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Las Guerras de los Estados Bajos Don Carlos Coloma de Saa Don Carlos Coloma de Saa
Estudio y edición de
Antonio Cortijo Ocaña
MINISTERIO DE DEFENSA
CATÁLOGO GENERAL DE PUBLICACIONES OFICIALES
http://www.060.es
Edita:
NIPO: 076-10-031-1
ISBN: 978-84-9781-521-2
Depósito Legal: M-37990-2010
Diseño de la colección: América Sánchez
Imprime: Imprenta del Ministerio de Defensa
Tirada: 900 ejemplares
Fecha de edición: xxxxxx 2010
Las opiniones emitidas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor.
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Para Julie y Antoñito
Índice
Índice
000 Introducción
000 Bibliografía
Porque los franceses engrandecen con grandes exageraciones sus victorias y del todo disimulan
las nuestras […]. Los flamencos acriminan nuestras culpas, atribuyéndonos las de los siniestros
sucesos, sin disimular nuestras victorias, con tal que entre en ellas a la parte la nación valona,
digna deste premio por su conocido esfuerzo. Los italianos siguen otro camino y cuentan nues-
tras cosas con la tibieza de agenas, dilatándose en las suyas con tanto cuidado, que a quien las
leyere sin él causará alguna duda el determinar la precedencia de ambas naciones en el valor y
diciplina militar. (Coloma, Las guerras de los Estados Bajos, Prólogo)
Y veo de qué suerte nos agravia Pues en el siglo desta edad segundo,
la extraña pluma, la parcial malicia, ¿quién no creerá que el Franchi Conestaggio
la historia cautelosa cuanto sabia; dijo verdad? Luego en verdad me fundo.
y tan atropellada la justicia ¡Oh España, siempre a todos verdadera!
por los historiadores extranjeros, ¡Oh, siempre a todos justa envidia, España!
por pasión, por envidia y por codicia; […] Mas no es del Franchi la maldad primera,
Mas ¿a quién no dará mortal disgusto pues quien por interés escribe y miente,
un extranjero historiador hablando y del anabaptista y luterano
de Felipe segundo, siempre augusto, político defiende lo que siente,
que las guerras de Flandes dilatando, ¿por qué se llama historiador cristiano,
elocuente y retórico mintiendo, y quiere desdorar (que no es posible)
con artificio vil le está culpando; las grandezas de un rey tan soberano?
y un fiero calvinista engrandeciendo,
que le pagó muy bien lo que escribía, (Lope de Vega, La Circe, Epístola al obispo de
está calificando y prefiriendo? Oviedo, Fr. Plácido de Tosantos)
Introducción
Introducción
Aunque existen varias biografías para el estudio de la vida de Coloma (amén de su obra escri-
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ta, que nos permite rastrear la misma) (Coutinho, Llorente Lannas, Morel-Fatio, Gil y Gaya
y Olga Turner), nos basamos para las notas breves que siguen en la que realiza en más de 300
páginas Guill, que es, sin duda, la mejor hasta la fecha. Una nota se impone asimismo sobre
los nombres propios y topónimos. El texto de Coloma abunda en los mismos, franceses, ita-
lianos, neerlandeses, etc. Y en muchas ocasiones no aparecen transcritos de una, sino de varias
maneras (vid. Cambray, Cambrai). En las páginas que siguen, en especial en este capítulo,
hemos procurado mantener los topónimos como aparecen en Coloma, dando a menudo el
equivalente francés o italiano o neerlandés moderno. Como éstos, igualmente, se someten
a reglas ortográficas diferentes en sus respectivos idiomas y hemos acentuado los topónimos
«españolizados» usados por Coloma, hemos preferido ofrecer los términos modernos (en
francés, neerlandés, etc.) también con acentuación española (diciendo Balaigný, por ejemplo,
donde no se requiere acento en francés).
20 Las Guerras de los Estados Bajos
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agistrado de Aragón entre cuyas atribuciones figuran la visita de inspección a la cárcel,
M
informándose de la causa de cada reo y su estado, elegir un abogado de oficio para los pobres,
tomar juramento para este abogado y seguir sus progresos, perseguir a los maleantes, castigar
a los tahures, actuar en las quejas contra oficiales, ejecutar las órdenes de pago, nombrar
tutores y curadores, etc.
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La mayor parte de sus obras aparecen publicadas en el Cancionero general de obras nuevas
nunca hasta ahora impresas así por el arte española como por la toscana y esta primera es el Triunfo
de la muerte traducido por don Juan de Coloma (Zaragoza: Esteban de Nágera, 1554). También
escribió una Década de la Pasión, en tercetos, y un Cántico a la Resurrección, en octavas, dedi-
cado a la emperatriz, obras reunidas en un solo tomo con el título de Década de la Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo, con otra obra intitulada Cántico de su gloriosa resurrección (Cagliari: V.
Sambenito, 1576; Madrid, Q. Gerardo, 1586), composiciones muy elogiadas por Cervantes
en el Canto de Calíope, 1.6 de La Galatea, por Luis Zapata (Carlo famoso, canto 38) y por J.
Sannazaro.
Introducción 21
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Como virrey forma parte de la élite virreinal de Aragón, principado de Cataluña, reinos de
Valencia, Mallorca, Navarra, Portugal, Cerdeña, Nápoles, Sicilia, Nueva España y Perú. Mi-
lán y los Países Bajos tenían gobernadores. Tenían funciones gubernamentales y de capitán
general, estaban aconsejados por la Audiencia de cada lugar y estaban sometidos a estrecha
vigilancia por parte de la corte.
28 Las Guerras de los Estados Bajos
Sus deberes incluyen defender la fortaleza y encargarse de la justicia civil y criminal entre la
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guarnición de la misma. Las relaciones con los magistrados de la ciudad podían ser fluidas
o tensas en ocasiones.
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en ascenso de los puritanos hace asimismo al rey mantener una actitud con-
descendiente con respecto a los católicos (ingleses e hispanos). España debe
aislar a Holanda de la ayuda inglesa. Asimismo, debe solucionar el problema
del Palatinado. El conde de Gondomar (predecesor de Coloma en su pues-
to de embajador) había estado trabajando para la posible boda de Carlos I
(príncipe de Gales entonces) con la infanta María de España (en noviembre
de 1622 Endymion Porter llega a España para tantear las posibilidades de un
viaje personal del príncipe a Madrid [ver Townshend y especialmente Red-
worth]). Asimismo, había fomentado una política de sobornos que las escasas
rentas y fondos de Carlos Coloma se veía imposibilitado de mantener, de lo
que éste se queja amargamente en numerosas cartas. En frente tiene como
archienemigo a George Villiers, marqués de Buckingham. Éste y el príncipe
de Gales (haciéndose llamar Tom Smith y John Smith) viajarán de incógnito
a la corte madrileña (en marzo de 1623) y, descubiertos, se les harán gran-
des fiestas de recibimiento. Mas la condición indispensable (que el hijo de
la pareja crezca como católico y que la Inglaterra protestante revierta a la fe
católica) parece un obstáculo insalvable (así como la renuencia de la infanta
española a casarse con un protestante) y se produce una desconfianza mutua
entre Buckingham y el conde-duque de Olivares (por no decir de Roma).
La infanta debería esperar un año para ver si se cumplían las condiciones de
tolerancia a los católicos en Inglaterra, aunque Jacobo I sólo había pensado en
un primer momento en conceder libertad de conciencia a la infanta (cuando
llegara a Inglaterra), no a los católicos en general. Para acelerar el proceso el
conde-duque envía como embajador extraordinario a Inglaterra al colérico
Juan Hurtado de Mendoza, marqués de la Hinojosa (Coloma actúa de em-
bajador ordinario), aunque la intención de la corte madrileña (por parte de
Felipe III y IV) no había sido nunca la de llegar a culminar dicha boda. El de
Mendoza no mantiene relaciones muy cordiales con Coloma. Y entretanto
Buckingham y el príncipe siguen hospedados en Madrid. El príncipe al fin
se avino a firmar las condiciones que le imponían, aunque sin intención de
cumplirlas. Coloma, en su embajada, se dedica a proteger a cuantos católicos
puede, así como a refugiar a carmelitas, franciscanos, jesuitas y clero secular,
y en general a hacer profesión pública de su fe. El príncipe de Gales llega por
fin a Inglaterra en octubre de 1623, humillado y sin boda, jaleado por el par-
lamento puritano. Coloma, que sigue carteándose con Isabel Clara Eugenia,
le aconseja una ofensiva por mar contra Holanda, pues el comercio marítimo
es su mayor fuente de ingresos. Coloma y Hurtado de Mendoza deben hacer
frente en estos momentos (ya el año de 1624) a la hostilidad de gran parte
de la sociedad y corte inglesas, la precariedad de fondos y la animadversión
del príncipe de Gales y, en especial, Buckingham. Los dos embajadores se las
agencian para entregar una nota a Jacobo I en que acusaban a Buckingham
como responsable del fracaso de las nupcias; aunque pareció haber tenido su
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Uno de los estudios más lúcidos sobre el proceso de las conversaciones es el de Rodríguez-
Moñino Soriano, donde se analiza la obstinación de los teólogos españoles, así como se
ofrece un panorama general de las relaciones hispano-inglesas desde 1600 hasta 1623.
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Se podría citar, entre otras, el precedente de A Larum for London or the Siedge of Antwerpe,
With the ventrous actes and valorous deeds of the lame soldier. As it hath been playde by the right
Honorable the Lord Chamberlaine his Servants (sobre el suceso de 1576), de autor anónimo,
«a crude one-act play into which the anonymous autor strove to compress as much blood-
shed and rapine as posible» (Altby 52).
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del casamiento [de la infanta María con el príncipe de Gales], zanjando así la acu-
sación que sobre él vertieran en Inglaterra.
Al año siguiente, 1626, Coloma es nombrado capitán general de la ca-
ballería ligera del Estado de Milán. Elegido primero para el puesto Gonzalo
Pimentel (que renunció al mismo), Coloma y Gozalo de Córdoba -que ten-
dría el cargo de maestre de campo general (ambos enemistados a posterio-
ri)- servirían a las órdenes del duque de Feria, para apoyar a la república de
Génova, atacada por un contingente franco-piamontés que intentaba evitar
las comunicaciones de España entre sus posesiones italianas y Flandes (y Ale-
mania y Austria). Coloma se encargará de que se cumplan las condiciones
del Tratado de Monzón (por el que se garantizaba la independencia de la
Valtellina y la religión católica en la región) y de la retirada de los franceses de
la Vatellina, así como de hacer un informe pormenorizado de las defensas del
Estado de Milán y la situación allí del ejército: Discurso en que se representa
cuánto conviene a la monarquía española la conservación del Estado de Milán y
lo que necesita para su defensa y mayor seguridad. En él se analiza la situación
estratégica de Milán, hace observaciones sobre Génova, Venecia, los ducados
de Monferrato y Mantua, aboga por una paz en Italia, comenta sobre la po-
lítica internacional y describe el estado de los diferentes castillos y fortalezas.
A fines de 1626 saldría de Milán a Madrid y de allí a Flandes, requerido por
Isabel Clara Eugenia. En Madrid se le había nombrado miembro del Consejo
de Estado. Su estancia en la Península es también aprovechada para sacar una
nueva edición de su historia, en Barcelona.
En 1627 el conde-duque está intentando ejecutar su proyecto de unión de
armas por el que todos los reinos de la monarquía hispana deberían compar-
tir gastos militares y fiscales, no sólo el de Castilla. A este fin se ha enviado
a Flandes a Diego de Mejía, marqués de Leganés. Isabel Clara Eugenia y
Spínola están en desacuerdo con la unión de armas y aquélla decide enviar a
Spínola a Madrid. Ante la ausencia de mando militar, Isabel Clara Eugenia
pide el envío de Coloma, que ocurre en 1627. A Coloma le han concedido
en el entretanto el título de marqués de Espinar, que ha renunciado en favor
de su hijo Carlos Ignacio. Coloma quedará a cargo del ejército (maestre de
campo general), sólo por debajo del capitán general, aunque como suplente
del marqués de Leganés, que tiene el poder nominal. A la salida de Spínola se
había aupado al mando del ejército de Flandes Henri van den Berg, flamenco.
Obligado a compartir mando con él (aunque en situación precaria, pues el
suyo era de suplente), Coloma se ve relegado a un segundo plano. Los holan-
deses han tomado Groll. Los españoles sitian la ciudad de Bolduque (Bois le
Duc). Isabel Clara Eugenia (ya en 1628) decidirá que Van den Berg se ocupe
de la toma de Bolduque, mientras Coloma lo debería hacer de la defensa sur
por la frontera de Francia, perdiendo así la oportunidad de haber tenido bajo
su mando exclusivo el ejército de Flandes y siendo ocasión de un enorme
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A propósito convendría recordar lo que dice Amelot al respecto de su comentario de Tácito:
«Ceux qui sont véritablement grands hommes, le sont aussi bien dans la vieillesse que dans
la virilité. L’esprit de gouverner ne dépend pas des mains ni des pieds, mais de la tête» (449
[VI]).
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Un apartado especial a título curioso es el de las dedicatorias de libros hechas a Carlos
Coloma. La Heroyda ovidiana del jesuita Sebastián de Matienzo (atribuida a Sebastián de
Alvarado y Alvear), publicada en Burdeos en casa de Guillermo Millanges, 1628 (Nancy
Palmer Wardropper) y alabada por Lope (1630) en su Laurel de Apolo contiene una deditoria
a Carlos Coloma. Y Fadrique Moles dedica a Carlos Coloma sus Amistades de príncipes (Ma-
drid: Imprenta Real, 1637), caballero del hábito de San Juan.
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El territorio de los Estados de Flandes contaba con 17 provincias, cuyo proceso de unifi-
cación se había ratificado mediante la Pragmática Sanción de 1549. Estas provincias solían
llamarse Países Bajos (Pays-Bas, Nederlanden), aunque los españoles solían llamarlos con
el de una de las provincias: Flandes, y llamaban flamencos a todos sus habitantes (de habla
neerlandesa o francesa).
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Hemos explorado el tema de la demonización del enemigo en Cortijo & Gómez Moreno.
Señalemos ahora que para el siglo XVII el tema sigue de moda. Así, véanse dos obras, de
1612 (Francis Burton) y 1640: The fierie tryall of Gods saints (these suffered for the witnes of
Iesus, and for the word of God, (vnder Queene Mary,) who did not worship the Beast... As a
counter-poyze to I.W. priest his English martyrologe. And the detestable ends of popish traytors:
(these are of Sathans synagogue, calling themselues Iewes (or Catholiques) but lie and are not...
Set downe in a comparatiue collection of both their sufferings. Herewith also the concurrance
and agreement of the raignes of the kings of England and Scotland, since the first yeare of Q.
Mary, till this present, the like before not extant (London: Printed by T[homas]: P[urfoot and
Thomas Creede]: for Arthur Iohnson, 1612); A Disputation betwixt the Devill and the Pope
being a briefe dialogue between Vrbanus, 5 [i.e. 8] Pope of Rome, and Pluto prince of Hell :
concerning the estate of five kingdomes, Spaine, England, France, Ireland and Scotland: written
by the author to content his friend, being pleasant and delightfull to the reader (London: [s.n.],
1642).
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Quizá la idea del dominio universal de España se vio mejor plasmada en la breve obrita de
Scott (vid. infra) The Spaniards perpetuall designes to an vniuersall monarchie. Translated ac-
cording to the French ([London]: Printed, 1624), dedicada en último término a convencer al
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(58), en parte fomentado por las obras de Bartolomé de las Casas13, Antonio
Pérez14 y Francisco de Enzinas, entre otros. Aún más, dicha leyenda negra
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Haremos bien en dejar sentado de antemano nuestro modus operandi. Es numerosísima la
literatura publicada en inglés en los años indicados que menciona de alguna manera topoi
antiespañoles. Mucha de ella los incluye de modo tangencial a las obras en cuestión, o de
modo sucinto y breve, consistiendo en una, dos o tres referencias esparcidas a lo largo de la
obra. Hemos optado por no incluir en su mayor parte dichas obras. Nos hemos centrado en
aquellas que adoptan como tema central o de gran importancia el motivo del antiespaño-
lismo. Y hemos añadido igualmente análisis de otras que, aunque no tienen dicho motivo
como central, lo usan como parte esencial de sus argumentaciones y argumento. La imagen
de conjunto que se presenta, creemos, es clara a la postre: autores, temas, topoi, imprentas
se perfilan de modo nítido tras el repaso del conjunto de las obras analizadas. Por último,
dejemos constancia de algo que por obvio no es menos importante: al observar por menudo
dicha literatura, nos hacemos idea de lo que puede contener la literatura de cuño semejante
en Holanda y Francia, así como se nos presenta el cuadro formidable de antiespañolismo
con que debe enfrentarse el Coloma diplomático, el Coloma historiador y hasta el Coloma
militar.
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De 1615 es su estupendo The blacke devil or the apostate Together with the wolfe worrying
the lamb, donde se insiste en la falta de piedad y misericordia de los españoles para con los
indios; o su maravilloso sermón Heauen and earth reconcil’d (de 1613), donde, de nuevo
sobre los españoles en América, se cuenta el siguiente chascarrillo, procedente de la historia
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de Bartolomé de las Casas: «Let them bragge of their gaines, that haue thus coosoned God,
the Church, their owne soules: If euer they come with Simony on their backes into Heauen,
I may be of the Indians minde, who dying vnder the Spanish crueltie, and admonished
to prepare for Heauen, & to escape Hell, asked to what place the Spaniards went? They
answered, to Heauen. Then, quoth the Indian, let me neuer come there».
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Para la primera el clima entre la población inglesa había sido preparado por la obra de G.
Gascoigne, The Spoil of Antwerp (1576). Para un tenebroso relato de la muerte de Guillermo
de Nasau, ver A true Report of the Lamentable Death of William of Nassawe (1584).
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De hecho numerosos libros de la época establecerán la conexión entre el influjo papal de-
moníaco y la incitación a la rebelión, como el famoso de James Aske (1588), relativo a la Ar-
mada Invencible: Elizabetha triumphans Conteyning the dammed practizes, that the diuelish
popes of Rome haue vsed euer sithence her Highnesse first comming to the Crowne, by mouing her
wicked and traiterous subjects to rebellion and conspiracies. Y de la misma fecha es el diálogo
alegórico en que «the extreame vices of this presente age» quedan de manifiesto «against
traytors and treasons», con clara referencia a la commonwealth del reino y a los intentos
españoles y católicos de derrocar a la reina: «Deare Brethren and fellowe members, by what
authoritie or right, rather with what boldnes, dare our Brethren the Belly and Back oppresse
vs, and so Lordlike commaund vs? it is a shameful thing, extreame folly, and a thing very
vnseemly, when the seruaunt ruleth, and the Lorde obeyeth, the slaue commaundeth, and
the Maister serueth: truelie we are worthy of the greatest torments, that lyke drudges will
become a scoffe and scumme to others. Like fooles we haue made the Belly and Backe our
Lords, with great labour we get and prouide al things may please them: poore soules we
haue no rest, sometime the Belly commaundeth one, sometime the Backe another, one saith
to your Foote, arise sluggard, awake, the other to the hand, bestirre thee apace, get me some
meate, prepare mee some dainties, fetch me some wine, lay the Table, the day passeth, the
time goeth, and I haue eaten nothing: Hunger and Thirst my two enemies come & threaten
my death, the one on the one side, the other on the other, and therfore except yee speedely
help me I die, and these are their daielie and vsuall complaints» (W. Averell, A meruailous
combat of contrarieties Malignantlie striuing in the me[m]bers of mans bodie, allegoricallie
representing vnto vs the enuied state of our florishing common wealth).
46 Las Guerras de los Estados Bajos
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Isabel I y su reinado serán durante las décadas de 1600-1630 objeto de numerosas obras;
la reina se presenta en ellas como paradigma de soberana valiente y decidida que luchó con
eficacia y éxito contra el afán de dominio imperialista español. Es claro que se quiere ofrecer
su ejemplo a los monarcas Jacobo y Carlos para que actúen como ella. Véase por ejemplo
The second part of, If you know not me, you know no bodie VVith the building of the Royall
Exchange: and the famous victorie of Queene Elizabeth, in the yeare 1588, At London: Printed
[by Thomas Purfoot] for Nathaniell Butter, 1606 de Thomas Heywood; y del mismo autor
The fair maid of the vvest. Or, A girle worth gold. The first part. As it was lately acted before the
King and Queen, with approved liking. By the Queens Majesties Comedians. Written by T.H.,
London: Printed [by Miles Flesher] for Richard Royston, and are to be sold at his shop in
Ivie Lane, 1631, entre otras muchas.
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Mencionemos entre ellas la anónima The honourable actions of that most famous and valiant
Englishman, Edward Glemham, Esquire Lately obtained against the Spaniards, and the holy
Leauge [sic], in foure sundry fightes, de 1591; la anónima A discourse more at large of the late
ouerthrovve giuen to the King of Spaines armie at Turnehaut, in Ianuarie last, by Count Morris
of Nassawe, assisted with the English forces whereunto is adioined certaine inchauntments and
praiers in Latine, found about diuerse of the Spaniards, which were slaine in the same conflict:
Translated out of French according to the copy printed in the Low Countries. Seene and al-
lowed (Printed at London: [By P[eter] Short] are to be sold [by J. Flasket and P. Linley] in
Paules Churchyarde, at the signe of the black Beare, 1597); el A briefe discourse of the cruell
dealings of the Spanyards, in the Dukedomes of Gulick and Cleue A copie of his excellencies
letter to the states of the Westphalian Creits at Dormont. A copie of the letter of the Archbishop
of Colen, to the land-graue of Hessen. Translated out of the Dutch copie, printed by Harmon
Allerson, Imprinted at London: By [J. Windet for] Iohn Wolfe, and are to be sold at his
shop in Popes-head Alley, neare the Exchange, 1599; la del desconocido I.E., A letter from
a souldier of good place in Ireland, to his friend in London touching the notable victorie of her
Maiesties forces there, against the Spaniards, and Irish rebels: and of the yeelding vp of Kynsale,
and other places there held by the Spanyards, London: Imprinted [by T. Creede?] for Symon
Waterson, 1602; o la igualmente anónima The 26. of Iuly. A true, plaine, and compendious
discourse of the besieging of Bergen up Zome showing the late actions of Spinolas forces before
the same. VVith the proceedings of the Prince of Orange before Sattingambus. As also what hath
happened of late to the rest of the armies in the low countries (London: Printed by E. A[llde] for
Nicholas Bourne and Thomas Archer, and are to be sold at their shops at the Exchange, and
the Popes-head-Pallace, 1622), sobre el asedio de Bergen op Zoom de 1622; la igualmente
Introducción 49
anónima Lord Willoughby. Or, A true relation of a famous and bloody battel fought in Flan-
ders, by the noble and valiant Lord VVilloughby, with 1500 English, against 40000 Spaniards,
where the English obtained a notable victory; for the glory and renown of our nation. To the tune
of, Lord Willoughby ([London]: Printed for F. Coles, in Vine-Street, near Hatton-Garden);
incluso la The observations of Sir Richard Havvkins Knight, in his voiage into the South Sea.
Anno Domini 1593 (London: Printed by I[ohn] D[awson] for Iohn Iaggard, and are to be
sold at his shop at the Hand and Starre in Fleete-streete, neere the Temple Gate, 1622) se
encabeza en su dedicatoria a Carlos, príncipe de Gales, con la frase latina princeps subdito-
rum incolumitatem procurans y allí se unen historia con orgullo nacional y defensa frente al
taimado hispano: «Amongst other Neglects preiudiciall to this State, I haue observed, that
many the worthy and Heroyque Acts of our Nation, haue beene buried and forgotten:
The Actors themselues being desirous to shunne emulation in publishing them, and those
which ouerlived them, fearefull to adde, or to dimnish from the Actors worth, Iudgement,
and valour; haue forborne to write them: By which, succeeding ages haue beene deprived of
the Fruits, which might haue beene gathered out of their Experience, had they beene com-
mitted to Record. To avoyd this Neglect, and for the Good of my Country, I haue thought
it my duty to publish the Observations of my South-sea-Voyage; and for that vnto your
Highnesse, you Heires, and Successors, it is most likely to be advantagious, (hauing brought
on me nothing but losse and misery) I am bold to vse your Name, a protection vnto it, and
to offer it with all humblenes and duty to your Highnesse approbation, which if it purchase,
I haue attained my desire, which shall ever ayme to performe dutie»; etc., etc. En la misma
vena, también abundan tratados y obritas en que aparecen como personajes otros ilustres
caracteres del pasado que lograran victorias contra los españoles y animan a los ingleses del
momento a imitar su ejemplo. Como muestra, véase el estupendo libro de Philip Nichols,
Sir Francis Drake reuiued calling vpon this dull or effeminate age, to folowe his noble steps for
golde & siluer, by this memorable relation, of the rare occurrances (neuer yet declared to the
world) in a third voyage, made by him into the West-Indies, in the yeares 72. & 73. when Nom-
bre de Dios was by him and 52. others only in his company, surprised. Faithfully taken out of the
reporte of M· Christofer Ceely, Ellis Hixon, and others, who were in the same voyage with him.
By Philip Nichols, preacher. Reviewed also by Sr. Francis Drake himselfe before his death, &
much holpen and enlarged, by diuers notes, with his owne hand here and there inserted. Set forth
by Sr Francis Drake Baronet (his nephew) now liuing, London: Printed by E[dward] A[llde]
for Nicholas Bourne dwelling at the south entrance of the Royall Exchange, 1626.
50 Las Guerras de los Estados Bajos
«llamar a tu puerta» (en alusión a las incursiones inglesas a las costas españolas
a ambos lados del Atlántico)? Pensaste venirnos a robar con facilidad, como
hiciste con el oro indio, «which make men bolde». Si el rey intentara una
nueva invasión, «at the Popes persuasion», debe saber que Inglaterra cuenta
con el favor divino: «The Lorde hath voude / he will defend / unto the end
/ his Church and sheepe». Esperemos que tu nueva invasión se demore largo
tiempo, pero cuando llegues te haremos cantar esta canción: «O si scivissem
/ me contivissem / et non fecissem» («Si lo supiera / me contuviera / y no lo
hiciera»). Pero ahora tiene la bendición del Papa y del rey Midas y el poeta
le manda al médico real, «Master Inquisition», para que le prescriba una di-
eta. El poema concluye con una burla sobre «los elementos», a los que el rey
achacó la derrota, y con una última mención escatológica:
el lema «pro lege, pro rege, por grege») se insiste en que la ayuda comunitaria,
la «commonwealth», es crucial para el buen funcionamiento del estado. Sigue
un poema encomiástico a Isabel I, monarca del «happy realme», socorredora
de afligidos y perseguidos europeos, debeladora de hipocresías y reina enviada
por Dios al reino. En toda época histórica ha habido siempre una nación
empeñada (como hidrópica) en saciar su sed con la conquista de las demás.
Dios, en el entretanto, siempre ha permanecido sentado en su trono mi-
rando con mueca burlona este comportamiento y esperando la oportunidad
de abatir la soberbia. Asirios, babilonios, medas, persas, griegos y romanos se
convirtieron, por turnos, en azotes, látigos, terrores («scourges, whiippes, and
terrours», 7) de otras naciones y pueblos, a la vez que ejercían la tiranía en sus
propias tierras. En nuestra época, cuando podría pensarse que ya no hay tira-
nos de este tipo, tenemos al rey católico, temperado, pilar de la Iglesia, amigo
del Papa, apacible, humilde, rodeado de sus jesuitas. Se podría pensar que
como es «olde and decrepit» «therefore cannot invade» (8-9); sin embargo,
if he did sincerely love, imbrace, and nourishe the Gospell, would he
xxxiii whole years togighter molest the prince, envie the people, and dis-
turbe the realme, that generally above all other loveth, inbraceth, and
nourisheth the gospell. If he loved, imbraced, and nourished the Gospell,
woulde hee seeke by all meanes possible to hinder the rightful possession,
and orderly proceedings of a king, who these manie yeares hath impov-
erished himselfe by seeking to plant the Gospell, and so manie times hat,
and yet daily doth fight, and hazardes his life for the Gospel? (9)
Ejemplo de su sed insaciable son los moros (moriscos), portugueses, na-
politanos, holandeses, franceses, italianos e ingleses que ha torturado y asesi-
nado, así como los muchos príncipes a quienes ha hostigado y los libros que
contra él se escriben por doquier:
How full of compassion, humble and meeke hee is, and whether hee do
usurpe, and offer violence, England, France, Flanders, Poland, the Vene-
tians, each dukedome in Italie, Aragon, Portugall, Navarre and Bearne,
yea, and the bookes that are daily printed in them and sent abroad from
them touching our present matter doe testifie. (10)
De hecho, en él reconocemos el sujeto de quien hablaba no hace mucho
una profecía de la Universidad de Coimbra, «that the little king of the great
South, should be renowned through out the world for his pollicie, and re-
doubted in al chistendome for his tyranny» (10). Pues siendo el más grande
rey de la cristiandad en posesiones y riqueza sigue amenazando a Inglaterra
con la conquista. Y para probar que los españoles son una bicha venenosa
(«rather thundereth rigorously, threatneth terrible, and spitteth out his spight
Introducción 55
vennemously», 11) nada más claro que ver la miseria que infligen en su pro-
pia casa. Gracias a los informes de un tal Antonio Pérez hemos sabido de su
prisión en Madrid, su huida a Aragón, su prisión allí en las cárceles inquisi-
toriales contra toda la justicia y costumbres del reino aragonés, su liberación
y escapada a Francia. Que se ha seguido la venganza sangrienta del rey en la
persona de varios nobles aragoneses y catalanes y que el pueblo está en armas
«to defend their ancient rites, and privileges» (13) y, según algunos dicen,
incluso han elegido un nuevo rey. La conclusión es clara: teniendo tantos
problemas dentro de su propio reino, a qué quiso el rey venir a invadir el nue-
stro («what great Don Philip of Spain hath either to pretend, or practise any
invasion, upon anie prince sorraine this yeare, having so much ado at home,
not onely with his temporaltie, but also with his darling and sweet nurserie
his sacred and spotles spiritualtie», 15).
A continuación se sigue con un repaso de los problemas en el reino de
Portugal. Se narra una anécdota sobre una confrontación entre un portugués
y un altivo y orgulloso castellano. Y tras narrar la usurpación de la corona por-
tuguesa, muerto el joven y valiente don Sebastián, se concluye preguntando
retóricamente que si un trato tal se ha dado a los vecinos de Castilla, qué
podrían esperar los ingleses en caso que Castilla decidiera invadirles. Se llama
al pueblo a la defensa contra Castilla al grito de libertad:
Would hee (tro yee) spare this more then them? No, hee will finde five
hundredd times more cause to rice and ransacke our citties, to pill and
pole our country, to murther and massacre our people, then theirs. For
they were his neighbours, we meer strangers; they have neve sometime his
friends, wee alwaies (as he counteth) sworne enemies; they are of his owne
religion, wee altogeather contrary; they have the Pope to mittigate his
wrath, if hee be to fierce, wee have both Pope and Pope-lings to incense
him unto further ire, that hee may be more frowarde. So that whatsoever
the Pope and hee could doe, that they would doe say they, promise they,
sweare they never so much to the contrarie, and whasoever they will doe,
may not bee gainesaid as unlawful. Wherefore let all English hearts and
true hearted English-men, say eith the poet: [18] Aurea libertas gemma
preciosior omni. (17-18)
Este último año ha sido de mala cosecha en España, especialmente en las
tierras costeras. En lugar de «to have humbled himself unto almightie God,
and to continue in praier for the avoydance of so great a miserie» (18), Felipe
II, como otro Nerón, ha decidido llevar sus tropas al reino de Nápoles o a
Sicilia, antaño fértiles, para devastarlas. ¿Qué ayuda puede esperar el español,
en vista de su conducta feroz y brutal de los últimos cuatro años? Ninguna
de Génova, Florencia o Venecia, ninguna del príncipe Mauricio (de Nassau),
ninguna de Alemania o Polonia, ninguna de Inglaterra, «wherin to dayly he
56 Las Guerras de los Estados Bajos
sendeth whol heards, and hundreds of iesuites, seminaries, and priests to dis-
turb our peace, althogh her maiestie everloving, and longing after peace, hath
fought alwaies rather to gratulate him, then anie way to grieve him» (21).
Pasando a tratar la amenaza de una possble invasión española de Inglat-
erra, el autor indica tres razones por las que sería, según común opinion, de
temer:
The first is drawne from the weakeness of her Maiesties Navie. The sec-
ond of a supposed evill contentment of a number of people in the land
to serve the queene, and hir government against her enemies. Lastly, and
most principally of a great strong partie, that will be found heere in the
favour of them for religion that wil take armes against her highnesse, up-
pon the fight of the catholique Navie on the coasts of England. (22)
Los dos primeros argumentos se responden recordando los sucesos de 1588,
pues entonces (como ahora) se mostró que la marina de guerra de la reina era
suficiente para rechazar el peligro español, y que no hubo animadversión de
los súbditos ingleses a la corona, sino todo lo contrario. En cuanto a la tercera
razón, considerando el amor de la reina a sus súbditos y su trato ecuánime,
«their foundation is weake, feeble, and of no force, and therefore no waie to be
feared» (23). Probada la falsedad de estos tres motivos para el miedo, sólo queda
insistir en que no hay nada que temer de un ataque español en cuanto «we serve
God truly, live in loyall service, and dutifull obedience toward our prince lov-
ingly, honour our magistrates reverently, live togither charitably, and detect and
discrie wicked treasons and obstinate traytors willingly» (23).
El gobierno de la nación, pues, se basa en el principio de reverencia a Dios,
obediencia al monarca y magistrados y amor caritativo a la comunidad, cuali-
dades que faltan en el gobierno de Felipe II, que no ha traído prosperidad a
su nación (pues pasa hambrunas), ni ha logrado la obediencia de sus súbditos
(pues se rebelan constantemente contra él, como en Aragón y Portugal), ni
fomenta la caridad entre sus súbditos, pues las acciones de éstos están sólo mo-
tivadas por codicia, venganza, orgullo y afán de guerrear y destruir. Dios, por
último, está con nosotros, como se probó en 1588. Pero no debemos bajar la
guardia, sino mantenernos en actitud de obediencia a Dios y a la reina, pues
de lo contrario (y en especial es de temer que podamos amparar a traidores y
quintacolumnistas entre nosotros) la ira de Dios se volverá contra nosotros.
De 1590 data el Anti-Spaniard (supuestamente escrito por un católico en
París), donde se prueba que Felipe II es el único responsable de los problemas
que acosan a Francia). En la obra se justifica la alianza entre Felipe III y En-
rique de Navarra (futuro Enrique IV) por sus intereses comunes, frente a los
miembros de la Liga y sus defensores españoles. Al describir a los españoles
los presenta en términos poco menos que apocalípticos, fuerzas del mal y la
depravación; se insiste en su
Introducción 57
insatiate avarice, their more than Tigerish cruelty, their filthy monstruous
and abominable luxury, their wasteful burning of thy houses, their detest-
able ransacking and pillage of tose great treasures which from all parts of
Europe were laid up in store in thy sumptuous palaces, their lustful and
inhuman deflowering of thy matrons, wives, and daughters, their match-
less and sodomitical ravishing of young boys, which the demi-barbarian
Spaniards committed in the presence of aged burgueses who to grieve
them the more while they committed all these execrable villainies and
outrageous cruelties, did tie and Caín them at their bed»s feet, or in other
places, and last of all the general and continual cruel tormenting and mas-
sacring of poor and wretched citizens. (27-28).
De Rob H. debemos también mencionar, por lo curioso, un pequeño
panfleto (post-Armada) en que se indica que hasta los santos «españoles» es-
tán a favor de los ingleses: Our Ladys retorne to England accompanied with
Saint Frances and the Good Iesus of Viana in Portugall, who comming from
Brasell, arived at Clavelly in Devonshire, the third of Iune 1592: a wonder of the
Lorde most admirable, to note how many of Spanish saintes are enforced to come
one pilgrimage for Englande: with the most happie fortune of that brave gentill-
man William Graftone cittizen of London, captaine and oner of Our Ladies
(Londres: A. I., 1592). El pequeño librito relata cómo William Grafton salió
en un navío de Irlanda y tras avituallar en Clavelly salió de allí el 28 de mayo
(1592); cómo dio con dos barcos de Portugal (de Viana) (el San Francisco y
el Buen Jesús) que regresaban de Pernambuco con un cargamento de azúcar y
esclavos negros; el navío de Grafton era a su vez el Santa María (arrebatado
con anterioridad a los españoles junto al San Antonio). El panfleto indica
cómo «this Spanish saints» fueron responsables de «to make rich his English
sailours, as by this valiant captaine is shewed». El Dios que se pide proteja a
cada país y que cada nación proclama a su favor se ha convertido aquí, en es-
trategia retórica sumamente efectiva (e irónica) en un Dios que da la espalda
a sus «protegidos» al reconocer la injusticia de su causa y la justicia de la causa
de los enemigos.
De 1592 data la traducción de una obra original francesa, The masque
of the League and the Spanyard discouered, de L.T.A. [anónimo], donde se
proponen algunos de los tópicos de más fama sobre España. Este país, dice el
texto, ha creado la Liga con el único objetivo de ejercer su dominio total so-
bre Europa. Más aún, los españoles son monstruos horripilantes, verdaderos
moros y sarracenos que representan destrucción y muerte como Pandora y han
sembrado en Francia toda suerte de vicios, guiados por su falsa religión:
The Tyrant of Spayne, gaping and watching a long time for the inuasion
of Fraunce, and generall ruine of the French, working (to his own desire)
the disorders not long since, and which yet continueth in all the estates of
58 Las Guerras de los Estados Bajos
thys Realme. Seeing likewise, that the last of the house of Valois swayed the
Scepter, after the death of Monsieur his brother, who was reported to be
poysoned; By his owne subtilty, & by the means of hys Agents, Ambassa-
dour, and adhering Pencionars, (whom he hath drawn into a very great and
high hope, to his owne profit and their perdition) hath raised a League, and
thereby engendred Monsters, more horrible and hiddious, then those that
(of old) are sayd to be subdued by the valour of Alcmenaes Sonne. It were
needlesse to make further search for newe horrours in the depth of Lybia:
let mee rather question howe to banish hence the crueltie and barbarisme
of these Scithians, Gothes by nature, these Moores & Sarrasin Spanyards,
whose first Fathers had theyr originall from the Gothes, and from hence
thys League (the mother of all mischiefe) that is heer so louingly cherished,
had her beginning. Thys Pandora hath so cast abroade her poysons out of
her boxe, as the ayre, the earth and men, beeing vnprouided of a counter-
poyson, yea, very neere all things els, are infected therewith. It hath changed
in many places, the face of this fayre Monarchie, into an Anarchie or many
headed gouernment: it hath ouerthrowne the throne and royall Authoritie,
violenced the Magistrates, murdered the Prince, peruerted all order and pol-
icie, both diuine and humane. It hath made Fraunce a den of theeues, mur-
derers, robbers and spoylers, such Monsters hath thys League prodigiously
brought foorth; among infinite of the very worst sort, is ignorance, malice,
deceit, guile, hypocrisie, robbing, theft, incest, feigned Religion, all kinde of
execrations, murder, sacrilidge and parricide; thys Witch, engendered by the
terror and ambition of the Spanyards, hath made a strange metamorphosis
of a most beautifull estate21.
21
A la misma línea de pensamiento (aunque de 1598) pertenece el tratado de José Teixeira
en que bajo capa de conocer -como compatriota- a los españoles se ofrece consejo a los
«príncipes de Europa» sobre como domeñar el orgullo español y «descouurir les traits &
pointes desquelles vsent leurs aduersaires»; Traicte paraenetique c’est à dire exhortatoire auquel
se montre par bonne & viues raisons, argumens infallibles, histoires tres-certaines, & remarqua-
bles exemples, le droit chemin & vrais moyens de resister à l’effort du Castillan, rompre la trace
de ses desseins, abbaiser son orgueil, & ruiner sa puissance : dedié aux roys, princes, potentats &
republiques de l’Europe, particulierement au roy tres- chrestien / par vn pelerin Espagnol, battu
du temps, & persecuté de la fortune ; traduicte du langue Castillane en langue Françoise, par
I.D. Dralymont Seigneur de Yarleme. [S.l.]: Imprimé nouuellement [by Eliot’s Court Press?],
M. D. XCVIII [1598]. Por ejemplo, se recuerda al lector con suma insistencia (y contra
Conestaggio) que se puede sembrar la disensión en España de varios modos, porque hay allí
«plusieurs nations qui haissent le Castillan pour avoir esté tyrannisez»; o que si se ataca Es-
paña se encontrará que en muchos pueblos y villas no hay apenas «cinquante arquebusez».
La misma idea de sembrar disensión dentro del enemigo para ganar aparecerá en una obra
mucho más tardía, en su traducción de 1660, Thomas Campanella an Italian friar and
second Machiavel. His advice to the King of Spain for attaining the universal monarchy of the
world. Particularly concerning England, Scotland and Ireland, how to raise division between
king and Parliament, to alter the government from a kingdome to a commonwealth. Thereby
Introducción 59
embroiling England in civil war to divert the English from disturbing the Spaniard in bringing
the Indian treasure into Spain (London: printed for Philemon Stephens at the Gilded Lyon
in St. Pauls Church-Yard, [1660]), lo que prueba que el motivo sigue siendo operativo en
la propaganda.
60 Las Guerras de los Estados Bajos
entre las mujeres que están en la tienda sea bendecida! Agua pidió él,
dio[le] leche; en copa de magnates sirvió[le] cuajada. Llevó su izquierda a
la estaca y su diestra al martillo de los artesanos; a Sísara golpeó, machacó
su cabeza, quebró y perforó la sien. A los pies de ella rodó, cayó tendido,
a sus pies rodó y cayó; donde se desplomó, allí cayó exánime. A la ventana
se asomó gritando la madre de Sísara tras las celosías: «¿Por qué tarda
tanto en llegar su carroza? ¿Por qué es tan lenta la marcha de sus carros
de guerra?». La más inteligente de sus damas le responde, y ella misma
se repite las palabras de aquélla: «Seguramente han hallado y se reparten
botín: una cautiva, dos cautivas por cabeza de guerrero, telas de colores
como botín para Sísara, telas de colores, un bordado, un tejido de color de
doble bordado para los cuellos, como botín». ¡Así, Yahveh, perezcan todos
tus enemigos mientras sean sus amadores como el brillar del sol en toda su
potencia! Y el país gozó de paz por espacio de cuarenta años.
Nun indica que «wee are heere assembled not onely to sanctifie this Sabaoth
as at other times but also to blesse God for the late Spaniards overthrow». La
interpretación del texto bíblico es clara para Nun. Los «pseudocatholikes»
no deberían luchar contra otros cristianos con más éxito que «Sisera against
Barack at the waters of Megiddo». El Papa es la Canaán del texto bíblico;
«England hath renounced idolatrie»:
I dare assure you that so long as English lawes do countenance true reli-
gion, England shall be ours in despight of Gods enemies.
Israel fue atacada seis veces; nosotros tenemos confianza en la reina, que
ya ha vencido a los papistas en más de una ocasión: «Why should wee distrust
God for the continuance of our peace whilst she and her sucessours continue
this course?» Tras una serie de imágenes apocalípticas sobre el pecado y la
destrucción, el Dios verdadero y la paz, Nun afirma que «hath the Spaniard
learned this lesson he would have trembled to have given the name of God to
his Navie for onely Jehova is invencible». Tras un repaso de la destrucción de
diferentes imperios en su afán de conquista (como asimismo hacía A Fig for
the Spaniard, pág. 7 et ss., vid. supra), el texto concluye:
The Spaniard saide we will pursue, we will overtake, we will divide the
spoyle, our lust shall be satisfied upon them. Thou blewest with thy wind-
es, the depth covered them, they sunke to the bottome as a stone. O Jeho-
vah, sole thine enemies perish but alley that love Thee let them bee as the
sunne arising to his strength.
El libro termina con cuatro páginas dedicadas a justificar el ataque inglés
contra las costas de Portugal («Penichea», «Lysborne», «Cascales», así como las
«Isles de Bayon y Vigo»). Este viaje a Portugal tuvo un doble propósito: «The
Introducción 61
one to spoyle the K. of Spayne his townes of victuall, the other to weaken
his strength of men and shipping» para que «the Church in England might
without feare still serve the Lord Jesus in holiness and righteousness. This was
no evil meaning»:
And therefore howsoever this viyage is evill spoken off of some whome
nothing contenteth and bitter to others that lost their friends, yet for the
generals and captaines it was most honourable, for the whole land blessed
and cursed for none but for the Papistes.
Este mismo año, 1596, se produjo el ataque inglés a Cádiz por parte de
Essex, casi siete años después de los ataques ingleses a las costas portuguesas.
Ello propició la preparación por Felipe II de una segunda Armada, enviada
«against England in the following year [1597], only to see it dispersed by the
storms» (Elliott 1970, 289). Si la retórica de la anti-conquista había llenado
las páginas de gran parte de la literatura panfletaria antiespañola, ahora se
trataba de usar las prensas con el propósito de justificar un ataque inglés a
Cádiz. Fruto de ello es la Declaratio causarum (Londini: Christopher Barker,
1596) de Isabel I, traducida al año siguiente al ingles y francés (podemos
hablar mejor de adaptaciones, pues no son traducciones al pie de la letra) y
publicadas asimismo en Londres: A declaration of the just causes mooving Her
Maiestie to send a navie, and armie to the seas, and toward Spaine (Londres:
Christopher Barker, 1597). Isabel con ello expedía un documento similar al
que mandara imprimir en 1589 para justificar su ataque a las costas portugue-
sas, o el de 1585 justificando el envío de tropas inglesas a Bélgica. La guerra
en la que se embarca la reina, proclama el documento, es defensiva, motivada
por el ataque inicial español, está justificada por la noción internacional de
guerra justa y cuenta con el beneplácito divino contra la injusticia y orgullo
de Felipe II22.
Aunque la reina, dice el documento inglés, no está obligada a rendir cuen-
tas de sus acciones o decisiones, quizá podrían interpretarse erróneamente
(por parte de sus propios súbditos o de sus enemigos) sus motivos para haber
encomendado a Essex la preparación de una expedición de ataque a Cádiz.
La reina tuvo noticia de que el rey de España preparaba una flota para invadir
La noción de guerra justa dará amplio espacio para la argumentación en la propaganda an-
22
tiespañola. Cf. a algunos años de distancia la obra de Jacob Verheiden, traducida al inglés,
An oration or speech appropriated vnto the most mightie and illustrious princes of Christendom
Wherein the right and lavvfulnesse of the Netherlandish warre, against Philip King of Spain is
approved and demonstrated. Composed by a Netherlandish gentleman, and faithfully translated
out of divers languages into Dutch, and now Englished by Thomas Wood. According to the
printed copie at Amsterdam, by Michael Collyne stationer, dwelling upon the water at the corner
of the old Bridge street, anno 1608. [Amsterdam]: Printed [by the successors of Giles Thorp],
anno 1624.
62 Las Guerras de los Estados Bajos
su reino de Irlanda, para lo que incluso estaba confiscando todas las embar-
caciones comerciales que llegaban a los puertos de España y Portugal. Sin
embargo, se ha sabido que por la providencia divina de la manera más extraña
se han hundido y vuelto inservibles numerosos barcos en viaje de Lisboa a El
Ferrol. Y no sólo han muerto españoles, sino numerosos irlandeses (y hasta
obispos) que acompañaban a la flota:
Amongst which many of those Irish rebels of all sortes of professions both
tituler bishops and other Irish people that were entertained in Spaine to
have accompanied either that navie or some part thereof into Ireland,
where also cast away. (3)
Pero no satisfecho con el claro juicio de Dios contra él en el año 1588 y
el más reciente del viaje a El Ferrol, Felipe II sigue pensando en preparar una
flota, para lo que ha mandado noticia de que se envíen a El Ferrol vituallas,
munición y barcos desde Italia y hasta desde países del este. Más aún, ha en-
viado a Irlanda muchos de los renegados irlandeses a que inciten al pueblo a
perseverar en la rebelión, en la esperanza y promesa de que pronto les enviará
ayuda. Su propósito es usurpar la corona inglesa y desposeer de ella ilegítima-
mente a la reina:
The usurpation of the whole realme for himselfe, to the deprivation of her
Maiestie´s crowne and state of that kingdome, a matter so farre knowen
and prooved as besides that it is most notorious that his army was in Oc-
tober last on the high way towards their iourney. (4)
Así pues, considerando que se prepara una armada en El Ferrol, y que se
mantienen los rebeldes irlandeses en su conducta, la reina apela al mundo
entero («to all the world») y pregunta si no es cierto que se la está forzando
(«inforced») a lanzar su propia marina «para resistir y repeler todo acto hostil
que el ejército de España intentare este verano entrante contra ella en sus
reinos de Inglaterra o Irlanda» (5). Habiendo sido así provocada, la decisión
de la reina no sólo es permisible sino necesaria («not onely to be allowed but
favoured») y hasta debiera estar apoyada por todos los príncipes cristianos.
Con la ayuda esperada de Dios en tan justa causa (como hasta ahora Dios le
ha mostrado a la reina) el orgullo y la injusticia españolas recibirán merecida
recompensa y Felipe II se verá obligado a mantener la paz con las demás na-
ciones, «lo cual es el fin que los príncipes justos buscan en todas sus acciones
de guerra» (6).
La Declaratio causarum del año anterior (1596) es algo diferente, y se ofrece
primero en latín y a continuación en traducción inglesa. El rey de España, dice,
prepara una flota para atacar Inglaterra. La reina inglesa «cum vero maiestas
sua cum aliis omnibus reipublicae Christianae principibus pacem & amicitiam
Introducción 63
inviolate colat, uno Hispaniae rege excepto» («mantiene paz y amistad -como
algo inviolable- con todos los príncipes cristianos, excepto el español»), «qui
plurimis iam annis iniquissimam hostilitatem variis ipsius conatibus proditam,
tum in regiam maiestatis suae personam, tum in populos ac provincias eidem
subiectas palam professus est» («que desde hace ya años ha mantenido una hos-
tilidad contra todo derecho tanto hacia la persona de la reina como hacia los
pueblos y provincias bajo su mando») (2). Por ello ha encargado al conde de
Essex y al barón de Howard preparar un ejército de defensa contra los españo-
les. Pide («reasonable request», «honourable order») luego a todos aquellos que
estén preparando barcos, vituallas y munición para ayudar a Felipe II en su in-
tento de invadir el reino inglés que o bien desistan de hacerlo o se entreguen al
bando inglés, pues de no hacerlo no tendrán motivo justo de queja ante la reina
o sus respectivos soberanos («if any harm shall happen by any attempt against
their persons, ships & goods by any our navies, for the aiding of the said king,
there shall be no just cause for them hereafter to complain or to procure their
natural princes and lords to solicite restitutions or amends for the same», 3).
Concluye diciendo que para conocimiento de todos el dicho texto se ha man-
dado publicar en francés, italiano, holandés y español, y que se ha distribuido
por todos los puertos de España y Portugal que ha sido posible23.
De 1596 data la obra de John Norden A christian familiar comfort and
incouragement vnto all English subiects, not to dismaie at the Spanish threats
Whereunto is added an admonition to all English Papists, who openly or couertly
couet a change. With requisite praiers to almightie God for the preseruation of
our queene and countrie. By the most vnworthie I.N., Printed at London: [By
T. Scarlet and J. Orwin] for J. B[rome], 1596, aún en época isabelina. En ella
aparecen unidos el tema de la amenaza de invasión hispana y la traición de
los católicos ingleses, a quienes se ve como indefectiblemente pro-españoles
y partidarios de la misma. La unión de religión y política, Dios y reina, pa-
pismo y Demonio son claras en la mente del lector. Más aún, al buscar un
dominio universal, el español se quiere, dice, erigir (soberbio y orgulloso) en
alter-Deus y al querer atacarnos ansía nuestra tierra, país, libertad, mujeres,
hijos y vidas. En vista de tal deseo de dominio absoluto, ¿no sería necesario
enfrentaros a él con todas nuestras fuerzas?:
The Spaniard priuiledged by his title of king Catholique, coueteth su-
perioritie ouer all the rest, not only of the Popes vassall kings, but ouer
23
Para contrarrestar estas obras, una de 1595 de William Allen (A conference about the next
succession to the crowne of Ingland diuided into tvvo partes) se lanza a la defensa de España
como adalid de la fe católica, aunque serán precisamente obras como ésta de Allen (por su
prestigio enorme) las que causen más alarma sobre las intenciones católicas de deposición de
la reina Isabel I y, por consiguiente, una mayor campaña propagandística contra lo hispano
y católico.
64 Las Guerras de los Estados Bajos
others, & therefore he wrestleth hard for Flanders and other prouinces of
Germanie, he practiseth subtilly for France, suborneth impiously Ireland,
and audaciouslye threatneth England. But (no doubte) as the fountaine
of ambition yeeldeth no better licour than thus to vsurp other mens ter-
ritories & kingdoms, so it will affoord no better end than it did to the
Lacedemonians and Athenians, the one being master of the sea, the other
of the land, whose glory as it tooke beginning by ambition, so by the same
they were brought both to confusion in the end: and therefore need wee
the lesse to feare this ambitious hoobub, wherein wee seeme to be pursued:
first for that which belongeth to God himselfe, namely, all glorie, power,
vertue, veritie, sanctitie, and holinesse, which this beast of Rome vsurpeth
to himselfe, and woulde inforce vs to yeeld it vnto him from our louing
God, whose cause wee shall defend, and not our owne, in resisting his
chieftaine this Catholike king: secondly, seeing it pursues vs for our owne
kingdome, countrie, lands, libertie, wiues, children, and liues, thinges pe-
culiar (vnder God) to our Queene, and vnder her vnto our selues, he hath
no colour to chalenge anie propertie, title, interest or hope in them, and
therefore in defending them we shall preserue our selues, and that which
is meerely our owne.
De 1598 data la anónima The second admonition, sent by the subdued
provinces to Holland thereby to entice them by faire-seeming reasons, groundlesse
threates, and vnlike examples to make peace with the Spaniards. With the Hol-
landers aunswere to the same. Translated out of Dutch into English by H.W.,
London: Imprinted by [I. Windet for] Iohn Wolfe, and are to bee sold at
his shoppe within the Popes head Alley in Lombard street, 1598, traducida
al inglés y significativa de otro género abundante de literatura panfletaria: la
que traduce obras del holandés, francés e italiano para informar al público
inglés de los avatares de las guerras europeas o que simple y llanamente ofrece
en versión inglesa diatribas contra España de estos idiomas. A este grupo
pertenece asimismo A proclamation of the Lords the Generall States, of the vnit-
ed Prouinces whereby the Spaniards and all their goods are declared to be lawfull
prize: as also containing a strickt defence or restraint of sending any goods, wares,
or merchandizes to the Spaniards or their adherents, enemies to the Netherlandes.
Faithfully translated out of the Dutch coppy printed at S. Grauen Haghe by Ael-
bercht Heyndrickson, printer to the Generall States (Imprinted at London: By
[E. Allde for] Iohn Wolfe, and are to be solde at his shop in Popes-head Alley,
neere.. Exchange, 1599); y An admonition published by the Generall States of
the Netherlandish Vnited Prouinces, vnto the states, and citties their aduersaries
touching his now intended proceedings, against the Spaniards and their adherents
: whereunto is annexed a caueat, or proclamation, to the Vnited Netherlandish
Prouinces / translated out of the Dutch printed coppy (London: Printed for Wal-
Introducción 65
ter Dight, and are to be solde by Thomas Pauier, at his shop at the signe of
the cat and parrets, neere the Royall-Exchange, 1602).
En la tradición de la literatura panfletaria satírica se publicó en 1599 el
entretenido A Pageant of Spanish Humours, obra de H.W. (Londres: John
Wolfe). La obra es traducción de un original holandés. En el prefacio el tra-
ductor nos dice que la Verdad («Truth») ha llegado a Inglaterra, donde segu-
ramente morará de por vida, y ha comunicado el siguiente informe sobre un
«señor español». A pesar del tono burlesco y satírico, el mensaje de miedo
ante la bicha hispana (en boca de quien ya ha experimentado el dominio y
sujección españolas, como son los holandeses) hace del libro una herramienta
insuperable para fomentar el terror a lo español. El tratadito contiene las
siguientes partes:
The naturall kindes of a signor of Spaine.
VVhich poynt that we may better consider of, I shall first beginne with
that which he vttereth in diuers partes of his libel, agaynst the whole na-
tion of Spaniards in general, terming them by the names of proud, ambi-
tions, bloody, tyrannical, rauening Spaniards, a nation cursed by God, for
that the Pope that cursed man of sinne hath blessed them, &c. And in one
place he descrybeth them in these wordes: I must remember vnto you, that
it is recorded of the Spaniard, that in dissimulation he surpasseth all nations,
till he haue attayned to his purpose, and when he can once preuayle, he goeth
beyond them all in oppression and tyrannie: also that he disdayneth all other
nations, and that in pryde and carnal voluptuosnes, no nation cometh neer
him, and these be his qualities.
Parsons continúa reconociendo su conocimiento del desagrado que Es-
paña provoca a muchos, como ocurrió antes –dice- a los romanos y aun antes
a los griegos y asirios, porque «quia virtutis comes inuidia» («porque la envidia
es compañera de la virtud»). Si, continúa, algunos vicios se pueden encontrar
entre los españoles, ¿no sería más lógico atribuirlos al individuo concreto y no
al conjunto de la nación? También entre los ingleses hay borrachos y glotones,
y en todas las naciones se pueden encontrar personas buenas y malas. España,
sigue, tierra feraz y rica, ha abundado en hombres de letras (de los que se
ofrece amplio catálogo). Lo que Sir Francis más les reprocha, su catolicismo,
no es sino motivo de elogio, pues han sido constantes defensores de su fe y
sus creencias:
…their constancie and zeale in defence of the catholique religion, for
which probablie God hath so greatly exalted them alredy, aboue other
nations of Europe, & will do more daylie, if they continue that feruour
in defending his cause, notwithstanding any other humane infirmitie or
defect in lyfe that as to men (of what nation soeuer) may happen.
Sigue con una defensa de Felipe II, a quien su contrincante había tildado
de «the ambytious king of Spayne, the vsurping tyrant, the proud popish cham-
pion, trecherous, cursed, cruel». Recuerda los motivos de amistad en el pasado
entre las dos naciones, el matrimonio de Felipe II con la soberana inglesa,
previo acuerdo mutuo de los dos países, la corte que Felipe II llevó consigo
(«came so furnished with all necessaries and brought such store of money
with them, as within two or three monethes after their arryual, all England
was full of Spanish coyne»), etc. La reina fue testigo de un odio creciente e
inmotivado hacia lo español, así como de las frecuentes injurias y robos de
que fueron objeto:
She saw many English, partly vpon this indulgence of the kinges, and
partly for that being secretly heretiques, they had auersion and hatred
Introducción 69
24
Para un conjunto impresionante de estampas holandesas publicadas en la segunda mitad del
siglo XVI sobre las «atrocidades» españolas, de enorme influjo en la creación de un imagina-
rio sobre la brutalidad española, consúltese Groenveld.
72 Las Guerras de los Estados Bajos
25
En España, a diferencia del panfleto político, de menor desarrollo que en otros países eu-
ropeos en lo que se refiere a vehículo para el ataque a otras naciones, el teatro será en esta
misma época escenario privilegiado para la creación de una mentalidad colectiva nacional
constructora de la idea de nación. Lope de Vega, por ejemplo, lo hará, en lo referente a las
guerras de Flandes, con una serie de obras, de las que sólo hemos conservado Pobreza no es
vileza, Los españoles en Flandes, El aldegüela, El asalto de Mastrique y Don Juan de Austria en
Flandes. El mismo Rojas Zorrilla escribió El asalto de Amberes, sobre el mismo tema que la
inglesa que aquí analizamos. Ver Mackenzie y Loftis al respecto, y Stern (para el análisis de
Lope de Vega como propagandista)
Introducción 73
deuill looke to that, for he has most right to him [Alba]». En el entretanto se
apresta la defensa de la ciudad y las tropas y pertrechos de los sitiadores. Y en un
repaso de atrocidades pasadas que sirve de historia vera al espectador, se ofrecen
las siguientes predicciones de lo que podría esperarse de los españoles: rapiña,
destrucción, tragedia y desolación para «ciudad, riqueza, mujeres»:
Obserue by that you discreete Gouernors,
What loue or faith the Spaniard holdes with you,
That for his pride would haue your Citty pine;
Hauing destroy»d the corne on Flaunders side,
And cross»d a bridge of Conuoy to your towne;
Then that the Riuer should not victuall you,
He wish»d you sinke that shipping in the Skelt.
Collect by this the Spaniards crueltie,
Who though occasion should not come from you,
Would picke a quarrell for occasion,
To sacke your Cittie, and to sucke your bloud,
To satisfie his pride and luxurie:
Let Harlem· Marstricht, Alst example you,
And many Citties models of his wrath,
Thinke on my Father and the Countie Horne,
Whose tragedie, if I recount with ruth,
May mooue the stones of Antwerpe to relent
They seru»d the Spaniard as his Liedge-men sworne,
Yet, for they did but wish their countrie good,
He pickt a quarrell, and cut off their heades.
Burgers the Spaniard waites to take your liues,
That he may spoyle your towne, your wealth, your wiue
El gobernador de la ciudad, en suma, intenta convencer a los ciu-
dadanos con una arenga que se resume en lo traicionero y tiránico de la
esencia española: «Receiue your friends, preuent his treachery, / Least
vnawares you taste his tirranye». Los españoles, al fin, entran en la ciu-
dad y sigue un movimiento rápido en la escena, caracterizado por el ter-
ror y miedo de los habitantes («The Spaniards hurrie into euerie streete,
/ What shall we doe for safeguard of our liues?»). También se presenta al espec-
tador los cuadros conmovedores de la posible violación de mujeres: «Haue
mercie on a woman I beseech you, / As you are men and Soldiers: / If you
be christians doe not doe me shame». Los soldados echan a suertes quién la
tendrá, en parlamento que semeja el de los soldados romanos despojando a
Cristo de sus vestiduras y echándolas a suertes: «Cast lots who shall haue her».
Alba, en suma, resume el estado mental de las tropas españolas cuando clama
venganza y pide desolación y muerte por doquier:
74 Las Guerras de los Estados Bajos
26
La réplica vendría, entre otras, de la pluma de Thomas Fitzherbert, en un tratado que, por
necesidad, se imprimió en Amberes, acusado el autor de crimen laesae maiestatis: A defence
of the Catholyke cause contayning a treatise in confutation of sundry vntruthes and slanders,
published by the heretykes, as wel in infamous lybels as otherwyse, against all english Catholyks
in general, & some in particular, not only concerning matter of state, but also matter of religion:
by occasion whereof diuers poynts of the Catholyke faith now in controuersy, are debated and
discussed. VVritten by T.F. With an apology, or defence, of his innocency in a fayned conspiracy
against her Maiesties person, for the which one Edward Squyre was wrongfully condemned
and executed in Nouember... 1598. wherewith the author and other Catholykes were also falsly
charged. Written by him the yeare folowing, and not published vntil now, for the reasons declared
in the preface of this treatyse, [Antwerp]: Imprinted with licence [by A. Conincx], 1602.
Introducción 77
27
Estos miedos a los complots seguirán presentes en el imaginario inglés, que periódicamente
recuerda los complots del pasado en publicaciones de diverso tipo. Pongamos como muestra
el siguiente libro (de 1679), anónimo: An Account of the several plots, conspiracies, and hellish
attempts of the bloody-minded papists against the princes and kingdoms of England, Scotland,
and Ireland from the reformation to this present year 1678 as also their cruel practices in France
against the Protestants in the massacre of Paris, &c. : with a more particular account of their
plots in relation to the late civil war and their contrivances of the death of King Charles the First
of blessed memory, London: Printed for J.R. and W.A., 1679.
28
Los panfletos políticos no son los únicos desde los que se lanza veneno contra España. La
literatura religiosa (sermones, tratados, etc.) también abunda en este tipo de invectivas, de
las que ya hemos visto algún ejemplo. Sirva de muestra, para 1604, y de la pluma de Abbot
George (que seguiría insistiendo en su antiespañolismo en numerosas obras más) The rea-
sons vvhich Doctour Hill hath brought, for the vpholding of papistry, which is falselie termed the
Catholike religion: vnmasked and shewed to be very weake, and vpon examination most insuf-
ficient for that purpose: by George Abbot... The first part (Oxford: Printed by Ioseph Barnes,
& are to be sold in Paules Church-yarde at the signe of the Crowne by Simon VVaterson,
1604), donde hay furibundos ataques contra España; o del ex-jesuita (según dice él mismo)
Thomas Abernethie, Abjuration of poperie, by Thomas Abernethie: sometime Iesuite, but now
penitent sinner, and an unworthie member of the true reformed Church of God in Scotland, at
Edinburgh, in the Gray-frier church, the 24. of August, 1638 (Edinburgh: In King Iames his
College, by George Anderson, 1638). Como ejemplo de sermones, puede verse el delicioso
libro de Thomas Adams (autor de innumerables sermones), The blacke devil or the apostate
Together with the wolfe worrying the lambes. And the spiritual navigator, bound for the Holy
Land. In three sermons (London: Printed by William Iaggard, 1615); o la anterior refutación
a un católico ingles, de William Barlow: An answer to a Catholike English-man (so by himselfe
entitvled) who, without a name, passed his censure vpon the apology made by the Right High
and Mightie Prince Iames by the grace of God King of Great Brittaine, France, and Ireland &c.
for the oath of allegiance: which censvre is heere examined and refvted / by the Bishop of Lincoln
(London: Printed by Thomas Haueland for Mathew Law, and are to be sold in Paules-
Church-yard at the signe of the Fox neere Saint Austines-gate, 1609); o el estupendo libro
de Thomas Bell, cuyo título ya es indicativo: Anatomía de la tiranía papista, y que cuenta
con varios más de temática semejante en su haber: The anatomie of popish tyrannie wherein is
conteyned a plaine declaration and Christian censure, of all the principall parts, of the libels, let-
ters, edictes, pamphlets, and bookes, lately published by the secular-priests and English hispanized
Iesuties, with their Iesuited arch-priest; both pleasant and profitable to all well affected readers
(London: Printed by Iohn Harison, for Richard Bankworth, dwelling in Paules Churchyard
at the signe of the Sunne, 1603). Señalemos asimismo la obra de Thomas Morton, entre la
que entresacamos The encounter against M. Parsons, by a revievv of his last sober reckoning,
and his exceptions vrged in the treatise of his mitigation. Wherein moreouer is inserted: 1. A con-
fession of some Romanists, both concerning the particular falsifications of principall Romanists,
as namely, Bellarmine, Suarez, and others: as also concerning the generall fraude of that curch,
78 Las Guerras de los Estados Bajos
30
Recordemos que en esta época (1600-1610) se publican numerosos trabajos de Robert
Parsons (1546-1610) defendiendo la ilicitud del «oath of allegiance» (por ejemplo en res-
puesta a su defensa por William Barlow). Sería demasiado largo citarlos aquí todos; valga
The iudgment of a Catholicke English-man, living in banishment for his religion VVritten to
his priuate friend in England. Concerninge a late booke set forth, and entituled; Triplici nodo,
triplex cuneus, or, An apologie for the oath of allegiance. Against two breves of Pope Paulus V. to
the Catholickes of England; & a letter of Cardinall Bellarmine to M. George Blackwell, Arch-
priest. VVherein, the said oath is shewed to be vnlawfull vnto a Catholicke conscience; for so
much, as it conteyneth sundry clauses repugnant to his religion, [Saint-Omer: English College
Press] Permissu superiorum, Anno 1608.
80 Las Guerras de los Estados Bajos
signe of the Swan, 1605)31. En otros, como el de Robert Pricket (Vnto the
most high and mightie prince, his soueraigne lord King Iames. A poore subiect
sendeth, a souldiors resolution), sólo se necesita mencionar que todo lo español
daña en cualquier término que pueda pensarse: «The doctrine of Rome and
Spaine poysoneth both body and souls»
Tan asentado está para 1615 el odio a lo español, que John Stephens, en
sus Essayes and Characters (en que pinta un cuadro variado del costumbrismo
británico, en la línea de los Characters de Sir Thomas Overbury, 1614-16,
con descripciones un tanto estereotipadas del típico campesino, noble, hidalgo,
etc.), indica al respecto del Farmer (labrador adinerado) que en él odio a lo
español y lealtad al rey son la misma cosa:
He cannot therefore choose but hate a Spaniard likewise, and (he thinks)
that hatred only makes him a loyal subject32.
Y del mismo año es la traducción de una obra que pertenece a un género
abundante en la época, las relaciones o descripciones geográficas de países,
donde se mezclan a las notas físico-geográficas las reflexiones sobre el carácter
moral de los habitantes. La obra original es de Pierre d»Avity, señor de Mont-
martin33. A la descripción de la Iglesia en España, las casas nobles, los reyes
de España, sus riquezas, su ejército, etc., se unen indicaciones como las si-
guientes (del capítulo sobre «Las maneras de los españoles»), que merece la
pena copiemos íntegras:
31
De unos años antes data la traducción de la siguiente obra de Arnauld, uno de los más
furibundos antiespañoles en Francia, donde claramente se establece la relación España/
papismo/jesuitas, creando en Inglaterra (y el resto de Europa) un miedo cerval al ansia
de dominio española: The arrainment of the whole society of Iesuits in France, holden in the
honourable court of Parliament in Paris, the 12. and 13. of Iuly. 1594 wherein is laied open to
the world, that, howsoeuer this new sect pretendeth matter of religion, yet their whole trauailes,
endeuours, and bent, is but to set vp the kingdome of Spaine, and to make him the onely mon-
arch of all the west / translated, out of the French copie imprinted at Paris by the Kings printer,
At London: Printed by Charles Yetsweirt Esq., 1594. De Andrew Willet (autor de obras
de exegética bíblica y disputa religiosa -como Ecclesia triumphans- y enconado defensor del
protestantismo de Jacobo I) es la indicativa An antilogie or counterplea to An apologicall (he
should haue said) apologeticall epistle published by a fauorite of the Romane separation, and
(as is supposed) one of the Ignatian faction wherein two hundred vntruths and slaunders are
discouered, and many politicke obiections of the Romaines answered. Dedicated to the Kings
most excellent Maiestie by Andrevv Willet, Professor of Diuinitie, London: Printed [by Richard
Field and Felix Kingston] for Thomas Man, 1603.
32
De 1613 es otra obrita en que se caracteriza a los españoles como vanagloriosos (vaine-
glorious), de Thomas Nash, Christs teares ouer Ierusalem Whereunto is annexed a comparatiue
admonition to London. By Tho. Nash, London: Printed [by George Eld] for Thomas Thorp,
1613.
33
En italiano, por ejemplo, podemos recordar la famosa de Giovanni Botero, en su traducción
inglesa, A treatise, concerning the causes of the magnificencie and greatnes of cities.
Introducción 81
The Spaniards are hot and drie by nature, and are of a tawnie complexion,
which makes the women in Spaine to vse much painting, both white and
red. They haue their limbes hard, and nothing effeminate. They exceed all
the world in superstition, and serue as it were for guides to other nations
in matters of ceremonies, flatterie, proud and stately titles. They are borne
and bred to be silent, and to dissemble, and to conceale their mindes.
They keepe their grauitie with an affected seueritie, which makes them
atefull [B] to all other nations. The women do seldome drinke wine, and
are not much seene; and the gentlewomen neuer go out of their houses,
without a great companie of groomes which go before them, and cham-
ber-maides that follow them. The Spaniards in their houses are sober, and
contented with little: but when they are in another mans, they are glut-
tons, daintie, and desirous to make good cheere. They entertaine strangers
with little courtesie. When they are out of Spaine, they will esteeme hon-
our, and commend one another, yea they will make the poorest peasant as
good a gentleman as their king, if they may. They loue justice, and do it
exactly to all sorts of people. The industrie and care of the magistrate, is
the cause why there are few thefts or none at all: and within the countrie
there are few murthers committed. There is not any man that remaines
vnpunished, [C] if he haue offended against the laws, or wronged an other
man of what qualitie soeuer he be. When as two or three Spaniards are
together, of what condition or qualitie soeuer they be, especially when
they are in the war, they discourse of the common wealth, and of mat-
ters of state, they studie the meanes to weaken their enemies forces, they
deuise stratagems, and propound them to their commaunders, when as
they find them worthie of consideration. When they are in campe, there
is not any nation in the world, that doth longer, and with more patience,
indure hunger, thirst, watching, and all kind of toyles. They haue more
art than furie, when they come to fight. Their agilitie and lightnesse of
armes makes them apt to follow the enemie, and they do as easily flie
when there is cause. Although [] they be subtill witted, yet are they not apt
to learne, and when they haue gotten any little knowledge, they thinke
themselues to excell. They take great delight in the subtilty of Sophisters.
In the Vniuersities, they are more pleased to speake Spanish than Latine.
We see few of their workes passe the Mountaines, for that they cannot
write good Latin: yet the courtesie of the French hath of late dayes giuen
grace vnto their workes; so as now we haue great numbers in France, espe-
cially at Paris and Lyon. They are more melancholike than other nations,
which makes them slow in all their enterprises. They loue their ease, and
ground much vpon shewes, which makes them to imploy their meanes to
be braue in apparrell, and other things. They brag much of any thing that
doth concerne them. They do soone find their aduantage, and seeke it by
82 Las Guerras de los Estados Bajos
all possible [E] meanes. They couer their weaknesse with great industrie.
They fight better on foot than on horsebacke, nothwithstanding that they
haue excellent horses; and they can handle the harquebuze better than
any other kind of armes. They make shew to carrie great reuerence to
the Church, and to sacred things: which makes some to thinke that this
profession of pietie and religion which they all make, hath made heauen
fauourable vnto them, and that for this consideration God hath giuen
them the conquest of a new world. They are subiect to be in loue, yea
in their old age: and when they loue, it is with such heat and passion, as
a man would old their actions incredible, if he had not seene them: and
their custome is, not to spare any thing for their freinds or mistresses. But
to come vnto particularities, neere vnto Vich in Cataloigne the inhabit-
ants are rude, and nothing [F] ciuile, but sauage and full of ignorance:
but in Arragon, the inhabitants of Saragosle especially, make profession of
ciuilitie and neatnesse; and giue themselues to such things as are befitting
a gentleman. The inhabitants of Valencia are not much esteemed by them
of the other Prouinces, for that, being in a manner drowned in delights,
wherewith [A] the citie and countrie abounds, they are not apt, neither
do they giue themselues much to armes: so as the rest of the Spaniards
call them Penites, by reason of their daintinesse. There is not any towne
in Europe whereas women that make loue are more esteemed, and in
this place voluptuousnesse is preferred before honestie. In the countrie of
Andalusia, the inhabitants are neat and ciuile, and haue good wits, they
are for the most part full of discretion and wisedome. The Biskaines are
excellent in sea causes, and grow to be good souldiers and marriners.
Y sobre la religión se concluye de modo sumario:
[XI] All paine followes the opinion of the Romish Church, and the prot-
estants religion is so hated there, as they haue brough in rigorous and
cruell inquisitions least it should get any beliefe or credit among them.
Por si han olvidado los ingleses los peligros que -procedentes de España-
tuvieron que afrontar los anteriores monarcas, John Foxe se lo recuerda en
un libro (ahora reeditado, aunque escrito con bastante anterioridad) de tonos
apocalípticos, cuyo subtítulo muestra a las claras su contenido: Christs victorie
ouer Sathans tyrannie Wherin is contained a catalogue of all Christs faithfull
souldiers that the Diuell either by his grand captaines the emperours, or by his
most deerly beloued sonnes and heyres the popes, haue most cruelly martyred for
the truth. With all the poysoned doctrins wherewith that great redde dragon hath
made drunken the kings and inhabitants of the earth; with the confutations of
them together with all his trayterous practises and designes, against all Christian
princes to this day, especially against our late Queen Elizabeth of famous memo-
Introducción 83
rie, and our most religious Soueraigne Lord King Iames. Faithfully abstracted out
of the Book of martyrs, and diuers other books. By Thomas Mason preacher of
Gods Word (London: Printed by George Eld and Ralph Blower, 1615)34.
El prolífico autor antiespañol Thomas Taylor publicó en 1620 A mappe of
Rome liuely exhibiting her mercilesse meeknesse, and cruell mercies to the Church of
God: preached in fiue sermons, on occasion of the Gunpowder Treason, by T.T. and
now published by W.I. minister. 1. The Romish furnace. 2. The Romish Edom. 3.
The Romish fowler. 4. The Romish conception. To which is added, 5. The English
gratulation (At London: Imprinted by Felix Kyngston, for Iohn Bartlet, and are
to be sould [by Thomas Man] at the signe of the Talbot in Pater-noster Row).
Además de las lindezas que se pueden imaginar en lo relativo a la visión que
del Papa tiene el autor, por lo que toca a España se recuerda la «insatiable thirst
after blood» de los españoles, y jura no poder dejar de omitir «to adde a word or
two of that infinite effusion of blood, which the Popish Spaniards haue made
among the poore Indians, vnder pretence of conuerting them to the faith».
Se repite asimismo la conocida anécdota procedente de Las Casas del caudillo
caribe que no quería ir al paraíso de estar allí los españoles.
De 1621 data una curiosa y extensa obra, de Richard Verstegan, en apa-
riencia una carta de un inglés antaño residente en La Haya a un amigo suyo
de Inglaterra, escrita desde París. El propósito es «to describe vnto you the
Countrey & condition of the people [de Holanda], as also to know my opin-
ion of their cause and quarrell against the King of Spayne, about which they
haue so long troubled the World». Aunque se ofrece una perspectiva pro-
española, la obra sirve para pasar catálogo (con la intención de refutarlos)
a los topoi de la literatura antiespañola del momento35. Nos sirve, pues, de
34
Junto a ello, se mantiene por estas fechas informado al público de los asuntos referentes a las
guerras de Europa, por ejemplo mediante la traducción de la obra de Jean François le Petit
sobre la historia de Holanda: A generall historie of the Netherlands VVith the genealogie and
memorable acts of the Earls of Holland, Zeeland, and west-Friseland, from Thierry of Aquitaine
the first Earle, successiuely vnto Philip the third King of Spaine: continued vnto this present yeare
of our Lord 1608, out of the best authors that haue written of that subiect: by Ed. Grimeston
(London: Printed by A. Islip, and G. Eld, Anno Dom. 1609). O se ofrece una visión históri-
ca general de diferentes países en varias obras que abordan la historia general de una nación.
Para el caso español, como ejemplo, valga de muestra The generall historie of Spaine contain-
ing all the memorable things that haue past in the realmes of Castille, Leon, Nauarre, Arragon,
Portugall, Granado, &c. and by what meanes they were vnited, and so continue vnder Philip
the third, King of Spaine, now raigning; written in French by Levvis de Mayerne Turquet, vnto
the yeare 1583: translated into English, and continued vnto these times by Edvvard Grimeston,
Esquire (London: Printed by A. Islip, and G. Eld, anno Dom. 1612), traducción de la de
Louis Tourquet de Mayerne, aunque expandida.
35
La obra sirve de contrarréplica a obritas del tenor de la de Sir Roger Williams, The actions
of the Lowe Countries. Written by Sr. Roger Williams Knight, London: Printed by Humfrey
Lownes, for Mathew Lownes, 1618.
84 Las Guerras de los Estados Bajos
análisis de dichos topoi, así como de los sentimientos contra los que lucha el
escrito y que hablan del miedo a la corriente de opinión que en Inglaterra
se pueda mostrar favorable a los españoles (por parte de los así llamados in-
gleses españolizados) y, de resultas, su modo de mantener candente el miedo
al imperialismo hispano. El tema central será analizar la justicia de la guerra
contra España y la ingratitud de los súbditos holandeses para con su rey (el
español), aunque todo ello desde la perspectiva del involucramiento de In-
glaterra en dicha guerra. El conjunto se divide en 5 capítulos. El primero
es una breve descripción de Holanda y de las causas de la rebelión contra
España. El segundo trata de lo deshonroso de la participación de Isabel I en
dicha rebelión y del empobrecimiento a que ha sometido a sus súbditos por
ello. El tercero aborda las ventajas seguidas a Inglerra de dicha guerra y de si
los holandeses han merecido la participación inglesa en su ayuda. El cuarto
analiza si Inglaterra puede esperar algún beneficio de seguir dicho apoyo. El
quinto de la división religiosa de Holanda «and whether respect of Religion
may vrge England still to assist them». En el primer capítulo se insiste en la
variedad/confusión religiosa del país, donde cada persona es casi un doctor en
Teología y en cada casa se puede descubrir a cada miembro participando de
una religión diferente. Aunque se llaman las Provincias Unidas, jamás ha exis-
tido en el mundo gente más desunida. En 1559 Felipe II dejó estas provincias
(heredadas de su padre y antepasados) en paz y practicando la misma religión
que habían profesado por ochocientos años. Al salir no dejó gobernantes ni
tropas españolas, con lo que hubieron de permanecer «in obligation of loue
& loyalty, & in more florishing estate then euer they were befote». La pri-
mera causa de desunión radicó en el establecimiento de seis credos religiosos a
poco de la marcha de Felipe II: «The religion which Luther himselfe had first
begune, The religion of the Anabapstists, The religion of the Caluinists, The
religion of the Loyistes, The religion of the family of loue, and the religion of
the Georgists». En 1566 la nobleza del reino dirigió a Felipe II (vía Margarita
de Austria), en Bruselas, «a supplication, wherin they requyred a repeale or
moderation of all rigorous Placartes, or Lawes made concerning Religión». Se
siguieron los ataques a iglesias y clero, el envío del duque de Alba, el ajusti-
ciamiento de los condes de Egmont y Horne, la rebelión abierta de Guillermo
de Orange, etc. En abierta comparación con la política inglesa de rechazo/
ataque al catolicismo y defensa a ultranza de su recién adquirido protestan-
tismo, el autor se pregunta
whether in the sight and iudgement of the whole World, the King of
Spaine had not all right and reason on his side, to vse such meanes as
he did for the punishment of such capitall offenders, and to imploy the
subiects of one Countrey, for the chastisement of the Rebells of another,
when he had no other remedy.
Introducción 85
But what an excuse this is? when as the English neuer needed to haue feared
warre in their own country, but for their cause, and for taking their partes.
36
Véase como muestra, de 1622, la siguiente obra de N. Crynes: The copy of a letter sent from
an English gentleman, lately become a Catholike beyond the seas, to his Protestant friend in Eng-
land in answere to some points, wherin his opinion was required, concerning the present busines
of the Palatinate, & marriage with Spayne : and also declaring his reasons for the change of his
religion ([St. Omer: English College Press], M.DC.XXII. [1622]).
37
Muchos impresos de la época hablan en contra de tal matrimonio. Señalemos uno más a los
ya indicados: The Reasons which compelled the states of Bohemia to reject the Archduke Ferdi-
nand &c. and inforced them to elect a new king together with the proposition which was made
vppon the first motion of the choyce of th»Elector Palatine to bee King of Bohemia by the states of
that kingdome in their publique assembly on the sixteenth of August, being the birth day of the
same Elector Palatine / translated out of the French copies (At Dort: Printed by George Waters,
[1619]). Sin embargo, indicaremos que no son todo voces tremendists al respecto, pues
Edmund Garrand también intentaba calmar los ánimos: The countrie gentleman moderator
Collections of such intermarriages, as haue beene betweene the two royall lines of England and
Spaine, since the Conquest: with a short view of the stories of the liues of those princes. And also
some obseruations of the passages: with diuers reasons to moderate the country peoples passions,
feares, and expostulations, concerning the Prince his royall match and state affaires. Composed
and collected by Edm. Garrard (At London: Printed by Edward All-de, 1624).
Introducción 89
Therein lies one of the principal services I haue done in working such a
dislike betwixt the King and the lower house by the endeuor of that hon-
ourable Earle and admirable Engine (a sure servant to us and the catho-
like cause while he lived) as the King will never indure Parliament againe,
but rather suffer absolute want then receive conditionall relief from his
subjects. Besides the matter was so cunningly caried the last Parliament,
that as in the powder plot the fact effected should haue been imputed to
the Puritans (the greatest zelots of the Calvinian sect) so the proposition
which damde up the procedings of this Parliament howsoeuer they were
invented by Romane Catholiques and by them intended to disturbe that
session, yet were propounded in favor of the Puritans, as if they had been
hammered in their forge. Which very name and shadovv the King hates,
it being a sufficien aspertion to disgrace any person, to say he is such, & a
sufficient barre to stop any suite & utterly to crosse it to say it smels of or
inclines to that partie. Mareover there are so many about him who blovv
this cole fearing their owne stakes, if a Parliament should inquire into
their actions, that they use all their art and industrie to withstand such
a councell; perswading the King he may rule by his absolute prerogative
without a Parliament, and thus furnish himself by warying with us, and
by other domestick projects, without subsidies.
Asegura a los presentes que la fuerza naval inglesa no es tan de temer como
pareciera y se muestra en especial orgulloso de haber ocasionado la ruina
de Sir Walter Raleigh. Concluye con un largo análisis de la situación de los
católicos y sus ministros en Inglaterra y de la ayuda que les ha ofrecido.38
Una segunda obra suya, The Second Part of Vox Populi, que vio la luz en
1624, contiene dos estupendos grabados de la mesa redonda en que tiene
38
La literatura desatada sobre este casamiento es en extremo abundante. Señalemos, por lo cu-
rioso, The ioyfull returne, of the most illustrious prince, Charles, Prince of great Brittaine, from
the court of Spaine Together, with a relation of his magnificent entertainment in Madrid, and
on his way to St. Anderas, by the King of Spaine. The royall and princely gifts interchangeably
giuen. Translated out of the Spanish copie. His wonderfull dangers on the seas, after his part-
ing from thence: miraculous deliuery, and most happy-safe landing at Portsmouth on the 5. of
October (London: Printed by Edward All-de for Nathaniell Butter and Henry Seile, 1623),
aparentemente obra de Andrés Almansa y Mendoza, que escribió alguna relación más de
festejos al respecto. También típica de los escritos al propósito de la misma materia es la
anónima The High and mighty prince Charles, Prince of Wales, &c. the manner of his arriuall
at the Spanish court, the magnificence of his royall entertainement there : his happy returne, and
hearty welcome both to the king and kingdome of England, the fifth of October, 1623 : heere
liuely and briefly described, together with certaine other delightfull passages, obseruable in the
whole trauaile (Printed at London: [s.n.], 1623). De otro tenor es (y de 1643) The humble
advice of Thomas Aldred to the Marquesse of Buckingham concerning the marriage of our Sov-
ereigne Lord King Charles (London,: [s.n.], Printed in the yeare 1643).
90 Las Guerras de los Estados Bajos
39
En última instancia, como recuerda el conde de Selles (Felipe de Béthune, El consejero
de Estado), los españoles son modelo del maquiavelismo político por antonomasia: «The
Spaniard (who in matter of State make no great difficulty to breake their faith,) doe more
vsually practise this pollicie then any other Nation».
Introducción 91
plentifull in all accomodations, both for sea and land, as this Iland of Great
Britaine, to oppose or beate backe any or all of our vndertakings, When I
saw France bufie both at home and abroad, the Lowe-Countries carefull to
keepe their owne, not curious to increase their owne; when I saw Germany
afflicted with ciuill anger, Denmarke troubled to take trouble from his dearest
kinsman: the Polender watching of the Turke, and the Turke through former
losses, fearefull to giue any new attempt vpon Christendome, and that in all
these we had a maine and particular interest: when I saw euery way smooth
for vs to passe, and that nothing could keepe the Garland from our heads;
or the Goale from our purchase but onely the anger or discontent of this
fortunate British Iland; blame me not then if I fell to practises vnlawfull,
to flateries deceitfull, to briberie most hurtefull, and to other enchantments
most shamefull, by which Imight either winne mine owne ends, or make my
worke prosperous in the opinion of my Soueraigne. I confesse I haue many
times abused the Maiestie of Great Britaine with curious falshoods, I haue
protested against my knowledge, and vttered vowes and promises which I
knew could neuer be reconciled.
Sigue un catálogo de las atrocidades cometidas por España en razón de
su ansia insaciable de poder a toda costa, y que significa un repaso de histo-
ria de Europa (Portugal, Indias Orientales y Occidentales, Inglaterra, Fran-
cia, Dinamarca, Países Bajos, Italia, Alemania, etc.) vista como una sucesión
de intromisiones imperialistas hispanas motivadas por el deseo de crear una
«monarquía universal». Valga el siguiente ejemplo como modelo40:
40
Merece mención aparte, en lo referente a la literatura antiespañola basada en el tema de las
atrocidades de la conquista de América (todas ellas basadas en la publicidad holandesa de
la obra de Las Casas), los libros de George Abbot. En The reasons vvhich Doctour Hill hath
brought, for the vpholding of papistry, which is falselie termed the Catholike religion: vnmasked
and shewed to be very weake, and vpon examination most insufficient for that purpose, de 1604,
se argumenta contra la falsedad de prácticamente todas las religiones, salvo la protestante,
y se hace canto de las atrocidades españolas en América, donde apenas han dejado abori-
gen vivo: «Wheresoever in Christendome there is disagreement in Religion, some holding
for the Pope and some other against him, there the name Papist is frequent: & this is not
only in Germany, but God be praysed for it, in Norway, and Sweden, and Denmarke, in
Polonia, in Fraunce, England, Scotland, the Low Countryes, & whersoever else the Gospell
is knowne either openly or secretly. Yea in Italy, Spaine and Sicily not only the name of Pa-
pistes, but the whole doctrine of Popery woulde quickely come in question, were it not for
your bloudy Inquisition, or cruell massacring otherwise, of such as bend not that way. And
yet they be not able to extirpate Gods truth. As for the Greekes they loue you not, neither
like of your Religion; and Asia, Africa and the Indies knowe very little of our differences in
Profession, vnlesse it bee by the Christians themselves, and that onely heere and there, as at
Aleppo peradventure or some other Marte towne; except you vvill name a fewe creekes or
corners of Africa, and the East Indies, where the Portingales have incroched, or those partes
of the VVest Indies, where the Spaniards have devoured vp, almost all the olde inhabitants,
and planted themselues: and to aske of these Portingales and Spaniards whether they bee
92 Las Guerras de los Estados Bajos
But you will answere, that if Spaine had fixed down its resolution vpon
an vniuersall Monarchy, they had neuer then harkned to a peace with the
Nether-Lands: to this thine owne conscience is ten thousand witnesses,
that the peace which it entertained was nothing else but a politicke delay
to bring other and impersit ends and designes, to a more fit and solid
purpose, for effecting of his generall conquest: for what did this Truce,
but diuert the eyes of the Nether-lands (which at that time were grow-
ing to be infinit great masters of shipping) from taking a suruay of his
Indies, and brought a securitie to the transportation of his plate and trea-
sure, and made him settle and reinforce his Garrisons which then were
growne weake and ouertoyled, besides a world of other aduantages, which
too plainely discouered themselues assoone as the warre was new com-
menced.
As he had thus gotten his feete into the Nether-lands, had not Spaine in
the same manner, and with as much vsurpation, thrust his whole body
into Italy? let Naples speake, let Sicill, let the Ilands of Sardinia and Corfica,
the Dukedome of Millan, the reuolte of the Valtoline and a world of other
places, some possest, some lying vnder the pretence of strange Titles, but
come to giue vp their account, and it will be more then manifest, that
no Signorie in all: Italie but stood vpon his guard, and howerly expected
when the Spanish storme should fall vpon them; how many quarrels hath
beene piled against the State of Venice, some by the Pope, some by the
King of Spaine? how many doubts haue beene throwne vpon Tuscanie?
what protestations haue flowne to Genoa, and what threatnings against
Geneua? and all to put Italy into conbustion, whilst the Popes holinesse,
and his Catholicke Maiestie, like Saturnes sonnes, sat full gordgd with
expectation to deuide heauen and earth betweene them.
Concluye la obra con un corolario en que vuelve a demonizarse la actitud
española y se insiste una vez más en la importancia del Palatinado en el imagi-
nario inglés del momento:
Thus I haue brought Spaines attemps for an vniuersall Monarchie, from
Portugall to the Netherlands, thence through Italy, so into France; England,
was lookt vpon by the way, in the yeare 1588. but shee was not so drow-
fie as others: there is now but Germanie betwixt him and the end of his
ought but Catholikes, is not to aske a mans felow, but to aske a mans selfe, whether he be a
theefe or no? But surely the Infidels, or Turkes, or Greekes do neither call you nor know you
by that name». En vena semejante habla Thomas Adams del comportamiento «mercilesse»
de los españoles contra los indios (The blacke devil or the apostate Together with the wolfe
worrying the lambes. And the spiritual navigator, bound for the Holy Land. In three sermons. By
Thomas Adams, [London]: Printed by William Iaggard, 1615).
Introducción 93
Ambition, but is that free and vntouched? woe to speake it, that of all is
the worst and most horred: O the lamentable estate, of those once most
happie Princes! how hath the house of Austria drownd them in blood? and
by the worke of ciuill dissention, made them in their furies to deuoure one
another. Is there any thing in this age more lamentable or remarquable,
then the losse of the Palatinate? or is there any thing in which thy villany
can so much triumph as in that politique defeature? why, the lyes which
thou didst vtter to abuse the Maiestie of England, and to breed delayes
till thy Masters designes were effected, were so curious and so cunning,
so apte to catch, and so strong in the holding, that the Deuill (who was
formerly the author of lyes) hath now from thee taken new presidents for
lying. I would here speake of thy Archduchesses dissimulation, but shee is
a great Lady, and their errours at the worst are weake vertues.
De 1624 es otra obra, de S.R.N.I. [Thomas Scott], titulada Vox Coeli,
donde (tras un discurso/ensayo apasionado firmado por S.R.N.I.) un jurado
compuesto por varios reyes pasados de Inglaterra decide la culpabilidad de
España en los asesinatos de Enrique III y IV, Guillermo de Orange y don
Sebastián, y donde se repasa por turnos el involucramiento de España en los
sucesos de las Indias, Portugal, Italia, Venecia, Suiza, la Valtellina (Grisón)41,
Saboya, Francia, los Países Bajos e Inglaterra. El texto en su totalidad es una
diatriba contra España que entraría de lleno en lo que hoy tildaríamos como
«complot theory». Quizá pueda resumirse la obra con los siguientes alegatos
contra al afán expansionista e imperialista de una España obscurantista:
And wherevnto tends all this treacherous ambition, and formidable vsur-
pation and greatnes of the King of Spaine, but to cut out a passage with
his sword, and to make his troopes & Regiments fly o»re the Alpes, for
his erecting and obtaining of the Westerne Empire: And wherevnto tends
it I say, but to make his territories and Dominions to encirculiz[…] great
41
Como en el caso de todos los sucesos históricos contemporáneos, el de la Valtellina se pon-
drá suficientemente en conocimiento del público inglés mediante numerosas obras. Valgan
de muestra las traducciones de obras de Paolo Sarpi, el gran historiador del Concilio de
Trento (en este caso pro-español), como A discourse vpon the reasons of the resolution taken
in the Valteline against the tyranny of the Grisons and heretiques To the most mighty Catholique
King of Spaine, D. Phillip the Third. VVritten in Italian by the author of the Councell of Trent.
And faithfully translated into English. With the translators epistle to the Commons House of
Parliament, London: Printed [by Miles Flesher] for William Lee, at the Turkes head in
Fleetstreet, next to the Miter and Phoenix, 1628. De este autor se había publicado en 1625
la traducción de su obra en que analiza la licitud de portar armas en defensa de un príncipe
de religión diferente a la de uno: The free schoole of vvarre, or, A treatise, vvhether it be lawfull
to beare armes for the seruice of a prince that is of a diuers religion (London: Printed by Iohn
Bill, printer to the Kings most excellent Maiestie, 1625).
94 Las Guerras de los Estados Bajos
Brittaine and France, yea to be their Cloyster, and to make and esteeme
those two famous Monarchies, but onely as a fatall Church-yard to burie
and interre themselues in.
[…]
And to step yet a degree further; was it not a hellish pollicy, and a diaboli-
call designe and resolution of the Counsell of Spaine, to aduise our Prince
vpon his returne into England, to waerre vpon the Protestants, and to
proffer him an Army to suppresse and exterminate them.
O considérese este alegato a la guerra (en el contexto de una petición de ro-
tura de la paz de 1604 y el impedimiento del plan de matrimonio del príncipe
de Gales),
Thinke what a happines, what a glorie it is for England to haue wars
with Spaine, sith Spaine in the Lethirgie of our peace, hath very neere
vndermined our safetie, and subuerted our glory; And let vs dispell those
charmes of securitie, wherein England hath beene too long lul»d and en-
chanted a sleepe: And if feare & pusillanimitie, yet offer to shut your eyes
against our safetie, yet let our resolution and courage open them to the
imminency of our danger; that our glory may surmount our shame, and
our swords cut those tongues and pennes in pieces, which henceforth dare
either to speake of peace· or write of truce with Spaine.
que, a su vez, debe insertarse dentro del programa político-social-militar del
autor, que contiene los siguientes 5 puntos:
That you be carefull that your warres (both by sea and land) be plentifully
stored with money, powder and shot, which indeed is the veignes and
Arteries, the sinewes and soule of warre. That you crye downe all gold and
siluer Lace, and all silkes, Veluets, and Taffities, and crie vp woole cloath,
and blacke [...] and Corslets insteede thereof, that thereby England as a
blacke and dismall cloud, may looke more martiall and terrible to our
Enimies. That our English Romanists may be taught either to loue, or
to feare England. That there be prouision made, and especiall care had
to secure his Maiesties Coasts, Seas. and Subiect from the Ships of warre
of Dunkerke and Ostend, by whome otherwise they will be extreamely
indomaged and infested. That by some who»some Statute and Order, you
cleanse the Citties and Countrie, the Streets and highwaies from all sort
of Beggers, by prouiding for their labour and reliefe, whereby many hun-
dred thousand Christian soules will pray vnto God for his Maiesty, and to
power downe his blessings vpon all your Designes and Labours, whereby
without doubt our Warres will succeed and prosper the better.
Introducción 95
En suma, insta al rey a que una sus esfuerzos con Holanda, pues ambas
naciones tienen en común ser el objeto del afán imperialista español. Y deben
continuar atacando a España en América, pues se ha sufragado su imperio
con el oro que viene del continente americano, oro que sirve para pagar sus
ejércitos, para pagar a los quintacolumnistas que viven en Inglaterra misma
y oro que va a parar a las mismas puertas de los embajadores españoles en
Londres, con el que quieren comprar al rey y sus consejeros para que acepten
la propuesta de matrimonio para el príncipe de Gales:
These are motiues wherein all Christian Princes are interessed, so as with
reason they cannot oppose the designe, nor will (I thinke the most of
them) hee hath brought himselfe into such an hatred with them. Let us,
betweene his Maiesty and the Vnited Provinces, consider how the particu-
lar causes of both Nations doe importunate us both to the undertaking
thereof. Who hath been so thirsty of our bloud as Spaine? And who hath
spilled so much as he? Who hath been so long our enemy? And who hath
corrupted so many of our Nation as Spaine? And that all with the help of
gold, which by reason of the neglect of this Designe he doth still enjoy,
tempting our weak ones, and our false ones withall. Would you finde
a Traitor on a suddain? Balaams Asse will tell you where, at the Spanish
Embassadours doore? And when? when they come from Masse, and oth-
erwise. When to? when they Match with us. For his malice is so great, he
cannot hide; nor will God (I hope) suffer it.
De 1624 es un juicioso tratado, dirigido al rey, A Souldier’s Counsel, de
Henry Hexham. Allí se avisa del peligro que sigue suponiendo España para
la monarquía inglesa y se le niega incluso a España hasta el valor militar de
sus tercios y conquistadores, pues no son todos sino crueles asesinos. En el
prólogo, ya significativo de por sí, se dicen lindezas como que los españoles
son un tambor que de lejos hace ruido y de cerca se rompe fácilmente, o son
asno vestido de piel de león:
THE motiue of this Discourse, most renounmed Soveraign, which at this
time I intend to handle, for that it hath relation to two ends or periods, to
wit, peace and warre, the one much to be preferred before the other, as well
by divine, as human Arguments; yet for that the time agreeing with the
necessity, we are in regard of the feare of the Spanish greatnesse hereafter,
which undoubtedly he will attain unto by the innumerable masses of his
Indian treasures, which are the nerves and sinewes of all martiall intend-
ments, by which fair opportunities offered unto the greatnesse of his desire,
for the enlargement of his state, glory and renoume, and that there may be
no object that may impediment the let thereof, but onely a determination
in himselfe not to offend his neighbours, I shall hardly beleeu that he will
98 Las Guerras de los Estados Bajos
so much differ from his Progenitors, I mean Ferdinand, Charles and Phil-
lip, who raised not the fame of the Spanish Monarchie, by just, noble and
laudible warres, but by cruell, bloudy and treacherous invasions, especially
against Princes of their own bloud; who under pretence of relieving or giv-
ing them aide against the oppression of others, haue made these passages
unmoueable assurance, for the obtaining of the lands, Crowns and liues of
their neerest Allies, which giveth me no cause of hope of his good dealing
towards your Highness, and the States, who are neither allied unto him by
bloud, as these former Princes were, nor tyed unto him by offices of Con-
federacie, wherby for former good turns received he might let you liue in
peace: but contrarily, we being onely the stop of the Spanish fury of this part
of the world: and a Nation who haue not onely given him infinite disgraces,
as well by open battell, as sundry invasions and incursions, made upon his
frontier Townes and Territories, to the irrecoverable dishonor of the Spanish
people, and unmasking his former forces to all men; which indeed are but a
meer shew, and frighting them onely; knowing their Greatnes depends with
filling the world with an imagination of their Mightiness. For the Spaniard
may well becompared to a drumme, or empty vessell; that being beaten
upon makes a great and terrible noise; but come neerer them, break them,
and look into them, and there is nothing within can hurt you. Or rather like
the Asse, that wrapt him selfe in the Lyons skin, and marched a farre off, to
strike terrour into the hearts of the beasts, but when the Fox drew neer, hee
not onely perceived his long eares, but likewise discovered him and made
him à jest to all the beasts of the Forrest.
Este prolífico autor mantuvo al público inglés informado sobre las hazañas del de Orange en
42
la toma de Maastricht, A iournall, of the taking in of Venlo, Roermont, Strale, the memorable seige
of Mastricht, the towne & castle of Limburch vnder the able, and wise conduct of his Excie: the
Prince of Orange, anno 1632 VVith an exact card drawne first by Charles Floyd (nowe ensigne)
and since lessened and cutt by Henricus and Willihelmus Hondius dwelling by the Gevangen Port
in the Hagh. Compiled together by Capt. Henry Hexham quartermaster to the regiment of the
Lord Generall Vere. As also a list of the officers, voluntiers, gentlemen, and souldiers slayne, and
hurt in this seige. With the articles of composition (At Delph: Printed by Iohn Pietersz VValpote,
for Nathaniell Butter [London], and are to be sold at [sic] Henrij Hondius, his house in the
Hagh, anno 1633), y sobre los modos de la guerra en los Países Bajos: The principles of the
art militarie practised in the vvarres of the Vnited Netherlands. Represented by figure, the vvord of
command, and demonstration. Composed by Henry Hexham quarter-master to the regiment of the
Honourable Coronell Goring (London: Printed by M.P. for M. Symmons, 1637).
100 Las Guerras de los Estados Bajos
Entre las muchas obras contemporáneas que abordan el tema, señalemos The 4. of Octob:
43
1622. A true relation of the affaires of Europe, especially, France, Flanders, and the Palatinate
Whereby you may see the present estate of her prouinces, and coniecture what these troubles and
wars may produce. Together with a second ouerthrow giuen the French Kings forces at Mompe-
lier, by those of the Protestant League, wherein were slaine a great number of the Kings armie.
Last of all. the remoue of the famous siedge before Bergen, vpon the 22. of September last, with
the retreat of Spinola to Antwerp, as taking aduantage of the time, and not able to continue,
for feare of vtter dissipation (London: Printed [by Bernard Alsop?] for Nathaniel Butter, and
Nicholas Bourne, 1622), anónima.
Introducción 101
fallible arguments, most true and certaine histories, and notable examples,
the right way, and true meanes to resist the violence of the Spanish King, to
breake the course of his designes, to beate downe his pride, and to ruinate
his puissance».
En 1625 se publicó la obrita de teatro A Game at Chess[e], de Thomas
Middleton. Se representó antes (entre el 5 y 14 de agosto de 1624, en Globe
Theater de Londres), hacia el fin de la primera embajada de Carlos Coloma
en Inglaterra, pues éste se quejó oficialmente a Jacobo I por el contenido an-
tiespañol de la misma44. De hecho la protesta de Coloma ocasionó el cierre
del teatro y la pérdida económica de la compañía45. La acusación menciona
«the players’ boldnes, and presumption in impersonating Philip of Spain,
Gondomar and De Dominis, the archbishop of Spalato» (Howard Hill 23).
Según este mismo autor, la obra funciona si se entiende que juega con la
ansiedad inglesa sobre España, pues no se habían olvidado ni de la bula de
excomunión contra Isabel I de 1570, ni de la prohibición papal de 1606 y
1607 a los súbditos católicos ingleses de jurar el «oath of allegiance» a Ja-
cobo I46, ni del «Gunpowder Plot» de 1605, ni por supuesto del recentísimo
viaje de ida y vuelta del príncipe Carlos y Buckingham: «Charle’s safe return
from those risks produced a rare period of substancial nacional unity, while
the eventual breakdown of the Spanish match and Buckingham»s advocacy
of war against the perfidious Spaniards further emboldened preachers and
pamphleteers» (26)47. Como resume en pocas palabras un personaje de la
44
Los papeles de Coloma forman parte del ms. 18.203 de la BNE, Phelipe IV Papeles Origina-
les de su Reynado; Quenta y Cargo y data de don Carlos Coloma embajador extraordinario de
su Magestad en Inglaterra desde 14 de Junio hasta 14 de Diziembre deste presente año de 1624,
estudiados magistralmente por Edward M. Wilson y Olga Tudor.
45
De hecho antes de acabar el año la compañía tendría otra vez problemas por representar The
Spanish Viceroy, aunque de menos interés para este estudio.
46
Ver asimismo cómo se juega, por contra, con este sentimiento en la prensa inglesa: John
Floyd, God and the king. Or a dialogue wherein is treated of allegiance due to our most gra-
cious Lord, King Iames, within his dominions Which (by remouing all controuersies, and causes
of dissentions and suspitions) bindeth subiects, by an inuiolable band of loue and duty, to their
soueraigne. Translated out of Latin into English (Printed at Cullen [i.e. Saint-Omer: English
College Press], M.DC.XX. [1620]). En lo mismo insiste otro trabajo del prolífico Henry
Peacham, algo posterior, que quiere ahondar en lo profundo del sentimiento de patriotismo,
con ejemplos de lo mal que acaban los traidores a su rey y nación: The duty of all true subiects
to their King as also to their native countrey, in time of extremity and danger. With some memo-
rable examples of the miserable ends of perfidious traytors. In two bookes: collected and written
by H.P (London: Printed by E. P[urslowe] for Henry Seyle, and are to be sold at his shop,
at the Tygers Head in Fleetstreet, over against St. Dunstanes Church, 1639).
47
Si abundan por doquier en Inglaterra publicaciones y panfletos referentes al posible enlace
matrimonial, en España también existen algunos. Sirvan de muestra la Relación del gran
recibimiento que la Magestad Católica del Rey nuestro Señor don Felipe IIII hizo al Príncipe
de Gales, en su Corte, y villa de Madrid, domingo a diez y nueue días del mes de março, en este
104 Las Guerras de los Estados Bajos
obra, «we must not trust the policie of Europe / Vpon a womans tongue»
(en referencia al consentimiento de la princesa española).
En forma de alegoría (un juego de ajedrez), el Caballero Blanco (White
Night) vence al Caballero Negro (Black Night) en lo que se entiende clara-
mente como victoria de Buckingham-príncipe de Gales frente a la perfidia
hispana, el conde Gondomar-Felipe IV (ver al respecto Álvarez, Turner, Cog-
swell, Pérez Tostado, Pastor, González Fernández), que se presentan en la
obra como sujetos a los oscuros hilos de la maquinación jesuita (adobada
con claras imágenes mágico-obscurantista-diabólicas), vencida en último tér-
mino porque se han dado cuenta de la trampa que subyace al matrimonio
real propuesto por Gondomar-Felipe IV. De hecho Coloma se quejará de
lo evidente de la similitud entre el Caballero Negro y el joven Felipe IV, así
como de algunos detalles con que se aludía al conde Gondomar (en especial
la fístula anal de que padecía el conde y le hacía ser transportado en una silla
especial [por cierto, dicha silla aparece dibujada en algunas ediciones de Vox
Populi de Scott y en la obra que ahora analizamos, donde se la llama sarcásti-
camente «my Chaire of ease, my Chaire of Couzenage»]). En el Actus Primus
el «White Queenes Pawne» explica con respecto a sacerdotes y jesuitas que
éstos trabajan para ver cumplido un esquema de consecución de una monar-
quía absoluta en Europa y el mundo (América), protegidos en embajadas y
cortes extranjeras, donde usan a menudo del soborno, referencia clara a la
labor de Coloma (y sus antecesores) como protectores de sacerdotes y centro
de la tupida red de espionaje diseñada desde la corte madrileña48: «He finds
presente año de 1623 (Valladolid: Gerónimo Morillo, [s.a.]); y la Relación breve y verdadera,
de las fiestas reales de toros, y cañas, que se hizieron en la plaça de Madrid, lunes, que se con-
taron veynte y uno de agosto, por la solemnidad de los casamientos de los Sereníssimos Señores
Príncipe de Gales, y la Señora Infanta Doña Maria de Austria (Valladolid: Gerónimo Morillo,
[s.a.]). Sobre el «Gun-powder Treason», todavía en 1641 se publican joyas como Novembris
monstrum, or, Rome brovght to bed in England with the whores miscarying made long since for
the anniversary solemnity on the fift[h] day of November, in a private colledge in Cambridge
(London: Printed by F.L. for Iohn Burroughes, 1641).
48
Aunque aquí no podemos entrar por extenso en la materia, dejemos sólo señalado
que en el imaginario colectivo inglés se continúa creando en esta época una aso-
ciación entre jesuitas y peligro/depravación/demoníaco. Ver, entre muchos otros,
los numerosos panfletos de Anthony Copley escritos entre fines del siglo XVI y
comienzos del XVII; y el estupendo tratadito de Bagshaw, A sparing discouerie of
our English Iesuits, and of Fa. Parsons proceedings vnder pretence of promoting the
Catholike faith in England for a caueat to all true Catholiks our very louing brethren
and friends, how they embrace such very vncatholike, though Iesuiticall deseignments,
de 1601; y el estupendo libro de 1610, de Pierre Coton (traducido al inglés): The
hellish and horribble councell, practised and vsed by the Iesuites, (in their priuate con-
sulations) when they would haue a man to murther a king According to those damna-
ble instructions, giuen (by them) to that bloody villaine Francis Rauilliacke, who mur-
dered Henry the fourth, the late French king. Sent to the Queene Regent, in answere to
Introducción 105
them all true Labourers in the Works / Of the Vniversall Monarchie; which
he / And his Disciples principally aime at: / Those are maintaind in many
Courts, and Pallases, ¿And are induc’d by’th Noble Personages / Into Great
Princes seruices: and proue / Some Councellors of State, some Secretaries».
Hasta la figura del rey Felipe IV (el Caballero Negro) proclama altanera-
mente: «I stand for Roguery still; / I will not change my side». El resto de la
obra, a pesar del comentario elogioso de algunos críticos como la mejor pieza
alegórica del reinado de Jacobo I, es pesada y cargante, aunque nos vale para
el propósito de mostrar que desde las tablas y panfletos, la imagen de España
en el período de Jacobo I continúa (si no incrementa) la dosis de leyenda
negra antiespañola con que ya contaba en la época isabelina. Y hasta podría
verse una autorreferencia al poder de los panfletos en el entramado político
cuando el Caballero lamenta: «Plague on tose pestilent Pamphlets, tose are
that impudent pamphlet, published by Peter Cotton Iesuite, in defence of the Iesuites,
and their doctrine; which also is hereunto annexed. Translated out of French (London:
Printed [by John Windet] for T. B[ushell] and are to be sold by Iohn Wright at his
shop in Christs-Church-gate, 1610). Y el The Iesuits downefall threatned against
them by the secular priests for their wicked liues, accursed manners, hereticall doc-
trine, and more then Matchiavillian policie. Together with the life of Father Parsons
an English Iesuite (Oxford: Printed by Ioseph Barnes, and are to bee sold by John
Barnes dwelling neere Holborne Conduit [London], 1612). La palma se la lleva
Henry Burton, en su obra de 1627, The baiting of the Popes bull. Or an vnmasking
of the mystery of iniquity, folded vp in a most pernitious breeue or bull, sent from the
Pope lately into England, to cawse a rent therein, for his reentry, donde se presenta a
los jesuitas como, facciosos, traicioneros y servidores del Papa y de España: «Why,
what Malefactors? such, as Iesuits are: not onely of factious, treacherous, traiterous
spirits, as they are men, possessed with the spirit of Iesuitisme: but euen by vertue
and force of their Order and Profession, Traitors ex professo. They must be so, they
are bound to bee so, else they are no Iesuits, else must they renounce their Holy
Order of the society of Iesu. And is it possible that such should roust in England?
Nay reuell and riot? Nay, not onely bee profest traitors themselues; but drawing
Parties to their side continually, euen to the diuiding of the limmes, the armes,
and shoulders, legges and feete from the Head of this goodly Politicke body? It is
the fashion indeed, in other neighbour Popish States publickely to allow and auow
such kinde of Creatures in the State. But none haue more reason to vphold them
then, the Spaniard, their good Master». Y no le va a la zaga la obrita de Christian
Francke, Tvvo spare keyes to the Iesuites cabinet ropped accidentally by some Father of
that societie and fallen into the hands of a Protestant. The first wherof, discovers their
domestick doctrines for education of their novices. The second, openeth their atheisticall
practises touching the present warres of Germany. Projected by them in the yeare 1608.
and now so farre as their power could stretch, effected, till the comming of the most
victorious King of Sweden into Germany. Both serving as a most necessary warning for
these present times (London: Printed by B[ernard] A[lsop] and T[homas] F[awcet]
for George Giebes, and are to be sold at his shop at the Flower de Luce, by the little
south-doore of St. Pauls Church, 1632), teniendo muchas de ellas como fuente
obras escritas en otros idiomas, como las francesas de André Rivet.
106 Las Guerras de los Estados Bajos
they / That wound our cause». El Caballero Negro y el Obispo Magro (Fat
Bishop) son una personificación de la doblez política y la teoría maquiavélica
cuando afirma el primero: «…the posesión of the Earth be ours. / Was it not
I procur»d a pretious safe-guard / From the White Kingdome [Inglaterra] to
secure our Coasts / Against the Infidell Pyrat, vnder pretext / Of more neces-
sitous expedition? / Who made the Goales flie open (without miracle) / And
let the Locusts out». Frente a ellos, el Caballero Blanco representa, en ima-
gen de batalla cósmica muy del gusto puritano, la fuerza del bien: «We shall
match you, / Play how you can, perhaps and mate you too». Dicho caballero,
al fin de la obra, resume en términos triunfales para el público la esencia del
imperio español:
Ambitious, Couetous, Luxurious, Falshood.
[…] Obscuritie is now the fittest fauour
Falsehood ca sue for: It well suits Perdition
«Tis their best course that so haue lost their Fame,
To put their heads, into the Bagge for shame
And there behold the Bags mouth (like hel) opens
To take her due: and the lost Sonnes appeare
Gredily gaping for encrease of followship,
In infamy the last desire of wretches
Aduancing their perdition branded fore-heads
Like Enuies issue, or a Bed of Snakes. (67)
Del mismo modo, Epilogus (al modo del teatro romano) cierra la obra
con estas sabias palabras:
My Mistris (the White Queene) hath sent me forth
And bad me bow tus lowe to all of worth […].
For any else, by Enuies marke deuoted,
To tose Night Glow-wormes in the bagge denoted
Where ere they fit, stand, or in priuate lurke
They»l be soone knowne by their deprauing Works. (68)
day of Nouember, 1625, de 1626 (de Richard Pike), dirigida por Pike al rey
como una «story of my dangers» desde el estado de ánimo siguiente: «No
happinesse on Earth so great as to come into England». La narración, que se
ha sospechado inspirada en la realidad (aunque no lo es), se presenta como
simple metáfora de la lucha de David contra Goliat, del débil (y astuto) fr-
ente al fuerte (cruel, bárbaro pero ignorante y bruto). Como de costumbre, el
relato (Pike fue capturado y llevado a Jerez de la Frontera, donde se le somete
a interrogatorio y termina venciendo en duelo a tres de sus oponentes, antes
de acabar siendo enviado a Madrid, donde Felipe IV quiere hacerse con sus
servicios, aunque el inglés prefiere regresar a su patria, lo que se le concede
por su valor) se presenta en términos bíblicos (Psalmos 16:13): «Great is thy
Mercy towards me (O Lord) for thou hast deliuered my Soule from the low-
est Graue», de lucha entre el Bien/Mal, y podría hasta servir de modelo para
las narraciones épicas del período de la frontera de los EE.UU. en la lucha
ente el hombre blanco frente a los salvajes pieles rojas. Dejando aparte la in-
sistencia en la valentía de Pike (como era de esperar), para la que hacía falta
un elogio proporcionado de la de los españoles con quienes se enfrenta, el re-
lato insiste en la nota de traición y cobardía de los hispanos (narración, pues,
heredera del subgénero de naufragios tan popular en la época, o hasta de los
que aparecieron con notable popularidad en los años siguientes al desastre de
la Armada Invencible):
True Valour (I see) goesnot alwaies in good Clothes; For, He whom befote
I had surprized, seeing me fase in the snare, and (as the euent prooued)
disdaining that his Countrey men should report him so dishonored, most
basely, (when my handes were in a manner bound venid me) drew out his
Weapon […] and wounded me through the Face.
Herido por viles cobardes, un noble español tiene la decencia de ayudarle:
The Noble Gentleman, giuing expresse charge, that the best Súrgenos
should be sent for, least, being so basely hurt and handled by Cowards, I
should be demanded at his hands.
Le quieren obligar a confesarse con unos sacerdotes (uno de los cuales hablaba
perfecto inglés, teniendo además como intérpretes a dos irlandés, insitiendo
de paso en la teoría del complot católico-papista), ocasión para que Spike
luzca lo mejor de su orgullo (e ingenio protestante):
What thinke you of the Pope? Sayd Father Iohn. I answere, I kew him not.
Los españoles, asimismo, se caracterizan por su afán de lujo (justificación
de sus conquistas y sed de sangre enla conquista):
108 Las Guerras de los Estados Bajos
At the length, amongst many other reproches, and spightfull Names, one
of the Spaniardes called English Men Gallinas […]. Herevpon, one of the
Dukes (poyinting to the Spanish Soldiers) bid me note how their King kept
them; And indeed, they were all wonderous braue in Apparell, Hattes,
Bandes, Cuffes, Garters, &c, and some of them in Chaines of Gold.
Prisionero, sólo puede salvarse mediante un duelo a muerte (con tres españoles
nada menos, y sin el apoyo de una multitud que le jalee y apoye [«Showtes
ecchoed to Heauen, to encourage the Spaniards; Not a shoute, nor Hand, to
hearten the poore English Man»]). Y Pike ofrece las siguientes consideraciones
sobre el sentido nacional español del honor:
…the Spaniard is Haughty, Impatient of the least affront; And when he
receiues but a Touch of any Dishonour, Disgrace, or Blemish, (especially
in his owne Countrey, and from an English Man), his Reuenge is impla-
cable, mortall, and bloudy.
Ya liberado por Felipe IV, de viaje a Inglaterra, al parar en Francia, todavía
tiene ocasión Pike de mostrar al orgullo hispano lo vacío de su bravado, pues
se encuentra con un grupo de españoles que insulta a Inglaterra y logra (con
ayuda de otros ingleses) que retiren sus injurias:
Vpon the noise of this Bustling, two English Men more came in, Who
vnderstanding the Abuses offered to our Countrey, the Spaniards in a
short time, Recanted on their Knees their Rashnesse.
Termina así, dice el autor, su Peregrinación Española, guiado en ella (Es-
paña) como por valle de lágrimas y de destrucción por el poder salvífico de
Dios, protector del peregrino (inglés). Pike (personaje) de hecho reaparecerá
(aunque situando el hecho en Lisboa y con ciertas distorsiones) dentro de
otro breve relato (de 1626), A True Relation of a Brave English Stratagem prac-
tised lately upon a sea town in Galicia. Aunque los detalles de la estratagema
que ahora usa (encierro de los habitantes del pueblo en el barco inglés y
saqueo de la villa por los ingleses) no nos interesan ahora, valga de muestra
el modo como el autor se dirige a su público lector en el prólogo, para repre-
sentar a España una vez más como nación soberbia y a la inglesa como nación
ingeniosa e inteligente, capaz de vencer al insolente hispano:
You shall here (louing Countrymen) receiue a plaine, full, and perfect
Relation, of a stratagem brauely attempted, resolutely esconded with bold
English spirits, and by them as fortunately Executed vpon our Enemies,
teh Spaniards: Who, albeit vpon what Kingdome soeuer they once set but
footing, they write Plus ultra, deuouring it vp in conceipt, and feeding
their greedy ambition that it is All their owne; yet this great goleen Fagot
Introducción 109
of Dominion may haue sticks plucked out of it, if cunning fingers goe
about to vndoe the Band: as by this Galizian Enterprize may appeare.
Por si no quedara claro, el epílogo insiste en la imagen de David-Goliat
tan querida a los propagandistas ingleses de la época desde la época de la In-
vencible, y define a España como llena de orgullo, vanagloria y ambición:
And tus worthy Country-men you see that notwithstanding the proud
brames of the publike Enema their scandals and calumnies, with all the asper-
sions of disgrace that their malice can deuisse, to cast vpon our Kingdome
and Countrey, maugre their Inuasions threatned on Land, or their nauall
tryumphs boasted at Sea; how the great Creador of all things, in whose sight
pride, vaine-glory, and ambition are abominable, can […] by the hand of the
youngman David, stoope the stiffe neck of the strongest Goliath.
También de 1626 es aun otra obra, representativa del gran número de
breves relaciones (que aquí no podemos estudiar en su totalidad) sobre en-
cuentros entre ingleses y españoles y escritas, imaginamos, para levantar la
moral, crear un sentimiento de victoria e insultar la capacidad defensiva y
de lucha de los españoles: A true relation of a brave English strategem practised
lately vpon a sea-towne in Galizia, (one of the Kingdomes in Spaine) and most
valiantly and succesfully performed by one English ship alone of 30. tonne, with
no more than 35. men in her. As also, with two other remarkeable accidents be-
tweene the English and Spaniards, to the glory of our nation49.
49
Por el contrario, del mismo año existe una breve obra, de Walter Cary, El estado actual de
Inglaterra, en que el autor ofrece dos ejemplos del bienhacer hispano en materia de justicia y
gobierno: «I haue heard, that in Spaine if one be drunke, his oath in neuer after to be taken
before a Iudge»; «I haue heard a very laudable order in Spaine: There are appointed certain
men called Iusticers, which are dispersed ouer the whole kingdome; euery one limited to
certaine Parishes, in which he hath authority to heare complaints of misdemeanours, and
trifling quarrels, and to punish offenders, eyther by fine (whereof he hath part, & the King
the rest) or corporall punishment, as hee seeth good; and to end also causes for trifling debts,
and other matters (being of no great moment) whatsoeuer, without suit: Wheras in England
there are an infinite number of suits tolerated for words, for the least blow, for cattell break-
ing into ground, for trifling debts, and such like: so that if one haue but x.s. owing him, nay,
v.s. or lesse, he cannot haue it but by suit in law, in some petty Court, where it will cost 30.
or 40. s. charge of suit». Carlos I (en 1625), antes de la paz con España de 1630, llamaba a
sus súbditos (al servicio del rey de España o cualquier príncipe extranjero) a deponer armas,
bajo pena de ley: By the King a proclamation for the calling home of all such His Maiesties sub-
iects as are now imployed either by sea or land, in the seruices of the emperour, the king of Spaine,
or the archduches (Printed at Oxford: By I.L. and W.T. for Bonham Norton, and Iohn Bill,
Printers to the Kings most Excellent Maiestie, M.DC.XXV [1625]); a la vez que declaraba
presa lícita el apresamiento de barcos con grano procedentes de España: By the King a proc-
lamation to declare, that all ships carying corne, or other victuals, or any munition of warre,
to, or for the king of Spaine, or any of his subiects, shall be, and ought to be esteemed as lawful
110 Las Guerras de los Estados Bajos
prize (Imprinted at London: By Bonham Norton and Iohn Bill, Printers to the Kings most
Excellent Maiestie, M.DC.XXV [1625]); así como establecía una prohición general para el
comercio con España en cualquier forma que fuere: By the King a proclamation to forbid the
subiects of the realme of England to haue any trade or commerce within any the dominions of
the King of Spaine or the Archduchesse (Imprinted at London: By Bonham Norton and Iohn
Bill, Printers to the Kings most Excellent Maiestie, M.DC.XXV [1625]).
Introducción 111
of the Paladines, the terrour of the world, the flower of the nobilityof the Ro-
domonts, […] couragious as Lucifer, a seruant to Ladies, and souereigne Prince
of the company of the Murderers», su capa levanta vientos huracanados cuando
se la emboza, su espada –de poder hablar- no pararía de contar maravillas, «only
with my voyce, I will penetrate hell, and only with my presence, I will bring all
the world into subiection», desprecia el valor (inexistente) de un capitán inglés,
con un pelo del mostacho que lance hará en él profundo agujero, con su espada
causa la destrucción («I ruinate, I burne, and set all on fire, breaking inexpugnable
armies, Cities, Castles, Trenches, Towers, Walles and Fortresses»), a cualquier sitio
que vaya le acompaña la Muerte, su naturaleza es ser «afable, terrible, and cruell»,
como la de un basilisco, su valor no podría comprarse con todas las riquezas del
mundo, quién podría no enamorarse de cuerpo varonil y luchador como el suyo,
el turco tiembla de sólo oír su nombre, «when I walke though the streets of the
city, a thousand Ladies meet with mee», los dioses –que a Hércules han conferido
rango semidivino- no le inspiran sino risa (pues deberían hacerlo con él, siendo
sus hechos superiores a los suyos), sólo por servir a su señora sería capaz de cual-
quier cosa, hasta con «Destinie», «Time», «Fortune» y «Nature» se atrevió un día a
desenvainar la espada, tal es su osadía, hasta al Infierno se acercó un día para que
Plutón le pagara tributo, si alguien le reta o blasfema puede materle, y a su «his
wife, his seruants, his dogs, his cars, euen to lice, fleas, and semises of this house,
and ruinate it from top to the bottome», es galante pero sólo ama a su señora, a
quien besa los pies. En suma, por repetir los versos con que acaba esta perorata
del Braggadocio,
I only with my sword can doe
What fame can doe and honor too.
I only from the Gods proceed,
More potent then [sic] all humane seed.
De 1630 es un curioso y anónimo Neuues from Millaine and Spaine, donde
se habla de la aparición del príncipe Mammón, diabólico, insultando de paso
la credulidad hispana y los oscuros entramados del papismo más plutónico e
infernal. En tono festivo se traduce una supuesta carta enviada por el rey de
España, avisando
that we haue bin giuen to vnderstand, by persons zealous of the seruice
of God, and of vs, that certaine enemies of Mankind doe conspire how to
sow and disperse those powders or dust here, which hath caused so rigor-
ous a pestilence in the State of Millain, & in other States allyed in friend-
ship to this Crowne; and that for the same purpose are come into these
kingdomes certaine persons, whose pictures and markes be in the power
or custody of vs, and of the Gouernour of our Counsell. And because so
enormous and horible a crime could not be intended nor executed by any
Introducción 113
50
También en el momento de la llegada de Coloma a Inglaterra se publican oficialmente las
condiciones de convenio comercial (y de paz) entre Inglaterra y España en varias obras,
entre otras Articles of peace, entercourse, and commerce concluded in the names of the most
high and mighty kings, Charles by the grace of God King of Great Britaine, France and Ireland,
defender of the faith, &c. and Philip the Fourth King of Spaine, &c. : in a treaty at Madrit, the
fift day of Nouember after the old stile, in the yeere of Our Lord God M.DC.XXX. / translated
out of Latine into English (Imprinted at London: By Robert Barker and by the assignes of
Iohn Bill, 1630).
114 Las Guerras de los Estados Bajos
their living. Though the pretence of the Spaniards travell, into these new
found lands, were to plant Christianitie among these rude people, and to
reduce them to the knowledge of God; yet the infinit number of thousands
of people, which through their cruelty and covetousnesse, they have there
destroied, in eight and forty yeere twentie millions, as appeareth by their owne
histories, argueth plainely, and is confirmed by this example following; that
the greedy & unsatiable desire of gold and riches, was the cause that drew
them to undertake those painefull and dangerous travailes. Which covetous-
nesse & crueltie of theirs, was a great hinderance to the planting of Religion
there. Ferdinando Sotos, a Spaniard went to Florida to seeke gold, but being
in a great rage and griefe, because he could not there find that hee looked
for, he exercised great cruelty among those barbarous people. It chanced
that a Prince of that country, came to see him, & presented him with two
Parrots and plumes of feathers: after their first salutations ended, the Prince
asked the Spaniard, who he was, and from whence he came, and what he
sought in these countries, committing dayly so many and so great cruelties,
and wicked acts? Sotos answered him by an interpreter, that hee was a Chris-
tian, the sonne of God the creatour of heaven and earth, that his comming
thither, was to instruct those people in the knowledge of his law. If thy God
(sayd the Prince) command Th[…] to run over other mens countries, rob-
bing, burning, killing, and omitting no kind of wickednesse, we tell you in
few words, that we can neither beleeve in him, nor in his lawes. Of these
greedy covetous men, the Prophet Esay speaketh thus: Woe be to you, that
joyne house to house, and field to field, till there be no more ground: Will you
dwell upon the earth alone?
Y de 1632 es el luctuoso y macabro relato de aventuras (ficticias) sobre
la prisión y torturas de un inglés en las cárceles inquisitoriales de Málaga. Ya
hemos visto algún ejemplo de obras semejantes (suficientes como para pen-
sar en ellas como subgénero), que no hacen sino mantener en el imaginario
inglés una imagen de lo español como peligroso y siniestro, como fanático
y fundamentalista: The totall discourse, of the rare aduentures, and painefull
peregrinations of long nineteene yeares trauayles, from Scotland, to the most fa-
mous kingdomes in Europe, Asia, and Affrica Perfited by three deare bought vo-
yages, in surueighing of forty eight kingdomes ancient and moderne; twenty one
rei-publickes, ten absolute principalities, with two hundred ilands.... diuided in
three bookes; two whereof, neuer heretofore published.... Together with the grieu-
ous tortures he suffered, by the Inquisition of Malaga in Spaine, his miraculous
discouery and deliuery thence: and of his last and late returne from the northerne
iles. By William Lithgovv (Imprinted at London: By Nicholas Okes, and are
to be sold by Nicholas Fussell and Humphery Mosley at their shops in Pauls
Church yard, at the Ball, and the white Lyon, 1632).
Introducción 115
51
Parte de este lema podría proceder de la medalla conmemorativa acuñada en Inglaterra tras
la derrota de la Invencible, donde se leía: «Flavit et dissipati sunt» (´[Dios] sopló y los hizo
desperdigar´) (Hanson 524).
120 Las Guerras de los Estados Bajos
52
Recordemos de él su Confesión de fe en latín (A confession of faith in Latine, Londres: [s.n.],
1680; y A confession of faith of James Salgado, a Spaniard, and sometimes a priest in the Church
of Rome dedicated to the University of Oxford: with an account of his life and sufferings by the
Romish party, since he forsook the Romish religion, Londres: William Marshall, 1681.
Introducción 121
53
Al capítulo de la comparación de naciones, y en particular en lo relativo a la comparación
entre España e Inglaterra, pertenece la descripción de John Earle, en su Micro-cosmographie
de 1628, cuando habla de la tienda de un mercader en tabacos, y allí nos indica que «it is
the place only where Spain is commended and preferred before England itself». A la calidad
del tabaco español («the pure Spanish leaf») se refiere también The Actors Remonstrance de
1643.
126 Las Guerras de los Estados Bajos
54
A proclamation or edict Touching the opening and restoring of the traffique, and comerce of
Spaine, with these countries: although they haue seuered themselues from the obeisance of the
illustrous Arch-duke, as also with all vassals and subjects of princes and common-weales, being
their friends, or neutrals. Faithfully translated out of the Nether-landish tongue, according to the
printed copy: imprinted at Brussels (Imprinted at London: By W. W[hite] for Tho. Archer,
and are to be sold at the little shop by the Exchange, 1603).
55
A proclamation of the truce betvveene his Maiesty of Spayne, and their most illustrious High-
nesses on the one party, and the States generall of the vnited Netherlands on the other party,
proclaymed before the townehouse of the citie of Antwerpe, the 14. of Aprill, Anno. 1609. /
Translated out of the Dutch, after the copy printed at Antwerpe by Abraham Verhoeuen. 1609
(Imprinted at London: For Iohn Budge, and are to be sold at his shop at the great south
doore of Saint Pauls Church).
Introducción 127
56
El estamento teologal inglés también está igualmente remiso a dicha alianza matrimonial,
como demuestra a ciertos años de distancia el delicioso (y anónimo) A collection of records of
the great misfortunes that hath hapned unto kings that have joyned themselves in a neer allyance
with forrein princes, with the happy successe of those that have only held correspondency at home.
Wherein is contained these particulars, viz. That Hen. of Navar marrying with Mary of France,
was unfortunate and fatall to the Protestant religion. That the K. of Navar turning from a Prot-
estant to a persecutor of them, lost his crown, and dyed a violent death. The last Lord Henries
of France murdred, because he but favoured Protestants. That Hen. 4. was a victorious prince,
while he was at defiance with the Pope, but afterwards was stabbed by a Iesuite. How the black
Prince lost France, and was poysoned. The danger for princes to marry with one of a contrary
religion. Of Prince Arthurs marrying with Spain, and the successe. That Queen Elizabeth being
a loan woman, and having few friends, refusing to marry with Spain, and ronouncing [sic] the
Pope, reigned victoriously, and so did King James. That the best support for the crowne of Eng-
land, is the two Houses of Parliament (London: Printed for Henry Iackeson, 1642).
128 Las Guerras de los Estados Bajos
57
Hemos añadido a la lista anterior algunos escasos nombres de escritores que, aunque cru-
ciales para un catálogo de historiadores de Flandes, no vieron sensu stricto participación
militar alguna.
Introducción 131
58
«Así que no hay nada tan contrario para nosotros y ventajoso para los adversarios, nada tan
molesto, peligroso, nada tan débil o poca cosa que se tenga que omitir en la historia o no sea
digno de conocerse» (Fox Morcillo, § 54).
59
«En este género alcanzó la mayor alabanza el nombre de Salustio, porque restringió su
odio contra muchos, sobre todo contra Cicerón, con tal de contar la verdad desnuda» (Fox
Morcillo, § 64).
60
Es de particular importancia para Fox Morcillo exponer en la historia lo que él denomina
«las resoluciones y causas de los hechos […]. Las causas son las que inducen a hacer algo
[…]; resolución es lo que se adopta en la deliberación a la hora de administrar algo […].
Así que la causa es anterior a la resolución y la primera ocasión para ejecutar el hecho; la
resolución es la que nace de la deliberación, una vez que se ha ofrecido la ocasión» (§ 82).
A ello se han de añadir las «resoluciones y preparativos […], aquéllos en lo que toca a la
deliberación; éstos, a la preparación y provisión de lo necesario. Como cuando los enemigos
132 Las Guerras de los Estados Bajos
nos declaran la guerra y la deliberación busca de qué modo les hemos de responder y la
razón y motivo de por qué se infiere la guerra, si existen causas necesarias, o bien la ventaja
de asediar tal o cual fortaleza, de fortificar alguna ciudad, de reunir a los aliados, y para esto
deben ponerse, junto a las deliberaciones de los mandos y del pueblo, las estrategias de los
generales» (§87).
61
En ello se distingue, dice Fox Morcillo, la historia plena de los comentarios. Aunque el
modelo último de la obra de Coloma son los Comentarios de César (por la brevedad crono-
lógica de los hechos narrados), se asemeja más en disposición y estructura a la historia que
al commentarium.
Introducción 133
62
Fox Morcillo decía que «si la historia ha de ser clara y pormenorizada, no sólo hemos de
distinguir los hechos en sus tiempos, sino también en sus lugares […] al describir regiones,
localizaciones de ciudades y montes, cursos de ríos, puertos y bahías marinas y demás cosas de
esta clase» (§ 75-76). Se dirá asimismo «qué clase de región es, su naturaleza, clima, clase de
hombres que la habitan, sus costumbres, modo de vida, las ciudades, su administración, go-
bierno, edificioas, aldeas y modo de llevarlas, los campos de cultivo, montes, etc.» En el caso de
historias bélicas pone el ejemplo de César en sus Comentarios (modelo último para la historia
militar de Coloma) y dice que en este tipo de historias «hay que dar razón de si [ocurren] en el
mar o en tierra o en ambos; la descripción de cada región se dará a conocer con sus términos,
lugares limítrofes, la forma del mar, de los puertos y bahías, promontorios, vados, islas, escua-
dras y navegaciones. Y si en tierra, además del modo de la región entera, sus montes, valles,
llanuras, su fertilidad o esterilidad, cultivos, aldeas y demás cosas de este tipo. Más aún, en la
descripción de ciudades se anotará su situación, su amplitud o estrecheza de muros, defensas,
edificios, arrabales, sus ciudadanos y su carácter, naturaleza, conocimientos, costumbres y el
modo de ser de la república entera, para que parezcamos ciegos y extranjeros cuando haya
necesidad de hacer una descripción de estas cosas para clarificar la historia» (§ 77).
63
La dependencia de Bernardino de Mendoza sobre los Comentarios de César como modelo
se establece en el «Prólogo al lector»: «Particular que comprueva bien la lectura de los Co-
[VIIIr] mentarios de César, a causa de escribir no sólo el hecho, pero apuntar la forma de
pelear, calidad de sitios, y la manera con que disponía la gente para el combatir en ellos con
más ventaja».
64
Quizá sea el momento adecuado para mencionar el juicio muy categórico que se ha vertido
sobre nuestro autor: «…cuyo estilo es claro, sencillo y noble, bien que poco trabajado; pero
la dicción es castiza y del buen tiempo de la lengua» (Coloma [Varias relaciones] 1880, viii).
Fox Morcillo ya indicaba que «es por esto por lo que al buscar argumento para la historia
no se ha de tener en cuenta el deleite, de modo que, pretendiendo sólo el placer y amenidad
del lector, se olvide lo útil, ya que éste es el mayor vicio» (§ 55).
134 Las Guerras de los Estados Bajos
…aunque en esta repartición fueron más los que quedaron quejosos que
satisfechos, como es costumbre, todavía sirvió de estímulo a la virtud, en
los acrecentados la recompensa y en los olvidados la emulación.
