You are on page 1of 4

HORA

S ANTA

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. II


San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía
Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se canta 3 de veces la oración del ángel de Fátima.

Mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.


Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
No esperan y no os aman.
 Se lee el texto bíblico:

L
ectura del Evangelio según san Juan 13, 11-15
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de
pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de
Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus
manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y,
tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los
pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido..
*
EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. II
Cor meum ibi cunctis diebus
“Mi corazón estará allí todos los días” (1Re 9, 3)
II. Queriendo Jesucristo ser siempre amado por el hombre, debe manifestarle
siempre su amor; y, así como para vencer y conquistar nuestro corazón, tuvo Dios
necesidad de hacerse hombre, de hacerse sensible y palpable; así también para que
su conquista quede asegurada debe continuar haciéndole sentir un amor sensible y
humano. La ley del amor es perpetua, y la gracia que necesitamos para poder amar,
debe serlo también; el sol de amor no debe ponerse nunca para el corazón del
hombre, porque de lo contrario se enfriaría éste y llegaría a morir helado por el frío
de la muerte y del olvido. El corazón del hombre no se entrega sino a seres vivos y
sólo admite uniones con otro amor actual que él siente y que le da pruebas actuales
de su existencia.
Pues bien: todo el amor de la vida mortal del Salvador, su amor infantil en el
pesebre, su amor lleno de celo apostólico por la gloria de su Padre durante su
predicación, su amor de víctima sobre la cruz..., todos esos amores se hallan
reunidos y triunfantes en su Corazón glorioso que vive en el santísimo Sacramento.
Aquí debemos buscarle para alimentarnos de su amor. También está en el cielo,
pero para los ángeles y los santos ya coronados. En la Eucaristía está para nosotros:
nuestra devoción al sagrado Corazón debe ser, por consiguiente, eucarística, debe
concentrarse en la divina Eucaristía como el único centro personal y vivo del amor y
de las gracias del sagrado Corazón para con los hombres.
¿Por qué separar al corazón de Jesús de su cuerpo y de su divinidad? ¿No es cierto
que por su Corazón vive en el santísimo Sacramento y que por él se halla su cuerpo
vivificado y animado? Jesús resucitado no muere ya. ¿Por qué separar ya su corazón
de su persona y querer hacerle morir, por decirlo así, en nuestro espíritu?
Este Corazón vive y palpita en la Eucaristía, no ya con la vida del Salvador pasible y
mortal, capaz de tristeza, de agonía, de dolor, sino con una vida resucitada y
consumada en la bienaventuranza. Esta imposibilidad de sufrir y de morir no
disminuye en nada la realidad de su vida; al contrario, la hace más perfecta. ¿Ha
podido, acaso, la muerte llegar hasta Dios?... Muy al revés, Él es el manantial de la
vida perfecta y eterna.
El corazón de Jesús vive en la Eucaristía, supuesto que su cuerpo está allí vivo. Es
verdad que este Corazón divino no está allí de un modo sensible, ni se le puede ver,
pero lo mismo ocurre con todos los hombres. Este principio de vida conviene que
sea misterioso, que esté oculto: descubrirlo sería matarlo; sólo se conoce su
existencia por los efectos que produce. El hombre no pretende ver el corazón de un
amigo, le basta una palabra para cerciorarse de su amor. ¿Qué diremos del Corazón
divino de Jesús? Él se nos manifiesta por los sentimientos que nos inspira, y esto
debe bastarnos. Por otra parte, ¿quién sería capaz de contemplar la belleza y la
bondad de este Corazón? ¿Quién podría tolerar el esplendor de su gloria ni soportar
la intensidad del fuego devorador de su amor..., capaz de consumirlo todo? ¿Quién
se atrevería a dirigir su mirada a esa arca divina, en la cual está escrito con letras de
fuego su evangelio de amor, en donde se hallan glorificadas todas sus virtudes,
donde su amor tiene su trono y su bondad guarda todos sus tesoros?
¿Quién querría penetrar en el propio santuario de la divinidad? ¡El corazón de
Jesús! ¡Ah, es el cielo de los cielos, habitado por el mismo Dios, en el cual encuentra
todas sus delicias!
¡No; no vemos el corazón eucarístico de Jesús; pero lo poseemos! ... ¡Es nuestro!
¿Queréis conocer su vida? Está distribuida entre su Padre y nosotros.
El corazón de Jesús nos guarda: mientras el Salvador, encerrado en una débil
Hostia, parece dormir el sueño de la impotencia, su Corazón vela: Ego dormio et cor
meum vigilat –Yo dormía, pero mi corazón estaba despierto (Cant 5, 2). Vela, tanto
si pensamos como si no pensamos en Él; no reposa; continuamente está pidiendo
perdón por nosotros a su Padre. Jesús nos escucha con su Corazón y nos preserva de
los golpes de la cólera divina provocada incesantemente por nuestros pecados; en la
Eucaristía, como en la cruz, está su Corazón abierto, dejando caer sobre nuestras
cabezas torrentes de gracias y de amor.
Está también allí este Corazón para defendernos de nuestros enemigos, como la
madre que para librar a su hijo de un peligro lo estrecha contra su corazón, con el
fin de que no se hiera al hijo sin alcanzar también a la madre. Y Jesús nos dice: “Aun
cuando una madre pudiera olvidar a su hijo, yo no os olvidaré jamás”.
La segunda mirada del corazón de Jesús es para su Padre. Le adora con sus
inefables humillaciones, con su adoración de anonadamiento; le alaba le da gracias
por los beneficios que concede a los hombres sus hermanos; se ofrece como víctima
a la justicia de su Padre, y no cesa su oración en favor de la Iglesia, de los pecadores
y de todas las almas por Él rescatadas.
¡Oh Padre eterno! Mirad con complacencia el corazón de vuestro hijo Jesús.
Contemplad su amor, oíd propicio sus peticiones y que el corazón eucarístico de
Jesús sea nuestra salvación.

