisco Vega de Mendoza y don Francisco de Castelví,
del sargento mayor Gregorio Martínez de Lizama y otras personas de cuen-
ta (no sin muertos y heridos de ambas partes) hacerse fuerte en un pedazo
de la villa y después rechazar a los insolentes. Paró, pues, el insulto en reti-
rarse al castillo todos los que pretendían ser pagados y [499] quedar en la
villa pacífico el gobernador con los leales. Llegó allí pocos días después el
maese de campo Juan de Tejeda, enviado por el archiduque a componer y
refrenar algún tanto aquella gente bestial, indigna del nombre de españoles,
como lo hizo, señalándoles Ribas contribuciones de que viniesen no sólo en
su distrito, sino también en los condados de Flandes y Artois, con quien
confina aquella plaza. Solos doce días después, llevados deste buen ejemplo,
se amotinaron también los de la guarnición de Ardrés, que eran todos gen-
te de naciones, salvo la compañía del gobernador Domingo de Villaverde,
de españoles; al cual, y a las banderas y gente de cabo, echaron con gran
insolencia y menosprecio. Intentaron lo mismo los de la esclusa y con ayuda
de alguñas compañías de alemanes, valones y italianos de las nuevas, y par-
te de la de españoles del capitán Juan Ruiz de Mobellán, del tercio de don
Carlos Coloma, pudo el gobernador Mateo Serrano deshacer el motín por
entonces. La misma buena suerte tuvo Juan Ramírez de Arellano en el Saso,
donde pudieron más él y los bienintencionados, dando ocasión a que en
ambas partes fuesen castigadas las cabezas y autores de la sedición con ejem-
plares castigos. Casi en los mismos días se amotinó la guarnición de Dorlán,
echando della a su gobernador don Juan de Córdoba y a todos los oficiales
y gente de vergüenza. Siguió la ciudadela de Cambray y, queriendo hacer lo
mismo algunos sediciosos de las compañías de españoles que estaban en la
villa, se les opusieron el gobernador don Alonso de Mendoza y los capitanes
Tauste, Cimbrón, Melchor de Esparza, Luis Bernardo Dávila, todos del
tercio de don Carlos, con la gente particular de sus compañías; y, haciendo
lo mismo con los leales del castillo por otra parte don Juan de Salazar, te-
niente de don Alonso, y el sargento mayor Juanetín de Casanova, se repri-
mió el intento de los ruines, quedando don Juan herido de un mosquetazo
y amotinada solamente la ciudadela. También hicieron lo mismo los de
Chatelete, echando a su gobernador Antonio de Ávila con tanta priesa, que
se quedaron los amotinados con toda su hacienda, y de la gente de cabo,
capitanes y oficiales; y, aunque después se les restituyó, fue con gran pérdi-
da. Tal fue por aquellos tiempos la [500] corrupción de aquella milicia o la
desesperación en que la puso faltarles tanto tiempo sus pagas, que, si no
Las Guerras de los Estados Bajos 637

disculpa, ocasiona semejantes males y aun por ventura enflaquece la justifi-


cación de castigarlos con todo el rigor que merecen. Dábale gran cuidado al
archiduque el verse con obligación de haber de buscar forzosamente dinero
para pagar tantos motines y más después que por la conclusión de las paces
vio que era fuerza apresurar el pagamento para cumplir dentro del término
estatuido; pero, sacando fuerzas de flaqueza y valiéndose de las provisiones
que habían de servir por muchos meses para el sustento de todo el ejército,
se cumplió con los amotinados tan a tiempo, que se pudieron restituir
aquellas plazas con las demás cuando y como estaba capitulado por el trata-
do de las paces, como se hizo, sin que se ofreciese dificultad alguna por esto.
Húbola sobre las municiones de guerra y artillería, y al fin se sacó todo, así
lo que constó haberse hallado dentro dellas cuando se ganaron, como lo que
se había puesto de nuevo. Había gastado Juan de Ribas muchos ducados del
rey en fortificar a Calés, y, aunque se pidió relación destos gastos, no se salió
con ello. No poco puede maravillar el ver que un príncipe restituya una
plaza por cuyo medio puede asegurar todos sus estados o parte dellos, ha-
biéndola ganado con sus fuerzas y pudiéndola conservar a título del derecho
de las armas o debajo de otro pretexto, por poco bien colorado que sea; y
para tener a Calés no faltaran hartos, no menos justificados que los que
Enrique II, rey de Francia, alegó para tomar, y se alegan hoy para poseer, a
Mets de Lorena. Es ésta la primer regla de estado de los grandes príncipes,
y a la verdad se hallan pocos tan escrupulosos que se resuelvan en herir
mortalmente a su estado proprio por acomodar el de su vecino. Con la
plaza de Calés (aunque, como las más cosas del mundo, harto inferior a su
fama) se podían tener en alguna manera suspensos los ánimos del rey de
Francia y la reina de Inglaterra, y aun no poco retenidos para no arrojarse a
favorecer tan a banderas desplegadas a los rebeldes de Holanda, todo el
tiempo que se estuviera en duda sobre a cuál de los dos se había de entregar,
habiéndola, y muy grande, en la resolución de a quién toca, en que no quie-
ro meterme por ser cosa muy ajena de mi profesión. Lo que sé es que, en
[501] teniéndola el rey de Francia, dio el gobierno a monsieur de Vich,
soldado de valor y experiencia, aunque tan poco plático en las cosas de la
mar, que, conociendo al puesto de Risbán por tan peligroso, como realmen-
te lo era, deseando remediarlo, le puso de suerte que echó a perder casi del
todo el puerto, daño, a lo que dicen, ya irremediable por la facilidad con
que las mareas arrojan bancos de arena dentro dél, faltándole la resistencia
que hacía la punta del dicho Risbán. Pocas veces hubo artificio capaz de
mejorar las obras de naturaleza y siempre será tenido por temerario el que
lo intentare, y más poniéndose a brazo partido con una bestia tan inexora-
ble como la mar. Para hacer la restitución de Blabet se envió al capitán don
Juan Venegas, la cual se hizo a su tiempo, como las demás, después de ha-
berse sosegado y pagado el motín de aquella infantería española, a mucha
638 Las Guerras de los Estados Bajos

parte de la cual, como enfermedad contagiosa, alcanzó la corrutela que a los


que servían en los Países Bajos, en donde parecía que de todo punto se ha-
bía perdido no sólo la vergüenza al mundo, sino también el amor y casi la
fidelidad a su rey y señor369. Pues antes que pase el año veremos amotinada
también la guarnición del castillo de Amberes, propugnáculo370 y como
defensa universal de todas aquellas provincias; y, echando dél a su castellano
don Agustín Mesía, en pago de la benignidad y amor con que los gobernaba
y del cuidado con que procuraba que no les faltase el sustento ordinario.
Mas ¿cuándo fue grato el vulgo a sus bienhechores, ni dejó de pagar con
mayor ingratitud los mayores beneficios? El mismo día de los 2 de mayo,
que fue en el que se publicaron las paces en Verbí, como se ha dicho, llega-
ron a Amiéns los cuatro diputados del archiduque, camino de París, adonde
iban a hacerles jurar y ratificar al rey de Francia, conforme estaba capitula-
do. Eran Carlos de Croy, duque de Ariscote, don Francisco de Mendoza,
almirante de Aragón, Carlos de Ligne, conde de Arembergue, y don Luis de
Velasco, general de la artillería, y poco después se les juntó el presidente
Richardote. Juró el rey de Francia las paces a los 22 de junio en la iglesia de
Nuestra Dama, que es la catedral de aquella corte, con asistencia de la ma-
yor parte de los prelados y señores del reino y universal regocijo y concurso
de gente; tal, que no hubiera nadie [502] que juzgara que era aquella ciudad
la que había padecido tantos trabajos y sustentado diez años continuos una
cruelísima guerra. Hubo grandes fiestas y saraos y en particular la víspera de
San Juan, día que se celebra en Francia con gran regocijo371. Entre otras
demostraciones de gusto que hizo aquel rey, estando para sentarse a una
cena suntuosísima en que regalaba a los diputados, fue mandar hacer un
grandísimo rimero y montón de todo género de armas y trofeos militares;
y, pegándoles fuego, ardió todo, con grandes aclamaciones del vulgo, que
por esta demostración se persuadía a que, con la misma perpetuidad que en
los papeles, se había estampado la paz en los corazones. Seguida, pues, la
restituición de las plazas, que se supo a los postreros de junio, se dispidieron
los diputados de París, llevando ellos y dejando de sí universal satisfación.
Pocos días antes que saliesen de París los diputados de España salieron los
de Francia que habían de asistir en Bruselas al juramento del archiduque;
éstos eran los dos tratadores de las paces, Brulart y Beliebre, y el marichal
de Birón, a quien en recompensa de sus servicios le hizo su rey duque y par

369
 El punto de vista español sobre la rebeldía holandesa siempre se mantuvo firme, pues vie-
ron en ella un desmán y desacato a su rey natural y señor (Felipe II) y por ende el mayor
crimen de que podía acusarse a un súbdito.
370
 Se trata de una «fortaleza o lugar murado usado para defenderse y pelear contra el
enemigo» (DRAE).
371
 Amelot indica que «il faut accorder quelque relâche & quelque récréation d’esprit aux
princes après qu’ils ont travaillé aux affaires serieuses» (98 [libro III]).
Las Guerras de los Estados Bajos 639

de Francia. Llegaron a Bruselas a los 23 de julio con gran acompañamiento


y fueron recebidos y tratados con todo decoro y grandeza. Fue el juramento
a los 27 en la iglesia de Santa Gúdula y su vuelta por Amberes y por Gante
a los 6 de agosto, dejando satisfación de sí a su alteza y ministros y lleván-
dola ellos no menos de obras que de palabras. Era tenido Birón por el ma-
yor soldado de Francia y el tener él mismo esta opinión de sí, aunque no sin
razón, que sin duda fue caballero de grandes partes y valor personal, dio
ocasión a que sus enemigos (que nunca están sin ellos los hombres que se
aventajan a los demás) le comenzasen a calumniar de que no había salido de
Bruselas con tanta secillez de corazón para con su rey como había entrado,
atribuyéndolo unos a la ambición, otros al interés y los más advertidos a
entrambas cosas. Los que tomaren a su cargo el escribir los sucesos posterio-
res a estos mis trabajos no harán bien en olvidarse de la tragedia deste caba-
llero, el cual de las esperanzas de una gran fortuna cayó al abismo de todas
las miserias, perdiendo la cabeza a manos de un verdugo y con el más des-
dichado título que pudo sucederle: tanto puede una [503] ambición desor-
denada y tal peligro trae consigo el dar oídos a los enemigos de su señor
natural, en que son tanto más prudentes las serpientes que algunos hom-
bres, cuanto es más honrada y discreta una mujer que no escucha a quien la
persuade que la que, persuadida, se defiende.
Por deciembre del año pasado despachó el archiduque al secretario Juan
de Frías con cartas para el rey372, llenas de las humildes gracias y recono-
cimientos que se debían a la grandeza del sujeto, pues era tal, que apenas
quedaba lugar vacío que dar a la posesión de aquellas provincias, excediendo
con tan conocidas ventajas la que se le ofrecía de la persona de la serenísima
infanta doña Isabel. Efeto de la ida de Frías fue el apresurar la partida de
don Sancho de Leiva con tan gran golpe de españoles y el traer letras de un
millón y quinientos mil ducados, con que se acabaron de pagar los motines;
y, fuera de los ya dichos, se pagaron también los de Verlá, en la Campiña,
de solas naciones, y los de Güeldres, Guatendonck y Estral, donde había
solamente infantería alemana. Alcanzó también esta peste a Dunquerque,
guarnecida solamente de españoles, y entre ellos muchos soldados que no
había año entero que les habían pagado sus remates en otros motines y hasta
en Dunquerque mismo, que no parecía sino que se había hecho ya punto de
honra el imitar a los más insolentes y el competir (como otras veces se solía en
los actos de reputación) ahora en los de desvergüenza y atrevimiento, y esto
no sólo en el pecado, sino en las circunstancias, pues las naciones también
habían llegado a tener sus electos y consejos y todos los demás ministros deste
género, acostumbrados hasta allí sólo por los españoles. Llegó Juan de Frías
a Bruselas, de vuelta de su viaje a España, a los 14 de junio, con la entera

372
 Ver al respecto Escudero y Caeiro.
640 Las Guerras de los Estados Bajos

confirmación del casamiento entre el archiduque y la señora infanta y con


los despachos de la total renunciación de aquellos estados en sus altezas. Traía
también orden particular al archiduque, de parte del rey, para que, después
de haberse hecho jurar la obediencia de todas las provincias sujetas, pasase
a España a efetuar el matrimonio. Con esto y con haber dispensado al Papa
con su alteza por el diaconato y recebido el capelo que le envió don Pedro de
Toledo, uno de sus camareros, dejó, con el hábito de cardenal, el arzobispado
[504] de Toledo, que se dio a García de Loaýsa373, maestro del príncipe don
Felipe, que hoy reina. Escribiéronse luego las cartas convocatorias a todas las
provincias para que acudiesen los diputados dellas al juramento que habían
de prestar a los nuevos señores, debajo de los pactos, cuya sustancia veremos
luego, a lo menos de los que más hacen a nuestro propósito. Y para que esto
se hiciese con las seguridades necesarias, se dio orden a los tercios de españoles
y a la demás gente que había estado alojada en los condados de Henao, Ar-
tois y Flandes que se arrimasen todo lo posible a Bruselas, como lo hicieron,
comenzando a marchar desde el principio de julio. Temíase que para venir
los Estados Generales en una tran gran mudanza habían de pedir algunas de
las cosas que el vulgo acostumbra intentar a sacar de quien desea entrarles
complaciendo, y no faltó quien sospechase que llegarían algunos a pretender
la salida de los extranjeros, sea por obligarles con fuerzas, que son solas las que
sujetan a la plebe, o por cumplir con una de las más trilladas reglas de estado,
que es no pedir a la multitud con persuasiones lo que forzosamente conviene
obtenerse, sin tener a las espaldas bastante aparejo para, en caso de resistencia,
hacérselo conceder con las armas. Lo cierto es que se juntaron a los contornos
de Bruselas pasados de quince mil infantes y dos mil caballos. Juntos, pues,
los diputados en el gran salón bajo el palacio de Bruselas, el día de los 10 de
agosto se leyeron los capítulos y condiciones con que el rey renunciaba a sus
hijos los Estados Bajos, causando siempre mayor admiración el ver que se
consolase de desmembrar de su corona una joya de tanto valor y de establecer
un estado cuyos posesores decendientes, en dejando de ser amigos (siendo así

373
 García de Loaýsa y Girón fue arzobispo en 1598-99, el número 90 de la sede toledana.
En 1584 Alberto de Austria fue nombrado arzobispo de Toledo, dignidad eclesiástica que
mantuvo hasta 1598 en que contrajo matrimonio con la Infanta Isabel Clara Eugenia. En
1595, Felipe II le otorgó el gobierno de los Países Bajos, que retornaron a la Corona Espa-
ñola a la muerte del Archiduque (Bruselas 1621) sin haber tenido descendencia. Durante
sus largas ausencias de Toledo y, en particular, a partir del nombramiento del Archiduque
como gobernador de los Países Bajos, el responsable de los asuntos del Arzobispado Tole-
dano fue el talaverano García Girón de Loaýsa (1534-1599). García Girón de Loaýsa fue
nombrado canónigo de la catedral hacia 1567 y fue propuesto a Roma por Felipe II para la
dignidad de arzobispo de Toledo en 1595 y confirmado por el Papa 1598. Precoupado por
el mantemiento de la disciplina eclesiástica, a él se debe la publicación (con anotaciones) de
la Collectio conciliorum Hispaniae. Fue substituido por don Bernardo de Sandoval y Rojas
(1599-1618).
Las Guerras de los Estados Bajos 641

que entre reyes y príncipes tan grandes son las ataduras que menos aprietan
los vínculos de parentesco), podían ser ocasión de grandes daños a los demás
reinos de la monarquía de España, y en particular a los de entrambas Indias,
y de que no se le pasó por alto a su envejecida prudencia es bastante testi-
monio el octavo capítulo de las condiciones, en el cual se prohibe todo trato,
comercio o comunicación con las Indias Orientales y Occidentales, con pena,
cuando menos, de ser privados en tal caso de la posesión de los Países Bajos,
si –llegado a suceder el caso- pudiera servir de algo esta condición, [505] sólo
de algún fruto en contratos privados, cuya ejecución se apoya en la autoridad
del príncipe soberano; pero quien no le tiene, las más veces observará sólo
lo que le estuviere bien, que a la lisonja o a la razón de estado no le faltarán
razones con que honestarlo y antes parece que por ventura esta cláusula des-
pertó de manera los ánimos de los holandeses a meterse a la parte de aquellas
innumerables riquezas, que, desengañados de hallar nuevos caminos para la
India y China por sus mares septentrionales, en cuya busca en tres viajes que
hicieron los años de 95 y 96 y 97 llegaron en altura de ochenta y dos grados
a costas y provincias nunca vistas ni de algún tiempo habitadas, se resolvieron
de seguir nuestras mismas derrotas374, formando en Holanda compañías de
hombres de negocios y poniendo factorías en todo el Oriente375, tratando a
los portugueses allá y en las Indias Occidentales a los demás españoles como
a enemigos, robando, poblando y edificando fortalezas, con tanto mayor asis-
tencia –después de las treguas del año de 1607376– cuando el no tener guerra
con nadie les fue aumentando las fuerzas y la ganancia el deseo de enrique-

374
 Se refiere a los viajes de Willem Barentsz, navegante y explorador holandés que buscó el
afamado Paso del Noreste y de cuyos viajes hay relación de uno de los carpinteros de a
bordo, Gerrit de Veer (trad. William Philip): A true description of three voyages by the North-
East towards Cathay and China, undertaken by the Dutch in the years 1594, 1595 and 1596,
Amsterdam, 1598. Quizá también tuviera en mente a Cornelis de Houtman (1540-1599)
y su hermano Frederik (1571-1627), que entre 1595-1597 hicieron el primer viaje holan-
dés por las Indias Orientales, seguido de un viaje en 1598-1599 a la Cochinchina. Estos
viajes son indicativos del inicio de la expansión comercial/colonial holandesa, así como de
los comienzos de la búsqueda del Paso del Noreste (y más tarde del Noroeste).
375
 Por ejemplo la Verenigde Oostindische Compagnie o Compañía Holandesa de las Indias Orien-
tales (Compañía de las Indias Orientales Unidas), establecida en 1602 con monopolio de 21
años para realizar actividades comerciales. Poseía poderes casi gubernamentales, incluyendo
la potestad de declarar la guerra, negociar tratados, acuñar moneda y establecer colonias.
Sus territorios se convirtieron en las Islas Orientales Neerlandesas (y con el tiempo llegarían
a abarcar todo el archipiélago de Indonesia).
376
 Tras los motines de la tropa por la falta de pagas (los mayores de la guerra hasta la fecha)
en los años 1605y 1606, la sangría de la guerra para los caudales españoles y habida cuenta
que Felipe III instigaba a una tregua desde 1600, el 14 de diciembre de 1606 el Consejo
de Estado aconseja al rey abandonar Flandes y los holandeses hicieron una oferta de cese
de hostilidades, firmándose el acuerdo el 24 de abril de 1607 (preludio de la Tregua de los
Doce Años posterior).
642 Las Guerras de los Estados Bajos

cerse. Pide este atrevimiento eficacísimos remedios y, así, es de creer que se le


procuran con todas veras.
Era otro capítulo que los hijos deste matrimonio no se habían de poder
casar sin voluntad y consentimiento de quien en aquella sazón fuese rey de
España. Bonísima prevención, aunque incapaz de llegar a efeto no viviendo
los decendientes de los archiduques la uniformidad de voluntades para con
España que en ellos, lo que era imposible por mil consideraciones respeto a
las desconfianzas de estado que muy de ordinario se levantan entre los gran-
des príncipes, hasta hermanos con hermanos y padres con hijos. Mas ¿qué
prudencia hay en el mundo que baste a prevenir todos los inconvenientes que
pueden suceder? En el primer caso, y en los hijos deste presente matrimonio,
parecía algún tanto esperable por la reciente obligación y hasta ahí debió de
extender el rey la esperanza de ser obedecido; lo demás lo haría por si acaso
pudiese ser en algún tiempo de provecho, o –lo que es más creíble- por rete-
ner alguna especie de juridición que pudiese ser a lo menos memoria de tan
gran dádiva, o porque hacer lo que no cuesta nada y puede dar algún benefi-
cio, por pequeño que sea, siempre parecerá cordura.
[506] Daba otro capítulo la regla que se había de guardar sucediendo la
muerte del uno de los dos sin sucesión, que era, caso que llamase Dios antes a
la señora infanta, quedar el archiduque por gobernador de todos los Estados
en nombre del rey, y, si el archiduque primero, dar por nula la donación y
ofrecer a la señora infanta el gobierno, toda la porción de su legítima paterna
y del dote de su madre. Pero el capítulo más digno de quien le hizo es el que
priva del dominio de los Países Bajos a cualquier señor o señora dellos, de-
cendiente de aquel matrimonio, que directa o indirectamente se apartare de
la obediencia de la Iglesia católica, apostólica y romana, y que a su entrada al
gobierno y dominio de los dichos Países hayan de hacer juramento de vivir y
morir en ella por estas formales palabras, que sólo de los capítulos desta gran
resolución me ha parecido poner a la letra para que se vea el celo y cristiandad
de quien tal mandó. Dice, pues, la forma dél:
Ego N. iuro ad sancta Dei Evangelia quod semper usque ad extremum
vitae meae spiritum sacrosanctam fidem catholicam, quem tenet, docet et
praedicat apostolica ecclesiarum mater et magistra constanter profitebor
et fideliter firmiterque credam et veraciter tenebo ac etiam a meis subditis
teneri, doceri et praedicari quantum in me erit curabo; sic me Deus adiu-
vet et haec sancta Dei Evangelia377.

377
 «Yo N. juro por los santos evangelios de Dios que siempre (hasta el fin de mi vida) confesa-
ré de modo permanente la sacrosanta fe católica que mantiene, enseña y predica la madre y
maestra apostólica de las iglesias y que fiel y firmemente la creeré y mantendré en verdad y
que también me cuidaré en lo que pueda de que por mis súbditos sea mantenida, enseñada
y predicada. Así me ayude Dios y estos Evangelios suyos» (traducción mía).
Las Guerras de los Estados Bajos 643

De toda esta gran donación no se reservó el rey otra cosa que poner entre
sus títulos el de duque de Borgoña, etc. y la superioridad y absoluta potestad
de poder él y sus decendientes disponer de la orden del Tusón, como cabeza
della. Supiéronse luego en Bruselas los discursos que, a más de los ya dichos,
hacían los enemigos del rey en Holanda, Inglaterra y Francia sobre este suje-
to y cómo unos y otros se prometían grandes felicidades, seguros de que les
había de ser más fácil contrastar con los archiduques que con el rey, cuya im-
posibilidad, decían, de hacer más la guerra a los de las islas le había obligado a
tomar aquella resolución, para que, habiéndose de perder lo que quedaba, se
salvase a lo menos la reputación del nombre español. Diferentemente discu-
rrían los bien intencionados, siendo tal la variedad de los conceptos humanos,
que de una misma causa coligen diversí[507]simos efetos, pareciéndoles que
era entonces cuando se pensaba emprender de veras el domar a los rebeldes de
las islas, pues se encomendaba a su señor natural y no a capitanes generales,
que, por bien afectos que fuesen, solían atender más al aumento de su propia
reputación que a la comodidad y bien común de aquellos pueblos; el cual,
con la blandura y amor con que se suelen tratar las cosas propias, trataría al
mismo tiempo de ganar voluntades, cosa que era en la que hasta entonces se
había pensado menos y de no perder con malos tratmientos las de los que
supiese haber sido leales hasta entonces. No les faltó lugar en el discurrir a los
políticos y profesores de reglas de estado, concluyendo que no lo acertaba el
rey en dar a probar a los Países Bajos el gusto y granjería de tener consigo a
sus señores naturales, por la cuesta arriba que se les había de hacer cuando,
por falta de sucesión o por otros accidentes de fortuna, hubiesen de volver
a ser otra vez gobernados por potentados o grandes de España, que no es el
menor trabajo a que están sujetos los reyes, el no poderse escapar de que juz-
guen y censuren sus acciones con mayor rigor y libertad que las de personas
particulares: algo les había de costar el verse tan superiores a todos los demás
de acá abajo.
Comenzó tras esto el archiduque a tratar de su partida, que la fue dilatan-
do hasta que llegó a Bruselas el cardenal Andrea de Austria, hijo del archidu-
que Ferdinando, que había de quedar, como quedó, en su lugar gobernando
los Estados. Pocos días antes de su partida recibió su alteza muy particular
disgusto con la nueva que tuvo de que se había amotinado la guarnición del
castillo de Amberes y poco después la de Liera. Constaba la guarnición del di-
cho castillo de sietecientos infantes españoles y las dos compañías de caballos
de don Pedro Ponce de León y don Juan de Gamarra (ambos a dos ausentes)
y toda esta gente junta, cerrando las puertas en los ojos a su castellano, que
venía de Bruselas, añadieron a su culpa el abrirlas después a más de otros cien
soldados de grandes alcances, de a pie y de a caballo, que se resolvieron en
meterse a la parte de tan gran maldad, y entre ellos dos tenientes de caballos,
los cuales por su vil interés perdieron, a más de la honra, pérdida inestimable,
644 Las Guerras de los Estados Bajos

todo el curso de su fortuna y los acrecentamientos que por sus largos servicios
no les podían faltar. [508] No los nombro, aunque pudiera, porque no quede
esta mancha, a que se condenaron ellos solos en daño de los de sus linajes,
supuesto que ambos eran hijosdalgo. A imitación de los de Amberes se amo-
tinaron los del castillo de Gante, sin que unos ni otros pudiesen ser pagados
hasta el principio del año siguiente, aunque anduvieron tan bien (si es que
puede haber acierto en gente tan errada), que desde el primer día cerraron la
puerta a recebir más gente, que, como veremos, no les fue después de poco
provecho para ser tratados mejor que los de Amberes. Hasta en el obrar mal
hay cosas que acrecientan o disminuyen la culpa, ofendiendo muchas veces
más las circunstancias que el proprio pecado.
El almirante de Aragón, a cuyo cargo quedó el ejército más florido que
vieron aquellos Estados, pasó a él, después de haberse despedido de su alteza en
Namur, con grandes deseos de mostrar su natural valor y el de su soldadesca.
Llegaba su caballería ligera a dos mil y quinientos caballos y los españoles de
los tercios a siete mil, tres mil italianos, dos mil borgoñones, mil irlandeses y
cerca de ocho mil entre alemanes y valones, gente vieja y digna de ser ocupada
en grandes empresas. Pasó el campo la Mosa por junto a Ruremunda al princi-
pio de setiembre y comenzó a encaminarse la vuelta de Orsoy, plaza del duque
de Clèves, situada sobre la siniestra margen del Rin, dos leguas el río arriba de
Rimbergue; y la primera noche que se pasó la Mosa despachó el almirante al
conde Federico de Bergas, que servía el oficio de maese de campo general, con
su regimiento de alemanes y dos mil valones con el coronel La Barlota y dos
medios cañones, para que, limpiando el río de bajeles enemigos, levantasen un
fuerte de la otra parte frontero de Orsoy, cosa que se hizo con felicidad, aunque
no sin que fuese menester desalojar primero a cañonazos tres bajeles de arma-
da, a cuyo cargo estaba guardar el río, que, dejándose llevar de la corriente, se
retiraron a Rimbergue. Siguió tras el conde el almirante con todo su ejército
hasta la abadía de Camp y en un día que se detuvo allí a guardar los bastimen-
tos que se traían de Venló hubo varios dicursos sobre lo que se pensaba hacer
aquel otoño, excluyendo luego todo género de sitio de tierras, visto que no se
traía más artillería que cuatro medios [509] cañones. Quitaba eso también la
sospecha de que se pensaba pasar a Frisa a cobrar las villas de Grol y Linguen y
otras algunas de menor nombre que había ganado el conde Mauricio, mientras
estuvo ocupado nuestro ejército en el socorro de Amiéns, como dijimos arriba.
Discurrían algunos que se debía de querer cobrar el castillo y villa de Moeurs,
pues para aquello bastaba la poca artillería que se traía, aunque el ver que la
condesa conservaba aquella plaza neutral y que en aquella ocasión se había
enviado a ofrecer quitaba también esta sospecha. Pararon estas dudas en juntar
el almirante su consejo y declarar las comisiones que le había dejado su alteza,
que eran no empeñarse en sitios de tierras, asegurarse de ambas riberas del
Rin, tanto desta parte como de aquella, y, llegado el invierno, procurar alojar
Las Guerras de los Estados Bajos 645

el ejército en país enemigo, particularmente en la Welva o, a más no poder,


en tieras neutrales, con tales contribuciones, que viviesen los soldados sin que
fuese necesario acudirles con sus pagas, visto que para poder su alteza hacer el
viaje que emprendía tan a los ojos del mundo, le había de ser forzoso, y aun se
creyó que tenía orden para ello, de valerse de mucha parte de las provisiones
destinadas para el sustento de la gente de guerra. Fue ésta la última resolución
que se tomó a la partida del archiduque y, para en caso que no se pudiese pasar
a país enemigo, para encaminar la última orden por el camino de la persuasión,
cuando se pudiese excusar el de la fuerza, se le dieron por consejeros al almiran-
te dos personas platiquísimas en aquellos países y que particularmente tenían
amistad con los que gobernaban al duque de Clèves y con el elector de Colonia,
que fueron Bucho Haita, prepósito o proboste de la iglesia de Gante, y Hernan-
do López de Villanueva, castellano del Carpe, los cuales con continuas cartas
iban fomentando la negociación y persuadiendo por otras parte a los estados
de Brabante y del condado de Flandes a que, conformándose la orden de su
alteza con lo que ellos tanto deseaban, no habían de ver más alojadas banderas
españolas en sus tierras, a quien su alteza de allí adelante pensaba tratar como
propias. Y fuera muy posible cumplirles la palabra, si con las fuerzas de tan
lucido ejército se emprendieran de golpe las villas de Zuften y Déventer, y tras
ellas el paso del Isel, pues, entrando en la Welva, hallara todo él [510] bastante
alojamiento a costa del enemigo y dándole a sentir en su casa los frutos de la
guerra. Venía especificado en la orden del archiduque para el almirante que se
ocupase la villa de Orsoy, para con ella y con el fuerte que se había de hacer de
la otra parte asegurar totalmente el paso del Rin; advertíase que se hiciese sin
tentar la vía de fuerza por no exasperar al duque de Clèves, cúya era, y con él
a los demás príncipes confinantes; y así, se resolvió que, marchando el campo
como para pasar el río, don Carlos Coloma, que llevaba la vanguardia, procura-
se con disimulación apoderarse de la puerta. Madrugó don Carlos mucho, con
la compañía de arcabuceros de su tercio de don Antonio Sarmiento de Losada y
algunas picas, y, dejándolos emboscados muy cerca de la villa, pasaron él y don
Alonso de Luna con sólo seis alféreces reformados a caballos y sus criados, y,
arrimándose a la puerta, que estaba ya abierta, a título de pedir algún refresco,
ocuparon el cuerpo de guardia y entrada della, sin que diez o doce burgueses
que estaban de guardia se atreviesen a hacer resistencia, porque ya a este tiempo
venía acercándose Sarmiento con su compañía, y por otra parte la torre de la
villa señalaba la venida de todo el campo, que asomaba ya; hubo, con todo eso,
alguna resistencia en la plaza, de que murió un soldado, sin otros dos heridos;
pero, en echándose un bando en lengua alemana, que, pena de la vida, todos los
burgueses se retirasen a sus casas, lo hicieron sin otra réplica, animados también
a ello por sus burgomaestres, a quien se ofreció todo buen tratamiento y corte-
sía. Holgó mucho el almirante de ver ocupada aquella villa con tan poco daño y,
alojando en ella su persona y su corte, dio el gobierno al capitán Luis Bernardo
646 Las Guerras de los Estados Bajos

Dávila, que alojó dentro de su compañía; el ejército quedó alojado a tiro de


mosquete con frente de banderas, salvo el tercio de Luis del Villa, que pasó de
la otra parte del Rin a ayudar a la fábrica del fuerte, junto con el de alemanes
del conde Vía, todos a orden del conde Federico, que, como se ha dicho, servía
el oficio de maese de campo general.
Obedeció luego al ejército católico todo el país de allá de Rin; sólo el conde
de Bruch, desde su castillo deste nombre, se atrevía a inquietar los forrajeadores
de aquella parte del campo con cincuenta anivedres378 que tenía consigo (llaman
así en aquella tierra [511] a la gente que gana sueldo); mas, amaneciendo un día
sobre él Luis del Villar con tres medios cañones, después de una batería de seis
horas, sin embargo de ser el castillo fuerte y estar rodeado de muy buenos fosos
de agua, se rindió al conde Frederico, salvas las vidas y las haciendas, conten-
tándose de despedir los anivedres y admitir una compañía de españoles, como lo
hizo, entrando dentro con la suya el capitán don Pedro de Aguayo. Era el conde
de Bruch gran hereje y, añadiéndose a esto una continuada fama de que tenía
inumerable riqueza dentro de su castillo, despertó el apetito a procurar quitar
aquel embarazoso y declarado enemigo de los ejércitos que solían pasar el Rin
la vuelta de Frisa, de cuyos despojos publicaban que se había ido enriqueciendo
en el discurso de muchos años. Diose orden, según se entendió, a don Pedro de
Aguayo que le matase, pero de manera que se diese a su muerte alguna aparien-
cia de casual, y él lo encomendó a tres alféreces reformados de su compañía y
camaradas suyos, los cuales, sacándole con buenas palabras fuera del castillo, le
mataron a puñaladas y, metiéndole en una casa pajiza, le pegaron fuego, donde,
entrando de repente en son de quererle apagar, se dejaron en ella al triste conde
ya muerto y volvieron publicando que, deseoso de salvar su hacienda, había
perecido en medio de las llamas sin poderse retirar él ni ellos darle socorro. Sin
embargo, lo entendió todo el ejército más como ello era que como se procuraba
publicar, dando bastantes indicios el proprio cuerpo, que, sin haberse podido
acabar de quemar, mostraba los golpes y heridas que le apartaron del alma, y el
haberse hallado después su espada y sombrero en el foso, cosas que no hubiera
arrojado de sí para ir a socorrer la casa pajiza. Indigna hazaña, porque, si sus
culpas merecían castigo, ¿para qué tomarle rendido a buena guerra? Y ya que se
determinaba de faltarle la fe, ¿por qué no antes hacerle el proceso y condenarle
por los graves y verdaderos delitos que se le acumulaban? Pero es al fin tan ciega
la codicia como el amor, aunque vicio sin disputa más detestable, donde el otro,
como más conforme a la naturaleza, parece que trae consigo alguna disculpa.
Duró dos días el sacar despojos del castillo y pasarlos el río, mas fueron tanto
menores que su fama, que no llegó a cuatro mil ducados todo lo que antes se
contaba y encarecía por [512] centenares de millares; desearse luego un pronto
y ejemplar castigo de un caso tan feo y el ver que no se dio nise trató de dar sa-

378
 «Haaneve(e)ren», en holandés.
Las Guerras de los Estados Bajos 647

tisfación a la viuda y a sus hijuelos abrió imprudentemente las bocas a muchos


para murmurarlos. Éste es puntualmente el suceso de la muerte del conde de
Bruch, en que he procurado seguir la verdad con la poca pasión que se puede
haber notado de mí en el discurso destas relaciones, asegurando a quien las
leyere que causó esta acción no menos sentimiento en los españoles que en los
alemanes mismos, no tanto por la muerte del conde, que la tenía bien merecida
(pues se averiguó que, debajo de haber hecho siempre profesión de neutral,
murieron a manos de su gente y suyas cuantos españoles cayeron en ellas, sólo
por ser jurado enemigo de católicos), como por la ocasión que se dio con ella
a los herejes de Holanda para exagerar nuestra crueldad, y con el ejemplo de
un caso tan atroz hacer creíbles innumerables mentiras con que por escrito y
de palabra han procurado y procuran desacreditar nuestro gobierno y hacernos
odiosos a todas las naciones del mundo con quien provechosamente contratan
en ambos hemisferios379.
Treinta y un días estuvo el campo en aquel alojamiento, sin otra ocupa-
ción que levantar el fuerte y fortificar la villa de Orsoy, cosa que se pudiera
hacer harto bien por tener levantados más de un estado y medio o dos de alto
los baluartes y cortinas de ladrillo, obra de un duque de Clèves, aunque otros
dicen que de Martín Van Rosem, famoso capitán del de Güeldres, que, ha-
biéndola ocupado más de ochenta años antes, trató de asegurarse della. Du-
rante esta detención, sabida la imposibilidad que tenía el enemigo en juntar
ejército capaz de oponerse a los progresos del nuestro, propusieron don Luis
de Velasco, los maestros de campo y los demás del consejo algunas empresas,
representando la mucha opinión que se perdía en dejar pasar el otoño sin
hacer cosa digna de un poder tan grande. Entendíalo el almirante así, mas
obstaban las apretadas órdenes del archiduque, el cual vedaba que no se tra-
tase durante su ausencia de otra cosa que de conservar el ejército y de alojalle
como se ha dicho; con todo eso, advirtiéndole al almirante de la importancia
que era dejar asegurado el paso del Rin antes de empeñarse en pasar el [513]
Vaal o el Isel y a más no poder alojar el ejército en las tierras neutrales, y que
esto se consiguiría bastantemente teniendo la villa de Rimbergue y con ella
limpia la conduta de los bastimentos desde Colonia hasta el fuerte de Es-
quenck, resolvió en emprender aquel sitio antes que entrase en las primeras
aguas del otoño, que aquel año acertó a ser sequísimo.
Partió don Luis de Velasco para Mastrique a los 2 de octubre, adonde por
la Mosa abajo se habían hecho bajar de Namur catorce cañones, y a los 9 es-
tuvo de vuelta con ellos en el ejército. Fray Mateo de Aguirre, religioso de la

379
 De exageración tilda Coloma también la actuación de los historiadores franceses y holande-
ses en las cosas de España. Y Amelot recuerda que «un bon & fidéle historien doit raconter
les choses simplemente & sans aucune éxagération. […] …l’éxagération […] a toujours
quelque mêlange de mensonge» (103 [libro III]).
648 Las Guerras de los Estados Bajos

orden de San Francisco (harto conocido en nuestros tiempos, no menos por


su natural inclinación a grandes empresas, con que en gran manera excedía
los límites de su profesión, que por el desdichado fin que tuvo en Berbería,
donde fue muerto por los turcos de Argel mientras solicitaba contra ellos el
favor y fuerzas del rey del Cuco)380, trujo con esta escolta la nueva de haber
pasado a mejor vida el rey don Felipe II, nuestro señor, a los 13 de setiembre,
en El Escurial, al cabo de una larga y penosa enfermedad y después de haber
vivido gloriosamente setenta y un años, cuyo encomios y alabanzas sobre-
pujan de suerte a mis pocas fuerzas, que me resuelvo en pasarlas en silencio,
dejándolo a cargo de otros que con singular verdad y erudición han escrito
la vida deste famoso rey, digno de compararse con el mayor de cuantos han
reinado en todo el felice tiempo del Evangelio, y aun antes dél con Salomón,
que en un tiempo fue tan grato a los ojos de Dios, a quien se aventajó en la
verdadera sabiduría, que consiste en saber salvar el alma y perseverar hasta el
fin en la obediencia y entero conocimiento de Dios y en haber manejado las
armas siempre en defensa de la Iglesia, aunque no todas veces con felicidad,
no sólo por sus capitanes, sino también por su persona.
Es Rimbergue una de las villas más cómodas para guardar el paso del Rin,
sin cuya voluntad pueden pasar dificultosamente las barcas que bajan de Colo-
nia cargadas de vino, que son muchas y muy deseadas en Holanda; el lugar es
pequeño, tiene un castillo que mira al río con torreones a lo antiguo381; el Rin
la asigura por la parte oriental y por mucha parte de la occidental un pantano
que hace cierto riachuelo, cuyas aguas sirven de sólo aquello y de meterse [514]
en el Rin por el foso; hace el mismo río una isla de cosa de tres mil pasos de
circuito, en la cual, por ser el brazo que corre entre ella y la villa muy pequeño,
tenían, desde que el duque de Parma le dio una vista el año de 1586 después
de haber ganado a Grave, Venló y Nus, levantado un fuerte de tierra y fagina,
de quien por su sitio y hacerle través la villa se temió más resistencia que la que
hizo. Había entre ella y el fuerte al pie de mil y quinientos hombres, cantidad de