En el IX se nos dice que «de la estrada cubierta salieron malheridos La
Barlota y el capitán Antonio Sarmiento; tanto cuesta en la guerra deshacer
un yerro». Y al final del mismo se reflexiona, una vez más, sobre la veleidad
de la Fortuna:
Y no sé si por castigo o beneficio de los hombres, que, siendo su condición
tan inclinada a menospreciar lo que posee, aun a los dichosos pienso que
ofendiera la perseverancia de los bienes y en los infelices ya se ve cuánto
fuera intolerable la desconfianza de obtenerlos Y así, con piadosa orden
del cielo, se truecan y alteran perpetuamente todas las felicidades desta
vida para que la posteridad se tiemple con el miedo y la adversidad con la
esperanza.
En el libro XI se nos confirma que «tanto somos más inclinados y fáciles a
la venganza que al agradecimiento», y más adelante se nos dice sobre los ene-
migos que «nunca están sin ellos los hombres que se aventajan a los demás».
Y aun más adelante,
…que no es el menor trabajo a que están sujetos los reyes, el no poderse
escapar de que juzguen y censuren sus acciones con mayor rigor y libertad
que las de personas particulares: algo les había de costar el verse tan supe-
riores a todos los demás de acá abajo.
Un segundo tipo de comentarios (y de nuevo siguiendo los postulados del
ars historica) tienen que ver con disculpas de Coloma al lector cada vez que se
ve obligado a romper la línea cronológica de los sucesos. En el libro II –tras de
insistir en el tópico de la brevitas de la narratio- se excusa por haber relatado
de modo continuado las «cosas de Francia», sin hacerlo de modo alternado
como ha hecho hasta entonces, para que la inteligencia de la narración ganara
con ello:
Éstas son las cosas más notables que pasaron este año en Francia, de que
he procurado desembarazarme con brevedad, sin dejar de tocarlas como
de paso; lo primero por no estar aún interesadas las armas del rey, aunque
sí el dinero y los amigos; y lo segundo por hacer más inteligible la nar-
ración de los años venideros, en que forzosamente habré de alargarme
más, por acompañar a las banderas y estandartes españoles, cuyo suceso es
nuestro principal asunto.
O en general se hacen someros comentarios que versan grosso modo sobre
su oficio de escritor. Así, en el libro V se excusa por haberse visto obligado a
136 Las Guerras de los Estados Bajos
una digresión larga y hace un comentario sobre una posible acusación de falta
de objetividad:
Heme alargado en contar tan medudamente las cosas deste príncipe, in-
ferior a ninguno de los que más celebra la fama entre los naturales de su
patria, Roma, por haberlo notado todo muchas veces y hallarme obligado
a ello en ley de agradecido y de soldado, poniendo, como pongo, en el
primer lugar de mis buenas dichas el haberlo sido de tan gran capitán y
comenzado a tener acrecentamiento y honores militares por su mano.
Y en el libro X se justifica la extensión de la narración sobre el sitio de
Amiéns:
Pero de nada se hizo caso respeto a la felicidad del suceso de Amiéns, en el
cual, por ser el más notable que sucedió en aquellas guerras, me alargaré
más de lo que acostumbro.
Más adelante se explica por qué no se alarga en la narración de un hecho:
…dejando algunas cosas de importancia que entretanto sucedieron en el
País Bajo para el discurso del año siguiente, por no alargar demasiado la
narración déste.
Aun a esta sección corresponderían breves indicaciones en que Coloma
responde a posibles objeciones del lector sobre la veracidad de lo narrado. Así,
«parece increíble, pero es cierto» (libro V); «entre los cuales fueron algunos
eclesiásticos (córrese la pluma de escribirlo, pero pídelo la verdad)» (libro
VI). Ello coincide con lo que el mismo Tácito había dicho en sus Historias,
en traducción del propio Coloma: «Mas el que quiere hacer profesión de fe
y de verdad incorrupta, no debe escribir de alguno con afición ni con odio
particular» (1866: 6).
Un tercer grupo de relevancia está caracterizado por el tema de la objeción
contra las historias extranjeras antiespañolas que, partidistas, tergiversan la
realidad y los motivos de la política española, a entender de Coloma65. A este
grupo pertenecen indicaciones sobre el valor de las tropas enemigas, que él ha
observado de primera mano, lo cual abunda en la veracidad de su narración.
Y ha de recordarse que los preceptistas de historia solían valorar el testimonio
65
Si Coloma comienza su historia diciendo que la inicia ante la escasez de historias de Flandes
escritas por los españoles, más dados a la espada que a la pluma, recuérdese lo que dice
Fox Morcillo al respecto: «Que estas causas han sido el motivo de que haya habido pocos
hombres ilustres de los nuestros, ya como historiadores, ya en las restantes ciencias […]; que
tomes la tarea de escribir como relajo la historia que deseamos de tu pueblo. Pues no podrás
dar a tu patria mayor beneficio ni ganar más glorioso nombre para ti» (§ 6, 8).
Introducción 137
66
En ello sigue el ejemplo de Bernardino de Mendoza, y otros, que en sus Comentarios había
dicho: «Y cualquiera que fuesse su disignio de los Condes Palatino y Ludovico y las demás
cabeças de su exército, ellos cumplieron muy bien con la obligación que tenían de buenos
soldados y capitanes, porque alojaron su exército en muy fuerte sitio y procuraron a sus
soldados toda la ventaja que era possible hallarse en él para que combatiessen, y, con la de
ser valientes cavalleros, cumplieron assimismo honradíssimamente peleando por sus perso-
nas como tales» (XI, cap. 13). Señalemos que en este referirse al valor de los soldados, muy
repetido en la obra, así como a sus sacrificios y calamidades, Coloma adopta una postura
bastante realista, aunque en ocasiones peca de excesivo idealismo. Véase Parker 2000 para
un relato más veraz de la realidad de deserciones, calamidades, falta de pagas, dificultad
paulatina para encontrar reclutas para los Países Bajos, envíos de criminales (previa con-
mutación de pena), la atracción que ofrecían «las oportunidades de aventura, huida de los
problemas, juego ilegal, mayor tolerancia hacia la blasfemia, el sexo, la bebida y la pereza»
(278). Para insistir en el tema de la aventura, no me resisto a poner el relato de Coloma
(libro XII, asedio a la isla de Bomel) en que se narra la curiosa historia de los soldados
Hernando Díaz y Roque de Enciso. Como si se tratara de una novela de aventuras del siglo
XVII (aunque aquí la realidad superó a la ficción), Coloma nos dice que «déstos el primero
pasó años antes en busca de un hermano suyo, de quien jamás pudo tener noticia; resuelto
de la conversación de aquel día conocer ser Enciso el hermano que buscaba, que por el
sobrenombre de su madre había dejado el paterno (como en España, en demostración de
amor maternal, se usa, aunque no sin alguna confusión de los linajes). Llegados, pues, con la
admiración y afeto que se deja pensar, después de bien conferidas las señas y asegurados de la
verdad, a abrazarse, una bala de cañón llevó las cabezas de entrambos, dejándolos enlazados
los brazos y juntos los cuerpos, que en la más gustosa hora de su vida la perdieron».
138 Las Guerras de los Estados Bajos
sin que les pareciese a ellos ni al conde Mauricio, que los miraba desde
Voorden, que podía haber resistencia bastante para tanta furia
Y en el libro V se nos recuerda:
Pero los dos capitanes que fueron a reconocer el paso para guiar la infan-
tería se volvieron sin reconocerle, echando la culpa el italiano al español y
diciendo que no había querido pasar más adelante…
Y aun en el mismo libro:
Sin que en esto excediesen los italianos a los españoles, por más que lo
sienta de otra manera algún historiador de su nación, que, como lo vio de
lejos, no se engañó en esto menos que en otras cosas.
Ya en el libro VI se vierten críticas, muy abundantes en la obra, contra
César Campana y los historiadores de su escuela:
…que hasta entonces desde Roán, donde quedó enfermo, como se dijo
atrás, había estado en Bruselas, y no gobernando la caballería de Fran-
cia, como refiere César Campana y los historiadores españoles de su
secuela.
En el libro VII se vuelve a insistir sobre el testimonio directo de Carlos
Coloma, que sólo narra lo que ha visto directamente…:
…cuyos sucesos contrarán los que los vieron, que yo me contento con
escribir los que vi.
...o lo que proviene de relaciones de otros testigos de vista a las que ha teni-
do acceso (libro VIII), siempre indicando que en este caso no lo ha observado
él directamente:
…contaré brevemente lo que dello supe, valiéndome de las relaciones que
se admitieron por verdaderas en el campo del conde, que es, como tengo
dicho, el estilo que sigo en las cosas donde no me hallé67.
67
También Bernardino de Mendoza hace uso de este modus operandi (‘Prólogo al lector»): «Y si
bien yo he hecho quanto ha sido en mí para cumplir en esta parte con mi desseo, procuran-
do cuando no me hallava presente en alguna facción (por no ser possible estar un hombre
en todas partes, principalmente peleándose en un mismo tiempo en tantas y diversas como
en estas guerras se entenderá) ver los sitios después, e informarme de personas que tuviessen
conocimiento en la guerra para hazerme capaz de la forma como se combatía en ellos, no
me ha sido possible hazer esto con la puntualidad que se conocerá en el discurso de algunas
jornadas, por la ausencia que hize de la guerra cuando fui a España a tratar algunos negocios
con Su Magestad, y a Inglaterra con otra embaxada de su servicio».
Introducción 139
No se padecía menos falta dellas en nuestro campo, que, aunque las traían,
faltaba a nuestros soldados dinero para comprarlas, y eso tenía fuera de
los cuarteles una gran parte dellos, desamparando sus banderas, salvo los
del tercio de don Alonso, en quien la honra contrastaba a la necesidad; de
tal calidad se vuelven los ejércitos mal asistidos, donde es imposible atajar
estas permisiones, que, fuera de los daños presentes que ocasionan, no es
el menor lo que relajan la disciplina y el respeto de los superiores, sin la
cual cómo podrá un hombre ser temido de tantos.
Ya en el libro VI se avisa contra el peligro de la falta de disciplina:
Comenzaban muchos a murmurar de Verdugo, diciendo que obstinada-
mente trazaba su pérdida, plática en soldados mal pagados perniciosísima.
Y en el libro IX se comenta sobre la taimada actitud de Isabel I de Inglate-
rra, a la que ha dedicado ya muchos comentarios anteriores en la obra como
a enemiga capital de España:
Algunos de los consejeros eran de parecer que las grandes fuerzas que se
habían de juntar se empleasen en cosa de provecho y que mientras los
rebeldes de Holanda estaban sin ayuda de Francia y con poca de Ingla-
terra (cuya reina se sabía por cierto que aspiraba a grandes empresas por
la mar.
…puesto en el que rivaliza con los franceses y especialmente holandeses
(libro XI):
como por la ocasión que se dio con ella a los herejes de Holanda para
exagerar nuestra crueldad, y con el ejemplo de un caso tan atroz hacer
creíbles innumerables mentiras con que por escrito y de palabra han pro-
curado y procuran desacreditar nuestro gobierno y hacernos odiosos a
todas las naciones del mundo con quien provechosamente contratan en
ambos hemisferios.
Y más adelante en el mismo libro se vierte un precioso comentario sobre la
posibilidad de yerros y actuaciones vituperables a todos los ejércitos:
…digan lo que dijeren los historiadores franceses; que yo, porque lo vi,
lo digo, y dijera lo contrario ingenuamente, si lo viera, [385] puesto que
a todas las naciones son comunes y posibles los yerros y este género de
desorden en la guerra en semejantes casos es siempre más digno de castigo
que de vituperio.
En el libro XI se expresa el que fue comentario más generalizado entre
españoles sobre los sucesos de Flandes, que –a su ver- vinieron ocasionados
Introducción 141
68
Aunque en la Relación del socorro de Brujas se lee que Dios «es el autor de todo bien […], el
que da las vitorias y las quita conforme a sus ocultos juicios y divina voluntad» (21-22).
142 Las Guerras de los Estados Bajos
Y, como entrado el rigor del invierno se suele respirar algún tanto del
trabajo de las armas y no desdice mucho dellas el ejercicio y regocijo de
las fiestas.
En el libro X se dan noticias etnográficas de Picardía:
Es la gente de las aldeas de Picardía pobrísima y andan vestidos de sayal
blanco o de lienzo, y esto tan roto, que muchas veces muestran por diver-
sas partes las carnes.
Y más adelante, en el X, se comenta sobre las «señoras francesas»:
Son las señoras francesas grandemente atractivas y en la forma de de-
jarse servir tienen sus reglas de estado, con que acomodan siempre a su
provecho no sólo las pasiones ajenas, sino las suyas propias, domando
a la fiera bestia del apetito [447] con sólo el freno de su propia como-
didad.
...o sobre la participación de niños en la guerra:
Nuestra caballería se retiró con tiempo y los que más padecieron fueron
los mozos, de los cuales, con rabia bestial y no acostumbrada entre solda-
dos de honra, mataron los franceses más de ciento, todos ellos niños que
no llegaban a quince años.
Ya en el XI, se indica lo importante de la guerra para canalizar la energía
de la juventud y hasta del comercio:
…fuera del gran provecho que se le siguió al [497] rey de Francia en dejar
al rey con los mismos gastos que antes y tener el desaguadero para sacar
de su reino la gente deseosa de menear las armas, que dentro dél fuera
imposible dejarle de inquietar de mil maneras, por ser abundantísimo de
gente y no tener conquistas apartadas en que emplear la juventud ni otra
saca della que el trato y mercancía que ejercitan en las partes de Levante
y Mediodía, empleo en que de ordinario se ocupa la gente más quieta y
deseosa de vivir.
Por fin, el comienzo del libro XI es especialmente abundante en comen-
tarios sobre la donación de los Países Bajos, dando lugar a alguno como el
siguiente:
Decían, y en particular los soldados, que habían de empeorarse las cosas
de la guerra si de España no se acudía, como hasta allí, con las provisiones
necesarias para ella, lo que era de temer que faltaría algún tanto, hallándose
exhausta de dinero y con obligación de nuevos [483] gastos por el ma-
144 Las Guerras de los Estados Bajos
69
Debe, eso sí, indicarse que esta presencia en la narración como objeto de la misma es mucho
menos marcada en la obra que editamos que en la Relación del socorro de Brujas, del mismo
autor.
146 Las Guerras de los Estados Bajos
Parma, poco antes que muriese, había dado la compañía de lanzas con
que sirvió don Alonso de Mendoza, que era una de las que, con la demás
caballería española, había quedado a cargo de don Carlos Coloma.
A los 14 de setiembre ordenó don Agustín Mesía a don Carlos Coloma que
escogiese de sus tropas docientos caballos y que, poniéndose en emboscada
en el casar de Nava, procurase cortar todo el ganado que de mediodía abajo
solían sacar los enemigos a pacer y que en su defensa pelease con la caballería
de Baliñí y procurase mostrarle que no se había engañado en el concepto que
había hecho de su persona y gente. Marchó don Carlos Coloma dos horas
antes del día y, poniéndose en el lugar señalado con sus docientos caballos
escogidos, en avisando la centinela desde la torre de Nava que habían salido
por las puertas cinco o seis manadas de carneros y gran cantidad de vacas,
puso la gente desta manera: dio la vanguardia a Pedro Gallego con los de su
compañía y la mitad de los de Rutiner, que se hallaba ausente, que podían
hacer número de cincuenta arcabuceros; seguían don Carlos Coloma y don
Francisco de Padilla con sesenta lanzas, etc.
70
Para Bernardino de Mendoza la historia tiene hasta cierto punto un aspecto providencialista
del que carece para Coloma: «La primera, poder servir de dechado y muestra para que V.
Alteza vea en él los favores, gracias y misericordias que Dios haze a las vanderas y soldados de
los príncipes que emplean las suyas en la defensa y aumento de nuestra Santa Fe, Católica,
Apostólica, Romana. Cosa que no sólo ha hecho el Rey nuestro señor, padre de V. Alteza,
pero sus abuelos y todos sus antepassados, siempre que la conservación de sus propios reinos
y señoríos no les ha forçado a ocupar parte de sus armas en la defensa de ellos, y divertirlas
de los infieles. A cuya causa, Nuestro Señor ha favorecido sus exércitos, no sólo dándoles
esfuerço y valentía [Vv] para vencer los enemigos y sufrir con grande entereza y constancia
infinidad de trabajos, pero ha obrado en su favor y ayuda muchedumbre de maravillas, y en
particular algunas como aquellas con que quiso regalar aquel su escogido pueblo, haziéndole
passar a la salida de Egipto a pie enxuto el Mar Bermejo, y darle la coluna, que de noche
era de fuego y de día nuve, para que le guiasse por el desierto: lumbre con el entretener la
del sol y día para que Josué, capitán suyo, ganasse una batalla donde degolló tanta multitud
de gente» («Prólogo al Príncipe Felipe»). Hay («Prólogo al lector») un aspecto más técnico
incluso, pues escribe «para que la lectura de él fuesse de algún provecho a los que han de
seguir la guerra y ser soldados».
148 Las Guerras de los Estados Bajos
71
Bernardino, en el «Prólogo al rey», también quiere dejar constancia de la verdad: «Que sien-
do tantos los de estas jornadas como todos verán (si bien no ayan seguido mucho la guerra),
por grossero y tosco que sea el engaste en que yo las pongo, no los perderá, antes [IVv] será
occasión con aver escrito desnudamente la verdad de lo que ha passado».
Introducción 149
valona, digna deste premio por su conocido esfuerzo. Los italianos siguen
otro camino y cuentan nuestras cosas con la tibieza de ajenas, dilatándose
en las suyas con tanto cuidado, que a quien las leyere sin él causará alguna
duda el determinar la precedencia de ambas naciones en el valor y dici-
plina militar.
gave ample scope to Tacitus’s skill with those moral judgments that the
Romans called sententiae […]. Such a pithy judgments were collected into
books of maxims in the sixteenth and seventeenth centuries when Tacitus
was held in high regard as a moralist and political sage. […] It is through
political analysis and occasional witty tips that Tacitus blackens the repu-
tation of a Tiberius, Nero, or Vitellius; he does not resort to tradicional
invectiva which held a hallowed place in Roman political life. (132)
Algunos críticos han señalado que Tácito creó un nuevo estilo al combi-
nar el propósito político del género de la historia con el ético de la biografía,
o incluso se adelantó a la novela de autor omnisciente, que mezcla realismo
narrativo con el comentario moral del narrador. Tácito veía la política en tér-
minos morales y pensaba que el abuso de las instituciones era un síntoma de
declive. Si la vida de la República se basaba en fides y amicitia, «now flattery
and sycophancy towards those in power corrupted all relationships» (Mellor
52). Si la política era un estudio de moralidad, el ver el declive (deceso) de
ésta fue lo que le llevó a la escritura de historia, en particular al análisis de la
corrupción del poder y de la tiranía:
Tácito fue pues importante para los escritores españoles del Barroco 1)
por atenerse al plano natural de la experiencia, 2) desarrollar con inteli-
gencia una técnica de observación, 3) emplear con frecuencia el método
inductivo, y 4) la matización psicológica en materia política. Por eso Táci-
to estuvo también presente en Italia junto a Maquiavelo, cuyas obras se
imprimieron en Roma en 1515, con privilegio de León X; y fue divulgado
por Andrés Alciato en las ediciones de Milán (1517) y Basilea (1519),
publicando también Annotationes in Tacitum y Emblemata (1531), ambas
de gran repercusión en nuestros escritores. Mientras Trajano Boccalini,
Scipione Ammirato y Justo Lipsio estuvieron también influidos por Táci-
to. («El tacitismo», en rgonzalo.blogdiario.com/1228242960)
Puede decirse que Coloma cabe de lleno dentro de la corriente político-
filosófica conocida como el tacitismo72. Podemos avanzar más en esta cone-
72
El tacitismo fue un fenómeno contrarreformista por el que maquiavelismo y razón de Esta-
do se enfrentan al pensamiento católico por su carácter subversivo y amoral, subrayándose
la referencia (hasta cierto punto ficticia) a Tácito. El término fue usado por vez primera
por Toffanin en 1921 (Machiavelli e il tacitismo). En la teoría contrarreformista del Estado,
los escritores españoles citan tan frecuentemente a Tácito, que originaron el movimiento
llamado tacitismo. En la gestación del estado absoluto del siglo XVII Maquiavelo delimitó
un estado autónomo y regido por leyes propias, ajenas a la ética, sometidas a lo que llamó
razón de Estado. Los tratadistas españoles, sin embargo, se decantaron por una preferencia
hacia Tácito, hasta tal punto que español y tacitista fueron sinónimos en la Europa transpi-
renaica. Tácito y Maquiavelo quedaban enfrentados: Maquiavelo representa el dogmatismo
154 Las Guerras de los Estados Bajos
xión Tácito/Coloma al indicar que para los pensadores reformistas que han
llegado a englobar la nómina de los clásicos tacitistas españoles (Cellorigo,
Baltasar Álamos de Barrientos, Mateo López Bravo, etc.) la política se con-
vierte en una scientia fundada en principios conformados a la razón, prag-
mática, realista, no simplemente teórica. Más aún, la política se divide en tres
elementos cruciales: el ejemplo (tomado de la historia), la visión de la misma
como ciencia, y la experiencia. La política en definitiva es una disciplina cuya
fuente es la historia. Con ello no se hace sino culminar lo que ya había sido
anticipado por la preceptiva histórica del siglo XVI, entre la que cabe desta-
car a Fadrique Furió Ceriol y a Sebastián Fox Morcillo entre los españoles.
Fadrique Furió Ceriol sugiere esta conexión entre política e historia al decir
sobre la institución del príncipe que es «un arte de buenos, ciertos y aprobados
avisos sacados de la experiencia luenga de grandes tiempos, forjados en el
entendimiento de los más ilustres hombres desta vida» (45). Más en con-
creto, el mismo autor afirma que «no es la historia para pasatiempo, sino para
ganar tiempo, con que sepa uno y entienda perfectamente en un día lo que
por experiencia o nunca alcanzaría. Es […] memorial de todos los negocios,
experiencia cierta y infallible de las humanas acciones, consejo prudente y fiel
en cualquier duda, maestra de la paz, general de la guerra, etc.» (34). Antonio
de Covarrubias, en la aprobación a los Aforismos de Álamos de Barrientos,
dice que la historia nos ha enseñar «junto con lo que pasó, lo que pasará en
semejantes casos por la mayor parte, si se guiare por los buenos medios» (I,
15). Álamos de Barrientos dice que «ciencia es la de gobierno y Estado, y su
escuela tiene, que es la experiencia particular» (I, 34).
El tacitismo tiene su punto de partida en el rechazo, desde presupuestos
cristianos, de Maquiavelo. Como bien estudia Martín Ruiz, Maquiavelo es un
personaje contradictorio, a la vez admirado y objeto del rechazo más generali-
zado. En España dicho rechazo se agrava por cuestiones religiosas en los siglos
XVI y XVII, y allí se llega a identificar maquiavelismo con inmoralidad y ateí-
smo. Gran conocedor de la realidad sociopolítica de su tiempo, su pensamiento
se hace imprescindible, pero su influencia no se puede asumir en una sociedad
fuertemente integradora desde el punto de vista moral. Tácito lo suple al no
peligrar con él las tradiciones y los planteamientos morales, aun manteniendo el
73
Debe consultarse el estupendo trabajo de Schwartz sobre Justo Lipsio, Quevedo y el neoes-
toicismo. «El individuo», dice la autora, «según Lipsio, debía aprender a actuar en el mundo
156 Las Guerras de los Estados Bajos
político de modo racional, debía aprender a controlar sus emociones y estar dispuesto a
luchar. De modo semejante, el estado moderno debía ser regido, racionalmente, por un
monarca sabio, prudente y autocrático, dispuesto a someter a sus súbditos, imponiendo el
orden y la disciplina» (241).
74
El tacitismo fue erasmista por racionalizar la vida y la sociedad con criterios socioempíricos
y aplicarlos a la política. Por eso Juan Luis Vives tuvo una alta valoración de Tácito, cuya
lectura recomendó por su utilidad para la vida civil. El neoestoicismo supuso cierto revival
de las tendencias erasmistas, y por tanto hay también cierta afinidad entre tacitismo y neoes-
toicismo. Justo Lipsio convirtió a Séneca en un modelo de política tacitista, y Juan Antonio
Martín Rizo también («El tacitismo», en rgonzalo.blogdiario.com/1228242960).
Introducción 157
75
Para un estupendo análisis de la política exterior española en el período 1620-1630, ver
Ródenas.
158 Las Guerras de los Estados Bajos
76
Ver ahora para lo referente a los tratados internacionales de España Gallego.
77
Ver para este tema Braudel. Para un análisis magistral de la historia de las relaciones eco-
nómicas entre España (Castilla) y Flandes, ver Thomas & Stols. Para el período que toca a
Carlos Coloma, dichos autores defienden que, en un clima de beneficio mutuo, «los Países
Bajos meridionales fueron aún más integrados en el sistema mundial del Imperio español en
un intento de vencer al enemigo también económicamente. Cada vez más mercaderes y ar-
tesanos flamencos se abrían camino hacia la Península Ibérica» (61). Para tratados contem-
poráneos que, desde Inglaterra, hablan del papel comercial de España ver The maintenance
of free trade according to the three essentiall parts of traffique; namely, commodities, moneys
and exchange of moneys, by bills of exchanges for other countries, or, An answer to a treatise of
free trade, or the meanes to make trade flourish, lately published. By Gerard Malynes merchant,
London: Printed by I. L[egatt] for William Sheffard, and are to bee sold at his shop, at the
entring in of Popes head Allie out of Lumbard street, de Gerard Malynes; y del mismo
autor Consuetudo, vel lex mercatoria, or The ancient law-merchant Diuided into three parts:
according to the essentiall parts of trafficke. Necessarie for all statesmen, iudges, magistrates,
temporall and ciuile lawyers, mint-men, merchants, marriners, and all others negotiating in
all places of the world. By Gerard Malynes merchant, London: Printed by Adam Islip, Anno
Dom. 1622.
Introducción 159
lujo especializada y la paz de la Tregua de los Doce Años, más «la importan-
cia de Amberes como satélite de los puertos holandeses y zelandeses, y como
centro de abastecimiento y distribución para el «Hinterland»» (Baetens 87).
Indicando, igualmente, causas semejantes a las mencionadas por Coloma
(muchas de ellas con relación náutica):
El bloqueo virtual del Escalda hacia el mar, la piratería y el bloqueo de los
puertos de mar flamencos dificultaron la posición […] en cuanto a ex-
portación e importación. La diáspora dejó de funcionar después de 1640.
Solamente se mantuvo el comercio con España y sus colonias. El hori-
zonte se había hecho más pequeño. (87-88)
En cuanto a este último punto de la estrategia naval que permitiera la libre
circulación de mercancías (ver Gullmartin), es abundante la participación de
Coloma. Stradling señala que en 1620, con referencia al modus operandi del
Escuadrón Ostende, Coloma, «now minister and quartermaster general of
the army [de Flandes], exerted an influence in Brussels similar to that of Mal-
venda and Aróztegui in Madrid. In 1620, Coloma pointed out that the twen-
ty ships of the newly-envisaged Ostend squadron should support themselves
financially if allowed to operate «not together [i.e. in armada formation],
but hunting like corsairs [pyrateando como cossarios]» (31). Stradling tam-
bién señala que, durante el gobierno del conde-duque de Olivares, la mayor
parte de los expertos militares anteriores no estaban ya disponibles, por haber
fallecido; pero «one of the wisest heads, that of Don Carlos Coloma, who had
served his apprenticeship at sea in the Mediterranean at fourteen […], was
still available for consultation» (96)78.
Pero acabemos con unas reflexiones de Fox Morcillo, pertinentes al análi-
sis de la especial imbricación entre política e historia, vida e historia. Al hablar
de la utilidad de la lectura de historia, el autor indica:
Pues del modo como los hombres ven que a menudo se cometen vicios
por algún motivo y que se proponen leyes en su contra; del modo como
con esa experiencia aprenden a hacer algo con provecho y con ese ejem-
78
Para un análisis de las primeras luchas navales holandesas contra España, consúltese (por
mor de conocer el interés en Inglaterra) The true and perfect declaration of the mighty army
by the sea made and prepared by the generall states of the vnited prouinces, purposely sent forth to
hinder the proceedings of the King of Spaine, vnder the conduct of Peter Vander Does generall of
the said army: together with all whatsoeuer hath bene done by the said army against the islands,
townes, castels, and shippes, belonging to the said King of Spaine. As also what the said army
hath gotten and wonne in the said viage; with the whole discourse of the aduentures of the said
army, both in their going forth, and retuning againe, from the 28. of May, 1599. vntill the 6. of
March, 1600. Collected by Ellert de Ionghe, captayne of the artillery in the said viage (Printed
at London: By [S. Stafford for] Iohn Wolfe, 1600), de Ellert de Jonghe.
160 Las Guerras de los Estados Bajos
plo se mueven a deducir una cierta razón de ser de todos ellos; del modo
como comprenden que también en la guerra hay algo que beneficia, algo
que perjudica y descubren la forma y el arte de la guerra; en fin, del modo
como los ejemplos muestran qué ha acontecido hecho con sabiduría o
sin ella, con cautela, imprudencia, temeridad, desidia, fortaleza, bondad
o maldad; de la misma manera se han hecho todas las artes, se han for-
mado todas las deliberaciones y decisiones, se han sacado por deducción
las maneras de ser y los experimentos y se han descubierto y perfeccionado
el modo de vida del hombre, su utilidad y su cuidado.
Ello se aviene perfectamente con el propósito central de la historia de
Coloma, que es la plasmación de la verdad histórica, tergiversada por los his-
toriadores extranjeros que, en su mayor parte, no han estado presentes en los
hechos que narran; todo ello aderezado de comentario moral y político al
respecto de una guerra que se origina, ante todo, como una rebeldía de súb-
ditos contra su señor natural y que ha adquirido asimismo tintes religiosos al
aunarse rebeldía, traición y herejía. De la mano, pues, de su participación en
estos asuntos de Flandes no sólo como militar sino también como burócrata
y político, no puede pedirse más a su ejemplo de vida, que demuestra una
perfecta adecuación entre historia, reflexión, experiencia y aplicación de la
razón de Estado.79
79
Ver el comienzo del libro I de Bernardino de Mendoza para un repaso concienzudo de los
motivos de la rebelión. Para el pensamiento político de dicha revolución/rebelión, ver Gel-
deren y Hamilton, para dos perspectivas diversas.
Introducción 161
totalidad de la obra de Coloma, que debe verse como un todo unitario guia-
do por la representación de la verdad histórica, la reflexión moral y su labor
técnico-administrativa.
Hemos de notar, en primer término, que, a diferencia de Bernardino de
Mendoza, con quien le hemos comparado en más de una ocasión, su figura es
menos controvertida, ya sea en España, ya fuera de ella (en Francia o Inglate-
rra). Coloma representa ante todo al estadista y al burócrata, el hombre de es-
tado moldeado a la imagen de un Felipe II o de un sabio consejero de estado.
Los comentarios que de él hemos escuchado le presentan como una cabeza
organizadora y reflexiva, a la vez que mesurada, concienzudo y fiel servidor
de su nación. Ya sea en lo tocante a la organización militar y de defensas, ya
sea en la reflexión sobre la conveniencia de la guerra en un momento dado, ya
sea en su función de embajador y su tacto al respecto, ya sea como estratega
militar a la hora de emboscar, sitiar, asediar o dirigir sus tropas, Coloma aplica
a su vida y conducta la calma reflexiva de un ser moderado y equilibrado, sin
aspavientos. Bernardino, por el contrario, representaba el empuje de la ac-
ción, de defensa a ultranza de su ideal nacional y de fe80, no más convencido
que Coloma, pero de distinta índole, suficiente para hacerle persona non grata
ante los ingleses o centrar sobre él el odio de los protestantes franceses.
Uno de los autores más traducidos en los siglos XVI y XVII es Tácito,
quizá por ser uno de los más leídos entre 1613 y 1629. Jerónimo Carini tra-
dujo los Anales en 1544, al italiano, La Planche al francés (1555), R. Gre-
newy al inglés (1604). En el mundo de habla española, Emmanuel Sueyro
fue el primero en hacer lo propio con Tácito (Amberes, 1613)81, seguido de
Baltasar Álamos de Barrientos, que publicó el Tácito español ilustrado con
aforismos (Madrid, 1614), y un año más tarde Antonio de Herrera Tordesi-
llas hizo lo propio con los Anales. Carlos Coloma imprimió su traducción
en 1629 (dejó de traducir Agrícola, Germania y el Diálogo de los Oradores)
80
Ya desde el «Prólogo al príncipe don Felipe, nuestro señor» Bernardino de Mendoza abraza
el ideal de la fe como motivo central de su escritura histórica: «Y en esta conformidad se
podían poner otros exemplos que no refiero a V. Alteza por no alargarme más de lo que
permite carta. La segunda causa que me ha movido es que, con la juventud y nobleza con
que V. Alteza se cría, y Dios le ha embiado al mundo para sembrar las armas y vanderas de
V. Alteza por tantas partes de él en aumento de la fe católica, se inflame con la lectura de
estas guerras viendo las vitorias que Dios ha dado a los soldados del Rey nuestro señor para
ga- [VIv] nar otras muchas a V. Alteza defendiendo la causa y honra de Dios, en que no
avrá duda siempre que V. Alteza y ellos trataren de esto con las veras y resolución que el Rey
nuestro señor lo ha hecho y la misma causa lo pide».
81
Este autor, curiosamente, también escribió unos Anales de Flandes en 2 volúmenes (Ambe-
res, 1624). En español existe también una traducción parcial del primer libro de Historias
y el primero de Anales, de Antonio de Toledo, de 1590, aunque se conserva sólo en ms.
(Sanmartí 110).
162 Las Guerras de los Estados Bajos
y Juan Alfonso de Lancina dio a las prensas la última del siglo en 168782.
Su traducción de las obras de Tácito, ya sea con Las historias o los Anales
juntos o por separado, ha sido reeditada numerosísimas veces desde 1629, e
incluso lo sigue siendo en nuestros días. Sanmartí vierte así su juicio crítico
sobre la labor de Coloma:
Si de Sueyro y Álamos no puede decirse que copiaron uno del otro, toda
vez que tradujeron a Tácito casi simultáneamente y ofrecen matices dis-
tintos en la apreciación de pasajes muy importantes, no puede afirmarse
lo mismo de Coloma, que tuvo a la vista la traducción de Álamos, del que
copia fallos y aciertos. […] Sueyro y Álamos fueron mejores latinistas que
Coloma, aunque éste les aventaja en elegancia de estilo. (60)
Cuál sea la deuda de Coloma con respecto a Sueyro, nos lo puede indicar
la peripecia vital del último. Nacido en Amberes (de origen portugués), fue
capitán de las tropas belgas. Entre sus obras figuran asimismo una Descripción
de los Países Bajos (Amberes, 1622), los Anales de Flandes (1624) y el Sitio de
Breda rendida por las armas de Felipe II (1627). Su traducción es superior a la
de Álamos (y desde luego a la de Coloma). Álamos de Barrientos, a su vez,
tiene la vida más asendereada de los tres. Natural de Medina del Campo,
desde 1580 entró al servicio de Antonio Pérez. En 1590-1598, encarcelado
(por defender y ayudar a aquél), escribió su traducción comentada de Tácito,
«y parece que no era humanismo puro lo que le inspiraba, sino el resen-
timiento más enconado» (Sanmartí 73). Parece que (en los comentarios) bajo
los nombres de Tiberio y Sejano se escondían realmente las figuras de Felipe
II y Antonio Pérez. Más tarde se reconcilió con el rey y alcanzó puestos de
autoridad en los consejos de Guerra, Indias y Hacienda. Su obra, dice, la ha
realizado «para que pudiesen todos los ministros gozar de todos los frutos de
Tácito» (70). Coloma publicó su traducción en 1629 (Douay). Ya hemos in-
dicado el papel que el prologuista (Fr. Leandro de San Martín) pudiera haber
tenido en la misma. En el Prólogo se nos dice que la obra anduvo un tiempo
perdida y llegó a sus manos (era definidor de la Congregación de San Benito
en Inglaterra y profesor del rey de hebreo y de la Universidad de Douay),
publicándola en la imprenta de Marcos Wion en dicho año. Entre los juicios
que ha merecido, Sixto, en su edición de 1794, dice:
82
Entre las traducciones parciales figuran los Anales (seis primeros libros) de Antonio de He-
rrera Tordesillas (1615), la de Juan Alfonso de Lancina, auditor general del ejército (que en
realidad sólo incluye el primer libro de los Anales), la de Cayetano Sixto y Joaquín Ezquerra,
que, aunque completa, incluye las Historias y Anales de Coloma, Agrícola y Germania de
Álamos de Barrientos (y es suya la del Diálogo de los Oradores), Mor de Fuentes y D. Cle-
mencín, que tradujeron Germania, Agrícola y varios fragmentos de Tácito. La de los Anales
e Historias de Coloma, por cierto, sigue reimprimiéndose de una u otra manera incluso en
fecha tan reciente como 1990.
Introducción 163
Sólo Coloma hizo suyo a Tácito, procurando expresar el sentido sin atarse
escrupulosamente a la letra y haciendo hablar a Tácito en castellano con
toda la gravedad y majestad del original, acomodada a la misma lengua cas-
tellana […]. Es verdad que no siempre sigue aquella concisión elíptica del
original […]. Freinsheim hizo una prueba parafrástica de Tácito en Estras-
burgo (1641), eligiendo tres traductores de los que le parecieron mejores,
uno inglés, otro francés y otro español. Del número de estos fue Álamos.
Creemos que si hubiera conocido a Coloma le hubiera preferido.
tamente en Inglaterra y recibir entre ellos a un obispo con lo que ello podría
conllevar de peligro para sus vidas y haciendas83. Así, como resumen de su
postura, dicen que
If it be sayd, that it is Capitall for a man to receaue a Catholique Priest
into his house, and that yet many receaue them with all the hazard, and
that therefore we might aswell receaue an Ordinary into our houses, ac-
knowledging his Authority. The answere will make it appeare, that the
obiection proueth nothing agaynst vs. For first it is certayne, that euen
for the reason of being so Capitall, and that there are so many lamentable
examples among vs, not only of friends who haue discouered and betraied
other friends for receauing Priests, eyther for interest, licentiousnesse of
lyfe, reuenge, frailty, or for some other passion; but of Seruants, who haue
betrayed their Maysters, Nephews, Vncles, Grandchildren & children
their Parents, Daughters their very Mothers, yea and euen Priests themse-
lues sometymes, who haue fallen and betrayed Catholikes.
La obrita sirve de indicativo de la actitud religioso-política de Coloma, del
mismo modo que en el caso de Bernardino de Mendoza (Cortijo & Gómez
Moreno) sus frecuentres protestas de catolicismo habían de ser consideradas
como signo sincero de su fe. En el caso del de Mendoza, aunque algunos críti-
cos veían en ello un espíritu de intransigencia, no era sino marca de la unión
de la defensa/servicio de su rey (Felipe II) con una fe que se ponía en en-
tredicho en varios puntos de Europa. Y para el caso de Inglaterra, Bernardino
tenía presente la situación de proscripción en que se hallaban los católicos, en
peligro real de perder la vida. Coloma defiende en su vida y obra un mismo
ideal de lucha en defensa de persona/nación/fe. Desde su historia quiere velar
por un concepto de nación (española) que defendió igualmente en la palestra
del campo de batalla con la espada, y desde su puesto de embajador aprove-
cha para defender a los católicos ingleses como parte de un mismo propósito
vital de salvaguarda de su fe/persona/nación, no fácilmente diferenciables.
Por ello, una vez más, al igual que en el caso de su traducción de Tácito
comentada y su historia de las guerras de los Países Bajos concluíamos que
83
En otros lugares hemos ya insistido en el peligro real y persecución de los católicos en In-
glaterra. Mencionemos ahora, por lo macabro, una publicación de 1607: A true report of the
araignment, tryall, conuiction, and condemnation, of a popish priest, named Robert Drewrie
at the Sessions house in the old Baylie, on Friday and VVednesday, the 20. and 24. of Febru-
ary: the extraordinary great grace and mercie offered him, and his stubborne, traytorous, and
wilfull refusall. Also the tryall and death of Humphrey Lloyd, for maliciouslie murdering one
of the Guard. And lastly the execution of the said Robert Drewry, drawne in his priestly habit,
and as he was a Benedictine fryer, on Thursdaie following to Tiborne, where he was hanged and
quartered. London: Printed for Iefferie Chorlton, and are to be sold at his shop adioyning
to the great north doore of Paules, 1607.
Introducción 167
cia tacitista- el sentir de Felipe II, quien con las guerras de Flandes no quiso
sino sustentar la fe católica, su debida obediencia y la quietud y tranquilidad
de aquellos sus vasallos.
Y en cuanto a escritor de historia, motivo último de estas líneas, es Co-
loma máximo representate del sentir de Fox Morcillo, cuando decía en su De
historiae institutione dialogus (§ 12):
Quis enim historiam, omnibus suis numeris absolutam atque perfectam,
scribat, nisi orator summus, prudentissimus homo atque longo rerum usu
in Republica diu versatus.
Añadamos a las notas anteriores unas breves líneas sobre los estudios exis-
tentes sobre la bio-bibliografía de Carlos Coloma y su historia desde el siglo
XVIII (vid. Bibliografía para los detalles oportunos). Amelot de la Houssaye
fue el primer autor que de modo específico citó de manera abundante la obra
de Coloma (los comentarios políticos a su traducción de Tácito). Coutinho
y Bernal fue el primero en establecer una genealogía general de la familia Co-
loma en 1777, aunque es Llorente Llanas (1874) quien primero se centra de
propósito en Carlos Coloma, en particular al estudiar su primera embajada
en Londres. Rico García & Montero le dedican unas 40 págs. en 1888 en el
catálogo de escritores alicantinos. Morel-Fatio dio a luz en 1911 una muy
breve carta de Coloma, sin aportar nada más nuevo, y en 1929 Gil y Gaya re-
sume algunos datos ya conocidos sobre Coloma (salvo algún pequeño añadi-
do). Olga Turner es quien se ha encargado (desde su Tesis Doctoral de 1950)
en numerosas publicaciones de trazar una exhaustiva biografía de Coloma,
analizar su obra histórica, situar el contexto de las dos embajadas del mismo
en Londres, estudiar sus diferentes puestos y nombramientos desde su salida
de la lucha de Flandes hasta su muerte y, en suma, realizar una impresionante
labor de archivo y documentación en lo relativo a cartas y documentos to-
cantes a la labor de Carlos Coloma en puestos de mando y administración.
Segura y Poveda (1999) ha incluido la figura de Coloma en el contexto de
la casa condal de Elda y Guill Ortega (2007) ha logrado aunar los estudios
anteriores en una magna labor de conjunto que presenta la figura y obra de
Coloma en el contexto de la política española y europea de la época, amén
de haber hecho algún descubrimiento que añadir a la bibliografía de Carlos
Coloma. Además de estos estudios, pueden mencionarse numerosos trabajos
(vid. Bibliografía) que analizan la figura de Coloma de modo tangencial o
parcial, ya sea para incluirle en un catálogo de historiadores de Flandes, ya
para hablar de la polémica despertada en lo referente a la representación de
Introducción 169
84
Recordemos la organización politico-administrativa de los Países Bajos, tal como la describe
Bernardino de Mendoza en su libro I: «Cuanto a lo que toca al govierno de los Países, Su
Magestad acostumbra nombrar un governador y lugarteniente general, el cual trata los ne-
gocios y materia de estado con un consejo compuesto de un número incierto de consejeros,
elegidos de entre los señores y governadores de algunas provincias de estos [2r] Países, con
algunas personas de letras y doctrina señalada. Demás de este consejo, ay el que se llama
Consejo privado, que está assimismo cerca de la persona del governador, donde se juntan
doze consejeros y un presidente, los cuales juzgan en general los negocios que tocan a la
justicia y policía, teniendo autoridad sobre los otros consejos particulares. Assimismo ay un
Consejo de Hazienda y una Cámara de Cuentas, donde se toman a todos los que tienen a
cargo la hazienda real. Finalmente, en algunas villas principales ay consejos soberanos, como
chancillerías o parlamentos, para los cuales se puede apelar de los consejos particulares de
las provincias, según se haze a Malinas; y una chancillería, como en el ducado de Brabante.
Los estados se juntan ordinariamente en Brusseles, donde se hallan los diputados de los tres
miembros: ecclesiásticos, nobleza y villas capitales».
Introducción 171
quez (Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnese, 1624),
españolizazión del francés caremesse, a su vez derivada del holandés kermesse.
Y aun otro demuir y petitabiera, que ofrece como sinónimos, una derivada
del holandés (flamenco) dunbier, la otra del valón (francés) petite bière. Asi-
mismo, Verdonk, en su estudio de los préstamos franceses/neerlandeses en la
Historia de las guerras civiles que ha avido en los estados de Flandes de Antonio
Carnero (1625), contemporáneo de Coloma, encuentra los siguientes térmi-
nos: avenida, contrabatería (fr. contrebatterie), dros(s)art («oficial de justicia en
determinadas zonas de Flandes»; del neerlandés drossaert, derivado de drossar-
te y/o del francés drossard, drossart).
En cualquier caso, y como era de esperar, la especial relación que se mantie-
ne entre 1566-1650 entre tropas de varias procedencias geográficas en los terri-
torios de los Países Bajos, así como entre los miembros dirigentes de las mismas
y personajes de alto calado en los puestos administrativos de mayor relevancia,
hacen que se produzcan numerosos casos de préstamos de unas lenguas a otras.
A nosotros aquí nos interesa señalar los que recibe el español, en particular del
neerlandés y francés, las lenguas oficiales en los Países Bajos en esta época. Asi-
mismo, y como la materia fundamental sobre la que se discute en esta época es
la bélica, no es de extrañar que sea el léxico de la milicia el que más haya sufrido
dicha ingerencia de préstamos. En este sentido nos referiremos al trabajo que
pensamos representa mejor el estudio concienzudo de dichos préstamos, el de
Verdonk (1980). Allí el autor rastrea una serie de términos que, de procedencia
francesa, acaban llegando al español, ya sea del francés propiamente dicho, ya
sea del neerlandés (con origen francés). Entre dichos vocablos –y notemos que
todos ellos son usados también por Coloma- figuran a(t)acar y ataque (en el
sentido moderno militar del término, aunque quizá pueda provenir del italia-
no), avenida (como «vía de acceso» o «grupo grande de»), burgués (que, aun-
que en uso medieval, se reintroduce en el siglo XVI en el castellano), convoy y
convoyar («escolta», «acompañamiento»), entrepresa(r) («atacar», «emprender»,
en sentido militar), finanzas, recruta («recluta»), zapa (sapa) (que, sin embargo,
procede del italiano en último término, cuando se refiere al instrumento para
abrir zanjas, pues el fr. sape es el «trabajo de zapa», no el instrumento), víveres.
Por último, en un ensayo dedicado expresamente a Coloma y la obra a que aquí
editamos, Verdonk encuentra los siguientes términos tomados del francés y/o
neerlandés en nuestro escritor: atelage (fr. attelage, «conjunto de caballerías que
tiran de un carruaje»), avenida, burgués, dragón (del fr. dragon, «soldado que
alternativamente sirve a pie y a caballo»), drosarte, drosartía (del fr. drossartie,
«territorio jurisdiccional del drosarte»), entrepresa, flanquear, fraybutre, galería
(del fr. galerie, «camino subterráneo o en la superficie del terreno, pero prote-
gido por maderos, para facilitar a los sitiadores el ataque de una fortaleza, o a
los sitiados una posible salida»), parlamentear (del fr. parlamenter), tren (del fr.
train). A ellos debería añadirse el término anivedres, que ocurre dos veces, en los
Introducción 173
libros XI y XII, y que proviene del neerlandés haaneveren. Verdonk indica que
«a pesar de ser varias de ellas corrientes en la lengua española de hoy, eran todas
voces aún desconocidas en el español peninsular de la primera mitad del siglo
XVII» (153). Asimismo, aunque en ello no podemos entrar, deberían al menos
citarse la gran cantidad de topónimos de los Países Bajos que aparecen en la
obra de Coloma directamente tomados (adaptados) del francés y/o neerlandés,
más o menos deformados.
Puede, pues, concluirse que de la mayor parte de estos vocablos son agen-
tes eminentemente transmisores los soldados de Flandes, en particular los
militares que, tras muchos años de servicio (y del en su español de estos prés-
tamos), los llevan a la Península o los introducen en las obras que escriben.
Como concluye Verdonk,
muchos militares españoles, cuya lengua está «contaminada» por los mu-
chos «préstamos» del español que se hablaba allí [Flandes], regresan a
España y siguen utilizándolos no sólo oralmente, sino también en sus
escritos. En efecto, a varios oficiales y generales letrados les gusta publicar
crónicas y memorias sobre los acontecimientos bélicos y políticos que han
vivido en los Países Bajos. Estos escritos tienen gran éxito en la Península
Ibérica. Como prueba de ello se puede citar […] a Lope de Vega, que
escogió las guerras de Flandes como telón de fondo para varias comedias
suyas. […] Otros militares españoles publican en los mismos Países Bajos
sus escritos […]. Así, Carlos Coloma […]. La correspondencia entre Bru-
selas y Madrid constituye otra vía de penetración. (211-12)85
7. Criterios de edición.
85
Una idea de interés no sugerida en Verdonk pero recordada por Parker 2000, es la de consi-
derar a un grupo particular de soldados de Flandes conocidos como los neerlandeses españo-
les, soldados asentados en Flandes y cuyas raíces habían quedado allí establecidas mediante
matrimonios, en general con mujeres del país («constituían una sociedad separada, reforza-
da por los matrimonios dentro del grupo», 284). Es lógico suponer que entre este grupo se
desarrollara una especie de bilingüismo o de habla que tomara prestada de varios idiomas
numerosos vocablos.
174 Las Guerras de los Estados Bajos
86
http://saavedrafajardo.um.es.
ADDENDA
Pocas obras salen de las prensas en inglés durante la época que hemos
estudiado que tengan algo positivo que decir sobre España y/o los españoles.
Incluso las que lo hacen mencionan algún que otro elogio simplemente de
pasada. Sólo ésta que aquí editamos, del padre Robert Parsons, hace un con-
cienzudo análisis de lo absurdo de los tópicos ingleses antiespañoles, a la par
que de paso elogia lo español en su medida, sin caer en la lisonja rastrera y
demostrando en todo momento buen conocimiento de la materia tratada y
convencimiento de algo tan de sentido común como que en todos lugares hay
gentes buenas y malas. Porque al refutar los topoi antiespañoles sirve igual-
mente de catálogo de los mismos (enfrentando dos posiciones encontradas),
nos permitimos editarla aquí en conjunto.
*****
Robert Parsons, A temperate vvard-vvord, to the turbulent and seditious
VVach-word of Sir Francis Hastinges knight vvho indeuoreth to slaunder the
vvhole Catholique cause, & all professors therof, both at home and abrode. Re-
duced into eight seueral encounters, vvith a particuler speeche directed to the
Lordes of her Maiesties most honorable Councel. To vvhome the arbitriment of
the vvhole is remitted. By N.D. [Antwerp] : Imprinted vvith licence [by A.
Conincx], Anno M.D.XCIX. [1599]. Octavo discurso.
THE EIGHTH INCOVNTER, TOVCHING SPANIARDES, AS vvell
the vvhole nation, as their present King.
Having made the warde which you haue seen, in the former incounter,
both to Rome and her Bishoppes, agaynst the peeuish wranglinges, and spite-
full calumniations, of this wach-worde-geuer, there remayneth yet an other
bickering about the Spanish king and nation, which I haue reserued to this
last place, as the subiect wherein our cockish knight presumeth principally to
crowe and triumph without modestie, and to lauish out lies without number
or measure, imagining that all is both lawfull and gratefull which he sayth in
that kynde, and that no man will aduenture to check him therin, in respect
of the present warres and hostilitie that are betwixt our realme and them.
178 Las Guerras de los Estados Bajos
But he is deceaued, for that the wiser sorte of our nation, haue learned euen
by the lawes of moral ciuilitie, that a man must speake moderatly also of his
enemy, and the more religious sort do know by the principles of Christianitie,
that not only of our temporal aduersarie (which may be afterward our frend)
we must notly or fayne reproches, but neither of the Deuil himself, though
he be our spiritual & immortal enemy, and Gods also: so detestable are lying
lips and calumnious tongues in the sight both of God and man, where either
reason or religion beareth rule, as neither of them seemeth to do, with the
enraged and distracted spirit of Sir francis Hastinges.
VVhich poynt that we may better consider of, I shall first beginne with
that which he vttereth in diuers partes of his libel, agaynst the whole nation
of Spaniards in general, terming them by the names of proud, ambitions,
bloody, tyrannical, rauening Spaniards, a nation cursed by God, for that the
Pope that cursed man of sinne hath blessed them, &c. And in one place
he descrybeth them in these wordes: I must remember vnto you, that it is
recorded of the Spaniard, that in dissimulation he surpasseth all nations, till
he haue attayned to his purpose, and when he can once preuayle, he goeth
beyond them all in oppression and tyrannie: also that he disdayneth all other
nations, and that in pryde and carnal voluptuosnes, no nation cometh neer
him, and these be his qualities.
This our gentlemans censure, gathered out of recordes (as he sayth) but
I would gladly he had cited the author where he found this record, as he
ought to haue donne for discharging his fayth and honestie in so greeuous an
accusation as this is, and that toucheth so many, if he had regard or respect
therof. And hardly do I beleeue that he hath euer found, or shall fynd, any
writer of credit be he of what nation soeuer) that will shew himself so fond
and passionate, as to set downe by wryting so preiudicial a censure, and so
general a reproche as this is agaynst any nation: notwithstanding I know, that
the Spaniardes at this day, haue many emulators and aduersaries, partely for
hatred of Catholique religion (which is their greatest glorie) and partely by
reason of their large dominions, which is not strange, for so had the Romanes
also before them, and the Graecians, & Assyrians before them agayne, when
their Monarchies were potent, quia virtutis comes inuidia, as the common
prouerb sayth, enuy followeth vertue and valour: and in this sense our Eng-
lish prouerb is also most true, it is better to be enuied then pitied. And when
the Roman monarchie was fallen, and the french also, that was set vp by
Charls the great, our English nation had the greatest of any one of Christen-
dome, for some ages together, when we possessed our ample olde states and
dominions in france, during which tyme, he that will see the inuectiues made
agaynst our English manners, and agaynst our proud and tyrannical kynde
of proceeding (as then it was termed) let him but reade ouer the recordes of
the french chronicles, extant at this day: and yet no reason that these recordes
Addenda 179
should condemn or disgrace our whole nation now, nor then neither, when
they were written, being set downe by our aduersaries and emulators, and by
those that were either vnder vs, or feared vs, and consequently were nothing
equally affected vnto vs, as many are not at this day agaynst Spaniards.
Moreouer if some Spaniardes should be found in deed to haue some of
those vices or defectes which here by their calumniator Sir francis are named,
(as among other nations no man can deny, but the lyke are also to be found)
what reason or equitie is there (to omit conscience and christianitie, with
which this man seemeth to haue litle to do) what reason is there (I say) that
these defectes should be attributed vniuersally to the whole Spanish nation,
wherin there are to be found thowsandes that haue no part nor fault, as on
the other syde, if some English-men as they passe ouer other countries, by
sea and land at this daye should behaue themselues scandalously, by gluttonie
and drunkennes, (as diuers haue byn sayd to do) is it a lawfull consequence to
say or think, that all English are such at home, and that these are the qualities
of the English nation, as Sir Francis sayth here of the Spaniardes? or to take a
comparison from himself, if one English knight of a noble familie, haue byn
so madheaded, as to make a fantastical booke, stuffed with ignorances, lyes,
and calumniations, is it reason that foraine nations should iudge hereby, thar
all our knightes and nobilitie of England are so fond and frantik, and haue so
litle respect to their honours and credit as he? I trow no.
VVherfore as concerning the Spanish nation in general, no such preiu-
dice or slanderous rule can be geuen, as this malignant spirit setteth downe,
for that they are in this poynt as other nations be, where all sortes of people
may be found, some bad and many good: and if comparisons may be made
without offence (for that comparisons are odious in such affayres between na-
tions) no nation in Europe hath more cause to glorie, and geue God thankes
for his giftes, abundantly powred vpon them, both natural, moral, and Di-
uyne, temporal and spiritual, for tymes past and present, then the Spanish,
who haue a countrie both rich, ample, fertile, and potent, and praysed in
scripture it self, a people able and apt in respect both of wit and body to at-
tayne to any thing they take in hand, as in old tymes appeared by the most
excellent Emperours, Traian, Theodosius the great and some other of that
nation that surpassed all the rest, as also by their famous learned men, in an-
cient tymes Seneca, Lucan, Martial, and others, when they were yet heathens;
Osius, Damasus, Leander, Isidorus, Orotius and such lyke old renowmed
Christians, both for learning & sanctitie: by their most famous martyrs in
lyke manner, Saynt Laurence, Saynt Vincent, and many others: and in our
age, he that will consider after their valiant deliuering of themselues out of the
handes and captiuitie of the mores, that inuaded and oppressed their countrie
what Christian Zelous Princes, Kinges, Emperours, Captaynes, Knightes, &
famous soldiers they haue yeelded to the world, and do yeeld daylie, and
180 Las Guerras de los Estados Bajos
what store of singular learned writers do appeare from thence from tyme to
tyme, what countries they haue conquered by the sword, and how many mil-
lions of soules they haue gayned to Christ by preaching his word in diuers
and most remote partes of the world: all these thinges (I say) put together do
make ridiculous and contemptible this malignant description set downe by
Sir Francis, whose spetial hatred agaynst them is founded in that which of all
other commendations is their greatest, to wit, their constancie and zeale in
defence of the catholique religion, for which probablie God hath so greatly
exalted them alredy, aboue other nations of Europe, & will do more daylie, if
they continue that feruour in defending his cause, notwithstanding any other
humane infirmitie or defect in lyfe that as to men (of what nation soeuer)
may happen, which our merciful lord in regard & recompence of the other
rare vertues of zeale iustice constancie and feruor in his cause, will pardon
(no doubt) and geue grace of true amendement and rising agayne, whyle
the prating heretique that scornfully sitteth downe to score vp other mens
synnes, shall walk for his owne to his eternal habitation, prepared in hel, for
that his one malitious and obstinate sinne of heresie (if it may be called one)
prepondereth with Gods iustice more greeuously then all other infirmities
and sinnes put to gither which catholique men do or may commit of humane
frayltie.
And thus much of this poynt, may suffice, for if I should ad to this the
ancient loue and amitie of the Spanish nation towardes vs in tymes past,
the large leagues that England hath held with them heretofore, the great
wealth and gaynes we vsed to gather and reape by their trafique, the noble
and bountefull Queens of that linage maried into England, which aboue all
others taken from forayne countries haue byn most gratefull and beneficial
to our land and people; the exceeding charitie of the present king and of his
whole nation shewed to our English catholiques abrode, in this long tyme
of bitter banishment, & persecution for their faith; these thinges (I say) if I
should repeat or set out at large, would perhaps help nothing to the argument
we haue in hand but rather geue offence (tymes standing as they do) and
therfore I recount them not in particular, but leaue them to be considered
with pietie & gratitude by such as are indifferent in these dayes, and to be
recorded in the honorable monumentes of our posteritie.
And so hauing answered thus much about the iniurie offered to the Span-
ish nation (by Sir Francis) in general, I will passe to the approbrious speaches
vsed personally agaynst their present famous and noble king (once also ours)
with such indignitie of vnciuil and most reprochfull termes as is not suf-
ferable. And if any of the sayd kinges subiectes were to answere our knight
in this demand, he would cast him his gauntlet, and geue him the lye, and
chalenge him to the defence of so notorious calumniations, and therby proue
him either a lying or cowardly knight, or both.
Addenda 181
His ordinarie termes of the most excellent & most Catholique king Philip
are these, the ambytious king of Spayne, the vsurping tyrant, the proud popish
champion, trecherous, cursed, cruel, and the lyke, all which vyces the world
knoweth (nny herself being witnes) that his Catholique Maiestie is most free
of, and is indewed abundantly with the opposite vertues, wherof no nation
hath had better proof then England, by the experience we had of his sweet
nature & condition, both in princely behaueour & pious gouernment, dur-
ing the few yeares he liued amongst vs & ruled ouer vs, which tyme not-
withstanding of his being in England this malitious sycophant will needes
calumniate, & draw into suspition of great mysteries of iniquitie meant by
him (as he sayth) agaynst England & English people by meanes of that ioyfull
mariage & gouernment which there he had.
If you will geue me leaue (sayth he) to call to your remembrance the man-
ner and meaning of his coming into England, when he came not as an inu-
ader to conquer but as a frend to fasten a strong league of amitie by a mariage,
I doubt not but to discouer the trecherous crueltie of his hart. This is Sir
Francis promisse and you shall see after you haue gyuen him leaue, how wisely he
will performe the same, and how substantially, he will declare vnto vs the kinges
intention, or at least his own inuention.
But before I set downe his discouerie vnder his owne hand, I shall declare
a litle the state of thinges whyles the Spaniards were in Queen Maries dayes
in England, and how the king did actually beare himself, by testimonie of
all those that knew him, conuersed with him, or lyued vnder him. And then
shall Sir Francis tell his tale of that he imagineth or faigneth the king would
haue don in tyme, and before we both haue ended, I beleeue that in steed of
this discouerie promised of the trecherous crueltie of the kinges hart, we shall
discouer both trecherous cogging and shameles forgerie in the hart and hand
of this counterfayt knight. Thus then I begin the declaration.
The conditions of that most famous and royal mariage between the
two greatest Monarches of Christendome, king Philip and Queen Marie,
and the conuentions agreed vpon between both nations, and between the
princes themselues, Queen Marie, the Emperour Charles, (then resyding in
Flanders) and king Philip, and eche of their Councels and Parlaments, are
yet extant, and for the most part in print: wherby it may be seen that all
those poyntes that this sely fellow cometh in withall now after the market
ended, about the succession of our realme, the priuie Councel, of what na-
tion they should be, the condition of our nobilitie, the Parlament, the lawes
of the realme, the portes, castles and garrisons, the officers of the courte and
household, and other lyke circumstances were particulerly treated, agreed
vpon and prouyded for before hand, by all partes. Neither was there euer
any complaynt that the king or his nation brake any one of them whyle
they were among vs, but added rather diuers benefytes and courtesies of
182 Las Guerras de los Estados Bajos
their owne accord aboue that which they had promised and were bound
vnto.
As for the expences, and for the furniture of the mariage (so much I meane
as came from abrode) as also for the two Spanish and English nauies that ac-
companied the king when he came into England were at his cost and charges
vntill they arryued at Portesmouth, and the whole trayne from thence to
winchester, where he met with the Queen, and the mariage was celebrated, at
the charges of the same King of Spayne.
All the Spanish nobles and gentlemen that came with the king, came so
furnished with all necessaries and brought such store of money with them, as
within two or three monethes after their arryual, all England was full of Span-
ish coyne. The priuie councel of England was wholie and intirely as it was
before, neither was any Spaniard euer put into it, the officers of the Queens
household were altogether English, the king for his owne affayres, and his
other kingdomes, had a particuler Councel, which interrupted not ours, the
nobilitie of our land was exceedingly honoured by him, and many of them
had particuler great pensions also yearly from him, the captaynes and sol-
diers that he vsed of our nation as namely at the warre of Saynt Quintins, he
honoured highly, and made them equall in all poyntes of seruice and honor
with Spaniardes, and payd them himself without further charges to England
saue only geuing them their vpper cassockes with the crosse, according to
the custome. The marchantes commonly he made free to enioy and vse all
priuileges and preferments throughout all his kingdomes, countries and pr-
ouinces: and in England he had such care to yeeld our nation contentment,
as he gaue expresse order that if any English man and a Spaniard fell out, the
English should be fauored and the Spaniard punished, which he caused to
be executed with such rigor as it cost diuers Spaniardes their lyues, when the
English were much more in fault: and I haue heard it spoken by some of the
Councel at that tyme, that Queen Marie was so afflicted diuers tymes with
this partialitie of the kinges towardes the English agaynst his owne nation; as
it cost her many a bitter teare for verie compassion & shame.
And so much the more was she moued therewith for that she saw many
English, partly vpon this indulgence of the kinges, and partly for that being
secretly heretiques, they had auersion and hatred to the Spanish nation, to
abuse themselues intollerably in offering most inhumane and barbarous ini-
uries vnto them: No Spaniard could walke by night (nor scars by day alone)
but he should be eyther wounded, or thrust between two or three swashbuck-
lers, that attended particulerly to those exercyses, and so put in danger of his
lyf. Villanous wordes were ordinarie salutations to them in the streetes, as also
often tymes in churches, but no remedy was to be had, nor would any man
beare Witnes lightly in behalf of the Spaniard agaynst the English though
the iniurie were neuer so manifest. If any thing were to be bought in the
Addenda 183
market, the Spaniard must paie dooble for it, and for that most Spaniardes
drunk water, they must buy it also dearly in many places, if they would drink
it, and often could not haue it for mony, and diuers wells were sayd to be
poysoned of malice therby to destroy the Spaniardes. Many deuises were vsed
to draw Spaniardes into priuate houses, and familiaritie was offered them to
that end, and if any entred to talke with the wyf, daughter or seruant (as they
were thought propense in that kynde) then rushed forth the husband father
brother or master, that lay in wayte with other catchpoles of thesame conspir-
acie to apprehend them, and to threaten death or imprisonment except they
redeemed themselues with good store of money. And I haue heard from the
mouth of a greate noble man a Spaniard that was in England at that tyme and
now is a Vyceroy vnder the king that some English would send their wyues &
daughters of purpose into the fieldes where Spaniards walked, to allure them
to talke with them, and therby to intrap them and get money from them.
I omit to name more violent meanes of taking purses and playne roberies
and other lyke artes to get the Spaniards money from them by force, which
yet were many and some most barbarous and shamefull to our nation, and the
mention and memorie therof maketh vs blush when in other countries we are
told of them, as namely this that followeth which my self haue heard recounted
from a nobleman himself that is yet alyue, to wit, the old Count de Fuensalida
cheef steward at this day of the kinges houshold, who being in England with
the king made a great supper one night to diuers noble men of his nation, and
to some others, and being at the table mery and fearing nothing (as in a peace-
able and ciuil commonwealth, it seemed he had no cause) there came rushing
in, some twentie or thirtie maskared good fellowes with their swordes drawen,
and commanded that no man should stirre vnder payne of death, and so kept
them all at the table, and their seruantes shut vp into diuers houses of offices
where they were found, vntill the theeues had ransaked the whole house, and
packed vp the siluer plate that was in store, and so departed.
And these are the heroical actes and honorable histories which these no-
blemen and other strangers do recount of the ciuilitie and courtesie of our
countriemen towardes Spaniards in those dayes which being obiected vnto vs
in all forayne nations where we trauayle (the french also recounting as bad
or worse donne to them, to whome at that tyme we were open enemies) it
cannot but make modest Englishmen ashamed, and their eares to burne in
respect of the dishonour of our countrie, as also to consider what fyne frutes,
our new ghospel then freshly planted, and yet in the bud began to bring
forth: for that all this hatred and barbarous vsage towardes Spaniards and oth-
er Catholique forayners, rose principally vpon the difference of religion lately
begonne within our realme, and these lads as the first professed proselites
therof vpon heate and zeale committed these holy actions, as the first frutes of
so heauenly a seed. But since that tyme we haue had much larger experience
184 Las Guerras de los Estados Bajos
therof, and I presume that most mennes myndes in England are sufficiently
cleared in this case, and if not, let them behold the behaueour of Sir Francis
in this libel, who is an ancient branche of that plantation.
And so hauing seen the state of matters how they stood at that tyme, and
in particuler what king Philip had promised to do, and what he was bound to
do, and then what in deed he performed really whyle he was among vs (which
was more in deed then either he promised or had obligation to performe,
as hath byn shewed) let vs heare now what Sir Francis sayth he would haue
donne if he could, or if his abode had byn longer in England. The tale shall
go in his owne wordes for better declaring his spirit. Thus then he writeth.
This mariage was sought for and intended also in shew only to strengthen
the hand of the Queen of England, to bring in the Romish religion and
gouernment into this land, and to establish it with continuance, with pur-
pose and meaning to ad strength to all the corners of Christendome to con-
tinue Poperie where it was, and to bring it in, where it was not, that so the
Arche-prelate of Rome might hold the scepters and power of all princes and
potentates of Christendome in his hand, to dispose a his pleasure: but the
plottes and practises layd and pursued by the Spanish king, had made a wof-
ull proof to England of a further mark shot at (which was discouered in a
letter to some of our nobles, from a true harted English-man in Spayne) had
not God almightie in his rich mercy preuented their purposes, and defeated
them in their determinations, as it shall appeare hereafter, &c.
This is the preface and entrance which Sir Francis maketh to the discoue-
rie he promiseth of great hydden mysteries, about plottes and practises not
only layd, but also pursued by king Philip whyle he was in England, which
neuer came to light vntill this day, though at that tyme they were discouered
(as he sayth) in a letter to some of our nobles, from a true harted English-
man in Spayne. But for the credyt of so new and weightie, and incredible a
secret, it had byn good he had named the parties and particularities therof, as
wel who wrote as also who receyued that letter. For first the English-man in
Spayne though he were true harted to the faction of S. Francis syde (to wit, to
the Protestantes) yet might he perhaps not be so true handed or true tongued
at that tyme, or so truly informed of thinges, or of that authoritie, that this
his letter or report may beare credyt in so great a busines agaynst so great
men, it being taken vp perhaps at tauerns or porte townes and market places
by some merchantes seruant or factor, or other lyke wandring compaignon,
as well tipled with Spanish seck as with English heresie, who might wryt
these news from Spayne of K. Philip as Iohn Nicols the minister brought and
printed from Rome, and Italy, in our dayes, of the Pope and Cardinals.
And that this discouery (if any such were, and that the tale be not wholly
forged by Sir Francis himself ) could haue no better ground then that I haue
sayd, to wit, the reporte of some vulgar people, or the coniecture of some
Addenda 185
particuler discoursiue head, as is euident in it self, for that this being a most
secret designement and drift of the king himself, and of his priuie Councel,
who were all at that day remayning in England, and had this proiect within
their owne brestes only; how could it be discouered by an English-man from
Spaynerthink you.
Agayne the nobles in England to whome he sayth the letter was written,
might be such, as probably it may be iudged to haue byn written of purpose to
feed their humors, or to comfort them in those dayes, or that themselues did
procure it to be written and sent for their credit, or that themselues deuysed
it in England, to make therby the Spaniards more odious and their doinges
more suspected; and to draw by this meanes more English after themselues
to impugne the present state and gouernment: as when the lord Courtenay
Earle of Deuonshyre for missing the mariage of Queen Marie, beganne to
practise, and to think of leauing the land vpon discontentment, and when the
Carewes and other of that crew fled the realme for conspiracies, to the same
effect, such a letter was much to their purpose. But I shall not need to call in
reasons and circumstances for shewing the vanitie of this letter, for that the
manifest and shameles falshoodes which it relateth, will easely discouer the
forgerie, as also the forge it self, from which it proceedeth: I will follow then
the continuation of Sir Francis narration, in his own wordes.
Now to proceed (sayth he) to lay open the right mark that in deed this king
shot at, though when he made way to ioyne in mariage with Queen Marie, he
made semblance of great conscience to Catholique religion, and great care to
bring the whole land into the obedience therof, and seemed to glorie much
when it was brought to passe, as his letter to his holy father at Rome written
out of England doth make shew, wherin he expresseth what a worthie woorke
he had donne, when he had drawen the nobles & commons of the land to
submit themselues to his holinesse as their cheef (those are his wordes) yet litle
did the nobles and commons know what was intended towardes them by this
catholique childe of Rome, for vnder this colorable name of catholique reli-
gion, was hidden the ambitious humor of a most proud vsurping tyrant, whose
resolution was vpon mature deliberation and consultation with his machiuilian
counsellors to seek by al the possible kinde means he could, to win the principal
of our Nobles to affect him, and in their affection to possesse him of the crown,
and so to establish him in an absolute power ouer poor England, and to bring
this to passe, he decreed to spare neither cost nor kindenes, &c.
Hetherto is the asseueration of Sir Francis concerning king Philips inten-
tion to gain our crowne, but neuer a syllable more of proofe then you haue
heard before, to wit, his owne woord and bare assertion: which he taking to
be sufficient, passeth ouer presently to explicate & exaggerate the dangerous
effectes that would haue ensued vpon vs when the king should haue gotten
his pretence.
186 Las Guerras de los Estados Bajos
But I must pul him by the sleeue & request him to stay, & prooue a litle
better, that the king had this intention to get the kingdome as he sayth, for if
it were a mature deliberation and consulted also with his counsel in England
(as this discouerer sayth) then some act and monument belike is extant to
testifie the same, or at leastwise some witnes, or other firm argument fit to
proue it, or if not, how could the true harted English-man know it in Spayn,
and write it to the Nobles of England? Or with what face can our rash and
falstongued English knight professe to know it now, and to wryte it so confi-
dently? Shall so great, so greeuous, so haynous a slander, against so mightie,
so munificent, so bountiful a Monarch, passe out to the world, vpon a bare
assertion and malignant interpretation of one English hastie-hote-spurre, that
sheweth malice in euery syllable, and turneth euen the kings loue and fau-
ours to our nation, & his expences and benifits towards our people, vnto a
deceitful meaning? And vpon that, without other act of hostilitie on his parte
appearing, shall he be called ambitious and proud vsurping tyrant? VVho
seeth no that this fellow in steed of discouering the kings malice bewrayeth
his owne, and in place of prouing the king an vsurping tyrant, doth shew
himself a shameles sicophant.
But let vs see what effects he sayth, had like to haue ensued, vpon this
deuised designment of the king.
If once (sayth he) this king had obtayned the crown, then as in the letter
of discouerie is layd open) the council table must be filled with his Counce-
lors, the hauen townes must be possessed with gouernours of his appointing,
fortifications must be made by his direction, soldiars of his owne must be
placed in garrison at [1] places most fit to strength him self, then must the
common lawes of this land be [2] [3] altered, by which iustice is truly taught
to all sortes, his vnholy and bloody inquisition [4] would be not haue fayled
also to bring in, with all other his Spaynish [5] lawes and ordinances, sutable
to the same, their intolerable taxes we must haue [6] byn pestered withall, a
taste wherof I will here geue you, &c.
[7] These are the seuen deadly sinnes which Sir Francis inforceth out of his
Spanish letter as certayne to haue insued, if the king had gotten the crowne,
which yet whyles he had the crowne did not insue, as the world knoweth, for
that they were prouyded for before hand by the councel, nobilitie, and parle-
ment of England, and by all lykelihood would haue byn foreseen and prouid-
ed for also by the same prouidence of the realme, if euer motion or cogita-
tion had bin among them to passe the crowne to the king of Spayn, seing
Sir Francis confesseth that this matter was ment to be wrought not by force
but by sweet meanes and benifites, and by allurement of the nobilitie by his
Maiestie. Most fond therfore or forged is this letter from the true harted man
in Spain, who suggested feares already preuented: but much more ridiculous
is he in setting down certain monstrous bugges of taxes to be imposed vpon
Addenda 187
the English nation, which yet by all probability were neuer though vpon, nor
past by mannes imagination, though most childishly he avowcheth, that they
are payed also in Spain. For thus he writeth.
A taste wherof (of these intolerable taxes) I will giue you (sayth Sir Francis)
as that for every chimney and other place to make, fier in, as ouens, fornaces,
Smiths forges, and such others, a frinch crown was yearly paid to him. He
had also powling pence for all manner of corn, bread, beef, mutton, capons,
pigges, geese, hennes, ducks, chicken, butter, cheese, egges, aples, peares,
nuttes, beere, wine, and all other things whatsoeuer he feedth vpon: yea no
farmer, yeo-man, or husband-man durst eat a capon in his house if his frend
came to him, for if he did it must cost him six shillinges eight pence, though
the capon was not worth twelue pence; and so toties quoties: and these be the
benifits and blessings that this catholique king sought to bring in hether by
his absolute authoritie sought for.
If a man did not see these things written and printed with Sir Francis Hast-
inges name vnto them, he would neuer imagin a man of his name, howse,
and calling, would publish such childish toyes and manifest vntruthes to the
world. For who is there that hath trauailed Spain (as many English-men haue
donne in these our dayes) which knoweth it not to be an open shameles lye,
that for euery place to make fyer in, as ouen, fornace, and the like, a french
crown is to be payed? In the kingdoms of Castil and Andaluzia there is no
such paiments at all, in Aragon and Catalonia, there is some like tribute insti-
tuted by old kinges, before these states were vnited to the crowne of Castile:
but neither is it so much as this wise man setteth downe, nor do they pay for
euery place of making fyer, but one onely fyer is accounted to one howshold,
though the people haue twenty fyers within it.
Touching his powling pence vpon thinges that are solde, there is in the
foresayd kingdomes of Castile an old rent of the crowne, instituted by ancient
kinges called Alcaualla, conteyning a certayne tribute vpon thinges that are
solde and bought, but this tribute is not payd in all Spaine, and namely not
in Biscay, Nauar, Portugal, Aragon, Catalonia, nor in the kingdom of Valen-
cia: and much lesse in forayne kingdomes and states vnder the Spaniardes,
as Naples, Sicilia, Sardinia or Millan. Nor in Castillia it self is it exacted with
the rigor that this fellow forgeth, but euerie towne and cittie agreeth in great
for this tribute by the yeare, nor doth it descend to such minute thinges as he
recounteth vp, and much lesse to beere wherof there is litle vse in Spayne, &
the simple fellow would needes faine his account after the English manner,
but among other toyes the lye of six shillinges eight pence forfeyture for eat-
ing a capon toties quoties, is so notorious, as it may winne the whetstone: and
the verie phrase it self discouereth the forgerie, for that the Spaniardes haue
no coyne answering to our noble or six shillinges eight pence, consequently
it is not probable that they would appoynt such a penaltie as they can hardly
188 Las Guerras de los Estados Bajos
in whole money make vp, the account. But let vs see somewhat more of this
kynde of cosinage.
My author (sayth he) doth further vnfold this kinges trecherous purpose
towardes this land, by discouering vpon his owne knowledge and hearing,
his intention to be, by litle and litle to roote out the nobilitie, and to keep
the commons in beggerie, and not to suffer one to lyue here, that was borne
in twentie yeares before, but either to destroy them, or to make them slaues
among the Moores, the colour wherof was because they were borne out of the
Catholique churche of Rome. And to make vp the measure of all impietie,
and the faster to set his crowne vpon his head from remouing (if he had got-
ten it) he layd his plot to destroy our deare Soueraigne ladie Queen Elizabeth,
hauing decreed with himself, that neither she nor any of that cursed nation
(so he termed it and yet the Popes holines had absolued it) should gouern
England any more. But blessed be God who hath blessed vs with the lyfe and
raigne of our blessed Queen, who I trust shall liue to geue him such a deadly
blow as neither his cursed self nor any of his cursed nation (iustly so to be
called, because the Pope that cursed man of sinne hath blessed them (shall
euer see the day to rule in England.
And thus you see that vnder the colour of this mariage saluation of soules
seemed to be sought for, but in deed destruction both of our bodies and
soules was pursued, &c. for without regard of sex, age, or degree, all were des-
tined to slauerie and bondage at the least, howsoeuer they escaped with lyfe.
This is your sottish and impudent narration Sir Francis, for what can be
more sottish then to say that your wyse author before named, discouereth
vpon his owne knowledge and hearing, that the kinges intention was to roote
out the nobilitie, to oppresse the commonaltie, to slea or send to Barbarie for
slaues all that were born within twentie yeares before? If your author knew
this of his owne knowledge, how say you also by hearing? and if he heard it
of others, how could he know it of his owne knowledge? But whatsoeuer you
say, how could he in Spayne discouer so great a secret that lay in the kinges
brest in England? Besydes this, how incredible are the thinges in themselues
that he recounteth? namely that dreame or old wyues tale of making all slaues
within twenty yeares old? of which number and within which age he had
taken diuers already into his seuice in England and vsed singular curtesie
vnto them and one of his Grandes in Spayne, (to wit, the Count after Duke of
Feria) had maried an English ladie, that as I ghesse was within the compasse
of that age, or not much aboue it at that day, and should all these haue byn
sent think you to Barbarie together? Impudencie then it is in this fond knight
to alleage such improbable and palpable lyes out of an author without name,
and much more lack of shame is it to auouch them himself for truthes, and
to adde other fables that are yet more monstrous, as of the kinges destining to
slauerie & bondage not only those before mentioned that were borne within
Addenda 189
the space of twentie yeares, but of all other English also (as this man sayth)
without regard of sex, age, or degree, and that he vsed to call our nation
cursed, euen then when the Popes holines had absolued it, who will geue eare
or credit to such absurd inuentions?
And further, to fill vp (sayth he) the full measure of his impietie, he had layd
his plot to destroy and make away the lady Elizabeth now Queen, wheras all the
world notwithstanding knoweth the king to haue byn at that day her cheef-
est stay and defence, as before I haue shewed at large in the third incounter,
as also that verie litle plotting of the kinges behalf would haue serued at that
tyme to haue wrought his will, if he had wished her destruction, for the
manifold reasons that there I haue alleaged, he fynding her in disgrace and in
prison at VVoodstock when he came into England, and hardly pressed about
wyats insurrection, from the peril wherof and other lyke assaultes he espe-
tially deluiered her, and procured her return to the courte agayne: and con-
sequently I sayd there, and heer I repeat it agayne, that it is most barbarous
ingratitude in this vnciuil knight to pay the carefull protection of her person,
which his Maiestie yealded to her grace in those dayes of her distresse, with
these intolerable slanders, and outragious false criminations now, and that no
modest man can cease to wonder how so infamous a libel could be suffered
by supreme authoritie to passe to the print, espetially conteyning diuers other
personal, reprochefull, contempteous, and villanous calumniations agaynst
so great and potent a prince, as the king catholique of Spayne is.
And namely that where this good fellow hauing told a story how one
Fabritius the Roman Captayne refusing the poysoning of his enemie Pirrhus)
that was offered to him for money, by his physitian, he sent the sayd physitian
bound to Pirrhus himself, and then he addeth this illation.
But the king of Spain delt not so with the Queen our mistris when her
poysonable portugall phisitian Lopus would haue poysoned her, for from
such hopes he taketh hart, &c.
By which wordes he would haue men to imagin that his catholique Maies-
tie had either hired Lopus to do that fact (if any such matter was indeed
intended) or at least that he was priuie & consenting to it, for how otherwise
could he haue warned the Q. of the danger intended? and yet it is manifest
that no such matter was euer or could probably be knowen to the king of
Spain. Neither did euer Lopus giue any such signification or suspition, at his
death, or before, of the king of Spaines priuitie: nor was he a man to haue
correspondence in Spayn, being knowen to be a Iew in religion & fled from
those parts, and was enimy to the king in all respects as wel touching religion
as the afaires of Portugal, and onely England is the receptacle of such people
at this day: nor had his catholique Maiestie any Embassador or other agent
or correspondence in England, to plot such treaties: nor euer was it heard,
that he would hearken to such base wayes of reuenge vpon his enimyes. And
190 Las Guerras de los Estados Bajos
therefore all this put together doth make it more then Turkish impietie to
put in print such infamous stuffe agaynst the Maiestie of so high a prince by
name, without any proof at all, as though there were no God, no conscience,
no iudgement, to make account vnto: nor any respect in earth to be held to
such as are in lawful authoritie, which yet our dreaming knight himself alitle
before will needes proue out of S Peeter and S. Paul, to be due to such princes
as he liketh to assigne it, euen in spiritual and ecclesiastical matters belonging
to the soule, and consequently also to an other tribunal, so vnconstant and
mutable are these good fellowes, not only in their sayinges and doctrines, but
also in their actions, as led wholy by passion and interest, and referring all to
times, persons, and occasions, seruing their turnes and commodities.
And thus much haue I thought conuenient to be answered to the mali-
tious calumniations of this slanderous wach-word-giuer, against the noble and
renowned nation of Spanyardes, and their most Catholique, pious, wise, and
potent king, whose excellent vertues are greater then by my pen can be ex-
pressed, and his loue and fauors to our nation such and so many (especially in
this extreme affliction and banishment of catholiques) as no gratitude of ours
can equal, nor make due recompence, in the state we stand in, and therefore
must leaue it to our posteritie.
And albeit for the present there be warres and hostilitie between our na-
tion and our prince and theirs, and that especially in respect of religion, yet
our trust is, & our prayers are continually to our euerlasting God of peace
that he will once finish well that controuersie, to all our comfortes and ben-
efites.
And in the mean space I do presume so much of the good natures and
ciuilitie of most protestants in England, that they alow not of such bitter and
barbarous proceeding, as Sir Francis Hastinges hath vsed to his owne dis-
credit, and dishonor of our nation in these malignant calumniations against
so modest a prince. In which respect also, I haue bin somwhat the bolder to
giue him his check, with more freedom and feruor. I pray God it may do him
the good I wish, or at least keep others from being deceiued by him.
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Defence of the People afflicted and oppressed in the Lowe Countries, 1585, to-
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in her. As also, with two other remarkeable accidents betweene the English
and Spaniards, to the glory of our nation. Londres: Printed for Mercurius
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shewed to be very weake, and vpon examination most insufficient for that pur-
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& are to be sold in Paules Church-yarde at the signe of the Crowne by
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practised of some men, praised of all men. Together with a short admonition
concerning munition, to this honour»d citie. Preached to the worthy companie
of gentlemen, that exercise in the artillerie garden: and now on thier second
request, published to further vse. By Tho. Adams. London: Printed by Adam
Islip and Edward Blount, and are to be sold in Pauls Church-yard at the
signe of the blacke Beare, 1617.
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And the spiritual navigator, bound for the Holy Land. In three sermons. By
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and truely translated into English by Edward Aggas. London: Printed by
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relation of his magnificent entertainment in Madrid, and on his way to St.
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giuen. Translated out of the Spanish copie. His wonderfull dangers on the seas,
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hovv and in vvhat manner propinquity of blood is to be preferred. And the sec-
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ond the speech of a temporall lavvyer, about the particuler titles of all such as
do or may pretende vvithin Ingland or vvithout, to the next succession. VVhere
vnto is also added a new & perfect arbor or genealogie of the discents of all the
kinges and princes of Ingland, from the conquest vnto this day, whereby each
mans pretence is made more plaine. Directed to the right honorable the earle
of Essex of her Maiesties priuy councell, & of the noble order of the Garter.
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Imprinted by [I. Windet for] Iohn Wolfe, and are to bee sold at his shoppe
within the Popes head Alley in Lombard street, 1598.
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League is painted forth in all her collours. 2. Is shown, that it is not lawfull for a
subiect to arme himselfe against his king, for what pretence so euer it be. 3. That
but few noblemen take part with the enemy: an aduertisement to them co[n]
cerning their dutie. To my Lord, the Cardinall of Burbon. Faythfully translated
out of the French coppie: printed at Toures by Iamet Mettayer, ordinarie printer
to the king. At London: Printed by I. Charlewoode, for Richard Smyth, and
are to be sold at his shoppe, at the west ende of Paules, 1592.
– A true reporte of the great ouerthrowe lately giuen vnto the Spaniards, in their
resolute assault of Bergen op Zoam, in the lowe countries. At London: Print-
ed by G. E[ld] and are to be sold by Iohn Hodgets at his shop in Pauls
church-yard, 1605.
– An Account of the several plots, conspiracies, and hellish attempts of the bloody-
minded papists against the princes and kingdoms of England, Scotland, and
Ireland from the reformation to this present year 1678 as also their cruel
practices in France against the Protestants in the massacre of Paris, &c. : with
a more particular account of their plots in relation to the late civil war and
their contrivances of the death of King Charles the First of blessed memory.
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– The arrainment of the whole society of Iesuits in France, holden in the honour-
able court of Parliament in Paris, the 12. and 13. of Iuly. 1594 wherein is
laied open to the world, that, howsoeuer this new sect pretendeth matter of
religion, yet their whole trauailes, endeuours, and bent, is but to set vp the
kingdome of Spaine, and to make him the onely monarch of all the west /
translated, out of the French copie imprinted at Paris by the Kings printer. At
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Articles of peace, entercourse, and commerce concluded in the names of the most
high and mighty kings, and princes Iames by the grace of God, King of great
Britaine, France, and Ireland, defender of the faith, &c. and Philip the third,
King of Spaine, &c. and Albertus and Isabella Clara Eugenia, Archdukes
of Austrice, Dukes of Burgundie, &c. In a treatie at London the 18. day of
August after the old stile in the yeere of our Lord God 1604. Translated out of
Latine into English. Imprinted at London: By Robert Barker, printer to the
Kings most excellent Maiestie, Anno 1605.
– Articles of peace, entercourse, and commerce concluded in the names of the most
high and mighty kings, Charles by the grace of God King of Great Britaine,
France and Ireland, defender of the faith, &c. and Philip the Fourth King
of Spaine, &c. : in a treaty at Madrit, the fift day of Nouember after the old
stile, in the yeere of Our Lord God M.DC.XXX. / translated out of Latine into
English. Imprinted at London: By Robert Barker... and by the assignes of
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to the Crowne, by moving her wicked and traiterous sujects to rebellion and
conspiracies […]. With a declaration of the manner how Her Excellency was
entertained by her souldyers into her campe royall at Tilberry in Essex, and
of the overthrow had against the Spanish fleete […] set forth […] by I. A.
London: Printed by Thomas Orwin, for Thomas Gubbin and Thomas
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Averell, W. A meruailous combat of contrarieties Malignantlie striuing in the
me[m]bers of mans bodie, allegoricallie representing vnto vs the enuied state of
our florishing common wealth: wherin dialogue-wise by the way, are touched
the extreame vices of this present time. VVith an earnest and vehement ex-
hortation to all true English harts, couragiously to be readie prepared against
the enemie. by W.A. [London: Printed by I. C[harlewood] for Thomas
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Mellor, Ronald. Tacitus. London: Routledge, 1994.
Mémoires anonymes sur les troubles des Pays-Bas, 1565-1580. J. B. Blaes ed.
Brussels: Société de l’histoire de Belgique, 1859-66. 5 vols.
Memoires de Condé, ou Recueil pour servis à l»histoire de France, contenant ce
qui s’est passeé le plus mémorable dans le royaume, sous le regne de François
II & sous une partie de celui de Charles IX où l’on trouvera des prevues de
l»histoire de M. de Thou: augmentés d’une grande nombre de piéces curieuses,
qui n’ont jamais été imprimées, et enrichis de notes historique et critiques;
avec plusieurs portraits, et deux plans de la Bataille de Dreux. London: C.
du Bosc, 1743. 6 vols.
Memoires de tout ce qui s»est fait et passe en l’Armee du Roy de Navarre; composee
de Resitres, Lansquenets, Suisses, & François: depuis le 23 Juin, jusques au 13.
Decembre 1587. París: s.i., 1588.
Mémoires du chanoine Jean Moreau sur les guerres de la Ligue en Bretagne. Pu-
bliés par Henri Waquet avec le concours du centre national de la recherche
scientifique et du conseil général du Finistère. Quimper: Archives départe-
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Mémoires du vicomte de Turenne, depuis duc de Bouillon, 1565-1586, suivis de
trente-trois lettres du roi de Navarre (Henry IV) et d’autres documents inédits
publiées pour la sociéte de l’histoire de France par le comte Baguenault de Pu-
chesse. París: Librairie Renouard, H. Laurens, successeur, 1901.
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Memoria de los Tercios. http://www.tercios.org. [Esta obra, de Juan L. Sánchez,
contiene el estudio más actualizado sobre los tercios, su estructura, historia,
cadenas de mando y biografías de personajes con ellos relacionados].
Bibliografía 213
Estado del Rey Catholico Don Phelippe II. deste nombre, desde su primera
prision, hasta su salida de los reynos de España. Otra relaçion de lo sucçedido
en Caragoça de Aragon a 24. de Septiembre del año de 1591. por la libertad
de Antonio Perez, y de sus fueros, y iustiçia. Contienen de mas estas relaçiones,
la razon, y verdad del hecho, y del derecho del Rey, y reyno de Aragon, y de
aquella miserable confusion del poder, y de la iustiçia. De mas de esto, el
memorial, que Antonio Perez hizo del hecho de su causa, para presentar en
el iuyzio del Tribunal del Iustiçia (que llaman de Aragon) donde respondio
llamado a el de su rey, como parte. Impresso en Leon [i.e. London: By C.
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Pike, Richard. Three to one being, an English-Spanish combat, performed by a
westerne gentleman, of Tauystoke in Deuon shire with an English quarter-
staffe, against three Spanish rapiers and poniards, at Sherries in Spaine, the
fifteene day of Nouember, 1625. In the presence of dukes, condes, marquesses,
and other great dons of Spaine, being the counsell of warre. The author of this
booke, and actor in this encounter, Richard Peeeke [sic]. Londres: Printed [by
Augustine Mathewes] for I[ohn] T[rundle], 1626.
Portugués, Joseph Antonio. Colección general de ordenanzas militares. Madrid:
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Pricket, Robert. Vnto the most high and mightie prince, his soueraigne lord
King Iames. A poore subiect sendeth, a souldiors resolution; humbly to waite
vpon his Maiestie In this little booke the godly vertues of our mighty King
are specified, with disscription [sic] of our late Queene, (and still renowned)
Elizas gouernement: the Pope and papists are in their colours set forth, their
purposes laid open, and their hopes dissolued, the happie peace of England is
well described, and the long continuance thereof humbly prayed for. London:
Printed by Iohn Windet, for Walter Burre, dwelling in Paules Church-
yeard at the signe of the Crane, 1603.
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Bibliografía 217
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en la plaça de Madrid, lunes, que se contaron veynte y uno de agosto, por la
solemnidad de los casamientos de los Sereníssimos Señores Príncipe de Galês, y
la Señora Infanta Doña Maria de Austria. Valladolid: Gerónimo Morillo,
[s.a.].
Relación del gran recibimiento que la Magestad Católica del Rey nuestro Señor
don Felipe IIII hizo al Príncipe de Gales, en su Corte, y villa de Madrid,
domingo a diez y nueue días del mes de março, en este presente año de 1623.
Valladolid: Gerónimo Morillo, [s.a.].
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el sereníssimo cardenal archiduque Alberto de Austria a los diez de março
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Relación de una felicíssima vitoria que ha tenido contra los franceses en Dorlán,
en Picardía, don Pedro Henríquez, conde de Fuentes, gobernador y capitán
general por el rey nuestro señor de los Estados de Flandes contra el duque de
Bullón y conde de Sampol y su exército. Barcelona: Sebastián de Cormellas,
1595.
Relación verdadera de los sucessos acaecidos que han tenido los de Calés y del
número de los muertos de ambas, etc. Barcelona: Sebastián de Cormellas,
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Reynolds, John. Votiuae Angliae: or, The desires and vvishes of England Con-
tained in a patheticall discourse, presented to the King on New-yeares Day
last. Wherein are vnfolded and represented, many strong reasons, and true and
solide motiues, to perswade his Majestie to drawe his royall sword, for the re-
storing of the Pallatynat, and Electorat, to his sonne in law Prince Fredericke,
to his onely daughter the Lady Elizabeth, and their princely issue. Against
the treacherous vsurpation, and formidable ambition and power of the Em-
perour, the King of Spaine, and the Duke of Bavaria, who unjustlie possesse
and detaine the same. Together with some aphorismes returned (with a large
interest) to the Pope in answer of his. Written by S.R.N.I. Printed at Vtrecht
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swers. Faithfully extracted out of their owne writings by themselues published.
And a catalogue prefixed of the authors names which are cited in this booke.
Written for a premonition in these times both to the publike and particular.
218 Las Guerras de los Estados Bajos
greatest monarchs of the earth, that being admired of all, his greatnesse might
amaze all, and so by degrees seeking covertly to tyrannize over all, when as
indeed and truth, the greatest part of his pretended greatnesse is but a windy
crack of an ambitious minde. London: s.i., 1623.
– The Second Part of Vox Populi on Gondomar appearing in the likeness of Mat-
chiavelli in a Spanish Parliament, wherein are discovered his treacherous and
subtile Practises To the ruine as well of England, as the Netherlands. Gori-
com: Ashuerus Janss, 1624.
– A Second part of Spanish practises, or, A Relation of more particular wick-
ed plots, and cruell, in humane, perfidious, and vnnaturall practises of the
Spaniards with, more excellent reasons of greater consequence, deliuered to
the Kings Maiesty to dissolue the two treaties both of the match and the Pal-
latinate, and enter into warre with the Spaniards : whereunto is adioyned a
worthy oration appropriated, vnto the most mighty and illustrious princes of
Christendome, wherein the right and lawfulnesse of the Nederlandish warre
against Phillip King of Spaine is approued and demonstrated. [London: N.
Okes], M. DC. XXIV [1624].
– Certaine reasons and arguments of policie, why the king of England should
hereafter give over all further treatie, and enter into warre with the Spaniard.
London: s.i., 1624.
– The Spaniards perpetuall designes to an vniuersall monarchie. Translated ac-
cording to the French [London]: Printed, 1624.
– Sir VValter Ravvleighs ghost, or Englands forewarner Discouering a secret con-
sultation, newly holden in the Court of Spaine. Together, with his tormenting
of Count de Gondemar; and his strange affrightment, confession and publique
recantation: laying open many treacheries intended for the subuersion of Eng-
land. Utricht [i.e. ¿London?]: Printed by Iohn Schellem, 1626.
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S.R.N.I. (¿John Reynolds?) Vox Coeli, or, Nevves from heaven Of a consultation
there held by the high and mighty princes, King Hen.8. King Edw.6. Prince
Henry. Queene Mary, Queene Elizabeth, and Queene Anne; wherein Spaines
ambition and treacheries to most kingdomes and free estates in Europe, are
vnmasked and truly represented, but more particularly towards England, and
now more especially vnder the pretended match of Prince Charles, with the
220 Las Guerras de los Estados Bajos
ing how necessary and important it is, for the Protestant kings, princes, and
potentates of Europe, to make warre vpon the King of Spaines owne countrey:
also where, and by what meanes, his dominions may be inuaded and easily
ruinated; as the English heretofore going into Spaine, did constraine the kings
of Castile to demand peace in all humility, and what great losse it hath beene,
and still is to all Christendome, for default of putting the same in execution.
Wherein hee makes apparant by good and euident reasons, infallible argu-
ments, most true and certaine histories, and notable examples, the right way,
and true meanes to resist the violence of the Spanish King, to breake the course
of his designes, to beate downe his pride, and to ruinate his puissance. London:
Printed by B[ernard] A[lsop] and are to be sold by Thomas Archer at his
shop in Popes head Alley, ouer against the signe of the Horse-shooe, 1625.
The declaration of the Lord de La Noue, upon his taking armes for the just
defence of the townes of Sedan and Jametz... Truely translated (according to
the French copie printed at Verdun) by A. M. London: Imprinted by John
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Bibliografía 223
Recopiladas por
En Amberes,
en casa de Pedro y Juan Bellero,
1625
1
Ossa de Montiel, en la actual provincia de Albacete, perteneciente al llamado Campo de
Montiel.
2
Añadido en la edición de 1635: …de los Consejos de Estado y Guerra y maestro de campo
general de Su Majestad en estos estados de Flandes, y al presente maestro de campo general
en los estados de Milán y castellano del castillo de la dicha villa
3
Se trata de Villahermosa, en el sureste de Ciudad Real, en el llamado Campo de Montiel,
cuya encomienda data de 1444.
Las Guerras de los Estados Bajos 229
1
«Caballero del hábito de Santiago, Comendador de Villahermosa; fue Consejero de Alexan-
dro, y hoy lo es de la Guerra del Rey, nuestro señor, en la corte de España, después de haberle
servido muchos años de Veedor general del reino de Sicilia y de los ejércitos de los Estados
de Flandes y Francia. Fueron tan grandes y particulares los servicios y ahorros que hizo a la
Real hacienda y la solicitud y trabajos que por conservarla tuvo, que ningún Ministro se le
igualó. Este valeroso y prudente caballero sirvió a su rey con gran rectitud y limpieza. Hizo
por su orden a Flandes y a otras partes algunas embajadas particulares, y dellas sacó el fruto
que se deseaba. Tuvo a su cargo los negocios de la Liga de Francia. Fue vigilantísimo a las
inteligencias de los enemigos. Con su sagacidad rechazó a los franceses de la Unión algunos
movimientos, que si los pusieran en ejecución hicieran notable daño a los católicos. Puso
muchas veces al Bearnés en grandísima confusión, y le tuvo siempre cuidadoso y desvelado,
y tanto, que temió más sus inteligencias y negociaciones que la fuerza de las armas, por no
ser las que convenía. Mostróse siempre enemigo de soldados amotinados y los persiguió y
desterró, procurando se castigasen los autores dellos, y a los fieles, leales y animosso estimó y
favoreció con grandes veras. Esforzó mucho la costumbre y devoción de la Cofradía de Nues-
tra Señora que los soldados españoles tienen en sus tercios y presidios, y ayudó con algunas
sumas de dinero para celebrar sus fiestas con gran policía y curiosidad; y en los negocios que
tuvo a cargo jamás desaprovechó el tiempo, porque siempre le tenía ocupado. Peleó en las
ocasiones de la guerra como osado y valiente caballero, y antes de ejecutarlas aconsejaba a
Alexandro con grande entereza cuando a él y a los demás Ministros llamaba a su Consejo.
Sus pareceres fueron siempre de hombre sabio, no equívocos ni remisos, sino prontos, lisos,
verdaderos, excelentes y ejecutivos, a imitación de Francisco de Ibarra, su padre, que tam-
bién fue del Consejo de Guerra del Rey, nuestro señor, del cual heredó tantas y tan buenas
partes como he referido, siguiendo los mismos pasos D. Francisco de Ibarra y D. Carlos, su
hermano; hijos de D. Diego. El primero es hoy capitán de lanzas españolas en los Estados de
Flandes y del hábito de Santiago, y el segundo, que es D. Carlos, caballero de la orden de Al-
cántara y Capitán de su infantería española del Rey, nuestro señor, ambos mozos, gallardos,
briosos y de corazones invencibles» (Colección, 74: 366-67).
230 Las Guerras de los Estados Bajos
2
Ver Cortijo Ocaña & Gómez Moreno eds. para una edición y estudio concienzudos de la
Década de Bernardino de Mendoza.
Las Guerras de los Estados Bajos 231
[5] PRÓLOGO
1
Quizá se refiera al mismo autor mencionado en el libro VIII: «Pues hasta cierto religioso
zaragozano que se puso a escribir estas guerras dice que entró este socorro por descuido de
los españoles, sin haberse hallado en él uno tan sólo…» Por otra parte, recomendamos Darby
para una actualización sobre las causas de las guerras de Flandes.
2
Además de las relaciones (historias) stricto sensu, considérense las relaciones breves y los pan-
fletos de vario tipo, como los ahora guardados en Indiana University: French anonymous poli-
tical pamphlets of the 16th century, París, etc., 1563-99, IU, Film 944.02 F889. Ver también,
entre muchos, las Mémoires anonymes sur les troubles des Pays-Bas, 1565-1580, avec notice
et annotations par J. B. Blaes, Brussels: Société de l’histoire de Belgique, 1859-66, 5 vols; y
las Memoires de tout ce qui s’est fait et passe en l’Armee du Roy de Navarre; composee de Resitres,
Lansquenets, Suisses, & François: depuis le 23 Juin, jusques au 13. Decembre 1587, Paris: s.i.,
1588; o el delicioso Miroir de la tyrannie espagnole perpetrée au Pays Bas, que tenían como
antecedentes a su vez obras como Le Tocsain contre les massacreurs et auteurs des confusions en
France. Par lequel la source & origine de tous les maux, qui de long temps travaillent la France,
est descouverte. Afin d’inciter & esmouvoir tous les Princes fidelles de s’employer pour le retrenche-
ment d’icell (Reims: De l»impr. de I. Martin, 1577). Véase el estudio, útil aunque anticuado,
de Vallina y, en general, el documentadísimo de Vázquez de Prada y, en particular, los de
Salavert.
3
La referencia es al tópico de las armas vs. las letras, de honda raigambre humanística, y que
aquí Coloma refiere a quienes han preferido la virtus militar a la nobilitas de la pluma. En
cualquier caso, ver el católogo de poetas-soldados de la Introducción para tener una idea
cabal de la larga lista (parcial) de autores que sí dedicaron su esfuerzo –tras participar en el
conflicto bélico- a relatarlo.
232 Las Guerras de los Estados Bajos
4
Para Coloma estos imperios clásicos son claros precedentes de la gloria (igualble a la suya) del
Imperio Español.
5
La frase no deja de ser acertadísimo resumen de la historia político-militar de los siglos XVI
y XVII, en particular en lo tocante a la financiación de la lucha (y economía) en el escenario
europeo.
6
La referencia a la rivalidad de naciones apunta claramente a la proliferación de panfletos y
escritos antiespañoles por las prensas europeas, de lo que, obviamente, Coloma era sabedor.
Ver la Introducción para un detallado estudio de esta propaganda antiespañola en las prensas
europeas (de preferencia la inglesa).
7
Distinto a otros italianos es Famiano [E]Strada (1572-1649), jesuita, catedrático de re-
tórica del Colegio Romano, cuya obra De bello belgico decades duae defiende posturas
políticas muy cercanas a Francia. Abarca entre los años de 1555-1590 y recibió numerosas
críticas por su falta de método. Un volumen más sobre la década siguiente llegó a escri-
birse, aunque no a publicarse, parece que por presión de la corte española. La obra en-
contró amplia difusión, traducida el italiano (1636, 1648), francés (1648) y español, por
Melchor de Novas (1692). Su obra recibió en particular la crítica de Bentivoglio, quien
en 1623 escribió la Infamia Famiano para refutar los argumentos de Famiano [E]strada.
La traducción española se puede consultar en http://bvpb.mcu.es/es/catalogo_imagenes/
grupo.cmd?path=11000460. Ver de este autor su Las guerras de Flandes: desde la muerte del
emperador CarlosV hasta la conclusión de la Tregua de doze años, por el Cardenal Bentivoglio,
Amberes: Verdussen, 1687. Asimismo disponible en http://bvpb.mcu.es/es/catalogo_ima-
genes/grupo.cmd?path=11000459.
Las Guerras de los Estados Bajos 233
8
Se trata del genovés Pompeo Giustiniano, maestre de campo de la infantería italiana, autor
de Delle guerre di Flandra [Fiandra] libri VI, Anversa [Amberes]: Trognesius, 1609, con
reediciones de Venecia 1610, 1612, autor también de un Bellum Belgicum. General, pues,
de Tercios al servicio de España, que luchó de 1601 a 1609 bajo los generales Farnesio y
Spínola. Giustiniano se destacó en el sitio de Ostende, que duro tres años y costó a España
60.000 vidas. El entonces coronel perdió en la campaña de Amberes un brazo, por lo que re-
cibió entre sus hombres el apelativo de braccio di ferro por el ingenioso apósito que sustituyó
al miembro perdido. Posteriormente acabaría al servicio de Venecia. Se suele considerar un
importante trabajo sobre la cruenta guerra de Flandes, bastante objetivo para los estándares
de la época e incluso también para los actuales. Contiene 29 láminas, semejantes a las usadas
por Bernardino de Mendoza en su historia. A este autor, como quizá a la obra casi homóni-
ma de Campana (vid. infra), se puede referir el «Las guerras de Flandes» con que comienza
el Prólogo.
9
Girolamo Franchi di Conestaggio, poeta, historiador y diplomático genovés, que llegó
a ser arzobispo de Capua, autor de la Dell’unione del regno di Portogallo alla corona di
Castiglia (Genoa, 1585), traducida después al español como Historia de la vnión del reyno
de Portvgal a la corona de Castilla (obra atribuida por muchos a Juan de Silva, conde de
Portalegre, y traducida por Juan de Silva, el autor de la Historia pontifical), Barcelona:
Sebastián Cormellas, 1610 (a su vez traducida al inglés, francés, latín, etc.). La obra a la
que se refiere Coloma es la Historia delle guerre della Germania Inferiore (Venecia: Pinelli,
1614, con muchas reediciones posteriores) (De Buck 2273). Precisamente contra él escri-
bió Juan Pablo Mártir Rizo su Historia de las guerras de Flandes, contra la de Jerónimo de
Franqui Conestaggio (Valencia, 1627).
10
Pongamos como ejemplo, entre muchos, la Historie der Nederlandsche ende haerder naburen
oorlogen de Emmanuel van Meteren (Ámsterdam, 1602), o la traducción del holandés de la
estupenda Trve nevves from one of Sir Fraunces Veres companie. Concerning Delftes-Isle, and
sundry other townes in the Lowe Countries, yeelded to the Generall since May last. Of the great
armie, nowe comminge out of Germanie for the aide of the French King. With the bloody perse-
cution and marterdome which sundry cheefe persons of account did lately suffer in Spaine for the
profession of Christ Jesús (London: Imprinted for T. Nelson, 1591). De las más importantes
es también Nederlantsche Oorlogen de Pieter Bor, Ámsterdam, 1621-1626, 6 vols; y la gran
234 Las Guerras de los Estados Bajos
príncipes, no afectan otra cosa que hacernos odiosos a todas las naciones del
mundo para disculpar su rebelión a entrambas majestades; y es de notar ver
de la manera que trata de nuestras victorias, pasando en silencio las circuns-
tancias más importantes y muchas veces las mismas vitorias; y, cuando más
no puede y acaso se halla algún italiano en tal suceso, no duda de hacerle
autor dél, con el mismo desenfado [7] que si escribiera la guerra de Troya
o otras cosas de tan remota y dificultosa averiguación. En la rota que se
dio a monsieur de Ianlis cuando vino a socorrer a Mons, donde mandaba
don Fadrique de Toledo, hijo del duque de Alba (oponiéndose a cuantos
han escrito y a la misma verdad), quiere que mandase Chapín Vitelo, y no
toma en la boca a don Fadrique; y de justicia debiera hacer lo mismo en la
presa de Harlem, donde da por autor a don Fadrique de las crueldades que
allí (según exagera) se usaron y, con hacer allí –como sobre Mons- Chapín
el oficio de maestre de campo general, no le mienta en manera alguna. En
la batalla de Moquen quiere que gobernase nuestra caballería Juan Baptista
del Monte, porque fue la caballería mucha causa de aquella victoria, siendo
verdad que la gobernaba don Bernardino de Mendoza, como capitán espa-
ñol y más antiguo y de la primera clase de la nobleza de España, cúyas eran
las fuerzas y dinero de aquella guerra, consideraciones que, añadidas a ser el
que gobernaba todo el ejército Sancho de Ávila, pueden persuadir cualquier
mediano entendimiento a que es verdad lo que digo; y eslo sin duda que
no hace lo que piensa por su nación quien le anda mendigando honores
fabulosos, especialmente pudiendo en otras muchas ocasiones honrarla con
solos los verdaderos, como lo hago yo siempre que la verdad me da ocasión
y se verá en el discurso destas memorias, donde todas las virtudes militares
del duque de Parma no las refiriera con mayor estimación Guichiardino y
las demás acciones loables desta nación y de otras que siguieron nuestras
banderas, decoro que aun le guardo con los enemigos. Y, porque puede
justamente admirar que la pasión pudiese corromper el juicio y legalidad de
un historiador tan señalado, débese sin duda prohijar esta culpa a las sinies-
tras relaciones de que fue informado, acordándose de lo bien que cumplió
con la verdad y las demás circunstancias de la historia en la de la unión de
Portugal a Castilla, por haber sido testigo de la mayor parte y de lo demás
advertido desapasionadamente. Lo cual es -sin duda- que le faltó en ésta,
de donde se pudiera traer más ejemplos desta calidad, y de otro historiador
napolitano, que puso en compendio todas las guerras de Flandes, habiendo
pasado a aquellos estados después de las treguas, del cual diré solamente
diatriba contra España de Willem Baudart, Morghenwecker der vrye Nederlantsche provintien
ofte een cort verhael van de bloedighe vervolghingen ende wreethden door de Spaenjaerden ende
haere adherenten inde Nederlanden […] begaen (Danswick, 1640).
Las Guerras de los Estados Bajos 235
11
Cesare Campana, autor de la difundida Della gverra di Fiandra, fatta per difesa di religione
da catholici re di Spagna Filippo Secondo, e Filippo Terzo di tal nome, per lo spatio di anni
trentacinque (Vicenza: apresso G. Greco, 1602). Campana también abordó las guerras de
Flandes en Imprese nella Fiandra del serenissimo Alessandro Farnese prencipe di Parma (Cre-
mona: apresso F. Pellizzarii, 1595) y el Assedio e racqvisto d’ Anversa, fatto dal serenissismo
Alessandro Farnese (Vicenza: C. Greco, 1595). De él se conserva su conocida Delle historie
del mondo descritte dal sig. Cesare Campana, gentil»huomo aquilano volume secondo, che con-
tiene libri sedici. Ne’ quali diffusamente si narrano le cose auuenute dall»anno 1580 fino al
1596. Et con vna nuoua aggiunta per fino all»anno 1600. Con vn discorso intorno allo scriuere
historie (Pavía: Pietro Bartoli, 1601); y La vita del catholico et inuittissimo don Filippo sec-
ondo d»Austria re delle Spagne, &c. con le guerre de suoi tempi. Descritte da Cesare Campana
gentil’huomo aquilano. E diuise in sette deche. Nelle quali si ha intiera cognitione de moti
d»arme in ogni parte del mondo auuenuti, dall’anno 1527 fino al 1598. Al che si è aggiunto
il successo delle cose fatte dapoi, sotto l’auspicio del re d. Filippo il terzo, fino a’ nostri tempi
(Vicenza: Giorgio Greco, 1605).
12
El «estandarte del rey o de cualquier otro jefe de hueste» o el «alférez o paje del mismo (que
lo lleva)» (DRAE).
13
Es prurito de Coloma, por encima de cualquier otra nota que le caracterice como historia-
dor, el de evitar el partidismo y la falta de objetividad. A este propósito entrelaza nume-
rosísimos comentarios a lo largo de su obra sobre pasajes en historias francesas, italianas y
castellanas en donde se falta flagrantemente a la verdad, ya por afán de tergiversación, ya por
elogiar a naciones cuando no les corresponde, ya por falta de acopio de materiales fidedig-
nos. Es quizá uno de los leit-motifs de su obra el de constituirse en historia verdadera.
Las Guerras de los Estados Bajos 237
1
Argumento: Dase cuenta del estado en que se hallaban las cosas de los Países Bajos al princi-
pio deste año y de las fuerzas de ambos partidos. Junta el duque de Parma un grueso ejército
para la empresa de Inglaterra y apúntanse las causas de aquella guerra. Entra la Armada cató-
lica en el Canal, derrótase y por qué causa. Pónese el duque sobre Bergas Obzoom, refiérense
los sucesos de aquel sitio y de los de Bona y Watendonck. Comienzan a empeorarse las cosas
de Frisa; refiérense los principios y causas de las guerras civiles en Francia y las muertes del
duque y cardenal de Guisa. A lo largo del libro aparecen numerosas anotaciones marginales
(al modo de las de los Comentarios de don Bernardino de Mendoza). Dichas anotaciones son
breves sumarios de los hechos narrados en cada página y no añaden nada nuevo al texto. En
aras de ahorrar espacio en una edición de por sí larga, se ha preferido no transcribirlas. Los
argumentos, por otra parte, que aparecen encabezando cada uno de los libros están ausentes
de la edición de la BAE. Para la situación histórica general narrada por Coloma, remitimos a
la bibliografía final, donde se encontrará un amplio espectro de obras que analizan el tema,
clásicas y contemporáneas. Citemos aquí sólo las de Gossart (1900, 1906), Kervyn, Elliott,
Echevarría, Fernández y Fernández y Thou, entre muchas otras. Nótese que los argumentos
encabezan el libro correspondiente, inmediatamente tras la indicación de «LIBRO PRIME-
RO» (o del que se trate). Por el contrario, la referencia a «Año 1588» sólo se indica en el
margen, como «1588» (y así sucesivamente para otros años).
2
El levantamiento o rebeldía de los súbditos flamencos de Felipe II en 1566 dio lugar a una
dura represión del duque de Alba el mismo año. En 1568 Guillermo de Orange comandó
la sublevación generalizada. En 1579 se forma la Liga de Arrás (católica) y los rebeldes al rey
español forman la Liga de Utrecht en 1581, con lo que los Países Bajos quedaron divididos
en dos. La guerra, con la excepción de la Tregua de los Doce Años, duraría de 1566 a 1648,
saldándose con la Paz de Westfalia, donde se reconoció la independicia de las Provincias
Unidas. Los Países Bajos acabarían cediéndose en 1713 por la Paz de Utrecht.
3
La indicación de que no saldrá de los límites de los acontecido en los Países Bajos y que sólo
relatará aquello de lo que ha sido testigo de vista (con alguna que otra excepción, siempre
indicadas en el texto) se harán muy frecuentes a lo largo de la obra.
4
Para los comienzos y formación de La Liga, en relato contemporáneo, ver René de Lucinge,
seigneur des Alymes et de Montrozat, Lettres sur les débuts de la Ligue (1585), texte établi et
238 Las Guerras de los Estados Bajos
mado comúnmente por los franceses rey de Navarra, hasta que se juraron las
paces-- me obligaren a ello. Sujeto, si la pasión no me engaña, nada desigual
a los que en la Antigüedad pudieron consagrar la fama de sus escritores en la
memoria posterior. Bien que no lisonjeo tanto mi esperanza que prometa a
tan corto trabajo tanto premio; bastante [2] le terná el cuidado de no dejar
en manos del olvido o la pasión estas memorias, si dieren su lugar a la verdad
de las cosas y al valor y virtud de quien puso en ellas la mano o el consejo. Y
espero escribir con fiel verdad estos sucesos, por el cuidado que puse en car-
gar a la memoria menuda y precisamente las cosas de que fui testigo, y por la
seguridad con que en las de Frisa, donde me hallé5, puedo valerme de las Re-
laciones que dellas dejó el coronel Francisco Verdugo6, gobernador de aquella
provincia y de las armas que en ella militaron, capitán de los más señalados de
nuestro tiempo y de cuya integridad nadie puede dudar, siendo la noticia que
contienen estos escritos tan universalmente importante, por concurrir por
una parte en estas guerras la mayor de las fuerzas de tan gran monarca, y por
otra los de casi todos los demás príncipes, émulos o celosos de su grandeza, y
de cuyo suceso pendía o el castigo de semejantes rebeliones o el escarmiento
de menospreciar los príncipes los que parecen leves principios dellas; consi-
derable también mucho por la variedad de los accidentes, acontecidos por
la mayor parte contra la común opinión, y útil no menos por la calidad de
ejemplos que pueden deducirse de la inconstancia con que se gobiernan las
annoté par Alain Dufour (Geneva: Droz, 1964; Textes litteraires françois, 110). Para las ac-
ciones de Francia en el panorama de la política militar española, ver el curioso Ivstificación de
las acciones de España, manifestación de las violencias de Francia (Madrid, 1635).
5
Francisco Verdugo (1537-1595). Desde su primera participación como militar en la batalla de
San Quintín, llegó a ser capitán de infantería valona en 1566, dentro del tercio de Mondragón,
coronel de un regimiento de infantería valona (1577), gobernador de Harlem y comandante de
la flota real (el mismo año), participante en el sitio de Amberes (1576), gobernador de Breda
(1577), gobernador de Thionville (1578), participante en el sitio de Maastrich (1579) y gober-
nador de Frisia (1581), nombrado por Alejandro Farnesio, durante 13 años, de donde, pese a
unas deslumbrantes primeras victorias, acabaría saliendo con más pena que gloria, acabando
sus días en la ciudad de Luxemburgo. La obra a que se refiere Coloma es el Commentario de la
guerra de Frisa en XIII años que fue governador y capitán general de aquel estado y exército por el rey
D. Phelippe II, nuestro señor (en edición moderna de Henri Lonchay, Bruselas: Kiessling, 1899
[y que puede consultarse en http://www.archive.org/details/commentariodelag00verduoft]).
Ver para una descripción de Frisa los Comentarios de Bernardino de Mendoza (Cortijo &
Gómez Moreno eds.), libro I. Sobre las relaciones a que refiere Carlos Coloma, manuscritas,
puede decirse que son abundantes para la época, muchas de ellas escritas por testigos de vista
y participantes en los sucesos bélicos que se narran. Remitimos al lector a las Relaciones de la
bibliografía, así como al catálogo de Sánchez Alonso. Como en otras ocasiones, remitimos a
tercios.org para más información, así como a http://ejercitodeflandes.blogspot.com, a la sec-
ción narraciones contemporáneas de hechos de armas.
6
Recomendamos la consulta del Catálogo de regentes, gobernadores y capitanes generales de Flan-
des desde 1404 hasta 1685 (Madrid, Biblioteca Nacional, ms. 3298).
Las Guerras de los Estados Bajos 239
cosas humanas y de los riesgos que traen a las repúblicas las deliberaciones
consultadas con el furor y la pasión del pueblo y con la ambición de los que
de sus ruinas esperan y pretenden propia utilidad7.
Y, aunque es verdad que no puedo hacer relación de vista de ojos de todos
los sucesos que se referirán en estos doce libros, por haberse hecho la guerra
en muchas partes, lo es también que no pondré por verdad sino lo que en la
mesma sazón me constó hacerse recibido por tal en el ejército, y en la noticia
y crédito del general, verdadero crisol donde se apura el oro de las acciones
militares y piedra de toque del valor de todas las naciones. A quien pide per-
dón mi brevedad, si no se alargare en sus hazañas como ellas merecieron, que
la ley de la precisión, que profeso, no permitió más difusa narración; aunque
siempre procuraré no defraudar con toda igualdad el premio a la virtud, don-
de la topare, sin alterar esta balanza el odio ni el amor, afectos de que desvía
mucho mi condición8.
Los Estados de Flandes, cuya rebelión emprendo a escribir por [3] espa-
cio de doce años, eran gobernados al principio del año 1588 por Alejandro
Farnese, duque de Parma y Placencia, príncipe de singulares partes y de tanto
valor, que, habiendo casi desterrado del todo a los rebeldes de las provincias
que antiguamente se comprendían parte debajo del nombre de Galia Belgica y
parte de Germania Inferior9, aspiraba, como otro Germánico César10, a pasar a
la isla de los Bátavos, llamada hoy Holanda, y sojuzgar aquellas fieras naciones
por las armas11. Las cuales, gobernadas en lo civil por la Junta de los Estados y
en lo militar por el conde Mauricio de Nassau, hijo de Guillermo, príncipe de
Orange, iban cada día perdiendo tierra y reputación. Y créese que vieran bien
presto su ruina, si no se dividieran las fuerzas españolas a otras empresas12, yen-
7
Será tema constante a lo largo de la obra que el desacato a Felipe II es obra eminentemente
de la pasión popular, a la que los señores –en su mayoría- no supieron poner el freno que de
su estado se esperaba.
8
Todos estos topoi (brevedad, objetividad, etc.) forman parte del género de historia scribenda,
que en la segunda mitad del siglo XVI alcanzará en España un puesto de especial relevancia
con las figuras de Sebastián Fox Morcillo, Fadrique Furió Ceriol, etc. Ver para más refer-
encias Cortijo ed., Dialogus de historiae institutione (Fox Morcillo), a su vez herederos de
Sperone Speroni y Francesco Patrizzi.
9
El comienzo es similar al de los Comentarios de Bernardino de Mendoza, con referencia al
famoso comienzo de César de «Galia divisa est in partes tres».
10
15 a.C.-19 d.C. Famoso por sus victorias militares en Dacia, Panonia, y a lo largo de la
frontera del Rin, así como en la Galia.
11
Ver la descripción de los diferentes Estados en el libro I de Bernardino de Mendoza en
Apéndice.
12
De hecho la historiografía más competente ha recalcado que en el problema de Flandes
siempre pesó el hecho de que Felipe II (y sus sucesores) se viera involucrado en un sinfín de
conflictos con otras naciones, como los turcos, Francia, etc. Esto, claro está, era ya conocido
en la misma época. Es irónico, como se indica abajo, que sea antiprudente tomar esta me-
dida, cuando quien la tomó ha pasado a la historia como El rey prudente. Todo el párrafo se
240 Las Guerras de los Estados Bajos
refiere a Felipe II y hay una semivelada crítica de su política, que aparece en algunos pasajes
más en la obra. Ver Bernardino de Mendoza para juicios semejantes.
13
Son las guerras de religión francesas entre católicos y protestantes, que, una vez resueltas
con el «París bien vale una misa» (Paris vaut bien une messe) supondrán un incremento de
la ayuda francesa a los rebeldes holandeses y una distracción para el ejército español por la
guerra contra Francia en territorio francés.
Las Guerras de los Estados Bajos 241
14
Véase del mismo sus Mémoires.
15
Se refiere a la toma de Amberes por Alejandro Farnesio en agosto de 1585 y al famoso puente
–que se tardó unos ocho meses en construir- levantado para este propósito, una de las maravi-
llas de la época, comparado al de Julio César sobre el Rin: «Se colocaron 32 barcos, situados de
veinte en veinte pasos, unidos entre sí con cuatro juegos distintos de maromas y cadenas y con
vigas de entre nave y nave. Cada nave, a su vez, se parapetó con vallas para defenderse de los
tiros de arcabuz, y se comunicaba con las vecinas por vigas coon opunta de hierro mirando ha-
cia el exterior -a modo de picas- para protegerlas del ataque de las naves enemigas» (Giménez
Martín 156). Para el papel general de la armada española en Flandes, véase Stradling.
16
Ver, entre otros, noticias referentes a esto en Fernández Duro y Mattingly. Para el papel de Isabel
I en las revueltas de Flandes, consúltese Wilson, Relations (1882) y el curioso Déclaration (1585).
17
El título es heredero del que se arrogara Enrique VIII, su padre, de «Supreme Head (Go-
vernor en el caso de Isabel, para evitar resquemores) of the Anglican Church». El «nuevo
Evangelio» puede referirse quizá al Book of Common Payer, que en su reinado se modificó le-
vemente sobre la versión de 1552; o bien a alguna de las traducciones al inglés de la Biblia.
242 Las Guerras de los Estados Bajos
18
La edición de 1635 añade, con suma razón: «Primero a don Guerao de Espés y después a
don Bernardino de Mendoza, embajadores del rey». Ver la edición de Cortijo & Gómez
Moreno de los Comentarios de don Bernardino de Mendoza para más detalles sobre este
particular. Para Guerao de Espés y su actuación en Inglaterra, ver Fernández Álvarez 1951.
19
Amelot indica: «Lorsque le prince veut justifier quelque action qu»il sait que le people inter-
préte ou peut interpreter sinistrement, il ne peut pas le mieux autoriser que par l»example
de ser derniers prédecesseurs […]. Le prince veut que le people se laisse gouverner sans se
mêler de juger de ce qu»il n»entend pas» (13 [libro III]).
20
La corona se refiere a la real que detentara como reina, así como a la del martirio sufrido por
cuestión religiosa, según el autor.
21
Recuérdese que había sido ya rey consorte de Inglaterra, así que ahora se trataba de volver
no de ir por vez primera a Inglaterra.
Las Guerras de los Estados Bajos 243
bir bajeles de tanto porte como los que habían de venir de España, alegando
que en todo aquel mar sólo era capaz dellos el de Flesinguen, y que era no sola-
mente necesario pero forzoso, antes de meter una armada tan poderosa como se
aparejaba en unos mares tan bravos y sujetos a tantos peligros, ya por la aspere-
za del clima a cincuenta y dos grados de la equinoccial, ya por la abundancia de
bancos o bajíos peligrosísimos, tenerla aparejado puerto seguro y bastante para
poderse abrigar en él y volver segunda y tercera vez a la demanda, como lo hizo
César22; siendo así que en las empresas en que se interesa tanta parte de hacien-
da y reputación conviene no intentarlas por sólo un camino, como las leves,
que, si se yerran, fue poco lo que se perdió emprendiéndolas. Añadía que, no
habiendo otro puerto capaz de tan grandes navíos sino el de Flesinguen, ante
todas cosas se debía sitiar por mar y por tierra, y que de él se obligaba (guardán-
dole el socorro por mar la armada española) a ganar aquella plaza con menos
dificultad que la que se le había ofrecido en ganar a la Esclusa, con la cual a un
mismo tiempo y con sólo un gasto se aseguraba la jornada de Inglaterra y se
tomaban en la mano las riendas de [7] los Estados rebeldes. La facilidad desta
empresa por este camino y con tan grandes fuerzas, y el desearlas emplear en
esto el duque antes que en otra cosa, como es fácil el persuadirnos a lo que de-
seamos, le hizo desconfiar de todo punto de que se había de acometer Inglaterra
sin esta prevención. Ayudó también a inclinarse el duque a esto la venida de
ciertos embajadores ingleses, que llegaron a Ostende a 20 de febrero, con orden
de la reina de tratar paces, aunque los más prudentes lo atribuían a deseo de
entretener con estas esperanzas y evadir el golpe que le amenazaba. Parecióle al
duque, y con razón, que el verdadero tiempo de asentar paces aventajadas es
cuando el contrario las pide, y que en un consejo tan prudente como el de Es-
paña no dejaría de abrazarse aquella ocasión para procurar conseguir sin peligro
y sin gasto lo que por ventura estaba a muy gran riesgo tentándolo con las ar-
mas. Escribió el duque al rey la llegada y la demanda de los embajadores con la
recomendación y esperanzas que se suelen pintar las cosas que se desean. Y,
aunque poco después tuvo por respuesta que no era malo entretenerlos con
22
Quizá hubiera leído en su querido Tácito lo siguiente: «De hecho, el deificado Julio César
fue el primer romano que penetró en Britania a la cabeza de un ejército: estableció rela-
ciones con los nativos tras derrotarles en la batalla y se hizo el dueño de la costa. César
descubrió Britania a Roma» (Agrícola 13, traducción nuestra). Es conocido que la primera
expedición de César a Britania fracasó; repuesto de pertrechos y en especial de tropas y
barcos, inició la exitosa segunda campaña (54 a.C.). En particular a los barcos militares se
les unieron barcos mercantes procedentes de todo el orbe, fundamentalmente de la Galia,
en busca de nuevas oportunidades comerciales. Lo más probable es que la cifra que aporta
César (800 barcos, De bello Gallico) incluya no sólo a los buques de guerra, sino también a
los buques mercantes. Coloma sabe a la perfección el motivo del fracaso de la expedición
de la Invencible, como se puede apreciar: la imposibilidad de asegurar un contacto entre la
armada expedicionaria y el ejército que el de Parma debía reclutar en los Países Bajos.
244 Las Guerras de los Estados Bajos
23
Ver Diegerick 1856.
24
Filibote o filipote es un tipo de velero diseñado originalmente como buque de carga, ori-
ginándose en los Países Bajos en el siglo XVI. Fue luego muy utilizado en la navegación
transoceánica. La palabra procede del holandés fluyt. Puede verse una serie estupenda de
imágenes del filibote «Derfflinger» (de fines del s. XVII) en http://www.modelships.de/
Derfflinger_I/Derfflinger_I_eng.htm.
25
Al pie de. «cerca de», «aproximadamente».
26
Para Cristóbal de Mondragón y Otalora, señor de Roo (1514-1596), castellano de Gante
y Amberes, capitán general de Zelanda y Limburgo y Maestre de Campo de la infantería
Las Guerras de los Estados Bajos 245
va, alojaba en Fornos, Bergas, San Vinoch y Dixmuda; el de don Juan del
Águila, que también se proveyó en don Juan Manrique de Lara, hijo del duque
de Nájara, estaba alojado en Ipré; el de don Francisco de Bobadilla, gobernado
por Manuel de Vega Cabeza de Vaca, en Ballú. Todos estos cuatro tercios po-
dían hacer siete mil españoles y toda junta la infantería llegaría a número de
treinta mil hombres. Las compañías de caballos apercibidas eran veinte y dos;
dos de la guardia del duque, una de lanzas y otra de arcabuceros, de que era
capitán Pedro Francisco Nicelli; las de italianos del conde Nicolao Cessis, Pedro
Gaetano, Francisco Coradino, Apio Conti, Blas Capizuca y Franco Morosino;
las de españoles del marqués de la Favara, de Juan de Anaya de Solís, don Am-
brosio Landriano, don Alfonso Dávalos, hermano del marqués del Vasto, don
Octavio de Aragón, don Carlos de Luna, Antonio de Olivera, teniente general
de la caballería, y don Luis de Borja, hermano del duque de Gandía, en quien
poco [9] antes proveyó el duque la compañía que fue de don Sancho Martínez
de Leiva; todas las cuales, con las del marqués del Vasto, general de toda la ca-
ballería ligera, inclusas cinco compañías de arcabuceros a caballo, llegaban al
número de mil ochocientos caballos escogidos, antes más que menos. El señor
de la Mota hacía el oficio de maese de campo general en ausencia del conde de
Mansfelt, y su hijo el conde Carlos el de general de la artillería en propiedad,
como está dicho.
Con estos aparatos, pues, artillería, municiones y dinero a proporción es-
peraba el duque el aviso de que hubiese salido de Lisboa la armada católica.
Y para estar más a pique de embarcarse cuando fuese necesario, juntó todo el
ejército en campaña, en los contornos de Dixmuda, y desde Brujas, adonde
tenía la corte, acudió dos veces a visitarla, haciendo ambas disponer la gente
en batalla, hacer y deshacer los escuadrones y otros ejercicios militares, con
alegría y alborozo universal. Llegaron a la fama desta jornada muchos señores
de diferentes naciones: de España, don Rodrigo de Silva, duque de Pastrana; de
Francia, Felipe de Lorena, llamado el caballero de Aumala, hermano del duque
de Aumala; de Italia, don Juan de Médicis, hermano del duque de Florencia;
de Saboya, don Amadeo, hermano del duque; de Alemaña, Carlos de Austria,
marqués de Burgaut; y de todas partes muchos señores de título y caballeros
principalísimos. Uno de los cuales fue don Juan de Mendoza, hoy marqués de
la Inojosa y gobernador del estado de Milán, hijo del conde de Castro, que,
dejando una compañía de infantería que tenía en Nápoles, llegó por la posta a
Brujas; y poco después don Felipe de Leiva, hermano de don Alonso de Leiva;
Hércules Gonzaga; y otros muchos, tal, que no había memoria de haberse visto
tanta y tan lucida nobleza en los Estados Bajos desde que Carlos V renunció
los reinos27. Había enviado algunos meses antes el duque de Parma al capitán
Morosino a Lisboa a solicitar (a lo que decían) la partida del duque de Medina
Sidonia, aunque a la verdad no fue sino a tener testigo de vista de que hubiese
acabado de arrancar aquella gran máquina, y asegurar al duque de que era im-
posible salirle a buscar el Canal arriba, si no se franqueaba el paso hasta Dun-
querque, peleando con la armada inglesa. Y las [10] razones eran bien claras,
pues, no teniendo más de treinta y ocho felipotes y habiendo de salir forzosa-
mente uno a uno por la barra de Dunquerque y por los bancos de aquella costa,
forzosamente también habían de ir cayendo en manos de la armada holandesa,
que guardaba la boca de aquel puerto con cincuenta navíos muy bien armados,
a cargo de Justino de Nasau, hijo bastardo del príncipe de Orange. Pues las
barcas chatas que estaban en Nioporte no sólo no podían ser de algún servicio,
pero por fuerza habían de ocasionar gran embarazo; y que así lo que hacía al
caso era desbaratar la armada enemiga y quedar el duque de Medina señor de la
mar, para que todo se pudiese hacer después sin peligro de consideración28. Este
montón grande de dificultades, lo mucho que se aventuraba en la menor dellas
que quedase por allanar, fuera de las razones que apunté arriba, fueron causa de
que, no acabándose de persuadir el duque de Parma a que se seguiría un camino
tan peligroso, no acabase tampoco de creer la relación de vista que trujo el dicho
capitán Morosino, afirmando que dejaba ya la armada a la vela. Así se yerra no
pocas veces en el juicio de las acciones ajenas, no creyendo el efeto de las que no
parecen útiles a quien las ha de hacer: hasta la prudencia puede ser dañosa en las
acciones infelices, en quien la virtud desdichada parece vicio y defecto29. Sea la
causa la que fuere, lo cierto, y lo que yo vi, es que iba por este tiempo muy lento
el adobío de la armada de Dunquerque, y que cuando fue menester embarcarse
en ella la infantería española, ni aun la capitana, en que había de embarcarse la
persona del general, estaba para poder navegar; culpa, a lo que se ha de creer, de
los ministros inferiores, aunque el no haberla después castigada abrió las bocas a
muchos, si bien cerrólas poco después el tiempo y la reputación del duque30.
27
En 1556, en la persona de su hijo Felipe II.
28
Se oponía al parecer de Felipe II (que a toda costa quería lograr el desembarco de sus tropas
en territorio de los Países Bajos) la idea de que la armada española derrotase a la inglesa o bien
intentase llegar, sin apoyo del ejército de Flandes, hasta la tierra inglesa, ya directamente, ya a
través de un desembarco en Irlanda (y hasta Escocia). Ninguna de las alternativas fue aceptada.
29
Indiquemos que el modelo de relato histórico seguido de comentario moral del autor está
calcado de la obra de Bernardino de Mendoza, que Coloma conocía. y en ambas, claro, pesa
el influjo de varios autores latinos, entre ellos Tácito.
30
El añadido de la edición de 1635 es de peso: «Pues no faltó quien allegase a discurrir lo bien
que le estaría al duque de Parma el casar al príncipe Ranucho, su hijo, con madama Arbela,
heredera forzosa del reino de Inglaterra, de que afirmaban algunos haberle dado la reina
Isabel no pequeñas esperanzas.» Indiquemos que, a pesar de lo cauto de la expresión de Co-
loma, queda suficientemente claro su acusación (y con él una gran parte de la historiografía
oficial española) de ineptitud o falta de preparación y diligencia con relación al de Parma,
Las Guerras de los Estados Bajos 247
a quien se ha acusado hasta de ser responsable del fracaso de la Invencible. Claro está que
la bibliografía contemporánea en inglés no quiere ni oír mencionar el tema, pues la victoria
queda en ellos atribuída al bonísimo, insuperable y estupendísimo hacer de los barcos y
oficiales de la reina. Ver a este respecto Fernández Segado.
31
El calafate es la persona que se encarga de «calafatear las embarcaciones», o de «cerrar las
junturas de la madera con estopa y brea para que no entre el agua» (DRAE).
248 Las Guerras de los Estados Bajos
cia y autoridad de los ejecutores alterar, como lo pidieren, los accidentes en las
órdenes que reciben del príncipe, a quien es imposible consultar a tiempo32.
Añadióse a esto [12] también, y fue el principio de todo el desconcierto, un
harto pequeño accidente la mesma noche de los 7 de agosto. Pues, pegando
fuego los enemigos a algunos navíos viejos y dejándolos ir con la corriente y
con el viento la vuelta de la armada católica, de tal manera atemorizaron los
ánimos de todos, creyendo que era otra máquina fatal cual la que se vio en
el contradique de Amberes33, confirmándolas por tales algunos de los que se
hallaron en aquel fracaso, y entre ellos el capitán Serrano, a quien el duque
de Medina había enviado con instrumentos para desviarlos, que, zarpando las
áncoras la capitana real y otros galeones de los más diligentes, todos los demás
picaron las amarras y comenzaron a salir a la Mar del Norte, queriendo más
(según decían) pelear en campo abierto contra aquellas naciones septentrio-
nales, que con un elemento tan inexorable como el fuego. Fue tan grande el
32
Insistimos en lo que tales palabras tienen de crítica velada a Felipe II, irónicamente llamado
El Prudente, cuando Coloma parece acusarle de escaso en el uso de dicha virtud.
