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Pixar pensaba que si negociaba un nuevo acuerdo de distribución con otro estudio,
procuraría quedarse con todo el control a cambio de financiar todos los costes y
pagar solamente un 8% de cuota de distribución. En principio, eso proporcionaría a
Pixar acceso al 90% de los ingresos de por vida de una película en todos los
métodos de distribución (a cambio, sin embargo, de asumir todos los costes y
riesgos)
¿Adquisición?
Robert Iger sabía que deseaba mantener las relaciones de su compañía con Pixar,
pero la cuestión era en qué términos. Muchos analistas de los medios de
comunicación abogaban por una adquisición, aludiendo que las películas de dibujos
animados formaban parte esencial de la estrategia corporativa de Disney, ya que
los personajes fomentaban las ventas al por menor en los parques temáticos y en
las divisiones de los productos del consumidor. Además, la trayectoria de Pixar para
producir grandes éxitos era indiscutible. «Esa es la clase de sinergia que requiere
una buena dosis de sensatez », escribió un comentarista.
La analista de Merrill Lynch, Jessica Reif Cohen, hablaba de un «casi un perfecto
ajuste estratégico». Algunos decían que ese paso transformaría a Disney en el
estudio de la década de los treinta; es decir, una «boutique» «libre de un gran
aparato burocrático». Incorporar a Jobs y Lasseter, decían, sería como traer de
vuelta al mismo Walt.