380
 De fray Mateo de Aguirre se cuenta que en la batalla de Ivrý, el 14 de Marzo de 1590, du-
rante las guerras francesas de religión, destacó por su tremendo coraje y entrega. Tras acabar
con las municiones de sus pistolas y después de que su espada estuviera tan mellada que
sirviera de poco, siguió matando herejes a golpe de crucifijo, dejando a varios malheridos
hasta que acabaron con él. Para el rey del Cuco, ver El gallardo español de Cervantes.
381
 Antonio Carnero (Historia de las guerras civiles que ha avido en […] Flandes desdel año de
1539 hasta el de 1609 y las causas de la rebelión de dichos Estados, (Bruselas, 1625) se hace
igualmente eco de la importancia comercial de Rimbergue: «Muy oprimidos de los muchos
ympuestos que pagauan para guerra tan larga, de que la mayor parte del pueblo esta[ba]n
ya cansados, viéndose priuados del comercio de los países y prouinçias sujetas al Archidu-
que, y particularmente de Alemania por tener los católicos tomado a Rimbergue, paso del
Rin, por donde les bajauan todas las mercadurías que de aquella gran prouinçia y de Italia
podían venir». Para un estupendo análisis de la situación económica involucrada en los
sucesos bélicos, (Calais, Rimbergue, etc.) ver Gelabert y Cruzada.
Las Guerras de los Estados Bajos 649

bastimentos y municiones de guerra, cosas que, sobre estar el tiempo tan ade-
lante, parece que daban ocasión de dudar de buen suceso; sin embargo, resuelta
la empresa, marcharon a un mismo tiempo, el almirante por la ribera siniestra
del Rin y el conde Federico por la diestra con las fuerzas que tenía de aquella
parte, y sin dificultad de consideración se plantó el sitio en esta forma. El conde
Federico quedó con las naciones que tenía a su cargo de la otra parte con orden
de batir en ruina el fuerte de la isla con cuatro cañones, cuyo sitio tocó al tercio
de Luis del Villar y al regimiento de La Barlota, que de la parte de allá del Rin
pasaron a ella en barcas la noche de los 5 de octubre, aunque ya la tenían ocupa-
da los tercios de don Carlos y del coronel Estanley, que pasaron el menor brazo
que corre entre la villa y el fuerte, la noche antes, con el agua a la rodilla, tanta
era la falta que traía della el río. Estos dos tercios, volviendo a salir de la isla,
se alojaron teniendo el río a la mano derecha para encaminarse con trincheras
hacia el rebellín que cubre la puerta que va a Orsoy; seguía por las praderías la
corte con el tercio de Zapena y frente de banderas de casi toda la infantería de
naciones hacia la puerta de Res. Desde la otra parte del pantano hasta el río
tomaron a su cargo don Alfonso Dávalos, maestro de campo de italianos, y el
conde de Busquoy y monsieur de Achicourt, coroneles de valones, con orden
de abrir también trincheras por aquella parte; y ordenáronse dos baterías, por
aquí una y otra por la parte de don Carlos; pasó don Luis de Velasco a la isla con
otros tres cañones y, batiéndose el fuerte a los 9 del dicho, cuando se apareja-
ban los nuestros a dar el asalto, le desampararon los enemigos, dejando pegado
fuego a las casas y retirándose a la villa. Había dentro de la plaza, como se ha
dicho, mil y quinientos hombres, que de día y de noche tiraban a las trincheras,
las cuales, [515] con todo esto, caminaron en tres noches de manera, que a los
14 estaban ya desembocadas al foso, especialmente las de don Carlos, que era
por donde pareció el puesto más acomodado para ir al asalto. Había alojado
don Luis de Velasco en el puesto de Estanley tres piezas, con que se tiraba
continuamente a las defensas, mientras se apercebía la batería por un ramal de
trincheras que abría don Carlos entre el río y el rebellín de la puerta de Orsoy.
No se sabe si destas piezas del coronel Estanley o de las que jugaban también
contra la villa desde el fuerte de la isla salió el proprio día de los 14 de octubre
el cañonazo tan venturoso, a cosa de las cuatro de la tarde, que, entrando por
una ventana de un torreón del castillo, pegó fuego a la pólvora que estaba en
él, en cantidad de más de quinientos quintales, la cual voló en un momento
casi todo el castillo y muchas casas de la villa cercanas a él con terrible ruido y
humareda. Cayeron muchas piedras más de tres credos después del estruendo
dentro de las trincheras de los españoles, algunas de peso de un quintal y más, y
otras menores, que descalabraron algunos soldados. Y lo que causó admiración
fue que más de media hora después los sombreros negros se ponían blancos por
la causa de la tierra que les caía encima y hasta las barcas que estaban en el río
se pensaron perder por la gran comoción que hicieron sus aguas. Faltaron de
650 Las Guerras de los Estados Bajos

los enemigos el gobernador y su mujer y hijos, y más de quinientas personas


entre soldados y gente de la tierra. Don Carlos Coloma, viendo desamparada
la muralla de defensores, se alojó pegado al foso con las compañías de Antonio
Pinto de Fonseca y Sarmiento, que estaba en la desembocadura; y los alféreces
Diego de Losada y Juan de Careaga subieron por un diquecillo estrecho que
había en él hasta la punta del rebellín, y con ellos fray Mateo de Aguirre, que a
grandes voces llamaba que arremetiesen los nuestros, asegurando que entrarían
sin dificultad. Estuvo don Carlos casi resuelto en arremeter, pero detúvose el
haberlo de hacer sin orden, caso en que no sólo se riñen y se castigan los malos
sucesos, sino también los buenos; y consideró de otra parte que, habiendo den-
tro grandísima peste, por medio de los despojos enemigos, podía comunicar al
campo con los daños y peligros que se dejan considerar. [516] Finalmente, casi
a puesta de sol, tocaron los enemigos en tres o cuatro partes de la muralla para
rendirse, como lo hicieron, sacando a la mañana su bagaje, armas y banderas,
y, entregando todos los presos y caballos que tenían del campo, salieron en el
escuadrón hasta mil soldados sanos y algunos heridos en los carros que se les
dieron para que los llevasen hasta Nimega. Ganado Rimbergue, se echó de ver
que no había necesidad de tener más guarnición en Orsoy, y así, sacando la gen-
te de guerra que allí había quedado, se metió en Rimbergue con la persona del
capitán Luis Bernardo Dávila, a quien se dio el gobierno, añadiéndole cuatro
banderas de alemanes del regimiento del conde Vía, y la compañía del capitán
Luis Bernardo se dio a Gaspar de Valdés, que hoy es castellano de Gante.
La primera tierra neutral que desta parte del Rin se ofreció a recebir guar-
nición, por las persuasiones del proboste de Gante y Hernando López de Vi-
llanueva, fue Burique, donde se metieron cuatrocientos hombres, inclusa la
compañía del capitán Pedro de Aybar, a quien se dio el gobierno. Está Burique
solamente el Rin en medio de la ciudad de Vesel, escuela de la seta de Calvino,
tanto como la Rochela en Francia o Ginebra en Saboya382; la cual, aunque del
ducado de Clèves, había muchos años que, habiéndose apartado de la obedien-

 Durante el Renacimiento La Rochelle adoptó ideas protestantes y en especial a partir de


382

1568 se convirtió en el centro de los hugonotes por antonomasia, disfrutando de un próspero


comercio marítimo, aunque sufrió varios asedios durante las guerras de religión en Francia.
Con Enrique IV disfrutó de cierta libertad y prosperidad hasta la década de los años 20 del
siglo siguiente, aunque en 1627, al entrar en conflicto con Luis XIII, se produjo el famoso
sitio de La Rochela, en que sufrió el bloqueo del cardenal Richelieu durante 14 meses, per-
diendo como consecuencia de ello la mayor parte de sus privilegios. Como consecuencia de la
unión de la Roma protestante (Ginebra) con Friburgo y Berna se expulsó de Ginebra al obispo
(católico) en 1536 y se adoptó oficialmente la Reforma, acogiendo a Juan Calvino en 1541
para ponerse a cargo de los asuntos religiosos (y hasta morales y políticos) y convirtiéndose
en el foco más importante del calvinismo. Calvino y Farel organizaron una rígida república
teocrática que resistió los embates de los duques de Saboya, convirtiéndose en tierra de asilo
para protestantes perseguidos por los católicos y los intelectuales en desacuerdo con la Iglesia
Católica. Para el desarrollo del protestantismo en Francia y Flandes, ver Deregnaucourt.
Las Guerras de los Estados Bajos 651

cia de aquel duque, vivía solamente sujeta a las leyes de su gusto. Ésta, temerosa
de nuestras fuerzas con ocasión de lo que se acercaba la gente católica, por
medio de los trujamanes383 ya dichos y de don Alonso de Luna, gobernador de
Liera, rescató la vejación del presidio con cincuenta mil ducados, y para obligar
a ello ofreció al almirante de recebir el uso de la misa, sacerdotes y no sólo a los
demás religiosos a quien tenían desterrados muchos años había, pero también
a los padres de la Compañía de Jesús, capitales enemigos suyos; como de hecho
entraron todos, con no pequeño fruto de los que ignoraban el engaño, visto
que el intento de los calvinistas, como después se vio, no fue otro que impedir
el alojamiento que ya de atrás estaba destinado para la infantería española, te-
miendo que, metido una vez el pie la gente católica, o no le sacarían jamás o, a
su salida, entregarían la ciudad a cúya era. Mas todo lo allanó el dinero, como
suele, y no fue mucho en esta ocasión, por la gran falta que había [517] de él
y por lo que era necesario para fabricar un puente en el Rin, sin el cual ha sido
tenida siempre por temeridad el pasarle un ejército. Pasóle, con todo eso, el
nuestro esta vez en barcas a los 23 de octubre, habiendo salido infrutuoso uno
de lienzo que había trazado cierto ingeniero, aunque bastantemente artificioso
para pasar ríos ordinarios y algún número moderado de gente de a pie. Él era
de dos gruesas telas de cañamazo fortalecidas con cinchas y por los cantos unos
varales o listones de madera harto firmes que se encajaban en los bordos384
de ciertas barquillas, como cubiletes, seis de las cuales, con todo su aparejo,
no era sobrada carga para un carro de cuatro caballos; tal, que cuatro carros
solos traían un puente para pasar el Rin, por el cual gente de a pie pasaba con
tanta facilidad, que apenas hubo otra comunicación de la una parte del campo
con la otra lo que estuvo junto a Orsoy que por este puente. Mas, aunque el
ofrecimiento de quien le hizo llegó a que podría pasar la gente por él en hilera
de cinco en cinco, mostró la experiencia después que para ir uno era menester
andar echando remiendos y las barcas se hinchían de agua, y una sola que se
desbaratase hacía inútiles a todas las demás; traza al fin de las que suelen hacerse
para sacar dineros y que, aunque en manera alguna exceden de los límites de
la teórica, cuando se proponen a un general de ejército, no se puede dejar de
experimentarlas, siendo de mucho menos inconveniente que salgan infrutuosas
que el no poder tal vez ser de provecho y no valerse dellas.
Parecióle ya tiempo al almirante de ir procurando alojamientos en las tierras
neutrales, y así, pasado el río, se arrimó a la villa de Res, también del duque de
Clèves, distante seis leguas de Vesel, el Rin abajo, la cual, en viendo que se le
aparejaba la batería, se resolvió en admitir guarnición, como se le puso, de ocho-
cientos hombres de todas naciones, y por gobernador al mismo Pedro de Aybar,
que poco antes había quedado en Burique, dejado allí por cabo un capitán valón

 Intérprete o traductor.
383

 «Lado o costado exterior de la nave» (DRAE).


384
652 Las Guerras de los Estados Bajos

del regimiento de Archicourt. Tres leguas más debajo [518] de Res está Emerique,
del mismo duque, ciudad muy noble y casi tan grande como Vesel, la cual, como
católica que es, envió a ofrecerse al almirante, deseosa de estorbar el admitir guar-
nición por cortesía, mas no le aprovechó, como tampoco el rehusallo después a la
descubierta, pues en viendo plantada la batería, hubo de pasar por donde las de-
más y rendirse. Metiéronse allí al pie de mil y quinientos hombres de guarnición
de todas naciones y por gobernador al conde de Busquoy.
Deseaba el almirante, viendo tan arrinconado al enemigo, acorralarle del
todo y para esto puso los ojos en dos puestos, ambos del ducado de Güeldres,
en igual distancia de tres leguas de Emerique, aunque desiguales en impor-
tancia. El primero era Disburque, situado sobre la siniestra ribera del Isel, que
tenía, como se ha dicho, el almirante apretadas y secretas órdenes de pasar a
cualquier precio que fuese, con lo cual, alojando el ejército en la Nelva, país
enemigo y muy fértil, lo entretenía a costa de los rebeldes y metía la guerra
en Holanda, particularmente en el país de Utrecht, con que siguiera sin duda
la redución desta ciudad y tras ellas otras muchas, por fuerza o por amor. La
otra era Duetecom, plaza de ninguna importancia para la suma de las cosas.
Nuestras fuerzas a la verdad eran grandes en aquella ocasión y las del enemigo
bien débiles; con todo eso, sabiendo que el conde Mauricio estaba alojado de
la otra parte del Isel, frontero de Disburque, con seis mil infantes y mil y qui-
nientos caballos, y que tenía puente sobre el río por donde socorrer la villa,
se resolvió al fin el almirante en acometer a Duetecom. Parecióle por ventura
poca parte del otoño la que quedaba para emplearse en plaza que podían de-
fendérsela con tanta gente. Está Duetecom rodeada de muy grandes bosques
y metida en unos lugares pantanosos, donde, si sobrevenían las aguas, había
de ser forzoso dejar el sitio, con gran mengua de reputación. Acuartelóse el
ejército sobre ella a los 2 de noviembre y acometióse por dos partes: la una
por junto al Isel viejo tocó a los españoles, y en particular al tercio de don
Carlos; la otra por lo más enjuto se encargó a los valones y italianos. Había
dentro al pie de mil hombres, gente vieja y que sabía defender su capa; con
todo eso, después de haber aguardado la batería de algunas horas, que se hizo
a los [519] 9 del dicho, mientras los españoles se apercibían para el asalto,
tocaron a parlamentear. Entregaron la villa el día siguiente, que fue el de los
10; murieron de los nuestros al pie de cien hombres y casi doblado el número
de heridos, entre los cuales lo quedaron don Pedro Sarmiento, sargento ma-
yor de don Carlos, y Jerónimo Cimbrón, capitán del mismo tercio. Dio al
almirante el gobierno de aquella plaza al capitán Íñigo de Otaola, del tercio
de Luis del Villar, con guarnición de seiscientos hombres de todas naciones.
Parecióles a algunos del consejo que quedaba todavía tiempo de acometer
a Disburque y conforme a la relación que se tenía de su sitio que no era impo-
sible romper el puente con la artillería, y por este camino impedir el socorro;
mas, mientras, resuelto el almirante en tentar esto, se aguardaban bastimentos
Las Guerras de los Estados Bajos 653

y las municiones necesarias de Emerique, comenzaron a cargar de suerte las


aguas, que se halló el ejército forzado a levantarse de aquel puesto y buscar lu-
gar enjuto, como lo hizo a 19 de noviembre, habiendo seis días antes ganado
don Luis de Velasco el castillo de Escolembourg, después de haberle batido
todo el día con tres piezas. Era aquel castillo de gran importancia para la
conservación de Duetecom; y así, pareció no apartarse de allí sin tomarle. En
esta facción estropearon del brazo derecho al capitán don Jerónimo Agustín,
del tercio de don Carlos, que hoy es maestro de campo del que reside en la
armada del mar Océano. Diose la superintendencia deste castillo al gober-
nador Íñigo de Otaola, el cual metió en él cien valones con un capitán del
regimiento del conde de Busquoy.
A los 20 llegó al campo el conde Vía con cartas del cardenal Andrea, en que
mandaba que en todo caso pasase el ejército el Isel y se alojase en el país de la
Welva; pareció a todos justo el obedecer, mas, llegado a discurrir el modo de
la ejecución, se hallaron tantas dificultades, que en ninguna manera pareció
posible. La menor dellas era el estar el enemigo al opósito ya con ocho mil
hombres, pues, llegando nuestro ejército a diez y ocho o veinte mil, decían
algunos que podía tentarse el paso por dos partes y ejecutalle por una. Pero lo
que la ofreció mayor, fuera de las grandes lluvias que comenzaron a caer desde
el proprio día que se rindió Duetecom, fue el no haber [520] hecho provisión
de barcas y sobre todo el no estar comenzado aún el puente en el Rin, que se
había de hacer en Rees, sin el cual era no sólo temeridad pasar otro río más,
metiéndose en las entrañas del enemigo, pero totalmente contra las órdenes
del archiduque. El cual, como se ha dicho, ninguna cosa deseaba más que el
conservar entero aquel ejército, sin el cual fueran vanas todas las donaciones
e infrutuosa la posesión de aquellos Estados, consideradas las fuerzas de los
rebeldes y las inteligencias con que iban procurando mejorar el estado de sus
cosas. Pues por este mismo tiempo supo el almirante que se esperaban seis mil
franceses en las islas a cargo del señor de la Nua y de los coroneles Chatillón y
Temple, lamentable efeto de las paces, que no le pudieron ignorar los tratado-
res dellas. A la verdad eran muy notorios los inconvenientes y peligros que se
ofrecían en tentar el paso en aquella ocasión, todos los cuales se revendieran y
evitaran si de golpe, en arrimándose el campo al Rin, ocupara a Rimbergue y
los lugares neutrales que ocupó después, y, dejando cuatro o cinco mil hombres
que hicieran el puente, embistiera a Disburg o ganando de camino a Grol se
arrimara a Zuften o a Déventer, plaza desta parte del Isel, por cualquiera de las
cuales era el tránsito seguro y sin que el enemigo le pudiera estorbar. Grandes
ocasiones se mal lograron en aquellas guerras y, bastando una sola para trocar
de bien en mal el progreso dellas, bien se deja ver del daño que habrán sido y
los inconvenientes que habrán causado. Avisando, pues, el almirante al cardenal
Andrea destas consideraciones y de otras, causadas de la falta de dinero tan no-
toria, dio la vuelta hacia las tierras neutrales, resuelto en alojar el ejército, y por
654 Las Guerras de los Estados Bajos

no alejarse demasiado de donde aquel otoño se había hecho la guerra, escogió


el país llamado Vestfalia y para la residencia de corte la villa de Rees. El primer
tercio que se alojó fue el de don Carlos, el cual, por entrar en Bucolt, villa harto
grande y rica y patrimonial del arzobispado de Múnster, hubo de abrir trin-
cheras y plantar cuatro cañones, con que se adelantó don Luis de Velasco. Con
estas amenazas admitieron el tercio, que se alojó todo, salvo las compañías de
Sarmiento y Antonio de Ribas, a quien alojó don Carlos en Iselburque, aunque
no sin que fuese necesario mostrarle primero dos medios cañones. Pasó don
Luis de Velasco [521] con los italianos a Dorste, cuatro leguas más adelante, y,
rehusando ellos el recebillos, llegaron a tomar las armas con tanto atrevimiento,
que hirieron y mataron a algunos, y hasta el proprio don Luis salió con el brazo
izquierdo roto de un mosquetazo. Sin embargo, rindiéndose después, usó con
ellos de toda cortesía y modestia. Tocóle a Gaspar Zapena el alojarse en Rinque-
lencusen y a su tercio mayor daño que a los demás, porque, rehusando también
el recebir gente, fue necesario abrir trincheras y batirlos con dos medios cañones
que envió don Luis de Velasco desde Dorste, donde estaba herido. Persistían,
con todo eso, en no admitir la guarnición los de Rinquelencusen y, dando Za-
pena el señal de arremeter a los capitanes de su tercio que tenían la vanguardia,
lo hicieron con tanta resolución como infelicidad los capitanes Alonso Gallardo
y don Cristóbal de Velasco, porque casi juntos cayeron muertos de dos arca-
buzazos. Quedaron don Rodrigo Ponce, Aldana y Nieva alojados en la muralla
aquella noche, y, viendo los de dentro que se les aparejaba el asalto de veras, rin-
dieron al amanecer la villa, rescatando el saco, que en ley de guerra tenían bien
merecido, con sólo ofrecerse a sustentar el tercio todo aquel invierno, modestia
que se alabó mucho en Gaspar Zapena y que fue ocasión para que los de la villa
de Una recibiesen sin dificultad el tercio de Luis del Villar y las demás villas del
país de Vestfalia y parte de Múnster a los regimientos de naciones y a todo el ca-
rruaje de víveres y tren de artillería. Era ya mediado deciembre cuando acabó de
alojarse el campo y el almirante en Rees, donde asentó su corte, atendía a juntar
barcas con que hacer el puente, para cuya seguridad levantó un fuerte de la otra
parte del río, en el mismo puesto donde nueve años antes ganó otro al enemigo
el conde Carlos de Mansfelt, como se dijo en su lugar. Algo antes de esto, a los
16 de noviembre, yendo el capitán Martín de Eguíluz con su compañía de ar-
cabuceros a caballo a correr la tierra en busca del enemigo, topó con quinientos
caballos holandeses, gobernados por el conde Ludovico de Nasao, y, retirándose
a la baja corte del castillo de Hulft, que era de la condesa de Bergas, le apearon
toda la compañía, sin que ella quisiese permitir mque se calase el puente del
castillo, por no ir, como ella decía, contra la [522] neutralidad de que gozaba
con nosotros, por ser madre de los condes de Bergas, y con los herejes, por ser
hermana de Guillermo, príncipe de Orange, y tía de Mauricio.
El conde de Busquoy, que dijimos haber quedado gobernando a Emeri-
que, era cada día visitado del enemigo, que desde Disburque y el fuerte del
Las Guerras de los Estados Bajos 655

Esquenck le armaba varias emboscadas, conociéndole por más valeroso que


recatado; y, aunque en algunas le hizo el conde volver con las manos en la
cabeza, adelantándose un día demasiado, más como valiente caballero que
como prudente gobernador, quedó finalmente en prisión, con pérdida de
alguna gente. Sintiólo el almirante mucho, por el suceso y por la estimación
que hacía de la persona y valor del conde, y, hallándose en Emerique con su
compañía el capitán Hernando Zapata, del tercio de don Carlos, soldado vie-
jo y de larga experiencia, le encomendó aquel gobierno durante la prisión del
conde, que se dilató más de un año. Sucedió otro desmán al alférez Francisco
Lechuga, hermano de Cristóbal Lechuga, teniente de la artillería, el cual,
estando alojado con poco recato en el castillo de Ásel, entró el enemigo y
degollándole a él y a los pocos soldados que le acompañaban se llevó más de
ochenta caballos limoneros y algunos artilleros.
Alojada la gente en los países neutrales, aunque las cabezas della y los
proprios soldados se gobernaban con más templanza de lo que al principio
se pensó (y con pasión contradicen los historiadores y coronistas enemigos),
para que aprovechó mucho el tener segura la comida, siendo la falta della el
pretexto más disculpable de los desórdenes que cometen los soldados y los
que menos se pueden castigar, no por eso dejaron de convocarse los príncipes
y señores interesados en aquel alojamiento, movidos a más de su proprio
interés por las persuasiones de los que gobernaban al duque de Clèves en su
enfermedad de falta de juicio. Los principales fueron el conde palatino del
Rin, eletor; el lansgrave385 de Hessen y los capitulares386 de Paderborne, sa-
liéndose luego afuera, aunque más interesado, el elector de Colonia, Ernesto
de Baviera, por no apartarse de la buena correspondencia que siempre tuvo
con las cosas del rey. Sin embargo, dejándoles a ellos el cuidado de emplear
[523] las armas, aunque tras largas y continuas persuasiones de excusallo,
tomó al suyo el procurar remediar por vía de ruego aquella resolución, como
desde luego lo hizo, enviando uno de su cámara al cardenal Andrea, de quien,
por ser recién llegado al gobierno de los Países Bajos, no pudo sacar por en-
tonces resolución alguna; íbanse entretanto apercibiendo los alemanes, no
sin secretas inteligencias, con el conde Mauricio, a quien no podía dejar de
aprovechar cualquier accidente de que redundase acrecentarse el número de
nuestros enemigos. Adelante veremos en lo que paró este movimiento.
Partió el archiduque de Bruselas a los 14 de setiembre y, en llegando a
Luxembourg, tomó el camino de Praga, deseoso de verse con el emperador,

385
 Landgrave (del alem. Landgraf, Lan, «tierra», Graf, «conde»), es un título alemán de nobleza
de la época del Sacro Imperio Romano Germánico. Originalmente implicaba un condado
de mayor poder que el ordinario, con incluso soberanía. Quizá el más conocido sea el de
la casa de Hesse (Homburg).
386
 Con derecho a la elección de Obispo, de ahí su poder.
656 Las Guerras de los Estados Bajos

su hermano, y haciendo cuenta de pasar desde allí a Gratz para venir acom-
pañando a la reina doña Margarita, nuestra señora, como lo hizo. Su viaje fue
como por la posta, con solos algunos de su cámara y mayordomos, marchando
entretanto la vuelta de Milán, su casa, verdaderamente real. Porque a más de
la muchedumbre de criados, bastantes a volver sirviendo también a la serenísi-
ma infanta, iban voluntariamente por servir a sus altezas y hallarse en aquellos
famosos casamientos el príncipe de Orange, el duque de Aumala, los condes
de Eguemont, Berlaymont y Arembergue, los de Liñey y La Fera; las condesas
de Mansfelt, Berlaymont y Buquoy y seis damas flamencas que habían de ir
sirviendo a la reina hasta España y volver con la señora infanta. Las vistas del
archiduque con el emperador fueron breves, por comenzarle ya ‘apretar de ve-
ras su melancolía y la enfermedad de encerramiento, a que miserablemente le
habían ellas condenado. Díjose entre los alemanes que no holgó el emperador
con la visita de su hermano, por parecerle que el irle a ver tras la conclusión
del casamiento era lo mismo que darle en rostro y renovarle el sentimiento de
habérsele negado a él, con la donación de los Países Bajos; punto en que insistió
algunos años con tanta resolución, como si lo demás que se le ofrecía con dote
igual al de su madre no fuera digno de mayor estimación. Sin embargo, como
las discordias y disgustos entre príncipes tan grandes se cubren de ordinario con
más aparentes muestras de amor y correspondencia que las de los hombres par-
ticulares, no faltaron en estas vistas [524] todas las que bastaron para disimular
el mal talante, si acaso le hubo. Detúvose poco el archiduque en Praga, desde
donde siguió el camino de Gratz con harta priesa, deseoso de no dejar entrar
demasiado el invierno; aunque se hubo de mudar todo después, tanto el cami-
no por donde estaba trazado el viaje, a causa de la peste que se hacía sentir en
muchas partes de Alemaña, como los trajes y libreas, por ocasión de la muerte
del rey. He visto escrita en varias lenguas387esta jornada y los insignes casamien-
tos que se hicieron en Valencia y fiestas en Barcelona, hasta la embarcación de
sus altezas camino de Flandes; y así por esto como por no haberme encargado
de historias generales, como otros, sino de las militares que sucedieron en mi
tiempo en los Países Bajos, dejaré a ellos la relación de todo lo demás, pues,
fuera de que muchos sé bien que tienen toda la energía y erudición que a mí
me falta, confieso que hasta a estas cosas es bien que las escriba quien las vio, so
pena de ser yo el primer trasgresor de mis propias leyes.

 Las bodas de Isabel Clara Eugenia y el archiduque Alberto pueden leerse en varias obras de la
387

época (que ya hemos indicado en la Introducción). Por ejemplo, The happy entraunce of the
high borne Queene of Spaine, the Lady Margarit of Austria in the renovvned citty of Ferrara. With
feastiuall ceremonies vsed by Pope Clement the eight, in the holy mariage of their Maiesties. As also
in that of the high borne Archduke Albertus of Austria, with the infanta Isabella Clara eugenia,
sister to the catholique King of Spaine, Phillip the third. First translated out of Italian after the
coppy printed at Ferrara, allowed by the magistrates (Londres: John Woolfe, 1599). Ver también
Boch. Para un estudio puesto al día sobre su figura, ver Betegón Díez.
Las Guerras de los Estados Bajos 657

Alojado el almirante en Rees, como habemos visto, no por eso se descuidó


de hacer las prevenciones necesarias para salir en campaña en abriendo el tiem-
po; antes, pareciéndole que la infantería valona se había menoscabado algún
tanto, envió a los países de Artois y Henao a levantar cantidad de gente desta
nación para rehinchir los regimientos; y el cardenal, por otra parte, habiendo
venido a servir al rey el conde Cristóbal de Emden, caballero principalísimo
alemán y de muy honradas esperanzas, le hizo merced de una coronelía de su
nación, el cual, levantándola en la Frisa Oriental y en los contornos del estado
de su hermano mayor, que es conde y señor de la villa y famoso puerto de
Emden, la trujo por el mes de marzo del año siguiente al campo en número
de dos mil infantes, gente lucida y de servicio. Don Agustín Mesía, entretanto,
por no estar ocioso, después que, por haberle echado del castillo de Amberes
los amotinados, le había faltado ocupación, comenzó a fomentar un trato sobre
la villa de Breda, el cual estuvo ya tan adelante, que la misma noche que había
de ejecutarse con gente que para aquel efeto se había sacado de los presidios del
condado de Flandes se supo en [525] Amberes cómo, por haberse descubierto
los autores dél, habían sido ajusticiados tres dellos más culpados públicamente
en la plaza de aquella villa. Tiene esta manera de hacer la guerra este provecho,
que, con ser tan grande el que se aventura a ganar, es lo que se pierde tan poco
como el sacar del mundo a personas que de cualquier manera que suceda lo
mereció bastantemente su falta de fe, fuera de que, cuando se yerre muchas
veces, con una sola que se acierte se recompensa el daño con grandes ventajas y
por lo menos no es poca comodidad la que se consigue obligando al enemigo a
estar con cuidado extraordinario y aumentar el gasto de las guarniciones de sus
villas y, sobre todo, a entrar en desconfianza de los suyos.
Hacia388 la fin deste año se quiso amotinar el presidio español de la villa de
Rimbergue y procurando llevar tras sí a la sedición a la compañía de don Juan
de Velasco Castañeda, alojada en aquella plaza, una de tres que el cardenal
había mandado reformar para meter de guarnición en el castillo de Amberes
cuando se pagasen los amotinados, hallándose de guardia don Francisco de
Medina, alférez della, de tal manera recibió a los insolentes, acompañado de
alguna gente particular y del valor y lealtad de todos, que, aunque no sin san-
gre suya y de otros algunos y más de dos horas de resistencia, pudo deshacer el
motín aquella noche y el gobernador Luis Bernardo de Ávila el día siguiente
castigarle con el debido y acostumbrado rigor.

Fin del libro Undécimo

388
 Este último párrafo se añade en la edición de 1635.
658 Las Guerras de los Estados Bajos

[526] LIBRO DUODÉCIMO


Año 1599389
El principio del año fue muy regocijado y alegre por causa de la impensa-
da, aunque fingida, conversión de los de Wesel, los cuales, como apuntamos
arriba, medrosos de las fuerzas españolas, admitieron el ejercicio de la misa, las
religiones, y entre ellos los padres de la Compañía de Jesús, y principalmente
al nuncio apostólico de Alemaña la Baja, residente en Colonia, el cual entró
en Wesel a los 21 de enero, con tanto aplauso y agasajo de los burgomaestres y
esclavines de la ciudad como pudiera en Bruselas, Amberes o cualquiera otra
de las más católicas. Alojáronle en una casa muy principal, hospedándole a
gastos comunes, hasta que, haciendo venir por el río abajo su casa y llegados
ya cantidad de sacerdotes y religiosos, escondiéndose las aves nocturnas de
los predicantes calvinistas a la luz clara y hermosa del Evangelio, pudo a los 7
de hebrero abrir los templos católicos vestido de pontifical y purificarlos con
las ceremonias que para esto tiene diputadas santísimamente la Iglesia. No se
daban mano después él, los padres de la Compañía de Jesús y el vicario de
Emerique a reconciliar hombres y catequizar niños, a predicar, administrar
sacramentos y celebrar los oficios divinos, con gusto tan particular del [527]
almirante, que estuvo muchas veces por ir a agradecérselo a aquel magistrado
desde Rees, donde estaba; y no lo hizo por no divertirlos de sus buenos ejer-
cicios y darles sospecha de que quería meterles guarnición. Escribióles, con
todo eso, muchas cartas exhortatorias con particular celo y amor, ofreciéndo-
les de parte de Su Majestad y del archiduque que, si perseveraban en aquel
santo propósito, como él lo creía y era de creer, haría que Su Majestad y alteza
los tomasen debajo de su protección y amparo y los tuviesen en cuenta de
hijos y compañeros fidelísimos, etc. Respondían los de Wesel con el mismo
afeto, remitiendo a la prueba los quilates de sus buenas intenciones, y por otra
parte se mostraban tan fervorosos y devotos, que engañaban universalmente
a todos, sino al que escudriña los corazones de los hombres, a quien nada se
encubre. Pudiera esta acelerada mudanza parecer justamente sospechosa, no
ignorando nadie la dificultad de pasar de un extremo a otro sin tocar en los
medios, especialmente en materia de religión, siendo el amor que se le tiene
el más dificultoso de borrar del corazón humano; pero como es fácil de creer

 Argumento: Admiten los de Wesel falsamente el ejército católico. Diligencias del cardenal
389

Andrea para encaminar las cosas de la guerra. Páganse el motín de Amberes y otros. Llegan
a Holanda muchas tropas francesas. Forman los alemanes un gran ejército. Va el cardenal al
suyo y discúrrese de la forma en que se ha de hacer la guerra. Arrímase el almirante al fuerte
del Esquenque. Tiéntase el paso de Vall; empréndese a Bomel y edifícase el fuerte de Sant
Andrés. Sitian los alemanes a Rees. Vase el cardenal a Bruselas y de allí a su casa. Entran los
archiduques en Bruselas, adonde son jurados por señores de los Países Bajos.
Las Guerras de los Estados Bajos 659

lo que se desea, y en las obras en que puede tener parte la grandeza de la


misericordia divina no se duda lo más imposible, los más se aseguraron cán-
didamente destas fingidas aparencias de conversión, que se remataron como
presto diremos.
Hacia la fin de enero pasó el cardenal a Amberes a buscar dineros con que
pagar a los amotinados, para seguridad y sosiego de los cuales y para fenecer
las cuentas a los del castillo habían entrado en él el maestro de campo Juan de
Tejeda y los oficiales de la pluma desde el principio del año. Llegaba el remate
de aquellos insolentes a trecientos mil ducados, cantidad mayor de lo que
permitía la estrecheza de los tiempos y lo mucho que había a que acudir en
otras partes; mas, ayudando al fin a la autoridad del cardenal Andrea la dili-
gencia y solicitud de don Jerónimo Valter Zapata, pagador general, y de Juan
de Mancicidor, secretario del archiduque, se sacó este dinero de los hombres
de negocios y otros particulares de Amberes, aunque con seguras asignaciones
y gruesos intereses a su modo, prometiendo el cardenal no salir de los Estados
hasta haberles dado entera satisfación. El cual, deseando hacer en los amoti-
nados [528] un ejemplar castigo dentro de los límites de su palabra, había he-
cho venir del campo desde el principio del año quinientos españoles de todos
los tercios, mandándoles escoger de la gente más nueva y de menores alcan-
ces, por evitar otro inconveniente, a lo menos en su tiempo, con intento de
ponerlos de guarnición en el castillo y hacer después de los que salían lo que
veremos. Hízose el pagamento a los 10 de hebrero y el mismo día salió toda
aquella gente con la acostumbrada elección de escoger los tercios y compañías
donde quisiesen servir entre los que estaban en campaña, quedando reforma-
das las dos compañías de caballos. Algunos, y en particular los que se hallaban
a caballo, tomaron la vía de España por Francia, hasta que se atajó el paso,
poniendo buenas guardias y ahorcando algunos el preboste general; muchos,
fingiendo ir al campo, pasaban la Mosa por Mastrique y torcían por el país
de Juliérs, con intento de dar consigo en Italia; mas, como hallaban a los ale-
manes exasperados contra su nación, pagaban los pecados ajenos, aunque no
libres de otros no menos dignos de semejante azote del cielo, sirviéndoles (por
última desdicha) de ocasión su muerte el mismo dinero con que pensaban
regalar la vida (tan mal se logra lo mal adquirido). Acudían a la fama de su
riqueza todos aquellos villanos, sedientos de sangre española, y pocos volvían
sin presa; llegaron, con todo eso, al campo, entre infantes y caballos, cosa de
cuatrocientos, unos escarmentados en sus compañeros, otros vencidos de las
lágrimas de sus mujeres y hijos y del cariño de aquellos estados, a quien tenían
más amor que a sus propias patrias. Lo mismo se hizo poco después con los
del castillo de Gante y Liera, aunque, por haberse gobernado en su alteración
con más modestia, no dejando alguno de fuera ni pidiendo el real de servicio
de muchos años, que con particular insolencia habían sacado los de Amberes,
pareció (salvo el elector y oficiales del motín) dejar allí a los demás que qui-
660 Las Guerras de los Estados Bajos

sieron quedarse. No habían acabado los amotinados de Amberes de asentar


sus plazas en las compañías de los tercios cuando llegó un edito del cardenal,
en que mandaba, con pena de la vida, que dentro del término de quince días
saliesen todos los de los Países Bajos, privándolos totalmente del sueldo del
rey, con la misma pena en cualquier parte de los Estados que fuesen hallados.
[529] Fue esto causa de que algunos dellos, privados de todo refugio, con el
último ejemplo de miseria y desventura, se pasasen al enemigo; muchos en
grandes tropas tomaron camino de Alemaña y pasaron a salvamento; otros
quedaron muertos o desvalijados por los villanos; y los menos, pues no llega-
ban a sesenta, que, resolviéndose en someterse a las leyes del edicto, se entre-
tuvieron con sus banderas, pasaron al fin en disimulación, sin ser castigados
ni procesados por ello.
Por muerte de don Alonso de Mendoza, que pasó desta vida por agosto
del año pasado, dio su alteza el gobierno de Cambray a don Sancho Mar-
tínez de Leyva, con una guarnición harto moderada respeto a las paces de
Francia, pues, fuera de trecientos españoles que estaban en la ciudadela con
el capitán Juan Pelegrín, teniente de don Sancho, no había en toda la ciudad
más de tres compañías de alemanes del regimiento del coronel Eslegre. Dio
esto ocasión al señor de Baliñí para imaginar en meterse otra vez en aquella
fuerza, invocando y solicitando el favor y ayuda de algunos pocos amigos que
le quedaban; pero, faltándole a esta negociación el principal requisito de que
necesitan semejantes inteligencias, que es el secreto, avisado dello don Sancho
y no hallándose con fuerzas para irlo alargando hasta coger al tratador en su
misma trampa, se contentó con castigar severamente a los conjurados, como
lo hizo, ahorcando un trompeta y otros dos hombres bajos de la ciudad.
Sintió mucho el cardenal este tentativo y no menos la nueva que tuvo de que
habían llegado a Holanda los seis mil franceses que dijimos, no a la deshi-
lada, como otras veces, sino con regimientos hechos y banderas tendidas; y,
enviando a París un gentilhombre de su cámara, se dolió mucho con aquel
rey de que, estando todavía fresca la tinta del tratado de las paces de Verbí, sin
haberle dado ocasión verdadera ni aparente, fuese contra los más principales
capítulos dellas. El mismo sentimiento mostró Juan Bautista de Tassis, emba-
jador del rey en Francia, disculpándose con entrambos aquel rey y asegurando
que todo aquello era sin su consentimiento; en cuya prueba mostró sentirse
en público contra Baliñí, pero no mandó volver la gente francesa que había
ido en socorro de los rebeldes de las islas, cosa que calificó y descubrió sus
intenciones, [530] justificando cuantas después desto se tuvieron por nuestra
parte en daño suyo.
Por este mismo tiempo llegaron al cardenal ciertos diputados del duque
de Clèves y de los estados de Vestfalia y Múnster a requerirle sacase la gente
española de las tierras neutrales; donde no, que no podrían excusar los incon-
venientes que de lo contrario forzosamente habían de seguirse; pues, como
Las Guerras de los Estados Bajos 661

su alteza sabía, no faltaban en Alemaña fuerzas y gente bastante a tomarse


satisfación por su mano, cuando no se les diese la que se podía esperar de un
consejo tan justificado como el suyo. Disculpóse Andrea con el almirante, a
cuya orden habían quedado las armas en ausencia del archiduque; y, como era
príncipe cándido y puro, se quejó vivamente dél, afirmando que todo aquel
alojamiento y presa de las plazas del Rin había sido no sólo contra su mente,
sino teniendo el almirante órdenes expresas de hacer lo contrario. Ofreció
muy presto de salir él en campaña y dar satisfación a los alemanes, los cuales,
vueltos los diputados sin orden de sacar luego la gente, como ellos lo figu-
raban, comenzaron a convocarse unos a otros y arbolar banderas, incitados
principalmente del lanzgrave390 de Hessen y palatino del Rin, como los más
interesados y más vecinos al daño. Ofrecieron de ayudar con dineros los del
consejo por quien se gobernaba el duque de Clèves y los Estados rebeldes con
artillería y municiones de guerra. A su tiempo diremos lo que esta gente hizo
y el suceso que tuvo su acometimiento; porque ni el emperador ni el elector
de Colonia fueron poderosos para estorbar que no tomasen las armas, tanto
los ofendidos como los que temían serlo algún día con la consecuencia de
aquel ejemplo.
Tenía ya al principio de hebrero el almirante acabados el puente y fuerte
junto a Rees y la gente tan contenta con los buenos alojamientos, donde al
fin comía (que es lo que el soldado desea), que fueron muy pocos los que
faltaron en todo el invierno, con que comenzaban ya él y las cabezas del
ejército a discurrir en la forma con que aquel año había de hacerse la guerra
y lo que convenía acometer primero, cuando se tuvo aviso que el cardenal
en persona se aparejaba para salir en campaña, nueva que abatió las alas del
almirante y [531] le quitó mucha parte del ardor con que estudiaba en hacer
algún servicio de importancial; mas, considerando que no era aquélla causa
del cardenal, sino de su amo y rey, escribió a su alteza aprobando su venida y
pidiéndole sólo que trujese dineros con que alegrar la gente, si quería hacer
alguna cosa digna de su presencia, y que no viniese resuelto en lo que se había
de emprender hasta que se pudiesen tomar los votos y conferir las opiniones
de los que habían estado y estaban al pie de la obra.
Asistía entretanto el cardenal Andrea con gran cuidado a las cosas del go-
bierno, deseando sacar verdaderamente las esperanzas que el archiduque, su pri-
mo, había concebido de su persona y que a su vuelta hallase mejorado mucho el
estado de las cosas. Y la primera que hizo para incomodar al enemigo fue hacer
un edito en nombre del archiduque y de la serenísima infanta en que prohibía a
todos los vasallos de sus altezas, so gravísimas penas, el conservar trato y comer-
cio directa ni indirectamente, por mar ni por tierra, con los rebeldes de las islas,
revocando todos los pasaportes dados y concedidos hasta aquel día. Deseaba