33
Se refiere a la estrategma de los rebeldes en el sitio de Amberes (1584-85): «En la noche del 4
de abril, iluminados con múltiples fuegos para sembrar el pánico, soltaron los rebeldes cuatro
barcos-mina en la parte más rápida de la corriente del Escalda. Acompañaban a éstos 13 naves
de menores dimesiones. Portaban los barcos gigantescos hogueras que infundían una gran pre-
ocupación en los hombres que fueron a proteger el puente. La tripulación abandonó los barcos
a dos mil pasos del puente. Al carecer de gobierno, unas naves encallaron en las orillas, otras se
fueron a pique por el excesivo peso y algunas se clavaron en las puntas de hierro que protegían
a los barcos españoles. De los cuatro barcos-mina uno hizo agua y se hundió, otros dos, debi-
do al fuerte viento, se desviaron y eencallaron en la ribera de Flandes y el último prosiguió y
quedó encajado en el puente. Viendo que no ocurría nada al transcurrir el tiempo, subieron a
él algunos soldados españoles burlándose de la deforme máquina de guerra. Cuando explotó el
terrible ingenio, se llevó consigo a todos y todo lo que se hallaba cerca. Al despejarse la increi-
ble humareda que se formó se pudieron apreciar mejor los estragos: pelotas de hierros lanzadas
a nueve mil pies de distancia, lápidas y piedras de molino empotradas cuatro pies en tierras a
más de mil pasos y más de 800 hombres destrozados. El mismo Alejandro Farnesio, que no
había subido al barco por la insitencia de un alférez español que conocía las artes de Giambelli,
salió despedido por la onda expansiva y se quedó tumbado, inconsciente, hasta que logró ser
reanimado. Aprovechando la oscuridad de la noche y la humareda, se hizo con rapidez un
apaño en el puente de forma que aparentara no haber sido realmente dañado. Engañados
por el remedio desistieron los de la armada rebelde del ataque a la construcción e intentaron
introducir sus naves por la campiña inundada. En contra de ello se levantó un dique con
castillos para su defensa. La protección del dique se encomendó al coronel Mondragón, que
logró rechazar el ataque simultáneo de los barcos procedentes de Amberes y los de la armada
zelandesa al mando de Justino de Nassau. Prefeccionó el italiano Giambelli sus máquinas de
guerra, consiguiendo que no torcieron el rumbo al añadirles una especie de velas bajo el casco.
Alejandro Farnesio, por su parte, se hallaba prevenido y había ideado un sistema de enganche
para los barcos que conformaban el puente, de forma que se soltaban al acercarse los barcos-
mina enemigos, dejándolos pasar. De esta manera, cuando las minas explotaban lo hacían lejos
del puente, causando, en teste caso con más razón que en la anterior, más risa que espanto a los
soldados españoles» (en http://www.geocities.com/losterciosespaoles/amberes.htm).
Las Guerras de los Estados Bajos 249
daño que causó esta arma falsa, que no se hizo caso de la pérdida de la galeaza
capitana34, en que iba don Hugo de Moncada, general de todas cuatro, que
pasó así. Al retirarse los galeones y naves de la armada con la confusión y
desorden que se deja considerar, picado el cable de la Rata, nave levantisca
en que iba don Alonso de Leiva35, quedó el áncora de manera, que, pasando
por encima la dicha galeaza, se hizo pedazos el timón; con que, viéndose don
Hugo imposibilitado de seguir la armada y que, a más andar, se le iba alejan-
do, sin acordarse de socorrerle, valiéndose de los remos, en que estos bajeles
son menos aptos para el mar Océano de lo que se creyó cuando los enviaron
a aquella jornada, tentó de arrimarse a Calés, pareciéndole que debajo de la
artillería de aquella plaza y de la fe del señor de Gordán36, su gobernador, esta-
ría seguro de cualquier acometimiento37; a quien envió a pedir con el capitán
Maldonado que, entre tanto que se reparaba un poco, le diese puerto seguro
y lo necesario por su dinero. Venido el día de los 8 del dicho, don Hugo, sin
aguardar la respuesta del francés por venírsele acercando buena parte de la
armada enemiga comenzó a ir entrando, con tan poco tino, a causa de la falta
del timón, que, a la que el sol salía, dio en un banco; accidente que al punto
quitó el uso de la artillería y dio comodidad a los ingleses de acometerle con
cantidad de barquillas, lanchas y otras suertes de bajeles [13] que pescan poca
agua; todas las cuales llegaron a arremeter cuando ya no quedaban veinte
hombres que pudiesen resistirlas, habiéndose los demás puesto en salvo, parte
a nado y parte en barcas francesas, que se habían llegado ya a la galeaza. Don
Hugo, tras una honrada resistencia, cayó atravesada la cabeza de un mosque-
tazo. Defendía la proa Juan Setanti, caballero catalán, muerto el cual, después
de haber peleado valerosamente, entrando por ella el enemigo, se apoderó de
todo el bajel. Llevóse presos a los capitanes don Rodrigo de Mendoza, Solór-
34
La San Lorenzo.
35
Quiere decir de la escuadra o armada de Levante, a la que pertenecía La Rata coronada, a cargo
de Martín de Bertendona. Además de la obra de Cesáreo Fernández Duro, puede verse una
lista detallada de los barcos que componían la escuadra, con número de cañones, tripulación,
medidas y carga en «Anglo-Dutch Wars: (http://anglodutchwarsblog.com/Articles/Docu-
ments/SpanishArmadaList.html). En general para la armada española del s. XVI ver Casado.
36
Se trata de Girault de Mauleon, Seigneur de Gourdain or Gordán (Gurdine), gobernador
de Calais.
37
Ver al respecto para varias noticias curiosas la Relación verdadera de los sucessos acaecidos que
han tenido los de Calés y del número de los muertos de ambas, etc., Barcelona, Sebastián de
Cormellas, 1596. Por parte inglesa se puede consultar el famoso libro de James Aske, Eliza-
betha triumphans. Conteyning the damned practizes, that the divelish popes of Rome have used
ever sinthence Her Highnesse first comming to the Crowne, by moving her wicked and traiterous
sujects to rebellion and conspiracies... With a declaration of the manner how Her Excellency was
entertained by her souldyers into her campe royall at Tilberry in Essex, and of the overthrow had
against the Spanish fleete... set forth... by I. A. ( At London: Printed by Thomas Orwin, for
Thomas Gubbin and Thomas Newman, 1588).
250 Las Guerras de los Estados Bajos
38
De modo admirablemente abreviado resume Coloma los luctuosos sucesos del 8 de agosto
y posteriores. Más de tres meses (y aun más) tardarían los barcos en regresar a los puertos
de La Coruña, Ferrol, Santander, etc. tras de un periplo plagado de calamidades bordeando
las Islas Británicas.
39
Escapular es «doblar o montar un bajío, cabo, punta costa u otro peligro» o, dicho de una ama-
rra (como se aplica aquí), «zafarse por deshacerse su nudo o la vuelta que la afirma» (DRAE).
40
Patache es «embarcación que antiguamente era de guerra, y se destinaba en las escuadras
para llevar avisos, reconocer las costas y guardar las entradas de los puertos. Hoy sólo se usa
esta embarcación en la marina mercante» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 251
41
Es la parte del navío que está fuera del agua de forma permanente cuando el barco está a
plena carga.
42
«Punta o extremo de las vergas» (DRAE).
43
«Verga mayor que se cruza sobre el palo de proa» (DRAE).
252 Las Guerras de los Estados Bajos
44
Esguazar es «pasar un río o brazo de mar bajo, de parte a parte. Es voz tomada del italiano»
(Dicc. Aut.).
45
Aunque a nivel de mayor altura de espionaje, consúltese al respecto de los espías y la diplo-
macia en Flandes Echevarría Bacigalupe.
Las Guerras de los Estados Bajos 253
todo punto se le quitaba este refugio al enemigo, que era lo mismo que tener ya
aquella importante plaza en las manos. Desde el fuerte de Wau sacó el duque
seis mil hombres la noche de los 27 de setiembre, y dos horas antes del día se
puso detrás de las dunas de Bergas, para en amaneciendo reconocer los puestos
y señalar los cuarteles para alojar todo el campo, como se hizo el día siguiente.
Pasóse toda la gente con que se hallaba el duque detrás de las dunas a la parte
del poniente, a tiro de esmeril46 de la villa, y toda la que llevó el de Rentí a la
parte de mediodía, más cercano al fuerte de la Cabeza y al canal de la Tola. Este
cuartel se fortificó por [17] todas partes, como lo pedía el estar apartado más de
media legua del cuerpo del ejército y tener ya el enemigo, entre ingleses y ho-
landeses, al pie de seis mil infantes y seiscientos caballos a la defensa de aquella
plaza, sin los que cada día iban entrando a toda su voluntad por el canal.
El secreto grande con que trataba el duque la entrega de aquel fuerte de la
Cabeza daba ocasión a que se murmurase de ver que con un ejército que lle-
gaba a veinte mil infantes se estuviese muchos días sin tentar cosa de conside-
ración. En tanto Tomás de Morgan, inglés, gobernador de la plaza, no dejaba
de entretenerle con ordinarias escaramuzas. En una dellas, a los 5 de octubre,
sacó cuatro mil infantes y toda su caballería y acometió algunos redutos que
cubrían el cuartel del marqués de Rentí. Pelearon los españoles, italianos y
valones que estaban en su defensa muy bien, con muerte de algunos de ambas
partes, donde salió con un brazo roto el capitán don Álvaro Suárez de Quiño-
nes, del tercio de don Francisco, a quien tocó aquel día la vanguardia de las
picas, y peleó con ellas con mucho valor. A los 12 de octubre volvió a salir el
inglés con mayores fuerzas al cuartel del duque, aunque, escarmentado de la
escaramuza pasada, en que perdió gente y reputación, no alargó sus escuadro-
nes de manera que se pudiese picar en ellos; y así no hubo otra cosa de notar
sino la prisión de un caballero principal inglés, que se empeñó demasiado
entre las tropas de caballos católicos: llamábase Antonio Sirley, el cual ha sido
empleado después acá en servicio del rey en cosas de importancia, si bien
entonces se rescató por gruesa suma de dineros.
Otra noche, a los 17 de octubre, tentó el duque el esguazo tentado ya
otras veces con felicidad, por donde con baja marea podía pasarse a la isla de
Tergoes, que comúnmente llamamos Darguz, fiado en algunos exploradores
mal informados; mas sea que errase el vado o que el suelo de aquellos cana-
les es tan inconstante y mudable como todos los demás bancos de arena de
todo aquel mar, lo cierto es que a menos de ducientos pasos de la orilla fue
menester nadar, y que el duque mandase a los maeses de campo don Sancho
de Leiva y Camilo Capizuca que retirasen la gente sin pasar adelante. Iba
entretanto el duque fomentando el trato del fuerte de la Cabeza y engolosi-
nando a los tratadores con dádivas; pero, dudando ellos de ser descubiertos o
46
«Pieza de artillería antigua pequeña, algo mayor que el falconete» (DRAE).
254 Las Guerras de los Estados Bajos
temiendo no poder cumplir lo prometido, o (lo que se tuvo por más cierto)
yendo desde el principio con ánimos dañados, como debe temerse siempre
en los que faltan a su mayor obligación, lo que se sabe es que tuvo noticia del
caso el gobernador y, resolviéndose en hacer el trato doble, metió en el fuerte
quinientos hombres más que la guarnición ordinaria la noche de los 22 de
octubre, que era la que estaba señalada para hacer el efecto.
En siendo de noche, hizo salir el duque de su cuartel dos mil infantes de
todas naciones, para que, juntándose con otros mil del cuartel de Rentí, pro-
curasen pasar los canales en su bajamar. Estos canales se causaban del flujo del
Océano, entrando con tanta furia por ciertas cortaduras de diques, hechas para
guardar la villa por aquella parte meridional, que en su plenamar podían entrar
por ellos navíos de alto bordo. Encomendóse toda esta gente al maese de campo
don Sancho de Leiva, quedándose el duque con el de Rentí y el conde Carlos, el
de Pastrana, príncipe de Ásculi y otros muchos señores de su corte encima del
dique, con gruesas tropas de gente para segundar, si fuese necesario. Llevaban
la vanguardia tres capitanes de los tres tercios viejos de españoles: don Alonso
de Mendoza, del de don Juan Manrique; Gregorio Ortiz, del tercio viejo; y don
Juan Hurtado de Mendoza, del de don Francisco; y con el Gráveston atado por
guía comenzaron a marchar con una quietud tan grande, que con sólo el daño
de mojarse hasta la cintura llegó la gente al fuerte, sin ser vistos –al parecer- ni
sentidos de una centinela tan sola. Dio el traidor de Gráveston la contraseña y
al punto se alzó el rastillo47 y se caló el puente, dejando los que llevaban atada la
falsa espía en su libertad, como seguros de la victoria. Debían de haber entrado
ya la mayor parte de las compañías de arcabuceros, cuando, dejando caer el
rastillo los enemigos, prevenidos, y descargando una y muchas veces sus arca-
buces y mosquetes sobre los nuestros, comenzaron a hacer cruel matanza. Los
que se hallaron dentro del fuerte vendieron bien sus vidas y, al fin, con honrado
–si no dichoso- fin murieron matando. Y de entre ellos sólo don Alonso de
Mendoza, roto el brazo [19] derecho de un arcabuzazo, tuvo dicha de salvarse,
rodando por la muralla del fuerte abajo. Quedó preso el capitán Gregorio Ortiz
y muerto el capitán don Juan Hurtado de Mendoza; de los que quedaron fue-
ra, arrimados al castillo, murieron muchos, unos de heridas y otros ahogados
al retirarse en la primera cortadura, que era mayor. Prendieron los enemigos,
que cargaron en viendo que los nuestros se retiraban, al capitán don Luis de
Godoy, tan malherido, que murió dentro de seis días; a don Juan de Mendoza,
hoy marqués de la Inojosa y gobernador de Milán; don Íñigo de Guevara, hoy
conde de Oñate y embajador en Roma48; don Francisco de Palafox; don Tristán
47
O rastrillo, «la compuerta formada como una reja o verja fuerte y espesa que se echa en las
puertas de las plazas de armas para defender a entrada y se levanta cuando se quiere dejar
libre, estando afianzada en unas cuerdas fuertes o cadenas a este efecto» (Dicc. Aut.).
48
«Embajador de Alemaña» añade la edición de 1635.
Las Guerras de los Estados Bajos 255
49
Fagina. Hacecillo pequeño de ramas delgadas o brozas, las cuales sirven, mezcladas con
tierra, para hazer aproches y también para cegar los fosos y otras cosas (Dicc. Aut.).
256 Las Guerras de los Estados Bajos
50
Se trata de Martín Schenck, soldado de fortuna, que cambió de bando en varias ocasiones,
aunque aquí se refiere a la fortaleza que mandó construir en la isla de Betewe, crucial para
el paso del Rin, desde la que acosó constantemente al arzobispo de Colonia y desde la que
tomó por sorpresa Bonn. Ver Grattan al respecto.
Las Guerras de los Estados Bajos 257
51
El nombre de Bonn (en latín Bonna) procede probablemente de la tribu de los Eburoni,
miembros a su vez de una coalición tribal que fue derrotada por César en la última fase de la
Guerra de las Galias. Tácito menciona Bonna, por ejemplo, en el libro IV de sus Historias.
258 Las Guerras de los Estados Bajos
diendo lo que en razón de buena disciplina era delito, pero loable por la causa
que procedió, y que nadie pudiera ni debiera excusarlo, viéndose privar del
puesto que le tocaba, perplejidad que no pocas veces sucede, encontrarse las
razones del punto de la persona, puesto o nación propia con el rigor de la obe-
diencia de las órdenes con el rigor de la obediencia de las órdenes, en que tiene
dificultad grande saber tomar consejo y resolución, y ayuda harto en lo que se
elige el suceso y la opinión de la persona, como pudo en este caso la de don
Alejandro, por su valor y cordura conocida en otras ocasiones. Habiéndose
poco después acercado con sus trincheras los alemanes de Equembergh, que las
tenían hacia la ala del fuerte, estando cerca dellos, hablaron con los de dentro,
que eran de su nación, y los trajeron a nuestra parte; los cuales ocuparon luego
la misma ala que guardaban, por donde los del fuerte no podían entrar ni salir,
a cuya causa padecían mucho. El príncipe se pasó hacia el fuerte, dejando al
coronel Verdugo con su gente a los contornos de la villa. Los del fuerte trataron
con el príncipe y se rindieron, y él los dejó ir a Holanda el río abajo, sin dar
parte dello a Verdugo, con cuya orden el conde Federico de Bergas estaba en
Burick. Y, por no traer la suya, no dejó pasar a esta gente, de que se sintió el
príncipe, a quien ruines terceros tenían desabrido con el coronel; el cual, no
reparando en esto, sino en lo que convenía al servicio del rey y al buen acierto
de lo que se trataba, procuró la concordia por su parte cuanto pudo; tan nece-
saria entre los que gobiernan, que sin ella la cantidad y valor de sus soldados es
de todo punto inútil y aun tal vez dañosa, como los accidentes y corrupción de
humores en los cuerpos gallardos y robustos es de mayor peligro que en los
flacos y débiles. Después, con la buena maña del coronel Verdugo y la sana in-
tención del príncipe, estuvieron muy avenidos. Tomado el fuerte y pasados más
arriba los navíos de la armada, se apretó más la tierra con la zapa52; llegados al
foso, se halló muy hondo y en él algunas casas matas53. La intención del prínci-
pe era cegarle, que fuera obra larga pero segura, y más importando tanto la
conservación de la gente, sin la cual no se pueden tener soldados viejos, que son
el nervio de las fuerzas. Consideración que, aunque la debieran hacer todos los
que gobiernan ejércitos, resistiendo a la ambición de acreditarse a costa de [24]
la sangre de sus soldados, no veo que la hacen sino los más prudentes. No deja-
ban los enemigos de hacer continuas salidas, y algunas con daño nuestro, espe-
cialmente a la parte donde estaban los loreneses de Samblemont, con quien
tenían odio particular. En esta sazón supo el príncipe que el duque de Parma
enviaba al conde de Mansfelt a asistir aquella fación, queriendo por ventura
emplearle a él en otra cosa. El conde consideradamente dilató su venida por
52
Zapa. «Instrumento de gastadores en la guerra para levantar tierra, y es una especie de pala
herrada, de la mitad abajo con un corte acerado. El mango remata en una muesca hueca
grande en que se mete la mano para hazer fuerza» (Dicc. Aut.).
53
Casamata es «bóveda resistente para instalar en ella una o más piezas de artillería» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 259
respeto del príncipe y él se dio prisa a concluir con la plaza, hallando buena
ocasión en los intentos de los sitiados, que decían que por un soldado de fortu-
na como Esquenck, que con particulares fines había tomado esta empresa a
cargo, no querían llegar al extremo peligro del sitio, de que procedió no tener
orden en las municiones ni en los bastimentos, por tener tanto mayor ocasión
de rendirse. Tal es la fe que se guarda a los injustos poseedores de las cosas y tal
la poca seguridad con que pueden vivir los tiranos. Comenzaron a tratar más
vivamente después que supieron la venida del de Mansfelt, pareciéndoles que el
príncipe, por venir al cabo de su empresa, les haría mejores partidos. Tratóse y,
como negocio que ambas partes le deseaban, se efetuó, saliendo la gente con
armas y bagajes. Pidieron rehenes y dióseles a Federico de Aflito y Cola María
Caracholo, caballeros napolitanos, ambos capitanes del tercio de Carlo Espine-
li. Hubo sobre la seguridad de volver los navíos alguna dificultad y, como esta-
ban a cargo del coronel Verdugo, cuidaba él dello; mas, hallándose acaso entre
los enemigos un capitán llamado Gerit Heriunge, que fue el que obstinada-
mente defendió a Loquem, habiéndole conocido el coronel Verdugo en Har-
lem, donde, siendo gobernador en tiempos atrás, tuvo amistad con su padre,
fiándose de su verdad y buenas partes, de quien tenía experiencia, la hizo de su
palabra, asegurándose de la que le dio de volvérselos, como lo cumplió después
honradamente. Sabida por el duque de Parma la presa desta tierra, mandó reti-
rar al de Simay y al de Masnfelt sitiar a Watendonck con aquella gente. Partió
luego el conde a esperarla a Venlo, cuyos vecinos y el coronel Ventinck, su go-
bernador, fueron los que persuadían el sitio para librarse de la ruin vecindad que
les hacía aquella plaza. El coronel Verdugo partió a Burick con los navíos de la
armada y allí, [25] estando de camino para Groeninguen, supo la venida del
conde de Mansfelt a Venlo; y, habiéndose visto y tratado con él de los medios
que tenía para la expugnación de aquella plaza, le dijo las dificulatades que ha-
llaba en todo, del tiempo ya tan vecino al invierno, el sitio pantanoso de la tie-
rra, la necesidad y mala voluntad de la gente que venía de Bona y la ruin asis-
tencia que se le daba, con lo cual dudaba mucho del buen suceso; concluyendo
que quien facilitó al duque de Parma aquella empresa y otras que ordenó al
conde, de todo punto imposibles, o tenía poca experiencia o muy ruin inten-
ción. Aun los príncipes tan prudentes y soldados como el duque no se libran de
creer malos consejos, siendo fuerza no gobernarlo todo por sólo su parecer.
Puso el sitio a Watendonck el conde de Mansfelt con todo eso, siguiendo la
traza que le dio Verdugo, sin embargo de las dificultades referidas, con su buena
diligencia y valor ganó la tierra, como veremos, sin pasar adelante en los demás
que se le había mandado, que era lo que principalmente contradijo el coronel,
cuyo parecer no desacreditó este buen suceso, pues los soldados prudentes y
cuerdos le dan conforme al orden más ordinario de las cosas y reglas de buena
soldadesca, sin prevenir los accidentes que tal vez impensadamente truecan los
sucesos contra lo que debe esperarse, y sólo el vulgo y la gente ignorante aprue-
260 Las Guerras de los Estados Bajos
ba o desestima por ellos los consejos. Volvió desde allí el coronel Verdugo a
Frisa, donde halló con su ausencia empeorado mucho el estado de las cosas,
habiendo puesto en contribución el enemigo toda aquella provincia, dudosa en
la devoción y fe a su rey; a quien ayudaba el burgomaestro Bal, cohechado de
los anabatistas, de que está lleno aquel país, peligroso daño y harto difícil de
conocer y remediar, cuando aquellos a quien incumbe el cuidado del bien pú-
blico tratan de su ruina con particulares intereses. A estos disgustos y cuidados
se le añadió al coronel Verdugo el agravio de dar el duque al barón de Chasé la
drosartía54 de Linguen, con patente de gobernador de la villa, castillo y país,
todo contra la autoridad de su cargo. Representó esto al duque con quejas, al
parecer, justas, de que resultó recompensar al de Chasé en otras cosas, con que
ni premió a quien quiso ni satisfizo a quien agravió; raras veces la enmienda deja
las cosas en el estado que tuvieron [26] antes de errarse. Era ya al principio de
noviembre y no daban muestras de quererse rendir los enemigos que defendían
a Watendonck, plaza en el país de Güeldres, sobre el río Niers, en igual distancia
de tres leguas entre Rimbergue y Venló; fuerte de sitio, por estar situada sobre
unos pantanos muy grandes, tal, que sólo se le puede arrimar por un dique bien
estrecho. El rigor del tiempo y las incomodidades de la guerra habían disminui-
do mucho la infantería alemana, de que constaba casi todo el ejército del conde;
pero, al fin, temerosos los sitiados del rigor con que entraba el invierno, por los
grandes hielos con [431] que amenazaba la sazón tan adelante, por cuyo medio
se podía ir al asalto con comodidad, se resolvió el capitán Lanckteir, que gober-
naba el presidio, de entregar la villa, sacando solas las espadas en la cinta él y sus
soldados. En 20 de diciembre metió en ella el conde bastante guarnición y a
monsieur de Guilein por gobernador (que lo era también de Nimega), como
señor que era de aquella villa; y hecho esto, se volvió a Bruselas a dar cuenta al
duque de su jornada.
Murió en este mes de diciembre, en su castillo de Hulft, el conde Gui-
llermo Vandenbergh, el cual dejó, de su mujer Madalena de Nasau, herma-
na de Guillermo, príncipe de Orange, seis hijos varones y valerosos todos,
tan aficionados al servicio del rey (a que ayudó harto la educación que en
ellos hizo el coronel Verdugo), que de todos se hará larga memoria en estas
Relaciones, especialmente de los tres mayores: Herman, Federico y Enrique
de Bergas.
Acabadas estas expediciones, mandó el duque reformar y despedir los dos
regimientos de alemanes altos, del marqués de Burgaut y del Equembergh;
aunque casi al mismo tiempo, con la orden que tuvo del rey para favorecer y
dar calor a las cosas de la Liga, que con la buena maña del comendador Juan
De Drost, alemán, que en Holanda era una autoridad, que, ejerciendo jurisdicción sobre su
54
bailía, administraba justicia en nombre del señor del territorio. Drostei, «drosartía» (Neuestes).
En neerlandés es drossaert, y en fr. drossard o drossart (ver Introducción para más análisis).
Las Guerras de los Estados Bajos 261
Moreo comenzaba a tomar pie en Francia, ordenó que del residuo dellos se
levantase otro regimiento debajo de la conduta del conde Jacobo de Colalto,
que en número fueron tres mil, y dos cornetas de reitres55, a cargo de Cristiano
de Brunzvicq, hijo natural de Enrique, duque de Brunzvicq, y que marchasen
la vuelta de Francia y en servicio de los coligados. Y, pues habemos llegado ya
a este punto, no será fuera de [27] propósito volver un poco atrás y dar bre-
vemente alguna luz de los motivos que los de la casa de Guisa tuvieron para
inquietar y perturbar el estado en el reino de Francia, pues en los once años
que nos quedan de historia han de ir las cosas de aquel reino tan mezcladas
con las de los Países Bajos como lo estuvieron las armas de las más nobles
partes de Europa en la prosecución de la variedad de sus intentos. Procuraré
seguir con llaneza el mío, que es tratar verdad y dejar, si puedo, alguna luz de
las cosas de mi nación, con quien los de las demás anduvieron tan escasos,
que me han obligado a tomar este trabajo para que no queden calificadas por
verdades muchas cosas que de ninguna manera lo son, ni las armas españolas
defraudadas de la parte de gloria que con tanta razón les toca, por descuido o
quizá por demasiado cuidado de sus envidiosos, con quien, en todo lo que no
fuere apartarme de la verdad voluntariamente, pienso seguir otro estilo, sin
género de pasión en su contra, conservando hasta en esto mi natural condi-
ción, que siempre fue tener por españoles y amar como a tales a todos los que
han militado y militaren debajo de las banderas de España56.
En ninguno de los reinos afligidos de la herejía ha causado esta bestia infer-
nal tantas inquietudes y tantos males como en el de Francia, porque en los
otros, el no hallar contraste con las armas parece que en su tanto ha servido de
minorativo a la sedición. Los reyes de Francia, y particularmente los tres últi-
55
Son los Ritter/Reiter alemanes, caballeros aventureros que sirvieron en las guerras de Alemania
desde el siglo XIII al XVII, repartidos en cornetas o compañías. En este época forman una ca-
ballería pesada que hace su aparición en la escena bélica europea hacia 1540. Estaban armados
de un par de pistoletes, una daga y una espada, abandonando la lanza. Por su fiera reputación
se les conocía como caballeros negros o caballeros del Diablo. Ver Cortijo & Gómez Moreno
para una análisis de los mismos desde el comienzo de las campañas de Flandes.
56
Emociona leer el párrafo precedente. Es claro que a Coloma, partícipe de las acciones que
cuenta, motiva a la escritura de historia no tanto el afán de narrar hechos bélicos de ilustre
fama, para que quede de ellos memoria, sino –como en el caso de Bernardino de Mendoza-
el haber leído la gran cantidad de escritos que se propagan por Europa hacia fines del siglo
XVI y comienzos del XVII y que –en esencia- vierten con asombrosa parcialidad una serie
de mentiras sobre los sucesos bélicos del momento, sus causas y orígenes, lo que en esencia
vendrá a constituir lo que ahora llamamos la leyenda negra española (Alvar, Arnoldsson, Gar-
cía Cárcel, Juderías, Malby, Molina, Salavert, Sánchez, entre muchos otros). Para desmentir
a quienes han visto en la constitución plurinacional de la España del momento un argu-
mento contra la falta de espíritu nacional, aquí Coloma da crédito a quienes han peleado
del lado de las banderas de Felipe II, mostrando a la vez unidad de motivos e intenciones en
la pluralidad de constituciones e, incluso, identidades nacionales.
262 Las Guerras de los Estados Bajos
57
Favoritos o protegidos del rey o del príncipe en la corte real, confidentes o compañeros del
mismo, generalmente pertenecientes a la nobleza.
Las Guerras de los Estados Bajos 263
Hasta las pasiones nobles del ánimo, [29] como son el amor y la liberalidad,
han menester corregirse cuidadosamente. Estos señores, pues, y sobre todos la
reina madre, aunque en lo exterior hacían buena cara al duque de Guisa, no
dejaban perder ocasión en que pudiesen lacerarle con el rey y hacérsele odioso.
La rota que el de Guisa dio a los reitres en Alneau acabó de hacer caer la balanza
y dio grandes motivos a sus émulos de calumniarle; tal es la envidia y la desdi-
cha de la virtud en esta parte, que de las acciones estimables fabrica la ruina de
quien las hizo, tal, que en los lugares altos o se ha de padecer vituperio con la
flojedad y malos sucesos o invidia y peligro con la virtud y prosperidad. Y al rey
de Francia, en cuyo servicio y utilidad sucedió esto, por más que procurase
fingir alegría de aquel suceso, se le conocía no haber sido del todo conforme a
sus designios: tanto encubre en los príncipes la disimulación y tan dificultoso es
acertar a servirles a su gusto. Con esto se acabaron de persuadir muchos a que
aquel ejército no bajaba de Alemaña del todo contra su voluntad. Decían sus
émulos que la forma en que el duque había hecho la guerra y el dinero que
contra la costumbre francesa iba derramando mostraba bien el arcaduz58 por
donde le venía y aun los intentos de quien se le enviaba. Que no era malo el
pretexto de religión que había tomado para engrandecerse y aspirar a la corona
con el apoyo del rey de España, cuyos designios y vastas esperanzas se publica-
ban bien con las idas y venidas de un español, que en trueque dellas dejaba en
poder de los de Guisa y de sus fautores grandes sumas de dinero, joyas ricas y
mucho más ricas promesas59. Que menos derecho que en el duque de Guisa
concurrió en la persona de Hugo Capeto, y con todo eso dejarle el absoluto
dominio de las fuerzas del Estado bastó para ponerle en las manos el cetro, que
tantos años se había conservado en la estirpe de Carlos, con tanta seguridad,
que hasta hoy se conservaba en la suya. Que mirase el rey lo que hacía y las ví-
boras que criaba en su seno, si no quería aguardar a caer en la cuenta cuando ya
no le quedase remedio ni apenas reino a quien preservar del menor de los males
que se le aparejaban. Dudábase en Francia, y no sin aparente razón, que, em-
pleando el rey católico sus fuerzas y tesoros en las cosas de aquel reino, no podía
ser sin grandes esperanzas de recompensa, ya que, no [30] aspirando a todo él,
a lo menos a algunos pedazos o a mudar la forma dividiéndole. Otros discurrían
que el designio era adelantar para después de los días del rey de Francia, si fal-
tase sin dejar sucesión, como se pensaba, la pretensión por parte de la infanta
doña Isabel, su hija, confutando la ley sálica, o mostrando su poco fundamento,
introduciendo príncipe extranjero en aquella corona; y otros que sería natural y
58
«Caño por donde se conduce el agua», aquí en sentido figurado. Quiere decir que estaba
financiado por Felipe II.
59
Se trata de don Bernardino de Mendoza, embajador español en París, fomentador y defen-
sor de la Liga, tras sus aventuras en la primera década de las guerras de Flandes y después de
su desastrada embajada en Londres, de donde acabaría saliendo como persona non grata por
las acusaciones vertidas contra él de participación en un complot contra Isabel I.
264 Las Guerras de los Estados Bajos
60
Aulo Vitelio Germánico (15-69 d.C.) fue emperador romano desde el 2 de enero del 69 al
22 de diciembre de dicho año, durante el fatídico año de los cuatro emperadores. Accedió al
trono tras las muertes de sus precedesores, Galba y Otón, en el año 69. Ya emperador, las
legiones estacionadas en las provincias orientales proclamaron emperador a Vespasiano. Sur-
gió entre ambos un conflicto bélico, que concluyó con la aplastante derrota que sufrieron
sus fuerzas en la segunda batalla de Bedriacum. Al verse sin posibilidades de vencer, trató de
abdicar en favor de su rival al trono; no obstante, las tropas de Vespasiano le asesinaron el
22 de diciembre en Roma. Suetonio y Tácito afirman que, cuando las tropas de Vespasiano
entraron en la capital, Vitelio se escondió en el hogar de un portero; cuando sus enemigos lo
encontraron y, a pesar de sus súplicas, lo trasladaron al Foro, donde el pueblo y los soldados
de Vespasiano le asesinaron. Después se arrojó su cuerpo al Tíber y su cabeza se paseó por
las calles de la capital. Entre los historiadores que se han encargado de transmitirnos noticias
suyas destacan Suetonio, Dión Casio y, el querido de Coloma, Tácito.
Las Guerras de los Estados Bajos 265
mezcló la ira de un príncipe desconfiado con las que habían sido recibidas en su
servicio. Tal es el fin que tuvo Enrique de Lorena, varón de los más señalados de
su tiempo, a quien el lustre de sus virtudes granjeó en el pueblo infrutuoso fa-
vor, entre algunos nobles, perniciosa envidia, y con el rey, peligrosa desconfian-
za; y tales los bienes de la Fortuna, que carecer dellos es miseria y poseerlos,
peligro. Con esto y con serle forzoso al rey valerse de las armas del de Béarne y
de las fuerzas hugonotas, acabó de concitar contra sí los ánimos de casi todas las
ciudades principales, que al momento le negaron la obediencia con pretexto de
religión, dándola a los capitanes de la Santa Liga, de que quedó por cabeza
Carlos de Lorena, duque de Humena, hermano de los muertos, que a aquella
sazón se hallaba gobernando el ducado de Borgoña.
Hame parecido relatar, aunque sucintamente, estos sucesos para hacer la
zanja en que asentar las piedras del edificio de la historia que habemos de seguir;
pues, como tengo dicho, ha de constar la mayor parte della de las cosas de Fran-
cia, donde con el nuevo accidente de las muertes destos dos principalísimos
varones quedaban las cosas sumamente turbadas. El nuevo duque de Guisa,
Carlos, hasta entonces príncipe de Ianville, preso en el castillo de Tours; el car-
denal de Borbón, también preso en la villa de Chartres; el rey, huido; sus ciuda-
des, amotinadas; los príncipes confinantes, sin excluir a ninguno, cuidadosos y
diligentes en fomentar la sedición para pescar en agua turbia; el de Béarne y sus
fautores, favorecidos y llenos de esperanzas; y el rey, apercibiendo sus tesoros,
vasallos y aliados para acudir a la causa de la Iglesia, siempre que, como se te-
mía, cayese la sucesión del reino de Francia en príncipe segregado della. No sin
dar que discurrir a muchas naciones mal afectas a España y publicar que el celo
de la fe católica para con el reino de Francia era una [32] honesta capa con que
cubrir mil ambiciosos deseos de agregalle a los demás de la monarquía española
o, a más no poder, dividirle entre potentados, para después hacerse poco a poco
señor de todos, a la manera que suele dividirse en varios canales la corriente de
un gran río para pasarle con facilidad.
61
Argumento: Mudanza en la forma de proseguir la guerra; designios del duque de Parma
para ofender a los rebeldes. Empréndese el sitio de Rimbergue; amotínase la guarnición de
Santa Gertruden y entrégase al duque. Tienta Mos de la Mota, en vano, a Ostende. Saquea
el enemigo a Tilimont y es roto. Sitia el conde Carlos a Husden; vase el duque a Aspa; gá-
nase el castillo de Heel. Tienta de amotinarse el tercio viejo y su reformación. Rompe el Es-
quenck un convoy. Emprende a Nimega y muere. Mete el enemigo socorro en Rimbergue.
Cuéntase la muerte de Enrique Tercero. Establecimiento de la Liga y los primeros progresos
de ambos partidos. Mos de la Mota va con un ejército a las fronteras de Artois.
62
Ramplón. «Se aplica a la pieza de hierro que tiene las extremidades vueltas, como herradura
ramplona, y por extensión se dice también del zapato tosco, ancho y muy bañado de suela»
(Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 267
el duque la entrada de las islas pasando el Vaal por Nimega y el Rin, ganan-
do a la villa de Arnem, no sin secretas inteligencias con los de la ciudad de
Utrecht, la mayor parte dellos católicos y aficionados al dominio de su rey y
señor natural. Otros hacían la entrada más segura por Zuften, y deste parecer
era el coronel Verdugo, en quien concurrían las dos esenciales partes del con-
sejo -ciencia y experiencia; pero como se comenzaron a ir alimentando nuevas
esperanzas, fundadas en los sucesos de la Liga63, y es tan ordinario cobrar a las
que se conciben de nuevo la afición que basta para que todo lo demás se em-
prenda con tibieza, tuvo a un mismo tiempo el duque orden de no darse por
entendido en lo tocante a las discordias civiles del reino de Francia y de no
empeñarse en empresas dificultosas en Flandes, para que, hallándose desem-
barazado, cuando se ofreciese ocasión de ayudar a la causa católica en aquel
reino, pudiese acudir a ella con las fuerzas que Su Majestad le ordenase. Así
suelen los príncipes tener suspensos a sus ministros y celarles lo cierto de sus
designios, no sin daño muchas veces en el efeto dellos y las más en la hacien-
da. Con todo eso, movido el duque de la viva instancia que le hacía el elector
de Colonia, deseoso de cobrar su villa de Rimbergue (el cual vino a sólo esto
a Bruselas por el mes de hebrero), determinó de concedérselo y procurar qui-
tarse aquel mal vecino del país de Güeldres, complaciendo y [35] granjeando
al elector y empleando las fuerzas, que habían de estar ociosas hasta llegar
la sazón de entrar en Francia, pues raras veces los soldados ni los ejércitos
se empeoran con el trabajo. Ordenó para esto a Marcos de Rie, marqués de
Barambón, gobernador de aquel ducado, que con seis mil infantes de todas
naciones y número proporcionado de caballería y de los demás pertrechos
necesarios se pusiese sobre aquella plaza, como lo hizo; ganando primero al
fuerte de Blimbeque (fortificado antes y bastecido por Martin Esquenck) y
rompiendo algunas tropas suyas que tentaron defenderle el paso, con muerte
de cien enemigos. Rodeó tras esto el marqués a Rimbergue por todas partes,
aunque sin acercársele de manera que se le abriesen trincheras ni le plantase
batería, por el grueso presidio con que se hallaba y por no tener el marqués la
gente y pertrechos necesarios para emprender a viva fuerza una plaza de tanta
consideración. Fundóse con esto la esperanza de su conquista en el asedio, y
en orden a ello se procuró sitiar por todas partes, aunque, mientras vivió el
Esquenck, nunca dejó de entrarle socorro de municiones y bastimentos por
la parte del río, con que se alargó aquella empresa más de lo que al principio
se pensó (el suceso que tuvo se dirá adelante). Ofreciósele al duque por el mes
de marzo una ocasión, que lo pudiera ser de grandes efetos, si el tiempo no la
malograra después. La cual pasó así.
Ya desde el año antes andaba el presidio de Santa Gertrudenberg medio
amotinado por falta de pagas, el cual constaba de mil y quinientos infantes y
63
Ver para un análisis detallado de los antecedentes de este período Jensen.
268 Las Guerras de los Estados Bajos
64
Los amotinamientos por falta de pagas son un mal endémico, parece, a las campañas de
Flandes desde el inicio de las mismas en la década de los años 60. Para detalles sobre los
mismo en aquel momento, ver Bernardino de Mendoza (Cortijo & Gómez Moreno).
Las Guerras de los Estados Bajos 269
tal manera menearon las manos, que ninguno dellos las dejó de teñir muchas
veces en sangre holandesa con ordinarias salidas y una continua tempestad
de [37] arcabuzazos; tan cruel es el odio que sucede a la amistad. Ganaba
con todo esto tierra el conde Mauricio, batiéndoles con seis cañones desde el
dique de Sevenberg y con todos los que se podían manejar desde su armada
en aquel brazo de mar de Dordrecht, con daño alternativo; instigado no tanto
de la conveniencia de conseguir el castigo de aquella gente, cuanto del daño
que de dejarla sin él se le siguiera en la reputación, sin la cual no tienen vidas
los estados ni las armas ejecución y respeto. Ayudó mucho a entretener las
esperanzas del presidio el cuidado con que el capitán Eduardo Lanza Vecha,
gobernador de Breda, les iba avisando de la venida del duque; el cual, llegado
con su ejército a Breda, sabido como por no hallarse Mauricio con bastante
número de gente no había podido acabar de sitiar la plaza ni ocupar el dique
de Ramesdonck, que va a Languestrat, dio el negocio por hecho, por más que
supo también que el enemigo tenía ya la batería en estado que se podía ir al
asalto. Crecieron entretanto las aguas con ocasión del lleno de la luna y gran-
des lluvias que sobrevinieron; de manera que hubo de retirar su artillería el
conde Mauricio y poco después todo su campo, desconfiado de domar la fie-
reza de aquella gente y medroso de recibir algún golpe por el ejército del du-
que de Parma, que se venía acercando; el cual firmó en Breda las capitulacio-
nes con el presidio de Santa Gertruden, que fueron de la sustancia siguiente:
Que perdonaba a los vecinos de aquella villa todos los delitos que pudie-
ron haber cometido contra el rey desde el año de 1566.
Que se les restituirían todos sus bienes, muebles y raíces, en cualquier
parte de las provincias obedientes que probasen serlos.
Que no se les pudiese pedir cuenta de oficio que hubiesen administrado
del tiempo que estaban en la obediencia del rey.
Que se les concedían dos años de tiempos a los herejes para resolverse en
volver a la obediencia de la Iglesia, o vendidas o arrendadas sus haciendas,
retirarse dentro dellos adonde fuese su voluntad.
Que gozasen de allí delante de todos los privilegios que de atrás hubiesen
obtenido y gozado, con tal que no fuesen repugnantes a la autoridad del rey
y bien de la patria.
Que se les concedía licencia para poder ir y contratar con las [38] pro-
vincias y villas rebeldes, con tal que dentro de seis meses volviesen a residir a
tierras de la obediencia de Su Majestad, o por lo menos neutrales.
Que por término de dos años no pudiesen ser molestados en juicio o fuera
dél por deudas generales ni particulares.
Que se entendiese esto mismo con los soldados del presidio.
Que se obligaba el duque a procurar alcanzar perdón de los príncipes
confinantes aliados del rey, a los soldados del presidio que se supiese ser sus
vasallos, de todos los daños y atrevimientos cometidos contra ellos.
270 Las Guerras de los Estados Bajos
Que si todos los soldados o parte dellos quisiesen quedar en servicio del
rey, se les daría no sólo competentes estipendios, pero todas las haciendas que
probasen haber sido suyas, aunque estuviesen ocupadas.
Que a los que quisiesen militar debajo de las banderas católicas, se les
restituirían también sus haciendas como a los demás.
Que se les pagaría en buena moneda todo el remate de cuentas causadas
en servicio de los Estados; y para mostrar que la voluntad con que se les hacía
esta merced correspondía a la prontitud de su servicio, fuera de todo el remate
se les contarían cinco pagas más, conforme al sueldo con que militaban en
servicio de los rebeldes.
Que gozasen también del perdón, aunque no de las mercedes, los fugiti-
vos, si acaso se hallaban algunos dentro de la villa.
Éstas fueron las capitulaciones con que se efetuó aquella importante ne-
gociación, comprando a menos costa aquella plaza de lo que importa quince
días estar sobre ella. Mucho adelantan las cosas semejantes tratos, si bien
piden prudencia para saber entrar en ellos y conducirlos al efeto. Firmadas,
pues, estas condiciones, entró el duque en la villa con el contento que dan
semejantes sucesos, premio de los trabajos militares, con poca gente y dema-
siada confianza, pues se notó que puso a mayor riesgo su persona de lo que
fuera razón, encomendándose a la fe de aquellos hombres sin ella. Estaban
con todo eso las puertas guardadas por infantería italiana del tercio de Capi-
zuca, por una de las cuales, yendo a entrar el duque de Pastrana, acompañado
de hasta diez o doce entre camaradas y criados, se lo [39] quiso defender el ca-
pitán Goito y su gente, y, aunque de más lejos, a voces, Eduardo Lanza Vecha,
excusándose con la orden del general [sic]. Habíale hecho el duque merced
a Lanza Vecha del gobierno de aquella plaza, juntamente con la de Breda,
y mostrábase a esta causa tan puntual a la defensa. Rempujó con todo eso
el duque de Pastrana y a pesar de todos pasó adelante, seguido de solos tres
criados suyos, diciendo que aquellas órdenes no se solían dar sin una tácita
excepción para con las personas de su calidad. Caminó el duque un rato por
la calle, sin caer en los pocos que le seguían, y como vía que todavía insistía el
Lanza Vecha en detener a sus camaradas, por no mover alboroto disimuló por
un rato, hasta que vio al dicho Lanza Vecha en la plaza, acompañado de diez
o doce soldados suyos, y, yéndose para él con intento de reptarle la descortesía
de la palabra y obligarle a que cayese en el yerro que había hecho, pues no era
ni podía ser aquélla la voluntad del general, le salió a recebir Lanza Vecha con
la espada en la mano él y los que le acompañaban. Juntóse al duque y a sus
tres criados un caballo ligero español, llamado Francisco Román, que acaso
se halló allí; y de tal manera se desenvolvieron, valiéndose el de Pastrana en
esta ocasión mucho más de sus manos que de su autoridad, con ser toda la
que se puede prometer de un grande de España, que, si no acudieran muchas
personas neutrales y desinteresadas a remediarlo, sucediera por ventura algún
Las Guerras de los Estados Bajos 271
65
Primera instancia de excursus geográfico sobre de situ civitatis, tal como pedían las artes de
historia conscribenda. Para más cartas desde Tilimont en las guerras de Flandes relativas a su
defensa, ver Colección de documentos inéditos, vol. 42, 32, 84, 90-91, 93, 96, 97, 132.
66
Para el vocablo avenidas ver Verdonk 1980, 61 et ss. (de origen francés tomado en Flan-
des).
Las Guerras de los Estados Bajos 273
cual, ante todas cosas, ganó el fuerte de Herpe y, pocos días después, levantó
otro en el villaje de Hemert, con los cuales, y con otros fuertes y redutos de
menos importancia, sitió aquella plaza; de manera que ya por fin de julio
comenzó a padecer necesidad de vituallas, tal, que, si con barcas pequeñas
desde Gorcom no la proveyera para muchos días el conde de Holack, forzo-
samente hubiera de rendirse. Tratábase este asedio con alguna flojedad, tanto
por las gruesas contribuciones de que gozaban las cabezas de aquel ejército,
con notable daño de todo el país de Campiña, como por cierto trato que el
conde Carlos fomentaba en la villa de Bomel, que, como empresa de mayor
importancia, le hizo divertir de la que traía entre manos: castigo ordinario
de ambiciosos, por no saber ceñir ni moderar sus deseos, asistir flojamente a
todos y no lograr ninguno. No dejó de hacer el señor de Famá, gobernador
de Husden, todo lo posible por defenderse y ofender; y entre otras salidas,
hizo una con cien caballos y ducientos infantes en un casar algo desviado del
cuerpo del ejército, y apeó las compañías de caballos del Morosino y don
Ambrosio Landriano, llevándoles la mayor parte de los caballos y algunos
prisioneros. Comenzábase a sentir indispuesto el duque de Parma de cierta
especie de hidropesía, causada de beber agua por huir de la gota, que ya de
atrás le había comenzado a tocar; y, para procurar atajar el mal a su princi-
pio, acordó de ir a tomar el agua de Aspa, en el país de Lieja, remedio –a lo
que decían- eficacísimo y tan conforme al apetito, que, siendo el efecto de la
hidropesía una ardentísima sed, para que haga la fuente el suyo es necesario
beber por libras y a todas horas, y es cosa maravillosa lo poco que esta agua se
detiene en el estómago y las curas milagrosas que hace.
Partió el duque la vuelta de Aspa a mediado junio, dejando despachado
para España al presidente Richardote con cartas de creencia y orden de des-
culparse con el rey y sus ministros de las calumnias que contra su reputación
se habían dicho en lo tocante a la jornada de Inglaterra. Llevó también Ri-
chardote instrucción [43] del duque para pedir licencia de retirarse a su casa,
ordenándole que no jugase desta pieza sino en caso que no se le admitiesen
las disculpas o con certidumbre de que gustaba el rey de enviarle sucesor;
pero en España tenía el duque tan buenos amigos y estaban las cosas tan bien
dispuestas, que no tuvo jamás ocasión Richardote de hacer el envite. Y así,
volvió (aunque el año siguiente) muy bien despachado y encargado de los
más secretos consejos del rey en lo tocante a materias de Francia.
Era ya entrado agosto y no se trataba de sacar en campaña la infantería
española, efeto de la enfermedad del duque; el cual, aunque con su gran vi-
veza y valor procuraba no rendirse a la enfermedad de suerte que le divirtiese
el cuidado público, como los accidentes del dolor entibian los afectos de la
ambición, que son los que en nosotros tienen más poder de hacer tolerable
el trabajo, no pudo dejar de causar una bien dañosa y no poco murmurada
dilación. Añadíase a esto la falta de dineros y a todo se opuso al fin el cuidado
274 Las Guerras de los Estados Bajos
del duque, buscando prestados en Amberes los que bastaban para dar dos pa-
gas. Salió la gente española de los alojamientos a los 9 de agosto, en número
de cerca de seis mil infantes, y tomó por el camino de Ostrate la derrota de
la isla de Bomel. Juntóse en Languestrat con los tercios del conde Carlos, a
cuyo cargo había de estar el ejército de Brabante mientras estuviese ausente el
duque; y, pasando la Mosa por el villaje de Bochoven, se puso con los tercios
sobre el castillo y fuerte de Heel, en que había quinientos hombres con el
capitán Sindemburg, su gobernador. El tercio de don Juan Manrique, gober-
nado por el capitán Diego de Ávila Calderón, se alojó junto al dique, entre
el castillo y la villa de Bomel, y el de don Francisco de Bobadilla, gobernado
por Manuel de Vega Cabeza de Vaca, entre el tercio de don Sancho y la Mosa.
Servían en los dos primeros, con la asistencia que pudieran dos particulares
soldados, el duque de Pastrana y el príncipe de Ásculi, enseñando a los gran-
des señores que aspiran a los mayores cargos militares cuánto conviene subir
a ellos por este camino y no querer empezar a ser generales y soldados en un
mismo día, no sólo aventurando lo que [4] quieren que se les encargue, sino
su honra y reputación propia. Abriéronse trincheras por la parte del tercio
que gobernaba Diego Dávila y, plantada la batería y ciego el foso, se les avisó
si querían rendirse antes de dar la primera carga, y, como persistiesen en su
obstinación, jugaron diez cañones desde el alba del día de los 8 de setiembre
hasta las cuatro de la tarde. Hecha ya batería bastante para dar el asalto, te-
miendo el capitán y presidio su ruina, comenzaron a parlamentar. Admitiólos
el conde a discreción y, saliendo el proprio día sin armas ni banderas, en
estando entre los escuadrones se tocó un arma tan viva, que en un instante
fueron degollados cuatrocientos y más dellos, salvándose apenas el capitán y
veinte o treinta soldados de los más honrados, a quien dio luego libertad al
conde, culpando su pertinacia y la cólera de los soldados, que ambas a dos
cosas fueron causa de aquella desorden. En los delitos de la multitud siempre
fue forzoso disimular, o por no teñir el castigo con mucha sangre o, por dejar
sin él las culpas averiguadas, por no verterla. Tuvieron sobre el caso otro día
palabras harto descompuestas el conde Carlos y don Sancho de Leiva, echan-
do cada cual la culpa al otro; pero, aunque se apaciguó luego por la autoridad
y prudencia del duque de Pastrana y príncipe de Ásculi, no quedaron los
ánimos tan conformes como fuera razón para seguir el curso de la victoria
y aprovecharse de la flaqueza del enemigo, que a lo sumo, con cinco o seis
mil infantes, estaba de la otra parte del Vaal, procurando defender el paso a
los españoles cuando lo tentasen, como se creía. Mas ¿cuándo de la discordia
entre los que gobiernan dejaron de resultar tales o peores efetos? El proprio
día que entró el ejército en la isla tuvo aviso el conde Carlos de que se había
descubierto el trato de la villa de Bomel, con castigo de dos de los tratadores;
y así, después de ganado Heel, quiso reconocer la dicha villa, como lo hizo,
y después el fuerte de Voorden, que en la punta occidental y última de la isla
Las Guerras de los Estados Bajos 275
de Betua habían fabricado dos años antes los rebeldes frontero del villaje de
Voorden, con intento de conservar por su medio la entera posesión della. Y,
retirándose a los cuarteles, se reconoció un puesto donde se podía levantar
otro fuerte en otra estrechura de tierra que hace la isla, entre la Mosa y el Vaal,
bastante para hacer inútil el fuerte de Voorden. No se estaba [45] entonces de
aquel espacio, pero lo que en aquella sazón se advirtió se vino a ejecutar nueve
años después, como se dirá en su lugar. Tenía el conde Carlos orden secreta
del duque de procurar entretener aquella gente lo restante del verano en leves
empresas y alojarla después en tierras del enemigo para tenerla en acción y por
quitar tan gran carga a los países obedientes. Ayudaban a esto los ministros
de estado naturales del país, deseosos de conservarle entero y de tener a los
españoles en ejercicio y lejos. Y a esta causa, levantando el conde el campo del
casar de Rosem, junto a Heel, pasó a la otra punta occidental de la isla, pega-
do al castillo de Lobrestein, con intento de tentar el paso del Vaal, a pesar del
enemigo, cosa que se pudiera hacer sin ningún peligro por Nimega. Pero no
tenía orden de alargarse tanto, faltábanle barcas y, entretanto que se adereza-
ban tres pontones, que a fuerza de brazos se pasaron de la Mosa, un accidente
que sobrevino divirtió esta empresa y dio ocasión a grandes novedades.
El amor que los soldados del tercio viejo tenían a don Sancho de Leiva, su
maese de campo, fue causa de que, teniendo opinión de que el conde Carlos
era su enemigo, le comenzasen a aborrecer sobremanera. Y, como la mayor
parte dellos se acordaban del riesgo a que tuvieron las vidas y las banderas en
aquella propia isla, tres años antes, debajo de la propia mano del conde Car-
los, como se veían en aquel país tan pantanoso, sin puente en la Mosa, con las
primeras aguas del invierno en casa y con los enemigos vigilantes, poderosos
por la mar, y escarmentados de la falta que hicieron la vez pasada, comenza-
ron a llamar a aquellas empresas «bomboladas» y a desear estar en parte donde
no fuese necesario, para salir de tantos peligros, impetrar nuevos milagros de
Dios, que no acostumbra hacerlos por los que voluntariamente se meten en
ellos. Éstas eran las conversaciones de los más honrados; pero, llegando este
lenguaje a oídos del vulgo de los soldados, como los tales de ordinario no
miran más adelante que a su provecho, comenzaron a pensar en sus alcances
y a desear pedirlos a voces. Estaba ya casi olvidado del todo el uso de los mo-
tines por haber sido el último de que se tenía memoria el de Aloste67, el año
de 76, de que todavía se acordaban muchos soldados del tercio viejo. Y así,
imprudentemente, comenzaron a irse [46] juntando muchas tropas fuera de
67
Ver el último libro de la relación de Bernardino de Mendoza, donde se cuenta al por menor
dicho amotinamiento de las tropas españolas (Cortijo & Gómez Moreno). Para los moti-
nes en Flandes, ver los clásicos estudios de Lucas de Torre. Sobre el castigo a los soldados,
Amelot indica: «La décimation est le plus eficace reméde qu’il y ait contre la lâcheté, la
désobéissance & l’infidelité des soldats» (48 [libro III]).
276 Las Guerras de los Estados Bajos
68
Los Tercios Viejos, formados con las tropas estacionadas en Italia, fueron los de Sicilia,
Nápoles (ambos de 1536) y Lombardía (1534) (más los posteriores de Cerdeña y Galeras).
Los demás creados a posteriori se conocen como Tercios Nuevos. Sus victorias más sonadas
fueron las del Milanesado, Mühlberg, San Quintín y Gravelinas. Ver al respecto Albi de
la Cuesta. Para el funcionamiento de los tercios en general, ver los clásicos e insuperables
trabajos de Parker.
Las Guerras de los Estados Bajos 277
69
El término procede del holandés «vrijbuiter», con el significado de «pirata, persona dedicada
al pillaje». De hecho en la mayor parte de idiomas el término ha pasado (ignominiosamen-
te) como «filibustero». Ver Van Loo.
278 Las Guerras de los Estados Bajos
70
Insula Batavorum (Ann. II, 6, 4).
71
«Verja levadiza que defiende la entrada de las plazas de armas» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 279
72
Como indica la edición de 1635, son las de Alejandro de Cartellà, barón de Folgóns, de
Gerona, y Bernardino de Flores, zamorano.
73
Quizá en uno de los tributos más elocuentes al valor de los compañeros (recordado a poste-
riori por el autor o sugerido a él por algún lector), la edición de 1635 añade: «Y murieron
Solivera, Marco Antonio Cacosta de Lentorn, Jerónimo Guinarte, don Andrés Gallart y
Onofre Tomás».
Las Guerras de los Estados Bajos 281
74
1635: «Señaláronse en esta ocasión de valientes soldados Federico de Flito, del hábito de
Santiago, capitán Napolitano, y su sargento; y de los españoles los tres que socorrieron y
libraron al marqués de Barambón, Cristóbal Maldonado, don Gaspar de Lupián, Pedro de
Rajadell, Jusepe Ponce de Monclar, Baltasar Guinarte, hermano de Jerónimo, Bartolomé
Pla, Francisco Castellón de las Puellas, y otro Francisco Castellón de Tarragona, el alférez
Pablo Bas, el alférez Casales, el alférez Juan López de Teruel, el alférez Hernando Díaz, Pe-
dro de Orcau: a quienes señaló el duque de Parma ventajas particulares».
282 Las Guerras de los Estados Bajos
75
Su madre murió, bajo encierro domiciliario, en 1592.
76
Piqueros suizos.
77
Ver sobre estos hechos el Discours ample et veritable, de la defaicte obtenuâ aux Faux-bourgs
de Tours, sur les trouppes de Henry de Valois. Par Monseigneur le Duc de Mayenne, París: N.
Nivelle et R. Thierry, 1589.
Las Guerras de los Estados Bajos 283
78
La distinction puede ser insustancial, pues no refiere más que la diferencia, en francés, entre
cité y ville, que no corresponde, terminológicamente, con la del español ciudad y villa (en
la época).
79
Consúltese sobre François de la Noue (1531-1591), la Correspondance de François de La
Noue, surnommé Bras-de-fer, accompagnée de notes historiques et précédée de la vie de ce grand
capitaine, par Ph. Kervyn de Volkaersbeke, Gand: Duquesne, 1854; también la The declara-
tion of the Lord de La Noue, upon his taking armes for the just defence of the townes of Sedan
and Jametz... Truely translated (according to the French copie printed at Verdun) by A. M.,
London: Imprinted by John Woolfe, 1589.
80
«Coligado», «aliado», de la «coalición».
81
Sobre la repercusion de las guerras en Bretaña, ver «Holt, entre otros autores»
284 Las Guerras de los Estados Bajos
82
Machiavelli (1469-1527), en su obra El Príncipe (1513) llegó a la conclusión de que se
necesitaba un príncipe unificador y reorganizador de la nación italiana, que no fuera tirano.
No se puede calcular la bondad humana, por lo que debe presuponerse que los hombres
son malos, y el político debe ser bueno, pero saber emplear el mal si es necesario. La tarea
política no tiene necesidad de decidir su moralidad desde el exterior, se justifica por sí mis-
ma, por su exigencia intrínseca de conducir a los hombres a una forma ordenada y libre de
convivencia, y el dominio de la acción política se extiende a todo lo que ofrece garantía de
éxito, estabilidad y orden de la comunidad política. Jean Bodin (1520-1596) fue un jurista
y filósofo político francés, miembro del Parlamento de París y profesor de derecho en Tou-
louse. Es conocido en especial por su teoría de la soberanía política. Su obra más famosa es
Los seis libros de la República (1576), además del Método para la fácil comprensión de la Histo-
ria. Fue uno de los grandes defensores del concepto de estado-nación, así como de la teoría
de circulación monetaria y la inflación. Coloma le cita por su controvertida definición de
la soberanía: «La puissance absolue et perpetuelle d’une Republique» (República, libro I),
que, según él, contradice la teoría del poder absoluto del monarca hispano. «Les penseurs à
l’origine de cette école de pensée sont: Thucydide, qui a décrit avec neutralité l’Histoire de
la Guerre du Péloponnèse; Thomas Hobbes, pour sa vision de l’état de nature utilisée pour
décrire les relations interétatique ; et Machiavel, pour avoir expliqué au Prince l’importance
de séparer la politique de la morale et de la religión» (Védrine 89).
Las Guerras de los Estados Bajos 285
83
Se refiere a las leyes y constitución de Esparta, atribuídas a Licurgo.
84
El tiranicidio como teoría política refiere a la licitud de matar al monarca. Quizá el ejemplo
más ilustre en suelo hispano sea el de Juan de Mariana, que desarrolló su teoría en De rege
regisque institutione (1598). La casuística jesuita desarrolló una teoría similar, luego critizada
por Blaise Pascal en sus cartas Provinciales. Aun antes de ellos, Juan de Salísbury había le-
gitimado el tiranicido en su Policraticus de ca. 1159. Debe recordarse que gran parte de la
política religiosa de Isabel I en Inglaterra se debe precisamente al miedo por parte de la reina
a que los católicos (ingleses y extranjeros) pudieran considerar la Bula de excomunición de
la misma como carta blanche para asesinarla.Ver al respecto Calendar.
85
François Ravaillac (1578-1610), natural de Touvre (Angulema) fue factotum en Angulema
y considerado un extremista católico, que asesinó a Enrique IV de Francia. Pidió la admi-
sión en la orden de los Feuillants, aunque fue rechazado por su tendencia a las visiones. Tam-
bién solicitó admisión en los jesuitas en 1606, sin éxito. En 1609 tuvo una serie de visiones
en que se le instruía que convenciera a Enrique IV de que convirtiera a los hugonotes al
catolicismo. Entre 1609 y 1610 hizo tres viajes a París para comunicarle estas visiones al rey,
alojándose con Charlotte du Tillet, querida del duque d’Epernon. Sin conseguir hablar con
el rey, interpretó su decisión de invadir los Países Bajos como el inicio de una guerra contra
el Papa, por lo que decidió matarle. El 14 de mayo de 1610 le apuñaló en la calle. Ravaillac,
durante el subsiguiente juicio contra él, negó que nadie más estuviera involucrado. El 27 de
mayo, tras una última sesión de torturas, murió descoyuntado por cuatro caballos (y pre-
vias otras numerosas penalidades), muerte reservada a los regicidas. Su familia fue exiliada
y se les prohibió para siempre el uso del nombre «Ravaillac». En 1611 se acusó al duque
d’Epernon de ser el instigador de la muerte del rey. Para el tema del regicidio (tiranicidio),
ver Mousnier.
86
Jacques Clément (1567-1589) nació en Serbonnes (Borgoña), y se hizo fraile dominico. Es
representado por los protestantes como un fanático religioso que planeó la muerte de Enri-
que III. Su plan podría haber sido fomentado por algunos miembros de la Liga, en especial
Catalina de Guisa, duquesa de Montpensier. Habiendo obtenido cartas para el rey, salió de
París el 31 de julio de 1589 y llegó a Saint-Cloud, cuartel general del rey, el 1 de agosto de
dicho año. Admitido ante el rey, le presentó las cartas y le comunicó que deseaba informarle
de algo confidencial. Los acompañantes del rey los dejaron solos y al ir a susurrarle algo al
Las Guerras de los Estados Bajos 287
oído le asestó una puñalada. Fue muerto inmediatamente por los asistentes del rey, al tener
noticia de lo sucedido. Enrique III no murió de inmediato, sino a la mañana siguiente. El
cuerpo de Clément fue luego cuarteado por caballos y quemado. El Papa Sixto V (y con él
la Liga y el mundo católico europeo) pensó en canonizarlo, claro está que sin considerarle
asesino, sino regicida legitimado. Podrá verse que la opinión de Coloma (como la de los
círculos monárquicos de toda Europa en la época) está acérrimamente opuesta al regicidio
(y hasta al tiranicidio) (ver Lavisse, vol. VI). Por su actuación con respecto a Enrique III,
el papa fue objeto de la obra François Hotman, sieur de Villiers Saint Paul, Protestation et
defense pour le roy de Navarre Henry III, premier prince de France, & Henry, prince de Condé,
aussi prince du mesme sang, contre l’iniuste & tyrannique bulle de Sixte V. publiée à Romme, au
mois de septembre 1585, au mespris de la maison de france. Traduicte du latin intitulé Brutum
fulmen Sixti V (Roma: s.i., 1587).
87
«Monición, amonestación o advertencia que el Papa, los obispos y prelados diri-
gían a los fieles en general para la averiguación de ciertos hechos que en la misma
se expresaban, o para señalarles normas de conducta, principalmente en relación
con circunstancias de actualidad» (DRAE).
288 Las Guerras de los Estados Bajos
88
Las reflexiones de Coloma no cuadran, claro está, con panfletos del tenor siguiente: René
Ambillou, Discours de la guerre civile et mort très-regrette de Henry III. roy de France & de
Pologne (Tours: J. Mettayer, 1590).
Las Guerras de los Estados Bajos 289
casas, como por no acudir los realistas de París a los negocios del de Béarne
con la prontitud que solían al servicio de su rey y señor natural; a quien los
pueblos, aunque se hallen justamente quejosos de algunas faltas suyas, aman
con cierta especie de reverencia diferente que a los demás hombres. Causa fue
también desto la opinión en que estaba de no católico, a cuya causa, y por
tocarle antes la corona al cardenal de Borbón, como se ha dicho, vinieron
todos de buena gana en la elección que el bando de la Liga hizo del cardenal,
jurándole y dándole, aunque ausente y preso, la obediencia como a su rey y
señor, y al duque de Humena como a su lugarteniente general. No reparaba
esto totalmente el estado de las cosas presentes, por la edad del cardenal y la
imposibilidad de dejar sucesión, y en cierta manera calificaba el derecho del
de Béarne; pero escogióse por medio breve, para dar tiempo a consultar más
maduramente y resolver con mayores apoyos lo que conviniese para adelante,
pareciendo que al partido de la Liga daría autoridad esta sombra siquiera de
rey, que tanta Fuerza tiene con los pueblos, a quien siempre fue sospechosa la
junta de los nobles sin él. Enviaron los príncipes de la sangre real aliados con
el bearnés un embajador al Papa, justificando su causa, y lo mismo hicieron
los del bando de la Liga, de que resultó enviar Su Santidad por su legado a
latere al cardenal Gayetano a París, favoreciendo en esto y en otras muchas
demostraciones a los colegados. Los cuales, reforzados de gente, llevaron su
ejército a Normandía, y el de Béarne, después de haber tentado en vano a la
ciudad de Roán, viéndose con menores fuerzas que los colegados, se retiró a
Diepa, cediendo a la fortuna por entonces, como con gran valor y prudencia
[61] lo hizo este príncipe muchas veces, dando lugar con eso a lograr sus or-
dinarias mudanzas. Allí se defendió del ejército de la Liga, que luego fue en
su busca con la fortaleza de aquella plaza y del castillo de Arqués, hasta que,
viniendo en su socorro con gruesas tropas el duque de Longueville y el maris-
cal de Aumont, desalojó el de Humena y, pasando la Soma, entró en Picardía
para dar calor a los católicos de la villa de la Fera, de la cual se apoderó por
industria del senescal de Montalimar, matando éste por sus manos y (a lo que
se dijo) en son de amistad al marqués de Menele, que la tenía por la Liga y
trataba de entregarla al de Béarne. El cual tomó en este medio a Heu y de allí
pasó otra vez a Diepa para aguardar el socorro de cuatro mil ingleses que le
enviaba la reina Isabel. Aumentó con ellos su ejército, de suerte que se atrevió
a volver a poner sitio a París, deseoso también de retirar de Picardía al duque
de Humena, cuyas fuerzas, juntas con las del rey (que a cargo de monsieur
de la Mota estaban ya apercibidas en las fronteras de Artois), le comenzaba
a parecer demasiadas. Y, llegado de repente, saqueó los burgos de San Ger-
mán, de Santiago y de San Marcelo. Entró pocos días después en París con
gruesas tropas el duque de Nemúrs, y luego el de Humena, que fue de gran
momento para muchas cosas, y en particular para tener a raya a los políticos,
que comenzaban ya a tumultuar. Viendo, pues, el bearnés la poca posibilidad
290 Las Guerras de los Estados Bajos
que tenía por entonces de proseguir el sitio de París, levantó el campo y con-
secutivamente tomó con poca o ninguna resistencia a las villas de Estampes,
Gionvila, Vendôme, Mans y Alansón, sin que el duque de Humena juzgase
a propósito el pasar la Sena en su socorro ni desamparar a París, adonde cada
día se iban descubriendo más ruines humores. Éstas son las cosas más nota-
bles que pasaron este año en Francia, de que he procurado desembarazarme
con brevedad, sin dejar de tocarlas como de paso; lo primero por no estar aún
interesadas las armas del rey, aunque sí el dinero y los amigos; y lo segundo
por hacer más inteligible la narración de los años venideros, en que forzosa-
mente habré de alargarme más, por acompañar a las banderas y estandartes
españoles, cuyo suceso es nuestro principal asunto.
En sabiendo el duque de Parma en Aspa, adonde estaba, la [62] muerte
del rey de Francia, mandó luego a monsieur de la Mota que con su regimiento
de valones y los del marqués de Rentí, monsieur de Guerpe, conde de Bossú
y los regimientos de alemanes de Ferrante Gonzaga y don Juan Manrique, las
compañías de caballos de don Alonso Idiáquez, don Juan de Córdoba, don
Pedro Moreo y las de arcabuceros de a caballo de los capitanes de la Escole y la
Biche, con las ordenanzas del duque de Arscot, príncipe de Simay y conde de
Égmont, que por todos podían hacer número de cinco mil hombres, se aloja-
se entre Hedín y Bappames, a la raya de Francia, y que allí aguardase la orden
de lo que había de hacer. Fue casi en esta ocasión cuando se mandó dividir
el tercio viejo del campo del conde Carlos, y a esta causa creyeron algunos
que le mandaban encaminar allá; pero hízose dél lo que dijimos en su lugar,
y del campo de monsieur de la Mota lo que veremos en el discurso del año
siguiente. El cual desde fin de otubre déste estuvo alojado en Pas, en Artois,
sin desmandarse un hombre a entrar en Francia debajo de ningún pretexto.
Y esto por el buen cuidado de la Mota, y principalmente por comenzarse ya
a emplear en esta gente, como destinada a la guerra de Francia, el dinero que
con particular cuidado se enviaba para aquel efeto; y hízole tan malo como
veremos presto esta diferencia, pues cuando estas tropas gozaban poco menos
que de sus pagas cada mes, la demás gente padecía mil descomodidades, que,
exageradas por el vulgo de los soldados, no podían dejar, según su natural
condición, de producir ruines intentos y peores efetos.
89
Argumento: Toman los rebeldes a Breda por estratagema. Castiga el duque de Parma el poco
valor de aquel presidio. Toma el conde Carlos a Sevenbergue. Tienta Mauricio en vano a
Nimega. Amotínase el tercio de don Juan Manrique y págase. Forma el duque otro tercio
de españoles. Sucesos de Francia; sitio de París y su socorro por el duque de Parma, el cual
sitia y toma a Legní y después a Corbell, ambas por asalto. Entra el duque en París; vuélvese
a los Países Bajos y en Pontarsí es acometido por el príncipe de Béarne, con pérdida de repu-
tacióny gente francesa. Progresos del coronel Verdugo en Frisa, de donde sale mal contento
el tercio de Manuel de Vega Cabeza de Vaca.
90
El eco de las derrotas en la Inglaterra de Isabel I se puede apreciar en panfletos como el si-
guiente: An Abstract of the proceedings of the French king. The defeating of the Duke of Parma’s
forces. The preparation of His Maiestie for the reducing of his towns in Normandy. (London:
Printed for W. Wright, 1590).
292 Las Guerras de los Estados Bajos
mataron al pie de treinta hombres. En medio del castillo está la torre del ho-
menaje, rodeada de fosos con agua y puente levadizo; donde, viendo el pleito
mal parado, se hizo fuerte el capitán Pablo Antonio Lanza Vecha con algunos
soldados. Comenzáronse a juntar los burgueses91 en su cuerpo de guardia de
la villa al estruendo y vocería que oyeron del castillo, acudiendo también los
italianos al suyo; y en lugar de ir luego a cortar el puente que sale del castillo
a la villa o de hacerse fuertes en la puerta de Amberes para aguardar el socorro
(que no les podía faltar en breve), se resolvieron en salvarse y desamparar la
plaza; y al punto lo hicieron, sin [66] embargo de la instancia que contra esta
vergonzosa resolución les hizo el conde Vicencio Capra, alférez de don Fran-
cisco Ventimilla. Pero ellos, turbados ya, insistieron en su primer propósito
con tanto temor, que por no aguardar a que trajesen las llaves de la puerta,
la hicieron pedazos. La compañía de caballos fue la primera a desamparar
la tierra, sin olvidar su bagaje, y tras ellas con la misma prevención salieron
los demás, sin dar oídos a los burgueses de la villa, que se ofrecieron todos
con gran valor a la defensa de la patria y de la reputación del rey su señor;
pero nada desto bastó a detener aquellos ánimos, que, habiendo comenzado a
faltar a las obligaciones de la honra, sólo trataban de salvar confusamente las
vidas. Llegaron a la puerta del burgaraute de Amberes, cuando con gruesas
tropas de infantería y caballos salía por ella el coronel Cristóbal de Mon-
dragón, avisado del suceso del castillo de Breda, deseosos todos de emplear
sus vidas en la defensa de aquella importantísima plaza. Llegó poco después
de la salida de la gente el conde Holach con la primera tropa del socorro, y,
en viéndole asomar los de Lauza Vecha, se rindieron, dejando las armas y el
bagaje en poder del enemigo. Tentaron de defenderse por un rato los bur-
gueses, pero, en sabiendo que se acercaba el conde Mauricio con lo restante
de su ejército, se resolvieron en capitular, rescatando el saco con treinta mil
ducados, que desembolsaron luego, obligándose a recibir la guarnición que el
conde Mauricio quisiese meterles. El cual, alegre lo que se puede pensar deste
suceso, hizo gobernador de aquella plaza al capitán Carlos de Herroguiéres,
que la ganó; y, dejándole dos mil hombres de guarnición, volvió a Holanda
contento y vitorioso.
Sintió el duque de Parma este suceso por muchas razones: la primera, por
la importancia de la plaza, llave del país de Campiña, el más poblado y, aun-
que estéril en sí, de lo más provechoso del ducado de Brabante, a quien desde
ella se podía poner casi todo en contribución, y por otras consideraciones en
orden al servicio del rey y al buen suceso de aquella guerra. Pero lo que por
ventura le afligió más vivamente el ánimo fue el deslucimiento que se le se-
guía a la nación italiana, que, dado que esta mancha (pues la culpa no puede
91
Ver Verdonk 1980, 68 et ss. para una discusión sobre el origen francés (en Flandes) de la
voz burgués.
294 Las Guerras de los Estados Bajos
92
En la edición de 1635 se especifica más: «Y uno en el villaje de Terheldren, hacia Holanda,
que con trecientos valones se encomendó al capitán Antonio Grobendonck».
93
En el sentido de interpresa, «empresa» («acometimiento», «propósito» < entreprendre, fr.). La
voz es una hápax en Coloma (y Calderón), y como tal (y préstamo del francés, en Flandes)
la estudia Verdonk 1980, 89 et ss.
94
Del francés, en el sentido de «petardo», tubo relleno de pólvora.
296 Las Guerras de los Estados Bajos
95
En el sentido de «persona nombrada para liquidar una cuenta» (DRAE), o «contable».
96
Se entiende como lugar lleno de inmundicia y mal olor o «cavidad inferior de la nave, que
está sobre la quilla y en la que se reúnen las aguas que, de diferentes procedencias, se filtran
por los costados y cubierta del buque, de donde son expulsadas después por las bombas»
(DRAE).
97
Don Juan de Idiáquez y Olazábal, 1540-1614. Para su figura como embajador y consejero
de Felipe II, ver Pérez Mínguez. Para un perfil biográfico de padre e hijo, ver Alzugaray et
al. 106-7.
Las Guerras de los Estados Bajos 299
de las que dos años antes había traído don Antonio de Zúñiga, que también
habían estado alojados hasta entonces, añadiendo a todas estas las de Esteban
de Legorreta, Patricio Antolínez y Luis Macián, de las de la armada, formó un
tercio de veinte y una banderas, de que hizo maestro de campo a don Alonso,
dándole por sargento mayor a Simón de Itúrbide, que pasó con su compañía
de arcabuceros del tercio de don Antonio al suyo. Llegó a tener este tercio al pie
de dos mil hombres, a quien se mandó seguir la misma derrota que el de don
Antonio, y juntos entraron en Francia con los demás, como veremos luego. El
tercio de don Francisco de Bobadilla, gobernado (como se ha dicho) por Ma-
nuel de Vega, mandó el duque ir a Frisa, y al conde Carlos de Mansfelt pasar
la Mosa con algunos regimientos de naciones. Quedábanle encomendadas al
conde las armas en los Países Bajos, mientras los gobernaba su padre en ausen-
cia del duque; el cual dejó orden que procurase no traer a Brabante el tercio de
don Francisco, ni le alojase en tierras cercadas, medroso de que había de querer
seguir el ejemplo de los demás, que se temía con tanta mayor causa, cuanto eran
más los soldados que voluntariamente se habían ido a él del tercio viejo, en odio
de los del de don Juan por ocasión de la resistencia que les hicieron la noche de
la isla de Bomel, y presto veremos del inconviniente que fue no obedecer el de
Mansfelt a esta prevención tan antevista por el duque.
Pendía la suma de las cosas de la cristiandad del suceso de las de [74]
Francia, donde tenían puestos los ojos todos los reyes y potentados, y muchos
dellos sus fuerzas. Súpose en principio deste año en Francia que venía en
calidad de legado a latere el cardenal Gaetano, a quien hizo saber el príncipe
de Béarne por indirectas que, si venía derecho a él, le trataría como era justo,
y, si no, como a enemigo; pero desengañóse presto viendo que con gruesa
escolta que se le dio de gente de la Liga entró en París, adonde consoló con su
presencia los ánimos de todos los católicos, y en particular a don Bernardino
de Mendoza98, embajador del rey, a cuyo servicio atendía todo lo que se pue-
98
Ver mi introducción en Cortijo & Gómez Moreno, donde me explayo por extenso en la
descripción de la embajada de don Bernardino en París y en su actuación durante los sucesos
bélicos de la Liga. La historiografía contemporánea y posterior le juzga, además de fiel y leal
servidor de los intereses de Felipe II y España, como responsable de ejecutar la política es-
pañola de relación con la Liga, del desembolso de dinero a los Guisa, así como de organizar
una compleja red de espionaje político (desde París) que llegaba a Roma, Venecia, Francia,
Holanda e Inglaterra. En cualquier caso fue el centro en torno al cual giraban las maniobras
de la política hispana con relación a Francia y Holanda hasta su salida de París, casi ciego,
tras de haber ayudado a la población más necesitada en las penurias del asedio y carestía de
víveres. Aunque la historiografía inglesa ha solido ver en él un ejemplo de la intransigencia e
intolerancia españolas, un juicio menos partidista debe verle como modelo prototípico del
súbdito fiel a su monarca, cuya conducta estuvo motivada por fuertes convicciones persona-
les. En cualquier caso no hizo nada que difiera de la conducta de los validos y ministros de
Isabel I, o de los Orange, Nassau y monarcas franceses. Sobre los sucesos del asedio de París,
ver el clásico trabajo de Suárez Inclán, así como Jensen y las interpretaciones de Kamen.
300 Las Guerras de los Estados Bajos
99
Para las relaciones de la Santa Sede con los problemas de Flandes, ver Meester.
Las Guerras de los Estados Bajos 301
el camino que le habían vuelto a recuperar, con gran valor de los roaneses, de-
gollando a los hugonotes, y a su capitán con ellos, y ahorcando el otro día los
que se tomaron vivos. Dejó con esto el camino de Roán y, rehusando el vol-
verse a ver con el enemigo hasta tener consigo las tropas que esperaba del País
Bajo, a cargo del conde de Égmont, marchó dos jornadas en busca suya.
Mientras sucedían estas cosas en Francia, el duque de Parma, que por
órdenes apretadas del rey atendía a socorrer las cosas de la Liga, después de
haber enviado al comendador Juan Moreo con gruesas sumas de dineros y
algunas reclutas de alemanes a París, que se agregaron al regimiento del conde
de Colalto, envió también al conde de Égmont con tres compañías de hom-
bres de armas (la suya, la del príncipe de Simaý y la del duque de Arscot), tres
compañías de lanzas españolas (la de don Juan de Córdoba, que las goberna-
ba, al de don Alonso de Idiáquez, gobernada por el teniente Ramada, [76] y
la de don Pedro Moreo), dos compañías de arcabuceros a caballo de la Escola
y la Bicha, a orden también de don Juan de Córdoba, y las dos cornetas de
reitres que llevaba a su cargo Cristiano de Brunzvicq (toda esta gente podía
llegar al número de novecientos caballos). Fue gran yerro no arrojar siquiera
también dos o tres regimientos de valones de los que tenía monsieur de la
Mota en la frontera, como se verá en el discurso de la batalla de Ibrí. Deseó
pasar la Sena el príncipe de Béarne y verse en el campo de la Liga antes que se
juntase con él el de Égmont; pero, desconfiado de alcanzarle y sabiendo que
el mariscal de Birón estaba todavía hecho fuerte con su gente en un torreón
de la villa de Dreux, determinó de ir a acabar aquella empresa antes que se lo
pudiese defender el enemigo100. Y, llegado a la improvista, ganó y quemó los
burgos, arrimándosele con trincheras y plantando una batería de ocho piezas.
El duque de Humena, unido ya con el de Égmont, sabiendo el peligro en que
estaba aquella plaza, determinó socorrerla o dar la batalla al de Navarra. Con
esta resolución pasó la Sena por Manta, villa colegada. El mariscal de Au-
mont, que estaba alojado junto al riachuelo Deure, fue el primero que, sabida
la derrota del ejército de la Liga, dio aviso al de Béarne della, advirtiéndole
que venía el duque con determinación de darle la batalla. Envió el príncipe
de Béarne varios mensajeros a toda diligencia a los presidios y provincias
cirunvecinas para que al punto viniesen para él todas las tropas de caballos y
nobleza que fuese posible. Y, conociéndose inferior sin este socorro, tomó un
puesto fuerte junto a Neoncourt, donde se detuvo todo el día de los 22 de
marzo. Reconocido este puesto por el mariscal de la Chartra, volvió a avisar
al duque de Humena, que al punto se resolvió de acometer al enemigo en
100
Pueden leerse las cartas y correspondencia de Birón en The letters and documents of Ar-
mand de Gontaut, baron de Biron, marshal of France (1524-1592), Collected by the late
Sidney Hellman Ehrman, M.A. With an introduction by James Westfall Thompson, 2
vols. (Berkeley: University of California Press, 1936).
302 Las Guerras de los Estados Bajos
101
En el sentido clásico de Cornu para referirse a un ala de la caballería.
Las Guerras de los Estados Bajos 303
102
«Pieza de artillería, larga y de poco calibre» (DRAE). La artillería fue ganando en impor-
tancia en el transcurso de la segunda mitad del siglo XVI, con sacres, cañones, culebrinas,
falconetes, pedreros, etc.
304 Las Guerras de los Estados Bajos
103
«Ante los ojos», «a la vista».
Las Guerras de los Estados Bajos 305
otras ciudades. Mucha causa desto fue la piedad, por ventura excesiva, de las
cabezas que gobernaban en París, siendo así que todas las virtudes praticadas
inmoderadamente hacen de ordinario contrarios efetos del que se pretende.
En vez de echar del lugar las bocas inútiles, recogieron más de treinta mil
villanos de las aldeas circunvecinas, que los realistas hicieron encerrar dentro
para aumentar el hambre. Ayudó mucho a remediar este trabajo y a hacer-
le soportable la mucha caridad del legado Gaetano, que hizo batir moneda
de toda su vajilla para sólo subvenir a los más necesitados; y del embajador
don Bernardino de Mendoza se supo que destribuía cada día cien escudos de
sólo pan entre la gente más miserable, cosa que le hizo odioso a muchos de
los poderosos, atribuyendo aquella liberalidad a deseo de fomentar la guerra
hasta que su rey se hiciese rey de Francia104. Que no es cosa nueva calumniar
las mejores acciones, atribuyéndoles viciosas causas, cuando falta ocasión de
poderlo hacer por sus efetos.
Tenía sitiada también días había el príncipe de Béarne a San Dionís, villa
nobilísima por el enterramiento de más de treinta reyes de Francia, no poco
fuerte por su sitio pantanoso, la cual, afligida de el hambre, se le rindió a los 9
de julio, que fue gran pérdida en aquella ocasión por la comodidad que daba
para desde ella meter el socorro en París, de donde dista dos leguas, y por ser
al fin lugar adonde suelen coronarse los reyes franceses, suceso que comenzó
a dar mal agüero a los profesores de tales novedades, pareciéndoles que iba
Dios apercibiendo el lugar en donde había de ser coronado Enrique. Pero lo
más cierto sería que por ventura, por los ruegos de aquel santo apóstol de la
Galia, apercebía aquella su iglesia para que en ella abjurase el mismo Enrique
los errores de Calvino y comenzase a reducirse el gremio de la Iglesia Católica,
como lo hizo con singular beneficio de la cristiandad.
Algunos días después de rendido San Dionís emprendió su recuperación
el caballero de Aumale y, llegando dos horas antes del día desde la villa de
Pontoisa, con dos mil infantes y trecientos caballos, [83] apercibido de petar-
dos, escalas y otros pertrechos, roto el primer rastrillo de una puerta y volado
el puente levadizo, comenzó a entrar la gente católica con furia de vencedores.
Mas no cayendo en hacer escuadrón en la plaza y asegurar la puerta, que debe
ser el principal cuidado en empresas deste género, cargando la guarnición de
franceses e ingleses, que estaba dentro, hallando a los católicos desmandados,
los volvieron a echar fuera con muerte de más de ducientos, y entre ellos el
proprio caballero de Aumale, que cayó atravesado de un arcabuzazo mientras
con la espada en la mano volvía segunda vez a cargar a los enemigos. Fue su
muerte sentida por todos los católicos, y en particular del duque de Aumale,
su hermano, al igual que el infeliz suceso de aquella empresa, por ser persona
de singular valor y conocidas esperanzas.
El suceso llegaría a hacerse antológico. Ver Cortijo & Gómez Moreno, Introducción.
104
Las Guerras de los Estados Bajos 307
dél en nombre del rey su señor, sino por socorrer a la causa católica y librar a
los amigos y confederados de Su Majestad de la violencia y opresión herética,
y que en prosecución de este intento no rehusaría el aventurar aquel ejército
ni su propia vida, siendo tal la voluntad de quien se lo podía mandar, como
verdadero celador de la honra de Dios y amparo de la cristiandad. Tratóse
después del modo de socorrer a París y aprobose el consejo de abrirle el paso a
las vituallas, tomando los lugares y puestos que lo impedían, y desde luego se
comenzó a poner en orden todo lo necesario, tanto para [85] esta expedición
como para el alimento de los sitiados, cuyas miserias no se ignoraban.
Murió en Miaux a los 30 de agosto el comendador Juan Moreo, hombre
de ingenio pronto y artificioso, que de moderados principios de un pobre ca-
ballero de Malta llegó a ser primer móvil de las furiosas guerras que abrasaron
tantos años a Francia, excesivo gastador de la hacienda del rey y atrevidísimo
comprador de voluntades. Éste ganó la del duque de Guisa de manera que le
hizo español de corazón y le confirmó en el aborrecimiento contra los herejes
y sus fautores, sin excepción de persona, tan a la descubierta, que le costó la
vida. A él se dijo que le costó la suya lo que escribió al rey contra el duque de
Parma; murió casi al improviso, después de cierto banquete que ocasionó esta
fama y en el que le trazó no menos infamia que acrecentamiento.
En sabiendo Enrique, príncipe de Béarne, la llegada del duque de Parma
a Miaux, comenzó a dudar del buen suceso de aquella empresa, habiéndose
persuadido siempre a que no se resolviera en desamparar los Países Bajos,
dejándolos casi desiertos y sin defensa, y que, cuando, contra toda razón de
estado, quisiere arriscarse a entrar en reino ajeno, adonde forzosamente a lar-
go andar había de tener hasta las piedras por enemigas, no sería tan presto que
no hubiese él apoderádose antes de París. Pero engañóse y conoció, aunque
tarde, la flaqueza de los discursos humanos, y que hasta los bien fundados y
conforme a razón (como lo fueron éstos) pueden admitir engaño: raras veces
en lo por venir puede hacer la prudencia más que prevenirse, resuelta en irse
aconsejando con los sucesos. Puso la mira en remediar sus cosas, tentando
ciertos acuerdos con los de París, intentados algunos meses antes en vano,
pero halló que acordaba tarde, habiendo ya llegado las cosas a términos que
era forzoso levantar el sitio o pelear. Así suelen salir inútiles algunos remedios
reservados demasiadamente para la postre; mas ¿cuándo fue fácil conocer la
calidad de las esperanzas y desengañarse a tiempo?
Resolvieron, pues, los duques de sitiar la villa de Lañí para comenzar a
abrir el paso a las vituallas de París por lo más cercano (está Lañí en la siniestra
ribera del río Marna, en el país de Bría, tres leguas [86] más abajo de Miaux
y siete antes de París); y a este efeto pasó la mitad del ejército de Condet en
la Bría, donde estaba alojado todo, y ocupó los puestos por las espaldas de la
dicha villa, y por cabeza dél monsieur de la Mota; el duque, con casi toda la
caballería y buen golpe de infantería, se alojó en frente de Lañí, solamente el
Las Guerras de los Estados Bajos 309
río en medio, y, haciendo dos puentes de barcas105, uno más arriba y otro más
abajo de la villa, quedó ceñida del todo, y por los puentes se daban la mano
los dos ejércitos y se socorrían con facilidad y presteza. Fortificó el duque su
plaza de armas, a tiro de cañón de la villa, con capacidad para encerrar dentro
de las trincheras y reductos todo el ejército, por si acaso se resolvía Enrique en
buscarle en su alojamiento. El cual, tras largas consultas sobre si debía perse-
verar en el sitio de París o ir a buscar al enemigo con todas sus fuerzas, resolvió
lo postrero, considerando que la empresa de París pedía más tiempo y fuerzas;
y, no habiendo de conseguirla, era reputación y necesidad oponerse al duque,
sin que pudiera parecer mal levantar el sitio para mayor efeto. Hízolo a la una
después de media noche, a los 29 de agosto; y, recogiendo toda la gente que
pudo en el llano de Bondí, una legua de la ciudad, se halló en siendo de día
con cinco mil caballos, la mayor parte gente noble, y cerca de diez y ocho
mil infantes esguízaros, franceses, alemanes, ingleses y holandeses. Entre los
principales condutores de ejército se hallaron con él los marichales de Birón
y Aumont, el duque de Bullón, el señor de Chatillón, el de la Núa, Gibrí,
Laberdín, Glisí, general de la artillería, Montiñí y otros. De príncipes de la
sangre, el príncipe de Conti y el conde de Suasón, su hermano, el duque de
Monpensier y el de Longabila, el conde de Sampol, el duque de Nevérs, de
casa Gonzaga, aunque casado con princesa de la de Clèves, y otros muchos
príncipes y señores de cuenta. De tan floridos ejércitos, guiados por los más
diestros y experimentados capitanes de Europa, se esperaba generalmente un
famoso encuentro digno de tales cabezas, y parecía que el príncipe de Béar-
ne tenía fundada en esto toda su esperanza, enviando (como envió muchas
veces) a ofrecer la batalla al duque de Parma. El cual, juzgando que quien
aventura poco puede arriscarlo en muchas ocasiones, y el [87] que mucho,
debe aguardar el echar el resto (por lo menos a cuando se ofrezca alguna tan
aventajada que disculpe el ruin suceso, puesto que no le vemos acompañar
menos veces a las temerarias que a las prudentes resoluciones), respondió a un
trompeta del de Béarne, que, habiendo venido a ciertos rescates, se adelantó
a tratar con el duque esta materia de parte de su rey, que le dijese de la suya
que no acostumbraba a dar batallas a gusto de sus enemigos, sino al suyo. Y
con cierto prisionero, persona grave, que –apuntándole lo mismo- le dio la
libertad, le envió a decir estas palabras: «Decid al príncipe de Béarne que yo
he venido a Francia con este ejército que veis sólo para librarla, si puedo, de
la opresión herética que padece; en cuya ejecución, siguiendo la voluntad del
105
La construcción de puentes sobre barcas fue extremadamente abundante en las campañas
de Flandes. Así, en el relato de don Bernardino de Mendoza (Cortijo & Gómez Moreno
eds.) aparecen un puente sobre pipas (177v), un puente de barcas (199v), otro puente de
barcas (217r), un puente sobre barriles (217v), un puente de barcas (233v), otro puente
de barcas (270r), etc.
310 Las Guerras de los Estados Bajos
106
Fagina. «Hacecillo pequeño de ramas delgadas o brozas, las cuales sirven, mezcladas con
tierra, para hazer aproches y también para cegar los fosos y otras cosas» (Dicc. Aut.). Aquí
se usan para hacer un declive inclinado o «terraplén».
107
Los dragones eran soldados que, desde mediados del siglo XVI hasta principios del XIX,
combatían como caballería (generalmente al ataque) y también como infantería (gene-
ralmente a la defensiva), teniendo como antecedente al dímaco macedonio. En 1554 el
mariscal de Francia, Carlos I de Cossé-Brissac, creó un cuerpo de arcabuceros que comba-
tían a pie y se desplazaban a caballo para servir en el ejército del Piamonte. En esta época
se comienza a usar el nombre de dragón, que algunos piensan se refiere al nombre de un
estandarte, mientras otros creen que se refiere a un tipo de mosquete.
312 Las Guerras de los Estados Bajos
108
La primera década de las campañas de Flandes son testigo del uso frecuente de los puentes
de barcas, necesarios en una región de abundantes ríos y canales. Ver los Comentarios de
don Bernardino de Mendoza y la nota 105.
Las Guerras de los Estados Bajos 313
109
1548-1617, jesuíta, Doctor Eximius et Pius, considerado el mayor teólogo y filósofo exis-
tente mientras vivió. Entre sus obras destacan las de metafísica y teología (Disputationes
metaphysicae) y sus trabajos sobre derecho internacional y relación Estado/Iglesia. Pablo V
le invitó a refutar los errores de Jacobo I, monarca inglés y escocés.
110
«Proyectil de guerra, a modo de granada» (DRAE).
314 Las Guerras de los Estados Bajos
batalla, pues por entonces parecía que estaban ya cerrados ambos caminos.
Y así, retiniendo consigo a los señores de Chastillón, Birón y Tramulla con
su gente y cuatro mil esguízaros, todos los demás se volvieron a sus casas y la
gente pagada se alojó en las villas de su devoción, las más cercanas al campo
católico que fue posible, y él puso su corte en Sanlís, ciudad fuerte entre París
y Compiegne, alojando el mayor golpe de caballería con que pudo quedarse
a sus espaldas en villajes, para tenerla pronta por si se ofrecía ocasión de hacer
alguna buena suerte con el campo católico.
Levantó el duque de Parma su campo de junto a Lañí a 22 de setiembre y
a los 24 llegó sobre la villa de Corbell, plaza fuerte y bien guardada, y, yendo
a reconocer su disposición el marqués de Rentí, quedó herido de un arcabuza-
zo, aunque levemente, y poco después de otro en un muslo el veedor general
Juan Baptista de Tassis, y en una pierna el conde Octavio de Mansfelt. Está
Corbell, como dicho es, en el ángulo que hace el río Esona para desaguar en
la Sena; y así, el un río le cubre por poniente, donde confina con el país de
Chatres, y el otro por levante, hacia la Bría; y para asigurarla del todo se había
sacado un foso de río a río por la parte del mediodía.
Es Corbell111 casi de forma triangular y está aislada en la manera dicha.
Fuera fortísima plaza, si no la sojuzgaran dos montañuelas, de suerte que
desde ellas se pueden batir en ruina todas las casas, aunque la que está por
mediodía no es tan dañosa (por estar más lejos) como la que se levanta por
el oriente en la diestra del río Sena. Al pie de esta eminencia hay un burgo
de cantidad de casas y desde él se pasa a la villa por un puente, en cuya ex-
tremidad, de la parte del burgo, hay un castillo no muy fuerte, de que se
apoderó brevemente el duque, después de alojado en el burgo, que también se
ganó con facilidad. Resolvióse en consejo de batir la villa por junto al ángulo
que mira al [93] oriente, habiendo experimentado muchas veces el duque de
Parma que los lugares asegurados con la profundidad de los ríos o con su an-
chura suelen fortificarse menos que los otros y así fácilmente ceden a la furia
de los cañones y, cayendo con facilidad las murallas, se da seguro tránsito al
asalto, pasando en barcas o en puentes, que suelen echarse a este propósito.
Dificultaba este pensamiento una torre, que podía ser través a la batería; mas,
minada por los oficiales de monsieur de la Mota, la desampararon los defen-
sores antes que la mina pudiese hacer efeto. Comenzáronse tras esto a batir
las defensas con cinco cañones puestos en la diestra orilla de la Sena y con
111
Corbeil (Corbeil-Essones en la actualidad) había sido tomada por los hugonotes en 1562,
durante la primera guerra civil (o guerras de religion entre hugonotes y católicos). En 1590
Alejandro Farnese llegó con el ejército en ayuda de la población católica. La ciudad había
entrado en la órbita de la historia española cuando en 1258 se firmó el llamado Tratado
de Corbeil entre la Corona de Francia y la de Aragón. Esta descripción de Corbell entre
dentro del preceptivo de situ civitatum.
Las Guerras de los Estados Bajos 315
112
«Pieza de artillería, larga y de poco calibre» (DRAE).
113
O «padrastro». Se entiende un punto dominante en la cercanía de un castillo desde el que
se le podía combatir con ventaja. Aunque para el emplazamiento de un castillo se intentaba
escoger un punto preponderante sobre su entorno, muchas veces otros factores predomi-
naban para la selección de ese lugar, como por ejemplo, la facilidad de comunicaciones, el
fácil acceso al agua, etc. En estos casos una cota de terreno superior a la del castillo suponía
convertirse en un padrastro porque desde ella se podía hostigar con ventaja al castillo, sobre
todo cuando las armas evolucionaron con el avance de la artillería. Para la terminología
sobre castillos y defensas, consúltese http://www.naturayeducacion.com/castillos/glosario/
glosario.asp?letra=p&tipo.
114
La edición de 1635 añade el nombre del nuevo Papa, el «cardenal Esfondato, que tomó
el nombre de Gregorio XIV», que sucedió a Urbano VII. Sobre los hechos de San Pol ver
La Deffaite des trouppes huguenottes et politiques, en Champagne; par le Sieur de Sainct-Paul.
Ensemble la prise de Bisseul; & la honteuse retraite du Baron de Thermes (París: D. Millot,
1589).
316 Las Guerras de los Estados Bajos
115
«Faroles de alumbrar» (DRAE).
116
Se trata de Sebastiaan Tapijn (Sebastien Tafin) que comandó la construcción de las defensas
de Maastricht cuando su toma por las tropas de Alejandro Farnesio (1579) mediante la
estrategia de la circunvalación.
117
«Camarada» es «conjunto de piezas de artillería» o «fortificación para poner a cubierto
piezas de artillería» (DRAE).
118
A la deshilada. «Frase adverbial con que se significa el modo de marchar sin orden, con
alguna aparente disimulación, como quien lleva fin distinto del que parece» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 317
119
Se añade en la edición de 1635: «Aunque detenidos los soldados por los capitanes Simón
Antúnez y don Diego de Medina Carranza, y, no pudiéndoles detener, fue forzoso arre-
meter con ellos don Diego de Medina, que fue de los primeros, y a su lado el sargento
Pedrasa y Alejandro de Cartellà, barón de Folgóns, y luego Simón Antúnez, Jusepe Ponce
de Monclar, don Gaspar de Lupián, el alférez Juan López de Teruel, con las demás picas,
hallando a monsieur de Rigo defendiendo con los suyos la batería, que en ella murieron
peleando como valientes soldados».
318 Las Guerras de los Estados Bajos
y, habiendo estado allí dos días, volvió al ejército junto a Corbell, con el cual,
pasando la Marna por Meaux, tomó la derrota del País Bajo a pequeñas jor-
nadas, habiendo enviado antes a monsieur de la Chartra con cuatro mil hom-
bres a traer cuatro mil carros de vituallas desde Orliéns a París, que se hizo
con felicidad. Quedaron de guarnición en París, fuera de los alemanes viejos
del conde de Colalto, el tercio de napolitanos de Pedro Gaetano, gobernado
por don Alejandro de Limonti, las dos compañías españolas de los capitanes
Esteban de Legorreta y Diego de Rojas y algunas de valones, que toda junta
esta infantería podía hacer el número de tres mil infantes. Volvióse el duque
de Nemúrs a su gobierno de León y el de París quedó encomendado al conde
de Belín, caballero gascón, muy confidente del duque de Humena y persona
de traza para conservar los ánimos del pueblo en su constancia, puesto que los
realistas la llamaban obstinación.
En Corbell quedaron trecientos franceses, fuera de ducientos alemanes del
regimiento nuevo del conde de Colalto, y no muchos días después, estando el
duque de Parma en Suasón, de vuelta para los Países Bajos, tuvo aviso de que,
saliendo de Melon el señor de Chastillón con tres mil infantes juntados de
los países vecinos, se había apoderado de Corbell por inteligencia, suceso que
le entristeció, más por haberla él ganado y deseado en vano meter guarnición
[97] española, que porque, después de socorrida París tan aventajadamente de
vituallas, fuese aquella plaza de importancia alguna.
Partió el duque de Parma de Meaux, la vuelta del País Bajo, a los 23 de no-
viembre. Avisado dello el príncipe de Béarne, con dos mil y quinientos caballos
(muchos de los cuales tenía juntos alrededor de Sanlís para este efeto) y otros
que le llegaron de los presidios y provincias sus devotas, se puso en campaña
con deseo de hacer alguna suerte en la retaguardia católica, o por lo menos ga-
nar reputación con decir que echaba de su tierra a los españoles, fiado tanto más
en la gente noble que le seguía cuanto por la división que se había hecho de las
fuerzas católicas, enviando muchas a sus presidios y alojamientos, había venido
a quedar el campo más débil de lo que por ventura fuera razón.
Alojó el duque su campo la noche de los 25 de noviembre en Fema y, al
desalojar el día siguiente (después de haber pasado la vanguardia -y aun la
batalla- el río que pasa por Pontarsí), se presentó el rey de Navarra a la reta-
guardia con doce tropas de caballos; llevábala don Antonio de Zúñiga con su
tercio y dos regimientos de valones, el cual, acabando de pasar el río, formó su
escuadrón en una ladera y al momento arrojó algunas mangas de mosquetería
que defendiesen el paso a la caballería enemiga, que con su acostumbrada
presteza venía cargando, y con la misma pasaron el vado algunas tropas de
caballos, con quien comenzó a escaramuzar la infantería de la retaguardia.
Acudió al arma el duque con toda la caballería del País Bajo, y la mayor parte
de la francesa con el duque de Humena; y viendo el de Béarne lo poco que
podía ganar con caballería sola, comenzó a retirar sus tropas la vuelta de Lon-
Las Guerras de los Estados Bajos 319
gueval, dejando a los vados al pie de trecientos dragones, que, apeados de sus
rocines, defendían el paso a la caballería católica, más para dar lugar a que se
retirase la suya que para conseguir otro intento. Viose que anduvo mezclado
entre ellos el proprio rey, hasta que, comenzados a degollar los dragones o
argolets120, como los llaman algunos, que al fin se degollaron todos, hubo de
tomar la carga como los demás. No le pareció al duque desabrigarse mucho
de su infantería y así pudo retirarse el príncipe de Béarne sin más daño que
[98] la dicha pérdida, no sin alguna reputación.
Alojó aquella noche el duque en campaña y al desalojar del día siguiente
se tocó un arma tan viva, que se creyó tener ya otra vez al enemigo en la
retaguardia; tocábale la vanguardia de las lanzas aquel día a don Fadrique
del Águila y, queriendo favorecer el duque a Apio Conti, capitán de lanzas
italianas (otros dicen que mal informado del comisario general, Jorge Basta,
que gobernaba la caballería), encomendó la vanguardia al Conti. Sintióse don
Fadrique, no sin causa, y era de condición tal altiva, que se atrevió a resentirse
él más libremente de lo que se permite entre un capitán y su general. Díjole
que no estaba acostumbrado de sufrir agravios de nadie; puso mano a la espa-
da el duque y don Fadrique se le quitó de delante, como era justo. Proveyóse
al punto su compañía en don Alonso de Lerma, natural de Burgos, soldado
muy viejo, de mucha experiencia, valor y solicitud; elección que no pareció
haber sido hecha con cólera, sino muy sobre pensado.
Esta arma falsa fue la postrera que tuvo el ejército católico hasta el día de
los 30 de noviembre, que, reforzado de nuevas tropas Enrique, quiso tentar
otra vez la Fortuna, procurando picar en la retarguardia, corrido de que el
duque volviese vencedor y sin daño alguno; pero, hallándola más fuerte de
caballería y infantería de lo que pensaba, se hubo de retirar también, desespe-
rado de buen efeto, sacando el barón de Birón una herida en un brazo, mien-
tras le daba una buena carga nuestra arcabucería de a caballo, y en particular
las compañías de los señores de Maldeguen y Moude. Llegó aquella noche el
duque a Guisa; después por Landresí entró en el país de Henau, hasta don-
de llevó consigo las compañías de caballos italianos, que llamaban las otras
naciones las favorecidas, que eran las dos de su guardia, la de Mario Farnese,
conde Nicoló Cesiss, Apio Conti y Blas Capizuca; y de allí se fueron a sus
alojamientos en Brabante, Limburg y Lieja. Toda la demás gente de a pie y a
caballo quedó alojada en Francia, alrededor de Rens, en Champaña, a cargo
del duque de Humena; monsieur de Rona por maestro de campo general, la
caballería con su comisario general Jorge Basta y la artillería a cargo de te-
nientes; el tercio de don Antonio de Zúñiga se alojó en [99] Bellí y el de don
Alonso de Idiáquez en Brena; el de Capizuca y los regimientos de alemanes
120
Argolet se define como «light horseman; a body of them were called argoletiers» (A Dictio-
nary of Archaic).
320 Las Guerras de los Estados Bajos
faltando muchos que le ayudasen, por lo mal que querían al maestre de campo;
tanto, que, cuando este tercio se amotinó, le hubo de proveer Su Majestad en
otra parte a instancia dellos mismos. Cosa de ruin consecuencia y disciplina;
pero la conveniencia de concluir con aquella alteración y lo mal que se pueden
gobernar la fuerza y la pasión cuando se juntan, hizo ceder a la necesidad por
entonces, eligiendo el [102] que parecía menor inconviniente; que, si bien es
regla de prudencia hacerlo así, puesto que ha de ser a más no poder, hay tanta
dificultad en conocer esta imposibilidad, como peligro en dejarse llevar de algu-
nos afectos que la muestran antes de tiempo. Probó el sargento mayor su ino-
cencia y salió libre dello, y, llegando a padecer este tercio demasiadamente (por
no haber ya medios para sustentalle), se comenzó a solicitar de parte del maese
de campo y capitanes con el conde de Mansfelt, que gobernaba en ausencia del
duque de Parma, su vuelta a Brabante. Concediólo el de Mansfelt, ordenando
antes al coronel Verdugo fuese con él a ganar un castillo que los enemigos ha-
bían tomado en el país de Rinchenclusen, jurisdición del arzobispado de Colo-
nia, y que de allí fuese a verse con él a Bruselas. Fue Verdugo donde se le man-
daba y, sabiéndolo los del castillo, se concertaron con los del elector, con lo cual,
llegando allí y no hallando a nadie de parte del elector que diese asistencia ni
vituallas, pasó el Rin y fue a Bruselas, y allí advirtió al conde de Mansfelt en
consejo del estado en que dejaba su provincia, las inteligencias que en ella tenía
el enemigo, la poca seguridad de algunos que tenían a mano en el gobierno y la
sustancia de las fuerzas militares con que se defendía. Advirtió principalmente
el estado de la villa de Groninguen, en que había muchos de conocida infideli-
dad y, entre ellos, algunos del magistrado, ofreciéndose a probarlo con algunos
de los fieles y bien intencionados de la villa; oficio que, con haberlo hecho mu-
chas veces, no sólo no le lució, antes bien destos mismos avisos tuvieron muchas
veces noticia los acusados; culpa, sin duda, de la infidelidad de algunos minis-
tros inferiores, por cuya mano es fuerza pasen los negocios más graves, y riesgo
de que es imposible librarse totalmente los superiores más recatados, especial-
mente en las guerras que emprenden vasallos contra su señor. Llegó en esto de
Francia el duque de Parma, con quien hizo el mismo oficio, advirtiéndole espe-
cialmente de que por las villas de Déventer y Zuften podía hacer grandes pro-
gresos, entrando por el país de Utrecht en Holanda, que sería sin duda la cosa
que más sintiesen los enemigos, el verse meter la guerra en sus propias entrañas;
camino el más breve para darle honrado [103] y provechoso fin, pudiéndose
esperar que aquellos pueblos, escarmentados de los daños que en el tiempo
pasado habían sufrido con la guerra, se reducirían a algún buen partido antes
que pasar otra vez por ellos. Y, ya que no pudiesen hacerse tan presto estos efe-
tos, proveyese a lo menos aquellas dos plazas de manera que no se perdiesen
cuando menos lo pensase, pues era de creer que, habiendo tomado los holande-
ses tan a pechos el manejo de la guerra, no se olvidarían de acometer aquellas
dos villas, tan importantes como poco fuertes; consejo que le calificaron bien
Las Guerras de los Estados Bajos 323
presto el tiempo y nuestro descuido por mejor de lo que nadie pensó y que debe
guardarse en la memoria de los que alcanzaren el fin de las treguas, para enca-
minar las cosas por el camino más corto y más seguro. Avisóle también de que
el enemigo se apercibía para acometer dichas plazas y de todo lo que convenía
hacer para resistirle, supuesto que no bastaban todas las fuerzas que por enton-
ces se tenían en Frisa. Ofreció dar el duque en todo la asistencia conveniente y
por buen principio le mandó volver de allí a pocos días sin gente y sin dinero,
habiendo tenido el duque otros avisos conformes a cuanto Verdugo le había
significado. El cual, protestando el daño que haría su vuelta sin el socorro que
con él esperaba aquella soldadesca y los leales (a quien la desconfianza de tener-
le haría por ventura mudar de opinión), obedeció al fin, volviéndose harto
descontento a Zuften; a cuyo gobernador y al conde de Herman, que lo era de
Déventer, envió después el duque algún dinero para avituallar aquellas plazas.
Informóse Verdugo en Zuften del gobernador qué provisión tenía de pólvora;
respondióle que buena, por haber hallado en la casa que era del coronel Tassis
alguna cantidad; ordenóle que con diligencia se proveyese de fagina y cesto-
nes121 y trabajase desde la puerta que llaman del Pescado hasta la del río, que era
por donde le podían hacer más daño, y, sin que él la pidiese, metió dentro una
compañía de infantería más. Dada esta orden, pasó a Déventer y, habiendo
proveído allí algunas cosas, fue a Groninguen, que era la villa de que más duda-
ba. Causó general desconsuelo y desmayo en aquellas plazas su vuelta sin cosa
alguna de las que convenía tener prevenidas para su defensa, como destituídos
de la [104] última esperanza, de que resultó lo que adelante se dirá, causando
cada día mayor admiración el ver que, por acudir el rey a los negocios ajenos,
dejasen él y sus ministros en abandono los proprios, consolándose de perder la
llave y paso seguro de las islas, y con él la esperanza de castigar sus continuados
y perniciosos atrevimientos.
«Cilindro lleno de tierra para defenderse de los tiros» (DRAE). Para muchos de los términos
121
militares, referimos a González Ollé, donde se hace catálogo y estudio de los mismos, por
arcaicos o por poco documentados o de etimología incierta en los diccionarios al uso. Ver
también el crucial Vidos, donde se lee: «Dado que en los Países Bajos, en los siglos XVI y
XVII, bajo la soberanía española, el castellano era de uso corriente junto al francés (valón)
y al holandés (flamenco), […] las palabras holandesas (flamencas) presentes asimismo en
el francés [unas 800] pudieron llegar al español procedentes de éste y no directamente del
holandés. Por lo tanto, el que una palabra española conste en un documento de la época
de las guerras de Flandes o en una crónica de las mismas, no es suficiente para afirmar que
haya pasado al español directamente del holandés, por existir dicha palabra de antiguo, o
al mismo tiempo también en el francés» (236).
324 Las Guerras de los Estados Bajos
122
Argumento: Amotínase el tercio de Manuel de Vega y págase. Toma el príncipe de Béarne a
Chartres. Toma el duque de Humena a San Lamberto y a Chateotirí por asalto. Va a París y
encomienda su ejército al príncipe de Ásculi. Gana el príncipe de Chateo du Mont a Mon-
cornet y después a Verbí. Llega a París el nuncio Landriano. Efetos de su llegada. Editos del
rey y de algunas villas contra el pontífice y nuncio. Gana el rey a Noyón por asalto. Pónese
sobre Ruán. Gana Mauricio a Zuften y a Déventer. Toma a Vuede y restáurala Verdugo.
Entra el duque de Parma en la isla de Bura y retírase después a Aspa. Gana Mauricio a
Hulst. Quémale Mondragón algunos bajeles. Vuelve el duque a Bruselas. Apresúrase para ir
a Francia. Dásele la Fera para su refugio. Apodérase Mauricio de Nimega por estratagema.
Las Guerras de los Estados Bajos 325
Ver Blaes ed. para las memorias sobre dicho personaje, y Diegerick para su correspondencia.
123
326 Las Guerras de los Estados Bajos
124
Como cargo de «inspector» o «supervisor».
125
Para los últimos años de la vida de don Bernardino, en Madrid, ver el último capítulo de la
Introducción en Cortijo & Gómez Moreno.
126
Estas relaciones pueden referirse a numerosas obras. Señalemos algunas de ellas: Pedro Cor-
nejo, Compendio de la Liga francesa con las cosas acontencidas desde 1585 hasta 1590 (Bru-
selas, 1591); Antonio de Herrera, Historia de los sucesos de Francia desde 1585 hasta 1594
(Madrid, 1598); Antoine Arnauld, Anti-Espagnol: autrement les Philippiques d’un Démos-
thenes françois touchant les menées et ruses de Philippe, roi d’Espagne, pour envahir la couronne
de France (s.l., 1590), etc.
Las Guerras de los Estados Bajos 327
por socorro. Fue más pronta la reina, como quien participaba de mayor in-
terés: medida la más cierta con que los príncipes en las necesidades pueden
tantear las [109] esperanzas de ser ayudados de los más amigos, pues sólo lo
son unos de otros cuanto les conviene. Envióle al príncipe, casi en principio
deste año, tres mil ingleses, con que reforzó el campo y entró en esperanzas
de hacer algunos efetos de importancia; atendía entretanto a visitar las plazas
de su devoción, sin apartarse de Picardía ni de la Isla de Francia tanto que
diese ocasión al duque de Humena para tentar alguna cosa de gran impotan-
cia, contentándose con tener sus capitanes por gobernadores en las demás
provincias, las cuales era cierto que habían de seguir la fortuna conforme la
prosperidad o adversidad de los sucesos. En Borgoña tenía al barón de Birón
contra el vizconde de Tavanes, en el Leonés y Delfinado a monsieur de la
Diguiera127, contra los duques de Saboya y de Nemúrs, en Proenza, al duque
de Pernón, contra el mismo duque de Saboya, el Lenguadoca, al condestable
Memoransí, contra el duque de la Joyosa, en Guierna al marichal de Matiñón
contra el señor de N., que tenía, entre otras plazas, a Blaya, a la entrada que
hace a la mar el río Garona; en Bretaña, al duque de Monpensier, contra el de
Mercurio, adonde últimamente envió a monsieur de la Núa, soldado (aunque
hereje) de los más experimentados de Francia, con la nueva que tuvo de la lle-
gada a aquella provincia de don Juan del Águila con tres mil infantes españo-
les, los cuales se habían apoderado del puerto de Blavet y le iban fortificando
para asigurarse por la mar, de suerte que no había palmo de tierra en Francia
que no tuviese dos posesores, uno en nombre del rey y otro de la Liga, roban-
do, matando y abrasando todos con tanta crueldad y aborrecimiento, como
si aquella ira se ejecutara en la nación más enemiga. Tan ciego es el furor y
tanto el que produce la herejía, especialmente la que con nombre de razón
política128 antepone el proprio interés a toda justa y razonable consideración,
127
Célebre se haría más tarde, y celebrado, en E. Aggas, A most excellent exploit perfourmed
by Monsieur de Diguieres... upon the Popes armie... With the taking of Sainct-Esprite, and
the mutiny in Paris. Together with A discourse of the overthrow of the Duke of Savoyes army
defeated by the Lord de Diguieres, in the plaine of Pont-Charra... the eighteenth of September
1591 Printed at Tours by J. Mattayer […] and truely translated into English by Edward
Aggas (London: Printed by J. Wolfe, 1591).
128
Razón política o razón de estado es un término acuñado por Maquiavelo (1513) para refe-
rirse a las medidas de excepción ejercidas por un gobernante para conservar o aumentar
la salud y fuerza de un estado, presuponiendo que dicho estado tiene un valor superior a
otros derechos individuales o colectivos. El tema hará correr ríos de tinta entre los teóricos
políticos de los siglos XVI y XVII. Frente a sus defensores, los detractores solían mencionar
el carácter potencialmente tirano de las medidas tomadas en su nombre. Con este título,
por ejemplo, se conoce el libro de Diego Pérez de Mesa, Política o razón de Estado (L.
Pereña & C. Baciero eds., Madrid: CSIC, 1980). Ver, entre los muchos título los posibles,
Fernández Santamaría y Peña Echeverría (con documentos de la época). Para la teoría
política calvinista, ver el clásico trabajo de Mercier. Para la relación teoría política e historia,
328 Las Guerras de los Estados Bajos
teniendo por honesta toda utilidad, por detestables que sean los medios con
que se adquiere, de que resulta inmediatamente destruirse la fe pública y pri-
vada, y dello todas las disensiones que experimentó este miserable, entonces,
y antes nobilísimo y poderoso reino.
Púsose el príncipe de Béarne, a mediado hebrero, sobre la villa de Chartres
con el mayor golpe de gente que pudo juntar, la cual se [110] defendió más de
dos meses valerosamente, hasta que (desconfiada de socorro por estar el cam-
po de la Liga ocupado en los países de Champaña y Picardía) se rindió con
honestas condiciones a los 24 de abril. Invernaba el ejército católico, como se
ha dicho, entre Suasón y Rens, en Champaña, y (sacando la gente de los alo-
jamientos el duque de Humena por el mes de febrero) tomó a San Lamberto,
plaza de alguna consideración129. Hizo otra salida de más importancia al prin-
cipio de abril, poniéndose sobre Chateotirí, villa situada sobre el río Marna,
siete leguas más arriba de Mizux y plaza importantísima para conservar el do-
minio de los países de champaña y Bría, con quien confina. Juntó el duque de
Humena para este sitio todas sus fuerzas, puesto que por entonces no pasaban
de ocho mil infantes y poco más de mil y quinientos caballos. Había tentado
el duque muchas veces a meter socorro en Chartres y siempre en vano, por la
vigilancia de los realistas; y así, no hallándose con fuerzas bastantes a darles la
batalla y resuelto en no pasar la Sena sino con poder muy aventajado, tentó la
diversión con el sitio de Chateotirí; y prudentemente, pues es sin duda que,
cuando se tienta este camino, no ha de ser, si se puede, no aventurado a ganar
menos que lo que se deja perder, y Chateotirí, considerando el puesto donde
por entonces se hacía la guerra, no era de menos, sino de más importancia
que Chartres. Batióse Chateotirí con nueve cañones y tocóle el abrir las trin-
cheras al tercio de don Antonio de Zúñiga, por entre el castillo y el río, de la
parte del norte. Alojóse el de don Antonio de Idiáquez arrimado al río, hacia
la parte de Miaux, y comenzó también a venirse arrimando con trincheras y
algunas piezas que tiraban a las defensas; gobernaba este tercio (por ausencia
ver Kossmann. Para un sugerente análisis del lenguaje político de la revolución holandesa, ver
Schepper. Dentro de la leyenda negra española, suele tildarse en la Inglaterra protestante
de «maquivélico» a numerosas figuras del mundo político español del momento, como
Bernardino de Mendoza o el conde Gondomar, ambos embajadores en Inglaterra. Léase
por ejemplo el tratadito de Thomas Scott, The Second Part of Vox Populi on Gondomar
appearing in the likeness of Matchiavelli in a Spanish Parliament, wherein are discovered his
treacherous and subtile Practises To the ruine as well of England, as the Netherlands (aparente-
mente traducido del español, Goricom: Ashuerus Janss, 1624).
129
Añade 1635: «Y luego pueso sitio a la villa de Nela y a la misma noche se le plantó la
artillería, valiéndose de una hoya que había junto al foso por trincheras, en la cual cabían
cuatro compañías bien cubiertas del tercio de don Antonio de Zúñiga, y en amaneciendo
empezó a hacerse la batería; la cual hecha, se rindió, saliendo el gobernador con quinientos
soldados que había de guarnición, con banderas, armas y bagaje, dejando en ella el duque
de Humena un buen presidio».
Las Guerras de los Estados Bajos 329
130
Añádese en 1635 que los primeros en arrojarse fueron Alejandro de Cartelà, barón de
Folgons, y un alférez reformado.
131
«Tras éstos los capitanes Simón Antúnez, Fadrique de Villaseca y su sargento Juan de En-
contra; el alférez Morales, Mauricio de Vallseca, Jusepe Ponce de Monclar, el alférez Vi-
llanueva, el sargento Palomo y Castaño, Cristóbal Maldonado, Francisco Castellón, otro
Francisco Castellón, el alférez Pablo Blas; quedando en la batería muertos el alférez Villa-
nueva, el sargento Palomo y Castaño, y heridos Simón Antúnez (de un mosquetazo, pasa-
dos los muslos), el alférez Pablo Blas (de un arcabuzazo, pasada la cabeza desde bajo del ojo
al colodrillo) y Cristóbal Maldonado y Francisco Castellón (de Tarragona)» (1635).
330 Las Guerras de los Estados Bajos
hacer más que quedar los españoles alojados en la muralla, con muerte de
más de ochenta y algunos capitanes de naciones. Salió deste asalto malherido
por el ojo (que le salió al colodrillo) el capitán Villaseca, natural de Perpiñán,
aunque curó después. Rindióse finalmente la villa a los doce días de sitio y
salieron los defensores con sus armas y bagajes. Tentó tras esto el duque de
Humena una empresa de importancia y que pudiera sucedelle bien si no lo
malograra la [111] ignorancia o la infidelidad de las guías y haber querido el
duque dar la vanguardia a gente menos plática de aquel género de fación de
lo que convenía. Supo, pues, el duque que en la ciudad de Compieña no se
estaba con el recato necesario y, partiendo dos horas antes de anochecer de los
cuarteles, caminó con tres mil infantes de todas naciones y seiscientos caballos
sueltos toda la noche; y donde hubiera de llegar una hora por lo menos antes
del día a dar la escalada, por ocasión de cierto rodeo que tomaron las guías (a
lo que se dijo no sin malicia), no se llegó sino al reír del alba. Pretendió don
Antonio de Zúñiga que le diesen parte de las escalas a sus españoles, pero,
teniendo el duque el negocio por hecho y deseando dar aquella honra a la no-
bleza de Francia, que, dejando sus caballos, habían tomado picas y alabardas,
mientras, como poco pláticos, hacían más ruido que efeto, fueron sentidos
por las centinelas y, acudiendo en su socorro no sólo los realistas, pero los afi-
cionados al bando de la Liga (que no eran pocos, aunque en aquella ocasión
no les importaba menos que a los demás el defender sus murallas, pues en
semejantes accidentes suelen llevarse por un rasero amigos y enemigos), de
tal manera pelearon, que, viniendo al suelo los más atrevidos colegados, vino
también la luz del día, que acabó de imposibilitar la empresa.
Había llegado por este tiempo a París monseñor Landriano, nuncio de
Gregorio XIV, cuyos monitorios, publicados por todas las ciudades y villas
católicas, comenzaban a hacer bonísimos efetos, los cuales conminaban nue-
vas censuras a los fautores del príncipe de Béarne si no se apartaban de su
servicio, declarando por legísima, buena y católica la Liga de los príncipes de
aquel reino, por cuyo medio se conservaba también la autoridad pontifical y
la verdad de la Iglesia Romana. Sintió mucho el príncipe de Béarne esta decla-
ración y en cierta junta que tuvo en Manta, presente el cardenal Lenoncurt,
se hizo un edicto, en el cual se ofrecía al rey a hacer toda cortesía al nuncio de
Su Santidad, si iba a él y si a sus enemigos mandaba a [sic] sus súbditos que
no le obedeciesen ni conociesen por más que por persona privada. Pasaron
más adelante los de Chalóns, en Champaña, rompiendo públicamente la bula
apostólica y [113] amenazando con grandes castigos a quien la obedeciese. Y
en otras ciudades se excedió hasta hacer esta ceremonia el proprio verdugo,
con pregones infamatorios no sólo contra el nuncio, pero contra la persona
del Papa. Con esto y con otros nuevos edictos en favor de los hugonotes que
hizo en Turs el de Béarne, animado con otro nuevo socorro de ingleses que
supo haber llegado a Diepa, se puso sobre la ciudad de Noyón, una de las
Las Guerras de los Estados Bajos 331
principales del país que llaman Isla de Francia. Tentó el duque de Humena
muchas veces y por muchas vías el socorro desta plaza tan importante cuanto
digna de funesta memoria por haber sido patria de Juan Calvino, el peor y el
más abominable heresiarca132 de cuantos han procurado contrastar la fe cató-
lica; pero no le pudo dar el que fuera necesario para defenderse largo tiempo.
Defendióse con todo eso el presidio de franceses, que estaba dentro más de
dos meses con tanta constancia, que, después de grandes salidas y muerte
de mucha nobleza realista, tuvieron valor para aguardar tres asaltos, aunque
finalmente hubieron de ceder al cuarto, con muerte y prisión de toda la gente
de guerra colegada, dejando el más seguro y honrado ejemplo de cómo se
debe defender una plaza; que, aunque muchos salen dellas (enteras la honra y
la vida), esótro es lo más asegurado. Deseó el duque de Humena socorrer esta
plaza a viva fuerza; pero, siendo por entonces mucho mayores las del enemigo
(hallándose en sitio fuerte) y su plaza de armas muy fortificada, no se tuvo
por sano consejo el acometerle desaventajadamente, ni aventurar la suma de
las cosas por una plaza que al fin había de ser presa y despojos del vencedor.
Había llegado el ejército colegado a dos leguas de Noyón, resuelto en aguar-
dar allí algún buen lance para ofender al enemigo, cuando, sabido el suceso,
se retiró a Suasón y de allí a unos villajes junto a Rens, en Champaña. Ganada
Noyón, despidiéndosele al de Béarne, conforme a la costumbre de Francia,
casi toda su nobleza, quedó imposibilitado de tentar otra cosa de importan-
cia. Y así, resuelto en esperar el socorro que le bajaba de Alemaña, cuya fama
era por entonces de catorce mil infantes y veinte cornetas de reitres, en que
se juzgaba vendría al pie de seis mil caballos, pasó a Mets de Lorena, dejando
casi toda su gente repartida en guarniciones y quitando con esto la ocasión al
duque [114] de Humena de tentar ni la recuperación de Noyón ni la presa
de otras plazas con que recompensar aquella pérdida, la cual, aunque sentida
con extremo por los colegados, no tardó mucho en tener su descuento, como
de ordinario le tienen las cosas de acá abajo.
Estaba, como se dijo atrás, el duque de Guisa, mancebo de edad de diez
y ocho años, preso en el castillo de Turs en Turena, a cargo de monsieur de
Ruberay, hombre severo y que no ignoraba los grandes daños que podía oca-
sionar a la causa de su señor la libertad de aquel príncipe, a quien tenía con
tan estrechas guardias de vista, que hasta sus acciones más secretas las había
de ver un capitán y cinco archeros, que a este efeto, mudándose alternativa-
mente con otros de su género, asistían siempre en su aposento, velándole de
día y de noche con particular cuidado. Fuera destas guardias de vista, que por
todas eran veinte archeros y cuatro capitanes, había en el castillo otro buen
132
Entre los nombres de heresiarcas protestantes del siglo XVI (Lutero, Calvino, Melanchton,
Zwingli, etc.), el nombre de Calvino, sus Institutos y su teocracia de Ginebra constituyen
para los católicos españoles de la época el summum de la perdición y herejía.
332 Las Guerras de los Estados Bajos
133
Himno de alabanza de antiguo origen cristiano primitivo (atribuído generalmente a san
Ambrosio) que en la liturgia católica representa el ejemplo máximo de acción de gracias a
Dios (Te, Deum, laudamus, / te, Dominum, confitemur…).
334 Las Guerras de los Estados Bajos
134
Añadido de importancia en la edición de 1635: «Sucedió a Gregorio por breves días el car-
denal Faquineto, que se llamó Inocencio y fue el octavo deste nombre, y tras él Clemente
VIII, llamado antes el cardenal Albrobandino».
135
Se refiere a los embites de los duques de Saboya contra Calvino y Farel en la república teo-
crática que habían creado en Ginebra, durante los años 40 y 50 del siglo XVI.
136
Se trata de Alejandría de la Palla, en Italia. En el descanso segundo de la relación tercera de
la Vida del escudero Marcos de Obregón se lee: «Cogíle las llaves, y los bellacones, que vieron
el caso, acudieron luego; abríles las puertas, quedándose el pobre hombre sin sentido, y,
sin que nadie nos viese, salimos de la cárcel y del pueblo, y a la mañana, habiendo pasado
arboledas, sierras y barrancos dificultosos, me hallé en Alejandría de la Palla entre soldados
españoles, que metían la guarda a don Rodrigo de Toledo, gobernador della».
Las Guerras de los Estados Bajos 335
trataban todas las más graves materias de estado por menudo para relatallas
en junto al rey, a cuyo vigor de entendimiento y experiencia envejecida con
tantos negocios no impedía en manera alguna el mal de la gota, aunque le co-
menzaba ya a combatir con exceso)137. Sintióse algunos meses después el fruto
desta diligencia, llegando, además de la provisión ordinaria para cuatro meses
(a razón de trecientos mil ducados cada mes), un golpe de cuatrocientos mil
para pagar el tercio de Manuel de Vega, que estaba amotinado, y acudir en
alguna manera a los rezagos debidos a los hombres de negocios en Amberes,
que eran muy grandes y acompañados de gruesos intereses. Estaba el duque
en lo vivo de su necesidad, cuando llegó a Bruselas (enviado del de Humena)
el conde de Brisac. Vino este caballero a representar la necesidad de aquel
ejército y a pedir dineros con que pagar la gente francesa y con que levantar
nuevas tropas, para ir igualando todo lo posible a las fuerzas realistas, que se
esperaban formidables; tal, que se temía perder del todo, con el dominio de
la campaña, la reputación del bando, en que tan interesada estaba la Majes-
tad católica. No eran encarecimientos, sino verdades, las razones de Brisac;
y así, haciendo el duque vivos esfuerzos por envialle contento, lo hizo al fin,
aunque con menos dinero que esperanzas, remate que suelen tener los más
de los negocios deste género. Llegó poco después monsieur de Vitrí, capitán
de valor no despreciable y aficionadísimo por entonces al bando de la Liga,
y, ofreciendo levantar dos compañías de cada ciento cincuenta caballos, una
de [120] corazas y otra de arcabuceros, tuvo maña con que sacar en medio de
aquella esterecheza dineros con que hacer la leva, dándosele por distrito para
levantar las fronteras de Lorena y excediendo él antes que faltando al número
de gente prometida, que después fue de no poco servicio.
Resolvióse el duque, a petición del conde de Brisac, en enviar tres regi-
mientos de alemanes al ejército de Francia, por socorrerle y animarle, alen-
tando las esperanzas de su llegada; de los cuales, marchando el del conde de
Barlaimont por el condado de Henao, quiso amotinarse por falta de pagas,
pero (socorrido con que lo que se pudo y castigadas ante todas cosas las cabe-
zas de la sedición, remedio, aunque eficaz, de poca dura), pasó su camino en
número de dos mil hombres. Los otros dos regimientos (de Venting y Suar-
zemburg), que, por no cargar al país, marchaban desotra parte de la Mosa,
irritando a los villanos con sus desórdenes y rapiñas y levantándose contra
ellos la gente del obispado de Lieja, en el Condroy, degollaron más de cuatro-
cientos, obligando a los demás a escapar apenas las banderas de aquella furia.
Pareció más culpado en aquellos excesos Suarzemburg, y así estuvo muchos
días preso en el castillo de Namur. Al Venting quitaron el regimiento y, refor-
mando los dos en uno, que apenas llegaron a mil y quinientos hombres, se
dio al conde Ludovico Vía, milanés, que hasta entonces había sido teniente
137
Para una discusión pormenorizada, véase el monumenral Fernández Álvarez 1998.
Las Guerras de los Estados Bajos 337
doce cañones con el tren [122] necesario para llevarlos en campaña. Pero esto
se hacía tan lentamente, que el enemigo, como bien proveído de espías, no
le daba mucho cuidado, pareciéndole que no hacía poco el duque de Parma
en sustentar la guerra defensiva en los Países Bajos, teniendo ocupado lo más
y lo mejor de sus fuerzas en Francia, de donde hacia la fin de mayo llegaron
los marciales de la Chatra y de Samplo a representar los daños que podían
seguirse a la reputación de la causa católica, si (como ya se había dejado per-
der Chartres) no se le iba a la mano al príncipe de Béarne con un esfuerzo
extraordinario. Volvieron estos señores cargados de promesas y al parecer con-
tentos con algunos dones y reconocimientos particulares, que era todo lo que
se podía hacer en aquella ocasión.
El conde Mauricio, en tanto, juntando un ejército de diez mil infantes
y al pie de dos mil caballos, con todos los aparejos necesarios para expugnar
tierras, daba mucho que pensar al duque de Parma, hallándose tan poco aper-
cebido y con tantas partes donde acudir, cuando se tuvo aviso de que a los
22 de marzo habían ganado los enemigos por estratagema el fuerte fabricado
años antes por el coronel Verdugo, frontero de la villa de Zuften, de la otra
parte del río Isel. Deseó Mauricio tener ocupado aquel puesto tan importante
antes de mover su campo de Brabante ni ponerse a aquella empresa. Y así,
en sabiendo el buen suceso, embarcándolo todo en pocas horas y valiéndose
de la comodidad de aquellos ríos y brazos de mar (con lo cual han podido
los rebeldes en el discurso de aquellas porfiadas guerras malograr mil buenos
sucesos nuestros y dar prosperísimos fines a muchos suyos), llegó a poner
sitio a Zuften a los 24 del dicho, camino que, para hacerle nuestro ejército
cuando estuviera a punto, fuera menester marchar por tierra diez días y pasar
dos ríos tan caudalosos como lo son la Mosa y el Rin. Hallábase gobernan-
do a Zuften el Loukeman, teniente coronel de don Juan de Robles, barón
de Billí, cuyo regimiento militaba en la provincia de Frisa, y en la villa tres
compañías dél. Las cuales hicieron tan mal su deber y acudieron tan poco a
su defensa, que en solos tres días de trabajo se alojaron los herejes en el foso,
le cegaron y plantaron catorce piezas de batir. No hubo menester más Louke-
man para rendirse [123] y entregar la plaza sin aguardar la batería, que fue un
acto indigno de un soldado de su opinión, y tal, que dio evidentes sospechas
de inteligencias con los rebeldes, con tanta mayor certidumbe cuanto no se
podía atribuir a falta de ánimo. Túvole desterrado de Bruselas este accidente
todo lo que vivió el duque de Parma. Aunque, gobernando después el conde
de Mansfelt, le vimos indicado y absuelto, creyeron muchos que en honra de
la nación alemana, originaria del conde, aunque es lo más cierto por hallarse
sin culpa. Ganaron esta villa los herejes con sólo la pérdida del conde Filipe de
Herbestein, capitán señalado entre ellos, a quien quitó la vida un mosquetazo
desmandado. Estando Mauricio sobre Zuften, le llegó, enviado de los de Ze-
landa, el conde de Solm con tres mil infantes zelandeses, con que –reforzado
Las Guerras de los Estados Bajos 339
encaminaba; y así, haciéndola dar a los reclutas que bajaban de Alemaña para
los dos regimientos de los condes de Arembergue y Berlaimont, mandó que
se encaminasen a la abadía de Tor, junto a Ruremonda. Y es de advertir que,
aunque se nombran aquí estos dos regimientos enteros y también en el ejér-
cito de Francia, no es por yerro ni falta de memoria, sino por ser estas ban-
deras levantadas de nuevo para recluta de la parte principal, que estaba en el
campo colegado, si bien las personas de los coroneles fueron con el duque de
Parma esta jornada. También marcharon los regimientos [125] de valones del
conde Otavio de Mansfelt y del conde de Bossú, y otro de liejeses, levantado
por monsieur de la Capela; el de italianos, de don Gastón Espínola; y el de
irlandeses, del coronel Estanley. Deseó el duque llevar consigo siquiera mil
españoles de los amotinados, con que sin duda formara un razonable ejército;
pero, enviando a persuadírselo a Pedro de Castro, criado suyo, y a ofrecerles
todas las seguridades que supiesen desear, ofendidos (según decían) de que
para una cosa tal no enviase dos de los más principales de su corte, y teme-
rosos de los villanos y burgueses de las villas donde estaban (si el nervio de
sus fuerzas se alejara tanto) y más estando divididos en tres alojamientos; y lo
que es más cierto, faltándoles (como a gente desordenada y sin cabezas) aquel
punto y reputación que debiera moverlos, rehusaron absolutamente el acudir
a una cosa tan importante, ofreciéndose a quedar en guardia y defensa de
aquellos países. Los cuales, a la verdad, ausente el duque con todas sus fuerzas,
quedaban desamparados de todo humano socorro. Hubo el duque de admi-
tirles la disculpa, aunque no sin enojo y pena grande, que –al fin- le hubo de
disimular. Sacó con todo eso de Ioudoigne la bandera de Antonio Mosquera,
en la cual, fuera de todos los oficiales y gente de cabo del tercio, había más de
ducientos soldados, gente de honra y, aunque poca, deseosa de hacer efetos
de mucha. Siguieron también el maestro de campo Manuel de Vega y los
capitanes, alféreces y sargentos, que, arrimados a ellos los entretenidos cerca
de la persona, pasaban de ciento, así que todos los españoles podían llegar a
trecientos y treinta.