III.- Las razones por las cuales fue instituida la fiesta del sagrado Corazón y la
manera que ha tenido Jesús de manifestar su corazón nos enseñan, además, que en
la Eucaristía debemos honrarle y que allí lo encontraremos con todo su amor.
Delante del santísimo Sacramento expuesto recibió santa Margarita María la
revelación del sagrado Corazón; en la Hostia consagrada se manifestó a ella el Señor
con su Corazón entre las manos y dirigiéndole aquellas adorables palabras, que son
el comentario más elocuente de su presencia en el santísimo Sacramento: “¡He aquí
este Corazón que tanto ha amado a los hombres!”
Nuestro Señor, apareciendo a la venerable madre Matilde, fundadora de una
congregación de Adoratrices, le recomendó que amase ardientemente y honrase
cuanto pudiese su sagrado Corazón en el santísimo Sacramento, y se lo entregó
como prenda de su amor para que fuera su refugio durante la vida y su consuelo en
la hora de la muerte.
Y el objeto de la fiesta del sagrado Corazón no es otro que honrar con más fervor y
devoción el amor de Jesucristo que le hizo sufrir indecibles tormentos por nosotros e
instituir también para nosotros el sacramento de su cuerpo y de su sangre.
Para penetraros del espíritu y de la devoción al sagrado Corazón de Jesús debéis
honrar los sufrimientos que padeció el Salvador y reparar las ingratitudes de que es
objeto todos los días en la Eucaristía.
¡Qué grandes fueron los dolores del corazón de Jesús! Pasó por todas las pruebas
imaginables; fue víctima de toda clase de humillaciones; las calumnias más groseras
se cebaron en su honra y le persiguieron con el mayor encarnizamiento; se vio harto
de oprobios y abrumado por el menosprecio. A pesar de todo, Él se ofreció
voluntariamente y nunca se quejó de ello. Su amor fue más poderoso que la muerte,
y los torrentes de desolación no pudieron apagar sus ardores. Ciertamente todos
esos dolores pasaron ya; pero siendo así que Jesucristo los sufrió por nosotros,
nuestra gratitud no debe tener fin; nuestro amor debe honrarlos como si estuviesen
presentes a nuestros ojos. ¡Y el Corazón que los sufrió con tanto amor está ahí..., no
muerto, sino vivo y activo; no insensible, sino más amante todavía!
Mas, ¡ay!, aunque Jesús no pueda ya sufrir, los hombres muestran con Él una
ingratitud monstruosa. ¡Esa ingratitud al Dios presente, que vive con nosotros para
conseguir nuestro amor, es el tormento supremo del corazón de Jesús en el
santísimo Sacramento!
El hombre se muestra indiferente con ese supremo don del amor de Jesús: no lo
tiene para nada en cuenta ni piensa siquiera en él; y si alguna vez, a pesar suyo, se
acuerda de él y Jesús quiere despertarle de su letargo, no es sino para procurar
apartar de su mente este pensamiento importuno. ¡El hombre no quiere tener el
amor de Jesús!
Más aún aunque apremiado por la fe, por los recuerdos de su educación cristiana y
por el sentimiento que Dios le ha puesto en el fondo del corazón, para adorar en la
Eucaristía a Jesucristo como a su señor y volver a ocuparse en su servicio, el impío
se rebela contra este dogma, el más amable de todos; llega hasta la negación del
mismo, hasta la apostasía, para no tener que adorarlo, y para no verse precisado a
sacrificarle un ídolo..., una pasión..., queriendo así continuar esclavizado por sus
vergonzosas cadenas.
Su malicia va más lejos todavía: no se contenta con negar...; ¡ni aun retrocede ante el
crimen de renovar los horrores de la pasión del Salvador!
¡Se ven cristianos que menosprecian a Jesús en el santísimo Sacramento y a su
Corazón que tanto los ha amado y que se consume de amor por ellos! ¡Para
menospreciarle se aprovechan del velo que le oculta a nuestra vista!
Le insultan con sus irreverencias, con sus malos pensamientos, con sus criminales
miradas, estando en su presencia. ¡Se aprovechan, para insultarle, de esa paciencia
inalterable, de esa bondad sin límites, que todo lo sufre en silencio, como sufrió a los
soldados impíos de Caifás, Herodes y Pilatos!
Blasfeman sacrílegamente contra el Dios de la Eucaristía: ya saben que su amor le
tiene mudo. ¡Llegan hasta crucificarle en su alma culpable recibiéndole
indignamente! ¡Se atreven a tomar este Corazón vivo y atarlo a su cadáver infecto,
entregándole al demonio que les domina! ¡No, de ninguna manera; Jesús no sufrió
en los días de su pasión tantas humillaciones como en su Sacramento! La tierra es
para Él un calvario de ignominia.
En su agonía buscaba quien le consolase; en la cruz pedía que se tuviese compasión
de sus dolores...; por eso, hoy más que nunca, es necesaria la satisfacción, ¡hace falta
la reparación de honor para ofrecerla al corazón adorable de Jesucristo! Rodeemos la
Eucaristía de adoraciones y de actos de amor.
Al corazón de Jesús vivo en el santísimo Sacramento, ¡honor, alabanza, adoración y
dignidad regia por los siglos de los siglos!

You might also like