390
 Vid. supra.
662 Las Guerras de los Estados Bajos

el cardenal quitar a los de Holanda y Celanda la comodidad que sacaban del


trato y comercio, que se valuaba en más de trecientos mil ducados cada año,
advertido de que, habiéndose hecho esto mismo otras veces, se había observado
menos puntualmente de lo que fuera razón, por causas bien particulares, enca-
minadas a la comodidad de pocos y al regalo de los que llaman necesario lo que
totalmente es dañoso y sólo a propósito para estragar las fuerzas del cuerpo y las
virtudes del ánimo, delicias que trae el comercio a las provincias marítimas, de
ordinario llenas de mayores vicios que las que gozan los frutos que da el cielo a
sus tierras, las más veces bastantes a la necesidad y regalo razonable. Añadíase
a esto la razón que hay de que las guerras, y especialmente las que se ordenan
a la redución y castigo de rebeldes, tengan todo el rigor necesario a este fin, sin
remitir por comodidades privadas nada del daño que puede hacerse al enemigo,
especialmente no siendo otro rey o república, sino unos vasallos rebeldes a las
majestades divina y humana, contra quien se habían de levantar no sólo sus
señores naturales, pero todos los otros a quien Dios ha encomendado [532]
súbditos, por la ruin consecuencia y peligroso ejemplo que acarrea su atrevi-
miento en los demás reinos, a cuyos pobladores no les pueden faltar causas con
que motivar su delito, si no verdaderas a lo menos aparentes, apoyadas de los
ruines, que de ordinario son los más.
Estuvo el cardenal en Amberes hasta el fin de hebrero y allí entre merca-
deres sacó algún dinero que llevar al ejército, para donde se partió a los 12 de
marzo y a los 15 llegó a Mastrique; allí le aguardaba el almirante, acompaña-
do del conde Hernán de Bergas, gobernador de Güeldres, del conde Frederi-
co, su hermano, maestro de campo general, don Alonso Dávalos, don Carlos
Coloma, coroneles La Barlota y Estanley, y don Ambrosio Landriano con mil
caballos ligeros para conducirle hasta el campo. Juntó el consejo el cardenal en
Mastrique, añadidos a los ya dichos el presidente Richardote, Luis Levaseur,
señor de Moriensart, secretario de estado; Juan de Mancicidor, secretario de
guerra del archiduque, y el maestro de campo Juan de Tejeda; y, declarando
en breves palabras sus buenos deseos y la promesa que había hecho al empe-
rador y príncipes alemanes de sacar la gente de donde estaba, pidió parecer
sobre lo que era bien hacer en aquella ocasión, ofreciéndose él a ser el más
pronto en todas las que se mostrasen de mayor peligro. Pareció, cuanto a lo
primero, generalmente a todos que era muy temprano para salir en campaña,
no acostumbrándose sino en ocasión de algún socorro sacar la gente de los
invernadores hasta que asoma la primavera y que los prados tienen yerba con
que sustentar la caballería; mas, ofreciendo el cardenal que se entretendría en
Res y en Emerique hasta mediado abril, se comenzó a tratar de lo que era bien
hacer, cosa que a los más prudentes no pareció menos intempestiva, siendo
así que para facilitar una empresa no hay mejor pertrecho que tenerla secreta
hasta la ejecución. Hubo algunos que juzgaron a propósito saber la parte
donde se pensaba hacer la guerra para ordenar lo tocante a bastimentos, man-
Las Guerras de los Estados Bajos 663

dándolos prevenir en los lugares más cómodos, conforme al desinio. Declaró


con esto el cardenal que venía con intento de apretar al enemigo en su casa
y meterle la guerra en sus propias entrañas y que en todo caso quería pasar
el Wal. Partióse el consejo en dos opiniones, sobre que unos querían [533]
pasalle y otros pintaban más fácil y provechoso entrar en la Welva pasando el
Isel, río mucho más estrecho, y que esto se hiciese tomando a Zuften y a Dé-
venter; mas, dejando luego esta opinión (pareciendo que no convenía alejarse
tanto, no dejando en Flandes ni en Brabante más gente que solas las guarni-
ciones), hubo también variedad sobre la parte por donde se había de hacer el
paso del Wal, queriendo el almirante y los que habían militado con él el año
antes que se emprendiese el fuerte del Esquenque, y los del país que entrase
en la Bethua (a quien comúnmente llaman los españoles la isla de Bura) por
el lugar más cómodo y menos guardado del enemigo; peloteando sobre esto
buen rato, sin acabar de tomar resolución o, por mejor decir, sin mostrar que
se tomaba (siendo así que, como se supo después, la traía el cardenal ya desde
Bruselas de entrar en la isla de Bomel, a persuasión de los del país), despidió
el consejo, mostrando gran contento de la relación universal que se le traía del
número de gente con que podía hacer la guerra aquel verano, pues llegaba a
diez y siete mil infantes y dos mil caballos, gente vieja toda.
Y para inteligencia de lo que vamos tratando haré una breve descripción
de los ríos junto a los cuales se hizo este verano la guerra. El Rin, sin disputa
el mayor de Europa después del Danubio, habiendo caminado más de cien
leguas desde su nacimiento hasta Emerique, tres más bajo se divide en dos ra-
mos: el Superior (que conserva el nombre algo más, aunque con menos agua,
y toma su corriente sobre la mano derecha, pasando por Arnem, Vaguenin-
guem, Renen y otros muchos lugares de Holanda) desagua en el Océano con
nombre de Leke, o por mejor decir en la Mosa, que, enriquecida con las aguas
ajenas, arroja las de entrambos cuernos del Rin en aquellos senos septentrio-
nales. El ramo Inferior, trocando su natural nombre por el de Wal, pasa por
entre Nimega y su fuerte y, discurriendo algunas leguas, cuando llega a Tilt,
en Holanda, deseoso de mezclar sus corrientes con las de la Mosa, como lo
hace en Lobrestein, después de haber formado el uno y el otro la isla de Bo-
mel, le da una vista y parte, aunque pequeña, de sus aguas por entre el aldea
de Herverden, que queda por punta de la isla de Bomel y fuerte de Voorden,
que ocupa también la punta, fin y remate del ducado de Güeldres, guardado
con gran cuidado por el enemigo, [534] y una estrechura rodeada por ambas
partes de los ríos Mosa y Wal. Los cuales, como se ha dicho, ensanchándose
algunas leguas, hacen la isla de Bomel, hasta que, dejando a Lobrestein den-
tro della, juntos ya ambos a dos tocan a las murallas de Vorkum y Gorkum,
a quien vulgarmente llaman los españoles Gorcom y Gorcomillo. Volviendo,
pues, a la primera división del Rin, en tierra que en figura de punta la divide
y aparta, llamada hoy Tolvís y en tiempo de los romanos la punta de la isla de
664 Las Guerras de los Estados Bajos

los Bátavos391, está el fuerte del Esquenque, por naturaleza y por arte juzgado
comúnmente por inexpugnable, aunque no al parecer de los más pláticos, que
no conceden esta calidad a plaza alguna a quien se pueda quitar el socorro.
Éste, pues, era el que el almirante deseaba emprender, como a una de las llaves
de las islas, y, si le dejaran hacer, le tomara sin duda, como se verá en su lugar
con evidencia.
Partió el cardenal de Mastrique a 27 de marzo y, tomando el camino de
Ruremunda y Venló, llegó a Rees a los 7 de abril, desde donde despachó
luego comisarios para tomar muestra y dar una paga, y juntamente escribió a
las cabezas de los tercios y regimientos, mostrando particular disgusto de no
poder dar más por entonces, ofreciendo que muy presto llegarían dineros con
que alegrar la gente; y entretanto que se pagaba y ponía el ejército en orden
de salir en campaña, pareció a propósito bajar el puente a Emerique, como
se hizo, haciendo otro fuerte para guardia dél, delante de Emerique, adonde
pasó el cardenal, el almirante y toda la corte a los 11 de abril, dejando en Rees
por gobernador a don Ramiro de Guzmán, en lugar de Pedro de Aybar, que
dejó el gobierno.
Hallóse junto todo el campo a los 20 de abril en los contornos de Eme-
rique; allí se tuvo otra vez consejo y propuso el almirante la empresa del
Esquenque, como la más importante que se podía hacer con un ejército tan
florido, casi en esta sustancia:
«Las grandes empresas, serenísimo señor, convienen a los grandes prínci-
pes y traen consigo una satisfación universal, sálgase o no con ellas. Si se
ha de aventurar este ejército en ausencia del archiduque, aventúrese por
cosa que lo valga. El fuerte del Esquenque es hoy la llave de las islas; si lo
tomamos, nos hacemos señores del Wal y del Rin y ata[535]mos de pies
y manos a toda Holanda, dejamos cortado el Isel, con sus cuatro plazas
(Zuften, Déventer, Zuol y Campen) hasta el brazo de mar a quien los que
aquella tierra llaman Zuiderzee392; con dos puentes que hagamos, uno en
el Wal y otro en el Rin, somos señores de todo cuanto hay entre estos dos
ríos, pues las tierras cercadas no son fuertes, ni los que las pueblan tan

391
 Los bátavos, rama del pueblo de los catos, arrojados de su país, se habían establecido en los
últimos distritos de la Galia, entre los diferentes brazos, bancos de arena y embocaduras
del Rin y entre el proprio Rin y el otro brazo del Waal, en forma de isla, concocida despues
como «isla bataviana» (Países Bajos) y vivían como aliados de Roma y se les trataba con
mucha atención y el único tributo que debían a Roma era proporcionar contingentes de su
excelente caballería, tropas auxiliares de extraordinario valor y excelentes nadadores, que se
comportaron brillantemente en Germania y Bretaña.
392
 «Mar del sur» en holandés, con una extensión de 100 x 50 km. y una profundidad de unos
4-5 metros. Las inundaciones por el agua del Mar del Norte fueron un frecuente caballo
de batalla para la población.
Las Guerras de los Estados Bajos 665

nuestros enemigos que no tenga yo secretas inteligencias con alguna villa


de las más poderosas y nobles de las islas. Si la dificultad está en quitarle el
socorro, yo me obligo a hacerlo; si en pasar allá, haya barcas con que tentar
el paso por ambas riberas, que valor hay harto para emprendello. Nuestra
artillería es mucha y nuestra infantería la mejor que han visto jamás estos
Estados; y añadido a esto el tener a vuestra alteza por general, ¿qué cosa
nos podrá ser imposible?»
Venía en este parecer casi todo el consejo y ya se comenzaba a inclinar a
él el cardenal, cuando, tomando la mano Richardote, se esforzó a probar la
dificultad de aquella empresa, alegando lo que el duque de Parma la había te-
mido, aun cuando el fuerte estaba apenas en defensa. Flaco argumento el del
ejemplo (aunque de ordinario persuade mucho), pues nunca concurren en el
caso presente todas las circunstancias del que se alega, aun cuando se aunó
el mismo sujeto, que la diferencia de los tiempos o la cantidad y calidad de
los medios mudan o totalmente o en gran parte la razón que entonces hubo.
Pero esta distinción, para no dejarse persuadir, no la hacen todos. Insistió
mucho Richardote en este parecer, añadiendo a este ejemplo unas palabras
semejantes:
«Si el año pasado, estando el enemigo tan flaco cuanto agora está po-
deroso, no pareció acertado tentar por fuerza el paso del Isel, ¿cómo se
pasará agora el Wal, a pesar del fuerte y de todo el campo rebelde, que es
cierto acudirá luego a la defensa? Hágase primero lo uno, que es pasar el
río con estratagema, y después lo que se ha de gastar en ganar un puño
de tierra gástese en tomar a Nimega y su fuerte, pues con un ejército tan
poderoso como el que tiene vuestra alteza se puede emprender ambas co-
sas en un mismo tiempo; y, si después de pasado el Wal pareciere mejor
consejo sitiar al Esquenque, hágase muy enhorabuena, pues pasado una
vez el río, estará en nuestra mano el hacer lo que después se juzgare por
más conveniente».
Despidióse tras esto el consejo sin publicar la resolución, [536] aunque,
viendo uno de los maestros de campo al cardenal más inclinado al postrer
consejo y discurriéndose que de cualquier manera convenía arrimarse al Es-
quenque, aunque no fuese sino para divertir al enemigo, propuso que se lle-
vasen barcas en carros o que se dejasen ir con la corriente algunos pontones
bien armados, porque era mejor tomar aquel trabajo sin necesidad que perder
una buena ocasión de pasar a la isla por falta de ellas. Mas tampoco se dio
oídos a esto.
Tratóse también lo del dejar las plazas del ducado de Clèves, porque el
cardenal quería en todo caso restituíllas y el almirante insistía en que se guar-
dasen algún tiempo, hasta ver cómo se ponían las cosas, advirtiendo el peligro
666 Las Guerras de los Estados Bajos

que había en dar lugar a que las ocupase y presidiese el enemigo, como lo
haría sin duda, que era lo mismo que privarse de la comodidad con que se
hacían traer los bastimentos el río abajo y haberse de reducir a hacer la guerra
cerca de la Mosa, con tanto daño del propio país por sólo descargar el aje-
no393. A esta consideración ayudaron Richardote y Moriansarte, como quien
principalmente, después del servicio del rey, ponía la mira en aliviar las tierras
del País Bajo, librándolas todo lo posible de tránsitos, presidios y alojamien-
tos; y así sólo por entonces se sacó el presidio de Genepe y de Moquen, por
parecer que, estando más cerca de la Mosa que del Rin, no eran de importan-
cia alguna. Quedaba Duetecom demasiadamente empeñado en apartándose
de allí el ejército, y así hubo votos que se sacase la guarnición antes que la
obligase a ello el enemigo, como lo hizo presto; mas, como el cardenal había
hecho merced de aquella villa y sus términos al conde Federico de Bergas,
hicieron tanto él y su hermano, el conde Herman, que, resolviéndose al fin el
almirante en sacar los españoles y al gobernador Íñigo de Otaola, alcanzaron
que se metiesen de guarnición en ella y en el castillo de Escolemburg tres
banderas de alemanes del regimiento del mismo conde Frederico con orden
de guardar la plaza todo lo que pudiesen sin peligro de vidas y reputación.
Y, porque para hacer este trueque y proveer a Duetecom de bastimentos se
ofrecía no pequeño peligro, estando el conde Mauricio alojado todavía junto
a Diusburg con diez mil infantes y dos mil caballos, se encomendó a don Car-
los Coloma [537] que con dos mil españoles de su tercio y del de Luis del Vi-
llar, cuatro mil infantes de naciones y seiscientos caballos, a cargo del capitán
don Juan de Bracamonte, fuese a Duetecom y sacase la artillería gruesa que
allí había, que eran tres medios cañones y un pedazo del puente de tela que
había quedado allí desde la campaña pasada. Cosa que se hizo con felicidad,
aunque a ida y vuelta se pasó a menos de legua de Duisburg y por un camino
harto sujeto a emboscadas.
El mismo día que partió esta gente partieron también el maestro de campo
Gaspar Zapena con su tercio y las dos compañías de arcabuceros del de don
Carlos de Sarmiento y Antonio de Ribas, los coroneles Estanley y La Barlota
con sus regimientos y el conde Enrique de Bergas con cuatrocientos caballos.
No se señaló cabeza a esta gente, contentándose el cardenal con encargarles la
buena correspondencia, sin la cual no hay empresa, por fácil que sea, que no se
haga, no sólo dificultosa, sino imposible. Que en esta ocasión fue yerro gran-
de, y no menor sinrazón, la que se hizo al español, quitándole la prerrogativa
de mandar a las demás naciones, sin disputa en igual grado de puestos, como
se ha usado siempre y debe usarse por razones bien claras. Preeminencia que
puede praticarse aun sin sentimiento de las demás naciones, pues los mismos

393
 Para la importancia del comercio fluvial en el esquema general de la economía de los Países
Bajos meridionales dentro del conjunto de la española, remitimos a la Introducción.
Las Guerras de los Estados Bajos 667

españoles, cuando eran provincia de los romanos, aunque no menos valerosos


que agora, no pretendieron jamás dentro ni fuera de España igualarles en los
honores militares, prerrogativa abrogada por inmemorial costumbre a todas
las naciones donde asiste la silla del Imperio de las demás394. Pero esto, que
de su naturaleza está fundado en razón y por antigua costumbre asentado, lo
mitigó esta vez en esta forma el hallarse las armas del rey en las manos de un
príncipe, aunque de su sangre misma, de nación extranjera, poco plático de
las leyes militares y, por la benignidad de su condición, demasiado deseoso
de contemporizar. Llevaban, pues, orden de arrimarse a la Mosa y hacer un
puente de barcas en Genape y entretenerse allí hasta tener aviso que el campo
estaba alojado alrededor del fuerte del Esquenque; y, en teniéndole, toman-
do ocho piezas de artillería de Grave y treinta barcas de la Mosa en carros,
habían de tentar el paso del Wal por más debajo de Nimega y, si pasaban,
fortificarse y avisar al cardenal, que al punto [538] marcharía en su socorro.
Y, si acaso sucediera no poder pasar ni tomar pie en la Bethua, se les ordenaba
que procurasen acometer al fuerte de Voorden, del cual se tenía aviso que
estaba a mal recaudo; y que, no sucediendo esto tampoco, habiendo referido
cierta espía que se había caído en la villa de Bomel un pedazo de cortina395 y
un baluarte de la parte oriental, se les ordenaba finalmente que, pasando la
Mosa por Mega, entrasen en la isla de Bomel, volviéndola a pasar por junto a
Crevecour, y, tomando el castillo de Hel, aguardasen sin moverse de allí hasta
otra orden, resueltos en sitiar aquella villa. En desembarazándonos del fingido
sitio del Esquenque, diremos lo que resultó desta empresa.
Dudoso en tanto el conde Mauricio de lo que había de hacer aquel ejér-
cito, donde hasta entonces no se había publicado ni aun tomado resolución,
desalojando de Duisburg, puso su campo entre el villaje de Zevenaer y el
Rin, sin acabar de entrar en la Bethua, por no desamparar del todo el Isel,
temiendo que al fin se tentaría por allí el paso. Hizo, con todo eso, un puente
hasta la isleta llamada de Outzevenaer, mientras le llegaban barcas de Arnem
el río arriba, sobre que hacerle hasta el Tolvis. Marchó entretanto el conde
Frederico por la parte de Emerique con siete mil infantes y doce compañías
de caballos con el comisario general y casi a vista del enemigo se acuarteló
frontero del fuerte del Esquenque, a quien el propio día comenzó a hacer al-

394
 Ésta es la única ocasión en que Coloma, de manera clara, se refiere a la noción de Imperio,
en este caso para indicar que la prerrogativa de mando debe recaer siempre sobre españoles
dentro del conjunto de naciones que forman el ejército español. El ejemplo romano, ade-
más de demostrar su conocimiento de la historia y el trabajo de traducción de Tácito en
que andaba involucrado, sirve, claro está, para prestar argumento de auctoritas al concepto.
Más adelante en el mismo capítulo se insiste en que la desconformidad siembra caos y que
ello ocurre siempre que existe más de una cabeza.
395
 Cortina. «La parte de la muralla que en la fortificación se construye entre baluarte y ba-
luarte» (Dicc. Aut.).
668 Las Guerras de los Estados Bajos

gún daño con nueve cañones que llevaba. Marchó también el cardenal con lo
restante del ejército, que eran los dos tercios de don Carlos y Luis del Villar,
los italianos, y de alemanes y valones otros tres mil infantes; y, quedándose el
cardenal y su corte alojados en Gritusen, villa pequeña del ducado de Clèves,
pasó adelante el ejército otra legua más, hasta ponerse no más que el Wal en
medio del fuerte del Esquenque, a quien el siguiente día se comenzó a batir
con doce piezas, sin que por ocasión desta artillería y de la que continua-
mente tiraba de la otra parte el conde Frederico pudiese pasar no solamente
bajel en entrambos brazos del río, pero ni un hombre tan sólo en todo aquel
pedazo de la isla; y echóse de ver, no sin general sentimiento, lo que se pudiera
haber hecho si se trujeran barcas, porque sin duda pasara el almirante a la isla
sin [539] resistencia de consideración. Con que abierta una trinchera de río a
río se cerraba el fuerte sin esperanza de socorro por tierra y mucho menos por
agua, habiéndole de venir el río arriba, con la descomodidad y peligro que se
deja considerar. Bajando el puente de Emerique hasta tiro de cañón del fuer-
te, se podían comunicar y dar la mano los dos ejércitos, sin que desta manera
pudiese defenderse quince días, conforme a toda regla de milicia, porque
cuando se llegó no había quinientos hombres en el Esquenque; tal, que el
primer día apenas se vieron cincuenta fuera de sus reparos y fortificaciones,
ni tiraron a entrambos campos treinta tiros. Mas aquella noche, que fue la de
los 28 de abril, el enemigo, sin que nadie se lo estorbase, metió ochocientos
ingleses en el fuerte y mil gastadores, que antes del día habían ya comenzado
a abrir una trinchera por nuestra frente en orden a impedir el paso, supuesto
que todavía le temían como golpe mortal. Alojóse el almirante en un castillo
llamado Vimen, treinta pasos del río, y la gente con frente de banderas algo
más atrás. Todo aquel día y el siguiente batieron catorce piezas del fuerte a
nuestros cuarteles con mucho daño, aunque el trecho era algo largo; mas el
tercer día, habiendo pasado la isla la mayor parte del campo enemigo, traba-
jaron todo él y el siguiente en arrimarse con trincheras a sus primeras defensas
de nuestra frente, como lo hicieron, sin que pudiesen ser vistos del artillería y
mosquetería católica por venir arando la tierra como topos. Batía entretanto
la artillería del conde Frederico y la del almirante el fuerte sin cesar, ni hacelle
otro daño que derriballe los tejados de las casas; mas la del enemigo, habiendo
levantado una plataforma quinientos pasos fuera del fuerte y alojado en ella
diez cañones, comenzó a batir el castillejo donde alojaba el almirante con
tanta priesa, que a mediodía le había hecho pedazos. Volvió luego la furia
contra los cuarteles, en donde fue tal el daño que hizo, que en lo restante de
aquel día y otros seis que se detuvo allí el campo mató más de cuatrocientos
hombres, sin más de otros tantos heridos. No cesaba la batería con la noche,
que de la misma manera batían y arrojaban granadas artificiales, como las
que pintamos en los sitios de Hulst y de Amiéns. Había hecho el cardenal
entretanto bajar el puente hasta poco más de tiro de cañón del fuerte, con
Las Guerras de los Estados Bajos 669

que se comunicaban los [540] dos campos con poco rodeo, que dio ocasión
a que se pensase que se quería emprender el sitio de veras, y a la verdad no
fue sino para que, habiendo de marchar, pasase el campo del conde Frederico
sin haber de caminar seis leguas rodeando por Emerique. Y por tener ya el
cardenal concedida la restitución de aquella ciudad al duque de Clèves, con
promesa que hizo de meter en ella mil anivedres396, con orden de defendella al
enemigo y de adquirir guarnición católica siempre que fuesen requeridos por
el cardenal o el almirante, con todo eso se dilató la restitución hasta que se
supo el suceso de la gente que fue con Zapena, que entonces, como descon-
fiado ya el cardenal de pasar otra vez el Rin, se hizo la restitución, sacando de
allí el presidio y volviendo a reincorporar las banderas que allí habían estado
en sus tercios y regimientos.
Al octavo día, que, con daño que se ha visto, se había detenido el campo
alrededor del Esquenque, desalojó el conde Frederico y pasó desta parte, pa-
reciéndole al cardenal que estaría ya hecho lo que se había de hacer en el paso
del Wal y que era bien estar a punto para acudir adonde fuese necesario. Y,
marchando todo el campo el día siguiente, alojó alrededor de Cronembourg,
adonde se supo el suceso de Zapena y los coroneles, que pasó así.
En sabiendo Zapena, Barlota y Estanley que el ejército se había acuarte-
lado sobre el fuerte del Esquenque, dejando todavía por acabar el puente de
Genape, marcharon con ocho piezas y treinta barcas en otros tantos carros la
vuelta del lugar estatuido por donde se había de tentar el paso del Wal, que
era por dos leguas más arriba de la villa de Tilt, con tanto secreto al parecer
que a todos dio grandes esperanzas de buen suceso. Mas, acertando aquella
noche que se marchó a ser muy lluviosa, el camino que pensaron hacer antes
de amanecer les duró hasta más de tres horas después del sol salido, con gran
daño de la empresa, por haber sido avisado por las espías el gobernador de
Nimega, que al punto envió el río abajo cuatro bajeles de guerra que tenía
allí para lo que se podía ofrecer, y por el dique adelante quinientos hombres,
con orden de defender la desembarcación de la gente católica. Y no contento
con esto, avisó al conde Mauricio, distante con su campo solas seis leguas,
que al punto despachó [541] buen golpe de gente la vuelta de allá. Llegada la
nuestra al puesto, comenzó a ser saludada por los bajeles de guerra, a quien
fue menester desalojar con nuestra artillería, que, aunque con dilación de
algunas horas, lo hizo, echando a fondo dos de los bajeles que porfiaron más
en detenerse. Zapena, que se había encargado de las barcas, tenía ya a hora de
vísperas puestas diez en el río y comenzaba a embarcarse su infantería, cuan-
do la del enemigo, acabando de llegar al puesto, tiraba grandes descargas de
mosquetazos y arcabuzazos, y no sin daño de los que forzosamente habían de
andar por la playa, sin recebirle ellos, por tirar de mampuesto y cubiertos. Sin

 Neerlandés haaneveren, ya usado con anterioridad en el libro XI.


396
670 Las Guerras de los Estados Bajos

embargo, trabajaban Zapena y los coroneles por embarcar la gente, hasta que,
reconociendo la dificultad con que podía ya pasarse, estando el enemigo tan
advertido, y viendo por momentos ir llegando gente de a pie y de a caballo, y
que unos y otros se atrincheraban con gran priesa, se resolvieron en marchar
el río abajo, dejándole siempre sobre su mano derecha, como lo hicieron todo
aquel día, sin otro provecho que dar más tiempo al enemigo de juntarse. El
cual, ya en gran número, iba acompañando a los nuestros por su ribera, arca-
buceándose unos a otros, aunque con poco daño por la gran anchura del río.
La misma dificultad hallaron en acometer el fuerte de Voorden, echando de
ver la facilidad con que le podía guarnecer todo aquel golpe de gente que los
seguía de la otra parte del río. No se hizo nada desto sin grandes altercaciones
y variedad de opiniones, habiéndola tenido Zapena de que, sin detenerse
en desalojar los bajeles de guerra, comenzase a pasar la gente, llevando él la
vanguardia. Vino después en el mismo parecer Estanley, y, no concurriendo
jamás en él La Barlota, pareció finalmente a todos tres que estaban ya en el
segundo caso que rezaba la orden y que convenía hacer diligencia por entrar
en la isla de Bomel antes que pudiese prevenirlos el enemigo. Así se hubo de
desamparar el primer intento, que, ejecutando el parecer de Zapena y Estan-
ley, fuera posible haberse conseguido con gran utilidad, y por discordia de las
cabezas se dio principio al segundo, tan errado y dañoso como lo mostró el
suceso. Siempre hará semejantes efetos la desconformidad y no hay por qué
esperar que no la haya donde hubiere más que una cabeza397. Venida la noche
siguiente [542] y cobradas las barcas, marcharon la vuelta de Mega, adonde
pasaron la Mosa, y usando harta diligencia en un día y una noche de camino
por Brabante la volvieron a pasar por el villaje de Empel sin resistencia de
consideración; y, en viéndose dentro de la isla, ocuparon el castillo de Hel,
a quien desampararon treinta holandeses que estaban en él de guarnición en
viendo que los españoles pasaban el río. Puesta guarnición en el Hel, bajó el
campo frontero del fuerte de Crevecour, donde se fortificó; y, plantando su
artillería en el dique, la Mosa en medio, comenzó a batirle las casas en ruina,
sin hacerle otro daño de consideración, creciendo entretanto la ruin inteli-
gencia entre las cabezas, aunque por industria del coronel Estanley, soldado
de tanto valor como bondad, se difirió la decisión de sus diferencias hasta la
llegada del cardenal, a quien escribieron todos desde la isla, y ninguno cul-
pándose a sí mismo, puesto que Zapena y Estanley culpaban (y con razón)
a la presuntuosa pertinacia de La Barlota, que quiso hacer en toda aquella
jornada de su cabeza y como queriendo dar a entender que lo era, habiendo
tantas causas de tenerse y tenerle todos por muy inferior no sólo a Zapena, en
que no había duda, sino de Estanley, coronel mucho más antiguo y de más

397
 Compárese con las apreciaciones anteriores sobre la necesidad de la primacía de mando
(español) en el ejército como prerrogativa del Imperio.
Las Guerras de los Estados Bajos 671

edad. Y sin embargo quiere un caballero napolitano que recopiló en italiano


las guerras de Flandes que en esta ocasión fuesen el uno y el otro a orden
del dicho Barlota, siendo la verdad lo que tengo dicho, y lo es también que
testifico lo que vi.
Había ya cuatro días que el cardenal sabía el suceso desta gente y no le
quiso publicar hasta que supo cómo había entrado en la isla de Bomel, cuyo
aviso le llegó en Cronembourg el propio día que desalojó de sobre el fuerte
del Esquenque. Llegó otro día el campo a Geuape, desde adonde se adelan-
taron el conde Frederico y don Luis de Velasco, que llegó aquella noche de
Bruselas, y, marchando con los tercios de don Carlos Coloma y don Alfonso
Dávalos, los alemanes de Barbanzón y valones de Achicourt, llegaron en
cuatro alojamientos al villaje de Bocoben, pegado a la Mosa, y menos de
cuarto de legua del fuerte de Crevecour. Abriéronsele aquella propia noche
trincheras, don Alfonso pegado al río y don Carlos por la parte más alta;
el cual con su tercio se halló a la mañana arrimado a la punta de [543] un
baluarte, y no sin pérdida, que en sólo aquella noche faltaron treinta solda-
dos de la compañía de Mateo de Otáñez, que, como arcabuceros, llevaba la
vanguardia, y pocos menos de la de Gaspar de Valdés, y más de otros veinte
de las demás. Don Alfonso también se pegó a la puerta del río y, en siendo
de día, antes que se llegase la artillería, tocaron los dos fuertes a rendirse por
la parte de los españoles, y antes de mediodía salieron cuatrocientos y trein-
ta, todos mosqueteros; sacaron sus armas, dejando por pacto tres banderas,
que se enviaron al cardenal, avisándole como se había metido en el fuerte el
capitán Otáñez, que lo tuvo por bien, hasta que entró todo el campo en la
isla, que entonces se metieron en él dos banderas de alemanes. Llegó el almi-
rante otro día al campo con la resta del ejército, dejando alojado al cardenal
y a su corte en Bolduque, y sin detenerse más que una noche pasó con toda
la infantería y hasta quinientos caballos, a los 5 de mayo, en las barcas que
había traído Zapena. Alojó aquella noche todo el campo junto y, sabida la
resolución que llevaba de sitiar a la villa de Bomel, pidió uno de los maestros
de campo españoles el cuidado de encargarse del puesto de la otra banda, es
a saber, del dique entre la villa y Lobrestein, advirtiéndole lo que un soldado
irlandés de la compañía de caballos que había sido suya le decía, sobre que, si
bien la parte oriental de la villa tenía en aquella ocasión muy gran pedazo de
muralla por el suelo, era más fácil de arrimarse por la banda de Lobrestein, y
que en un puesto llamado Closter Wiel podía estar cubierto todo el ejército
y contra desde allí las casas de la villa a cañonazos. Y ofrecióle el almirante
que se le encomendaría el dicho puesto en teniendo orden de ocupalle. Mar-
chó otro día el ejército la vuelta de Bomel, llevando la infantería española la
vanguardia, los alemanes la batalla y los italianos y valones la retaguardia. Y
porque fue menester marchar todo aquel día por el dique maestre y detener-
se en ir desalojando con cuatro cañones que llevaba de vanguardia don Luis
672 Las Guerras de los Estados Bajos

de Velasco, con el tercio de don Carlos, más de veinte bajeles de guerra que
guardaban el Wal, se hubo de hacer alto aquella noche en el villaje de Herín.
Otro día tomó la vanguardia la infantería italiana y valona, que se alojó en el
dique, a menos de tiro de cañón de Bomel; la española tomó [544] cuarteles
en las praderías sobre nuestra mano izquierda, tan sujeta a la artillería, que
en los primeros tres días, hasta que se levantó una trinchera por la frente,
mató pasados de docientos españoles de los dos tercios de Zapena y Luis del
Villar; don Carlos, con el suyo y con la gente de los demás, hasta en número
de tres mil hombres, estuvo en forma de escuadrón volante a nuestra mano
derecha, entre el dique ocupado por los italianos y valones y el río, con orden
de defender la desembarcación del enemigo si la intentase y de socorrer las
trincheras que comenzaban las naciones por el dique hasta que las pusiesen
en defensa, en que se ocuparon cuatro días; todos los cuales, de día y de no-
che, batieron a esta gente continuamente por tres partes, desde la villa por la
frente, desde la una parte del río por el costado derecho, habiendo ocupado
la gente del enemigo, que, habiéndonos seguido siempre por su ribera, llegó
antes que la nuestra a un puesto a este propósito muy acomodado, y las cha-
rrúas398 y bajeles de guerra por las espaldas por causa de un recodo que hacía
el río, de adonde jamás los pudo desalojar nuestra artillería. Con lo cual
penas había instante ni lugar en que no estuviese la vida de todos a conocido
y evidente peligro. Y, aunque en hartos puestos sucede esto en la guerra, en
ninguno se acuerdan los más viejos soldados de haberlo visto con el extremo
de aquí. Entre muchos que allí perdieron las vidas, hubo dos en el modo, se
puede decir, más peregrinamente399 que los demás, que por la novedad me-
rece referirse. Acertaron a concurrir juntos aquel día en el escuadrón volante,
aunque de diversas compañías, Hernando Díaz y Roque de Enciso; déstos
el primero pasó años antes en busca de un hermano suyo, de quien jamás
pudo tener noticia; resuelto de la conversación de aquel día conocer ser En-
ciso el hermano que buscaba, que por el sobrenombre de su madre había
dejado el paterno (como en España, en demostración de amor maternal, se
usa, aunque no sin alguna confusión de los linajes). Llegados, pues, con la
admiración y afeto que se deja pensar, después de bien conferidas las señas y
asegurados de la verdad, a abrazarse, una bala de cañón llevó las cabezas de
entrambos, dejándolos enlazados los brazos y juntos los cuerpos, que en la
más gustosa hora de su vida la perdieron. Dichosa muerte sin duda, si, como
es de creer en [545] ocasiones tales, estaba lo más importante prevenido,

398
 Charrúa. Curiosamente el Dicc. Aut. no recoge este término, presente, eso sí, en el DRAE,
que lo define como «embarcación pequeña que servía para remolcar otras mayores», deri-
vándola del célt. carruca, a través del fr. charrue, «arado». En Bernardino de Mendoza es un
neologismo que toma directamente del francés. Para todo lo referente a las embarcaciones
españolas de la época, véase Casado Soto.
399
 En el sentido de «extraño», «anómalo».
Las Guerras de los Estados Bajos 673

pudiéndose con razón dudar de que haya ninguno de los mortales dejado
jamás el vivir más gustosamente.
El presidio, pues, de la villa de Bomel, cuando entró la primera gente
católica en la isla, no era más que de quinientos infantes y una compañía
de caballos; y es sin duda, como hoy en día lo afirman los holandeses, que
si la dicha guerra trajera orden de acometerla y la acometiera se la llevara en
cuatro días, que fue notable inadvertencia, teniendo tan ocupado al enemigo
lo restante de nuestro ejército en defender el paso del Wal y del Isel, a que en
alguna manera podía volver las espaldas. Pero en los nueve días siguientes,
hasta que las naciones ocuparon, como se ha dicho, el dique, habiendo lle-
gado el conde Mauricio con su gente, que al punto, descubierto el designio
del campo católico con levantarnos de sobre el fuerte del Esquenque, marchó
con la mayor diligencia que pudo y, metiendo mil hombres más dentro de
la villa, él con tres mil se alojó y fortificó no más que el río en medio della.
Llegó lo restante del campo rebelde a la villa de Tilt, que constaba de otros
catorce mil infantes, inclusos los franceses que trujo el señor de la Nua, con
voz de que los enviaban los hugonotes de Francia, creyéndose comúnmen-
te que vinieron con orden de aquel rey. El ver al enemigo tan fuerte y que
con gran diligencia hacía juntar barcas en su ribera y trataba hacer un fuerte
frontero de Bomel, como pocos días después le hizo, fue causa de que no
se acabase de resolver el almirante en pasar la mitad de la gente al dique de
Lobrestein, temiendo que por ser el rodeo de casi dos leguas quedaría el uno
o el otro campo demasiadamente sujeto al enemigo. El cual, sin muestra de
ocioso descuido, procuro inquietar nuestra gente con ordinarias salidas, de
día y de noche, especialmente a los que iban ganando tierra y fortificándose
el dique adelante, aunque no hicieron alguna de consideración hasta los 12
de mayo, después de haber fabricado dos puentes en el Wal, uno más arriba
y otro más abajo de la villa, el primero para la gente de pie sobre pequeñas
barcas y el segundo para la de a caballo y carros, sobre grandes pontones, largo
de cuatrocientos y cincuenta pasos y tan ancho, que podían ir dos carros a
la par [546] sin peligro. Por éstos pasó el enemigo tres mil infantes y cuatro-
cientos caballos, a quien, por la estrechura de la villa, alojó Mauricio fuera
en cuarteles separados, cubiertos con grandes trincheras y fosos, tal, que con
ser Bomel una villa muy pequeña, representaban las fortificaciones, baluartes,
redutos y estradas cubiertas que levantaron en diez días el ámbito y circuito
de una gran ciudad, porque se afirma que trabajaron en ello más de diez mil
villanos, aunque con muerte de muchos, a quien hacía pedazos nuestra arti-
llería desde el dique, adonde estaban plantadas catorce piezas y seis en frente
de los tercios españoles, en tres redutos, sin otras cuatro que desde el cuartel
de los borgoñones, irlandeses y alemanes, que hacían el cuerno izquierdo del
alojamiento, tenía a su cargo el coronel Estanley. Todas estas piezas batían
las fortificaciones y la villa en ruina con mucho daño, y entre otras perso-
674 Las Guerras de los Estados Bajos

nas de cuenta que mató fue uno el Monroy, general escocés, hombre entre
ellos de mucha estima. No era menor el daño que hacía la artillería enemiga
en todo el campo, especialmente en el escuadrón volante. Y así, a los 9 del
dicho, pareciendo que las naciones estaban bien fortificadas y que ya no era
de servicio la gente que tenía don Carlos entre el dique y el río, se le ordenó
que la retirase a los cuarteles, desde donde se podía acudir al socorro de las
trincheras con mayor facilidad y menos peligro, como se experimentó presto.
Tenía ya a esta sazón el enemigo junto todo su ejército, que pasaba de diez y
seis mil infantes y tres mil caballos, y, dejando dos mil hombres en defensa de
un fuerte que hizo para cubrir el puente grande, alojó todo lo restante en los
burgos y villajes más cercanos al río, en toda la distancia de cinco leguas que
hay desde Tilt a Gorcum, con designio de dar calor a los sitiados y guardar el
paso de la ribera, que la temía mucho.
El día de los 11 de mayo las centinelas que estaban a la lengua del agua
avisaron como toda aquella noche habían oído pasar golpe de infantería y
caballería por el puente, que dio ocasión de sospecharse que se aparejaba una
gran salida; y así, se doblaron las guardias de las trincheras, enviando (a pedi-
miento de los coroneles que las guardaban) seis compañías de españoles, dos
de cada tercio. Salió al fin el enemigo al punto del mediodía por tres partes:
dos [547] mil infantes y trecientos caballos por entre el dique y el río, con
designio de cerrar con los cuarteles de los italianos y valones. Y para dar calor
a esta gente bajaron de Tilt treinta charrúas llenas de artillería con que caño-
near la gente católica, en descubriéndose para pelear con los que salían contra
ellos de la villa; otros dos mil hombres salieron por el dique grande, a quien
los enemigos llamaban Oesendich, con orden de acometer las trincheras, y
por las praderías más de cuatro mil en tres escuadrones, con siete tropas de
caballos que los cubrían por su mano derecha. Fue resoluto y determinado el
acometimiento desta gente, que no parecía sino que venían con intento de
dar la batalla y acometer nuestros reparos; tal, que dos veces envió el almi-
rante orden a don Carlos y a Zapena, porque Luis del Villar había días que
estaba en Bolduque muy malo, una con don Pedro Forteza y otra con Pedro
de Ibarra, que cerrasen las surtidas y no empeñasen ninguna gente; que no se
pudo obedecer por tener ya fuera de los reparos las compañías de arcabuceros
de los tres tercios y otros tantos escuadroncillos volantes de socorro, todos los
cuales hicieron maravillosamente su deber y detuvieron la furia del enemigo,
sin otra pérdida que nueve soldados. Hizo gran daño nuestra artillería, jugan-
do sin cesar treinta y dos piezas a todas partes y la del enemigo muy poco en
todo aquel día, que pareció milagro, respeto a ser más de cien piezas con las
que tiraban de la tierra y de las charrúas y andar la gente católica descubierta,
salvo los de las trincheras, a quien se ordenó que por la vida no se descubrie-
sen, dando lugar a que nuestros cañones jugasen por sobre sus cabezas contra
los que venían arremetiendo por el dique adelante, y descargando ellos sus ar-
Las Guerras de los Estados Bajos 675

mas de fuego en viéndolos a tiro de arcabuz. con que tuvieron por bien éstos,
que fueron los franceses, de retirarse sin llegar a medir las picas. Los ingleses
que arremetieron por la parte del río corrieron la falda del dique, por donde
no los podía ofender nuestra artillería, con más ostentación que provecho.
porque, aunque llegaron cerca del cuartel de los italianos, no hicieron más
que darle una vista y volverse por junto al río. Deseó La Barlota, a quien tocó
aquel día la guardia de aquel puesto, soltar alguna gente de las trincheras con-
tra los ingleses cuando se iban retirando, mas [548] dejólo por tener todavía
por frente a los franceses, que por no hacer su retirada antes que las demás
naciones estuvieron valerosamente firmes junto al primer rastrillo400, aunque
con pérdida de más de ciento dellos, a quien hizo pedazos nuestra artillería.
Nuestra caballería por la parte de los españoles anduvo muy mezclada con la
del enemigo, señalándose los capitanes don Juan Gamarra, don García Bravo,
don Juan de Bracamonte, don Diego de Acuña, Francisco la Fuente, Daniel
de Gaura y otros. Duró la escaramuza más de tres horas, sin que de todo el
campo faltasen más que setenta hombres entre muertos y heridos, los más de
artillería; del enemigo, como afirmó un francés fugitivo, murieron pasados de
trecientos. Hallóse en esta salida el conde Mauricio, a la cual, si los zanjones y
pantanos que había por la campaña no estorbaran el poder llegar a medir las
picas, se le pudiera muy bien dar nombre de batalla.
Tocó aquella noche la guardia de las trincheras a don Alfonso Dávalos,
y, pareciéndole al enemigo que cogería a los nuestros de sobresalto más que
en otra ocasión, por lo que había sucedido aquel día, salió a cosa de media
noche con mil, entre franceses y holandeses, y dando en las trincheras dego-
lló un cuerpo de guardia de treinta valones, con que, advertidos los demás y
acudiendo a sus puestos, después de una hora de pelea se retiró el enemigo
con alguna pérdida. Quedaron muertos y heridos en esta ocasión algunos
capitanes y soldados particulares italianos, y don Alfonso pasado por los ri-
ñones de un mosquetazo, de que curó, después de haber llegado a muy gran
peligro de su vida.
Dentro de tres días, tocándole al señor de Achicourt la guardia, corrido el
enemigo y en particular los franceses de ver lo poco que habían ganado hasta
entonces con las salidas, determinaron hacer otra dos horas antes de amane-
cer, a los 14 de mayo, prometiéndose el llevarse de aquella vez las trincheras,
para que faltó bien poco. Dio Mauricio el cargo de aquella empresa al señor
de la Nua, con sus franceses, añadiendo dos mil ingleses, toda gente escogida,
que por todos fueron cinco mil hombres. El cual, para hacer su hecho mejor,
valiéndose de la escuridad de la noche (que acertó a serlo mucho por ocasión
de una gran niebla que se levantó), enviando los [549] ingleses con un gran