Partió el duque de Bruselas a los 10 de junio con el primer aviso de que
estaba sitiada Zuften, resuelto en socorrella, y a este efeto se escribió a Ver-
dugo que procurase juntarse con su alteza, aunque no fue sino con tres mil
hombres a la ligera, en que, si bien se ofrecían dificultades, no eran del todo
invencibles. Pasado Tilimont, se juntó a la caballería en número de mil y
quinientos caballos, gente lucida y bien en orden. Las compañías eran las
dos de la guardia, las de Mario Farnese, Apio Conti, Blas Capizuca, los con-
des Nicoló Cesis y Galván de Languisola, de los cuales los primeros cuatro
capitanes estaban ausentes. Llegaron también las compañías de don Antonio
[126] Landriano, Alonso de Mondragón, don Alfonso Dávalos, don Felipe
de Robles, Hierónimo Garrafa, Hernando de Pradilla, la del marqués del Vas-
to, gobernada por el conde Decio de Manfredi, y otras de valones. Faltaban
Las Guerras de los Estados Bajos 341
nuel de Vega, acompañado del dicho coronel Estanley, para abrir trincheras,
como por su parte lo hacían los italianos a cargo de don Gastón Espínola, y
los valones, al del conde Otavio de Mansfelt.
Seis días tardó monsieur de la Mota en poner en orden la batería de diez
cañones, los cuales comenzaron a jugar a los 22 de julio, aunque con poquísi-
mo efeto, por ser la materia del fuerte tierra y fagina y sepultarse las balas sin
hacer escarpa139 de consideración. Y así, por esto como por haber comenzado
a batir sin cegar el foso ni acabar el puente que se hacía para ir al asalto, no
se hizo otro efeto que acabar de persuadir al enemigo a que pensaba el duque
ganarlos con sólo el [129] miedo. Pero como eran valerosos y pertinaces y en
número de casi seiscientos, en lugar de amedrentarse cobraron ánimo. Tratóse
(visto lo poco que se podía esperar de la batería) de ocupar puesto en la mu-
ralla y ganar el fuerte por la zapa140, esperando poder echar la noche siguiente
un puente fabricado sobre toneles, que se estaba acabando. Así, eligiendo el
duque tres soldados nadadores, mandó que con sendas zapas o azadones pa-
sesen el foso, de hondura de una pica, y procurasen hacer la plaza en aquella
parte de la muralla que había comenzado a ablandar la artillería, que de acá
se tendría cuidado de socorrerlos. Obedecieron los nadadores, que fueron
el alférez Diego de Luna, un irlandés y un italiano. Habíanse metido ya tan
adentro en la muralla que no podían ser ofendidos ni vistos por los enemigos,
los cuales, viendo el peligro que se les aparejaba, saliendo hasta veinte con
sendas medias picas, y tras ellos algunos arcabuceros, valiéndose de lo que la
artillería había movido y haciendo una senda por la misma muralla, pudieron
coger por las espaldas y desapercebidos a los trabajadores, sin que bastase a
detenerlos el granizo de mosquetazos que llovía sobre ellos de las trincheras,
tal, que se derribó nueve o diez atravesados al foso. Tuvieron Luna y sus dos
compañeros valor para defender por entonces sus vidas y después romper por
medio de los enemigos y echarse al agua. De los tres sólo el irlandés volvió
sano: el italiano, atravesado el pescuezo de un alabardazo, de que murió lue-
go; y Luna con seis heridas, que al fin le quitaron la vida.
A este suceso siguieron de allí a tres días otros dos, que acabaron de impo-
sibilitar aquella empresa. El uno fue la muerte del conde Otavio de Mansfelt,
mancebo no sólo valeroso, sino temerario; acabóle al improviso un mosque-
tazo que pasó antes la trinchera, aconsejándole sus amigos que se cubriese
con ella, que por ventura no lo había hecho otra vez, hallando más peligro
en el recato que en la temeridad, por ser sólo de la suerte, o por mejor decir,
139
La escarpa es «plano inclinado que forma la muralla del cuerpo principal de una plaza,
desde el cordón hasta el foso y contraescarpa» (DRAE).
140
Zapa. «Instrumento de gastadores en la guerra para levantar tierra, y es una especie de pala
herrada, de la mitad abajo con un corte acerado. El mango remata en una muesca hueca
grande en que se mete la mano para hazer fuerza» (Dicc. Aut.).
344 Las Guerras de los Estados Bajos
todas las compañías y apeados casi otros tantos. Prendieron los enemigos
al gobernador Pedro Francisco, a don Alonso Dávalos y a tres tenientes de
las demás compañías; Hierónimo Garrafa, marqués de Montenegro, quedó
herido en el rostro y se perdió su estandarte y el de la compañía de lanzas de
la guardia.
Con la nueva desta vitoria se resolvió Mauricio en acercarse al campo
católico, como lo hizo el día siguiente, y, sabido por el duque, tuvo toda su
gente en escuadrón, resuelto en pelear siempre que el enemigo se atreviese a
socorrer el fuerte. Estaba ya acabado el puente sobre toneles y, deseando el
duque hacer el último esfuerzo, mandó que se echase en el foso la noche de
los 24. Encomendóse esta facción a los capitanes Gaspar Zapena y don Alon-
so de Luna, pero revocóse la orden cuando, después de una hora anochecido,
estaba ya todo a punto para hacer el efeto. La causa desto fue la llegada aque-
lla tarde de don Alonso de Idiáquez y con él unas cartas muy apretadas del rey,
en que mandaba al duque que, dejado por entonces todo designio o intento
de ofender a los rebeldes, pasase en persona en socorro de la causa católica de
Francia. Mostró el duque exterior sentimiento de haber de dejar en tan ruin
estado las cosas de los Países Bajos, y particularmente aquella empresa, tras
cuyo ruin suceso era imposible sustentarse cuatro meses enteros la ciudad de
Nimega, por ventura la más importante del país en aquella ocasión. Pero a la
verdad no pudiera llegar en ninguna más a propósito la orden del rey para dar
algún color a la retirada, que había forzosamente de hacerse, conforme a toda
ley de guerra, hallándose con un enemigo tan poderoso a las espaldas y sin
puente en el Rin ni piedra [132] que no fuese enemiga; tal, que ya no se hacía
caso de otra cosa que de la imposibilidad, ni de otro remedio que el del cielo
y de las manos. Y viose bien lo primero, pues les quitó visiblemente Dios del
entendimiento a los enemigos el no apoderarse de las barcas, que estaban más
de media legua del campo y con guardia de sólo un regimiento de alemanes,
sin que fuese posible tenerlas más cerca, por ocasión de la artillería del fuerte;
como realmente lo pudieron hacer, y cuando no con las armas a lo menos
con el hambre consumieran en quince días todo aquel ejército a vista de sus
amigos, sin poder ser socorrido dellos. Cosa que, considerada por el duque,
le hizo caer en la temeridad que había hecho en pasar el Rin sin puente con
un ejército tan pequeño y sin sus españoles, que hasta allí le habían sacado de
mayores peligros y dado infinitas vitorias. Resuelta, pues, la retirada, se hizo
desta manera.
Venido el día de los 25 de julio, después de retirada la artillería a la plaza
de armas aquella noche, enviándola con el bagaje la vuelta de las armas, puso
el duque todo su escuadrón con algunas piezas de campaña, como presentan-
do la batalla al enemigo, que con casi doblado número de gente se lo estaba
mirando a menos de media legua, sin desmandar un hombre. Estúvose el
duque desta manera desde el amanecer hasta las dos de la tarde, y durante
346 Las Guerras de los Estados Bajos
este tiempo, entre la retaguardia del ejército y el río se fabricaba una media
luna, con sus traveses y foso, capaz de coger dos mil infantes. Pasó entre-
tanto la primera y segunda barcada y en ellas la artillería, que, plantada en
la siniestra margen del Vaal, alta y acomodada para ello, podía barrer toda
la campaña por encima de las picas católicas. Hecho esto, comenzó a pasar
la caballería, y, como los pontones eran grandes y acomodados para aquello
y el ejército pequeño y con poco bagaje (por haberse dejado la mayor parte
en Nimega), vino a acabarse el día cuando el príncipe Ranucho (a quien se
entregó la retaguardia con la poca infantería española) acababa de pasar la
postrer barcada, sin que en todo este tiempo tuviese el enemigo atrevimiento
de dejar los bosques. Tal era la reputación de aquel ejército, gobernado por tal
capitán; el cual, después de haber estado cinco días en Nimega, procurando,
aunque en vano, meter guarnición bastante a [133] defenderse del peligro
que se les aparejaba (tanta era la desconfianza de aquellos tiempos, aun entre
los más leales, pues, siéndolo esta ciudad, elegía antes el riesgo de perderse
que la incomodidad de recebir guarnición), llegando entretanto de Frisa con
trecientos caballos el coronel Verdugo, le dejó con dos mil infantes entre Gra-
ve y Venló, con orden de acudir con ellos a la defensa de la ciudad o villa que
lo necesitase. Hecho esto y dejadas solas dos compañías de alemanes en Ni-
mega a cargo del gobernador, monsieur de Guilein, después de haber hecho
un largo parlamento a los de aquella ciudad, encargándoles la fidelidad para
con su rey y señor, marchó con todo su campo hasta Ramunda; y, llegado a
Mastrique, tomó con quinientos caballos la vuelta de Aspa, deseoso de gastar
lo que quedaba del verano en atender a su salud, que los inmensos trabajos
corporales y de espíritu se la tenían acabada y habíala menester para obedecer
al rey, que, como queda dicho, le daba prisa que entrase en Francia. Antes de
partir del ejército proveyó la compañía de lanzas españolas de Pradilla en Luis
del Villar, uno de los capitanes reformados del tercio viejo de los más antiguos
y persona, por sus servicios, benemérita.
Con las letras de cambio que trujo don Alonso de Idiáquez se comenza-
ron a hacer grandes levas de gente valona y alemana para poderse oponer a
las fuerzas que juntaba el príncipe de Béarne y para dejar en defensa de los
Países Bajos, a cargo otra vez del conde Pedro Ernesto de Mansfelt. Tomó a
su cargo levantar cinco cornetas de reitres el coronel Eslegre, soldado viejo; y
otro barón, vasallo del duque de Baviera, otras cinco, que por todos habían
de ser dos mil caballos. También se envió dinero a Francia a los gobernadores
de provincias para que se levantasen nueve tropas de corazas y a las cabezas
del ejército para alegrar un poco a los soldados, obligados hasta allí a vivir
de rapiñas, por falta de otro medio humano de sustentarse. Peligrosa conse-
cuencia, no sólo por la ruin diciplina que ocasiona, sino porque, a vueltas de
acordarse de los alcances grandes que causan tales faltas de pagamento, los
mismo vicios de aquella vida licenciosa crían unos ánimos incapaces de sufrir
Las Guerras de los Estados Bajos 347
valor y asistencia, y don Carlos comenzar a servir, puesto que había algunos
años que lo continuaba en la infantería, con ventaja de soldado141.
Acabó de apresurar la partida del duque a Francia la nueva de haber pues-
to el príncipe de Béarne sitio a Roán, a quien determinó socorrer; y, deseando
poseer en Francia alguna villa fuerte donde hacer pie y tenerla como lugar
de refugio para en cualquier accidente, tuvo medios (por intercesión de don
Diego de Ibarra y Juan Bautista de Tassis) de alcanzar de los príncipes de la
Liga la villa de la Fera, en Picardía, situado en donde se juntan los ríos Oysa
y Serra, los [137] cuales, formando como un lago en torno della, la fortifican
maravillosamente. Quedóle el gobierno al senechal de Montalimar, que la
tenía; pero metiéronse cinco compañías, dos de alemanes y tres de valones,
con capitanes de confianza, a quien se avisó de cómo aquella villa estaba des-
de entonces no por la Liga, sino por el rey, y al proprio senechal se le tomó
pleito homenaje en esta conformidad. Asigurado el duque de una plaza tan
importante, envió a ella catorce piezas de batir, gran cantidad de pólvora y
otras municiones de guerra; un puente de barcas capaz de poder pasar sobre
cualquier río de los de Francia y otras mil menudencias necesarias para ex-
pugnación y defensa de ciudades. Y hecho esto, partió de Bruselas a 28 de no-
viembre con intento de arrimarse todo lo posible a la frontera de Francia y al
fin hizo alto en Valencienas, desde donde, entrado ya deciembre, volvió otra
vez a la ligera a Bruselas a verse con ciertos embajadores enviados por el empe-
rador a introducir algunos tratos de paz con los estados rebeldes, el principal
de los cuales era don Juan, barón de Fernestein. Fue el duque a estas vistas
más por que no quedase cosa por tentar que confiado de ningún buen efeto,
pareciéndole imposible que en tiempo que los Estados estaban tan vitoriosos
y esperaban prosperísimos sucesos durante su ausencia se doblasen a querer
la paz, y más acabando de ganar a Nimega, que fue el suceso más importante
que tuvieron ni pudieron tener en muchos años. Y era de creer que o querrían
seguir la buena fortuna que corrían, no dejando pasar tan buena ocasión de
mejorar sus cosas, procedida de ocupar el rey sus fuerzas en las ajenas, o pedir
tan aventajados partidos, que apenas fuese lícito oírlos, siendo así que ningu-
nas paces se deben intentar en tiempos que no se está con muchos medios de
141
«Con ventaja de cuarenta escudos» matiza la edición de 1635. Como capitán sería res-
ponsable del mando y administración de su compañía, recibiendo órdenes del maestre de
campo del tercio (Guill 51-52). El capitán, nombrado por el consejo de guerra o capitán
general, era responsable del mando y administración de su compañía y estaba bajo las órde-
nes de maestre de campo del Tercio correspondiente. También se encargaba de la disciplina
de sus soldados, así como la elección de sus sargentos y cabos de escuadra. A su cargo estaba
el cofre de la compañía, con sus fondos, pudiendo realizar tareas de prestamista con ellos.
«Generalmente se suplían estos [puestos] con ascensos de gente con experiencia, alféreces
o sargentos […]. Se decía que debían de tener treinta años más o menos, solteros y no
traviesos, ni enamorados, ni jugadores, ni tahúres» (Guill 52).
350 Las Guerras de los Estados Bajos
que de encaminar en aquel reino tan vecino un rey católico, como permitió
Dios que lo viese antes de su muerte, sin que ninguno que quiera decir verdad
pueda negar que lo encaminó por medio de sus armas.
Detúvose el duque de Parma en Bruselas lo que bastó para acabar de dar
a entender al mundo que conocía los ánimos y trazas de los rebeldes. Y a me-
diado deciembre volvió a Valencienas, donde llegó el día siguiente el duque
de Guisa, acompañado de ducientos caballos, que venía a verse con él y a
darle prisa para el socorro de Roán. Recibióle y hospedóle el duque de Parma
con todo género de cortesía y demonstraciones de amistad, cosa debida a la
memoria de su padre y abuelo y a las esperanzas que podían concebirse de
aquel generoso príncipe, asistido de los consejos de los marichales de Francia,
la Chatra y Sampol, que le acompañaban. El primero autor de su libertad y
antiquísimo amigo y obligado de su casa, y el segundo su lugarteniente en el
gobierno de la provincia de Champaña, ambos grandes soldados y antiguos
conductores de ejércitos. Volvióse el duque de Guisa a su casa hacia la fin del
año cargado de esperanzas; el de Parma pasó las fiestas de Navidad en Landre-
sí, con menos salud de la que había menester para la jornada que emprendía
en el corazón del invierno, desde donde fue el príncipe Ranucho por orden
de su padre, acompañado de toda la nobleza que le seguía, a la villa de Guisa
a visitar a aquella duquesa y a su hija, que hoy es princesa de Conti. Fueron
recibidos y hospedados todos con mucha grandeza y no faltaron saraos, ban-
quetes y otros pasatiempos de los que se usan en Francia, y en particular en
casas tan grandes, etc.
142
Argumento: Vuelve a entrar segunda vez el duque de Parma en Francia. Hieren al príncipe
de Béarne. Saquean los católicos a Humala. Ganan a Neufchatel. Hieren al duque de Par-
ma, el cual gana a Caudebeck y envía a Roán al de Humena. Cobra Henrique a Caudebeck.
Vuelve el duque de Parma a Aspa y queda monsieur de Rona gobernando aquel ejército.
Gana a Eperne. Apodérase el de Humena de Pontaudemer. Vuelve a cobrar el enemigo a
Eperne. Rinde el de Humena a Crepí. Gana Mauricio a Estenuich. Toma Mondragón los
castillos de Vesterló y Turnhaut. Gana Mauricio a Oetmarsum y a Coevorden. Sale el de
Parma tercera vez para Francia y hace alto en Arrás. Llega el conde de Fuentes a Bruselas.
Muere el de Parma y queda el gobierno del País Bajo encomendado al conde de Mansfelt.
Las Guerras de los Estados Bajos 353
también el año antes en el socorro de París, y don Diego de Ibarra, que, de-
jando los demás negocios, quiso hallarse en aquella ocasión como soldado, no
menos para aconsejar que para ejecutar los consejos con su persona. Habíase
disminuído mucho de gente el tercio de don Luis de Velasco, no pudiendo
los soldados (hechos a la vivienda del reino de Nápoles y a los regalos, que
tanto relajan los ánimos militares) sufrir los trabajos corporales de la guerra
ni el rigor de aquel clima, desayudando también algunos capitanes, que, por
ser casados en aquel reino, quisieron más dejar las compañías que mirar por
ellas. Don Luis, con su persuasión, con su cuidado y con su ejemplo hacía
todo lo posible por detenellos; pero finalmente, de todos los capitanes, vi-
nieron en pocos meses a quedar solos don García Dávila, Luis de Molina y
Juan de Urreta. Proveyó el duque las compañías de los otros en Martín López
de Aybar, ayudante del tercio de don Alonso de Idiáquez; Pedro de Aybar,
Antonio Caballero de Ibarra, Baltasar López del [142] Árbol, don Luis Porto-
carrero y otros soldados beneméritos; y agregándole las compañías del tercio
de Ginebra, que trujo el capitán Corcuera, vino a tener don Luis un tercio de
diez y ocho compañías, en que había cerca de dos mil hombres; los otros dos,
de don Antonio de Zúñiga y don Alonso de Idiáquez, pasaban de tres mil
entre los dos; los esguízaros podían ser otros tres mil; pero la infantería y ca-
ballería italiana del Papa había llegado ya a suma miseria (no llegaban los in-
fantes a seiscientos ni los caballos a trecientos, y ésos cansados y consumidos).
Con todo eso, no perdía el guión143 pontifical el duque de Montemarchano,
sobre que se ofrecieron grandes dificultades, que al fin las allanó el duque de
Parma, ordenando que el guión de Su Santidad fuese con la persona de su
general en la vanguardia de los esguízaros, y ellos siempre en el cuerpo de la
batalla. Había en el ejército los regimientos de alemanes viejos de los condes
de Arembergue, Barlaimont y Vía, y el del conde de Fustemberg, levantado
de nuevo; los de los valones de la Barlota, monsieur de Balansón; y el peculiar
del duque, gobernado por monsieur de Werpe, aunque ya tenía hecha la mer-
ced del gobierno de Mastrique, y entre estas dos naciones ocho mil hombres y
más; el tercio de Capizuca podía tener mil y quinientos italianos. Fuera désta
había gran cantidad de infantería francesa y lorenesa, y toda junta pasaba de
veinte mil hombres. La gente de a caballo, inclusos los reitres y las compañías
de hombres de armas, de que era general el príncipe de Simay, pasaban de
tres mil, y la caballería francesa llegaba a dos mil y quinientos, ejército de los
más floridos que vieron aquellos tiempos. Era maese de campo general de los
franceses monsieur de la Roán, la artillería llevaba su general, monsieur de la
Mota, y daba órdenes a la gente del rey como maese de campo general della;
la caballería gobernaba el comisario general Jorge Basta.
143
El «estandarte del rey o de cualquier otro jefe de hueste» o el «alférez o paje del mismo (que
lo lleva)» (DRAE).
354 Las Guerras de los Estados Bajos
vuelta encontró esta caballería con una compañía de arcabuceros a caballo del
enemigo que venía a tomar lengua y, apeándola, quedaron algunos muertos
y la mayor parte en prisión. Súpose dellos que determinaba el de Béarne salir
a verse con el campo colegado, que a este fin había convocado ya toda su
nobleza y hecho otras demostraciones de desear la batalla.
Tuvo aviso el duque de Parma, estando alojado en Blangí, a los 18 de
hebrero, de que, sabida por el príncipe de Béarne la resolución de los co-
legados, la había tomado de salirles al encuentro con cuatro mil caballos,
deseoso de dar una mano a la caballería católica, si la podía coger desabrigada
de la infantería. Marchó de allí adelante el duque siempre en batalla y a la
mañana, a los 16 del dicho, volvieron los corredores con aviso de que habían
descubierto grandes tropas de caballos de esotra parte de Humala. Volvió el
duque a enviar nuevos corredores y tras ellos a monsieur de Vitrí con sus co-
razas y a Juan de Contreras Gamarra y el señor de Moude con sus compañías
de arcabuceros de a caballo, con orden de no pasar el riachuelo que divide
la villa y de ir enviando avisos por momentos, mientras él se iba mejorando
con todo el ejército, por no dar ocasión (con desmembralle) a que el enemigo
ejecutase su intento. Pusieron, pues, los señores de la Mota y Rona, maestros
de campo generales, uno de la gente del rey y otro de la francesa, el ejército
en esta ordenanza.
La vanguardia se dio a la infantería española, que –agregado a ella el tercio
de Camilo Capizuca- hacía el número de seis mil infantes. La batalla ocupa-
ron los esguízaros y, a causa de consistir sus fuerzas [145] en muchedumbre
de picas y carecer de armas de fuego, se guarneció su escuadrón de la infante-
ría del Papa y de arcabucería y mosquetería valona y alemana. La retaguardia
se formaba de dos batallones, uno de alemanes y valones y otro de franceses
y alemanes, gente toda lucida y deseosa de pelear. Había en aquellos llanos
de Humala, donde se puso la gente en batalla, dos bosques, uno a la mano
derecha y otro a la izquierda, distantes entre sí una legua francesa, por cuyo
beneficio mandó el duque que los tres batallones hiciesen frente, y ordenó
las alas de la caballería en esta forma. La vanguardia (y por el consiguiente el
cuerno derecho) tocó aquel día a la caballería española y a los capitanes don
Carlos Coloma y Diego Dávila Calderón, a quien en ordenanza estrecha se-
guían las demás compañías de dos en dos. A esta tropa de vanguardia envió el
duque al príncipe, su hijo; agregóse también a ella el marqués del Vasto con
sus gentileshombres, en número de veinte, muy bien armados y él extrema-
damente lucido, con armas cuajadas de estrellas de oro, casaca y paramentos
bordados sobre terciopelo azul. El cuerno siniestro llevaban las compañías lla-
madas favoritas a cargo del donde Nicoló Cesis; por frente marchaban nueve
cañones de batir; en guardia dellos seis tropas de corazas francesas, dispuestas
a acudir a lo que se les mandase, conforme la ocasión lo pidiese. La retaguar-
dia tocó aquel día a la caballería del Papa; por ambos lados, fuera de las alas
356 Las Guerras de los Estados Bajos
de la caballería, marchaban los carros del bagaje de tres en tres, con que se
acabó de ocupar toda la distancia de bosque a bosque. Fue toda diligencia
perdida, porque el príncipe de Béarne no era creíble que había de chocar con
tan gallardo ejército, acompañado de sola caballería, aunque en número y
en bondad la mejor que había juntado hasta entonces; el cual brevemente se
halló demasiadamente empeñado con su vanguardia, en que había seiscientos
caballos y trecientos dragones, que (como se ha dicho) son mosqueteros en
rocines, aparejados a apearse en la ocasión y defender prontamente un paso,
haciendo oficio de infantes; y, como desde un collado desta parte de Humala
vio la ordenanza del ejército católico y las tropas de caballos que se venían me-
jorando la vuelta dél, conoció que era perdido si la caballería católica cargaba
de veras. Y fuera así, si el duque no la [146] detuviera con más recato del que
conviniera por ventura en aquella ocasión; inevitable desdicha aquella en que
incurre acertando o por lo menos teniendo razones para creer que se acierte.
Movióle la relación de un capitán francés, que fue preso, el cual asiguraba,
contra todos los avisos ya recibidos hasta entonces, que estaba toda la infante-
ría realista abrigada en un bosque distante un cuarto de legua de Humala. Y a
la verdad parecía imposible que un tan gran soldado como Enrique se aventu-
rase con sola caballería a sostener el choque de aquel ejército, como lo parecía
viéndose siempre calar tropas de caballos en la villa y salir della a la campaña
la vuelta del ejército católico. Mas duró poco esta duda, pues cargando Vitrí,
Mondé y Contreras y algunas otras tropas de corazas francesas, fuera de sesen-
ta lanzas españolas que se deshilaron con el teniente Luis Olivera, comenzó
a ordenar el de Béarne su retirada, dejando, como en Pontarsí, sus dragones
a pie, que por un rato detuvieron la furia de los católicos. Peleó aquí el de
Béarne por su persona por salvar su vida; esto le valió al principio, mientras
se degollaron los dragones, y después a él y al barón de Birón de otro en un
brazo. Tuvo aviso el duque de Parma de que se retiraba el enemigo y con todo
eso no se resolvió en dar licencia de arremeter su caballería, tanto pudo la
aprehensión de aquel aviso primero, o la prudencia de querer cautelarlo todo,
que tal vez malogra mil buenos sucesos, como –al revés- suelen las resolucio-
nes aventuradas granjear muchos buenos: saber tomar el punto del acierto
entre estos dos extremos mejor puede desearse que pretenderse. Murieron de
la parte del príncipe, fuera de los dragones, cosa de cien hombres de a caballo,
y entre ellos algunos nobles, y quedaron casi otros tantos en prisión. Entróse
luego la villa y fue saqueada, aunque se procuró estorbar. Éste fue el suceso
del rencuentro de Humala, en el cual, si se mostrara el duque de Parma tan
determinado como otras veces, acabara de aquella vez la guerra; pero teníale
Dios ordenado otro fin más suave, como veremos a su tiempo. No le pareció
al príncipe de Béarne prudente consejo aventurarse otra vez como la pasada,
pues conservaba con su ejército no menos que las esperanzas del reinar; [147]
por esto, como por curarse de su herida, que todavía (aunque encarnó poco)
Las Guerras de los Estados Bajos 357
le fatigaba, retiró sus tropas al campo, adonde publicó que había dado una
mano al enemigo y que venía a esperalle en su plaza de armas, como en efeto
comenzó a fortificalla y a convocar toda la gente de a pie y de a caballo que
podía venir de las provincias y plazas comarcanas; y para inquietar el campo
y dificultar el curso de las vituallas que le venían de Amiéns, Abevila, Beaboys
y otras ciudades amigas, dejó a monsieur de Bibrí, general de la caballería,
con cuatrocientas corazas en Neufchatel, plaza suya no del todo flaca, espe-
cialmente el castillo, pareciéndole que o no se dentendría el duque a ganalla
o que, deteniéndose, compraba por lo menos cuatro o seis días de dilación,
por beneficio de los cuales era muy posible ganar el fuerte de Santa Catalina,
a quien había ya hecho dar algunos asaltos en vano el marichal de Birón. Pero
engañóse, porque, llegado el duque a Neufchatel con todo su campo a los 22
de hebrero y plantada al día siguiente la artillería por el tercio de don Luis de
Velasco, a menos de cien cañonazos tirados comenzaron a parlamentar los de
dentro y fueron admitidos a composición. Ayudó mucho a esto con Gibrí el
marichal de la Chatra, su padrastro, mostrándole el peligro evidente si espe-
raba el asalto. Salio aquella misma tarde con todas sus corazas monsieur de
Gibrí y entró el duque de Parma en la villa con la infantería española, adonde
se alojó, a pesar del gobernador de la plaza, que con infantería en número
de trecientos hombres, se había entrado en el castillo y trataba de defendelle
con pertinacia. Mandó el duque plantarle por la mañana la artillería y antes
de comenzar a batir tuvo el gobernador atrevimiento de hacer salida, en que
–perdiendo algunos hombres y, juntamente, el ánimo- recurrió a los ruegos
y obtuvo gracia de la vida; aunque se supo después que los franceses que le
acompañaban, como es costumbre, hasta dejarle en salvo, se la quitaron, por-
que osó alabarse de haber sido uno de los que mataron en Bles a los príncipes
de Guisa. Estuvo el duque dos días en Neufchatel y partió a los 25, dejando
allí por gobernador al capitán Gonzalo Franco de Ayala, del tercio de don
Luis, con su compañía y otras dos de valones.
Marchó el ejército católico tres días después de salido de Neufchatel,
siempre en batalla, con un tiempo rigurosísimo de hielos [148] y nieves; y,
hallándose a 28 del dicho en la plaza de armas, con intento de continuar el
camino hasta Roán, para llegar a la cual faltaban apenas seis leguas, llegó un
aviso del almirante Villárs en esta sustancia. Que, hallándose muy apretados
los sitiados del fuerte de Santa Catalina, habían (con su orden) trazado una
salida, parte con infantería francesa y valona y parte con las picas que tenía a
su cargo don Antonio de la Mota Villegas, y, dando de improviso en las trin-
cheras, habían degollado al pie de ochocientos enemigos de todas naciones,
especialmente ingleses; que habían los católicos sido señores de las trincheras
más de cuatro horas y, como tales, allanado más de cuatrocientas brazas de-
llas, enclavado cinco piezas de artillería, echado a rodar el monte abajo tres y
retirado otras tres con ganancia de banderas y pérdida de sólo diez soldados;
358 Las Guerras de los Estados Bajos
que estaba el de Béarne afligidísimo por esto y por su herida y que sin duda
se reiraba a Pontalarche; por lo que suplicaba a su alteza que no se pusiese
en trabajo de socorrelle, pues Dios lo había hecho ya por aquel camino; que
solamente le enviase trecientos valones y con ellos el mayor golpe de dinero
que fuese posible y alguna pólvora. Parecióle al duque que era imposible que
por ocasión de una salida levantase el príncipe un sitio tan porfiado y en que
tanto le iba; y, juntando el Consejo, se discurrió variamente sobre el caso.
Los que al principio habían sido de opinión de meter el socorro a viva fuerza,
decían que no se debía fiar tanto en el aviso de Villárs, hombre arrojado y
deseoso de ganar toda aquella honra solo, que bastase a hacer mudar una de-
terminación tan bien acordada, y que no sólo era conviniente certificarse del
suceso y acabar de saber si el enemigo había levantado el sitio antes de volver
las espaldas, pero convenientísimo el seguirle, pues desde allí se le podía con
facilidad cortar el paso de Pontalarche y darle la batalla mientras duraba la
aprehensión y terror de aquella pérdida; que la reputación del ejército católico
era tanta, que nada la podía menoscabar, sino el dejar de ver a Roán, o la cara
a quien tan poco antes les había mostrado las espaldas. Puédase escribir al rey,
decían ellos, que socorrió a Roán este ejército, pues con tanta costa y cuidado
le ha hecho aparejar para ello.
Decían otros, en contrario, y su cabeza el duque de Humena, que no era
cordura aventurar por ver a Roán lo que [149] se aventuraba por socorrella.
Que había hallado otras veces tan verdaderos los avisos de Villárs, que no ponía
duda en que el enemigo había desalojado y que, pues él se contentaba con tan
poco, que se le enviase luego y aquel ejército se recogiese a parte donde, acabado
de dejar pasar el rigor del invierno, pudiese guardarse sano y entero para em-
prender otras cosas más importantes, a la primavera, que el ver a Roán después
de socorrida y al enemigo retirado a Pontalarche, refugio siguro y sin que se le
pudiese quitar con fuerzas ni diligencias humanas. Arrimóse el duque de Parma
a este parecer, que le hubiera de costar tan caro como veremos presto, enviando
cuatrocientos valones y ciento y cincuenta franceses a cargo de monsieur de Bar
y del capitán Maximiliano de Herroguier, porque ni el sitio se levantó, aunque
en todo lo demás escribió verdad Villárs, ni la gente y dinero enviado (que en-
tró con facilidad) bastaron para que en muy breves días dejase de verse aquella
ciudad no sólo en la misma apretura que antes, pero en tanto mayor, que breve-
mente llegó a mayor aprieto y estuvo muy a pique de ver su ruina. Dobló aquel
mismo día el ejército católico la vuelta de Pontarmí, con intento de pasar por
allí la Soma y entrar en el país de Avebila, como lo hizo, que fue otro nuevo ye-
rro, pues se dio ocasión en aquello a que con la vecindad del condado de Artois
se desmandase mucha gente valona y se volviesen a sus casas más de trecientos
hombres de armas de las bandas de Flandes.
El día que el duque de Parma alojó en Pontarmí se mostraron hacia la
tarde catorce tropas de caballos del enemigo, conducidos por monsieur de
Las Guerras de los Estados Bajos 359
Gibrí, aunque, escarmentado de las otras veces, no hicieron más que arri-
marse demasiado a unos setos que tenía ocupados don Antonio de Zuñiga,
a quien tocó aquel día la retaguardia con su tercio, y volver más que de paso
en viéndose saludar con la mosquetería. Pasó el duque el río por el puente y,
después de haber estado dos días en Avebila, ciudad de las más principales y
fuertes de Picardía, llevó el ejército a los contornos de Rue, villa calvinista,
fortísima de sitio por estar entre unos pantanos que hacen allí la creciente de
la mar y el curso del río Soma. Alojóse el duque en la abadía de Formentier,
distante una legua de Rue. Y porque no pareciese que se estaba allí sin hacer
algo, mandó que se abriesen trincheras a la [150] dicha villa por una calzada
de las que en Flandes llaman diques. Diose esta empresa a los franceses, con
promesa de, si se alojaban, como prometían, en un rebellín144, que se prosi-
guiría la empresa con toda la infantería; mas como no se cumplió lo primero,
no se puso en plática lo segundo.
Apenas comenzó a entrar con el mes de abril la primavera, cuando vol-
vió a importunar por socorro el almirante Villárs, no menos arrepentido él
de haberle divertido, que los duques y todas las cabezas del ejército católico
de no habérselo dado. El cual se hallaba enflaquecido de más de cuatro mil
infantes y seiscientos caballos, por haberse vuelto muchos a sus casas y por
enfermedades causadas del rigor del invierno, que aquel año fue excesivo.
Entre los que llegaron a lo último de su vida fue uno el marqués del Vasto, a
quien llevaron desahuciado a Hedín, después de haber pasado notable peligro
de quedar abrasado en un incendio repentino que padeció en Formentier su
casa pajiza, de la cual, con ser el medio del día, pudo sólo salvar su perso-
na y criados, pereciendo la mayor parte de sus caballos y toda su recámara.
Llegáronle al duque a 6 de abril algunas reclutas de valones del País Bajo y
respuesta del conde de Mansfelt, en que le negaba cuatrocientos españoles del
tercio de don Alonso de Mendoza, que había enviado a pedir, excusándose
con que pensaba enviarlos a Frisa por escudo de todo lo demás, como a la
verdad convenía. Y era tanta la confianza que el duque tenía en esta nación,
que por ir algún tanto acrecentado della, envió a mandar al capitán Esteban
de Legorreta que de los españoles que tenía a su cargo en París le enviase du-
cientos hombres, ordenándole que procurase enviárselos al camino que había
de hacer desde Avebila a Roán, como lo hizo.145
Supo el príncipe de Béarne estas diligencias tan a su principio, que cau-
só grandes sospechas contra algunos franceses de los que entraban en nues-
144
Rebellín: «Término de fortificación. Es una obra separada y desprendida de la fortificación,
con su ángulo flanqueado y dos caras, pero sin traveses, cuyo lugar es siempre delante de
las cortinas, porque su fin es cubrir la cortina y los flancos de los baluartes y defiende las
medias lunas» (Dicc. Aut.).
145
Los comandó Juan de Carvajal, según «la impresión repetida de Amberes» (BAE, 55).
360 Las Guerras de los Estados Bajos
1635: «bearnés».
147
Las Guerras de los Estados Bajos 361
cincuenta caballos del almirante que por sus ojos habían visto desalojar el
día antes al de Béarne con todo su campo y tirar la vuelta de Pontdelarche,
adonde estaba alojado desta banda, aunque cubierto de la artillería de aquel
castillo, que es de los más fuertes y bien artillados de Francia. Afirmaban
más, que hasta del río se habían retirado a Caudebeck los bajeles de armada
y una galeota con que guardaban la entrada de los bastimentos por la Sena.
Disculpábase Villárs de no haber avisado antes con las muchas diligencias que
el enemigo había hecho para impedirle el comercio con el campo colegado,
hinchiendo de emboscadas los lugares capaces dellas, todo en orden a no dar
lengua de su retirada. Los franceses, y en particular los que han escrito las
historias de Enrique IV148, con la pasión natural y la estimulación grande que
hacían dél -como sin duda podían, si en alguna manera moderaran el exceso
de sus afectos- llaman a esta resolución, que a la verdad no admite ninguna
causa de jactancia, acto de singular prudencia, y dan sus razones harto apa-
rentes, por no confesar que rehusó la batalla, como si no hubiese casos en que
es acto de mayor valor (a trueque de encaminar el bien común) forzar un rey
o general de ejército su ardiente y natural deseo de llegar a las manos, y por
este camino [154] vencerse a sí mismo. Cuanto a lo primero, es cierto que en
los siete días que marchó el duque, advirtiendo que lo supo el francés desde
el primero, volvió a su campo toda la nobleza que le había dejado, con que
excedía el número de nuestra caballería con conocida ventaja y su infantería
no hay duda en que se igualaba con la católica, y sin embargo se encerró
en Pontdelarche. Y el duque de Parma, contra su propia opinión y la de los
consejeros españoles, que era de irle a buscar a su alojamiento y por lo menos
obligarle a pasar el río a cañonazos, con pérdida de reputación, después de
haber alegrado aquel día y el siguiente a los roaneses con su presencia y con
la de su ejército, pasó la vuelta del país de Caux, en la alta Normandía, con
intento de acabar de limpiar toda aquella ribera hasta la Havra de Gracia, sólo
con ganar la villa de Caudebeck, situada sobre la diestra margen della, tres
leguas de Roán y cuatro de la Havra de Gracia.
Llegó el campo a vista de Caudebeck a los 24 del dicho y lo primero que se
hizo fue desalojar la armada enemiga, que en número de treinta bajeles guar-
daba el río. Hízose con facilidad, ganando los nuestros la nave almiranta, la
galeota y otros bajeles menores. Atendía a esto monsieur de la Mota, general
de artillería. Y, queriendo entretanto el duque de Parma reconocer el puesto
de plantalla, acompañado del príncipe –su hijo- y de otros muchos, se ade-
148
Entre ellos podemos mencionar a Jacques Auguste de Thou, también llamado Thuanus,
autor de la Historia sui temporis (1604), y al humanista hugonote Agrippa D’Aubigné,
autor de la Histoire universelle (1616-1618). Para una bibliografía al respecto, consúltese
Henry IV, king of France. Recueil des lettres missives... [1562-1610], publié par M. Berger
de Xivery, París, 1843-76, 9 vols. (Collection des documents inédits sur l’histoire de France,
vol. 49).
Las Guerras de los Estados Bajos 363
lantó, cubierto algún tanto con un ribazo149, con solos Propercio, su ingenie-
ro150, y los capitanes Peñuela y Diego Escobar, entretenidos y soldados viejos.
Tiraron los enemigos hacia ellos algunos arcabuzazos, uno de los cuales hirió
al duque en el brazo derecho, en igual distancia del codo y la muñeca; vino el
golpe algo cansado y así se detuvo la bala entre las dos canillas151. Fue esta des-
gracia causa de los inconvinientes que veremos y la primera que tuvo el duque
deste género, no habiéndole sacado hasta entonces una gota de sangre los ene-
migos, con haberse metido entre ellos infinitas veces, no menos como soldado
que como capitán. No se dejó por esto de trabajar por ganar a Caudebeck y,
abriéndole la noche siguiente las trincheras y plantada la batería, amedrenta-
do el presidio a los primeros cañonazos, comenzó a parlamentar. Salió otro
día después con armas y bagaje y entraron de guarnición tres compañías de
valones y la de españoles del tercio [155] de don Luis de Velasco, del capitán
Antonio Caballero de Ibarra, a quien se encomendó el gobierno de aquella
plaza, donde se halló cantidad de trigo y otras provisiones que se tenían para
sustento del campo realista, de que se llevó mucha parte a Roán, aunque hizo
después harta falta, como veremos presto. Apenas le habían hecho al duque
de Parma la tercera cura en Caudebeck, donde entró con deseo de mirar por
su salud, cuando se tuvo aviso de que el príncipe de Béarne venía marchando
a gran diligencia con toda su nobleza y gran golpe de infantería, que había
sacado de las ciudades y presidios comarcanos, además de la extranjera, que
–como batalla que ya no podía excusarse- venían todos a pie y a caballo, con
la prontitud y confianza que acostumbraban. Causó esta nueva notable me-
lancolía en el duque, por verse imposibilitado de poder acudir como hasta allí
con su persona, y lamentábase vivamente de que le faltase salud cuando más
la había menester. Juntó el Consejo y, proponiendo el estado de las cosas, los
más fueron de parecer que, pues era imposible volver a Picardía sin venir a
las manos con el enemigo desaventajadamente, se escogiese un puesto en que
aguardalle, tal que, a más de ser fuerte, se tuviesen las espaldas siguras y los
bastimentos a la mano. Propúsose por el mejor el casar de Lilibón, del conde
de Brisac, y a este efeto se comenzaban ya a dar las órdenes en la plaza de
armas, cuando por instancia que hizo el dicho conde (ayudado de otros inte-
resados), se mudó de parecer, poniendo las banderas de Ivetoy, y, fortificando
allí de buenas trincheras un puesto, capaz de poder aguardar en él la furia con
que venía el enemigo, con siete mil caballos y más de quince mil infantes.
Conocióse presto el yerro y el daño que causa en semejantes accidentes el
149
«Porción de tierra con elevación y declive» (DRAE).
150
Se trata de Propercio Barroso, famoso hasta para ser incluido en El asalto de Mastrique (por
el príncipe de Parma) de Lope de Vega (acto II): «[Martín de Ribera] El conde era ya venido
/ por seguirle a la ligera, / aunque Propercio Barroso / no entiendo que habrá llegado. /
[Duque de Parma] Es ingeniero extremado / y astuto en cualquier negocio».
151
«Cada uno de los huesos largos de la pierna o del brazo, y especialmente la tibia» (DRAE).
364 Las Guerras de los Estados Bajos
anteponer al bien público los intereses particulares, porque Lilibón, por estar
más cerca de la Havra de Gracia, era puesto más acomodado para recibir los
socorros y bastimentos que podían venir al ejército por mar.
Había sido necesario para sacar la bala del brazo al duque abrírsele por
tres partes, con que de todo punto se hallaba imposibilitado de gobernar el
ejército ni ponerse a caballo; y así, ordenó que toda la gente del rey obedeciese
al príncipe su hijo como a su persona propia, no sin emulación grande del du-
que de Humena, que [156] quisera aquella honra para sí, como lugarteniente
de la corona de Francia, pero disumulólo con su prudencia y envejecido sufri-
miento. Comenzóse a fortificar maravillosamente la plaza de armas, parecien-
do que, pues el enemigo nos venía a buscar, tenía obligación de buscarnos en
ella y más viniendo con fuerzas tan aventajadas; pero no lo hizo así, antes (en
teniendo aviso de que se habían acampado los colegados en parte donde con
facilidad se les podían quitar los bastimentos) dio su negocio por acabado y
determinó ayudarse también de los yerros de su enemigo, consejo alabado de
todos y seguido de solos los sabios y prudentes capitanes.
El proprio día que el enemigo llegó a nuestra vista se alojó a menos de legua
francesa, sin que por nuestra parte se le impidiese. La plaza de armas católica era
en muy buen sitio, pero por haber a su lado otra algo mayor, que si el enemigo
la ocupaba podía ofendernos con ventaja, se hizo en ella un fuerte, en que se pu-
sieron tres medios cañones, con que se aseguraban entrambas. Los dos primeros
días hubo algunas escaramuzas, a que no se permitió salir nuestra gente; sólo
las hubo entre los franceses, a quien es imposible quitar el salir a escaramuzar;
y el tercer día por la mañana intentaron arrimarse al campo católico, echando
alguna infantería hacia la plaza de armas que guardaba el fuerte a ganar ciertos
setos, impidiéndoselo con valor nuestro escuadrón volante, y echándolos de
allí con algún daño. Pocas horas después desto se echó de ver que el enemigo
desalojaba para mejorar de puesto, y dando el costado a menos de media legua
a la frente del campo católico pudiera recibir un mal golpe, si no se gastara en
consejos y consultas con el duque, que todavía estaba en Caudebeck, cerca de
una legua del ejército, el tiempo que se debiera gastar en la ejecución. Peligrosa
y casi imposible manera de gobernar, pero forzosa en la resolución que tomó de
entregar el ejército a su hijo, cuya experiencia, si sus pocos años la dejaran igua-
lar con su valor, es cierto que aquella ocasión no se malograra. Envió el duque a
toda diligencia al capitán Escobar, mandando que se acometiese la retaguardia
enemiga, si era así que estaban (como decían) con poca orden y mezclada con el
bagaje, haciéndose él traer después en una literilla. Pero ya en las idas y venidas
se había puesto [157] todo en razón, sin más que leves escaramuzas y prisión en
una dellas del barón de la Chatra, por socorrer al duque de Guisa, empeñado
demasiado entre las tropas enemigas.
Alojóse el príncipe de Béarne aquel mismo día con su campo a poco más
de media legua de los colegados, en un puesto harto fuerte rodeado de bos-
Las Guerras de los Estados Bajos 365
ques y fosos, como a cada paso los hay en aquel país. Y poco antes de ano-
checer se trabó una escaramuza con nuestra infantería francesa, tal, que faltó
poco que por su ocasión no se llegase a dar la batalla. Húbose de sacar golpe
de infantería y guarnecer los setos para ojear al enemigo, que con su primer,
furia acostumbrada se venía arrimando demasiado. La primera caballería que
llegó al arma que se tocó en el campo fue la tropa que tenía a su cargo don
Carlos Coloma, su compañía y las dos de don Alonso de Mendoza y Cas-
tellano Olivera, gobernadas por sus tenientes. Llegaron luego las de Aníbal
Bentivolio y otra también de lanzas con un teniente, que -por alojar ya el
duque en el campo- le estaban de guardia; con las cuales acudió en persona
el príncipe Ranucho. Pretendían don Carlos y el Bentivolio la vanguardia
para cerrar con el enemigo, el uno por haber llegado primero a la ocasión y el
otro por ser de guardia; y, estando irresoluto el príncipe152, llegó el comisario
general Jorge Basta y declaró a favor de Bentivolio, el cual cerró con un escua-
droncillo de infantería inglesa, y, sin poder penetrar por sus picas, al tomar la
vuelta le hirieron de un arcabuzazo en un talón y mataron a su alférez, aunque
no se perdió el estandarte. Quiso cerrar don Carlos y tras él Diego de Ávila
Calderón con su compañía y la de don Otavio de Aragón, gobernada por
su teniente Gabriel Rodríguez, y otras tropas que habían ido llegando. Pero
detúvolas el príncipe con la espada en la mano, pareciéndoles a él, a monsieur
de la Mota, Jorge Basta y don Diego de Ibarra, que habían llegado al arma,
que era temeridad acometer con caballería sola a infantería que, aunque en
campaña rasa, estaba franqueada de mampuesto153, de mucha y muy buena
mosquetería.
Comenzaba ya a escurecer cuando el enemigo retiró sus tropas, con pérdi-
da de alguna gente de consideración. De los nuestros faltaron algunos y otros
salieron heridos; uno dellos fue el conde Horacio Escoto, gentilhombre de la
cámara del príncipe, que salió con un [158] brazo roto; al príncipe y a dos ca-
pitanes les mataron los caballos. De la infantería enemiga quedaron muertos
al pie de ciento, y fuera mayor la pérdida si no sobreviniera la noche, porque
nuestra infantería peleaba de lugar aventajado.
Con ocasión desta retirada se reconoció menos de tiro de arcabuz más
adelante otro puesto harto fuerte, con su seto y foso, la vuelta del enemigo; y
por la comodidad que daba para tenerle ocupado se ocupó aquella noche con
intento de prevenir al enemigo y consultar después si convenía sustentalle.
Diose parte al duque aquella noche de todo y, aunque no fue de opinión que
se empeñase gente en aquel puesto, tuvo más votos el parecer de los que acon-
152
Amelot dice que «l’irrésolution est la mere & la porte de plusieurs grands inconveniens»
(106 [libro III]). Para Coloma la irresolución es uno de los mayores males del gobierno, en
especial en la guerra.
153
En el sentido de «parapeto».
366 Las Guerras de los Estados Bajos
154
Trincherón. «La trinchera grande o fuerte» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 367
ble infamia) y el comisario general Jorge Basta con que habían salido más de
quinientos caballos ligeros a buscar de comer y forraje para sus caballos, de
que se padecía notable falta.
No le pareció al de Béarne acometer los puestos fortificados de nuestra in-
fantería, ni a los que gobernaban nuestro ejército, salir dellos tan desaventaja-
damente, advirtiendo que, siendo el enemigo el que acometía, estaba obligado
a hacerlo no menos que los católicos a conservar el puesto y la plaza de armas.
Y así, persistiendo entrambos campos en estarse quedos, se continuó por más
de ocho horas una perpetua lluvia de cañonazos, haciendo y recibiendo aún
mayor daño con los arcabuces y mosquetes, tanta era la vecindad en que se
estaba todo aquel tiempo. Venía ya asomando la noche, cuando el de Béarne
comenzó a retirar sus escuadrones la [160] vuelta de los cuarteles con menos
buena orden de lo que podía prometerse de sus cabezas. Ofrecióse aquí otra
buena ocasión de ofendelle, que también se malogró, como las demás, por
la ausencia del duque. Venida la noche, dejó el enemigo el trincherón, como
cosa que no lo podía sustentar sin gran peligro, en que anduvo más prudente
y recatado que nosotros.
Otros dos días estuvo el campo colegado sin hacer mudanza en el puesto
de Juetoy, continuándose siempre las escaramuzas y ausentándose cada día
gente por la excesiva hambre y sed que se padecía. Estábase a menos de legua
del río y valía un escudo un azumbre155 de agua y cuatro reales un pan muy
pequeño. El saber esto el enemigo -por la misma vía que sabía otras cosas- dio
ocasión a que, dando ya la guerra por acabada, escribiese a Inglaterra, a Ho-
landa, a Alemaña, Florencia y Venecia, que tenía el ejército católico en estado
que no se le podía escapar sin alas o pasando por debajo del yugo, como los
romanos en las Horcas Caudinas156. Entendíalo él así y, por no poner en duda
lo que a su parecer estaba seguro, se dejó de inquietar al campo católico con
escaramuzas. El cual, no pudiendo sufrir más la necesidad, medroso el duque
de que se le acabaría de ir toda la gente, desalojo de Juetoy la noche de los 18
de mayo y, sin ver al enemigo, se arrimó a Caudebeck y al río Sena poco más
de un cuarto de legua, ocupando un sitio fortísimo y eminente, rodeado de
bosques, de los que –como dicho es- hay a cada paso en aquel país. Ceñía a
todo este alojamiento un vallado natural harto hondo y ancho, el cual, par-
tiendo de sobre la mano izquierda del alojamiento y dejando en la frente una
pequeña plaza de armas, la cubría toda y el costado diestro hasta topar con
un arroyo pantanoso que, caminando después hasta el río, daba al parecer
155
«Medida de capacidad para líquidos que equivale a unos dos litros» (DRAE).
156
La batalla de las Horcas Caudinas tuvo lugar en el 321 a.C. entre los ejércitos romano y
samnita (parte de la Segunda Guerra Samnita). Cayo Poncio venció a los romanos, obligán-
doles a la rendición en condiciones humillantes; en el 316 a.C. se tomaron la venganza los
romanos capturando Lucera y rescatando las armas, estandartes y rehenes perdidos con
anterioridad.
368 Las Guerras de los Estados Bajos
157
Aquí vale como especie de «tifus», aunque en otras se toma como «insolación». «Enfer-
medad peligrosa que consiste en una fiebre maligna que arroja al exterior unas manchas
pequeñas como picaduras de pulga y a veces granillos de diferentes colores como morados,
cetrinos» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 369
ni oído por el ejército católico, que a gran priesa se ponía en batalla, desem-
bocó por la principal avenida que [162] entraba en el cuartel de la española
y, apiñando todos los franceses en un camino hondo, comenzó Birón a echar
la gente que pudo por entre unos setos a cortar el paso al bagaje, que con las
alas que suelen poner el peligro y el miedo a gran prisa procuraba ganar la
subida de la plaza de armas. Hacían el mismo camino los estandartes, acom-
pañados de pocos caballos, por estar los más a buscar la vida, cuando –herido
de un arcabuzazo- Lorenzo Martín, alférez de la compañía que había sido de
don Alonso de Mendoza, dejó la vida y el estandarte en manos del enemigo.
Tocábase arma por todas partes y por la frente, como dicho es, se habían
ido arrimando los escuadrones franceses hasta llegar a tiro de cañón; y a esta
causa, donde se pensaba aventurar todo el resto no se hacía caso del peligro
en que estaba la caballería española, ni se atendía a ofender a Birón, que tan
temerariamente se había metido en parte donde con facilidad se le podía
pedir estrecha cuenta a la retirada. Pero acabada de conocer por las cabezas
la estratagema del enemigo y cayendo en que todo aquel aparato había sido
para ejecutar a su salvo la empresa que llevaba Birón contra el cuartel de la ca-
ballería, llegando a proveer de remedio, se hizo con tanta confusión, que tres
veces salió de la plaza de armas y otras tantas volvió a ella Camilo Capizuca
con su escuadrón volante; y es cierto que, si calara una dellas con resolución,
no se retirara un francés con la vida. Desvalijaron los enemigos cosa de vein-
te carros de la caballería y lo que ellos dejaron por la prisa se lo llevaron los
valones y italianos, que bajaron ya cuando no era menester. Esta pérdida y
la de otro estandarte de hombres de armas del conde de Rus y la muerte de
diez soldados de la compañía de don Carlos, última ella y él a retirarse, fue
todo el daño que recibió aquel día la caballería española, tan encarecido por
los historiadores franceses158. Murió peleando en la defensa de un portillo de
un seto el capitán Mosquetier, lavando con su sangre la mancha de lo mal
que defendió el castillo y fuerte de Heel, en la isla de Bomel. De los franceses
murieron, a lo que se supo después, más de ochenta, ofendidos primero de
algunos arcabuceros a caballo, juntados por el teniente Jerónimo de Gurea,
que desde un alto rodeado de setos tiraban a bulto a todas las tropas francesas
metidas en un camino hondo, y [163] después por algunos soldados que iban
a pie en la caballería, que en oyendo el arma se subieron a la torre de una igle-
sia derribada y desde allí procuraron descargar a menudo sus escopetas. Hizo
Birón de su retarguardia vanguardia, viendo que le era lance forzoso salir por
donde entró; y, topándose en el camino con cien infantes del tercio de don
158
Recuérdese lo que ha dicho en el libro IV (supra): «…que no parecía sino que se dejaban los
estados proprios al arbitrio de la Fortuna por conservar los ajenos, tanta era la fuerza que
hacía en el ánimo católico del rey el deseo de conservar la fe en Francia. Cuyos historiadores
(apasionados sin duda en este juicio) no acaban de darle otros motivos políticos».
370 Las Guerras de los Estados Bajos
159
Muchos ejemplos de valor como éste señala Coloma. Amelot dice que «quand les soldats
ont une extrême envie de combarte, le genéral ne doit pas laisser morfondre cette ardeur»
(112 [libro III]).
Las Guerras de los Estados Bajos 371
de pocos bastó a darle felices sucesos. Y cierto que se puede tener el haberlo
ejecutado a su salvo por la mayor hazaña que en toda su vida hizo este famoso
capitán, consideradas las dificultades que se revencieron y las demás circuns-
tancias que se pueden considerar en esta retirada.
Asegurando el paso del río con los fuertes ya dichos y engañado el enemigo
con los que se iban haciendo en la frente de la plaza de armas, tomando pare-
cer el duque de las personas de quien se podía fiar tan gran resolución, puesto
que esperanza de ejecutarla consistía en sólo el secreto (y ése -entre muchos,
aunque sean todos fieles- es temeridad esperarle), hubo varias opiniones so-
bre la parte adónde había de encaminarse el ejército después de pasado el
río, procurando esforzar antes desto don Diego de Ibarra que no convenía
a la reputación de la causa apartar el rostro al enemigo, cuyos soldados –era
cierto- habían de cansarse de aguardar, como acostumbra la nación francesa,
de naturaleza impaciente y regalada, que sufre dificultosamente largo tiempo
el trabajo de la guerra, en llegando a ser demasiado grande y continuo. En lo
cual les hacen otras naciones conocida ventaja, y así podía esperarse mejor sa-
lida de la que entonces se figuraba, alegando, entre otras modernas y antiguas
experiencias, el ejemplo del Garellano160, en donde sufrir los trabajos y espe-
rar había [165] sido causa de una gloriosa victoria. Pero, viéndose casi solo en
esta opinión, declaró la suya (con el presupuesto de que era forzoso pasar el
río primero) al presidente Richardote y Cosme Masi, secretario del duque, en
esta sustancia: que le parecía acertado -supuesto que había de pasar el río- el
arrimarse a la mar, frontero de la Havra de Gracia, y escoger un puesto, el
más acomodado y fuerte que se pudiese, gozando, mientras el enemigo no lo
estorbase, de la fertilidad de aquel país, lleno de bastimentos, de la vencindad
de la misma Havra de Gracia y de la comodidad de aquel famoso puerto,
desde donde, acudiendo luego bajeles de Dunquerque (como acudirían al
primer aviso), podría escribirse a Su Majestad dándole cuenta del estado de
las cosas y obligándole (con tener el ejército tan empeñado) a que mirase por
él con cuidado trasordinario161. Decía que el socorro por mar no podía faltar,
no sólo de España, pero del ducado de Bretaña, enviándole a pedir al duque
de Mercurio, a don Juan del Águila, don Mendo de Ledesma y don Diego
Brochero, el cual, con las galeras y bajeles de alto bordo que allí tenía podía
en muy breves días acudir con la mayor parte de las fuerzas católicas y buen
golpe de españoles; que era este socorro muy cierto y a propósito, porque,
además de la gente, las galeras y bajeles ayudarían a limpiar el río, asegurando
160
Se refiere a la famosa batalla del Garellano (1503), entre franceses y españoles, luchada a
orilla del Garellano y en la Gaeta, parte de la llamada Segunda Guerra de Italia. Dio lugar
a la capitulación de Gaeta y la firma del Tratado de Lyón. Gonzalo Fernández de Córdoba
realizó en ella una de las maniobras envolventes más recordadas de la historia militar.
161
Para la correspondencia de Felipe II relativa a los Países Bajos, consúltense Gachard y Co-
rrespondance (1940).
372 Las Guerras de los Estados Bajos
que el enemigo, aunque pudiera muy bien, [167] tratase de impedillo. Porque,
si bien el barón de Birón, monsieur de Gibrí y el duque de Longavila llegaron
con golpe de caballería el primer día al fuerte, deseando reconocelle, fueron
rechazados valerosamente por don Alonso Idiáquez y su tercio, asistido de la
poca caballería que había; y finalmente, volviendo el francés el día siguiente
con todo su campo, resuelto en acometer la retaguardia católica, le avisaron
sus corredores que iba ya pasando la última barcada; y, deseándola inquietar
el de Béarne con su artillería, plantó algunas piezas, con que hizo menos daño
del que recibió del fuerte de ll Barlota. Pasó en esta última barcada el príncipe
Ranucho, después de haber hecho todo lo que se pudiera esperar del duque, su
padre, acompañado de don Luis Bravo, Domingo de Villaverde y don Juan de
Velasco, con sus tres compañías de infantería española, los postreros pontones,
en que venían las tres piezas de artillería del fuerte, contra quien echó el enemi-
go el río arriba algunos bajeles en vano. En Caudebeck quedó alguna infantería,
más por estorbar que el francés no se la llevase de vuelo que por pensar que se
podía defender. Acabóse de pasar el río a las cuatro de a tarde, sin pérdida de un
hombre tan sólo; y a esta hora, viéndose imposibilitado el de Béarne de poder
hacer algún buen efeto, volvió a sus cuarteles, desengañado de apaciguar por
aquella vez las centellas de la guerra, pensamiento que le tuvo creído muchos
días y escrito a sus amigos, como se ha dicho. Y aunque tan gran efeto es de
creer que no le perdió por sólo el descuido desta confianza, es sin duda que –si
la acompañara de mayores diligencias- pudiera valerse de la enfermedad del
duque y de los daños que ocasionó este gran accidente en nuestro ejército, co-
yuntura preciosa para él y que debiera lograrla con mayor resolución y presteza,
como es necesario en todas las acidentales y que pasan presto.
La primera noche que se juntó el ejército después de pasada la Sena, lla-
mando el duque a las cabezas dél, se trató de la forma en que convenía dejar
a Roán para que el enemigo no se apoderase della con fuerza o con inteli-
gencia, que por ambos caminos se podía temer la pérdida de aquella ciudad,
quedando el de Béarne tan orgulloso y bien reputado. Y pareció a los más que
quedase en ella el duque [168] de Humena, en que vino él de buena gana, por
hallarse con poca salud. Hubo quien fue de otro parecer, representando en
secreto al duque de Parma que convenía tener al de Humena cerca de sí, qui-
tándole con este color la ocasión de reconciliarse con el enemigo con partidos
tan aventajados como podía sacar sin duda, entregándole a Roán y a todas
las plazas católicas de Normandía, que estaban a su devoción. Sin embargo,
deseando el duque acudir con remedio al dolor más apretante, sin rendirse a
esotras consideraciones más remotas, que las más veces son más embarazo que
consejo (y fiando del duque), a vueltas de tan grandes cosas, aquélla (en que
haría mucho al caso su autoridad) se resolvió en que se quedase, conviniendo
todos en que no era bien volver a fiar una ciudad como aquella del almi-
rante Villárs, de quien cada día se iban concibiendo más ruines sospechas.
374 Las Guerras de los Estados Bajos
todos los soldados, en cuya prueba contó un curioso al pasar el río que pasa
por Aneta, hermosa casa de placer de los duques de Aumala, más de ocho
mil infantes, con faltar los esguízaros y más de tres mil caballos, que –como
el país por donde se pasaba era entero y lleno de bastimentos- acudió toda la
gente que andaba esparcida matando el hambre, sin que ya cuando se llegó a
la puente de San Claudio (que fue al sexto día) se echase de ver ni en hombres
ni en caballos señal alguna de la necesidad pasada.
Detúvose el duque de Parma en París tres días y el ejército en sus contor-
nos, hasta que –haciendo un puente junto a Charentón, en la [170] parte
donde se juntan los dos ríos, Marna y Sena- se entró en el país de Bría y al
fin se hizo alto en Chateotirí, en donde se tuvo aviso de una señalada victoria
ganada por el duque de Mercurio, cabeza de la liga de Bretaña, asistido de la
infantería española, que tenía a su cargo don Juan del Águila en nombre de
la serenísima infante doña Isabel, como legítima heredera de aquel ducado,
cuyos sucesos escribirán otros162. Pues, como propuse al principio, no pasa
mi destajo163 de las cosas en que me hallé y de las que sucedieron en Flandes
y en Francia a los ejércitos cuyas cabezas fueron los gobernadores de aquellos
estados o sus lugartenientes, debajo de cuya mano serví.
Sabido en Chateotirí por el duque cómo el comisario Matheuchí había
despedido en tan ruin coyuntura los esguízaros, tuvo dello sentimiento que
era razón y, deseando guarnecer de otra gente la ciudad de Roán, sacando del
ejército hasta ochocientos infantes valones y alemanes y ciento y cincuenta
españoles en las dos compañías de Simón Antúnez y Gregorio López de Za-
bala, la envió por el río abajo la vía de París, a cargo de monsieur de Vitrí,
con harta repugnancia de los ministros españoles, que no les parecía bien
se introdujese el encomendar el gobierno de gente española a franceses. Sin
embargo, mandó el duque ejecutar su orden y que la gente marchase, como
lo hizo, llegando, no sin algún peligro, a salvamento a Roán.
Otro aviso tuvo el duque por estos días, de Lorena, en que le avisaban de
una victoria que aquel duque había tenido de los realistas, en que rompió
diez estandartes de caballos escogidos de las plazas hugonotas de Champaña
y cómo había tomados los castillos de Coisí, Montigní, Monteler y la Fauxe,
de que se alegró todo el ejército oyendo buenas nuevas de todas partes. Y el
duque, tanto por esto como por que le iba apretando su hidropesía, tuvo
162
Juan del Águila, maestre de campo (1545-1602), llegó a Francia en 1590 (Nantes, Breta-
ña). Allí estableció su base de operaciones en el Puerto de Blavet; en noviembre de 1591
tomó el Castillo de Blain y el 21 de mayo de 1592 (suceso aquí referido) derrotó a un
ejército anglofrancés en Craón; persiguiendo al contingente inglés, lo desbarató del todo
en Ambrières. El 6 de noviembre tomó Brest. Las victorias del norte de Francia de 1592-96
permitieron que, al desplazarse parte de las tropes francesas allí, se aliviara la situación de
Juan del Águila. Ver Martínez Laínez, Monzón y Vázquez.
163
En el sentido de «trabajo», «tarea».
376 Las Guerras de los Estados Bajos
alguna más ocasión para declarar su voluntad acerca de su partida para Aspa.
Con todo eso la difirió algunos días, deseoso de cobrar fuerzas con que po-
der seguir su camino y de saber entretanto con certidumbre los intentos del
francés, discurriendo algunos que con la rota recibida en Bretaña sería posible
arrimarse allí. Mas, sabiendo que se estaba quedo entre Neuchatel y Roán,
por que otro aviso no le impidiese [171] su jornada, partió a los 14 de junio
por Rens y Masiers, llevando consigo al príncipe, su hijo, al de Ásculi, que de
Bruselas pasó a España, al marqués del Vasto, que, en viéndose sano, atravesó
de Hedín a Roán con notable peligro de su persona (acompañado de don Ro-
drigo Lasso y don Francisco Juan de Torres, que también habían llegado al ex-
tremo de sus vidas) y, finalmente, de toda su corte y sus compañías favoritas.
Desearan los ministros del rey en primer lugar que el duque no se fuera, pero,
habiendo de ser forzosa su ida para cobrar salud, holgaron de que aquel ejér-
cito quedara a cargo de monsieur de la Mota; mas, no arrostrando él a ello,
dejó el duque de mandárselo con resolución que pudiera, dejando el gobierno
absoluto de todo, durante la ausencia del duque de Humena, al marichal de
Rona. De la caballería se hicieron dos tropas, con título de española e italiana:
la primera se encargó a don Carlos Coloma, con nueve compañías, las seis
de lanzas españolas, en que no había otro capitán sino él; la de Contreras, de
arcabuceros, que alcanzó licencia para España, y dos de valones de los señores
de Maldeguen y Moude; la segunda tropa quedó a cargo del marqués Alejan-
dro de Malaspina, con trece estandartes de italianos, valones y albaneses, sin
otro capitán que él, y cinco de arcabuceros a caballo. Quedaron en el ejército
don Diego de Ibarra y Juan Bautista de Tassis con orden de calificar con su
parecer todas las resoluciones, de tener muy particularmente la mano sobre la
hacienda del rey y solicitar la junta de los Estados Generales, que con tanto
deseo se esperaba. El duque de Guisa se quedó en París; los demás príncipes y
gobernadores se fueron a sus puestos y de la caballería francesa no quedó más
que la tropa del señor de Rentigní, gobernador de Miaux, y otras dos compa-
ñías de corazas, fuera de las que tenían en Chateotirí y la Fertemilón los seño-
res Dupeche, hermanos y gobernadores destas dos plazas. La falta de dinero
le hizo también al de Béarne deshacerse de parte de su gente, despidiendo los
alemanes del príncipe de Analt, la mitad de los esguízaros y todos los reitres,
con que vinieron a quedar casi iguales las fuerzas de ambos partidos.
Deseó monsieur de Roma hacer con el ejército de la Liga alguna [172]
empresa de importancia antes que el enemigo se desembarazase de Norman-
día; y así, con seis mil infantes, mil y quinientos caballos y nueve piezas de
batir (cuatro de las cuales se trajeron de Rens, en Champaña), se puso al
principio de julio sobre la villa de Eperne, una de las más fuertes y mayores
del país de Bría. Al apoderarse el tercio de don Antonio de los Burgos, que se
hizo por fuerza y con muerte de cien franceses de los que habían salido a que-
mallos, mataron al capitán Cristóbal Hernández y en el último día del sitio,
Las Guerras de los Estados Bajos 377
que fue el octavo, al capitán Andrés de Castro, del mismo tercio. Rindióse al
fin el gobernador monsieur de San Luc en viendo abierta la batería, sin espe-
rar el asalto, y fue acompañado con armas y bagaje y aun con dos piezas de
artillería que sacó hasta Províns, villa realista. Quedó de guarnición el coronel
La Barlota con su regimiento y tres compañías del tercio del conde de Bossú,
número en todo de ochocientos hombres, no atreviéndose Rona a señalar
gobernador permanente en ausencia del duque de Humena. El cual no esta-
ba ocioso en aquella sazón, porque, mientras el de Béarne se apercebía para
divertir los efetos del campo católico, en llegándole la gente que se ha dicho
salió de Roán y se apoderó de la villa de Pontaudemer, en la Baja Normandía,
no sin tácito consentimiento del señor de Aqueville, gobernador realista. En-
comendó el duque el presidio de aquella plaza a los españoles y a trecientos
entre alemanes y valones, dando el gobierno della al capitán Simón Antúnez,
portugués de nación y soldado de valor y experiencia. Pensó el duque hacer lo
mismo de la villa de Quilibuf y, defendiéndosela valerosamente al gobernador
della, hubo de levantar el sitio sin fruto.
Sabido por el príncipe de Béarne que se había puesto sitio sobre Eperne,
juntando hasta siete mil infantes y dos mil caballos, comenzó a marchar en su
socorro, resuelto en dar la batalla o librar la plaza, a seis leguas de la cual supo
como San Luc la había rendido sin esperar el asalto. Y sabido también como,
después de ganada, se había vuelto a recoger nuestro campo a Chateotirí, pasó
adelante con deseo de valerse del beneficio de nuestra batería; y, llegando a su
vista, yendo el marichal viejo de Birón a reconocer los puestos, le llevaron la
cabeza de un cañonazo, con particular sentimiento y vivas lágrimas [173] de
Enrique, que le amaba como padre. Con este triste suceso, fingiendo el fran-
cés que no se atrevía a sitiar a Eperne, pasó la vuelta de Chalón, desde donde
dio muestra de querer sitiar la villa de Vitrí. Y no fue sino deseo de que con
sobrada confianza se disminuyese la guarnición de Eperne, como sucedió,
porque, deseando Rona en mala sazón reforzar el ejército, sacó de Eperne a la
Barlota, dejando solos cien soldados de su regimiento, los trecientos del con-
de de Bossú y algunos franceses. El cual Barlota, valiéndose de una licencia
que tenía del duque de Parma, se fue al País Bajo, como otros muchos que
dejaron aquel ejército en ruin ocasión. Avisado desto el príncipe de Béarne,
dobló otra vez con la diligencia que pudo la vuelta de Eperne; y Rona, cayen-
do en el yerro que había hecho, le remedió con otro, como de ordinario suce-
de; porque, enviando al teniente coronel de la Barlota con trecientos soldados
de su regimiento, cogidos en unas viñas a menos de tiro de cañón de la villa,
degolló casi a todos el nuevo marichal de Birón, entrando en ellas apenas
cuarenta; que fue terrible desmán, puesto que se defendieron valerosamente y
mataron alguna gente particular del enemigo. Tras este buen suceso acabó el
de Béarne de poner sitio, fortificándose en él por todas partes y en particular
las avenidas por donde se les podía meter socorro a los sitiados.
378 Las Guerras de los Estados Bajos
Se llamó Estados Generales a una alta institución representativa del Reino, que consistía en
164
una asamblea convocada por el Rey y a la que acudían representantes de cada estamento.
Fueron una institución del poder en Francia que representaba a los tres estados, nobleza,
clero y el resto del pueblo. Fueron creados en 1302 por Felipe IV de Francia, el Hermoso,
disueltos por Luis XIII en 1614, y convocados de nuevo en 1789, habiéndose reunido un
total de 21 veces en 487 años. Eran una asamblea excepcional; su reunión solía significar
la respuesta a una crisis política o financiera que obligaba a conocer la opinión de los súb-
ditos para confirmar una decisión real, particularmente en materia fiscal. Los componían
los diputados (elegidos con un mandato de sus electores redactado en forma de cuadernos
de quejas, en francés llamados cahiers de doleances) de los tres estamentos y se reunían por
«brazos», es decir, que cada estamento debatía entre sí y emitía un voto. Dichos estamentos
se reunían por separado y contaban cada uno con un número igual de representantes. El
sistema de voto utilizado era estamental, contando un voto para cada una de las cámaras.
La función de estas asambleas era aprobar las leyes y los impuestos.
Las Guerras de los Estados Bajos 379
165
Se trata de una ceca.
Las Guerras de los Estados Bajos 381
bastara el cuatro tanto166 a cumplir medianamente con todo. Hízose con todo
eso lo que se pudo para tener junto a la primavera un buen ejército con que
corroborar la elección de rey y tener segura la junta de los Estados, que las
leyes –sin la asistencia de las armas que las defienden- son como cuerpo sin
alma y como la materia sin la forma167.
Apenas volvió las espaldas el duque de Parma del país de Henao para entrar
en Francia, al principio deste año (como queda dicho), cuando, despedidos
por los holandeses los embajadores imperiales, comenzaron a fundar seguras
esperanzas de prósperos sucesos en la división de las fuerzas católicas. Y a la
verdad, ¿cuándo podían mejor esperarlos que cuando vían el mayor nervio
dellas ausentes y ocupadas en parte que podían muy bien dudar de su vuelta,
a lo menos tan en breve? Tratóse en su consejo por el mes de marzo lo que era
bien emprender en aquella ocasión, y pareció a los más que era mejor añadir
una provincia más a las unidas que no ir salpicando en Brabante, Güeldres o
Flandes; y así se resolvieron en que se acabase de una vez con Frisa, país fuerte
por naturaleza y capaz de poder sustentar en él de ordinario seis mil infantes
y mil caballos con que ayudar a ganar lo restante de los Estados, que ya les
parecían pequeños durante la guerra de Francia, como realmente lo fueran
si no se acabara o no se proveyera de más fuerzas. Tuvieron secreta esta reso-
lución, parte con que se asegura el efeto de los buenos consejos, hasta saber
que el duque de Parma había partido segunda vez al socorro de Roán; y, en
sabiéndolo, añadiendo al consejo la segunda parte esencial, que es ejecutarle
en sazón, juntó el conde Mauricio todas sus fuerzas y con ellas gran golpe de
gastadores y cuarenta piezas de batir y se puso a los 28 de mayo sobre la villa
de Estenuick, plaza la más fuerte y la más importante de toda Frisa. Tuvo
aviso desta resolución el coronel Verdugo desde que se tomó y, hallándose
con muy pocas fuerzas, importunaba al conde de Mansfelt [178] por socorro
de gente y dineros; el cual, medroso de las partes vitales cercanas al corazón,
hubo de desamparar los extremos, sabiendo bien la facilidad con que el ene-
migo, viendo descubierto a Brabante, podía señalar a Frisa y herir a Amberes
o a Brujas. El conde Herman de Bergas, siendo avisado de lo mismo, ordenó
al capitán Andrés de Pedrosa que con su compañía se metiese en Estenuick.
Era gobernador de aquella plaza Antonio Cokel, llamado comúnmente «La
Coquelá», teniente del regimiento de valones de monsieur de la Mota, solda-
do de conocido valor; y –fuera del que constaba doce banderas- tenía otras
cuatro de borgoñones altos, toda gente escogida, que pasaba de mil hombres,
166
Tanto. «Pospuesto a un numeral, sirve para formar múltiplos, ora con valor sustantivo, ora
como adjetivo. Dos tanto, en lugar de dos veces tanto» (DRAE).
167
La comparación, claro, procede de la filosofía aristotélica, quizá tomada por Coloma de la
neotomística de la época. Recordemos que Coloma, durante la Tregua de los Doce Años,
será defensor de un aumento de la presencia militar española en los Países Bajos, así como del
concepto de la guerra preventiva en Italia en las décadas de los años 20 y 30 del siglo XVII.
382 Las Guerras de los Estados Bajos
contados cosa de trecientos de los que se rindieron los años pasados a Santa
Gertrudenbergue. De una las dichas compañías de valones era capitán el con-
de Ludovico, hermano de los condes de Bergas, mozo de diez y ocho años,
y servíala en persona (sin embargo de su poca edad) con la misma prontitud
que ellos en sus cargos, con ser primo hermano del conde Mauricio, y todos
los alemanes de nación. Fue éste uno de los lugares más bien defendidos que
por ventura hubo en todo el discurso destas guerras. Hicieron los sitiados
gallardas salidas y en una dellas degollaron trecientos herejes, con pérdida de
sólo seis; y en otra que hizo el capitán Andrés de Pedrosa, a cuyo cargo estaba
una de las tres baterías que hicieron los enemigos, llegó hasta él la artillería
dellos y la tuvo ganada en media hora, dejando al capitán con más de cien
soldados que estaban a su guardia muertos, trayendo algunos presos a la villa.
Si bien la pérdida que se hizo poco después del conde Ludovico no dejó de
ser de consideración y de gran sentimiento a sus hermanos y al coronel Ver-
dugo, que los crió a todos y les dio la buena leche de la fe, que les faltó a sus
padres y tíos. Cuarenta y cuatro días se defendió La Coquelá con gran lustre
suyo y de la nación valona, resistiendo tres asaltos y matando al enemigo mil
y trecientos soldados, y entre ellos mucha gente particular. Fueron tantos los
heridos, que apenas había en su campo cinco mil sanos, con haber puesto el
sitio con más de diez mil; y lo que es de consideración, con tirarse a la villa
pasados de treinta mil cañonazos, tantas salidas y tantos asaltos, no pasaron
de ciento y cincuenta los muertos y poco mayor el número de heridos. Deseó
el [179] conde de Mansfelt socorrer esta plaza, y a este efeto comenzó a juntar
cantidad de gente, que al fin paró todo en menos de cinco mil hombres de a
pie y de a caballo; tal era la penuria de dinero y tantos los intereses que lleva-
ban en Amberes los hombres de negocios, que apenas lucían las provisiones
que venían de España, desorden que ocasionó poco después un decreto tan
santo cuanto merecido por ellos.
Vuelto el de Parma a las aguas de Aspa, con más necesidad dellas que nun-
ca (por hallarse ya casi con la hidropesía confirmada), deseó también socorrer
a Estenuick, juzgándola por la llave de Frisa, aunque está situada en la pro-
vincia que llaman de Overysel (o Transiselana); y todo lo que pudo alcanzar
su diligencia fue aumentar el campo de otros dos mil valones y de toda la
caballería que volvió de Francia, que, junto con la que tenía en la campiña el
coronel Mondragón, a cargo de don Ambrosio Landriano, nombrado ya por
teniente general del duque de Pastrana, llegaba al número de mil y quinien-
tos caballos. A esta gente se añadió el tercio de don Alonso de Mendoza, que
hasta entonces no se había resuelto el de Mansfelt en enviarle a Frisa. Con
que vino a hacerse un razonable ejército, capaz de poder hacer algo de bueno,
si llegara a poderse juntar con las reliquias que le quedaban a Verdugo; mas,
como para hacerse este esfuerzo se hubo de gastar mucho tiempo, el proprio
día que llegaba Mondragón a querer pasar la Mosa se supo la rendición de
Las Guerras de los Estados Bajos 383
168
Coeborden, en el noreste de Holanda. La fortificacón de Coeborden (puede verse una
imagen en http://en.wikipedia.org/wiki/File:Coevorden.jpg, donde se aprecian los cinco
caballeros reales incluídos dentro un fuerte exterior) era del del tipo estrella (como en Gro-
ninguen), compuesta de bastiones triangulares diseñados para protegerse unos a otros más
un foso, con reducción en la altura de los muros y aumento de su grosor. Tuvieron su ori-
gen en Italia a fines del s. XV y en el XVI, como respuesta a la invasión francesa. En el siglo
XVI fueron mejorados por los ingenieros Baldassare Peruzzi y Scamozzi. Para máquinas de
guerra en general, ver A. Tarducci, Delle Machine, ordinanze et quartieri antichi et moderni
(Venecia, 1601) y el interesantísimo libro de Vicente de los Ríos, Discurso sobre los ilustres
autores e inventores de artillería que han florecido en España desde los Reyes Católicos hasta el
presente (Madrid, 1767). Ver también Belli.
169
Como en el caso de Bernardino de Mendoza (y muchos más historiadores de los sucesos de
Flandes), Coloma insiste en varias ocasiones en el carácter pantanoso de la región, la dificultad
de las comunicaciones para el ejército, y los trabajos de los habitantes en su lucha contra el
mar.
384 Las Guerras de los Estados Bajos
que, aunque no le tenían aún en defensa los que le guardaban, lo hicieron con
tanto valor, que, sin embargo de que, por estar casi descubiertos, recibían
gran daño, jamás desampararon el puesto. Mandólos el conde acometer con
buen golpe de gente, de que se [182] defendieron hasta quedar muy pocos
vivos; llególes socorro de sus cuarteles, y los nuestros –por no ser cogidos por
las espaldas- hubieron de retirarse. Murieron –entre la gente particular- dos
alféreces del regimiento de Verdugo, Juan López (español) y monsieur de
Ruiló (valón). Sea lícito, aunque parezca menudencia, pagarles nombrándo-
les el valor con que perdieron las vidas, pues no es el menor motivo con que
se aventuraran, y lo mismo hiciera con los enemigos, si supiera sus nombres,
que el valor y las partes loables en nada se aborrecen170. Hechas las platafor-
mas, comenzaron a cegar el foso, que lo hacen con mucha maña y presteza.
En esta sazón llegó el socorro a Grol a cargo de monsieur de la Capela. Cons-
taba de su regimiento de liejeses, el tercio de italianos de don Gastón Espíno-
la y el de irlandeses del coronel Estanley, que todos juntos (parece increíble,
pero es cierto) no pasaban de ochocientos soldados, y algunas compañías de
soldados a cargo de don Alfonso Dávalos, hermano del marqués del Vasto,
que todas juntas es cosa averiguada que no llegaban al número de cien solda-
dos. Llególe esta gente a Verdugo sin un real, y así se resolvió (por no tenerla
con tan conocido peligro en casares abiertos, donde por lo menos tuviera al-
gún refresco) a meterla en Grol. Y, deseando alargar cuanto pudiese el sitio de
Coeborden, envió un capitán del tercio de la Capela con algunos valones dél
a procurar entrar dentro, y él lo hizo, aunque con gran peligro. Avisó el coro-
nel la Capela al duque de Parma y al conde de Mansfelt la calidad del socorro
que había traído; estas cartas se perdieron en el camino y, llegadas a manos de
Mauricio, se las envió a su primo con un trompeta, para que viese cómo le
socorrían. Importó poco esta diligencia en la resolución y valor del conde
Federico, y así respondió que, aunque no le viniese otro socorro, esperaba en
Dios defender la plaza. Platicando un día Verdugo con algunos capitanes
italianos que deseaba meter alguno dellos en Coeborden, se ofreció honrada-
mente Juan Jerónimo de Oria, caballero ginovés de mucho valor, prometien-
do entrar o perderse. Cumpliólo honradamente, rompiendo por la guardia
que tenía el enemigo en aquella parte. Llegó en esta sazón el socorro a cargo
de don Alonso de Mendoza, con su tercio de infantería española y una buena
cantidad de caballería; con esto y con [183] lo que Verdugo tenía pudiera
socorrerse el fuerte, si hubiera podido llegar don Alonso algunos días antes y
traer dinero, que de todo punto llegó sin él, bien que de Colonia se esperaba
170
Sobre las menudencias históricas conviene recorder el parecer de Amelot: «Souvent d’une
occasion legére naissent des choses de la dernière importance. Ainsi un Historien ne doit
pas négliger les petites choses, lorsqu»elles peuvent server à mieux aprofondir les grandes»
(172 [III]).
386 Las Guerras de los Estados Bajos
alguna suma. Llegó esta gente cuando el enemigo había cegado el foso y por
una cortina171 de un baluarte se había alojado dentro, arrancado con tornos172
los árboles de que estaba vestida; minóle, sin que se le pudiese estorbar por el
poco efeto de los traveses, a causa de ser demasiado cortas las cortinas, y las
plataformas impedían valerse dellos, que tiraban continuamente cruzando la
batería. Acertó a ser el baluarte más fuerte de los cinco y el conde le cortó,
desamparando la mayor parte dél, comenzando a hacer la retirada hacia una
plataforma, hasta lo que había cortado del baluarte, que también hacía través
con ella. Éste era el estado deste sitio entonces; y, entendiendo Verdugo por
sus espías que tenía el campo del enemigo, dio prisa a don Alonso de Mendo-
za, que no estaba lejos; y, luego que lo supo, tomó la vanguardia con su gente
para informarse de más cerca cómo podría trazarse el socorro. Sabido esto por
don Alonso, le siguió con mucha diligencia, aunque llovía mucho; juntáronse
en Ulsen, lugar del condado de Benthem, y otro día marcharon juntos a
Doetechum, también del mismo condado, una legua de Coeborden. Está este
fuerte en un sitio fortísimo, ceñido de todas partes de pantanos y turbales (es
tierra movediza y floja, que, cortada, sirve de carbón y leña) y están la mayor
parte del año inaccesibles; sólo hay un paso arenisco y firme, pero siempre
cubierto de agua. Dura antes de llegar al fuerte algo menos de legua, paso
hecho a mano para las barcas de una provincia a otra, que esto significa coe-
borden en aquella lengua173. De los pantanos salen tres o cuatro arroyos que se
juntan en el fuerte, y de ello se forma un río que por unos grandes prados
entra en Vecht. Antes que llegase Verdugo a Doetechum, se había juntado al
campo de Mauricio con un regimiento nuevo y alguna otra gente el conde de
Holach, y, queriendo estar apartado dél, se alojó entre Doetechum y sus cuar-
teles, más cerca dél que de Verdugo, y allí se había fortificado; mas, teniendo
noticia del socorro, dejó aquel puesto y tomó otro, que también le desampa-
ró, alojándose en uno más fuerte y más pegado a Mauricio, el cual había he-
cho fuertes en algunos pasos, [184] y principalmente en el del agua. Hizo
señal Verdugo de su venida, con tres piezas de campaña que traía, al conde
Federico y envió a tomar lengua con alguna caballería por el cuartel del conde
de Holach y por los pantanos a dos capitanes, uno español y otro italiano; su
designio era, puesto que se podía caminar por ellos, que la infantería llegase
por aquella parte lo más cerca del fuerte que se pudiese sin ser sentida, y con
la caballería tocarle arma muy viva, estando la infantería hecha alto para arre-
meter, en oyendo el arma, a las trincheras, que, ganándolas, como podía es-
171
Cortina. «La parte de la muralla que en la fortificación se construye entre baluarte y ba-
luarte» (Dicc. Aut.).
172
«Se llama cualquier máquina con rueda que se mueve sobre el eje y sirve, según sus diversas
formas, para varios usos» (Dicc. Aut.).
173
Coe-Vorden significa «vado para las vacas». ¿Podría haber equivocado el autor «vaca» y «barca»?
Las Guerras de los Estados Bajos 387
174
«Salida oculta que hacen los sitiados contra los sitiadores» (DRAE).
388 Las Guerras de los Estados Bajos
que se acrecentó con la llegada de todas las fuerzas enemigas, que acudieron
como a cosa en que les iba tanto. Mataron luego al capitán don Juan de Vi-
vanco, que iba de vanguardia, y otro capitán alemán del regimiento del conde
de Berlaymont, que –habiendo entrado dentro con algunos soldados- no si-
guiéndole los demás le mataron con los que entraron con él. Había ya llegado
Mauricio en persona con lo último de sus fuerzas y con él la luz del día. Ver-
dugo, entretanto, temiendo lo que sucedió, había hecho mejorar la caballería
para abrigar la infantería, si sucediese mal, como es justo prevenirlo en facio-
nes que se intentan de noche. A su calor comenzó a hacerse la retirada, reci-
biendo mucho daño de la artillería; costó trabajo el retirar la gente y al pasar
del río guarneció con alguna infantería las trincheras del de Holach, por si el
enemigo cargaba; volvióse con esto al cuartel, siempre con cuidado de no ser
ofendido en la retaguardia, y perdiéronse cosa de cien hombres de todas na-
ciones. Otro día, viendo cuánto convenía que no concibiese el enemigo opi-
nión de que era temido, que tanto [186] suele importar, se presentó con toda
la gente junto a Coeborden, en frente de su cuartel, llamándole con la mayor
parte de las trompetas a la batalla; pero ni la dio ni trabó ninguna escaramuza,
como lo deseaba Verdugo, por ver si le podía sacar de su puesto y pelear con
él. Con esto se volvió a sus cuarteles, habiendo animado a los del fuerte con
su vista. Reconoció después el paso de Tscheerenberg, pensando pasar por allí
a la Drent y tentar el camino de Groninguen; hallóse imposible, con llevar los
caballos a mano, y hubo de costar la vida al teniente Mendo, que iba de van-
guardia y se empantanó, de suerte que costó dificultad grande el sacarle. Jun-
tóse en esta sazón el conde Herman con Verdugo, con la gente que había sa-
cado de aquel país; mas fue a tiempo que, habiendo llegado el conde Federico
a total imposibilidad de defenderse, minada la mayor parte del baluarte que
había cortado, y asegurado de no ser socorrido, hubo de rendirse con honra-
das condiciones que le concedieron, hallándose también apretadísimo de vi-
tuallas. Este fin tuvo aquel sitio, defendido con mucho valor y constancia por
el conde Federico y los soldados que se hallaron dentro, y socorrido tan a mal
tiempo como se ha visto, aunque sin haber faltado ninguna diligencia en
Verdugo, sino en los que tardaron tanto en darle los medios necesarios a tan
importante efeto; y, si este socorro viniera cuando el primero, puédese tener
por cierto que se lograra, por ser el tiempo en que vino la Capela seco, en que
hubieran sido fáciles muchos efetos que, cuando vino don Alonso (a causa de
las grandes aguas del otoño), fueron imposibles. Y, aunque es verdad que re-
parte Dios las vitorias y las quita según sus supremos juicios, es cierto que,
poniendo los medios necesarios y al tiempo que conviene, pueden esperarse;
y sin ellos, no sin milagro. Rendida, pues, Coeborden, después de haber cam-
peado cerca de un mes ambos ejércitos sin suceso considerable, primero los
alemanes de Arembergue y Berlaymont sin orden y después –con ella- los
tercios de don Alonso de Mendoza y don Gastón Espínola, marcharon la
Las Guerras de los Estados Bajos 389
vuelta de Brabante, dejando a Verdugo casi solo y al enemigo con gran oca-
sión de acabar de apoderarse de aquella provincia. Con todo eso deshizo tam-
bién él su campo, dividiéndole por guarniciones y retirándose a Holanda, que
no causó poco [187] regocijo en los ánimos de los que temían peores acciden-
tes, puesto que no se dilataron mucho.
Apenas se vio el duque de Parma libre deste cuidado y algún tanto alentada
Frisa, cuando se le ofreció otro que comenzó a dársele mayor, viendo las apre-
tadas órdenes que le llegaban de entrar tercera vez en Francia, el ruin aparejo
de gente y dineros con que se hallaba y el extremo a que le había reducido la
salud la hidropesía y sus ordinarios cuidados, tanto más sensibles en él cuanto
sabía estar más recibida en la corte la opinión de que rehusaba el entrar en
Francia por designios particulares. Llególe finalmente nueva, estando todavía
en Aspa, de cómo estaba nombrado para hacer la jornada de Francia, caso
que le faltase a él la salud o totalmente el gusto de hacerla, don Juan Pacheco,
marqués de Cerralbo, soldado viejo de Flandes y persona que, dejadas aparte
su experiencia y conocida nobleza, venía acreditado de nuevo con la defensa
de La Coruña, una de las más honradas acciones175 de nuestros tiempos, en
donde fue capitán general. Súpose también cómo poco después, estando en
Colibre para pasar el golfo en prosecución de su viaje, había acabado de pasar
el de la vida y que en su lugar venía a lo mismo, y con órdenes muy secretas,
don Pedro Henríquez de Acevedo, conde de Fuentes.
La relación de las partes del primero, llenas de afabilidad y blandura, tenían
resuelto al duque de Parma en esperarle en Bruselas, conferir las órdenes del
rey y encaminar las cosas por el camino que pareciese más conviniente; pero,
avisado de la condición del segundo, que muchos la pintaban más áspera de
lo que después pareció, tuvo por acertado el no verse con él voluntariamente
y por lance forzoso para su reputación entrar en Francia, aunque le costase la
vida, que, sacrificándola tan de ordinario por una parte de reputación, justo
era aventurarla por toda, si bien en los que más de cerca tenían experiencia de
sus virtudes no corría este riesgo; antes, persuadidos de su prudencia, juzga-
ban efeto della emplearse de mala gana en aquella empresa, menos necesaria
al rey que la defensa y restauración de sus proprios estados. Pero en las accio-
nes que indiferentemente pueden ser atribuídas a buena o mala parte, raras
veces el mayor número de [188] los votos deja de inclinarse a lo peor, como
más conforme a nuestro ruin natural.
Partió, pues, de Bruselas el penúltimo de octubre, haciendo caminar ha-
cia la frontera los regimientos nuevos de alemanes de Curcio y Peruestein,
las reclutas de valones y sus compañías de caballos favoritas. Y, aunque esto
se hacía con menos prisa de lo que el duque quisiera, por haberse acabado
175
Se trata del cerco de La Coruña por parte del pirata Drake, de 1589, en que Pacheco estuvo
a cargo de la organización militar de las tropas.
390 Las Guerras de los Estados Bajos
176
Es un «accidente peligroso o casi mortal, en que el paciente pierde el sentido y la acción por
largo tiempo» o «exacerbación de una enfermedad» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 391
dellos todos los años que vivió después, y finalmente parece que entraba ya
en la declinación cuando salió desta vida, que en ellas las cosas grandes y las
pequeñas pasan por estas tres puertas inevitables. Vivió con gran salud hasta
que le comenzó la hidropesía, y conservóla entre infinitos trabajos corporales
con sólo sobriedad y ejercicio. En el rigor del invierno oía misa con hachas
por falta de luz y, en oyéndola, había de salir al campo a pie o a caballo, si
ya por ser el tiempo lluvioso no se bajaba al juego de la pelota, que la jugaba
con agilidad. En tiempo de paz iba de buena gana a los festines y danzaba en
todos, y bien. Ni en ellos ni en su casa, ni aun en el ejército, como no fuese
a caballo, le vio nadie sino descubierto, atribuyéndolo muchos a costumbre,
después que lo comenzó a usar con el señor don Juan, su tío, por respeto, y
otros a deseo de igualar por aquel camino a los grandes y a los pequeños y
excusar diferencias de personas, que nunca cría buenos humores. Dejó a su
hijo más tesoro de reputación que de dinero, pues, contra la opinión común,
que las más veces es ofensiva al que gobierna, hubieron de aguardar los cria-
dos a que se vendiese parte de la recámara para poder salir de Flandes [190]
con sus huesos. Mandólos enterrar en Parma, en el monasterio de los padres
capuchinos, junto al umbral de la puerta de la iglesia, para que, pisándole to-
dos, se le pasasen en cuenta los ratos de elevación que por ventura tuvo, acor-
dándose de haber pisado él las cervices de tantas fieras naciones. Dotóle Dios
de un aspecto feroz, y por otro camino amable y venerable. Fue de mediana
estatura, pelo antes negro que castaño, nariz aguileña, ojos alegres, templado
de carnes y airoso en gran manera, especialmente a caballo. Fue curioso en el
vestir, tanto, que llegó a ser por su camino prodigalidad. Del comer solía decir
que comía por sustentar la vida; sucedíale levantarse tres o cuatro veces de
la mesa a negocios tan leves, que podían aguardar muchas horas sin peligro.
Heme alargado en contar tan medudamente las cosas deste príncipe, inferior
a ninguno de los que más celebra la fama entre los naturales de su patria,
Roma, por haberlo notado todo muchas veces y hallarme obligado a ello en
ley de agradecido y de soldado, poniendo, como pongo, en el primer lugar de
mis buenas dichas el haberlo sido de tan gran capitán y comenzado a tener
acrecentamiento y honores militares por su mano.
Sabida por el conde de Fuentes la muerte del duque de Parma, abrió en
presencia del Consejo de Estado del país, y del secretario Esteban de Ibarra,
enviado de la corte por ministro absoluto de la hacienda, ciertas órdenes se-
cretas que traían para aquel caso. Y en ellas se vio como mandaba el rey que se
encargase del gobierno universal de los Países Bajos el conde Pedro Ernesto de
Mansfelt177 hasta que se proveyese aquello en propiedad. El cual, prestado el
177
Pedro Ernesto de Mansfeld, conde de Mansfeld (1517-1604), fue un noble, político y
militar sajón, que estuvo al servicio del emperador Carlos V y de Felipe II. Fue gobernador
de los Países Bajos españoles de 1592 a 1594. Llegó a los Países Bajos siendo joven en el
392 Las Guerras de los Estados Bajos
séquito del emperador Carlos V. Participó en la expedición contra Túnez en 1535 y fue
nombrado gobernador de Luxemburgo en 1545.Durante la Guerra de los Ochenta Años
contra los rebeldes holandeses, tomó parte en el combate a las órdenes de Juan de Austria
y Alejandro Farnesio. Cuando Alejandro Farnesio invadió Francia en 1590, fue nombrado
gobernador interino de los Países Bajos. A la muerte de Farnesio en 1592 fue nombrado go-
bernador efectivo de los Países Bajos españoles (no sin gran oposición de quienes pensaban
que su edad era excesiva) hasta 1594 en que Ernesto de Austria asumió el cargo.
Las Guerras de los Estados Bajos 393
[191] LIBRO VI
Año de 1593178
Desde la muerte del cardenal de Borbón, que acabó sus días a fin de mayo
de 1590, con título de Carlos X, rey de Francia, como se apuntó en su lugar,
deseosos los bien intencionados de poner fin a las discordias civiles en Fran-
cia, en que tanto interesaba todo el reino, tan acosado dellas hasta entonces,
y viendo que Enrique, príncipe de Béarne, llamado por los franceses rey de
Navarra, perseveraba en los errores de Calvino, a quien sin esta mancha toca-
ba de derecho la sucesión de la corona, trataron de pasar a elección de nuevo
rey, buscándole entre los príncipes de la sangre real, y a falta dellos entre los
más beneméritos y poderosos, para corroborar y defender la elección con las
armas, de que necesitaban hasta las más justificadas elecciones y envejecidos
derechos. Y no es poco de admirar que, pudiendo el príncipe de Béarne (ha-
ciéndose católico, como después se hizo) deshacer el pretexto con que no le
admitían, perseverase en lo contrario con tanto riesgo de su principal desig-
nio, pues se creía que en él era más razón de estado que engaño el error que
profesaba. Los desta opinión dan por causa de su pertinacia la duda en que
estaba de que con sola esta diligencia no sería por ventura admitido, temien-
do de los católicos, [192] que con no menos ambición, decían, deseaban la
duración de la Liga y lograr entre las revueltas públicas sus intentos privados,
que el declararse por ellos podría parar en no ganarlos y en perder la fación
contraria, con que él se apoyaba entonces, incurriendo en la dificultad grande
que tiene saber mudar partido en buena sazón. Pero lo que se pudo tener por
más cierto es que, a vueltas destas razones, le detenía el vivir verdaderamente
engañado con su religión, culpa del haberse criado en ella, que no con menor
fuerza se apoderan del alma las opiniones asentadas desde los primeros años.
Después trocó la misericordia divina esto con muy gran bien de toda la cris-
tiandad, pero como entonces se mostraba tan desviado desta mudanza y tan
pertinaz en lo contrario, púdose tratar justamente de buscar príncipe libre
deste gran defecto, sin deshonor de los que (a no tenerle) fueran sus vasallos
sin contradición alguna; mas, así por esto como por no haberle hasta entonces
jurado ni conocido por señor natural, parecía a los favorecedores de la Liga
que justamente pudieron oponérsele. Consultóse, finalmente, este pensa-
178
Argumento: Sucesos de la Junta que se hizo en París para la elección de nuevo rey de Fran-
cia. Varios discursos de los realistas. Diversos puntos alegados por los de la Liga. Entra en
Francia el conde Carlos de Mansfelt con ejército. Nuevas sospechas del duque de Humena
y motivos suyos. Gana el conde Carlos a Noyón. Declárase por católico el príncipe de Bé-
arne. Toma el conde Carlos a Hembicourt y a San Valerí. Sucesos del motín de San Pol y de
el [sic] del ejército del conde Carlos. Apodéranse de Pont los alterados. Toma el de Béarne a
Roy. Estado de las cosas de los País [sic] Bajos y progresos del coronel Verdugo en Frisa.
394 Las Guerras de los Estados Bajos
Aunque con el nombre de Ley Sálica (leyes sálicas) se conoce un grupo de leyes que derivan
179
de Clodoveo (siglo VI) y afectan a herencia, crímenes, robo, etc., más en concreto la Ley
Sálica es aquella que impide a las mujeres reinar en Francia y surgió en 1316 a la muerte de
Luis X, promovida y promulgada por Felipe de Poitiers (regente).
Las Guerras de los Estados Bajos 395
ciese de príncipe católico, y en primer lugar proponía las personas de los ar-
chiduques Ernesto y Maximiliano, sus sobrinos, ofreciendo casar a la señora
infanta con el que saliese eleto, el cual había de ayudar al otro hermano para
la pretensión del reino de Polonia. Y parecíale a Su Majestad que, juntando el
derecho electivo con el de la sucesión (que recaía en la señora infanta), que-
daba más fundado el reino, y quería que las provisiones del gobierno, en caso
que tuviese efeto, se despachasen en nombre de los dos. El tercer cabo era
que, insistiendo los franceses en que la elección había de ser de príncipe na-
tural, ayudase al de Guisa, a quien la salida de la prisión había adquirido
nombre, no menos que el ser hijo y nieto de quien tanto había hecho por la
[194] causa católica. Advertía Su Majestad al duque de Feria de que adhería
a este deseo el Papa y que era justo que adheriese el de Humena, por deudo
que tenía con Guisa y por el lugar que le había de quedar con su elección, y
encargábale que procurase con esto mismo cumplir con la casa de Lorena,
persuadiendo al duque (si insistía en querer para sí el reino) que, por ser Gui-
sa rama de su casa y su sangre misma, debía ayudar a introducirle en él, como
al príncipe della más aceto a todos, estando tan fresca la memoria de su padre;
y que impedir esto serviría sólo de hacer lugar (con dividirse) a la pretensión
del de Béarne. Y para este caso quería que desde luego quedase con las mismas
condiciones que si saliera eleto uno de los archiduques, concluído con Guisa
el casamiento de la señora infanta, vínculo destinado para unión de las dos
coronas. En cuarto lugar ordenaba el rey que, si la elección se encaminase a
uno de los hijos de Lorena, procurase la exclusión del marqués de Pont, por-
que en su persona, como heredero de aquella casa, no se juntasen ambos es-
tados. Y por salvar este inconviniente, tenía por mejor que se eligiese el carde-
nal de Lorena, su hermano. El quinto cabo y la última pieza que había de
jugarse era que, si en los Estados Generales tuviese el duque de Humena tan-
ta mano, que, pudiendo elegir rey de la suya, no quisiese ceder a Guisa ni a
otro, se conformase el de Feria con este acuerdo, quedando concertado con el
dicho su hijo el casamiento de la señora infanta y el de Humena con el segun-
do lugar en el reino y la superintendencia de las armas para allanarle a su hijo;
y que, si aún en él no quisiese ceder, sino pretender para sí la corona, se ad-
mitiese también en último trance, sólo no quedasen disueltos los Estados y
sin conclusión, ofreciendo en este caso el duque de Feria que suplicaría a Su
Majestad diese la señora infanta al hijo del de Humena; que Su Majestad
eligiese por sucesor del reino a su padre, y lo mismo mandó que se observase
en caso que el de Lorena quisiese para sí la corona. Ordenó también Su Ma-
jestad al duque desengañase a las personas que el duque de Saboya, por medio
del arzobispo de León, había persuadido de que la voluntad del rey era que le
eligiesen a él, porque, supuesto que la serenísima infanta doña Isabel era su
hija mayor, no era justo [195] privarla de su derecho. He dicho esto para que
se vea cuán temprano comenzaron a descubrirse en este príncipe los ambicio-
396 Las Guerras de los Estados Bajos
sos espíritus que después ha proseguido. La última advertencia era que, pre-
valeciendo el príncipe de Béarne, por medio de la conversión (en que enton-
ces se comenzaba a hablar) procurase conservar la Liga, alimentando la guerra
con favorecer al duque de Humena, al duque de Guisa y los demás católicos
que la siguiesen, en especial al duque de Aumale, por la mano que tenía en
Picardía. Algunos de los medios con que estos fines habían de procurarse
conseguir disponía Su Majestad y los no previstos remitía a la prudencia del
agente desta obra, dándole facultad para ofrecer grandes premios a los que
ayudasen a ella. Y para que respetivamente se haga juicio de los demás, referi-
ré sólo que para en caso de elección del archiduque Ernesto, ofrecía al duque
de Humena cuatrocientos mil ducados, parte luego y los demás en breves
plazos, y el ducado de Borgoña perpetuo, o en feudo o en gobierno, a su línea
masculina; y que, recayendo en hembra, al cobrar el estado se le hubiese de
dar un millón de oro. Éstos fueron los motivos principales del rey y, aunque
se trataban con el recato debido a tales materias, con la dificultad (si ya no
imposibilidad) que tiene el secreto que pasa por muchas manos, no dejaba de
andar en boca de muchos, si ya no la entera noticia dellos, de mucha parte a
lo menos. Y así, como acontece de ordinario, se discurría variamente, juzgan-
do cada cual según su capacidad y sus afetos180. Los apasionados del príncipe
de Béarne anteponían a cualquiera otra razón su derecho, como no compara-
ble a ningún otro, no viniendo en que la religión pudiese turbárseles, pues no
obstaba, decían, a tantos príncipes herejes como reinaban actualmente en
Inglaterra, Escocia, Dinamarca181 y los demás que, sin nombre de reyes, lo
eran en la sustancia. Añadían a esto la importancia grande de no caer en ma-
nos de príncipe extranjero y la esperanza que se podía tener de su conversión,
procurando probar que los príncipes soberanos carecen de juez en la tierra y
que no lo puede ser suyo el pueblo ni los nobles, pues nadie puede conocer
causa de quien por la ley divina y humana le es superior.
[196] Esto alegaban aun los católicos paciales suyos, y los herejes lo es-
forzaban con razones deducidas de sus errores, teniendo por tal la verdad
católica, y, pasando a esotros puntos, abominaban la proposición de los ar-
chiduques, refiriendo todas las miserias y desautoridad de admitir gobierno
extranjero tan en oprobio de la patria, de los antiguos príncipes della y tan en
daño de los naturales, exagerando ser el más riguroso azote de un reino. Del
duque de Guisa decían cuán inicua cosa parecía anteponerle a todos los prín-
180
Amelot avisa que «un historien ne peut jamais être trop scrupuleux quand il est question
de raconteur des actions que les princes on faites en secret». Al mismo tiempo, «il y a de
particularitez curieuses qu’un historien ne doit pas omettre, quoiqu’elles soient difficiles à
croire […] mais pour moi je ne veux parler de chose qui ne soit vraie & que je n’aie vûe»
(32-33 [libro III]).
181
Se refiere, respectivamente, a Isabel I (1533-1603), Jacobo Estuardo (1567-1625) y Cris-
tian IV de Dinamarca-Noruega (1588-1648).
Las Guerras de los Estados Bajos 397
las armas, debiese, para mayor sosiego y bien público, ser preferido a Guisa;
como también en los hijos del duque de Lorena, cabeza desta casa, y el inten-
to de proseguir la Liga en caso que el de Béarne abjurase su error, venían ya a
justificarse con los fundamentos que suelen las guerras ordinarias entre católi-
cos, cuando se continúan por reputación o por conveniencias de estado, que,
siendo necesarias a la conservación de los proprios, corrientemente se tienen
por no injustas, especialmente con la diferencia que hay entre continuarlas
o darles principio; y en este caso parece que necesariamente convenía al rey
no dejar entrar pacíficamente a la posesión de tan gran reino un enemigo tan
poderoso, tan indignado y tan vecino a provincias suyas, actualmente rebel-
des y confederadas con él. Esto era lo que por entrambas partes se discurría,
por ventura no acertando con ninguno de los motivos y designios de que se
originaban estas acciones, [198] siendo así que en lo de los príncipes pruden-
tes sucede lo que en los grandes ríos, que se ve fácilmente por dónde corren y
dificultosamente de dónde nacen. Lo que yo tengo por muy creíble del celo y
piedad del rey es que tuvo, si no toda, gran parte en esto el deseo de conservar
en Francia la religión católica y por muy aseguradamente cierto que se debe
a sus armas y las de la Liga este gran efeto, pues fueron las que mostraron al
príncipe de Béarne que sin hacerse católico no tenía que esperarla, y las que
le obligaron a ello entonces.
En tanto que esto se platicaba en Francia, después de la muerte del duque
de Parma en los Estados Bajos, introducido el conde de Mansfelt en el go-
bierno dellos, Esteban de Ibarra en el de la Hacienda y el conde de Fuentes
en el manejo y superintendencia de todo, y acetadas las letras de un millón y
doscientos mil ducados por los hombres de negocios en Amberes, parece que
casi a la opinión común de todos comenzaron a tomar las cosas mejor forma,
que cualquier mudanza es gustosa a su principio. Y a la verdad las continuas
enfermedades del duque y el poco gusto con que le tenían los ruines oficios de
sus émulos y, sobre todo, la vivacidad de su espíritu, que le impedía el valerse
de otros hombros que de los suyos para el porte de tan gran peso, habían co-
menzado a hacer a los negocios fáciles dificultosos y a los difíciles imposibles.
El haber pasado todas las cosas universales por manos de su secretario Cosme
Massi y lo mucho que se había encarecido en España su riqueza, causaron
en el conde de Fuentes más obligación que deseo de visitalle. Hízose con el
término debido a la memoria de su amo y resultó quedar a un mismo tiempo
libre y agradecido de haberle dado ocasión para satisfacer al mundo de su lim-
pieza, que sin esta diligencia lo entendieran así los menos. Efeto indubitado
de la envidia y digno castigo suyo, degollarse con sus propias armas, como le
sucede casi siempre que se toma con la verdad, bien que, si tarda en ser des-
cubierta, no llega después a tiempo la recompensa. Creyóse al principio que
se encargara el conde de Fuentes del ejército de Francia, pero súpose en él, a
mediado hebrero, como venía marchando con seis mil infantes y mil caballos
Las Guerras de los Estados Bajos 399
el conde Carlos de Mansfelt para juntarse con el ejército, que [199] en aquella
sazón se hallaba alojado en la Fereentretenú, cerca de Suasón. Venían con él
oficiales mayores para todo el campo, es a saber, don Alonso de Idiáquez por
gobernador de toda la caballería ligera; el capitán La Vicha por comisario
general, soldado de nombre en la caballería valona; Jorge Basta (que hasta
entonces desde Roán, donde quedó enfermo, como se dijo atrás, había estado
en Bruselas, y no gobernando la caballería de Francia, como refiere César
Campana182 y los historiadores españoles de su secuela183) venía por lugar-
teniente de maese de campo general, oficio nuevo en aquel ejército, aunque
usado ya algo de antes en el de Flandes. Venía también don Francisco de Pa-
dilla Gaytán, a quien el duque de Parma, poco antes que muriese, había dado
la compañía de lanzas con que sirvió don Alonso de Mendoza, que era una de
las que, con la demás caballería española, había quedado a cargo de don Car-
los Coloma. Constaba el ejército que traía el conde de cuatro mil alemanes
altos en dos regimientos nuevos, el uno del barón don Juan de Pernesteyn,
y el otro del coronel Curcio; los demás eran valones hasta el número dicho,
reclutas de los regimientos cuyas banderas estaban ya en Francia, los cuales
valones, hasta juntarse con ellas, venían a cargo del coronel La Barlota.
A 4 de hebrero llegó el duque de Feria al campo del conde Carlos, que
todavía estaba en el país de Champaña, entreteniéndose en tomar algunos
castillejos de poca importancia, mientras le llegaban cantidad de dineros y
municiones del País Bajo. Tomó el duque escolta competente hasta Suasón y
de allí (en compañía de Juan Bautista de Tassis, que había días que le aguar-
daba con escolta de mil y quinientos infantes españoles y valones y de cua-
trocientos caballos gobernados en particular por don Carlos Coloma y toda
la escolta junta por don Luis de Velasco) pasó a París, donde fue recebido
con general aplauso del pueblo y de casi toda la nobleza y perlados del reino,
cuya total felicidad se esperaba universalmente por medio de aquella junta.
Hospedó el duque don Diego de Ibarra, hasta que puso y concertó su casa, y
a cuantos con él venían, y, valiéndose el duque en primer lugar de su consejo
y de la envejecida experiencia de Juan Bautista de Tassis, comenzó a hacerse
182
Cesare Campana, autor de la difundida Della gverra di Fiandra, fatta per difesa di religione
da catholici re di Spagna Filippo Secondo, e Filippo Terzo di tal nome, per lo spatio di anni
trentacinque (Vicenza: apresso G. Greco, 1602). Campana tambien abordó las guerras de
Flandes en Imprese nella Fiandra del serenissimo Alessandro Farnese prencipe di Parma (Cre-
mona: apresso F. Pellizzarii, 1595) y el Assedio e racqvisto d» Anversa, fatto dal serenissismo
Alessandro Farnese (Vicenza: C. Greco, 1595).
183
Allí debería meterse a Antonio de Herrera, entre otros, y quizá al afamado Pedro Cornejo
(Sumario de las guerras civiles y causas de la rebellión de Flandes, 1577; Origen de la civil di-
sensión en Flandes, 1579; Compendio y breve relación de la Liga, 1591), así como Francisco
Lanario y Aragón (Las guerras de Flandes, desde 1559 hasta 1609, Madrid: Luis Sánchez,
1623).
400 Las Guerras de los Estados Bajos
184
Noyón fue sede episcopal importante en la Edad Media y Renacimiento. En su catedral fue
coronado Carlomagno en 768, así como Hugo Capeto en 987. En el siglo XII su obispo
fue elevado a la categoría de duché-paire (par de Francia). Su catedral románica se construyó
en 1131. En 1516 se firmó en esta ciudad el Tratado de Noyón entre Francisco I de Francia
y Carlos V, por el que Francia abandonaba sus pretensiones sobre el reino de Nápoles y
recibía en compensación el ducado de Milán. Las tropas de los Habsburgo saquearon la
ciudad en 1552 y fue vendida a Francia en 1559 (por el Tratado de Cateau-Cambrésis).
Cayó a fines del siglo XVI bajo control de los Habsburgo, aunque fue más tarde recuperada
por Enrique IV de Francia.
185
VII, 12, 2; VII, 14, 1.
186
Rebellín: «Término de fortificación. Es una obra separada y desprendida de la fortificación,
con su ángulo flanqueado y dos caras, pero sin traveses, cuyo lugar es siempre delante de
las cortinas, porque su fin es cubrir la cortina y los flancos de los baluartes y defiende las
medias lunas» (Dicc. Aut.).
402 Las Guerras de los Estados Bajos
187
Ver Verdoink 1980, 81 et ss. para un análisis de la procedencia francesa (en Flandes) de
este término.
Las Guerras de los Estados Bajos 403
188
Ver al respecto José M. Iñurritegui Rodríguez, donde se analiza el discurso, su bibliografía,
y las razones y causas del mismo.
404 Las Guerras de los Estados Bajos
Francia con sólo quitar la vida a quien por este camino la quita al Estado, con
quien os corren tantas obligaciones, os hagáis indigno de tan gran felicidad y
condenéis por mentirosos a tantos y tan nobles juicios como se han hecho de
vuestro valor? Si la ley (aunque [205] dada por un gentil, han sabido seguir
tantos malos cristianos, de que, si es lícito violar las leyes en algún caso, lo es
solamente por reinar) os favorece sin escrúpulo y se os ablanda y facilita con
el concurso y voto universal de todo el reino, ¿por qué no os armáis contra
quien os lo impide, y más constándoos, como os consta, que quiere esta hon-
ra para sí, publicándoos a vos por indigno della? Advertid que puede llegar la
ambición de vuestro tío a no creer los ofrecimientos que poco cautamente le
habéis hecho de no aspirar al reino y hacer con vos lo que con tanta más jus-
ticia debiérades vos hacer con él. Mirad, señor, que no os dejó vuestro padre
en herencia sólo el ducado de Guisa, de sus esperanzas os hizo heredero, que
por ventura estaba anteviendo las que ahora vemos que se os ríen, cuando se
oponía a los enemigos del reino y le defendía, como cosa que, habiendo sido
de los sucesores de Carlos Magno, de quien vuestra casa deciende por línea de
varón, podía llamarse suya». Éstas y otras cosas le decían sus amigos, y –con
todo eso, haciendo el mayor acto de modestia que se puede pintar- rehusó
el comprar el reino tan caro como con la muerte de su tío. Y lo cierto es que
temió el no tener fuerzas suficientes para sostener tan gran peso y contrastar
a tantos enemigos. Sobrada prudencia de un mozo de veinte años, pues a mi
parecer fue mayor que lo llegara a ser la temeridad. Buena causa desto fue
el volverse el ejército colegado hacia la frontera de Artois y el considerar la
Chatra, San Pol, el arzobispo de León y otros fautores del duque de Guisa el
poco caso que debe hacerse del favor popular, pues, en teniendo lo que desea,
vuelva a desear lo que tuvo, constante sólo en no admitir constancia y en
pagar siempre con ingratitud a sus bienhechores.
En este estado estaba la Junta o Asamblea de París, cuando el príncipe
de Béarne, que por momentos en San Dionís, donde estaba, iba teniendo
avisos de lo que pasaba en ella, viendo que si salía nombrado otro rey había
de perder (con la opinión del nombre) por lo menos todas las voluntades de
los católicos, determinó reducirse a la fe católica189 y darse a conocer por hijo
[206] obedientísimo de la Iglesia. Esta declaración hicieron en la asamblea
los diputados de Enrique a los 5 de junio, asegurando que desde luego en-
viaría a pedir la absolución del Papa y a convocar varios perlados y personas
doctas por quien poder ser catequizado y instruído en la fe. Respondióseles
que se alegraban mucho y que, en constándoles de haber obtenido la dicha
absolución de Su Santidad, harían, según Dios y sus consciencias, lo que les
pareciese más justo. Hizo en bonísima ocasión esta acción el de Béarne; en ra-
Hecho célebremente recordado en la frase «París bien vale una misa», símbolo por anto-
189
zón política hablo, que por todas las demás siempre tardó, y siempre con igual
necesidad de no dilatarlo, porque nunca menos pudo con las armas mejorar
sus cosas, a causa de las pocas fuerzas con que se hallaba. En la negociación
ya no era tiempo de esperar, habiendo llegado las cosas tan a los últimos tér-
minos; y desabrimiento y pérdida de los herejes nunca pudo menos temerla
menos, porque sin duda pudieran creer de la prisa con que lo hacía y la sazón
en que lo ejecutaba ser resolución fingida para sólo aquella ocasión; y por lo
menos el proceder en ella tan impensadamente ocasionaría la suspensión que
bastase a no podérsele oponer tan aprisa que no tuviese tiempo él entretanto
de perficionar su negocio; con cuya autoridad y la ayuda de la mayor parte de
los católicos allanaría después lo demás.
Era más larga la detención que se figuraba en el camino que habían de
hacer los embajadores del príncipe de Béarne desde San Dionís a Roma de
lo que convenía para el estado de sus cosas, pues no había apariencia de que
los Estados se disolviesen, y en ellos se podía temer siempre alguna extraña
resolución. Y así, ante todas cosas, se resolvió en hacerse absolver por algunos
obispos, los cuales le desengañaron de que aquel acto tocaba al Papa por mil
razones, con que se dejó por entonces de pretendello, contentándose con ha-
cerse catequizar y instruir en la fe. Propúsose a fin de junio una tregua de tres
meses, con voz de poder atender a la cosecha de los granos, y a la verdad no
era sino para domesticarse los realistas con los de la Liga y irlos disponiendo
a su opinión, de suerte que por lo menos dilatasen el hacer alguna salida con-
traria a la pretensión del de Béarne hasta tener absolución del Papa. Disputóse
[207] mucho sobre este punto en la asamblea y el cardenal legado, rehusando
el asistir más en ella y abominando todo género de trato con los que seguían
a Enrico de Borbón (y en particular el de la tregua), viendo por otra parte
derribadas por tierra las esperanzas de eleción con sola la voz de que trataba de
reducirse, dio a entender que le convenía retirarse a lugar seguro. Lo mismo
instaban los ministros al rey, viendo mal logradas sus esperanzas y teniendo
por cosa de cumplimiento y regla de estado la conversión de Enrique, hecha
a más no poder y forzado no menos del temor de sus inteligencias que del
de sus armas, con todo, con particular sentimiento de todos, se hubieron de
concluir las treguas por los tres meses siguientes, desde 24 de agosto, día de
San Bartolomé, hasta 24 de noviembre. Antes de lo cual, para mejor ganar
este portillo tan importante y tener el príncipe de Béarne mayor ocasión de
encaminalle, trató con el arzobispo de Bruges en Berí y con algunos obispos
que estaban con él a San Dionís que le absolviesen; y ellos, sin embargo de
una escritura que hizo publicar el legado en París, en que declaraba con vivas
razones no tocar ni poder tocar aquel oficio en el caso ocurrente a otra perso-
na alguna que al romano pontífice, le llevaron a los 25 de julio, día de Santia-
go apóstol, a la iglesia, y en ella, después de catequizado por el arzobispo, oyó
misa con general concurso, aplauso y aclamaciones y por todo aquel clero fue
406 Las Guerras de los Estados Bajos
190
Mal endémico de la guerra en el siglo XVI (y XVII) provocado por la falta de pagas, que
obliga a los soldados a robar para poder sobrevivir. Ver Bernardino de Mendoza (libro XV,
cap. 6) para su comentario sobre los motines y la rapiña como males de la guerra.
Las Guerras de los Estados Bajos 407
Arrimándosele con seis cañones, le tomó el tercer día, matando ellos antes
de un arcabuzazo a don Juan de Tassis, capitán del tercio de don Antonio
de Zúñiga y caballero de honradas esperanzas. Pasó adelante el conde y con
poca más resistencia se apoderó de San Valerí, puesto en donde, como tan
gran soldado, tenía echado el ojo para conservar allí un puerto capacísimo
de cualquiera gruesa armada, caso de que el rey gustase de emprender otra
vez la jornada de Inglaterra; pero, como no se estaba entonces desta espacio y
por otra [209] parte le afligía notablemente la falta de dineros, determinó de
alegrar a los soldados haciendo una entrada en el país y condado de Boloña.
Es este país una nesga191 o entrada que hace Francia, metiéndose por entre el
Artois y condado de Flandes y la mar espacio de veinte y cuatro leguas, en el
cual están situadas las dos famosas y pleiteadas192 ciudades de Boloña y Calés;
a la lengua del agua y más mediterráneas Montreull, Guinés, Monthulín y
Ardrés. Es este país de los más fértiles de Francia, y aun por ventura del mun-
do, y como tal salió el ejército dél harto y cargado de presa y bastimentos para
algunos días; pasados los cuales, se volvió a la misma necesidad que antes y a
mayor desconfianza de dineros, gastándose de ordinario con prodigalidad lo
que se adquiere desordenadamente. Fue ocasión desto también el ejército que
se iba juntando en Brabante a instancia del conde de Fuentes para oponerse
a las fuerzas con que comenzaba a campear aquel año el conde Mauricio,
cuyos ñublados193 reventaron sobre Santa Gertrudenbergue y después sobre
Groninguen, con el suceso que veremos en desembarazándonos del motín
de San Pol, el primero de la segunda tropa de motines y a esta causa el más
pernicioso de todos.
Pasaba adelante la sobrada licencia y poco respeto de la caballería ligera,
y como faltaba el remedio eficaz no menos con disciplina que con dinero,
domesticados en las salidas y pecoreas194 con la hez de la infantería española,
estando alojado el campo en Anera y sus cortornos, trataron entre sí de pedir
de una vez el fin de tantos trabajos y las pagas debidas de tantos meses; y
como no les faltaba tiempo ni ocasión para tratallo y conferillo entre sí (que
es el primer escalón para llegar a la total desobediencia), trataron el negocio
con tanto secreto (cosa admirable en tal género de gente, esto y lo demás
que después se ve en la policía y orden de su gobierno), que ni al conde
Carlos ni a las demás cabezas del ejército dieron una mínima sospecha de su
191
Una nesga es «pieza de cualquier cosa, cortada o hecha en forma triangular y unida con
otras» (DRAE).
192
Pleiteadas en el sentido de las numerosas guerras y batallas ocurridas entre franceses, ingle-
ses y ejércitos de los Países Bajos, entre otros, por su dominio.
193
Ñublado o nublado es «suceso que produce riesgo inminente de adversidad o daño»; «cosa
que causa turbación en el ánimo» (DRAE).
194
«Hurto o pillaje que salían a hacer algunos soldados, desbandados del cuartel o campa-
mento» (DRAE).
408 Las Guerras de los Estados Bajos
195
El término refiere a alguien «allegado a un señor que le favorecía y mantenía. A él le debía
fidelidad y obediencia», de donde se extiende a «cada uno de los que componían el cuerpo
de los 100 continos, que antiguamente servía en la casa del rey para la guardia de su persona
y custodia del palacio» (DRAE).
410 Las Guerras de los Estados Bajos
196
O antena. «Vara o palo encorvado y muy largo al cual está asegurada la vela latina en las
embarcaciones de esta clase» (DRAE); «verga o pértiga de madera pendiente de una gar-
rucha o mutón que cruza en ángulos rectos al mástil de una nave y en quien prende la vela»
(Dicc. Aut.)
197
«Defensa hecha de estacas y terraplenada para impedir la salida de los ríos o dirigir su
corriente» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 411
198
Era Coloma soldado particular hasta su regreso a Francia a hacerse cargo de su Tercio. Se
trataba de soldados (auténtica categoría militar diferente) «que por diversas razones se les
consideraba por encima de sus compañeros, aunque no necesariamente tuvieran un grado
superior» (Guill 63).
199
Amelot indica que «la diversité des humeurs & des interest de ceux qui composent une
assemblée ouvre la porte à toutes les passions, parmi lesquelles il est impossible de discerner
la verité d’avec le mensonge, qui a toujours la prevention pur avocet» (22 [libro III]).
200
trincherón. «La trinchera grande o fuerte» (Dicc. Aut.).
201
Bernardino de Mendoza describe varios sucesos similares. Por ejemplo, en el libro XI, cap.
15 se lee: «Y a don Diego de Gauna cerrasse por otro dique con el capitán Isla, lo cual
avía de ser el agua a la cinta y lodo a la pantorrilla, estando en la aldea trecientos soldados
fortificados y cortados los diques».
412 Las Guerras de los Estados Bajos
202
Es la isla de «Bommel». Para el llamado «Milagro de Bommel», ver http://www.geocities.
com/Pentagon/8745/infanteria/empel.htm.
Las Guerras de los Estados Bajos 415
hasta de Frisa y de los presidios, con gruesos remates, que dificultaron más el
remedio de tan gran dolencia. En todo tuvieron culpa los deste motín, pero
principalmente en recebir esta suerte de gente, haciéndola participante de sus
provechos, no habiéndolo sido de sus trabajos ni a lo que ellos decían de sus
agravios, y juntarse con la nación valona, gente del país, no acostumbrada
entonces a pedir remate de cuentas ni el rey a dársele, que fue de perniciosísi-
mo ejemplo para adelante. Llegó el conde Carlos en seguimiento desta gente
hasta Landresí, pero, advertido de que durante la tregua se había apoderado
el enemigo de la villa de Roy (si bien se dio luego orden por el príncipe de
Béarne se restituyese a la Liga, aunque a la postre no se hizo), volvió a entrar
en Picardía y se alojó no lejos de San Quintín en el burgaje de Farvaque.
Llegaron aquí cartas de su padre (y del conde de Fuentes) en que le mandaba
ejecutase lo que algunos meses antes tenía tratado con el duque de Aumale,
gobernador de Picardía. Deseaba el duque, príncipe irreconciliable con el de
Béarne, interesar a los gobernadores de su provincia en el servicio del rey; y
así, a instancia suya presentaron todos pleito homenaje en manos y poder del
conde Carlos de Mansfelt a los 4 de noviembre, obligándose a tener las villas
y ciudades de que eran gobernadores a devoción del rey católico y como vasa-
llos de Su Majestad, [222] en cuyo nombre se prometió entretenimiento para
las guarniciones y todo el favor y ayuda necesaria. El primero que le juró fue
el gobernador de Lan; tras él el de Perona y consecutivamente los de Noyón,
Han y la Fera; y, pareciendo conveniente meter en esta última guarnición
española, se encargó el gobierno della y de las demás gente de guerra, junto
con la buena correspondencia con el senescal de Montalimar, gobernador de
la plaza, a don Álvaro Osorio.
Las nuevas tan franqueadas de la corrupción y poca disciplina de la mi-
licia española e italiana, que por momentos llegaban a los oídos del rey, y el
deseo de asistir extraordinariamente a su sobrino el archiduque Ernesto, le
obligaron a hacer nuevas provisiones de gente y dineros, pareciendo justo
y necesario para poder conseguir los buenos efetos que se esperaban de su
gobierno entregarle la gente en obediencia y no amotinada, como en San Pol
y en Pont se hallaba tanta parte della, para cuyos pagamentos se comenzaron
a hacer gallardas provisiones de dinero. Y, habiéndose ya acabado las cosas de
Aragón, mandó Su Majestad que pasase a Flandes don Agustín Mesía con
su tercio de infantería española, en que podía haber dos mil y quinientos
hombres, residuo de toda la gente que se apercibió el año antes para entrar en
Francia con don Alonso de Vargas y de las más lucidas que pasaron a aquellos
estados desde que se comenzó la guerra. Partió don Agustín de Barcelona
a mediado setiembre y, desembarcando en Vaya, tomando el camino de la
Valdosta, se le juntaron seis compañías de caballos, dos de lanzas italianas de
los condes Lita y Francisco Beljoyoso, cuatro de albaneses de los capitanes
Francisco Correa, Lázaro Manes, Nicoló Rens y Andrea Alambrese, y la de
418 Las Guerras de los Estados Bajos
203
La palabra gastos aparece en más de 15 ocasiones en la historia de Coloma, generalmente
relacionada con párrafos en que se lamenta del alto coste del mantenimiento de la política
imperial y el alto coste del ejército flamenco y del ejército en general. Podría consultarse
a este respecto el detallado y curioso Budget d’un corps d’armée de 19000 hommes et d’une
batterie de 20 canons, au service de la M. Catholique, editado por Morel-Fatio (Apéndice III
del Diario de Camillo Borghese). También puede verse el documentado Barado y Font.
Las Guerras de los Estados Bajos 419
(por muerte del [224] marqués del Vasto, como se hizo) y el de don Antonio
de Zúñiga, en quien se había de incorporar el de don Alonso de Mendoza. Esto
postrero no tuvo efeto, pareciendo al conde de Fuentes que convenía tener dos
tercios de españoles que oponer a las fuerzas de los rebeldes y otros dos para
enviar a Francia; y, aunque hizo viva instancia don Antonio, no fue posible
alcanzallo; añadido a la opinión del conde el favor que hacía a don Alonso,
hombre de valor y consejo, gran ganador de las voluntades de sus superiores. El
cual hacia la fin del año (después de fortificado el país de Vas, que quedó, como
se ha dicho, a cargo del capitán La Vicha, y tras él el villaje de Ardenbourg para
seguridad del Saso y de la Inclusa), pasó al campo de Francia, resolviendo los
condes que este tercio y el de don Agustín, que venía ya marchando, militasen
en Francia y los de don Antonio y don Luis en los Países Bajos, deseando meter
en ambas partes gente nueva y poco plática de lo que convenía que no lo fuesen.
Fue grande la reformación que se hizo de las compañías de los tercios: en el de
don Antonio quedaron solas siete, la del maese de campo, las de arcabuceros
de Juan de Sornaza y Hernando de Isla y las de picas de Antonio Pinto de Fon-
seca, don Luis Bravo de Acuña, Juan Bravo de Lagunas y Hernando Zapata,
y entre los demás tercios a proporción. Compañías de caballos se reformaron
todas las lanzas nuevas del país, que se levantaron para el socorro de la Santa
Gertrudenberg, y otras cuatro de las viejas y algunas de italianos, y de españoles
la de don Alonso de Lerma. Con esto, comoquiera que la gran mudanza de las
cosas de Francia no sucedió hasta principio del año siguiente, nos desembaraza-
remos ahora déste, dándole fin con los sucesos de Frisa, prosiguiéndolos hasta
la total pérdida de la mejor de aquella provincia, aunque sea entrándonos algo
en los del año siguiente, por no dejar imperfeta la narración de aquellas cosas.
Y inclíname a esto también el deseo de acabar con materia tan lastimosa, vien-
do perder lo que tanto importaba y tanto daño ha hecho por lo que parecía o
excusable o menos forzoso.
Había el conde de Mansfelt (deseando socorrer a Verdugo y aquella parte
de su gobierno que quedaba en ser) enviádole los italianos del tercio de don
Gastón, los valones agregados al tercio [225] de Estanley y algunas compañías
de monsieur de la Mota y un comisario con algún dinero. Juntaba el conde
Guillermo gente con intento de acercarse a Groninguen para alterar aquella
plaza, como se coligió del pesar que recibió sabiendo que estaba dentro el
coronel Verdugo, haciendo demostración dello al recibir la nueva poco cauta-
mente delante de una espía. Recelando esto Verdugo, no dejó salir ningún
soldado del burgo. El conde Guillermo se embarcó con su gente y fue a dar
en el Dolart, en dos esclusas que están en la señoría de Vede, llamadas de
Denigwolde y Belíngwolde. Llegó en aquella sazón el conde Federico con la
gente que vino de Brabante y el enemigo -en medio de las dos esclusas- en
una hora se fortificó de manera, que era imposible acometerle, por ser la tierra
pantanosa y los diques muy estrechos; dio cuenta a Verdugo de su llegada y lo
420 Las Guerras de los Estados Bajos
204
Del alemán Bürgermeister, «alcalde», es el «primer magistrado municipal de algunas ciuda-
des de Alemania, los Países Bajos, Suiza, etc.» (DRAE).
205
Cargo político-administrativo (magistratura) de la gobernación ciudadana; en general es la
persona elegida por una comunidad para representar sus intereses. «El corregidor de alguna
villa o ciudad de los países de la Alta o la Baja Alemania. Hállase esta voz muy frecuente-
mente en las Historias de Flandes, aunque propriamente no es castellana» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 421
206
No hemos tenido éxito a la hora de comprobar dicha etimología, aunque sospechamos que
es correcta, habida cuenta del acierto de Coloma al establecer etimologías o traducciones
en otras ocasiones.
207
«Especie de revestimiento que se hace con tierra y tepes sobre el talud del parapeto en las
obras de campaña, para disimularlas y dar consistencia a las tierras de que están formadas»
(DRAE).
422 Las Guerras de los Estados Bajos
mano buen rato, se entró en la plaza, sin dejar hombre a vida, dignos de de-
fender más justa causa los que tan bien supieron perderla. Concluído esto,
volvió Verdugo con diligencia contra Sloter, que difirió el rendirse hasta su
llegada. Y para asegurarse de Groninguen, de donde menudeaban avisos cada
día afirmando que los mal intencionados trataban de tomar repentinamente
las armas contra él y los católicos de la villa, había sacado de Vinschoten al
caballero Cárcamo y alojádole a los contornos para tenerle a mano. Salió en
aquella sazón en campaña con artillería el conde Guillermo, que estaba en el
fuerte nuevo que se hacía en la Bretangue, y sitió y batió el castillo de Veden,
que se le rindió sin esperar batería; tomó también el villaje de Vinschotem,
fortificando la iglesia, para donde se encaminó [228] Verdugo con la artillería
que había sacado de Groninguen, juzgando que el apartarse de aquella villa
no tenia riesgo, teniendo él buenas fuerzas en campaña. El conde Guillermo
de Nasao, dejando buena guarnición en aquellas plazas, se volvió a Frisa a
juntarse con el socorro que le traía el conde Felipe, su hermano; y Verdugo
prosiguió su camino hacia Veden, habiéndose rendido la gente que estaba en
la iglesia de Vinschoten. Llegó a ponerse sobre Veden, donde el enemigo ha-
bía metido dos tenientes con cantidad de soldados escogidos de todas las
compañías y bien proveídos de bastimentos y municiones de guerra y resuel-
tos a defenderse. Al proponerles Verdugo que se rindiesen, respondieron que
la defenderían hasta morir, y así lo cumplieron. En tanto que llegaba la arti-
llería se entendió en abrir con brevedad las trincheras, no sin recebir algún
daño, especialmente los italianos, que, con mayor diligencia que las demás
naciones habían desembocado al foso con las suyas. Llegada la artillería y
comenzada a batir la plaza, persistían los de dentro en no rendirse, tirando su
mosquetería sin cesar día ni noche. La batería se continuó y, habiéndose qui-
tado dos torreones que hacían través a la cortina, los de dentro comenzaron a
mostrar alguna flaqueza, con lo cual nuestra gente, y particularmente la ita-
liana, que estaba más cerca y deseosa de vengar la pérdida de sus compañeros,
se arrojaron sin orden al foso y comenzaron el asalto (cosa que las más veces
sucede mal, como pudiera en esta ocasión, si los de dentro se defendieran
mejor). La plaza se entró, degollando cuantos se toparon, y Verdugo discreta-
mente, acordándose de la imprudencia que es tomar leyes de los sucesos, re-
prendió aquella desorden; que, aunque loable por el que tuvo, era de mala
consecuencia y ruin disciplina, daño que no le recompensa del riesgo que
suelen tener semejantes resoluciones, debiendo los soldados creer que lo que
deja de mandar quien los gobierna, aunque parezca conveniente, no lo es.
Estaba el tiempo ya tan adelante y comenzaban las aguas a cargar, de suerte
que fue fuerza tratar la gente de aquel puesto, pues, si le dilatara, fuera impo-
sible retirar el bagaje. Hallábase Verdugo encerrado, sin más salidas que el
paso de la Bretangue o el de Coevorden. Deseó al principio acometer el fuer-
te [229] de la Bretangue, pero dejólo por la dificultad de abrir trincheras en
Las Guerras de los Estados Bajos 423
aquel sitio pantanoso, con el invierno en casa. Imaginó también en hacer dos
fuertes, uno a la entrada y otro a la salida de aquel paso; mas, siendo forzoso
asistir a ello con todo el ejército, lo era también el sujetarse a las mismas des-
comodidades que si sitiara el fuerte; y así, habiéndole de ser forzoso abrir
paso, escogió el intentarlo por Coevorden, pues, no le teniendo nuestra gente,
consumíase a Groninguen en vez de proveerla; y, hallándose el enemigo con
ejército tan fuerte como el nuestro, podía embarazar el sacar fruto y sustancia
del país, que era con lo que entonces se mantenía aquella soldadesca, añadién-
dose a esto la facilidad con que podían reforzarla desde Holanda y la poca
esperanza que había deso de nuestra parte, no teniendo por donde recebirla.
Resuelto, pues, en esto Verdugo, quiso antes (hallándose dos leguas de los
cuarteles del enemigo) ver si podía venir con él a las manos, deseoso más de
probar la fortuna que fundado en buena razón de guerra, pues se había de
pasar por pantanos y turbales peligrosos en sazón de tantas aguas y pegado a
un fuerte del enemigo, que, a tener artillería (como no la tenía), fuera impo-
sible sin gran daño. Resuelto, pues, en esto, marchó con dos piezas de campa-
ña y algunos carros de vituallas y, haciendo un gran rodeo, fue en busca del
enemigo, que estaba una legua de Groninguen, el cual fue avisado del camino
que hacía y de la intención que llevaba, no habiéndolo él comunicado (me-
droso y experimentado de tales daños) sino con sólo el síndico y burgomaes-
tre, de quien fiaba. Pasados estos pantanos y turbales, donde la artillería y
carros se empantanaron y sacaron con dificultad y trabajo grande, siendo en
parte que desde el fuerte alcanzaban con la mosquetería, aunque con poco
daño, fue necesario dejar reposar la gente, que venía fatigada. Los condes
Guillermo y Felipe, sabiendo que se marchaba la vuelta dellos, comenzaron a
fortificarse bien en sus cuarteles, que aún no lo habían hecho. El día siguien-
te, al amanecer, se marchó la vuelta dellos, impidiendo los muchos fosos con
que está cortada la campaña el poder marchar en buena orden. Llegados más
cerca, se hicieron los escuadrones de infantería y caballería y, trabando una
escaramuza, plantó Verdugo sus dos piecezuelas en una eminencia y fue en
persona a [230] reconocer su sitio y ver si se podían acometer sus trincheras,
haciendo reforzar la escaramuza con infantería y caballería, pensando sacarles
dellas cebándoles y pelear fuera con mucha seguridad; pero, aunque escara-
muzaban, era siempre al abrigo de sus fortificaciones, en donde tenían cubier-
ta su gente, sin que con las piezas de Verdugo se pudiesen hacer más daño que
matar algunos de los que cruzaban de una parte a otra. Desearon algunos que
se hubiera traído artillería más gruesa, pareciéndoles que con ella y con la
eminencia del puesto se hubiera deshecho al enemigo, cuyas trincheras, como
hechas deprisa, pudieron hacer poca resistencia, mas fuera imposible respecto
a la dificultad del camino y peligrosos atolladeros. Reconocidos, pues, por
Verdugo los fosos que atravesaban la campaña y que era imposible marchar en
escuadrón y asaltar al enemigo como quisiera, se resolvió a retirarse al aloja-
424 Las Guerras de los Estados Bajos
miento de la noche, antes habiendo hecho mucho daño al enemigo, sin rece-
birle. Al conde Federico mataron su caballo y dieron un arcabuzazo en un
brazal208, que no hizo más que abollársele y herirle levemente. Otro día por la
mañana se encaminó el campo a Groninguen por el pantano junto al fuerte
del enemigo, que por haber llovido aquella noche fue imposible volver por
donde vino. Llevó Verdugo la mayor cantidad de vituallas que pudo y prosi-
guió hacia Coevorden con diligencia, temiendo con la dilación mayores difi-
cultades; y, deseando ocupar el casar de Dalem y una casa de un caballero más
cercana al fuerte antes que les pusiese fuego el enemigo, envió a ello buen
golpe de gente, la cual, como llegó de improviso, después de haber hecho a lo
que iba, vio a la mayor parte de la guarnición del fuerte, que convoyaban
cantidad de carros de bastimentos, todos los cuales quedaron en poder de los
católicos, retirándose los enemigos sin pelear, medrosos del fuerte, que habían
dejado casi solo. Perdióse aquí muy buena ocasión en no cortar esta gente o
acometerla y pelear con ella; que con eso y la poca que había quedado en el
fuerte, se pudiera acometer a escala vista209, que había en el foso parte por
donde se podía hacer y algunas por donde no eran menester escalas para su-
bir, pero en las órdenes no se pueden prevenir todos los accidentes, ni los
ejecutores se atreven a alterarlas como conviniera, o por la incertidumbre del
suceso o por no [231] ser todas veces tan soldados que lo sepan hacer. Alojó-
se la gente en Dalem y envióse parte a la casa de aquel caballero. En esta sa-
zón, entrando riguroso y con muchas aguas el invierno, comenzó la gente a
padecer y a desmandarse, volviéndose sin licencia la mayor parte de los regi-
mientos de monsieur de Fresín y don Felipe de Robles. Procuró Verdugo dar
prisa a hacer el paso y algunos fuertes en los caminos, con que se acabó de
poner en perfición bastante para poder pasar artillería y lo demás necesario; y,
viendo no ser posible comunicarse con Groninguen sin tener aquel paso guar-
dado con gente y que el enemigo, saliendo fuera o entrando dentro, podía
romperle y hacerle inútil todo lo trabajado, quitando el paso de la otra parte,
faltando también dónde alojar la gente aquel invierno, se resolvió (siendo
fuerza tenerla en campaña) a emprender a Coevorden por asedio, pareciéndo-
le que a un mismo tiempo hacía dos efetos importantes: estrechar de vitualla-
suerte y aguardar el paso. Los valones que habían quedado se acabaron de ir
con licencia o sin ella; a los alemanes altos alojó en las cuatro villetas; y con la
demás gente se acuarteló junto al fuerte, engañado también del drosarte210 de
Coevorden, que afirmaba no tener de comer los dél más que hasta algunos
208
Es pieza de la armadura que cubre el brazo.
209
«Haciendo la escalada de día y a vista de los enemigos» (DRAE).
210
Drosarte (drossart o drosart) es magistrado con cargo político-administrativo de una ciudad,
y suele aparecer en los textos asociado al de síndico y burgomaestre. Hay multiples referen-
cias a dicho puesto en los Comentarios de Francisco Verdugo.
Las Guerras de los Estados Bajos 425
días de enero. Estos avisos enviaba Verdugo a los condes de Mansfelt y Fuen-
tes, y después al archiduque Ernesto, refiriendo las fuerzas con que el enemigo
saldría a la primavera en campaña, añadiendo a las que tenía nuevas levas de
infantería y caballería, con asistencia del Palatino, para cuya oposición conve-
nía prevenir a tiempo las nuestras. Envióle el archiduque el regimiento del
príncipe de Simay, que fue de poca ayuda a causa del poco respeto que tenían
los soldados a un sargento mayor que le gobernaba. Costó trabajo al conde
Herman hacerles pasar el Rin, que lo rehusaban por cierta paga que se les
había ofrecido, para cuyo cumplimiento fue fuerza valerse de la mayor parte
del dinero que se tenía para todos, sin que por esto dejasen de robar el país y
de irse muchos dellos al enemigo. Pocos días después se mandó al duque
Francisco de Saja levantar un regimiento; hízolo, la mitad en su tierra dél y la
otra en el país de Linguen, su teniente coronel Teselingh; el cual, teniendo la
gente junta al plazo que le ofreció, tardándose en tomarle la [232] muestra,
quiso valerse para entretenerla del país de Munster, donde, estando con poco
recato, fue acometido y preso del enemigo. La gente, con su falta, se deshizo
y volvió, y –tornando con la otra parte del regimiento- los amedrentaron de
manera que se volvieron todos. De la que se pudo recoger se formaron tres
compañías, que fue en lo que vino a parar esta leva por no haberla tomado
muestra a tiempo.
Envió en esta sazón el archiduque a Verdugo, por las instancias que hacía
para ser socorrido, al comisario general Juan de Contreras Gamarra, con algunas
compañías de caballos, que por no traer dineros fue fuerza alojarlas en algunas
villetas de aquella provincia, donde, por ser la gente pobrísima, fue mucho lo
que padeció, ayudando a ello la desorden de algunos soldados, irremediable en
gente no pagada. Hacíalas también el tercio de don Gastón por la misma causa,
parando en total desobediencia, con que estaba siempre fuera de sus cuarteles.
Avisó quien le gobernaba a Verdugo de la resolución que los soldados tenían de
volverse, pidiéndole que, en consideración de su honra y de la de su nación, les
diese licencia para excusar la infamia de hacerlo sin ella; y, habiéndolo rehusado
al principio, hubo de hacerlo, pareciéndole que corrían el riesgo de alterarse si
se iban sin oficiales, y que, llevándolos, podía el archiduque, con darles algún
dinero, tenerlos en obediencia. Fuéronse también con este tercio la compañía
de Cornelio Gasparino y las que había de valones del de Estanley a tiempo que
el enemigo iba juntando su gente para salir en campaña. Resolvió por esto el
archiduque de enviar otro socorro a Frisa a cargo del conde Herman de hasta
mil y seiscientos hombres, docientos españoles con los capitanes Juan de Sor-
noza y Juan Álvarez de Sotomayor, y los demás alemanes, irlandeses y valones;
con los cuales, juntando Verdugo lo demás que pudo sacar de las guarniciones,
apenas se hallaba con tres mil y quinientos infantes y con caballería harto infe-
rior al enemigo, el cual, teniendo junto su ejército, caminó la vuelta de la gente
católica y se acuarteló en Omme, villeta abierta donde luego se fortificó y metió
426 Las Guerras de los Estados Bajos
dentro de la fortificación toda su gente. Habíanse mejorado los pasos con algu-
nos días que habían precedido de sequedad, de suerte que los más inaccesibles
estaban ya harto llanos; y, siendo fuerza Verdugo unir [233] sus fuerzas, que
desta suerte eran algunas y divididas nada, hubo de dejarlos libres; y junta ya su
gente, deseando venir con él a las manos, envió al conde Herman a tocarle, y
con llegar muy cerca de sus trincheras jamás quisieron desabrigarse dellas. Era
la intención de Verdugo sacarlos a la campaña y que el conde se viniese poco a
poco retirando y escaramuzando con poca gente de retaguardia y que, pegando
fuego a una casa en señal de que marchaba el enemigo, pudiese salir él con
todo lo demás; pero esta diligencia, hecha dos veces, no aprovechó. La tercera
sirvió de algo, porque, yendo el comisario general Contreras a reconocer si se
movía, topó con una compañía y la deshizo. Los villanos prisioneros y espías
conformaron en tener el enemigo la gente que se ha dicho y, por estar tan cerca
de Verdugo, no le venían ya vituallas, que las villetas o villajes de la comarca –o
por no tenerlas o por la conformidad de religión y amistad con el enemigo- no
acudían con ellas; y, aunque las hubiera, no se podían traer, porque –si la escolta
era poca- corrían peligro y –si mucha- poder el enemigo en su ausencia acome-
ter al campo católico con el riesgo que se deja considerar. Para consultar esta
dificultad y la resolución que debía escogerse juntó Verdugo a consejo las cabe-
zas del ejército y les propuso el estado en que se hallaba, con la poca comodidad
de vituallas y forraje, siendo lo más que había podido juntar apenas suficiente
para dos días, habiendo librado lo que vino de Groninguen a la infantería, para
que no desamparase con la necesidad los cuarteles. Y fue fuerza meter también
alguna provisión en Oldenceel, Oetmarsun y Eensquede, puesto que la más
bien proveída lo quedaba sólo por ocho días. «Éste es el estado de las fuerzas
enemigas y nuestras –decía- y en el caso presente no se podrá escoger resolución
que carezca de inconvenientes, que en esperar o no al enemigo los hay harto
graves; la primera hiciera yo de mejor gana, como más segura para la fama,
puesto que quien gobierna no la conserva mejor perdiéndose mal a propósito;
pero entre los ignorantes, que son los más, siempre tuvo este camino mayor se-
guridad y aceptación. El enemigo es cierto que con sólo caminar hacia nosotros
con sus trincheras, considerada la desproporción de la gente, sin aventurarse
asegura nuestro [234] peligro, puesto que acometerle en sus fortificaciones con
inferiores fuerzas cualquier mediana experiencia lo disuade, siendo menester
tantas menos para defenderse los acometidos; mas, si -no obstante esto- pare-
ciere acertado, no quedará por mí». Los más aconsejaron la retirada y la conser-
vación de aquella gente, de que pendía la de cuanto allí se poseía. Los condes de
Bergas fueron de parecer que se guardase el paso; respondióseles mostrando ser
de ningún fruto, siendo fuerza juntarse todos, con que se le dejaba al enemigo
libre para socorrer a Coeverden, ni menos guardarle le estorbaba que no fuese
a Groninguen cuando le diese gusto, teniéndole por otra parte más seguro y
acomodado. Y, poniéndose donde decían, no sólo podía hacer esto el enemigo,
Las Guerras de los Estados Bajos 427
pero cortar por entrambas partes las vituallas, cuya falta serviría de achaque a
los soldados para desamparar sus banderas y al cabo había de ser fuerza retirarse
a vista del enemigo, tan superior de gente, fación del peligro y dificultad que
ningún simple soldado puede ignorar en un ejército. Comenzaban muchos a
murmurar de Verdugo, diciendo que obstinadamente trazaba su pérdida, pláti-
ca en soldados mal pagados perniciosísima; y otros, quizá menos valientes, que
–en viendo resuelta la retirada- braveaban, no habían encarecido menos los da-
ños de no hacerla, artificio con que muchos en la guerra mejoran injustamente
su opinión. Tomada, pues, esta resolución, se envió a Groninguen la gente de
aquella guarnición y alguna más, quedándose Verdugo con la que, arrimado a
alguna plaza, bastase para defenderse. Hubo quien rehusó meterse dentro por
falta que había de dinero, y quiso hacerlo Verdugo, dejando lo demás a cargo
de otro, sin reparar, por la conservación de aquella plaza, en la obligación que
le corría de quedar con la gente, de quien tampoco había quien se quisiese
encargar; tales eran las fuerzas con que se defendía aquella provincia, que aun
mandarlas se rehusaba. Hubo de quedarse, al fin, Verdugo con ellas, como cosa
más conveniente que embarcase en Groninguen, excusándose también la gente
venida de Brabante, fuera de los españoles, de no encerrarse en ninguna plaza:
los irlandeses por no tener cuartel con el enemigo y los alemanes por otros
respetos. Reprimía Verdugo lo mejor que podía estas desórdenes y desobedien-
cias y fue causa la asistencia de su persona de [235] diferir las que adelante se
siguieron. Marchó, pues, con la gente, quemando primero sus fortificaciones,
haciendo alto en Denichum, donde estuvo más de mes y medio sin dinero, de
que se siguió desmandarse y ausentarse parte de la soldadesca. Trató de enviar
más gente a Groninguen y, queriendo emplear alguna persona de quien se fiaba,
la halló tan fría, que no lo hizo; prudentemente sin duda, pues para las faciones
aventuradas siempre se ha de echar mano de los que se ofrecen a ellas. Hízolo
así el conde Federico y no vino en ello Verdugo, pareciéndole que le fuera impo-
sible por su gordura marchar a pie, como era fuerza, tanto tiempo; y, enviando
un oficial de su regimiento, entró en la villa y escribió lo que había hallado a
Verdugo, y los de Groninguen que sin dinero no les enviase gente, y con él era
imposible, por no tenerle, ni medios para prestársele ninguno de aquel país.
Erró el enemigo en no seguir a Verdugo y, estando ya en su alojamiento,
incitado de los mal intencionados de Groninguen, que le ofrecían segura la
empresa, marchó la vuelta de aquella plaza. Visto lo cual, y lo poco que apro-
vechaba pedir socorro por cartas, determinó Verdugo enviar persona expresa a
representar la necesidad en que se hallaba. Encargólo al capitán Juan Álvarez de
Sotomayor, que, aunque sintió apartarse de su compañía en tal ocasión, hubo
de hacerlo; pero por culpa de las guías dio en una emboscada del enemigo y
quedó en prisión, con lo cual fue fuerza poner los ojos en quien de nuevo hicie-
se el viaje. Ofrecióse el comisario general Juan de Contreras y para su seguridad
llevó la mayor parte de la caballería; en el camino encontró y deshizo algunas
428 Las Guerras de los Estados Bajos
211
Zapa. «Instrumento de gastadores en la guerra para levantar tierra, y es una especie de pala
herrada, de la mitad abajo con un corte acerado. El mango remata en una muesca hueca
grande en que se mete la mano para hazer fuerza» (Dicc. Aut.).
212
Ignoro el significado de este vocablo, a parte de su significado peyorativo claro.
Las Guerras de los Estados Bajos 429
daño para el estado de las cosas que para los que perdían sus haciendas, pues los
mismos soldados [237] que cubrían su codicia con capa de necesidad, en vién-
dose con algún dinero se volvían en tropas a Brabante, añadiendo por disculpa
que los desterraban de Frisa los malos tratamientos de Verdugo, siendo esto
tan contrario a la verdad, que muchas veces los socorrió de su proprio dinero
y del que podía hallar entre sus amigos. Llegó por este tiempo alguna cantidad
dél, aunque tan poco, que apenas sirvió de más que de aumentar la necesidad
y dar de nuevo ocasión a que se huyesen los soldados, que se valieron della para
conseguir el deseo que univesalmente tenían de ausentarse de aquella milicia
tan mal asistida. Prosegía entretanto su sitio el enemigo y, llegando con las trin-
cheras al foso del rebellín y cegándole, se alojó por la zapa y minas dentro dél.
Hacían los católicos en este tiempo algunas salidas, en que mataban muchos
enemigos y ganaban algunas banderas.
Los mal intencionados de la villa, que eran los más, tomaron las armas
para echar a los buenos y leales della y entregarla al enemigo, como se lo
habían ofrecido; pero sucedióles mal, porque no sólo resistieron los católicos,
pero –cayendo en la cuenta y abriendo los ojos la necesidad y el peligro- die-
ron entrada a los soldados del rey, que todavía estaban en el burgo, aunque no
sin peligro y dificultad. Pedía toda buena razón no fiarse más de los desleales
y limpiar dellos la villa, con que sin duda se defenderían algún tiempo más;
pero, como eran todos parientes de una misma patria, viéndose por otra parte
superiores en fuerzas y que no era posible hacerse aquella separación sin de-
rramamiento de sangre, dejaron de ejecutar lo que tanto les importaba. Mau-
ricio, como sintió la revuelta de la villa, temiendo alguna estratagema, mandó
que no saliese nadie de las trincheras, que, si acometiese, se lleva sin duda el
rebellín. Íbasele dificultando mucho al enemigo la empresa, pero, animado
con un aviso que le enviaron sus fautores de que, no obstante lo sucedido,
perseverase en ella, que sería la villa suya muy en breve con tal que estorbase el
paso a quinientos mosqueteros que enviaba Verdugo de socorro; hízolo, con
que de todo punto cortó el camino a diligencias humanas. Añadióse a estos
trabajos la poca fe del que tenía en la villa a su cargo las municiones de guerra,
jactándose que había pólvora para tirar dos años y animando a los soldados
a que la tirasen sin tasa, tal, que a este tiempo [238] se comenzó a sentir la
falta della, que se reducía toda a menos de treinta quintales. Avisó dello el
teniente coronel a Verdugo con un soldado de los que entraban y salían, con
cuya prisión vino a saber el enemigo esta falta, cosa que le acabó de inclinar
el ánimo a perseverar, y en orden a ello hizo dar prisa a la mina del rebellín,
que, sentida por los nuestros, la cortaron con un foso. Voló con todo esto, con
muerte de algunos soldados católicos, y, arremetiendo tras esto, aunque con
poca resolución, el enemigo, fue rechazado por los que guardaban la cortadu-
ra; con todo, con la falta de pólvora y continuo trabajo se iba disminuyendo
mucho nuestra gente de número y de ánimo, ayudando a ellos las mujeres de
430 Las Guerras de los Estados Bajos
los mal afectos y haciendo con sus lisonjas y viles persuasiones más daño en
los ánimos ya descaecidos de aquellos burgueses que si fueran tres doblados
hombres. Y porque aun en cualquiera parte de los Estados Bajos tienen gran
mano las mujeres hasta en las cosas más graves, es sin duda que en Gronin-
guen la tienen y la han tenido siempre mayor.
Los de la villa, resueltos de tratar con el enemigo, enviaron diputados, en-
tre los cuales fueron algunos eclesiásticos (córrese la pluma de escribirlo, pero
pídelo la verdad), deseando unos y otros ganar las gracias con él, facilitando
la rendición, como al fin lo hicieron, con tan ruines capitulaciones, que fue
una dellas obligar con juramento a toda la soldadesca católica a que no sir-
viese al rey en Frisa por espacio de tres meses, la cual con sus armas y bagaje
por el camino de Oldenzeel pasó el Rin. Mauricio se estuvo quedo algunos
días en su campo, proveyendo lo que era necesario en la guerra; y Verdugo
en el primer alojamiento que tomó, añadiéndosele a sus trabajos el partirse
sin orden la vuelta de Brabante el regimiento del conde de Soltz, sin embargo
de haber sido aquella gente más bien pagada y entretenida que las demás,
dejándole casi solo cuando más desembarazado estaba el enemigo para aco-
metelle. Siguieron el ejemplo de los alemanes las demás naciones y la resta de
la caballería que había traído el comisario general Contreras, sin quedar con
Verdugo más que los capitanes y oficiales; el cual, considerando que, si aque-
lla gente iba sin ellos, podría suceder algún daño en el camino o que –llegados
a Brabante- se amotinarían, los dejó ir también. [239] Partida esta soldadesca,
queriendo Verdugo alojar en Oldenzeel a los españoles que habían quedado,
se alteró la mitad dellos y siguieron a los demás, sin podérselo estorbar; a
los que quedaron alojó en la villa, en pago de su perseverancia, usando con
ellos –como era justo- otras muchas demostraciones de gratitud. No ignoraba
nada desto el enemigo y, apercibiéndose para ir en busca de los pocos cató-
licos que habían quedado, como el tiempo estaba tan adelante, cargaban las
aguas, de manera que se resolvió en dejar aquella empresa y tentar a Rinberg,
encaminándose por agua. Había crecido excesivamente el Rin con las lluvias
y así hubo de mudar también de intento, marchando otra vez por tierra con
designio de acometer a la villa de Grol, a cuya vista le llegaron embajadores
del príncipe de Béarne pidiéndole socorro y, resolviéndose en darle, hubo de
enviar la demás gente que le quedaba a sus guarniciones. Verdugo recogió en
las suyas las pocas fuerzas que le quedaron, valiéndose de un poco dinero que
se le envió de Bruselas para tener la gente en su devoción y de su prudencia
para estorbar que la corriente de las vitorias del enemigo no arrebatase las
pocas villas que le quedaban en su provincia.
213
Argumento: Llega el archiduque Ernesto a Bruselas por gobernador de los Países Bajos.
Estado de la Liga en Francia. Pásase Mons. de Vitrí al bando del de Béarne entregándole
a Miaux. Hace lo mismo el almirante Vilars y entrégale a Pontaudemer. Declárase por él
Mons. de Balañí [sic], tirano de Cambray, y cuéntase cómo tiranizó aquel estado. Reciben
en París a Enrique. Deshácese la Junta y salen de París los della con la guarnición. Gana
el conde Carlos a la Capela. Sitia el de Béarne a Lan y gánala. Pretende el conde Carlos
socorrerla y no tiene efeto. Declárase Amiéns por el de Béarne. Páganse los motines de
Pont y San Pol. Sucesos del motín de Siquem. Reconcíliase el duque de Guisa con Enrique,
después de haber muerto al marichal de San Pol, entregándole a Rens. Motín de la Capela
y estado de los Países Bajos.
432 Las Guerras de los Estados Bajos
fácilmente suele llamaerse celo del bien público y la obstinación con que se
continúa valerosa constancia214. Llevados, pues, destas causas o de otras de las
que suelen anteponer los herejes cuando dan falso nombre de justo a todo lo
que les es provechoso, comenzaron a arrepentirse de la humildad, trocándola
en fiereza, el medio en esperanza y el arrepentimiento en obstinación. Ésta
fue la causa del ruin efeto que hizo una carta llena de paternales y saludables
consejos y amonestaciones que su alteza escribió desde Bruselas a los Estados
rebeldes. Cuyas cabezas, deseosas de mejorar el estado de sus cosas por medio
de la guerra, que entonces le estaban actualmente haciendo con prósperos
sucesos en Frisa, echaron por alto todos los sanos consejos y honestas propo-
siciones, respondiendo al archiduque con tan poco respeto y con tan atrevidas
y insolentes palabras215, que mostraron bien en ellas tener sabido los pocos
apercebimientos que había para platicar el segundo remedio de la fuerza, con
lo cual no había por qué esperar honestas condiciones de paz, que sólo se
conceden al que puede ofender. Volviéronse con esto todos los pensamientos
a la guerra y principalmente a la de [242] [242] Francia, que instaba más de lo
que había menester el de Béarne para establecer sus cosas y ganar amistades,
volviéndose en aquel reino a las armas con mayor rigor y enemistad que antes
y sacando el tiempo después demasiado verdadera aquella máxima de que no
es cordura dar a gustar los frutos de la paz a una provincia donde se desea
sustentar la guerra.
Fue el primero príncipe de Béarne a sacar su gente en campaña el tercer
día del año en que vamos, y, después de haber tentado en vano con escalada
a Chateotirí, se puso sobre Fertemilón, castillo –aunque a lo antiguo harto
fuerte- rodeado de buenos fosos de agua y gobernado por monsieur de Pe-
che, caballero de valor, que como tal comenzó a defendelle honradamente
con cuatrocientos franceses y buen aparejo de municiones y artillería. Fue
de los primeros negocios militares que se trataron en el consejo del archidu-
que si convenía o no dar socorro a esta plaza, y pareció generalmente con-
venir en todo caso a la reputación del archiduque, que tanto suele importar
en los principios de cualquier gobierno, siendo las primeras acciones las que
nunca se olvidan y las que con mayor atención se desmenuzan, cuya venida
también había sonado mucho y dado que pensar a todos los vecinos. Aña-
dían, fuera desto, por circunstancia considerable, hacer soltar al de Béarne la
primera presa que intentaba después de su reconciliación para detener algo
214
Amelot aconseja en muchas ocasiones que los príncipes no cedan a las revueltas de sus súb-
ditos. También indica que «un gouverneur qui soufre que deux du pais soient insultez par
les étrangers, soit qu’il ne puisse ou qu’il ne veuille pas y remédier, doit tenir pour certain
qu’à la première occasion le peuple se révoltera contre lui» (102 [libro III]).
215
Amelot recuerda que los príncipes pueden tener más condescendencia con las palabras
insolentes que no con los escritos, pues éstos son fruto de la reflexión y aquéllas no (165
[III]).
Las Guerras de los Estados Bajos 433
los ánimos a quien esta acción había movido. Resuelto este socorro, escribió
al conde Carlos que le hiciese en todo caso, sirviéndose para él de la gente
que tenía a su cargo con la prudencia y recato que dél se esperaba. Pensó el
conde Carlos al principio, según las nuevas que se tenían de lo que se venía
acercando el tercio de don Agustín Mesía, poderle llevar consigo; pero, des-
engañado de que todavía se hallaba a la entrada del país de Lucembourg,
perdió las esperanzas de poderse servir dél para aquella ocasión. Entendió
también que saldría la caballería amotinada de Pont a hallarse en tan hon-
rada fación, pero, rehusando ellos pertinazmente, como ya antes lo habían
rehusado los de San Pol, no pudiendo llevar caballería bastante a oponerse
a la del enemigo, se resolvió en ir con solas dos compañías de arcabuceros
a caballo para el servicio ordinario del ejército, que fueron las de Daniel de
[243] Gauré y René de Chalón; toda la demás caballería, que constaba de
diez y siete estandartes, en que podía haber docientos y cincuenta soldados
de a caballo, la mayor parte oficiales (residuo de ambos motines), quedaron
arrimados a Landresí, a cargo de monsieur de Achicourt, hermado del con-
de de Ostrat. Don Carlos Coloma, que hasta allí la había tenido al suyo,
don Francisco de Padilla, Jerónimo Rutinier, capitanes, y la mayor parte
de los oficiales siguieron al ejército, sirviendo como infantes. Vinieron de
Bruselas a hallarse en esta jornada Camilo Carachiolo, príncipe de Avelino,
recién venido de Nápoles a los Estados; don Alonso de Idiáquez, aunque
nombrado ya (como está dicho) por general de la caballería de Milán; don
Antonio de Toledo y don Juan de Bracamonte, sobrinos del conde de Fuen-
tes; Juan de Guzmán, hermano de Tello de Guzmán, conde de Villaverde;
don Diego de Acuña; y finalmente toda la gente moza y deseosa de honra
que entonces se hallaba en la corte del archiduque. Sacó el ejército el conde,
que constaba del tercio de don Alonso de Mendoza, gobernado por Hernán
Tello Puertocarrero, sargento mayor, en que podía haber mil españoles; los
regimientos de alemanes de Curcio y don Juan de Pernestéyn; y los de va-
lones de La Barlota y conde de Bosú, que todos cuatro podían hacer cinco
mil infantes. Pareció este ejército por ventura mejor que otros, por ir suelto
y sin bagaje, ni más embarazo que tres medios cañones y algunas piecezue-
las de campaña. Al pasar por Guisa salieron aquel duque y sus dos tíos, el
de Humena y Aumale, con mil corazas francesas, gente escogida, y alguna
infantería. Faltáronle al conde Carlos también los esguízaros, que, aunque
había días que venían marchando, no pudo aguardarlos más sin conocido
peligro de la plaza. Llegó el campo a Lan en dos alojamientos y en otros
dos a Suasón, todo país amigo; y allí se supo que monsieur de Peche había
hecho una honrada salida y degollado gente en las trincheras y que había
aguardado ya dos asaltos. Túvose también aviso de las fuerzas del enemigo
y certidumbre de que no eran tan superiores en caballería a las nuestras que
no quedasen más inferiores en la bondad de la infantería; y que monsieur
434 Las Guerras de los Estados Bajos
de Gibrí, que servía de marichal del campo (que es lo mismo que maese de
campo general216), no tenía [244] hechas fortificaciones de consideración
para dificultar el socorro. Todo lo cual animó a las cabezas del ejército a
resolverse en aventurar la batalla. Dista Suasón de Fertemilón tres leguas
francesas, y el primer día que marchó el ejército se puso a una legua del ene-
migo, con un tiempo tan crudo de hielos y nieves, que se quedaron helados
aquella noche algunos soldados en las centinelas.
Consultaron el príncipe de Béarne y sus consejeros lo que era bien hacer,
y algunos, entre ellos el marichal de Birón, fueron de parecer que saliesen al
encuentro al ejército español y que no se cumplía con menos, considerando
que era aquélla la primera empresa que el de Béarne hacía después de su
absolución. Otros, que miraban la esencia de las cosas y no a las vanas consi-
deraciones (puesto que no pueden serlo las que miran a la reputación), decían
que era temeridad grande arriesgar el reino, ya poco menos que suyo, por un
castillo que había de seguir la fortuna de todo lo demás, teniendo los pruden-
tes por norte de las acciones no las circunstancias de los medios, sino el fin
de quien reciben su última perfición. Habíale el rigor del tiempo quitado al
francés gran parte de su nobleza, mucha della esparcida por aquellas villas de
su devoción, desconfiados todos de llegar a las manos; y así por esto como por
otras consideraciones superiores, se arrimó (contra su costumbre) a lo más se-
guro, estimándose por no menor discreción saber en la adversidad escoger lo
menos dañoso que en la prosperidad lo más útil y por lo más acendrado desta
regla de prudencia no embarazarse con el desabrimiento de aventurar algo de
la reputación propia a trueque de encaminar el bien universal. Levantó, pues,
el sitio, al parecer con poca reputación, y, caminando con su campo aquel
día tres leguas, pasó el nuestro adelante y, al salir del cuartel, supo cómo el
enemigo había desalojado. Socorrióse la plaza de gente, bastimentos y muni-
ciones de guerra y, fortificada la batería lo mejor que supo, se retiró el campo
a Suasón, con pensamiento de cobrar la villa de Roy, tomada, como se dijo,
durante las treguas y no restituída hasta entonces. Pero sucedieron presto tan-
tas mudanzas en cosas mayores que no se hizo caso de aquélla. Comenzaban
ya a declinar las cosas de la Liga en Francia, vacilando la mayor parte en el
fervor con que la empezaron, sea naturaleza de aquella nación en particular,
poco firme en sus propósitos o defeto universal de todos los mortales, cuya in-
clinación a las novedades muestra cuán poco seguros son los designios en que
han de concurrir y perseverar muchos, bien que disculpan esta mudanza con
la conversión del de Béarne; pero parece pudiera embarazarles la memoria de
tantos beneficios recebidos de un rey que por la conservación de la religión
en aquella provincia perdió parte de las suyas. Mas estos beneficios habían ya
pasado y las esperanzas que se prometían en este partido estaban presentes y
216
El título, en fr., sería marichal-de-champ.
Las Guerras de los Estados Bajos 435
217
Puesto en que lo había colocado su padre, Charles de Berlaymont, sin siquiera haber con-
cluído sus estudios.
218
«Roca compacta y dura, formada por una sustancia amorfa, ordinariamente de color oscuro
y con cristales de feldespato y cuarzo» (DRAE). Es de color purpurino.
Las Guerras de los Estados Bajos 437
de establecer este tirano con la muerte del de Alansón y, perdido del todo el
miedo a las fuerzas de Francia, temiendo a las del príncipe de Parma, que
comenzaban a mostrarse formidables, en perdiendo a Chateo Cambresí y
a Buchayn, trató con él de conservarse neutral por medio de ciertos gajes
secretos que se le daban a título de sustentar la [248] guarnición de la ciuda-
dela. Pasó más adelante el comendador Juan Moreo cuando se introdujo la
Liga y, ganando a este hombre (y a su mujer, que le gobernaba) con gruesos
presentes, le hizo uno de los más confidentes della, y más desde que vio la
puntualidad con que se le iban pagando doce mil ducados cada mes, cuando
faltaban para otras muchas cosas de mayor importancia. Sirvió a la Liga con
su persona y con algunos caballos que sacaba de Cambray, aunque con tanto
recato, que hasta las fuerzas de su dominio tenía repartidas en su ausencia, las
de la ciudad en algún confidente y deudo suyo más cercano y las del castillo
en su mujer, varonil por extremo y deseosa de mandar y de acumular dine-
ros, cosa que hicieron marido y mujer por espacio de quince años con tan
poca modestia, que se tenía por cierto valer los despojos de la ciudad y del
país que en el discurso deste tiempo se apropiaron pasados de quinientos mil
ducados. Fortificaron la ciudadela, y aun la ciudad, dejándola, a su parecer,
inexpugnable, deseosos de perpetuarse en ella; y en orden a esto, no le quedó
al tirano por hacer ningunas diligencias de buen macavelista219, procurando
arrimarse siempre al más poderoso, conociendo el peligro a que se ponen los
neutrales de ofender a entrambos partidos. Túvole en alguna duda el haber
dado su fe a la Liga y lo que rehusaba el príncipe de Béarne el reconciliarse
con la Iglesia, que al fin era católico de profesión él, aunque de su mujer se
tuvo diferente opinión, y conveníale, siéndolo de las diez partes las nueve de
la ciudad y en general todo el país. Pero, en sabiendo que Enrique había sido
admitido en San Dionís, asegurándose deste escrúpulo (como si una acción
pudiera ser buena con sólo tener algo de loable), resolvió en sí de pasar a su
bando y sólo le hizo dilatarlo la voz de que con el archiduque Ernesto había
de bajar toda Alemaña y hacerse la guerra de otra manera que hasta allí; pero,
resuelto todo esto en humo, viendo, por otra parte, buen golpe del ejército
amotinado en Pont y en San Pol y que en Bruselas todo era fiestas, entradas
y regocijos, movido, finalmente, de su ambición y las continuas persuasiones
de su mujer, que muchas veces fue y vino a Francia con la negociación, se
declaró al fin por el francés, dejando la neutralidad, tomándole de nuevo por
protector perpetuo y consintiendo que en [249] medio de la plaza se quemase
la figura de una mujer que representaba la Liga. Y viendo a Cambray en nom-
bre del príncipe de Béarne el duque de Retz, marichal de Francia, por agosto
de 1594, para admitir la protección y confirmar y corroborar la elección que
los tres estados de aquella ciudad y país, eclesiásticos, nobles y plebeyos, ha-
219
«Maquiavelista».
438 Las Guerras de los Estados Bajos
220
La palabra es de sobra conocida en la documentación española de la época. Véase por
ejemplo la «Enquête sur les fonctions de Corneille Plavoet»: «A todos quantos la presente
carta vieren o leer oyeren. Nos, los burgomaestres, esclavines y consejo de la ciudad de
Amberes…» (Bulletin 34).
Las Guerras de los Estados Bajos 439
sucedió con Brisac, que, más atento a la ambición que a la obligación en que
se había puesto y deseoso de obligar al nuevo rey con algún señalado servicio,
comenzó luego a cartearse con él y a darle el negocio por hecho. El de Belín,
viéndose afrentado sin causa y obligado a retirarse al príncipe de Béarne por
no malograr sus esperanzas, quedando odioso a entrambos partidos (error en
la opinión de todos tenido por gravísimo), procuró darle a entender lo mucho
que podía con los de París y que sin su medio era menos que nada cuanto po-
día hacer el conde de Brisac, contra quien escribía a los ministros católicos las
inteligencias que trataba con el enemigo, que, aunque eran verdades, parecían
calumnias. El de Béarne, que no deseaba otra cosa que poner el pie en París,
valiéndose de ambas negociaciones, que, aunque por varios caminos, iban
encaminadas a un mismo fin, y de otras que de muy atrás iba fomentando,
vino finalmente a salir con su intento desta manera.
Establecido el acuerdo entre el príncipe de Béarne y los de París, que fue
de perdonarles todo cuanto hasta en aquel punto habían hecho en odio y
ofensa suya, conceder franca salida, no sólo al cardenal legado, duque de Feria
y los demás ministros del rey, pero a toda la gente de guerra, con sus armas y
bagajes, a los 22 de marzo al hacer del día se presentó a la puerta Nueva con
mil caballos y cosa de tres mil infantes de todas naciones, y con asistencia de
los ciudadanos, que armados y en gran número acudieron a ella, la ganaron,
con [251] muerte de ocho soldados alemanes y valones, que valerosamente se
atrevieron a defendella, y dos o tres de los realistas. Estaba ya puesto en arma
el presidio católico en casa del duque de Feria y, aunque en pequeño número,
con ánimo y valor de defender aquellas paredes hasta perder las vidas y en
particular lo ofrecieron así Esteban de Legorreta y don Alejandro de Limonti,
cabos de la infantería española y napolitana, a don Diego de Ibarra, que se
había encargado de la gente de guerra; pero, sabido por el legado y el duque
y los demás ministros católicos que el enemigo se paseaba ya vitorioso por
París y que generalmente aclamaba el pueblo por rey a Enrique, recogieron la
rienda a los soldados y juntos y en buena orden, tomadas las bocas de las ca-
lles, aguardaban a ver en qué paraba aquel movimiento y en el lenguaje que se
les hablaba, resueltos todos en morir antes que mostrar flaqueza, como quien
de todo punto ignoraba lo tratado con el pueblo de París y el francés acerca
de su total seguridad y cuidadosos de las insolencias que en tales ocasiones
suelen cometer los vencedores. Desengañólos presto el príncipe de Béarne,
enviándoles a decir que podían partirse cuando les diese gusto al País Bajo y
ofrecerles pasaportes, comisarios y las demás seguridades que supiesen desear;
acción no menos decente que ajustada a su condición y a la conveniencia de
no turbar un suceso tan importante, procurando quitar las vidas a aquellos
pocos soldados, que es de creer habían de venderlas caras y pudiera conmover
eso la facción de los ciudadanos sus aficionados a defenderles y añublarse el
más dichoso día que le había amanecido jamás. A esta proposición respondió
440 Las Guerras de los Estados Bajos
y Guisa y los marichales de San Pol y Rona. Vinieron de Bruselas muchos ca-
balleros aventureros y del país algunas reclutas para los regimientos de valones.
De la caballería sólo fueron algunas compañías de arcabuceros de a caballo para
batir las entradas. Tocóle el gobierno de las trincheras al maestro de campo don
Agustín y, comenzándolas a abrir, en seis noches se hallaron él y el marqués de
Trebico con sus napolitanos alojados debajo de la punta del rebellín ya dicho, la
cual se batió con ocho piezas; y, acometido el rebellín a los 5 de mayo, le gana-
ron los españoles y napolitanos, con muerte de la mayor parte de los defensores
y pocos de los nuestros. Hallóse ser verdad el aviso de que se podía sangrar el
foso por allí; y, poniéndolo la siguiente noche en ejecución, quedó la plaza
muy débil. Apercibióse luego la batería de doce cañones por Mateo Serrano y
Cristóbal Lechuga, tenientes de la artillería, sin otros seis que se plantaron a las
defensas, que eran los dos traveses de las casasmatas colaterales221, y la mañana
de los 8 de mayo se comenzó a batir con tanta furia, que hacia las cuatro de
la tarde pareció que había bastante ruina para dar el asalto; y mientras que se
ordenaba generalmente, se resolvieron los del Consejo en poner algún miedo
[255] al enemigo, mejorando alguna gente con zapa y pala para alojarla en la
batería. El querer salir a esto el príncipe de Avelino y todos los aventureros y
tras ellos las vanguardias de todas las naciones, que sufrieron mal verse quitar
el puesto que les tocaba, fue causa de urna desorden, porque, arremetiendo
confusamente, se hubieron de retirar con más de doscientos entre muertos y
heridos, todos gente particular. Impidió el buen suceso también hallar el suelo
del foso con un lodo tan pegajoso, que muchos para ayudar a salir a sus compa-
ñeros quedaron muertos como ellos o malheridos. Murieron algunos capitanes
de todas naciones y entre ellos el capitán Jaime Ballebrera, entretenido en el
tercio de don Agustín; salió malherido Alonso de Ribera, del de don Alonso de
Mendoza; y de aventureros murió don García de Chaves, hijo de Garcilópez
de Chaves, natural de Ciudad Rodrigo; y heridos salieron don Luis de Ávila y
Monroy, Gaspar de Valdés, Juan de Guzmán y otros, particularmente italianos,
que arremetieron con el príncipe de Avelino. Fue también grande el daño que
recibieron los enemigos de la arcabucería y mosquetería de las trincheras; y,
conociendo el peligro que corrían, si el asalto se volvía a dar de veras, parlamen-
tearon el día siguiente, y salieron a la tarde al pie de ochocientos franceses con
sus armas y bagajes. Proveyó el conde el gobierno de aquella plaza, a instancia
de don Agustín, en el gobernador Simón Antúnez, dejándole de guarnición
casi toda la gente que había traído consigo de Pontaudemer y una compañía de
arcabuceros de a caballo del país.
Sintió mucho el duque de Bullón la pérdida de la Capela, especialmente
porque, hallándose con el ejército francés en Picardía, había ofrecido socorre-
lla, y, en viéndola perdida, si bien se hallaba con número de gente bastante
221
En el sentido de «laterales».
Las Guerras de los Estados Bajos 443
partió, con parecer del duque de Feria, que todavía estaba en la Fera, y de los
maestros de campo don Agustín Mesía y don Alonso de Mendoza, marqués
de Trebico, don Juan de Pernesteyn y otros coroneles de todas naciones, mo-
vió el campo de junto a la Fera a los 27 de junio; y, después de haber pasado
las dos leguas de campaña rasa que hay entre la Fera y el bosque, se presentó
a vista del enemigo, atravesando el bosque en esta ordenanza: marchaban de
vanguardia los tercios de don Agustín y don Alonso de Mendoza, que podían
hacer número de tres mil españoles, con ocho medios cañones, los cuales, con
gallarda resolución, a paso lento y en escuadrón formado, no pararon hasta
ocupar lo alto de una montaña, sitio harto fuerte y acomodado para inquietar
las tropas del enemigo con la artillería. Siguió luego la infantería alemana en
otro escuadrón y tras ella el marqués de Trebico con sus napolitanos y toda
la infantería valona. Alojóse toda esta gente en forma bien entendida por
industria de los ya dichos lugartenientes y consejo del marichal de Rona, que
en aquella ocasión empezó a hacer oficio de maese de campo general tan bien
entre la gente del rey como lo había hecho muchos años entre la francesa; y
antes de alojarse, habiendo ocupado el enemigo una montañuela a tiro de
cañón de la nuestra y plantando en ella su artillería, comenzó a jugar la una
y la otra con daño de ambas partes y en particular de la caballería del francés,
que en gruesos escuadrones se adelantó con designio de trabar escaramuza y
reconocer con esta ocasión las fuerzas del campo católico; forzóla a retirar la
artillería y, cargando las corazas francesas y arcabuceros de a caballo nuestros a
su retaguardia, le hicieron algún daño, sin recibirlo. Conocían el conde Carlos
y las demás cabezas del ejército la dificultad que se ofrecía en socorrer los sitia-
dos, por estar la ciudad de Lan en lugar alto y tener el enemigo cercada toda
aquella eminencia con trincheras y sus cuarteles tan bien dispuestos, que con
facilidad podían socorrerse unos a otros. Su infantería pasaba de trece [258]
mil hombres y su caballería llegaba a cuatro mil, la mayor parte nobleza, y
della muchos que acababan de tomar la banda blanca222 y deseaban acreditar-
se con el nuevo señor; pero, confiados en el socorro que se esperaba del País
Bajo, teniendo ocupado aquel puesto tan importante, con el bosque y la Fera
a las espaldas, determinaron de aguardalle, animando a los amigos y esperan-
222
Como «caballeros noveles». Sobre las bandas, bien está que copiemos lo que indica el
Dicc. Aut.: «Adorno de que comúnmente usan los oficiales militares, de diferentes especies,
hechuras y colores, y que sirve también de divisa para conocer de qué nación es el que la
trae: como carmesí, el español, blanca, el francés, naranjada, el holandés, etc. Unos la traen
cruzada desde el hombro a la cintura y otros ceñida a la misma cintura». El color carmesí
para España quizá incluso provenga de la Caballería de Banda, orden militar de caballería
fundada por Alfonso XI hacia 1330 cuya divisa consistía en una banda roja o faja carmesí
de cuatro dedos de ancho que los caballeros traían sobre la espalda derecha y desde el hom-
bro pasaba, cruzando el pecho, al lado izquierdo (Dicc. Aut.). Sobre vestimenta del ejército,
véase Clonard, conde de.
Las Guerras de los Estados Bajos 445
do alguna buena ocasión de las que suele ofrecer el tiempo a los que saben
aprovecharse dellas y dél. Valióse nuestra poca caballería entretanto de una
que le dio la del enemigo, metiéndose demasiado por nuestro bosque el tercer
día de julio, cargándola tan vivamente, que, dejando hasta treinta muertos,
se dejaron también más de otros tantos presos, y entre ellos un marichal de
campo, persona de consideración. Todo esto era menos que nada respeto a la
suma de las cosas, entre las cuales la que más sentía el conde era la falta que
comenzaba a padecer de vituallas, daño irremediable por el número grande de
caballería que tenía el enemigo, con la cual corría libremente las campañas y
hasta los muros de la Fera rompía las escoltas y prendía los vivanderos223 que
venían al campo. Fuese cada día haciendo mayor este trabajo y, de dos sucesos
que sobrevinieron, el uno acabó de encarecer las cosas, de suerte que valía un
pan como el puño cuatro reales y un azumbre de vino un doblón de oro224, y
el otro faltó poco que no causase ruina total de aquel ejército.
Habíanse recogido en la Fera cantidad de bastimentos con mucho tra-
bajo, por ser aquella villa pequeña y estar rodeada de plazas enemigas. Y
avisado dello el conde Carlos, determinó enviar por ellos con buena escolta
a Jerónimo Dentichi, sargento mayor del tercio del marqués de Trebico, y
a Pedro de Aybar, uno de los capitanes que tenían sus compañías en la Fera
y por entonces se hallaba en el ejército, los cuales, acometidos por dos em-
boscadas a la salida del bosque, se hubieron de volver al campo con pérdida
de algunos carros, aunque Aybar pasó a la Fera por hallarse bien a caballo
y el Dentichi estuvo algunos días en prisión, culpado (aunque a lo que se
creyó con poca razón) de que pudo hacer más de lo que hizo. El segundo
accidente fue mucho más pesado, porque, reforzando al cuarto día siguien-
te mucho más la escolta, tal, que llegaba a mil y doscientos [259] infantes,
cuatrocientos dellos españoles y los demás italianos, alemanes, valones, y
encomendada a Horacio Marquese, uno de los tenientes de maese de cam-
po general; avisado dello el enemigo, envió gruesas tropas de caballería que
se emboscasen en las alas del bosque y al mismo bosque tres mil infantes
escogidos, los cuales, atrincherando el camino, que de suyo era estrecho y
embarazado de espesura y maleza, ocupados tres puestos los más peligrosos,
esperaron de mampuesto la llegada de la gente católica, marchando con
cosa de cuatrocientos carros cargados de bastimentos. Entró la vanguardia
en el bosque sin contraste alguno, guiada por los capitanes Alonso Martínez
de Prado, del tercio de don Alonso, y don Pedro de Miranda, del de don
223
Vivandero. «El que en los ejércitos cuida de llevar las provisiones y víveres o el que los
vende» (Dicc. Aut.).
224
El doblón es «moneda antigua de oro, con diferente valor según las épocas. El vulgo llamó
así, desde el tiempo de los Reyes Católicos, al excelente mayor, que tenía el peso de dos
castellanos o doblas» (DRAE).
446 Las Guerras de los Estados Bajos
225
«Prepararle, disponerle».
226
Son las botas de cerveza típicas de los Países Bajos (y el norte de Europa), a diferencia de la
España de la época. De hecho la oposición vino/cerveza funciona como motivo cómico en
una de las obras sobre las guerras de Flandes de Lope de Vega: Pobreza no es vileza.
227
Sigur o segur es «hacha grande para cortar» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 447
Ofrecíanse para la retirada dos caminos, el uno por el bosque y el otro por
el llano, dejando el bosque sobre la mano izquierda y pasando por el villaje y
abadía de San Lamberto. El primero podía tener prevenido y guardado el ene-
migo y hacer el mismo daño a cinco mil hombres (que tantos habían quedado,
y no más, en el campo católico) con diez mil que habían hecho tres mil a los mil
y docientos del convoy, y era sin duda que, conociendo el francés la hambre que
padecía el campo español, teniendo por cierta su retirada, había de echar el
resto por acabarle de deshacer y escoger para ello el puesto que conocía ya por
experiencia provechoso. Dificultaba también el seguir este consejo la gran abun-
dancia de bagaje y artillería, todo lo cual, encaminado en un camino estrecho,
sin modo de defenderlo por los costados, no era más que hacer un presente
dello al enemigo. El camino por la abadía y villaje de San Lamberto, salvando
el bosque, fuera de ser otro tanto más largo, traía las mismas dificultades, por-
que o se había de ir pegado al bosque o apartado dél; si se iba junto al bosque
ocupado por el enemigo (como era cierto que le había de ocupar en desalojando
el campo español), [261] podía desde él ofenderle por el costado, causando
notable y peligrosa confusión; si se marchaba apartado del bosque, era evidente
la dificultad y el peligro de cubrir tanto bagaje y artillería con tan poca gente,
especialmente con tan inferior caballería; fuera de que, por el gran rodeo, era
imposible llegar en una jornada a la Fera. Ventiláronse estas dificultades en
consejo y, tomando la mano don Agustín Mesía, procuró esforzar la razón de ir
por el bosque, y a los que replicaron que siguiendo aquel camino era ofrecerse
a todos los peligros juntos, primero a los ya dichos y después al haber de ir por
campaña rasa desde la salida del bosque hasta la Fera con toda la caballería ene-
miga a las espaldas, respondió que el peligro del bosque era dudoso y los del
rodeo ciertos y que en las cosas difíciles son en las que tiene mucha mano el
valor y la prudencia, que la mayor parte de aquellos inconvenientes se prevenía
enviando el bagaje y artillería con otros embarazos, en anocheciendo, con la
infantería de naciones, y que, siguiendo luego la española y napolitana, la buena
orden y su natural valor allanarían las demás dificultades. Tuvo más votos este
parecer y, así, se ejecutó desta manera: en cerrando la noche de los 17 de julio,
echando adelante la arcabucería de a caballo que reconociese el camino, tomó
la vanguardia el coronel La Barlota con su regimiento y la mitad de la infantería
alemana, parte de la cual, con instrumentos acomodados, iban procurando alla-
nar los pasos. Seguía a la vanguardia todo el carruaje, tras él quinientos alema-
nes con el coronel Curcio y luego consecutivamente toda la artillería, cuya reta-
guardia llevaba el proprio conde Carlos, con el coronel don Juan de Pernesteyn
y el maese de campo don Alonso de Mendoza, enfermo. La caballería francesa,
con buenas guías que se buscaron, dividida en dos alas, iba por caminos no
platicados por dentro del bosque, cubriendo la infantería y carruaje lo mejor
que podía. La retaguardia de todo tomó la infantería española y napolitana, en
número de tres mil hombres escasos, es a saber, dos mil setecientos españoles y
448 Las Guerras de los Estados Bajos
cosa de trecientos napolitanos, tan sin embarazos, que sólo quedó una haca228
para el duque de Humena, aunque, mientras se tuvo al enemigo cerca, tomó
una pica, como los demás príncipes y señores, diciendo que querría en aquella
ocasión ser soldado de don Agustín. [262] Era día claro cuando a un mismo
tiempo salía la vanguardia del bosque y entraba la retagurdia por él, haciendo
don Agustín aquel acto de valor más, retirándose a la vista del enemigo, que-
dándole a él todo el tiempo que pudo desear para acometer aquella parte del
ejército sin abrigo de caballería alguna. Tuvo el francés aviso de que desalojaba
el campo español hacia la media noche y, no habiendo hecho prevención alguna
para acometerle en el bosque, tomando toda la caballería que pudo, comenzó a
marchar con intento de acometer por lo menos la retaguardia en los llanos de la
Fera. Entretanto el conde Carlos, viendo lo que importaba poner en salvo aque-
lla artillería y tanto embarazado como se llevaba, llegando con la luz del día a la
punta del bosque, comenzó a marchar en buena orden y llegó a la Fera sin dejar
un carro; y, haciendo refrescar la gente un poco, la sacó en escuadrón a cuarto
de legua de la villa para aguardar a los amigos y socorrellos con darles algún
calor si fuese menester. Podían ser las diez del día cuando la retaguardia acabó
de pasar el bosque, menos dichosa que la vanguardia y batalla, pues aquéllos,
pasándole de noche, excusaron el ver los cuerpos muertos de sus amigos y pa-
rientes, pero ella, y en particular los españoles, de cuya nación eran los más que
allí perecieron el día antes, sintieron de nuevo aquella pérdida y en aquel breve
espacio que consistían algunos altos en el marchar y ocasionaban algunos ruines
pasos del camino, enterraron los más que pudieron, y en particular (y no sin
generales lágrimas) a los de los capitanes Alonso Martínez de Pardo y don Pedro
de Miranda, en cuyas heridas, dadas todas en el rostro y en los pechos, se echa-
ba de ver el valor y constancia con que habían esperado la muerte. Acompañó-
los en ella don Fernando Gallo, camarada de don Pedro e hijo del coronel Fer-
nán López Gallo, caballero natural de Burgos y soldado bien conocido en las
primeras guerras de Flandes229. Apenas, acabando de salir de la espesura, habían
puesto la gente en escuadrón Hernán Tello de Puertocarrero y don Pedro Ponce
de León, sargentos mayores, cuando una gran polvareda que se descubrió sobre
la mano derecha acabó de declarar la venida del francés. Había el príncipe de
Béarne refrescado su caballería en el villaje de San Lamberto, por ser el camino
largo y desear tener su gente alentada, [263] que, como plático, sabía bien que
no había de comprar la vitoria tan barata como la pintaron sus lisonjeros, espe-
cialmente monsieur de Vitrí, que, por soldar la quiebra de haber servido tantos
años a la Liga, ofrecía poner él solo con sus corazas en rota toda la infantería
española, cuya salud consistió en esta detención; porque, si llegara la caballería
228
«Caballo cuya alzada no llega a metro y medio» (DRAE).
229
Ver los libros XI, XII y XVI de Bernardino de Mendoza al respecto para la participación de
los Gallo en dichas guerras.
Las Guerras de los Estados Bajos 449
antes que toda la retaguardia acabara de salir del bosque, era evidente el peligro,
cuando no por las armas a lo menos por la presteza con que podía hacer calar al
bosque mucha parte de su infantería y coger a la nuestra en medio; pero, como
las cosas de la guerra son punto y hora, no permitió Dios que el francés se su-
piese aprovechar desta ocasión mejor que nosotros nos habíamos aprovechado
de otras, errando por querer, con refrescar su gente, guiarlo demasiado acerta-
damente; pero el exceso hasta en las prevenciones es dañoso, teniendo todas las
virtudes límites, que, excedidos, dejan de serlo. Hízose el escuadrón cuadro de
gente, por consentirlo el terreno, capaz de poder ser acometido por todas partes
y dejáronse hasta docientos mosqueteros sobresalientes, baluarte fortísimo con-
tra caballería cuando tiene un buen escuadrón de picas a las espaldas. Debíase
de haber marchado una pequeña legua francesa a paso lento y descansado,
cuando, extendiendo el francés sus tropas, que constaban de cuatro mil caba-
llos, la flor de la nobleza de Francia, no menos de la que antes solía servir al
bando colegado que de la realista, hizo alto cosa de un medio cuarto de hora,
que en el escuadrón (que también se detuvo el mismo espacio) se juzgó ser al-
guna consulta y al cabo se vieron apartar unas tropas de otras y apercebirse to-
das para arremeter. Hizo alto el escuadrón que comenzaba a marchar y, cogien-
do la mosquetería un ribazo230, dio tan buena carga a Vitrí, que con sus
docientas corazas se atrevía a procurar cumplir su palabra, que con muerte de
algunos soldados y caballos le obligó a volver las espaldas más que de paso.
Dicen que le dijo el de Béarne, viéndole volver: «¿Qué es esto, Vitrí, no decías
que eran pocos todos estos españoles para ti solo? ¿Cómo así te vuelves a los
primeros arcabuzazos?» Ésta fue la mayor arremetida que se hizo, que las demás
todas fueron amenazas vanas y caracoles231 sin provecho. El escuadrón marcha-
ba trecientos pasos y luego hacía alto como desafiando a sus contrarios, caladas
las picas232, hasta el duque de Humena, que, como dicho es, dejó también la
haca [264] desde que se descubrió el enemigo; el cual, costeando el escuadrón
y mirándole, sin osar jamás volver a ponerse a tiro de mosquete, le fue acompa-
ñando hasta que le pareció que se acercaba ya demasiado a la Fera, alabando la
orden y resolucióm española, y justísimamente en tan loable facción, pues en
campaña rasa pudo marchar la infantería con tal orden, que mayor número de
caballería no osase acometerla. Volvióse aquella noche a alojar a San Lamberto
y otro día al campo, adonde halló dos novedades, una alegre y otra triste. La
primera fue que, habiendo dejado el conde Carlos emboscados aquella misma
noche de su partida cosa de trecientos hombres de todas naciones con orden de
entrar en la ciudad, cuando menos se podía temer aquella resolución, quedaron
en poder de los franceses cosa de cincuenta de los demás, faltos todos de ánimo
230
«Porción de tierra con elevación y declive» (DRAE).
231
En el sentido de «amenaza vana» y «jactancia».
232
«Inclinar la pica hacia adelante con disposición de herir» (DRAE).
450 Las Guerras de los Estados Bajos
del duque a la fe del de Han, a quien halló firme y con buena guarnición de
alemanes y napolitanos dentro que había enviado el día antes el duque de Hu-
mena desde la Fera, harto mayor causa de su firmeza (considerando lo que
después sucedió) que su propia virtud. Monsieur de Gomerón (así se llamaba el
gobernador) entregó todas las fuerzas de la villa en poder del duque, salvo el
castillo, plaza fuerte –aunque a lo antiguo233- y famosa por la batería que le hizo
Felipe II, de gloriosa memoria, poco antes de la vitoria y presa de San Quin-
tín234.
[266] El conde Carlos, después de restaurado un poco el ejército, sabida la
rendición de Lan, dejando buena guarnición en la Fera y la mayor cantidad de
bastimentos que pudo, por el camino de Guisa llegó a Landresí, desde donde,
con licencia del archiduque, pasó a Bruselas y de allí, algunos meses después,
a Praga, a instancia del emperador Rodolfo II, que deseaba servirse de su
233
Las nuevas formas de defensa abaluartada del siglo XVI fueron revolucionarias, porque
hicieron ineficaces los métodos de guerra que se venían empleando hasta la fecha. Si bien el
empleo de las armas de fuego por los Tercios españoles había dado a las batallas un carácter
ofensivo importante, el empleo de ciudades fortificadas daba a las campañas un carácter
defensivo que se imponía sobre las operaciones ofensivas móviles del atacante. Las nuevas
defensas invalidaron totalmente el método convencional de sitio de una ciudad, basado en
asaltar la plaza por la brecha u orificio producida en la muralla del castillo por el fuego de
los cañones o mediante una mina subterránea. El nuevo sistema abaluartado mantenía ale-
jada a la artillería sitiadora, y sus disparos no reducían a cascotes los ladrillos de las defensas,
obligando al atacante a un costoso esfuerzo para conquistar la plaza. El nuevo sistema se
basaba en los siguientes elementos: Emplazamiento de las «plazas fuertes» en sitios llanos,
para facilitar el abastecimiento de agua, alimentos y forrajes, y evitar ofrecer al enemigo
la posibilidad de batir la plaza desde puntos altos. Las plazas de construirían en formas
geométricas, prefiriéndose la pentagonal sobre otras, si bien el terreno sería quien finalmen-
te dictase sus criterios. Disminución de la altura de las murallas, para ofrecer menos perfil al
fuego de la artillería. Empleo de argamasa de arena y cal reforzada con hiladas de ladrillos,
por ser materiales más baratos y más resistentes que la piedra a los impactos de las balas de
cañón. Aumento de la profundidad y anchura del foso, para dificultar el asalto de las tropas
enemigas. Disminución de la longitud de las cortinas de la muralla, para facilitar el cruce
de los fuegos de la defensa. Colocación de un baluarte o rebellín (dos caras en ángulo hacia
la campaña) en el centro de las cortinas, para facilitar la defensa. Colocación de baluartes
en los vértices del recinto de la plaza fuerte, para crucar los fuegos de la defensa entre sí y
con las cortinas. Construcción de unos espaldones en el exterior de los muros y fuera del
foso denominado «glasis», mucho más bajos que las cortinas pero que permitan el paso tras
ellos a salvo de la mosquetería enemiga. El espacio entre el «glasis» y el foso se denomina
«camino cubierto», y facilitaba la protección de las tropas propias después de una «salida»
contra el enemigo. Por último, el glasis obligaba al enemigo a emplazar su artillería a mayor
distancia, entorpeciendo sus efectos (ver el estupendo sitio del Arma de Ingenieros, http://
www.ingenierosdelrey.com/01_02_abaluartado.htm#06). Para la historia del arte bélico en
la época, es todavía insuperable Oman.
234
Refiere a la famosa batalla (entre Enrique II de Valois y Felipe II) que se saldó con victoria
española y acontenció en 1557. El Escorial es monumento que la conmemora.
452 Las Guerras de los Estados Bajos
235
Se trata de Murad o Amurates III (1546-1595), sultán desde 1574 hasta su muerte. Firmó
tratados de cooperación militar (alianzas) tanto con Inglaterra como con Holanda. Se
sospechó incluso la participación de hugonotes franceses en un intento por granjearse su
amistad (y hasta de los moriscos españoles). La administración del imperio durante el sul-
tanato quedó en manos del poderoso Sokollu Mehmed Pasha, con el que el Imperio Oto-
mano se amplió, llegando a tener 19.902.000 km cuadrados de extensión. Rodolfo II de
Habsburgo, archiduque de Austria, rey de Hungría y de Bohemia y emperador Sacro Im-
perio Romano Germánico (1552-1612), conocido sobre todo por su afición a la alquimia,
astrología y astronomía, así como por carácter melancólico.
Las Guerras de los Estados Bajos 453
citarlo y pagándose los motines de Pont y San Pol, como se hizo hacia la fin
de agosto, dejando en pie otro más pernicioso en Siquem, que dio que pensar
por muchos días y causó mil peligrosas consecuencias, con daño irreparable,
y pasó así.
Había (como he dicho) dejado venir de Frisa el coronel Verdugo al tercio
de don Gastón Espínola, haciendo de la necesidad virtud y dándoles por bien
de paz la licencia que con tanta resolución se tomaban ellos, sin olvidarse
de escribir al archiduque, al conde de Fuentes y a Esteban de Ibarra el mal
intento que llevaban y lo que se podía temer de su ruin disciplina y poca
obediencia, como gente que había años que no vía a su maestro de campo y
era gobernada por un sargento mayor, aunque buen soldado, más indulgente
de lo que había menester aquella soldadesca, que, sobre todas estas calidades,
tenía al ojo el dinero que se aparejaba para pagar a los de su nación del tercio
de Capizuca, amotinados en Pont. Eran notorias estas cosas y como tales se
les procuraba remedio, buscando dineros a costa de gruesos intereses, para
que a un mismo tiempo hubiese con que pagar a los alterados y entretener
a los obedientes; pero, como de ordinario se acude primero al remedio del
dolor que aprieta más, dejando el contentar a estos italianos para cuando se
juntasen con lo demás del ejército, que se apercibía en la campiña con voz
de socorrer a Groninguen, para todo el cual se tenían designadas dos pagas,
se empezó a tratar desto con muchas veras y dejar aquello como cosa de me-
nos importancia, dando poco cuidado todo lo que podían hacer menos de
cuatrocientos hombres, de que en aquella ocasión constaba el tercio de don
Gastón; el cual, alojado en Arscot con menos comodidad de la que se tenía
[268] prometida en remuneración de los trabajos padecidos en Frisa, tomó
las armas contra sus oficiales a principio de julio y, echándolos fuera no sin
dificultad, se redujeron todos a la villa de Siquem, adonde habían ya hecho lo
mismo los soldados de otras dos compañías del dicho tercio, alojados ya allí.
Es Siquem236 no mayor ni más bien parada que Arscot, pero algo más fuerte
y capaz de poderse fortificar mejor. Viose luego que no sólo habían confiado
en sus fuerzas ni sido tan temerarios como al principio se imaginaba, pues en
menos de quince días se les juntaron de los regimientos de naciones alojados
en Brabante al pie de mil infantes más y cerca de ochocientos caballos de las
compañías, que (a cargo de don Ambrosio Landriano) se iban apercibiendo
para el socorro de Groninguen. Fue cosa notable y no vista hasta entonces la
desvergüenza con que se fueron a meter en el motín hasta alféreces y tenientes
reformados y la diligencia con que solicitaron a sus conocidos, personas de
236
Siquem figura prominentemente (su toma, sedios, etc.) en los Sucesos de Flandes del ca-
pitán don Alonso Vázquez, que llena un vacío de 11 años con respecto a la de Coloma.
Ver Colección de documentos, 1879: 75, 98, 100, 170, 546, 573, etc., y particularmente la
Advertencia preliminar.
454 Las Guerras de los Estados Bajos
grandes pagas, a que hiciesen lo mismo, como lo hicieron, todo a fin de hacer
la llaga más incurable y de entretenerse más tiempo en aquella vida licenciosa
y disoluta, que es el principal motivo de semejantes alteraciones, como se ve
en los muchos que se entran en ellas con cortísimos remates; pero, como el
color con que los empiezan es el de sus alcances, siempre que no se atajare
esta ocasión que toman, no se podrá prevenir este daño, sin duda el mayor
de cuantos pueden suceder a un ejército. Consiguió esta gente su intento de
manera, que, cuando al fin se vino a pagallos de allí a catorce meses, importó
más aquel pagamento solo que los dos de Pont y San Pol; porque, como entre
aquella caballería estaban la mayor parte de las compañías favoritas del duque
de Parma y en ellas eran entretenidos casi todos de quince hasta treinta escu-
dos al mes, y por lo menos plazas dobles, no se hablaba ya sino de millones
para contentallos. Pusieron luego todo el país en contribución y después de
hartos de recebir gentes de todas naciones, tal, que se afirma haberse hablado
en aquella alteración once leguas, cerraron las puertas, primero a instancia del
conde Juan Jacobo Beljoyoso y después a la del príncipe de Avellino, no tanto
por servir al rey en algo, a quien tenían tan ofendido, como por no caber
más gente en Siquem y [269] poderse sustentar apenas los mil y quinientos
infantes y ochocientos caballos del motín con todos los despojos del ducado
de Brabante, a cuyos pobladores en las aldeas y lugares llanos miserablemente
saqueaban y oprimían; antes bien, no bastándoles ya para ello todo el país de
Campiña y cuanto en figura de arco ciñe el río Mosa desde Namur a Boldu-
que, deseosos de no perder un rincón de tierra llamado el Valón Brabante,
distrito de las villas de Joudoñe, Jemblours y Nivelá y hasta Nuestra Dama de
Hal, pasaron a ida y vuelta seiscientos caballos suyos por delante de las puer-
tas de Bruselas, dejando asentado aquello por de su contribución, como todo
lo demás. Sintió el archiduque el primer atrevimiento, como era razón, y en
su tanto más el segundo, de que se atreviesen a pasar tan cerca de su corte, y
propuso en sí, con acuerdo de los de su consejo, el castigarlos entrambos con
el rigor debido, instigado más a ello por la nueva que consecutivamente vino
de la rendición de Groninguen, con que, desesperados ya de los de Frisa, co-
menzaron a poner la mira en lo de Cambray, deseando quitar aquella higa237
tan afrentosa y tan llena de peligro y juntamente guarnecer las fronteras de
Francia, en donde se esperaba una guerra muy rigurosa de rey a rey; y a este
efeto, acabando de juntar el dinero para pagar los dos motines, partió hacia
la fin de julio con el de Pont, el príncipe de Avellino y con el de San Pol don
Sancho de Leiva, y pocos días después el capitán Francisco Coradino con los
estandartes de las compañías italianas y valonas, y don Carlos Coloma con las
de españoles, que eran la suya, las de don Francisco de Padilla, don Otavio de
Aragón y castellano Olivera, de lanzas, y la de arcabuceros, que había sido de
237
En el sentido de «burla» o «desprecio».
Las Guerras de los Estados Bajos 455
dos horas antes del día y, poniéndose en el lugar señalado con sus docientos
caballos escogidos, en avisando la centinela desde la torre de Nava que ha-
bían salido por las puertas cinco o seis manadas de carneros y gran cantidad
de vacas, puso la gente desta manera: dio la vanguardia a Pedro Gallego con
los de su compañía y la mitad de los de Rutiner, que se hallaba ausente, que
podían hacer número de cincuenta arcabuceros; seguían don Carlos Coloma
y don Francisco de Padilla con sesenta lanzas; tras ellos iban los tenientes
Francisco Navajas y Gabriel Rodríguez y el alférez Juan de Chaves, que lo
era de don Otavio de Aragón, con cosa de cuarenta corazas; de retaguardia
marchaba el capitán Salazar con sus arcabuceros y la resta de Rutiner, que
podían hacer otros cincuenta. Empeñóse Pedro Gallego de manera que cargó
hasta la propia puerta que llaman Nuestra Dama, en cuyas barreras murieron
algunos enemigos de acabuzazos y, esparciendo sus soldados, empezó a ir
retirando [271] todo el ganado sin resistencia alguna; marchaban las demás
tropas en escuadroncillos cerrados haciendo caracoles y parándose de rato en
rato, como desafiando al enemigo, sin hacer caso primero de la artillería del
baluarte llamado Roberto y después de la del castillo, que continuamente ti-
raba a las tropas. Tocábase a este tiempo vivamente arma en la ciudad y poco
a poco se iba juntando la caballería francesa en la puerta del Santo Sepulcro,
sin dejar el abrigo de sus murallas. Sucedió que aquella mañana habían salido
de Perona las guarniciones de aquella villa y de San Quintín con deseo de
hacer alguna suerte en el campo español y, oyendo los cañonazos, apresuraron
el paso, hasta que, rodeando por fuera de la ciudad, toparon a la caballería de
Baliñí y, animados todos con tan buen socorro, haciendo de la gente cuatro
tropas pequeñas y una grande y marchando en ala, se mostraron sobre una
colina junto al villaje de Nerný, con resolución de calar sobre los españoles
luego que conociesen que no había emboscada en Nava, de donde habían
salido; y haciéndolo, [272] se dejaron caer a lo llano, resueltos en chocar.
En trasponiendo los nuestros la colina, envió don Carlos la presa con vein-
te caballos para quedar sin aquel embarazo y no perder reputación, caso que
los enemigos obligasen a dejalla, y, marchando en la misma forma y con el
mismo espacio hasta allí, viendo calar al enemigo, se resolvieron los capitanes
en hacer alto y embestille en llegando a carrera de caballo, no obstante la di-
ferencia grande del número. El ver los enemigos a los nuestros parados causó
el efeto que se pudiera desear, porque, persuadidos a que era imposible se hi-
ciese aquel acto de temeridad sin muy buenas espaldas, creyeron firmemente
que en el casar de Esturmel, hacia donde los nuestros se iban encaminando,
había emboscada; y así, detuvieron un poco las riendas, deseando reconocelle.
Conociendo don Carlos, don Francisco y los tenientes el pensamiento del
enemigo y valiéndose de su recato, después de haber dado su carga Pedro
Gallego, cerraron con sus lanzas embistiendo el gran escuadrón; adelantóse
de todos don Francisco de Padilla y rompió su lanza, como buen caballero
Las Guerras de los Estados Bajos 457
que es, y por éste y otros muy señalados servicios hoy castellano de Milán; ce-
rraron tras él los demás, con que, abriendo el escuadrón grande del enemigo,
comenzó a tomar la carga, desbaratado y roto. Salazar, que traía la retaguar-
dia, en lugar de embestir con las tropas menores, fue siguiendo a victoria tras
nuestras lanzas y corazas como a cosa hecha, pero conoció presto su inadver-
tencia, viéndose ganar las espaldas por las dichas tropas. El oír arcabuzazos en
la retaguardia fue causa de que don Carlos y don Francisco de Padilla dejasen
de seguir más el alcance y volviesen a procurar no quedar encerrados; abrióse
el enemigo y dejó pasar a nuestra gente, que al punto se juntó toda y hizo alto
en un otero, y el enemigo, sin pasar adelante, en otro; el cual fue el primero
en dejar el puesto, retirándose a la ciudad como roto, con su gobernador, que
los conducía, muerto y más de cuarenta de los más granados, y entre ellos
monsieur de Tun, caballero principal del Cambresí; el cual, embestido por
una lanza, quedó pasado de parte a parte con ir armado a prueba de pistola,
y lo que causó mayor maravilla fue que el encuentro le cogió por las espaldas
y le salió a los pechos, tal es la furia de un caballo y de una lanza, si ceba238.
De los nuestros murieron tres y el teniente Navajas salió tan malherido, que
[273] murió algunos días después. Quedó en prisión el teniente Francisco de
Guevara, que lo era de don Francisco de Padilla; su caballo, por ser algo des-
bocado, le llevó hasta las puertas de la ciudad. Él contó después el sentimien-
to que había causado la muerte del gobernador de la caballería de monsieur
de Tun y de las demás personas de cuenta y la que desde entonces comenza-
ron a hacer de la caballería española, en que presumen los franceses llevar la
palma sin disputa. Retiróse a los cuarteles toda la presa, salvo los carneros, los
cuales, a cierta seña que el pastor les hizo desde una montañuela, acudieran
todos como si tuvieran uso de razón. Contaba después el teniente Guevara
que, cuando Baliñí supo que no había emboscada, se desesperaba y llamaba
cobardes a sus soldados por haber dejado ir aquellos pocos caballos españo-
les vitoriosos contra tantos; si bien protestó siempre que la caballería de las
guarniciones se había mezclado sin su sabiduría, procurando esforzar que, si
don Agustín Mesía había cumplido su palabra, no se podía decir que hubiese
rompido [sic] él la suya. Hacia la fin de setiembre llegó el capitán Coradín con
ochocientos caballos italianos y valones del motín de Pont y alejáronse en la
misma riberilla que va a Bucheyn, en los vilajes de Hensí y San Pitón, y poco
después llegaron al campo los esguízaros y tomaron su alojamiento en Harlú
y el Bac a Fresí; dejáronse persuadir con que aquella guerra no era contra el
rey de Francia, sino contra el tirano de Cambray. Desta manera quedó sitiada
Cambray a lo largo por toda la frente de los países de Henao y Artois, con
un ejército de mil y quinientos caballos y cerca de ocho mil infantes, que
todos comieron hasta fin de noviembre a costa de Baliñí y de aquella pobre
238
«Penetrar, prender, agarrar o asirse una cosa en otra» (DRAE).
458 Las Guerras de los Estados Bajos
ciudad, cuyos ciudadanos vían cada día a sus ojos quemar las granjas y talar
los frutos, y en particular los trigos, que se afirmaba haber sacado de aquellas
campañas pasadas de trescientas mil hanegas; y por que no se aprovechase de
lo que con igual fertilidad pensaba coger de aquella parte de su término que
mira a Francia, tomó a su cargo la caballería el quemárselo, sin dejarles cosa
sana ni entera. Éste fue el primer fruto que sacó Baliñí de su declaración y con
todo eso fue el menos malo, respeto a los que cogió después (como veremos
presto), para los cuales fue bonísima disposición [274] el dejar tan escocidos
a aquellos ciudadanos y tan faltos de bastimentos.
Hallábanse a mediado noviembre en la ciudad de Rens, en Champaña, los
duques de Humena y Guisa, y, deseando el de Guisa (a lo que se sospechó,
con parecer de su tío, el de Humena) reconciliarse con el príncipe de Béarne
y sacar las mayores ventajas que pudiese, se resolvió en hacerlo antes de la
absolución del Papa, por hacer el servicio más acepto, persuadido a ello de su
madre, que había días trataba su reconciliación. Obstábale para ponerlo en
ejecución las inteligencias del marichal de San Pol, que, a lo que se dijo, se
había ya anticipado a hacer los mismos oficios con el francés, como teniente
que era suyo en el gobierno y a cuya autoridad estaba absolutamente sujeta la
guarnición de la ciudad de Rens, no menos por su valor y liberalidad que por
haberla gobernado cerca de diez años sin superior y con general satisfación. Y
para quitarse este obstáculo y poder hacer, sin peligro de sedición, un presente
al nuevo rey de aquella nobilísima ciudad (en cuya iglesia catedral se suelen
ungir los reyes de Francia con el olio bajado, a lo que dicen, del cielo, que
se conserva allí milagrosamente sin diminución en un vaso llamado la Santa
Ampolla)239, determinó matalle, haciendo el negocio casual con la primera
leve ocasión. Ofreciósele presto una sobre querer el duque de Guisa asegurar
la ciudad metiendo en ella algunas tropas de gente a su devoción y rehusarlo
San Pol, el cual, viniendo a la iglesia mayor, donde le dijeron que el duque
oía misa, a procurarlo remediar, viéndose atropellar de palabras en el claustro,
cosa inusitada para él, que siempre habia sido tenido y tratado por el duque
como padre, acabó de conocer el intento cuando ya no tuvo lugar de remedia-
lle; y por no morir afrentado volvió por su honra, diciendo que no era traidor,
como el duque decía, y que se quedase aquel nombre para los que le habían
aconsejado que le tratase así. Estaba ya el duque con su espada en la mano y,
antes que el marichal pudiese desenvainar la suya (diligencia que la guardaba
para la postre, como quien trataba con su superior), le atravesó el duque por
los pechos; acudieron luego sus archeros y acabáronle de matar, aunque con
239
Ver al respecto de la Sainte Ampoule el tratado de Hubertus Morus. La tradición cuenta
que bajó del cielo transportada por una paloma cuando Clovis fue bautizado en Reims en
496, coneniendo los oleos con que ungirle como rey. Llegó incluso a haber en la Francia
medieval una orden de caballería con el nombre de la Santa Ampolla.
Las Guerras de los Estados Bajos 459
tanto peligro del duque de Guisa, que un alabardero esguízaro de San Pol le
dio un [275] alabardazo por un costado, defendiendo a su amo, tal, que a no
hallarle armado de coraza debajo de la casaca le atravesara sin duda. Tal fin
tuvo este caballero a manos de quien mayores obligaciones le tenía y no pocas
de rehusar tal modo de encaminar su designio, pues no faltarán otros más
decentes, pero la ambición siempre pone los ojos (si es que los tiene) en el fin,
sin excluir ningún género de medios a propósito para conseguirle, bastante
desengañado para hacer poco fundamento en los favores de los poderosos,
que de ordinario los miden a su provecho más que a otra ninguna honesta
consideración. Mostró tan poco sentimiento deste caso el de Humena, que
dio ocasión a que se sospechase lo que dije al principio, el cual, deteniéndose
poco en Rens, pasó al ducado de Borgoña, gobierno peculiar suyo, que era
sólo lo que le quedaba en pie en todo el reino. Y, metiéndose en el castillo de
Dijón, plaza de las más fuertes dél, aguardaba la salida de las cosas, resuelto
en vender aquello lo más caro que le fuese posible, y en ver en lo que paraban
los ñublados que comenzaban a levantarse hacia Lombardía, de donde se
publicaba que había de bajar el condestable de Castilla con un gran ejército.
Entretanto, persuadido el pueblo de Rens por el de Guisa de que en la muerte
de San Pol no había hecho más que castigar a un traidor que se le levantaba
a mayores, desvaneciéndose fácilmente aquella afición popular (como sucede
por la natural inconstancia del vulgo) sin dificultad fue inducido a mudar
fación, como lo hizo, dando entrada a Enrique en aquella ciudad y él al duque
el gobierno de la Provenza, en recompensa de aquel que había de quedar al
duque de Nevérs. Este remate tuvieron las grandes esperanzas en que se vio
este príncipe, cudiciado de un monarca para yerno, ayudado de sus tesoros y
ejércitos y la mayor parte de las villas y pueblos de Francia para conseguillo,
cuya fortuna se la descompuso su tío cuando más cerca estuvo de lograrla, no
pequeño ejemplo de la inconstancia de las felicidades desta vida y lo poco que
puede en ellas ninguno de los medios más eficaces y de cuán recatadamente se
debe fiar de los más seguros.
Estuvo el ejército alrededor de Cambray hasta la fin de noviembre, que
comenzó a padecer de vituallas, y lo restante del año arrimado a Duay, inver-
nando con tan poca comodidad, que se iba [276] deshaciendo muy aprisa, en
particular los esguízaros, que, como les faltaban las pagas, se pasaban a Francia
en grandes tropas y amenazaban el volverse a sus casas. Llegó por este tiempo
al campo Juan de Contreras Gamarra, que, como comisario general nombra-
do por el rey, empezó a gobernar toda la caballería. En la cual no hubo otra
mudanza de consideración sino el quitar su alteza la compañía al comendador
Rutiner por cierta desobediencia que tuvo contra el dicho Contreras, dándola
al teniente Francisco de Guevara, que lo era de don Francisco de Padilla, y cor-
tar la cabeza a Nicoló Piata, capitán reformado de caballería albanesa, porque
iba haciendo gente secretamente para irse con ella en servicio de Francia. Poco
460 Las Guerras de los Estados Bajos
240
La afirmaciónes antológica y corresponde su origen (en la historia) al discurso de Pericles
en las Guerras del Peloponeso de Tucídides, donde aquél desaconseja una acción bélica por
ser más temeridad que valentía.
Las Guerras de los Estados Bajos 461
241
«Mantequilla».
462 Las Guerras de los Estados Bajos
242
Ver en general para B Bouillon, Henri de La Tour d’Auvergne, vicomte de Turenne, duc
de, 1555-1623, las Mémoires du vicomte de Turenne, depuis duc de Bouillon, 1565-1586,
suivis de trente-trois lettres du roi de Navarre (Henry IV) et d’autres documents inédits publiées
pour la sociéte de l’histoire de France par le comte Baguenault de Puchesse (París: Librairie
Renouard, H. Laurens, successeur, 1901).
Las Guerras de los Estados Bajos 465
243
Ver al respecto el clásico trabajo de Charles Boxer. Se refiere a los viajes de Willem Barentsz,
navegante y explorador holandés que buscó el afamado Paso del Noreste y de cuyos viajes
hay relación de uno de los carpinteros de a bordo, Gerritt de Veer: Waerachtige Beschryvinge
van de drie seylagien ter werelt noyt soo vreemt ghehoort… (en traducción inglesa de William
Philip, A true description of three voyages by the North-East towards Cathay and China, under-
taken by the Dutch in the years 1594, 1595 and 1596), Amsterdam, 1598. Quizá también
tuviera en mente a Cornelis de Houtman (1540-1599) y su hermano Frederik (1571-
1627) que entre 1595-1597 hicieron el primer viaje holandés por las Indias Orientales,
seguido de un viaje en 1598-1599 a la Cochinchina.
466 Las Guerras de los Estados Bajos
244
Argumento: Edicto del príncipe de Béarne, en que declara la guerra contra España. Edicto
del archiduque Ernesto en respuesta del de Francia. Apodérase de Huy el holandés y sa-
quéala. Gánala el ejército católico. Muerte del archiduque Ernesto. Queda goberna[n]do
los Países Bajos el conde de Fuentes. Entra en Francia el marqués de Barambón con el
ejército. Toma a Ausí Chateo, a Ancra y retírase al país de Artois. Encárgase del ejército
Mos de Roma y toma los castillos de Beaurevoir y Bohaín, y pónese a los contornos de
Cambray. Nuevo ejército encomendado a Verdugo y sus progresos en Luxemburg. Sucesos
de Han. Gana el conde a Chatelet, a Clerí y a Dorlán por asalto. Cuéntase una batalla que
allí tuvo. Discurso del sitio y toma de Cambray. Progresos de Mondragón en Frisa. Pérdida
y restauración de Liera.
245
La imagen no puede ser más apropiada, pues en tierras tan rodeadas de agua se compa-
ra la Monarquía hispánica a un bajel acosado por las tormentas. La metáfora es de gran
raigambre cristiana y medieval, en general para referirse al alma humana. Ver al respecto
Cortijo 2007.
246
Ver al respecto Buisseret, Holt, Knecht y Sutherland.
Las Guerras de los Estados Bajos 467
247
Islas del archipiélago de las Azores.
248
Ciudad situada en la región valona (Valonia), provincia de Lieja (valón Hu; francés Huy,
alemán Hoei), a orillas del Meuse.
468 Las Guerras de los Estados Bajos
249
Conviene recordar que en el siglo XVI Amberes substituye a Brujas como centro de in-
tercambios en el comercio interregional europeo, así como en el XVII Ámsterdam lo hará
con Amberes (junto, en parte, Londres), con el decaimiento más generalizado de Génova
y Venecia. La seda, en principio procedente del Oriente y comerciada por los portugueses,
solía tener como destino Amberes, pues los portugueses habían elegido a ésta como puerto
distribuidor en Europa de los productos orientales. En cualquier caso, seda y tela de oro
(procedentes del antaño centro comercial europeo por excelencia [Italia]), productos de
enorme costo y valor, acaban llegando a Amberes. La situación de inseguridad por que pasa
Amberes, precisamente por sucesos como el aquí narrado, hará que Ámsterdam le tome el
relevo, como puesto más seguro, ya en los últimos años del siglo XVI.
470 Las Guerras de los Estados Bajos
«Tisis». «Enfermedad en que hay consunción gradual y lenta, fiebre héctica y ulcera-
250
Para una pequeña descripción de las diferencias entre caballería pesada y ligera en los Ter-
251
vieja toda, aunque en número poca, que no pasaba de seis mil infantes. La
caballería llegaba a mil y docientos caballos, gobernados por el comisario
general, debajo de las compañías siguientes: de lanzas españolas, [292] las de
don Carlos Coloma, don Juan de Gamarra, hijo del dicho comisario general,
que, aunque de poca edad, comenzaba ya a servilla; la de Alonso de Mondra-
gón y las de arcabuceros de Pedro Gallego y Francisco de Guevara. De italia-
nos: lanzas, la de Carlos María Visconte, Rugero Gaetano, conde Galván de
Longuisola, Francisco Coradino, condes Juan Jacobo y Francisco Beljoyoso y
marqués Alejandro Malaspina, y la de arcabuceros de Ruger Tacón y Tarqui-
no Capizuca; albaneses: la de Jorge Crescia y Andrea Alambrese; monsieur de
Achicurt, de lanzas del país, y dos compañías de corazas francesas que servían
a sueldo del rey, del vizconde de Touche y monsieur de Ambrí. Lo primero
que hizo el marqués fue dar vista a la villa de Dorlán, en Picardía, y recono-
cella por todas partes252. Trabóse una muy gran escaramuza, procurándolo
defender los franceses, en que hubo muertos y heridos de ambas partes. He-
cho aquello, pasó la vuelta de Aussichateo, que se tomó con poca resistencia.
Estando allí (que se detuvo el campo algunos días por hallarse gran abundan-
cia de vituallas), se supo la muerte del duque de Longavila, gobernador de
Picardía por el francés; el cual, sabiendo en Amiéns, donde se hallaba, que
el campo español había dado vista a Dorlán, poniéndose a caballo con los
que le pudieron seguir, llegó a las puertas de aquella villa una hora antes de
amanecer; hablaron a los centinelas los que iban con él y, cuando más asegu-
raban que era su gobernador o solicitaban que le abriesen, concibiendo ellos
tanto mayores sospechas de algún engaño, no hacían sino tirar y vocear que
se apartasen; íbalo hacer el duque, resuelto en aguardar hasta el día, cuando
le alcanzó un arcabuzazo por las sienes que le acabó al punto la vida. Estaban
entretanto muy contentos los de la villa pensando que habían hecho golpe,
cuando, desengañados con el día del suceso, comenzaron a llorar amargamen-
te aquella desgracia y a lamentar justamente los mal logrados años de aquel
príncipe, que no pasaban de veinte y cinco. Proveyó el francés el gobierno de
Picardía en el conde de San Pol, su hermano, durante la menor edad de un
hijo que dejaba de cuatro años.
Eran grandes los daños que por toda Picardía iba haciendo la gente espa-
ñola por no hallar en ella contraste de consideración y [293] comida; y, pisada
ya toda aquella parte septentrional que mira a Inglaterra, volvió el marqués
costeando la ribera de Soma y al fin hizo alto en Ancra, adonde, después de
ganado el castillo, que aguardó a ver la artillería, se alojó el ejército con gran
comodidad, por haber hallado en él cantidad grande de trigo y en sus contor-
nos todo lo demás necesario a la vida humana con gran abundancia. Desde
Ancra fue don Carlos Coloma con trecientos caballos a Bapama por mon-
252
Para la toma de Dourlands, ver Fuentes.
474 Las Guerras de los Estados Bajos
sieur de Rona, que venía de Bruselas por orden del conde de Fuentes a visitar
las plazas de la Fera y Han, proveerlas de bastimentos y ver si con lo que tenía
tratado el duque de Aumale y otras inteligencias era posible meter guarnición
española en el castillo de Han. Mejoróse todo el campo junto a la abadía de
Vermand y desde allí pasó Rona con mil y quinientos infantes y quinientos
caballos, a cargo del mismo don Carlos, a la dicha villa de Han, adonde estaba
de guarnición, con ciento y cincuenta españoles del tercio de don Agustín, el
capitán Hernando de Olmedo y Chico de Sangro con cuatrocientos napoli-
tanos del marqués de Trevico, sin otras cinco banderas de alemanes y valones.
Viéronse Rona y el duque de Aumale y, conferidas entre sí sus inteligencias,
resolvieron que se procurase sacar de allí al gobernador monsieur de Gome-
rón con achaque de llamarle el conde de Fuentes para darle veinte y cuatro
mil ducados que se le habían prometido por entregar el castillo, valiéndose de
una carta de creencia que Rona traía para lo que se podía ofrecer. Consintió
en la ida Gomerón, ofreciendo de nuevo que a su vuelta entregaría el castillo a
quien el conde mandase y dejando entretanto a su medio hermano monsieur
de Orvile con trecientos franceses de su devoción y órdenes secretas, cuales
se verán a su tiempo. Habíanle pocos días antes cortado la cabeza en estatua
al duque de Aumale en la plaza de Grève de París253, con público decreto de
aquel parlamento, y confiscado los bienes como a rebelde. Causó este rigor,
por ventura anticipado, tanto enojo en el ánimo generoso de aquel príncipe,
que se resolvió a ser español en todo y por todo, y como tal, en llegando a
la vanguardia de la infantería española que marchaba la vuelta de la Fera, se
quitó públicamente una banda negra, insignia que, bordada de lágrimas de
plata, solían traer los príncipes de Guisa [294] desde que tomaron las armas,
y se puso otra roja, como criado y vasallo de la casa de Borgoña, la cual trae
hoy en día, veinte y siete años después, no menos en el corazón que en los
pechos254, justificándolo con las razones que le sacaron de Francia en tiempo
que no había en ella rey católico y con las obligaciones en que se hallaba a
la acogida que se le había hecho en este otro partido, siendo lo necesario en
tales acciones justificar su principio, pues, empezadas, ni es posible ni decente
dejar de proseguirlas. Pasó Rona con aquella gente a la Fera, llevando de ca-
mino mil y quinientos carros de trigo, parte comprado por aquellos castillos
neutrales y parte recogido de las granjas del enemigo, con que se alegraron
lo que se puede pensar don Álvaro Osorio y el Seneschal, y no menos en su
253
«Le duc d’Aumale qui décida de persister en la cause jusqu’à son dernier soupir, et s’obs-
tinant à demeurer hors de l’obéissance du Roy. Le parlement de Paris le condamna pour
crime de lèse-majesté et, le 30 mars 1595, son effigie, vêtue à l’espagnole, avec l’écharpe
et les jartières rouges fut depuis la conciergerie du Palais trais née en la place de grève où,
par l’exécuteur de justice, elle fut mise en quatre quartiers» (Les sources de l’Histoire de
France 179).
254
Ver infra libro X para una discussion sobre las bandas rojas de los ejércitos españoles.
Las Guerras de los Estados Bajos 475
255
Un grado de la tierra tiene 15 leguas alemanas, 17.5 españolas, 20 francesas y 60 millas
italianas.
Las Guerras de los Estados Bajos 477
luego la caballería con don Ambrosio, que halló ya al conde sobre Chatelet
y la infantería en rehaciéndose un poco de los trabajos padecidos en aquella
expedición. Y al fin llegó al campo cuando y como veremos.
Llegado el coronel Verdugo a Luxembourg, le dio una enfermedad de
tercianas dobles, que, durándole algunos días y convirtiéndosele en calentura
continua, dejó los trabajos desta vida a 22 de setiembre deste año, siendo de
edad de cincuenta y nueve y hallándose todavía harto robusto respeto a sus
trabajos, continuados en cuarenta años de guerra tan porfiada.
Fue el coronel Verdugo natural de la villa de Talavera de la Reina, hijo de
padres nobles, aunque tan pobre, que en llegando a diez y nueve años, con
las primeras cajas que se tocaron en su patria, que fueron las del capitán don
Bernardino de Ayala, natural de la dicha villa, asentó su plaza; y siguiendo
su bandera, se halló en la presa de San Quintín, donde empezó a mostrar
sus aceros de suerte que mereció ocho escudos de ventaja, en tiempo que se
daban bien limitados. Con estos buenos principios fue caminando adelante,
hasta que madama de Parma, cuando comenzaron las revueltas de los Esta-
dos, le mandó levantar una compañía de valones en el regimiento del coronel
Mondragón, con lo cual fue descubriendo su valor tan aprisa, que muy presto
obligó a encomendarle todo lo más importante que se ofreció en aquellas oca-
siones. Llegado el duque de Alba, le halló ya en tanta opinión, que le nombró
por sargento mayor de [299] todo el ejército, cargo que hasta allí no se había
visto en otro; y tras otros sucesos le mandó que se encargase del gobierno
de la villa de Harlem, habiéndole nombrado antes por coronel de infantería
valona, y cuando la pérdida del conde Bosú le encomendó la armada con
título de almirante. En las ocasiones que se ofrecieron después de llegado el
comendador mayor se señaló con tantas ventajas, que le obligó a que escri-
biese al rey la carta que hoy tienen sus herederos, en la cual dice que es de los
más aventajados capitanes que ha tenido la nación española. Y después de la
muerte del dicho comendador mayor se halló con su regimiento, cuando los
amotinados de Alost ganaron a Amberes, y tomó por prisioneros al conde de
Agamont y a un caballero francés que a él sólo se quiso rendir. Desde allí le
mandaron ir al castillo de Breda, en los tiempos más calamitosos que hubo
en aquellas provincias, hasta la llegada del señor don Juan, que al momento le
envió a llamar y le mandó ir a la villa de Tiumbila para que con su regimiento
asegurase aquellas fronteras, hasta que poco antes de la rota de Jubelours le
sacó, sirviéndose dél en aquella jornada para que hiciese oficio de maestro de
campo general, y, aunque tenía la mayor parte de su regimiento en Tiumbila,
con la otra le mandó que se encargase del castillo de Namur. Y, habiendo
nombrado el rey por sucesor al príncipe de Parma, le escribió una carta, en
que se echa bien de ver el gran conceto que hacía de su persona. Asentadas
las paces con condición que saliesen los extranjeros y que los que no fuesen
naturales de los Estados no pudiesen tener cargo ni gobierno en ellos, dio su
Las Guerras de los Estados Bajos 479
256
«Porción de tierra con elevación y declive» (DRAE).
257
En el sentido de «abertura en una muralla» (DRAE).
258
Es un «arma de fuego más corta y de mayor calibre que la escopeta» (DRAE), y aquí «que
el mosquete».
259
Sobre personajes femeninos como el que aquí se representa se modelan las heroínas espa-
ñolas y flamencas de las comedias «de Flandes» de Lope de Vega. Ver Cortijo, en prensa,
Introducción.
Las Guerras de los Estados Bajos 481
era la voz con que se hacían aún todas las cosas y que no ignoraba el yerro
que había hecho su hijo, encomendar aquella plaza de tanta importancia a
su medio hermano, hombre ambicioso y que había días que se carteaba con
los enemigos. Y así, se tiene por cierto que hizo todos los buenos oficios que
pudo para que Orvile recibiese en el castillo al capitán Olmedo con sus es-
pañoles, pero no aprovechó, que el trato estaba ya muy adelante y el ánimo
de antelado acabado de ganar a fuerza de dádivas, aunque harto inferiores a
las promesas. Entretanto Orvile, fingiendo tener nuevas de que el enemigo
quería acometer aquel castillo y que para ello juntaba monsieur de Humières,
teniente general del conde de San Pol y duque de Bullón, gran número de
gente, en que no mentía, comenzó a fortificarse y a plantar su artillería en las
partes convenientes, especialmente contra la villa, cosa que comenzó a dar las
últimas sospechas de traición a Olmedo y a Chico de Sangro, los cuales, y los
demás capitanes de naciones, juntos a consejo, determinaron enviar a avisar
al conde Fuentes con Hernando de Frías (que sabían haber ya desalojado
de junto a Cambray y venir marchando la vuelta de Chatelet) del peligro
en que se hallaba aquella plaza. Excusóse Frías con que no era razón dejar a
sus compañeros en tan conocido peligro y al fin fue a monsieur de Arloés y
halló al conde cuando se daba el asalto al burgo de Chatelet. Entretanto el
enemigo, que no dormía, con tres mil infantes y quinientos caballos la propia
noche de los 20 llegó al castillo por la puerta del Socorro y entró dentro dél,
sin que los cuerpos de guardia, ordenados a propósito de estorbar la entrada,
que ya se temía, fuesen poderosos para más que para matar y herir algunos
franceses de los que iban entrando. Olmedo, Sangro y los demás capitanes,
viendo el pleito malparado, quisieron, [303] aunque tarde, ocupar un rebellín
harto fuerte, que, si lo hicieran, pudieran aguardar desde él muchos días el
socorro y desvanecer las trazas del enemigo; el cual, avisado por Orvile de
aquel peligro, puso tan buena defensa, que, cuando arremetieron los nues-
tros, no hicieron más que perder gente, y entre ella un capitán napolitano.
Eran de parecer los capitanes de retirarse antes del día a la puerta de Noyón y
fortificarse en ella y en los dos pedazos de muralla colaterales; hubiera sido la
salvación de aquella plaza, pero Hernando de Frías, que sabía el fuego que ha-
bía de encender en el ánimo del conde la nueva de aquel aprieto y que había
de volar en su socorro, fue de opinión que no se dejase la villa en abandono,
entregando voluntariamente a la codicia de los franceses los despojos de aque-
llos ciudadanos en quien habían experimentado tanta fidelidad; ayudó a esto
el ver a más de cuatrocientos dellos armados y con tan buen ánimo como el
mejor soldado, y más que todo la reputación que forzosamente se había de
perder volviendo el rostro al enemigo antes de vérsele y saber por quién y por
qué número de gente eran acometidos. Y al fin, como el fortificar la cara del
castillo tenía de lo generoso, vinieron en ello los capitanes y lo que quedó de
la noche comenzaron a abrir trincheras con la prisa que el caso pedía. Cuanto
482 Las Guerras de los Estados Bajos
260
Un vent d’orage es el que se levanta con la canícula. El embate es «viento fresco y suave que
reina en el verano a la orilla del mar» y «viento periódico del Mediterráneo después de la
canícula» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 483
261
Caballero es «término de fortificación. Es una obra que se levanta sobre el terraplén de
la plaza, alta diez o doce pies, larga de ochenta a noventa y ancha de treinta de cuarenta,
sobre la cual se forma el parapeto hacia los lados de la campaña y su subida por el lado
de la ciudad, donde no se le pone parapeto para que en caso de ganarle el enemigo quede
enteramente descubierto» (Dicc. Aut.). El nombre le proviene de quedar alto como un
caballero en caballo.
Las Guerras de los Estados Bajos 485
Diego de Ulloa y Alonso de Ribera, del de don Alonso, los cuales, conside-
rándolo como soldados y no como cabezas de aquella acción, llevados del
deseo de acabar con aquello de una vez, incurriendo en una culpa loable, pa-
saron más delante de lo que se les ordenó; y por hallar la batería atrincherada
y cortado el baluarte, hubieron de retirarse al primer puesto, con pérdida de
veinte y cinco o treinta de los más honrados. Tuvieron poco tiempo de gozar
deste suceso los enemigos, porque, mandando don Agustín, con parecer del
conde, preparar otros dos mil hombres para dar el asalto de veras, temerosos
de que con el beneficio de la noche no se fortificasen de suerte que fuese
necesaria otra batería, viendo los enemigos el aparato y ñublado que venía
sobre ellos, determinaron rendirse. Y, dándose aquella noche seguros rehenes,
por ser ya tarde se difirió su salida hasta la mañana, que acertó a ser lunes.
Hiciéronle con las honradas condiciones que pudieron desear; salieron con
el gobernador monsieur de Liramont cosa de ochocientos infantes y setenta
caballos y entraron tres compañías de españoles la que había de servir para
el gobernador y las de los capitanes Luis Bernardo de Ávila y Alonso de Bui-
trago y en el burgo quedaron otras dos banderas de alemanes del regimiento
de Curcio, tres estandartes de caballos a cargo de Andrea Alambrese, albanés,
y por gobernador de la plaza Luis del Villar, capitán de lanzas, soldado muy
viejo y de gran experiencia. Su compañía se dio a don Juan de Bracamonte,
hermano del conde de Peñaranda, [308] aunque, por estar muy pequeña, se
envió a rehacer a Nioporte con su teniente Francisco de Luján, y en su lugar
se mandó venir otra compañía de flamencos de cien celadas que había levan-
tado monsieur de Vilecourt.
Ganado Chatelet, después de haberse detenido allí el ejército hasta los 7
de julio rehaciendo la batería, pasó a los contornos de Cambray, irresoluto
hasta entonces el conde en si pondría sitio en aquella ciudad o aguardaría a
tener mayores fuerzas. Esperaban para fin de julio toda la gente que había
tenido Verdugo en el país de Luxembourg o mucha parte della; y, deseando
no estar entretanto ocioso, comenzó a destruir y talar todas las campañas de
Cambray, segando los panes en berza262 y acabando de abrasar lo poco que
había dejado en pie de guerra de los dos años pasados, tanto para hacerles por
entonces el daño que se podía y atemorizarlos como para darles a entender
que no se tenía pensamiento de tomarla sino por hambre, descuidándolos
por aquel camino de su defensa. Tenía también el conde el ojo en lo de Han
y esperaba a los Gomerones, por quien había enviado a Bruselas, animado
con ordinarias cartas de su madre, y particularmente con el capitán Alejandro
Brancacio, uno de los presos, que con licencia de Orvile pasó al campo a
tratar los rescates de todos, que de su parte le aseguró de que nunca había ha-
bido mejor ocasión, ni el negocio había estado jamás tan bien dispuesto para
262
Por extensión de un sembrado en berza, «tierno o en hierba» (DRAE).
486 Las Guerras de los Estados Bajos
buen suceso como entonces que Orvile había comenzado a desavenirse con
el conde de San Pol por negocios de interés, que son los que suelen romper
las amistades más bien fundadas, cuanto y más las adqueridas por medios tan
ruines, y que ella se sentía con fuerzas y comodidad de darle entrada en el
castillo a pesar de la guarnición. Parecieron a los más recatados estas prome-
sas de madama de Gomerón un ansioso deseo de alargar la vida de sus hijos,
y con todo eso fueron de parecer los del Consejo que se tentase, llevando a
Gomerón y a sus hermanos para mover el ánimo de la madre y del hermano.
En sabiéndose que había llegado a la villa de Canoe, partió para traerlos don
Carlos Coloma con trecientos caballos y, hallándolos acabando de comer,
les notificó con el rostro más alegre que pudo cómo habían de ir al campo,
animándolos con mil esperanzas de buen suceso. [309] Notóse que no habló
más palabra Gomerón y que, yéndose a poner una cereza en la boca, se estuvo
absorto gran rato, y al fin no la comió, que a los que habían ya concebido sos-
pechas de que participaba en el trato de su hermano se les acabó de confirmar.
Lleváronlos aquella tarde al campo en un coche, echadas todas las compuertas
para que no pudiesen ver ni ser vistos; iban con Gomerón los hermanos suyos
de diez y seis y diez y ocho años y una hermana de veinte en hábito de monja,
que había ido con ellos, a lo que se creyó, para serlo en cierto monasterio de
Artois, donde tenía una parienta.
Partió el siguiente día el conde la vuelta de Han con el ejército en orden de
guerra y acrecentado con las compañías de caballos que don Ambrosio trujo
de Luxembourg, la suya, la del conde de Montecúculo, las dos que habían
sido de la guardia del archiduque Ernesto y las de arcabuceros de los capitanes
Juan Cesate, Sebastián Gaudart y Simón de Latre, después de haber enviado
las demás que sirvieron en aquella guerra a la campiña, donde se hacía la
masa del ejército que marchó poco después en socorro de Grol, cuyos sucesos
contaremos a su tiempo. Llegó el campo en dos alojamientos a la vista de Han
a los 12 de julio al apuntar del día y, en llegando a tiro de cañón, comenzó
a tirar el castillo algunas piezas, las cuales no hicieron daño, que pareció a
los confiados artificio. Túvose por cierto que si Orvile tuviera su libertad
(comoquiera que es siempre el que más obliga el postrer agravio, movido del
que a su parecer había recebido de los ministros franceses) entregara la plaza
al conde; pero Bullón y San Pol, viéndose una vez señores del castillo, no lo
dejaron de manera que pudiese Orvile hacer con ellos lo que había hecho
con los españoles. Y así, aunque por espacio de más de cuatro horas hubo
muchas demandas y respuestas, no se litigaba ya por los de dentro por sobre
dar o dejar de dar la plaza, sino por salvar la vida de los Gomerones, si bien su
madre hizo lo que pudo con monsieur de Saseval, teniente ya de Picardía, que
se hallaba dentro y él lo que era obligado como buen vasallo de su rey. Orvile,
falto de consejo y por que no pudiese decirse que había dejado de quitar la
vida en su presencia a sus hermanos, no menos que por no ver las lágrimas de
Las Guerras de los Estados Bajos 487
la madre, se salió por la puerta del Socorro la vuelta de Chaoní y faltó poco
que no [310] diese en las manos de don Álvaro Osorio y del capitán Pedro
Gallego, que venían de la Fera al campo; que al fin tomaron, de cuatro corazas
que llevaba consigo, las dos y a él le dieron la carga más de dos leguas.
Hizo el postrer acto desta tragedia madama de Gomerón, saliendo ella y
dos hijas suyas niñas en busca del conde y pidiendo, arrojada a sus pies, la
vida de sus hijos con las palabras y efetos que enseña el dolor, cuya elocuencia
suele exceder la más artificiosa, acompañada también de todas aquellas lágri-
mas que pudo sacar una pena tan justa en el tierno corazón de una madre,
a quien no sólo lastimaba el efeto sino la causa y el modo de su infelicidad,
mirada a todas luces cabalmente desconsolada. Y, aunque debió de enterne-
cerle harto al conde esta lástima, atento al rigor de la justicia, o por ventura
más al escarmiento (deseoso de desarraigar con este ejemplo tales géneros de
dobleces, que tanto cuestan), hubo de ensordecerse a tan piadosos ruegos,
respondiéndole entonces pocas palabras, aunque graves y resueltas; tal, que
volvió al parecer algo consolada con la que le dio de restituílle los demás hijos
buenos y sanos, como lo hizo. El cadáver de monsieur de Gomerón, que era
el mayor, a quien cortó un verdugo alemán la cabeza, sirvió de espectáculo
a todo el campo y a muchos de materia para alabar y vituperar el ánimo del
conde, que, aunque parece imposible en una misma acción, no lo es, sino tan
usada cuanto las opiniones humanas son varias y llenas de ambigüidad. Lo
cierto es que, si Gomerón no mereció la muerte por haberse perdido la plaza
cuando no estaba a su cargo, la mereció por haberla vendido.
Marchó el ejército aquel proprio día cuatro leguas, no acabando de re-
solver aún el conde en lo que había de hacer, aunque determinado de hacer
algo lo que quedaba del mes de julio. A la mañana siguiente se presentó
delante del castillo de Clerý, situado sobre el río Soma, una legua de Pero-
na, el cual, a persuasión de monsieur de Ruisó, caballero francés, proveedor
general del ejército, se rindió sin aguardar batería; metióse en él la com-
pañía de corazas de Ambrí, capitán francés, y cincuenta soldados valones.
El apoderarse el conde deste castillo y con él del paso de la Soma, dio que
sospechar al duque de Nevérs [311] de que se trataba de sitiar alguna de las
plazas situadas sobre aquel río. Hallábase en San Quintín con cerca de mil
caballos y cuatro mil infantes y orden del príncipe de Béarne de encargarse
de la defensa de Picardía durante su ausencia en Borgoña, fiado de su larga
experiencia y deseando quitar emulaciones entre los demás gobernadores
de provincias, que todos se concordaban en obedecerle como príncipe de
tanta calidad y el más viejo de Francia. Aquí en este alojamiento le sobrevi-
no al duque de Pastrana un accidente tan recio, que le tuvieron todos por
muerto; mejoró un poco y desde Bray, adonde estuvo el campo tres días, le
llevó don Carlos Coloma con escolta de cuatrocientos caballos a la ciudad
de Arrás, en el país de Artois.
488 Las Guerras de los Estados Bajos
Está Bray en igual distancia de tres leguas entre Perona y Corbie, plazas
enemigas en la ribera de la Soma, con que, dando al conde que sospechar a
entrambas, hizo dividir las fuerzas enemigas y estar suspenso al de Nevérs.
Pero la verdad era, que no deseaba otra cosa para coger a Dorlán desaperce-
bida, que era donde pensaba dar, por la mucha dificultad que ofrecía el em-
prender cualquiera de las plazas desta ribera, en razón de haber de ser fuerza
pasar la mitad del campo de la otra parte con fuerzas incapaces de hacerlo sin
peligro, y lo que era más de considerar, sin barcas para hacer puentes. Alcanzó
esta treta el duque de Nevérs y, medroso de perder a Dorlán, el mismo día
que desalojó el conde de Bray hizo que pasasen de Amiéns mil infantes y qui-
nientos caballos, casi todos gente noble, que llegaron con facilidad a Dorlán,
alegrando al conde de Dinán, su gobernador, y asegurando a su parecer la
plaza. Llegó el campo en dos alojamientos al riachuelo Autí y, pasándose por
junto a Pas, en Artois, alojó la noche de los 15 de julio en Tievre, adonde,
vuelta a cobrar la caballería que había acompañado al duque de Pastrana, sal-
vo su compañía, que quedó alojada en los burgos de Arrás, pasó toda a ocupar
los puestos de Dorlán, como es costumbre, mientras llegaba todo el ejército.
Es Dorlán263 villa de pocos más de mil vecinos, la más empeñada y metida
hacia el país de Artois que tenga el francés en Picardía, y a esta causa está for-
tificada de muy buenos rebellines y baluartes; aunque las murallas en sí son
flacas, tiene un castillo en la parte superior hacia Francia de cuatro caballeros
[312] a lo moderno, aunque no mayores que los de Chatelet. La villa está en
un llano y por beneficio del río Autí tiene todos los fosos con agua, salvo los
del castillo, que por su eminencia no la consienten. Estaba en el castillo un
hermano segundo del conde de Dinant, llamado el señor de Ronsoy, ambos
de poca edad y hijos de un padre muy valeroso, y ellos por sus personas no
indignos de merecer el mismo nombre. Mostráronlo bien en la defensa desta
plaza, como se verá.
Había dentro seiscientos caballos y más, con quien, en llegando nuestra ca-
ballería, se trabó una escaramuza tan viva, que hubo muchos heridos y muer-
tos de ambas partes, aunque a la postre se hubieron de encerrar los enemigos
dentro de sus murallas. Fueron llegando a cosa de mediodía los escuadrones,
uno de los cuales, que llevaba de vanguardia monsieur de Rona para ocupar
un puesto conviniente con que asegurar el alojamiento, fue recebido por otro
de mil franceses debajo de su artillería y pelearon más de dos horas sin venta-
ja, aunque a la postre se ganó el puesto y se comenzó a fortificar y a levantar
en él un fuerte capaz de poder asegurar la plaza de armas. Señaláronse mucho
263
A este propósito convendría recordar la Relación de una felicíssima vitoria que ha tenido
contra los franceses en Dorlán, en Picardía, don Pedro Henríquez, conde de Fuentes, gobernador
y capitán general por el rey nuestro señor de los Estados de Flandes contra el duque de Bullón y
conde de Sampol y su exército, Barcelona, Sebastián de Cormellas, 1595.
Las Guerras de los Estados Bajos 489
don Agustín y su tercio, y dél los capitanes de arcabuceros, de los cuales don
Gonzalo Mesía salió con una pierna rota de un mosquetazo. Ocupados los
puestos y reconocida por todas partes la villa, se comenzó a echar de ver la
dificultad que había en cerrarla del todo con tan poca gente, que no pasaba de
seis mil infantes; y, llamando el conde al anochecer a los del consejo, después
de largas disputas, se vino a resolver la altercación en dos votos encontrados:
del primero eran autores casi todos y del segundo sólo monsieur de la Mota.
Decían los primeros que, no tieniendo gente bastante para arrimarse a la villa
por dos partes, consistía la esperanza de buen suceso en la presteza, y que así,
habiéndose de hacer todo el esfuerzo por una parte, debía emprenderse el
castillo por acabar con aquello de una vez. Confesaba todos estos motivos la
Mota y probaba que por ellos mismos era más conveniente acometer primero
la villa, como la parte más flaca; la cual ganada en cuatro días, como él lo ase-
guraba, y dejando en ella bastante defensa, hecho un cuerpo todo el ejército,
podía [313] acometerse el castillo por la parte de Francia sin peligro de que le
entrase socorro por la villa. Replicaban los otros que no era plaza aquélla que
se podía ganar en cuatro días, teniendo dentro más de dos y mil quinientos
infantes y tanta nobleza, y pudiendo defender la batería desde muchas partes,
y aun desde el castillo como la más eminente, lo que no podían hacer en el
castillo por la estrechura de la plaza, cuya defensa, con cuanta más gente se in-
tentase, tanto más facilitaba la entrada su proprio embarazo y muchedumbre,
y que, cuanto al socorro que le podía entrar, habiendo de venir por lo menos
de siete leguas (que tantas hay desde Dorlán a Amiéns y era la ciudad más
cercana), se podían buscar otros remedios sin tomar uno tan peligroso y largo
como hacer aquella empresa de dos veces, pudiendo hacerla de una. Ponderó
finalmente el conde las razones de todos y al fin se resolvió en seguir el parecer
de monsieur de la Mota, no menos por su larga experiencia que por haber
de ser él mismo el que había de ejecutalle con la prisa o espacio que quisiese
poner a su artillería, que como la pasión y deseo de acreditar con el suceso su
parecer en todos tiene tan gran lugar, que viene a ser negocio proprio y como
tal se procura conseguir, y, así, es prudencia encargar la ejecución a quien da el
consejo cuando tienen partes para podérsele fiar. Atendiendo, pues, a esto la
Mota, con extraordinaria diligencia yendo aquella misma noche a reconocer
el puesto donde había de plantar la artillería, le alcanzó un mozquetazo por
encima del ojo derecho que le salió al colodrillo264, de que cayó luego muerto.
Afírmase que en su vida con haber hecho aquello infinitas veces le habían
visto pedir armas fuertes sino aquella noche, que en el reduto que se levantó
aquella tarde para comenzar a abrir trincheras pidió sus armas al capitán don
Jerónimo de Silva y, con todo eso, le dieron por entre la falda del morrión y
265
El morrión es la armadura de la parte superior de la cabeza o casco, generalmente rematado
en plumas o adornos. La rodela es el escudo que se embrazaba con el brazo izquierdo y
cubría el pecho.
266
Para hacerse idea adecuada del perfil histórico de este personaje, ver el clásico estudio I.L.A.
Diegerick, ed., Correspondance de Valentin De Pardieu seigneur de la Motte, Gouverneur de
Gravelines, Commandeur de l’Ordre de Saint-Jacques etc. ( 1574 - 1594), Bruges, Imprimerie
de Vandecasteele-Werbrouck, 1857.
267
«Pieza de artillería pequeña algo mayor que el falconete» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 491
para plaza de armas, en la cual se hizo un fuerte para aseguralla. Otros dos
se hicieron a las espaldas de los cuarteles, por cubrillos del enemigo, y otra
más capaz que todos en la parte septentrional de la villa para guardar el río
y el paso para el país de Artois, en guardia de los cuales se ocuparon mil y
quinientos hombres, [315] que casi era la cuarta parte del ejército. La van-
guardia de las trincheras tocó al tercio de don Alonso, y así se encargó dellas
Hernán Tello Puertocarrero, sargento mayor, por la poca salud del maese
de campo, las cuales se comenzaron a abrir la misma noche, que fue la de
17, encaminadas al ángulo diestro del baluarte llamado Amiéns. Iban de
subsidio con los españoles de ambos tercios los borgoñones y valones, que
lo hicieron maravillosamente, tal, que con dos noches de trabajo se llegó a
la estrada cubierta y la tercera se echó al enemigo della, ganándole un rebe-
llinejo que tenía para su defensa, y fue así.
Resuelto Hernán Tello en hacerse señor del foso, le pareció, con consejo
del conde Pachoto, que servía de ingeniero mayor, del ayudante Diego de Du-
rango y de los capitanes, que era fuerza ocupar el rebellinejo, distante más de
cincuenta pasos de la cabeza de las trincheras, y resolvióse que se hiciese al
apuntar del día; y así, con este intento se trabajó toda la noche en arrimarse a él
cuanto fuese posible y en apercebir gran cantidad de palas y zapas, fagina y todo
lo necesario para tomar pie y fortificarle en ganándole; reforzóse de gente las
trincheras y dado por señal de arremeter un cañonazo, que se tiró media hora
antes del día, arremetieron de vanguardia los capitanes Antonio Sarmiento de
Losada, Francisco Vega de Mendoza, don Juan de Londoño, alférez el maestro
de campo don Alonso y parte de la compañía de Buitrago, que, dejando su
bagaje en Chatelet, había salido con orden del conde para aquella ocasión. La
mayor dificultad estuvo en bajar al foso y subir al rebellinejo a causa de los lodos
y deslizaderos causados de una continua lluvia, la cual, dañosa en esto, fue de
provecho para imposibilitar las armas de fuego que de ordinario jugaban de
la muralla. Resistieron, con todo eso, valerosamente ciento y veinte franceses
que había en aquel puesto, hasta que, viendo dentro a los nuestros, se retiraron
algunos a su casamata, dejando muertos cosa de sesenta y perdidas las armas
de todos. Fortificáronse los españoles y naciones en el puesto (aunque no sin
muerte y heridas de muchos, y entre ellos de don Gabriel de Sotomayor, capi-
tán de borgoñones), lo cual bastó para conservarle y con él el dominio de toda
la estrada cubierta.
[316] Eran ya los 23 y, aunque se habían hecho grandes diligencias para
echar al enemigo del foso, no había sido hasta entonces posible, haciéndose
ellos fuertes en ciertas casasmatas bajas en forma de galerías o, como desde
entonces las comenzaron a llamar, de caponeras268, adonde no podían ser vis-
268
Caponera se entiende militarmente como una «obra de fortificación que primitivamente
consistió en una estacada con aspilleras y troneras para defender el foso» y una «galería o
492 Las Guerras de los Estados Bajos
tos de la artillería de nuestro campo, dado que estaban ya plantadas tres piezas
sobre el arcén del foso. Y la noche del 22 se supo de un prisionero cómo por
la puerta de Lucheu habían entrado en veces pasados de ochocientos hombres
de socorro y que, hallándose ya los sitiados con tres mil infantes y más de qui-
nientos caballos, había escrito el gobenador a Bullón y San Pol, que estaban
en Amiéns, que le metiesen mil infantes escogidos más y que les ofrecía de
salir a dar la batalla al campo español. Había ya antes desto el conde enviado
a pedir gente de socorro al condado de Flandes y, sabido aquello y los grandes
aparatos que se hacían en Amiéns para socorrer la plaza, envió a dar prisa a
esta leva, que no tardó en venir ni dejó de ser a su tiempo de servicio. En este
estado estaba el sitio de Dorlán, cuando la noche de los 23 se tuvo aviso por
una espía que residía en Piquiñí de cómo había entrado en Amiéns monsieur
de Vilárs, almirante de Francia, con cuatrocientos caballos escogidos entre la
nobleza de Normandía y que el conde de San Pol y el duque de Bullón habían
escrito al de Nevérs (que todavía estaba en San Quintín apercibiéndose de
veras para socorrer la plaza) que la socorrerían ellos o perderían las vidas; y
en prueba desto volvieron al amanecer los corredores del campo, afirmando
que habían descubierto grandes tropas que venían marchando de la vuelta de
Amiéns. No tardó mucho en llegar otro aviso de cómo llegaba ya el enemigo
al villaje de Horrevile y a las diez del día se comenzaron a descubrir distinta-
mente once tropas de caballos, que, al juicio de los pláticos, pasaban de mil y
quinientos. Pensóse al principio que no era aquello más que una ostentación
de sus fuerzas y deseo de reconocer las del campo español y el creerlo así todos
pudo causar una notable confusión, que al fin se sirvió Dios della misma para
darnos vitoria, porque, si los enemigos no la conocieran en nosotros, nunca
pasaran tan adelante, como ellos proprios lo decían después. Estaba el ene-
migo a menos [317] de legua francesa y descurríase en lo que se podía hacer
en lugar de ponerse de manera que se pudiese acudir a todo lo que él hiciese.
Temióse que daría en los cuarteles y, estando ya cargado el bagaje, se mandó
subir todo a la plaza de armas, lo cual, visto por los franceses (persuadidos
ya de antes de nuestras pocas fuerzas, que siempre es imprudencia creer que
tiene pocas el enemigo), pensó absolutamente que nos retirábamos, y dícese
que entre ellos se comenzó a discurrir si nos seguirían o si les bastaba haber
socorrido la plaza. Si ellos y nosotros creyéramos el medio destos dos extre-
mos, ninguno quedara engañado. Con todo eso, viendo el conde que el ene-
migo se encaminaba con resolución a nuestra plaza de armas, ordenó que se
doblase la guardia de las trincheras, que al calor del gran fuerte que aseguraba
casamata colocada en sitios diversos para el flanqueo de un foso o de varios del cuerpo de
plaza» (DRAE). La caponera doble es la «comunicación desde la plaza a las obras exteriores,
trazada al través del foso seco y defendida por ambos lados con parapetos, generalmente
provistos de troneras o de aspilleras» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 493
por el costado, sin darle lugar para ello ni aguardar orden, que en casos seme-
jantes suelen dar las más fuertes leyes la necesidad, cercaron él y don Juan de
Gamarra (que, aunque muy mozo, probó harto bien aquel día) con tanta re-
solución y sus soldados con tanto valor, que al punto se vieron por tierra más
de cien franceses muertos y apeados y los demás volvieron las espaldas a rien-
da suelta. De los nuestros murieron cinco de las pistolas enemigas; al alférez
don Carlos Juan de Terraza, natural de Mallorca, [319] después de haber
atravesado el estandarte por el cuerpo a un enemigo y roto la lanza, le mata-
ron el caballo, que le cayó encima. El conde, entretanto, vista la ruin prueba
de las primeras tropas de lanzas y el buen suceso de la de don Carlos, mandó
cerrar a don Sancho de Luna y que embistiese por el costado a la tropa del
almirante, que se había metido en seguimiento de las dichas primeras tropas;
y, yéndolo a hacer don Sancho y rompiendo él y algunos de los primeros sus
lanzas valerosamente, le acometió por el costado la última tropa de las cien
corazas del almirante, en que venía su persona; murieron algunos de ambas
partes y don Sancho salió herido de un pistoletazo en el lado izquierdo. Ade-
lantábase con lo restante de la caballería ligera don Ambrosio Landriano
cuando comenzó a ordenar el almirante la retirada, medroso de nuestra infan-
tería, que vía venirse acercando, sin que a todo esto Bullón ni San Pol hiciesen
más que dar calor a su vanguardia y batalla. Esto fue la causa por que el conde
no dejó cerrar a los hombres de armas, que en número de más de seiscientos
caballos estaban firmes. En comenzando el enemigo a retirarse, parece que
brotaba caballos nuestros el campo269, tal, que en tropas separadas comenzaba
a apretar demasiadamente el almirante y a la gente escapada, aunque poca, de
la tropa de Saseval, que al momento hicieron un cuerpo; y como el almirante
era soldado, conoció su perdición si no hacía un esfuerzo trasordinario; y,
para poderle hacer con más comodidad, envió a pedir ciento y cincuenta co-
razas más a Bullón y San Pol, que al punto se las enviaron con el conde de
Belín; con este socorro mandó el almirante volver las caras, si bien se le ha-
bían disparado ya ocho o diez cañonazos, aunque con poco efeto; y de tal
manera cerró con nuestra caballería desmandada, que, sin aguardar al cho-
que, volvió las espaldas a más que de paso. Alonso de Ribera y los demás ca-
pitanes que llevaban el escuadroncillo volante se hallaron en una colina sobre
nuestra mano izquierda, por debajo de la cual iban pasando las tropas france-
sas cargando a las nuestras, y, haciendo disparar a la mosquetería, hizo en ellas
mucho daño. Esto y el venir otra vez cargando el conde con los hombres de
armas por la mano derecha y don Carlos con la caballería española por la iz-
quierda, que, habiendo cargado un poco [320] a los que se escapaban de la
269
Son pocas las ocasiones en que, en medio de su prosa escueta y técnica de asunto militar,
Coloma se permite algún vuelo de la pluma, como en este caso. Más abajo, por ejemplo, se
usa la expresión «Debía de querer reír el alba».
Las Guerras de los Estados Bajos 495
270
El sentido es que «la fortuna de la guerra es incierta».
271
Cfr. con lo que dice Amelot: «Dieu envoie ses fleaux tantôt dan un pais tantôt dan un autre:
(362 [IV]).
Las Guerras de los Estados Bajos 497
272
«Pieza de artillería, larga y de poco calibre» (DRAE).
498 Las Guerras de los Estados Bajos
Rabiosa por no haberse disparado tiro sin daño notable suyo), descortinaban
la batería por costado y no dejaban parar cestón ni pesona a la defensa por
aquella parte. Comenzóse a batir con una niebla tan espesa, que, ayudada
por más de dos horas del humo de la pólvora, parecía que se podía cortar, y
fue de mucho [324] provecho, porque sin poder ser vistos los que manejaban
las piezas, por estar con sola la distancia del foso en medio, veían ellos muy
bien el pie de la muralla; y fue tal la prisa del batir, ayudando también a ello
el tiempo fresco y el rocío de la niebla, que, cuando el sol la acabó de desha-
cer, estaba ya sentida casi toda la muralla y amenazando ruina. Continuóse
el batir hasta las tres, después de mediodía, con tan gran efeto, que casi a un
mismo tiempo cayeron más de veinte brazas de murallas con su terrapleno y
la mayor parte del través de la casamata colateral.
Los enemigos, que todo aquel sitio habían mostrado mucho valor, cui-
dado y diligencia, y en particular monsieur de Haracourt, soldado de larga
experiencia, cuyo parecer seguían en todo y por todo el conde de Dinán,
gobernador, y monsieur de Ronsoy, su hermano, alcaide del castillo, no ha-
bían estado entretanto ociosos; antes, haciendo cortar y dejar fuera todo lo
batido, se atrincheraron por de dentro y se fortificaron cuanto se lo permitió
la cortedad del tiempo y la estrechura de la plaza, aparejándose todos al asalto,
y en particular más de cuatrocientos caballeros, que, blandiendo las picas y
hechos un monte de hierro, le esperaban con gran resolución. No tuvieron
menos cuidado de sus almas, pues se afirma que pasaron de dos mil los que se
comulgaron aquella mañana.
Avisado el conde del buen efeto que había hecho la artillería, vino a las
trincheras acompañado de todas las personas particulares que le seguían; y
para evitar el desorden de la Capela, mandó a todos que no se moviesen de
junto a su persona ni pensasen quitar las primeras hileras a sus soldados, que
aquél era su día, en esperanza del cual trabajaban todo el año y sufrían con
gusto tanta manera de trabajos corporales. La resolución con que mandaba
el conde y el ejemplo reciente de Chatelet, adonde tuvo para cortar la cabeza
don Alonso de Lerma, porque arremetió contra su orden a la batería, detuvo
y refrenó la voluntad con que todos se ofrecían al peligro, y en particular el
príncipe de Avellino, que, como mozo y deseoso de honra, cuando llegó el
conde estaba ya a las trincheras armado él y doce gentileshombres de su na-
ción que le seguían y puesto a punto de pelear.
[325] Discurrió el conde con los del consejo si se daría asalto general y
con banderas y resolvióse que no, sino que los capitanes a quien tocaba la
vanguardia tomasen puesto en la muralla y le fortificasen, desde el cual o se
obligaría al enemigo a que se rindiese o se tomaría la ocasión de más cerca
y cuando el enemigo estuviese más descuidado. Mientras se trataba desto y
la gente estaba amontonada en las tricheras aguardando la orden, llegó un
cañonazo de la villa y mató a nueve o diez soldados, y entre ellos al capitán
Las Guerras de los Estados Bajos 499
273
«Fortificación hecha con cestones» (DRAE).
500 Las Guerras de los Estados Bajos
ellos cuanto conveniente al servicio del rey, para la cual ofrecían grandes ayudas.
Henao ofreció docientos mil florines, que son escudos de a diez reales ochenta
mil, cinco mil infantes y gran cantidad de municiones. Artois ofreció cien mil
florines y dos mil infantes. Lila, con su chatelanía, [328] ciento y cincuenta mil
florines. Luis de Barlaimont, obispo de Tornay y arzobispo de Cambray, cua-
renta mil florines y el cuidado de solicitar todo lo demás; y entre todos se com-
pusieron en levantar y pagar cuatro mil gastadores. Deseó el conde poder traer
de Brabante un tercio de los dos de españoles y el regimiento de Estanley, pero,
avisado de que el enemigo hacía punta a Frisa y que se encaminaba la vuelta de
Grol, hubo de enviar a mandar a Mondragón que fuese en su seguimiento con
todo el ejército que tenía a su cargo, cuyo suceso contaremos después junto.
Tentóse también el ánimo de los amotinados de Tilimont y la Capela, los cua-
les, deseosos de lavar la mancha de las desórdenes pasadas con algún servicio,
ofrecieron los primeros seiscientos caballos (aunque tardaron en llegar) y los
segundos docientos y cincuenta, y éstos gobernados por tres de los de su conse-
jo. Los de Tilimont trujo el conde Juan Jacobo Beljoyoso, uno de los rehenes,
quedando todavía en su guarnición don Francisco de Padilla. Trabajó mucho
en solicitar esta resolución de los amotinados Carlos Felipe de Croy, marques de
Havré, que asistía ya en Bruselas con los demás del Consejo de Estado.
El conde, con la esperanza del socorro de las provincias y la nueva que tuvo
de que se ponían en orden los amotinados por venirle a socorrer, animado tam-
bién con un regimiento de valones nuevo que levantó el conde de Buscuoy, re-
cién venido de España, en que había más de mil y quinientos, con el regimiento
de alemanes que traía el conde Vía y valones de La Barlota, que, acabado del
todo lo de Luxembourg y rehechos ellos, venían marchando, y se sabía que
habían entrado en el país de Namur, levantó el campo de Lucheu y en cuatro
alojamientos se puso a vista de Cambray con menos de siete mil infantes y mil
y quinientos caballos. Baliñí, sabido la poca gente con que el conde se acercaba,
dicen que lo escribió a su rey, mostrando tanta confianza de sus fuerzas, que le
suplicó, según afirman los franceses, que no volviese las espaldas a las cosas de
Borgoña y le dejase a él la honra de defenderle aquella ciudad. Por ventura se lo
levantaron para disculpar lo que tardó el rey en venir y la reputación que perdió,
dejando perder una ciudad tan importante sin atreverse a socorrella, habiendo
llegado con grandes [329] fuerzas tan cerca, como lo tocaremos a su tiempo.
Es Cambray274 una de las mayores y más nobles ciudades de los Estados
Bajos, fuerte de sitio y fortificada con el arte desta manera. Por levante tiene
274
Cambrai (Cambray, Kamerijk [hol.]), sede la archidiócesis de su mismo nombre, de enor-
me extensión (casi todo Brabante) y poder durante la época medieval, perdió parte de su
pujanza económica tras el declive de Brujas y por su posición intermedia entre Francia y
Flandes fue terreno muy disputado en el siglo XVI. En 1543 fue conquistada por Carlos V,
que pronto añadió defensas apropiadas a la misma. Para su toma en 1595, ver Dubrulle.
502 Las Guerras de los Estados Bajos
a la ciudadela, de cuatro baluartes, con foso seco, por ser lugar eminente,
aunque harto profundo, pero bien guardado de traveses275 y medias lunas,
desde el cual, siguiendo hacia el norte, lo primero que se ofrece es un medio
baluarte real llamado Roberto, que, franqueada toda su cortina276 por uno
de los del castillo, tiene el un orejón fortísimo y sus casamatas277 baja y alta
con que defiende hasta la puerta llamada por los del país Du Mal y por los
españoles de Nuestra Dama, como comúnmente se llamó en todo el sitio y se
llama hoy en día, que es por la que se va a Valencienas, en guardia de la cual,
hasta la puerta de Seles, que corre todo línea recta, hay un rebellín de tierra y
fagina, llamado la Núa. Sigue luego el castillo y puerta de Seles, obra antigua,
que por serlo tanto, queriendo Baliñí fortificar aquello a lo moderno, hizo
algunos años antes tres puntas de baluartes en forma de estrella, de tierra y
fagina, todas las cuales gozan ya del beneficio de agua. Desde esta puerta hasta
la de Cantimpré corre una cortina que mira al poniente, a toda la cual (for-
tificada también con una muralla muy capaz y bien terraplenada) acaba de
asegurar la corriente de la Eschelde y el ser aquel suelo no sólo pantanoso sino
casi inaccesible. Desde Cantimpré sigue otra cortina hasta la puerta del Santo
Sepulcro, con foso de agua muy hondo, murallas muy bien terraplenadas y
un rebellín muy bueno. Desde esta puerta vuelve la muralla en figura de arco
hasta la que llaman Nueva, pasada la cual y un baluarte muy grande, llamado
San Jorge, se acaba el agua y comienza otra vez el foso seco, profundísimo y
bien defendido de traveses, como se ha dicho. Desde esta puerta Nueva se
vuelve a topar con el castillo. Ocupará todo este círculo que habemos dicho
el espacio de una legua francesa o tres cuartos de una española, dentro del
cual había cosa de cinco mil casas, y en esta ocasión se hallaban más de siete
mil ciudadanos muy bien armados, franceses de corazón los más y de hábito
todos, y algunos dellos herejes. De presidio tenía Baliñí en la ciudad al pie
de dos mil infantes entre franceses y valones, quinientos esguízaros y algunos
más de trecientos caballos, [330] y en la ciudadela cosa de quinientos france-
ses escogidos, gente toda fronteriza y ejercitada.
275
Través. «En fortificación, lo mismo que flanco» (Dicc. Aut.).
276
Cortina. «La parte de muralla que en la fortificación se construye entre baluarte y baluarte»
(Dicc. Aut.). El baluarte es «obra de fortificación que sobresale en el encuentro de dos corti-
nas o lienzos de muralla y se compone de dos caras que forman ángulo saliente, dos flancos
que las unen al muro y una gola de entrada» (DRAE). El orejón es el «cuerpo que sale fuera
del flanco de un baluarte cuyo frente se ha prolongado» (DRAE).
277
Casamata. «Término de fortificación. Es una bóveda o subterráneo a prueba de bomba que
ordinariamente se construye debajo de los baluartes o bastiones, y, si éstos son de orejón
o plazas bajas, entran por ellos los soldados que las han de ocupar y flanquean el foso con
el fuego continuo que hacen a cubierto, imposibilitando el desembocar en él al enemigo.
Sirven también de almacenes para tener seguros de las bombas los víveres y municiones, y
en el tiempo de sitio de hospitales para los heridos y enfermos» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 503
278
«Amanecer».