400
 Rastrillo. «La compuerta formada como una reja o verja fuerte que se echa en las puertas de
las plazas de armas para defender la entrada» (Dicc. Aut.).
676 Las Guerras de los Estados Bajos

rodeo mil por cada parte del dique, para cuando viesen que él acometía por la
frente acometiesen ellos por los costados, cerró valerosamente, y, haciendo los
ingleses lo mismo, se comenzó a pelear con gran porfía, salvando a los nues-
tros lo mismo que salvaba también a los enemigos, que era el no ver a quien
herir ni poder dar ni evitar los golpes.
Peleábase en lugares estrechos y por entre ramales de trincheras tan intri-
cadas cuanto peligrosas a quien no las tenía en plática. Las primeras a padecer
fueron dos compañías de españoles, a quien, en oyendo el arma, llevó Achi-
court consigo a la vanguardia, cuyos capitanes, Juan Ruiz de Movellán, del
tercio de don Carlos, y Aldana, del de Zapena, el primero murió peleando
valerosamente y el segundo fue llevado en prisión con un brazo roto de un
mosquetazo, muriendo allí la mayor parte de sus compañías. De los valones
quedaron al pie de ciento en la primera arremetida. Faltábales a los enemi-
gos por ganar sÓlo el principal reduto, adonde habían retirado los suyos a
Achicourt con un muslo atravesado de un mosquetazo, cuando llegó nuestro
socorro, que le anticipó y avisó, se puede decir, el enemigo, habiendo aquella
mañana –dos horas antes del día- usado una estratagema para engañar al cam-
po católico, que sirvió de todo lo contrario; porque, sacando algún golpe de
su gente fuera del rastrillo, en cierta parte eminente en el dique ahorcaron una
espía de muchas de todas naciones que el almirate tenía dentro de la villa, a las
voces del cual, en que declaraba cómo moría católico, se tocó una arma muy
viva en el campo, que al fin se mitigó con el desengaño de que advirtieron las
centinelas perdidas. Los tercios de don Carlos y Zapena, que con el arma se
habían puesto en escuadrón, por consejo de don Pedro Sarmiento y Baltasar
López del Árbol, sargentos mayores, se estuvieron quedos de los reparos aguar-
dando al día, que se venía acercando, y en este estado los halló la segunda arma
cuando se tocó de veras. En oyendo la cual, los maestros de campo arrojaron
cinco compañías, tres de don Carlos, que fueron la suya, gobernada por don
Cristóbal de Proxita, su alférez, y las de arcabuceros de Antonio Sarmiento de
Losada y Mateo de Otáñez; la del proprio Zapena, que la llevaba su alférez
Blas Segarra; y la de los Rodrigo Ponce, que todas juntas pasaban de [550]
quinientos hombres, y ellos con lo restante de sus tercios; dejando en guardia
de los cuarteles al sargento mayor Diego de Durango, que lo era de Luis del
Villar, se mejoraron algún tanto por las praderías, con intento de socorrer
adonde fuese necesario, porque se temía no tocasen arma en las trincheras y
diesen en el cuerno izquierdo de nuestros cuarteles, que, como se ha dicho, le
tenía a su cargo el coronel Estanley. La orden que los capitanes llevaron fue de
cortar el paso al enemigo, entrando en el dique por las praderías y acometién-
dole por las espaldas. Hiciéronlo así esforzadamente, rompiendo, ante todas
cosas, el hilo de la gente enemiga que venía cargando la vuelta de las trincheras
católicas, con muerte de los que hicieron resistencia y cargando sobre la que
ya había pasado. Como los iban cogiendo por las espaldas, mataron a mu-
Las Guerras de los Estados Bajos 677

chos, sin que cayesen en que tenían a su enemigo tan cerca; mas como pasó
entre ellos la palabra de que eran acometidos por donde menos lo pensaban,
creyendo que era toda la infantería española la que venía sobre ellos, en lugar
de retirarse por donde habían venido, cogieron los más por entre el dique y
el río, y los menos recatados, que siguieron su retirada por el dique, murieron
todos a manos de nuestra gente; que, fuera de pelear con singular valor los
soldados, los capitanes se goberaron con gran prudencia y orden militar. Don
Cristóbal, que con las picas de la compañía de su maestre de campo había
seguido al enemigo, matando y prendiendo hasta el primer rastrillo, tomó en
prisión a un coronel francés y, siguiendo la orden que tenía de retirarse por la
falda del dique de la parte de los cuarteles, queriendo calar tras él toda su gen-
te, que echó de vanguardia, como se acostumbra cuando queda el enemigo a
las espaldas, topó con una tropa de enemigos que se venían retirando, la cual,
sin que los nuestros la viesen, por la escuridad, le tomó a él en prisión muy
bien descalabrado el proprio coronel a quien llevaba, aunque otro día le envió
sin rescate alguno, agradecido de que cuando le prendió a él le salvó la vida
y le llevaba suelto y como libre. Quien mejor razón pudo dar del número de
los enemigos muertos desta noche fueron los maestros de campo, los cuales
hasta que aclaró el día se estuvieron en la falda del dique y en el proprio dique
hasta recoger su gente y vieron con la primera claridad [551] lleno de cuerpos
muertos todo aquel espacio entre las trincheras y el primer rastrillo, sin los que
quedaron en las primeras trincheras. Súpose después de buenas relaciones que
le faltaron al enemigo aquella noche pasados de quinientos hombres, muertos
dos coroneles y nueve capitanes, sin cosa de ochenta de todas naciones que se
tomaron en prisión. De los nuestros murieron cincuenta españoles de las dos
compañías que estaban de guardia con el uno de sus capitanes y poco más de
ochenta valones. De los del socorro faltaron nueve, tres presos con el alférez
de don Carlos y seis muertos; hubo algunos heridos de las dos compañías y
entre ellos don Francisco de Irartazábal, soldado de Arana, que le dejaron con
muchas heridas, de que curó después. Y es cosa digna de consideración la poca
fidelidad con que los holandeses escriben sus pérdidas, que no parece sino que
se les deben de derecho las vitorias, por ventura por la justificación que da a
su causa el haberse rebelado a las majestades divina y humana; pues, llegando
a tratar deste suceso un historiador suyo, no dice más de que se perdieron dos
capitanes y alguna gente, que con la escuridad de la noche se mataron unos a
otros. Otro día, sabido por el cardenal el buen suceso de las trincheras, envió
a don Carlos Coloma una orden para que repartiese en su compañía ochenta
escudos de ventaja y ciento entre las de Sarmiento y Otáñez, y a Zapena, para
las dos de su tercio, a la misma proporción, cosa que pareció muy bien y animó
mucho a todo el ejército.
No quedaba ya sino uno sano de los tres maestros de campo, a quien
había encargado el conde Frederico la vanguardia de las trincheras, que era
678 Las Guerras de los Estados Bajos

La Barlota, el cual, pareciéndole de allí a dos días sobradas las fuerzas y muy
ordinarios los acometimientos del enemigo, deseando meter a la parte a los
españoles, pidió al almirante que mandase se fuesen alternando con él, como
lo hizo, llamando a los maestros de campo a su tienda y proponiéndoles la
demanda de La Barlota. Ellos por dignos respetos rehusaron aquella forma de
guardia, ofreciéndose a encargarse del todo de allí adelante de las trincheras,
como lo hicieron los diez y siete días que duró el sitio, con gusto particular
del almirante, que había ya alguno que lo deseaba, cayendo en el yerro que
se había hecho, dando la vanguardia a otra nación que a la [552] española.
Novedad grande, aunque con aparente muestra de aguardar la orden de la
guerra, lo que en otros sitios de tierras que pueden acometerse por muchas
partes no era de tanto inconveniente como allí, que sólo podía acometerse
por un dique muy estrecho. Dada, pues, esta orden, dejando las naciones
el puesto, se encargaron de él los españoles, donde aquella misma noche le
ocupó el maestro de campo Gaspar Zapena con mil y docientos hombres de
los tres tercios, y la siguiente don Carlos con otros tantos. Y así se mudaban
el uno al otro todo lo que duró el sitio, que fueron diez y siete días más, sin
que en todos ellos se atreviese el enemigo a hacer salida de consideración ni
con más que ligeras tropas para tocar arma y ver lo que se trabajaba, que fue
todo lo que pudo ser en orden a fortificar el puesto y a ir ganando tierra con
la seguridad y recato conveniente en parte donde se tenía a tiro de arcabuz
un ejército enemigo tan poderoso. Hasta los 22 del corriente se estuvo todo
suspenso sin que hubiese más que leves escaramuzas y una perpetua batería de
ciento y cincuenta piezas de ambas partes, con infinitas muertes y heridas de
la nuestra por estar nuestros cuarteles más sujetos a ella, y no menos el de la
corte, donde estaba el almirante, que los de los tercios de españoles, alemanes,
borgoñones y irlandeses, pues todo este sitio estuvieron por blanco de la arti-
llería de la villa, sin que hubiese puesto ni lugar seguro. Entre otros heridos de
consideración fue uno don Juan de Vivero, conde de Fuensaldaña401, a quien
llevó una bala de cañón todo el talón y parte del tobillo de una pierna. A los
21 del mismo el almirante de Aragón escribió de parte del cardenal un papel,
que por ocurrirme estando escribiendo esto el original y la respuesta que dio
a él don Carlos Coloma, los pondre a la letra entrambos.
Decía, pues, el almirante: «ue alteza quiere saber el estado en que se halla
nuestro ejército, la disposición desta villa y las fuerzas con que el enemigo se
halla, la esperanza que hay de salir con la empresa y dentro de qué tiempo
se podrá salir con ella, según el estado de nuestras cosas; y, en caso que no
parezca que se puede ganar esta villa con el ejército y preparamientos que su
alteza tiene, quiere saber lo que se podrá hacer con el ejército conservando

401
 Vizconde Altamira. Los Vivero habían accedido a la condición de grandes de España pre-
cisamente por los servicios prestados en Flandes.
Las Guerras de los Estados Bajos 679

la reputación. Y para resolverse mejor en ello, quiere que vuesamerced dé su


[553] parecer por escrito, firmado de su nombre, y me le envíe a mí de aquí a
mañana a mediodía, para que yo le envíe a su alteza. También quiere saber su
alteza, para mejor dirección de lo que se hubiere de hacer, en qué puestos será
bien que esté su persona, continuándose este sitio o habiendo de levantarse
dél y emprender otra cosa. Vusesamerced piense en ello y me avise lo que se
le ofreciere cerca de todas estas cosas, porque, como he dicho, su alteza me ha
mandado haga luego esta diligencia con vuesamerced, a quien guarde Dios.
Del campo junto a Bomel, a 22 de mayo de 1599».
Respondióle lo siguiente don Carlos: «Como no cuido sino de mi tercio,
no sabré decir a vuestra excelencia el estado en que están los demás. Dél me
faltan, entre muertos y heridos, desde que entramos en la isla, cuatrocientos
y veinte y siete soldados. La esperanza que hay de salir con esta empresa digo
que es ninguna mientras no se ocupare el dique de la otra parte; y con todo
eso, es necesario quitar el paso del río al enemigo o con la artillería o de otra
manera. Porque, estando el puente en pie y el conde Mauricio con diez y ocho
mil infantes, que dicen tiene, no hay a quien le parezca que será necesario gastar
en ello mucho tiempo, todo él mal empleado. Y hay otro inconviniente, que
cuando ganemos a Bomel ha tenido y tendrá el enemigo tanto tiempo para
fortificarse de la otra parte del Wal, que no habremos hecho nada respeto a lo
que más conviene y se desea, que es pasar allá. El fin que se les da a las cosas
suelen decir que corona y perficiona las obras; y así, digo (suponiendo que si se
deja esto se ha de ocupar este ejército en otra empresa) que si se escoge tal que
se pueda esperar buen suceso della, se pondrá muy en seguro la reputación. No
sería malo para esto el sitiar a Breda, que, aunque es fuerte, es sin duda que se
le puede quitar el socorro y muy fácil el acometella, sin que le meta el enemigo
más guarnición de la que tiene, acudiendo allá de golpe la caballería a tomar
los puestos; pero, si es así como me dijo ayer Moriensarte, que hay orden de
no dejar por este verano la isla y conviene, por consideraciones de estado, el no
cargar con ella a Brabante, yo me acuerdo haber oído decir al conde Carlos de
Mansfelt, diez años ha, que, si se hiciese un fuerte en la mayor estrechura de
tierra entre el Wal y la Mosa, se le pondría un freno a toda Holanda, y aun le vi
después arrepentido de no haberlo hecho; [554] otros muchos hay en el ejército
que se acordarán desto mismo, con quien lo podrán conferir su alteza y vuestra
excelencia cuando fueren servidos. En lo del puesto, donde conviene que esté su
alteza pasándose adelante el sitio o emprendiendo otra cosa, digo que, aunque
es sin duda que alegraría grandemente al ejército su presencia, para todo está
mejor en Bolduque, y más teniendo en su lugar a vuestra excelencia aquí, que
tanto nos honra, alegra y favorece a todos, a quien guarde nuestro Señor, etc.
De las trincheras, a 22 de mayo de 1599».
Andaba muy viva ya entre las cabezas del ejército la plática tocante a la
fábrica deste fuerte; y así, se echó de ver después desta consulta que no se
680 Las Guerras de los Estados Bajos

deseaba continuar el sitio, ni aun, a lo que se entendió, fue jamás el intento


del cardenal seguille hasta el cabo, pues a serlo es cierto que se ocupara el otro
dique, desde el cual decían algunos pláticos de la tierra que se podía batir
el puente y aun desalojar la gente que se había fortificado junto a la villa,
que eran los franceses y parte de los ingleses. Lo cierto es que, si este sitio se
emprendiera de veras, fuera posible no costar más el tomar la tierra que cos-
tó el estar junto a ella más de un mes sin fruto. Sospechóse que mientras le
pintaron al cardenal la bajada del ejército alemán mayor de lo que era, deseó
que no le hallase tan empeñado, que no pudiese salir a impedir sus progre-
sos; y más después que supo cómo Mauricio había enviado al conde Holak,
su cuñado, con trecientos caballos a persuader al conde de Lipe, general de
aquella gente (cuyo número por relaciones ciertas se sabía llegar a treinta mil
hombres), que, dejada toda otra empresa, se juntasen con él, con que, asegu-
rándose del ejército católico, era fácil cosa asegurarse después de todo lo de-
más. Pero los alemanes, deseando hacer la guerra no más que hasta desalojar
las guarniciones españolas, aunque daban esperanzas de llegar a juntarse con
Mauricio, no pensaban en cosa menos.
El primer ruin efeto que hizo la nueva de la bajada desta gente fue el pa-
recerles ya tiempo a los de Wesel de quitarse la máscara y volver al vómito,
sin vergüenza de las gentes ni temor de Dios, y actualmente lo emprendieron
el día de la Ascensión, echando mano de un predicador de la Compañía de
Jesús, al tiempo que alzaba la suya para persignarse, y cargándole de palos y
vituperios; cosa que, [555] añadida a otros malos tratamientos a sacerdotes
y rompimiento de imágenes que habían hecho algunos días atrás, obligó al
nuncio apostólico a volverse a Colonia con achaque de que por causa de la
muerte del arzobispo de Tréveris había forzosamente de hallarse a la nueva
elección. Salido el nuncio, desterraron al otro día a todos los religiosos y al
vicario de Emerique, echando con grandísima ignominia a los que, a trueque
de sus vidas, porfiaban en quedarse escondidos con celo de caridad cristiana.
Éstos fueron dos padres de la Compañía de Jesús y otros dos augustinos402,
a quien echaron por fuerza de la ciudad, siguiéndolos gran muchedumbre
de muchachos cuando los llevaban casi arrastrando y cargándolos de lodo y
otras suciedades más indecentes. Al fin ellos se quedaron como antes, si no
peores, haciendo gran mofa de lo bien que habían sabido engañar al nuncio
y al almirante, como si no fueran ellos los engañados403.

402
 Para el papel de los jesuitas en especial en la lucha contra el protestantismo, ver la Intro-
ducción.
403
 Esta referencia iconoclasta es única en Coloma, aunque abunda sobremanera en Bernardi-
no de Mendoza. Por ejemplo: «A la cual junta, las cabeças principales de la rebelión, que
no se hallaron presentes, embiaron cada uno en su nombre personas particulares; y los
consistorios de las villas, que después se rebelaron, embiaron también procuradores; donde
se trató hiziessen venir número de predicadores destas perversas sectas y dañosos errores,
Las Guerras de los Estados Bajos 681

Desde los 15 de mayo hasta los 2 de junio no se hizo otra cosa en las trin-
cheras de Bomel sino fortificallas con redutos cerrados y ramales de trincheras
harto acomodados, respeto a la estrechura del dique. Sea por esto o porque
los enemigos sabían que las guardaban españoles, lo cierto es que no hicie-
ron salida de consideración en diez y ocho días que Zapena y don Carlos las
tuvieron a su cargo, y no parecerá jactancia de la nación a quien se acordare,
que lo dijeron así algunos fugitivos que venían a rendirse, respondiendo a la
pregunta que se les hacía de que por qué no salían ya, como habían hecho
hasta allí.
Jueves, a los 3 de junio, estando las trincheras a cargo de don Carlos Co-
loma, se ordenó la retirada y se hizo a la punta del alba de los cuatro, habién-
dose comenzado a retirar la artillería desde la media noche, sin que tampoco
saliese el enemigo a la retaguardia, como lo pedía toda razón de guerra, ni
sucediese otro desmán que el sacar un ojo de un mosquetazo aquella noche al
alférez don Francisco de Medina y matar de otro al capitán Alonso de Ayllón,
del tercio de Zapena, aunque la artillería de la villa jugó primero a los fuegos
que inconsideradamente encendieron algunos mozos de servicio en los cuar-
teles y después en nuestra retaguardia, que acabó de retirarse ya de día con
algún daño, aunque sin dejar una tienda de vivandero404, cuanto y más carros
y bagajes, y aun heridos y niños, [556] como afirman los holandeses en sus
historias; ni hubo ocasión para ello, no atreviéndose ellos a salir a la retaguar-
dia católica ni aun un paso de sus trincheras, hasta más de dos horas de día, y
después de bien asegurados de que no se les dejaba emboscada.
Marchó todo el campo junto hasta el villaje de Hervín, no con más se-
guridad de la artillería enemiga, por la priesa con que se fueron arrimando
con el viento cantidad de charrúas y bajeles de armada, y por tierra, de la
otra parte del río, gran golpe de gente, acompañando cuatro cañones, con
que al momento comenzaron a batir al campo católico. Y duró este trabajo
otros dos días, hasta que se mudó el ejército a Herquevick, villaje algo más
cubierto de la artillería. Estando aquí vino el cardenal a ver por sus ojos el
puesto donde se pensaba hacer el fuerte y, llevando consigo al almirante,
conde Frederico y a todos los maestros de campo y coroneles y a los de-

para que las predicassen en todos los pueblos, concertando assimismo el rompimiento de
imágenes y iglesias que después se hizo. Y señalaron doze personas particulares que en cada
provincia tuviessen cargo de incitar al pueblo a que se levantasse y alterasse y se rebelasse
contra Su Majestad»; «…y tomando las armas para el ir a sus prédicas y sermones, con que
hizieron en todas las iglesias, monasterios y abadías un gran destroço y universal estrago,
saqueando las riquezas y joyas de ellas, rompiendo y derribando todas las imágenes, y co-
metiendo tan enormes y abominables pecados en menosprecio del Santíssimo Sacramento
que por la enormidad y abominación de ellos no lo escrivo.»
404
 Vivandero. «El que en los ejércitos cuida de llevar las provisiones y víveres o el que los
vende» (Dicc. Aut.).
682 Las Guerras de los Estados Bajos

más de su consejo, después de haber estado más de dos horas mirando y


confiriendo a caballo con el mismo peligro que los demás por la prisa con
que jugó toda la mañana la artillería enemiga desde la otra banda del Wal,
se volvió al cuartel y, juntando a la tarde el consejo, propuso si se haría el
fuerte, de qué capacidad había de ser, de qué provecho sería después de
hecho y qué diligencias se debían hacer para su total seguridad. Discurrióse
largamente sobre estos puntos, conviniendo todos los del consejo en que
convenía hacer el fuerte, que fuese de cinco baluartes reales o más, según la
disposición del sitio, que el provecho que se siguiría estaba claro, guardán-
dose desde él ambos pasos del Wal y de la Mosa y obligando al enemigo a
haber de tener al opósito perpetuamente cuatro o cinco mil hombres por
lo menos, so pena de que cuando menos lo pensasen se podía tomar pie de
la otra parte y meter en contribución a media Holanda y que, finalmente,
encargándole a un hombre de confianza con ochocientos valones de guar-
nición, como no les faltase el sustento ordinario, se defenderían a pesar de
todas las fuerzas del enemigo, y más si se hacía un reduto en la margen si-
niestra de la Mosa, debajo la artillería del fuerte principal, para conserver el
trato y comunicación con Bolduque y con Grave. Con esta aprobación tan
uniforme y común [557] resolvió el cardenal que otro día, que fue el de los
8 de junio, se echasen los cordeles405 y se trazase el fuerte. Había pasádose
a nuestra parte y dejado al enemigo un ingeniero alemán, llamado maestre
Hans Hancre, hombre consumadísimo en el arte, el cual, madrugando otro
día con don Luis de Velasco y conde Frederico, trazó el fuerte de cinco caba-
lleros, es a saber, dos y la frente de una cortina sobre el Wal, uno frontero al
fuerte de Voorden, otro sobre la Mosa y otro que miraba a la villa de Bomel,
de donde distaba el fuerte legua y media. Puestos los cordeles, quinientos
soldados abrieron una zanja de cuatro palmos todo alrededor, señalando el
foso y estradas cubiertas y todo lo demás como si fuera sobre papel, por ser
todo el terreno praderías llanas como la palma, para que a la tarde lo viese el
cardenal, como lo hizo, acompañado de todos los del consejo, con gusto tan
particular de ver lo bien que salía la traza como sentimiento del golpe que
hizo en presencia de todos un cañon de catorce que batía ya a nuestra gente,
llevándole al ingeniero la pierna izquierda por junto a la rodilla, estando en
medio de todas las cabezas del ejército, los cuales le vieron dentro de dos
meses volver a presidir en la obra sano y bueno, aunque con una pierna de
palo. Aquel mismo día encargó el cardenal la superintendencia de la obra a
don Luis de Velasco, señalándole cada noche tres mil hombres de guardia
y ordenándole que procurase con su artillería desalojar la del enemigo. El
gobierno del fuerte se dio a Nicolás Catriz, teniente del artillería y uno de
los más valientes soldados de la nación valona. Hecho esto, el cardenal se

405
 Para la medición de distancias sobre que trazar el fuerte.
Las Guerras de los Estados Bajos 683

volvió a Bolduque, don Luis se alojó junto al dique para comenzar la obra y
el ejército con frente de banderas a un cuarto de legua dél para darle calor,
salvo los víveres y tren de la artillería, que se alojaron en el casar de Rosem.
La caballería (considerada la falta grande que había en la isla de forrajes) se
alojó de la otra parte de la Mosa, es a saber, don Ambrosio en Grotelit y Li-
thoyen, con diez y siete compañías, y Contreras con las demás en el país de
Mega, en los villajes de Tefelen, Oeren y Marqueren. Hecho esto, se subió
el puente cerca de una legua el río arriba, por cuyo medio se comunicaba la
infantería con la caballería con poco rodeo y gran comodidad. [558] Vino
a estar el puente frontero el casar de Rosem, entre los villajes de Alem y
Marent y guardábale el capitán Zapata con su compañía y dos de alemanes
del regimiento de Barbanzón. No se había acabado de resolver la fábrica
del fuerte y ya la sabía el conde Mauricio, daño irreparable en guerras deste
género, el cual, echando de ver que se le seguía della al estado de sus cosas,
marchó el proprio día que se trazó el fuerte y con todo su campo se alojó
entre el casar de Varick y el dique, a la margen diestra del Wal, frontero
del puesto destinado para el fuerte, adonde comenzó a levantar una gran
plataforma capaz de alojar en ella veinte y cuatro cañones, sin que por esto
dejasen de tirar los seis que estaban alojados en el dique. No anduvo menos
cuidadoso don Luis en hacer lo mismo de nuestra parte, y así, después de
haber plantado seis cañones en el dique contra los del enemigo, con mayor
trabajo por ser algo más alto el dique de la parte contraria, comenzó un
trincherón de fagina406 y tepes407, ancho veinte y cuatro pies y largo todo lo
que fue menester para cubrir la cortina y dos baluartes que se levantaban
en la frente del río y una plataforma por remate, donde se alojaron diez y
ocho piezas, que por todas eran veinte y cuatro las que jugaban de nuestra
ribera y treinta las del enemigo, con tanto daño de ambas partes, que en
quince días que tardaron unos y otros en cubrirse medianamente murieron
de cañonazos y mosquetazos de los dos campos (sabiéndose la relación de
los del enemigo por la boca de algunos prisioneros) más de mil y docientos
hombres. Caminaba entretanto el edificio del fuerte, trabajando de ordi-
nario en él mil soldados y dos mil gastadores, adelantándose mucho por la
gran abundancia de fagina y la facilidad con que la traían en barcas al pie
de la obra, de la otra parte de la Mosa, ofreciendo la llanura de aquellas pra-
derías tierra y céspedes en abundancia, aunque ni el cortallos ni el ponellos
se hacía sin notable peligro de la artillería enemiga. Cuatro días después de

406
 Fagina, «hacecillo pequeño de ramas delgadas o brozas, las cuales sirven, mezcla-
das con tierra, para hazer aproches y también para cegar los fosos y otras cosas»
(Dicc. Aut.).
407
 «Pedazo de tierra muy trabado con las raíces de la grama que se corta en forma de cuña y
sirve para hacer murallas, acomodándolos unos sobre otros» (Dicc. Aut.).
684 Las Guerras de los Estados Bajos

comenzado el edificio del fuerte, llegó a Bolduque el marques de Burgaut,


hermano del cardenal, deseoso de acompañalle en aquella ocasión y de ser-
vir al rey, como se ha referido lo había hecho ya otras veces.
El día de los 25 de junio sucedió que, viniendo don Luis de Velasco por el
dique adelante la vuelta de Bomel con diez [559] caballos para ver si por be-
neficio de las vueltas que daba el río podía (plantando algunas piezas) ofender
a los cuarteles del enemigo por las espaldas o por el costado, en un recodo del
dique dio en una emboscada de treinta caballos enemigos que habían salido
de la villa a tomar lengua, los cuales, dando la carga a don Luis, que se hallaba
aquel día en una haquilla, faltó muy poco que no le prendiesen. Con todo
eso, prendieron a Claudio de Sabiñí, señor de Rone, hijo de monsieur de
Rone, harto nombrado en estos Comentarios, y mataron al capitán Daniel de
Grave, uno de los mejores soldados de a caballo que había en el ejército.
Sentía mucho Mauricio no poder enviar a correr su caballería a Brabante
a causa de estar alojada la nuestra sobre la ribera de la Mosa, como se ha
dicho; y así, por esto como por apartarse de la furia con que eran batidos
sus cuarteles en Varick por nuestra artillería, pensó en dar una mano a don
Ambrosio. Y antes desto, para tener ocasión de acercarse, intentó el tomar
pie en la isla de Bomel, debajo del favor del fuerte de Voorden, el cual, se-
gún dijimos arriba, está situado en la punta que hace aquella última parte
del país de Güeldres, por donde el Wal comunica con la Mosa parte de sus
aguas, resuelto también en hacer un puente, y temiendo que si plantaban los
nuestros artillería frontero del fuerte se le harían pedazos con facilidad. Un
yerro o descuido, por pequeño que sea, en la guerra suele ser causa de grandes
inconvenientes y daños, porque, siendo aquel puesto tan necesario para el
campo católico cuanto fue después dañoso, no se cayó en ocupalle, como se
pudiera con gran facilidad, cosa que toca y la han de advertir los maestros de
campo generales, a cuyo cargo está todo lo que mira en lo universal a la segu-
ridad de los ejércitos. Pero ¿qué prudencia jamás lo advirtió todo? Con este
intento, pues, pasó Mauricio sin dificultad al villaje de Herverden tres mil
hombres entre ingleses, franceses y holandeses la noche de los 28 de junio; y,
aunque fue luego sentido de nuestras centinelas de a caballo y dellas avisado
el almirante, no pareció acertado moverse por entonces, hasta que con el día
se pudiese reconocer mejor el intento del enemigo; el cual, dando muestras
de que fortificaba el villaje con abrirle una trinchera de río a río, espacio de
seiscientos pasos, tenía [560] la fuerza de los trabajadores cosa de quinientos
más atrás, con los cuales, en aquella noche y otro día hasta mediodía, hizo
un reduto con dos medios caballeros, uno sobre cada río, además de ser ellos
de competente altura, y con muy buenos fosos y palizadas hacían través por
nuestra mano derecha un baluarte del fuerte de Voorden, y por la izquierda
seis piezas que plantó aquella misma noche el enemigo de la otra parte del
Wal, sobre el dique por donde se va a Tilt. Venido el día y juntado el consejo,
Las Guerras de los Estados Bajos 685

resolvió el almirante en ir a echarle de allí como a vecino demasiadamente


peligroso para el edificio del fuerte comenzado. Tocóle a Zapena el salir con
la gente española, a don Carlos el guardar los alojamientos con todas las
banderas, no queriendo el conde Frederico (a quien se encargó el arremeter)
llevar sino gente suelta de todas naciones, en número de tres mil hombres, es
a saber, la gente a quien aquella noche tocaba la guardia del fuerte, adonde,
como se ha dicho, asistía don Luis de Velasco. Salió el almirante con toda
este gente del cuartel a las diez del día y, marchando hasta el villaje de Rosem
con mil caballos, envió con la vanguardia al conde Frederico y siguió con la
retaguardia dándole calor. Fue saludada nuestra gente en saliendo a lo raso
por la artillería, tanto del fuerte de Voorden como de la que estaba de la otra
parte del Wal y de las charrúas que se habían dejado caer de Tilt con la co-
rriente. Mas con todo esto la infantería española pasó valerosamente adelante,
sin mostrar alteración alguna. Zaballos y Ortiz, capitanes de arcabuceros, el
primero del tercio de Zapena, el segundo del de Luis del Villar, que llevaban
la vanguardia, reconociendo primero (en cuanto la estrecheza del tiempo les
dio lugar), advirtieron al conde y al almirante que era fácil de ganar el casar
de Herverden, no pudiendo reconocer lo que había hecho más adelante; y así,
cerrando con las primeras fortificaciones la infantería española, las ganaron,
con muerte de muchos enemigos; y pasando adelante, llevados del ardor de
la vitoria, hallaron por frente las fortificaciones y por los costados los traveses
que pintamos arriba. Sin embargo, hubo capitanes y soldados que subieron
hasta lo alto de las trincheras, sin otro provecho que ponerse por blanco de la
mosquetería del fuerte, que mató desta manera a muchos. Porfióse con todo
esto en vano más de una hora, hasta [561] que, viendo el conde Frederico el
daño que recebía la gente por tres partes, mandó tocar a la retirada, que, aun-
que se hizo sin desorden, murieron en ella y en los asaltos más de trecientos
hombres de todas naciones y cinco capitanes españoles, Martín de Algaravía
y Francisco Rodríguez, del tercio de Zapena, y del de don Carlos, Blas Gon-
zález, don Fernando Pardo y Juan de Ayerbe; del de don Alfonso murió el
caballero Pachoto, y de todos alféreces reformados y personas particulares, sin
muchos heridos, de los cuales murieron después algunos.
No se descuidó tanto Mauricio de hacer salir de Bomel ochocientos ca-
ballos y a su calor alguna infantería, a tentar los alojamientos y a divertir el
ardor de la principal refriega, tocando arma por allí, lo cual paró en dejarse un
capitán de caballos preso, que le tomaron malherido soldados de La Barlota y
murió aquella noche. Hubo también otros prisioneros de menos cuenta y en
el campo sólo la pérdida de dos soldados de a caballo, aunque duró más de
dos horas la escaramuza.
Con este buen suceso arrasó el enemigo todo el villaje de Herverden y,
acabando de fortificar el reduto y media luna, sobre las barcas que trujeron de
Tilt formó dos puentes, uno de punta a punta y otro en la Mosa desde el fuer-
686 Las Guerras de los Estados Bajos

te de Voorden hasta las praderías, porque, o por la vencindad del fuerte ene-
migo o por ser aquella tierra muy baja y sujeta a las crecientes de la Mosa, hay
un buen tiro de mosquete desde el río a nuestro dique. Detrás del cual, desde
cuarto de legua hasta legua y media estaba alojada nuestra caballería ligera
como y donde dijimos arriba. Mientras el enemigo fabricaba aquellos puen-
tes, cuidadoso don Ambrosio del daño que por allí podría recebir su caballe-
ría, pidió infantería con que cubrir los cuarteles, que al principio se le dieron
mil infantes de todas naciones y después docientos españoles del tercio de don
Carlos, con el capitán don Jerónimo Agustín. Temió siempre don Ambrosio
que el daño le había de venir acometiéndole por el dique que va a Mega, y así
alojó a toda la gente de las naciones en él, con muy buenos redutos, juzgando
por gran temeridad que se atreviesen a embestille atravesando las praderías y
el dique por donde se iba al campo. Y con todo eso, para mayor seguridad,
[562] encargó a los españoles aquel puesto, que al punto fortificaron con un
reduto tal, que, si –como le mandó hacer don Jerónimo detrás del dique por
cubrille de la artillería del fuerte- le hiciera encima dél, defendieran sin otro
socorro el paso al enemigo. El cual, viendo que se le iba entendiendo el juego
y perseverando en su primer intento, salió a los 3 de julio a reconocer nuestras
fortificaciones, resuelto el quitar, si podía, al padrastro408 del fuerte que iban
haciendo los españoles. Pero eso fue a tiempo que, por hallarse a caballo la
mayor parte de nuestra caballería, que volvía de acompañar al cardenal y a su
hermano el marques de Burgaut (los cuales, habiendo estado el día antes en
el campo, se habían vuelto a Bolduque), paró todo el efeto de aquel día en
una muy gallarda escaramuza, el fin de la cual fue meter nuestra caballería a
la del enemigo hasta debajo de sus piezas, con muerte y prisión de algunos, y
sin más daño de los católicos que la muerte de Benito de la Higuera, valeroso
soldado, natural de Yepes, teniente del capitán Francisco de la Fuente. Tam-
bién estorbó aquel día mucho al enemigo la lluvia, que fue excesiva. Notaron
muchos aquella tarde, y en particular el capitán Pedro de Ibarra, entretenido,
a quien envió el almirante a traer nuevas de lo que pasaba en la escaramuza,
y ver si había necesidad de socorro, que mientras se escaramuzaba junto al
reduto de don Jerónimo una tropa de gente particular reconoció un puesto
entre el dicho fuerte de don Jerónimo y el último de los que cubrían nuestro
puente. Y así, en viendo al enemigo retirado, llegó Pedro de Ibarra al almi-
rante, que estaba en su tienda con los dos maestros de campo españoles, y le
advirtió de lo que había visto, infiriendo que el enemigo quería ocupar aquel
puesto para quitar el comercio del campo con la caballería. Era ya noche
cerrada y harto escura y lluviosa y, volviéndose el almirante a los maestros
de campo, deseó saber dellos su parecer, que al momento le dieron de que se

 «El monte, colina o lugar alto y dominante a alguna plaza, desde el cual pueden batirla o
408

hacerla daño los enemigos» (Dicc. Aut.).


Las Guerras de los Estados Bajos 687

ocupase sin perder punto aquel mismo puesto, ofreciéndose ir uno dellos en
persona a fortificalle y defenderle. Aunque, no pareciédole al almirante que
era cosa digna de un maestro de campo, nombró al sargento mayor Diego de
Durango y, ordenándole que sacase la gente que pudiese de su tercio, sin tocar
a las guardias y a las que habían de entrar el día siguiente, [563] sólo pudo
sacar las compañías de los capitanes Navarro y Francisco Tamayo. Don Carlos
dio al capitán don Luis Dávila y Monroy con ciento y cincuenta soldados,
inclusos los del capitán Blas González, cuya compañía estaba todavía vaca;
Zapena dio al capitán Rentería con ciento veinte soldados, y La Barlota cien
valones, que por todos serían hasta quinientos hombres escasos. Era ya cerca
de media noche cuando pudo acabar de arrancar Durango, tanto por ocasión
de la lluvia como por haber de buscar los maestros de campo entre los vivan-
deros de sus tercios hachas y otros instrumentos que llaman marrazos409 para
cortar fagina, y palas y zapas con que mover la tierra, que, aunque de cosas
deste género había abundancia en el campo, estaba todo en donde se hacía el
fuerte y ofrecía dilación el haber de ir por ello. Llegado Durango con su gente
al dique frontero del fuerte de Voorden, fue tal la diligencia que usaron él y
su gente, que al amanecer tenían ya formado el fuerte de cuatro caballeros,
aunque tan bajo y sin defensa como lo echará de ver quien considerare la
cortedad del tiempo, tal, que si el enemigo saliera entonces, se había forzo-
samente de dejar la obra, siendo ésta la orden que tenía Durango, mientras
no le pareciese que estaba el fuerte en defensa. El enemigo, como vio la prisa
con que se trabajaba en el dique, juzgando que estaba allí la mayor parte del
ejército católico, no se resolvió en salir de veras hasta poderlos reconocer con
el beneficio de la noche. Sólo sacó alguna caballería por llamar la nuestra a la
escaramuza y dar ocasión de ofender a los nuestros con su artillería desde el
fuerte de Voorden; la cual tiró todo el día a los trabajadores, sin que por esto
dejasen ellos de andar descubiertos fortificando el puesto, que al alba del día
siguiente estaba ya en competente altura y casi en defensa, salvo la puerta, que
por la brevedad del tiempo no le hubo para ponerla ni hacer puente, antes
quedaba el terreno alto y igual con la plaza del fuerte.
Supo Mauricio aquella noche por sus espías que a lo sumo eran quinientos
hombres los que trabajaban en el dique, porque el almirante temió siempre,
y era de temer, que todas aquellas añagazas del enemigo eran para hacer pasar
la Mosa a nuestro ejército y dar ellos sobre don Luis de Velasco y la gente que
trabajaba en el fuerte de [564] San Andrés, que este nombre le puso el car-
denal poco después, como veremos; y así, resuelto Mauricio en acometer de
veras no sólo los redutos sino el cuartel de la caballería, envió al punto de las
ocho de la mañana al coronel Veer y al señor de la Nua con seis mil infantes,

409
 «Hacha de dos bocas usada para hacer leña», de marra, «mazo de hierro con mango
largo, para romper piedras.» (DRAE).
688 Las Guerras de los Estados Bajos

y al conde Ernesto de Nasao con mil y quinientos caballos con orden de ganar
ambos fuertes. En comenzando a salir por un puente la caballería enemiga,
tocaron arma nuestras centinelas y, oyéndola cinco compañías de infantería
española que iban marchando a mudar otras tantas que cubrían el cuartel de
don Ambrosio, que era el villaje de Grotelit, llamado comúnmente la Torre-
mocha, apresuraron el paso y sin dilación se juntaron con las otras, que fue
un presagio de buen suceso. Don Ambrosio, poniéndose a caballo con cosa de
quinientos soldados, sin haber podido juntar más hasta que después le soco-
rrió el comisario general Contreras, encomendando el cuartel general a la in-
fantería, pasó adelante, abrigándose por su mano derecha con los redutos del
dique maestre, que guardaban valones y irlandeses. Don Jerónimo Augustín,
que con docientos españoles de su compañía y de otras guardaba el reduto de
su nombre, mientras tardó el enemigo en pasar las praderías le hizo mucho
daño con sus armas de fuego; mas, en viéndose sobre el dique y que desde allí
barría toda su plaza de armas, dándose por perdido, determinó salir a pelear
a lo raso y morir como buen caballero, que es la sola ganancia que puede
sacarse de los malos sucesos. Tenía también orden de retirarse al cuartel de la
Torremocha siempre que la pareciesen sobradas las fuerzas del enemigo, y así
comenzó a hacerlo con muy buena orden, animándose él y los suyos con la
vista de nuestra caballería, que venía cargando valerosamente. Bastó esto para
que de diez soldados en fuera que murieron se pudiesen retirar todos, menos
el capitán y tres camaradas suyas, que por irse retirando de los postreros que-
daron en prisión. Pasó el dique (aunque no sin dificultad) la caballería ene-
miga, por estar muy peinado y difícil de subir, y en estando de nuestra parte
se dividió en dos escuadrones. Las dos partes cargaban hacia la Torremocha y
la otra tercia parte, que podían ser seiscientos caballos, se pusieron en pues-
tos acomodados a defender la retirada y el socorro de la gente del fuerte de
Durango. Esta division dio la vida a don Ambrosio, porque, [565] cargando
siempre y hacienda rostro al enemigo debajo de la artillería de los fuertes que
tenían los valones en el dique, no se atrevió jamás el conde Ernesto a cerrar
con él; y, sobreviniendo Contreras con seiscientos caballos, le rechazaron am-
bos hasta el reduto que había dejado don Jerónimo Augustín, con muerte y
prisión de algunos enemigos, los cuales, escaramuzando siempre, aguardaban
a ver en lo que paraba el acometimiento del fuerte de Durango, que era el fin
principal que había tenido Mauricio en aquella salida.
Vista por el sargento mayor Diego de Durango y los capitanes que se
hallaban con él la resolución con que salía el enemigo, tuvieron una breve
consulta sobre lo que se debía hacer, y sin ponerlo en duda determinaron
defenderse. Era también peligrosa la retraída al campo, respeto al gran golpe
de caballería que comenzaba ya a dar muestras de pasar el dique; y con esta
resolución repartió Durango la gente en la muralla de tal manera, que cada
uno pudiese defender su distrito sin aguardar socorro, por cuanto era cierto
Las Guerras de los Estados Bajos 689

que los habían de acometer por todas partes; y él, con cincuenta soldados
escogidos, se encargó de defender la puerta, sin otra trinchera que un carro
atravesado. Más de cuatro mil enemigos fueron los que cerraron de rondón410
con el fuerte y entre ellos hubo algunos tan valerosos, especialmente france-
ses, que en un punto arrimaron más de treinta escalas y comenzaron a subir,
sin que les pareciese a ellos ni al conde Mauricio, que los miraba desde Vo-
orden, que podía haber resistencia bastante para tanta furia411; mas, como no
era aquélla la primera ocasión en que se hallaban los nuestros, de tal manera
comenzaron a defenderse, que no sólo a picazos, sino a estocadas y empujones
los trabucaban al foso con mayor priesa de la que habían traído. Tocó al coro-
nel Veer rodear con sus ingleses por detrás del dique y acometer la puerta, con
quien cerrando su vanguardia perdió más de cincuenta de los suyos, que mu-
rieron de mosquetazos antes de poder llegar a medir las picas. Cerca de dos
horas porfió el inglés por penetrar aquellas débiles defensas y los holandeses
y franceses gateando por las faginas por trepar hasta la muralla, adonde, des-
cubiertos del todo, los aguardaban los capitanes don Luis Dávila y Monroy,
Rentería, Tamayo, Navarro y el que gobernaba los valones [566] y la mayor
parte de sus picas, sin hacer caso tampoco de la artillería que llovía sobre ellos
de los fuertes. Fue éste un combate de los más porfiados que se vio en mucho
tiempo, y tal, que, si el conde Mauricio, viendo lo mal que les iba a los suyos y
por otra parte el socorro que se venía acercando del campo católico, no diera
el señal de retirarse, no los despartiera otra cosa que la noche o la muerte.
En oyendo el almirante el arma, envió al conde Frederico y al maestro de
campo don Carlos Coloma y coronel La Barlota con cuatro mil hombres y
orden de acudir adonde conviniese; y él, con los demás que le quedaban, se
puso en escuadrón en la isla, junto al puente, para acudir a una parte y a otra,
conforme a como lo pidiese la necesidad. Marchó el conde a la diligencia que
pudo, que fue la que bastó para que los enemigos desistiesen de su intento;
y tal la de algunas compañías de arcabuceros, que, arrojándose por las pra-
derías, degollaron algunos, y no pocos, de los menos diligentes y a otros que
sus amigos procuraban retirar heridos. Faltáronle este día al enemigo más de
quinientos hombres, la mayor parte franceses, y entre ellos siete capitanes de
todas naciones; de los del fuerte murieron veinte y tres soldados y el capitán
Rentería sacó roto un tobillo de un mosquetazo; heridos hubo hasta treinta
de todas naciones. Mudóse la guarnición del fuerte, dejando otros quinientos
hombres frescos con el proprio Durango, que no le quiso desamparar hasta
acabarle de fortificar, como se hizo en otros cuatro días, sin que el enemigo se

410
 «Intrépidamente y sin reparo» (Dicc. Aut.).
411
 Abundan las referencias en Coloma a la valentía de los enemigos, lo que es muestra de su
propósito de escribir una historia vera, a diferencia de la de otros extranjeros que silencian
las acciones del enemigo en elogio de las propias. Ver la Introducción al respecto.
690 Las Guerras de los Estados Bajos

atreviese otra vez a tentar cosa de consideración por aquella parte, si bien se
puso aquello como convenía, y se alojaron tres cañones en la estrada cubierta
del fuerte, que siempre se llamó de Durango, con que se batían en ruin a las
casas del fuerte de Voorden y los puentes, tanto el que salía a las praderías
como el otro por donde se comunicaba con la isla de Bomel; el fuerte o re-
duto de don Jerónimo se desmanteló como infrutuoso, después de puesto en
defensa el de Durango.
Había caminado a todo esto de manera la obra del fuerte de San Andrés,
por causa del mucho cuidado y diligencia de don Luis de Velasco, que pareció
que con poca ayuda podía comenzar a vivir por su pico; y así, desalojando
don Luis de junto a él, se incorporó él y su gente con lo demás del ejército.
Sólo para encargarse de aquello y guardar [567] la avenida de la nueva forti-
ficación que el enemigo había hecho en el casar de Herverden, se constituyó
allí una guardia de tres mil infantes y docientos caballos, de que se encargaron
los maestros de campo don Carlos y Zapena, alternándose como en el dique
de Bomel. Y porque en cerca de cuatro meses que el ejército estuvo alojado
en la isla se había consumido cuanto había en toda ella que pudiese servir de
algún sustento a hombres y caballos, considerando, de otra parte, el almirante
y su consejo que, aunque se había fortificado mucho el cuartel de la caballe-
ría, corría peligro de otro acometimiento como el pasado, se resolvió en pasar
la Mosa y alojarse solo en ella en medio del fuerte de San Andrés, junto al
villaje de Kesen, subiendo también el puente. Con que, acercándosele todo el
campo más de media legua, venía a ponerse muy cerca del fuerte de Durango
y a poco más de cuarto de legua del cuartel de don Ambrosio, alojamiento
muy bien entendido y que había días que Martín López de Aybar, teniente
de maestro de campo general, instaba que se tomase, visto que no se ofrecía
otro inconveniente que el llegar a él algunas balas de artillería de las que el
holandés tiraba al fuerte de San Andrés desde su dique de la otra parte del
Wal, frontero del villaje de Varick, que, aunque después, alzando la puntería
al tino del alojamiento católico, arrojó infinatas balas, no hizo daño de consi-
deración en cerca de dos meses que se detuvo allí el ejército.
El conde Mauricio, viendo todas las fuerzas católicas desta parte de la
Mosa, desconfiando de ofender ya el cuartel de la caballería y temiendo que
fuese aquello estratagema para pasar el Wal con el calor del fuerte de San An-
drés, dejando bien guarnecidos los fuertes y puestos que conservaba, volvió
a retirar toda su gente al cuartel de Varick. Fue esto a tiempo que algunos
días después, en el 14 de agosto, puesta en perfección una plataforma que
desde que se comenzó el fuerte se había ido levantando frontero del enemigo,
y alojados en ella doce cañones bien cubiertos, pudo comenzar a batir con
ellos el gobernador Catriz al campo del enemigo, asistiendo allí don Luis de
Velasco desde el alba de dicho día. Se levantaba la plataforma más de pica y
media sobre los parapetos de los baluartes, con que, descubriendo los cuentos
Las Guerras de los Estados Bajos 691

de las picas de los enemigos, [568] fue tal el estrago que se hizo en ellos, que
afirmaron seis franceses que el día siguiente vinieron a rendirse al puesto de
los españoles, que en doce horas que duró la carga de la batería habían muer-
to pasados de trescientos hombres y más de doscientos caballos de los que a
gran prisa iban retirando el bagaje y la artillería que no estaba enterrada en el
dique. Mudó Mauricio, con esto, su cuartel al casar de Hemert, casi a medio
camino de Tilt, mientras con gran cuidado y solicitud procuraba hacer levan-
tar en su ribera otra plataforma, que tardó mucho en ponerse en perfección.
Antes de esto, a 17 de julio, vinieron el cardenal y el marqués, su herma-
no, al campo, y a 18 de julio, yendo ambos al fuerte, puso Andrea la primera
piedra en la iglesia que se había de levantar en su plaza de armas, a la cual y
a todo el fuerte, por ella, se le dio el nombre de San Andrés apóstol, abogado
del cardenal y patrón de la serenísima casa de Borgoña. Hubo una gran fiesta
y salvas de artillería, que, para aprovecharlas, se encaminaron todas al enemi-
go, aunque en medio del regocijo había muchos soldados de experiencia que
suspiraban, sin poder disimular el sentimiento que les causaba ver aquella
fábrica tan hermosa y tan fuerte sujeta a tener que caer muy pronto en poder
del enemigo; y se fundaban en lo mal que de ordinario se proveen nuestras
plazas en la vecindad del enemigo, y principalmente en que era obra trazada
y hecha por quien no aguardaba para irse otra cosa que saber que el archidu-
que, su primo, y la serenísima infanta hubiesen entrado ya en Lorena. Era a
la verdad el edificio inexpugnable mientras la guarnición no se resolviese en
faltar la fe a su príncipe, como al fin lo hizo; porque, fuera de haber salido
de los baluartes muy hermosos y bien entendidos, los fosos muy anchos y
con más de una pica de agua, por donde se comunicaban ambos ríos, se le
hicieron también sus estradas cubiertas, con sus redutos para cubrirlas a ellas
y a las puertas, todo rodeado de una pica de agua corriente, que unas veces
le prestaba la Mosa al Wal, y otras el Wal a la Mosa, conforme a las ocasiones
que tenían de crecer el uno o el otro río. Hicieron traer de Bolduque doce
chalupas, o a nuestro modo de hablar fragatas, de diez y doce bancos, con to-
dos sus aparejos y marinaje necesarios; los cuales podían [569] pasar de un río
al otro, correr y visitar las costas de Holanda y estar en seguro después dentro
de los fosos; con tanto asombro del enemigo, que, como se supo, comenzaron
a despoblarse las aldeas circundantes, retirándose la gente a Vianen, Leerdan y
otras de aquella comarca, la más noble y poblada de Holanda.
El ejército alemán, mientras tanto, en número de treinta y cinco mil
infantes y más de cuatro mil caballos, puso sitio a la villa de Rimbergue.
Se había amotinado algunos meses antes aquella guarnición, echando a su
gobernador y oficiales con la usada insolencia; a pesar de esto, el elector y
consejo y los demás soldados se gobernaron con mucho valor, después de
haber porfiado muchos días en vano los condes de Lipa y Holach, tanto con
la fuerza como con inteligencias, procurando persuadir a aquella gente, la
692 Las Guerras de los Estados Bajos

mayor parte alemana, a que era toda una la causa que seguían, y común a la
honra de su nación, añadiendo que les darían algunas pagas en recompensa
de sus alcances; pero ellos, aunque hasta allí olvidados, al parecer, con el de-
lito de la alteración, de las obligaciones de la honra, quisieron mirar por el
más esencial punto de ella, que es la fidelidad; y así, haciendo poco caso de
su ofrecimiento, obligaron a los condes a levantar el sitio por la parte del país
de Güeldres, inquietando todavía desde la otra parte del Rin a los de la villa
con sus piezas, mientras levantaban un fuerte, donde pensaban dejar gruesa
guarnición, como lo hicieron.
El día de la solemne ceremonia que dijimos arriba, después de haber esta-
do el cardenal y su hermano cuatro días en el ejército, se volvieron a Bolduque
con harto cuidado, por las cartas que llegaron aquellos días de don Ramiro
de Guzmán, gobernador de Rees, en que avisaba como el ejército alemán,
dejando de la otra parte del Rin, frontero de Rimbergue, un cuartel de cuatro
mil hombres bien fortificado, pasaba aquel día la Lipa con veinte mil infantes
y tres mil caballos, pedía socorro de gente y pólvora y aseguraba que con esto
defendería la plaza. Se lo envió el capitán Antonio de Ribas con su compañía
de arcabuceros, del tercio de don Carlos, y la de Lorenzo de Zaraza, del de
Zapena, y otros doscientos valones, a orden [570] todos del propio Ribas; el
cual, marchando con gran diligencia, respeto a llevar consigo diez carros de
pólvora y otras municiones de guerra, llegó a salvamento a Rees dos horas an-
tes que asomase el ejército alemán, que, gobernado (como se ha dicho) por el
conde de Lipa, se acuarteló sobre Rees de esta forma: él, con tres regimientos
de cuatro mil hombres cada uno y quince compañías de caballos, ocupó el es-
pacio que hay entre los villajes de Bienen y Rosem hasta el dique por donde se
va a Wesel; en la otra parte, junto al villaje de Apel, se alojó el conde Holach
con un regimiento de cuatro mil infantes, levantado en tierras del duque de
Brunzwich, mil frisones y once compañías de caballos, que le envió el conde
Guillermo de Nasao, gobernador de Frisa por los Estados; y con esta gente,
como soldado práctico que era, fortificó su frente con muy buenos redutos,
y en todo lo demás se puso cual convenía. Comenzaron unos y otros a irse
arrimando con sus trincheras; y el de Lipa, como más mozo y deseoso de acre-
ditarse, habiéndose arrimado a cosa de trecientos pasos de la tierra, hizo un
reduto y plantó en él dos cañones y una culebrina, con que comenzó a tirar
a las defensas; y no contento con esto, adelantándose hasta poco más de cien
pasos de la contraescarpa412, acomodó en el dique otros diez cañones, aunque
no hizo uso de ellos al principio hasta que las demás cosas estuviesen dispues-
tas para hacer la batería y dar el asalto. Plantó entretanto el conde Holach

412
 Contraescarpa. «Término de fortificación. El declivio exterior del foso o el terreno que hay
desde el arce u orilla del foso hasta lo profundo, que viene a ser toda su escarpa» (Dicc.
Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 693

cuatro piezas en cierto recodo del dique, con que comenzó a hacer mucho
daño en la villa, y a derribar una cortina de baluarte de piedra, pegada al río; y
caminando con sus trincheras otros docientos pasos más, plantó su batería de
nueve cañones contra el mismo baluarte. No llegaban a ochocientos hombres
de todas naciones los que defendían el fuerte y guardaban la tierra de la otra
parte, inclusa la compañía de arcabuceros a caballo del capitán Butbergue; y
de éstos morían cada día muchos, por ocasión de la artillería, que perpetua-
mente jugaba, sin los que de ordinario faltaban en las continuas escaramuzas
y salidas que se hacían de día y de noche por defender las estradas cubiertas.
Con esto, y con lo que el enemigo se iba acercando siempre por la parte del
río, donde la villa (que por todas es flaca) no tiene través alguno, temeroso
don Ramiro de algún ruin [571] suceso, puesto que no ignoraba lo mal que
la nación alemana suele disponerse a dar asaltos, envió a un alférez reformado
al almirante, que, por haberse partido ya el cardenal cuando y como veremos,
conoció que corría aquello más por su cuenta. Rehusando el parecer de los
que, fundados en la poca necesidad que había ya de aquella plaza, querían
que se le ordenase a don Ramiro que tratase de rendirse con las más honradas
y honestas condiciones que pudiese, determinó de enviarle socorro capaz de
entretenerse, hasta que, acabado de poner en perfección el fuerte de San An-
drés, pudiese él ir en persona a dárselo con todo el ejército y a tomar cuenta a
los alemanes de su temeridad, pues, habiéndoles enviado últimamente a An-
drea a ofrecer con el Madrucho, gentilhombre de su cámara, que en ninguna
manera hibernaría en Rees gente española y que aquella plaza se restituiría
como las demás, parecía que no habían hecho aquel acontecimiento tanto por
necesidad de echar de su casa las guarniciones, como de puro presuntuosos;
y, confiados de sus fuerzas, pareciéndoles que las nuestras estaban bastante
ocupadas en la isla Bomel, a que ayudaban, sin las persuasiones del conde
Holach, los estados de Holanda y el conde Mauricio con sus cartas, ofrecién-
doles montes de oro si, acabada aquella empresa, pasaban a juntarse con el
ejército rebelde. Todas estas cosas juntas, y cada una de por sí, obligaron al
almirante a mirar por la villa de Rees como si fuera patrimonio real; y así, en
el 6 de septiembre despachó al capitán Andrés Ortiz, del tercio de Luis del
Villar, con su compañía y hasta docientos hombres sueltos del mismo tercio,
trescientos valones y cien borgoñones, los cuales, entrados en la villa por el
fuerte, atravesando el río en barcas, que se les enviaron la noche del 9 del
mismo mes, sin que los enemigos pudiesen estorbarlo, alegraron de manera
al gobernador don Ramiro y a toda la guarnición, que ya les parecían pocos
los enemigos que tenían delante, y que convenía darles a entender que, sin las
demás naciones, había en Rees al pie de quinientos españoles curtidos en la
guerra; en cuya prueba, juntando don Ramiro a los capitanes y cabezas, [572]
resolvió que se hiciese el día siguiente una salida por la parte del conde de
Lipa, con quinientos hombres por lo menos, trecientos españoles, cien valo-
694 Las Guerras de los Estados Bajos

nes y cien borgoñones. Se encargaron de ella los capitanes Ribas y Zaraza, los
cuales de tal manera encaminaron el negocio, que en menos de una hora que
duró la refriega enclavaron todos los diez cañones con que se había de batir
al día siguiente; y, pasando adelante su primer reduto, retiraron y metieron
en la tierra una media culebrina, dejando enclavada también allí lo restante
de la artillería, y muertos en los dos puestos más de cien enemigos; con tanto
asombro de los demás, que hubo de acudir el conde en persona con su propio
regimiento para impedir que los españoles no se le llevasen toda la artillería; y
lo hicieran, si tardara un poco, con la misma facilidad con que habían retira-
do la media culebrina y echado a rodear cinco cañones de dique bajo.
Esta salida tuvo lugar en el 11 de septiembre; y apercibiéndose para
hacer otra el día 13 por la parte del conde Holach, vieron cómo el enemigo
desalojaba, dejándose, tanto en un puesto como en el otro, todo lo que
no pudieron retirar con mucha prisa; y, conociendo los sitiados su temor,
deseando aprovecharse de él, que tanto suele importar, le salieron valero-
samente a la retaguardia, que no se hizo sin muerte y prisión de muchos
y afrenta universal de todos, porque, además de esto, se dejaron tres bar-
cas cargadas de bastimentos, carros y mucho bagaje. Marcharon los condes
cada uno por su parte hasta Emerique, que se tenía ya por ellos, adonde
tuvieron malas palabras, culpándose el uno al otro, como es costumbre,
y más después que, no contentos con lo hecho los del presidio de Rees,
inquietaban de noche y de día los alemanes, llevándoles bagajes y prisione-
ros de sus propios cuarteles; tal, que les fue forzoso retirarse de Duisburg
y Duetecon, que ya estaba también por ellos, deseando el conde Holach
irlos acercando al campo rebelde, en virtud de las instrucciones que de esto
tenía de los Estados y del conde Mauricio. Sin embargo, el conde de Lipa,
dándole algunas esperanzas de ello, gustaba de entretenerse de allá del Rin
por cumplir en aquello con la orden del Palatino y Lansgrave, y de los de-
más a cuya costa se había levantado aquel ejército, que deseaban estar a la
mira, por si el campo católico [573] trataba de alojarse en tierras neutrales
aquel invierno, como el pasado; mas, desengañados de esto y de que no
se restituiría Rees hasta que no hubiese memoria del ejército alemán, afli-
gidos también del frío y del hambre, se acabaron de deshacer hacia el fin
de noviembre, aunque no sin amotinarse mucha parte de ellos por cuatro
pagas que se les quedaban debiendo; a los cuales, después de haber hecho
inestimables daños en el Palatinato, Alsacia y otras provincias comarcanas,
envió el emperador el bando imperial, con que, muriendo muchos a manos
de los villanos, se acabaron de deshacer del todo. Éste fue el fin que tuvo
aquel ejército, levantado con tan poca consideración como felicidad. Sabi-
do esto por el archiduque, mandó a mediados de diciembre que, pagada la
guarnición de Rees, se entregase aquella plaza a los diputados del duque de
Clèves, como con gusto universal se hizo.
Las Guerras de los Estados Bajos 695

En el 18 de agosto tuvo el cardenal cartas del archiduque en que le avi-


saba como él y la señora infanta habían entrado con salud en Lorena; nueva
que hizo apresurar su partida para Bruselas más de lo que imaginaba, pues
tres días antes dejó ir a su hermano, el marqués de Burgaute, por el mismo
camino que él pensaba hacer a su vuelta, que era por Francia y tierra de esguí-
zaros. Partió, pues, de Bolduque el día 20, con escolta de seiscientos caballos,
dejando todo lo tocante a la guerra a cargo del almirante; y para despedirse de
él y de todo el ejército estuvo en los cuarteles todo el día 19, mostrando gran
sentimiento de apartarse de tan grandes soldados. Lo digo con el término que
él lo significó y ofreciendo con nobilísimo afecto de informar a Su Majestad
con cartas, y a su alteza a boca de los méritos y servicios de las cabezas de
aquel ejército. Incitó, tras esto, a todos a la paz y conformidad con palabras
que mostraban bien la sencillez de su ánimo, con que dejó universalmente
deseo de sí a todos los buenos, como príncipe que era dotado de singulares
virtudes y capaz de toda gran fortuna. Llegó a Bruselas el día 25, desde donde
envió a don Juan de Córdoba, gentilhombre que era de su cámara, a dar el
parabién a sus altezas de la llegada a sus estados, y a pedir orden de lo que ha-
bía de hacer, ofreciéndose a cumplilla como cualquiera de sus súbditos, alegre
con la [574] nueva que le llegó de que a los treinta de agosto, encontrándose
don Ambrosio Landriano y el comisario general en Languestrate con el conde
Ludovico de Nasao, general de la caballería enemiga, le habían deshecho y
degollado al pie de trecientos holandeses, sin otros muchos que se ahogaron,
queriéndose salvar pasando a nado la Mosa. Ludovico y los más diligentes se
salvaron en Husden, dejando hasta setenta en prisión y casi todos los caballos,
que fue muy buena suerte.413
Partido el cardenal Andrea del ejército, atendió el almirante aún con más
calor que hasta allí a dar perfección al fuerte de San Andrés, continuándose
siempre el cañonearse de una parte y de otra, con tan continua batería, que se
supo después con certeza haberse tirado, en menos de cuatro meses que duró
la obra del fuerte, de una parte y de otra pasados los ochenta mil cañonazos.
Quedó finalmente en perfeción los últimos días de octubre y, dejando por
gobernador en él el almirante al teniente Nicolás Ortiz, soldado de conocido
valor y experiencia, con ochocientos valones de los regimientos de Achicourt
y conde de Busquoy, y la superintendencia del fuerte de Crevecour, don-
de quedaban otros trescientos valones de los propios regimientos, desalojó
el ejército, sabiendo que el conde Mauricio había hecho tres días antes lo
mismo, reduciendo el suyo a las terrezuelas circundantes, después de haber
levantado un fuerte al opuesto del de San Andrés, aunque, por falta del sitio,
no tan capaz ni tan suficiente como el nuestro. Entretúvose algunos días el

413
 Desde el comienzo de página hasta este fin de párrafo el texto no aparece en la edición de
la BAE, caso único.
696 Las Guerras de los Estados Bajos

campo católico por la campiña, a causa de acertar aquel otoño a ser sequísi-
mo, cosa que, ocasionando grandes menguantes en los ríos, podía ser causa
de que el enemigo intentase algo en los nuevos fuertes, o lo que era más de
temer, en Bolduque, ciudad fortísima de sitio, estando, como está, rodeada
casi por todas partes de agua, y harto flaca, respeto a la pertinencia con que
rehusaban el admitir guarnición; mas, comenzando a mediados de noviembre
a caer grandes aguas, llevó primero el almirante el ejército junto a la abadía
de Tor, entre Ruremonda y Mastrique, adonde, descubiertos algunos indicios
de motín, se castigaron severamente, aunque sin acudir a la causa de aquella
peligrosa y pestilencial enfermedad, se redujeron los tercios y regimientos y
la caballe[575]ría a presidios; lance forzoso respeto a lo que, con la licencia y
libertad de los otros años, andaba la gente saqueando el país, alojando a dis-
creción, con daño irreparable de los pobres labradores y de peor consecuencia
para la buena disciplina militar. De los españoles se alojó el tercio de Luis
del Villar en Tilimont, el de Zapena en Liera y el de don Carlos Coloma en
Namur. El cual (proveído don Carlos por mayo del año siguiente en el cargo
de capitán general de las fronteras de Perpiñán) se dio a don Jerónimo de
Monroy, caballero del hábito de San Juan y capitán de lanzas españolas. Las
naciones y caballería se alojaron en Diste, Liao, Herentales y en otras villas
y burgajes del Brabante, pareciendo acertado tener las fuerzas cercanas, para
en virtud de ellas efectuar lo que quedaba por hacer en lo tocante al final
juramento de los nuevos príncipes, y queriendo también por razón de guerra
tenerlas a mano, para en tiempo de hielos valerse de la ocasión y comenzar
a sacar del fuerte de San Andrés el fruto que tan justamente se esperaba. En
el suceso de esto, que escribirá quien lo vio, echará de ver quien lo lea la va-
riedad de las cosas humanas y el poco fundamento que se debe hacer en la
prudencia del siglo cuando no es ayudada de la voluntad de Dios.
Partiendo sus altezas de Barcelona en el 7 de junio con veinticuatro galeras
a cargo del príncipe Doria y con feliz navegación llegaron a Génova en el 18,
donde se les hizo toda la cortesía y agasajo que aquella república acostumbra a
hacer a las personas reales. Se detuvieron allí doce días, hospedados del dicho
príncipe con todo género de regalos y grandeza. Partieron el siguiente mes de
Génova y, servidos a costa de la Señoría hasta Sarraval, llegaron a Milán en
el 5 de julio; y después de haber estado en aquella nobilísima ciudad casi lo
restante de aquel mes, caminaron sin detenerse en el Piamonte por causas se-
cretas, aunque las públicas fueron ciertas sospechas de poca salud, hasta Grey,
en el condado de Borgoña; allí tomaron aliento algunos días, restaurándose
de los recios calores; hicieron después otro alto en Nancí, adonde el duque de
Lorena y la duquesa de Bar, madame Catalina de Borbón, hermana del rey de
Francia, mostraron a un mismo tiempo su afecto y su grandeza; de [576] allí,
tomando el camino por Lucembourg (adonde el conde de Mansfelt, después
de haber hospedado a sus altezas en su casa de campo, sirvió con la misma
Las Guerras de los Estados Bajos 697

casa a la señora infanta, dádiva más de rey que de vasallo), llegaron finalmen-
te en el 3 de septiembre a Nuestra Señora de Hal, a tres leguas pequeñas de
Bruselas. Está esta villa dedicada a la gloriosa virgen, en cuyo santuario se
ven innumerables milagros y particulares muestras de la piedad de aquellos
pueblos, y no menos de la devoción de los nobilísimos duques de Brabante,
sus fundadores. Llegó el cardenal Andrea el propio día del 3 de septiembre a
besar las manos a sus altezas, darles la razón del estado en que se hallaban las
cosas de aquellos sus estados en materia de paz y de guerra, y con su licencia
dar la vuelta para su arzobispado de Constancia. Había comenzado el carde-
nal, como príncipe de benignísima naturaleza y deseoso de paz, a dar algunas
puntadas para encaminarla con la reina de Inglaterra; cosa de que sus altezas
mostraron tanta satisfacción como de las demás hechas por él en cerca de
trece meses que gobernó los Estados. Dicen que al despedirse encargó al ar-
chiduque el fuerte de San Andrés414 como obra suya; trató bien de las cabezas
del ejército, mas en el almirante no habló con mucho gusto, instigado (a lo
que se sospechó) de algunos apasionados. Que fácilmente tienen entrada con
los príncipes de apacible y cándida condición semejantes oficios También se
tuvo por efecto de ciertas informaciones secretas que, como la sombra sigue
al cuerpo, siguen de ordinario los émulos a los que en el mundo resplandecen
sobre los demás; ¡guay de quien está sin ellos en esta vida! No ha faltado quien
ha dicho que debía más a los que escudriñaban los vicios que a los que le pre-
gonaban las virtudes; porque los primeros (decía él) me sirven de centinelas
para hacerme estar alerta y siempre la barba sobre el hombro, y los segundos
de puerta por donde, sin contrario alguno que lo impida, entren de golpe el
amor propio, el menosprecio de los demás y el ocioso y vil descuido, polilla
que de ordinario labra en los paños más finos, adonde jamás llega la verdad
sino adulterada, ni cosa sin afeite de adulación. Partió, pues, el cardenal la
vuelta de su casa, haciendo su viaje por Francia; y otro día, el 5 de septiembre,
partieron sus altezas para Bruselas a una hora en la que pudieron hacer su
[577] entrada de día, con tan lucido y copioso acompañamiento, con tanta
pompa y aparato, con tanta diversidad y hermosura de arcos triunfales y otras
cosas de este género, acostumbradas en semejantes días, que, si no lo hubieran
tomado otros más desocupados a su cargo, emprendiera yo de buena gana el
escribillas, aunque las vi por relación. Basta que todo fue lleno de majestad
y grandeza, y que, con serlo en tan alto grado, ninguna cosa ni todas juntas
resplandecieron tanto como la causa de ellas; esto es, la serenísima infanta,
princesa llena de tan esclarecidas virtudes, dotada de tan gran hermosura,
gracia, bondad y grandeza de ánimo, que deja muchas leguas atrás a todo
acontecimiento.

414
 Ver la Introducción para relaciones de festividades como las aludidas aquí a la llegada de los
archiduques a los Países Bajos.
698 Las Guerras de los Estados Bajos

Llegados sus altezas a Bruselas, comenzó el archiduque a tomar las riendas


del gobierno, repartiendo algunos premios en los más clasificados de sus vasa-
llos; diligencia tan útil como usada de casi todos los príncipes en los principios
de sus reinados; y, descendiendo a lo político del gobierno, lo primero que se
trató con las provincias sujetas, de parte de los archiduques, fue que señalasen
día para el juramento y coronación de sus altezas, especialmente de duques de
Brabante, en que se ofrecieron no pocas ni leves dificultades. Pedían los esta-
dos de aquella provincia que, para observar sus antiguos privilegios, se sacasen
de toda ella los presidios extranjeros, y se entregasen en poder de neutrales
todas las plazas, gobiernos y castillos en que se interesaba no solamente el ar-
chiduque pero también el rey; el cual, antes todas cosas, no quería deshacerse
de la autoridad de proveer algunas plazas de aquellos estados hasta que su her-
mana tuviese hijos. Altercóse mucho esta dificultad y después de varias juntas
y conferencias que se tuvieron sobre ello se asentó que por entonces quedasen
las cosas como estaban; y ofreció el archiduque en su nombre y de la señora
infanta que, en cumplimiento de la orden que tenía de Su Majestad, en pres-
tándoles a sus altezas el juramento, se tomaría en nombre suyo, como de le-
gítimos señores de aquellos estados, a los gobernadores y castellanos de todos
ellos; con que, y con dignarse sus altezas de irle a recibir primero a la ciudad
de Lovaina, cabeza de Brabante, se sosegaron los diputados de la provincia.
[578] Entraron en la dicha ciudad en el 24 de noviembre, que todo esto se
dilató esta solemnidad por la causa referida, adonde se les hizo una entrada
llena de toda grandeza y adornada de universales y verdaderas aclamaciones
de alegría; y el día siguiente, el 25 de noviembre, recibieron el juramento de
fidelidad y le hicieron sus altezas de guardarles todos los privilegios, en la
forma acostumbrada por los últimos posesores de aquel estado; con quien en
todos los diecisiete no se atreve a competir otro sino el condado de Flandes,
que a opinión de los más se le aventaja. Se volvieron a Bruselas en el 28, y en
el 30, día del apóstol San Andrés, prestaron el juramento los de aquella villa
con mucha demostración de alegría y universal regocijo. Lo acrecentaron sus
altezas con mandar echar de las ventanas de la casa del Ayuntamiento, que
es de las más insignes de los Estados, cantidad grande de moneda de plata y
oro, labradas para este efeto con sus efigies; empresa y mote representativo no
menos del singular regocijo de los vasallos que de la clemencia y misericordia
que venían pregonando los señores.
Hízose esta misma ceremonia en la ciudad de Malinas en el 4 de diciem-
bre, y en la de Amberes en el día 8; la cual, como sin disputa de las más her-
mosas y ricas de Europa, acostumbrada a echar el resto en menores ocasiones,
en esta se excedió a sí misma. De todos los arcos triunfales que con admirable
instrucción y riqueza se levantaron (que fueron más de treinta), los de los
portugueses y ginoveses ganaron el premio, dejando entre sí dudosos a los
neutrales, y alabándose los apasionados de llevar la palma; emulación que
Las Guerras de los Estados Bajos 699

pregonaba el afecto y amor con que recibían unos y otros a tan buenos prínci-
pes. Hasta el día 20 detuvo a sus altezas en aquella insigne ciudad el deseo de
alegrarla con su presencia y visitarla toda, y especialmente el castillo, adonde
los sirvió y regaló lucidísimamente don Agustín Mesía; y los lugares píos,
iglesias, conventos de monjas y monasterios de religiosos; estaciones que de
ordinario hacen los príncipes de la augustísima casa de Austria, como decha-
do de piedad y nivel por donde se deben gobernar los reyes que desean [579]
agradar a Dios y dar buen ejemplo a sus vasallos y en el día 23 dieron la vuelta
a Bruselas, con intento de tener allí las fiestas de Navidad y Circuncisión y
pasar a Gante, adonde los esperaban los diputados del condado de Flandes,
procurando no mostrarse inferiores a los de Brabante en las demostraciones
para con sus príncipes, ya que no lo eran en las fuerzas ni en el afecto.

Fin del libro Duodécimo


Apéndice I
Apéndice I

Sigue a continuación el texto de The attestation of the most excellent, and


most illustrious lord, Don Carlos Coloma, embassadour extraordinary for Spayne.
Of the declaration made vnto him, by the lay Catholikes of England concern-
ing the authority challenged ouer them, by the Right Reuerend Lord Bishop of
Chalcedon. With The answere of a Catholike lay gentleman, to the iudgment
of a deuine, vpon the letter of the lay Catholikes, to the sayd Lord Bishop of
Chalcedon, Saint-Omer: English College Press, 1631.  Hemos adoptado en
este caso un criterio de edición absolutamente conservador, manteniendo la
grafía del inglés como aparece en el documento, sin modernizarla, así como
la puntuación original. Aunque el texto per se no es obra de Coloma, sí figura
él como testigo en la misma y sirve de documento (hasta ahora no disponible
en edición completa) definidor de la labor de nuestro autor como embajador
en Londres. No hemos transcrito la segunda parte de la obra, The answere of
a Catholike lay gentleman, menos relevante.
Calcedonia (siguiendo la nomenclatura de la antigua sede episcopal de
Asia Menor) era una sede episcopal titular católica con el estatus de ar-
chidiócesis. En el siglo XVII dicho título se otorgó al obispo católico, apos-
tólico, romano de Inglaterra a partir de 1623. La razón de la nomenclatura
radica en que Jacobo I, tras acordar con la sede papal que permitiría un
obispo católico, decidió que éste no fuera poseedor de una sede derivada de
las inglesas. Como obispo, el de Calcedonia tenía autoridad sobre el clero
seglar y regular inglés. Los dos primeros obispos fueron el padre William
Bishop (1623-1624) y el padre Richard Smith (1624-1632). Bishop llegó
a Inglaterra para tomar posesión de su sede sobre Inglaterra, Gales y Esco-
cia, el 31 de julio de 1623, con 70 años (el catolicismo seguía oficialmente
prohibido en Inglaterra desde 1559). Nombró 20 archidiáconos. Richard
Smith, que estudio en Oxford, Roma, París, Valladolid y Sevilla, se ordenó
sacerdote en 1592. Llegó a Inglaterra para hacerse cargo de su puesto en
1625 y permaneció en Turvey, Bedforshire, en la casa de Lord Montagu. En
1628 se dictó orden de arresto contra él y hubo de renunciar a su puesto
(1631) y huir a París (Leys).
704 Las Guerras de los Estados Bajos

El documento que sigue (y del que se pide testimonio jurado a Carlos


Coloma) es la declración de los «católicos laicos de Inglaterra» dirigida al Papa
en lo referente a las facultades otorgadas por éste al obispo de Calcedonia (In-
glaterra). El obispo se había nombrado porque sin él eran como «rebaño sin
pastor, ejército sin general, barco sin piloto, reino espiritual sin su rey, familia
sin hombre de la casa; en suma, que no eran cristianos completos». Afirman
que creen que la autoridad episcopal sobre la Iglesia fue establecida por man-
dato divino, pero debido a las actuales leyes inglesas el reconocimiento de la
autoridad episcopal no puede hacerse sin perjuicio de sus bienes y hasta su
vida. En vista de ello, dicen, no creen que la intención de la sede papal fuera
otorgarle dichos poderes al obispo sino hasta que se restablezca una situación
de normalidad religiosa en Inglaterra. Más aún, dada la situación, intentar
ejercer como obispo es inconveniente, inútil y es imposible que pueda llevarse
a cabo. Y podría ser visto asimismo como un ataque contra las autoridades
inglesas, perjudicial para los católicos. Que ya están servidos para sus necesi-
dades religiosas básicas por sacerdotes, los cuales tienen más fácil entrada a
casas de lo que podría tener el obispo ordinario. En suma, si el obispo no
tendría autoridad para poder ejercer libremente sus funciones, no debería
otorgársele el nombramiento. Por último, al no poder tener fácil acceso a Su
Santidad, piden que se le haga llegar este escrito. El documento se presentó
primero ante «Monsieur de Chasteau-neuf Embassadour Extraordinary of
the most Christian King [de Francia]» y luego ante «the most Excellent, and
most Illustrious Lord, the L. Marques de Fontany, Embassadour to his most
Christian Maiesty, and other Ordinary Embassadors of Catholike Princes in
England». Por último, se pidió a don Carlos Coloma que atestiguara habérsele
presentado la Declaración en su casa de Londres el 3 de marzo de 1631.
*****
The attestation of the most excellent, and most illustrious lord, Don Carlos
Coloma, embassadour extraordinary for Spayne. Of the declaration made vnto
him, by the lay Catholikes of England.
THE ATTESTATION OF THE Most Excellent, and Most Illustrious Lord,
DON CARLOS COLOMA, Embassadour Extraordinary for Spayne.
OF THE DECLARATION made vnto him, by the Lay Catholikes of
England: Concerning the Authority challenged ouer them, by the Right
Reuerend Lord Bishop of Chalcedon.
WITH THE ANSWERE OF A CAtholike Lay Gentleman, to the Iudg-
ment of a Deuine, vpon the Letter of the Lay Catholikes, to the sayd Lord
Bishop of Chalcedon.
Superiorum permissu. M. DC. XXXI.
*****
Apéndice I 705

[a] The Approbation of the famous Preacher and Deuine, and most an-
cient amongst the Doctours of Diuinity of Sorbone now liuing.
SEing the ground of this whole Controuersy among the English Catholiks
is therin placed, that the Right Reuerend Lord Bishop of Chalcedon seemes
to challeng more vnto himselfe, then is graunted by the faculties giuen him
by the Sea Apostolike: from whence it comes, that out of the diuerse opinions
& iudgements, which are with heat framed by many, there arise debats in
this present tyme both dangerous and hurtfull: To the appeasing & quieting
whereof, no remedy seemes more to the purpose, then to make fully knowne
to all, the true sense and feeling of the Catholikes, & that his Holynes doe
more clearely lay open his mind concerning the faculties graunted to the
sayd Right Reuerend Lord Bishop. To both which this present Declaration
of the English Catholikes is most necessary: therfore I iudge it worthy to be
published in print, that it may be perused of all. Dated at Tornay the 29. of
April 1631.
Iohn Boucher Sorbone Doctour in Diuinity, Chanon and Archdeacon in
Tornay, and Censor of Bookes.