504 Las Guerras de los Estados Bajos
resplandor de los arcabuzazos. Con todo eso, cerró don Carlos y, cortando con
su vanguardia las tropas enemigas, comenzó a seguir a las que se iban encami-
nando a la ciudad, que debían de ser cosa de trecientos caballos, hiriendo y
matando y prendiendo dellos sin resistencia alguna, a causa de persuadirse el
enemigo a que estaba allí toda nuestra caballería. Los docientos caballos res-
tantes, que en todo eran quinientos, volvieron la rienda la vuelta de Perona.
Siguieron los nuestros al enemigo hasta la puerta del Santo Sepulcro, adonde,
pensando hallar nuestra infantería de emboscada, no hallaron sino la muralla
guarnecida de mosquetería, que mató tres soldados españoles y algunos caba-
llos. Habíanse retirado algunos enemigos, dejando sus caballos a las casas del
burgo de San Jorge, desde donde hicieron algún daño. El príncipe de Retelois
desde el principio de la refriega, apartado con veinte y cinco caballos escogidos,
evitó el encuentro con la obscuridad y, dejando todos sus caballos, se metieron
en el foso por una surtida secreta que sabía un soldado que le guiaba. Venido
el día y reconocidos los prisioneros, se hallaron ochenta y siete; los muertos
metieron en carros los de la ciudad y afírmase que fueron más de sesenta. Los
caballos que se tomaron fueron pocos menos de trecientos y toda la recámara
del príncipe y de los caballeros y señores que le seguían. A la mañana Baliñí,
para hacer saber cómo estaba dentro el de Retelois y que no era muerto, como
se publicaba, envió un trompeta con color de rescatar el médico del príncipe,
preso entre [332] los demás, y una haca de monsieur de Busí, ayo del de Re-
telois, estropeado de una pierna, tal, que no podía andar sino en ella. Ambas
cosas envió el conde y súpose después que el llamar al médico no había sido sin
causa, por haberse ofendido el príncipe una pierna de una caída, y de aquello
y de la alteración en tan tierna edad, que no pasaba de quince años, habérsele
encendido una gran calentura.
Holgóse mucho el conde con este suceso y más cuando supo con certi-
dumbre que no habían sido ciento los que habían podido entrar en la villa; y
discurríase que la entrada de aquel príncipe había por ventura de ser ocasión
de otro suceso como el de Dorlán o de pensarlo muchas veces antes de aguar-
dar un asalto; mas por otra parte sintió, como era razón, que no se hubiese
ejecutado su orden, enviando infantería a las puertas, como lo había preveni-
do y mandao a monsieur de Rona, con quien se dolió de aquel descuido, que
realmente lo fue, aunque no faltó quien lo atribuyese a otra causa. Lo cierto es
que, si la infantería se enviara, no se escapara el príncipe ni uno tan sólo de su
tropa. Éste fue el suceso de la entrada deste socorro, sin añadir ni quitar cosa,
por más que César Campana diga que se le escaparon de las manos «a Carlo
Columbo por voler usar tropa cautela»; y lo mismo, aunque español, Antonio
de Herrera279, que es harta lástima. De lo que dice un autor moderno francés,
llegó a ser secretario de Vespasiano Gonzaga, luego virrey de Navarra. Éste le recomendó
Las Guerras de los Estados Bajos 505
a Felipe II, que le otorgó el puesto de historiógrafo de Indias (el primero) e historiador de
Castilla. Entre sus obras figuran Historia de lo sucedido en Escocia e Inglaterra en quarenta
y quatro años que vivió la reyna María Estuarda (Madrid, 1589), Cinco libros de la historia
de Portugal, y conquista de las islas de los Açores, 1582-1583 (Madrid, 1591), Historia de lo
sucedido en Francia, 1585-1594 (Madrid, 1598), Historia general del mundo del tiempo del
rey Felipe II, desde 1559 haste su muerte (Madrid, 1601-1612, 3 vols.), Historia general de
los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del Mar Océano (Madrid, 1601-1615,
4 vols.), Tratado, relación y discurso histórico de los movimientos de Aragón (Madrid, 1612)
y Comentarios de los hechos de los españoles, franceses y venecianos en Italia, etc., 1281-1559
(Madrid, 1624). Ignoro quién sea el autor francés que se menciona más abajo.
506 Las Guerras de los Estados Bajos
280
«Destruir la cortina de una muralla, batiéndola a cañonazos o de otro modo» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 507
que fue una de las felicidades que tuvo en ella el conde, siendo lo grande para
quien ha de hacer una cosa que quien ha de ayudar a ella tenga interés en que
se consiga. Proveyeron también los cuatro mil [335] gastadores ofrecidos,
pero las obras de peligro todas las hacían los soldados, dejándoles a ellos las
fortificaciones, fuertes, redutos y trincheras apartadas; sin embargo, morían
muchos por un granizo perpetuo de cañonazos que arrojaban de la ciudad,
adonde tampoco faltaban municiones y los demás aparejos necesarios, ni los
de dentro en acudir a todo aquello que pudiese mirar a su defensa, con or-
dinarias salidas de día y de noche, en especial la caballería, que casi siempre
escaramuzaba con la nuestra con sucesos indiferentes. En este estado estaban
las cosas y las baterías prestas para jugar dentro de tres días, cuando sucedió
un desmán que hubiera de imposibilitar la empresa, si Dios no tuviera orde-
nado ya el fin de la tiranía de Baliñí.
El rey de Francia (que así llamaremos de aquí adelante a Enrique de
Borbón, por estar ya en este tiempo absuelto del Papa), deseando socorrer a
Cambray, se resolvió a mediado de setiembre en dejar la ciudad de León y
las cosas de la Provenza, a que pensaba dar cobro en mejor sazón, y partirse
con su ejército la vuelta de Picardía, adonde ya el duque de Nevérs y el con-
de de San Pol tenían juntos al pie de cinco mil infantes y mil y trecientos
caballos; y pareciéndole que con los embarazos del campo, que pensaba
llevar en número de diez mil infantes y más de otros dos mil y quinientos
caballos, no podía llegar a San Quintín (donde determinó hacer plaza de
armas) con la prisa que los sitiados de Cambray habían menester, sabiendo
lo que aprietan un sitio los españoles y que había ya veinte días que conti-
nuaban aquél, determinó antes de salir de León enviar delante, con toda la
prisa posible, a monsieur de Vich, gobernador de San Dionís y uno de los
más experimentados soldados de Francia, con orden de que procurase en-
trar en Cambray con alguna gente o con su persona sola, por cuyo medio se
aseguraba de que se alargaría el sitio lo que bastase para poder llegar él des-
pués con las fuerzas necesarias y tratar de socorrer una plaza tan importante.
Llegó monsieur de Vich a San Quintín a los 8 de setiembre y, partiéndose
a los 10, cosa de una hora antes de anochecer con quinientos dragones,
caminó toda la noche y, torciendo el camino sobre la mano izquierda, tocó
arma a nuestros corredores de a caballo, que cada noche batían [336] aque-
llas estradas; los cuales, volviendo a don Ambrosio Landriano, a quien tocó
aquella noche el guardar el socorro con sietecientos caballos y trecientos in-
fantes valones, le advirtieron de cómo el enemigo venía marchando y, según
lo que vieron cargar sobre la mano izquierda, juzgaban que se encaminaba
a querer entrar por la puerta de Seles. Tenía don Ambrosio todas sus fuerzas
preparadas contra la puerta de Cantimpré y, oyendo el aviso, determinó
alargarse de la muralla de la ciudad lo que bastase para poder acudir a la
parte que el enemigo se encaminase, que era la orden que le había dado el
508 Las Guerras de los Estados Bajos
maese de campo general; sin embargo de que, por estar terraplenada la di-
cha puerta de Seles y mandarse los enemigos por un postigo muy pequeño,
un puentecillo incapaz de dos hombres por hilera, parecía y era imposible
que se resolviese a querer entrar por allí golpe de gente, que fue un yerro
grandísimo temerlo. Debía de querer reír el alba cuando, tocando arma
cosa de treinta caballos por la puerta de Seles, acabaron de persuadir a don
Ambrosio a que entraba por allí el socorro; y así, viendo que Carlos María
Visconde, con su compañía de lanzas, quería embestir con ciertos bultos
que parecían hacia Cantimpré, le detuvo con palabras rigurosas, diciendo
que no cerrase sin orden ni le quitase con su valor anticipado la vitoria que
ya tenía en las manos. No dormía Vich entretanto y, pareciéndole –como
fue- que nuestras tropas estaban ya bastantemente persuadidas a que pen-
saba entrar por Seles, cargó de golpe por Cantimpré, por donde entró sin
perder un hombre, dejando burlado a don Ambrosio y a su sobrada cautela.
El conde de Fuentes, al primer aviso de que el enemigo venía, pareciéndole
que la parte de Seles y Cantimpré estaba harto segura con tanta gente, or-
denó a monsieur de Rona que con las compañías de su guardia, a cargo de
don Sancho de Luna, y otras tres de españoles que tenía don Carlos Coloma
en guardia de las trincheras y cuatro compañías de hombres de armas con
el conde de Bosú, tomando por entre la ciudad y el fuerte de Simay, pro-
curase guardar el espacio que había desde el dicho fuerte hasta el de Alonso
de Ribera y las puertas Nueva y de San Sepulcro. Era ya cerca del día y no
se oía ruido ni cosa que pareciese novedad, con que ya se iba persuadiendo
a que el enemigo se debía de haber vuelto, desconfiado de buen suceso;
y a la [337] que comenzó a reír el alba se oyeron solos tres arcabuzazos,
que fueron todos los que se tiraron. De allí a poco, día ya claro, llegaron a
las tropas Juan Lanza y Pedro de Herrera de los amotinados de la Capela,
los cuales contaron el caso, dejando a todos con el debido sentimiento; y,
volviéndose Rona y los que con él iban al cuartel, vieron que los valones se
retiraban al suyo con la presa de todos los rocines que se habían dejado los
dragones y sin un solo prisionero de quien tomar lengua. Éste es puntual-
mente el suceso deste socorro, sentido entonces como era razón y ocasión
después de mucho mayor gloria al conde de Fuentes, y le he querido contar
tan a lo largo por algunas consideraciones en orden a la reputación de la
nación española, pues hasta cierto religioso zaragozano que se puso a escri-
bir estas guerras dice que entró este socorro por descuido de los españoles,
sin haberse hallado en él uno tan sólo, salvo una compañía de arcabuceros
de a caballo, a cuyo capitán la quitó el conde luego sólo porque no había
cerrado sin orden, como lo había querido hacer Carlos Visconde, y la dio al
teniente Gabriel Rodríguez.
Entrado Vich en Cambray, comenzaron a tomar otra forma las cosas,
echándose bien de ver lo que importa en una ciudad sitiada el valor y expe-
Las Guerras de los Estados Bajos 509
riencia de un hombre sólo. Trazó, cuanto a lo primero, una media luna desde
el baluarte Roberto hasta la mitad de toda aquella cortina, asegurándole que
había de ser por allí la batería de veras el ver la poca artillería plantada contra
la puerta de Nuestra Dama; levantó una plataforma entre la dicha puerta y
el castillo o roquela281 de Seles, y, aunque con mucha brevedad comenzaron
a tirar desde ella algunas piezas contra nuestras trincheras, no se hizo, como
se vio después, para aquello sólo, sino para cubrir de nuestra artillería doce
cañones que hizo plantar en contrabatería de las catorce piezas y de las nueve
designadas que habían de batir el orejón y casamata del baluarte Roberto y el
pedazo de cortina por donde se pensaba dar el asalto.
Estaban las cosas en orden y teníala dada ya el conde el día de los 22 de
setiembre para comenzar la batería, cuando, madrugando más la artillería
enemiga comenzó a hacer notable daño en la nuestra; día y medio tiró siem-
pre sin parar y al cabo deste tiempo [338] se hallaron nueve cañones nuestros
desencabalgados y más de cien hombres entre soldados y artilleros muertos y
heridos. No se hizo menor daño en este tiempo con la mosquetería y fuegos
artificiales en todo el ámbito de las trincheras. Voló una mina que se había
hecho por el foso para contra las nueve piezas plantadas contra el orejón del
baluarte Roberto y, aunque por estar mal atacada hizo daño en los enemigos,
con todo eso, hundiéndose el terreno debajo de las dichas piezas, quedaron
del todo sepultadas tres y las demás por entonces inútiles. Con estas dificul-
tades que se iban ofreciendo, al parecer de muchos invencibles, hubo algunos
del consejo que aconsejaban se mudase la batería y por el consiguiente toda la
forma del sitio, que fuera lo mismo que comenzalle de nuevo, alegando que
se había emprendido por la parte más fuerte y que fuera mejor plantar las
baterías por entre la puerta del Santo Sepulcro y el baluarte San Jorge; pero al
fin el conde estuvo firme en no hacer mudanza, confesando el primer yerro,
pero, conociendo por mayor querer, malogrando lo trabajado, mudar de in-
tento con riesgo de reputación y de desanimar los soldados, siendo cierto que
el vacilar en los consejos, aunque sea con probabilidad de mejorarlos, jamás
ocasionó buenos efetos y ser mejor poner todo aquel estudio y diligencia en
vencer las dificultades que sobrevienen que en dejarlas por lo que no se sabe
cuántas terná. Alentó mucho esta resolución la confianza con que prometió
don Agustín volver a reparar con brevedad la batería, en orden a lo cual man-
dó que de ordinario tirasen todas las piezas a las defensas y que se retirase la
artillería de batir hasta que se hiciesen nuevas explanadas, como finalmente se
hizo con trabajo de más de doce días, fabricando ante todas cosas una espalda
capaz de poder curbir por el costado derecho no sólo los quince cañones, sino
también los nueve. Costó esto mucha gente, tal, que comenzaba ya a sentirse
La palabra se forma sobre Rochelle (fr.), en referencia a la famosa plaza fuerte de La Rochelle
281
en el Golfo de Vizcaya.
510 Las Guerras de los Estados Bajos
falta della, por no ser sobrada la que había y tener muchas partes adonde
acudir.
No faltaba durante este tiempo quien murmurase de la empresa, llamán-
dola imposible, temeraria y carnicería de soldados, que este peligro tienen las
resoluciones gallardas, especialmente emprendidas contra el parecer de los
más, en descuento de que solas ellas, aunque [339] no se consigan, no deslu-
cen la fama; pero en tanto que se dilataba el efeto, como el poner las dudas es
dado a casi todos y el resolverlas a solos los entendidos, murmuraban, dicien-
do que no faltaba ya sino que acabase de llegar el rey de Francia y de entrar
el invierno para hacer levantar aquel sitio vergonzosamente. «No se atrevió el
duque de Parma, decían, a emprenderlo, no teniendo a Francia por declarada
enemiga, y ¿parecerle ha al conde de Fuentes que puede contrastar con tantas
dificultades y ganar por fuera una ciudad tan grande y tan bien defendida?
El tentar hasta aquí el ánimo de sus naturales parece que tiene disculpa, pero
¿qué se puede esperar ya de quien ha querido más llevar el yugo abomina-
ble de un tirano que remediar con sólo quitarle la vida, o por lo menos la
obediencia, su propia ruina, que, vencido o vencedor, Baliñí se les apareja?
Han dejado por el espacio de dos años quemar delante de sus ojos sus aldeas,
sus granjas y sus quintas por ser franceses, sin que les quede otra esperanza
para remedio de tantos males que la recompensa de haberlos padecido por
el rey de Francia, y ¿querrán acabarlo de perder todo haciéndose españoles y
confesando que lo son por fuerza? Si no, pregunten de uno en uno a cuantos
estamos aquí a quién se deberá la redución desta ciudad cuando demos que la
entreguen hoy o a su resolución o a nuestras fuerzas?» No eran pocos ni des-
validos los que tenían estas pláticas y, deseando el conde saber con resolución
el parecer de cada uno, juntando el consejo, propuso con elocuencia militar
el caso, deseando que los proprios que introducían las dificultades antepu-
siesen también los remedios, ahora fuesen a costa de dineros o de trabajo,
y aun de sangre. Discurrióse con varios pareceres, como costumbre, sin que
en todos ellos hubiese uno tan sólo que propusiese levantar el sitio; sólo se
diferenciaban en el modo de conducir al deseado fin una empresa tan ardua
y de tanta importancia; y, porque el coronel Barlota facilitaba más el asalto
por su parte, deseoso de adquirir honra a la infantería valona, que a su orden
(aunque todos debajo de la de don Agustín) tenía en el puesto de las trin-
cheras por donde habemos designado, se le dieron otras cuatro piezas más,
con que le quedó una batería formada de diez cañones. Mandóse hacer otra
surtida casi en frente del orejón del [340] baluarte Roberto y encargóse a don
Alonso de Lerma. Envióse por más gente a las guarniciones y por cantidad
de burgueses para ocupar los fuertes y redutos que embarazaban a más de dos
mil valones, soldados pagados y bonísimos para expugnaciones de tierras, si
tienen cabezas de valor. Encomendóse el guardar el socorro de noche, que
era lo que más cuidado daba al maestro de campo don Gastón Espínola, con
Las Guerras de los Estados Bajos 511
con tanta priesa que de la artillería en fuera que envió delante a Zuften, dejó
pegado fuego a todos los pertrechos de guerra y sus vivanderos en poder de la
gente católica con los bastimentos que habían juntado allí para muchos días.
Mondragón, avituallado Grol, siguió al enemigo hasta que le vio seguro y
para quitarle la esperanza de emprender otra cosa puso su campo dando las
espaldas a Rimbergue, para por medio de aquella villa y del Rin asegurar las
vituallas y estar a la mira de lo que el conde Mauricio pudiese intentar. Mau-
ricio, que había ofrecido al francés entretener aquel ejército católico de allá
del Rin, imposibilitándole de poder socorrer al conde de Fuentes, levantando
el suyo se vino a poner dos leguas de Mondragón, más arriba de Wesel, en el
villaje de Blislique, dejando entre los dos campos el río Lipa, vadeable enton-
ces por la sequedad del verano.
Muchos días se estuvieron a la mira estos dos ejércitos sin intentar [342]
cosa de consideración, fuera de algunas leves escaramuzas entre los corredo-
res y gente desmandada, y finalmente a los primeros de setiembre hubo una
digna de escribilla con todas sus circunstancias, y pasó así. Avisado Mauricio
de que el campo católico comenzaba a padecer de forrajes y que le era forzoso
enviar por ellos a dos y a tres leguas de los cuarteles, pensó dar una mano a la
escolta, para cuyo efeto mandó al conde Felipe de Nassao, su primo, general
de la caballería rebelde, que con ochocientos caballos lo intentase. Pasó la
Lipa el conde Felipe al alba del día de los 2 de setiembre y, emboscándose
en lugar cómodo, envió cincuenta caballos a tocar arma por otra parte, con
intento de dividir la escolta que había salido con los forrajeros, en número de
trecientos infantes y ciento y cincuenta caballos y dar él después de golpe so-
bre la caballería y gente desmandada. Fue avisado Mondragón de que el ene-
migo pasaba la Lipa con sola caballería y, saliendo a la plaza de armas, mandó
reforzar la escolta con otros trecientos infantes españoles; y a don Juan de
Córdoba, que con el mayor número de caballos que pudiese saliese en busca
del enemigo, ordenándole que no se volviese sin verle la cara. Halló don Juan
el arma muy viva que tocaban los forrajeros y a muchos que volvían huyendo
dando por rota la escolta y, persuadido él también a ello, echó de vanguardia
al conde Enrique de Bergas con su compañía de corazas y la de arcabuceros
del capitán Butbergue, siguiendo él con las demás compañías al trote. Es
todo aquel país muy poblado de bosques y entre unos y otros hay praderías y
llanuras acomodadas para venir a las manos gente de a caballo. Entrando en
una déstas el conde Enrique, descubrió la vanguardia enemiga que salía del
otro bosque frontero, tal, que ni unos ni otros pudieron conocer las fuerzas de
sus contrarios; dieron su carga los arcabuceros católicos y, tomando la vuelta,
como acostumbran, sobre la mano derecha, cerró el conde Enrique con los
corredores y tras ellos con la dicha vanguardia, que comenzó a pelear valerosa-
mente. Habíase adelantado demasiado de las otras tropas el conde y, cargán-
dole los holandeses, le traían a maltraer, cuando acudió don Juan de Córdoba
Las Guerras de los Estados Bajos 513
282
Sacre. «Un arma de fuego que es el cuarto de culebrina y tira la bala de cuatro a seis libras»
(Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 515
La figura se presenta por Coloma como prototipo de la domina bellatrix, topos de la litera-
284
tura desde la clásica hasta la renacentista. Para dicha figura en los textos contemporáneos a
Coloma, ver el estudio clásico de Bravo Villasante.
Las Guerras de los Estados Bajos 517
285
Militarmente se entiende como «conjunto de piezas de artillería» o «fortificación para po-
ner a cubierto piezas de artillería» (DRAE).
518 Las Guerras de los Estados Bajos
para salir, que no podía ya excusarse. Pedían también término de seis días
para que dentro dellos pudiesen darle socorro, si se hallaban con comodidad
de poderlo hacer. Respondió el conde que, como le aseguraban de que su rey
había de emprender el socorrellos, les concedería no solamente seis días, sino
muchos más; sin embargo, para que viesen que no andaba escaso en negocio
de que estaba tan seguro mediante el favor de Dios, les concedió el tiempo
que pedían. Era muy grande la fama de las riquezas de Baliñí, por cuyo cebo
no faltó quien deseara otra respuesta más resoluta y que las cosas se redujeran
a la fuerza, mas, considerándolo el conde con su prudencia, tomó el partido
más seguro, deseando por otra parte estar desembarazado por si el rey de
Francia quería verse con él, como decían que lo venía publicando, y que se
hallaba ya con grueso ejército en Chalón, en Champaña; deseaba a la verdad
el conde acabar con aquella empresa y parecíale menor la dilación de seis días
que quince, y por ventura más, que había de gastar en ganar la ciudadela, a
más de los accidentes que podrían traer consigo el tiempo y la pertinacia, o
sea constancia, de aquella gente militar y desesperada.
[350] La tarde misma de los 2 de otubre salieron cuatrocientos esguíza-
ros, que se rindieron en la ciudad, a quien acompañó don Carlos Coloma
con quinientos caballos hasta dejallos a vista de Perona. Capitulada, pues, la
dilación de seis días, el príncipe de Retelois y los señores de Baliñí y Vich avi-
saron al duque de Nevérs, y el conde entretanto tuvo su ejército en escuadrón
frontero del fuerte de Simay, a las avenidas de Francia, que, sin cuatro mil
infantes que guardaban la ciudad, llegaba al número de diez mil y cerca de
tres mil caballos, deseoso de que el enemigo se resolviese a socorrer el castillo,
si bien, considerando el estado de las cosas, no era creíble. Pasados los seis
días y llegada a los franceses la orden de salir, se trató de las capitulaciones y
se concluyeron las más importantes en esta substancia.
Que la entrega del castillo y ciudadela de Cambray, con toda la artillería,
municiones, bastimentos, hiciese otro día lunes, a 9 de octubre, dando un día
más a los franceses para acomodar sus cosas y mirar por la salud de madama
de Baliñí, que se iba muriendo.
Que saliesen todos los franceses de a pie y de a caballo en tropas y escua-
drones, con todas sus armas y banderas, y mandaría el conde restituílles todos
los caballos que se les habian tomado en la ciudad, aunque fuese menester
pagallos a quien los tenía.
Prometió el conde que dentro de seis días sacaría la guarnición del castillo
de Clerí, con tal que viniesen franceses a desmantelallo a su costa.
Otros algunos capítulos se establecieron, tanto a favor de los ciudadanos
como de los franceses, que los dejo por ser de menos importancia.
No se movieron en todos estos días de la plaza de armas los escuadrones,
sin embargo de la familiaridad y conferencia ordinaria que había en la ciudad
entre españoles y franceses; en prueba de lo cual envió muchas veces el conde
Las Guerras de los Estados Bajos 519
286
Recordemos que el ejército español en Flandes se caracterizó, pese a sus deficiencias, por la
atención médica prestada a los soldados, en particular en el afamado hospital de Malinas
(Mechelen). Ver un estudio concienzudo de las prácticas médicas en campaña durante
esta época (y posteriores) en Espino López. Solía, sin embargo, haber un solo cirujano por
tercio, mal pagado por lo general, a cargo del cuidado de la tropa y de las prostitutas de la
misma.
520 Las Guerras de los Estados Bajos
287
Lier (francés Lierre) pertenece a la provincia de Amberes y comprende Lier y la ciudad de
Koningshooikt. Coloma silencia que aquí, en 1496, se produjeron las nupcias entre Felipe
el Hermoso y Juana de Castilla. Para un mapa que muestra las fortificaciones antiguas, ver
http://en.wikipedia.org/wiki/File:Lier,_Belgium_;_Ferraris_Map.jpg.
288
Se notará que son muchas (5) las veces que Coloma describe escenas de asedios, escaramu-
zas, ataques o retiradas en que los soldados se ven obligados a tener «el agua a la cintura».
522 Las Guerras de los Estados Bajos
eran acometidos, le tuvo el enemigo para volver a arrimar las escalas, subir a ella
y abrir de par en par la puerta, por donde al punto entraron de rondón todos
los infantes y caballos. Visto por don Alonso entrada la villa, determinado de
morir en su defensa, hizo con la brevedad que el caso pedía atrincherar la boca
de la calle que entra en la plaza con toneles, colchones, vigas, puertas y cuanto
les vino a las manos. Todo lo que los enemigos tardaron en ganar esta trinchera
y en caer en que cruzando por otras calles podían coger a los defensores por las
espaldas, tuvo don Alonso tiempo para hacer ocupar por sesenta soldados de los
que habían ido acudiendo a la plaza la puerta que va a Amberes y comenzarla
a fortificar. Aprovechó mucho la codicia de los holandeses, porque, mientras se
ocupaban en saquear las casas y hacer otras desórdenes de las que en semejantes
casos se acostumbran, contra el principal cuidado que se ha de tener, entrando
finalmente el gobernador de Breda en la plaza, [355] antes que tuviese tiempo
de juntar a los demás y hacer escuadrón, rompió don Alonso por ellos con cosa
de cuarenta soldados que le seguían y con pérdida de sólo tres llegó a la puerta
que se fortificaba, dando ánimo a los suyos y cobrándole él de nuevo viendo su
buena diligencia. No fue perezoso don Alonso en acabar de fortificarse lo mejor
que pudo ni en enviar a pedir socorro a las ciudades de Amberes y Malinas, tal,
que una hora el sol salido se supo en ambas partes el peligro en que se hallaba
aquella villa. Y ésta fue la primera nueva que llegó a Cambray.
El gobernador de Breda, entretanto, recogidos hasta seiscientos hombres
(que juntarlos a todos fue imposible por estar mucha parte dellos borrachos y
gozando de la vitoria antes de tenella, que es bien peligrosa confianza), dio un
asalto a la puerta y, viendo que en lugar de hacer daño le recibía, determinó
írsele arrimando rompiendo casas y plantarles tres sacres289 que se hallaron en
la muralla para batir con ellos las defensas débiles de don Alonso, que sólo eran
toneles vacíos y algunas vigas y tablas que sacaron del cuerpo de guardia. Ti-
ráronse cosa de veinte tiros, valiéndose de piedras en lugar de balas, con muerte
de cuatro de los nuestros. Volvióse con esto a dar otro asalto en vano, tras el cual
salieran de buena gana los pocos soldados que quedaban, si no los detuviera
don Alonso con asegurarles la vitoria si se estaban quedos. Fue gran suerte y
particular advertencia la de don Alonso en mandar al principio de todo a su
sargento Diego Mateo que llevase a la puerta un falconete290 y dos barriles de
pólvora que estaban de respeto en el cuerpo de guardia y cantidad de balas, con
que se hacían gallardos tiros en los enemigos desmandados, los cuales, en lo res-
tante de la noche y en las horas del día que les duró estar en Liera no dejaron de
cometer desorden ni maldad alguna. La mujer de don Alonso, señora principal
289
«Arma de fuego, que es el cuarto de culebrina y tira la bala de cuatro a seis libras» (Dicc.
Aut.).
290
Falconete. «Término de artillería. Especie de culebrina que arroja bala de dos libras y media
y se llama también octavo de culebrina» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 523
291
Se refiere al «Ayuntamiento», aquí usando la traducción literal de hôtel de ville en francés.
524 Las Guerras de los Estados Bajos
292
Es un felipe talar. El nombre proviene del thaler alemán (moneda grande de plata que
circuló en Europa Central a finales del siglo XV). El thaler (creada como substituto del
florín de oro) fue una moneda originaria del Tirol en 1484, aunque la primera stricto sensu
nombrada como tal procedió de Joaquim Thaler en Bohemia (1518). Fue tan popular su
empleo durante el siglo XVI, que estas monedas grandes de plata se acuñaron en otros
países de modo similar, con varias denominaciones derivadas de dicho nombre.
526 Las Guerras de los Estados Bajos
293
Argumento: Venida del archiduque Alberto al gobierno de los Países Bajos. Suceso del sitio
y toma de Calés por el archiduque. Gana Mos de Rona los castillos de Guines y Hames.
Y su alteza a Ardres. Sitia y toma el rey de Francia la Fera. Tómase el castillo de Caumont.
Pónese el archiduque sobre Hulst; refiérense los sucesos de aquel sitio y toma de la villa y
fuertes vecinos suyos. Páganse los amotinados de Tilimont y la Capela. Suceso entre el mar-
qués de Barambón y el marichal de Birón. Otros dos entre la caballería católica y rebelde.
Provisión de los castillos de Amberes y Cambray. Reformación del tercio de don Agustín
Mesía y provisión de otros dos.
Las Guerras de los Estados Bajos 527
verdad– que se hubiera perdido aquella plaza veinte días antes, si no entrara
él en ella. Habló Baliñí tan confiado de volverse a introducir en Cambray
por medio de sus amigos y de ciertas inteligencias que dejaba entabladas,
que se apaciguó el rey por entonces y poco después le confirmó el cargo de
mariscal de Francia, casándole con una hermana de la duquesa de Beaufort,
su amiga, como se ha dicho, tal era el artificio y traza de aquel hombre. Y en
efeto, no dejó de cumplir su palabra en alguna manera, mas, apercibiéndose
para ejecutar su intento, fue avisado don Agustín y desbarató su designio,
castigando con pena de muerte a los culpados. Hallábase el rey de Francia
al fin del año pasado en Picardía con un ejército de diez mil infantes y buen
golpe de caballería, deseando no estar ocioso y hacer alguna empresa que en
su tanto pudiese equipararse a la pérdida de Cambray; puso su campo sobre
la Fera, villa de las más fuertes de Francia por estar situada casi toda en una
laguna, a cuya causa, desconfiando de ganarla por fuerza, determinó ponerle
sitio a lo largo, con fuertes, redutos y trincheras, todo para quitarle el socorro
de vituallas.
Hallábase el seneschal, gobernador de la plaza, y don Álvaro Osorio, de la
gente de guerra, con cosa de mil infantes y docientos caballos de guarnición
y con vituallas para tres meses a lo largo, aunque el uno y el otro hacían todo
lo posible para avituallarse para más tiempo; y desde luego aligeraron las bo-
cas inútiles, comenzando desde el primer día a tasarse el pan desde el mayor
al menor, cosa que ocasionó grandes provechos y que debe hacer cualquier
prudente gobernador de una plaza en semejantes casos.
Supo el conde de Fuentes casi a un mismo tiempo el intento del francés
y con puntualidad el número de bastimentos que había en la Fera y el de la
gente que se había de sustentar con ellos; y, cuidadoso de aquella plaza, man-
dó a Jorge Basta (que acababa de llegar de la guerra de Hungría con licencia
limitada del emperador) que, arrimándose a la frontera de Francia con toda
la caballería de los presidios, que pasaba de ochocientos caballos, aguardase
alguna buena ocasión de meter socorros de bastimentos, en que, a más deste
provecho, se seguía otro de mayor importancia, que era tener cuidadoso al
enemigo, obligándole antes a mirar por sí que a divertirse a otras empresas,
especialmente a ir a encontrar al archiduque, como se temía, y más con la
comodidad que le daba el tener a Metz de Lorena donde recogerse y todo
aquel país, tan aparejado para emboscadas y tan su devoto. Jorge Basta, desde
Chatelet, donde estaba, inquietaba todos los días al enemigo, tocándole con-
tinuamente arma por diferentes partes; y, cuando vio buena ocasión, ejecutó
el principal intento con la felicidad que veremos.
A los 4 de enero murió en el castillo de Amberes el coronel Cristóbal de
Mondragón, a los noventa y dos años de su edad, de los cuales asistió más de
los cincuenta en los Estados de Flandes, conservando todos ellos una nobilí-
sima opinión de valeroso soldado y diestro capitán; por maravilla se hizo cosa
528 Las Guerras de los Estados Bajos
294
El aguerrido (y fanfarrón a veces) soldado vizcaíno se hará prototípico en la literatura de la
época. Por ejemplo, Marcela, enamorada de Chavarría, soldado de los tercios de Flandes,
dice en la primera jornada de Los españoles en Flandes de Lope de Vega: «Quedo, y con me-
nos mohína, / que, si ansí me has de tratar, / quien sufra puedes buscar / tu cólera vizcaína»
(Cortijo Ocaña ed.).
Las Guerras de los Estados Bajos 529
295
Remite al holandés vrijbuyters (piratas o bucaneros), que designa a «piratas, bucaneros o
simplemente asaltadores de caminos y ladrones»; los primeros tendrán más tarde un papel
activo en la piratería caribeña.
530 Las Guerras de los Estados Bajos
296
Justo Lipsio (Joest Lips, Justus Lipsius, 1547 Overijse [Brabante] – 1606 Lovaina) es un
filólogo y humanista que vivió en los Países Bajos españoles. Fue uno de los eruditos más
famosos del siglo XVI, del que se ha podido decir que con Scalígero y Casaubón formó
un triunvirato literario. Se formó en los jesuitas de Colonia y en 1579 comenzó a enseñar
historia en la recién creada Universidad de Leiden. Al final de su vida fue profesor de Latín
en la Universidad de Lovaina. Fue el autor de una serie de obras que pretendían recuperar
la antigua corriente filosófica conocida como estoicismo en una forma que fuera compa-
tible con el cristianismo, tomando como modelo de partida la obra del filósofo Séneca
(neoestoicismo). La más importante de dichas obras fue De Constantia. Para su papel como
comentarista histórico, recordemos el trabajo de Serrano y Sanz.
Las Guerras de los Estados Bajos 531
Trevico, con los cuales, y con los napolitanos que tenía repartidos en la Fera y
otros presidios de Picardía, vino después a tener un tercio de más de dos mil
y quinientos hombres. De cincuenta y seis banderas de españoles quedaron
en pie solamente doce, que se agregaron a los cuatro tercios, repartiéndose en
ellos por iguales partes toda la gente de las compañías reformadas y de doce
estandartes de caballos solas tres compañías de lanzas, una de españoles, de
don Gómez de Buitrón, y dos de italianos, de Carlos de Sangro y caballero
Ludivico Melzi, y la de arcabuceros a caballo de don Fernando de Guevara. Y,
con incluirse en ella toda la caballería de ambas naciones, llegada allí de la que
vino de Borgoña, ninguna llegó a cien caballos, inconveniente que se seguirá
siempre que se pasare gente a Flandes en el corazón del invierno.
Entró finalmente el archiduque en Bruselas a los 11 de hebrero, acompa-
ñado hasta allí del elector y de infinita nobleza. Fue muy grande el regocijo
que mostró, en nombre de los Estados obedientes y suyo, aquella nobilísima
villa y declaróse en varias inscripciones, versos y estatuas, en adorno de mu-
chos arcos triunfales y galerías que se hicieron en honra de aquella entrada,
lucida con el recebimiento de la nobleza natural y extranjera que se hallaba
en los Estados y con la que venía sirviendo y acompañando al archiduque. En
llegando dio a don Rodrigo Laso, gentilhombre de su cámara, dos compañías
de caballos para su guardia; una de lanzas y otra de arcabuceros. El cargo
de su caballerizo mayor al conde de Sorá y a los de Aramberg, Eghemont y
Ligne, llaves de su cámara. Publicó también en aquella misma sazón algunas
mercedes que traía del rey para algunos de los muchos que habían servido
hasta allí a Su [367] Majestad con satisfación. Mejoraron de encomienda a
don Agustín Mesía y diéronlas de nuevo a don Diego de Ibarra, don Antonio
de Zúñiga y don Luis de Velasco; y juntamente se publicaron tres hábitos
de Santiago a Manuel de Vega, Juan Jerónimo Doria y don Carlos Coloma.
Diéronse a muchos rentas de por vida sobre Nápoles, Sicilia y Milán, y en
particular una de seiscientos escudos a don Alonso de Mendoza y otra de
otros tantos a don Carlos Coloma, y, aunque en esta repartición fueron más
los que quedaron quejosos que satisfechos, como es costumbre, todavía sirvió
de estímulo a la virtud, en los acrecentados la recompensa y en los olvidados
la emulación.
Vuelto el elector a Lieja y acabadas las fiestas y cumplimientos, se comen-
zó a discurrir sobre el estado de las cosas antes que se partiese para España el
conde de Fuentes. Y, después de haber tenido sobre ellos varios consejos, se
tomó resolución de socorrer a la Fera, echando de ver lo que convenía que
su alteza entrase con buen pie en aquellos Estados y no dejando perder ante
sus ojos una plaza de tanta consecuencia, en que tanto podía interesarse su
reputación. Húbose con esto de dilatar el pagamento de los motines de Tili-
mont y la Capela algunos meses, empleando en levas de gente y en las demás
prevenciones necesarias para formar un ejército gallardo el dinero que venía
532 Las Guerras de los Estados Bajos
297
La expansión marítima inglesa data de la época de Isabel I y tiene como escenario crucial el
dominio del Atlántico y el acceso a América (el Caribe en especial, y la costa noratlántica de
América). La derrota de la Invencible en 1588 supuso un aliento considerable a este deseo
y propició el aumento de la ayuda (militar, terrestre y marítima) a los rebeldes holandeses.
Para el desarrollo de la piratería inglesa, ver el interesante libro de D. Alcedo Piratería y
agresiones de los ingleses (Madrid, 1883). Isabel I, sin embargo, se justificaba (oficialmente)
con cortinas de humo como By the Queene. A proclamation to represse all piracies and depre-
dations vpon the sea (Imprinted at London: By Robert Barker, printer to the Queenes most
excellent Maiestie, 1601 [i.e. 1602]). Jacobo I también legisló que dichos piratas (ingleses)
quedaban fuera de su amparo en vista del tratado de paz con España: By the King whereas
the Kings Maiestie hath alwayes bene ready to imbrace and cherish such a perfect amitie be-
tweene him and the king of Spaine... (Imprinted at London: By Robert Barker, Printer to the
Kings most Excellent Maiestie, Anno Dom. 1605).
534 Las Guerras de los Estados Bajos
al inconveniente de Lau, como eran Perona, Han, San Quintín, Guisa y otras.
Mirábase el designio de los alojamientos del francés tan bien fortificados,
[370] que quitaba la esperanza de poderlos penetrar sin peligrosa dilación
y conocido trabajo y hasta la misma fortaleza de la plaza, y el estar rodeada
por todas partes de agua causaba nueva imposibilidad de meter el socorro;
porque últimamente, haciendo los franceses ciertas calzadas entre el villaje de
Jarnier y la villa, y deteniendo con ellas el curso del río Oise, empantanaron
todos los campos de alrededor para tener menos partes que guardar, y ésas
más apartadas del artillería de la villa. Con que el capitán Pedro Gallego, que
la tenía a su cargo, les hacía mucho daño, pensando también por este medio
anegar la tierra, quitar el uso de los molinos y la vivienda de las casas, y fue
milagro no seguirse mayor daño; porque, si viniera de noche la inundación,
como vino de día, se perdieran todos los bastimentos, que, al fin, andando los
sitiados siempre con el agua a la rodilla, los pudieron retirar a lugares altos,
para cuyo remedio hizo don Álvaro una salida con quinientos hombres, y, a
pesar del enemigo, a quien mató más de cien franceses, abrió una cortadura
por donde desaguó mucha parte del agua; reparándose luego dentro con toda
brevedad, de suerte que, aunque después la volvió a cerrar el enemigo, no
subió el agua con tres pies tanto como antes. Sin embargo, pues, destos in-
convenientes que se representaban y del peligro a que se ponía aquel ejército,
sin dejar otro a las espaldas (cosa que debe hacer cualquier prudente capitán
que se resuelve a entrar en reino extraño), la última resolución fue socorrer
a la Fera, no reparando en los daños representados por la opinión contraria,
aunque fundadamente, sino (viendo cuán imposible es hallar consejo que
carezca dellos) conocer que los había menores en el peligro del socorro que
en la pérdida de no intentarle, siendo oficio de la prudencia no pretender
resoluciones totalmente libres de inconvenientes, que eso es imposible, sino
escoger la que tuviere menos. Para poder de una vez hacer este socorro y de-
jar proveída esta plaza por mucho tiempo, se mandó llevar gran cantidad de
bastimentos a las ciudades y villas de la frontera, hacia donde se comenzó a ir
encaminando todo el ejército, que constaba de diez y seis mil infantes y más
de dos mil caballos ligeros; es a saber, cuatro tercios de españoles, en que po-
día haber cinco mil, inclusos trecientos arcabuceros que se sacaron de los cas-
tillos; [371] el tercio del marqués de Trevico de mil y quinientos italianos; mil
borgoñones altos del marqués de Barambón; mil irlandeses de Estanley; seis
mil valones de La Barlota, Grisón, Busquoy, Fresín y la Coquelá, inclusas tres
banderas fuera de regimiento, levantadas en el país de Artois; la resta hasta el
dicho número contenían los regimientos de alemanes del conde Vía y coronel
Tessilinghen. Era todo infantería vieja y gobernada por cabezas de mucho
valor y experiencia. La caballería constaba de las lanzas españolas de don Am-
brosio Landriano, de Juan de Cardona, don Carlos Coloma, don Francisco
de Padilla, don Sancho de Luna, don Juan de Bracamonte, don Gómez de
Las Guerras de los Estados Bajos 535
298
Se traduce la expresión típica latina (de gran uso en Livio y otros historiadores) magnis
itineribus confectis («a marchas forzadas»).
538 Las Guerras de los Estados Bajos
de San Omer y de allí a Calés, lo hizo, dejando a Montrull tan bien proveída
de gente, que se supo haber dejado casi sola la ciudad de Boloña la infante-
ría de aquella guarnición por acudir a lo que parecía más peligroso, que fue
otro nuevo provecho, pues sin esta diversión pudieran desde Boloña, distante
solas ocho leguas de costa de mar de Calés, meter de noche en barcas golpe
de gente y dificultar aquella empresa por muchos días, que en los sucesos
prósperos vienen a ser de provecho hasta las resoluciones casuales. Calés, una
de las más principales y fuertes villas de Francia, aunque no grande, rica de
trato y comercio con casi todas las provincias de Europa, está situada en el
Canal de Inglaterra, frontero de la villa de Dobra, de quien dista nueve le-
guas. Comprendíase en el espacio de tierra que Julio César pone a los pueblos
morinos y al puerto Hircio299. Es su territorio un ramo de la Baja Picardía,
que, corriendo por entre el límite septentrional del condado de Artois y parte
del de Flandes y el mar Británico, espacio de seis leguas de latitud y veinte y
cuatro de longitud (que tantas hay desde Estaples a Gravelingas), encierra en
sí el país de Boloña Marítima (así la llaman los franceses, a diferencia de la
de Italia), el país de Ardrés y los condados de Hame, Guines y Oye, adonde
parte términos con Gravelingas. Poseyeron este pedazo o nesga de tierra los
ingleses, con todas sus plazas marítimas y mediterráneas, espacio de docien-
tos años, a pesar de la monarquía francesa, y, aunque por discurso de tiempo
fueron perdiendo todo lo demás, conservando a Calés por baluarte fortísimo
de las costas inglesas y por oprobio y afrenta del nombre francés, con quien
tuvieron crueles y porfiadas guerras, hasta que, aguardando ocasión acomo-
dada Enrique II, rey de Francia, y arrojando con increíble celeridad al duque
Francisco de Guisa y un poderoso ejército apoderado del Risbán, que es la lla-
ve del puerto, y hallando [376] a los ingleses con más confianza que fuerzas,
se la sacó de las manos en muy breves días, acometiendo por el castillo. Dio el
gobierno desta plaza Carlos IX, hijo de Enrique, al señor de Gordán, soldado
de valor y antigua experiencia, el cual, hallándose encastillado en ella al prin-
cipio de las guerras civiles dio en conservarse neutral, aunque con nombre
y ejército católico. Deseó Enrique III sacarle de allí y no pudo, ni estaba en
tiempo de hacerlo por fuerza; y así, para más obligalle, le confirmó otra vez
en el gobierno con gracia de poderlo dejar a un sucesor a sola su elección.
Habían comenzado los ingleses, en la parte occidental de la villa, un castillo
de cuatro grandes baluartes, el cual, acabado y fortificado más que mediana-
mente por monsieur de Gordán, servía de freno a lo restante de la villa y por
su camino a todo el reino, y créese que en aquellas largas distribuciones del
comendador Moreo le alcanzó buena parte. Murió el año de 1593 y en su tes-
tamento nombró por sucesor en su gobierno, tenido por el mejor de Francia,
299
En sus Comentarios a la Guerra de las Galias. Coloma se equivoca, pues se trata del portus
Itius (hoy Boulogne), desde donde partió la segunda expedición de César a Inglaterra.
Las Guerras de los Estados Bajos 539
300
«Viento sudeste» (DRAE), del cat. xaloc.
301
El lebeche es el viento sudoeste en el Mediterráneo.
302
Viento maestral es el «que sopla por la proa o de la parte adonde debe dirigirse el buque por
alguno de los rumbos próximos, de modo que no pueda caminarse directamente al rumbo
o en la derrota que conviene» (DRAE).
303
El gregal es el «viento que viene de entre levante y tramontana, según la división que de la
rosa náutica se usa en el Mediterráneo» (DRAE).
540 Las Guerras de los Estados Bajos
304
«Bahía, ensenada, donde las naves pueden estar ancladas al abrigo de algunos
vientos» (DRAE).
542 Las Guerras de los Estados Bajos
fue notable destrozo para sólo un tiro. Otro se llevó toda una hilera de gente
de la que se iba juntando para dar el asalto y en ella el capitán Pedro de los
Ríos, que lo había sido de infantería alemana. Apercebida la gente para el
asalto, que fueron los españoles de don Alonso y gente escogida de las nacio-
nes que le acompañaban, envió a suplicar don Luis de Velasco a su alteza que
se sirviese de detalle arremeter, pues podía hacerlo en la baja marea; mas,
como lo que deba más cuidado era la defensa de la barra, sólo se le concedió
que pudiese enviar algunas compañías de su tercio, y lo mismo al coronel La
Barlota (como lo hicieron al comenzarse el asalto), ordenándoles que entre-
tanto asistiesen ellos con particular desvelo a impedir la entrada a los navíos
que se venían acercando. Era ya puesto el sol cuando se acabó del todo de
retirar el agua, dando lugar a que se pudiese ir al asalto, al cual arremetieron
los españoles del puesto de don Alonso, seguidos de la gente del de don Luis,
y, tras no mucha resistencia, entraron en el burgo con poco daño de ambas
partes, por tener los enemigos la retirada cerca y ponerse con tiempo en salvo;
dejaron, con todo eso, puesto fuego a las casas, por medio de cuya luz de la
muralla de la villa herían y mataban a los nuestros, especialmente a los que
procuraban apagar el fuego y atrincherarse. Alojóse toda la gente en el burgo
aquella noche y con ella monsieur de Rona y don Alonso de Mendoza. Veni-
do el día, Cristóbal Lechuga y Mateo Serrano y el capitán Lamberto, tinientes
de la artillería, comenzaron a hacer explanadas para seis cañones que habían
de batir la muralla de la villa y la noche siguiente se plantaron, con tanto te-
rror de los franceses, que a los primeros cañonazos se retiraron y, en siendo de
día, comenzaron a parlamentar, saliendo para ello un capitán en nombre del
gobernador y del magistrado. Pidió seis días de tiempo y, no concediéndoles
una hora, amedrentados ya y temerosos del saco, capitularon que se pudiesen
[381] retirar todos los que quisiesen al castillo con sus haciendas, pero sin
tocas a los bastimentos y municiones de guerra, que esto había de quedar al
vencedor. Para poder hacerlo sin peligro se les concedió cuatro horas de tiem-
po, en las cuales dejaron la villa desierta del todo, que al momento la ocupa-
ron los españoles, acudiendo a ella el archiduque, acompañado de toda su
corte, en sabiendo que parlamenteaba también el castillo, con quien se con-
cluyó brevemente, dándoles espacio de seis días, dentro de los cuales, si no
eran socorridos, hubiesen de retirarse a Boloña por mar o por tierra. Dejóse a
elección del gobernador si suspendiéndose, como se suspendían, las armas
durante el plazo, cesaría también todo género de fortificación, tanto de los
españoles como de los franceses, y escogió que entrambas partes pudiesen
hacerlo sin obstáculo, fiándose en la fortaleza de la plaza y en que, dado caso
que les entrase socorro (puesto que no los franceses le esperaban ni los espa-
ñoles le temían), tendrían más comodidad de defenderse. A más de que pare-
cía acción más varonil el hacer algo que estarse mano sobre mano y más te-
niendo dentro más de dos mil hombres a quien hacer trabajar, a los cuales
Las Guerras de los Estados Bajos 543
empleó al momento, haciendo una gallarda media luna frontero de las espla-
nadas que los españoles hacían para plantar su batería y levantando dos plata-
formas en los remates della, desde las cuales con dos contrabaterías, cada una
de diez cañones, pensaba desmenuzar todas las ofensas del archiduque y des-
pués batir en ruina las casas de la villa y hacer desalojar por fuerza a los espa-
ñoles; los cuales y los valones trabajaban con la misma diligencia que si supie-
ran que había de ganarse aquella plaza por fuerza. Y el conde Pachoto, que
hacía oficio de ingeniero mayor, hizo abrir las trincheras tan espaciosas y bien
sacadas como jamás se vieron, y, usando el mismo cuidado el conde de Varas
y sus tenientes, plantaron doce piezas sobre el proprio arcén del foso contra la
cortina diestra del baluarte de la mar, que es el que dijimos que miraba al
gregal, y cuatro contra la casamata que le hacía través, todo tan bien entendi-
do y tan cubierto de cestonadas y otras defensas, que parecía bien haberse
hecho sin contradición alguna. El ver trabajar a los de dentro y a los de fuera
de día y de noche y toda la plaza delante del castillo llena de gente (que a
nadie lo [382] impedían los franceses, como no se arrimasen al foso) y coro-
nadas las murallas de enemigos, representaba más haberse de hacer algún es-
pectáculo fingido de los que se escribe solían hacer los romanos en mar o en
tierra305, que no preparación para un ferocísimo asalto, cual el que se vio muy
presto. El rey de Francia, que, juntados al pie de cuatro mil infantes, sin tocar
a la gente que tenía sobre la Fera y mil y docientos caballos, estaba alerta en
Boloña, avisado de las condiciones con que se había rendido la villa de Calés
y el tiempo que habían tomado los del castillo para aguardar el socorro, vién-
dose sin posibilidad de dársele por fuerza, incitado por otra parte de los de
Inglaterra y Holanda (a quien escocía grandemente aquella pérdida), se resol-
vió en aventurar trecientos hombres y la persona del señor de Campañola,
gobernador de Boloña y soldado de gran opinión entre ellos, dejando lo de-
más al beneficio del tiempo y al efeto que entre tanto haría el hambre en los
sitiados de la Fera; y, escogiendo entre toda su soldadesca la gente más valero-
sa y de mayor confianza, después de haberlos exhortado a morir antes que
volver un paso atrás, los embarcó en la playa de Boloña, con orden de dejarse
hacer pedazos antes que venir a la entrega del castillo. Campañola, navegando
costa a costa, desembarcó dos horas antes del día cosa de media legua del
cuartel de don Luis y, hallando las aguas bajas, atravesó con su gente aquel
pedazo de tierra pantanosa que hay entre el Risbán y el baluarte que mira al
maestral y sin perder un hombre entró en el castillo, habiendo pasado muchas
veces el agua a la garganta y otras a nado los canales y cortaduras. Súpose
después que atravesó casi pegado al castillo de Trevico, de cuya gente no fue
visto ni oído. Tomó el archiduque muy mal este suceso y no dejó de resentir-
305
La referencia es a los juegos circenses, dentro de los cuales se incluían las naumaquias o
combates navales, que también podían hacerse sobre el agua en algún puerto.
544 Las Guerras de los Estados Bajos
ron que lo hizo tan bien Campaña, el cual, con cosa de ciento de los que trujo se
retiró al principio de la segunda arremetida a un torreón fuerte junto al baluarte
que mira al maestral, adonde después se rindió a merced de su alteza. De los
nuestros, fuera de Diego de Durango, hubo otros cuatro capitanes heridos y
dos muertos, Juan Álvarez de Sotomayor, del tercio de don Luis, y Hernando de
Isla, del de don Antonio, que fue sin orden al asalto, como aventurero; murió
también Juan González, cuartel-maestre306 general del ejército y excelente en
este oficio. Media hora o poco más duró el matar y afírmase que llegaron los
muertos del enemigo a dos mil, los seiscientos soldados y los demás burgueses y
gente de las aldeas recogida allí por su daño. El saco fue grande, aunque menor
de lo que se pensaba, por haberse salido del puerto (en viendo ocupado el fuerte
de Niulet) tres navíos con la mujer e hijos del gobernador y llevádose lo mejor
de las alhajas y haciendas de los más prevenidos. Con todo eso, se estimó el saco
de la villa y castillo en trecientos mil ducados, inclusos los rescates. Hallóse en el
castillo mucha y muy buena artillería, municiones de guerra infinitas, gran can-
tidad de sal y unos almagacenes307 capaces de docientas mil hanegas308 de trigo
y en ellos pasadas de cien mil y entre el castillo y la villa más de diez mil botas
de vino. Mucha gente durante el asalto se arrojó por la muralla y dio en manos
de la caballería, que en escuadrones asistía en la campaña, tal, que de muerto o
preso no se escapó ninguno de cuantos se encerraron dentro del castillo. Hacia
la tarde entró en él el archiduque; mandó dar libertad a más de mil mujeres que
estaban recogidas en la iglesia, enviándolas con escolta a Boloña. El cuidado
de las cabezas y estar su alteza tan cerca y viéndolo todo, ocasionó en este saco
mucha más modestia de la que se pudiera esperar, con que, fuera de la primera
furia a sangre caliente, no se hizo cosa que oliese a crueldad o exceso, digan lo
que dijeren los historiadores franceses309; que yo, porque lo vi, lo digo, y dijera
306
El cuartel maestre (o cuartel mastre general) era el «oficial general que se encargaba de
prevenir y arreglar los mapas, planos y noticias instructivas de las circunstancias,
calidad y situaciones del país en que se había de hacer la guerra, y de formar el
plan de batalla y el de la marcha y campamentos del ejército» (DRAE).
307
También aparece como magacín, vale decir, almagacén y almacén. «Es voz tomada del fran-
cés magasin o del toscano magazzino y usada de algunos autores castellanos sin necesidad y
sólo por habérseles pegado ésta y otras voces forasteras por el mucho tiempo que estuvieron
fuera de España» (Dicc. Aut.).
308
Fanega, «medida de capacidad para áridos, que contiene 12 celemines, o 55,5 litros, aun-
que es variable a lo largo de España» (DRAE).
309
Algunos incluso publicaron lindezas de este tenor, en este caso traducida en inglés: Antoine
Arnauld, The Coppie of the anti-Spaniard, made at Paris by a Frenchman, a Catholique.
Wherein is directly proved how the Spanish king is the onely cause of all the troubles in France.
Translated out of French into English (London: Printed by John Wolfe, 1590); del mismo
autor es la siguiente obra, que no hizo sino aumentar el miedo a una conspiración jesuita
para derrocar a Isabel I: The arrainment of the whole society of Iesuits in France, holden in the
honourable court of Parliament in Paris, the 12. and 13. of Iuly. 1594 wherein is laied open to
546 Las Guerras de los Estados Bajos
the world, that, howsoeuer this new sect pretendeth matter of religion, yet their whole trauailes,
endeuours, and bent, is but to set vp the kingdome of Spaine, and to make him the onely mon-
arch of all the west / translated, out of the French copie imprinted at Paris by the Kings printer.
At London: Printed by Charles Yetsweirt Esq., 1594.
Las Guerras de los Estados Bajos 547
más facilidad que a Calés y el tomar a la torre del Orde, que guarda el puerto,
no amenazaba mucho mayor dificultad que la que se tuvo en ganar el Risbán,
todavía el no poderse hacer ya aquella empresa de sobresalto y saberse que,
a más de la gente que el rey había dejado, se esperaban allí por horas mil
ingleses que enviaba de socorro la reina Isabel, parece que prometía mayor
dilación que los días que ofrecían de entretenerse los de la Fera; acabados
los cuales y no dando la disposición de Boloña la comodidad de sitiarse sin
peligro, como Calés, en donde estuvo el ejército cerrado como con llave, era
evidente el riesgo que se corría; y cierto que, ofendidos y celosos Inglaterra y
Holanda, habían de echar el resto por asistir al rey de Francia en cosa donde
no estaban ellos menos interesados que él. Poníase en segundo lugar sitiar a
Montrull, por cuyo medio se podía dejar cortado a todo el país de Boloña y,
poniéndole en contribución, sustentar en aquella plaza quinientos caballos
con que inquietar a toda Picardía; y pareció [388] demasiado lejos, visto que
no convenía apartarse tanto de Calés, que, cuando se le pusiese sitio con fuer-
zas marítimas, como se creía, fuese imposible socorrella antes que el enemigo
tuviese tiempo de ocupar y fortificar los puestos. Y hablábase en esto entre
los enemigos con tanta confianza, que en Inglaterra y en Holanda se hicieron
larguísimas apuestas de que no estaría Calés en poder de españoles tres meses
enteros. En tercer lugar se antepuso el acometer a la villa de Ardrés, plaza
harto fuerte y no hasta entonces ganada en ningunas guerras; y tampoco faltó
quien introdujese dificultades. Decían éstos que, aunque a un ejército tan
grande y tan acreditado no había cosa imposible mediante el favor de Dios,
todavía, considerando lo poco que podían ya sustentarse los de la Fera, pare-
cía temeridad el aventurar una batalla o por lo menos la mengua que causaría
el no poder acabar aquella empresa; siendo sin duda que, desembarazado el
rey de Francia, hallándose, como se hallaba, con ejército igual –y aun supe-
rior- al nuestro, no dejaría perder a Ardrés ante sus ojos sin disculpa, con
tan conocida pérdida de reputación. Añadían los pláticos del país que podía
venir el francés a socorrer a Ardrés siempre por país amigo y llegar a menos
de tiro de cañón de nuestros cuarteles, cubierto con bosques y ayudado de
puestos aventajados y alto, siendo todo aquel valle donde está situado Ardrés
hecho de la naturaleza en forma de retrato310 y la villa en sí colocada en parte
310
Coloma se refiere a la imagen prototípica de los grabados y pinturas de ciudades de la
época, generalmente enfocadas desde un punto alto o eminente. Así por ejemplo las con-
tenidas en el Civitates orbis terrarum, que muestra más de 500 ciudades de Europa, África,
Asia y América, a vista de pájaro, y es una colección en seis tomos de grabados realizados
en su mayoría por Franz Hogenberg y editados por Georg Braun entre 1572 y 1617. En la
obra se muestran más de 500 vistas o mapas de las ciudades más importantes del mundo
conocido a finales del siglo XVI y principios del XVII, a partir de dibujos de la mano de
más de un centenar de artistas de entre los cuales destacan Georg y Jacob Hoefnagel, Jacob
van Deventer, Heinrich Rantzau y Sebastian Münster.
Las Guerras de los Estados Bajos 549
[390] don Agustín; quedó también herido en un brazo La Barlota, que ayu-
daba mucho a don Agustín, y otras personas de cuenta. Abríanse las trinche-
ras la vuelta de una cortina, defendida de dos rebellines, especialmente de uno
que quedaba sobre la mano derecha, que era el de más importancia, hacia la
cual se venían también encaminando los coroneles Grisón y La Coquelá, con
intento de divertir al enemigo y acometerle por allí cuando se diese el asalto
por la batería principal. El día que don Agustín fue a reconocer a Ardrés,
como dijimos, le estaba mirando y contando toda su gente desde los bosques
cercanos el conde de Belín, y, en habiéndose retirado los españoles la vuelta
de Guines, entró él en Ardrés con el regimiento de franceses de monsieur de
Montluc, soldado (aunque mozo) de conocido valor. Con este socorro llegó a
haber en aquella villa pasados de dos mil hombres de pelea, sin los burgueses;
y a esta causa eran muchas las salidas que se hacían, por ser de la parte de
don Agustín el foso casi seco; pero de todas fueron los enemigos rebotados
con pérdida, dado que no dejó de haberla también por nuestra parte. Súpose
al quinto día del sitio por un enemigo que se vino a rendir cómo por la de
los pantanos entraba y salía gente sin dificultad, para cuyo remedio pareció
conveniente apoderarse del burgo, con que se acudía a muchas cosas juntas.
Quitábase cuanto a lo primero los socorros y los avisos; quedaba desembara-
zada la gente del cuartel de don Antonio, el cual, desamparado, siendo, como
era, el más empeñado de todos, se le quitaba al enemigo la ocasión de acome-
telle y de hacerse señor por aquella parte de la plaza de armas, pudiendo ser
ofendido desde el burgo, si se acercaba con artillería, como de lugar eminente
y acomodado; fuera deso, quien fuese señor del burgo lo era del dominio de
la batería, y así, cuanto era peligroso el dar el asalto sin él, era seguro el arre-
meter, teniéndole, con artillería para descortinalla. Era imposible acometer
al burgo por la parte de don Antonio a causa de los pantanos, fuera de que,
emprendiendo el sitio por allí, era necesario hacer la empresa de dos veces,
pues, batido y ganado el burgo, se había de batir también la villa, y las cosas
parecía no daban lugar a tanta dilación. Ésta fue la causa por que se tentó otro
camino casi a la desesperada, comenzando ya muchos a dudar de buen suceso
y a tener por [391] acabado lo de la Fera, que no se dilató mucho. Había casi
arrimado al foso de la villa un camino para entrar en el burgo, usado sólo de
los enemigos cuando querían hacer salida; ése, reconocido algunas veces con
curiosidad por el maese de campo Juan de Tejeda, y últimamente de más cer-
ca la noche de los 14 de mayo, mientras por la parte de los valones se tocó un
arma muy viva a los enemigos, que llamó allá todas sus fuerzas, dio ocasión a
que pidiese al archiduque aquella empresa, y a su alteza a concedérsela. No sé
qué tiene el encargar las cosas de la guerra a quien las aconseja y las traza, que
raras veces se yerran. Fueron, pues, entrando en las trincheras de don Agustín
desde prima noche, que fue la de los 15 de mayo, los soldados que habían
de seguir a Tejeda, en número de seiscientos españoles de todos los tercios y
Las Guerras de los Estados Bajos 551
cuatrocientos valones, cosa que, sentida por el enemigo, causó el efeto que
se pudiera desear, persuadiéndose que se quería tentar algo por alguno de los
rebellines, con que acudió allí todo el golpe de la gente. Ayudó el comenzar ya
a salir tarde la luna y hacer el tiempo lluvioso, con que, guiado Tejeda por un
valón que había servido al enemigo y sabía bien los pasos, se halló con toda
su gente dentro del burgo al punto de la media noche, aunque, sentidos al fin
por el enemigo y vistas las cuerdas encendidas que iban pasando, comenzó a
llover sobre ellos un granizo de arcabuzazos y a salir gente en defensa del pues-
to. Peleóse más de una hora con gran coraje por ambas partes, pero a la postre
cedieron los franceses, muriendo más de docientos; de los nuestros cosa de
veinte y pocos más heridos, entre los cuales sacó una pierna rota Simón Antú-
nez, a quien dio por acompañado el archiduque al maestro de campo Tejeda.
El cual, y los capitanes y demás gente, que hasta número de tres mil hombres
se enviaron para sustentar el puesto, gastaron lo restante de la noche en for-
tificarse contra la villa y cubrirse de la artillería enemiga, como lo hicieron.
Ganado el burgo, se dio la empresa por acabada, y más cuando avisó Tejeda
que, ganando una esclusilla en su puesto, se podía sangrar toda el agua del
foso, como se ordenó que lo hiciese, y lo hizo. Súpose también que una pieza
de las que tiraban a las defensas había muerto al señor de Montluc, cuyo valor
tenía en oficio a los demás; y, pareciendo que había [392] comodidad para
plantar artillería en el burgo (el cual quedó hasta que se rindió la villa a cargo
del maese de campo Tejeda), se trajeron seis cañones de Calés y se plantaron
junto con otros tres que había ya del campo. Eran ya los 22 de mayo cuando
acabó de ponerse en orden la batería principal, que constaba de trece piezas
en dos camaradas, sin otras diez que en varios puestos tiraban a las defensas.
Ya a este tiempo la artillería del burgo había desencabalgado la mayor parte
de las piezas con que el enemigo batía las trincheras, daño irremediable y que
le amenzaba mayor el día del asalto; y así, en amaneciendo el de los 23 echó
fuera el conde de Belín un capitán, que, enviado por don Agustín al archi-
duque, ofreció el entregar la plaza, concediéndosele tiempo competente para
avisar al rey y aguardar su socorro o su resolución. Y no pareciendo conve-
niente el concedérselo, se comenzaban ya a querer batir, cuando volvió a salir
el mismo capitán, diciendo de parte del conde que saldría, concediéndosele
todas las honestas condiciones que se acostumbran, y finalmente lo hizo el
proprio día de los 23 de mayo, que acertó a ser el de la Ascensión, con mara-
villa universal de ver que no hubiese tenido constancia para aguardar siquiera
seis horas de batería311, al cabo de las cuales, y con toda la muralla por el
suelo, es cierto que alcanzaran los mismo partidos. Salieron a las cuatro de la
tarde el proprio día, con el conde de Belín y el gobernador de la plaza, mil y
seiscientos franceses, gente vieja y lucida; y, acompañados de don Ambrosio,
311
Se refiere a la «acción de combatir una plaza o muro» (DRAE).
552 Las Guerras de los Estados Bajos
con la caballería ligera pasaron a Boloña, adonde el dicho Belín fue recebido
con disgusto del rey, tal, que se creyó que le costara la vida. Contentóse al fin
con privarle de los militares y de su gracia, si ya no fue mayor castigo; pero el
tiempo, que lo cura todo (o la necesidad de disimular en aquellos principios
de su reinado), le volvió a ella, encargándole poco después la educación de su
sobrino, y sucesor entonces, el príncipe de Condé312. Proveyó el archiduque
el gobierno de Ardrés en el capitán Domingo de Villaverde y en pago de sus
servicios y de haber asistido con mucho cuidado y valor en todo aquel sitio
a don Agustín; y, dejándole seiscientos infantes de todas naciones y cuatro
compañías de caballos a cargo del capitán Arigoni, levantó el campo a los 25,
tomando la vuelta de San Omer con los [393] designios que veremos luego
en concluyendo con el sitio de la Fera. Quedóle al gobernador Juan de Ribas
la superintendencia de todas aquellas plazas y en la de Calés al pie de dos mil
infantes de guarnición, inclusos cuatrocientos españoles que se metieron en el
castillo, sin tres compañías de caballos que quedaron a cargo de don Sancho
de Luna.
Cuando andaba más vivo el sitio de Ardrés, acabaron de consumir los de
la Fera los pocos bastimentos que les quedaban, sin haber perdonado a los
caballos y a los perros ni a otro cualquier género de cosa que pudiese entrete-
ner la vida. Sin embargo, haciendo de la necesidad virtud, se mostraban más
confiados que antes y parecía que estimaban al enemigo en menos. El cual,
con ocasión de cierto trompeta, envió a decir al seneschal y a don Álvaro que,
pues habían hecho ya lo último de su obligación y posibilidad, no quisiesen
perderse con pertinacia ni obligarle a usar con ellos menos cortesía de la que
merecía su conocido valor. Respondieron que, a imitación de los de Cambray
y otros, no podían dejar de aguardar orden de quien se la podía dar para salir
de allí, aunque entretanto le obligase la necesidad a morir, supuesto que en
este caso sería con las armas en la mano. Concedióles el rey de Francia esta
demanda y, partiendo el capitán Pedro Gallego para el campo, halló al ar-
chiduque en Ardrés, el proprio día que se ganó el burgo; y, representando la
necesidad en que se hallaban, alcanzó licencia para entregar la plaza al francés
con las más honradas condiciones que fuese posible.
Las cuales finalmente se concluyeron a los 16 de mayo y la salida fue a los
22, además de las otras cosas que se suelen conceder a valerosos soldados, el
poder llevar consigo un cañón de batir con todo el atelaje313 necesario para
312
Ver al respecto las Memoires de Condé, ou Recueil pour servis à l’histoire de France, contenant
ce qui s’est passeé le plus mémorable dans le royaume, sous le regne de François II & sous une
partie de celui de Charles IX où l’on trouvera des prevues de l’histoire de M. de Thou: augmentés
d’une grande nombre de piéces curieuses, qui n’ont jamais été imprimées, et enrichis de notes
historique et critiques; avec plusieurs portraits, et deux plans de la Bataille de Dreux, London:
C. du Bosc, 1743. 6 vols.
313
En el sentido de «conjunto de útiles necesario para su manejo» (del fr. attelage).
Las Guerras de los Estados Bajos 553
socorro, aunque con barcas pequeñas. Con todo eso, acabado de persuadir el
archiduque por quien él se sabe (supuesto que con tener buen suceso aquella
empresa ninguno de su consejo se atrevió a darse por autor della), mandó que
monsieur de Rona, con buen golpe de infantería y toda la caballería, pasase el
río Schelde por junto a Amberes y tomase la vuelta de Tornaut en la Campi-
ña, todo a fin de engañar al enemigo, dándole a entender que se pensaba sitiar
a Breda y divertir de Hulst las fuerzas que, en número de cinco mil infantes,
tenía a su cargo el conde de Solm, gobernador de aquella plaza, como suce-
dió, mandando Mauricio que dellos la mitad pasasen a guarnecer las plazas
de Brabante. Consistía toda la esperanza de buen suceso en apoderarse de
cierta isla que, hecha parte naturalmente y parte a mano, tenían muy bien
fortificada los holandeses con fuertes y redutos, como por donde solamente
podían ser acometidos, por ser la más eminente y apta a plantar artillería y
abrir trincheras. Y por que mejor se entienda la forma deste famoso sitio, que
fue de los más reñidos de aquellas guerras, haré una breve descripción, como
acostumbro, de lo que se me acordare del asiento desta plaza.
[397] Hulst, cabeza del país de Vaes, límite oriental del condado de Flan-
des, por donde confina con el ducado de Brabante (el cual en espacio redon-
do de diez y ocho leguas de circuito se encierra entre los ríos Moure, Durme
y Schelde y el brazo de mar llamado, que forma la isla de Zuit-Beverlant, una
de las más famosas de Zelanda), es una villa de pocos más de mil vecinos, rica
por la fertilidad de su terriotorio, por estar a cuatro leguas de Amberes, seis de
Gante y nueve de Bruselas. Cuando en tiempo del duque de Parma se perdió,
como lo relatamos en su lugar, no era fuerte por naturaleza ni por arte, mas,
en ocupándola los rebeldes, comenzaron a fortificalla según su costumbre,
deseando inquietar desde ella y desde Axel (plaza que ya tenían, distante al
poniente de Hulst dos leguas pequeñas) no sólo el país de Vaes, sino también
una buena parte del condado de Flandes, sacando gruesas contribuciones314.
Paréceme necesario, para claridad de lo que se ha de tratar, decir lo que hi-
cieron en orden a esto. Entre los villajes de San Lorenzo y Hulstloo nace
un riachuelo, el cual, arrimado a la villa, solía caminar otra legua más hasta
desaguar en el Honte; éste, ayudado del arte, servía de canal navegable hasta
Hulst y con todo eso, para mayor seguridad y fortaleza de la plaza, abrieron
otro hacia Zelanda, a quien llamaron el Canal Nuevo, levantándole por ambas
partes sus diques con que recebir el flujo del Océano y evitar las inundaciones,
resueltos en aislar la villa hasta lo impidiese su proprio peligro. Hecho este
canal, abrieron otro desde la villa a la Schelde para comunicarse con Bergas,
314
Para una serie detallada de Holanda, Bélgica y la Germania Inferior, ver el Theatrum orbis
terrarifum o Atlas novum (1635, 1645) y el Novum ac magnum theatrum urbium belgicæ
liberæ ac foederatæ (1649), de Willem Janszoon y su hijo Joan Blaeu, con una imagen, entre
otras, de las fortificaciones de Hulst. Ver http://commons.wikimedia.org/wiki/Blaeu.
556 Las Guerras de los Estados Bajos
315
Rebellín: «Término de fortificación. Es una obra separada y desprendida de la fortificación,
con su ángulo flanqueado y dos caras, pero sin traveses, cuyo lugar es siempre delante de
las cortinas, porque su fin es cubrir la cortina y los flancos de los baluartes y defiende las
medias lunas» (Dicc. Aut.).
316
Tepe. «Pedazo de tierra cubierto de césped y muy trabado con las raíces de esta
hierba, que, cortado generalmente en forma prismática, sirve para hacer paredes
y malecones» (DRAE).
La estrada (en)cubierta es militarmente un «camino o vía cubierta».
317
Las Guerras de los Estados Bajos 557
eminente, por cuyo beneficio no era muy dificultoso el arrimarse a la villa con
trincheras. Y para remediallo levantó otros dos fuertes frontero de los nues-
tros, el uno en la punta del dique llamado de Brabante y el otro, no sin gran
dificultad, en lo empantanado, distantes menos de tiro de cañón. Al primero
llamaron de Morval y al segundo de Rapé, y en medio de los dos hicieron un
reduto, a quien llamaron Clein Rapé. Levantaron otro fuerte grande en guar-
dia del canal que [399] desembocaba de la Eschelde, con nombre de Nasao,
más por asegurar el paso, entrada y salida de la ribera, que no porque les pu-
diese ser de otro servicio, por estar lejos de los otros fuertes y más de la villa.
Éste era el estado en que estaba Hulst cuando el archiduque se acabó de
resolver en ponerle sitio, y, avisado por La Vicha, gobernador de los fuertes, de
que con la diversión que hizo monsieur de Rona con tanta parte del ejército
a la campiña habían salido de Hulst pasados de dos mil hombres, determinó
valerse de la ocasión con la celeridad que conviene para lograrla, procurando
ocupar los puestos convenientes en la isla, sin embargo de las grandes defen-
sas y otras muchas comodidades que los enemigos tenían para estorbarlo. Y,
deseando complacer a La Vicha, que pedía la empresa de ocupar la isla, como
a persona tan bien enterada en aquellos puestos y que tanto lo había trabaja-
do, no se señaló cabeza española, antes se le encargó a él mismo y al coronel
La Barlota la entrada en ella, ordenándoles que tuviesen buena corresponden-
cia entre sí y con el coronel Teselinguen, que llevaba sus alemanes. Pareció
que bastaba enviar en todo hasta dos mil infantes por no hacer gran ruido y
fuera de los valones de La Barlota y alemanes de Teselinguen iban doscientos
italianos y trecientos españoles del castillo de Gante. Arrimado con esta gente
La Barlota al fuerte de Fuentes la noche de los 8 de julio, halló que, usando de
extraordinaria diligencia La Vicha, había hecho llevar con la marea baja por lo
empantanado algunas barcas a fuerza de brazos, hasta ponerlas en el canal que
guardaba los dos fuertes y el reduto del enemigo designados arriba, distancia
de cerca de media legua del fuerte de Fuentes. Sabido esto por La Barlota,
sin detenerse un punto, tomó la vanguardia con sus valones y los españoles y
italianos, seguido de Teselinguen y sus alemanes, y, a pesar de los lodos pega-
josos y aguas encharcadas (que muchas veces les llegaba a la cintura), cargados
con sus armas y cada soldado con bastimentos para dos días, llegaron adonde
estaban las barcas guardadas por los valones de La Vicha. Pasó La Barlota con
docientos hombres de todas naciones en la primer barcada por junto al redu-
to llamado de Clein Rapé y al saltar en tierra de la otra parte fueron sentidos
por las centinelas dél, [400] que al punto tocaron arma; tal, que luego comen-
zó a llover un espeso granizo de cañonazos de entrambos fuertes sobre los que
ya habían pasado y continuamente iban pasando, aunque por ser de noche y
herir a la ventura no hicieron daño de consideración. Los soldados del redu-
to, en número de setenta, habiendo salido al principio creyendo que la gente
que pasaba era poca, en viéndose acometidos por la nuestra con resolución,
558 Las Guerras de los Estados Bajos
de arrimar con las trincheras al foso de los rebellines. Como estaban los dos
fuertes grandes de Morval y Rapé por el enemigo, sin embargo de que entraba
y salía nuestra gente en la isla, pasando el canal por junto al reduto de Clein
Rapé, por el peligro grande con que esto se hacía, llegaban menos bastimentos
al campo de lo que fuera menester. A más [403] desto, parecía –y aun era
notable mengua- que el enemigo fuese señor de todo el dique hasta el fuerte
de Morval, a quien los soldados llamaban de la Estrella, en donde, abriendo
por lo largo del dique, se había fortificado con redutos y se daba la mano muy
a su salvo con la villa. Para cuyo remedio, cayendo monsieur de Rona en el
yerro que había hecho en retirar la gente que halló alojada ya entre el fuerte y
la villa, determinó emprender otra vez el ganar el dique, sin cuyo dominio era
imposible tomar el fuerte. Había pasado ya el conde de Varas seis cañones al
puesto de La Barlota, con los cuales (esperándose por momentos más) se co-
menzó a inquietar el fuerte y a desencabalgalle algunas piezas, y para acabarle
de sitiar de veras se tomó resolución de acometer el dique. Encomendóse esta
facción, la noche de los 18 de julio, al maestro de campo don Luis de Velasco,
el cual, enviando con la baja marea (que acertó a ser a cosa de media noche) al
coronel La Barlota con sus valones, asistido del capitán Antonio Sarmiento y
su compañía de arcabuceros, a acometer la estrada encubierta del fuerte de la
Estrella, tanto por ocupar un puesto tan importante como por divertir al ene-
migo tocándole arma por varias partes, arrojó él la vuelta del dique quinientos
españoles, con los capitanes Baltasar López del Árbol, don Jerónimo de Mie-
ses, Alonso de Mercado, don Pedro Sarmiento Guadalajara, Petrico Antolínez
de Burgos, Alonso de Ribera y Cristóbal de Palacios, los cuales, pasando con
la bajamar por lo empantanado con el silencio posible y aguardando la seña
establecida, que era el toque de una sordina, arremetieron cerca del día por
todas partes valerosamente y, aunque con gran resistencia, peleando pica a
pica con los enemigos, degollando dellos más de trecientos, ganaron los unos
el dique hasta un reduto que con no menos diligencia que peligro (por ser
ya día claro y batir a los nuestros la artillería del fuerte por las espaldas y por
frente de la villa) comenzaron a fortificar, y los otros la estrada cubierta del
fuerte de la Estrella, puestos importantísimos ambos a dos para la conquista
de la villa. Murió en las dos partes alguna gente particular y en el dique los
capitanes Patricio Antolínez y Cristóbal de Palacios. De la estrada cubierta
salieron malheridos La Barlota y el capitán Antonio Sarmiento; tanto cuesta
en la guerra deshacer un yerro. [404] Ganado, pues, el dique, los capitanes
que quedaron vivos, con sus compañías, comenzaron a fortificarse contra la
villa, tal, que en pocas horas se hallaron haber hecho tres cortaduras en él y
un razonable trincherón, con que se le quitó al conde de Solm la esperanza de
echar ya de allá los españoles, sin embargo de haberles batido toda la mañana
con cinco cañones y no poco daño. En aquella noche y en el día siguiente se
plantaron hasta doce piezas contra el fuerte, cuya guarnición, viéndose rodea-
Las Guerras de los Estados Bajos 561
da por todas partes y que –puesto que intentó el conde de Solm socorrelle con
barquillas en la plena mar- no había podido arrimárseles ninguna, visto ya
hecha la batería y temiendo el asalto, parlamentearon a los 20, concediéndo-
les el sacar sus banderas, armas, bagaje, con tal que no volviesen a entrar en la
villa, sino que se retirasen a la armada holandesa, como lo hicieron, saliendo
al pie de ochocientos hombres, casi toda mosquetería.
Con la presa del fuerte y posesión del dique, asegurándose el paso del país
de Vaes, se abrió el camino a las vituallas y en breve se restauró la gente de
el hambre pasada, que fue excesiva. Vino el archiduque desde San Nicolás,
donde tenía su corte, a visitar los puestos, y, juntando después su consejo,
resolvió que en todo caso se acometiesen los rebellines, batiéndolos primero
y procurando cegarles los fosos. Había ya en la isla veinte y siete cañones y
medios cañones, de los cuales se alojó la mayor parte contra los dichos dos
rebellines y los restantes tiraban de ordinario a las defensas. Mientras se iba
procurando desembocar el foso con las trincheras y se hacían las explanadas
para plantar las baterías, hizo algunas salidas el enemigo; la primera fue con-
tra el puesto de Trevico, del cual fueron señores un rato, dejando malheridos
a los capitanes Marcelo del Júdici, Alejandro Brancasio y sargento mayor
Jerónimo Dentichi, hasta que, socorridas las trincheras por lo restante de su
tercio, se hubieron de retirar y no sin daño. La segunda fue de noche, a los
29 de julio, a las trincheras que tenía a su cargo don Luis de Velasco, donde,
después de haber arrojado gran cantidad de artificios de fuego, arremetieron
con tanta resolución, que fue bien menester el valor del maese de campo y su
gente para rechazallos; murió alguna gente particular de los nuestros y entre
ellos el capitán Juan de Bruza, camarada de don Luis y soldado de valor; [405]
este día mataron también de un mosquetazo al teniente coronel de La Bar-
lota. Habían ya llegado las trincheras de los tres puestos por donde se abrían
a desembocar en el foso de los rebellines y a los 2 de agosto, deseando mon-
sieur de Rona reconocerlos para dar las órdenes de los asaltos sin confusión,
habiéndolo consultado con don Antonio de Zúñiga y don Luis de Velasco y
con el general de la artillería y otros, y dado las órdenes, queriendo sentarse a
comer en una barraquilla318 que tenía don Luis a la entrada de las trincheras,
como quien las tenía a su cargo, llegó una bala de un cañón que le arrebató la
cabeza de los hombros, salpicando con los sesos a los nombrados, y en parti-
cular a un hijo suyo que le seguía, de edad de diez y seis años. Fue muy senti-
da la muerte deste capitán, de los más señalados de su tiempo entre la nación
francesa, por ser muy amado de todos, especialmente de los españoles; pero
quien sobre todos mostró vivo sentimiento fue el archiduque, por quien era
tenido en gran reputación, primero con la información que tuvo de sus raras
partes de fidelidad y valor y después en lo que experimentó en las empresas
318
En el sentido de «caseta, albergue o tienda construida toscamente».
562 Las Guerras de los Estados Bajos
de Calés y Ardrés, cosas trazadas por él, en cuya última prueba mandó llevar
su cuerpo a Bruselas, ordenando que se le hiciesen allí en la iglesia colegial
de Santa Gúdula, donde le enterraron, solenísimas obsequias y un sepulcro
suntuoso. Mostró su alteza la misma piedad para con su mujer y hijo, seña-
lándoles gruesos entretenimientos con que sustentarse en Flandes.
Fue Cristián deS aviñy señor de Rona, de noble linaje, natural de la provin-
cia de Champaña319, tan cercano al ducado de Lorena, que fue tenido común-
mente por vasallo de aquel duque. Esto, y la particular afición que heredó de
sus padres a la sangre de Lorena, le hizo seguir la fortuna de los príncipes de
Guisa. Pasó a Flandes en su juventud en servicio del duque de Alansón y en el
tentativo que los franceses hicieron contra Amberes fue uno de los señalados
para apoderarse de la puerta del Burgaraute y de los que mejor hicieron su
deber. Hallóse con el duque Enrique de Guisa cuando rompió a los raitres en
Elneao, en calidad de mariscal de campo, y a su lamentable muerte en Bles fue
uno de los que primero llevaron la nueva al duque de Humena y de los que
más le incitaron a tomar las armas; acabóle de pescar, como a otros muchos,
el comendador Moreo [406] con sus anzuelos de oro, puesto que fueron en él
mejor empleados que en los demás, por la incorrupta fidelidad con que sirvió
al rey; tan conocida, que fue partícipe de casi todos los consejos y ejecutor de la
mayor parte de los efetos de aquellas guerras, sin que la envidia de los iguales ni
la ignorancia y malicia del vulgo de los soldados (que tan poco perdona) osase
ni aun calumniarla de veras, bien al revés de lo que suele acontecer a los que
militan contra su propia nación. Era pródigo no sólo de su hacienda sino de la
de sus amigos; y así dejó muchas deudas, a que mandó acudir el archiduque de
su propia hacienda con gran liberalidad. Fue gran trabajador, aunque casi impe-
319
Se trata del lorenés Chrétien de Savigny, seigneur (vicomte) de Rosnes (Rône), casado
en 1572 (Chalons-sur-Marne) con Antoinette d’Anglure, de la que tuvo a Charles-Sala-
din d»Anglure de Savigny y Antoine-Saladin d»Anglure du Bellay. Ver el elogio que suele
hacérsele en crónicas contemporáneas: «La guerre ne fut pas si favorable à Henri IV aux
confins de Picardie, qu»en Bourgogne, & en la Franche-Comté: car le vaillant Comte de
Mansfeld relança les deux Generaux François, le Duc de Bouillon à Sedan, & le Comte de
Nassau en Hollande. L’Archiduc Ernest Fils de l’Empereur Maximilien II mort en Mars
de l’an 1595 avoit paru dans la Belgique comme un astre dont la prompte eclipse desole
autant que l’apparition radieuse avoit consolé. Cette Principauté auroit eu sujet de craindre
si le gouvernement de la Belgique ne fut pas echu au Comte de Fuente l’un des plus braves
Espagnols qui aient brillé parmi les Belges. Dez que cet entreprennant Gouverneur fut au
timon, il signala son avenement par retablir la dicipline militaire dans la fleur où elle avoit
paru sous Alexandre Duc de Parme & de Plaisance. Il fut extremement servi dans ce reta-
blissement par ses Lieutenans Generaux qui alloient du pair avec les premiers Capitaines
du monde, ces restaurateurs etoient le Prince d’Avellin, Valentin de Pardieu Seigneur de la
Motte, Jean Jaque Comte de Bellejoieuse, Cretien de Savigni Seigneur de Rone Lorain de
Nation, & la Berlot dont l’anagramme de guerrier ( Bellator ) exprime si heureusement le
caractere martial» (L’Histoire de l’Archiduc 79).
Las Guerras de los Estados Bajos 563
dido de gordo, y a esta causa entraba siempre en los mayores peligros sin armas
y con notable confianza. Mandaba con tal agrado y con tanta resolución, que
todos tomaban sus órdenes con gusto particular, y con haber de tratar con tan-
tas naciones diferentes, cada cual le tenía por de la suya y él a todas igual amor
en lo público, aunque en lo secreto y en las ocasiones que convenía para el buen
expediente de las acciones militares ya sabía diferenciallas y dar los puestos más
importantes a las que le había mostrado la experiencia que eran más valerosas.
Su oficio se encargó por entonces al conde de Varas, general que era en propie-
dad de la artillería, caballero de conocida calidad y largos servicios. Y el archi-
duque, para avivar las cosas de aquel sitio con la presencia del general, que tanto
importa, se resolvió en pasar al ejército, alojándose en el fuerte de Fuentes y
toda su corte en barracas y tiendas alrededor dél, y, haciéndose traer las órdenes
que monsieur de Rona había dado tocantes al acometer a los rebellines, mandó
que se ejecutasen al pie de la letra el día siguiente. A los 3 de agosto, hallándose
ya don Luis y Trevico con las trincheras desembocadas al foso de sus rebellines,
después de batidos y hecho razonable escarpa, acabado de cegar el foso con fagi-
na y zarzos320, se dio a un mismo tiempo asalto a todos dos. Don Luis, que tenía
a su cargo el acometer el rebellín de mano derecha, hizo arremeter por la cortina
siniestra dél a los capitanes Mercado, Baltasar López y don Jerónimo de Mieses,
y, viendo la resistencia que hacía el enemigo, sin embargo del valor con que era
acometido por los capitanes y soldados, mandó arremeter por la cortina diestra
casi junto a la punta [407] al capitán don Pedro Sarmiento con su compañía
de arcabuceros, el cual, ayudado de don Pedro de Castelví y don Pedro de Arce
y Leiva, sus camaradas, y de otros muchos soldados particulares della, subió
arriba no sin trabajo; y visto por los enemigos (que defendían valerosamente
el asalto por la otra parte) que comenzaban a ser acometidos por las espaldas,
empezaron también ellos a desmayar, sin embargo de la gran asistencia que le
daban los suyos desde las murallas de la villa. Murieron a la entrada algunos
y, acabado de ganar el rebellín sin pérdida de consideración, se comenzó al
momento a fortificar, levantando un trincherón para defenderse de la villa. No
tuvo tan buena suerte Trevico, pues con hacer sus italianos todo lo posible no
pudieron salir con más que alojarse al pie de la muralla de su rebellín; y, después
de haber estado alojado tres días en el puesto aguardando orden y ocasión para
volver a acometer el rebellín, mandó su alteza que se tentase otra vez el asalto,
y tanto por valerse de la emulación de las naciones como porque los italianos
se hallaban algo cansados y con infinitos heridos, ordenó que arremetiesen de
vanguardia con ellos docientos españoles del tercio de don Agustín. Tocóles a
los capitanes don Luis Manrique y Hernando Carrillo. Con esto, asaltando de
nuevo al rebellín después de haber hecho volar una mina que facilitó la subida
algún tanto, pelearon unos y otros tan valerosamente, que ganaron del todo
320
«Tejido de varas, cañas, mimbres o juncos, que forma una superficie plana» (DRAE).
564 Las Guerras de los Estados Bajos
[409] con poca pérdida. El día siguiente, reforzada la guardia de las trincheras
con el escarmiento pasado, que, aunque es costosa manera de aprender, es la
que mejor enseña, yendo a entrar por el canal dos bajeles cargados de harina,
municiones de guerra y artificios de fuego, fueron tomados por los españoles,
con muerte de algunos soldados del enemigo y prisión de un capitán irlandés,
el cual, por haber servido al rey y pasádose al enemigo, fue ahorcado por los
de su nación, con orden de su alteza.
A los 14 en la noche intentó La Vicha el ocupar cierto puesto más abajo
del fuerte de Nasao, con designio de hacer un reduto que, dándose la mano
con las trincheras de los valones y llegando a la lengua del agua, bastase a
estorbar del todo el socorro, como lo había prometido diversas veces, para lo
cual se le dio la gente que pidió, a cargo del teniente de maese de campo gene-
ral Gaspar Zapena y del conde de Busquoy, pero, reconocido mejor el puesto
y hallándose demasiado sujeto a la artillería, considerando que la cortedad de
las noches no daba lugar de hacer grandes defensas, se dejó la empresa, cono-
ciendo que hace proponer muchas o imposibles o temerarias el deseo de llevar
adelante el proprio parecer, y así como para la ejecución es a propósito quien
le dio, es para su continuación sospechoso su voto, que las más veces reparará
menos en desear continuar un hierro que en confesar que se engañó. Procu-
raban en este medio con gran cuidado y asistencia las cabezas de las trincheras
ir vaciando el agua del foso y a este efeto inventó don Luis cierto artificio de
bombas con que sacaba. Al principio parecía que hacían gran efeto, pero a
la postre se echó de ver que la propia agua que se sacaba, aunque daban con
ella en unos zanjones de aquellas praderías, se volvía toda al foso, como a
lugar más bajo. Hubo quien aconsejó que se hiciesen puentes, pero, sondado
bien el foso y visto que tenía de fondo poco más de un estado por causa de
la sequedad del verano, se tomó resolución que se procurase cegar con tierra,
fagina, zarzos, sacas de lana y otros pertrechos deste género, como se hizo
,con muerte de los capitanes Diego Ruiz y Julián González, junto con [410]
muchos soldados particulares, y esto a causa de no haberse podido acabar
de quitar jamás un través bajo de cierto torreón que ofendía por el costado
derecho, desde el cual mataron a muchos soldados y hirieron al capitán don
Manuel Carrillo, hermano del marqués de Caracena, de un mosquetazo que
le hizo pedazos la mano derecha. Don Pedro de Borja, capitán entretenido
que asistía a don Antonio de Zúñiga, se señaló en esta ocasión. Comenzó a
jugar la artillería en amaneciendo el día de los 16 de agosto con menos efeto
del que se pensaba, por ser la materia de la muralla tierra y fagina y enterrarse
las balas en lo blando; con todo eso iban cayendo cantidad de faginas con
su tierra, puesto que nada llegaba al foso para hacer escarpa, por detenerse
las ruinas con una estacada de altura de un hombre que tenía alrededor de
toda su contraescarpa, las cuales se batieron un rato con cadenas, con que,
comenzándose a descabezar algunas, parte de las ruinas, faltándoles aquel
566 Las Guerras de los Estados Bajos
Nasao quien le gobernaba y retirando la artillería en bajeles que para esto le en-
viaron, le desampararon del todo y, enviando el archiduque allá con diligencia,
se apagó el fuego y por entonces se guarneció de infantería valona. Ganada con
tanta felicidad una plaza tan bien defendida, después de haber dado su alteza las
debidas gracias a Dios, pasó a Amberes, adonde fue recebido con todas las de-
mostraciones de regocijo que se pueden pensar y con no menores por su parte.
Visitó las iglesias y monasterios de aquella nobilísima ciudad y últimamente el
castillo, y, después de haber estado en Amberes diez días, pasó a Bruselas, donde
pocos meses después despachó para Alemaña a don Francisco [412] de Men-
doza, almirante de Aragón, con embajadas al emperador y al rey de Polonia, a
lo que veremos después.
Rendido Hulst, se acabaron de pagar los motines de Tilimont y La Capela,
asistiendo en el primero el capitán Juan Jerónimo Doria y en el segundo el te-
niente de maestro de campo general Gaspar Zapena. Hízose el pagamento en
la forma acostumbrada, dando facultad a los soldados para irse a servir debajo
de las banderas o estandartes que quisiesen. De los italianos se fueron más
de la mitad a sus casas, cargados de dineros, y de los que quedaron se rehizo
la caballería de aquella nación, y particularmente levantaron dos compañías
de arcabuceros a caballo los capitanes Mauro y Brisiguela. Infantes quedaron
poquísimos y éstos se agregaron al tercio de Trevico, el cual hacia el invierno
obtuvo licencia y su tercio poco después, Don Alfonso Dávalos, que al prin-
cipio del año pasó a Italia con orden de levantar tres mil infantes de su nación
[sic]. En La Capela rehicieron sus compañías de lanzas Juan de Guzmán y
don Gómez de Buytrón y levantó otra de arcabuceros el capitán Francisco
de la Fuente. La infantería del presidio se fue adonde quiso y, dándole otra
guarnición a Simón Antúnez, pasó a su gobierno.
Hallóse al principio del sitio de Hulst el ejército muy falto de caballería
por haber enviado a defender las corredurías que el enemigo hacía en Braban-
te algunas compañías a cargo de Nicoló Basta y a esta causa se hizo venir de
la frontera a don Carlos Coloma con su compañía, para cuyo cumplimiento
se ordenó al marqués de Barambón que juntase su compañía de hombres de
armas y la del conde de Solre, como lo hizo, con las cuales, a mediado agosto
y con la caballería de Dorlán y Rentí, saliendo en campaña, se alojó en Pas,
en Artois. Al primer aviso que tuvo de que el mariscal de Birón, con tres mil
infantes y ochocientos caballos, trataba de entrar a correr el país, mudó de
alojamiento a los 3 de setiembre, sabiendo que el marischal se encaminaba la
vuelta321 de San Pol con intento de saqueallo, como lugar flaco que es. Y, avi-
sado el día siguiente de que el dicho mariscal dejaba su infantería de allá del
Autí, trataba de pasar el río con sola caballería, determinó irle a buscar. Supo
Birón el intento del marqués y, hallándose con mayor número de caballos, de-
321
Es el «soldado o tropa de caballería armada de corazas» (Dicc. Aut.).
568 Las Guerras de los Estados Bajos
Luis del Villar, gobernador que era de Chatelet, y este gobierno en Antonio
de Ávila; don Antonio de Zúñiga alcanzó por estos días licencia para España,
adonde se le hizo merced del cargo de maese de campo general de Portugal;
su tercio, en sabiéndose su provisión, que fue pocos meses después, le dio su
alteza a don Carlos Coloma; y la compañía de lanzas de don Carlos, que era
de las mejores del ejército, a don García Bravo de Acuña. También se proveyó
el regimiento de alemanes de Teselinguen en monsieur de Barbanzón y el
que dejó de valones se reformó entre los demás. Y, como entrado el rigor del
invierno se suele respirar algún tanto del trabajo de las armas322 y no desdice
mucho dellas el ejercicio y regocijo de las fiestas, por la [416] mayor inven-
tadas a su imitación, con la ocasión también de los nuevos cortesanos recién
venidos con su alteza, todo fue tratar desto. Aunque tardó poco en trocarse
el regocijo en tristeza, como de ordinario sucede en esta vida, puesto que no
faltaron después sucesos venturosos, que, como acá bajo está todo sujeto a
mudanzas, es fuerza que haya de todo. Y no sé si por castigo o beneficio de
los hombres, que, siendo su condición tan inclinada a menospreciar lo que
posee, aun a los dichosos pienso que ofendiera la perseverancia de los bienes y
en los infelices ya se ve cuánto fuera intolerable la desconfianza de obtenerlos.
Y así, con piadosa orden del cielo, se truecan y alteran perpetuamente todas
las felicidades desta vida para que la posteridad se tiemple con el miedo y la
adversidad con la esperanza.
322
Recordemos algo que pudiera parecer obvio: desde la Antigüedad las campañas bélicas so-
lían iniciarse en la primavera y pararse en el invierno, cuando las tropas quedaban recluidas
en los campamentos.
Las Guerras de los Estados Bajos 571
323
Argumento: Rompe el enemigo al conde de Varas en Tornaut. Pártese el almirante de
Aragón para Alemaña y Polonia con embajada del archiduque. Dase en España un decreto
contra los hombres de negocios. Descríbese Amiéns y cuéntase su entrepresa y después su
sitio y socorro, hasta su pérdida, todo con particularidad. Toma el almirante a Monthulín.
Da una vista el rey de Francia a la ciudad de Arrás; retírase a París. Va el archiduque a
reconocer a Ostende a instancia de los de Flandes y, diferida aquella empresa, se retira a
Bruselas, dejando alojado su ejército.
572 Las Guerras de los Estados Bajos
los pasos a todos los avisos que podían tener los católicos, procuró poderlos
coger de sobresalto, no pudo estorbar que el conde de Varas fuese advertido
de la gran junta de gente que se hacía y del peligro que se le aparejaba. El cual,
juntando a las cabezas, que todas se reducían a Nicoló Basta y Juan de Guz-
mán, Jerónimo Dentichi y los demás tenientes coroneles de los regimientos
de naciones, declaró los avisos que tenía y cómo el enemigo venía marchando
con resolución de pelear. Tres partidos se propusieron, si no honrados todos,
a lo menos seguros: el primero salir en busca del enemigo y dalle la batalla
sin mostrar flaqueza; el segundo fortificarse lo mejor que fuese posible al-
rededor del castillo y enviar por socorro; el tercero retirarse con tiempo y
con orden hasta debajo de las murallas de Herendales. Las dificultades que
traía consigo cada una destas opiniones hicieron que no se pusiese alguna
dellas en ejecución, escogiendo la más dañosa, que era no hacer nada; antes,
contentándose aquella noche con enviar a tomar lengua a una escuadra de la
compañía de Grobendonck, que casualmente se hallaba allí, la pasaron con
más reposo de lo que pedía la estrecheza del tiempo, resuelto al [419] fin el
conde en retirarse y en hacerlo a la barba del enemigo. Envióse con todo eso
el bagaje de media noche abajo la vuelta de Herentales y al hacer del día tomó
la vanguardia la infantería valona, la batalla los alemanes y la retaguardia los
italianos, cuyo sargento mayor formó el escuadrón, resuelto él y los suyos en
morir en defensa de sus banderas. No había comenzado a retirarse nuestra
gente cuando lo supo Mauricio y, poniéndose en camino con toda su caba-
llería y trecientos mosqueteros en grupa, dejando orden a su infantería que le
siguiese a gran diligencia, envió con el coronel Francisco Veer dos compañías
de corazas y una de arcabuceros a caballo con los mosqueteros para que le
entretuviesen la retaguardia católica escaramuzando. A la primera vista que
dio de sí el enemigo mandó el conde de Varas hacer alto y volver las caras a
sus tres escuadrones, los cuales, con el gran bosque a la mano izquierda y la
caballería en el cuerno derecho, esperaron valerosamente hasta que asomó la
infantería enemiga. No hizo aquí su acostumbrada prueba la valona nuestra,
antes, siendo la primera en descubrir los escuadrones contrarios a causa de
ocupar un puesto algo más alto que las otras, lo fue también en desordenarse,
pareciéndole que atravesando el bosque podía ganar la ribera del Aada antes
que la caballería enemiga y ponerse con seguridad en Herentales. Mas no se
les dio este lugar, porque, rotas nuestras tres compañías de caballos, sin que
les valiese a Nicoló Basta y Juan de Guzmán el cerrar tan determinadamente
con toda la caballería enemiga, que casi la hicieron volver las espaldas, carga-
ron al fin los enemigos sobre ella y atropellaron tan bien a los valones, que al
momento, arrojadas las armas, se rindieron al enemigo. Lo mismo, tras bien
poca resistencia, hicieron los alemanes; los italianos se defendieron mejor, y
el conde de Varas, aunque dudoso en todo lo demás, resuelto en morir vale-
rosamente en defensa de su honra y obligaciones, se puso en la primera hilera
Las Guerras de los Estados Bajos 573
324
Se trata de Segismundo III Vasa, de la dinastía Vasa, rey de Suecia y Polonia (rey de 1587-
1632). El turco es Murad o Amurates III (1546-1595), sultán desde 1574 hasta su muerte,
así como su visir Sokollu Mehmed Pasha.
574 Las Guerras de los Estados Bajos
325
Ver a este respecto la Relación de la presa de la ciudad de Amiéns, metrópoli de la Picardía,
hecha por el sereníssimo cardenal archiduque Alberto de Austria a los diez de março 1597,
Barcelona, Sebastián de Cormellas, 1596. Y también el Discours touchant la prise admirable
de la grande & puissante ville d»Amiens capitale de Picardie, saisie par les espagnloz, le xi. jour
de Mars l’an 1597 (Arras: Chez G. de la Riviere et G. Nauduyn, 1597).
Las Guerras de los Estados Bajos 575
que a otra alguna de Picardía. Porque, dado que pasaba de diez mil vecinos y
de solas las compañías ordinarias de los ciudadanos, había ocho mil hombres
alistados, y más. Era tan poca la gente que en reconociendo las campañas
quedaba en los cuerpos de guardia, que con facilidad veinte hombres resuel-
tos podían apoderarse de una puerta y conservarla hasta que llegase la gente,
que no muy lejos podía estar de emboscada. Pagóle Hernán Tello con buenas
palabras, dudoso de su fidelidad, y, deseando para en cualquier suceso tener
reconocidas las entradas de aquella ciudad, las guardias y la defensa de las
puertas por su medio y probar su verdad convidándola con la relación que ya
tenía de todo, le envió solo primero, y después, habiéndole traído verdadera
relación con su sargento Francisco del Arco, soldado valeroso, noble y harto
prático en la lengua francesa, natural de la ciudad de Borja, en Aragón (y no
de otra parte, como han dicho algunos historiadores)326, decendiente de la
noble sangre de ese apellido, antiguos hijosdalgo, y cuarto hijo en la casa de
su padre, Antonio del Arco, habiendo ya otro hermano suyo, que se llamaba
Jerónimo del Arco, animoso soldado, muerto en el contradique de Amberes
peleando valerosamente, y a este Francisco del Arco hecho capitán después de
ganada Amiéns, y, habiendo en muchas faciones de guerra dado muestras de
singular valor, hasta que con ella murió en la batalla de las dunas de Ostende,
a 2 de julio año de 1600.
Fueron y volvieron dos veces entrambos juntos y, acompañándolos tercera
vez con el capitán La Croix, borgoñón y buen soldado, reconocieron todo
lo que convenía, tanto para acometer la ciudad como también para llegar
a ella sin tocar en lugar poblado. Oídos y examinados por Hernán Tello los
exploradores juntos y cada uno de por sí, envió luego a Francisco del Arco
al archiduque con sola una carta de creencia. Visto por su alteza la tierra que
había andada ya en aquel negocio y pareciéndole que se aventuraría poco en
intentar la empresa, aunque no se saliese con ella, aprobó la determinación
de Hernán Tello, dándole la misma autoridad que a su propia persona para
ordenar y mandar a todos los que habían de acudir de diferentes partes para
aquel efeto.
La noche de los 10 de marzo, desde media hasta una hora [423] después
de anochecido, llegaron al puesto señalado, que era el casar de Horrevile, una
legua más arriba de Dorlán, sobre la ribera del río Autí, todas las tropas seña-
ladas para la entrepresa, que fueron cinco compañías del tercio de don Alonso
de Mendoza; la suya gobernada por Juan de Hinestrosa, su alférez; y las de
326
Recordemos que el suceso de la toma de Amiéns y la persona de Francisco del Arco figuran
en la comedia de Francisco Bances Candamo Por su rey y por su dama. Sus personajes son
Hernán Tello Portocarrero, el conde San Pol, Carlos Dumelino (francés), Francisco del
Arco, Renolt (francés), madama de San Pol, madama Serafina, Flora, Nise, Ernesto Pleysí
(barba), Carrasco, Ricarte y Ortiz, además de Soldados y Acompañamiento. Se abre la
jornada en Dorlan y Amiéns.
576 Las Guerras de los Estados Bajos
327
«Montón o rimero» (DRAE), así como «porción de tierra labrantía o de sembradura»
(DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 577
328
La frase los trabajos de la guerra es proverbial en la literatura de la época. Recordemos por
ejemplo el capítulo XIV del libro III del Reloj de príncipes de Antonio de Guevara, titulado
muy apropiadamente para el sentir de Coloma: «Do comiença una carta de Marco Aure-
lio Emperador a Cornelio, su amigo, en la qual trata de los trabajos de la guerra y de la
vanidad del triunpho. Es letra para los príncipes amigos de guerra y que se dan poco por
la paz» (145).
329
Punto de honra es pundonor, «estado en que la gente cree que consiste la honra, el
honor o el crédito de alguien.» (DRAE).
330
En el sentido de «valiente».
578 Las Guerras de los Estados Bajos
que da las vitorias a quien le place. Ayudó mucho el ser tiempo de hielos y
el poder marchar los soldados sin embarazos y por calentarse sin mucho tra-
bajo. Porque de otra manera, estando ya el sol en el equinoccio y no siendo
mayores las noches que los días, caminara mal tanta gente junta siete leguas
de noche por tierra de enemigos, donde se había de marchar forzosamente en
orden y sin perder el hilo. Con todo eso, fue tal la priesa que se dio la gente,
que, a la que tocaba el reloj principal de la ciudad las cuatro de la mañana,
llegó toda a la abadía de San Josef, que está a menos de tiro de cañón della.
Rodeó ante todas cosas la abadía la gente de caballo, hasta que, llegando la in-
fantería, la ocupó y aseguró con milagroso silencio. Hecho esto, se retiró más
atrás la caballería, adonde, poniendo postas a lo largo, procuró emboscarse
y esconderse lo mejor que pudo. Haberse ejecutado hasta aquí tantas cosas,
cada una dellas tan difíciles y sujetas a infinitos accidentes con que podían ser
desbaratadas, daba grandes prendas de buen suceso y acrecentaba estas espe-
ranzas en los soldados y capitanes una casi firme confianza, que cuanto suele
ser dañosa en los consejos, es en la ejecución utilísima.
[426] Sacáronse de toda la infantería trecientos soldados, los docientos
españoles y los demás valones y irlandeses, con los cuales se adelantaron los
capitanes don Fernando de Deza y Íñigo de Otaola y otros de naciones hasta
una pequeña ermita llamada La Madalena, distantes quinientos pasos de la
puerta que mira a Dorlán, a quien llamaban y llamaremos sirempre de Mon-
trecurt. En abriendo el día, comenzaron las cajas de la ciudad a tocar el albo-
rada y de allí a una hora, que serían ya las siete, abrieron, entre otras, esta
puerta, de la cual salieron algunos arcabuceros a descubrir, aunque con tan
poco cuidado, que se volvieron dejándolo todo por llano y por seguro, y sin
llegar a la ermita de La Magdalena, donde estaba la emboscada. A semajantes
descuidos, aunque ajenos, sujeta su reputación quien se encarga de una plaza,
en cuyo cuidado apenas puede haber hora de tregua. Metida, pues, con esta
seguridad la guardia ordinaria de las puertas y viendo los capitanes de La
Magdalena que comenzaban a entrar y salir villanos y gente del campo, hicie-
ron marchar a los disfrazados conforme a la orden que tenían de Hernán Te-
llo, que era ésta: Bautista Doñano, milanés, teniente del capitán Daniel, que
había sido capitán de borgoñones, el sargento Francisco del Arco y otro sol-
dado valón iban delante a la deshilada con sacos de nueces, manzanas y le-
gumbres; los cuales se mezclaron luego con los demás villanos de la comarca,
que iban entrando en la ciudad con cosas para vender. Seguía el carro y delan-
te dél el capitán Lacroy, borgoñón, y un sargento valón; tiraban el carro tres
caballos y guiábanle otros dos soldados borgoñones de la guarnición de Dor-
lán, y detrás dél iban seis soldados valones de la misma guarnición, todos
oficiales reformados y gente de gran confianza. Sólo los tres primeros llevaban
armas, que eran una pistola cada uno, y ésas escondidas, pareciéndoles que
iban más disimulados de aquella manera y que, entrados una vez dentro, no
Las Guerras de los Estados Bajos 579
les podían faltar las que los enemigos tenían arrimadas en el cuerpo de guar-
dia. Había de dar la seña de arremeter el sargento Francisco del Arco, dispa-
rando la pistola en viendo que el carro estaba ya en medio de los dos rastrillos,
los cuales, por estar entre sí en menor distancia que a lo largo del carro, se
presuponía que habían de caer entrambos sobre él, [427] como sucedió. En-
trados, pues, los soldados del disfraz, mostrando no conocerse unos a otros,
llegándose a calentar al fuego del cuerpo de guardia, hacían con gran propie-
dad todos los ademanes que suelen los villanos de aquella tierra, como quien
había tantos años que los tenían en plática. Es la gente de las aldeas de Picar-
día pobrísima y andan vestidos de sayal blanco o de lienzo, y esto tan roto,
que muchas veces muestran por diversas partes las carnes; con lo cual, y con
haber buscado artificiosamente los vestidos más viles, tiznándose las caras y
manos, no había quien hiciese caso dellos para darles del pie. Todo lo demás
habían menester fingir, si no era el frío, que, como los cogía tan en delgada,
los hacía tiritar tan de veras, que de pura lástima los hicieron los franceses
llegar al fuego; que no les fue después de poco servicio para poder menear las
armas. Las pláticas que trabaron entre sí eran tan conformes a lo que repre-
sentaban, que casi se engañaban a sí mismos, y, estando en medio dellas, llegó
una vieja poco menos que decrépita, natural de alguna de aquellas comarca-
nas, que con rostro alterado dijo a los soldados que mirasen cómo estaban y
que hiciesen buena guardia, porque aquella noche habían pasado la ribera del
Autí tropas de españoles. Riéronse los franceses, teniéndolo por burla, y a uno
que quiso moverse para ir avisar dello al conde de San Pol detuvo el caporal
de la guardia, diciéndole que si hubiera algo de nuevo ya lo supiera el conde
y estuviera la ciudad en arma. Así en las malas suertes va la Fortuna cerrando
la puerta a todos los remedios. Francisco del Arco, que hasta entonces se ha-
bía estado calentando como los demás, volviendo el rostro para ver si llegaba
el carro tan deseado, vio que comenzaba a entrar por la puerta de la ciudad,
después de haber pasado las del rebellín que la cubre y que el borgoñón que
guiaba el caballo delantero, apeándose dél, había cortado los tirantes. Estando
embebecido Francisco del Arco y aguardando a que el carro acabase de llegar
al puesto que ya de antes tenían imaginado, llegó a él un sargento de la guar-
dia y con voz ya alterada le preguntó de dónde era; él, que no había sido pe-
rezoso en sacar la pistola, disparándosela en los pechos, le respondió: «De
aquí soy». Dada esta señal, se apoderaron en un instante, él de la partesana331
del sargento y los [428] disfrazados de las armas del cuerpo de guardia, y,
manejándolas todos valerosamente, se dieron tan buena maña, que, antes que
331
De la voz italiana partigiana, «arma ofensiva, a modo de alabarda, con el hierro muy gran-
de, ancho, cortante por ambos lados, adornado en la base con dos aletas puntiagudas o
en forma de media luna, y encajado en un asta de madera fuerte y regatón de hierro. Fue
durante algún tiempo insignia de los cabos de escuadra de infantería» (DRAE).
580 Las Guerras de los Estados Bajos
habían hecho a otras ciudades de Francia, que, si fue profecía, no tardó mu-
cho en cumplirse.
Antes que el gobernador Hernán Tello acabase de entrar con su gente,
hubo alguna defensa por parte de los ciudadanos, los cuales hacían rostro
detrás de las esquinas, atravesando las cadenas que hay por las más dellas en
las ciudades de Francia para impedir el paso a la caballería. Sacaban cuanto
se les venía a las manos para atrincherar las bocas de las calles, pero a todo
prevenía la furia de los soldados vitoriosos, haciéndoles pagar con las vidas
aquella temeraria, aunque honrada, resolución. Mas, en entrando el gran es-
cuadrón con la caballería en buena orden, que al punto se encaminó a la plaza
principal para desde allí ganar y fortificar las puertas y acabarse de asegurar
de la vitoria (cuidado importantísimo en tal género de facciones, que tal vez
el esparcirse toda la gente, atenta sola al saco, suele animar a los ciudadanos
a restaurar lo perdido y salir con ello, de que no faltan ejemplos), no pensa-
ron los franceses en otra cosa que en salvar sus haciendas y a más no poder
las vidas, saliéndose los más ricos y poderosos por las puertas de Noyón y de
Beaobués, dejando su patria, sus casas, sus mujeres y hijos a discreción del
vencedor. No tuvo mejor fortuna que ésta el conde de San Pol, porque, [430]
incrédulo al principio del alboroto, todo lo que dilató el salvarse le vino a
faltar de tiempo para hacerlo sin conocido peligro, que al fin hubo de salirse a
pie por una de aquellas puertas de la parte de Francia, con tanto recelo de que
le siguiesen, que dicen ofreció quinientos ducados a la centinela francesa, que
todavía estaba sobre la puerta, porque, salido él y sus caballos, que le venían
siguiendo, dejase caer el rastrillo, como lo hizo, con provecho del conde y
daño de otros muchos que a esta causa quedaron en prisión.
Todo este día pasó en saquear la ciudad, y era tanto lo que se hallaba en
que hartar la codicia, que para cada soldado había tres y cuatro casas que reco-
nocer y que gozar; en lo demás anduvo la gente tan modesta, que no se tuvo
noticia de cosa grave que castigar. Murieron de los enemigos poco más de
ciento y de los nuestros solos tres. Hernán Tello, los capitanes, todas las picas
y gente granada, no menos de la caballería que de la infantería, hicieron es-
cuadrón en la plaza del mercado, formándole el alférez Andrés Ortiz, sargento
mayor del tercio de don Alonso, soldado muy prático y que con su prudencia
y solicitud llegó a tener después gran autoridad con todas las naciones lo que
duró el sitio, que contaremos presto.
Tomadas, pues, y guarnecidas las puertas de la ciudad y asegurado todo, vi-
sitó Hernán Tello a la condesa de San Pol, consolándola y dejándole libertad de
irse en busca de su marido o de quedarse en su casa, lo uno y lo otro sin peligro
de perder hacienda ni otra alguna cosa; ella, muy agradecida y cortés, como lo
son todas las francesas, escogió el irse y se fue tres días después. Halláronse en la
muralla y en las casas de munición hasta ochenta piezas de artillería muy bien
encabalgadas, cañones, medios cañones y culebrinas; y de allí a algunos días en
582 Las Guerras de los Estados Bajos
cierta mina de una casamata hasta nuevecientos quintales de pólvora, que fue
después, para alargar el sitio, del servicio que se deja considerar.
Repartidos el día siguiente los cuarteles a todas las naciones, señalados
los cuerpos de guardia y puestas las cosas en razón, que se hizo con gusto y
satisfación universal, determinó Hernán Tello desarmar los ciudadanos y para
ello mandó echar un bando muy riguroso, en que se amenazaba con pena de
la vida a cualquiera que se atreviese a esconder o disimular cualquier género
de armas; y fue tal el número dellas y tan grandes los rimeros de arcabuces,
mosquetes, picas y otras armas ofensivas y defensivas que se trajeron a la plaza
(digo esto con el mismo encarecimiento que usa don Diego de Villalobos en
sus Comentarios, a quien en mucha parte desde suceso sigo de buena gana,
como a testigo de vista)332, que, si el día de la entrada no hiciera otra cosa cada
vecino sino irse a la puerta por donde se entró y echarlas allí, en tres días no
fueran bastantes los españoles ni las otras naciones a quitarlas para entrar.
Estábase de día y de noche con las armas en la mano en muchos y diversos
cuerpos de guardia, rondando, en particular la caballería, con el cuidado y re-
cato que se puede considerar, a causa de tener dentro de la misma ciudad más
de diez mil enemigos, no siendo los nuestros de tres mil y quinientos arriba,
puesto que a la fama de la riqueza del saco acudieron luego de todas naciones
y de diferentes presidios otros muchos soldados, sin embargo del conocido
peligro con que se entraba y salía, por el cuidado con que la caballería francesa
de Picardía corría todas aquellas campañas. En cuyas manos cayeron algunos
soldados, más codiciosos de dinero que de honra, mientras, desamparando
sus banderas y estandartes, procuraban ponerse en cobro con lo ganado; y,
aunque era la causa toda una, tenían al fin mayor disculpa los que entraban
que los que salían. Tomó al octavo día Hernán Tello muestra a toda la gente
con que se hallaba y causóle gran contento ver que llegaba a tres mil y qui-
nientos hombres, sietecientos dellos españoles. Y, pareciéndole conveniente
negar la salida a los que ya se hallaban dentro, lo hizo, vedándolo con pena
de muerte, y valiéndose de la persuasión y cebo de prometer, de parte de su
alteza, a los que habían acudido de otras compañías que se les harían buenos
sus sueldos corridos y el tiempo que servían en las que de nuevo escogiesen
para agregarse a ellas, como lo hicieron todos con gran prontitud.
Otro día después del felice suceso de Amiéns, despachó Hernán Tello al
sargento Francisco del Arco para dar cuenta al archiduque de tan señalada
vitoria y de los que necesitaba de mayores [432] fuerzas para defender una
332
Se trata de los Comentarios de las cosas sucedidas en los Países Baxos de Flandes desde el año
de 1594 hasta el de 1598, del capitán de caballos (y soldado escritor) Diego de Villalobos y
Benavides. Al parecer al caer prisionero de los holandeses perdió el manuscrito de su obra,
que hubo de volver a redactor a instancia de sus amigos. Ver la estupenda ponencia de
González Castrillo al respecto.
Las Guerras de los Estados Bajos 583
ciudad tan grande, pues no había duda en que el rey de Francia había de acu-
dir con todo el poder del reino a procurar cobrar aquella ciudad tan principal
y que para echar al enemigo de casa habían de ayudar de veras, no sólo los
vasallos, sino también los amigos públicos y secretos, unos por temor y otros
por envidia de la ajena felicidad. Recibió el archiduque al mensajero con sin-
gular regocijo y en principio de recompensa de lo que había trabajado le hizo
merced de mandar que se le formase una compañía de infantería española en
Amiéns, entresacando la gente de las demás compañías y agregándole con ella
el tercio de don Alonso. Mandósele volver luego con aviso de que marchaba
ya el conde de Busquoy con tres mil valones y Juan de Guzmán con cinco
compañías de caballos; esto para principcio de refresco, mientras se juntaban
las fuerzas necesarias para divertir los acometimientos que el francés intenta-
se. Mandóse al capitán Cristóbal Lechuga, uno de los tenientes de la artillería,
que fuese a encargarse de la que se había ganado en Amiéns, y, porque Her-
nán Tello pedía con gran instancia un ingeniero para fortificarse, se le envió
también al caballero Pachoto, hermano del conde Pachoto, el que murió en
el asalto del castillo de Calés.
No se descuidó el archiduque de avisar al rey con correo a diligencia y
con bajel de Dunquerque del suceso de Amiéns, pidiéndole, ante todas co-
sas, premios para los ejecutores; y, representando los grandes efetos que se
podían hacer si se conservaba aquella ciudad para la corona de España, no
olvidándose de anteponer las antiguas pretensiones, heredadas con la casa de
Borgoña, de las plazas situadas sobre la ribera del río Soma, la más principal
de las cuales era Amiéns, y que hasta para hacer las paces con ventaja convenía
tener aquel torcedor. Concluía pidiendo gente española y dineros con que
pagar las levas de naciones que se quedaban haciendo. Pero el rey estaba ya
al fin de sus días y tan cargado de enfermedades dolorosas, que, aunque para
alegrarle le dieron cuenta los de la Junta de la presa de Amiéns, dejaron las
demás peticiones para otra ocasión; perniciosa y antigua costumbre para con
los príncipes, hablarles más a medida de su gusto que de su provecho. Sólo
a Hernán Tello se le dio la [433] encomienda de Carrizosa de la orden de
Santiago; trecientos ducados de renta de por vida a Francisco del Arco y otros
seiscientos que repartir entre los capitanes que más se hubiesen señalado; en
lo de enviar dineros hubo toda la tibieza que fue menester para mal lograr un
suceso tan venturoso, como lo iremos viendo.
Hallóle al rey de Francia esta nueva en París, desde donde, con solas sus
guardias ordinarias, pasó volando a Corbié; y tanta fue la diligencia de que se
usó y la que el mariscal de Birón puso en juntar gente, que a los 22 del mesmo
mes de marzo tenía ya alojados entre Amiéns y Dorlán tres mil esguízaros,
mil ingleses y cerca de mil caballos franceses. Con esta gente y con la que se
le iba juntando cada día, no reposaban un punto él ni sus capitanes; antes,
habiendo ofrecido a las ciudades por donde vino pasando desde París que, lle-
584 Las Guerras de los Estados Bajos
gando a ver a Amiéns, la había de ganar a escala vista, andaba todas las noches
tocando arma a los nuestros, unas veces cargado de escalas, otras de petartes333
y todas como convidando a los ciudadanos a que, renovando la memoria de
su antiguo valor, sacudiesen el yugo de aquella gente y les hiciesen pagar el
hospedaje con las vidas. Mas de todas estas amenazas cuidaban menos los
españoles que de prevenir con el cuidado necesario todo lo que dentro y fuera
les podía asegurar de los enemigos.
Una noche Birón, avisado de que en la mina del rebellín que cubre la
puerta de Montecurt había la cantidad de pólvora que dijimos haberse ha-
llado dentro de la ciudad, que hasta entonces no sabían los nuestros della,
imaginó en volalla metiendo una salchicha por cierta tronera334 baja que salía
al foso, llena de gran cantidad de pólvora alquitranada. Fue suerte que, aun-
que la salchicha hizo su efeto, no pudo alcanzar a la pólvora por estar mucho
más adentro de lo que habían pintado, que, si alcanzara, hubiera volado todo
el rebellín y la puerta, con el daño que se deja considerar. Fue tal la presteza
con que acudieron los nuestros a la muralla, creyendo que era la puerta la
que había volado, que, disparando muchas veces al foso sus armas de fuego y
haciendo lo mismo la artillería, hubieron de retirarse los enemigos, y no sin
pérdida.
[434] Viendo el rey la vigilancia con que estaban los nuestros en Amiéns,
determinó tentar algo de lo que probablemente se pudiese creer vivía con
menos recato y, picado del golpe recebido con la pérdida de un ciudad no-
bilísima y cabeza de provincia, imaginó que soldaría esta quiebra tomando
por entrepresa otra ciudad de los Estados, cabeza también de provincia y en
nada inferior a la que había perdido. Escogió para esto la ciudad de Arrás,
cabeza del condado de Artois, y la noche de los 30 de mayo hizo marchar al
marichal de Birón todo el día, que acertó a ser muy lluvioso y cubierto; tal,
que al anochecer se halló una legua de Pas, en Artois, y, pasando el río de
Autí por entre Pas y Dorlán, llegó con cuatro mil infantes y mil quinientos
caballos a aquella parte de la ciudad que llaman propiamente la Citté, que
es la más cercana a Francia, con intento de tocar arma con la caballería a la
otra parte más baja que mira al Artois, llamada la Villa Vieja, y plantar entre-
tanto los petartes a la puerta de la Citté, como lo hizo, en oyendo las voces
y arcabuzazos que andaban de la otra parte, adonde cargó toda la gente de
la ciudad, que es mucha y muy valerosa, salvo la de la propia Citté, por ser
barrio separado y dividido con murallas y foso de lo restante de la ciudad. De
dos petartes que se plantaron, sólo uno hizo efecto y se llevó un rastrillo y un
pedazo del puente levadizo, por el cual comenzaron a ir entrando algunos y
333
Del fr. petard, tubo que se rellena de pólvora.
334
«Abertura en el costado de un buque, en el parapeto de una muralla o en el espaldón de una
batería, para disparar con seguridad y acierto los cañones» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 585
arrimarse a la segunda puerta. Era poca la guardia ordinaria que asistía a ella,
pero, acudiendo con valor, comenzaron a arcabucear a los que iban entrando
desde los traveses interiores, haciendo el mismo oficio los exteriores desde la
casamata con cañonazos y mosquetazos, aunque sin efeto, por haber hallado
los enemigos con qué cubrirse. Duraba mucho la porfía del enemigo y con
las exhortaciones del marichal Birón iban entrando siempre más franceses,
hasta que, acudiendo valerosamente el conde de Busquoy, que casualmente se
hallaba en Arrás, y trayendo consigo al capitán Cristóbal Lechuga y treinta o
cuarenta soldados españoles y valones que se hallaban acaso también allí, ani-
mados unos y otros, arcabucearon a los que habían entrado, sin que escapase
ninguno. Parecióle temeridad a Birón el porfiar más y acabó de desanimar a
los suyos verle a él herido, aunque levemente, en una mano; [435] con que,
y con pérdida de más de cien franceses, se retiraron a sus cuarteles, que los
tenían menos de una legua de Amiéns. Sucedió en estos mismos días una
harto buena suerte a la compañía de don Sancho de Luna, habiéndose él ya
partido para España, y fue que, saliendo de Calés su alférez Pedro Martín con
ochenta soldados, entre lanzas y arcabuceros, a correr, como otras veces solía,
la campaña y país de Boloña, el gobernador della, señor de Campañola, el
que, como dijimos en su lugar, metió el socorro en Calés, tenido por uno de
los mejores soldados de Francia, avisado por sus espías, le aguardó a su vuelta
con golpe de infantería y cuarenta caballos en un puesto inexcusable y tan
fuerte, que por ambos costados le cubrían dos pantanos inaccesibles. Viéndo-
se Pedro Martín en la emboscada y animados él y los suyos de la necesidad,
rompieron por medio de los franceses con singular valor y, dejando muerto al
gobernador Campañola y a otros seis mil gentilhombres, pasaron al fin con
pérdida de solos tres soldados, que murieron de la primera carga. La pérdida
del gobernador Campañola sintió mucho el rey de Francia, por ser uno de los
soldados de quien más confiaba.
Estaba entretanto desterrada del todo la ociosidad de Amiéns, tal, que has-
ta los mozos de servicio de los soldados, que los de edad competente pasaban
de mil, repartidos por compañías, con sus oficiales, cajas y banderas, hacían
no solamente oficio de gastadores y ayudaban a sus amos en las fortificacio-
nes, pero también se ejercitaban en tirar al enemigo con particular destreza y
alborozo y perseveraron en ello todo lo que duró el sitio. Entrados Lechuga y
Pachoto en Amiéns una noche con solos seis caballos, comenzó el primero a
ir alojando su artillería, poniéndola en los lugares competentes, y el segundo
a trazar fortificaciones, comenzando por la parte que mira a Beaobués, que,
siendo la más acomodada para arrimarse por la de Francia, era también la más
flaca, aunque, por ser también la más llana y baja, tenía un razonable foso de
agua, sacado con una zanja del río Soma. Pensaron todos que los acometerían
por allí y causó este engaño un grande inconveniente, porque, si el tiempo
que se gastó en fortificar un rebellín y en hacerle a toda aquella parte estradas
586 Las Guerras de los Estados Bajos
335
Fue política generalizada para la efectividad de los tercios fomentar la rivalidad entre las na-
ciones de los mismos, para, por el prurito de honra, intentar conseguir una mayor rapidez
y eficacia en las acciones bélicas.
Las Guerras de los Estados Bajos 587
de casas, hizo salir de la ciudad a más de seis mil ciudadanos, dejándoles sacar
todo el oro y plata y cosas de precio con tal que lo registrasen, y, dándoles
barcas, con fianzas de volverlas, para llevar su hacienda desde Abevila por la
ribera abajo, quedaron menos de dos mil casas pobladas de franceses, y ésos
oficiales mecánicos y gente pobre.
Puestas en orden las cosas de dentro de la ciudad, se resolvió el gobernador
en arrasar los burgos o arrabales de la parte de Francia, que desta otra no los
había a causa del mal vecino del país de Artois. Y hízose pegándoles fuego,
que fue una miserable vista ver arder más de mil y quinientas casas, muchas
dellas palacios de recración y quintas adornadas de hermosos jardines. Sacóse
desto el provecho de arrasar la campaña (diligencia la primera que deben
hacer los que aguardan sitio) y poder meter en la ciudad para quemar y otros
servicios las vigas y maderames escapados de la violencia del fuego.
Entratanto, el marichal de Birón tentó el entrar en Dorlán por escalada,
pero salióle mal, porque, acudiendo el sargento mayor Fernando de Vallejo
con la gente de la guarnición a la puerta de Arrás, por donde, como a la par-
te más segura, había cargado el enemigo, se hubo de retirar sin tentar cosa
alguna, ofendido al amanecer de la artillería a caballo, con más daño que
reputación.
En este medio el rey de Francia, deseando meternos más inquietudes en
casa y cortar el hilo a los socorros que iban entrando en Amiéns con alguna
diversión, hizo que el marichal de Baliñí (el cual, desde que perdió la ciudad
de Cambray y se casó con una hermana de madama Gabriela, dama del rey,
vivía en su castillo de Boán, en frontera de Henao y de Cambresí, dando con
la viveza de su espíritu y secretas inteligencias mil ocasiones de sospecha)
ocupase con [438] cuatro mil infantes un puesto sobre la Mosa, como lo
hizo, fortificando el villaje de Rebín, desde donde la guarnición de trecientos
infantes y cincuenta caballos que allí dejó comenzó a hacer grandísimo daño
en el país, y le hiciera mayor si no proveyera su alteza de remedio, enviando a
los postreros de marzo al maestro de campo don Luis de Velasco con su tercio,
que invernaba en Nivelá, los regimientos de Achicourt y La Barlota y cuatro
compañías de caballos. Don Luis, abriendo trincheras al fuerte, batiéndole a
los 3 de abril con cuatro cañones, madó dar el asalto y entró por fuerza con
muerte y prisión de todo el presidio, con que, dejando finalmente limpio
aquello y desmantelado el fuerte, se volvió a su guarnición.
Habíanse arrimado a Dorlán el conde de Busquoy con cuatro mil infantes
valones y Juan de Guzmán con trecientos caballos con designio de entrar
en Amiéns. Y, estando cada día aguardando ocasión acomodada, avisado el
archiduque de que había el enemigo sacado una trinchera de la una parte del
río hasta la otra, todo por la parte que mira al país de Artois, y que -sin esta
fortificación- tenía ya levantados tres razonables fuertes en todo el ámbito de
la trinchera, sin otros dos fuertes reales que estaba haciendo, uno en el villaje
588 Las Guerras de los Estados Bajos
de Lampré, distante media legua de la ciudad por la parte que sale della el
río Soma, y otro en el de Caumont, otra media legua más arriba, ambos para
cubrir dos puentes sobre barcas por donde comunicarse con las tropas que
tenía de la parte de Francia; pareciéndole a su alteza que ya no podía pasar sin
mucho peligro tan grande golpe de gente y que era mejor servirse désta para
el socorro que se quedaba trazando, envió a mandar al conde que se volviese
a refrescar al país de Artois y que Juan de Guzmán con su gente procurase
entrar en Amiéns.
Tuvo Hernán Tello aviso de que había de entrar esta caballería y, no pen-
sando que sería tan presto, no previno lo que fuera necesario para recebilla,
que fue de inconveniente no pequeño, porque, marchando Juan de Guzmán
la noche de los 14 de abril, seguro de que no había peligro sino hasta llegar a
las puertas de la ciudad, la experiencia mostró que se engañaba, y pasó así.
[439] Puso Juan de Guzmán en tropas separadas las cinco compañías que
llevaba, la suya de lanzas españolas, las de Juan Jerónimo Doria y Carlos de
Sangro, lanzas italianas, y las de arcabuceros a caballos de Francisco de la
Fuente y Martín de Eguíluz; y, después de haber marchado hasta una legua
de la ciudad, fue sentido de las emboscadas del enemigo y cargado hasta que
llegó a las mismas puertas, a la parte del rebellín de Montrecurt, a cosa de una
hora antes del día. Los nuestros, viéndose en salvo, tocando las trompetas, se
apearon muchos delante de las barreras y rastrillos. Comenzaba ya a hacerse
de día, cuando, avisado Hernán Tello, guarnecidas las murallas y ordenada la
gente para abrir las puertas, vio que, madrugando más el marichal de Birón,
arcabuceaba gallardamente a nuestro socorro, haciendo los franceses saltar al
foso a muchos soldados y a muchos más caballos, que quedaban como por
trinchera entre ellos y los nuestros. Hicieron Juan de Guzmán y los capitanes
todo lo posible para defender a su gente, pero sin provecho, hasta que, abierta
la puerta del rebellín, comenzaron a entrar con gran confusión y apretura.
Con toda ella pudo salir el capitán don Fernando de Deza con su compañía
y otra de irlandeses del capitán Tomás, que por un rato ahuyentaron al ene-
migo desmandado, muriendo muchos dellos al retirarse por la mosquetería
de la muralla, que hizo muy bien su deber. Mas, cargando resueltamente un
escuadrón de esguízaros y franceses, volvieron a rechazar a los nuestros hasta
las barreras, adonde se peleó un buen rato pica a pica, no atreviéndose a jugar
la artillería del través, por no ofender a los amigos, tanto se habían mezclado
unos con otros. Jugó al fin cuando les pareció a los artilleros, que se iban se-
parando con mucho daño de los esguízaros, aunque mayor de los españoles,
por alcanzarle un dado de una piecezuela al capitan don Fernando de Deza,
de cuya herida murió de allí a dos días, a manos se puede decir de sus proprios
amigos, que hasta dellas suelen también servirse los sucesos desdichados. Ha-
bía ya salido gente bastante para defender la estrada cubierta, mas, no con-
tentos los soldados con eso, salieron a la campaña y, peleando valerosamente,
Las Guerras de los Estados Bajos 589
336
Notemos que con el mismo nombre se atestigua un poeta de academia, relacionado con
Pedro Fernández de Navarrete.
590 Las Guerras de los Estados Bajos
antes del casar de Caumont, donde alojaba la caballería francesa. Trazóse que
una noche señalada procurasen irse juntando en el monasterio hasta treinta
conjurados y que a cierta hora un boticario medianero del trato pegase fuego a
su propia casa, que era junto a la plaza, para que a un mismo tiempo sirviese de
contraseño y llamase al remedio del fuego a toda la soldadesca. Habían de salir
a esta sazón los conjurados del convento y procurar ganar el cuerpo de guardia
que los valones tenían sobre las puentes y tres piezas de artillería, fortificándose
con sacas de lana y otras cosas deste género, hasta que, llegando los ingleses y
franceses, pudiesen darles la mano y entregalles la ciudad. Entraron en hábito
de villanos, que traían provisiones los más y con varios artificios otros. Camina-
ba el negocio con grande secreto y no pequeñas esperanzas de salir con él, hasta
que uno de los del proprio trato, llamado Hugo Leseao (a lo que se cree), no
tanto por amor que nos tuviese como por el peligro común que corren en una
ciudad saqueada los leales y los traidores, manifestó el negocio al gobernador,
que lo remedió, buscando en el monasterio los culpados, adonde se prendieron,
casi los más dellos capitanes y gente de cabo. Prendiéronse también muchos
ciudadanos, de los cuales mandó el gobernador ahorcar el siguiente nueve por
traidores, por cuanto habían jurado fidelidad a España. Los del campo se troca-
ron por otros tantos prisioneros nuestros; a los frailes se mandó salir de la ciu-
dad y no mucho después al obispo, aunque con el término y estilo conducente
a su dignidad.
Habíase entretanto disputado mucho en el campo francés sobre la parte
por donde se habían de ir arrimando con trincheras; algunos eran de parecer
que era mejor acometer por la más flaca, [442] que era la de Francia, pues
para impedir la entrada a leves socorros bastaba tener de la parte del Artois
gruesas emboscadas; y que para en caso de socorro real, pues le habían de ver
venir tanto antes, podían escoger una plaza de armas donde esperalle, caso
que les estuviese bien pelear, y, conviniéndoles más no aventurar la suma de
las cosas, guardarse enteros para otra ocasión, si mengua ni afrenta alguna.
Y añadían que en vano se había trabajado tanto, si, estando ellos guardando
la frente del enemigo, pasaban los españoles de la ribera, como lo podían
hacer con facilidad trayendo puentes, y socorrerían a los suyos por la parte
de Francia con gente y municiones. Otros, y entre ellos el marichal de Birón,
perpetuo defensor de los consejos más arriscados, decían que ya no era la
parte de Francia la más flaca, pues había tantos días que la fortificaban; que
no bastaban emboscadas para impedir leves socorros, si no era trabajando
infructuosamente la mitad del ejército, obligándole a estar en arma casi siem-
pre, y en particular a la caballería, pues con la falta de forrajes tan notoria no
sería más que desjarretalla toda de una vez; que, no teniendo los españoles
paso proprio en el río, no podían pasalle sin ser sentidos ni sin perderse; y,
finalmente, que el quedar el rey con Amiéns había de ser el establecimiento
de su corona y la restauración de su propia vida, y el levantarse de sobre ella
Las Guerras de los Estados Bajos 591
por ninguna consideración la ruina total de ambas cosas. Mandó el rey que se
siguiese el consejo del marichal de Birón, encargándoles la ejecución dél. Y al
fin el sitio se plantó así.