[1] THE DECLARATION OF THE Lay Catholikes of England, con-


cerning the Authority challenged ouer them, by the Right Reuerend Lord
Bishop of CHALCEDON.
WEE Lay Catholickes of the realme of England, haue vnderstood from
sundry parts of the Christian world, that a foule aspersion is cast vpon our
honour & reputation, for that we are iudged to frame a lesse reuerend con-
ceit of Episcopal Autho[2]rity, and iurisdiction, and not to render it that
Obedience, which may be thought fit. The only cause of this, is taken from
thence, that we refuse to submit our selues to that power & Authority which
the Right Reuerend Lord Bishop of Chalcedon hath long since pretended as
due vnto his place; and to the which (as we are assured vpon strong motiues)
he still layeth clayme, taking it as graunted him from the Sea Apostolike.
This pretended Authority of his, hath byn maintayned by sundry Treatis-
es, as well written, as printed, which warrant his Ordinariship, and assure
him of as much power, as is granted to other Ordinaries, in what Catholike
Diocesse soeuer, and warne vs that the same Obedience is to be performed
towards him on our part. Moreouer we are told, that hitherto we were not
a Church, as long as we wanted a particular Bishop; but a flocke without a
Pastor, an Army without a Generall, a Ship without a Pilot, a spirituall king-
dome without a spirituall king, a family without the good man of the house;
in a word, no true, or perfect Christians. [3] And although, as soone as we
had returned an answere to a Letter sent vs from my Lord Bishop, presently
diuers scandalous wrytings (which his Lordship neuer sought to suppresse,
nor seemed to dislike of ) were spread abroad, and we therin traduced with no
706 Las Guerras de los Estados Bajos

small disparagement to our reputation, and preiudice to our cause, especially


in the opinion of the vnlearned; yet we chose rather to forgoe our proper, and
priuate interest, then by standing out with vehemency for our owne right,
eyther affoard vnto others a subiect of scandall, or giue way to the daunger of
an ensuing Schisme. Wherfore in silence we left the decyding of this matter
to those, who by their Highest power in the Church of God, were as well his
Lordships, as our Superiours. But seeing there haue not wanted many both
at home and abroad who in a matter nothing belonging to them, and who
could not so much as pretend any Authority ouer vs, haue notwithstanding
vsurped the freedome of giuing iudgment in our cause, with great domage to
our fame and honour, which [4] we endeare aboue our liues; we haue thought
good to declare and auouch entierly, and faithfully before God and man these
ensuing points.
First, we sincerely belie[…]e & professe that Episcopall Authority in the
Catholick Church was ordained by God, and, as it beseemeth good Cathol-
ickes, we honour it with all reuerence; and daily beg with our best wishes,
that the diuyne Goodnes will once be pleased to send a tyme, in which that
authority, which is truly giuen, and which we account full necessary in the
Catholick Church, may safely be established amongst vs, and we without
increase of persecution, acknowledge it, and as humbly submit our selues
vnto it, as they do, who liue in countries not liable to lawes enacted against
Religion, of which kind very many, and those seuere and capitall, be heere
with vs in force. Which fauour, if we could but obteyne of his diuine Maiesty,
truly we should esteeme our selues thrice-happy.
Furthermore we declare openly, that for as much as belongeth to the
Right Reuerend Lord Bishop of Chalcedon, we [5] honour and reuerence
him in all duty, & take him to be a true Catholick Bishop, sent hither by
the sea Apostolick to administer the Sacrament of Confirmation, & as we
thinke, to gouerne that part of the Clergy, which is conmitted to his charge;
but not to be our Ordinary, either after an ordinary or extraordinary manner,
because we in no case belieue, that any such thing hath bin hitherto declared
by the sea Apostolicke, seeing that the tymes, into which we are fallen, do no
wayes permit vs to obey such Authority, without endangering the losse of our
goods, & such a losse, as cannot be recouered. Neither do we only thinke,
that the Sea Apostolick hath not as yet, bestowed any such office, power, or
authority vpon the Right Reuerend Lord Bishop of Chalcedon; but moreouer
we rest assured, that it is not the intention of his Holines to grant it him
herafter, vntil those times returne, which may promise, that this power will
rather serue to support Religion, then to ouerthrow it; and vntill it may be
lawfull for vs to imbrace it freely, without so many, & so great difficulties and
dangers, which [6] as things now stand, is altogeather impossible, for sundry
and weighty Reasons alledged by vs in the Letter aformentioned in the begin-
Apéndice I 707

ning of this controuersy to my Lord Bishop of Chalcedon; which for that the
Reader should not peraduenture light on, or we be inforced, often to repeate
the same thing, we thought good to set downe in this place a Copy thereof,
togeather with a certayne Declaration made, and presented to my Lord de
Chasteau-neuf his Excellency, at that tyme the most Christian Kings Embas-
sadour Extraordinary in England, before whome many Catholicks & some of
chiefe dignity & esteeme amongst vs, acknowledged the same for their owne.
So as the iudicious and vnpartiall Reader will easily perceaue the state of our
cause, which was the thing we aymed at, by adioyning this Declaration.
In the meane tyme, seeing for diuers respects we haue not the freedom to
present our selues in person, & hunbly to lay downe our owne Cause before
his Holines; we beseech those Catholiks who are lyke to fynd freer accesse
vnto him, and [7] who shall light vpon these wrytings, to be intercessours
for vs vnto his Holines, that he will vouchsafe to expresse his mind, and giue
sentence of this controuersy, which we now haue with the Right Reuerend
Lord Bishop of Chalcedon, to the end, all occasions of further scandall &
dissention may be entierly cut off, & quyte remoued; as we hope they will,
if his Holynes will be pleased to giue it in such a manner, as his resolution
may be publickely diuulged, and openly made knowne to all. For if it be only
expressed in priuate, ech party may eyther affirme or deny what they thinke
good; so that the strife begun will rather take increase by that meanes, then be
any whit extinguished, as experience hath cleerly taught vs hitherto.
Moreouer, we most earnestly crau[…], that in our behalfe they will hum-
bly beseech his Holines, not to resolue of any thing in this busines, wherby
our King[…] most Excellent Maiestyes indignation, may be prouoked against
vs, or we brought yet further into his displeasure. Lastly, we intreat them not
to censure [8] or condemne these our proceedings, with disparagment to our
honour & esteeme, seeing we haue alwaies yet byn ready, as the whole world
may witnesse, to lay downe, with all humility, our very liues & fortunes,
whensoeuer a iust cause, for the defence of our faith, shall require it.
REASONS GIVEN to Monsieur de Chasteau-neuf Embassadour Extraor-
dinary of the most Christian King, to shew that the Authority of a Catholike
Ordinary heere in England, is incompatible with this tyme & place.
FIrst we professe in the sight of God, that from our harts we reuerence
Episcopal Authority, as knowing it to be Gods institution, and that we vn-
faynedly wish the times were such as we might submit our selues therunto: &
whatsoeuer hath byn sayd of vs to the contrary, is very slanderous.
In the next place, we do with al reuerence and humility declare, that ac-
cor[9]ding to the lawes and state of this Kingdome as now they are, we con-
ceaue that the authority and iurisdiction of an Ordinary is not only inconu-
enient, and vnusefull, but impossible to be executed, & so dangerous to be
obeyed, nay euen acknowledged, as that we cannot be obliged thereunto.
708 Las Guerras de los Estados Bajos

And we do verily belieue & that vpon many and weighty reasons, whatsoeuer
hath byn affirmed to the contrary that his Holynes hath had no intention to
oblige vs vnto it, nor will, after information how things stand heere.
There are heere many Statutes of the Kingdome in force, which make it
highly penall in some cases with losse of goods & liberty, and in others of
life, to acknowledge any other Authority or Iudicature, then such as by the
same statuts are authorized, which though we are obliged not to regard, when
there is question of any doctrine of fayth; yet when a man shall run hazard
of vtter ruine, for admitting and acknowledging of externall iurisdiction and
authority which importeth not faith, but practise of things not necessary but
according to tyme and [10] place we conceaue that we cannot be obliged to
imbrace it.
If it be sayd, that it is Capitall for a man to receaue a Catholique Priest
into his house, and that yet many receaue them with all the hazard, and that
therefore we might aswell receaue an Ordinary into our houses, acknowl-
edging his Authority. The answere will make it appeare, that the obiection
proueth nothing agaynst vs. For first it is certayne, that euen for the reason
of being so Capitall, and that there are so many lamentable examples among
vs, not only of friends who haue discouered and betraied other friends for
receauing Priests, eyther for interest, licentiousnesse of lyfe, reuenge, frailty,
or for some other passion; but of Seruants, who haue betrayed their Maysters,
Nephews, Vncles, Grandchildren & children their Parents, Daughters their
very Mothers, yea and euen Priests themselues sometymes, who haue fallen
and betrayed Catholikes; we neyther are nor can by any humane authority
be obliged to take Priests into our houses. Many of vs indeed do it out of
[11] deuotion and zeale, for the comfort of our soules, by celebrating Masse
and receauing the most necessary and daily Sacraments, and many of vs also
do it not. But howsoeuer, we thinke it a very ill consequence to inferre, that
therefore a man is, or may be obliged with the hazard of his estate of lyfe to
acknowledge or submit to the Authority of an Ordinary, for the practise of
some thinges without which we yet finde by experience, and Gods grace, we
haue alwayes subsisted in these sad tymes, because forsooth out of voluntary
deuotion & zeale, many of vs are content, to run the highest hazards in re-
ceauing of Priests, for the so necessary and dayly exercise of our Religion,
through want whereof we also find by experience of Saxony & Denmark, and
many other countries in Germany, Religion hath in effect wholy fayled.
Besides, a Priest who is a Person of our owne election, being first autho-
rized as fit and capable by the Sea Apostolicke, may haue entrance into our
houses, and exercise his function, in a much more priuate and safe manner
then it is possible [12] for an Ordinary to doe, especially when he will carry
himselfe as Ordinary. For in that case, besides seruants there must be alwayes
Officers, parties and witnesses, who do not all, and euer vow so much as dis-
Apéndice I 709

cretion, or yet to continue constant in the Catholicke fayth. And for our parts
the dangers being such as they are, it will be impossible to secure vs in this
poynt, where sometymes it happeneth that an vndiscreet word vttered euen
without ill meaning may turne to our losse of goods and life.
Besides, if we could abstract from the danger of offending the State, it is
to be considered, that our Mariages and Testaments, and the lyke are made
lyable heere to those Ecclesiasticall Courts and Tribunals which are setled by
the lawes of this Kingdome, and are executed by certayne Chancellours, and
Commissaries for that purpose, who may often oblige and sentence vs in the
affirmatiue, whereas a Catholike Ordinary, or Iudge would perhaps do it in
the negatiue, and so we should be tossed betweene two […]ockes.
[13] Agayne, if a Catholicke Ordinary should p[…]onounce any sentence,
at which the party might be grieued, which must needs occurre somtimes;
his final remedy would be an appeale to Rome· which yet it would be Capi-
tall for him to make, besides the charge of prosecuting such a suite, and the
impossibility for the most part of vs, so much as to send, or write to a place
so distant, and so contradicted by the State heere, for the bringing of such
a suite to an end. And to shew both the inconueniences and impossibilities
of executing the power of a Catholicke Ordinary in such a tyme and place
as this, we thinke it very considerable to reflect vpon many Catholicke Bish-
ops, who suruiued the Reigne of Queene Marie of happy memory, and liued
heere many yeares in Queene Elizabeths tyme, after the change of Religion,
and yet there is no memory that any of them did euer practise any power
of Ordinary, within his owne Diocesse in foro externo contentiose, which yet
it is cleare he had, and whereof he could not be depriued without personall
demerit: & if hauing this Authority they [14] were so far from excuting it, it
is morally certain, that if they had not had it, they would neuer haue sought
it in these times.
And thus much, to auoyde greater length, for the shewing, that the au-
thority of a Catholicke Ordinary in this tyme and place is impossible, eyther
to be imposed or obeyed, and extremely inconuenient withall, euen if it were
possible. To wch this only word may also be added, that euen in the most
cleare cases, & which might appeare to be most easy, and might be carryed in
the most priuate manner, as namely when any Catholike shall lead a scandal-
ous life, or that men shall dissent from their wyues, or the like, we leaue it
to consideration, whether as the lawes stand heere, a Catholike Ordinary, as
an Ecclesiasticall Iudge can now discreetly thinke it fit to reduce this man by
any compulsory way least thereby he may be made worse. But we heare some
of the Lord Bishop of Chalcedons Officers say, that although he be Ordinary,
and haue the authority and iurisdiction belonging to that quality, yet he will
not [15] exercise the same. To this we answere, first, that if the authority be
not to be executed, no reason can be giuen why it should be graunted, when
710 Las Guerras de los Estados Bajos

so many reasons are to be f[…]lt, why it must be so inconuenient and im-


possible. Secondly, we conceaue it not inough to say it shall not be executed,
because if it be extant, the state is put into iealosy therby, as appeareth by the
last Proclamations agaynst the Lord Bishop: and it will disdayne this answere
at our hands; We acknowledge such an Authority, but the Ordinary who hath
it, giueth his word that he will not execute the same. Thirdly the statutes of
the Kingdom fal […]o penaly as hath byn sayd not vpon such only as submit
themselues to the execution of the sayd Authority, but vpon such also as ac-
knowledge the same.
Fourthly, the Catholique Ordinary may resolue this day not to execute his
Authority, yet may to morrow thinke fit to do it, with euident daunger to vs
of the Laity, whereof it must be intended, that wee our selues can iudge best,
as whome it concerneth most. Fifthly, this [16] kind of Authority is not to
be acknowledged, or so much as secretly admitted, though vpon promise to
forbeare the practise, because the State is euer wont vpon any new Bul, or the
declaring of any new authority, or any occasion like this to question Catho-
likes who shall come before then, with great rigor, how far they approue
of the contents of such a Bul, or con[…]ent to any such Authority. Many
haue formerly beene entrapped & greatly preiudiced, vpon such occasions;
and so may probably be heerafter vpon this: and if it should be denyed and
forsworne, which all men who may be examined will not easily do, if indeed
they approue such a thing; yet will not that denyal or oath be any way auail-
able where proofe may be made to the contrary. Besides that, if this Author-
ity should be conceiued to be heer on foote, the Protestant Bishops would
be much more actiue in persecution of Catholiks, as finding their particular
interest to be more immediatly touched by this, then by any other thing for-
bidden by the lawes of the Kingdome: and we palpably find by experience,
that vpon their knowledg [17] that there is a Catholike Bishop heere· who
calleth himselfe Ordinary of this Kingdome, the Pursuiuants are authorized
to be much more busy, & vpon pretence of searching for the Bishop, to
search many houses, & to take many Priests, after whome otherwise they had
not looked.
These few Considerations we haue chosen out of many which occur fa-
miliarly vnto vs, but which for breuities sake we haue omitted that so your
Excellency may be briefly informed of this affayre; beseeching you, to procure
our peace and safety, by keeping such an inconuenience still from vs, as it
would be, for vs to acknowledge the authority of an Ordinary in this time &
place, & vnder these Lawes; & that you will be pleased to consider the Letter
of the lay Catholiques, which was presented by way of answere to the former
Letter of the Lord Bishop of Chalcedon to them; which answere we vnder-
stand to haue beene deliuered to your Excellency since your conming hither,
and we auow that the said answere is the sense of vs, and in effect of [18]
Apéndice I 711

as many of the worthy and eminent men of our Communion as we know;


& that the three persons who first deliuered it for the sayd Lord Bishop, to
a chiefe person of his Body, are men very remarkable for piety, prudence,
constancy in the Catholique faith, Birth, Estate, and Reputation heere, with
all good men we meane, although they be but euen morally good of both
religions; and that they are no such kind of people, as very passionately and
iniuriously they haue beene traduced to be; and the same we are informed
hath been manifested to your Excellency since your arriuall, by persons of the
greatest ranck of our religion heere in England.
We leaue this point also vnto your Excellency to iudge off, whether those
Catholiks, if any such there be, who think it fit, to admit of the Authority of
an Ordinary in this Kingdome, as things now stand, may be compared with
vs, either for degree, quality, or number, who think the contrary. Nay we are
sure, that though some, when peraduenture they be asked, whether they wil
acknowledg the Bishop of Chalcedon for their Pastour, [19] or Ordinary, or
the like, will answere, they wil; either because they haue nothing to loose, or
because the state of the Question is not rightly propounded vnto then, or els
not explicated, what that power of Ordinary may conteyne in it self, or what
penaltyes may thereupon ensue: Yet among those who vnderstand the matter,
and are men iudicious, and withall of meanes, there will hardly be one found,
who will not thinke as we do.
*****
A COPY OF THE LAY Catholikes Letter, sent to my Lord Bishop of
Chalcedon, whereof mention is made in the former Declaration.
Right Reuerend Father in God.
VVEE haue seene a Letter of your Lordships of the 16. of October, [Anot-
ación marginal: Anno 1627. ] directed to the Lay Catholiques of this Nation:
so much therof as doth not imediatly concern our selues, we shal endeauour
to lay asi de; but for as much as there is other matter which importeth our
persons [20] and posterity, with all that which can be deare vnto vs in this
world, we shal most humbly declare, what sense we haue, and what iudgment
we are inforced to make thereof. Your Lordships letter consisteth of foure
points, whereof we conceiue the second principally to concerne vs, which
is of your Authority as Ordinary, deliuered by you vnto vs in these words:
As for the Authority, wherewith I demaunded it; that is as great, as any
Ordinary hath, or can haue to demand the same of Regulars, or Dio-
cesse. 2. And makes me a Iudge in prima instantia. 3. And therby makes
me as true & absolute an Ordinary in England as other Ordinaries are in
their Diocesse. 4. By my Briefe it is cleere that I am delegated by his Ho-
lines to an vniuersality of causes belonging to Ordinaries. 5. And haue been
styled by the Cardinals de propaganda side, Ordinarius Angliae & Scotiae.
712 Las Guerras de los Estados Bajos

These passages with the whole scope of the second part of your Lordships let-
ter, argue your Lordship to assume your Authority ouer the Lay Catholiques,
to be as great in England and Scotland, as any Ordinaries exercised [21] heere
in Catholique tymes, and now is exercised in Cath. Countreys. The extent of
this assumed Authority concerning the Laity, we shall humbly craue leaue to
lay open to your Lordship. First, an Ordinary hath power of questioning &
proouing of Wills. Secondly, of granting administrations. Thirdly, of deciding
of Controuersies of Tythes. Fourthly, of Contracts, Mariages, Diuorces, Ali-
mony, Bastardy. And fifthly of slaunders, with many others: in all which causes,
examinations are to be taken vpon oath, and sentences and censures will fol-
low. Now controuersies of this nature haue mixture with temporall Authority,
concerning our temporall Fortunes, and haue beene by our temporall Lawes
& Statutes so assisted, altered, and directed both in the tyme of our Cath. and
Protestant Princes, as hath seemed conuenient to the Church and state of these
Kingdomes from tyme to tyme. All which are so already setled, as innouation is
most dangerous, as being contrary both to diuers ancient and moderne lawes.
Now, since the erecting of a tribunal about the administring & course [22] of
iustice eyther distinct, and much more if it be contrary to our lawes, is an of-
fence of high Treason, & that all they who submit and conforme themselues
thereunto may be drawne within the conpasse therof, or of misprision of Trea-
son, or Premunire at least, if they haue any litle priuity or participation thereof.
Besides that, the execution of the Authority of this new Tribunall in so many
cases as will dayly arise, alloweth no possibility of secresy, and wil prouoke the
present gouernment to an exact search after it, and suppression thereof. It may
therefore easily appeare to your Lordship, how dangerous it is for the Layty to
submit, & conforme it selfe thereunto, and vnsafe euen to haue been so long
silent to your Lordship, by whome it hath beene so claymed, & published.
Moreouer, the inconueniences must be great which were to follow out of the
contrariety of such sentences, as would often happen between your Lordships
Courtes, and the Courtes of this Kingdome. These dangers are so knowne, &
by vs haue been so maturely considered, that they admit no further question
[23] thereof. And if they had been so vnderstood abroad (togeather with the
consideration of our long sufferings, and present estate of miseryes) we pre-
sume no such Authority would haue beene imposed vpon vs. Neyther can we
be perswaded, that there is a necessity of conforming our selues thereunto, as
to a matter of Fayth; or yet we can be obliged, to loose our estates and ruine
our posterities where the necessity of faith doth not oblige vs. We also most
humbly beseech your Lordship to beleeue, that this which we heer do represent
vnto you, is the sense of the Laity, and we desire that it may be made knowne
both heere & abroad, fron which we cannot recede for the reasons formerly
expressed. To the rest of your Lordships Letter, not so directly concerning the
general estate of the Lay Cath.s but rather the Regulars, we humbly beseech
Apéndice I 713

your Lord.P that we may not be called into more interest & preiudice therby,
then we were in the time of your Lordships Predecessour, and that these differ-
ences may be carried with such charity, sweetnes, candour, and without noyse,
as may [24] aduance that vnion, wherin your Lordships desires and ours are to
meete, for the greater good of our Countrey. And thus we must humbly take
our leaues of your Lordship.
Your Lordships most obseruant, The Lay Cath. of England.
*****
[25] A LIKE DECLARATION MADE BY the said Lay Catholikes of
England, to the most Excellent, and most Illustrious Lord, the L. Marques
de Fontany, Embassadour to his most Christian Maiesty, and other Ordinary
Embassadors of Catholike Princes in England.
CONCERNING The said Authority of Ordinary, pretended by the Right
Reuerend Lord Bishop of Chalcedon.
HAuing vnderstood these days past, by the testimony of sundry witnesses
of credit that a grieuous slaunder is layd vpon vs the lay Catholicks of Eng-
land, both at home and beyond sea, as if we did not respect, and reuerence
Episcopall Authority and Iurisdiction, as it behoueth good [26] Catholicks,
& this vpon no other ground, as we are well assured, then that we refused to
acknowledge the pretended authority, & iurisdiction of my Lord of Chalce-
don ouer vs; we thought it a part of our duety, both to God and our selues, to
declare, as well how deeply we resent the slaunder, as what is our iudgement
concerning the questions now in controuersy betweene vs and my Lord of
Chalcedon: which feeling, and iudgement of ours, we summarily represented
before, to the most Excellent Lord Marques de Fontany Ordinary Embassa-
dour, for the most Christian King, in this Court; and now very lately also we
opened the same more at large to the most Excellent Lord Don Carlos Coloma
extraordinary Embassadour for the Catholick King in the same Court, who
hauing before hastened his departure out of this kingdome, & being now
hourely to depart we were forced to dispatch this matter in his presence with-
out delay. And now we desire to aduertise the courteous reader, that we haue
thoght good to make the same Declaration fully and distinctly to the sayd
most Excellent [27] Lord Marques de Fontany Embassadour Ordinary for the
most Christian King, & to the other Embassadours and Agents of Catholique
Princes resident in this Court. Wherupon some of highest Ranke in the name
of many others, deliuered to the sayd Embassadours, and Agents, a Copy
both of the Letter aboue printed, in the which we answered my Lord of
Chalcedons Letter vnto vs, and of a certaine wryting also heere printed, which
about some two yeares past, many of prime Nobility had presented to the
most Excellent Lord de Chasteau-neuf, then Extraordinary Embassadour for
the most Christian King in this court, professing themselues Authors thereof.
714 Las Guerras de los Estados Bajos

To the end that by these meanes it may be made knowne, as well to the Em-
bassadours themselues, as by them to the whole world, how great a wrong,
we conceaue to haue bin done to our Christian reputation, by the spreading
of these false reports. And also what our opinion and iudgement now at this
present is, of the questions in controuersy between vs & my Lord Bishop of
Chalcedon, touching the pretended Authority and iurisdiction [28] chalenged
by his Lordship ouer vs; which that it might the more plainly appeare, we
iudged it not only expedient, but also necessary, to declare our minds, by this
way & course, that we haue taken.
[29] THE ATTESTATION.
I IOHN Mallery Gentleman, do witnes and testify, that I was present at
London, in the House of the most Excellent, & most Illustrious Lord, Don
Carlos Coloma, extraordinary Embassadour for the King of Spaine, the 3. day
of March 1631. stylo nouo; when as sundry Catholike Noblemen, and others of
quality, there present, did produce written in latin, the Declaration, Reasons, and
Letter heere aboue set downe. All which, being distinctly pronounced in pres-
ence of the forsayd Embassadour, and all and euery thing therein expressed (for
as much as belongeth to the Controuersy concerning the pretended Authority
of the Right Reuerend Lord Bishop of Chalcedon, ouer the Lay Catholikes of
England) the forsayd Gentlemen and Noblemen declaredfully and perfectly, to
conteyne the sense and meaning not only of themselues there present, but in
effect, of all others whome they knew; and namely of many Earles, Vicounts,
Barons, & other men of Quality whome they named vnto the sayd Embassa-
dour. And they declared themselues to notify vnto him the [26 sic] mynd and
sense of them all to be fully expressed in the sayd Declaration, Reasons & Letter,
and that they had receaued full power & Authority from them so to do. And
the Embassadour himselfe did then openly professe to haue vnderstood the
same things, from many of those Lay Catholikes, whome they had named; nor
did he doubt at all, of the truth of the whole matter; which he tooke vpon him,
as they requested, to make publicke.
Iohn Mallery.
THE aboue named Iohn Mallery, Gentleman of the English Nation, ap-
pearing personally before the Maior, Magistrates, and Griffiers of the Citty,
and Territory of Saint Winocks-Berge in the West-County of Flanders, did
vpon Oath, affirme the things aforesayd, and in testimony thereof in our
presence subscribed & signed the same. In Witnes whereof, we appointed
the Seale vsed in Causes of our forsayd Citty and Territory, to be set vnto this
present Writing, and to be subscribed by the Griffier our Notary. This 15.
day of March 1631.
Locus † Sigilli. Joannes Hardunius.
[27] THE ATTESTATION
Apéndice I 715

Of the most Excellent, and most Illustrious Lord, Don Carlos Coloma.
D. Carlos Coloma Knight of the Military Order of S. Iames, Commenda-
dor of Montyelo & Ossa, of the Counsell of State, and Warre to his Sacred
Catholike Maiesty, Captaine Generall of his Armyes in the Low Countreys
&c.
We do witnesse and testify, whilst, of late, we resided, as Embassadour Ex-
traordinary in the Court of the Renowned King of Great Brittaine, the forsaid
Declaration to haue byn exhibited vnto vs in our House at London, the 3. day
of March of this present yeare 1631. by many lay Catholikes of chiefe ranke
in their Countrey, and the same to haue byn approued and confirmed by
diuers English Noblemen, by word of mouth, as well in their owne, as in the
Name of others; in which respect we ratify the Attestation of M. Iohn Mallery
an English Gentleman, added vnto the end of the said Declaration, being in
like manner also authentically confirmed by the Magistrate of S. Winocks-
Berge: [28] & in witnesse of the truth of all and euery the premises, as they
were done, we haue heereunto put our hand, and seale.
Giuen at Bruxells the 2. day of April, in the yeare of our Lord 1631.
Don Carlos Coloma. Locus † Sigilli· By Command of my most Excellent
Lord. Fran. Schelen.
Printed at Bruxells, by the widdow of Hubert Antony, sworne Printer, at
the signe of the Golden Eagle, neere to the Pallace. M. DC. XXXI.
*****
[126] ADVERTISEMENT.
GOod Reader. This Treatise was written two yeares ago, when the forsayd
Iudgment of this Deuine, began to go vp & downe; but that other Bookes
conming then out, and ministring other occasion of Discourse, the Author
thought better to let it alone; as he would haue done wholy, but that now of
late the same Letter of the Catholiques, being a new published, with A Declara-
tion to the same effect, some of the other side, began to repeate their former
vngrounded Discourses. For rectifying whereof, and stating the Question
aright, the Author hath thought fit, now to publish the same.

FINIS.
Apéndice II
Apéndice II

Para el estudio de Vox Populi (1620), de Thomas Scott, entre las obras de
propaganda inglesa antiespañola de la época Estuardo, remitimos a nuestra
Introducción, donde se analiza en el contexto de otras obras del período y
otros trabajos del mismo autor al respecto. Es indicativa de los textos de pro-
paganda antiespañola de la época y sirve al lector para tener ejemplo comple-
to de una de ellas. En este caso la hemos elegido por su relevancia y por no
haberse nunca editado en su totalidad.
*****
VOX POPVLI. OR NEWES FROM SPAYNE
(translated according to the Spanish coppie)
HIs Catholique Majestie had given commandement that presently upon
the return of Seigneur Gondomar his Leiger Embassador from England,
(1618) a speciall meting of all the principal States of Spaine (who were of
his Counsel) togither with the Presidents of the Counsel of Castile, of Ar-
ragon, of Italy, of Portugall, of the Indies, of the Treasure, of Warre, and
especially of the holy Inquisition, should be held at Mouson in Arragon,
the Duke of Lerma being appointed President, Who should make declara-
tion of his Majesties pleasure, take account of the Embassadors service, and
consult touching the state and religion respectively, to giue satisfaction to his
holynes Nuntio, who was disired to make one in this assembly concerning
certaine overtures of peace and amitie with the English and other Catholike
proiects, which might ingender suspition and jealousie betwixt the Pope &
his Maiestie, if the mistery were not unfolded and the grond of those counsels
discovered aforehand.
This made all men expect the Embassadours returne with a kinde of
longing, that they might behold the yssue of this meeting, and see what
good for the Catholike cause the Embassadors imployment had effected
in England, answerable to the generall opinion conceived of his wisdome,
and what further proiect would be set on foot to become matter for publike
discourse.
720 Las Guerras de los Estados Bajos

At length he arrived and had present notice given him from his Majestie,
that before he came to Court he should give up his account to this assemblie.
Which command he gladly received as an earnest of his acceptable service,
and gave thanks that for his honour he might publish himself in so judicious
a presence.
He came first upon the day appointed to the Counsell chamber (exc. the
Secr.) not long after all the Counsell of state and the presidents met, there
wanted onely the Duke of Lerma & the Popes Nuntio who were the head
and feet of all the assemble. These twoo stayed long away for divers respects,
The Nuntio that he might expresse the greatnes of his master, & loose the
sea of Rome no respect by his oversight, but that the benches might be full to
observe him at his approach.
The Duke of Lerma to expresse the authoritie & dignitie of his owne
person, and to shew houw a servant put in place of his master, exacts more
service of his fellow servants then the master himselfe. These two stayed til
all the rest were weary of wayting, but at length the Nuntio (supposing all
the Counsel set) launched forth and came to roade in the Counsel cham-
ber, where (after mutuall discharge of duetie from the company and blessing
upon it from him) he sate downe in solemne silence, grieving at his oversight
when he saw the Duke of Lerma absent, with whom he strove as a competitor
for Pompe and Glorie.
The Duke had sent before, & understood of the Nuntios being there, and
stayed something the longer that his boldnes might be observed, wherein
he had his desire, for the Nuntio having a while patiently driven away the
time with severall complements to severall persons, had now almost run his
courtship out of breath, but that the Duke of Villa Hermosa (president of
the counsel of Arragon) fed his humor by the discharge of his owne discon-
tentment, upon occasion of the Duke of Lerma his absence, and beckned
Seigneur Gondomor to him, using this speech in the hearing of the Nuntio
after a sporting manner:
How unhappie are the people where you have been, first for their soules,
being heretiques; then for their estates, where the name of a favourite is so fa-
miliar? how happie is our state, where the keyes of life and death are so easely
come by, (poynting at the Nuntio) hanging at every religious girdle, and wher
the doore of justice and mercie stand equally open to all men without respect
of persons? the Embassador knew this Ironicall stroke, to be intented as a by
blow at the Nuntio, but fully at the Duke of Lerma (whose greatnes began
now to wax heavy, towards declension) and therfore he returned this answer:
your excellencie knoweth the state is happie where wise favorites governe
Kings if the Kings themselves be foolish, or where wise Kings are, who hav-
ing favorites whether foolish or of the wijser sort will not yet be governed by
them. The state of England, (howsoever you heare of it in Spayne or Roome)
Apéndice II 721

is too happie in the last kinde: They need not much care what the favorite be
(though for the most part he be such as prevents all suspition in that kinde,
being rather chosen as a scholler to be taught and trayned up, then as a tutor
to teach), of this they are sure, no Prince exceeds theirs in personall abilities;
so that nothing could be added to him in my wish, but this one, that he were
our vassayle and a Catholique.
With that the noyse without gave notice of the Duke of Lermas entrance,
at whose first approch the whole house arose, though some later then other,
as envie had hung plummets on them to keep them downe, the Nuntio onely
sate unmooved, the Duke cherished the observance of the rest with a familiar
kind of carriage too high for courtesie, as one not neglecting their demeanors
but expecting it, and after a filiall obeysance to the Pope his Nuntio, sate
down, as president vnder the cloath of state, but somewhat lower; then after
a space given for admiration, preparation, and attention, he began to speake
in this manner.
The King my master (holding it more honourable to doe then to dis-
course, to take from you the expectation of Oratorie used rather in schooles
and pulpits then in Councels) hath appointed me president in this holy, wise,
learned, and noble assembly; A man naturally of a slow speach, and not de-
sirous to quicken it by art or industrie, as holding action onely proper to a
spaniard as I am by birth, to a souldier as I am by professiion, to a King as I
am by representation; take this therefore briefly for declaration both of the
cause of this meeting and my master his further pleasure.
There hath bene in al times from the worlds foundation one chiefe com-
mander or Monarch upon the earth. This needs no further profe then a bak
loking into our own memories & histories of the world, neither now is there
any question (except with infidels & heritiques) of that one chief Commander
in spirituals in the unity of whose person the membres of the visible Church are
included, but there is some doubt of the chief commander in temporalls, who
(as the moon to the sun) might govern by night as this by day, & by the sword
of iustice compell to come in, or cutt off such as infringe the authoritie of the
keyes. This hath been so well understood long since, by the infallible chaire, as
that thereby upon declension of the Romane Emperours, and the increase of
Romes spirituall splendor (who thought it unnaturall that their sun should be
sublunary) our nation was by the Bishop of Rome selected before other peoples
to conquer and rule the nations with a rod of Iron, and our Kings to that end
adorned with the title of Catholike King, as a name above all names under the
sunne (which is) under Gods Vicar generall himself the Catholike Bishop of
soules. To instance this point by comparison, looke first upon the grand Sei-
gneur the great Turk who hath a large title but not universall. For besides that
he is an infidel, his command is confined within his owne territories, and he
styled not Emperour of the world but of the Turks and their vassals onely.
722 Las Guerras de los Estados Bajos

Among Christians the defender of the faith was a glorious stile, whilst
the King to whom it was given by his holynes, continued worthy of it. But
he stood not in the trueth, neither yet those that succeed him. And beside it
was no great thing to be called what every Christian ought to be, defender
of the faith, no more then to be stiled with France, the most Christian King,
wherein he hath the greatest part of his title common with most Christians.
The Emperour of Russia, Rome, Germany, extend not their limits further
then their stiles, which are locall, onely my master the most Catholike King is
for dominion of bodies, as the universall Bishop for dominion of soules ouer
all that part of the world which we call America (except where the English
intruders usurp) and the greatest part of Europe with some part of Asia and
Africa by actual possession, & over al the rest by real & indubitable right, yet
acknowledgeth this right to be derived from the free and fatherly donation
of his holynes, who as the sun to this moone lends luster by reflection to this
Kingdom, to this King, to this King of Kings my master, what therefore he
hath, howsoever gotten, he may keep and hold. What he can get from any
other King or Commander by any stratageme of war or pretence of peace he
may take, for it is theirs onely by usurpation except they hold of him from
whom all civill power is derived, as ecclesiasticall from his holynes. What the
ignorant call treason, if it be on this behalf is truth; and what they call truth,
if it be against him is treason: & thus all our peace, our warre, our treatises,
mariages and whatsoever intendement els of ours, aimes at this principall
end, to get the whole possession of the world, & to reduce all to unitie under
one temporall head, that our King may truely be what he is stiled, the cathol-
icke & universal King. As faith is therfore universal & the Church universall,
yet so as it is under one head the Pope, whose seate is & must necessarily
be at Rome where S. Peter sate: so must all men be subject to our and their
Catholique King, whose particular seat is here in Spayne, his universall euery
where; this point of State or rather of faith, we see the Romane Catholike
religion hath taught every where, and almost made naturall, so that by a key
of gold by intelligence, or by way of confession my master is able to unlock
the secrets of every Prince, and to withdraw their subjects allegiance, as if they
knewe themselves rather my master his subjects in truth, then theirs whom
their birthes have taught to miscall Soveraigns. We see this in France and in
England especially where at once they learne to obey the Church of Rome as
their mother, to acknowledge the catholique King as their father, and to hate
their owne King as an heretique and an usurper. So we see religion and the
state are coupled together, laugh and weep, flourish & fade, and participate
of eithers fortune, as growing upon one stock of policy; I speake this the more
boldly in this presence, because I speake here before none but native persons,
who are partakers both in themselves and issues of these triumphs aboue all
those of ancient Rome, & therefore such (as besides their oathes) it concernes
Apéndice II 723

to be secret. Neyther need we restrain this freedome of speach from the Nun-
tio his presence, because that besides that he is a Spaniard by birth, he is also
a Iesuite by profession, an order raised by the providence of Gods Vicar to ac-
complish this monarchy the better, all of them being appropriate thereunto,
and as publike agents and privie Counsellers to this end, Wherein the wis-
dome of this state is to be beheld with admiration, that as in temporal warre it
employes or at least trusts none but natives, in Castile, Portugall or Arragon;
so in spirituals it imployes none but the Iesuites, and so imployes them, that
they are generally reputed, how remote soever they be from us, how much
soever obliged to others, still to be ours, and still to be of the Spanish faction,
though they be Polonians, English, French, & residing in those countries &
Courts; the Penitents therfore and all with whom they deale and converse in
their spirituall traffique must needs be so too, and so our Catholique King
must needs have an invisible kingdome, & an unknowne number of subjects
in all dominions, who will shew themselves and their faiths by their works of
disobedience whensoever we shal have occasion to use that Iesuiticall vertue
of theirs. This therefore being the principal ends of all our counsels (accord-
ing to those holy directions of our late pious King Philip 2. to his sonne
now reviving) to advance the Catholike Romane religion, and the Catholike
spanish dominion together, we are met now by his Majesties command to
take account of you (Seigneur Gondomor) who haue been Embassadour for
England, to see what good you haue effected there towards the advancement
of this worke, & what further project shall be thought fit to be set on foot to
this end. And this is briefly the occasion of our meeting.
Then the Embass. (who attended bare headed all the time) with a low
obeisance began thus. This most laudable custome of our Kings in bringing
all officers to such an account where a review and notice is taken of good or
bad services upon the determination of their imployments, resembles those
Romane triumphs appointed for the soldiers; and as in them it provoked
to courage, so in us it stirres vp to diligence. Our master converseth by his
Agents with all the world, yet with none of more regard then the English,
where matter of such diversitie is often presented (through the severall hu-
mors of the State, and those of our religion and faction) that no instructions
can be sufficient for such negotiations, but much must be left in trust, to the
discretion, judgment and diligence of the incumbent, I speake not this for
my owne glory, I having been restrayned and therfore deserved […]the behalf
of others, that ther may be more scope alovved then to deal in as occasion
shall require. Briefly this rule delivered by his excellency was the card and
Compas by which I sayled to make profit of al humors, and by all meanes
to advance the state of the Romish faith, and the Spanish faction togither,
upon all advantage eyther of oathes, or the breach of them; for this is an
old observation but a true, that for our pietie to Rome, his holynes did not
724 Las Guerras de los Estados Bajos

onely give, but blesse us in the conquest of the new world, And thus in our
pious perseverance we hope stil to be conquerours of the old. And to this
end wheras his excellentie in his excellent discourse, seemes to extend our
outward forces & private aimes onely against heretiques and restraine them
in true amitie with these of the Romish religion: This I affirme, that since
there can be no security, but such princes though now Romish Catholiques,
may turne heretiques hereafter; my aimes haue ever been to make profit of
all, & to make my master, master of al, who is a faithful & constant sonne
of his mother Rome. And to this end I behold the endevours of our Kings of
happy memorie, hovv they haue achieved kingdomes and conquests by this
policy, rather then by open hostility, and that without difference, as wel from
their allies and kinsfolks, men of the same religion, and profession, such as
were those of Naples, France and Navar, though I doe not mention Poitugall
now united to us, nor Savoy (that hardly slipt from us) as of an adverse and
heretical faith. Neyther is this rule left of, as the present kingdome of France,
the State of Venice, the Low-countries, Bohemia, (now al labouring for life
under our plots) apparantly manifest. This way therfore I bent my engins in
England, as your honours shal particularly heare. Neyther shal I need to re-
peat a Catalogue of all the services I haue there done, because this state hath
been acquainted with many of them here to fore by the intercourse of letters
and messengers. Those onely I will speak of that are of later edition, done
since the returne of the Lord Rosse from hence, and may seeme most directly
to tend to those ends formerly propounded by his Excellentie; that is, the
advancement of the Spanish State and Romish Religion togither.
First it is well observed by the wisdome of our State, that, the King of
England, who otherwise is one of the most accomplisht Princes that ever
raign»d, extreamly hunts after peace, and so affects the true name of a Peace-
maker, as that for it he wil doe or suffer any thing. And withall they have
beheld the generall bountie & munificence of his minde, and the necessity of
the state so exhausted, as it is unable to supply his desires, who onely seeks to
haue that he might giue to others. Vpon those advantages they have given out
their directions and instructions both to me and others, and I haue observed
then so farre as I was able.
And for this purpose, wheras there was a marriage propounded betwixt
them and us, (howsoever I suppose our State too devout to deale with here-
tiques in this kinde in good earnest, yet) I made that a cover for much intel-
ligence, and a meanes to obtaine whatsoever I desired, whilest the State of
England longed after that mariage, hopeing thereby (though vainely) to settle
peace, and fill the Excheaquer.
Here the Arch Bishop of Toledo Inquisitor generall stept up and inter-
rupted Gondamor saying, that maryage was not to be thought vpon; first for
religions sake, lest they should indanger the soule of the younge Lady and the
Apéndice II 725

rest of her company, who might become herticks: secondly for the state, lest
by giving so large a portion to heretiques they should inrich and in able them
for warres, & impoverish and weaken the Catholiques.
To the first objection the Popes Nuntio answered, that his holynes for the
Catholique cause would dispense with the marriage, though it were with a
Turke or infidel. 1. That there was no valuable danger in hazarding one for
the gaining of many, perhaps of all. 2. That it was no hazard· since women
(espetially yong ones) are to obstinate to be removed from their opinions, and
abler to worke Solomon to their opinions, then Solomon to work them to his
faith. 3. That it was a great advantage to match wich such from whom they
might break at pleasure, having the catholique cause for a colour, and besides,
if need were to be at liberty in all respects since there was no faith to be kept
with heretiques. And if his Holynes may dispence with the murther of such,
& dispose of their crownes (as what good Catholique doubts but he may?)
much more may he, and wil he in their mariages to prevent the leprous seed
of heresie, and to settle Catholique blood in the chaire of State.
To the second objection the Ambassadour himselfe answered, saying, that
though the English generally loathed the matche, and would as he thought buy
it off with halfe of their estates, (hating the nation of Spain, and their religion,
as appeared by an uproare and assault a day or two before his departure from
London by the Apprentices, who seemed greedy of such an occasion to vent
their owne spleenes, in doing him or any of his a mischiefe) yet two sorts of
people unmeasurably desired the match might proceed. First the begging and
beggarly Courtyers, that they might haue to furnish their wants. Secondly the
Romish Catholiques, who hoped hereby at least for a moderation of fynes and
lawes, perhaps a tolleraaion, and perhaps a total restauration of their religion
in England. In which regard (quoth he) I haue knowne some zealous persons
protest, that if al their friendes and halfe their estates could procure then the
service of our Lady (if she came to be maried too their Prince) they would freely
use the meanes: faithfully to fight under her colours, when they might doe it
safely. And if it came to portion, they would underhand contribute largely of
their estates to the Spanish Collector, and make up halfe the portion out of
themselves, perhaps more. So that by this mariage it might be so wrought,
that the state should rather be robd and weakened (which is our ayme) then
strengthened, as the English vainely hope. Besides in a small tyme they should
worke so far into the body of the State, by buying Offices and the like, whether
by sea or land, of Iustice civil or ecclesiastical, in Church or State (all being for
money exposed to sale) that with the helpe of the Iesuites, they would under-
mine them with meere wit (without gunpowder) and leave the King but a fewe
subjects whose faithes hee might rely upon, whilst they were of a faith adverse
to his. For what catholique body that is sound at the hart, can abide a corrupt
and heretical head?
726 Las Guerras de los Estados Bajos

With that the Duke, Medina del rio Secco, president of the councel of
warr and one of the councel of State rose up and sayd his Predecessors had
felt the force and wit of the English in 88. And he had cause to doubt the
Catholiques themselves that were English and not fully Iesuited, upon any
forreigne invasion would rather take part with their owne King (though a
heretique) then with his Catholique Majestie a stranger.
The Ambassadour desired him to be of another minde since first for the
persons generally their bodies by long disuse of armes vvere disabled and their
mindes effeminated by peace and luxury, far from that they were in 88. when
they were dayly flesht in our blood and made hearty by customary conquests.
And for the affection of those whom they call Recusants (quoth hee) I know
the bitternes of their inveterate malice, & haue seen so farr into their natures
as I dare say they will be for Spaine against all the world. Yet (quoth hee) I
assure your Honours I could not imagine so basely of their King and State as
I haue heard them speake. Nay their rage hath so perverted their judgements
that what I my self haue seen and heard proceed from their King beyond
admiration, even to astonishment, they haue slighted, misreported, scorned,
and perverted to his disgrace and my reioycing, magnifying in the meane
time our defects, for graces.
Here the Duke Pastrana president of the Councell for Italy, steps up and
sayd, he had lately read a booke of one Camdens called his Annalles, where
writing of a treaty of mariage long since betwixt the English Elizabeth & the
french Duke of Andiou, he there observes that the mariage vvas not seriously
intended on eyther side, but politickly pretended by both States, counter-
changeably, that each might effect their owne ends.
There (quoth he) the Englisch had the better, and I haue some cause to
doubt, since they can dissemble as vvel as wee, that they haue their aymes
underhand, as we haue, and intend the match as little as we doe; And this
(quoth he) I beleeue the rather because their King as he is wise to consult
and consider, so he is a constant master of his word, and hath written and
given strong reasons against matches made vvith persons of contrary reli-
gions, which reasons no other man can answere, and therefore doubtlesse
he wil not go from or conncell his sonne to forsake those rules layd down so
deliberately.
Your Excellency mistakes (quoth the Ambassadour) the advantage was
then one the side of the Englisch, because the French sought the match:
now it must be on ours, because the English seeck it, who will grant any
thing rather then breake off, and besides haue no patience to temporize and
dissemble in this or any other disigne as the French haue long since wel ob-
serued: for their necessities will giue them neither time, nor rest, nor hope
els where to be supplyed. As for their King I cannot search into his hart, I
must beleeve others that presume to know his minde, heare his words, and
Apéndice II 727

read his writings, and these relate vvhat I haue delivered: But for the rest of
the people as the number of those that are truely religious are ever the least
and for the most part of least accompt, so is it there, where if an equall op-
position be made betwixt their truely religious and ours, the remainder which
wilbe the greatest number will stand indifferent and fall to the stronger side
where there is most hope of gaine and glorie, for those two are the gods of the
magnitude & the multitude, Novv these see apparantly no certain supplyes
of their wants but from us.
Yes (quoth the Duke) for even now you sayd the general state loathing this
match vvould redeme the feare there of with half of their estates. It is theae-
fore but calling a Parliament and the busines were soon effected.
A Parliament (quoth the Ambassadour) nay therein lies one of the prin-
cipal services I haue done in working such a dislike betwixt the King and the
lower house by the endeuor of that honourable Earle and admirable Engine
(a sure servant to us and the catholike cause while he lived) as the King will
never indure Parliament againe, but rather suffer absolute want then receive
conditionall relief from his subjects. Besides the matter was so cunningly
caried the last Parliament, that as in the powder plot the fact effected should
haue been imputed to the Puritans (the greatest zelots of the Calvinian sect)
so the proposition which damde up the procedings of this Parliament how-
soeuer they were invented by Romane Catholiques and by then intended to
disturbe that session, yet were propounded in favor of the Puritans, as if they
had been hammered in their forge.
Which very name and shadovv the King hates, it being a sufficien asper-
tion to disgrace any person, to say he is such, & a sufficient barre to stop
any suite & utterly to crosse it to say it smels of or inclines to that partie.
Mareover there are so many about him who blovv this cole fearing their owne
stakes, if a Parliament should inquire into their actions, that they use all their
ant and industrie to withstand such a councell; perswading the King he may
rule by his absolute prerogative without a Parliament, and thus furnish him-
self by warying with us, and by other domestick projects, without subsidies:
when, levying of subsidies and taskes have been the onely use princes haue
made of such assemblies. And wheras some free mindes amongst them resem-
bling our Nobilitie who preserve the priviledge of subjects against soveraign
invasion, call for the course of the common lavve, (a lawe proper to their na-
tion) these other tyme servers cry the lawes down and cry up the prerogative,
wherby they prey upon the subject by suites and exactions, milk the estate
and keep it poore, procure themselves much suspition amongst the better
& more judicious sort, & hate amongst th»oppressed commons, & yet if
there should be a Parliament such a course is taken as they shal never choose
their sheere Knights and Burgesses freely, who make the greater half of the
body thereof, for these being to be elected by most voices of Freeholders in
728 Las Guerras de los Estados Bajos

the countrey where such elections are to be made, are caried which vvay the
great persons vvho haue lands in those countries please, who by their letters
command their tenants, followers and friends to nominate such as adhere to
them, and for the most part are of our faction, and respect their owne benefit
or grace rather then their countries good, yea the countrey people themselves
will every one stand for the great man, their Lord or neighbour, or master,
vvithout regard of his honesty, wisdome, or religion. That which they ayme
at (as I am assured of by faithful intelligence) is to please their landlords & to
renue their lease, in which regard they will betray their Countrey and religion
too, & elect any man that may most profite their particular. Therefore it is
unlikely there should ever be a Parliament, & impossible the Kings debts
should be payd, his vvants sufficiently repaired, and himselfe left ful handed
by such a course, & indeed as it is generally thought) by any other course but
by a mariage with us. For which cause whatsoever proiect we list to attempt,
enters safely at that dore, vvhilst their policie lies a sleepe and will not see the
danger, I haue made triall of these particulars, and found few exceptions in
this generall rule.
There by I and their ovvne wants togither haue kept them from furnish-
ing their Navy, which being the wal of their Hand, & once the strongest in
Christendome lies now at roade unarmed & fit for ruine. If ever vve doubted
their strength by sea, now vve need not, there are but few ships or men able
to looke abroad or to live in a storme, much lesse in a sea fight. This I effected
by bearing them in hand the furnishing a Navy bred suspition in my master
& so would avert his mind from this match, the hope of vvhich rather then
they would loose, they would loose almost their hope of heaven.
Secondly all their voyages to the East Indies I permit rather vvith a colour-
able resistance then a serious. Because I see them not helpful but hurtfull to
the state in generall, carying out gould and silver bringing home spece, silks,
feathers, and the like toyes, and insensible wasting the common stock of
coyne and bullyon, whilst it fills the Custome house and some private purses
who thereby are inable to keep this discommodity on foot by bribes; especial-
ly so many great persons (even Statesmen) being venturers and sharers in the
gaine. Besides this wasteth their Mariners, not one of ten returning. Which I
am glad to heare, for they are the men vve stand in feare of.
3. As for their West indian voyages, I withstand them in earnst because
they begin to inhabit there and to fortifie themselves; and may in tyme there
perhaps raise an other England to withstand our new Spaine in America, as
this old England opposeth our present State, and cloudes the glorious extent
therof in Europe. Besides there they trade for commodities vvithout wast
of their treasure, & often returne gold for knives, glasies, or the like trifles,
and that without such losse of their Mariners as in other places. Therefore I
crost vvhatsoever intendements were projected for Virginea or the Bermudas;
Apéndice II 729

because I see they may be hereafter really helpe full unto them, as novv they
serve for draines to unloade their populous State, which else would overflow
its own bancks by continuance of peace, and turne head upon it self or make
a body fit for any rebellion.
And so farre I prevayled herein, as I caused most of the Recusants vvho
were sharers to withdraw their venters & discourage the vvork, so that be-
sides private persons unable to effect much, nothing was done by the publike
purse. And we know by experience such voyages and plantations are not ef-
fected without great meanes to sustaine great difficluties, and with an un-
wearied resolution and power, to meete al hazards and disasters with strong
helpes and continuall supplies, or else the undertaking proues idle.
4. Fourthly. By this meanes likevvise I kept the voluntary forces from
Venice, till it vvas almost too late to set out. And had a hope that work of
seacrecy should haue broken forth to action, before these could haue arrived
to succour them.
5. Fiftly, I put hard for the Cautionary tovvnes (which our late King Philip
of happy memory so aymed at, accounting them the keyes of the low Coun-
tries) that they might be delivered to his Catholike Majestie as the proper
owner. And had perhaps preuayled, but that the profest enemy to our State
and Church, vvho dyed shortly after, gave counsell to restore them to the
rebellious States; as one that knew Pouillar Common wealthes to be better
neighbours, surer friends, and lesse daungerous enemyes, than Monarchies;
and so by his practise rescued them from my handes, and furnished the Ex-
cheaquer from thence for that tyme. Neyther vvas I much greeved at this;
because the Dependancy they had before of the English seemed novv to be
cut off, and the interest the English had in them and their cause to be taken
avvay, vvhich must be sully and finally effected before we can hope eyther to
conquer them or England, who holding togither are too strong for the world
at sea, & therefore must be disunited, before they can be overcome. This
point of State is acknowledged by our most experienced Petioner and sure
friund Monsieur Barnevelt, vvhose succeeding plots to this end, shall beare
witnes for the depth of his judgement.
6. But the last service I did for the State, was not the least; when I un-
derwrought that admirable Engine Raleigh, and so was the cause his voyage
(threatning so much daunger and domage to us) was overthrowne, and him-
selfe returning in disgrace, I pursued almost to death, neither (I hope) need I
say almost, if all things hit right, and all strings hold. But the determination of
my commission, vvould not permit me longer to stay to follow him to execu-
tion, vvhich I desired the rather, that by concession I might haue wrung from
the inconsiderate English, an acknowledgement of my masters right in those
places, punishing him for attempting there, though they might prescribe for
the first foot, And this I did to stop theit mouthes hereafter, and because I
730 Las Guerras de los Estados Bajos

would quench the heate & valour of that nation, that none should dare hereaf-
ter to undertake the like, or be so hardy as to looke at our sea, or breathe upon
our Coastes. And lastly because I would bring to an ignominious death, that
old Pyrat, who is one of the last now living, bred under that deceased Eng-
lish Virago, and by her flesht in our blood and ruine. To doe this I had many
Agents, first divers Courtiers who were hungrie and gaped wide for Spanish
gould; secondly some that bare him at the heart for inveterate quarrels; Thirdly
some forreigners who having in vaine sought the Elixer hitherto, hope to finde
it in his head; Fourthly all men of the Romish faith who are of the Span-
ish faction, and would haue been my bloodhounds, to hunt him or any such
to death willingly, as persons hating the prosperitie of their Country, and the
valour, worth, and wit of their owne nation, in respect of us and our Catholike
cause; Lastly I left behinde mee such an instrument composed artificially of a
secular understanding and a religious profession as hee is every way adapted to
serue himself into the closet of the heart, and to worke upon feminine leuity,
who in that county haue masculine spirits to command and pursue their plots
unto death. This therefore I accompt as done, & rejoyce in it, knowing it vvill
be very profitable to us, gratefull to our faction there; and for the rest, what
though it be crosse to the people, or the Clergy? vve that onely negotiate for our
owne gaine, and treate about this mariage for our owne ends, can conclude or
breake off when we see our time, without respect of such as can neither profit
us, nor hurt us; for I haue certaine knowledge that the commons generally are
so effeminate and cowardly, as that they at their musters (which are seldome
and slight, onely for the benefit of their muster-master) of a thousand souldiers,
scarce one hundred dare discharge a musker, and of that hundred, scarce one
can use it like a souldier. And for their armes, they are so ill provided, that one
corselet serveth many men, when such as shew their armes upon one day in
one place, lend them to their frends in other places to shew when they haue
use. And this if it be spied, is only punished by a mulct in the purse, which is
the officers aime, who for his advantage winkes at the rest, and is glad to finde
and cherish by connivence profitable faults which increase his revenue. Thus
stands the state of that poore miserable country, which had never more people
and fewer men. So that if my master should resolve upon an invasion, the time
never fits as at this present, securitie of this mariage and the disuse of armes
having cast them into a dead sleepe, a strong and wakening faction being ever
amongst them ready to assist us, and they being unprovided of shippes and
armes, or hearts to fight, an universall discontentment filling all men. This I
haue from their muster-masters and Captaines, who are many of them of our
religion, or of none, and so ours, ready to be bought and sould, and desirous to
be my masters servants in fee.
Thus much for the state particularly, wherein I haue bent my selfe to
weaken them and strengthen us, & in all these haue advanced the Catholicke
Apéndice II 731

cause, but especially in procuring favours for all such as favour that side, and
crossing the other by all meanes. And this I practise my selfe & give out to
be generally practised by others, that whatsoever successe I finde, I still boast
of the victory, which I doe to dishearten the heretiques, to make them suspi-
tious one of an other, especially of their Prince and their best Statesmen, and
to keepe our owne in courage, who by this meanes increase, otherwise would
be in danger to decay.
Now for religion, and for such designes as fetch their pretence from
thence, I beheld the policie of that late Bishop of theirs (Bancroft) who stird
up and maintained a dangerous schisme, betweene our secular Priests and
Iesuites, by which he discovered much weaknes, to the dishonour of our
clergie, and prejudice of our cause. This taught me (as it did Barnevelt in the
Low countries) to worke secretly and insensibly betweene their Conformists
and Non-conformists, and to cast an eye as far as the Orcades; knowing that
busynes might be stirred up there, that might hinder proceedings in England,
as the French ever used Scotland to call home the forces of England, and so
to prevent their conquests. The effect you haue partly seene in the Earle of
Argile, who sometimes was Captaine for the King and Church against the
great Marquis Huntley, & now fights under our banner at Bruxels, leaving the
crosses of S. George & S. Andrewe for the staffe of S. Iames. Neither doe our
hopes end here, but we daily expect more revolters, at least such a disunion
as wil never admit solid reconcilement, but will send some to us, and some to
Amsterdam. For the King (a wise and vigilant Prince) labouring for a perfect
union betwixt both the kingdomes, which he sees cannot be effected, where
the least ceremony in religion is continued, divers sharp and bitter braules
from thence arising, whilst some striving for honour more then for truth,
prefer their owne way & wil, before the general peace of the Church & the
edification of soules) he I say seekes to worke both Churches to uniformitie,
and to this end made a journey into Scotland, but with no such successe as
he expected, for divers of ours attended the traine, who stirred up humors
and factions, and cast in scruples and doubts to hinder & crosse the proceed-
ings; yea those that seeme most adverse to us and adverse from our opinions,
by their disobedience and example helpe forward our plots, and these are
incouraged by a factious and heady multitude, by a faint & irresolute clergie,
(many false brethren being amongst their Bps.) & by the prodigal Nobilitie
who maintaine these stirs in the Church, that thereby they may safely keepe
their Church livings in their hands, which they haue most sacrilegiously sea-
sed upon in the time of the first deformation, & which they feare would be
recovered by the Clergy if they could be brought to brotherly peace & agre-
ment; for they haue seene the King very bountiful in this kind, hauing lately
increased their pensions & setled the Clergy a competent maintenance, &
besides out of his owne meanes vvhich in that kingdome is none of the great-
732 Las Guerras de los Estados Bajos

est, having brought in and restored whole Bishopriks to the Church, which
were before in laymens hands, a great part of the Nobilities estates consisting
of spirituall lands, vvhich makes them cherish the puritanicall faction, who
will be content to be trencher-fed with scraps and crummes and contribu-
tions and arbitrary benevolences from their Lords and Lairds and Ladies, and
their adherents and followers.
But (quoth the Inquisitor generall) how if this act of the Kings, wherein
hee is most earnest and constant, should so far thrive, as it should effect a
perfect union both in the Church & Common wealth? I tell you it would in
my conceite be a great blowe to us, if by a generall meeting a generall peace
should be concluded, and all their forces bent against Rome; and we see their
politick King aimes at this.
True (quoth Gondamore) but he takes his marke amisse, howsoever hee
understand the people and their inclination better then any man, and bet-
ter knowes how to temper their passions and affections; for (besides that
he is hindred there in Scotland underhand by some for the reasons before
recited, and by other great ones of ours who are in great place & authoritie
amongst them) hee is likewise deluded in this point even by his owne Cler-
gie at home in England, who pretend to be most forward in the cause. For
they considering if a generall uniformitie were wrought, what an inundation
would follow, whilst all or most of theirs (as they feare) would flock thither
for preferment (as men pressing towards the sunne for light and heare) and
so their owne should be unprovided; these therefore (I say) howsoever they
beare the King fairly in hand, are underhand against it, and stand stiffe for
all ceremonies to be obtruded with a kinde of absolute necessitie upon them,
when the other wil not be almost drawne to receive any. When if an abate-
ment were made, doubtlesse they might be drawne to meete in the middest;
but there is no hope of this with them, where neither party deales seriously,
but onely for the present, to satisfie the King: and so there is no feare on our
side that affections and opinions so divers, will ever be reconciled and made
one. Their Bishop of S. Andrevves stands almost alone in the cause, and puls
upon himself the labour, the losse and the envie of all, with little proficiencie,
whilst the adverse faction haue as sure friends and as good intelligence about
the King as he hath, and the same Post perhaps that brings a packet from the
King to him, brings another from their Abettors to them, acquainting them
with the whole proceedings and counsels, & preparing them aforehand for
opposition: this I know for truth, and this I reioyce in, as conducing much
to the Catholick good.
But (quoth the Nuntio) are there none of the hereticall preachers busie
about this match? Me thinkes their fingers should itch to be writing and their
tongues burn to be prating of this busynes, especially the puritanicall sort,
howsoever the most temperate and indifferent cary themselves.
Apéndice II 733

The truth is my Lord (quoth the Ambassadour) that privately what they
can, and publiquely what they dare, both in England & Scotland all for the
most part (excpt such as are of our faith) oppose this match to their utmost,
by prayers, counsels, speeches, wishes; but if any be found longer tongued
then his fellowes, we haue still meanes to charme their sawcinesse, to silence
them, and expell them the Court, to disgrace them and crosse their pre-
ferments, with the imputation pragmaticke Puritanisme. For instance I will
relate this particular; A Doctor of theirs and a Chaplaine in ordinary to the
King, gaue many reasons in a letter against this mariage, and propounded
a way how to supply the Kings wants otherwise, which I understanding, so
wrought underhand, that the Doctor was committed, and hardly escaped the
danger of his presumptuous admonition, though the state knew his intent
was honest, and his reasons good. Wherein wee on the other side, (both here
and with the Arch Duke) haue had bookes penned, and pictures printed, di-
rectly against their King and state, for which their Ambassadours haue sought
satisfaction of us in vaine, not being able to stay the print, or so much as
to touch the hem of the Authors garment. But wee haue an evasion, which
hereticks misse, our Clergie being freed from the temporall sword, and so not
included in our treaties and conditions of peace, but at libertie to give any
hereticall Prince the Mate when they list: whereas theirs are liable to accompt
and hazard, & are muzled for barking, when ours may both barke and bite
too. The Councell table, and the star-Chamber do so terrifie them, as they
dare not riot, but run at the stirrop in excellent command, and come in at
the least rebuke. They call their preaching in many places standing up, but
they crouch and dare not stand up nor quest, behaue themselves like Setters,
silent and creeping upon their bellies, licke the dust which our Priests shake
from their beautifull feete.
Now (quoth the Duke of Lerma) satisfie me about our owne Clergie how
they fare.. For there were here Petitions made to the King in the name of
the distressed, afflicted, persecuted and imprisoned Priests, that his Maiestie
would intercede for them, to free them from the intollerable burdens they
groned under, and to procure their liberties: and letters were directed from
us to that end, that you should negotiate this demand with all speed and
diligence.
Most excellent Prince (replyed Gondamore) I did your command with
a kinde of command my selfe; not thinking it fit to make it a suite in your
name or my Masters, I obtained them libertie to walke freely up and downe,
to face and outface their accusers, Iudges, Magistrates, Bishops, and to exer-
cise their functions almost as freely altogether as safely as at Rome.
Here the Nuntio objected, that he did not well to his judgement in pro-
curing their libertie, since they might doe more good in prison then abroad.
Because in prison they seemed to be under persecution, and so vvere pittied
734 Las Guerras de los Estados Bajos

of others; and pittie of the person, prepares the affection further. Besides, then
they were careful over their owne lives to give no offence: but abroade they
might be scandalous in their lives, as they use to be in Rome and Spaine, and
other Catholik countreys; and so the opinion of their holynesse which upholds
their credit and cause (against the maried Clergie) would soone decay.
But the Ambassador replyed, he considered those inconveniences, but
besides a superior command, he saw the profit of their libertie more then
of their restraint. For now they might freely conferre, and were ever practis-
ing, and would doubtlesse produce some worke of wonder. And besides by
reason of their authoritie and meanes to change places, did apply themselves
to many persons; wheras in prison they onely could deale with such as came
to be caught, or were their owne before. And this (quoth he) I adde as a se-
cret, that as before they were maintained by private contributions to devout
Catholiques even to excesse, so much more now shall they be able to gather
great summes, to weaken the State, and furnish them for some high attempt,
by the example of Cardinall VVoolsey barrelling up gold for Rome. And this
they may easily doe, since all Catholiques rob the hereticall Priests and with-
hold tythes from them by fraud or force, to give to these of their owne to
whom it is properly due: And if this be spied, it is an easie matter to lay all
upon the Hollander, and say, he carries the coyne out of the land (who are
forward enough indeed, in such practises) and so ours shall not onely be
excused, but a flawe made betwixt them to weaken their amities, & beget
suspition betwixt them of each others loue.
But amongst all these priests (quoth the Inquisitor generall) did you re-
member that old, reverend, father Baldwin, who had a finger in that admi-
rable attempt made on our behalfe against the Parliament house? such as he
deserving so highly, adventuring their lives so resolutely for the Catholique
cause, must not be neglected, but extraordinarily regarded, thereby to incour-
age others to the like holy undertakings.
Holy father (quoth Gondamor) my principall care was of him, whose life
and libertie when I had with much difficultie obtained of the King, I solemn-
ly went in person, attended with all my traine, and divers other well willers to
fetch him out of the Tower where he was in durance. Assoone as I came in his
sight I behaved my self after so lowly & humble a maner, that our adversar-
ies stood amazed to behold the reverence we giue to our ghostly fathers. And
this I did to confound them & their contemptuous Clergie, and to beget an
extraordinary opinion of holinesse in the person, & pietie in us, and also to
provoke the English Catholiques to the like devout obediencie, and thereby
at any time these Iesuites (whose authoritie was somewhat weakened since
the schisme betwixt them and the Seculars, and the succeeding powder-plot)
may vvorke them to our ends, as Masters their servants, Tutors their schol-
lers, fathers their children, Kings their subiects. And that they may doe this
Apéndice II 735

the more boldly and securely, I haue somewhat dasht the authoritie of their
high Comission; upon which whereas there are diverse Pursevants (men of
the worst kinde and condition, resembling our Flies & Familiars, attend-
ing upon the inquisition) whose office and imployment it is to disturbe the
Catholiques, search their houses for Priests, holy vestments, bookes, beades,
crucifixes, and the like religious appurtenances, I haue caused the execution
of their office to be slackned, that so an open way may be given to our spiri-
tuall instruments for the free exercise of their faculties. And yet when these
Pursevants had greatest authoritie, a small bribe in the Countrey would blinde
their eyes, or a little greater at Court or in the Excheaquer frustrate and crosse
all their actions, so that their malice went off like squibs, made a great crack
to fright children and new borne babes, but hurt no old men of Catholique
spirits. And this is the effect of all other their courses of proceeding in this
kinde, in all their iudiciall Courts, whither knowne catholiques (convicted
as they stile them) are often summond and cited, threatned and bound over,
but the danger is past assoon as the officer hath his fee payd to him, then
the execution goeth no further. Nay upon my conscience they are glad when
there are offenders in that kinde, because they are bountifull: and the officers
doe their best to favour them, that they may increase, and so their revenue
and gaine come in freely.
And if they should be sent to prison, even that place (for the most part) is
made as a Sanctuary to them: as the old Romanes were wont to shut up such
by way of restreint, as they meant to preserve from the peoples fury; so they
live safe in prison till we haue time to worke their libertie and assure their
lives. And in the meane time their place of restraint is as a study unto them,
where they haue opportunitie to confer together as in a Colledge, and to
arme themselves in unity against the single adversary abroad.
But (quoth the Inquisitor generall) how doe they for bookes, when they
haue occasion either to write or dispute?
My Lord, (replyes Gondamor) all the Libraries belonging to the Romane
Catholiques through the land are at their command, from whence they haue
all such collections as they can require gathered to their hand, aswell from
thence as from all the Libraries of both Vniversities, and even the bookes
themselves if that be requisite.
Besides I have made it a principall part of my imployment, to buy all the
manuscripts & other ancient and rare Authours out of the hands of the Here-
tiques, so that there is no great Scholler dies in the land, but my Agents are
dealing with his bookes. In so much as even their learned Isaack Causabons li-
brary was in election without question to be ours, had not their Vigilant King
(who foresees all dangers, and hath his eye busie in every place) prevented my
plot. For after the death of that great scholler, I sent to request a view & cata-
logue of his bookes with their price, intending not to be out-vyed by any man,
736 Las Guerras de los Estados Bajos

if mony would fetch them; because (besides the damage that side should haue
received by their losse, prosecuting the same story against Cardinall Baronius)
we might haue made good advantage of his notes, collections, castigations,
censures and criticismes for our owne party, and framed and put out others
under his name at our pleasure. But this was foreseene by their Prometheus,
who sent that Torturer of ours (the Bishop of VVinchester) to search and sort
the papers, and to seale vp the tudy: Giving a large and princely allowance for
them to the elicks of Causabon, togither with a bountifull pension & proision
for her and hers. But this plot fayling at that time, hath of ever done so. Nor
had the Vniversitie of Oxford so triumphed in their many manuscripts given
by that famous Knight S. Thomas Bodly, if eyther I had been then imployed,
or this course of mine then thought upon; for I would labour what I might
this way or any other way to disarme them, and eyther to translate their best
authours hither, or at least to leave none in the hands of any but Romane
Catholiques who are assuredly ours. And to this end an especiall eye would
be had upon the Library of one S. Robert Cotton (an ingrosser of Antiquities)
that whensoever it come to be broken up (eyther before his death or after)
the most choice and singular pieces might be gleaned and gathered up, by
a Catholique hand. Neyther let any man thinke, that descending thus low
to pettie particulars is unworthy an Ambassadour, or of small avayle for the
ends we ayme at, since we see every mountayne consists of severall sands; and
there is no more profitable conversing for Statesmen then amongst schol-
lers & their books, specially where the King for whom we watch is the King
of Schollers, and loves to live almost altogether in their element. Besides if
by any meanes we can continue differences in their Church, or make them
wider, or beget distaste betwixt their Clergy and common Lawyer, who are
men of greatest power in the land, the benefit will be ours, the consequence
great, opening a way for us to come in betvveene, for personall quarrels pro-
duce reall questions.
As he was further prosecuting this discourse, one of the Secretaries (who
wayted without the chamber) desired entrance; and being admitted, deliv-
ered letters vvhich he had nevvly received from a Post directed to the Presi-
dent and the rest of the Councell from his Catholike master, the contents
whereof vvere to this effect.
Right trusty & vvelbeloved Cousens and Counsellors, we greete you wel:
Wheras vve had a hope by our Agents in England and Germany, to effect
that great vvorke of the Westerne Empire; and likewise on the other side to
surprize Venice, and so incircling Europe at one instant, & infolding it in our
armes, make the easier roade upon the Turke in Asia, and at length reduce all
the vvorld to our catholique commaund. And whereas to these holy ends vve
had secret and sure plots and proiects on foot in all those places, and good
intelligence in all Courts;
Apéndice II 737

Know now that vve haue received late and sad newes of the apprehension
of our most trusty and able Pensioner Barnevelt, and of the discovery of other
our intendements; so that our hopes are for the present adjourned till some
other more convenient and auspicuous time. We therefore will you presently
upon sight hereof, to breake off our consultation, and repaire straight to our
presence, there to take further directions and proceed as the necessity of time
& cause should require.
With that his Excellencie and the whole house strook with amazement,
crost their foreheads, rose up in sad silence, and brake off this Treaty abruptly,
and vvithout tarriance tooke horse and posted to Courte. From vvhence ex-
pect newes the next fayre vvinde.
Epigraph:
In the meane tyme, Let not those be secure, vvhom it concernes to be rov-
vsed up, knowing that this aspiring Nebuchadnezzar wil not loose the glorie
of his greatnes, (who continueth still to magnifie himselfe in his great Babel,)
untill it be spoken, thy kingdome is departed from thee (Dan. 4).
Apéndice III
Apéndice III

Por mor de incluir en este volumen varias obras de Carlos Coloma hasta
ahora no editadas o de difícil acceso, recuperamos aquí la edición de la Rela-
ción del socorro de Brujas que apareciera en el volumen Varias relaciones de los
Estados de Flandes, 1631 a 1656 ([Madrid: Ginesta, 1880, 1-25]), precedida
de la muy buena «Advertencia» del marqués de la Fuensanta, dentro de la
Colección de Libros Españoles Raros o Curiosos 14. Allí se dice que procede
del ms. H-65 de la BNE, y, cotejada con el original, vemos que es fidedigna.
Sólo hemos modernizado la grafía, que en las Varias relaciones aparece arcai-
zante como en el original.
*****
Relación del socorro de Brujas
(Ejecutado y escrito por don Carlos Coloma, maese de campo general de
Flandes, en tiempo de la señora infanta doña Isabel. Año de 1631)1
Después de hecha la paz en Inglaterra, me mandó el rey venir a estos
Estados, en cuyo nombre me avisó la Serenísima Infanta como Su Majestad
me había hecho merced del cargo de capitán general de la caballería ligera,
llegué a Bruselas a los 14 de marzo, adonde el marqués de Leganés, que no
aguardaba otra cosa para volverse a España, se partió cuatro días despues de
mi llegada; y la noche antes de su partida, cogiéndome aparte él, el cardenal
de la Cueva, el marques de Aytona, me declararon como mi provisión en la
caballería ligera se había trocado por la de maestre de campo general destos
Estados2. Mas como no faltó quien me avisase de que se me destinaban com-

1
 BNE, ms. H-65; (Coloma 1880: 1-25).
2
 El cargo era de alto prestigio y los mismos dependían directamente del equivalente a general
en jefe, como sus consejeros. Usaban armas ordinarias e iban montados a caballo. «Utiliza-
ban borgoñona (celada que dejaba descubierta la cara, cubriendo la cabeza), adornada con
plumas blancas y rojas y media armadura o armadura completa. Tenían guardia personal, un
paje y ocho alabarderos. Por lo general, iban a caballo delante del tercio, aunque a la hora
de entrar en combate se incorporaban en primera línea, «hilera de capitanes», con una pica
742 Las Guerras de los Estados Bajos

pañeros en él, estuve firme en procurar no soltar el de la caballería hasta que,


declarándome que estaba proveída en el conde Juan de Nassao, aceté el cargo
que se me daba, con protestación que no le había de servir más que hasta ver
que se proveían otros sujetos con la misma autoridad que yo; pareciéndome
acción digna de un hombre de mis prendas el acetar un oficio menoscabado
de como le habían tenido mis antecesores, y así se lo declaré a Su Alteza, su-
plicándola se sirviese de representarlo al rey, como me prometió de hacerlo.
Partido el marqués de Leganés, se leyó en el Consejo una carta del rey en
que mandaba que de allí adelante, siempre que se ofreciera salir en campaña,
gobernase las armas el marqués de Aytona, provisión digna de sus grandes
partes, calidad y experiencia de negocios. Tardó pocos días en llegar aviso
cierto de que venía el marqués de Santa Cruz a gobernar estas armas, que se
hallaba ya en Lindo; entretanto comencé a ejercer mi oficio y procuré licencia
de su alteza para irme a hallar en los diques de Amberes y del país de Vas las
aguas vivas de la Semana Santa, toda la cual pasé con el marqués de Zelada
y maestre de campo Ballón, que los tenían a su cargo, y no sin cuidado, por
los continuados avisos que se tenían de las grandes fuerzas que el enemigo iba
juntando, de los extraordinarios aparatos que hacía y número de bajeles que
preparaba; cosas que, aunque en sí eran bien grandes, las iba por momentos
engrandeciendo la fama, como acostumbra. Volví, sábado santo, a Bruselas,
adonde entró, segundo día de Pascua, el marqués de Santa Cruz, con aviso
de que dejaba ya muy adelante los tercios de don Luis Ponce de León y de
don Andrea Cantelmo y conde Juan Baptista Paniguerola, que juntos podían
hacer 4000, entre españoles y italianos; alojóse esta gente en los casares que
llaman Dorados en el país de Güeldres, hasta que, apresurándose más los
avisos de que el enemigo salía en campaña, se les imbió órden de venirse
acercando, como lo hicieron; y para tener desde luego cuerpo de ejército, se
mandó salir a don Francisco Zapata con su tercio, y la mayor parte del de
Marcelo del Júdice y algunas compañías de valones con ocho picezuelas de
campaña; el cual, con toda esta gente y seis compañías de caballos, se alojó en
Walem, hacia mediado mayo.
Durante este tiempo, con los avisos que de todas partes venían llegando
de los aparatos marítimos del enemigo, se comenzó a temer de la costa de
Flandes; y para mirar por aquello fuimos los marqueses y yo a Dunquerque,
llevando con nosotros el tercio del marqués de Zelada, y al duque de Veragua
con las dos compañías de caballos de que es capitán y la de mos. de Tarter;

en la mano, junto a su compañía […], incluso tenían una camarada (sistema de grupos de
soldados […] para apoyarse y ayudarse). También lo podían hacer a caballo, […] siempre se
situaban en primera línea» (Guill 97-98). Tenían a su cargo la justicia ordinaria de oficiales
y soldados y a su servicio un tambor mayor, un sargento mayor, tres coroneles y doce capi-
tanes, un furriel mayor y dos oficiales de sanidad, médico y cirujano.
Apéndice III 743

visitamos todas aquellas villas y fuertes marítimos, dejándolos al mejor recau-


do que fue posible, y toda aquella gente a orden de don Luis de Benavides,
gobernador de Dunquerque; vueltos en Bruselas, se envió orden al conde de
Fontanas que, con toda la gente que pudiese juntar y alguna más que se le en-
vió, tomase el puesto que juzgase por más a propósito, con orden a defender
las villas de Brujas y Dama, y los fuertes que están sobre el canal y villas de
la Enclusa, el cual escogió el de Hasgat entre los dichos fuertes y Dama, en
donde se acuarteló con cosa de 2500 hombres y algunas piezas de artillería.
Habíase tomado antes de mi llegada de Inglaterra para Bruselas un expe-
diente para levantar golpe de valones nuevos, harto acertado, que fue hacer
que todos los gobernadores de plazas en Artois, Henao y Luzembourgh do-
blasen sus guarniciones a cargo de las provincias que ofrecieron pagarlas por
ocho meses, y de esta gente, que llegaba a 3500 hombres, se formaron dos
tercios; el uno de los cuales se dió al conde de Fresin y el otro a mos. de He-
nín, que había sido sargento mayor de Grobendonc; los demás, hasta el nú-
mero de 5000 y más, se levantaron en ocho compañías que se agregaron por
iguales partes a los tercios del conde de Grimborgue y Estasin, formados de
nuevo de compañías fuera de tercios, llamados comúnmente libres. Habíase
mandado pocos meses antes a don Felipe de Silva, gobernador del Palatinato
Inferior, que levantase allí un regimiento de alemanes altos, como lo hizo con
el cuidado y presteza que acostumbra poner en todo lo que mira al servicio
del rey, y, embarcándole el Rin abajo, en número de 3000 hombres, junto
con otros 1000 valones que entresacó de las plazas de su gobierno, que por
todos fueron 4000, alegró y aseguró al país de Güeldres y en parte a la villa
de Rinberque, adonde se creía que había de dar el enemigo; el cual, por este
tiempo, para mejor disimular sus intentos, no cesaba de ir inviando gente y
municiones de guerra al Rin arriba, a quien, siguiendo, hacia mediado mayo
el mismo príncipe de Orange vino a poner su campo entre Emrique y Vres;
el cual entre caballería e infantería llegaba a 40000 hombres; y olvidábaseme
de decir que ya por este tiempo los tres señores del Consejo de Estado, de
quien, aunque sin merecello, soy compañero, habían enviado a llamar con
un correo a toda presteza al marqués de Montesilvano, fray Lelio Brancacio,
destinado tambien para maestre de campo general, que se hallaba en Génova;
súpelo por una carta del rey, que se leyó en el Consejo, en que Su Majestad
lo declaraba, y añadía casi estas palabras: «Don Cárlos Coloma: quiero que
indispensablemente sea maestre de campo general de este ejército, y que ejer-
za este año el oficio, etc.» El mismo título se le dió al conde Enrique de Berg,
aunque obligándole a renunciar el cargo de la artillería, que se dió al barón
de Balanzón.
Iban creciendo por momentos los cuidados, por no llamarlos miedos, de
todos los gobernadores de las plazas de Rinberque a Gravelingas, sin olvidarse
alguno dellos de pedir dineros, gente y municiónes de guerra y boca, cosa que
744 Las Guerras de los Estados Bajos

no menos por las notorias sospechas que todos podían tener de ser acometi-
dos y por la imposibilidad que había de darles entera satisfacción, daba a su
alteza y a su Consejo el cuidado y desvelo que se deja considerar. Entretanto
ordenó su alteza que sin dilación alguna se hiciese venir la vuelta de Amberes
los tercios que acababan de llegar de Italia, y los de alemanes del conde Juan y
Vitanostra; que los de Alonso Ladrón y Mesieres estuviesen a segunda orden,
y que se diese prisa al barón de Moncle, que con las recrutas de borgoñones
se hallaba ya en el país de Luzemburque en número de más de tres mil hom-
bres, para que se arrimase a Amberes. También se dió prisa a los valones que
se estaban levantando en Artois y Henao, de los cuales el conde de Fresin se
sabía venir marchando con su tercio de 2000 hombres, gente escogida, a la
plaza de muestra que se le señaló en Malinas.
En tanto el príncipe de Orange, viendo que se alcanzaba la treta y que en
lugar de haber llamado todas nuestras fuerzas a Ultramusa, que era lo que
pretendía, sacábamos de allá las que teníamos de sobra, dejando en un cuartel
fortificado al conde Guillermo de Nasao con 8000 infantes y 1500 caballos,
se dejó caer en el Rin abajo con toda su armada de barcas, en número de
4800, a cuyo primer aviso nos resolvimos los marqueses y yo en salir a la de-
fensa el día de la Ascensión y acudir a lo más importante, que era Amberes,
temiendo que el enemigo no ejecutase los designios tan premeditados de
romper los diques y poner sitio a aquella no menos importante que noble
ciudad, adonde, habiendo llegado el día antes el conde de Fresin con su ter-
cio, se le ordenó que pasase a ocupar el dique de Calo, adonde había desalo-
jado tres días había don Francisco Zapata con cosa de 3000 hombres que
llevaba consigo para asegurar a Usden y al Saso. La misma noche que llega-
mos a Amberes llegó a sus contornos el conde Juan de Nasao con su regimien-
to, que por aquellos días lo había dado el emperador a su teniente coronel
Roveroy y veintiséis compañías de caballos, y el teniente general de la artille-
ría, Pascual de Arenas, con veinticuatro piezas de artillería y aviso de que el
día siguiente marcharía el maestre de campo Vingarde con lo restante del
trayn [sic] hasta número de cuarenta y ocho piezas, es a saber: veinte medios
cañones, diez y seis cuartos y las demás piezas de a cinco libras de bala. Vier-
nes, a 30 de mayo, al amanecer, se tuvo aviso de Breda cómo se descubrían
desde la torre de aquella villa innumerable cantidad de barcas y, por añadir,
que su vanguardia iba pasando ya de Dertriet. Saliendo del cuidado que podía
dar Breda, le comentamos a tener de lo de más abajo; y así, en amaneciendo,
les pareció a los marqueses que yo me fuese con don Francisco Zapata, por
evitar las competencias, caso que fuese necesario juntarse allí más número de
gente, y los maestres de campo Grobendonc y Rubecourt, parte de cuyos
tercios, con la demás gente que digo arriba y sin sus personas, habían estado
a su orden en Walem. Llegado el viernes a la tarde a Husden, hallé que por los
avisos que el gobernador de aquella plaza había tenido de que el enemigo no
Apéndice III 745

se encaminaba a entrar por el estrecho de Saftingen, que es el paso que forzo-


samente había de tomar para venir a sitialla, si no es que quisiese arrimársele
por Axeles y el país del Saso, se había ido a poner en Zelsate don Francisco;
estuve aquella noche en San Juan Estién con alguna guardia que se me invió
de la villa, y, en amaneciendo, me fui a Zelsate, que es un villaje media legua
del Saso, cuyo gobernador, Diego Sánchez de Castro, harto vigilante y dis-
pierto, que no se había descuidado en enviar a tomar lengua, me avisó de que
la armada enemiga se iba arrimando a Isendique con designio de hacer su
desembarcación en Watenuliet; pasamos don Francisco, y él y yo con 300
infantes de escolta, al fuerte de la Felipina, distante del Saso cerca de dos le-
guas, desde donde descubrimos toda la armada, y en cosa de media hora que
nos detuvimos allí trujeron los soldados del Saso y de aquel fuerte 24 prisio-
neros, todos los cuales asiguraban que el enemigo iba desembarcando a gran
furia, y que la voz común era que tentarían primero al Saso y, si aquello no les
salía, pasarían a Brujas. Con este aviso, por no hallarme con comodidad de
escribir, despaché al capitán Juan de Terrazas, ordenándole matase el caballo
o llegase en cuatro horas a Amberes y advirtiese a los marqueses de lo que
había visto y oído, y les pidiese de mi parte que sin dilación de una hora tan
sola se viniesen acercando con todo el ejército que se hallaba junto, presupo-
niendo que el remedio de cualquiera de las dos plazas que el enemigo em-
prendiese consistía en la brevedad y en llegar el socorro antes que tomase la
zapa en la mano. Lo mismo escrebí al de Santa Cruz aquel mismo día desde
el Saso, y a la noche desde Zelsate, con ocasión de prisioneros que se iban
trayendo, particularmente el domingo, con la relación que trujo el capitán
Cuevas, a quien envié a tomar lengua con 30 caballos, de que el enemigo
marchaba la vuelta de Eclo con todo su grueso y hasta cincuenta piezas de
artillería, y, como el camino que todavía hacía cargando sobre su mano iz-
quierda no diferenciaba por entónces a cuál de las dos partes quería acometer,
levanté una trinchera a lo largo del dique, tomando la ribera por frente desde
el fuerte de San Antonio hasta el Saso, repartiendo el trabajo entre las nacio-
nes española e italiana y valona, y en menos de un día lo pusieron en defensa.
El día siguiente por la mañana, que fue lunes, un cabo de escuadra del Saso,
que había salido con una partida de soldados, me trujo un conductor de la
artillería del enemigo, a quien hallaron en la fraldiquera la relación de todas
las piezas que llevaban, la más gruesa de las cuales no pasaba de diez y ocho
libras de bala, con que me comencé a desengañar de que el enemigo ponía su
esperanza antes en la presteza y, por ventura, en algunas inteligencias, que no
en derribar murallas, si bien afirmaba el dicho conductor que quedaban toda-
vía embarcados veinte medios cañones para poderlos llevar después en ocu-
pando y fortificando los puestos, si se les daba lugar para ello. Lunes en la
tarde tuve aviso, tambien por prisioneros, que en aquellos dos días se toma-
ron más de ciento, que la vanguardia del enemigo alojaba aquella noche en
746 Las Guerras de los Estados Bajos