En el villaje y fuerte de Lampré se puso Birón con seis regimientos de
franceses. En el segundo fuerte, que se hizo en la ermita de la Magdalena, se
alojó el rey y su corte, con el regimiento de su guardia y las demás guardias de
su persona. A su mano derecha, entre el cuartel del rey y el de Birón, se alojó
el coronel Galatis con sus tres mil esguízaros, y consecutivamente tres regi-
mientos de franceses con otro de esguízaros del coronel Baltasar. A la mano
izquierda del cuartel del rey seguían otros seis regimientos de franceses y mil
ingleses, cerrando el arco otros dos mil ingleses, que, casi pegados al casar de
Rivières, tocaban con su costado izquierdo al río. La caballería, como se ha
dicho, alojaba mucha parte en el casar [443] de Caumont, a cargo del señor
de Montiñí, su general, con dos regimientos de franceses, que servían tam-
bién de guardar el puente y los dos fuertes plantados para aseguralle. Cubríase
toda esta frente de cuarteles de la parte de la ciudad con muy buenas trin-
cheras, redutos y traveses, y a las espaldas, por causa del socorro, se abrieron
mucho mayores y más hondas, y los fuertes, que fueron nueve, mucho más
capaces y con buena artillería, gobernada por el señor de San Luc; estos fuer-
tes y trincheras de las espaldas tenían su guardia ordinaria, para cuyo efecto
estaban alojados en los fuertes tres regimientos de infantería francesa. Puso
la mira el rey en asegurarse de la gente española, de cuyo valor tenía hecho
gran concepto, arrimándose con grandes defensas y sin dar ocasión a salidas,
y sobre todo en ponerse de manera que ningún ejército enemigo fuese pode-
roso a desalojalle; teniendo hecha resolución, para remedio de lo primero, de
no tentar la ciudad con temerarios asaltos, sino ir ganando la tierra palmo a
palmo con la zapa y la pala, y en orden a lo segundo, de perderse antes que
levantarse de allí sin ganarla. Siendo gran parte para salir con cosas grandes,
tomarlas con cierta manera de resolución inmudable, que, aunque toque algo
en obstinación, hay vicios que sirven en las virtudes, como en las medicinas
las calidades contrarias para que penetren.
Pasáronse cuarenta días en hacer estas fortificaciones con más de cuatro
mil villanos que trabajaban en ellas, no descuidándose los sitiados de hacer lo
mismo en las partes donde iremos señalando, haciendo en este medio mucho
daño a nuestra artillería en los trabajadores y no menos en los enemigos, en
trabándose escaramuza, que era cada día. Lázaro, soldado español, caballo
ligero, salió y volvió a entrar muchas veces, llevando avisos a su alteza del
estado de las cosas y trayéndolos de que se iba apercibiendo el socorro, y que
vendría sin duda el archiduque en persona con un poderoso ejército. Padecía
el de los franceses mucho de forrajes, tal, que cosa de dos mil y quinientos
caballos con que se hallaba entonces, añadido a este trabajo el de las continuas
guardas, emboscadas y reconocimientos, andaban ya sin poderse mover y tan
592 Las Guerras de los Estados Bajos
337
Francesco Paccioti, que servía de ingeniero mayor. Más noticias de él se pueden encontrar
en los Comentarios de las cosas sucedidas en los Países Baxos de Flandes de Diego de Villalobos
y Benavides. Ver también www.tercios.org bajo Hernando Pacheco para más noticias.
Las Guerras de los Estados Bajos 593
338
Amelot indica que «il n’y a rien de plus contraire à l’aplication nécessaire aux affaires pu-
bliques que l’attachement que ceux qui en ont l’administration peuvent avoir pour les
femmes» (84 [librio III]).
339
El prototipo del soldado de tercios galante permea la literatura áurea, especialmente la
teatral. Como muestra pueden verse las tres comedias de Lope de Vega sobre el tema, Los
españoles en Flandes, Pobreza no es vileza y Don Juan de Austria en Mastrique.
Las Guerras de los Estados Bajos 595
340
Desconocemos de qué idioma proviene este vocablo.
Las Guerras de los Estados Bajos 597
no podía nuestra artillería hacer efeto en manera alguna. Venía delante de sus
tropas el marichal de Birón en una haca y desarmado y hasta el mismo rey se
movió de su cuartel con toda su corte y la gente de sus guardias.
Volvíase ya la caballería vitoriosa, cuando, saliéndoles al paso docientas
corazas, cortaron al capitán Juan de Guzmán y a diez soldados de su com-
pañía que se retiraban los últimos de todos y con muerte de algunos dellos
prendieron al capitán por falta del caballo, que cayó con él. Pasó la voz a la
vanguardia que el capitán iba [452] en prisión y, volviendo furiosamente su
alférez a socorrelle, sin detenerse a los ruegos del teniente Pedro Martín, que
se temía ya de lo que sucedió, cerró con los enemigos con tan poco fruto,
que, muriendo él, fue causa de la muerte de su capitán, porque, siguiendo al
alférez toda la tropa y temiendo los franceses que les quitarían al capitán, le
mataron de un pistoletazo, pérdida que aguó todo el buen suceso de aquel
día, porque Juan de Guzmán era un mozo de gran calidad y de valerosísimos
principios, y sobre todo amable en gran manera. Y ayudó a doblar la lástima
el modo y la causa de la muerte, pues le había librado Dios de tantos peligros
y enemigos en aquel sitio para que su mismo alférez le hiciese perder la vida,
llevado valerosamente, aunque con poca prudencia, del deseo de librarle.
Duró la escaramuza hasta que, cargando a cosa de las cuatro de la tarde
el proprio rey con la mayor parte de su campo, se acabaron de encerrar los
nuestros bañados de sangre enemiga. No hizo menos buen efeto Lechuga
con su artillería, que jugó maravillosamente toda la tarde, de cuyos golpes y
de las manos de los soldados faltaron este día en el campo más de seiscien-
tos enemigos. De los nuestros murieron hasta treinta, y personas de calidad
solos Juan de Guzmán y su alférez. Púdose saber eston con puntualidad por
haberse concertado tregua de dos horas para retirar los muertos de una parte
y de otra.
Conoció presto el rey de Francia el daño que recebía de nuestras piezas y,
ordenando una batería de diez cañones, que sólo se ocupasen en tirar a las de-
fensas y traveses de las murallas, hizo en tres días tal efeto con ellas, que allanó
los parapetos, quitó los traveses altos y obligó a que retirasen los nuestros su
artillería, escondiéndola donde no pudiese recebir daño, para cuyo remedio,
siendo –como era- el terrapleno de la muralla ancho de más de cuatro picas,
le hendieron los sitiados por lo largo y allí se alojaron sin peligro; mas, por
mucho que la artillería del enemigo hizo, no pudo por entonces quitar los
traveses ni descubrir el gran rebellín, desde el cual recibía continuos daños,
especialmente con naranjeras, mosquetes de posta y de horquilla341. Y deseoso
el rey de remediar aquel trabajo, mandó hacer una plataforma, a quien abra-
zaba un fuerte harto capaz, y desde él batir con doce piezas todo lo que podía
descubrirse del rebellín; mas ni [453] eso tampoco le aprovechó, aunque a la
341
La diferencia radica en el uso de la horquilla para apoyar el mosquete al disparar.
Las Guerras de los Estados Bajos 599
342
La indumentaria del soldado de tercios contaba con varias prendas y aparejos que conte-
nían bandas rojas o color rojo. Así, las cajas de guerra (tambores) estaban pintadas de azul
con dos bandas rojas en los extremos; la parlota de la cabeza (amarilla) se remataba con un
plumero rojo; los jubones y gregüescos eran amarillos y rojos y las calzas solían contener el
color rojo; los oficiales y jefes usaban una borgoñona rematada con plumas rojas y blancas.
Los soldados llevaban unas bandas rojas descoloridas y algunos en el jubón o coleto la cruz
roja de San Andrés (o cruz de Borgoña). Estas señales servían para que se distinguieran en el
combate. Las bandas rojas, asimismo, era identificativas de la casa de Borgoña, y las negras
de la de Guisa. Ver Clonard, conde de.
600 Las Guerras de los Estados Bajos
enemiga. Mas, viendo los capitanes que el enemigo cargaba de veras y que
ofrecía dificultad el entrar el reduto, juntándose toda la gente y naciones,
comenzaron a retirarse con gentil orden. En este medio salieron los treinta
caballos y, cortando a toda la gente suelta que se había atrevido a salir de
las trincheras, degollaron más de setenta, sin que por causa de las trincheras
pudierse pasar a socorrellos su caballería. Venía el marichal de Birón con
dos escuadrones cargando valerosamente, mas, como los nuestros ganaron
cuando les estuvo bien la retirada, no hicieron otro provecho que ponerse
por blanco de nuestra artillería, que hizo mucho daño en ellos. Duró la es-
caramuza más de cuatro horas, hasta que se acabó de quietar todo, y, como
se supo después, murieron este día al pie de ochocientos enemigos y menos
de setenta de los nuestros; que con todo eso fue pérdida de consideración,
visto que faltaba cada día más gente y la esperanza de que había de entrar
alguna y los muchos puestos que había de guardar y defender. Esto obligó a
Hernán Tello a hacer apear a la caballería y servir como infantes, haciéndolo
con mucho gusto ellos y sus capitanes y peleando valerosamente en todas
las ocasiones.
Cada día se aumentaba en el campo francés la fama de la venida del
socorro y a esta proporción el deseo de acabar con aquello, estando ya tan
cerca de los arces del foso entre la puerta Cerrada y [456] el rebellín grande,
que apenas les quedaban por andar cincuenta pasos. Era aquélla la parte
de la ciudad menos defendida de traveses. Comenzóse a los 2 de agosto a
trabajar por el enemigo hacia el redutillo que dijimos hacía de través a la
estrada cubierta y guardaba que no se le pudiese plantar artillería al dia-
mantillo de la punta343, obras que, como se apuntó arriba, habían hecho los
sitiados para aquel efeto. Viendo, pues, los franceses el estorbo grande que
les hacía el redutillo, se le arrimaron una tarde por una punta con muerte de
algunos, cubriéndose con cestones y con mantas, y, comenzando a cavar por
fuera del foso del rebellín, labraron una mina que caía debajo de la punta
dél, que, aunque se sintió que venían trabajando, la cortedad del terreno
fue causa de que no se les pudiese impedir. Dos días les duró esta obra y al
tercero, después de atacada su mina, poniéndose todo el campo en arma,
se le pegó fuego, y fue el daño tal, aunque la gente se había ya retirado por
haber conocido el peligro y la imposibilidad de remedialle, que voló todo
el reduto, dejándole hecho un montón de tierra movediza, sin forma ni
capacidad. Con todo eso, en volando la mina, cargaron los nuestros con
gran valor, especialmente Eduardo Bastoch, cabo de los irlandeses, y algu-
nos españoles, y por todo aquel día defendieron aquel terreno, que solía ser
reduto, con muerte de muchos enemigos. Los cuales, retirados al fin, pare-
343
Debe entenderse que «la figura angular que se da a las piedras de algunas fábricas» se llama
«punta de diamante» (Dicc. Aut.).
602 Las Guerras de los Estados Bajos
ciendo a Hernán Tello que no se podía más defender aquel puesto, mandó
que se retirasen también los nuestros, aunque no sin tocarles aquella noche
muchas armas, y una tan viva, que mataron muchos de los que se asoma-
ban a sus trincheras. Ocuparon los franceses la noche siguiente el puesto y,
cavando en él con facilidad, se fortificaron sobre el arce344 del foso, desde
donde comenzaron a estorbar a los nuestros el andar descubiertamente por
él, y en otras cuatro noches pusieron grandes cestonadas y levantaron el
suelo de manera que ofendían mucho a los sitiados cuando cruzaban por
las estradas cubiertas. No recebían menor daño ellos desde el diamantillo,
hasta que al cabo de otras cuatro noches plantaron cuatro piezas arrimadas
al arce del foso, con que batían continuamente las estacadas y no dejaban
parar un hombre a la defensa de la contraescarpa. Desalojaron, al fin, las
guardias y ni aun las postas pudieron sustentarse allí, a lo menos [457] de
día. Hechos con estos señores del arce del foso y deseando alojarse en él,
trataron de irse arrimando al diamantillo, que, defendiéndose valerosamen-
te, les dio más que hacer de lo que pensaban, porque, como se dijo, estaba
sobre unos peñascos, y debajo dél, por quitar la comodidad al enemigo, se
conservaban las cuevas con su fuego eterno, donde se peleaba con humo de
azufre y paja mojada. Arrimados los franceses al diamantillo, viendo lo que
les había de costar el ganalle, acordaron cortalle de nuestro socorro, como
lo hicieron, batiendo los entablados o galería, por donde entraban y salían
los sitiados; y a la noche, cogiendo a los que guardaban las cuevas por las es-
paldas, desalojaron a los nuestros, que al fin se hicieron camino con muerte
de mucha gente particular francesa. Viendo Hernán Tello que no podía ya
ser socorrido el diamantillo, mandó retirar la gente (con que los franceses le
ocuparon el día siguiente) y guarnecer muy bien esta parte de muralla que
le miraba por frente, desde donde hicieron gran daño las armas de fuego,
dado que le recibieron los nuestros mayor a los 3 de agosto por una pieza
del molino de viento, que mató a don Gómez de Buytrón, capitán de caba-
llos, caballero de mucho valor y esperanzas, mientras él (a quien tocó aquel
día la guardia de aquel puesto), con su compañía de lanzas (que entonces,
como dijimos poco ha, servía como si fuera de infantería) procuraba aco-
modar una piecezuela para ofender a los que se iban fortificando en el dia-
mantillo. En viéndose los franceses señores del foso, trataron de alojarse al
pie de la muralla, que era sin través de consideración y de sólo tierra y fagina
y están tan batida de cañonazos, que se podía subir sin otra batería. Y para
asegurarse más, plantaron seis piezas en parte donde pudieron batir ciertas
344
La expresión también aparece usada en la relación de Alonso Vázquez, ya comentada: «…
que siendo, como he apuntado, el arce del foso tan alto, no podían los soldados subir a él,
aunque se daban las manos unos a otros y se ayudaban lo mejor que podían…»(Colección
de documentos 1880, 56).
Las Guerras de los Estados Bajos 603
que son bonísimas para estorbar las minas; y con petartes, hornillos y otros
instrumentos procuraban ganar alguna. Había debajo del mismo puente
que entraba al rebellín grande, en los mismos arcos dél, labradas de cal y
canto dos casamatas y parecía caso imposible poderlas descubrir la artille-
ría, mas, como es ingeniosa la necesidad, los franceses alojaron dos piezas
en tan buen puesto, que a pocos tiros las hicieron pedazos, y, en viniendo
la noche, se apoderaron dellas, con que comenzaron a tener pie debajo del
rebellín y tan buena maña se dieron en quitar la piedra y fagina que los
nuestros habían puesto, que al fin fue menester valerse de encender en ella
un gran fuego de leña, brea y resina y todo género de cosas para alimentalla,
que, procurando los enemigos quitallo y los nuestros añadille materia, hubo
grandes combates, en uno de los cuales quedo medio abrasado el capitan
Íñigo de Otaola. También se peleaba en otras partes debajo de tierra con
sahumerios de insufrible olor y, en descuidándose, andaban unos y otros a
pistoletazos y puñaladas.
Batía entretanto la artillería enemiga las casamatas y otras defensas de la
ciudad y una camarada de ocho piezas lo más bajo del rebellín grande de
Montrecurt, hasta que, descubiertas las bóvedas, se iban los ingleses y fran-
ceses metiendo en ellas por la zapa, con muerte de muchos. Y para repararse
dentro del foso, tanto de las salidas de los nuestros, que las hacían por mo-
mentos, como de las piedras y fuegos que les arrojaban, se aseguraron con
cestonadas y trincherones y se cubrieron por encima con zarcos345 y sobre
ellos mucha tierra, con que no sólo se reparaban de la perpetua lluvia de
piedras que a plomo se les arrojaban encima, pero ellas mismas las defendían
después del fuego, con que le pareció a Hernán Tello aplicar otro elemento,
procurando arrojarles por el foso del río Soma, y ejecutóse así.
A la entrada que hace en la ciudad el río hay, como se dijo arriba, dos
puentes, o por mejor decir dos ojos, por donde entra en ella [460] dividido
en dos brazos, y, aunque desde el principio le aconsejaron al gobernador
que procurase cerralle el paso, haciendo enclusas en ellos, con que era sin
duda que tomaría su curso el río por el foso, y, mostrando él desearlo, había
mandado fabricar estas esclusas de recias vigas y tablones reforzados, nunca
le había parecido el mal tan peligroso que quisiese privarse del provecho y
honra de las salidas, y en particular de la que pensaba hacer, echando el res-
to, en viendo a nuestro socorro pelear con el enemigo, de que jamás dudó.
Mas, en viendo a los franceses arrimados a las murallas, no le pareció tiempo
de aguardar más, y, así, a los 31 de agosto, hechas cerrar las esclusas del río,
comenzó el agua, como suele, a volver atrás a inundar todos aquellos cam-
pos, en especial el cuartel de los ingleses y el de la caballería, que los cubrió
en altura de doce palmos, con pérdida de mucha parte del bagaje. Venció,
345
No hemos podido documentar este vocablo.
Las Guerras de los Estados Bajos 605
con todo eso, al segundo día el peso del agua a la fuerza de la enclusa más
cercana al enemigo, hasta que, echándole a las espaldas cantidad grande
de piedras, comenzó el río a correr con la mayor parte por el foso abajo,
embocando con grandísima furia por entre la ciudad y el rebellín grande
de Montrecurt, y desalojando absolutamente al enemigo de las minas, bó-
vedas y trincherones que tenía ocupados, causando a un mismo tiempo el
contento en los nuestros y tristeza en los franceses que se puede considerar.
Afligido el rey por este suceso y lleno de perplejidad, fue avisado de la es-
trechura por donde colaba el agua, entre el rebellín y la puerta, y cayó en
que se le podía poner impedimento, arrojándole en aquel espacio la ruina
de las puertas y sus torres, para remedio de lo cual, mandando plantarle una
batería de once cañones, de tal manera jugaron por espacio de cinco horas,
que al cabo dellas se echó de ver notablemente el provecho y tras pocas más
acabó la ruina de impedir en aquella estrechura del todo el paso al agua.
Continuóse otros tres días la batería y, haciendo siempre mayor efeto, acabó
de enjugar del todo los fosos, dejándolos como antes, aunque casi llenos de
la materia que arrojaron de sí las torres, que ambas, con mucha parte de la
muralla, vinieron al suelo con todos sus puentes, grandes y pequeños. El
agua, haciendo otra vez fuerza sobre las enclusas, parte por la inclinación
de seguir su curso natural, parte por ver los sitiados [461] que no era ya de
provecho, comenzó a correr como solía.
Pudieron con esto los enemigos volver a cavar los cimientos de las mura-
llas y ocupar los puestos que antes tenían en el foso; y de tal suerte se fueron
metiendo por junto a un cubo viejo entre la puerta Cerrada y el rebellín de
Montrecurt, que en seis días de trabajo, aunque con muchas muertes, se alo-
jaron sobre las murallas y en los mismos terraplenos, que cada día los iban
estrechando con la zapa y la pala, con intento de acabar de echar a los nues-
tros della. Había a esta parte, donde los franceses tenían pie en la muralla, una
plataforma grandísima, que en esta ocasión fue de gran estorbo a los sitiados
para fortificar sus retiradas, y, aunque se trabajó mucho por descarnalla, no
fue más que afán perdido. Hacíase, sin ésta, otra obra aún de más trabajo, que
era contraminar las minas que traía el enemigo; hallando algunas, se comenzó
a pelear mano a mano, con los ordinarios fuegos y todo género de armas cor-
tas, muchos estados debajo de tierra.
Había sobre la puerta Cerrada un torreón, en el cual, por descubrirse muy
bien todo lo que los franceses hacían, se tenía una posta perpetua en cierto
hueco della con orden de no tirar, por la facilidad con que podían derriballa
los enemigos. Un día cierto soldado, gran puntero, que estaba de centinela,
vio a un personaje a quien todos mostraban grande respeto, que estaba reco-
nociendo, a su parecer sin peligro, y, disparando el arcabuz, le derribó muer-
to. Acertó éste a ser el señor de San Luc, general de la artillería de Francia
y por cuyo consejo se había encaminado todo aquel sitio. Sin embargo, fue
606 Las Guerras de los Estados Bajos
muy bien reñido el soldado y fuera castigado si no se disculpara con decir que
le pareció el francés persona por cuya muerte podían librarse del sitio. Derri-
bóse en venganza el torreón, aunque no faltó donde alojar la centinela de allí
adelante, a quien se dio la misma orden, y mucho más apretada.
Como el enemigo se vio del todo señor del foso y quitados los impedi-
mentos de los traveses y el agua, que por muchos días les aguó casi toda la
esperanza de cobrar la ciudad, comenzaron muy a su salvo a minar la punta
del rebellín, deseando tomar pie en él, por parecerles que, aunque le tenían
tomado ya en tres partes en la muralla, era muy peligroso tentar el asalto por
ella, pudiéndole defender toda [462] la gente en escuadrón; fuera de que se
persuadieron a que desde el principio estaba hecha la media luna346 que se
hizo después, donde, tomando el rebellín, habiendo cortado con la artillería
el paso al socorro, era sin duda perdida la ciudad; y engañáronse mucho en
esto, porque, si arremetieran por donde lo rehusaron tanto, a lo menos cuan-
do dieron el asalto al rebellín, infaliblemente entraran la ciudad, porque ya
no había soldados aun para cubrir la muralla, que la peste y los demás males
de la guerra habían consumido más de la mitad, fuera de más de seiscientos
heridos que por este tiempo había en el hospital y en sus casas.
Visto por Hernán Tello la facilidad con que los franceses podían entrarse
en la tierra si lo intentaban, determinó hacer una media luna, que, partien-
do de la plataforma grande en figura de medio círculo, venía a rematarse
al cabo de la puerta Cerrada, toda ella con muy buenos fosos y traveses. Y
para impedir, entretanto que se hacía, todo acometimiento repentino, hizo
poner sobre la muralla unos rastrillos con puntas de hierro por corona della,
aunque, por que no los pudiese coger la artillería enemiga, no se pusieron
derechos, sino echados, las puntas para afuera, que salió mucho mejor. Aca-
bada la media luna, que se perficionó en menos de tres días, tal era el gusto
con que se trabajaba para dificultar el asalto, visto que podia darse ya sin más
batería, que echaron los nuestros sobre lo batido cantidad grande de árboles
enteros, con sus ramas y hojas hacia fuera, defensa fácil y provechosísima
para en tales casos. Mas era tal la continua batería que desde el alba hasta las
oraciones hacían cuarenta y cinco piezas plantadas en diferentes camaradas,
que todo lo desmenuzaban sin remedio. Vista por el gobernador y por todos
la conocida apretura en que se hallaban, después de junto el consejo, se re-
solvió que se enviase al archiduque al alférez Mesa, avisándole del estado en
que se hallaban las cosas y que entretanto que su alteza se acercaba se hiciese
una retirada, ocupando con la fortificación casi la media parte de la ciudad,
tomando al río por frente, cosa que fuera dar en qué entender al enemigo otro
tanto tiempo. Encomendóse esta obra al capitán Pedro Gallego y pusiérase
346
Media luna. «Un género de fortificación que regularmente se construye delante de las capi-
tales de los baluartes sin cubrir enteramente sus caras» (Dicc. Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 607
347
«Faja de paño azul o encarnado con franjas blancas, que sirve para adornar las bordas y las
cofas de los buques en días de gran solemnidad, y para cubrir los asientos de popa de las
falúas o botes. Las hay de lona para el uso común y diario» (DRAE).
608 Las Guerras de los Estados Bajos
ñones de siete mil y los españoles faltaban poco para cuatro mil. La caballería
ligera llegaba a dos mil caballos y los hombres de armas o bandas de Flandes
a mil y quinientos. Llegó el archiduque a Duay a los 25 de agosto, donde se
platicó con varias opiniones el modo de socorrer a los sitiados, pareciéndoles
a muchos que había todavía tiempo de tentar alguna diversión, sitiando a San
Quintín o a Perona; otros querían que se fuese al socorro con resolución de
pelear y para facilitalle engrandecían el número y valor de nuestro ejército y
las muchas partes en que forzosamente había de tener ocupado el francés el
suyo para guardarse a un mismo tiempo de dos enemigos. No faltó tampoco
quien introdujese el medio destos extremos, como de ordinario sucede a los
perplejos, linaje de consejeros inútiles, si ya más propiamente no los llama-
mos perniciosísimos. Aconsejaban éstos que se hiciesen todas las demostra-
ciones necesarias para persuadir al francés a que se iba con resolución de pe-
lear, que con esto era sin duda que no aguardaría, como si fuese posible saber
las resoluciones ajenas ni acción de prudencia el librar en ellas el provecho
proprio; fuera de otro daño (muy ordinario y anejo a este género de consejos),
que no haciendo el enemigo lo que se imaginó que haría, como sucede las
más veces, es menester variar en la misma ocasión aceleradamente, y ya se ve
cuán grave error es reservar para entonces lo que pide tan diferente espacio.
Acordaban éstos los ejemplos de París y Roán y aun otros más recientes, un
género de argumento, aunque harto usado, poco concluyente, pues siendo
tan varias, de ordinario, las circunstancias de los casos, raras veces se ajustan
de manera que pueda servir en el presente lo que se hizo en el que alegan,
puesto que, sabiéndola moderar y templar con prudencia, no se puede negar
que no sea de gran provecho la memoria de los sucesos pasados. El no tomar-
se por entonces reso[469]lución alguna mostró evidentemente que los más se
habían conformado con el postrer consejo y el archiduque también, no por-
que le faltase todo el valor heredado y natural que puede tener un príncipe,
como antes y después se vio en tantas ocasiones, sino porque deseaba hacer el
efeto sin aventurar los estados que tanta obligación tenía de guardar, fuera de
que el perder la batalla y el socorrer a Amiéns era fuerza que le dilatasen, aun-
que por varios caminos, el de su casamiento, procurado por él con tantas ve-
ras y deseado con tanta razón. A más desto, tenía ya en tan buen punto el
general de San Francisco el tratado de las paces348, que parecía, y aun era te-
meridad, echar el resto por cosa que, sucediendo ellas, había de restituirse
como todo lo demás. El rey nuestro señor era cierto que deseaba morir en paz
y que su hijo reinase y su hija se casase sin guerra, y, así, es común opinión
que sus secretas instrucciones se conformaban más con este parecer, en virtud
del cual, cuando después se trató de poner en ejecución la jornada y se oyó en
348
Para las negociaciones y pactos del momento en el territorio flamenco, ver Paz, Recueil
(1893, 1904), entre otros.
612 Las Guerras de los Estados Bajos
Arrás, por relación del teniente Jaime, lo que convenía arrimarse por la parte
de Caumont el río arriba, alegando los sitiados, para estorbar este parecer, que
las fortificaciones del enemigo no llegaban allí, que se podía socorrer la ciu-
dad sin obligar al enemigo a la batalla, con sólo ganar el casar y puente de
Caumont, y que con barcas el río abajo o por tierra de la otra parte dél se
podía meter el socorro de gente y municiones que se quisiese, no se arrostró
a ello en manera alguna por no mostrar al enemigo poco deseo de llegar a las
manos y porque la impresión de que había de ser esto por fuerza le hiciese
pensar al rey de Francia lo mucho que aventuraba y caer en que podía serlo
sin Amiéns. Don Alonso de Mendoza y don Gastón de Espínola, que eran los
consejeros de quien el archiduque más se fiaba, fueron, según se dijo, autores
deste parecer, afirmando, como si lo vieran, que no aguardaría el rey en su
alojamiento y que lo mucho que había fortificado la puente y paso de Lampré
mostraba bien lo que había de hacer en viéndose con el ejército español enci-
ma. Con todo esto, pareció conveniente, antes de empeñar un ejército como
aquél, que las cabezas por quien se gobernaba viesen por sus ojos la disposi-
ción del campo enemigo y que fuesen juntos los autores de entrambos conse-
jos para disputar [470] sobre la obra y conferir las dificultades, deseando el
archiduque verlos volver de acuerdo. Nombráronse don Gastón y Juan de
Tejeda, con quien se ingirió también, por lo plático del país y en la lengua, el
coronel La Barlota. Pareció no llevar toda la caballería, ni tan poca que pudie-
sen temer a solos los corredores del campo contrario; y así fueron cuatrocien-
tos caballos con el comisario general Juan de Contreras Gamarra. Llegaron a
Dorlán a los 28 de agosto y, tomando allí otros cien caballos de los que tenía
en aquella guarnición el caballero Melsí, pasaron el día siguiente la vuelta del
campo enemigo. Tuvo el rey de Francia aviso de la venida desta gente por
medio de sus espías y, deseoso de estorballes su intento, repartió toda su caba-
llería por las partes y avenidas por donde podían llegarse a reconocer los nues-
tros, y a pocas horas andadas del día de los 29, los corredores de la tropa que
el rey había reservado para sí descubrieron desde muy lejos (a causa de ser
toda aquella tierra muy llana y con pocos bosques) a nuestra gente, la cual, en
lugar de quedarse la mayor parte en emboscadas para en cualquier suceso y de
irse arrimando en poco número por ver sin ser vista, se venían con tanto de-
senfado como si dejaran dos mil caballos a las espaldas. Viéndose, pues, los
reconocedores descubiertos y que se tocaba arma por muchas partes, resolvie-
ron el retirarse a Bapama, plaza del Artois, distante de Amiéns nueve leguas y
dellos más de seis. Hízose esta retirada con malísima orden, respeto al afirmar
los franceses que nunca pasaron de cien caballos los que los siguieron con el
rey en persona, hasta que, esparcidos y deshechos una vez, fue fácil cosa ir
prendiendo y matando los menos diligentes o los más atrevidos. Las cabezas,
aunque por diferentes derrotas, llegaron primero a Bapama y después al cam-
po, echando cada uno, como es costumbre en semejantes casos, la culpa a su
Las Guerras de los Estados Bajos 613
todas las guarniciones de las ciudades vecinas y recogiendo las tropas desman-
dadas por su comodidad.
Arrimóse el archiduque al río junto a Pequiñí, adonde había estado siem-
pre, y estuvo hasta otro día el general de San Francisco, tratador de las paces;
y, caminando en la ordenanza dicha el ejército poco más de media legua, se
presentó el rey con toda su caballería, saliéndole al encuentro la del archidu-
que. Hubo una gallarda escaramuza en que quedó en prisión, malherido,
Aníbal Macedonio, capitán de lanzas napolitanas. Entretanto, marchando el
campo español hasta San Salvador, que era el primer cuartel de franceses jun-
to a la Soma, se dio orden al conde de Busquoy para que con la mayor parte
de sus valones echase el puente en el río, y lo hizo, aunque con dificultad, por
ocasión de un buen golpe de franceses que desde una iglesia y torre fortificada
de la otra parte del río intentaron defendello. No era el designio del archidu-
que pasar el ejército, sino divertir por allí al enemigo con intento de empren-
der el paso de Lampré, distante, como se ha dicho, menos de media legua de
la ciudad; y así, dejando al conde en aquel puesto, pasó con el ejército adelan-
te. Mostróse todo el campo español al francés y a la ciudad sobre una [474]
montañuela, a menos de tiro de cañón de las trincheras enemigas, y, como
muestra gente se fue llegando casi hasta tiro de mosquete, comenzó el rey de
Francia a dudar de sus cosas y a conocer en su gente confusión y embarazo
grande; tal que, como se vio muy bien, mucha parte de su bagaje que estaba
en su plaza de armas comenzaba a marchar la vuelta de sus puentes con inten-
to de ponerse en salvo. Llegaba el ejército francés aquella tarde a diez y ocho
mil infantes de todas naciones, a saber: franceses, esguízaros, ingleses y dos
mil holandeses que le habían llegado pocos días antes. La caballería pasaba de
tres mil y quinientos caballos, mas, como la venida del archiduque fue im-
pensada y fuera de la común opinión, así el resoluto marchar en tan gallarda
muestra ocasionó en la gente del campo español extraordinario deseo de lle-
gar a las manos y en los franceses la confusión y desorden que suele causar un
accidente no antevisto. Pareció sin duda que, si como el archiduque por con-
sejo de los menos no mandara hacer alto al ejército y le dejara caminar otros
quinientos pasos más, ganara, según puede creerse, sin resistencia de conside-
ración, la mayor vitoria que se ha ganado de la nación francesa desde la pri-
sión del rey Francisco, porque ya comenzaban a palotear las picas349 de los
esguízaros y a poner ésta y las demás naciones los ojos en las retiradas y hasta
la corneta blanca, que es lo mismo que el guión del rey350, trajeron aviso de
que marchaba la vuelta del puente de Lampré los capitanes Juan de Somnoza
y don Pedro de Borja, entretenidos. Sin embargo, dejando el marichal de
349
Refiere a la acción de chocarlas unas con otras produciendo ruido.
350
El «estandarte del rey o de cualquier otro jefe de hueste» o el «alférez o paje del mismo (que
lo lleva)» (DRAE).
616 Las Guerras de los Estados Bajos
vecinos y de las ciudades comarcanas, era cierto que llegaría el ejército francés
al día siguiente a treinta mil hombres. Alegaban que era ya tan imposible sa-
car al enemigo fuera de sus trincheras, como peligroso el acometerle en ellas,
apercebido ya y vuelta a las venas la sangre que con tanta causa se retiró el día
antes al corazón. Añadían haberse hallado las cosas muy diferentes de lo que
antes se habían imaginado y que era acto de gran prudencia acomodarse a la
condición de los tiempos y de las ocasiones, que hasta aquella hora se había
hecho todo lo posible por desalojar al francés o sacalle a la batalla y que no era
ya bien aventurar más, con la persona de su alteza, un ejército de cuya salud
pendía la conservación de los Países Bajos por sólo el fruto de socorrer una
plaza que, después de socorrida con tanto riesgo, se había de restituir, con
todo lo demás a cúya era en las paces que ya se trataban. Resuelta, pues, la
retirada y aguardando como era justo para hacerla el día claro, haciendo otra
vez de la retaguardia vanguardia, se mejoraron los escuadrones cosa de mil
pasos sobre una colina, desde donde se despachó el bagaje al alojamiento,
distante de allí una legua francesa. En retirar el puente hubo alguna dificultad
y sobre ellos una gran escaramuza, con pérdida de ambas partes; y al fin, por
el valor del conde de Busquoy y de don Diego Pimentel, con el escuadrón
volante, se retiraron todas las barcas del puente al cuerpo del ejército, el cual
hizo alto en aquella eminencia cosa de dos horas, saludando con su artillería
a los franceses, que hacían otro tanto unos y otros sin daño respeto a la larga
distancia sin que se consiguiese el sacar a los franceses a la batalla por más que
mejoraron sus escuadrones un tiro de arcabuz de sus trincheras. Salió, con
todo eso, su caballería y escaramuzó con la muestra sin ventaja. Eran ya dos
horas después de mediodía, cuando, viendo el archiduque la resolución del
rey de Francia y que no estaba puesto en aventurar a perder lo que forzosa-
mente había de ganar estándose quedo, tomó la vuelta del alojamiento; y,
sabiendo en el camino que en ciertos villajes habían arcabuceado al general de
San Francisco con peligro grande de su vida, mandó a don Carlos Coloma, el
cual traía la retaguardia, como a quien le tocaba la vanguardia aquel día, que
los castigase con el más pronto y usado remedio en tales casos. Envió don
Carlos a las [477] dos compañías de arcabuceros de Antonio de Ribas y Ma-
teo de Otáñez que quemaron más de quinientas casas y en ellas muchos sol-
dados nuestros entre los culpados, que lo eran también por haber dejado sus
puestos para entrar a robar. Parecieron poco después los frailes sanos, con que
por ventura se debió acordar el archiduque de aquel emperador a quien le
hizo prometer su confesor que no mandaría ejecutar alguna sentencia resolu-
ta hasta haber tomado tiempo de pronunciar todo el alfabeto griego. Pero en
la guerra raras veces pueden los rigores justificarse con los términos de los
derechos ni dejar de participar de su ira infinitos inocentes, o por poderse
excusar o por otros fines públicos que siempre preceden a los particulares.
Alojóse aquella noche su alteza en la abadía de Bertincourt y otro día en Ru-
618 Las Guerras de los Estados Bajos
bempré; de allí se pasó el Autí por Orvile, donde llegaron el sargento mayor
Andrés Ortiz y el conde Frederico Pachoto a avisar a su alteza cómo habían
tomado tiempo de ocho días, dentro de los cuales, si les entraba socorro, te-
nían esperanza de defender la ciudad; mas que, con todo eso, suplicaban a su
alteza los sitiados se sirviese de enviar con ellos dos personas, para que, vistas
las baterías y considerando el estado de las cosas, viesen si todavía era posible
defender la ciudad, porque en tal caso lo harían hasta perder todos las vidas.
Renpondióseles que la mayor satisfacción que en aquello se podía tener era la
del singular valor con que habían peleado tantos meses y que, así, tomasen el
mejor acuerdo que pudiesen, porque le parecía a su alteza que no podría vol-
ver tan presto a socorrellos. Y esta protestación fue porque la noche que se
retiró el campo mandó dejar el archiduque una carta encomendada a un vi-
llano, que entró con ella, en que avisaba a los sitiados cómo se retiraba por la
falta con que se hallaba de bastimentos y que en proveyéndose dellos procu-
raría tornarlos a socorrer, ordenando que le avisasen del estado en que se ha-
llaban para enviarles conforme a esto la resolución.
Vueltos Ortiz y Pachoto con la respuesta del archiduque y cumplido el
plazo de los ocho días, salió la guarnición de Amiéns a los 25 de setiembre
en número de seiscientos soldados sanos y al pie de ochocientos heridos, cosa
que admiró al rey de Francia, y mucho más el ver después cuáles estaban las
baterías, y en particular la del rebellín, [478] pues sin ayuda alguna subió por
ella madama Bagriela, duquesa de Beaufort, dama del rey, y otras muchas se-
ñoras que habían acudido a ver a sus maridos, en sabiendo que la guarnición
parlamenteaba. La salida fue con muy mayor ostentación, banderas tendidas
y los demás requisitos deste género, y, llevándose a los ojos del rey hasta los
más viles despojos de aquella su nobilísima ciudad, tras seis meses y medio de
sitio, en medio, podemos decir, de su reino. Fue este sitio no inferior a alguno
de cuantos celebran las historias, expugnado y defendido con singular valor
y perseverancia y sin duda el más celebre de nuestros tiempos, puesto que los
que se han detenido más, teniendo la mar abierta para recebir socorros, no
pueden ser contados por deste género de parte de los defensores, cuya diferen-
cia, comodidades y medios para su defensa es incomparable. Entrando el rey
en Amiéns, puso la primera piedra en el edificio de un castillo y en la ciudad
la guarnición que le pareció por entonces que bastaba.
El archiduque desde Orrevile, encaminándose a la ciudad de Arrás, des-
pachó al almirante de Aragón con el tercio de don Luis de Velasco y la tercera
parte del ejército, artillería y los demás pertrechos necesarios para sitiar la villa
de Montulín, no menos por dejar de tentar algo lo que quedaba del verano que
por quitar aquel padrastro al país de Artois, y en particular a la ciudad de San
Omer, y acabar de sojuzgar el país y territorio de Calés. Ganóse esta plaza sin
mucha resistencia y entretanto se retiró el archiduque a Arrás, alojando en los
burgos lo restante del ejército y enviando buenas guarniciones a las villas de sus
Las Guerras de los Estados Bajos 619
351
«Angina».
620 Las Guerras de los Estados Bajos
muzas con la gente del presidio. Sin embargo, se reconoció todo muy bien,
hasta sus mismos fosos; pero, no teniendo los de Flandes aparejadas las cosas
necesarias para el sitio con la prontitud que habían ofrecido, retirado su alteza
a Brujas, quiso saber de uno en uno los pareceres de los consejos y maestros
de campo, entre los cuales, como es costumbre, hubo variedad de opiniones.
Decían unos que la reputación sola de aquel ejército y la presencia de su alte-
za bastaba para atemorizar a los rebeldes; que los terraplenos de las murallas
eran todo arenosos por la falta que había allí de tierra y que, en batiéndo-
las, se vendría luego al suelo con más facilidad de lo que se pensaba; que el
tiempo del otoño (hallándose en la sazón más enjuta y que más bajas están
las aguas) era el más acomodado para arrimarse con trincheras; que el canal
era muy fácil de cegar barrenando navíos cargados de piedra sobre la barra;
y, finalmente, que no había peligro en haber de invernar allí, teniendo los de
Flandes aparejadas hasta barracas para los soldados y a punto los bastimentos
necesarios para sustentar un año y más todo el ejército. Discurrían otros lo
mucho que se había de pensar antes de poner un sitio sobre tierra a quien no
se podía quitar el socorro; que se cegase una vez la entrada del canal y que,
saliendo esto como se proponía, todo lo demás era fácil; mas que, sin hacerse
esto primero, era temeridad ponerse a una empresa con tres enemigos tan po-
derosos como contrarios, como lo eran el rey de Francia, los Estados rebeldes
y la reina de Inglaterra, cada uno de los cuales era cierto que había de tener
por causa propia la defensa de Ostende. Arrimóse el archiduque finalmente
a este parecer, guardando para otra ocasión el proseguir de veras el sitio y
remediando entretanto las ordinarias corredurías del enemigo con hacer tres
fuertes competentes, de que dará mejor razón el que emprendiere a escribir el
sitio y presa de Ostende, el cual cae ya fuera de mi destajo352.
Estando el archiduque en Brujas, tuvo nueva de que, habiendo salido don
Álvaro Osorio con su compañía de lanzas, que alojaba en Landresí, a una
arma que le tocó la guarnición de Guisa, habían deshecho en cierta embos-
cada a mucha parte de su gente y muerto a [481] él, cosa que causó general
sentimiento, por ser don Álvaro un caballero muy principal y de honradas
esperanzas. Su compañía se dio al capitán Pedro Gallego y la que él dejó de
arcabuceros, por estar medio deshecha después de los de Amiéns, se repartió
entre las demás. También se fue por este tiempo con licencia a España don
Francisco de Padilla y su compañía de lanzas se dio al capitán Hernando de
Salazar y la suya de arcabuceros se repartió, como la otra, entre las demás de
españoles. La de don Sancho de Luna, que había días se había ido a España
con licencia, se dio al sargento mayor don Pedro Ponce de León, y la del
capitán Alonso de Mondragón se agregó a la del general, que se hallaba algo
deshecha.
352
En el sentido de «obra o empresa que alguien toma por su cuenta» (DRAE).
Las Guerras de los Estados Bajos 621
Partió su alteza tras esto para Bruselas hacia la fin de noviembre, adonde
mandó hacer la reformación del tercio que había sido del marqués de Trevico,
incluyéndole en el de don Alfonso Dávalos, que se alojó en Diste y otras villas
de la campiña; el de Zapena en Malinas, el de don Carlos en Tornay y Sant
Amán y el de Luis del Vilar en Mabensa, Cambray, Condet y la abadía de
Marchenes. Hacia la fin del año murió de enfermedad el conde de Bosú, ge-
neral de la artillería y, no habiéndose partido aún don Luis de Velasco, le hizo
su alteza merced de aquel cargo, con satisfación universal de todo el ejército,
que tenían a don Luis por tan gran soldado como principal caballero y por
tan capaz para el manejo de una parte tan importante en un ejército como
para todo lo demás en que había sido empleado, fuera de que los premios
tan justificados alcanzan a todos los deseosos y dignos de valer, si no con la
utilidad, a lo menos con la esperanza, que satisface poco menos.
353
Argumento: Conclúyese el casamiento del archiduque con la serenísima infanta doña Isa-
bel. Condiciones con que se les entregan los Estados. Progresos de los rebeldes durante el
socorro de Amiéns. Conclúyense las paces de Verví y con qué condiciones. Varios motines
de la gente de guerra. Vase a casar el archiduque y queda gobernando el cardenal Andrea de
Austria. Encárgase el almirante de Aragón del ejército. Cuéntase sus progresos hasta que se
aloja en las tierras neutrales de allá del Rin.
Las Guerras de los Estados Bajos 623
particular los holandeses354, discurrían con mayor libertad sobre esta acción y
presumían ante todas cosas alcalzar los intentos más secretos del rey, burlán-
dose de que pudiese haber concebido esperanzas de traerlos por aquel camino
a la obediencia y de que los tuviese a ellos por tan fáciles a ser engañados que
le pareciese no habían de tener por sospechosa la añagaza de dar unas provin-
cias tan nobles y unos Estados tan ricos y poderosos a su hija y sobrino, cuyos
nietos, a bien librar, no habían de vivir, decían, menos celosos de la grandeza
de España que los demás reyes y potentados, a quien es sospechosa y formi-
dable355. Alegaban en prueba desto algunos ejemplos, presumiendo que en los
príncipes no puede haber virtudes sino las que ellos llaman políticas y que el
agradecimiento y memoria de los beneficios no les son comunes con los de-
más hombres; y así, juzgando que contradecía a esto la donación, desvelándo-
se en descubrirle algún motivo más íntimo, no concurrían por ningún caso en
que pudiese haberse consolado el rey de perder para siempre una parte casi la
menos de su monarquía, pero, como la sucesión en ningún matrimonio es
infalible, por ventura pesado este riesgo dudoso y futuro con otras utilidades
ciertas y presentes, hicieron resolver el ánimo del rey, a quien debía de incli-
nar no poco lo que amaba a su hija, que no todas veces los [484] príncipes
anteponen la conveniencia del estado a la ejecución de lo que vivamente de-
sean, pero ellos en aquella leve apariencia de seguridad querían que se hubie-
se fundado el resguardo de no enajenar del todo tan gran estado. Otros, de
menos malicioso, y al parecer más acertado discurso, hacían de más larga y
delgada vista la prudencia del rey, pareciéndoles que pudo poner los ojos en
que, no dejando más que un hijo varón, tras cuya vida (sujeta, como la de los
demás mortales, a los accidentes que nadie ignora) recaía en la infanta la mo-
narquía, era bien darle el marido que en tal caso escogiera y, no casándola
agora con otro príncipe, dejar sujeta la grandeza de su casa a tan posible de-
sastre; y, aunque fuse incurriendo en los inconvenientes apuntados, parecía
justo prevenir estotro tanto mayor, siendo así que hay acciones en que es ne-
cesario escoger (como los médicos en las enfermedades implicadas) los reme-
dios menos dañosos, pues del todo seguros no puede haberlos. Las provincias
obedientes (como no les tocaba poner los ojos más que en su particular bene-
ficio), recibiendo por la mayor parte sumo contento de haber de tener consi-
go a sus señores, esperaban también por su medio grandes medras en el bien
público y parecíales que, cesando en los rebeldes el odio contra el rey, que
mamaron en la leche del príncipe de Orange, y acordándose de haber oído
encarecer a sus padres o agüelos la felicidad de aquellos tiempos en que los
gobernaban príncipes de su nación, vendrían al fin a caer en la cuenta y apar-
354
Es difícil decantarse por a quién tiene más inquina Carlos Coloma (y con él los españoles
de la época), si a los holandeses o a los franceses.
355
En el sentido de «muy temible y que infunde asombro y miedo» (DRAE).
624 Las Guerras de los Estados Bajos
tarse de las demás pretensiones con tal que se les dejase la conciencia en liber-
tad, la cual, por medio de la comunicación con los fieles, decían, era muy
posible mejorarse. El tiempo después mostró que ni los daños ni los prove-
chos desta notable acción llegaron a las esperanzas y los medios de ambas
opiniones, siendo de ordinario diferentes los efetos que ofrece la práctica a los
que presupone el discurso en la teórica356. La falta de la sucesión en aquellos
príncipes, como atajó la total enajenación de aquellos Estados, cerró también
la puerta a todos los inconvinientes tan justamente temidos, que con el tiem-
po –a la verdad- no fueron pocos; y el veneno de la herejía, arraigada ya en lo
más vivo de las entrañas de aquellas provincias, especialmente en las que, por
haber permanecido tantos años en la corrupción, llegaban a estar del todo sin
[485] esperanza de remedio, no pudo, como se pensó, ser curado con sólo las
inumerables virtudes de aquellos príncipes; remedio, a la verdad, sólo bueno
para enfermedades más fáciles y para gente de más sencillas intenciones, y así
se lució en los súbditos obedientes, donde son infinitos los frutos que han
gozado de la prudencia y amor con que han sido regidos; efeto que sin duda
le antevió el rey y dél se prometió grandes mejoras en la satisfación de aque-
llos pueblos para en caso que hubiesen de volver a su dominio, pareciéndole
que entretanto nadie podía gobernar aquellos Estados mejor ni restituirlos a
la corona más mejorados; y si lo pensó así, a la verdad no se engañó, como lo
ha mostrado el efeto. Algunos, demasiadamente sutiles, condenaban el dar a
gustar los beneficios de tener consigo a su príncipe proprio a unas provincias
que después habían de ser regidos por gobernadores, pero los inconvenientes
tan apartados no deben oponerse a las conviniencias presentes, que, si a eso se
hubiese de atender, ¿qué consejo podría parecer del todo bueno? Lo cierto es
que generalmente todos aquellos Estados rebeledes recibieron singular con-
tento con esta nueva, los nobles principalmente, pareciédoles que habían de
ocupar grandes lugares y puestos con los nuevos príncipes y que al fin se había
de gobernar todo por su mano. En que no se engañara, si conocieran la con-
dición del archiduque y supieran cuán delante de los ojos trujo siempre lo que
convenía a la autoridad real mostrarse independiente y a cuán gran peligro se
pone de faltar a esta máxima tan importante el príncipe en quien se conoce
poca afición a los negocios, pues no es otra cosa el fiallos de un privado te-
niéndo él por otra parte capacidad para resolverlos de sí mismo. Y es digno de
particular ponderación el ver que haya querido Dios poner a la mayor gran-
deza tan gran pensión como privarla de amigos del alma, siendo el mayor
deleite de la vida humana y más conforme a la naturaleza. Mas la amistad de
tantos quilates raras veces se halla sino entre iguales y a los príncipes y reyes
356
Amelot, haciéndose eco de Antonio Pérez (y en defensa de esta máxima tacitista) dice que
la ciencia de la corte es como la cirugía, «qui ne s’aprend point par la théorie, mais par la
pratique» (172-3 [III]).
Las Guerras de los Estados Bajos 625
no les conviene tenerlos entre sus vasallos. Y últimamente también aún hasta
la gente común y la hez de la plebe se regocijaba, como de ordinario sucede
cuando se esperan grandes novedades, sin reparar o advertir en si les han de
ser de daño o de provecho.
El rey, en tanto, sabiendo las mudanzas que había de haber en los [486]
Países Bajos y lo que convenía ayudar a la breve y honrada conclusión de las
paces con Francia, las cuales, como decía un antiguo, se han de tratar debajo
del escudo, determinó tener en Flandes un nervio357 de infantería española
con que asegurar todo lo demás; y así al principio deste año despachó al
maese de campo general don Sancho Martínez de Leiva con cuatro mil y
quinientos infantes en cuarenta compañías, sacados de la gente que traía en
la armada real del mar Océano don Martín de Padilla, adelantado mayor
de Castilla358. Partió esta armada del Ferrol a 17 de hebrero, en número de
cuarenta y dos bajeles entre urcas359 y filipotes360, a cargo las cosas de la mar
del general Martín de Bretendona361, vizcaíno, de los más famosos y atrevidos
marineros de nuestros tiempos, y llegó a dar fondo en Calés a 26 del mismo,
habiéndose detenido en el viaje solos nueve días, durante los cuales, por la
fuerza de los nortes, no pudiendo tenerse al viento, dieron en la costa seis ba-
jeles, sin que dellos se perdiese otra cosa que los buques. Llegados ya a la vista
de Calés, tomaron los holandeses una urca con docientos hombres, soldados
de las compañías de Francisco de Andrada y Alonso Sánchez, habiendo dado
fondo entre Boloña y Calés para aguardar la marea. Otra nave, derrotada
por habérsele roto el mástil mayor, no pudiendo seguir a las demás, arribó a
La Coruña con el capitán Diego de Hiera. Llegada esta gente a Brabante, se
repartió por los tercios, dando a cada uno cinco compañías, de quince que
357
En el sentido figurado de «fuerza», «vigor».
358
Recuérdese que Martín de Padilla estaba ocupado por estas fechas (tras el ataque inglés a
Cádiz de 1587 y derrota de la Invencible en 1588) en crear una nueva armada con la que
intentar el ataque a Inglaterra (desde los puertos de Lisboa y del norte de la Península). De
hecho el 23 de octubre de 1596 una armada de 96 barcos y 16.000 hombres salió de La
Coruña, tan sólo para sufrir una tempestad debastadora en Finisterre que acabó con 20 de
las naves y 16.000 hombres.
359
urca o urca. «Embarcación o barco grande muy ancho de buque por en medio de él, y
tanto que Covarrubias en su Thesoro quiere que se haya dicho por semejanza a las ollas
ventricosas, o a las que comúnmente llaman orzas; y según otros, a un pez a que dan este
mismo nombre. Es vaso de carga, y sirve ordinariamente en varios parajes de Indias para el
transporte de granos y otros géneros» (Dicc. Aut.).
360
El filibote es un tipo de velero diseñado originalmente como buque de carga en los Paí-
ses Bajos en el siglo XVI. Fue luego muy utilizado en la navegación transoceánica. La
palabra procede del holandés fluyt. Puede verse una serie estupenda de imágenes del fi-
libote «Derfflinger» (de fines del s. XVII) en http://www.modelships.de/Derfflinger_I/
Derfflinger_I_eng.htm.
361
Encuentro una referencia que no he podido consultar: Boxer C.R., 1969, The Papers of
Don Martin de Bertandona (Indiana)[Bertandona Papers].
626 Las Guerras de los Estados Bajos
quedaron en pie, repartiendo después por iguales partes toda la gente de las
restantes, tal, que con este socorro se pudo cada tercio de número de dos mil
y trecientos hombres arriba.
Apenas se acabó de asegurar el conde Mauricio de que el archiduque enca-
minaba sus fuerzas y su persona la vuelta de Francia con intento de socorrer a
los sitiados de Amiéns, cuando, valiéndose –como otras veces- de nuestras
ausencias, se puso en campaña con setenta compañías de infantería, que po-
dían hacer el número de nueve mil infantes y veinte y dos estandartes de caba-
llos. Traía resuelta ya desde Holanda la empresa de Rimbergue, para la cual
partió del fuerte de Esquenck a los 7 de agosto del año pasado, acompañado
de los condes Guillermo, gobernador de Frisa, Holaco, Solms y Ernesto, Lu-
dovico y Enrique de Nasao, y llevando consigo cuarenta piezas de artillería y al
pie de trecientos bajeles, entre grandes y pequeños; aparejos a la [487] verdad
desproporcionados con las pocas fuerzas que en aquella sazón tenía el partido
católico en el ducado de Güeldres. A los 8 del dicho, pareciéndole a propósito
asegurarse de la villeta y castillo de Alpen, lo hizo con sólo mostralles a ciento
y cincuenta alemanes que la guardaban dos medios cañones. Acuartelóse el día
siguiente sobre Rimbergue desta manera: en las dos partes oriental y occiden-
tal de la villa, pegado al río, se alojaron los condes Guillermo de Nasao y coro-
nel Horacio Veer, en la una con tres mil infantes y cinco compañías de caba-
llos, y en la otra con otra tanta gente los condes Holach y Solms. Mauricio con
el conde Enrique, su hermano, con lo restante de su ejército, tomó puesto al
pie de la colina, con las espaldas al bosque, en igual distancia de los dos cuar-
teles sobredichos. Había dentro de la villa seis banderas de alemanes, goberna-
dos ella y ellos por el capitán Suáter, hombre de valor y que, como tal, sin
embargo de tener la gente medio amotinada, comenzó a defenderse valorosa-
mente. Lo primero que hizo el enemigo fue cerrarse con trincheras y redutos
para estorbar el socorro, que sabía se estaba apercibiendo, aunque lentamente,
a cargo de don Alonso de Luna y Cárcamo, gobernador de Liera, y que iba
acercándose a la Mosa en número de cuatro mil infantes y trescientos caballos,
poca gente para oponerse a las fuerzas rebeldes, juntada más para poner algún
freno al enemigo y poder meter de repente golpe de gente della en las plazas de
más importancia, que pudiese acometer en Brabante, como Mastrique, Grave
y Bolduque, y en Güeldres, Ruremunda y Benalo, todas sobre la Mosa, que no
para llegar a las manos. Y así se tuvo por cierto que las instrucciones de don
Alonso no se extendían a más que a esto, siendo fuerza muchas veces medirse
más con la posibilidad que con la conviniencia; y no es menor primor de la
prudencia saber no despreciar el poco caudal. Ocupó luego el enemigo la isla,
que rodeó también de trincheras, y a las doce las comenzó a abrir por la parte
oriental, que es el camino que viene de Orsoy, habiendo antes echado un
puente sobre barcas para comunicarse por la diestra parte del Rin y proveerse
de forrajes. Batióse la villa a los 15 con veinte y cuatro piezas; y a los 19, aloja-
Las Guerras de los Estados Bajos 627
pólvora, que, si bien tales finezas suelen traer poco beneficio a la hacienda de
quien las hace, difiriéndoseles la paga algunas veces más de lo justo, menos
daño parece perder la hacienda que aventurar la opinión. Fue poco después
procesado Miranda por este suceso y tras larga detención dado por libre. Cons-
tó el haber hecho grandes diligencias para ser proveído de lo necesario y el
castigar a uno porque no gasta su hacienda en lo que no es de su expresa obli-
gación no está en las leyes del código, aunque sí, a mi parecer, en las de buen
vasallo de su rey; y esto mismo me acuerdo haberle dicho al proprio goberna-
dor Miranda cuando se defendía jurídicamente, sin embargo de ser de una
patria y amigos. Con la aprehensión destas pérdidas desamparó la gente cató-
lica el fuerte de Modillana, sobre el Rin, plaza que había levantado a su costa
un cierto capitán italiano llamado Camilo Zaquino, natural de Modillana, en
el Parmesano, de consentimiento del duque de Parma, y hecho desde él -en
nueves años que se habitó- grandes presas y daños en tierras del enemigo, a
cuya causa le hizo Mauricio desmantelar hasta los fundamentos. Hecho esto,
pasó el enemigo adelante y, sin perder una hora de tiempo, atravesando el Rin,
puso su ejército sobre Grol a los 11 de setiembre. Advertido del intento del
enemigo el conde Hernán de Bergas, gobernador de aquella provincia, y de
que había pasado el Rin, envió seis banderas de su regimiento a Grol, que,
sobre cuatro que había a cargo del conde Juan de Limbourg, su teniente coro-
nel, hacían el número de ochocientos infantes [490] alemanes, gente resuelta
en hacer el deber y que, si no le afligiera la poca esperanza que se tenía de so-
corro, fuera muy posible dificultarle al enemigo aquella empresa más de lo que
pensaba. Es Grol362 plaza de cinco caballeros reales, con fosos de agua, aunque
el terreno que la ciñe capaz de írsele arrimando con facilidad. Plantóle Mauri-
cio en pocos días seis fuertes harto grandes, con que –y con redutos y trinche-
rones- la rodeó toda para acabarle de quitar la esperanza del socorro, no sin que
los sitiados hiciesen algunas salidas y no poco daño en ellas al enemigo. Tuvo
maña Mauricio de sangralle los fosos y divertir el agua que entraba en ellos,
que fue mal principio para su defensa; tras esto, por industria de Juan Bouvier,
362
A pesar de ser ciudad pequeña, Grol tenía una importancia estratégica considerable. Era
un centro comercial de primera magnitud, bien fortificado, en un puesto clave en la ruta
hanseática hacia Alemania. Situada en terreno pantanoso y de difícil acceso, el control de la
región pasaba por el control de la ciudad. Mauricio de Nasau intentó capturarla en vano en
1595, aunque sí lo consiguió dos años después en 1597; Spínola la volvió a recapturar para
los españoles en 1606 y Mauricio la asedió ese mismo año. La ciudad proporcionó a los
españoles un lugar de acuartelamiento de tropas y protección desde el que lanzar ataques
a varios lugares vecinos. Los impuestos recaudados desde Grol fueron fuente de financia-
ción importante para el ejército español. Junto a las ciudades de Oldenzaal, Bredevoort y
Lingen, Grol fue la base desde la que atacar a los Estados por el este. Por ello los Estados
decidieron invertir en un ejército de tierra que intentara capturar Grol, en lugar de centrar
su atención en los combates navales, como querían Holanda y Zelanda. Para la defensa de
cinco caballeros, ver http://en.wikipedia.org/wiki/Siege_of_Groenlo_(1627).
Las Guerras de los Estados Bajos 629
escribían las capitulaciones, arremetieron los marineros y tras ellos los solda-
dos, y, hallando a los nuestros casi sin defensa, se apoderaron de la villa y poco
después de la ciudadela, por composición363; ardió tras esto la villa, no se sabe
por qué causa, reduciéndose todo en ceniza. Costóle a Mauricio esta tierrezue-
la más que las tres villas juntas que acababa de ganar, y de rabia desto se cree
que la pegaron fuego los soldados, ayudada de la poca ganancia, por ser el lu-
gar pequeño y pobre. Púsose tras esto a los 18 sobre la villeta de Enschede,
adonde con ciento y treinta soldados alemanes estaba de guarnición el capitán
Vázquez; y, viéndose imposibilitado de defenderse por la flaqueza [492] del
lugar, le rindió el día siguiente con honestas condiciones. Hizo poca más resis-
tencia en Oldenceel, plaza flaca, aunque la principal del país de Tuent, en el
Overisel, la guarnición de cuatro banderas de alemanes, pues a pocos cañona-
zos tirados a las defensas se rindieron a los 23 de octubre. Lo mismo hicieron
a los 25 y 26 las villetas de Oetmarsum y Goor, con que de todo punto se
acabó de apoderar el enemigo de cuanto teníamos de allá del Rin, salvo la villa
de Linguen, que no tardó mucho en correr la misma fortuna que las demás,
como veremos.
Era gobernador de los que nos quedaba en la provincia de Frisa el conde
Federico de Bergas364, el cual desde Ninguen -en donde se hallaba- procuró
animar, ya que no le era posible socorrer a las villetas que tomó el enemigo,
distribuyendo en ellas las fuerzas, que a tenellas juntas consigo fuera muy
posible dificultalle aquella empresa hasta la entrada del invierno. Y a mi pa-
recer será siempre más sano consejo, cuando se está sin esperanza de socorro,
asegurar bien la plaza más fuerte de una provincia, aunque se desampare todo
lo demás, que no, por una falsa apariencia de guardarlo todo, no acabar de
asegurar nada. Desta máxima es harto proprio ejemplo el que tenemos entre
manos, pues, si el conde juntara en Linguen dos mil infantes y trecientos
caballos, como pudiera, no hay duda en que la defendiera, ayudado de su
conocido valor y de su soldadesca, curtida en la guerra y residuo de todas
las fuerzas del coronel Verdugo; pero no dejan de tener gran dificultad este
género de resoluciones y ocasionar perplejidad no fácil de vencer, pues acer-
tar perdiendo es primor que no todos le entienden ni le admiten. No pudo
esto hacerse después, porque, como todos los rendidos de las plazas ganadas
otorgaron el no poder servir al rey en tres meses, de allá del Rin y la Mosa
vino a hallarse el conde con cuatrocientos hombres escasos, débil presidio
para guardar y defender la villa de Linguen y su castillo, el cual consta de
cuatro caballeros reales, y la villa de otros cuatro, sin tres rebellines, que era
forzoso defendellos también. A los 26 de octubre, desalojado Mauricio de
junto a Oldenceel y pasando el río, tomó los puestos sobre Linguen, último
363
En el sentido de «ajuste, acierto, concierto».
364
Es el conde a quien Felipe II dio cuatro mil ducados de renta (Dichos y hechos).
Las Guerras de los Estados Bajos 631
feudo y aledaño de [493] los Países Bajos. Es Linguen feudo del ducado de
Güeldres, país de por sí con juridición alta y baja, que consiste, fuera de la
villa y su castillo, en algunos villajes. Entró en la corona real por confiscación
que hizo el emperador Carlos V, junto con el condado y señoría de Rede, al
conde Conrado de Teclenbourg el año 1546, por haber conspirado contra
Su Majestad junto con otros muchos príncipes de Alemaña en la Liga que
llaman de Escalmaut, y cuéntase dentro de los límites de la Frisa Oriental.
El conde Federico, sin embargo de la poca gente con que se hallaba, asistido
del teniente coronel Loucheman y de otras personas de valor, comenzó a
fortificarse y a procurar ofender al enemigo con su artillería, que la tenía muy
buena, y a inquietalle con salidas y armas continuas que le tocaba. Abrieron
los enemigos trincheras por tres partes y a los 4 de noviembre se había ya arri-
mado por la zapa al rebellín que cubre la puerta llamada de Mulen, en donde
descubrieron una mina que tenían hecha los nuestros, con que se alegraron
mucho. Duróles poco, porque mientras procuraban retirar la pólvora una
guirnalda de fuego alquitranado365, de muchas que se arrojaban de la mura-
lla, cayó a tan buen tiempo sobre los que habían tomado aquello a su cargo,
que, pegándose fuego a la pólvora, se volaron y abrasaron más de docientos
herejes. A los 5 se apoderó Mauricio de otro rebellín que guarda la puerta de
Leuque, por cuyo medio pudo sangrar gran parte del foso; sin embargo, la
fuerza principal se hacía contra el castillo, que se batió a los 12 con veinte
y cuatro cañones, y con su favor se arrojaron dos puentes sobre toneles, por
donde, pasando algunos minadores, comenzaron a zapar el pie de la muralla.
El conde Federico, viéndose apretado por tantas partes y que le faltaban ya
medios humanos para defenderse, determinó rendir la plaza el día siguiente
con las mismas condiciones con que se habían rendido todas las demás. Con
esto se acabó de perder todo cuanto el rey poseía de allá del Rin, con senti-
miento de sus fieles vasallos, que, acordándose de lo que aquellas provincias
habían costado de ganar y defender y de los provechos que podían causar para
la continuación de la guerra, juzgaban por de tanta menos importancia las
demás empresas que se habían intentado desde que se comenzó a fomentar
la Liga de [494] Francia, cuanto es inferior el provecho de conservar los esta-
dos ajenos al de mantener los proprios, sin que los que miraban las cosas sin
pasión y por todas sus inspecciones quisiesen pasar en cuenta el pretexto de
religión, pues, por no dejar caer en manos de herejes las villas de Francia, se
dejaban caer las de los Estados Bajos en tan miserable y vil servidumbre como
es la abominable seta de Calvino, cuyos profesores366, en apoderándose dellas,
365
Solía usarse trozos de madera o de tela «alquitranados», impregnados con alquitrán, brea o
cualquier materia inflamable, para arrojar, encendidos, contra defensas o embarcaciones.
366
En el sentido de «maestros» y de quienes «profesan» la (pseudo) religión, por diferenciarlos
de los sacerdotes católicos.
632 Las Guerras de los Estados Bajos
profanaban los templos, quemaban las imágenes y –en odio de todo lo demás
que podía mirar el culto de la sagrada religión que profesaron sus abuelos,
con la misma resignación que los nuestros- no se contentaban con menores
sacrilegios y abominaciones que los que en semejantes casos pudieran hacer
los más desapiadados turcos, irreconciliables enemigos del nombre cristiano.
Con esto puso fin Mauricio a las empresas de aquel año y se volvió a Holanda
cargado de despojos y honores militares que le adquirieron su valor, ayudado
de nuestro descuido. Antes de desalojar de Linguen tuvo nueva de que los Es-
tados se hacían gracia de aquella villa y su distrito para él y los suyos, con que
volvió mucho más contento y animado a mayores empresas, que el premio
es el verdadero estímulo de la virtud, hasta en los ánimos y corazones que la
profesan.
Estaban por este tiempo vueltos los ánimos de todos a la conclusión de
las paces con Francia, para cuyo buen efeto había enviado el Papa por su
legado a latere al cardenal de Florencia Alejandro de Médicis367, que después
murió Papa, con nombre de León XI. Éste, desde San Quintín, acompañado
del obispo de Mantua, nuncio ordinario de Francia, enviaba con diversas
demandas y respuestas al general de San Francisco, unas veces a París y otras
a Bruselas; y, como después se supo, lo que dio principal materia a todas ellas
fue la restitución de las plazas, porque en el de la precedencia no se ofreció
en esta ocasión dificultad alguna, por ser los diputados del archiduque y no
del rey inmediatamente. Ventilóse también sobre el lugar de la conferencia
y, después de haberse propuesto algunos en Picardía, Isla de Francia y otras
partes, pareció más a propósito para ello la villa de Verbí, que es una de las
fronterizas del país de Champaña, no lejos de Felipe Villa, donde concurrie-
ron los diputados de ambas partes. [495] Fueron los del archiduque Juan de
Richardot, presidente del Consejo de Estado en los Países Bajos, también
primer secretario de estado; y los del rey de Francia, Pomponio de Belibre,
señor de Griñón, del Consejo del Estado; Nicoló Brulart, señor de Sillerí, del
mismo consejo y presidente en la corte de Parlamento. El legado, el nuncio y
el general de San Francisco servían como de medianeros en las disputas que
se ofrecían. Era muy grande el secreto con que se trataban los artículos desta
paz, después de allanado el primer cabo de la restitución de las plazas, puesto
que no se hizo sin mucha dificultad, en que insistía vivamente la reina de In-
galaterra, deseando, ya que hubiese de hacerse (cosa en que jamás ella vino),
tener más lejos a los españoles de lo que estaban en Calés. Al principio de las
367
1535-1605. Alessandro Octaviano de Médici. Su breve pontificado, de tan sólo veintisiete
días, y que le valió que los florentinos le apodasen Papa Lampo (Papa relámpago), se ca-
racterizó por su gran defensa de la independencia eclesiástica respecto a Francia y la lucha
contra el nepotismo. Su trabajo consistió en mantener buenas relaciones entre Enrique I y
Roma y restablecer la paz con el rey español Felipe III, estableciendo una red de espías para
la Santa Alianza, que se mantendría hasta el reinado de Napoleón.
Las Guerras de los Estados Bajos 633
idas y venidas del general de San Francisco las instruciones que llevaba no se
extendían a más que a ofrecer la restitución de Amiéns, perdida la cual, estuvo
el archiduque mucho tiempo firme en reservarse a Calés y Ardrés; y (como
dijo el mariscal de Birón en Bruselas a cierto ministro grave, cuando vino a la
ratificación de las paces), si esta firmeza durara otros quince días más, hoy en
día tuviéramos a Calés por lo menos; pero debió de querer Dios quitar toda
ocasión de disensiones y encaminar una paz firme y durable entre estas dos
coronas, como veremos que lo ha sido ésta. Allanado, pues, este inconvenien-
te, que siempre se tuvo por el mayor, todos los demás cabos se fueron conclu-
yendo sin dificultad notable, sólo lo que miraba el duque de Saboya la ofreció
algunos días tan grande, que muy poco antes de la total conclusión puso los
negocios a pique de rompimiento, por no traer el marqués de Lulí, su emba-
jador, orden de consentir en la restitución del marquesado de Saluzo, aunque
los maliciosos y enemigos de la grandeza española lo atribuían a invención,
diciendo que había sido fingida aquella resistencia, llevando ya desde el prin-
cipio resuelto los diputados de España el no apretar demasiado este punto, ni
asistir en él de manera que dejasen por este camino al duque, desembarazados
del todo del rey de Francia y libre de cuidados proprios, medrosos de que al
punto había de ingerirse en los ajenos, como hombre de pensamientos [496]
levantados y más aparejado a manejar la guerra que a sufrir al paz. Por otra
parte, el rey de Francia, viendo lo que le importaba de más y que seis plazas
de las mejores de Picardía y Blabet, llave de Bretaña, no eran de poner en peli-
gro, por lo que, a su parecer, podía cobrarse sin romper la guerra con España,
se contentó con que quedase al Papa el oír las razones que alegaban ambas
partes sobre la posesión del dicho marquesado y el declarar a favor del que
le pareciese que tenía más justicia, dentro del término de un año, con que,
finalmente, se concluyeron estas famosas y deseadas paces. Diré la sustancia
de los puntos más importantes dellas, por excusar el repartir por sus mismos
términos y palabras una cosa tan sabida y escrita por tantos.
Ratificáronse los capítulos de la Paz entre el rey don Felipe II, de glo-
riosa memoria, y Enrique, también Segundo, rey de Francia, hechos en
Chateo Cambresí el año de 1559368. Apretóse con estrechísimos vínculos
368
La Paz de Cateau-Cambrésis fue el tratado de mayor importancia de la Europa del siglo
XVI, por la duración de sus acuerdos, que estarán vigentes durante un siglo, y porque dará
lugar a una nueva situación internacional. Supuso el inicio de la preponderancia española,
y por tanto un desplazamiento de los problemas europeos hacia occidente. El tratado de
paz fue firmado entre España (Felipe II), Francia (Enrique II de Francia) e Inglaterra (Isabel
I de Inglaterra). Las conversaciones se iniciaron en la abadía de Cercamp, pero después se
trasladarían al castillo de Cateau-Cambrésis. Cateau-Cambrésis, al que debe su nombre, es
una comuna francesa unos 20 km al sureste de Cambrai. El 2 de abril de 1559 los represen-
tantes de Francia e Inglaterra acordaron la entrega de Calais a los franceses por un periodo
de 8 años. Transcurrido dicho período debería ser devuelto y, en caso contrario, deberían
634 Las Guerras de los Estados Bajos
pagar 500.000 escudos de oro. Al día siguiente, Felipe II de España y Enrique II de Francia
acordaron: 1) San Quintín, Ham y Châtelet se devolvían a Francia, así como los obispados
de Metz, Tolón y Verdún. 2) Las distintas plazas ocupadas por los franceses en Flandes pa-
saban de nuevo a España. 3) España retiene el Franco Condado. 4) Francia renuncia para
siempre a sus ambiciones italianas y devuelve Saboya y Piamonte a la Casa de Saboya, Cór-
cega a Génova y el Monferrato a Mantua. 5) Francia y España decidieron trabajar acordes
y activamente contra la herejía protestante, lo que va a propiciar en un futuro próximo las
guerras de religión francesas. La paz se consolidó con los matrimonios de Manuel Filiberto,
duque de Saboya, con Margarita, duquesa de Berry, hermana de Enrique II; y de Felipe II
e Isabel de Valois, hija de Enrique II. La paz consolidó la hegemonía española. Los tratados
de Cateau-Cambrésis significarán un largo periodo de tranquilidad en la península italiana,
tras el asentamiento definitivo del poder español y los problemas civiles franceses.
Las Guerras de los Estados Bajos 635
369
El punto de vista español sobre la rebeldía holandesa siempre se mantuvo firme, pues vie-
ron en ella un desmán y desacato a su rey natural y señor (Felipe II) y por ende el mayor
crimen de que podía acusarse a un súbdito.
370
Se trata de una «fortaleza o lugar murado usado para defenderse y pelear contra el
enemigo» (DRAE).
371
Amelot indica que «il faut accorder quelque relâche & quelque récréation d’esprit aux
princes après qu’ils ont travaillé aux affaires serieuses» (98 [libro III]).
Las Guerras de los Estados Bajos 639
372
Ver al respecto Escudero y Caeiro.
640 Las Guerras de los Estados Bajos
373
García de Loaýsa y Girón fue arzobispo en 1598-99, el número 90 de la sede toledana.
En 1584 Alberto de Austria fue nombrado arzobispo de Toledo, dignidad eclesiástica que
mantuvo hasta 1598 en que contrajo matrimonio con la Infanta Isabel Clara Eugenia. En
1595, Felipe II le otorgó el gobierno de los Países Bajos, que retornaron a la Corona Espa-
ñola a la muerte del Archiduque (Bruselas 1621) sin haber tenido descendencia. Durante
sus largas ausencias de Toledo y, en particular, a partir del nombramiento del Archiduque
como gobernador de los Países Bajos, el responsable de los asuntos del Arzobispado Tole-
dano fue el talaverano García Girón de Loaýsa (1534-1599). García Girón de Loaýsa fue
nombrado canónigo de la catedral hacia 1567 y fue propuesto a Roma por Felipe II para la
dignidad de arzobispo de Toledo en 1595 y confirmado por el Papa 1598. Precoupado por
el mantemiento de la disciplina eclesiástica, a él se debe la publicación (con anotaciones) de
la Collectio conciliorum Hispaniae. Fue substituido por don Bernardo de Sandoval y Rojas
(1599-1618).
Las Guerras de los Estados Bajos 641
que entre reyes y príncipes tan grandes son las ataduras que menos aprietan
los vínculos de parentesco), podían ser ocasión de grandes daños a los demás
reinos de la monarquía de España, y en particular a los de entrambas Indias,
y de que no se le pasó por alto a su envejecida prudencia es bastante testi-
monio el octavo capítulo de las condiciones, en el cual se prohibe todo trato,
comercio o comunicación con las Indias Orientales y Occidentales, con pena,
cuando menos, de ser privados en tal caso de la posesión de los Países Bajos,
si –llegado a suceder el caso- pudiera servir de algo esta condición, [505] sólo
de algún fruto en contratos privados, cuya ejecución se apoya en la autoridad
del príncipe soberano; pero quien no le tiene, las más veces observará sólo
lo que le estuviere bien, que a la lisonja o a la razón de estado no le faltarán
razones con que honestarlo y antes parece que por ventura esta cláusula des-
pertó de manera los ánimos de los holandeses a meterse a la parte de aquellas
innumerables riquezas, que, desengañados de hallar nuevos caminos para la
India y China por sus mares septentrionales, en cuya busca en tres viajes que
hicieron los años de 95 y 96 y 97 llegaron en altura de ochenta y dos grados
a costas y provincias nunca vistas ni de algún tiempo habitadas, se resolvieron
de seguir nuestras mismas derrotas374, formando en Holanda compañías de
hombres de negocios y poniendo factorías en todo el Oriente375, tratando a
los portugueses allá y en las Indias Occidentales a los demás españoles como
a enemigos, robando, poblando y edificando fortalezas, con tanto mayor asis-
tencia –después de las treguas del año de 1607376– cuando el no tener guerra
con nadie les fue aumentando las fuerzas y la ganancia el deseo de enrique-
374
Se refiere a los viajes de Willem Barentsz, navegante y explorador holandés que buscó el
afamado Paso del Noreste y de cuyos viajes hay relación de uno de los carpinteros de a
bordo, Gerrit de Veer (trad. William Philip): A true description of three voyages by the North-
East towards Cathay and China, undertaken by the Dutch in the years 1594, 1595 and 1596,
Amsterdam, 1598. Quizá también tuviera en mente a Cornelis de Houtman (1540-1599)
y su hermano Frederik (1571-1627), que entre 1595-1597 hicieron el primer viaje holan-
dés por las Indias Orientales, seguido de un viaje en 1598-1599 a la Cochinchina. Estos
viajes son indicativos del inicio de la expansión comercial/colonial holandesa, así como de
los comienzos de la búsqueda del Paso del Noreste (y más tarde del Noroeste).
375
Por ejemplo la Verenigde Oostindische Compagnie o Compañía Holandesa de las Indias Orien-
tales (Compañía de las Indias Orientales Unidas), establecida en 1602 con monopolio de 21
años para realizar actividades comerciales. Poseía poderes casi gubernamentales, incluyendo
la potestad de declarar la guerra, negociar tratados, acuñar moneda y establecer colonias.
Sus territorios se convirtieron en las Islas Orientales Neerlandesas (y con el tiempo llegarían
a abarcar todo el archipiélago de Indonesia).
376
Tras los motines de la tropa por la falta de pagas (los mayores de la guerra hasta la fecha)
en los años 1605y 1606, la sangría de la guerra para los caudales españoles y habida cuenta
que Felipe III instigaba a una tregua desde 1600, el 14 de diciembre de 1606 el Consejo
de Estado aconseja al rey abandonar Flandes y los holandeses hicieron una oferta de cese
de hostilidades, firmándose el acuerdo el 24 de abril de 1607 (preludio de la Tregua de los
Doce Años posterior).
642 Las Guerras de los Estados Bajos
377
«Yo N. juro por los santos evangelios de Dios que siempre (hasta el fin de mi vida) confesa-
ré de modo permanente la sacrosanta fe católica que mantiene, enseña y predica la madre y
maestra apostólica de las iglesias y que fiel y firmemente la creeré y mantendré en verdad y
que también me cuidaré en lo que pueda de que por mis súbditos sea mantenida, enseñada
y predicada. Así me ayude Dios y estos Evangelios suyos» (traducción mía).
Las Guerras de los Estados Bajos 643
De toda esta gran donación no se reservó el rey otra cosa que poner entre
sus títulos el de duque de Borgoña, etc. y la superioridad y absoluta potestad
de poder él y sus decendientes disponer de la orden del Tusón, como cabeza
della. Supiéronse luego en Bruselas los discursos que, a más de los ya dichos,
hacían los enemigos del rey en Holanda, Inglaterra y Francia sobre este suje-
to y cómo unos y otros se prometían grandes felicidades, seguros de que les
había de ser más fácil contrastar con los archiduques que con el rey, cuya im-
posibilidad, decían, de hacer más la guerra a los de las islas le había obligado a
tomar aquella resolución, para que, habiéndose de perder lo que quedaba, se
salvase a lo menos la reputación del nombre español. Diferentemente discu-
rrían los bien intencionados, siendo tal la variedad de los conceptos humanos,
que de una misma causa coligen diversí[507]simos efetos, pareciéndoles que
era entonces cuando se pensaba emprender de veras el domar a los rebeldes de
las islas, pues se encomendaba a su señor natural y no a capitanes generales,
que, por bien afectos que fuesen, solían atender más al aumento de su propia
reputación que a la comodidad y bien común de aquellos pueblos; el cual,
con la blandura y amor con que se suelen tratar las cosas propias, trataría al
mismo tiempo de ganar voluntades, cosa que era en la que hasta entonces se
había pensado menos y de no perder con malos tratmientos las de los que
supiese haber sido leales hasta entonces. No les faltó lugar en el discurrir a los
políticos y profesores de reglas de estado, concluyendo que no lo acertaba el
rey en dar a probar a los Países Bajos el gusto y granjería de tener consigo a
sus señores naturales, por la cuesta arriba que se les había de hacer cuando,
por falta de sucesión o por otros accidentes de fortuna, hubiesen de volver
a ser otra vez gobernados por potentados o grandes de España, que no es el
menor trabajo a que están sujetos los reyes, el no poderse escapar de que juz-
guen y censuren sus acciones con mayor rigor y libertad que las de personas
particulares: algo les había de costar el verse tan superiores a todos los demás
de acá abajo.
Comenzó tras esto el archiduque a tratar de su partida, que la fue dilatan-
do hasta que llegó a Bruselas el cardenal Andrea de Austria, hijo del archidu-
que Ferdinando, que había de quedar, como quedó, en su lugar gobernando
los Estados. Pocos días antes de su partida recibió su alteza muy particular
disgusto con la nueva que tuvo de que se había amotinado la guarnición del
castillo de Amberes y poco después la de Liera. Constaba la guarnición del di-
cho castillo de sietecientos infantes españoles y las dos compañías de caballos
de don Pedro Ponce de León y don Juan de Gamarra (ambos a dos ausentes)
y toda esta gente junta, cerrando las puertas en los ojos a su castellano, que
venía de Bruselas, añadieron a su culpa el abrirlas después a más de otros cien
soldados de grandes alcances, de a pie y de a caballo, que se resolvieron en
meterse a la parte de tan gran maldad, y entre ellos dos tenientes de caballos,
los cuales por su vil interés perdieron, a más de la honra, pérdida inestimable,
644 Las Guerras de los Estados Bajos
todo el curso de su fortuna y los acrecentamientos que por sus largos servicios
no les podían faltar. [508] No los nombro, aunque pudiera, porque no quede
esta mancha, a que se condenaron ellos solos en daño de los de sus linajes,
supuesto que ambos eran hijosdalgo. A imitación de los de Amberes se amo-
tinaron los del castillo de Gante, sin que unos ni otros pudiesen ser pagados
hasta el principio del año siguiente, aunque anduvieron tan bien (si es que
puede haber acierto en gente tan errada), que desde el primer día cerraron la
puerta a recebir más gente, que, como veremos, no les fue después de poco
provecho para ser tratados mejor que los de Amberes. Hasta en el obrar mal
hay cosas que acrecientan o disminuyen la culpa, ofendiendo muchas veces
más las circunstancias que el proprio pecado.
El almirante de Aragón, a cuyo cargo quedó el ejército más florido que
vieron aquellos Estados, pasó a él, después de haberse despedido de su alteza en
Namur, con grandes deseos de mostrar su natural valor y el de su soldadesca.
Llegaba su caballería ligera a dos mil y quinientos caballos y los españoles de
los tercios a siete mil, tres mil italianos, dos mil borgoñones, mil irlandeses y
cerca de ocho mil entre alemanes y valones, gente vieja y digna de ser ocupada
en grandes empresas. Pasó el campo la Mosa por junto a Ruremunda al princi-
pio de setiembre y comenzó a encaminarse la vuelta de Orsoy, plaza del duque
de Clèves, situada sobre la siniestra margen del Rin, dos leguas el río arriba de
Rimbergue; y la primera noche que se pasó la Mosa despachó el almirante al
conde Federico de Bergas, que servía el oficio de maese de campo general, con
su regimiento de alemanes y dos mil valones con el coronel La Barlota y dos
medios cañones, para que, limpiando el río de bajeles enemigos, levantasen un
fuerte de la otra parte frontero de Orsoy, cosa que se hizo con felicidad, aunque
no sin que fuese menester desalojar primero a cañonazos tres bajeles de arma-
da, a cuyo cargo estaba guardar el río, que, dejándose llevar de la corriente, se
retiraron a Rimbergue. Siguió tras el conde el almirante con todo su ejército
hasta la abadía de Camp y en un día que se detuvo allí a guardar los bastimen-
tos que se traían de Venló hubo varios dicursos sobre lo que se pensaba hacer
aquel otoño, excluyendo luego todo género de sitio de tierras, visto que no se
traía más artillería que cuatro medios [509] cañones. Quitaba eso también la
sospecha de que se pensaba pasar a Frisa a cobrar las villas de Grol y Linguen y
otras algunas de menor nombre que había ganado el conde Mauricio, mientras
estuvo ocupado nuestro ejército en el socorro de Amiéns, como dijimos arriba.
Discurrían algunos que se debía de querer cobrar el castillo y villa de Moeurs,
pues para aquello bastaba la poca artillería que se traía, aunque el ver que la
condesa conservaba aquella plaza neutral y que en aquella ocasión se había
enviado a ofrecer quitaba también esta sospecha. Pararon estas dudas en juntar
el almirante su consejo y declarar las comisiones que le había dejado su alteza,
que eran no empeñarse en sitios de tierras, asegurarse de ambas riberas del
Rin, tanto desta parte como de aquella, y, llegado el invierno, procurar alojar
Las Guerras de los Estados Bajos 645
378
«Haaneve(e)ren», en holandés.
Las Guerras de los Estados Bajos 647
379
De exageración tilda Coloma también la actuación de los historiadores franceses y holande-
ses en las cosas de España. Y Amelot recuerda que «un bon & fidéle historien doit raconter
les choses simplemente & sans aucune éxagération. […] …l’éxagération […] a toujours
quelque mêlange de mensonge» (103 [libro III]).
648 Las Guerras de los Estados Bajos
380
De fray Mateo de Aguirre se cuenta que en la batalla de Ivrý, el 14 de Marzo de 1590, du-
rante las guerras francesas de religión, destacó por su tremendo coraje y entrega. Tras acabar
con las municiones de sus pistolas y después de que su espada estuviera tan mellada que
sirviera de poco, siguió matando herejes a golpe de crucifijo, dejando a varios malheridos
hasta que acabaron con él. Para el rey del Cuco, ver El gallardo español de Cervantes.
381
Antonio Carnero (Historia de las guerras civiles que ha avido en […] Flandes desdel año de
1539 hasta el de 1609 y las causas de la rebelión de dichos Estados, (Bruselas, 1625) se hace
igualmente eco de la importancia comercial de Rimbergue: «Muy oprimidos de los muchos
ympuestos que pagauan para guerra tan larga, de que la mayor parte del pueblo esta[ba]n
ya cansados, viéndose priuados del comercio de los países y prouinçias sujetas al Archidu-
que, y particularmente de Alemania por tener los católicos tomado a Rimbergue, paso del
Rin, por donde les bajauan todas las mercadurías que de aquella gran prouinçia y de Italia
podían venir». Para un estupendo análisis de la situación económica involucrada en los
sucesos bélicos, (Calais, Rimbergue, etc.) ver Gelabert y Cruzada.
Las Guerras de los Estados Bajos 649
bastimentos y municiones de guerra, cosas que, sobre estar el tiempo tan ade-
lante, parece que daban ocasión de dudar de buen suceso; sin embargo, resuelta
la empresa, marcharon a un mismo tiempo, el almirante por la ribera siniestra
del Rin y el conde Federico por la diestra con las fuerzas que tenía de aquella
parte, y sin dificultad de consideración se plantó el sitio en esta forma. El conde
Federico quedó con las naciones que tenía a su cargo de la otra parte con orden
de batir en ruina el fuerte de la isla con cuatro cañones, cuyo sitio tocó al tercio
de Luis del Villar y al regimiento de La Barlota, que de la parte de allá del Rin
pasaron a ella en barcas la noche de los 5 de octubre, aunque ya la tenían ocupa-
da los tercios de don Carlos y del coronel Estanley, que pasaron el menor brazo
que corre entre la villa y el fuerte, la noche antes, con el agua a la rodilla, tanta
era la falta que traía della el río. Estos dos tercios, volviendo a salir de la isla,
se alojaron teniendo el río a la mano derecha para encaminarse con trincheras
hacia el rebellín que cubre la puerta que va a Orsoy; seguía por las praderías la
corte con el tercio de Zapena y frente de banderas de casi toda la infantería de
naciones hacia la puerta de Res. Desde la otra parte del pantano hasta el río
tomaron a su cargo don Alfonso Dávalos, maestro de campo de italianos, y el
conde de Busquoy y monsieur de Achicourt, coroneles de valones, con orden
de abrir también trincheras por aquella parte; y ordenáronse dos baterías, por
aquí una y otra por la parte de don Carlos; pasó don Luis de Velasco a la isla con
otros tres cañones y, batiéndose el fuerte a los 9 del dicho, cuando se apareja-
ban los nuestros a dar el asalto, le desampararon los enemigos, dejando pegado
fuego a las casas y retirándose a la villa. Había dentro de la plaza, como se ha
dicho, mil y quinientos hombres, que de día y de noche tiraban a las trincheras,
las cuales, [515] con todo esto, caminaron en tres noches de manera, que a los
14 estaban ya desembocadas al foso, especialmente las de don Carlos, que era
por donde pareció el puesto más acomodado para ir al asalto. Había alojado
don Luis de Velasco en el puesto de Estanley tres piezas, con que se tiraba
continuamente a las defensas, mientras se apercebía la batería por un ramal de
trincheras que abría don Carlos entre el río y el rebellín de la puerta de Orsoy.
No se sabe si destas piezas del coronel Estanley o de las que jugaban también
contra la villa desde el fuerte de la isla salió el proprio día de los 14 de octubre
el cañonazo tan venturoso, a cosa de las cuatro de la tarde, que, entrando por
una ventana de un torreón del castillo, pegó fuego a la pólvora que estaba en
él, en cantidad de más de quinientos quintales, la cual voló en un momento
casi todo el castillo y muchas casas de la villa cercanas a él con terrible ruido y
humareda. Cayeron muchas piedras más de tres credos después del estruendo
dentro de las trincheras de los españoles, algunas de peso de un quintal y más, y
otras menores, que descalabraron algunos soldados. Y lo que causó admiración
fue que más de media hora después los sombreros negros se ponían blancos por
la causa de la tierra que les caía encima y hasta las barcas que estaban en el río
se pensaron perder por la gran comoción que hicieron sus aguas. Faltaron de
650 Las Guerras de los Estados Bajos
cia de aquel duque, vivía solamente sujeta a las leyes de su gusto. Ésta, temerosa
de nuestras fuerzas con ocasión de lo que se acercaba la gente católica, por
medio de los trujamanes383 ya dichos y de don Alonso de Luna, gobernador de
Liera, rescató la vejación del presidio con cincuenta mil ducados, y para obligar
a ello ofreció al almirante de recebir el uso de la misa, sacerdotes y no sólo a los
demás religiosos a quien tenían desterrados muchos años había, pero también
a los padres de la Compañía de Jesús, capitales enemigos suyos; como de hecho
entraron todos, con no pequeño fruto de los que ignoraban el engaño, visto
que el intento de los calvinistas, como después se vio, no fue otro que impedir
el alojamiento que ya de atrás estaba destinado para la infantería española, te-
miendo que, metido una vez el pie la gente católica, o no le sacarían jamás o, a
su salida, entregarían la ciudad a cúya era. Mas todo lo allanó el dinero, como
suele, y no fue mucho en esta ocasión, por la gran falta que había [517] de él
y por lo que era necesario para fabricar un puente en el Rin, sin el cual ha sido
tenida siempre por temeridad el pasarle un ejército. Pasóle, con todo eso, el
nuestro esta vez en barcas a los 23 de octubre, habiendo salido infrutuoso uno
de lienzo que había trazado cierto ingeniero, aunque bastantemente artificioso
para pasar ríos ordinarios y algún número moderado de gente de a pie. Él era
de dos gruesas telas de cañamazo fortalecidas con cinchas y por los cantos unos
varales o listones de madera harto firmes que se encajaban en los bordos384
de ciertas barquillas, como cubiletes, seis de las cuales, con todo su aparejo,
no era sobrada carga para un carro de cuatro caballos; tal, que cuatro carros
solos traían un puente para pasar el Rin, por el cual gente de a pie pasaba con
tanta facilidad, que apenas hubo otra comunicación de la una parte del campo
con la otra lo que estuvo junto a Orsoy que por este puente. Mas, aunque el
ofrecimiento de quien le hizo llegó a que podría pasar la gente por él en hilera
de cinco en cinco, mostró la experiencia después que para ir uno era menester
andar echando remiendos y las barcas se hinchían de agua, y una sola que se
desbaratase hacía inútiles a todas las demás; traza al fin de las que suelen hacerse
para sacar dineros y que, aunque en manera alguna exceden de los límites de
la teórica, cuando se proponen a un general de ejército, no se puede dejar de
experimentarlas, siendo de mucho menos inconveniente que salgan infrutuosas
que el no poder tal vez ser de provecho y no valerse dellas.
Parecióle ya tiempo al almirante de ir procurando alojamientos en las tierras
neutrales, y así, pasado el río, se arrimó a la villa de Res, también del duque de
Clèves, distante seis leguas de Vesel, el Rin abajo, la cual, en viendo que se le
aparejaba la batería, se resolvió en admitir guarnición, como se le puso, de ocho-
cientos hombres de todas naciones, y por gobernador al mismo Pedro de Aybar,
que poco antes había quedado en Burique, dejado allí por cabo un capitán valón
Intérprete o traductor.
383
del regimiento de Archicourt. Tres leguas más debajo [518] de Res está Emerique,
del mismo duque, ciudad muy noble y casi tan grande como Vesel, la cual, como
católica que es, envió a ofrecerse al almirante, deseosa de estorbar el admitir guar-
nición por cortesía, mas no le aprovechó, como tampoco el rehusallo después a la
descubierta, pues en viendo plantada la batería, hubo de pasar por donde las de-
más y rendirse. Metiéronse allí al pie de mil y quinientos hombres de guarnición
de todas naciones y por gobernador al conde de Busquoy.
Deseaba el almirante, viendo tan arrinconado al enemigo, acorralarle del
todo y para esto puso los ojos en dos puestos, ambos del ducado de Güeldres,
en igual distancia de tres leguas de Emerique, aunque desiguales en impor-
tancia. El primero era Disburque, situado sobre la siniestra ribera del Isel, que
tenía, como se ha dicho, el almirante apretadas y secretas órdenes de pasar a
cualquier precio que fuese, con lo cual, alojando el ejército en la Nelva, país
enemigo y muy fértil, lo entretenía a costa de los rebeldes y metía la guerra
en Holanda, particularmente en el país de Utrecht, con que siguiera sin duda
la redución desta ciudad y tras ellas otras muchas, por fuerza o por amor. La
otra era Duetecom, plaza de ninguna importancia para la suma de las cosas.
Nuestras fuerzas a la verdad eran grandes en aquella ocasión y las del enemigo
bien débiles; con todo eso, sabiendo que el conde Mauricio estaba alojado de
la otra parte del Isel, frontero de Disburque, con seis mil infantes y mil y qui-
nientos caballos, y que tenía puente sobre el río por donde socorrer la villa,
se resolvió al fin el almirante en acometer a Duetecom. Parecióle por ventura
poca parte del otoño la que quedaba para emplearse en plaza que podían de-
fendérsela con tanta gente. Está Duetecom rodeada de muy grandes bosques
y metida en unos lugares pantanosos, donde, si sobrevenían las aguas, había
de ser forzoso dejar el sitio, con gran mengua de reputación. Acuartelóse el
ejército sobre ella a los 2 de noviembre y acometióse por dos partes: la una
por junto al Isel viejo tocó a los españoles, y en particular al tercio de don
Carlos; la otra por lo más enjuto se encargó a los valones y italianos. Había
dentro al pie de mil hombres, gente vieja y que sabía defender su capa; con
todo eso, después de haber aguardado la batería de algunas horas, que se hizo
a los [519] 9 del dicho, mientras los españoles se apercibían para el asalto,
tocaron a parlamentear. Entregaron la villa el día siguiente, que fue el de los
10; murieron de los nuestros al pie de cien hombres y casi doblado el número
de heridos, entre los cuales lo quedaron don Pedro Sarmiento, sargento ma-
yor de don Carlos, y Jerónimo Cimbrón, capitán del mismo tercio. Dio al
almirante el gobierno de aquella plaza al capitán Íñigo de Otaola, del tercio
de Luis del Villar, con guarnición de seiscientos hombres de todas naciones.
Parecióles a algunos del consejo que quedaba todavía tiempo de acometer
a Disburque y conforme a la relación que se tenía de su sitio que no era impo-
sible romper el puente con la artillería, y por este camino impedir el socorro;
mas, mientras, resuelto el almirante en tentar esto, se aguardaban bastimentos
Las Guerras de los Estados Bajos 653
385
Landgrave (del alem. Landgraf, Lan, «tierra», Graf, «conde»), es un título alemán de nobleza
de la época del Sacro Imperio Romano Germánico. Originalmente implicaba un condado
de mayor poder que el ordinario, con incluso soberanía. Quizá el más conocido sea el de
la casa de Hesse (Homburg).
386
Con derecho a la elección de Obispo, de ahí su poder.
656 Las Guerras de los Estados Bajos
su hermano, y haciendo cuenta de pasar desde allí a Gratz para venir acom-
pañando a la reina doña Margarita, nuestra señora, como lo hizo. Su viaje fue
como por la posta, con solos algunos de su cámara y mayordomos, marchando
entretanto la vuelta de Milán, su casa, verdaderamente real. Porque a más de
la muchedumbre de criados, bastantes a volver sirviendo también a la serenísi-
ma infanta, iban voluntariamente por servir a sus altezas y hallarse en aquellos
famosos casamientos el príncipe de Orange, el duque de Aumala, los condes
de Eguemont, Berlaymont y Arembergue, los de Liñey y La Fera; las condesas
de Mansfelt, Berlaymont y Buquoy y seis damas flamencas que habían de ir
sirviendo a la reina hasta España y volver con la señora infanta. Las vistas del
archiduque con el emperador fueron breves, por comenzarle ya ‘apretar de ve-
ras su melancolía y la enfermedad de encerramiento, a que miserablemente le
habían ellas condenado. Díjose entre los alemanes que no holgó el emperador
con la visita de su hermano, por parecerle que el irle a ver tras la conclusión
del casamiento era lo mismo que darle en rostro y renovarle el sentimiento de
habérsele negado a él, con la donación de los Países Bajos; punto en que insistió
algunos años con tanta resolución, como si lo demás que se le ofrecía con dote
igual al de su madre no fuera digno de mayor estimación. Sin embargo, como
las discordias y disgustos entre príncipes tan grandes se cubren de ordinario con
más aparentes muestras de amor y correspondencia que las de los hombres par-
ticulares, no faltaron en estas vistas [524] todas las que bastaron para disimular
el mal talante, si acaso le hubo. Detúvose poco el archiduque en Praga, desde
donde siguió el camino de Gratz con harta priesa, deseoso de no dejar entrar
demasiado el invierno; aunque se hubo de mudar todo después, tanto el cami-
no por donde estaba trazado el viaje, a causa de la peste que se hacía sentir en
muchas partes de Alemaña, como los trajes y libreas, por ocasión de la muerte
del rey. He visto escrita en varias lenguas387esta jornada y los insignes casamien-
tos que se hicieron en Valencia y fiestas en Barcelona, hasta la embarcación de
sus altezas camino de Flandes; y así por esto como por no haberme encargado
de historias generales, como otros, sino de las militares que sucedieron en mi
tiempo en los Países Bajos, dejaré a ellos la relación de todo lo demás, pues,
fuera de que muchos sé bien que tienen toda la energía y erudición que a mí
me falta, confieso que hasta a estas cosas es bien que las escriba quien las vio, so
pena de ser yo el primer trasgresor de mis propias leyes.
Las bodas de Isabel Clara Eugenia y el archiduque Alberto pueden leerse en varias obras de la
387
época (que ya hemos indicado en la Introducción). Por ejemplo, The happy entraunce of the
high borne Queene of Spaine, the Lady Margarit of Austria in the renovvned citty of Ferrara. With
feastiuall ceremonies vsed by Pope Clement the eight, in the holy mariage of their Maiesties. As also
in that of the high borne Archduke Albertus of Austria, with the infanta Isabella Clara eugenia,
sister to the catholique King of Spaine, Phillip the third. First translated out of Italian after the
coppy printed at Ferrara, allowed by the magistrates (Londres: John Woolfe, 1599). Ver también
Boch. Para un estudio puesto al día sobre su figura, ver Betegón Díez.
Las Guerras de los Estados Bajos 657
388
Este último párrafo se añade en la edición de 1635.
658 Las Guerras de los Estados Bajos
Argumento: Admiten los de Wesel falsamente el ejército católico. Diligencias del cardenal
389
Andrea para encaminar las cosas de la guerra. Páganse el motín de Amberes y otros. Llegan
a Holanda muchas tropas francesas. Forman los alemanes un gran ejército. Va el cardenal al
suyo y discúrrese de la forma en que se ha de hacer la guerra. Arrímase el almirante al fuerte
del Esquenque. Tiéntase el paso de Vall; empréndese a Bomel y edifícase el fuerte de Sant
Andrés. Sitian los alemanes a Rees. Vase el cardenal a Bruselas y de allí a su casa. Entran los
archiduques en Bruselas, adonde son jurados por señores de los Países Bajos.
Las Guerras de los Estados Bajos 659
390
Vid. supra.
662 Las Guerras de los Estados Bajos
los Bátavos391, está el fuerte del Esquenque, por naturaleza y por arte juzgado
comúnmente por inexpugnable, aunque no al parecer de los más pláticos, que
no conceden esta calidad a plaza alguna a quien se pueda quitar el socorro.
Éste, pues, era el que el almirante deseaba emprender, como a una de las llaves
de las islas, y, si le dejaran hacer, le tomara sin duda, como se verá en su lugar
con evidencia.
Partió el cardenal de Mastrique a 27 de marzo y, tomando el camino de
Ruremunda y Venló, llegó a Rees a los 7 de abril, desde donde despachó
luego comisarios para tomar muestra y dar una paga, y juntamente escribió a
las cabezas de los tercios y regimientos, mostrando particular disgusto de no
poder dar más por entonces, ofreciendo que muy presto llegarían dineros con
que alegrar la gente; y entretanto que se pagaba y ponía el ejército en orden
de salir en campaña, pareció a propósito bajar el puente a Emerique, como
se hizo, haciendo otro fuerte para guardia dél, delante de Emerique, adonde
pasó el cardenal, el almirante y toda la corte a los 11 de abril, dejando en Rees
por gobernador a don Ramiro de Guzmán, en lugar de Pedro de Aybar, que
dejó el gobierno.
Hallóse junto todo el campo a los 20 de abril en los contornos de Eme-
rique; allí se tuvo otra vez consejo y propuso el almirante la empresa del
Esquenque, como la más importante que se podía hacer con un ejército tan
florido, casi en esta sustancia:
«Las grandes empresas, serenísimo señor, convienen a los grandes prínci-
pes y traen consigo una satisfación universal, sálgase o no con ellas. Si se
ha de aventurar este ejército en ausencia del archiduque, aventúrese por
cosa que lo valga. El fuerte del Esquenque es hoy la llave de las islas; si lo
tomamos, nos hacemos señores del Wal y del Rin y ata[535]mos de pies
y manos a toda Holanda, dejamos cortado el Isel, con sus cuatro plazas
(Zuften, Déventer, Zuol y Campen) hasta el brazo de mar a quien los que
aquella tierra llaman Zuiderzee392; con dos puentes que hagamos, uno en
el Wal y otro en el Rin, somos señores de todo cuanto hay entre estos dos
ríos, pues las tierras cercadas no son fuertes, ni los que las pueblan tan
391
Los bátavos, rama del pueblo de los catos, arrojados de su país, se habían establecido en los
últimos distritos de la Galia, entre los diferentes brazos, bancos de arena y embocaduras
del Rin y entre el proprio Rin y el otro brazo del Waal, en forma de isla, concocida despues
como «isla bataviana» (Países Bajos) y vivían como aliados de Roma y se les trataba con
mucha atención y el único tributo que debían a Roma era proporcionar contingentes de su
excelente caballería, tropas auxiliares de extraordinario valor y excelentes nadadores, que se
comportaron brillantemente en Germania y Bretaña.
392
«Mar del sur» en holandés, con una extensión de 100 x 50 km. y una profundidad de unos
4-5 metros. Las inundaciones por el agua del Mar del Norte fueron un frecuente caballo
de batalla para la población.
Las Guerras de los Estados Bajos 665
que había en dar lugar a que las ocupase y presidiese el enemigo, como lo
haría sin duda, que era lo mismo que privarse de la comodidad con que se
hacían traer los bastimentos el río abajo y haberse de reducir a hacer la guerra
cerca de la Mosa, con tanto daño del propio país por sólo descargar el aje-
no393. A esta consideración ayudaron Richardote y Moriansarte, como quien
principalmente, después del servicio del rey, ponía la mira en aliviar las tierras
del País Bajo, librándolas todo lo posible de tránsitos, presidios y alojamien-
tos; y así sólo por entonces se sacó el presidio de Genepe y de Moquen, por
parecer que, estando más cerca de la Mosa que del Rin, no eran de importan-
cia alguna. Quedaba Duetecom demasiadamente empeñado en apartándose
de allí el ejército, y así hubo votos que se sacase la guarnición antes que la
obligase a ello el enemigo, como lo hizo presto; mas, como el cardenal había
hecho merced de aquella villa y sus términos al conde Federico de Bergas,
hicieron tanto él y su hermano, el conde Herman, que, resolviéndose al fin el
almirante en sacar los españoles y al gobernador Íñigo de Otaola, alcanzaron
que se metiesen de guarnición en ella y en el castillo de Escolemburg tres
banderas de alemanes del regimiento del mismo conde Frederico con orden
de guardar la plaza todo lo que pudiesen sin peligro de vidas y reputación.
Y, porque para hacer este trueque y proveer a Duetecom de bastimentos se
ofrecía no pequeño peligro, estando el conde Mauricio alojado todavía junto
a Diusburg con diez mil infantes y dos mil caballos, se encomendó a don Car-
los Coloma [537] que con dos mil españoles de su tercio y del de Luis del Vi-
llar, cuatro mil infantes de naciones y seiscientos caballos, a cargo del capitán
don Juan de Bracamonte, fuese a Duetecom y sacase la artillería gruesa que
allí había, que eran tres medios cañones y un pedazo del puente de tela que
había quedado allí desde la campaña pasada. Cosa que se hizo con felicidad,
aunque a ida y vuelta se pasó a menos de legua de Duisburg y por un camino
harto sujeto a emboscadas.
El mismo día que partió esta gente partieron también el maestro de campo
Gaspar Zapena con su tercio y las dos compañías de arcabuceros del de don
Carlos de Sarmiento y Antonio de Ribas, los coroneles Estanley y La Barlota
con sus regimientos y el conde Enrique de Bergas con cuatrocientos caballos.
No se señaló cabeza a esta gente, contentándose el cardenal con encargarles la
buena correspondencia, sin la cual no hay empresa, por fácil que sea, que no se
haga, no sólo dificultosa, sino imposible. Que en esta ocasión fue yerro gran-
de, y no menor sinrazón, la que se hizo al español, quitándole la prerrogativa
de mandar a las demás naciones, sin disputa en igual grado de puestos, como
se ha usado siempre y debe usarse por razones bien claras. Preeminencia que
puede praticarse aun sin sentimiento de las demás naciones, pues los mismos
393
Para la importancia del comercio fluvial en el esquema general de la economía de los Países
Bajos meridionales dentro del conjunto de la española, remitimos a la Introducción.
Las Guerras de los Estados Bajos 667
394
Ésta es la única ocasión en que Coloma, de manera clara, se refiere a la noción de Imperio,
en este caso para indicar que la prerrogativa de mando debe recaer siempre sobre españoles
dentro del conjunto de naciones que forman el ejército español. El ejemplo romano, ade-
más de demostrar su conocimiento de la historia y el trabajo de traducción de Tácito en
que andaba involucrado, sirve, claro está, para prestar argumento de auctoritas al concepto.
Más adelante en el mismo capítulo se insiste en que la desconformidad siembra caos y que
ello ocurre siempre que existe más de una cabeza.
395
Cortina. «La parte de la muralla que en la fortificación se construye entre baluarte y ba-
luarte» (Dicc. Aut.).
668 Las Guerras de los Estados Bajos
gún daño con nueve cañones que llevaba. Marchó también el cardenal con lo
restante del ejército, que eran los dos tercios de don Carlos y Luis del Villar,
los italianos, y de alemanes y valones otros tres mil infantes; y, quedándose el
cardenal y su corte alojados en Gritusen, villa pequeña del ducado de Clèves,
pasó adelante el ejército otra legua más, hasta ponerse no más que el Wal en
medio del fuerte del Esquenque, a quien el siguiente día se comenzó a batir
con doce piezas, sin que por ocasión desta artillería y de la que continua-
mente tiraba de la otra parte el conde Frederico pudiese pasar no solamente
bajel en entrambos brazos del río, pero ni un hombre tan sólo en todo aquel
pedazo de la isla; y echóse de ver, no sin general sentimiento, lo que se pudiera
haber hecho si se trujeran barcas, porque sin duda pasara el almirante a la isla
sin [539] resistencia de consideración. Con que abierta una trinchera de río a
río se cerraba el fuerte sin esperanza de socorro por tierra y mucho menos por
agua, habiéndole de venir el río arriba, con la descomodidad y peligro que se
deja considerar. Bajando el puente de Emerique hasta tiro de cañón del fuer-
te, se podían comunicar y dar la mano los dos ejércitos, sin que desta manera
pudiese defenderse quince días, conforme a toda regla de milicia, porque
cuando se llegó no había quinientos hombres en el Esquenque; tal, que el
primer día apenas se vieron cincuenta fuera de sus reparos y fortificaciones,
ni tiraron a entrambos campos treinta tiros. Mas aquella noche, que fue la de
los 28 de abril, el enemigo, sin que nadie se lo estorbase, metió ochocientos
ingleses en el fuerte y mil gastadores, que antes del día habían ya comenzado
a abrir una trinchera por nuestra frente en orden a impedir el paso, supuesto
que todavía le temían como golpe mortal. Alojóse el almirante en un castillo
llamado Vimen, treinta pasos del río, y la gente con frente de banderas algo
más atrás. Todo aquel día y el siguiente batieron catorce piezas del fuerte a
nuestros cuarteles con mucho daño, aunque el trecho era algo largo; mas el
tercer día, habiendo pasado la isla la mayor parte del campo enemigo, traba-
jaron todo él y el siguiente en arrimarse con trincheras a sus primeras defensas
de nuestra frente, como lo hicieron, sin que pudiesen ser vistos del artillería y
mosquetería católica por venir arando la tierra como topos. Batía entretanto
la artillería del conde Frederico y la del almirante el fuerte sin cesar, ni hacelle
otro daño que derriballe los tejados de las casas; mas la del enemigo, habiendo
levantado una plataforma quinientos pasos fuera del fuerte y alojado en ella
diez cañones, comenzó a batir el castillejo donde alojaba el almirante con
tanta priesa, que a mediodía le había hecho pedazos. Volvió luego la furia
contra los cuarteles, en donde fue tal el daño que hizo, que en lo restante de
aquel día y otros seis que se detuvo allí el campo mató más de cuatrocientos
hombres, sin más de otros tantos heridos. No cesaba la batería con la noche,
que de la misma manera batían y arrojaban granadas artificiales, como las
que pintamos en los sitios de Hulst y de Amiéns. Había hecho el cardenal
entretanto bajar el puente hasta poco más de tiro de cañón del fuerte, con
Las Guerras de los Estados Bajos 669
que se comunicaban los [540] dos campos con poco rodeo, que dio ocasión
a que se pensase que se quería emprender el sitio de veras, y a la verdad no
fue sino para que, habiendo de marchar, pasase el campo del conde Frederico
sin haber de caminar seis leguas rodeando por Emerique. Y por tener ya el
cardenal concedida la restitución de aquella ciudad al duque de Clèves, con
promesa que hizo de meter en ella mil anivedres396, con orden de defendella al
enemigo y de adquirir guarnición católica siempre que fuesen requeridos por
el cardenal o el almirante, con todo eso se dilató la restitución hasta que se
supo el suceso de la gente que fue con Zapena, que entonces, como descon-
fiado ya el cardenal de pasar otra vez el Rin, se hizo la restitución, sacando de
allí el presidio y volviendo a reincorporar las banderas que allí habían estado
en sus tercios y regimientos.
Al octavo día, que, con daño que se ha visto, se había detenido el campo
alrededor del Esquenque, desalojó el conde Frederico y pasó desta parte, pa-
reciéndole al cardenal que estaría ya hecho lo que se había de hacer en el paso
del Wal y que era bien estar a punto para acudir adonde fuese necesario. Y,
marchando todo el campo el día siguiente, alojó alrededor de Cronembourg,
adonde se supo el suceso de Zapena y los coroneles, que pasó así.
En sabiendo Zapena, Barlota y Estanley que el ejército se había acuarte-
lado sobre el fuerte del Esquenque, dejando todavía por acabar el puente de
Genape, marcharon con ocho piezas y treinta barcas en otros tantos carros la
vuelta del lugar estatuido por donde se había de tentar el paso del Wal, que
era por dos leguas más arriba de la villa de Tilt, con tanto secreto al parecer
que a todos dio grandes esperanzas de buen suceso. Mas, acertando aquella
noche que se marchó a ser muy lluviosa, el camino que pensaron hacer antes
de amanecer les duró hasta más de tres horas después del sol salido, con gran
daño de la empresa, por haber sido avisado por las espías el gobernador de
Nimega, que al punto envió el río abajo cuatro bajeles de guerra que tenía
allí para lo que se podía ofrecer, y por el dique adelante quinientos hombres,
con orden de defender la desembarcación de la gente católica. Y no contento
con esto, avisó al conde Mauricio, distante con su campo solas seis leguas,
que al punto despachó [541] buen golpe de gente la vuelta de allá. Llegada la
nuestra al puesto, comenzó a ser saludada por los bajeles de guerra, a quien
fue menester desalojar con nuestra artillería, que, aunque con dilación de
algunas horas, lo hizo, echando a fondo dos de los bajeles que porfiaron más
en detenerse. Zapena, que se había encargado de las barcas, tenía ya a hora de
vísperas puestas diez en el río y comenzaba a embarcarse su infantería, cuan-
do la del enemigo, acabando de llegar al puesto, tiraba grandes descargas de
mosquetazos y arcabuzazos, y no sin daño de los que forzosamente habían de
andar por la playa, sin recebirle ellos, por tirar de mampuesto y cubiertos. Sin
embargo, trabajaban Zapena y los coroneles por embarcar la gente, hasta que,
reconociendo la dificultad con que podía ya pasarse, estando el enemigo tan
advertido, y viendo por momentos ir llegando gente de a pie y de a caballo, y
que unos y otros se atrincheraban con gran priesa, se resolvieron en marchar
el río abajo, dejándole siempre sobre su mano derecha, como lo hicieron todo
aquel día, sin otro provecho que dar más tiempo al enemigo de juntarse. El
cual, ya en gran número, iba acompañando a los nuestros por su ribera, arca-
buceándose unos a otros, aunque con poco daño por la gran anchura del río.
La misma dificultad hallaron en acometer el fuerte de Voorden, echando de
ver la facilidad con que le podía guarnecer todo aquel golpe de gente que los
seguía de la otra parte del río. No se hizo nada desto sin grandes altercaciones
y variedad de opiniones, habiéndola tenido Zapena de que, sin detenerse
en desalojar los bajeles de guerra, comenzase a pasar la gente, llevando él la
vanguardia. Vino después en el mismo parecer Estanley, y, no concurriendo
jamás en él La Barlota, pareció finalmente a todos tres que estaban ya en el
segundo caso que rezaba la orden y que convenía hacer diligencia por entrar
en la isla de Bomel antes que pudiese prevenirlos el enemigo. Así se hubo de
desamparar el primer intento, que, ejecutando el parecer de Zapena y Estan-
ley, fuera posible haberse conseguido con gran utilidad, y por discordia de las
cabezas se dio principio al segundo, tan errado y dañoso como lo mostró el
suceso. Siempre hará semejantes efetos la desconformidad y no hay por qué
esperar que no la haya donde hubiere más que una cabeza397. Venida la noche
siguiente [542] y cobradas las barcas, marcharon la vuelta de Mega, adonde
pasaron la Mosa, y usando harta diligencia en un día y una noche de camino
por Brabante la volvieron a pasar por el villaje de Empel sin resistencia de
consideración; y, en viéndose dentro de la isla, ocuparon el castillo de Hel,
a quien desampararon treinta holandeses que estaban en él de guarnición en
viendo que los españoles pasaban el río. Puesta guarnición en el Hel, bajó el
campo frontero del fuerte de Crevecour, donde se fortificó; y, plantando su
artillería en el dique, la Mosa en medio, comenzó a batirle las casas en ruina,
sin hacerle otro daño de consideración, creciendo entretanto la ruin inteli-
gencia entre las cabezas, aunque por industria del coronel Estanley, soldado
de tanto valor como bondad, se difirió la decisión de sus diferencias hasta la
llegada del cardenal, a quien escribieron todos desde la isla, y ninguno cul-
pándose a sí mismo, puesto que Zapena y Estanley culpaban (y con razón)
a la presuntuosa pertinacia de La Barlota, que quiso hacer en toda aquella
jornada de su cabeza y como queriendo dar a entender que lo era, habiendo
tantas causas de tenerse y tenerle todos por muy inferior no sólo a Zapena, en
que no había duda, sino de Estanley, coronel mucho más antiguo y de más
397
Compárese con las apreciaciones anteriores sobre la necesidad de la primacía de mando
(español) en el ejército como prerrogativa del Imperio.
Las Guerras de los Estados Bajos 671
de Velasco, con el tercio de don Carlos, más de veinte bajeles de guerra que
guardaban el Wal, se hubo de hacer alto aquella noche en el villaje de Herín.
Otro día tomó la vanguardia la infantería italiana y valona, que se alojó en el
dique, a menos de tiro de cañón de Bomel; la española tomó [544] cuarteles
en las praderías sobre nuestra mano izquierda, tan sujeta a la artillería, que
en los primeros tres días, hasta que se levantó una trinchera por la frente,
mató pasados de docientos españoles de los dos tercios de Zapena y Luis del
Villar; don Carlos, con el suyo y con la gente de los demás, hasta en número
de tres mil hombres, estuvo en forma de escuadrón volante a nuestra mano
derecha, entre el dique ocupado por los italianos y valones y el río, con orden
de defender la desembarcación del enemigo si la intentase y de socorrer las
trincheras que comenzaban las naciones por el dique hasta que las pusiesen
en defensa, en que se ocuparon cuatro días; todos los cuales, de día y de no-
che, batieron a esta gente continuamente por tres partes, desde la villa por la
frente, desde la una parte del río por el costado derecho, habiendo ocupado
la gente del enemigo, que, habiéndonos seguido siempre por su ribera, llegó
antes que la nuestra a un puesto a este propósito muy acomodado, y las cha-
rrúas398 y bajeles de guerra por las espaldas por causa de un recodo que hacía
el río, de adonde jamás los pudo desalojar nuestra artillería. Con lo cual
penas había instante ni lugar en que no estuviese la vida de todos a conocido
y evidente peligro. Y, aunque en hartos puestos sucede esto en la guerra, en
ninguno se acuerdan los más viejos soldados de haberlo visto con el extremo
de aquí. Entre muchos que allí perdieron las vidas, hubo dos en el modo, se
puede decir, más peregrinamente399 que los demás, que por la novedad me-
rece referirse. Acertaron a concurrir juntos aquel día en el escuadrón volante,
aunque de diversas compañías, Hernando Díaz y Roque de Enciso; déstos
el primero pasó años antes en busca de un hermano suyo, de quien jamás
pudo tener noticia; resuelto de la conversación de aquel día conocer ser En-
ciso el hermano que buscaba, que por el sobrenombre de su madre había
dejado el paterno (como en España, en demostración de amor maternal, se
usa, aunque no sin alguna confusión de los linajes). Llegados, pues, con la
admiración y afeto que se deja pensar, después de bien conferidas las señas y
asegurados de la verdad, a abrazarse, una bala de cañón llevó las cabezas de
entrambos, dejándolos enlazados los brazos y juntos los cuerpos, que en la
más gustosa hora de su vida la perdieron. Dichosa muerte sin duda, si, como
es de creer en [545] ocasiones tales, estaba lo más importante prevenido,
398
Charrúa. Curiosamente el Dicc. Aut. no recoge este término, presente, eso sí, en el DRAE,
que lo define como «embarcación pequeña que servía para remolcar otras mayores», deri-
vándola del célt. carruca, a través del fr. charrue, «arado». En Bernardino de Mendoza es un
neologismo que toma directamente del francés. Para todo lo referente a las embarcaciones
españolas de la época, véase Casado Soto.
399
En el sentido de «extraño», «anómalo».
Las Guerras de los Estados Bajos 673
pudiéndose con razón dudar de que haya ninguno de los mortales dejado
jamás el vivir más gustosamente.
El presidio, pues, de la villa de Bomel, cuando entró la primera gente
católica en la isla, no era más que de quinientos infantes y una compañía
de caballos; y es sin duda, como hoy en día lo afirman los holandeses, que
si la dicha guerra trajera orden de acometerla y la acometiera se la llevara en
cuatro días, que fue notable inadvertencia, teniendo tan ocupado al enemigo
lo restante de nuestro ejército en defender el paso del Wal y del Isel, a que en
alguna manera podía volver las espaldas. Pero en los nueve días siguientes,
hasta que las naciones ocuparon, como se ha dicho, el dique, habiendo lle-
gado el conde Mauricio con su gente, que al punto, descubierto el designio
del campo católico con levantarnos de sobre el fuerte del Esquenque, marchó
con la mayor diligencia que pudo y, metiendo mil hombres más dentro de
la villa, él con tres mil se alojó y fortificó no más que el río en medio della.
Llegó lo restante del campo rebelde a la villa de Tilt, que constaba de otros
catorce mil infantes, inclusos los franceses que trujo el señor de la Nua, con
voz de que los enviaban los hugonotes de Francia, creyéndose comúnmen-
te que vinieron con orden de aquel rey. El ver al enemigo tan fuerte y que
con gran diligencia hacía juntar barcas en su ribera y trataba hacer un fuerte
frontero de Bomel, como pocos días después le hizo, fue causa de que no
se acabase de resolver el almirante en pasar la mitad de la gente al dique de
Lobrestein, temiendo que por ser el rodeo de casi dos leguas quedaría el uno
o el otro campo demasiadamente sujeto al enemigo. El cual, sin muestra de
ocioso descuido, procuro inquietar nuestra gente con ordinarias salidas, de
día y de noche, especialmente a los que iban ganando tierra y fortificándose
el dique adelante, aunque no hicieron alguna de consideración hasta los 12
de mayo, después de haber fabricado dos puentes en el Wal, uno más arriba
y otro más abajo de la villa, el primero para la gente de pie sobre pequeñas
barcas y el segundo para la de a caballo y carros, sobre grandes pontones, largo
de cuatrocientos y cincuenta pasos y tan ancho, que podían ir dos carros a
la par [546] sin peligro. Por éstos pasó el enemigo tres mil infantes y cuatro-
cientos caballos, a quien, por la estrechura de la villa, alojó Mauricio fuera
en cuarteles separados, cubiertos con grandes trincheras y fosos, tal, que con
ser Bomel una villa muy pequeña, representaban las fortificaciones, baluartes,
redutos y estradas cubiertas que levantaron en diez días el ámbito y circuito
de una gran ciudad, porque se afirma que trabajaron en ello más de diez mil
villanos, aunque con muerte de muchos, a quien hacía pedazos nuestra arti-
llería desde el dique, adonde estaban plantadas catorce piezas y seis en frente
de los tercios españoles, en tres redutos, sin otras cuatro que desde el cuartel
de los borgoñones, irlandeses y alemanes, que hacían el cuerno izquierdo del
alojamiento, tenía a su cargo el coronel Estanley. Todas estas piezas batían
las fortificaciones y la villa en ruina con mucho daño, y entre otras perso-
674 Las Guerras de los Estados Bajos
nas de cuenta que mató fue uno el Monroy, general escocés, hombre entre
ellos de mucha estima. No era menor el daño que hacía la artillería enemiga
en todo el campo, especialmente en el escuadrón volante. Y así, a los 9 del
dicho, pareciendo que las naciones estaban bien fortificadas y que ya no era
de servicio la gente que tenía don Carlos entre el dique y el río, se le ordenó
que la retirase a los cuarteles, desde donde se podía acudir al socorro de las
trincheras con mayor facilidad y menos peligro, como se experimentó presto.
Tenía ya a esta sazón el enemigo junto todo su ejército, que pasaba de diez y
seis mil infantes y tres mil caballos, y, dejando dos mil hombres en defensa de
un fuerte que hizo para cubrir el puente grande, alojó todo lo restante en los
burgos y villajes más cercanos al río, en toda la distancia de cinco leguas que
hay desde Tilt a Gorcum, con designio de dar calor a los sitiados y guardar el
paso de la ribera, que la temía mucho.
El día de los 11 de mayo las centinelas que estaban a la lengua del agua
avisaron como toda aquella noche habían oído pasar golpe de infantería y
caballería por el puente, que dio ocasión de sospecharse que se aparejaba una
gran salida; y así, se doblaron las guardias de las trincheras, enviando (a pedi-
miento de los coroneles que las guardaban) seis compañías de españoles, dos
de cada tercio. Salió al fin el enemigo al punto del mediodía por tres partes:
dos [547] mil infantes y trecientos caballos por entre el dique y el río, con
designio de cerrar con los cuarteles de los italianos y valones. Y para dar calor
a esta gente bajaron de Tilt treinta charrúas llenas de artillería con que caño-
near la gente católica, en descubriéndose para pelear con los que salían contra
ellos de la villa; otros dos mil hombres salieron por el dique grande, a quien
los enemigos llamaban Oesendich, con orden de acometer las trincheras, y
por las praderías más de cuatro mil en tres escuadrones, con siete tropas de
caballos que los cubrían por su mano derecha. Fue resoluto y determinado el
acometimiento desta gente, que no parecía sino que venían con intento de
dar la batalla y acometer nuestros reparos; tal, que dos veces envió el almi-
rante orden a don Carlos y a Zapena, porque Luis del Villar había días que
estaba en Bolduque muy malo, una con don Pedro Forteza y otra con Pedro
de Ibarra, que cerrasen las surtidas y no empeñasen ninguna gente; que no se
pudo obedecer por tener ya fuera de los reparos las compañías de arcabuceros
de los tres tercios y otros tantos escuadroncillos volantes de socorro, todos los
cuales hicieron maravillosamente su deber y detuvieron la furia del enemigo,
sin otra pérdida que nueve soldados. Hizo gran daño nuestra artillería, jugan-
do sin cesar treinta y dos piezas a todas partes y la del enemigo muy poco en
todo aquel día, que pareció milagro, respeto a ser más de cien piezas con las
que tiraban de la tierra y de las charrúas y andar la gente católica descubierta,
salvo los de las trincheras, a quien se ordenó que por la vida no se descubrie-
sen, dando lugar a que nuestros cañones jugasen por sobre sus cabezas contra
los que venían arremetiendo por el dique adelante, y descargando ellos sus ar-
Las Guerras de los Estados Bajos 675
mas de fuego en viéndolos a tiro de arcabuz. con que tuvieron por bien éstos,
que fueron los franceses, de retirarse sin llegar a medir las picas. Los ingleses
que arremetieron por la parte del río corrieron la falda del dique, por donde
no los podía ofender nuestra artillería, con más ostentación que provecho.
porque, aunque llegaron cerca del cuartel de los italianos, no hicieron más
que darle una vista y volverse por junto al río. Deseó La Barlota, a quien tocó
aquel día la guardia de aquel puesto, soltar alguna gente de las trincheras con-
tra los ingleses cuando se iban retirando, mas [548] dejólo por tener todavía
por frente a los franceses, que por no hacer su retirada antes que las demás
naciones estuvieron valerosamente firmes junto al primer rastrillo400, aunque
con pérdida de más de ciento dellos, a quien hizo pedazos nuestra artillería.
Nuestra caballería por la parte de los españoles anduvo muy mezclada con la
del enemigo, señalándose los capitanes don Juan Gamarra, don García Bravo,
don Juan de Bracamonte, don Diego de Acuña, Francisco la Fuente, Daniel
de Gaura y otros. Duró la escaramuza más de tres horas, sin que de todo el
campo faltasen más que setenta hombres entre muertos y heridos, los más de
artillería; del enemigo, como afirmó un francés fugitivo, murieron pasados de
trecientos. Hallóse en esta salida el conde Mauricio, a la cual, si los zanjones y
pantanos que había por la campaña no estorbaran el poder llegar a medir las
picas, se le pudiera muy bien dar nombre de batalla.
Tocó aquella noche la guardia de las trincheras a don Alfonso Dávalos,
y, pareciéndole al enemigo que cogería a los nuestros de sobresalto más que
en otra ocasión, por lo que había sucedido aquel día, salió a cosa de media
noche con mil, entre franceses y holandeses, y dando en las trincheras dego-
lló un cuerpo de guardia de treinta valones, con que, advertidos los demás y
acudiendo a sus puestos, después de una hora de pelea se retiró el enemigo
con alguna pérdida. Quedaron muertos y heridos en esta ocasión algunos
capitanes y soldados particulares italianos, y don Alfonso pasado por los ri-
ñones de un mosquetazo, de que curó, después de haber llegado a muy gran
peligro de su vida.
Dentro de tres días, tocándole al señor de Achicourt la guardia, corrido el
enemigo y en particular los franceses de ver lo poco que habían ganado hasta
entonces con las salidas, determinaron hacer otra dos horas antes de amane-
cer, a los 14 de mayo, prometiéndose el llevarse de aquella vez las trincheras,
para que faltó bien poco. Dio Mauricio el cargo de aquella empresa al señor
de la Nua, con sus franceses, añadiendo dos mil ingleses, toda gente escogida,
que por todos fueron cinco mil hombres. El cual, para hacer su hecho mejor,
valiéndose de la escuridad de la noche (que acertó a serlo mucho por ocasión
de una gran niebla que se levantó), enviando los [549] ingleses con un gran
400
Rastrillo. «La compuerta formada como una reja o verja fuerte que se echa en las puertas de
las plazas de armas para defender la entrada» (Dicc. Aut.).
676 Las Guerras de los Estados Bajos
rodeo mil por cada parte del dique, para cuando viesen que él acometía por la
frente acometiesen ellos por los costados, cerró valerosamente, y, haciendo los
ingleses lo mismo, se comenzó a pelear con gran porfía, salvando a los nues-
tros lo mismo que salvaba también a los enemigos, que era el no ver a quien
herir ni poder dar ni evitar los golpes.
Peleábase en lugares estrechos y por entre ramales de trincheras tan intri-
cadas cuanto peligrosas a quien no las tenía en plática. Las primeras a padecer
fueron dos compañías de españoles, a quien, en oyendo el arma, llevó Achi-
court consigo a la vanguardia, cuyos capitanes, Juan Ruiz de Movellán, del
tercio de don Carlos, y Aldana, del de Zapena, el primero murió peleando
valerosamente y el segundo fue llevado en prisión con un brazo roto de un
mosquetazo, muriendo allí la mayor parte de sus compañías. De los valones
quedaron al pie de ciento en la primera arremetida. Faltábales a los enemi-
gos por ganar sÓlo el principal reduto, adonde habían retirado los suyos a
Achicourt con un muslo atravesado de un mosquetazo, cuando llegó nuestro
socorro, que le anticipó y avisó, se puede decir, el enemigo, habiendo aquella
mañana –dos horas antes del día- usado una estratagema para engañar al cam-
po católico, que sirvió de todo lo contrario; porque, sacando algún golpe de
su gente fuera del rastrillo, en cierta parte eminente en el dique ahorcaron una
espía de muchas de todas naciones que el almirate tenía dentro de la villa, a las
voces del cual, en que declaraba cómo moría católico, se tocó una arma muy
viva en el campo, que al fin se mitigó con el desengaño de que advirtieron las
centinelas perdidas. Los tercios de don Carlos y Zapena, que con el arma se
habían puesto en escuadrón, por consejo de don Pedro Sarmiento y Baltasar
López del Árbol, sargentos mayores, se estuvieron quedos de los reparos aguar-
dando al día, que se venía acercando, y en este estado los halló la segunda arma
cuando se tocó de veras. En oyendo la cual, los maestros de campo arrojaron
cinco compañías, tres de don Carlos, que fueron la suya, gobernada por don
Cristóbal de Proxita, su alférez, y las de arcabuceros de Antonio Sarmiento de
Losada y Mateo de Otáñez; la del proprio Zapena, que la llevaba su alférez
Blas Segarra; y la de los Rodrigo Ponce, que todas juntas pasaban de [550]
quinientos hombres, y ellos con lo restante de sus tercios; dejando en guardia
de los cuarteles al sargento mayor Diego de Durango, que lo era de Luis del
Villar, se mejoraron algún tanto por las praderías, con intento de socorrer
adonde fuese necesario, porque se temía no tocasen arma en las trincheras y
diesen en el cuerno izquierdo de nuestros cuarteles, que, como se ha dicho, le
tenía a su cargo el coronel Estanley. La orden que los capitanes llevaron fue de
cortar el paso al enemigo, entrando en el dique por las praderías y acometién-
dole por las espaldas. Hiciéronlo así esforzadamente, rompiendo, ante todas
cosas, el hilo de la gente enemiga que venía cargando la vuelta de las trincheras
católicas, con muerte de los que hicieron resistencia y cargando sobre la que
ya había pasado. Como los iban cogiendo por las espaldas, mataron a mu-
Las Guerras de los Estados Bajos 677
chos, sin que cayesen en que tenían a su enemigo tan cerca; mas como pasó
entre ellos la palabra de que eran acometidos por donde menos lo pensaban,
creyendo que era toda la infantería española la que venía sobre ellos, en lugar
de retirarse por donde habían venido, cogieron los más por entre el dique y
el río, y los menos recatados, que siguieron su retirada por el dique, murieron
todos a manos de nuestra gente; que, fuera de pelear con singular valor los
soldados, los capitanes se goberaron con gran prudencia y orden militar. Don
Cristóbal, que con las picas de la compañía de su maestre de campo había
seguido al enemigo, matando y prendiendo hasta el primer rastrillo, tomó en
prisión a un coronel francés y, siguiendo la orden que tenía de retirarse por la
falda del dique de la parte de los cuarteles, queriendo calar tras él toda su gen-
te, que echó de vanguardia, como se acostumbra cuando queda el enemigo a
las espaldas, topó con una tropa de enemigos que se venían retirando, la cual,
sin que los nuestros la viesen, por la escuridad, le tomó a él en prisión muy
bien descalabrado el proprio coronel a quien llevaba, aunque otro día le envió
sin rescate alguno, agradecido de que cuando le prendió a él le salvó la vida
y le llevaba suelto y como libre. Quien mejor razón pudo dar del número de
los enemigos muertos desta noche fueron los maestros de campo, los cuales
hasta que aclaró el día se estuvieron en la falda del dique y en el proprio dique
hasta recoger su gente y vieron con la primera claridad [551] lleno de cuerpos
muertos todo aquel espacio entre las trincheras y el primer rastrillo, sin los que
quedaron en las primeras trincheras. Súpose después de buenas relaciones que
le faltaron al enemigo aquella noche pasados de quinientos hombres, muertos
dos coroneles y nueve capitanes, sin cosa de ochenta de todas naciones que se
tomaron en prisión. De los nuestros murieron cincuenta españoles de las dos
compañías que estaban de guardia con el uno de sus capitanes y poco más de
ochenta valones. De los del socorro faltaron nueve, tres presos con el alférez
de don Carlos y seis muertos; hubo algunos heridos de las dos compañías y
entre ellos don Francisco de Irartazábal, soldado de Arana, que le dejaron con
muchas heridas, de que curó después. Y es cosa digna de consideración la poca
fidelidad con que los holandeses escriben sus pérdidas, que no parece sino que
se les deben de derecho las vitorias, por ventura por la justificación que da a
su causa el haberse rebelado a las majestades divina y humana; pues, llegando
a tratar deste suceso un historiador suyo, no dice más de que se perdieron dos
capitanes y alguna gente, que con la escuridad de la noche se mataron unos a
otros. Otro día, sabido por el cardenal el buen suceso de las trincheras, envió
a don Carlos Coloma una orden para que repartiese en su compañía ochenta
escudos de ventaja y ciento entre las de Sarmiento y Otáñez, y a Zapena, para
las dos de su tercio, a la misma proporción, cosa que pareció muy bien y animó
mucho a todo el ejército.
No quedaba ya sino uno sano de los tres maestros de campo, a quien
había encargado el conde Frederico la vanguardia de las trincheras, que era
678 Las Guerras de los Estados Bajos
La Barlota, el cual, pareciéndole de allí a dos días sobradas las fuerzas y muy
ordinarios los acometimientos del enemigo, deseando meter a la parte a los
españoles, pidió al almirante que mandase se fuesen alternando con él, como
lo hizo, llamando a los maestros de campo a su tienda y proponiéndoles la
demanda de La Barlota. Ellos por dignos respetos rehusaron aquella forma de
guardia, ofreciéndose a encargarse del todo de allí adelante de las trincheras,
como lo hicieron los diez y siete días que duró el sitio, con gusto particular
del almirante, que había ya alguno que lo deseaba, cayendo en el yerro que
se había hecho, dando la vanguardia a otra nación que a la [552] española.