Maldeguen, con que me desengañé del todo de que su intención no era sitiar
al Saso sino a Brujas, o pasar por el país a Dunquerque, y así se lo escribí al
marqués con don Baltasar de Guzmán, suplicándole marchase con la mayor
diligencia que fuese posible a pasar por Guante, que yo haría lo mismo en
confirmándose por la mañana los avisos que había tenido todo aquel día por
diferentes partes, como se confirmaron por relación de nuevos prisioneros.
Halló esta carta á los marqueses en Esteque, de donde marcharon en amane-
ciendo, y sus tropas y las mías nos venimos a juntar en Morbeque, donde re-
solvimos el pasar aquella noche a alojar una legua más allá de Guante, cuida-
dosos todavía de la artillería que traía el maestre de campo Vingarde, a quien
se ordenó pasase la Esquelda por Terramunda y viniese á las puertas de Guan-
te, adonde hallaría otra orden, como lo hizo, y a una hora antes de anochecer
nos hallamos todos juntos en Mariquerque, villaje una legua más allá de
Guante, aunque con la gente algo cansada por la jornada y excesivo calor de
aquel día; sin embargo, se marchó el siguiente cuatro grandes leguas, siempre
arrimados al canal que va de Guante a Brujas, y, dejándole sobre la mano
derecha y adelantándome yo con la caballería, ordené el alojamiento más
adelante del fuerte del Señor San Jorge, poniendo la gente en escuadrón a la
entrada de la gran bruyera y la caballería en Alteren; aquí pareció hacer alto
un día para recoger la gente y tomar lengua de lo que hacía el enemigo y de
lo que avisaba el conde de Fontana, el cual, dejando el puesto que tenía en
Aensgat, se resolvió en meterse con toda su gente en Brujas, dejando buena
guarnición en Dama y en los fuertes; rehusaron al principio los de Brujas el
recibir tanta gente, hasta que, viendo que el enemigo los comentaba a apretar
de veras y el peligro al ojo, se resolvieron en admitilla, aunque, según se dijo,
no faltaron votos en el magistrado que aconsejaron el adelantarse a tratar con
el príncipe de Orange para sacar mejores partidos; el cual, entretanto, sin
perder una hora de tiempo, con 4000 arcabuceros de rueda había pasado el
canal que va de Gante a Brujas, ocupado los fuertes de Marbruga y Estiem-
brugue, de donde con orden que tuvo para ello el conde de Fontana se había
retirado a la villa el capitan Guitz, que los tenía á su cargo, y fortificado dos
cabezas de ambas partes del canal, sobre que echó con gran facilidad cada
fortificación capaz de 2000 hombres, que al punto se comenzaron a barracar
con la presteza que suelen, y sin detenerse tomaron tres redutos el dique ade-
lante, desarmando la gente que en ellos se les iba rindiendo sin resistencia
alguna, por no ser los redutos cosa de consideracion. Miércoles por la maña-
na, despues de haber oído misa a buen hora, llamó el marqués a consejo todas
las cabezas del ejército, que eran las siguientes: el marqués de Aytona y yo,
que me doy este lugar por el que me toca como maestre de campo general;
fray Lelio Brancatio, marqués de Montesilvano, que había llegado al campo
el día ántes; el conde Juan de Nasao, general de la caballería; el conde de Sa-
lazar, subteniente general; el príncipe de Barbanzón; los maestres de campo
Apéndice III 747

españoles, don Francisco Zapata y don Luis Ponce de León; los de italianos,
marqués Sfondrato, a quien se dio el tercio que vacó por muerte de Pablo
Ballón; don Andrea Cantelmo y conde Panigarola; los de valones, conde de
Grinbergue y Estasin, y señor de Ribancourt; el maestre de campo Vinguar-
de, gobernador de la artillería, y tres tenientes de maestre de campo general,
Cristóbal de Medina, don Estéban Gamarra y Jusepe Rugero. Conformáron-
se todos los votos en que sin aguardar las tropas que se esperaban se socorrie-
se la plaza a cualquier precio que fuese, valiéndonos del ardor con que los
soldados deseaban venir a las manos con el enemigo y del poco tiempo que
había tenido para fortificarse. El camino más breve era siguiendo siempre el
canal, por el cual era fuerza topar al enemigo atrincherado y con su artillería
alojada; el segundo que se ofrecía era entrando por el país y rodeando a entrar
por la abadía de San Andrés, arrimándonos por la parte de Audemburg. No
le faltaban a este camino inconvenientes harto considerables, supuesto que
era fuerza dar el costado al enemigo y dejar en su libertad el podernos dar la
batalla con fuerzas tan superiores a las nuestras, que, llegando su infantería a
24000 hombres, pasaba poco de 8000 la nuestra, como se verá por la relación
que dieron de ello los sargentos mayores de los tercios, y se pondrá abajo, si
bien en caballería éramos entonces casi iguales, y en calidad de artillería supe-
riores; faltaban entretanto nuevas de Brujas y no se sabía si había admitida
guarnición competente. Y así, para asigurarse de esto como para reconocer las
fortificaciones del enemigo y ver su semblante, se envió al conde de Salazar
con seis tropas de caballos y 500 mosqueteros con el señor de Merode, sargen-
to mayor del conde de Fresín, poniéndose tras esto el ejército en orden de
marchar, al paso y en la forma que aconsejase el tiempo. Después de partido
el conde de Salazar, se supo por una carta del obispo de Brujas para el de
Guante que se hallaba en el ejército y sirvió mucho con su industria y con su
consejo y, últimamente, con una compañía de cien valones que levantó a su
costa y la pagó por todo el verano, que aquella vacó, había admitido 3000
hombres de guarnición. Nueva que alegró mucho a todo el ejército y comen-
zó a dar esperanza de buen suceso, porque, viendo el príncipe de Orange por
una parte que le faltaba el primer apoyo de su esperanza, que era el favor que
pensaba hallar en los burgueses por medio del poco gusto con que de ordina-
rio reciben guarnición que llegue a ser más fuerte que ellos, y por otra la reso-
lución con que nos les íbamos acercando, viéndose falto de bastimentos, par-
ticularmente de pan, que, aunque no hizo gran prevención de harina, hornos
y panaderos, no le salió menos errada la cuenta en esto que en todo lo demás,
por la poca práctica que los rebeldes tienen en esta forma de sustentar sus
ejércitos, después de haber tentado en vano que los de la villa oyesen un re-
caudo que les inviaba con un trompeta, a quien recibieron con dos cañona-
zos, sin aguardar respuesta de una carta que el duque de Bandoma escribió al
obispo de Brujas tan llena de ignorancia como de malicia (cuyo traslado pon-
748 Las Guerras de los Estados Bajos

dremos después, mandando quemar los fuertes y redutos que tenía


ocupados,desamparar los pueblos de ambas partes del canal y retirar los puen-
tes), trató de ponerse en cobro, y aquella misma noche se fue a alojar a Mal-
deguen y CaprichÍ, siguiendo los mismos pasos que había traído, tan lleno de
vergüenza y rabia como a su venida lo estuvo de mal fundadas y vanas espe-
ranzas. Mas, después que supo que por causa de haber hecho su retirada tan
repentina se había dejado al pie de mil hombres entre presos y muertos por
los villanos del país y soldados desbandados de la caballería, al primer aviso
que envió el conde de Salazar de que el enemigo se retiraba, me envió el mar-
qués recogerlo por vista de ojos, como lo hize, y pudiera aquella noche dormir
en Brujas si no hubiera llevado orden de volver y traer conmigo al conde y a
sus gentes, de parte de cuya infantería se volvieron a ocupar los fuertes y re-
dutos sobre el canal, así como el enemigo los iba desamparando, y es cierto
que, si no estuviera quemado el puente de Merbruge, se le pudiera haber he-
cho mucho daño al enemigo en su retaguardia. Tratóse aquella noche en el
consejo de seguille, cuya opinión procuró esforzar mucho el marqués de
Aytona, cosa que, entre otras infinitas razones, en ley de soldadesca, que en
aquella ocasión lo negaban, lo acabó de impedir el aviso que se tuvo de que,
habiendo salido el gobernador de la Enclusa con 1000 infantes y cantidad de
gastadores, había fortificado a Miobelbourg, castillo y villa neutrales, por
cuyo medio se nos podía impedir con facilidad el seguir por aquella parte al
campo enemigo. Y así se ordenó al conde Juan de Nasao que con 1500 caba-
llos y 3000 infantes con diez piezas de artillería se fuese la vuelta del Saso, y,
si le pareciesse que se le podía dificultar la embarcación, ocupase el puesto de
Asenede, para que, yendo allá con todo el ejército, que ya se iba acrecentando
por momentos, se le pudiese pedir estrecha cuenta de su temeridad. Entretan-
to, marchando el ejército otro día hasta un cuarto de legua de Brujas, consoló
toda aquella noble y católica ciudad, entrando en ella el marqués con toda su
corte, y dejando asentado que recibirían 3000 hombres de guarnición y tra-
tarían de fortificarse; el cual, después de haber hecho rehacer los puentes y
visitado a Dama, marchó con todo el ejército el segundo día de Pentecostés
hasta medio camino de Guante, y en dos jornadas hasta San Nicolás en el país
de Vas, adonde llegó el conde Juan con sus tropas. Después de haber llegado
muy cerca de las fortificaciones del enemigo sin que saliese un hombre tan
sólo a escaramuzar con él, fue grande la necesidad que el ejército rebelde pasó
en Walteruliet seis dÍas que allí se detuvo por falta de tiempo para volver a
Holanda, donde, aunque la carestía de pan llegó a precios excesivos, lo que
más se sintió fue el no tener agua dulce para dar de beber a los caballos, tal,
que fue forzoso hacerla traer de Holanda en barcas, no entonelada sino suelta,
cosa que, por llegar gastada y mezclada con la de la mar, causó una mortan-
dad tan grande en ellos que se creyó habían muerto más de 1500 caballos,
tanto de servicio como del bagaje. Con este y otros desaires y pérdidas, se hizo
Apéndice III 749

a la vela la armada del enemigo, y, entrando por el brazo de mar llamado


Rovuart, dio consigo en Gorcón, donde se volvió a desembarcar su gente y se
acuarteló entre Husden y Bolduque, poniendo su infantería en Drunen en
frente de Banderas, y su caballería en la Lenguestraet, fortificándose allí muy
bien unos y otros; y, no teniéndose por seguros, de tal manera mudó las cosas
un accidente sólo y sin llegar a las manos, que donde antes temíamos el ser
acometidos, no menos que desde Rinbaguen, Gravelingas, diez días despues
entraron ellos en el mismo cuidado y en orden a guardar todas sus fronteras
tomaron los cuarteles que digo para cubrir a Bolduque, Husden y Santa Ge-
trusdembergue y estar en igual distancia de Bergas y Grave, adonde, sin em-
bargo de esto, enviaron gruesas guarniciones, y para suplir la falta que les
podía hacer tanta gente como habían perdido mandaron venir a su campo la
mayor parte de la que habían dejado en el Rin a cargo del conde Guillermo
de Nasao. El marqués, al primer aviso de que los rebeldes habían vuelto a
Holanda y entrado en Brabante, pasó su ejército el río de Amberes por el
puente y le alojó entre esta ciudad y Liera en treinta villajes que hay en todo
aquel destricto, adonde se tomó muestra a primero de julio y se hallaron pa-
sado de 15000 infantes y 4000 infantes, digo, 4000 caballos, sin los tercios de
irlandeses del conde de Tiron, y de ingleses de don Eduardo Parham, que
llegaron después, y juntos los dos podían llegar a 3000.
Las calidades que ha tenido este socorro de Brujas son dignas de tanta
ponderación, que me obligan a discurrir un poco sobre ellas, y después de
haber dado infinitas gracias á Dios, que es el autor de todo bien, hacer un
parangón y paralelo dél a los demas socorros de plazas que se han hecho de
muchos años a esta parte, para que se vea con cuánta razón se puede estimar
en más y reconocella con mayores ventajas de la benigna y poderosa mano
del Dios de los ejércitos, que es el que da las vitorias y las quita conforme sus
ocultos juicios y divina voluntad; y por no cansar demasiado a quien leyere
este discurso, tomaré tres, los más conocidos de estas guerras, es a saber: el
de París; el de Roán, ejecutados por el duque de Parma; y el de Grol por el
marqués Espínola, para que se vea esto con evidencia.
El socorro de París se hizo con todas las fuerzas de un rey de España, jun-
tas la mitad de las de Francia, y con todo eso se tentó por vía de diversión,
sitiando primero a Laní y despues a Corbeil, por cuyos ríos Marna y Sena se le
abrió conduta a sus bastimentos, y el rey, que entonces llamaban de Navarra,
se halló con esto necesitado a levantar el sitio.
En el de Roán concurrieron, a más de las dos fuerzas arriba dichas, tam-
bién las de la Iglesia; sin embargo, no se resolvió el duque de Parma el ir a
acometer el enemigo hasta que supo que trataba de aligerarse de embarazos y
que los enviaba a Pontalarche, supuesto que antes se trataba también de di-
versión, y al fin se supo la retirada del de Biarne más de veinte horas después
que la hizo, y hallándose el campo católico a seis leguas de Roán.
750 Las Guerras de los Estados Bajos

El socorro de Grol, tan celebrado, lo hizo el marqués Espínola, a la ver-


dad, con resolución, pero con fuerzas casi iguales, y con gente que habiendo
estado poco antes muy cerca de amotinarse, como despues lo hizo la mayor
parte, era lance forzoso el emplealla, y al fin se retiró el enemigo sin pérdida,y
antes que llegase a su vista el campo del marqués. Parangónese también la
importancia de estos tres socorros juntos y lo que en ellos se aventuró con lo
que importó y se aventuró en el de Brujas, y sin duda se hallará mucho mayor
desproporción. París y Roán, ciudades tan agenas cuando estaban a nuestra
devoción como cuando dos años y aun menos después se pasaron voluntaria-
mente a la de su rey, que socorridas no se ganaban para nosotros ni perdidas
se perdían por nosotros. Grol, una plaza de mucha consideración comparada
con Brujas, y que, si no la hubiera ganado antes el que la socorrió, por ventura
no fuera tan a tiempo su socorro ni tan celebrado si otro le ejecutara, para que
pueda servir de ejemplo el no entenderse, cuando simplemente se dice el soco-
rro de Grol, por el que hizo algunos años antes el coronel Mondragón, estando
el conde de Fuentes con todo su ejército empeñado sobre Cambray, si no por
el que hizo el marqués de EspÍnola. Brujas, una de las mayores ciudades de
los Países Bajos, capaz de hacerla en pocos días inexpugnable, por cuyo medio
se nos quitaba la comodidad de socorrer a Dama y a los fuertes, tal, que de
necesidad habían de caer en veinte días en manos del enemigo; que, sitiado
Ostende por tierra, como con la oportunidad de Brujas, lo podía hacer tan
fácilmente como por su armada por la mar, Neoporte, Dunquerque, Mardi-
que y Gravelingas, sin forma de defenderse de un enemigo tan poderoso y tan
vecino, ayudado de las inteligencias y fuerzas de Francia, y, lo que es peor que
todo esto, las voluntades y discursos de las provincias encaminadas a noveda-
des y resueltas muchas dellas en comprar la paz antes a costa de la obediencia
y superioridad del rey que de sus haciendas, de sus vidas y de sus honras, tal,
para decirlo en una palabra, no hubiera apoderádose de Brujas el príncipe
de Orange cuando acudieron a porfía mucha parte de los cuerpos, estados y
colegios del país a sacar las más aventajadas condiciones que les fuese posible
para conservar sus haciendas y religión, capa con que a su parecer cubrieran
las faltas de lo demás, como en ocasiones y pérdidas menos apretadas han
faltado sujetos bien graves que lo aconsejasen y la criasen entre sí. Véase, pues,
si se deben dar infinitas gracias á Dios por este suceso y tenerlo en cuenta de
servicio muy particular a los que con tanto celo del servicio de Su Magestad
lo encaminaron y diligenciaron.
Apéndice IV
Apéndice IV

Para ayuda del lector en la identificación y conocimiento somero de las dife-


rentes provincias de los Países Bajos, escenario de la historia de Carlos Coloma,
copiamos aquí la excelente «Descripción de los Países Bajos y Edicto Perpetuo»
según Bernardino de Mendoza en sus Comentarios de lo sucedido en las guerras de
los Países Bajos, Libro I (Cortijo & Gómez Moreno eds., 170-179).

*****
[2v] DUCADO DE BRABANTE
El Ducado de Brabante está ceñido de la ribera de la Mosa hazia el Septen-
trión, la cual le divide en la provincia de Güeldres y en parte de Holanda; tiene
hazia el Mediodía la provincia de Hainault, Condado de Namur y Obispado
de Lieja; hazia el Oriente, la misma ribera de la Mosa, que assimismo le divide
del Ducado de Güeldres; y hazia Ocidente le sirve de límite la ribera del Escault
o Schelda, que la aparta de la Flandes y confina con el Principado de Alost. En
cuanto a su grandeza, se halla que tiene de largo, tomando desde Mediodía al
Septentrión, hasta Geetriemberge, cerca de veinte y dos leguas. Y de ancho,
desde Levante hazia Poniente, hasta Berghes, que es lo más ancho, veinte le-
guas. Su circuito es al pie de ochenta. El aire de Brabante es bueno y sano, y la
tierra muy fértil, que riegan muchas riberas, proveída de bosques y florestas, y
sobre todo poblado de hermosíssimas y famosas villas, y muy grandes señorías,
con veinte y seis villas cercadas; y las cuatro principales son Lovaine, Brusseles,
Anvers y Bolduque. Fuera de éstas, ay diez y ocho villas menores, y las otras sin
murallas, pero no dexan de gozar los privilegios de villas libres y francas. Las
aldeas, por no ser la tierra muy poblada, no passan de setecientas. Demás de
esto, este Ducado tiene el Marquessado del Santo Imperio, del cual depende
Anvers, el Ducado de Arschot, el Marquessado de Berghes, los [3r] Condados
de Hoochstrate y de Meghen, las Señorías de Breda y de Rauestain, y el Estado
de Mastricht, con diez y nueve baronías. De la chancillería de Brabante depen-
de assimismo el Ducado de Lembourg, el Estado de Valkembourg, el Condado
de Dalem y otras señorías de la otra parte de la Mosa.
754 Las Guerras de los Estados Bajos

SEÑORÍA DE MALINAS
La villa de Malinas está situada casi en el medio y coraçón del Ducado
de Brabante, y a una misma distancia tres grandes villas: Lovaine, Brusseles
y Anvers, en forma de triángulo, distante cada una cuatro leguas de ella. Ésta
es una señoría aparte, de manera que muchas mugeres, acercándoseles el día
del parto, salen de la villa y se van al territorio de Brabante para que sus hijos
puedan gozar de los grandes privilegios de aquel Ducado. En esta villa, ay muy
hermosas y grandes iglesias y casas, y todo género de oficiales, entre los cuales
ay grande número de tintoreros, que labran paños los más finos de la tierra, de
que antiguamente se hallavan tres mil y dozientas tiendas; y, ensoberveciéndose
estos oficiales, por la multitud de ellos, tomaron las armas contra la villa.
En ella reside el gran Consejo, instituido por Carlos, Duque de Borgoña,
el año de mil y cuatrocientos y setenta y tres, que seguía siempre la persona
del príncipe, a quien se apelava de todas las juridiciones de los Países Baxos.
Pero el Rey Philippe Primero, hijo del Emperador Maximiliano, le dio y se-
ñaló firme residencia en esta [3v] villa de Malinas el año de mil y quinientos
y tres. Está compuesto al presente de un presidente, deziséis consejeros, dos
gressiers y deziséis secretarios.
DUCADO DE GÜELDRES
La provincia de Güeldres se presenta al salir de Brabante, caminando la
buelta de Septentrión, la cual el tiempo passado fue habitada de los menapios
y sicambros, de que los historiadores romanos hazen mención. Tiene a la par-
te de Septentrión la provincia de Frisa; la Mosa, hazia Mediodía, la aparta de
Brabante, y hazia Oriente tiene la ribera del Rhin y Ducado de Cleves; hazia
el Ocidente, las provincias de Holanda y Utrecht le son vezinas. Este Ducado
de Güeldres es llano y baxo, con pocas cuestas, y lleno de bosques de mucho
provecho, teniendo el terreno muy bueno para todo género de agricultura,
principalmente para trigo. Demás de esto, tiene hermosíssimos prados, de
suerte que traen de muy lexos, y tanto como de Denemark, ganado y bestia-
me para engordarle en ellas. Esta provincia contiene assimismo el Condado
de Zutphen y otros, teniendo veintidós villas cercadas, siendo las principales
Nimeguen, Ruremonde, Zutphen y Arnhem, que hazen los cuatro cantones
de esta provincia; y están situadas sobre cuatro diversas riberas, y en ellas cua-
tro diferentes obispados. Ay otras muchas que, por varios sucessos, han sido
arrassadas las murallas, si bien gozan de los privile- [4r] gios de las otras villas
libres. Tiene assimismo más de trecientas aldeas con iglesias y torres.
OVERISSEL
El Estado y Señorío de Overissel se llama vulgarmente assí por estar situa-
do de la otra parte de la ribera de Issel, porque en flamenco significa over «de
Apéndice IV 755

la otra parte», a cuya causa los latinos le llaman Transisselana. Tiene hazia el
Septentrión la Frisa Ocidental, y al Mediodía la provincia de Güeldres; hazia
el Oriente, Westfalia, y hazia el Ocidente el golfo de Tuyderzee con la ribera
de Issel. Esta provincia está dividida en tres estados, es a saber, Island, Drenth
y Twendt; es llana y muy fértil, principalmente en trigo. Tiene ocho villas
cercadas, que son Deventer, Zwol, Campen, Vollenhove, y otras; y demás de
éstas, otras diez villas de grandes privilegios, y más de cien aldeas. Deventer es
la capital, villa de la señoría, situada sobre la ribera de Issel; y los naturales de
la tierra, como habitan entre Güeldres y Frisa, participan de las costumbres
de las dos naciones.

FRISA
La Frisa fue antiguamente reino, y se estendía desde la boca de la ribera del
Rhin el largo de la orilla del mar océano hasta la península de los [4v] cimbros,
donde es agora el Reino de Denemark. La que está sujeta a Su Magestad es
una parte de la antigua, llamada Ocidental por estar distinta de la otra parte,
que está hazia la ribera Visurge, y nombrada Oriental, en la cual Su Magestad
possee assimismo la villa de Linguen. Esta provincia tiene hazia el Septentrión
y Poniente el mar océano; hazia el Mediodía, le es vezino el País de Overissel,
y hazia Levante la ribera llamada en latín Amasis, y en lengua alemana Embs,
que la divide de la Westfalia. Assimismo tiene algunas isletas, y las principales
de ellas son Scellinek y Amelant, con algunas aldeas. No tiene más que dos
riberas, es a saber, Embs y la Ouwe, pero ay en diversas partes grandes canales
o acequias hechas artificiosamente y a fuerça de braços para la comodidad de
llevar las mercadurías de un lugar a otro, y para agotar las aguas de la tierra,
que en las más partes está llena de lagunas y pantanos. Es poco cultivada en la
labor de pan y otras simientes y granos, por lo cual tiene siempre buen precio,
si bien ay hermosos prados para el pasto del bestiame. No se coge ningún
vino, ni se halla leña, pero se proveen de vino de España, Alemania y Fran-
cia. La campaña produze en falta de leña una manera de tierra, que se llama
turba, muy buena para quemar, y que haze una brasa tan ardiente o más que
de leña. Esta provincia está dividida en cuatro Estados principales: el primero
es Groeningh; el segundo, el Condado de Oostergoe; el tercero, el Condado
de Westergoe; y el cuarto, el de Sieteflorestas. Ay en toda la Frisa assí de villas
muradas como las que están [5r] cercadas de diques y fossos, con los mismos
privilegios que las otras treze, y cuatrocientas y noventa aldeas.

HOLANDA
La antigua isla de Batavia tenía, fuera de Holanda, una parte de la pro-
vincia de Güeldres, Utrecht y Overissel. Tiene Holanda hazia el Septentrión
y Ocidente el mar océano; al Mediodía, la Mosa y Brabante; y en parte hazia
756 Las Guerras de los Estados Bajos

Levante, el golfo de Zuyderzee, y parte del país de Güeldres, de suerte que ella
viene a ser casi isla o península, y no del todo isla, como algunos piensan. Co-
rren por ella dos grandes riberas, que son el Rhin y la Mosa, partidas en mu-
chos braços y canales, assí naturales como hechos artificiosamente a mano, de
manera que no solamente por las villas, pero casi por todas las grandes aldeas
se va de un lugar a otro por agua. El territorio y campaña es tan baxo que casi
todos los canales están reparados de diques para que no entre el agua y cubra
el país, donde en diversas partes se vee estar el agua más alta que la tierra. En
esta provincia se coge poco trigo, pero lo traen en abundancia de otras, de
suerte que ella provee a muchas. Assimismo no se coge lino ni lana, si bien
se hazen telas y paños muy finos. La renta principal de este país consiste en
prados, dehesas para el pasto del ganado, y bestiame: bueyes, vacas y cavallos,
que son grandes y corpulentos, hermosos y buenos pa- [5v] ra la guerra.
Afirman que el queso y manteca de esta provincia (esto por cosa averiguada
y ciertas informaciones) viene a ser de no menos valor cada año que las espece-
rías que vienen a los Países Baxos, que estiman en un millón. También se saca
mucha renta de las grandes pesquerías y navegaciones, que es a lo que esta na-
ción se da. Ay, de ordinario, más de seiscientos navíos y hurcas, que ellos llaman
buyssen, para pescar, que son de ciento a dozientas toneladas cada una. Tiene
de circuito cerca de sesenta leguas, y el largo y ancho no se puede medir, por
ser de forma y disposición que, poniéndose un hombre en cualquiera parte de
la provincia, puede salir en tres horas fuera de ella; donde ay veintinueve villas
cercadas, y las seis principales son: Dordrecht, Haerlem, Delf, Leyden, Goude
y Amstelredam; y más de cuatrocientas aldeas, entre las cuales ay algunas que,
aunque no son ceñidas de murallas, no dexan de tener forma y calidad de villas,
con sus privilegios, principalmente La Haya. Holanda, demás de su territorio,
tiene debaxo de su dominio ocho o nueve islas pequeñas.

SEÑORÍA DE UTRECHT
La provincia de Utrecht, aunque está incorporada con la de Holanda, es
todavía una provincia y señoría aparte, en que ay, con la villa principal, que
es Utrecht, otras cuatro cerradas de murallas, y más de setenta aldeas. Este
Estado está cercado hazia el [6r] Septentrión, Mediodía y Ocidente casi ente-
ramente del Condado de Holanda; y hazia Levante, del Ducado de Güeldres,
y harto más cultivado que ellos. En la dicha villa de Utrecht, ay un Consejo
Real, de un presidente y nueve consejeros, donde se juzgan por apelación los
pleitos de los que habitan en toda la provincia.

ZEELANDA
Zeelanda es un nombre general que se da a muchas pequeñas islas que
tienen sus nombres particulares y hazen un Condado; porque esta palabra,
Apéndice IV 757

en flamenco, significa «País de mar». Están situadas en el mar océano hazia


Poniente; más delante de Holanda y enfrente de Brabante hazia el Mediodía.
Divídense de Flandes con el braço izquierdo del Schelde, llamado Hont; y
hazia Levante las divide de Brabante el braço derecho de la misma ribera.
Acontece muchas vezes que, por las tempestades y inundaciones de la mar,
algunas de ellas se mudan, aumentándose ahora y disminuyéndose después,
cubriéndose una vez ésta y descubriéndose la otra. Con todo esto, afirman
que siete de ellas quedan siempre en un ser, y más descubiertas que las otras
que están a la parte de la mar, reparadas y guardadas de montañas de arena
blanca, hechas naturalmente o, más cierto, con la fuerça e ímpetu de las olas
de la mar; las cuales montañetas vulgarmente se llaman «dunas».
A la parte de la tierra, están cercadas de reparos, que llaman «diques», altos
de doze codos, hechos [6v] a mano y de la tierra que hazen las ollas, por ser
la más fuerte. Estos diques están en algunas partes llenos de mucha madera y
piedra, y algunos guarnecidos con paja torcida, que ponen con hierro como
quien planta árboles, pudiendo en esta manera durar contra la fuerça de las
olas, porque de otra suerte vendrían con el tiempo a desmoronarse y comerse
los diques con el ímpetu del agua.
La campaña es muy fértil para todo género de simiente, y en particular
se coge el mejor y más hermoso trigo que se puede hallar; y, fuera de esto,
gran cantidad de culantro y garanças, que es una yerva que viene a servir de
tintura roxa, como el pastel y en tanta abundancia que se provee de ella bue-
na parte de la Europa. Assimismo ay hermosíssimos pastos para el bestiame,
y pesquerías para el mantenimiento del hombre. En toda esta provincia, se
cuentan ocho villas cercadas, que la primera es Middelburg. Fuera de estas,
ay otras de importancia, aunque no están cercadas de murallas, con ciento y
dos aldeas. La principal isla, llamada Schouwe, tiene al presente cerca de siete
leguas de circuito, en la cual está la villa de Zierickzee, la más antigua de este
Condado.
FLANDES
El Condado de Flandes se estiende hazia el Septentrión hasta el mar
océano, y llega hasta el braço de Schelde, que le divide de Zeelanda; hazia
[7r] el Mediodía, confina con las provincias de Artois, Hainault y Verman-
dois; y hazia Levante, parte con la ribera de Schelde y parte con Hendalt;
hazia Poniente, tiene el mar o estrecho de Inglaterra; la ribera de Ho y la
parte del Artois hazia Cales y Boloione. Esta provincia contiene de largo,
contando desde Escault, que es enfrente de Anvers, hasta el gran canal, que
llaman el «fosso nuevo», tres jornadas, que es poco más o menos de treinta
leguas; y de ancho, tomando desde Levante a Ninove y caminando la buelta
de Poniente hazia Gravelinas, cerca de dos jornadas, que serán como veinte
leguas.
758 Las Guerras de los Estados Bajos

El país es llano y fértil, principalmente hazia la mar y confines de Fran-


cia. Cría cantidad de ganado y bestiame, y buenos cavallos. Tiene muchas,
grandes y hermosas villas, que son veintiocho cercadas, como Gante, Bruges,
Ipre, Lille, Tornay, Douai y otras; y más de treinta que no están cercadas de
murallas, si bien lo han sido en otros tiempos, que no dexan de ser ricas y
harto pobladas; y otras, por su población, tienen los mismos privilegios que
las cercadas. Ay assimismo en esta provincia mil y ciento y cincuenta aldeas,
entre las cuales muchas de ellas son ricas y bien pobladas, y muchos castillos
y casas de gentiles hombres, cuarenta y ocho abadías, assí de religiosos como
de religiosas, con una infinidad de prioratos, colegios y monesterios, y los dos
principados de Gaure y de Espinoi; cuatro puertos de mar principales, es a
saber, la Esclusa, Nieuport, Duinkercke y Oostende; treinta y una cortes an-
tiguas de juridiciones, lla- [7v] madas «castellanías». La [de] Flandes se divide
en tres partes, siendo la principal la [de] Flandes nombrada Flamengante,
donde se habla flamenco; la segunda, la Galicante, donde se usa la lengua de
los gaulas o francessa; la tercera es la Imperial.

ARTOIS
El Condado de Artois tiene por límite hazia el Septentrión la ribera de Lis
y el fosso nuevo, que le dividen de la provincia de Flandes. Confina, hazia
Mediodía, con la Picardía, cerca de Dourlans; hazia Levante, con la Flandes
Galicante y País de Cambrai; al Poniente, hazia Monstreul, se junta assimis-
mo con la Picardía. El territorio es muy bueno, si bien no se coge vino, y esto
no tanto por el clima o esterilidad cuanto por la negligencia de los hombres;
pero lleva muy hermoso trigo, que provee a otros muchos países. Ay en esta
provincia doze villas cercadas, contando Renti, si bien fue antes castillo que
villa, con ochocientas y cincuenta y cuatro aldeas. También cuentan nue-
ve castellanías, con muchas abadías y monesterios. Las principales villas son
Arras, que es la cabeça, Sant Omer, Betune, Aire y Bapaume. Assimismo avía
en esta provincia la villa de Terrouane y Hedin el Viejo, que fueron arrassadas;
y la primera ha sido en tiempo passado la cabeça de los Moris a tres leguas de
San Omer y cinco de Ardres. Los habitantes de este país solían ser ricos y muy
aficionados al trato y comercio; pero, siendo después trabajados de guerras
que [8r] les reduzieron a pobreza, se dieron al exercicio de las armas, en el cual
han hecho gran prueva. Hablan ordinariamente la lengua francessa, aunque
çafia, salvo la nobleza y gente de calidad, que la habla bien.

HAINAULT
Esta provincia comprehende una gran parte de la región de los antiguos
nervios, de quien Julio César haze mención en sus Comentarios. Y confinan
sus fronteras con Brabante y Flandes hazia el Septentrión; al Mediodía, con
Apéndice IV 759

la Picardía y Campaña; hazia Levante, confina en parte con el Condado de


Namur y en parte con el obispado de Lieja; y hazia Poniente, con el Schelde
y la Flandes Galicante. Su terreno tiene de largo poco más o menos de veinte
leguas; y de ancho, deziséis. Es un país fértil, con diversas riberas y muchos es-
tanques y fuentes, abundante en bosques y florestas, como el de Movimont y
Sant Amand; y en prados y dehesas y árboles frutales y tierra de mucho trigo.
Demás de esto, tiene muchas minas de hierro, plomo y de muy hermosas pie-
dras para hazer diversas obras y edificios, juntamente de la suerte de carbón,
como piedra negra, que ellos llaman houille, que se haze muy bien fuego.
En esta provincia ay veinticuatro villas cercadas, es a saber, Mons, Valen-
cienes, Quenoi, Landrechies, Marieburg y Mabeuge, y otras, [8v] y más de
novecientas y cincuenta aldeas, con otros castillos y señorías. En este Conda-
do de Hainault, ay muchas dignidades, como un principado, ocho condados,
doze pares, veintidós baronías, veintiséis abadías, un mariscal, un senescal,
un chamborlán y otros cargos de oficiales del príncipe, que son perpetuos y
hereditarios.

LUXEMBOURG
El Ducado de Luxembourg toma el nombre de la villa principal de la pro-
vincia, y tiene sus límites situados en esta forma: confina hazia el Septentrión
con el País de Lieja y Namur; al Mediodía con la Loraine; hazia Levante, la
ribera de la Mosella le sirve de frontera, y confines del arçobispado de Treves;
y hazia Ocidente tiene la dicha ribera de la Mosella y la floresta de Ardeña.
Este país es muy lleno de montañas y florestas; y no obstante esto, la tierra
es fértil por tener viñas en algunas partes. Contiene en circuito poco más o
menos de sesenta leguas, en que ay veinte villas cercadas, como Luxembourg,
Arlon, Rodemach, Thionville, Virton, Montmedi, Neufchateau y Danvilers;
y, demás de éstas, algunas arrasadas las murallas, como Ibay, Chiny y La Ferté.
Tiene assimismo muchos y buenos castillos, antiguos y grandes, como villas
pequeñas, es a saber, San Juan, dos leguas de Luxembourg, y Mandrescheide,
a ocho leguas, [9r] que tienen entrambas título de condados, con mil y ciento
y sesenta y nueve aldeas; y entre ellas ay muchas buenas y grandes, como la
Roche y Sant Hubert, el cual, por ser situado a los confines de Lieja, donde
muchas vezes se solía mover cuestión con los de aquella provincia, se llama
«la Villa del Debate». En este Ducado, ay siete condados, muchos barones y
otras señorías en gran número.

NAMUR
El Condado de Namur está situado entre Brabante, Hainault y el País de
Lieja. Su territorio es pequeño y montañoso, pero hermoso y de grande pro-
vecho, con abundancia de minas de hierro, y cuevas de donde sacan lindíssi-
760 Las Guerras de los Estados Bajos

mo mármol negro y roxo y mezclado, y otras hermosas piedras, con cantidad


de salitre; y de poco tiempo acá se ha hallado la piedra negra, que llaman
carbón de houille, como en el País de Hainault. Atraviessan por este Condado
dos famosas riberas, la Mosa y la Sambre, con grande comodidad de los que
la habitan. Tiene muy hermosos bosques, y entre ellos el de Marlaigne, que es
tan nombrado, y cuatro villas cercadas, siendo la principal Namur, Bouvines,
Charlemont y Walcourt, y ciento y ochenta aldeas, con muchas y muy ricas
abadías. En la villa de Namur reside el consejo, del cual se apela [9v] a Mali-
nas. Los habitantes son muy aficionados a las armas y a su príncipe. Su lengua
materna es la francesa, algo corrompida. En esta provincia ay pocos oficiales,
pero mucha nobleza, y con ella diversas casas muy antiguas.
Índice
Índice1

LIBRO I, 1588
Dase cuenta del estado en que se hallaban las cosas de los Países Bajos al
principio deste año y de las fuerzas de ambos partidos. Junta el duque de
Parma un grueso ejército para la empresa de Inglaterra y apúntanse las
causas de aquella guerra. Entra la Armada católica en el Canal, derrótase
y por qué causa. Pónese el duque sobre Bergas Obzoom, refiérense los
sucesos de aquel sitio y de los de Bona y Watendonck. Comienzan a em-
peorarse las cosas de Frisa; refiérense los principios y causas de las guerras
civiles en Francia y las muertes del duque y cardenal de Guisa.
LIBRO II, 1589
Mudanza en la forma de proseguir la guerra; designios del duque de Parma
para ofender a los rebeldes. Empréndese el sitio de Rimbergue; amotínase
la guarnición de Santa Gertruden y entrégase al duque. Tienta Mos. de la
Mota, en vano, a Ostende. Saquea el enemigo a Tilimont y es roto. Sitia el
conde Carlos a Husden; vase el duque a Aspa; gánase el castillo de Heel.
Tienta de amotinarse el tercio viejo y su reformación. Rompe el Esquenck
un convoy. Emprende a Nimega y muere. Mete el enemigo socorro en
Rimbergue. Cuéntase la muerte de Enrique Tercero. Establecimiento de la
Liga y los primeros progresos de ambos partidos. Mos. de la Mota va con
un ejército a las fronteras de Artois.
LIBRO III, 1590
Toman los rebeldes a Breda por estratagema. Castiga el duque de Parma el
poco valor de aquel presidio. Toma el conde Carlos a Sevenbergue. Tienta
Mauricio en vano a Nimega. Amotínase el tercio de don Juan Manrique y
págase. Forma el duque otro tercio de españoles. Sucesos de Francia; sitio
de París y su socorro por el duque de Parma, el cual sitia y toma a Legní

1
 Repetimos aquí los argumentos de cada libro tal como aparecen en el encabezamiento de los
mismos en la edición de 1625.
764 Las Guerras de los Estados Bajos

y después a Corbell, ambas por asalto. Entra el duque en París; vuélvese a


los Países Bajos y en Pontarsí es acometido por el príncipe de Béarne, con
pérdida de reputacióny gente francesa. Progresos del coronel Verdugo en
Frisa, de donde sale mal contento el tercio de Manuel de Vega Cabeza de
Vaca.

LIBRO IV, 1591


Amotínase el tercio de Manuel de Vega y págase. Toma el príncipe de
Béarne a Chartres. Toma el duque de Humena a San Lamberto y a Cha-
teotirí por asalto. Va a París y encomienda su ejército al príncipe de Ásculi.
Gana el príncipe de Chateo du Mont a Moncornet y después a Verbí.
Llega a París el nuncio Landriano. Efetos de su llegada. Editos del rey y de
algunas villas contra el pontífice y nuncio. Gana el rey a Noyón por asalto.
Pónese sobre Ruán. Gana Mauricio a Zuften y a Déventer. Toma a Vuede
y restáurala Verdugo. Entra el duque de Parma en la isla de Bura y retírase
después a Aspa. Gana Mauricio a Hulst. Quémale Mondragón algunos
bajeles. Vuelve el duque a Bruselas. Apresúrase para ir a Francia. Dásele La
Fera para su refugio. Apodérase Mauricio de Nimega por estratagema.

LIBRO V, 1592
Vuelve a entrar segunda vez el duque de Parma en Francia. Hieren al
príncipe de Béarne. Saquean los católicos a Humala. Ganan a Neufchatel.
Hieren al duque de Parma, el cual gana a Caudebeck y envía a Roán al de
Humena. Cobra Henrique a Caudebeck. Vuelve el duque de Parma a Aspa
y queda monsieur de Rona gobernando aquel ejército. Gana a Eperne.
Apodérase el de Humena de Pontaudemer. Vuelve a cobrar el enemigo a
Eperne. Rinde el de Humena a Crepí. Gana Mauricio a Estenuich. Toma
Mondragón los castillos de Vesterló y Turnhaut. Gana Mauricio a Oet-
marsum y a Coevorden. Sale el de Parma tercera vez para Francia y hace
alto en Arrás. Llega el conde de Fuentes a Bruselas. Muere el de Parma y
queda el gobierno del País Bajo encomendado al conde de Mansfelt.

LIBRO VI, 1593


Sucesos de la Junta que se hizo en París para la elección de nuevo rey de
Francia. Varios discursos de los realistas. Diversos puntos alegados por
los de la Liga. Entra en Francia el conde Carlos de Mansfelt con ejército.
Nuevas sospechas del duque de Humena y motivos suyos. Gana el conde
Carlos a Noyón. Declárase por católico el príncipe de Béarne. Toma el
conde Carlos a Hembicourt y a San Valerí. Sucesos del motín de San Pol y
de el [sic] del ejército del conde Carlos. Apodéranse de Pont los alterados.
Toma el de Béarne a Roy. Estado de las cosas de los País [sic] Bajos y pro-
gresos del coronel Verdugo en Frisa.
Índice (original) 765

LIBRO VII, 1594


 lega el archiduque Ernesto a Bruselas por gobernador de los Países Bajos.
L
Estado de la Liga en Francia. Pásase Mons. de Vitrí al bando del de Béarne
entregándole a Miaux. Hace lo mismo el almirante Vilars y entrégale a
Pontaudemer. Declárase por él Mons. de Balañí [sic], tirano de Cambray,
y cuéntase cómo tiranizó aquel estado. Reciben en París a Enrique. Des-
hácese la Junta y salen de París los della con la guarnición. Gana el conde
Carlos a la Capela. Sitia el de Béarne a Lan y gánala. Pretende el conde
Carlos socorrerla y no tiene efeto. Declárase Amiéns por el de Béarne.
Páganse los motines de Pont y San Pol. Sucesos del motín de Siquem.
Reconcíliase el duque de Guisa con Enrique, después de haber muerto al
marichal de San Pol, entregándole a Rens. Motín de la Capela y estado de
los Países Bajos.
LIBRO VIII, 1595
Edicto del príncipe de Béarne, en que declara la guerra contra España.
Edicto del archiduque Ernesto en respuesta del de Francia. Apodérase
de Huy el holandés y saquéala. Gánala el ejército católico. Muerte del
archiduque Ernesto. Queda goberna[n]do los Países Bajos el conde de
Fuentes. Entra en Francia el marqués de Barambón con el ejército. Toma
a Ausí Chateo, a Ancra y retírase al país de Artois. Encárgase del ejército
Mos. de RoNa y toma los castillos de Beaurevoir y Bohaín, y pónese a los
contornos de Cambray. Nuevo ejército encomendado a Verdugo y sus
progresos en Luxemburg. Sucesos de Han. Gana el conde a Chatelet, a
Clerí y a Dorlán por asalto. Cuéntase una batalla que allí tuvo. Discurso
del sitio y toma de Cambray. Progresos de Mondragón en Frisa. Pérdida
y restauración de Liera.
LIBRO IX, 1596
Venida del archiduque Alberto al gobierno de los Países Bajos. Suceso del
sitio y toma de Calés por el archiduque. Gana Mos. de Rona los castillos
de Guines y Hames. Y su alteza a Ardrés. Sitia y toma el rey de Francia la
Fera. Tómase el castillo de Caumont. Pónese el archiduque sobre Hulst;
refiérense los sucesos de aquel sitio y toma de la villa y fuertes vecinos
suyos. Páganse los amotinados de Tilimont y la Capela. Suceso entre el
marqués de Barambón y el marichal de Birón. Otros dos entre la caba-
llería católica y rebelde. Provisión de los castillos de Amberes y Cambray.
Reformación del tercio de don Agustín Mesía y provisión de otros dos.
LIBRO X, 1597
Rompe el enemigo al conde de Varas en Tornaut. Pártese el almirante de
Aragón para Alemaña y Polonia con embajada del archiduque. Dase en
766 Las Guerras de los Estados Bajos

España un decreto contra los hombres de negocios. Descríbese Amiéns y


cuéntase su entrepresa y después su sitio y socorro, hasta su pérdida, todo
con particularidad. Toma el almirante a Monthulín. Da una vista el rey de
Francia a la ciudad de Arrás; retírase a París. Va el archiduque a reconocer
a Ostende a instancia de los de Flandes y, diferida aquella empresa, se
retira a Bruselas, dejando alojado su ejército.
LIBRO XI, 1598
Conclúyese el casamiento del archiduque con la serenísima infanta doña
Isabel. Condiciones con que se les entregan los Estados. Progresos de los
rebeldes durante el socorro de Amiéns. Conclúyense las paces de Verví y
con qué condiciones. Varios motines de la gente de guerra. Vase a casar el
archiduque y queda gobernando el cardenal Andrea de Austria. Encárgase
el almirante de Aragón del ejército. Cuéntase sus progresos hasta que se
aloja en las tierras neutrales de allá del Rin.
LIBRO XII, 1599
Admiten los de Wesel falsamente el ejército católico. Diligencias del car-
denal Andrea para encaminar las cosas de la guerra. Páganse el motín de
Amberes y otros. Llegan a Holanda muchas tropas francesas. Forman los
alemanes un gran ejército. Va el cardenal al suyo y discúrrese de la forma
en que se ha de hacer la guerra. Arrímase el almirante al fuerte del Esquen-
que. Tiéntase el paso de Vall; empréndese a Bomel y edifícase el fuerte de
Sant Andrés. Sitian los alemanes a Rees. Vase el cardenal a Bruselas y de
allí a su casa. Entran los archiduques en Bruselas, adonde son jurados por
señores de los Países Bajos.

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