Novedad grande, aunque con aparente muestra de aguardar la orden de la
guerra, lo que en otros sitios de tierras que pueden acometerse por muchas
partes no era de tanto inconveniente como allí, que sólo podía acometerse
por un dique muy estrecho. Dada, pues, esta orden, dejando las naciones
el puesto, se encargaron de él los españoles, donde aquella misma noche le
ocupó el maestro de campo Gaspar Zapena con mil y docientos hombres de
los tres tercios, y la siguiente don Carlos con otros tantos. Y así se mudaban
el uno al otro todo lo que duró el sitio, que fueron diez y siete días más, sin
que en todos ellos se atreviese el enemigo a hacer salida de consideración ni
con más que ligeras tropas para tocar arma y ver lo que se trabajaba, que fue
todo lo que pudo ser en orden a fortificar el puesto y a ir ganando tierra con
la seguridad y recato conveniente en parte donde se tenía a tiro de arcabuz
un ejército enemigo tan poderoso. Hasta los 22 del corriente se estuvo todo
suspenso sin que hubiese más que leves escaramuzas y una perpetua batería de
ciento y cincuenta piezas de ambas partes, con infinitas muertes y heridas de
la nuestra por estar nuestros cuarteles más sujetos a ella, y no menos el de la
corte, donde estaba el almirante, que los de los tercios de españoles, alemanes,
borgoñones y irlandeses, pues todo este sitio estuvieron por blanco de la arti-
llería de la villa, sin que hubiese puesto ni lugar seguro. Entre otros heridos de
consideración fue uno don Juan de Vivero, conde de Fuensaldaña401, a quien
llevó una bala de cañón todo el talón y parte del tobillo de una pierna. A los
21 del mismo el almirante de Aragón escribió de parte del cardenal un papel,
que por ocurrirme estando escribiendo esto el original y la respuesta que dio
a él don Carlos Coloma, los pondre a la letra entrambos.
Decía, pues, el almirante: «ue alteza quiere saber el estado en que se halla
nuestro ejército, la disposición desta villa y las fuerzas con que el enemigo se
halla, la esperanza que hay de salir con la empresa y dentro de qué tiempo
se podrá salir con ella, según el estado de nuestras cosas; y, en caso que no
parezca que se puede ganar esta villa con el ejército y preparamientos que su
alteza tiene, quiere saber lo que se podrá hacer con el ejército conservando
401
Vizconde Altamira. Los Vivero habían accedido a la condición de grandes de España pre-
cisamente por los servicios prestados en Flandes.
Las Guerras de los Estados Bajos 679
402
Para el papel de los jesuitas en especial en la lucha contra el protestantismo, ver la Intro-
ducción.
403
Esta referencia iconoclasta es única en Coloma, aunque abunda sobremanera en Bernardi-
no de Mendoza. Por ejemplo: «A la cual junta, las cabeças principales de la rebelión, que
no se hallaron presentes, embiaron cada uno en su nombre personas particulares; y los
consistorios de las villas, que después se rebelaron, embiaron también procuradores; donde
se trató hiziessen venir número de predicadores destas perversas sectas y dañosos errores,
Las Guerras de los Estados Bajos 681
Desde los 15 de mayo hasta los 2 de junio no se hizo otra cosa en las trin-
cheras de Bomel sino fortificallas con redutos cerrados y ramales de trincheras
harto acomodados, respeto a la estrechura del dique. Sea por esto o porque
los enemigos sabían que las guardaban españoles, lo cierto es que no hicie-
ron salida de consideración en diez y ocho días que Zapena y don Carlos las
tuvieron a su cargo, y no parecerá jactancia de la nación a quien se acordare,
que lo dijeron así algunos fugitivos que venían a rendirse, respondiendo a la
pregunta que se les hacía de que por qué no salían ya, como habían hecho
hasta allí.
Jueves, a los 3 de junio, estando las trincheras a cargo de don Carlos Co-
loma, se ordenó la retirada y se hizo a la punta del alba de los cuatro, habién-
dose comenzado a retirar la artillería desde la media noche, sin que tampoco
saliese el enemigo a la retaguardia, como lo pedía toda razón de guerra, ni
sucediese otro desmán que el sacar un ojo de un mosquetazo aquella noche al
alférez don Francisco de Medina y matar de otro al capitán Alonso de Ayllón,
del tercio de Zapena, aunque la artillería de la villa jugó primero a los fuegos
que inconsideradamente encendieron algunos mozos de servicio en los cuar-
teles y después en nuestra retaguardia, que acabó de retirarse ya de día con
algún daño, aunque sin dejar una tienda de vivandero404, cuanto y más carros
y bagajes, y aun heridos y niños, [556] como afirman los holandeses en sus
historias; ni hubo ocasión para ello, no atreviéndose ellos a salir a la retaguar-
dia católica ni aun un paso de sus trincheras, hasta más de dos horas de día, y
después de bien asegurados de que no se les dejaba emboscada.
Marchó todo el campo junto hasta el villaje de Hervín, no con más se-
guridad de la artillería enemiga, por la priesa con que se fueron arrimando
con el viento cantidad de charrúas y bajeles de armada, y por tierra, de la
otra parte del río, gran golpe de gente, acompañando cuatro cañones, con
que al momento comenzaron a batir al campo católico. Y duró este trabajo
otros dos días, hasta que se mudó el ejército a Herquevick, villaje algo más
cubierto de la artillería. Estando aquí vino el cardenal a ver por sus ojos el
puesto donde se pensaba hacer el fuerte y, llevando consigo al almirante,
conde Frederico y a todos los maestros de campo y coroneles y a los de-
para que las predicassen en todos los pueblos, concertando assimismo el rompimiento de
imágenes y iglesias que después se hizo. Y señalaron doze personas particulares que en cada
provincia tuviessen cargo de incitar al pueblo a que se levantasse y alterasse y se rebelasse
contra Su Majestad»; «…y tomando las armas para el ir a sus prédicas y sermones, con que
hizieron en todas las iglesias, monasterios y abadías un gran destroço y universal estrago,
saqueando las riquezas y joyas de ellas, rompiendo y derribando todas las imágenes, y co-
metiendo tan enormes y abominables pecados en menosprecio del Santíssimo Sacramento
que por la enormidad y abominación de ellos no lo escrivo.»
404
Vivandero. «El que en los ejércitos cuida de llevar las provisiones y víveres o el que los
vende» (Dicc. Aut.).
682 Las Guerras de los Estados Bajos
405
Para la medición de distancias sobre que trazar el fuerte.
Las Guerras de los Estados Bajos 683
volvió a Bolduque, don Luis se alojó junto al dique para comenzar la obra y
el ejército con frente de banderas a un cuarto de legua dél para darle calor,
salvo los víveres y tren de la artillería, que se alojaron en el casar de Rosem.
La caballería (considerada la falta grande que había en la isla de forrajes) se
alojó de la otra parte de la Mosa, es a saber, don Ambrosio en Grotelit y Li-
thoyen, con diez y siete compañías, y Contreras con las demás en el país de
Mega, en los villajes de Tefelen, Oeren y Marqueren. Hecho esto, se subió
el puente cerca de una legua el río arriba, por cuyo medio se comunicaba la
infantería con la caballería con poco rodeo y gran comodidad. [558] Vino
a estar el puente frontero el casar de Rosem, entre los villajes de Alem y
Marent y guardábale el capitán Zapata con su compañía y dos de alemanes
del regimiento de Barbanzón. No se había acabado de resolver la fábrica
del fuerte y ya la sabía el conde Mauricio, daño irreparable en guerras deste
género, el cual, echando de ver que se le seguía della al estado de sus cosas,
marchó el proprio día que se trazó el fuerte y con todo su campo se alojó
entre el casar de Varick y el dique, a la margen diestra del Wal, frontero
del puesto destinado para el fuerte, adonde comenzó a levantar una gran
plataforma capaz de alojar en ella veinte y cuatro cañones, sin que por esto
dejasen de tirar los seis que estaban alojados en el dique. No anduvo menos
cuidadoso don Luis en hacer lo mismo de nuestra parte, y así, después de
haber plantado seis cañones en el dique contra los del enemigo, con mayor
trabajo por ser algo más alto el dique de la parte contraria, comenzó un
trincherón de fagina406 y tepes407, ancho veinte y cuatro pies y largo todo lo
que fue menester para cubrir la cortina y dos baluartes que se levantaban
en la frente del río y una plataforma por remate, donde se alojaron diez y
ocho piezas, que por todas eran veinte y cuatro las que jugaban de nuestra
ribera y treinta las del enemigo, con tanto daño de ambas partes, que en
quince días que tardaron unos y otros en cubrirse medianamente murieron
de cañonazos y mosquetazos de los dos campos (sabiéndose la relación de
los del enemigo por la boca de algunos prisioneros) más de mil y docientos
hombres. Caminaba entretanto el edificio del fuerte, trabajando de ordi-
nario en él mil soldados y dos mil gastadores, adelantándose mucho por la
gran abundancia de fagina y la facilidad con que la traían en barcas al pie
de la obra, de la otra parte de la Mosa, ofreciendo la llanura de aquellas pra-
derías tierra y céspedes en abundancia, aunque ni el cortallos ni el ponellos
se hacía sin notable peligro de la artillería enemiga. Cuatro días después de
406
Fagina, «hacecillo pequeño de ramas delgadas o brozas, las cuales sirven, mezcla-
das con tierra, para hazer aproches y también para cegar los fosos y otras cosas»
(Dicc. Aut.).
407
«Pedazo de tierra muy trabado con las raíces de la grama que se corta en forma de cuña y
sirve para hacer murallas, acomodándolos unos sobre otros» (Dicc. Aut.).
684 Las Guerras de los Estados Bajos
te de Voorden hasta las praderías, porque, o por la vencindad del fuerte ene-
migo o por ser aquella tierra muy baja y sujeta a las crecientes de la Mosa, hay
un buen tiro de mosquete desde el río a nuestro dique. Detrás del cual, desde
cuarto de legua hasta legua y media estaba alojada nuestra caballería ligera
como y donde dijimos arriba. Mientras el enemigo fabricaba aquellos puen-
tes, cuidadoso don Ambrosio del daño que por allí podría recebir su caballe-
ría, pidió infantería con que cubrir los cuarteles, que al principio se le dieron
mil infantes de todas naciones y después docientos españoles del tercio de don
Carlos, con el capitán don Jerónimo Agustín. Temió siempre don Ambrosio
que el daño le había de venir acometiéndole por el dique que va a Mega, y así
alojó a toda la gente de las naciones en él, con muy buenos redutos, juzgando
por gran temeridad que se atreviesen a embestille atravesando las praderías y
el dique por donde se iba al campo. Y con todo eso, para mayor seguridad,
[562] encargó a los españoles aquel puesto, que al punto fortificaron con un
reduto tal, que, si –como le mandó hacer don Jerónimo detrás del dique por
cubrille de la artillería del fuerte- le hiciera encima dél, defendieran sin otro
socorro el paso al enemigo. El cual, viendo que se le iba entendiendo el juego
y perseverando en su primer intento, salió a los 3 de julio a reconocer nuestras
fortificaciones, resuelto el quitar, si podía, al padrastro408 del fuerte que iban
haciendo los españoles. Pero eso fue a tiempo que, por hallarse a caballo la
mayor parte de nuestra caballería, que volvía de acompañar al cardenal y a su
hermano el marques de Burgaut (los cuales, habiendo estado el día antes en
el campo, se habían vuelto a Bolduque), paró todo el efeto de aquel día en
una muy gallarda escaramuza, el fin de la cual fue meter nuestra caballería a
la del enemigo hasta debajo de sus piezas, con muerte y prisión de algunos, y
sin más daño de los católicos que la muerte de Benito de la Higuera, valeroso
soldado, natural de Yepes, teniente del capitán Francisco de la Fuente. Tam-
bién estorbó aquel día mucho al enemigo la lluvia, que fue excesiva. Notaron
muchos aquella tarde, y en particular el capitán Pedro de Ibarra, entretenido,
a quien envió el almirante a traer nuevas de lo que pasaba en la escaramuza,
y ver si había necesidad de socorro, que mientras se escaramuzaba junto al
reduto de don Jerónimo una tropa de gente particular reconoció un puesto
entre el dicho fuerte de don Jerónimo y el último de los que cubrían nuestro
puente. Y así, en viendo al enemigo retirado, llegó Pedro de Ibarra al almi-
rante, que estaba en su tienda con los dos maestros de campo españoles, y le
advirtió de lo que había visto, infiriendo que el enemigo quería ocupar aquel
puesto para quitar el comercio del campo con la caballería. Era ya noche
cerrada y harto escura y lluviosa y, volviéndose el almirante a los maestros
de campo, deseó saber dellos su parecer, que al momento le dieron de que se
«El monte, colina o lugar alto y dominante a alguna plaza, desde el cual pueden batirla o
408
ocupase sin perder punto aquel mismo puesto, ofreciéndose ir uno dellos en
persona a fortificalle y defenderle. Aunque, no pareciédole al almirante que
era cosa digna de un maestro de campo, nombró al sargento mayor Diego de
Durango y, ordenándole que sacase la gente que pudiese de su tercio, sin tocar
a las guardias y a las que habían de entrar el día siguiente, [563] sólo pudo
sacar las compañías de los capitanes Navarro y Francisco Tamayo. Don Carlos
dio al capitán don Luis Dávila y Monroy con ciento y cincuenta soldados,
inclusos los del capitán Blas González, cuya compañía estaba todavía vaca;
Zapena dio al capitán Rentería con ciento veinte soldados, y La Barlota cien
valones, que por todos serían hasta quinientos hombres escasos. Era ya cerca
de media noche cuando pudo acabar de arrancar Durango, tanto por ocasión
de la lluvia como por haber de buscar los maestros de campo entre los vivan-
deros de sus tercios hachas y otros instrumentos que llaman marrazos409 para
cortar fagina, y palas y zapas con que mover la tierra, que, aunque de cosas
deste género había abundancia en el campo, estaba todo en donde se hacía el
fuerte y ofrecía dilación el haber de ir por ello. Llegado Durango con su gente
al dique frontero del fuerte de Voorden, fue tal la diligencia que usaron él y
su gente, que al amanecer tenían ya formado el fuerte de cuatro caballeros,
aunque tan bajo y sin defensa como lo echará de ver quien considerare la
cortedad del tiempo, tal, que si el enemigo saliera entonces, se había forzo-
samente de dejar la obra, siendo ésta la orden que tenía Durango, mientras
no le pareciese que estaba el fuerte en defensa. El enemigo, como vio la prisa
con que se trabajaba en el dique, juzgando que estaba allí la mayor parte del
ejército católico, no se resolvió en salir de veras hasta poderlos reconocer con
el beneficio de la noche. Sólo sacó alguna caballería por llamar la nuestra a la
escaramuza y dar ocasión de ofender a los nuestros con su artillería desde el
fuerte de Voorden; la cual tiró todo el día a los trabajadores, sin que por esto
dejasen ellos de andar descubiertos fortificando el puesto, que al alba del día
siguiente estaba ya en competente altura y casi en defensa, salvo la puerta, que
por la brevedad del tiempo no le hubo para ponerla ni hacer puente, antes
quedaba el terreno alto y igual con la plaza del fuerte.
Supo Mauricio aquella noche por sus espías que a lo sumo eran quinientos
hombres los que trabajaban en el dique, porque el almirante temió siempre,
y era de temer, que todas aquellas añagazas del enemigo eran para hacer pasar
la Mosa a nuestro ejército y dar ellos sobre don Luis de Velasco y la gente que
trabajaba en el fuerte de [564] San Andrés, que este nombre le puso el car-
denal poco después, como veremos; y así, resuelto Mauricio en acometer de
veras no sólo los redutos sino el cuartel de la caballería, envió al punto de las
ocho de la mañana al coronel Veer y al señor de la Nua con seis mil infantes,
409
«Hacha de dos bocas usada para hacer leña», de marra, «mazo de hierro con mango
largo, para romper piedras.» (DRAE).
688 Las Guerras de los Estados Bajos
y al conde Ernesto de Nasao con mil y quinientos caballos con orden de ganar
ambos fuertes. En comenzando a salir por un puente la caballería enemiga,
tocaron arma nuestras centinelas y, oyéndola cinco compañías de infantería
española que iban marchando a mudar otras tantas que cubrían el cuartel de
don Ambrosio, que era el villaje de Grotelit, llamado comúnmente la Torre-
mocha, apresuraron el paso y sin dilación se juntaron con las otras, que fue
un presagio de buen suceso. Don Ambrosio, poniéndose a caballo con cosa de
quinientos soldados, sin haber podido juntar más hasta que después le soco-
rrió el comisario general Contreras, encomendando el cuartel general a la in-
fantería, pasó adelante, abrigándose por su mano derecha con los redutos del
dique maestre, que guardaban valones y irlandeses. Don Jerónimo Augustín,
que con docientos españoles de su compañía y de otras guardaba el reduto de
su nombre, mientras tardó el enemigo en pasar las praderías le hizo mucho
daño con sus armas de fuego; mas, en viéndose sobre el dique y que desde allí
barría toda su plaza de armas, dándose por perdido, determinó salir a pelear
a lo raso y morir como buen caballero, que es la sola ganancia que puede
sacarse de los malos sucesos. Tenía también orden de retirarse al cuartel de la
Torremocha siempre que la pareciesen sobradas las fuerzas del enemigo, y así
comenzó a hacerlo con muy buena orden, animándose él y los suyos con la
vista de nuestra caballería, que venía cargando valerosamente. Bastó esto para
que de diez soldados en fuera que murieron se pudiesen retirar todos, menos
el capitán y tres camaradas suyas, que por irse retirando de los postreros que-
daron en prisión. Pasó el dique (aunque no sin dificultad) la caballería ene-
miga, por estar muy peinado y difícil de subir, y en estando de nuestra parte
se dividió en dos escuadrones. Las dos partes cargaban hacia la Torremocha y
la otra tercia parte, que podían ser seiscientos caballos, se pusieron en pues-
tos acomodados a defender la retirada y el socorro de la gente del fuerte de
Durango. Esta division dio la vida a don Ambrosio, porque, [565] cargando
siempre y hacienda rostro al enemigo debajo de la artillería de los fuertes que
tenían los valones en el dique, no se atrevió jamás el conde Ernesto a cerrar
con él; y, sobreviniendo Contreras con seiscientos caballos, le rechazaron am-
bos hasta el reduto que había dejado don Jerónimo Augustín, con muerte y
prisión de algunos enemigos, los cuales, escaramuzando siempre, aguardaban
a ver en lo que paraba el acometimiento del fuerte de Durango, que era el fin
principal que había tenido Mauricio en aquella salida.
Vista por el sargento mayor Diego de Durango y los capitanes que se
hallaban con él la resolución con que salía el enemigo, tuvieron una breve
consulta sobre lo que se debía hacer, y sin ponerlo en duda determinaron
defenderse. Era también peligrosa la retraída al campo, respeto al gran golpe
de caballería que comenzaba ya a dar muestras de pasar el dique; y con esta
resolución repartió Durango la gente en la muralla de tal manera, que cada
uno pudiese defender su distrito sin aguardar socorro, por cuanto era cierto
Las Guerras de los Estados Bajos 689
que los habían de acometer por todas partes; y él, con cincuenta soldados
escogidos, se encargó de defender la puerta, sin otra trinchera que un carro
atravesado. Más de cuatro mil enemigos fueron los que cerraron de rondón410
con el fuerte y entre ellos hubo algunos tan valerosos, especialmente france-
ses, que en un punto arrimaron más de treinta escalas y comenzaron a subir,
sin que les pareciese a ellos ni al conde Mauricio, que los miraba desde Vo-
orden, que podía haber resistencia bastante para tanta furia411; mas, como no
era aquélla la primera ocasión en que se hallaban los nuestros, de tal manera
comenzaron a defenderse, que no sólo a picazos, sino a estocadas y empujones
los trabucaban al foso con mayor priesa de la que habían traído. Tocó al coro-
nel Veer rodear con sus ingleses por detrás del dique y acometer la puerta, con
quien cerrando su vanguardia perdió más de cincuenta de los suyos, que mu-
rieron de mosquetazos antes de poder llegar a medir las picas. Cerca de dos
horas porfió el inglés por penetrar aquellas débiles defensas y los holandeses
y franceses gateando por las faginas por trepar hasta la muralla, adonde, des-
cubiertos del todo, los aguardaban los capitanes don Luis Dávila y Monroy,
Rentería, Tamayo, Navarro y el que gobernaba los valones [566] y la mayor
parte de sus picas, sin hacer caso tampoco de la artillería que llovía sobre ellos
de los fuertes. Fue éste un combate de los más porfiados que se vio en mucho
tiempo, y tal, que, si el conde Mauricio, viendo lo mal que les iba a los suyos y
por otra parte el socorro que se venía acercando del campo católico, no diera
el señal de retirarse, no los despartiera otra cosa que la noche o la muerte.
En oyendo el almirante el arma, envió al conde Frederico y al maestro de
campo don Carlos Coloma y coronel La Barlota con cuatro mil hombres y
orden de acudir adonde conviniese; y él, con los demás que le quedaban, se
puso en escuadrón en la isla, junto al puente, para acudir a una parte y a otra,
conforme a como lo pidiese la necesidad. Marchó el conde a la diligencia que
pudo, que fue la que bastó para que los enemigos desistiesen de su intento;
y tal la de algunas compañías de arcabuceros, que, arrojándose por las pra-
derías, degollaron algunos, y no pocos, de los menos diligentes y a otros que
sus amigos procuraban retirar heridos. Faltáronle este día al enemigo más de
quinientos hombres, la mayor parte franceses, y entre ellos siete capitanes de
todas naciones; de los del fuerte murieron veinte y tres soldados y el capitán
Rentería sacó roto un tobillo de un mosquetazo; heridos hubo hasta treinta
de todas naciones. Mudóse la guarnición del fuerte, dejando otros quinientos
hombres frescos con el proprio Durango, que no le quiso desamparar hasta
acabarle de fortificar, como se hizo en otros cuatro días, sin que el enemigo se
410
«Intrépidamente y sin reparo» (Dicc. Aut.).
411
Abundan las referencias en Coloma a la valentía de los enemigos, lo que es muestra de su
propósito de escribir una historia vera, a diferencia de la de otros extranjeros que silencian
las acciones del enemigo en elogio de las propias. Ver la Introducción al respecto.
690 Las Guerras de los Estados Bajos
atreviese otra vez a tentar cosa de consideración por aquella parte, si bien se
puso aquello como convenía, y se alojaron tres cañones en la estrada cubierta
del fuerte, que siempre se llamó de Durango, con que se batían en ruin a las
casas del fuerte de Voorden y los puentes, tanto el que salía a las praderías
como el otro por donde se comunicaba con la isla de Bomel; el fuerte o re-
duto de don Jerónimo se desmanteló como infrutuoso, después de puesto en
defensa el de Durango.
Había caminado a todo esto de manera la obra del fuerte de San Andrés,
por causa del mucho cuidado y diligencia de don Luis de Velasco, que pareció
que con poca ayuda podía comenzar a vivir por su pico; y así, desalojando
don Luis de junto a él, se incorporó él y su gente con lo demás del ejército.
Sólo para encargarse de aquello y guardar [567] la avenida de la nueva forti-
ficación que el enemigo había hecho en el casar de Herverden, se constituyó
allí una guardia de tres mil infantes y docientos caballos, de que se encargaron
los maestros de campo don Carlos y Zapena, alternándose como en el dique
de Bomel. Y porque en cerca de cuatro meses que el ejército estuvo alojado
en la isla se había consumido cuanto había en toda ella que pudiese servir de
algún sustento a hombres y caballos, considerando, de otra parte, el almirante
y su consejo que, aunque se había fortificado mucho el cuartel de la caballe-
ría, corría peligro de otro acometimiento como el pasado, se resolvió en pasar
la Mosa y alojarse solo en ella en medio del fuerte de San Andrés, junto al
villaje de Kesen, subiendo también el puente. Con que, acercándosele todo el
campo más de media legua, venía a ponerse muy cerca del fuerte de Durango
y a poco más de cuarto de legua del cuartel de don Ambrosio, alojamiento
muy bien entendido y que había días que Martín López de Aybar, teniente
de maestro de campo general, instaba que se tomase, visto que no se ofrecía
otro inconveniente que el llegar a él algunas balas de artillería de las que el
holandés tiraba al fuerte de San Andrés desde su dique de la otra parte del
Wal, frontero del villaje de Varick, que, aunque después, alzando la puntería
al tino del alojamiento católico, arrojó infinatas balas, no hizo daño de consi-
deración en cerca de dos meses que se detuvo allí el ejército.
El conde Mauricio, viendo todas las fuerzas católicas desta parte de la
Mosa, desconfiando de ofender ya el cuartel de la caballería y temiendo que
fuese aquello estratagema para pasar el Wal con el calor del fuerte de San An-
drés, dejando bien guarnecidos los fuertes y puestos que conservaba, volvió
a retirar toda su gente al cuartel de Varick. Fue esto a tiempo que algunos
días después, en el 14 de agosto, puesta en perfección una plataforma que
desde que se comenzó el fuerte se había ido levantando frontero del enemigo,
y alojados en ella doce cañones bien cubiertos, pudo comenzar a batir con
ellos el gobernador Catriz al campo del enemigo, asistiendo allí don Luis de
Velasco desde el alba de dicho día. Se levantaba la plataforma más de pica y
media sobre los parapetos de los baluartes, con que, descubriendo los cuentos
Las Guerras de los Estados Bajos 691
de las picas de los enemigos, [568] fue tal el estrago que se hizo en ellos, que
afirmaron seis franceses que el día siguiente vinieron a rendirse al puesto de
los españoles, que en doce horas que duró la carga de la batería habían muer-
to pasados de trescientos hombres y más de doscientos caballos de los que a
gran prisa iban retirando el bagaje y la artillería que no estaba enterrada en el
dique. Mudó Mauricio, con esto, su cuartel al casar de Hemert, casi a medio
camino de Tilt, mientras con gran cuidado y solicitud procuraba hacer levan-
tar en su ribera otra plataforma, que tardó mucho en ponerse en perfección.
Antes de esto, a 17 de julio, vinieron el cardenal y el marqués, su herma-
no, al campo, y a 18 de julio, yendo ambos al fuerte, puso Andrea la primera
piedra en la iglesia que se había de levantar en su plaza de armas, a la cual y
a todo el fuerte, por ella, se le dio el nombre de San Andrés apóstol, abogado
del cardenal y patrón de la serenísima casa de Borgoña. Hubo una gran fiesta
y salvas de artillería, que, para aprovecharlas, se encaminaron todas al enemi-
go, aunque en medio del regocijo había muchos soldados de experiencia que
suspiraban, sin poder disimular el sentimiento que les causaba ver aquella
fábrica tan hermosa y tan fuerte sujeta a tener que caer muy pronto en poder
del enemigo; y se fundaban en lo mal que de ordinario se proveen nuestras
plazas en la vecindad del enemigo, y principalmente en que era obra trazada
y hecha por quien no aguardaba para irse otra cosa que saber que el archidu-
que, su primo, y la serenísima infanta hubiesen entrado ya en Lorena. Era a
la verdad el edificio inexpugnable mientras la guarnición no se resolviese en
faltar la fe a su príncipe, como al fin lo hizo; porque, fuera de haber salido
de los baluartes muy hermosos y bien entendidos, los fosos muy anchos y
con más de una pica de agua, por donde se comunicaban ambos ríos, se le
hicieron también sus estradas cubiertas, con sus redutos para cubrirlas a ellas
y a las puertas, todo rodeado de una pica de agua corriente, que unas veces
le prestaba la Mosa al Wal, y otras el Wal a la Mosa, conforme a las ocasiones
que tenían de crecer el uno o el otro río. Hicieron traer de Bolduque doce
chalupas, o a nuestro modo de hablar fragatas, de diez y doce bancos, con to-
dos sus aparejos y marinaje necesarios; los cuales podían [569] pasar de un río
al otro, correr y visitar las costas de Holanda y estar en seguro después dentro
de los fosos; con tanto asombro del enemigo, que, como se supo, comenzaron
a despoblarse las aldeas circundantes, retirándose la gente a Vianen, Leerdan y
otras de aquella comarca, la más noble y poblada de Holanda.
El ejército alemán, mientras tanto, en número de treinta y cinco mil
infantes y más de cuatro mil caballos, puso sitio a la villa de Rimbergue.
Se había amotinado algunos meses antes aquella guarnición, echando a su
gobernador y oficiales con la usada insolencia; a pesar de esto, el elector y
consejo y los demás soldados se gobernaron con mucho valor, después de
haber porfiado muchos días en vano los condes de Lipa y Holach, tanto con
la fuerza como con inteligencias, procurando persuadir a aquella gente, la
692 Las Guerras de los Estados Bajos
mayor parte alemana, a que era toda una la causa que seguían, y común a la
honra de su nación, añadiendo que les darían algunas pagas en recompensa
de sus alcances; pero ellos, aunque hasta allí olvidados, al parecer, con el de-
lito de la alteración, de las obligaciones de la honra, quisieron mirar por el
más esencial punto de ella, que es la fidelidad; y así, haciendo poco caso de
su ofrecimiento, obligaron a los condes a levantar el sitio por la parte del país
de Güeldres, inquietando todavía desde la otra parte del Rin a los de la villa
con sus piezas, mientras levantaban un fuerte, donde pensaban dejar gruesa
guarnición, como lo hicieron.
El día de la solemne ceremonia que dijimos arriba, después de haber esta-
do el cardenal y su hermano cuatro días en el ejército, se volvieron a Bolduque
con harto cuidado, por las cartas que llegaron aquellos días de don Ramiro
de Guzmán, gobernador de Rees, en que avisaba como el ejército alemán,
dejando de la otra parte del Rin, frontero de Rimbergue, un cuartel de cuatro
mil hombres bien fortificado, pasaba aquel día la Lipa con veinte mil infantes
y tres mil caballos, pedía socorro de gente y pólvora y aseguraba que con esto
defendería la plaza. Se lo envió el capitán Antonio de Ribas con su compañía
de arcabuceros, del tercio de don Carlos, y la de Lorenzo de Zaraza, del de
Zapena, y otros doscientos valones, a orden [570] todos del propio Ribas; el
cual, marchando con gran diligencia, respeto a llevar consigo diez carros de
pólvora y otras municiones de guerra, llegó a salvamento a Rees dos horas an-
tes que asomase el ejército alemán, que, gobernado (como se ha dicho) por el
conde de Lipa, se acuarteló sobre Rees de esta forma: él, con tres regimientos
de cuatro mil hombres cada uno y quince compañías de caballos, ocupó el es-
pacio que hay entre los villajes de Bienen y Rosem hasta el dique por donde se
va a Wesel; en la otra parte, junto al villaje de Apel, se alojó el conde Holach
con un regimiento de cuatro mil infantes, levantado en tierras del duque de
Brunzwich, mil frisones y once compañías de caballos, que le envió el conde
Guillermo de Nasao, gobernador de Frisa por los Estados; y con esta gente,
como soldado práctico que era, fortificó su frente con muy buenos redutos,
y en todo lo demás se puso cual convenía. Comenzaron unos y otros a irse
arrimando con sus trincheras; y el de Lipa, como más mozo y deseoso de acre-
ditarse, habiéndose arrimado a cosa de trecientos pasos de la tierra, hizo un
reduto y plantó en él dos cañones y una culebrina, con que comenzó a tirar
a las defensas; y no contento con esto, adelantándose hasta poco más de cien
pasos de la contraescarpa412, acomodó en el dique otros diez cañones, aunque
no hizo uso de ellos al principio hasta que las demás cosas estuviesen dispues-
tas para hacer la batería y dar el asalto. Plantó entretanto el conde Holach
412
Contraescarpa. «Término de fortificación. El declivio exterior del foso o el terreno que hay
desde el arce u orilla del foso hasta lo profundo, que viene a ser toda su escarpa» (Dicc.
Aut.).
Las Guerras de los Estados Bajos 693
cuatro piezas en cierto recodo del dique, con que comenzó a hacer mucho
daño en la villa, y a derribar una cortina de baluarte de piedra, pegada al río; y
caminando con sus trincheras otros docientos pasos más, plantó su batería de
nueve cañones contra el mismo baluarte. No llegaban a ochocientos hombres
de todas naciones los que defendían el fuerte y guardaban la tierra de la otra
parte, inclusa la compañía de arcabuceros a caballo del capitán Butbergue; y
de éstos morían cada día muchos, por ocasión de la artillería, que perpetua-
mente jugaba, sin los que de ordinario faltaban en las continuas escaramuzas
y salidas que se hacían de día y de noche por defender las estradas cubiertas.
Con esto, y con lo que el enemigo se iba acercando siempre por la parte del
río, donde la villa (que por todas es flaca) no tiene través alguno, temeroso
don Ramiro de algún ruin [571] suceso, puesto que no ignoraba lo mal que
la nación alemana suele disponerse a dar asaltos, envió a un alférez reformado
al almirante, que, por haberse partido ya el cardenal cuando y como veremos,
conoció que corría aquello más por su cuenta. Rehusando el parecer de los
que, fundados en la poca necesidad que había ya de aquella plaza, querían
que se le ordenase a don Ramiro que tratase de rendirse con las más honradas
y honestas condiciones que pudiese, determinó de enviarle socorro capaz de
entretenerse, hasta que, acabado de poner en perfección el fuerte de San An-
drés, pudiese él ir en persona a dárselo con todo el ejército y a tomar cuenta a
los alemanes de su temeridad, pues, habiéndoles enviado últimamente a An-
drea a ofrecer con el Madrucho, gentilhombre de su cámara, que en ninguna
manera hibernaría en Rees gente española y que aquella plaza se restituiría
como las demás, parecía que no habían hecho aquel acontecimiento tanto por
necesidad de echar de su casa las guarniciones, como de puro presuntuosos;
y, confiados de sus fuerzas, pareciéndoles que las nuestras estaban bastante
ocupadas en la isla Bomel, a que ayudaban, sin las persuasiones del conde
Holach, los estados de Holanda y el conde Mauricio con sus cartas, ofrecién-
doles montes de oro si, acabada aquella empresa, pasaban a juntarse con el
ejército rebelde. Todas estas cosas juntas, y cada una de por sí, obligaron al
almirante a mirar por la villa de Rees como si fuera patrimonio real; y así, en
el 6 de septiembre despachó al capitán Andrés Ortiz, del tercio de Luis del
Villar, con su compañía y hasta docientos hombres sueltos del mismo tercio,
trescientos valones y cien borgoñones, los cuales, entrados en la villa por el
fuerte, atravesando el río en barcas, que se les enviaron la noche del 9 del
mismo mes, sin que los enemigos pudiesen estorbarlo, alegraron de manera
al gobernador don Ramiro y a toda la guarnición, que ya les parecían pocos
los enemigos que tenían delante, y que convenía darles a entender que, sin las
demás naciones, había en Rees al pie de quinientos españoles curtidos en la
guerra; en cuya prueba, juntando don Ramiro a los capitanes y cabezas, [572]
resolvió que se hiciese el día siguiente una salida por la parte del conde de
Lipa, con quinientos hombres por lo menos, trecientos españoles, cien valo-
694 Las Guerras de los Estados Bajos
nes y cien borgoñones. Se encargaron de ella los capitanes Ribas y Zaraza, los
cuales de tal manera encaminaron el negocio, que en menos de una hora que
duró la refriega enclavaron todos los diez cañones con que se había de batir
al día siguiente; y, pasando adelante su primer reduto, retiraron y metieron
en la tierra una media culebrina, dejando enclavada también allí lo restante
de la artillería, y muertos en los dos puestos más de cien enemigos; con tanto
asombro de los demás, que hubo de acudir el conde en persona con su propio
regimiento para impedir que los españoles no se le llevasen toda la artillería; y
lo hicieran, si tardara un poco, con la misma facilidad con que habían retira-
do la media culebrina y echado a rodear cinco cañones de dique bajo.
Esta salida tuvo lugar en el 11 de septiembre; y apercibiéndose para
hacer otra el día 13 por la parte del conde Holach, vieron cómo el enemigo
desalojaba, dejándose, tanto en un puesto como en el otro, todo lo que
no pudieron retirar con mucha prisa; y, conociendo los sitiados su temor,
deseando aprovecharse de él, que tanto suele importar, le salieron valero-
samente a la retaguardia, que no se hizo sin muerte y prisión de muchos
y afrenta universal de todos, porque, además de esto, se dejaron tres bar-
cas cargadas de bastimentos, carros y mucho bagaje. Marcharon los condes
cada uno por su parte hasta Emerique, que se tenía ya por ellos, adonde
tuvieron malas palabras, culpándose el uno al otro, como es costumbre,
y más después que, no contentos con lo hecho los del presidio de Rees,
inquietaban de noche y de día los alemanes, llevándoles bagajes y prisione-
ros de sus propios cuarteles; tal, que les fue forzoso retirarse de Duisburg
y Duetecon, que ya estaba también por ellos, deseando el conde Holach
irlos acercando al campo rebelde, en virtud de las instrucciones que de esto
tenía de los Estados y del conde Mauricio. Sin embargo, el conde de Lipa,
dándole algunas esperanzas de ello, gustaba de entretenerse de allá del Rin
por cumplir en aquello con la orden del Palatino y Lansgrave, y de los de-
más a cuya costa se había levantado aquel ejército, que deseaban estar a la
mira, por si el campo católico [573] trataba de alojarse en tierras neutrales
aquel invierno, como el pasado; mas, desengañados de esto y de que no
se restituiría Rees hasta que no hubiese memoria del ejército alemán, afli-
gidos también del frío y del hambre, se acabaron de deshacer hacia el fin
de noviembre, aunque no sin amotinarse mucha parte de ellos por cuatro
pagas que se les quedaban debiendo; a los cuales, después de haber hecho
inestimables daños en el Palatinato, Alsacia y otras provincias comarcanas,
envió el emperador el bando imperial, con que, muriendo muchos a manos
de los villanos, se acabaron de deshacer del todo. Éste fue el fin que tuvo
aquel ejército, levantado con tan poca consideración como felicidad. Sabi-
do esto por el archiduque, mandó a mediados de diciembre que, pagada la
guarnición de Rees, se entregase aquella plaza a los diputados del duque de
Clèves, como con gusto universal se hizo.
Las Guerras de los Estados Bajos 695
413
Desde el comienzo de página hasta este fin de párrafo el texto no aparece en la edición de
la BAE, caso único.
696 Las Guerras de los Estados Bajos
campo católico por la campiña, a causa de acertar aquel otoño a ser sequísi-
mo, cosa que, ocasionando grandes menguantes en los ríos, podía ser causa
de que el enemigo intentase algo en los nuevos fuertes, o lo que era más de
temer, en Bolduque, ciudad fortísima de sitio, estando, como está, rodeada
casi por todas partes de agua, y harto flaca, respeto a la pertinencia con que
rehusaban el admitir guarnición; mas, comenzando a mediados de noviembre
a caer grandes aguas, llevó primero el almirante el ejército junto a la abadía
de Tor, entre Ruremonda y Mastrique, adonde, descubiertos algunos indicios
de motín, se castigaron severamente, aunque sin acudir a la causa de aquella
peligrosa y pestilencial enfermedad, se redujeron los tercios y regimientos y
la caballe[575]ría a presidios; lance forzoso respeto a lo que, con la licencia y
libertad de los otros años, andaba la gente saqueando el país, alojando a dis-
creción, con daño irreparable de los pobres labradores y de peor consecuencia
para la buena disciplina militar. De los españoles se alojó el tercio de Luis
del Villar en Tilimont, el de Zapena en Liera y el de don Carlos Coloma en
Namur. El cual (proveído don Carlos por mayo del año siguiente en el cargo
de capitán general de las fronteras de Perpiñán) se dio a don Jerónimo de
Monroy, caballero del hábito de San Juan y capitán de lanzas españolas. Las
naciones y caballería se alojaron en Diste, Liao, Herentales y en otras villas
y burgajes del Brabante, pareciendo acertado tener las fuerzas cercanas, para
en virtud de ellas efectuar lo que quedaba por hacer en lo tocante al final
juramento de los nuevos príncipes, y queriendo también por razón de guerra
tenerlas a mano, para en tiempo de hielos valerse de la ocasión y comenzar
a sacar del fuerte de San Andrés el fruto que tan justamente se esperaba. En
el suceso de esto, que escribirá quien lo vio, echará de ver quien lo lea la va-
riedad de las cosas humanas y el poco fundamento que se debe hacer en la
prudencia del siglo cuando no es ayudada de la voluntad de Dios.
Partiendo sus altezas de Barcelona en el 7 de junio con veinticuatro galeras
a cargo del príncipe Doria y con feliz navegación llegaron a Génova en el 18,
donde se les hizo toda la cortesía y agasajo que aquella república acostumbra a
hacer a las personas reales. Se detuvieron allí doce días, hospedados del dicho
príncipe con todo género de regalos y grandeza. Partieron el siguiente mes de
Génova y, servidos a costa de la Señoría hasta Sarraval, llegaron a Milán en
el 5 de julio; y después de haber estado en aquella nobilísima ciudad casi lo
restante de aquel mes, caminaron sin detenerse en el Piamonte por causas se-
cretas, aunque las públicas fueron ciertas sospechas de poca salud, hasta Grey,
en el condado de Borgoña; allí tomaron aliento algunos días, restaurándose
de los recios calores; hicieron después otro alto en Nancí, adonde el duque de
Lorena y la duquesa de Bar, madame Catalina de Borbón, hermana del rey de
Francia, mostraron a un mismo tiempo su afecto y su grandeza; de [576] allí,
tomando el camino por Lucembourg (adonde el conde de Mansfelt, después
de haber hospedado a sus altezas en su casa de campo, sirvió con la misma
Las Guerras de los Estados Bajos 697
casa a la señora infanta, dádiva más de rey que de vasallo), llegaron finalmen-
te en el 3 de septiembre a Nuestra Señora de Hal, a tres leguas pequeñas de
Bruselas. Está esta villa dedicada a la gloriosa virgen, en cuyo santuario se
ven innumerables milagros y particulares muestras de la piedad de aquellos
pueblos, y no menos de la devoción de los nobilísimos duques de Brabante,
sus fundadores. Llegó el cardenal Andrea el propio día del 3 de septiembre a
besar las manos a sus altezas, darles la razón del estado en que se hallaban las
cosas de aquellos sus estados en materia de paz y de guerra, y con su licencia
dar la vuelta para su arzobispado de Constancia. Había comenzado el carde-
nal, como príncipe de benignísima naturaleza y deseoso de paz, a dar algunas
puntadas para encaminarla con la reina de Inglaterra; cosa de que sus altezas
mostraron tanta satisfacción como de las demás hechas por él en cerca de
trece meses que gobernó los Estados. Dicen que al despedirse encargó al ar-
chiduque el fuerte de San Andrés414 como obra suya; trató bien de las cabezas
del ejército, mas en el almirante no habló con mucho gusto, instigado (a lo
que se sospechó) de algunos apasionados. Que fácilmente tienen entrada con
los príncipes de apacible y cándida condición semejantes oficios También se
tuvo por efecto de ciertas informaciones secretas que, como la sombra sigue
al cuerpo, siguen de ordinario los émulos a los que en el mundo resplandecen
sobre los demás; ¡guay de quien está sin ellos en esta vida! No ha faltado quien
ha dicho que debía más a los que escudriñaban los vicios que a los que le pre-
gonaban las virtudes; porque los primeros (decía él) me sirven de centinelas
para hacerme estar alerta y siempre la barba sobre el hombro, y los segundos
de puerta por donde, sin contrario alguno que lo impida, entren de golpe el
amor propio, el menosprecio de los demás y el ocioso y vil descuido, polilla
que de ordinario labra en los paños más finos, adonde jamás llega la verdad
sino adulterada, ni cosa sin afeite de adulación. Partió, pues, el cardenal la
vuelta de su casa, haciendo su viaje por Francia; y otro día, el 5 de septiembre,
partieron sus altezas para Bruselas a una hora en la que pudieron hacer su
[577] entrada de día, con tan lucido y copioso acompañamiento, con tanta
pompa y aparato, con tanta diversidad y hermosura de arcos triunfales y otras
cosas de este género, acostumbradas en semejantes días, que, si no lo hubieran
tomado otros más desocupados a su cargo, emprendiera yo de buena gana el
escribillas, aunque las vi por relación. Basta que todo fue lleno de majestad
y grandeza, y que, con serlo en tan alto grado, ninguna cosa ni todas juntas
resplandecieron tanto como la causa de ellas; esto es, la serenísima infanta,
princesa llena de tan esclarecidas virtudes, dotada de tan gran hermosura,
gracia, bondad y grandeza de ánimo, que deja muchas leguas atrás a todo
acontecimiento.
414
Ver la Introducción para relaciones de festividades como las aludidas aquí a la llegada de los
archiduques a los Países Bajos.
698 Las Guerras de los Estados Bajos
pregonaba el afecto y amor con que recibían unos y otros a tan buenos prínci-
pes. Hasta el día 20 detuvo a sus altezas en aquella insigne ciudad el deseo de
alegrarla con su presencia y visitarla toda, y especialmente el castillo, adonde
los sirvió y regaló lucidísimamente don Agustín Mesía; y los lugares píos,
iglesias, conventos de monjas y monasterios de religiosos; estaciones que de
ordinario hacen los príncipes de la augustísima casa de Austria, como decha-
do de piedad y nivel por donde se deben gobernar los reyes que desean [579]
agradar a Dios y dar buen ejemplo a sus vasallos y en el día 23 dieron la vuelta
a Bruselas, con intento de tener allí las fiestas de Navidad y Circuncisión y
pasar a Gante, adonde los esperaban los diputados del condado de Flandes,
procurando no mostrarse inferiores a los de Brabante en las demostraciones
para con sus príncipes, ya que no lo eran en las fuerzas ni en el afecto.
[a] The Approbation of the famous Preacher and Deuine, and most an-
cient amongst the Doctours of Diuinity of Sorbone now liuing.
SEing the ground of this whole Controuersy among the English Catholiks
is therin placed, that the Right Reuerend Lord Bishop of Chalcedon seemes
to challeng more vnto himselfe, then is graunted by the faculties giuen him
by the Sea Apostolike: from whence it comes, that out of the diuerse opinions
& iudgements, which are with heat framed by many, there arise debats in
this present tyme both dangerous and hurtfull: To the appeasing & quieting
whereof, no remedy seemes more to the purpose, then to make fully knowne
to all, the true sense and feeling of the Catholikes, & that his Holynes doe
more clearely lay open his mind concerning the faculties graunted to the
sayd Right Reuerend Lord Bishop. To both which this present Declaration
of the English Catholikes is most necessary: therfore I iudge it worthy to be
published in print, that it may be perused of all. Dated at Tornay the 29. of
April 1631.
Iohn Boucher Sorbone Doctour in Diuinity, Chanon and Archdeacon in
Tornay, and Censor of Bookes.
ning of this controuersy to my Lord Bishop of Chalcedon; which for that the
Reader should not peraduenture light on, or we be inforced, often to repeate
the same thing, we thought good to set downe in this place a Copy thereof,
togeather with a certayne Declaration made, and presented to my Lord de
Chasteau-neuf his Excellency, at that tyme the most Christian Kings Embas-
sadour Extraordinary in England, before whome many Catholicks & some of
chiefe dignity & esteeme amongst vs, acknowledged the same for their owne.
So as the iudicious and vnpartiall Reader will easily perceaue the state of our
cause, which was the thing we aymed at, by adioyning this Declaration.
In the meane tyme, seeing for diuers respects we haue not the freedom to
present our selues in person, & hunbly to lay downe our owne Cause before
his Holines; we beseech those Catholiks who are lyke to fynd freer accesse
vnto him, and [7] who shall light vpon these wrytings, to be intercessours
for vs vnto his Holines, that he will vouchsafe to expresse his mind, and giue
sentence of this controuersy, which we now haue with the Right Reuerend
Lord Bishop of Chalcedon, to the end, all occasions of further scandall &
dissention may be entierly cut off, & quyte remoued; as we hope they will,
if his Holynes will be pleased to giue it in such a manner, as his resolution
may be publickely diuulged, and openly made knowne to all. For if it be only
expressed in priuate, ech party may eyther affirme or deny what they thinke
good; so that the strife begun will rather take increase by that meanes, then be
any whit extinguished, as experience hath cleerly taught vs hitherto.
Moreouer, we most earnestly crau[…], that in our behalfe they will hum-
bly beseech his Holines, not to resolue of any thing in this busines, wherby
our King[…] most Excellent Maiestyes indignation, may be prouoked against
vs, or we brought yet further into his displeasure. Lastly, we intreat them not
to censure [8] or condemne these our proceedings, with disparagment to our
honour & esteeme, seeing we haue alwaies yet byn ready, as the whole world
may witnesse, to lay downe, with all humility, our very liues & fortunes,
whensoeuer a iust cause, for the defence of our faith, shall require it.
REASONS GIVEN to Monsieur de Chasteau-neuf Embassadour Extraor-
dinary of the most Christian King, to shew that the Authority of a Catholike
Ordinary heere in England, is incompatible with this tyme & place.
FIrst we professe in the sight of God, that from our harts we reuerence
Episcopal Authority, as knowing it to be Gods institution, and that we vn-
faynedly wish the times were such as we might submit our selues therunto: &
whatsoeuer hath byn sayd of vs to the contrary, is very slanderous.
In the next place, we do with al reuerence and humility declare, that ac-
cor[9]ding to the lawes and state of this Kingdome as now they are, we con-
ceaue that the authority and iurisdiction of an Ordinary is not only inconu-
enient, and vnusefull, but impossible to be executed, & so dangerous to be
obeyed, nay euen acknowledged, as that we cannot be obliged thereunto.
708 Las Guerras de los Estados Bajos
And we do verily belieue & that vpon many and weighty reasons, whatsoeuer
hath byn affirmed to the contrary that his Holynes hath had no intention to
oblige vs vnto it, nor will, after information how things stand heere.
There are heere many Statutes of the Kingdome in force, which make it
highly penall in some cases with losse of goods & liberty, and in others of
life, to acknowledge any other Authority or Iudicature, then such as by the
same statuts are authorized, which though we are obliged not to regard, when
there is question of any doctrine of fayth; yet when a man shall run hazard
of vtter ruine, for admitting and acknowledging of externall iurisdiction and
authority which importeth not faith, but practise of things not necessary but
according to tyme and [10] place we conceaue that we cannot be obliged to
imbrace it.
If it be sayd, that it is Capitall for a man to receaue a Catholique Priest
into his house, and that yet many receaue them with all the hazard, and that
therefore we might aswell receaue an Ordinary into our houses, acknowl-
edging his Authority. The answere will make it appeare, that the obiection
proueth nothing agaynst vs. For first it is certayne, that euen for the reason
of being so Capitall, and that there are so many lamentable examples among
vs, not only of friends who haue discouered and betraied other friends for
receauing Priests, eyther for interest, licentiousnesse of lyfe, reuenge, frailty,
or for some other passion; but of Seruants, who haue betrayed their Maysters,
Nephews, Vncles, Grandchildren & children their Parents, Daughters their
very Mothers, yea and euen Priests themselues sometymes, who haue fallen
and betrayed Catholikes; we neyther are nor can by any humane authority
be obliged to take Priests into our houses. Many of vs indeed do it out of
[11] deuotion and zeale, for the comfort of our soules, by celebrating Masse
and receauing the most necessary and daily Sacraments, and many of vs also
do it not. But howsoeuer, we thinke it a very ill consequence to inferre, that
therefore a man is, or may be obliged with the hazard of his estate of lyfe to
acknowledge or submit to the Authority of an Ordinary, for the practise of
some thinges without which we yet finde by experience, and Gods grace, we
haue alwayes subsisted in these sad tymes, because forsooth out of voluntary
deuotion & zeale, many of vs are content, to run the highest hazards in re-
ceauing of Priests, for the so necessary and dayly exercise of our Religion,
through want whereof we also find by experience of Saxony & Denmark, and
many other countries in Germany, Religion hath in effect wholy fayled.
Besides, a Priest who is a Person of our owne election, being first autho-
rized as fit and capable by the Sea Apostolicke, may haue entrance into our
houses, and exercise his function, in a much more priuate and safe manner
then it is possible [12] for an Ordinary to doe, especially when he will carry
himselfe as Ordinary. For in that case, besides seruants there must be alwayes
Officers, parties and witnesses, who do not all, and euer vow so much as dis-
Apéndice I 709
cretion, or yet to continue constant in the Catholicke fayth. And for our parts
the dangers being such as they are, it will be impossible to secure vs in this
poynt, where sometymes it happeneth that an vndiscreet word vttered euen
without ill meaning may turne to our losse of goods and life.
Besides, if we could abstract from the danger of offending the State, it is
to be considered, that our Mariages and Testaments, and the lyke are made
lyable heere to those Ecclesiasticall Courts and Tribunals which are setled by
the lawes of this Kingdome, and are executed by certayne Chancellours, and
Commissaries for that purpose, who may often oblige and sentence vs in the
affirmatiue, whereas a Catholike Ordinary, or Iudge would perhaps do it in
the negatiue, and so we should be tossed betweene two […]ockes.
[13] Agayne, if a Catholicke Ordinary should p[…]onounce any sentence,
at which the party might be grieued, which must needs occurre somtimes;
his final remedy would be an appeale to Rome· which yet it would be Capi-
tall for him to make, besides the charge of prosecuting such a suite, and the
impossibility for the most part of vs, so much as to send, or write to a place
so distant, and so contradicted by the State heere, for the bringing of such
a suite to an end. And to shew both the inconueniences and impossibilities
of executing the power of a Catholicke Ordinary in such a tyme and place
as this, we thinke it very considerable to reflect vpon many Catholicke Bish-
ops, who suruiued the Reigne of Queene Marie of happy memory, and liued
heere many yeares in Queene Elizabeths tyme, after the change of Religion,
and yet there is no memory that any of them did euer practise any power
of Ordinary, within his owne Diocesse in foro externo contentiose, which yet
it is cleare he had, and whereof he could not be depriued without personall
demerit: & if hauing this Authority they [14] were so far from excuting it, it
is morally certain, that if they had not had it, they would neuer haue sought
it in these times.
And thus much, to auoyde greater length, for the shewing, that the au-
thority of a Catholicke Ordinary in this tyme and place is impossible, eyther
to be imposed or obeyed, and extremely inconuenient withall, euen if it were
possible. To wch this only word may also be added, that euen in the most
cleare cases, & which might appeare to be most easy, and might be carryed in
the most priuate manner, as namely when any Catholike shall lead a scandal-
ous life, or that men shall dissent from their wyues, or the like, we leaue it
to consideration, whether as the lawes stand heere, a Catholike Ordinary, as
an Ecclesiasticall Iudge can now discreetly thinke it fit to reduce this man by
any compulsory way least thereby he may be made worse. But we heare some
of the Lord Bishop of Chalcedons Officers say, that although he be Ordinary,
and haue the authority and iurisdiction belonging to that quality, yet he will
not [15] exercise the same. To this we answere, first, that if the authority be
not to be executed, no reason can be giuen why it should be graunted, when
710 Las Guerras de los Estados Bajos
These passages with the whole scope of the second part of your Lordships let-
ter, argue your Lordship to assume your Authority ouer the Lay Catholiques,
to be as great in England and Scotland, as any Ordinaries exercised [21] heere
in Catholique tymes, and now is exercised in Cath. Countreys. The extent of
this assumed Authority concerning the Laity, we shall humbly craue leaue to
lay open to your Lordship. First, an Ordinary hath power of questioning &
proouing of Wills. Secondly, of granting administrations. Thirdly, of deciding
of Controuersies of Tythes. Fourthly, of Contracts, Mariages, Diuorces, Ali-
mony, Bastardy. And fifthly of slaunders, with many others: in all which causes,
examinations are to be taken vpon oath, and sentences and censures will fol-
low. Now controuersies of this nature haue mixture with temporall Authority,
concerning our temporall Fortunes, and haue beene by our temporall Lawes
& Statutes so assisted, altered, and directed both in the tyme of our Cath. and
Protestant Princes, as hath seemed conuenient to the Church and state of these
Kingdomes from tyme to tyme. All which are so already setled, as innouation is
most dangerous, as being contrary both to diuers ancient and moderne lawes.
Now, since the erecting of a tribunal about the administring & course [22] of
iustice eyther distinct, and much more if it be contrary to our lawes, is an of-
fence of high Treason, & that all they who submit and conforme themselues
thereunto may be drawne within the conpasse therof, or of misprision of Trea-
son, or Premunire at least, if they haue any litle priuity or participation thereof.
Besides that, the execution of the Authority of this new Tribunall in so many
cases as will dayly arise, alloweth no possibility of secresy, and wil prouoke the
present gouernment to an exact search after it, and suppression thereof. It may
therefore easily appeare to your Lordship, how dangerous it is for the Layty to
submit, & conforme it selfe thereunto, and vnsafe euen to haue been so long
silent to your Lordship, by whome it hath beene so claymed, & published.
Moreouer, the inconueniences must be great which were to follow out of the
contrariety of such sentences, as would often happen between your Lordships
Courtes, and the Courtes of this Kingdome. These dangers are so knowne, &
by vs haue been so maturely considered, that they admit no further question
[23] thereof. And if they had been so vnderstood abroad (togeather with the
consideration of our long sufferings, and present estate of miseryes) we pre-
sume no such Authority would haue beene imposed vpon vs. Neyther can we
be perswaded, that there is a necessity of conforming our selues thereunto, as
to a matter of Fayth; or yet we can be obliged, to loose our estates and ruine
our posterities where the necessity of faith doth not oblige vs. We also most
humbly beseech your Lordship to beleeue, that this which we heer do represent
vnto you, is the sense of the Laity, and we desire that it may be made knowne
both heere & abroad, fron which we cannot recede for the reasons formerly
expressed. To the rest of your Lordships Letter, not so directly concerning the
general estate of the Lay Cath.s but rather the Regulars, we humbly beseech
Apéndice I 713
your Lord.P that we may not be called into more interest & preiudice therby,
then we were in the time of your Lordships Predecessour, and that these differ-
ences may be carried with such charity, sweetnes, candour, and without noyse,
as may [24] aduance that vnion, wherin your Lordships desires and ours are to
meete, for the greater good of our Countrey. And thus we must humbly take
our leaues of your Lordship.
Your Lordships most obseruant, The Lay Cath. of England.
*****
[25] A LIKE DECLARATION MADE BY the said Lay Catholikes of
England, to the most Excellent, and most Illustrious Lord, the L. Marques
de Fontany, Embassadour to his most Christian Maiesty, and other Ordinary
Embassadors of Catholike Princes in England.
CONCERNING The said Authority of Ordinary, pretended by the Right
Reuerend Lord Bishop of Chalcedon.
HAuing vnderstood these days past, by the testimony of sundry witnesses
of credit that a grieuous slaunder is layd vpon vs the lay Catholicks of Eng-
land, both at home and beyond sea, as if we did not respect, and reuerence
Episcopall Authority and Iurisdiction, as it behoueth good [26] Catholicks,
& this vpon no other ground, as we are well assured, then that we refused to
acknowledge the pretended authority, & iurisdiction of my Lord of Chalce-
don ouer vs; we thought it a part of our duety, both to God and our selues, to
declare, as well how deeply we resent the slaunder, as what is our iudgement
concerning the questions now in controuersy betweene vs and my Lord of
Chalcedon: which feeling, and iudgement of ours, we summarily represented
before, to the most Excellent Lord Marques de Fontany Ordinary Embassa-
dour, for the most Christian King, in this Court; and now very lately also we
opened the same more at large to the most Excellent Lord Don Carlos Coloma
extraordinary Embassadour for the Catholick King in the same Court, who
hauing before hastened his departure out of this kingdome, & being now
hourely to depart we were forced to dispatch this matter in his presence with-
out delay. And now we desire to aduertise the courteous reader, that we haue
thoght good to make the same Declaration fully and distinctly to the sayd
most Excellent [27] Lord Marques de Fontany Embassadour Ordinary for the
most Christian King, & to the other Embassadours and Agents of Catholique
Princes resident in this Court. Wherupon some of highest Ranke in the name
of many others, deliuered to the sayd Embassadours, and Agents, a Copy
both of the Letter aboue printed, in the which we answered my Lord of
Chalcedons Letter vnto vs, and of a certaine wryting also heere printed, which
about some two yeares past, many of prime Nobility had presented to the
most Excellent Lord de Chasteau-neuf, then Extraordinary Embassadour for
the most Christian King in this court, professing themselues Authors thereof.
714 Las Guerras de los Estados Bajos
To the end that by these meanes it may be made knowne, as well to the Em-
bassadours themselues, as by them to the whole world, how great a wrong,
we conceaue to haue bin done to our Christian reputation, by the spreading
of these false reports. And also what our opinion and iudgement now at this
present is, of the questions in controuersy between vs & my Lord Bishop of
Chalcedon, touching the pretended Authority and iurisdiction [28] chalenged
by his Lordship ouer vs; which that it might the more plainly appeare, we
iudged it not only expedient, but also necessary, to declare our minds, by this
way & course, that we haue taken.
[29] THE ATTESTATION.
I IOHN Mallery Gentleman, do witnes and testify, that I was present at
London, in the House of the most Excellent, & most Illustrious Lord, Don
Carlos Coloma, extraordinary Embassadour for the King of Spaine, the 3. day
of March 1631. stylo nouo; when as sundry Catholike Noblemen, and others of
quality, there present, did produce written in latin, the Declaration, Reasons, and
Letter heere aboue set downe. All which, being distinctly pronounced in pres-
ence of the forsayd Embassadour, and all and euery thing therein expressed (for
as much as belongeth to the Controuersy concerning the pretended Authority
of the Right Reuerend Lord Bishop of Chalcedon, ouer the Lay Catholikes of
England) the forsayd Gentlemen and Noblemen declaredfully and perfectly, to
conteyne the sense and meaning not only of themselues there present, but in
effect, of all others whome they knew; and namely of many Earles, Vicounts,
Barons, & other men of Quality whome they named vnto the sayd Embassa-
dour. And they declared themselues to notify vnto him the [26 sic] mynd and
sense of them all to be fully expressed in the sayd Declaration, Reasons & Letter,
and that they had receaued full power & Authority from them so to do. And
the Embassadour himselfe did then openly professe to haue vnderstood the
same things, from many of those Lay Catholikes, whome they had named; nor
did he doubt at all, of the truth of the whole matter; which he tooke vpon him,
as they requested, to make publicke.
Iohn Mallery.
THE aboue named Iohn Mallery, Gentleman of the English Nation, ap-
pearing personally before the Maior, Magistrates, and Griffiers of the Citty,
and Territory of Saint Winocks-Berge in the West-County of Flanders, did
vpon Oath, affirme the things aforesayd, and in testimony thereof in our
presence subscribed & signed the same. In Witnes whereof, we appointed
the Seale vsed in Causes of our forsayd Citty and Territory, to be set vnto this
present Writing, and to be subscribed by the Griffier our Notary. This 15.
day of March 1631.
Locus † Sigilli. Joannes Hardunius.
[27] THE ATTESTATION
Apéndice I 715
Of the most Excellent, and most Illustrious Lord, Don Carlos Coloma.
D. Carlos Coloma Knight of the Military Order of S. Iames, Commenda-
dor of Montyelo & Ossa, of the Counsell of State, and Warre to his Sacred
Catholike Maiesty, Captaine Generall of his Armyes in the Low Countreys
&c.
We do witnesse and testify, whilst, of late, we resided, as Embassadour Ex-
traordinary in the Court of the Renowned King of Great Brittaine, the forsaid
Declaration to haue byn exhibited vnto vs in our House at London, the 3. day
of March of this present yeare 1631. by many lay Catholikes of chiefe ranke
in their Countrey, and the same to haue byn approued and confirmed by
diuers English Noblemen, by word of mouth, as well in their owne, as in the
Name of others; in which respect we ratify the Attestation of M. Iohn Mallery
an English Gentleman, added vnto the end of the said Declaration, being in
like manner also authentically confirmed by the Magistrate of S. Winocks-
Berge: [28] & in witnesse of the truth of all and euery the premises, as they
were done, we haue heereunto put our hand, and seale.
Giuen at Bruxells the 2. day of April, in the yeare of our Lord 1631.
Don Carlos Coloma. Locus † Sigilli· By Command of my most Excellent
Lord. Fran. Schelen.
Printed at Bruxells, by the widdow of Hubert Antony, sworne Printer, at
the signe of the Golden Eagle, neere to the Pallace. M. DC. XXXI.
*****
[126] ADVERTISEMENT.
GOod Reader. This Treatise was written two yeares ago, when the forsayd
Iudgment of this Deuine, began to go vp & downe; but that other Bookes
conming then out, and ministring other occasion of Discourse, the Author
thought better to let it alone; as he would haue done wholy, but that now of
late the same Letter of the Catholiques, being a new published, with A Declara-
tion to the same effect, some of the other side, began to repeate their former
vngrounded Discourses. For rectifying whereof, and stating the Question
aright, the Author hath thought fit, now to publish the same.
FINIS.
Apéndice II
Apéndice II
Para el estudio de Vox Populi (1620), de Thomas Scott, entre las obras de
propaganda inglesa antiespañola de la época Estuardo, remitimos a nuestra
Introducción, donde se analiza en el contexto de otras obras del período y
otros trabajos del mismo autor al respecto. Es indicativa de los textos de pro-
paganda antiespañola de la época y sirve al lector para tener ejemplo comple-
to de una de ellas. En este caso la hemos elegido por su relevancia y por no
haberse nunca editado en su totalidad.
*****
VOX POPVLI. OR NEWES FROM SPAYNE
(translated according to the Spanish coppie)
HIs Catholique Majestie had given commandement that presently upon
the return of Seigneur Gondomar his Leiger Embassador from England,
(1618) a speciall meting of all the principal States of Spaine (who were of
his Counsel) togither with the Presidents of the Counsel of Castile, of Ar-
ragon, of Italy, of Portugall, of the Indies, of the Treasure, of Warre, and
especially of the holy Inquisition, should be held at Mouson in Arragon,
the Duke of Lerma being appointed President, Who should make declara-
tion of his Majesties pleasure, take account of the Embassadors service, and
consult touching the state and religion respectively, to giue satisfaction to his
holynes Nuntio, who was disired to make one in this assembly concerning
certaine overtures of peace and amitie with the English and other Catholike
proiects, which might ingender suspition and jealousie betwixt the Pope &
his Maiestie, if the mistery were not unfolded and the grond of those counsels
discovered aforehand.
This made all men expect the Embassadours returne with a kinde of
longing, that they might behold the yssue of this meeting, and see what
good for the Catholike cause the Embassadors imployment had effected
in England, answerable to the generall opinion conceived of his wisdome,
and what further proiect would be set on foot to become matter for publike
discourse.
720 Las Guerras de los Estados Bajos
At length he arrived and had present notice given him from his Majestie,
that before he came to Court he should give up his account to this assemblie.
Which command he gladly received as an earnest of his acceptable service,
and gave thanks that for his honour he might publish himself in so judicious
a presence.
He came first upon the day appointed to the Counsell chamber (exc. the
Secr.) not long after all the Counsell of state and the presidents met, there
wanted onely the Duke of Lerma & the Popes Nuntio who were the head
and feet of all the assemble. These twoo stayed long away for divers respects,
The Nuntio that he might expresse the greatnes of his master, & loose the
sea of Rome no respect by his oversight, but that the benches might be full to
observe him at his approach.
The Duke of Lerma to expresse the authoritie & dignitie of his owne
person, and to shew houw a servant put in place of his master, exacts more
service of his fellow servants then the master himselfe. These two stayed til
all the rest were weary of wayting, but at length the Nuntio (supposing all
the Counsel set) launched forth and came to roade in the Counsel cham-
ber, where (after mutuall discharge of duetie from the company and blessing
upon it from him) he sate downe in solemne silence, grieving at his oversight
when he saw the Duke of Lerma absent, with whom he strove as a competitor
for Pompe and Glorie.
The Duke had sent before, & understood of the Nuntios being there, and
stayed something the longer that his boldnes might be observed, wherein
he had his desire, for the Nuntio having a while patiently driven away the
time with severall complements to severall persons, had now almost run his
courtship out of breath, but that the Duke of Villa Hermosa (president of
the counsel of Arragon) fed his humor by the discharge of his owne discon-
tentment, upon occasion of the Duke of Lerma his absence, and beckned
Seigneur Gondomor to him, using this speech in the hearing of the Nuntio
after a sporting manner:
How unhappie are the people where you have been, first for their soules,
being heretiques; then for their estates, where the name of a favourite is so fa-
miliar? how happie is our state, where the keyes of life and death are so easely
come by, (poynting at the Nuntio) hanging at every religious girdle, and wher
the doore of justice and mercie stand equally open to all men without respect
of persons? the Embassador knew this Ironicall stroke, to be intented as a by
blow at the Nuntio, but fully at the Duke of Lerma (whose greatnes began
now to wax heavy, towards declension) and therfore he returned this answer:
your excellencie knoweth the state is happie where wise favorites governe
Kings if the Kings themselves be foolish, or where wise Kings are, who hav-
ing favorites whether foolish or of the wijser sort will not yet be governed by
them. The state of England, (howsoever you heare of it in Spayne or Roome)
Apéndice II 721
is too happie in the last kinde: They need not much care what the favorite be
(though for the most part he be such as prevents all suspition in that kinde,
being rather chosen as a scholler to be taught and trayned up, then as a tutor
to teach), of this they are sure, no Prince exceeds theirs in personall abilities;
so that nothing could be added to him in my wish, but this one, that he were
our vassayle and a Catholique.
With that the noyse without gave notice of the Duke of Lermas entrance,
at whose first approch the whole house arose, though some later then other,
as envie had hung plummets on them to keep them downe, the Nuntio onely
sate unmooved, the Duke cherished the observance of the rest with a familiar
kind of carriage too high for courtesie, as one not neglecting their demeanors
but expecting it, and after a filiall obeysance to the Pope his Nuntio, sate
down, as president vnder the cloath of state, but somewhat lower; then after
a space given for admiration, preparation, and attention, he began to speake
in this manner.
The King my master (holding it more honourable to doe then to dis-
course, to take from you the expectation of Oratorie used rather in schooles
and pulpits then in Councels) hath appointed me president in this holy, wise,
learned, and noble assembly; A man naturally of a slow speach, and not de-
sirous to quicken it by art or industrie, as holding action onely proper to a
spaniard as I am by birth, to a souldier as I am by professiion, to a King as I
am by representation; take this therefore briefly for declaration both of the
cause of this meeting and my master his further pleasure.
There hath bene in al times from the worlds foundation one chiefe com-
mander or Monarch upon the earth. This needs no further profe then a bak
loking into our own memories & histories of the world, neither now is there
any question (except with infidels & heritiques) of that one chief Commander
in spirituals in the unity of whose person the membres of the visible Church are
included, but there is some doubt of the chief commander in temporalls, who
(as the moon to the sun) might govern by night as this by day, & by the sword
of iustice compell to come in, or cutt off such as infringe the authoritie of the
keyes. This hath been so well understood long since, by the infallible chaire, as
that thereby upon declension of the Romane Emperours, and the increase of
Romes spirituall splendor (who thought it unnaturall that their sun should be
sublunary) our nation was by the Bishop of Rome selected before other peoples
to conquer and rule the nations with a rod of Iron, and our Kings to that end
adorned with the title of Catholike King, as a name above all names under the
sunne (which is) under Gods Vicar generall himself the Catholike Bishop of
soules. To instance this point by comparison, looke first upon the grand Sei-
gneur the great Turk who hath a large title but not universall. For besides that
he is an infidel, his command is confined within his owne territories, and he
styled not Emperour of the world but of the Turks and their vassals onely.
722 Las Guerras de los Estados Bajos
Among Christians the defender of the faith was a glorious stile, whilst
the King to whom it was given by his holynes, continued worthy of it. But
he stood not in the trueth, neither yet those that succeed him. And beside it
was no great thing to be called what every Christian ought to be, defender
of the faith, no more then to be stiled with France, the most Christian King,
wherein he hath the greatest part of his title common with most Christians.
The Emperour of Russia, Rome, Germany, extend not their limits further
then their stiles, which are locall, onely my master the most Catholike King is
for dominion of bodies, as the universall Bishop for dominion of soules ouer
all that part of the world which we call America (except where the English
intruders usurp) and the greatest part of Europe with some part of Asia and
Africa by actual possession, & over al the rest by real & indubitable right, yet
acknowledgeth this right to be derived from the free and fatherly donation
of his holynes, who as the sun to this moone lends luster by reflection to this
Kingdom, to this King, to this King of Kings my master, what therefore he
hath, howsoever gotten, he may keep and hold. What he can get from any
other King or Commander by any stratageme of war or pretence of peace he
may take, for it is theirs onely by usurpation except they hold of him from
whom all civill power is derived, as ecclesiasticall from his holynes. What the
ignorant call treason, if it be on this behalf is truth; and what they call truth,
if it be against him is treason: & thus all our peace, our warre, our treatises,
mariages and whatsoever intendement els of ours, aimes at this principall
end, to get the whole possession of the world, & to reduce all to unitie under
one temporall head, that our King may truely be what he is stiled, the cathol-
icke & universal King. As faith is therfore universal & the Church universall,
yet so as it is under one head the Pope, whose seate is & must necessarily
be at Rome where S. Peter sate: so must all men be subject to our and their
Catholique King, whose particular seat is here in Spayne, his universall euery
where; this point of State or rather of faith, we see the Romane Catholike
religion hath taught every where, and almost made naturall, so that by a key
of gold by intelligence, or by way of confession my master is able to unlock
the secrets of every Prince, and to withdraw their subjects allegiance, as if they
knewe themselves rather my master his subjects in truth, then theirs whom
their birthes have taught to miscall Soveraigns. We see this in France and in
England especially where at once they learne to obey the Church of Rome as
their mother, to acknowledge the catholique King as their father, and to hate
their owne King as an heretique and an usurper. So we see religion and the
state are coupled together, laugh and weep, flourish & fade, and participate
of eithers fortune, as growing upon one stock of policy; I speake this the more
boldly in this presence, because I speake here before none but native persons,
who are partakers both in themselves and issues of these triumphs aboue all
those of ancient Rome, & therefore such (as besides their oathes) it concernes
Apéndice II 723
to be secret. Neyther need we restrain this freedome of speach from the Nun-
tio his presence, because that besides that he is a Spaniard by birth, he is also
a Iesuite by profession, an order raised by the providence of Gods Vicar to ac-
complish this monarchy the better, all of them being appropriate thereunto,
and as publike agents and privie Counsellers to this end, Wherein the wis-
dome of this state is to be beheld with admiration, that as in temporal warre it
employes or at least trusts none but natives, in Castile, Portugall or Arragon;
so in spirituals it imployes none but the Iesuites, and so imployes them, that
they are generally reputed, how remote soever they be from us, how much
soever obliged to others, still to be ours, and still to be of the Spanish faction,
though they be Polonians, English, French, & residing in those countries &
Courts; the Penitents therfore and all with whom they deale and converse in
their spirituall traffique must needs be so too, and so our Catholique King
must needs have an invisible kingdome, & an unknowne number of subjects
in all dominions, who will shew themselves and their faiths by their works of
disobedience whensoever we shal have occasion to use that Iesuiticall vertue
of theirs. This therefore being the principal ends of all our counsels (accord-
ing to those holy directions of our late pious King Philip 2. to his sonne
now reviving) to advance the Catholike Romane religion, and the Catholike
spanish dominion together, we are met now by his Majesties command to
take account of you (Seigneur Gondomor) who haue been Embassadour for
England, to see what good you haue effected there towards the advancement
of this worke, & what further project shall be thought fit to be set on foot to
this end. And this is briefly the occasion of our meeting.
Then the Embass. (who attended bare headed all the time) with a low
obeisance began thus. This most laudable custome of our Kings in bringing
all officers to such an account where a review and notice is taken of good or
bad services upon the determination of their imployments, resembles those
Romane triumphs appointed for the soldiers; and as in them it provoked
to courage, so in us it stirres vp to diligence. Our master converseth by his
Agents with all the world, yet with none of more regard then the English,
where matter of such diversitie is often presented (through the severall hu-
mors of the State, and those of our religion and faction) that no instructions
can be sufficient for such negotiations, but much must be left in trust, to the
discretion, judgment and diligence of the incumbent, I speake not this for
my owne glory, I having been restrayned and therfore deserved […]the behalf
of others, that ther may be more scope alovved then to deal in as occasion
shall require. Briefly this rule delivered by his excellency was the card and
Compas by which I sayled to make profit of al humors, and by all meanes
to advance the state of the Romish faith, and the Spanish faction togither,
upon all advantage eyther of oathes, or the breach of them; for this is an
old observation but a true, that for our pietie to Rome, his holynes did not
724 Las Guerras de los Estados Bajos
onely give, but blesse us in the conquest of the new world, And thus in our
pious perseverance we hope stil to be conquerours of the old. And to this
end wheras his excellentie in his excellent discourse, seemes to extend our
outward forces & private aimes onely against heretiques and restraine them
in true amitie with these of the Romish religion: This I affirme, that since
there can be no security, but such princes though now Romish Catholiques,
may turne heretiques hereafter; my aimes haue ever been to make profit of
all, & to make my master, master of al, who is a faithful & constant sonne
of his mother Rome. And to this end I behold the endevours of our Kings of
happy memorie, hovv they haue achieved kingdomes and conquests by this
policy, rather then by open hostility, and that without difference, as wel from
their allies and kinsfolks, men of the same religion, and profession, such as
were those of Naples, France and Navar, though I doe not mention Poitugall
now united to us, nor Savoy (that hardly slipt from us) as of an adverse and
heretical faith. Neyther is this rule left of, as the present kingdome of France,
the State of Venice, the Low-countries, Bohemia, (now al labouring for life
under our plots) apparantly manifest. This way therfore I bent my engins in
England, as your honours shal particularly heare. Neyther shal I need to re-
peat a Catalogue of all the services I haue there done, because this state hath
been acquainted with many of them here to fore by the intercourse of letters
and messengers. Those onely I will speak of that are of later edition, done
since the returne of the Lord Rosse from hence, and may seeme most directly
to tend to those ends formerly propounded by his Excellentie; that is, the
advancement of the Spanish State and Romish Religion togither.
First it is well observed by the wisdome of our State, that, the King of
England, who otherwise is one of the most accomplisht Princes that ever
raign»d, extreamly hunts after peace, and so affects the true name of a Peace-
maker, as that for it he wil doe or suffer any thing. And withall they have
beheld the generall bountie & munificence of his minde, and the necessity of
the state so exhausted, as it is unable to supply his desires, who onely seeks to
haue that he might giue to others. Vpon those advantages they have given out
their directions and instructions both to me and others, and I haue observed
then so farre as I was able.
And for this purpose, wheras there was a marriage propounded betwixt
them and us, (howsoever I suppose our State too devout to deale with here-
tiques in this kinde in good earnest, yet) I made that a cover for much intel-
ligence, and a meanes to obtaine whatsoever I desired, whilest the State of
England longed after that mariage, hopeing thereby (though vainely) to settle
peace, and fill the Excheaquer.
Here the Arch Bishop of Toledo Inquisitor generall stept up and inter-
rupted Gondamor saying, that maryage was not to be thought vpon; first for
religions sake, lest they should indanger the soule of the younge Lady and the
Apéndice II 725
rest of her company, who might become herticks: secondly for the state, lest
by giving so large a portion to heretiques they should inrich and in able them
for warres, & impoverish and weaken the Catholiques.
To the first objection the Popes Nuntio answered, that his holynes for the
Catholique cause would dispense with the marriage, though it were with a
Turke or infidel. 1. That there was no valuable danger in hazarding one for
the gaining of many, perhaps of all. 2. That it was no hazard· since women
(espetially yong ones) are to obstinate to be removed from their opinions, and
abler to worke Solomon to their opinions, then Solomon to work them to his
faith. 3. That it was a great advantage to match wich such from whom they
might break at pleasure, having the catholique cause for a colour, and besides,
if need were to be at liberty in all respects since there was no faith to be kept
with heretiques. And if his Holynes may dispence with the murther of such,
& dispose of their crownes (as what good Catholique doubts but he may?)
much more may he, and wil he in their mariages to prevent the leprous seed
of heresie, and to settle Catholique blood in the chaire of State.
To the second objection the Ambassadour himselfe answered, saying, that
though the English generally loathed the matche, and would as he thought buy
it off with halfe of their estates, (hating the nation of Spain, and their religion,
as appeared by an uproare and assault a day or two before his departure from
London by the Apprentices, who seemed greedy of such an occasion to vent
their owne spleenes, in doing him or any of his a mischiefe) yet two sorts of
people unmeasurably desired the match might proceed. First the begging and
beggarly Courtyers, that they might haue to furnish their wants. Secondly the
Romish Catholiques, who hoped hereby at least for a moderation of fynes and
lawes, perhaps a tolleraaion, and perhaps a total restauration of their religion
in England. In which regard (quoth he) I haue knowne some zealous persons
protest, that if al their friendes and halfe their estates could procure then the
service of our Lady (if she came to be maried too their Prince) they would freely
use the meanes: faithfully to fight under her colours, when they might doe it
safely. And if it came to portion, they would underhand contribute largely of
their estates to the Spanish Collector, and make up halfe the portion out of
themselves, perhaps more. So that by this mariage it might be so wrought,
that the state should rather be robd and weakened (which is our ayme) then
strengthened, as the English vainely hope. Besides in a small tyme they should
worke so far into the body of the State, by buying Offices and the like, whether
by sea or land, of Iustice civil or ecclesiastical, in Church or State (all being for
money exposed to sale) that with the helpe of the Iesuites, they would under-
mine them with meere wit (without gunpowder) and leave the King but a fewe
subjects whose faithes hee might rely upon, whilst they were of a faith adverse
to his. For what catholique body that is sound at the hart, can abide a corrupt
and heretical head?
726 Las Guerras de los Estados Bajos
With that the Duke, Medina del rio Secco, president of the councel of
warr and one of the councel of State rose up and sayd his Predecessors had
felt the force and wit of the English in 88. And he had cause to doubt the
Catholiques themselves that were English and not fully Iesuited, upon any
forreigne invasion would rather take part with their owne King (though a
heretique) then with his Catholique Majestie a stranger.
The Ambassadour desired him to be of another minde since first for the
persons generally their bodies by long disuse of armes vvere disabled and their
mindes effeminated by peace and luxury, far from that they were in 88. when
they were dayly flesht in our blood and made hearty by customary conquests.
And for the affection of those whom they call Recusants (quoth hee) I know
the bitternes of their inveterate malice, & haue seen so farr into their natures
as I dare say they will be for Spaine against all the world. Yet (quoth hee) I
assure your Honours I could not imagine so basely of their King and State as
I haue heard them speake. Nay their rage hath so perverted their judgements
that what I my self haue seen and heard proceed from their King beyond
admiration, even to astonishment, they haue slighted, misreported, scorned,
and perverted to his disgrace and my reioycing, magnifying in the meane
time our defects, for graces.
Here the Duke Pastrana president of the Councell for Italy, steps up and
sayd, he had lately read a booke of one Camdens called his Annalles, where
writing of a treaty of mariage long since betwixt the English Elizabeth & the
french Duke of Andiou, he there observes that the mariage vvas not seriously
intended on eyther side, but politickly pretended by both States, counter-
changeably, that each might effect their owne ends.
There (quoth he) the Englisch had the better, and I haue some cause to
doubt, since they can dissemble as vvel as wee, that they haue their aymes
underhand, as we haue, and intend the match as little as we doe; And this
(quoth he) I beleeue the rather because their King as he is wise to consult
and consider, so he is a constant master of his word, and hath written and
given strong reasons against matches made vvith persons of contrary reli-
gions, which reasons no other man can answere, and therefore doubtlesse
he wil not go from or conncell his sonne to forsake those rules layd down so
deliberately.
Your Excellency mistakes (quoth the Ambassadour) the advantage was
then one the side of the Englisch, because the French sought the match:
now it must be on ours, because the English seeck it, who will grant any
thing rather then breake off, and besides haue no patience to temporize and
dissemble in this or any other disigne as the French haue long since wel ob-
serued: for their necessities will giue them neither time, nor rest, nor hope
els where to be supplyed. As for their King I cannot search into his hart, I
must beleeve others that presume to know his minde, heare his words, and
Apéndice II 727
read his writings, and these relate vvhat I haue delivered: But for the rest of
the people as the number of those that are truely religious are ever the least
and for the most part of least accompt, so is it there, where if an equall op-
position be made betwixt their truely religious and ours, the remainder which
wilbe the greatest number will stand indifferent and fall to the stronger side
where there is most hope of gaine and glorie, for those two are the gods of the
magnitude & the multitude, Novv these see apparantly no certain supplyes
of their wants but from us.
Yes (quoth the Duke) for even now you sayd the general state loathing this
match vvould redeme the feare there of with half of their estates. It is theae-
fore but calling a Parliament and the busines were soon effected.
A Parliament (quoth the Ambassadour) nay therein lies one of the prin-
cipal services I haue done in working such a dislike betwixt the King and the
lower house by the endeuor of that honourable Earle and admirable Engine
(a sure servant to us and the catholike cause while he lived) as the King will
never indure Parliament againe, but rather suffer absolute want then receive
conditionall relief from his subjects. Besides the matter was so cunningly
caried the last Parliament, that as in the powder plot the fact effected should
haue been imputed to the Puritans (the greatest zelots of the Calvinian sect)
so the proposition which damde up the procedings of this Parliament how-
soeuer they were invented by Romane Catholiques and by then intended to
disturbe that session, yet were propounded in favor of the Puritans, as if they
had been hammered in their forge.
Which very name and shadovv the King hates, it being a sufficien asper-
tion to disgrace any person, to say he is such, & a sufficient barre to stop
any suite & utterly to crosse it to say it smels of or inclines to that partie.
Mareover there are so many about him who blovv this cole fearing their owne
stakes, if a Parliament should inquire into their actions, that they use all their
ant and industrie to withstand such a councell; perswading the King he may
rule by his absolute prerogative without a Parliament, and thus furnish him-
self by warying with us, and by other domestick projects, without subsidies:
when, levying of subsidies and taskes have been the onely use princes haue
made of such assemblies. And wheras some free mindes amongst them resem-
bling our Nobilitie who preserve the priviledge of subjects against soveraign
invasion, call for the course of the common lavve, (a lawe proper to their na-
tion) these other tyme servers cry the lawes down and cry up the prerogative,
wherby they prey upon the subject by suites and exactions, milk the estate
and keep it poore, procure themselves much suspition amongst the better
& more judicious sort, & hate amongst th»oppressed commons, & yet if
there should be a Parliament such a course is taken as they shal never choose
their sheere Knights and Burgesses freely, who make the greater half of the
body thereof, for these being to be elected by most voices of Freeholders in
728 Las Guerras de los Estados Bajos
the countrey where such elections are to be made, are caried which vvay the
great persons vvho haue lands in those countries please, who by their letters
command their tenants, followers and friends to nominate such as adhere to
them, and for the most part are of our faction, and respect their owne benefit
or grace rather then their countries good, yea the countrey people themselves
will every one stand for the great man, their Lord or neighbour, or master,
vvithout regard of his honesty, wisdome, or religion. That which they ayme
at (as I am assured of by faithful intelligence) is to please their landlords & to
renue their lease, in which regard they will betray their Countrey and religion
too, & elect any man that may most profite their particular. Therefore it is
unlikely there should ever be a Parliament, & impossible the Kings debts
should be payd, his vvants sufficiently repaired, and himselfe left ful handed
by such a course, & indeed as it is generally thought) by any other course but
by a mariage with us. For which cause whatsoever proiect we list to attempt,
enters safely at that dore, vvhilst their policie lies a sleepe and will not see the
danger, I haue made triall of these particulars, and found few exceptions in
this generall rule.
There by I and their ovvne wants togither haue kept them from furnish-
ing their Navy, which being the wal of their Hand, & once the strongest in
Christendome lies now at roade unarmed & fit for ruine. If ever vve doubted
their strength by sea, now vve need not, there are but few ships or men able
to looke abroad or to live in a storme, much lesse in a sea fight. This I effected
by bearing them in hand the furnishing a Navy bred suspition in my master
& so would avert his mind from this match, the hope of vvhich rather then
they would loose, they would loose almost their hope of heaven.
Secondly all their voyages to the East Indies I permit rather vvith a colour-
able resistance then a serious. Because I see them not helpful but hurtfull to
the state in generall, carying out gould and silver bringing home spece, silks,
feathers, and the like toyes, and insensible wasting the common stock of
coyne and bullyon, whilst it fills the Custome house and some private purses
who thereby are inable to keep this discommodity on foot by bribes; especial-
ly so many great persons (even Statesmen) being venturers and sharers in the
gaine. Besides this wasteth their Mariners, not one of ten returning. Which I
am glad to heare, for they are the men vve stand in feare of.
3. As for their West indian voyages, I withstand them in earnst because
they begin to inhabit there and to fortifie themselves; and may in tyme there
perhaps raise an other England to withstand our new Spaine in America, as
this old England opposeth our present State, and cloudes the glorious extent
therof in Europe. Besides there they trade for commodities vvithout wast
of their treasure, & often returne gold for knives, glasies, or the like trifles,
and that without such losse of their Mariners as in other places. Therefore I
crost vvhatsoever intendements were projected for Virginea or the Bermudas;
Apéndice II 729
because I see they may be hereafter really helpe full unto them, as novv they
serve for draines to unloade their populous State, which else would overflow
its own bancks by continuance of peace, and turne head upon it self or make
a body fit for any rebellion.
And so farre I prevayled herein, as I caused most of the Recusants vvho
were sharers to withdraw their venters & discourage the vvork, so that be-
sides private persons unable to effect much, nothing was done by the publike
purse. And we know by experience such voyages and plantations are not ef-
fected without great meanes to sustaine great difficluties, and with an un-
wearied resolution and power, to meete al hazards and disasters with strong
helpes and continuall supplies, or else the undertaking proues idle.
4. Fourthly. By this meanes likevvise I kept the voluntary forces from
Venice, till it vvas almost too late to set out. And had a hope that work of
seacrecy should haue broken forth to action, before these could haue arrived
to succour them.
5. Fiftly, I put hard for the Cautionary tovvnes (which our late King Philip
of happy memory so aymed at, accounting them the keyes of the low Coun-
tries) that they might be delivered to his Catholike Majestie as the proper
owner. And had perhaps preuayled, but that the profest enemy to our State
and Church, vvho dyed shortly after, gave counsell to restore them to the
rebellious States; as one that knew Pouillar Common wealthes to be better
neighbours, surer friends, and lesse daungerous enemyes, than Monarchies;
and so by his practise rescued them from my handes, and furnished the Ex-
cheaquer from thence for that tyme. Neyther vvas I much greeved at this;
because the Dependancy they had before of the English seemed novv to be
cut off, and the interest the English had in them and their cause to be taken
avvay, vvhich must be sully and finally effected before we can hope eyther to
conquer them or England, who holding togither are too strong for the world
at sea, & therefore must be disunited, before they can be overcome. This
point of State is acknowledged by our most experienced Petioner and sure
friund Monsieur Barnevelt, vvhose succeeding plots to this end, shall beare
witnes for the depth of his judgement.
6. But the last service I did for the State, was not the least; when I un-
derwrought that admirable Engine Raleigh, and so was the cause his voyage
(threatning so much daunger and domage to us) was overthrowne, and him-
selfe returning in disgrace, I pursued almost to death, neither (I hope) need I
say almost, if all things hit right, and all strings hold. But the determination of
my commission, vvould not permit me longer to stay to follow him to execu-
tion, vvhich I desired the rather, that by concession I might haue wrung from
the inconsiderate English, an acknowledgement of my masters right in those
places, punishing him for attempting there, though they might prescribe for
the first foot, And this I did to stop theit mouthes hereafter, and because I
730 Las Guerras de los Estados Bajos
would quench the heate & valour of that nation, that none should dare hereaf-
ter to undertake the like, or be so hardy as to looke at our sea, or breathe upon
our Coastes. And lastly because I would bring to an ignominious death, that
old Pyrat, who is one of the last now living, bred under that deceased Eng-
lish Virago, and by her flesht in our blood and ruine. To doe this I had many
Agents, first divers Courtiers who were hungrie and gaped wide for Spanish
gould; secondly some that bare him at the heart for inveterate quarrels; Thirdly
some forreigners who having in vaine sought the Elixer hitherto, hope to finde
it in his head; Fourthly all men of the Romish faith who are of the Span-
ish faction, and would haue been my bloodhounds, to hunt him or any such
to death willingly, as persons hating the prosperitie of their Country, and the
valour, worth, and wit of their owne nation, in respect of us and our Catholike
cause; Lastly I left behinde mee such an instrument composed artificially of a
secular understanding and a religious profession as hee is every way adapted to
serue himself into the closet of the heart, and to worke upon feminine leuity,
who in that county haue masculine spirits to command and pursue their plots
unto death. This therefore I accompt as done, & rejoyce in it, knowing it vvill
be very profitable to us, gratefull to our faction there; and for the rest, what
though it be crosse to the people, or the Clergy? vve that onely negotiate for our
owne gaine, and treate about this mariage for our owne ends, can conclude or
breake off when we see our time, without respect of such as can neither profit
us, nor hurt us; for I haue certaine knowledge that the commons generally are
so effeminate and cowardly, as that they at their musters (which are seldome
and slight, onely for the benefit of their muster-master) of a thousand souldiers,
scarce one hundred dare discharge a musker, and of that hundred, scarce one
can use it like a souldier. And for their armes, they are so ill provided, that one
corselet serveth many men, when such as shew their armes upon one day in
one place, lend them to their frends in other places to shew when they haue
use. And this if it be spied, is only punished by a mulct in the purse, which is
the officers aime, who for his advantage winkes at the rest, and is glad to finde
and cherish by connivence profitable faults which increase his revenue. Thus
stands the state of that poore miserable country, which had never more people
and fewer men. So that if my master should resolve upon an invasion, the time
never fits as at this present, securitie of this mariage and the disuse of armes
having cast them into a dead sleepe, a strong and wakening faction being ever
amongst them ready to assist us, and they being unprovided of shippes and
armes, or hearts to fight, an universall discontentment filling all men. This I
haue from their muster-masters and Captaines, who are many of them of our
religion, or of none, and so ours, ready to be bought and sould, and desirous to
be my masters servants in fee.
Thus much for the state particularly, wherein I haue bent my selfe to
weaken them and strengthen us, & in all these haue advanced the Catholicke
Apéndice II 731
cause, but especially in procuring favours for all such as favour that side, and
crossing the other by all meanes. And this I practise my selfe & give out to
be generally practised by others, that whatsoever successe I finde, I still boast
of the victory, which I doe to dishearten the heretiques, to make them suspi-
tious one of an other, especially of their Prince and their best Statesmen, and
to keepe our owne in courage, who by this meanes increase, otherwise would
be in danger to decay.
Now for religion, and for such designes as fetch their pretence from
thence, I beheld the policie of that late Bishop of theirs (Bancroft) who stird
up and maintained a dangerous schisme, betweene our secular Priests and
Iesuites, by which he discovered much weaknes, to the dishonour of our
clergie, and prejudice of our cause. This taught me (as it did Barnevelt in the
Low countries) to worke secretly and insensibly betweene their Conformists
and Non-conformists, and to cast an eye as far as the Orcades; knowing that
busynes might be stirred up there, that might hinder proceedings in England,
as the French ever used Scotland to call home the forces of England, and so
to prevent their conquests. The effect you haue partly seene in the Earle of
Argile, who sometimes was Captaine for the King and Church against the
great Marquis Huntley, & now fights under our banner at Bruxels, leaving the
crosses of S. George & S. Andrewe for the staffe of S. Iames. Neither doe our
hopes end here, but we daily expect more revolters, at least such a disunion
as wil never admit solid reconcilement, but will send some to us, and some to
Amsterdam. For the King (a wise and vigilant Prince) labouring for a perfect
union betwixt both the kingdomes, which he sees cannot be effected, where
the least ceremony in religion is continued, divers sharp and bitter braules
from thence arising, whilst some striving for honour more then for truth,
prefer their owne way & wil, before the general peace of the Church & the
edification of soules) he I say seekes to worke both Churches to uniformitie,
and to this end made a journey into Scotland, but with no such successe as
he expected, for divers of ours attended the traine, who stirred up humors
and factions, and cast in scruples and doubts to hinder & crosse the proceed-
ings; yea those that seeme most adverse to us and adverse from our opinions,
by their disobedience and example helpe forward our plots, and these are
incouraged by a factious and heady multitude, by a faint & irresolute clergie,
(many false brethren being amongst their Bps.) & by the prodigal Nobilitie
who maintaine these stirs in the Church, that thereby they may safely keepe
their Church livings in their hands, which they haue most sacrilegiously sea-
sed upon in the time of the first deformation, & which they feare would be
recovered by the Clergy if they could be brought to brotherly peace & agre-
ment; for they haue seene the King very bountiful in this kind, hauing lately
increased their pensions & setled the Clergy a competent maintenance, &
besides out of his owne meanes vvhich in that kingdome is none of the great-
732 Las Guerras de los Estados Bajos
est, having brought in and restored whole Bishopriks to the Church, which
were before in laymens hands, a great part of the Nobilities estates consisting
of spirituall lands, vvhich makes them cherish the puritanicall faction, who
will be content to be trencher-fed with scraps and crummes and contribu-
tions and arbitrary benevolences from their Lords and Lairds and Ladies, and
their adherents and followers.
But (quoth the Inquisitor generall) how if this act of the Kings, wherein
hee is most earnest and constant, should so far thrive, as it should effect a
perfect union both in the Church & Common wealth? I tell you it would in
my conceite be a great blowe to us, if by a generall meeting a generall peace
should be concluded, and all their forces bent against Rome; and we see their
politick King aimes at this.
True (quoth Gondamore) but he takes his marke amisse, howsoever hee
understand the people and their inclination better then any man, and bet-
ter knowes how to temper their passions and affections; for (besides that
he is hindred there in Scotland underhand by some for the reasons before
recited, and by other great ones of ours who are in great place & authoritie
amongst them) hee is likewise deluded in this point even by his owne Cler-
gie at home in England, who pretend to be most forward in the cause. For
they considering if a generall uniformitie were wrought, what an inundation
would follow, whilst all or most of theirs (as they feare) would flock thither
for preferment (as men pressing towards the sunne for light and heare) and
so their owne should be unprovided; these therefore (I say) howsoever they
beare the King fairly in hand, are underhand against it, and stand stiffe for
all ceremonies to be obtruded with a kinde of absolute necessitie upon them,
when the other wil not be almost drawne to receive any. When if an abate-
ment were made, doubtlesse they might be drawne to meete in the middest;
but there is no hope of this with them, where neither party deales seriously,
but onely for the present, to satisfie the King: and so there is no feare on our
side that affections and opinions so divers, will ever be reconciled and made
one. Their Bishop of S. Andrevves stands almost alone in the cause, and puls
upon himself the labour, the losse and the envie of all, with little proficiencie,
whilst the adverse faction haue as sure friends and as good intelligence about
the King as he hath, and the same Post perhaps that brings a packet from the
King to him, brings another from their Abettors to them, acquainting them
with the whole proceedings and counsels, & preparing them aforehand for
opposition: this I know for truth, and this I reioyce in, as conducing much
to the Catholick good.
But (quoth the Nuntio) are there none of the hereticall preachers busie
about this match? Me thinkes their fingers should itch to be writing and their
tongues burn to be prating of this busynes, especially the puritanicall sort,
howsoever the most temperate and indifferent cary themselves.
Apéndice II 733
The truth is my Lord (quoth the Ambassadour) that privately what they
can, and publiquely what they dare, both in England & Scotland all for the
most part (excpt such as are of our faith) oppose this match to their utmost,
by prayers, counsels, speeches, wishes; but if any be found longer tongued
then his fellowes, we haue still meanes to charme their sawcinesse, to silence
them, and expell them the Court, to disgrace them and crosse their pre-
ferments, with the imputation pragmaticke Puritanisme. For instance I will
relate this particular; A Doctor of theirs and a Chaplaine in ordinary to the
King, gaue many reasons in a letter against this mariage, and propounded
a way how to supply the Kings wants otherwise, which I understanding, so
wrought underhand, that the Doctor was committed, and hardly escaped the
danger of his presumptuous admonition, though the state knew his intent
was honest, and his reasons good. Wherein wee on the other side, (both here
and with the Arch Duke) haue had bookes penned, and pictures printed, di-
rectly against their King and state, for which their Ambassadours haue sought
satisfaction of us in vaine, not being able to stay the print, or so much as
to touch the hem of the Authors garment. But wee haue an evasion, which
hereticks misse, our Clergie being freed from the temporall sword, and so not
included in our treaties and conditions of peace, but at libertie to give any
hereticall Prince the Mate when they list: whereas theirs are liable to accompt
and hazard, & are muzled for barking, when ours may both barke and bite
too. The Councell table, and the star-Chamber do so terrifie them, as they
dare not riot, but run at the stirrop in excellent command, and come in at
the least rebuke. They call their preaching in many places standing up, but
they crouch and dare not stand up nor quest, behaue themselves like Setters,
silent and creeping upon their bellies, licke the dust which our Priests shake
from their beautifull feete.
Now (quoth the Duke of Lerma) satisfie me about our owne Clergie how
they fare.. For there were here Petitions made to the King in the name of
the distressed, afflicted, persecuted and imprisoned Priests, that his Maiestie
would intercede for them, to free them from the intollerable burdens they
groned under, and to procure their liberties: and letters were directed from
us to that end, that you should negotiate this demand with all speed and
diligence.
Most excellent Prince (replyed Gondamore) I did your command with
a kinde of command my selfe; not thinking it fit to make it a suite in your
name or my Masters, I obtained them libertie to walke freely up and downe,
to face and outface their accusers, Iudges, Magistrates, Bishops, and to exer-
cise their functions almost as freely altogether as safely as at Rome.
Here the Nuntio objected, that he did not well to his judgement in pro-
curing their libertie, since they might doe more good in prison then abroad.
Because in prison they seemed to be under persecution, and so vvere pittied
734 Las Guerras de los Estados Bajos
of others; and pittie of the person, prepares the affection further. Besides, then
they were careful over their owne lives to give no offence: but abroade they
might be scandalous in their lives, as they use to be in Rome and Spaine, and
other Catholik countreys; and so the opinion of their holynesse which upholds
their credit and cause (against the maried Clergie) would soone decay.
But the Ambassador replyed, he considered those inconveniences, but
besides a superior command, he saw the profit of their libertie more then
of their restraint. For now they might freely conferre, and were ever practis-
ing, and would doubtlesse produce some worke of wonder. And besides by
reason of their authoritie and meanes to change places, did apply themselves
to many persons; wheras in prison they onely could deale with such as came
to be caught, or were their owne before. And this (quoth he) I adde as a se-
cret, that as before they were maintained by private contributions to devout
Catholiques even to excesse, so much more now shall they be able to gather
great summes, to weaken the State, and furnish them for some high attempt,
by the example of Cardinall VVoolsey barrelling up gold for Rome. And this
they may easily doe, since all Catholiques rob the hereticall Priests and with-
hold tythes from them by fraud or force, to give to these of their owne to
whom it is properly due: And if this be spied, it is an easie matter to lay all
upon the Hollander, and say, he carries the coyne out of the land (who are
forward enough indeed, in such practises) and so ours shall not onely be
excused, but a flawe made betwixt them to weaken their amities, & beget
suspition betwixt them of each others loue.
But amongst all these priests (quoth the Inquisitor generall) did you re-
member that old, reverend, father Baldwin, who had a finger in that admi-
rable attempt made on our behalfe against the Parliament house? such as he
deserving so highly, adventuring their lives so resolutely for the Catholique
cause, must not be neglected, but extraordinarily regarded, thereby to incour-
age others to the like holy undertakings.
Holy father (quoth Gondamor) my principall care was of him, whose life
and libertie when I had with much difficultie obtained of the King, I solemn-
ly went in person, attended with all my traine, and divers other well willers to
fetch him out of the Tower where he was in durance. Assoone as I came in his
sight I behaved my self after so lowly & humble a maner, that our adversar-
ies stood amazed to behold the reverence we giue to our ghostly fathers. And
this I did to confound them & their contemptuous Clergie, and to beget an
extraordinary opinion of holinesse in the person, & pietie in us, and also to
provoke the English Catholiques to the like devout obediencie, and thereby
at any time these Iesuites (whose authoritie was somewhat weakened since
the schisme betwixt them and the Seculars, and the succeeding powder-plot)
may vvorke them to our ends, as Masters their servants, Tutors their schol-
lers, fathers their children, Kings their subiects. And that they may doe this
Apéndice II 735
the more boldly and securely, I haue somewhat dasht the authoritie of their
high Comission; upon which whereas there are diverse Pursevants (men of
the worst kinde and condition, resembling our Flies & Familiars, attend-
ing upon the inquisition) whose office and imployment it is to disturbe the
Catholiques, search their houses for Priests, holy vestments, bookes, beades,
crucifixes, and the like religious appurtenances, I haue caused the execution
of their office to be slackned, that so an open way may be given to our spiri-
tuall instruments for the free exercise of their faculties. And yet when these
Pursevants had greatest authoritie, a small bribe in the Countrey would blinde
their eyes, or a little greater at Court or in the Excheaquer frustrate and crosse
all their actions, so that their malice went off like squibs, made a great crack
to fright children and new borne babes, but hurt no old men of Catholique
spirits. And this is the effect of all other their courses of proceeding in this
kinde, in all their iudiciall Courts, whither knowne catholiques (convicted
as they stile them) are often summond and cited, threatned and bound over,
but the danger is past assoon as the officer hath his fee payd to him, then
the execution goeth no further. Nay upon my conscience they are glad when
there are offenders in that kinde, because they are bountifull: and the officers
doe their best to favour them, that they may increase, and so their revenue
and gaine come in freely.
And if they should be sent to prison, even that place (for the most part) is
made as a Sanctuary to them: as the old Romanes were wont to shut up such
by way of restreint, as they meant to preserve from the peoples fury; so they
live safe in prison till we haue time to worke their libertie and assure their
lives. And in the meane time their place of restraint is as a study unto them,
where they haue opportunitie to confer together as in a Colledge, and to
arme themselves in unity against the single adversary abroad.
But (quoth the Inquisitor generall) how doe they for bookes, when they
haue occasion either to write or dispute?
My Lord, (replyes Gondamor) all the Libraries belonging to the Romane
Catholiques through the land are at their command, from whence they haue
all such collections as they can require gathered to their hand, aswell from
thence as from all the Libraries of both Vniversities, and even the bookes
themselves if that be requisite.
Besides I have made it a principall part of my imployment, to buy all the
manuscripts & other ancient and rare Authours out of the hands of the Here-
tiques, so that there is no great Scholler dies in the land, but my Agents are
dealing with his bookes. In so much as even their learned Isaack Causabons li-
brary was in election without question to be ours, had not their Vigilant King
(who foresees all dangers, and hath his eye busie in every place) prevented my
plot. For after the death of that great scholler, I sent to request a view & cata-
logue of his bookes with their price, intending not to be out-vyed by any man,
736 Las Guerras de los Estados Bajos
if mony would fetch them; because (besides the damage that side should haue
received by their losse, prosecuting the same story against Cardinall Baronius)
we might haue made good advantage of his notes, collections, castigations,
censures and criticismes for our owne party, and framed and put out others
under his name at our pleasure. But this was foreseene by their Prometheus,
who sent that Torturer of ours (the Bishop of VVinchester) to search and sort
the papers, and to seale vp the tudy: Giving a large and princely allowance for
them to the elicks of Causabon, togither with a bountifull pension & proision
for her and hers. But this plot fayling at that time, hath of ever done so. Nor
had the Vniversitie of Oxford so triumphed in their many manuscripts given
by that famous Knight S. Thomas Bodly, if eyther I had been then imployed,
or this course of mine then thought upon; for I would labour what I might
this way or any other way to disarme them, and eyther to translate their best
authours hither, or at least to leave none in the hands of any but Romane
Catholiques who are assuredly ours. And to this end an especiall eye would
be had upon the Library of one S. Robert Cotton (an ingrosser of Antiquities)
that whensoever it come to be broken up (eyther before his death or after)
the most choice and singular pieces might be gleaned and gathered up, by
a Catholique hand. Neyther let any man thinke, that descending thus low
to pettie particulars is unworthy an Ambassadour, or of small avayle for the
ends we ayme at, since we see every mountayne consists of severall sands; and
there is no more profitable conversing for Statesmen then amongst schol-
lers & their books, specially where the King for whom we watch is the King
of Schollers, and loves to live almost altogether in their element. Besides if
by any meanes we can continue differences in their Church, or make them
wider, or beget distaste betwixt their Clergy and common Lawyer, who are
men of greatest power in the land, the benefit will be ours, the consequence
great, opening a way for us to come in betvveene, for personall quarrels pro-
duce reall questions.
As he was further prosecuting this discourse, one of the Secretaries (who
wayted without the chamber) desired entrance; and being admitted, deliv-
ered letters vvhich he had nevvly received from a Post directed to the Presi-
dent and the rest of the Councell from his Catholike master, the contents
whereof vvere to this effect.
Right trusty & vvelbeloved Cousens and Counsellors, we greete you wel:
Wheras vve had a hope by our Agents in England and Germany, to effect
that great vvorke of the Westerne Empire; and likewise on the other side to
surprize Venice, and so incircling Europe at one instant, & infolding it in our
armes, make the easier roade upon the Turke in Asia, and at length reduce all
the vvorld to our catholique commaund. And whereas to these holy ends vve
had secret and sure plots and proiects on foot in all those places, and good
intelligence in all Courts;
Apéndice II 737
Know now that vve haue received late and sad newes of the apprehension
of our most trusty and able Pensioner Barnevelt, and of the discovery of other
our intendements; so that our hopes are for the present adjourned till some
other more convenient and auspicuous time. We therefore will you presently
upon sight hereof, to breake off our consultation, and repaire straight to our
presence, there to take further directions and proceed as the necessity of time
& cause should require.
With that his Excellencie and the whole house strook with amazement,
crost their foreheads, rose up in sad silence, and brake off this Treaty abruptly,
and vvithout tarriance tooke horse and posted to Courte. From vvhence ex-
pect newes the next fayre vvinde.
Epigraph:
In the meane tyme, Let not those be secure, vvhom it concernes to be rov-
vsed up, knowing that this aspiring Nebuchadnezzar wil not loose the glorie
of his greatnes, (who continueth still to magnifie himselfe in his great Babel,)
untill it be spoken, thy kingdome is departed from thee (Dan. 4).
Apéndice III
Apéndice III
Por mor de incluir en este volumen varias obras de Carlos Coloma hasta
ahora no editadas o de difícil acceso, recuperamos aquí la edición de la Rela-
ción del socorro de Brujas que apareciera en el volumen Varias relaciones de los
Estados de Flandes, 1631 a 1656 ([Madrid: Ginesta, 1880, 1-25]), precedida
de la muy buena «Advertencia» del marqués de la Fuensanta, dentro de la
Colección de Libros Españoles Raros o Curiosos 14. Allí se dice que procede
del ms. H-65 de la BNE, y, cotejada con el original, vemos que es fidedigna.
Sólo hemos modernizado la grafía, que en las Varias relaciones aparece arcai-
zante como en el original.
*****
Relación del socorro de Brujas
(Ejecutado y escrito por don Carlos Coloma, maese de campo general de
Flandes, en tiempo de la señora infanta doña Isabel. Año de 1631)1
Después de hecha la paz en Inglaterra, me mandó el rey venir a estos
Estados, en cuyo nombre me avisó la Serenísima Infanta como Su Majestad
me había hecho merced del cargo de capitán general de la caballería ligera,
llegué a Bruselas a los 14 de marzo, adonde el marqués de Leganés, que no
aguardaba otra cosa para volverse a España, se partió cuatro días despues de
mi llegada; y la noche antes de su partida, cogiéndome aparte él, el cardenal
de la Cueva, el marques de Aytona, me declararon como mi provisión en la
caballería ligera se había trocado por la de maestre de campo general destos
Estados2. Mas como no faltó quien me avisase de que se me destinaban com-
1
BNE, ms. H-65; (Coloma 1880: 1-25).
2
El cargo era de alto prestigio y los mismos dependían directamente del equivalente a general
en jefe, como sus consejeros. Usaban armas ordinarias e iban montados a caballo. «Utiliza-
ban borgoñona (celada que dejaba descubierta la cara, cubriendo la cabeza), adornada con
plumas blancas y rojas y media armadura o armadura completa. Tenían guardia personal, un
paje y ocho alabarderos. Por lo general, iban a caballo delante del tercio, aunque a la hora
de entrar en combate se incorporaban en primera línea, «hilera de capitanes», con una pica
742 Las Guerras de los Estados Bajos
en la mano, junto a su compañía […], incluso tenían una camarada (sistema de grupos de
soldados […] para apoyarse y ayudarse). También lo podían hacer a caballo, […] siempre se
situaban en primera línea» (Guill 97-98). Tenían a su cargo la justicia ordinaria de oficiales
y soldados y a su servicio un tambor mayor, un sargento mayor, tres coroneles y doce capi-
tanes, un furriel mayor y dos oficiales de sanidad, médico y cirujano.
Apéndice III 743
no menos por las notorias sospechas que todos podían tener de ser acometi-
dos y por la imposibilidad que había de darles entera satisfacción, daba a su
alteza y a su Consejo el cuidado y desvelo que se deja considerar. Entretanto
ordenó su alteza que sin dilación alguna se hiciese venir la vuelta de Amberes
los tercios que acababan de llegar de Italia, y los de alemanes del conde Juan y
Vitanostra; que los de Alonso Ladrón y Mesieres estuviesen a segunda orden,
y que se diese prisa al barón de Moncle, que con las recrutas de borgoñones
se hallaba ya en el país de Luzemburque en número de más de tres mil hom-
bres, para que se arrimase a Amberes. También se dió prisa a los valones que
se estaban levantando en Artois y Henao, de los cuales el conde de Fresin se
sabía venir marchando con su tercio de 2000 hombres, gente escogida, a la
plaza de muestra que se le señaló en Malinas.
En tanto el príncipe de Orange, viendo que se alcanzaba la treta y que en
lugar de haber llamado todas nuestras fuerzas a Ultramusa, que era lo que
pretendía, sacábamos de allá las que teníamos de sobra, dejando en un cuartel
fortificado al conde Guillermo de Nasao con 8000 infantes y 1500 caballos,
se dejó caer en el Rin abajo con toda su armada de barcas, en número de
4800, a cuyo primer aviso nos resolvimos los marqueses y yo en salir a la de-
fensa el día de la Ascensión y acudir a lo más importante, que era Amberes,
temiendo que el enemigo no ejecutase los designios tan premeditados de
romper los diques y poner sitio a aquella no menos importante que noble
ciudad, adonde, habiendo llegado el día antes el conde de Fresin con su ter-
cio, se le ordenó que pasase a ocupar el dique de Calo, adonde había desalo-
jado tres días había don Francisco Zapata con cosa de 3000 hombres que
llevaba consigo para asegurar a Usden y al Saso. La misma noche que llega-
mos a Amberes llegó a sus contornos el conde Juan de Nasao con su regimien-
to, que por aquellos días lo había dado el emperador a su teniente coronel
Roveroy y veintiséis compañías de caballos, y el teniente general de la artille-
ría, Pascual de Arenas, con veinticuatro piezas de artillería y aviso de que el
día siguiente marcharía el maestre de campo Vingarde con lo restante del
trayn [sic] hasta número de cuarenta y ocho piezas, es a saber: veinte medios
cañones, diez y seis cuartos y las demás piezas de a cinco libras de bala. Vier-
nes, a 30 de mayo, al amanecer, se tuvo aviso de Breda cómo se descubrían
desde la torre de aquella villa innumerable cantidad de barcas y, por añadir,
que su vanguardia iba pasando ya de Dertriet. Saliendo del cuidado que podía
dar Breda, le comentamos a tener de lo de más abajo; y así, en amaneciendo,
les pareció a los marqueses que yo me fuese con don Francisco Zapata, por
evitar las competencias, caso que fuese necesario juntarse allí más número de
gente, y los maestres de campo Grobendonc y Rubecourt, parte de cuyos
tercios, con la demás gente que digo arriba y sin sus personas, habían estado
a su orden en Walem. Llegado el viernes a la tarde a Husden, hallé que por los
avisos que el gobernador de aquella plaza había tenido de que el enemigo no
Apéndice III 745
Maldeguen, con que me desengañé del todo de que su intención no era sitiar
al Saso sino a Brujas, o pasar por el país a Dunquerque, y así se lo escribí al
marqués con don Baltasar de Guzmán, suplicándole marchase con la mayor
diligencia que fuese posible a pasar por Guante, que yo haría lo mismo en
confirmándose por la mañana los avisos que había tenido todo aquel día por
diferentes partes, como se confirmaron por relación de nuevos prisioneros.
Halló esta carta á los marqueses en Esteque, de donde marcharon en amane-
ciendo, y sus tropas y las mías nos venimos a juntar en Morbeque, donde re-
solvimos el pasar aquella noche a alojar una legua más allá de Guante, cuida-
dosos todavía de la artillería que traía el maestre de campo Vingarde, a quien
se ordenó pasase la Esquelda por Terramunda y viniese á las puertas de Guan-
te, adonde hallaría otra orden, como lo hizo, y a una hora antes de anochecer
nos hallamos todos juntos en Mariquerque, villaje una legua más allá de
Guante, aunque con la gente algo cansada por la jornada y excesivo calor de
aquel día; sin embargo, se marchó el siguiente cuatro grandes leguas, siempre
arrimados al canal que va de Guante a Brujas, y, dejándole sobre la mano
derecha y adelantándome yo con la caballería, ordené el alojamiento más
adelante del fuerte del Señor San Jorge, poniendo la gente en escuadrón a la
entrada de la gran bruyera y la caballería en Alteren; aquí pareció hacer alto
un día para recoger la gente y tomar lengua de lo que hacía el enemigo y de
lo que avisaba el conde de Fontana, el cual, dejando el puesto que tenía en
Aensgat, se resolvió en meterse con toda su gente en Brujas, dejando buena
guarnición en Dama y en los fuertes; rehusaron al principio los de Brujas el
recibir tanta gente, hasta que, viendo que el enemigo los comentaba a apretar
de veras y el peligro al ojo, se resolvieron en admitilla, aunque, según se dijo,
no faltaron votos en el magistrado que aconsejaron el adelantarse a tratar con
el príncipe de Orange para sacar mejores partidos; el cual, entretanto, sin
perder una hora de tiempo, con 4000 arcabuceros de rueda había pasado el
canal que va de Gante a Brujas, ocupado los fuertes de Marbruga y Estiem-
brugue, de donde con orden que tuvo para ello el conde de Fontana se había
retirado a la villa el capitan Guitz, que los tenía á su cargo, y fortificado dos
cabezas de ambas partes del canal, sobre que echó con gran facilidad cada
fortificación capaz de 2000 hombres, que al punto se comenzaron a barracar
con la presteza que suelen, y sin detenerse tomaron tres redutos el dique ade-
lante, desarmando la gente que en ellos se les iba rindiendo sin resistencia
alguna, por no ser los redutos cosa de consideracion. Miércoles por la maña-
na, despues de haber oído misa a buen hora, llamó el marqués a consejo todas
las cabezas del ejército, que eran las siguientes: el marqués de Aytona y yo,
que me doy este lugar por el que me toca como maestre de campo general;
fray Lelio Brancatio, marqués de Montesilvano, que había llegado al campo
el día ántes; el conde Juan de Nasao, general de la caballería; el conde de Sa-
lazar, subteniente general; el príncipe de Barbanzón; los maestres de campo
Apéndice III 747
españoles, don Francisco Zapata y don Luis Ponce de León; los de italianos,
marqués Sfondrato, a quien se dio el tercio que vacó por muerte de Pablo
Ballón; don Andrea Cantelmo y conde Panigarola; los de valones, conde de
Grinbergue y Estasin, y señor de Ribancourt; el maestre de campo Vinguar-
de, gobernador de la artillería, y tres tenientes de maestre de campo general,
Cristóbal de Medina, don Estéban Gamarra y Jusepe Rugero. Conformáron-
se todos los votos en que sin aguardar las tropas que se esperaban se socorrie-
se la plaza a cualquier precio que fuese, valiéndonos del ardor con que los
soldados deseaban venir a las manos con el enemigo y del poco tiempo que
había tenido para fortificarse. El camino más breve era siguiendo siempre el
canal, por el cual era fuerza topar al enemigo atrincherado y con su artillería
alojada; el segundo que se ofrecía era entrando por el país y rodeando a entrar
por la abadía de San Andrés, arrimándonos por la parte de Audemburg. No
le faltaban a este camino inconvenientes harto considerables, supuesto que
era fuerza dar el costado al enemigo y dejar en su libertad el podernos dar la
batalla con fuerzas tan superiores a las nuestras, que, llegando su infantería a
24000 hombres, pasaba poco de 8000 la nuestra, como se verá por la relación
que dieron de ello los sargentos mayores de los tercios, y se pondrá abajo, si
bien en caballería éramos entonces casi iguales, y en calidad de artillería supe-
riores; faltaban entretanto nuevas de Brujas y no se sabía si había admitida
guarnición competente. Y así, para asigurarse de esto como para reconocer las
fortificaciones del enemigo y ver su semblante, se envió al conde de Salazar
con seis tropas de caballos y 500 mosqueteros con el señor de Merode, sargen-
to mayor del conde de Fresín, poniéndose tras esto el ejército en orden de
marchar, al paso y en la forma que aconsejase el tiempo. Después de partido
el conde de Salazar, se supo por una carta del obispo de Brujas para el de
Guante que se hallaba en el ejército y sirvió mucho con su industria y con su
consejo y, últimamente, con una compañía de cien valones que levantó a su
costa y la pagó por todo el verano, que aquella vacó, había admitido 3000
hombres de guarnición. Nueva que alegró mucho a todo el ejército y comen-
zó a dar esperanza de buen suceso, porque, viendo el príncipe de Orange por
una parte que le faltaba el primer apoyo de su esperanza, que era el favor que
pensaba hallar en los burgueses por medio del poco gusto con que de ordina-
rio reciben guarnición que llegue a ser más fuerte que ellos, y por otra la reso-
lución con que nos les íbamos acercando, viéndose falto de bastimentos, par-
ticularmente de pan, que, aunque no hizo gran prevención de harina, hornos
y panaderos, no le salió menos errada la cuenta en esto que en todo lo demás,
por la poca práctica que los rebeldes tienen en esta forma de sustentar sus
ejércitos, después de haber tentado en vano que los de la villa oyesen un re-
caudo que les inviaba con un trompeta, a quien recibieron con dos cañona-
zos, sin aguardar respuesta de una carta que el duque de Bandoma escribió al
obispo de Brujas tan llena de ignorancia como de malicia (cuyo traslado pon-
748 Las Guerras de los Estados Bajos
*****
[2v] DUCADO DE BRABANTE
El Ducado de Brabante está ceñido de la ribera de la Mosa hazia el Septen-
trión, la cual le divide en la provincia de Güeldres y en parte de Holanda; tiene
hazia el Mediodía la provincia de Hainault, Condado de Namur y Obispado
de Lieja; hazia el Oriente, la misma ribera de la Mosa, que assimismo le divide
del Ducado de Güeldres; y hazia Ocidente le sirve de límite la ribera del Escault
o Schelda, que la aparta de la Flandes y confina con el Principado de Alost. En
cuanto a su grandeza, se halla que tiene de largo, tomando desde Mediodía al
Septentrión, hasta Geetriemberge, cerca de veinte y dos leguas. Y de ancho,
desde Levante hazia Poniente, hasta Berghes, que es lo más ancho, veinte le-
guas. Su circuito es al pie de ochenta. El aire de Brabante es bueno y sano, y la
tierra muy fértil, que riegan muchas riberas, proveída de bosques y florestas, y
sobre todo poblado de hermosíssimas y famosas villas, y muy grandes señorías,
con veinte y seis villas cercadas; y las cuatro principales son Lovaine, Brusseles,
Anvers y Bolduque. Fuera de éstas, ay diez y ocho villas menores, y las otras sin
murallas, pero no dexan de gozar los privilegios de villas libres y francas. Las
aldeas, por no ser la tierra muy poblada, no passan de setecientas. Demás de
esto, este Ducado tiene el Marquessado del Santo Imperio, del cual depende
Anvers, el Ducado de Arschot, el Marquessado de Berghes, los [3r] Condados
de Hoochstrate y de Meghen, las Señorías de Breda y de Rauestain, y el Estado
de Mastricht, con diez y nueve baronías. De la chancillería de Brabante depen-
de assimismo el Ducado de Lembourg, el Estado de Valkembourg, el Condado
de Dalem y otras señorías de la otra parte de la Mosa.
754 Las Guerras de los Estados Bajos
SEÑORÍA DE MALINAS
La villa de Malinas está situada casi en el medio y coraçón del Ducado
de Brabante, y a una misma distancia tres grandes villas: Lovaine, Brusseles
y Anvers, en forma de triángulo, distante cada una cuatro leguas de ella. Ésta
es una señoría aparte, de manera que muchas mugeres, acercándoseles el día
del parto, salen de la villa y se van al territorio de Brabante para que sus hijos
puedan gozar de los grandes privilegios de aquel Ducado. En esta villa, ay muy
hermosas y grandes iglesias y casas, y todo género de oficiales, entre los cuales
ay grande número de tintoreros, que labran paños los más finos de la tierra, de
que antiguamente se hallavan tres mil y dozientas tiendas; y, ensoberveciéndose
estos oficiales, por la multitud de ellos, tomaron las armas contra la villa.
En ella reside el gran Consejo, instituido por Carlos, Duque de Borgoña,
el año de mil y cuatrocientos y setenta y tres, que seguía siempre la persona
del príncipe, a quien se apelava de todas las juridiciones de los Países Baxos.
Pero el Rey Philippe Primero, hijo del Emperador Maximiliano, le dio y se-
ñaló firme residencia en esta [3v] villa de Malinas el año de mil y quinientos
y tres. Está compuesto al presente de un presidente, deziséis consejeros, dos
gressiers y deziséis secretarios.
DUCADO DE GÜELDRES
La provincia de Güeldres se presenta al salir de Brabante, caminando la
buelta de Septentrión, la cual el tiempo passado fue habitada de los menapios
y sicambros, de que los historiadores romanos hazen mención. Tiene a la par-
te de Septentrión la provincia de Frisa; la Mosa, hazia Mediodía, la aparta de
Brabante, y hazia Oriente tiene la ribera del Rhin y Ducado de Cleves; hazia
el Ocidente, las provincias de Holanda y Utrecht le son vezinas. Este Ducado
de Güeldres es llano y baxo, con pocas cuestas, y lleno de bosques de mucho
provecho, teniendo el terreno muy bueno para todo género de agricultura,
principalmente para trigo. Demás de esto, tiene hermosíssimos prados, de
suerte que traen de muy lexos, y tanto como de Denemark, ganado y bestia-
me para engordarle en ellas. Esta provincia contiene assimismo el Condado
de Zutphen y otros, teniendo veintidós villas cercadas, siendo las principales
Nimeguen, Ruremonde, Zutphen y Arnhem, que hazen los cuatro cantones
de esta provincia; y están situadas sobre cuatro diversas riberas, y en ellas cua-
tro diferentes obispados. Ay otras muchas que, por varios sucessos, han sido
arrassadas las murallas, si bien gozan de los privile- [4r] gios de las otras villas
libres. Tiene assimismo más de trecientas aldeas con iglesias y torres.
OVERISSEL
El Estado y Señorío de Overissel se llama vulgarmente assí por estar situa-
do de la otra parte de la ribera de Issel, porque en flamenco significa over «de
Apéndice IV 755
la otra parte», a cuya causa los latinos le llaman Transisselana. Tiene hazia el
Septentrión la Frisa Ocidental, y al Mediodía la provincia de Güeldres; hazia
el Oriente, Westfalia, y hazia el Ocidente el golfo de Tuyderzee con la ribera
de Issel. Esta provincia está dividida en tres estados, es a saber, Island, Drenth
y Twendt; es llana y muy fértil, principalmente en trigo. Tiene ocho villas
cercadas, que son Deventer, Zwol, Campen, Vollenhove, y otras; y demás de
éstas, otras diez villas de grandes privilegios, y más de cien aldeas. Deventer es
la capital, villa de la señoría, situada sobre la ribera de Issel; y los naturales de
la tierra, como habitan entre Güeldres y Frisa, participan de las costumbres
de las dos naciones.
FRISA
La Frisa fue antiguamente reino, y se estendía desde la boca de la ribera del
Rhin el largo de la orilla del mar océano hasta la península de los [4v] cimbros,
donde es agora el Reino de Denemark. La que está sujeta a Su Magestad es
una parte de la antigua, llamada Ocidental por estar distinta de la otra parte,
que está hazia la ribera Visurge, y nombrada Oriental, en la cual Su Magestad
possee assimismo la villa de Linguen. Esta provincia tiene hazia el Septentrión
y Poniente el mar océano; hazia el Mediodía, le es vezino el País de Overissel,
y hazia Levante la ribera llamada en latín Amasis, y en lengua alemana Embs,
que la divide de la Westfalia. Assimismo tiene algunas isletas, y las principales
de ellas son Scellinek y Amelant, con algunas aldeas. No tiene más que dos
riberas, es a saber, Embs y la Ouwe, pero ay en diversas partes grandes canales
o acequias hechas artificiosamente y a fuerça de braços para la comodidad de
llevar las mercadurías de un lugar a otro, y para agotar las aguas de la tierra,
que en las más partes está llena de lagunas y pantanos. Es poco cultivada en la
labor de pan y otras simientes y granos, por lo cual tiene siempre buen precio,
si bien ay hermosos prados para el pasto del bestiame. No se coge ningún
vino, ni se halla leña, pero se proveen de vino de España, Alemania y Fran-
cia. La campaña produze en falta de leña una manera de tierra, que se llama
turba, muy buena para quemar, y que haze una brasa tan ardiente o más que
de leña. Esta provincia está dividida en cuatro Estados principales: el primero
es Groeningh; el segundo, el Condado de Oostergoe; el tercero, el Condado
de Westergoe; y el cuarto, el de Sieteflorestas. Ay en toda la Frisa assí de villas
muradas como las que están [5r] cercadas de diques y fossos, con los mismos
privilegios que las otras treze, y cuatrocientas y noventa aldeas.
HOLANDA
La antigua isla de Batavia tenía, fuera de Holanda, una parte de la pro-
vincia de Güeldres, Utrecht y Overissel. Tiene Holanda hazia el Septentrión
y Ocidente el mar océano; al Mediodía, la Mosa y Brabante; y en parte hazia
756 Las Guerras de los Estados Bajos
Levante, el golfo de Zuyderzee, y parte del país de Güeldres, de suerte que ella
viene a ser casi isla o península, y no del todo isla, como algunos piensan. Co-
rren por ella dos grandes riberas, que son el Rhin y la Mosa, partidas en mu-
chos braços y canales, assí naturales como hechos artificiosamente a mano, de
manera que no solamente por las villas, pero casi por todas las grandes aldeas
se va de un lugar a otro por agua. El territorio y campaña es tan baxo que casi
todos los canales están reparados de diques para que no entre el agua y cubra
el país, donde en diversas partes se vee estar el agua más alta que la tierra. En
esta provincia se coge poco trigo, pero lo traen en abundancia de otras, de
suerte que ella provee a muchas. Assimismo no se coge lino ni lana, si bien
se hazen telas y paños muy finos. La renta principal de este país consiste en
prados, dehesas para el pasto del ganado, y bestiame: bueyes, vacas y cavallos,
que son grandes y corpulentos, hermosos y buenos pa- [5v] ra la guerra.
Afirman que el queso y manteca de esta provincia (esto por cosa averiguada
y ciertas informaciones) viene a ser de no menos valor cada año que las espece-
rías que vienen a los Países Baxos, que estiman en un millón. También se saca
mucha renta de las grandes pesquerías y navegaciones, que es a lo que esta na-
ción se da. Ay, de ordinario, más de seiscientos navíos y hurcas, que ellos llaman
buyssen, para pescar, que son de ciento a dozientas toneladas cada una. Tiene
de circuito cerca de sesenta leguas, y el largo y ancho no se puede medir, por
ser de forma y disposición que, poniéndose un hombre en cualquiera parte de
la provincia, puede salir en tres horas fuera de ella; donde ay veintinueve villas
cercadas, y las seis principales son: Dordrecht, Haerlem, Delf, Leyden, Goude
y Amstelredam; y más de cuatrocientas aldeas, entre las cuales ay algunas que,
aunque no son ceñidas de murallas, no dexan de tener forma y calidad de villas,
con sus privilegios, principalmente La Haya. Holanda, demás de su territorio,
tiene debaxo de su dominio ocho o nueve islas pequeñas.
SEÑORÍA DE UTRECHT
La provincia de Utrecht, aunque está incorporada con la de Holanda, es
todavía una provincia y señoría aparte, en que ay, con la villa principal, que
es Utrecht, otras cuatro cerradas de murallas, y más de setenta aldeas. Este
Estado está cercado hazia el [6r] Septentrión, Mediodía y Ocidente casi ente-
ramente del Condado de Holanda; y hazia Levante, del Ducado de Güeldres,
y harto más cultivado que ellos. En la dicha villa de Utrecht, ay un Consejo
Real, de un presidente y nueve consejeros, donde se juzgan por apelación los
pleitos de los que habitan en toda la provincia.
ZEELANDA
Zeelanda es un nombre general que se da a muchas pequeñas islas que
tienen sus nombres particulares y hazen un Condado; porque esta palabra,
Apéndice IV 757
ARTOIS
El Condado de Artois tiene por límite hazia el Septentrión la ribera de Lis
y el fosso nuevo, que le dividen de la provincia de Flandes. Confina, hazia
Mediodía, con la Picardía, cerca de Dourlans; hazia Levante, con la Flandes
Galicante y País de Cambrai; al Poniente, hazia Monstreul, se junta assimis-
mo con la Picardía. El territorio es muy bueno, si bien no se coge vino, y esto
no tanto por el clima o esterilidad cuanto por la negligencia de los hombres;
pero lleva muy hermoso trigo, que provee a otros muchos países. Ay en esta
provincia doze villas cercadas, contando Renti, si bien fue antes castillo que
villa, con ochocientas y cincuenta y cuatro aldeas. También cuentan nue-
ve castellanías, con muchas abadías y monesterios. Las principales villas son
Arras, que es la cabeça, Sant Omer, Betune, Aire y Bapaume. Assimismo avía
en esta provincia la villa de Terrouane y Hedin el Viejo, que fueron arrassadas;
y la primera ha sido en tiempo passado la cabeça de los Moris a tres leguas de
San Omer y cinco de Ardres. Los habitantes de este país solían ser ricos y muy
aficionados al trato y comercio; pero, siendo después trabajados de guerras
que [8r] les reduzieron a pobreza, se dieron al exercicio de las armas, en el cual
han hecho gran prueva. Hablan ordinariamente la lengua francessa, aunque
çafia, salvo la nobleza y gente de calidad, que la habla bien.
HAINAULT
Esta provincia comprehende una gran parte de la región de los antiguos
nervios, de quien Julio César haze mención en sus Comentarios. Y confinan
sus fronteras con Brabante y Flandes hazia el Septentrión; al Mediodía, con
Apéndice IV 759
LUXEMBOURG
El Ducado de Luxembourg toma el nombre de la villa principal de la pro-
vincia, y tiene sus límites situados en esta forma: confina hazia el Septentrión
con el País de Lieja y Namur; al Mediodía con la Loraine; hazia Levante, la
ribera de la Mosella le sirve de frontera, y confines del arçobispado de Treves;
y hazia Ocidente tiene la dicha ribera de la Mosella y la floresta de Ardeña.
Este país es muy lleno de montañas y florestas; y no obstante esto, la tierra
es fértil por tener viñas en algunas partes. Contiene en circuito poco más o
menos de sesenta leguas, en que ay veinte villas cercadas, como Luxembourg,
Arlon, Rodemach, Thionville, Virton, Montmedi, Neufchateau y Danvilers;
y, demás de éstas, algunas arrasadas las murallas, como Ibay, Chiny y La Ferté.
Tiene assimismo muchos y buenos castillos, antiguos y grandes, como villas
pequeñas, es a saber, San Juan, dos leguas de Luxembourg, y Mandrescheide,
a ocho leguas, [9r] que tienen entrambas título de condados, con mil y ciento
y sesenta y nueve aldeas; y entre ellas ay muchas buenas y grandes, como la
Roche y Sant Hubert, el cual, por ser situado a los confines de Lieja, donde
muchas vezes se solía mover cuestión con los de aquella provincia, se llama
«la Villa del Debate». En este Ducado, ay siete condados, muchos barones y
otras señorías en gran número.
NAMUR
El Condado de Namur está situado entre Brabante, Hainault y el País de
Lieja. Su territorio es pequeño y montañoso, pero hermoso y de grande pro-
vecho, con abundancia de minas de hierro, y cuevas de donde sacan lindíssi-
760 Las Guerras de los Estados Bajos
LIBRO I, 1588
Dase cuenta del estado en que se hallaban las cosas de los Países Bajos al
principio deste año y de las fuerzas de ambos partidos. Junta el duque de
Parma un grueso ejército para la empresa de Inglaterra y apúntanse las
causas de aquella guerra. Entra la Armada católica en el Canal, derrótase
y por qué causa. Pónese el duque sobre Bergas Obzoom, refiérense los
sucesos de aquel sitio y de los de Bona y Watendonck. Comienzan a em-
peorarse las cosas de Frisa; refiérense los principios y causas de las guerras
civiles en Francia y las muertes del duque y cardenal de Guisa.
LIBRO II, 1589
Mudanza en la forma de proseguir la guerra; designios del duque de Parma
para ofender a los rebeldes. Empréndese el sitio de Rimbergue; amotínase
la guarnición de Santa Gertruden y entrégase al duque. Tienta Mos. de la
Mota, en vano, a Ostende. Saquea el enemigo a Tilimont y es roto. Sitia el
conde Carlos a Husden; vase el duque a Aspa; gánase el castillo de Heel.
Tienta de amotinarse el tercio viejo y su reformación. Rompe el Esquenck
un convoy. Emprende a Nimega y muere. Mete el enemigo socorro en
Rimbergue. Cuéntase la muerte de Enrique Tercero. Establecimiento de la
Liga y los primeros progresos de ambos partidos. Mos. de la Mota va con
un ejército a las fronteras de Artois.
LIBRO III, 1590
Toman los rebeldes a Breda por estratagema. Castiga el duque de Parma el
poco valor de aquel presidio. Toma el conde Carlos a Sevenbergue. Tienta
Mauricio en vano a Nimega. Amotínase el tercio de don Juan Manrique y
págase. Forma el duque otro tercio de españoles. Sucesos de Francia; sitio
de París y su socorro por el duque de Parma, el cual sitia y toma a Legní
1
Repetimos aquí los argumentos de cada libro tal como aparecen en el encabezamiento de los
mismos en la edición de 1625.
764 Las Guerras de los Estados Bajos
LIBRO V, 1592
Vuelve a entrar segunda vez el duque de Parma en Francia. Hieren al
príncipe de Béarne. Saquean los católicos a Humala. Ganan a Neufchatel.
Hieren al duque de Parma, el cual gana a Caudebeck y envía a Roán al de
Humena. Cobra Henrique a Caudebeck. Vuelve el duque de Parma a Aspa
y queda monsieur de Rona gobernando aquel ejército. Gana a Eperne.
Apodérase el de Humena de Pontaudemer. Vuelve a cobrar el enemigo a
Eperne. Rinde el de Humena a Crepí. Gana Mauricio a Estenuich. Toma
Mondragón los castillos de Vesterló y Turnhaut. Gana Mauricio a Oet-
marsum y a Coevorden. Sale el de Parma tercera vez para Francia y hace
alto en Arrás. Llega el conde de Fuentes a Bruselas. Muere el de Parma y
queda el gobierno del País Bajo encomendado al conde de Mansfelt.